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IDEAS Y FKHIRAS REVISTA SEMANAL DE CRITICA Y ARTE Oficinas: SARMIENTO Í021 . o' ALBERTO QHIRALDO oheoto* Año III- BUENOS AIRES, SETIEMBRE 21 DE 1*11 Numero 58 HISTORIA SOCIALISTA Por' J U A N J A U R È 9 www.federacionlibertaria.org

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IDEAS Y FKHIRASREVISTA SEMANAL DE CRITICA Y ARTE

Oficinas: SARM IENTO Í021 . o ' ALBERTO Q H IRA LDO• o h e o t o *

A ñ o I I I - BUENOS AIRES, SE TIEM BRE 21 DE 1*11 N u m e ro 5 8

HISTORIA SOCIALISTA

P o r ' J U A N J A U R È 9

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Ü«m en trevista con Jaürés

La ocasión favo rab le que y o esperaba se ha presentado anoche. D esde luego, nada me hubiera sido más fá c il en cualquier momento que conseguir del leader de los dem ócratas una de esas entrevistas artific iales que nunca se pueden negar. M i representación ante el secretariado internacional y ciertas am istades comunes, rae ofrecían la segurid ad de una respuesta favorable. Pero escritores y le c ­tores estam os hartos de esas palabrerías fú ti­les que hacen á veces dudar de la m isión de la prensa y de la utilid ad de la inform ación. D ilu ir en m edia docena de p árrafos unía p e ­queña frase cortés, dar alcan ce á una e va ­siva, in terp retar un silencio y atribuir las p rop ias p alabras &1 presunto «intervistado», son pequeñas travesuras de rep órter que no se pueden condenar, pero que á nadiie e n g a ­ñan :ni sorprenden. Bien sabem os todos que, dadas la rapidez de la vida y la curiosidad del público, hay que recurrir á a lgu n o s e n ­gañ os. T ero lo que se excusa como d eta lle efím ero y caprich o so en m edio de la p o lv a ­reda de una jornada, rno tendría perdón, con vertido an artícu lo enviado serenam ente desde el extran jero . P or eso no so licité nunca de Jau rés una entrevista. N o quería o b liga rle á a rticu lar esas am ables triv ialidades e n v o l­ventes á que recurren todos los p olíticos, ni, ponerm e en e l caso de tener que referir después una conversación ed ificad a con re ti­cencias am ables sobre un p aisaje con ven cio­nal. Sin co rta r co n que todos los hom bres, hasta los más altos, p ierden su sinceridad fresca ante los dos verd u go s de la g lo r ia : ' el period ista y e l fo tó g ra fo . Para sorprender y f ija r su fisonom ía real, hay que tom arlos de im proviso, en m itad de un m ovim iento. T o d o lo dem ás se-red uce á in evitables e x te ­rioridades. Jaurés me hubiera recib ido am is­tosam ente en su gabinete de tra b a jo m ientras preparaba un discurso, me hubiera ofrecido un asiento junto á la ventana, hubiera son­reído á mis indiscreciones, y tras una co n ­versación breve, y a lgun as preguntas liso n je ­ras tne hubiera vuelto á acom pañar hasta el vestíbulo m ultip lican do su apretón de manos. C la ro está que no era posible pedir más. S i los hom bres públicos se abandonaran al prim er llegad o , dadas las costum bres que im peran hoy, n au fragarían antes de las ve in ­ticuatro horas. Eil d iputado del T arn hubiera estado pues com pletam ente dentro de su p a ­p el al d isim ular b a jo una flo ra ció n de son ­risas la reserva que le inspiraba el in form a­dor indiscreto. Pero, ¿no estaba, yo tam bién en el mío al aguardar una circunstancia c a ­sual y favo rab le com o la que se ha p resen ­tado al fin anoche ?

C uando llegué á la estación del N orte, á las siete y cuarto, y me in stalé en un sillón del exp reso de B ruselas, me hallaba m uy lejo s de sospechar mi. buena suerte. E n e l andén, a testado de v ia jero s y de curiosos, reinaba la confusión n ervio sa do todas las partidas. P ero los em picados febriles, los vendedores afónicos que vo ceaban las novedades de la noche, los p rofesion ales de la despedida que desbordaban ternuras y los excursionistas retardatarios que llegaban atropelladam ente á últim a hora, abriéndose paso á em p u jo ­nes co m o si huyeran de una catástrofe, no

interrum pieron mi p lacidez de habitué det ferro carril. A ntes bien, me envolví en la m anta hasta las rodillas, encendí un cigarro y me puse á releer la nota que había d e te r­m inado e l via je .

Porque no e ra un sim ple capricho el que me llevaba á B ruselas. E l secretariado in tern a­tio n al, lazo de unión entre los socialistas de veinte y cinco países, debía ce lebrar al día siguien te su asam blea anual. Yo iba com o m odesto representante de la A rgen tin a. A le ­m ania había delegado á B ebel y á Kausts- ky. Bohem ia á Nem ec y á Soucoup, In g la ­terra á K eir H ardie y á H yndm an, Suiza á Jean S ig g , H olanda á T ro etstra , etc. De F rancia debían ir Jaurés y V a illa n t . . . P o r­que la reunión ten ía esta vez una im portancia grande. E;n e lla se esperaba resolver la a c ti­tud del socialism o universal en caso de una nueva gu erra franco-alem ana. L os asuntos de Rusia, el co n flicto sueco-noruego y el s iste­ma de votación en los congresos in tornar ic ­ios que com pletaban la orden del día. p a ­saban, naturalm ente, a l segundo plano, ante la amenaza pavorosa de esta segunda lucha arm ada en tre las- dos gran des naciones, lucha que bien pudiera determ inar una co n fla g ra ­ción eum p ea, poneir en p e lig ro todas las libertades, y detener bruscam ente el avance Je la evo'.ución social. Por eso había d esp er­tad o la con ferencia tam o interés entre los hom bres de ideas avanzadas. Se com entaban todas las hipótesis. Y la actitud ^posible de Jaurés e ra o b jeto de las discusiones más v iv a s .. .

— T ra ta ré — me d ije — de hablar con él á solas dos minutos.

Pero no me disim u’é que en el vé rtig o de una jornada tum ultuosa no resultaba m uy fácil la aventura. Jaurés, rodeado de am igos y so licitado por mil asuntos graves, eaiicon.- traría d ifícilm en te diez minutos para mí. Aun. suponiendo que lo descara, le sería casi im ­posible. L a experiencia de París, de L ille y de A m sterdam , me lo decía á v o c e s .. .

Sin em bargo, con fié e n la ca su a lid a d .. . Y , tuve razón, porque aq u élla se adelantó hacia mí en form a do s o rp re sa .. . Jaurés subía en ese mismo instante al tren que aca­baba de ponerse en marcha.

Un salu d o , y nos instalam os en e l vagón.¿Q uién r.o ha visto un retrato de Jau rès?Sólido, -más bien bajo , de cara rosada y

barba g ris , tiene en los o jo s vivísim os n o sé qué re fle jo bondadoso que se co o rd in a con el desenfado del tra je y con la g e sticu la ­ción fam iliar. E l jacquet, el som brero y la corbata ign oran la moda, pero de todo- el hombre se desprende cierta delicadeza p a r­ticular, que .es com o un re fle jo de su e s­píritu. En las conversaciones privadas habla dulcem ente, casi con tim idez, y su voz p o ­derosa que entusiasm a y a g ita á la m u lti­tud en ..¿as asam bleas públicas, cobra una especie de .pudor velado, com o si temiera afirm ar superioridades. Pero así que toma contacto con e l pueblo, a sí que siente h er­vir en torn o un m ar de cabezas, así que sube los escalones de una tribuna, ya sea en la cátedra, ya en .el parlam ento ó en una

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■A.S-© XII. 3S-U.&X10S .Ixes, Septiembre 2 1 6lg 3.Q3.X 2&XX.XX1. B8

IbEflS T FIGURASREVISTA SEMANAL DE CRITICA Y ARTE

OFICINAS: SARM IENTO 2021 ALBERTO QHIRALDODILECTO*

HISTORIA SOCIALISTA

IntroducciónQuerem os con tar a l pueblo, desde el punto ■

•de v ista socialista, los acontecim ientos o cu ­rridos desde 1789 hasta fines del s ig lo x ix . C on sideram os la R evolución francesa como un hecho inmenso y de adm irable fecu n d i­dad pero no n os parece, un hecho d efin itivo 1 cuyas consecuencias .no ten ga la historia más que .desarrollar. La R evolución francesa ha ¡ p reparado indirectam ente el advenim iento del p roletariado. R ealizó las dos con dicionesesen ¿ •ciales del socialism o: la dem ocracia y el ca ­p ita lism o ; pero en el fondo fué el adveni- . miento p o lítico de la cla se media.

E l m ovim iento económ ico y político , la industria en gran de, el crecim iento de la c lase obrera que aumenta en núm ero y e n . .am bición, e l m alestar del cam pesino, abrum a- ¡ do p or la concurrencia, y doníinado por el , feudalism o industrial y com ercial, la turba-'

■ción m oral de la burguesía intelectual, á la . •cual ofende en to d as sus delicadezas una sociedad gro sera y m ercantil, va.n p reparan ­do lentam ente una nueva crisis social, una nueva y más p rofun da revolución, m ediante la cual se apoderará e l p ro letariad o del po-' der p ara transform ar la propiedad y la m o­ralidad. De m odo que hemos de trazar á grandes rasgos la marcha y el juego de las

-clases sociales desde 1789. Siem pre resu lta ' a rb itra rio trazar lím ites y d ivisiones en el p ro greso constante de la vida, pero pueden' d istin guirse bastante exactam ente tres p er ío ­dos en la h isto ria de la clase burguesa y de la proletaria desde, hace un siglo .

A l principio, desd e 1789 hasta 1848, triu n ­fa y se instala la burguesía revolucionaria. U tiliza , co n tra el ¡absolutism o real y los nobles, la fuerza de los p ro le ta rio s ; pero •éstos, á pesar do su p ro d ig io sa actividad y del papel di. .sivo que les corresponde en •ciertas jornadas, no p asan de ser un poder' subalterno, una especie de sumando h istó ri­co. Inspiran, á. treces, á los poseedores v e r ­dadero terror, pero en e l fondo trab ajan para e llo s ; no se form an concepto (le una sociedad radicalm ente d istin ta ; e l com unism o de Babeuf y sus escasos discíp ulos no fué más que una convulsión sublim e, el espasm o suprem o de la crisis revolu cion aria antes de lleg ar A la tranquilidad del C on sulad o y el Prim er Im perio. H asta en 1793 y 1794 e s ­taban confundidos los p ro letario s con el E s ­tado llan o ; r.o tenían ni conciencia clara de clase , n i deseco ó noción, de otra form a de propiedad ; no llegab an más a llá del mezquino pensar de R o b e sp ie rre : dem ocracia soberana ■en lo político , pero estancada en lo econ ó­

mico, form ada por pequeña propiedad rural y pequeña burguesía artesana. La m a ra villo ­sa savia de vida del socialism o, creador de riqueza, herm osura y a legría, no existia en e llo s ; en los días terrib les ardían con llama seca. llam a de cólera y envidia. Desconocían, la seducción, la p od erosa suavidad de un ideal nuevo.

Sin em bargo, apenas em pieza á a p a cig u a r­se y á fija rse la sociedad burguesa, asom a el pensam iento socialista. D espués de B a ­beuf. desde 1800 á 1848, aparecen Fourier, Saint-Sim on, Proudhon y Luis. B lanc. E n tiempo, de Luis F elip e surgen Las in surreccio­nes obreras de L yo n y París. E p cuanto ven ­ce definitivam ente la R evolución francesa, d i­cen p a ra sí los p ro leta rio s; ¿D e dónde d i­m ana nuestro padecer ? ¿ Qué otra nueva revolución habrá que llevar á cabo ? E n las ondas de la revolución burguesa, al p rin ci­pio h irviente y turbia, más tranquila y c lara ahora contem plan su rostro extenuado, y se asustan. Pero antes da 1848 á pesar de la m ultip licidad de sistem as socialistas y de rebeliones obreras, continúa intacta la do­m inación burguesa.

f í o cree p osib le la burguesía que se le e s ­cape el poder ni que se transform e la p ro ­piedad en tiempo' de Luis F elip e; tiene fu e r­zas para luchar á un tiem po contra nobles y curas y con tra los obreros. Sofoca los levantam ientos legitim istas del O este, lo m is­mo que las rebeliones p ro letarias de las g r a n ­des-ciudades ham brientas. Cree ingenuam ente, o rg u llo sa como G uizot, que es el p ináculo de la historia, que resume el esfuerzo secu­lar de Francia, y que es la expresión social de la razón. Por su parte, los p roletarios, á p esar de las zozobras de la m iseria y del hambre, no son revolucionarios conscientes. A penas entrevén la p osib ilidad de un orden nuevo. En la c la se intelectual sobre todo, es donde em piezan p or reclutar adeptos las utopías socialistas. A dem ás, los sistem as so ­cia listas están muy im pregnados de pensa­m iento cap ita lista , com o e n Saint-Sim on ó de pensam iento m ezquinam ente burgués, co m o en Proudhon. Fué n ecesaria la crisis revolucion a­ria de 1848 para que la clase obrera tuviera conciencia de sí misma, y llevara á cabo- co ­mo dice Proudhon, su escisión defin itiva res­pecto á los otros elem entos sociales.

Y aun e l segundo período, com prendido entre F ebrero de 1848 y M ayo de 1871. en­tre el gobiern o p rovision al y la represión san grien ta de la Commune, es turbio é in­cierto. V erd a d es que y a se afirm a e l socia­

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lism o com o fuerza y como idea, y el prole- taria<lo com o clase. L a revolución obrera se yergue tan am enazadora contra e l orden b u r­gués que las clases d irectoras co a ligan co n ­tra e l 'a á to jo s los poderes burgueses y á los p rop ietarios rurales, enloquecidos por el esp ectro ro jo . Pero todavía hay indecisión y confusión en las doctrin as so cia listas; en 1848 luchan desesperadam ente el com unism o de C abet, el mutua¡Lsmo de Proudhon y el estadism o de Luis Blanc y sigue estando b lan do y sin acab ar el m olde del p en sa­miento en que ha de tom ar form a la fuerza o b r e r a ; los teóricos se disputan el metal d erretido que sale del horno, y m ientras riñen, gu iada la reacción por el hom bre de D iciem bre, quitan todos los m oldes bo squ e­jad os y se en fría el m etal. H asta en tiem ­pos de la com m une, blanquistas, m arxistas proudhonLar.os, suprim en direcciones d iver­gentes al pensam iento o b re ro ; nadie puede suponer cuál de los ideales socialistas habría a p lica d o la Cotnmune vencedora.

A dem ás hay m ezclas y p erturbaciones en el m ovim iento, lo mismo que en la idea. E n 1848, preparan la revolución la dem ocracia radical de los burgueses chicos, m ás y m ejo r quizás que el socialism o obrero, y en las jorn adas de Junio la dem ocracia burguesa tiende c u las abrasadas ca lles de París á los proletarios. T am bién en 1871 brotó el m ovim iento caí la Comraunc de una su b le­vación de la burguesía com ercial, irritada, por la ley de los vencim ientos y por la d u ­reza de los h id a lg u illo s de V ersalles, y de la exasperación p atriótica y kl'esconfian'zas republicanas de París.

N o tardó el p ro letariad o socialista en p o ­ner su señal revolucion aria en aq u ella co n ­fusión, y M arx acertó al decir, en su ro ­busto y sistem ático estudio sobre la Com- muñe, que con esto tomó posesión del poder, por prim era vez, la c la se obrera. Hecho nue­vo y de gran alcan ce aunque el proletariado se aprovechó de una especie de .sorpresa: era , en la cap ita l aislada y sobrexcitada, la fuerza m ejor organ izada y m ás a g u d a ; p ero aún no estaba en situación de asim i­larse y a,rrastrar A toda Francia.; p erte ­necía ésta á los curas, á los gran des p ro ­pietarios territo ria les y á la burguesía, cuyo je fe era T h iers. Fué la Commune com o una punta calen tada hasta el ro jo , que se q u ie­bra contra un gran, pedrusco 'refractario. Pcr.o desde 1848 hasta. 1871. el p ro greso es inmenso. E n 1848, la participación del p ro ­letariado en el poder es casi fic tic ia ; Luis B la n c y el obrero A lb ert están p a ra liz a ­dos en el gobiern o provision al, y una b u r­guesía p érfid a organ iza contra e llo s la tram ­pa en los talleres nacionales. D iscuten p la ­tónicam ente los so cia listas en el Luxem burgo abdican y se resign an á no ser más que una academ ia im potente; sin fuerza para obrar, disertan. Luego, cuando la engañada clase ob rera se subleva en Junio, es derrotada a n ­tes de lo grar tocar el poder ni un minuto. E n [871 los h ijo s de los com batientes de Junio han conseguido el p o d er; lo han e je r ­cido, 110 han sido e l m otín, sino la re v o lu ­ción.

Los p roletarios llegad o s al go b iern o p u ­dieron ser p recipitados de él, pero dieron á las mismas generaciones una a lta señal

de esperanza que fué com prendida. L a C o m ­

mune cierra el segundo período en que el" socialism o se a firm a com o fuerza de prim er orden, con fusa y con vulsiva, todavía, pero- tam bién es la Commune la que ha hecho- posible el período n uevo, en el cual hemos entrado todos, y procede m etódicam ente el socialism o á la organ ización total de la clase obrera, á la conquista m oral del cam ­pesino tranquilizado, al reclutam iento de la burguesía intelectual, desengañada del p o d e r burgués y á la toma de posesión com pleta del poder con form as nuevas de propiedad y de ideal.

A hora ya 110 es de tem er la con fu sión ; hay en la cla se obrera y e l partid o so cia lis­ta unidad de pensam iento. A pesar de los- choques de gru p o s y rivalidades su p erfic ia­les, todas las fuerzas p roletarias están un i­das en el fondo por una misma doctrina. Si mañana se apoderara e l p ro letariad o d e l poder por com pleto, podría hacer de él uso definitivo y decisivo. Seguram ente habría co n ­flictos de tendencias. Q uerrían unos fo rta le ­cer y extrem ar la acción central en la com u­nidad, an h elarían otros asegu rar á los g r u ­pos lo ca ’es de trab ajad o res la autonom ía más- am plia posible. Para reglam entar las nuevas relaciones de la nación, de las federaciones, profesion ales, de los m unicipios, de los gru pos locales de ios Individuos, para fundar á un tiem po la perfecta libertad individual y la so lidaridad social, para dar form a ju ­rídica á las innum erables com binaciones de la p rop iedad social y de la acción de Ios- individuos, será necesario u:t esfuerzo inmenso- de pensam iento, y en esa com p lejid ad h a ­brá desacuerdos, pero á pesar de todo, un espíritu común mueve hoy á los socialistas,, á los p ro le ta rio s; el socialism o ya no está d isperso en sectas hostiles é im potentes. E s cada vez más una gran unidad viviente y que m ultip lica sus tomas de vida. De él esperan su renovación y su vuelo todas las g r a n ­des fuerzas humanas, el trabajo , el pen sa­miento, la c ien cia , el arte, la misma religión, enten dida com o tom a de posesión del U n i­verso por la hum anidad.

¿C óm o, á través de qué crisis, por qué esfuerzos de los hom bres y evolución de las- cosas .ha crecido el p roletariado hasta el papel decisivo que represen tará mañana ? Eso- es lo que nos proponem os referir nosotros, socialistas m ilitantes. Sabem os que las con di­ciones económ icas, las form as de la p ro ­ducción y de la propiedad son el fondo m isino de la historia, y así como para la m a­yor parte d los individuos humanos lo esen­cial de la vida es el oficio , y así com o el o f ic io que es la form a económ ica de la actividad individual, suele determ inar las costum bres, los pensam ientos, los dolores las a legrías y hasta los ensueños de los hom bres, así en cada período de la historia la estructura eco ­nóm ica de la sociedad determ ina las form as políticas, las costum bres sociales y hasta la dirección general del pensam iento. P or eso tratarem os e.n cada época de este relato de descubrir los fundam entos económ icos de la vida humana. Procurarem os seguir el m ovi­miento de la propiedad y la evolución de la técnica industrial y agríco la . Y á g ra n ­des rasgos, com o es natural en un cuadro forzosam ente sucinto, seña arem os la influen­cia del estado económ ico en los gobiernos,, las literaturas y los sistem as.

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Pero no olvidem os que las fuerzas econ ó­micas actúan sobro hom bres, como no lo-

-olvidó el mismo M arx, em pequeñecido muchas veces por intérpretes m ezquinos. Y los hom ­bres tienen una diversidad p ro d igio sa de p a ­siones y de ideas, y la com plicación cas: infinita de la vida humana no se deja red u ­cir brutal y m ecánicam ente ¡A una fórm ula

•económica. Adem ás, aunque e l hom bre vive principalm ente de la humaniidad, aunque sufre sobre todo la in fluen cia envolvente y ~ontí- nua del medio social, vive itambién p -o s sentidos y por el esp íritu en un m edio más vasto, que es el universo.

Indudablem ente la luz de las estrellas más lejanas y más extrañas al sistetma humano no -despierta, en la im aginación del poeta, más que sueños conform es con la sen sib ili­dad de su tiem po y con el secreto profundo de la vida social, com o el rayo de la luna form a con la hum edad oculta de la tierra la neblina leve que flo ta por encim a del p ra d o ., E n este sentido, hasta las vibracion es e ste la ­res, por a ltas é indiferentes que nos parez-, can. están arm onizadas y apropiadas por el, sistem a social y por las fuerzas económ icas, que la determ inan. A l entrar G oethe cierto día en una fábrica, sintió asco de sus ropas,, que exigían tan form idable aparato de pro-i ducción. Y sin em bargo, á no ser por aquel, prim er desarro llo industrial de la burguesía! áíem ana, el an tigu o m undo germ ánico, soño-, liento y dividido, no habría podido experi-j mentar r.i com prender aquellas m agníficas im-, paciencias de vida que hacen esta llar el a lm a, de Fausto.

Pero sea cual fuere la relación del a lm áj humana en sus sueños más audaces ó más sutiles con el sistem a económ ico y social . lleg a más a llá del m edio humano, en el in,v m enso m edio cósm ico. Y el contacto con. e l , universo hace vib rar en e lla fuerzas hondas,, y m isterio sa s-fu erza s de eterna vid a que p re-,

-ceden á las sociedades humanas y que vivirán, más que ellas. T an vano y fa lso sería, por •consiguiente, r.egar la dependencia del pen- , sam iento respecto á la v id a económ ica y , de las fuerzas precisas de la producción, como pueril y grosero e xp lica r sum ariam ente el m ovim iento del pensar humano sólo por la ' ■evolución de las form as económ icas.

E l espíritu del hom bre se ap o ya con mil'- ' ■cha frecuencia en e l sistem a social para re ­s istir lo y vencerlo, de modo que entre el esp íritu individual y el poder social hay á un tiem po so lidaridad y conflicto. E l sis- ' tem a de las naciones y m onarquías m oder­nas, em ancipadas á m edias de la Ig lesia , ’- ha ciado libertad á la ciencia de K ep lero y de G al i leo, pero puesto y a en posesión de la verdad, el espíritu ya no depende del prínci- , pío, ni de l a sociedad, ni de la hum anidad; la verdad misma, ordenada y enlazada con

•otras, es la que se convierte en medio inme­diato del espíritu, y aunque K ep lero y Ga- lileo apoyaran su s observaciones y trabajos astronóm icos en los cim ientos dél E stad o m oderno, y a no dependían, hechos sus c á lcu ­los y observaciones, más que de e llo s m is­mos y del universo. A b rió se el mundo social

■en que habían encontrado punto de apoyo para v o ’ar, y su pensam iento ya no conocía o tras leyes que las de la inm ensidad sideral.

S iem pre procurarem os hacer que se note esa a lta d ign idad del esp íritu libre (em anci­

pado de la hum anidad misma por e l universo etern o) á través de la evolución semimecá- nica de las form as económ icas y sociales. No nos podrán reconvenir ni los teóricos m arxistas intransigentes. M arx, en una p á ­gin a adm irable, ha declarado que hasta ahora las sociedades humanas r.o han sido gobern a­das más que por la fatalidad, por el m ovi­miento ciego de las fuerzas econ ó m icas: las instituciones y las ideas no han sido obra consciente del hom bre libre, sino re fle jo de la inconsciente vida social en el cerebro hu­mano. E stam os aún, según M arx, en la p re ­historia. La historia humana no em pezará de veras hasta que el hom bre, escapándose de la tiranía de las fuerzas inconscientes, gobiern e la producción con. su razón y su voluntad. E n ton ces ya no sufrirá su espíritu el despotism o de las form as económ icas, crea­das y d irig id as por él, y co n tcm p'ará lib re­mente el universo. M arx entrevé un período de com pleta libertad intelectual, en que el pensam iento humano, no deform ado por servi­dum bres económ icas, r.o deform ará el mundo. P ero seguram ente no duda Marx de que ya. en las tir .ie b a s de.l pensam iento inconsciente, e levados espíritus lian a ’canzado la libertad, anuncian y preparan la humanidad. A nos­otros nos corresponde reco ger esas prim eras m anifestaciones de la vida del e sp ír itu ; éstas nos perm iten presentir la gran v id a ardiente y libre de la hum anidad com unista que. em ancipada de todo va salla je , se a p ro p ia rá el universo por la ciencia la acción y el pensam iento. E s como el prim er estrem eci­m iento que en la selva humana no mueve más que a lgun as hojas, pero que anuncia los gran des soplos próxim os y las gran des conm ociones.

Por eso nuestra interpretación de la his­toria será m aterialista con M arx y m ística con M ichelet. L a vida económ ica ha sido el fondo y resorte de la historia hum ana; pero á través de la sucesión de las form as sociales, el hombre:, fuerza pensadora, aspira, á la vid a cum plida del pensam iento, á la comunión ardiente del espíritu inquieto, á v i­do de unidad y del m isterioso universo. D e ­cía el gran m ístico de A ’e ja n d ría : «Las altas olas del mar han levantado mi. barco, y lie podido ver el sol naciente cuando su rgía de las olas». D el mismo modo, las vastas o ’as de la revo 'ución económ ica, levantarán la barca humana para que el hom bre, pobre pescador, cansado de un largo trabajo n oc­turno, salude desde más arriba la prim era clarid ad cresp uscu 'ar, la luz prim era del e s­píritu creciente que se nos va á aparecer.

Y tam poco desdeñarem os ,á pesar de nues­tra interpretación económ ica de los grandes fenóm enos humanos, el va 'o r m oral de la historia. Sabem os, ciertam ente que las h er­m osas frases de libertad y humanidad han cubierto, con harta frecuencia, desde hace un siglo , un régimen- de exp 'otación y o p re ­sión. La R evo'u ción francesa p roc'am ó los derechos de.l hom bre; pero las clases posee­doras han com prendido en eKo so :amente los derechos de ía burguesía y del capita l.

Han proclam ado que los hom bres eran libres, cuanc’ o los poseedores no ter.ían sobre los no poseedores otro medio de dom inio que la misma propiedad ; pero la propiedad es la fuerza soberana que dispone de todas las demás. E l fondo de la sociedad burguesa es

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un m onstruoso egoism o de clases com plicado con hipocresía. Pero ha habido horas en que ia R evolución naciente confundía con el in­terés de la burguesía revolucion aria el in te­rés de la hum anidad, y un entusiasm o hum a­no verdaderam ente adm irable llenó más de una vez los corazones. A sim ism o, en los in­num erables con flictos provocados por la a n a r­quía bu rgu esa en las luchas de partid os y clases, abundan los ejem p los de a ltivez, v a ­lentía y alientos. Saludarem os con igual re s­peto á todos los héroes de la voluntad, y elevándonos por encima de las peleas san­grien tas, g lo rificarem o s á un tiem po á los republicanos burgueses p ro scrito s en 1851 por el g o lp e de E stado triunfante, y á los adm irables com batientes p ro letario s que ca ­yeron en Junio de 1848.

Pero á nadie p o d rá p arecerlc mal que atendam os, sobre todo, á las virtudes m ili­tan tes de ese p ro letariad o que, abrum ado, lia dado m uchas veces su vida durante un s ig lo por un ideal obscuro todavía. No sólo se llevará á cabo la revolución social por la fuerza de las cosas, simo por la fuerza de los hom bres, por la en ergía de las con cien ­cias y las voluntades. La h istoria nunca d is­pensará á los hom bres de la valentía y n o ­bleza individuales. Y e l nivel m oral de la sociedad com unista de m añana lo señalará la a ltu ra m oral de las conciencias individua­les en la clase m ilitante de hoy. Proponer com o ejem p lo á todos los com batientes he­roicos que, desde hace un s ig lo , sienten la pasión de la idea y sublim e desp recio h a ­cia la muerte, será obra revolucionaria. No

nos riam os de los hom bres de ía R evolución que leían las Vidas de Plutarco'; segu ra­mente ,los herm osos arranques de energía interior que así suscitaban en. sí mismos, no hacían variar mucho la m archa de loa sucesos, pero, á lo menos, aquellos hom bres perm anecían ergu idos entre la tem pestad, no ostentaban, al resplan dor de las grandes to r­mentas. rostros descom puestos por el miedo.Y si la pasión por la g lo ria anim aba en e llo s la pasión por la libertad, ó el valor en el com bate, nadie los censurará por eso.

Procurarem os, pues, en esta historia socia­lista., que lle g a desde la revolución b u rgu e­sa hasta e l período preparatorio de la re ­volución p ro letaria , no prescindir de. nada de cuanto co n stitu ye la vida humana. T ra ta ­rem os de com prender y traducir la evolución económ ica fundam ental que, gobiern a las so ­ciedades, la ardiente aspiración del espíritu

1 hacia la verdad total, y la noble exaltación de la conciencia individual que desafía al p a ­decim iento, á la tiran ía , y á la muerte. E x ­trem ando el m ovim iento económ ico, es como- el p ro letariad o ;e em ancipará, convirtiéndose en hum anidad. E s n ecesario que adquiera

< c lara conciencia eni la historia del m ovim ien­to económ ico y de la gran deza humana. A ven ­turándonos ¡1 sorprender a l lector con la

■ d isp aridad de tres nom bres gran des, dire- 1 mos que querríam os escrib ir, ba jo la tupida

inspiración de M arx, M ichelet y Plutarco.,; esta m odesta historia, en que cada uno de

¡os m ilitantes co laborad ores pondrá su ma- i - t iz de pensam iento; pero todos la misma doc . trina esencial y la misma fe.

La política del terror: Robespierre y Saint-Just

C uando después de la elim inación, del he- bertism o y del dantonism o queda Robes- p ierre realm ente único dueño de la política respon sable de los acontecim ientos, no tiene m ás que un m edio de go b ern ar en efecto, de agru p a r los esp íritus en torno s u y o : ' de­cir claram en te hacia dónde quiere llevar la R evolución, y no lo dice, y se encuentra con que á su lado el valeroso Saint-Just, com o si renunciase á desafiar á la m uerte, acon ­seja el silencio y la espera. Funestas contem ­porizaciones que dejan producirse todas las inquietudes. Adem ás, después de las grandes y san grien tas depuraciones de G erm inal, el deber de R obespierre estaba en tra n q u ili­zar á los revolucionarios. Rotas las facc io ­nes. no existía ningún interés en en carn izar­se sobre los individuos, aunque hubiesen p e r­tenecido á estas facciones aunque hubiesen p racticado la más detestable de las políticas. R obesp ierre sabía esto y lim itó lo m ás p o ­sible el sacrificio. Salvó á los setenta y tres girondinos. Se opuso á que B oulanger, Pa- che y H enriot quedasen incluidos en la p ro s­cripción de los hebertistas. N o tocó á C arrier. á pesar del horror que le inspiraban sus c r í­menes de X antes. No> se levantó en el com ité de Salu d p ú b lica contra C o llo t d ’ IIerbois. Pero no bastaba con no haber tocado' á estos hom bres. H abía que darles confianza en el p orvenir. P recisaba darles la im presión y hasta la certidum bre de que sus exceso« se im putarían á la fiebre revolucionaria y que

no se les harían p agar, una vez esta fiebre ,,1 decayese, las violencias tal vez inevitables

de los días m alos. Convenía tam bién disipar .'os tem ores de los que habiendo cedido, como- T a llie n en Burdeos, con su bella am iga la C abarru s, al deslum bram iento del poder y del p lacer, veían en las palabras dem asiado á m enudo repetidas de austeridad, de vir-

, tud de m oral, una am enaza á su vida. n. O R o b esp ierre se condenaba á la p o lítica

de cadalso perpetuo, ¡ó era necesario que anunciara, que practicara una am plia am nis­tía revolucionaria para todos los extravíos del

-, T erro r, para sus frenesis sensuales y para sus frenesis sangrientos. Y todas las energías

fii de revolución que, por un m om ento fueron ó suscitadas por un fanatism o de violencia ó corrom p idas por una borrach era de p a­sión y de voluptuosidad, debían esp erar un puesto en el nuevo orden revolucion ario más tranquilo, más ordenado y más puro.

E n fin, cuanto más poderoso era Robes- piicrre. más irnpotaba que tuviese m iram ientos a l am or p rop io de sus co legas del com ité de S alud pública y del com ité de Seguridad general, que les asociara á todos sus pensa­m ientos y á todos sus actos. ¿ Cóm o podía a pacigu ar y organ izar la R evolución sin el concurso del com ité de Salud p ú b lica ? ¿Y cómo podía llevar hacia una am plia p o líti­ca á fan áticos som bríos com o C o llo t d ’ Her- bois s i no se los a traía poco á poco por la confianza, la franqueza y la co rd ia lid a d ?

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R obespierre no supo im poner a lred edor suyo la confianza. E n l a ruda lucha en que tan ­tas respon sabilidades sangrientas tuvo que asumir, su o rg u llo había crecido aún más. En A g o sto de 1793 había e x c la m a d o :

«La R evolución está p erd id a si no se le ­vanta un hombre.»

Se había levantado ■&! hom bre, pero o b li­g a d o á poco á dcsc '"ir g o lp es por todos huios, y á ser en cifri-tn-modo el distribuidor de la muerte, había contraído su frente una arru ga de altanera tristeza. Mo estaba he­cho para estas com unicaciones cord iales, que eran, no obstante, en aquella fecha, la co n ­dición absoluta del éxito de su política. H a ­b ía su frid o en su d ign idad, en- su am or p ro ­pio, en su puro am or á la R evolución , por las violencias a troces que habían deshonrado al gobiern o revolucionario. No lo grab a o lv i­darlas. I.as detestaba tan to más cuanto que no habiendo podido im pedirlas, podía p are­cer so lidario de e lla s, y en el fondo de su corazón buscaba e l m edio de rom per ante la historia esta so lid arid ad : d ep lo rable ten­tación del o rg u llo y de la virtud. Se a co r­dab a desesperadam ente de todo en e l m o­mento en que habría sido necesario olvidar mucho. Y á veces los que él despreciaba y odiaba sorprendían en su cara el inquietan­te re fle jo de un pensam iento profundo.

En fin. y es el terrib le rescate del cadalso, ta muerte había sid o tan á menudo durante dos meses e l expediente suprem o, la gran solución que á c a d a problem a que agitab a el espíritu sin saber cóm o reso lverlo venía á ofrecerse con una especie de fam iliaridad obsesionadora. O bien haría entrar en razón á los perversos y A los corrom p idos que manchan la R evolución, ó abriría á los hom ­bres v irtuosos este asilo de inm ortalidad á que aspiraban. A voces tam bién una inquietutí que se parecía á un rem ordim iento sorprendía á R obesp ierre y á Saint-Júst. ¡C ó m o ! ¡V er- gniaud estab a muerto, y m uerto por e llo s t | Danton fué a l cadalso, y e llo s tuvieron1 la culpa I ¡D esm oulins ya no existía, y e llo s le abrieron la tumba I Y en voz b aja , en e s­tas horas de angustia, e llo s m ism os se o fre ­cían á la .muerte para absolverse por ha­berla llam ado, tan á m enudo contra com pa­ñeros de lucha, contra am igos suyos.

Saint-Just quería v iv ir: com prendía bien que la p olítica de la muerte era la negación de la R evolución, que ni siquiera las som ­bras ilustres podrían defenderla. Y con todo estaba com o obsesionado p or el fantasm a de los que había enviado al cadalso. |Y qué punzante m ezcla de m elancolía y de o rg u llo en las líneas que ha trazado después de la m uerte de D anton.!

«Tenía idea de que la m em oria de un a m i­g o de la hum anidad debe ser querida algún día, porque el hom bre ob ligado á aislarse d el mundo y de sí mismo echa su ancla en el porvenir y apretuja contra su corazón á /a posteridad , inocente de lo s m ales presen­tes.»

Saint-Just subraya en estas p alabras el llam am iento á un hom bre d esarraigad o ya de la vida : 1

«Dios, p rotector de la inocencia y de la verdad, ya que me colocaste entre p erver­sos, sería sin duda para que le.s arrancase la careta.

«La p o lítica había contado mucho com la

idea de que nadie se atrevería A atacar á hom bres cé leb res rodeados de gran aureola... He dejad o á m i esp alda todas estas d e b ili­d ad es; ya. no amo más que la verd ad en el universo, y esta verdad te la he dicho...

»L a s circunstancias no son d ifíc ile s sino para lo s que retroceden ante la tumba (subra­yad o por Saint-Just). Y o im ploro esta tum­ba com o un bien que me haría la P roviden ­cia para no tener que ser testigo de las m aldades tram adas contra mi p atria y la humanidad.

»Poco es abandonar una vida desgraciada en la cual está uno condenado A vegetar, cóm plice ó testim onio im potente del crimen...

»D esprecio el p olvo de que estoy fo rm ado; este p o lvo podrá ser p erseguido y hacerle m o rir ; pero desafío á que me arranquen esta vid a independienite que me he trazado en los sig lo s y en los cielos.»

E;s una exaltación som bría y esterilizadora. E sto s hom bres tenían los o jo s oomo fascin a ­dos p o r la puerta de la m uerte, que tan á menudo abrieron para los demás. Y c u el mom ento en que convendría in sp irar confianza en la R evolución y en la bondad de la vida y serenar los corazones obsesionados con re ­cuerdos sangrientos, só lo buscan descansar en la tumba.

Sin em bargo, R obespierre no podía perm a­necer e.n este estado suspensivo. La R evo lu ­ción. Francia y E u ro p a esperaban da el una palabra, una señal. Su prim er acto grande fué una falta . E n el mes de F loreal propuso á la Convención,, y lo hizo aceptar, después de un largo y elocuente discurso, el recono- m iento o fic ia l del Ser Suprem o y de la in­m ortalidad del alma. S i; fué una fa lta p o lí­tica decisiva. Y no porque estas afirm aciones deístas chocasen con la razón de la m ayor p arte de los franceses. R aros eran los ateos y los m aterialistas. Los mismos que, com o Danton, debían decir ante el tribunal revo ­lu cion ario: «La nada será pronto mi morada», habían creíd o político hablar de Dios. E l panteísm o m ateria lista podía también acep tar la p a la b ra D io s é in terpretarla. Los m ás deístas, com o el antiguo redactor del Diario de la M ontaña , Laveaux, estaban muy cerca de con fu ndir á D ios com «el orden de la N aturaleza». Y la misma Convención había decretado una «fiesta al Ser Suprem o y á la Naturaleza». T a l vez si entonces el so cia lis­mo hubiese lleg ad o á una. idea clara, iá tener una c lara y profunda corociencia de sí mismo, habría o b jeta d o que e l D ios exterior y sup e­rior al mundo, invocado por R o b esp ierre para com pletar ó enderezar la humana justicia, rom ­pía la solidaridad de los hom bres en el espacio y el tiem po. H acía justicia á cada uno de e llo s individualm ente, y todas estas alalias sep a­radas, todos estos espíritus cuyo destino se cum plía fuera de la hum anidad parecía que rebajaban la sociedad humana, ya que fuera y encim a de e lla es donde encontraban la felicid ad y el derecho. Pero el comunismo no tenía to d avía su fórm ula y no había p o ­dido m oldear una m etafísica del mundo.

D e otra parte, los que,, com o Condorceit, no querían otro E líseo que el que la. razón sabía crearse, eran ur.a m inoría ínfim a y verdaderam ente de poca monta. La gran c r i­sis revolu cion aria había exaltado en muchas alm as el sentido de la vida inm ortal. Los cristianos qus se habían dejad o invadir por

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la in d iferen cia del s ig lo , en. la dura prueba vo lv ían á encontrar el ardor de su fe. ¡C u á n ­tos .desde la carreta que les llevaba a l c a ­dalso buscaron con los o jo s entre la m u l­titud al sacerdote refractario que les había prom etido una señ a l de reconciliación, e te r­n a! Tam bién los revolucion arios en quienes R ousseau había insinuado la idea de la in ­m ortalidad com o un vago ensueño m oral, se aferraban á ella con todo el frenesí de la vida am enazada. E l cadalso llenaba la c iu ­dad con b rillo de inm ortalidad. E n sus su ­prem as p alabras ó en sus desesperados e s­critos, J o s girondin os atestigu aran su fe en D :o s y en el alm a inm ortal. D esde su p r i­sión, C am ilo D csm oulins podía á su esposa L u cila el libro de Platón sobre la in m ortali­dad del alm a. A muchos espíritus exaltados p o r la desgracia , por el heroísm o y por la g lo r ia , aparecíales la inm ortalidad com o la c ita sublim e que se daban los héroes de todos los s ig lo s : C arlo ta C o rd ay, con una seren i­dad antigua, decía que iba á reunirse en. los C am p os E líseo s con todos los que m urieron en todos los países y en todos los tiem pos p or la libertad y por la patria. E >1 paraíso cristia n o parecía .eclipsado, com o una e sp e ­cie de zona interm edia obscura, por la gran luz de g lo r ia inm ortal que irrad iaba de la R om a antigua y de la F ran cia m oderna. De D ecio ó de Lucrecia á C a rlo ta C orday, los C am p os E líseo s form aban com o un paseo luminoso, continuo y sereno, que los sig lo s de la E d ad M edia no interrum pían,

Y Saint-Just. en el g r ito doloroso y so b er­b io que acabo de citar, parece confundir la inm ortalidad del espíritu y la inm ortalidad de la g lo r ia : « . . .L a vida independiente que me he trazado en lo s s ig lo s y en los cielos...-

H asta en el decreto de la Convención no había abdicación, sino a l contrario, o rg u llo de la razón y de la libertad. Parecía que el reconocim iento de D ios por la Francia re vo ­lucionaria se a grega b a á los títulos de D ios.Y cuando en sus In stituciones Saint-Just h a ­bla del E tern o y de la inm ortalidad, diríase que somete los juicios del mismo D ios á los decretos de! pensam iento revolu cion ario:

«El p ueblo francés reconoce el Ser S u p re ­mo y la inm ortalidad del a lm a .. . E l alma inm ortal de los que han m uerto por la patria, de los que han. sido buenos ciudadanos, que han am ado á sus padres y no les han a b an ­donado nunca, está en el seno del Eterno».

Antes que D ios, es la R evolución la que prepara la p a rtid a para la eternidad á lo.s buenos y á los m alos, y el cie lo no es más que una especie de Panteón, invisib le donde Dios reside, pero del que la R evolución tie ­ne las llaves y abre las puertas á los que ella misma ha m arcado la frente con la señal de la inm ortalidad.

Así. pues, si el acto de R obesp ierre fué p eligro so y m alo, no es porque estuviese en contradicción violenta etvlre las fórm ulas deístas que im ponía y e l estad o de espíritu del p ueblo francés. Ñ o ; pero en prim er tér- mino, organ izan do la fiesta al Ser S u p re ­mo. prom ulgan do un dogm a filo só fico y o r ­ganizando una especie de culto, parecía que quería atraerse y hacerse suyos nuevos p o ­deres. E ra , en efecto, e l jefe del poder c iv il; se podía c r e e r que trataba de convertirse en jefe ele un poder re lig io so , y las desconfianzas se despertaban. A dem ás, en acecho siem pre los

curas del equívoco que p o d ría serles útil, iban repitiendo que este Ser Suprem o no era, d e s­pués de todo, o tra cosa que el D ios del cristianism o. La fiesta del Ser Suprem o se les aparecía com o una transición hacia la g lo rificació n oficia l de Jesús. Y R obespierre daba así más a las á la esperanza co n trarre­volucionaria de lo que había hecho E l V iejo C ordelero.

En fin, después de haber aplastado al he- bertism o com o facción, R obespierre se en car­nizaba todavía en tom ar sobre el espíritu hebertista una especie de desquite postum o, terrib le am enaza para los supervivientes.

E l com ité de Salud pública d ejó hacer. Pero ni B illau d-V aren n es, ni Collot. d ’Her- bois. ni B arere, aprobaron en. el fondo esta manifestación., que m arcaba sobre todo la tendencia re lig io sa particu lar de Robespierre. N o se había atrevido á abordar de frente el problem a. N o había dicho á estos m illares de hom bres que tenían confianza en é l: «Por estos cam inos debe pasar la Revolución.» N o: p reparaba un a lto revolucionario, desviando los esp íritu s hacia ideas que él juzgaba g r a n ­d e s ; por una especie de derivación re lig io sa y m oral, quería calm ar la fiebre revo lu cio ­naria. Pero eran estos cam inos obscuros y profundos. Y R obespierre se a islaba, se. s in ­gu larizab a. en e l cr ítico mom ento en que habría debido con ciliar, atraerse todas las fuerzas revolucion arias, m ezcla de bien y de mal.

D esde este m om ento los corazones se agrian , se d e sv ían , y la sem illa de las in­quietudes y de las desconfianzas ferm enta de nuevo en la R evolución. En un día e sp lén ­dido de PraLrial fué cuando R obespierre, p re­sidente de la Convención, d irig ió el co rte jo que llevaba á D ios e l reconocim iento oficial de la R evolución. C o rta fué la a legría que se d ib u jó en su sem blante. A lgun os m urm u­llo s y a lgu n o s apóstrofes de diputados le advirtieron la subida de los odios y de los tem ores. M archaba adelantándose un poco á la Convención : « ¡ l ie aquí el d icta d o r! ¡Q u ie ­re llam ar é l solo la atención del p u eb lo ! ¡N o le basta ser rey I ¡Q uiere ser D ios!»

A bríanse de nuevo y de repente los a b is­mos. ¡C ó m o ! ¿Sería necesario m atar más a ú n ? ¿ V erte r más san gre? S í; R obespierre quiere m atar; quiere anticiparse á sus ene­m igos que querían adelantársele, y en este circuito cerrado de desconfianzas y de terro ­res la corriente de la m uerte iba á pasar de nuevo.

Pero ahora, como atacado por la fiebie, R obespierre quiere acabar de una vez: ilu ­sión lúgubre y siem pre renaciente. Quiere p recip itar la m archa de la justicia revolu cio­naria y desem barazarla de todo obstáculo para que pueda descargar g o lp es decisivos. Prim eram onte, las prisiones están dem asiado llenas y R obespierre no puede ya abrirlas más ni siquiera por e l com ité de Justicia que oponía a l com ité de Clem encia de Cam ilo Desm oulins. D em asiado despertó, con su m al­hadada fiesta al Ser Suprem o, la esperanza de la contrarrevolución y la sospecha de los revolucionarios exaltados. E s necesario que mate á la con trarrevolución para poder te ­ner la fu erza y el derecho de castigar m or­talm ente á los revolucion arios que le am e­nazan. A lo.s restos del hebertism o, tal vez á una p arte del com ité. A sí recom ienza, con

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una m onotonía siniestra, el ju ego de báscu­la <|ue abatí« á hebertistas y dantonistas en un mismo cadalso. Pero esta vez tiene ncresidad de un instrum ento de muerte más espantosam ente equívoco.

Cuando había partidos, facciones, se les podía herir con definiciones gen erales, pero bastante precisas. T o d o partido tiene su ten ­dencia. su cara ' rística, que el juez revo lu ­cionario puede •. :ar. Pero cuando las fa c­ciones-están ro tas,'cu an d o el poder revo lu cio ­nario no teme 'más que los odios individuales, las intrigas obscuras y cam biantes, los g r u ­pos inciertos, es necesario que la ley de muerte sea deform e, como es deform e la co n s­piración temida.

R obespierre, por su im potencia a l sigu ien ­te día de su vic to ria sobre el hebertism o y el dantonism o, p o r las desconfianzas que su malhadada inspiración daista había d esp erta­do, se había o b ligad o á continuar n o ta n d o , y precisaba que m atase al m ism o tiem po, con una misma ley, en una confusión espantosa, á los con trarrevolucion arios, á los sosp e­chosos detenidos en las prisiones y á los hombres como C arrier, com o Fouché, como liarras, á los que él m etía m iedo y á¿quienes > temía. ¡

En su suprem o discurso de T erm id o r, d irá ' una palabra que es la clave de estos días ¡ som bríos: «La caída de las facciones ha I puesto en libertad todos los vicios.» C o n esto ¡ quería decir que el poder revolucionario, cu- i yo más a lto representante era, estaba am ena­zado, no ya por sistem as p olíticos, sino por la in triga dispersada de los egoísm os, de : las codicias y de los tem ores. N ecesitábase <jue la ley de muerte pudiera insinuarse hasta ) en la d iversidad de lo.s corazones. Y para - que pudiera adap tarse á todas las form as, -; p recisaba que e lla misma no tuviese form a, > que fuese una especie de espectro am biguo - que reclutaría sus víctim as en un m ism o día-I en las prisiones, en la M ontaña de la C o n ­vención y en el comité de Salud pública.. >

E s la ley de Praiirial. Se resum e creando I d e lito s terriblem ente vago s dispensando á i la acusación casi de toda prueba y retiran- t do al acusado todo m edio de defen sa:

«El tribunal revolucionario está instituido ‘ p a ra castigar á los enem igos del pueblo. ‘

» Los enem igos del pueblo son los q u e ’ 1 -buscan a n iq u ilar la libertad pública, sea por 1 la fuerza, sea por la astucia.

» L os enem igos del pueblo son los que provoquen el restablecim iento de la realeza •ó traten de envilecer ó d iso lver la Conven- <¡ón n acio n al y el gobiern o revo lu cion afio ■ y republicano, cuyo centro es.

» Los que traicionen á la R epú blica en el i m ando de las p lazas y de los e jército s y t, en cualquier otra función m ilitar...

» Los que im pidan el aprovisionam iento de París ó causen carestías en la R epública.

Verdaderam ente, con d elitos tan vagos no . había un sólo hom bre en Francia, co n trarre­volucionario ó revolucionario, que no e stu ­viese am enazado por la ley del 22 Prairial. ¡Y qué procedim iento tan sum ario! ] qué san ­

ción tan terrib le !Desde ahora, y en cualquier h ipótesis, R o ­

bespierre está perdido. E sta ley dem uestra que era incapaz para resolver la inm ensidad del problem a y de los acontecim ientos, y que

el m ism o vacío que dejó la desaparición de los adversarios le causaba vértigos.

E l exceso del T erro r debía conducir á su abolición. R obesp ierre soñó con intensificar el terrorism o, con cen trarlo en pocas sem a­nas esp an tosas i in olvidables, para tener la fuerza y el derecho de acabar con el te ­rrorism o. D iluyend o el T erro r, prolongán do­lo, se corría el riesgo de enervar para siem ­pre la R evolución. Que todo e l espanto se agru pe en pocos días. ¡Oh muerte, sinies­tra obrera, apresúrate, haz tu obra aprisa, n o . descanses día y noche y cuando tu lio rrib le labor haya term inado, se te despedirá definitivam ente !

E ra un sueño insensato, y m ejor que jugar * una partid a tan desesperada, R obespierre h a ­

bría debido, aun á riesgo de verse engañado, tener con fian za en los supervivientes de las facciones que había desbaratado.

T o d o s los representantes que en com isión habían, según R obespierre, «abusado de los principios revolucionarios» y com prom etido á la Convención con sus crueldades ó con sus desórdenes, T a llie n , B arras, C arrier y Fou- ché, leían en la cara de R obespierre, por im pasible é inm óvil que estuviese, su sen­tencia de muerte. Y por instinto dieron con el m edio de d efen sa: R obesp ierre tendía á la dictadura, ó m ejor, la e jercía ya. E n la fiesta al Ser Suprem o, a lgun as veces sordas, p ercep tib les á pesar de todo, habían m ur­m urado á su p aso : «Todavía quedan Brutos». La ley de P ra iria l no obtuvo el asentim iento m uy vivo de todo el com ité de Salud p ú ­blica. R obesp ierre la había redactado junto con Couthon y Saint-Just: los demás habían apechugado con ella . B illaud-V aren n es y Co- L’ot d ’ Herbois. com enzaban á espantarse, éste por su seguridad, aquél p or su parte de poder, de la prim acía de R obespierre. La Convención votó la ley con una reserva que anulaba casi todo e l efecto ú til que R o b e s­pierre esp erab a de ella. D ecretó que ún ica­mente la Convención podía proceder al a rre s­to de sus m iem bros. R obesp ierre no podría descargar los g o lp es rápidos y decisivos que m editaba.

Idéntica desconfianza en e l com ité de S e ­gu ridad gen eral, cuya oficina de policía, crea­da por R obesp ierre y anexionada por él al com ité de Salu d pública, había despertado som bras. R o b esp ierre se sintió envuelto por una red de hostilidades, y la ley tc.rribte

1 con la cual contaba para efectuar la liqui- 1 dación suprem a del T erro r, quedaba p a ra li­

zada y fa lsead a entre sus manos.Desde entonces, y con un repentino cam ­

bio de táctica, fin g ió desinteresarse de e l l a ; desde el momento en que esta ley no podía alcan zar á los prin cipales culp ables , los que se sentaban en la Convención, desde e l m o ­m ento en que no podía, en la hora escogida por el propio R obespierre, purificar la Re- vo 'ución desem barazán do'a de C arrier. Fou- ché. B arras, Bourdon del O iso y T a lien, co n ­vertíase en un estúpido instrum ento de de­g ü e llo inútil. Convenía, por lo tanto, d ejar toda la respon sabilidad de su funcionam ien­to á los que habían con trariad o su valor p o ­lítico.

Por su lado, el tribunal revolucionario, como si tam bién hubiese querido evitar las respon sabilidades espantosas afectando una apariencia de autom atism o, interpretó la ley

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como una ley do muerte m ecánica. Se tra ta ­ba de m atar lo m ás p osib le. L os acusados llenaban todos los días toda una serie, de g ra d a s: con una sola p alab ra se les en via­ba a l cadalso, y las cabezas catan á cente­nares. Fué el gran T erro r que más víctim as hizo en pocas sem anas desde el 212 P ra iria l al 9 T erm klor ; no hizo tan tas el régim en re vo ­lucionario desde M arzo de 179.3 a l 22 P ra i­rial, año II. E n torno de la gu illo tin a había una in triga espantosa. R obesp ierre no in ter­venía. no m oderaba el juego de la terrib le máquina, á fin de sign ificar bien que aquélla no era su máquina, que aq u élla ley no era su ley. Y por otro lado, F o urqu ier-T in ville , el acusador público, y los jurados, fin g ien ­do no ver que la ley había perdido una gran p a n e de lo que para R obesp ierre había sido su razón de ser, la hacían funcionar plena- .¡lente. S i hacía m ás odioso á R obesp ierre sin hacerle más fuerte, tanto, m ejo r ; esto les consolaba. Y R obesp ierre no podía decir : «Sabéis bien que la ley ha perdido su objeto, ya que n o puede hacer ju sticia en los m al­vados refu giad o s en la Convención.» N o ; no podía decir esto, no podía rep robar la m á­quina estropeada que m ataba en su nom bre. Sus enem igos no dejaban p asar ni una oca­sión de com prom eterle y perderle. M idieron gran ruido, en torno de la petición de un d e ­voto del SerSuprem o que pedía que no se pudiese p rofan ar e l nom bre de D ios con ju ­ram entos.

¿ Ib a á renacer, pues, la an tigu a in,quisi- i ciión ? S í; Inquisición y dictadura, y R o b e s - ' pierre, según p alabras de Saint-Just, iba á ; ser acusado de hacer m archar ante D io s las ¡ legiones de Sila.

U na ilum inada, una loca ..C atalin a Théos, am iga del benedictino don G esxle, anunciaba ‘ una era m ística en que R obesp ierre sería el (. salvad or de los hom bres. E l com ité de Se- 1 guridad gen eral in tervino en este asunto ri- r díeu'o, abultán dolo , y tra b a jo costó á Ro- bespierre poder salvar del cadalso á la p ro ­fetisa.

¿ P reparaba, pues, el in corru ptib le su tira ­nía corrom piendo el esp íritu de los. sim ­ples con el fanatism o re lig io so ? B arére, con una especie de apresuram iento am biguo, a la ­baba cínicam ente la ley de P ra irial, tal vez para hacer la corte á R obespierre acaso p ara a gravar el terror universal con com en­tarios de espanto.

«Unicamente — decía con una especie de jo via lid ad calcu lada y atroz, — únicam ente ’ los m uertos no vuelven.»

Billaud-V arenr.es y C o llo t d T Ie rb o is ó m ur­m uraban ó en las sesiones borrascosas del com ité de Salud p ú b lica atacaban á R o b e s­pierre. B arere se reservaba. Saint-Just esta ­ba en el e jército . Carnot y Prieur se ence­rraban en su esp ecialidad m ilitar. Lindet no se o cup aba más que de las subsistencias., y se había negado, á firm ar la m uerte de D a n ­ton. d icien do: «Estoy aquí para alim entar á 'os p atrio tas y no para matarles».

A islado, agriad o , R obesp ierre dejó de com ­parecer en el com ité de Salud pública á principios de M esidor. Por lo menos dejó de tom ar su pa.rte de. acción y de respon sa­bilidad. ¿ P o r qué H am el se obstina en ne­g a r lo ? E n vano cita unas cuantas firm as puestas por R obesp ierre en estas últim as se-

m anas al pie de algun os acuerdos del com i­té. E ran su p arte de tra b ajo mecánico.

P ero las deliberaciones p olíticas quedaron suspendidas. E l m ism o Saint-Just lo declara en su d iscurso del 9 T erm idor. R obesp ie­rre 110 podía contar ya con la ley de Prai­ria l y había fin g id o desinteresarse de ella. N a pudiendo y a contar con el com ité de S a ­lud p ú b lica fin ge desinteresarse también. En cam bio v a á p reparar su desquite. Intentará hacer caer, p o r otros m edios, las cabezas que la ley de. P ra iria l no podía darle. Se asegu ra de,l con curso más estrecho de los jacobinos, que continuaban estando unidos de corazón á. R obespierre. E n él, solo en él veían la dem ocracia, la R evolución soberana y organ izada. E n él, cada vez más, concen­traban la Revolución. L a Commune, en la cual el agen te nacional Payan ha sustituido á Chaum ette y el a lcalde F lcu riot á Pache, le es del todo devota. En sus manos está tam ­bién H enriot, com andante de la guardia na­cional. ¿ U tiliza rá la fuerza del pueblo para violentar á la Convención, para arrancarle, contra todos. los que él quiere perder, el decreto de acusación cuya in iciativa aquélla se había reservad o ? N o ; R obespierre cuenta todavía con la fuerza de su palabra, con s» autoridad m oral, que la in triga oculta ha p o ­dido m inar, pero que no ha destruido. En los Jacobin os tom a la ofensiva contra Fou- ché. Le reprocha su p o lítica m aterialista y atea en el N ièvre, le reprocha asim ism o, com o para m ezclar todos los agravios y dar garan tías á los revolucionarios, haber m al­tratado á los dem ócratas lioneses más fe r­vientes, á los am igos de Chalier.

Fouché se gu ard a bien de acep tar el com ­bate en campo, cerrado en los Jacobin os; sorprendido por el prim er ataque é in vita­do á exp licarse en una sesión ulterior, no com parece, pero anuda contra R obespierre los hilos de la conspiración. Por la noche va á a d vertir á los convencionales que sabe,

1 cree ó quiere creer que .están am enazados.Circulan listas de proscripción que el mie-

1 do y la in trig a aum entan to d o s los días.¿Q uién sabe si la Convención, en un sobre-

1 sa lto de va lo r y con el mismo exceso del ■miedo no se a treverá á ser la prim era en descargar el g o lp e ?

Precisam ente en e l período en. que R o ­bespierre parecía haber retirado su pensa­miento del com ité de Salud pública, las victorias se sucedían unas á otras más b r i­llantes. E l e jército de Sam bre y Meuse, constituido b a jo el mando de Jourdan, con K lcb er y M arceau por tenientes, había acen ­tuado su marcha y el 7 M osidor se había apoderado de C h arleroi, el 8, después de un la rg o y g lo rio so com bate, desalo jaba á los austríacos del cam po de b a ta lla de FIcu- rus y les obligaba á una retirada, y el d ía 22 entraba triunfalmemte en Bruselas. A cada nueva victoria hacíasele más d ifícil á R obesp ierre ca stig ar al com ité de Salud p ú ­blica, y por esto B arére dirá más tard e: «Las v icto rias se encarnizaban- sobre R obes­pierre com o furias.» E l momento de la crisis ha llegado.

R obespierre va á soñar á E rm enonville, sobre las huellas de R ousseau; va á pedir á la inocencia prim era de sus sueños y de sus pensam ientos la fuerza de ir hasta el final por e l cam ino sangriento, y e l día 8

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T erinM or presenta la b ata lla en la C on ven ­ción. Se q u e ja de que se h aya acusado p r i­mero al com ité de Salud p ública de d ictad u ­ra y de tiranía y quo poco á poco esta a cu ­sación la hayan concentrado sobre su cabeza. Se lam enta de >>ue para p erderle se le atribuya el deseo de .a r á la Convención á des­truirse e lla insana, á en tregarse en detalle. Afirm a que estos tem ores son vanos, que los bribones son en pequeño número, y p regu n ­ta si la R epública, que só lo por la virtud podía vivir, se •. sacrificará á este puñado de bribones.

; Bastará, pues, que la Convención le en ­tregue unas cuan tas cabezas para que esta d ificultad d esa p arezca ? ¿C u á l será, pues, la política, de R obespierre a l día siguiente ? Y la am enaza apenas d isfrazada que el d iscu r­so cont«.::ía con tra Cam bon, ¿b astará para que sea posib le una nueva p olítica financiera y económ ica ?

R obespierre no nom bró á estos bribones en pequeño número, y de, este m odo la am e­naza, que él quiso lim itar, siendo vaga, era inmensa. N o había un convencional que no estuviese d e b ajo de la cuchilla . Y después cuando e ste puñado de bribones haya desap a­recido, ¿qué seguridades tiene la C on ven ­ción de ciuc R obespierre no le pedirá inme­diatam ente una nueva hornada ?

N o se por qué dicen IJuchez y Roux que la fa lta decisiva del discurso de R obesp ie­rre esta b a e n no ser más que el p refacio del discurso que Saint-Just quería pronunciar al día siguiente, y en el cu a l anunciaba que el com ité de Salu d pública en tregaría sus poderes á la Convención. I.a suprem a táctica de Saiirvt-Just estuvo, en separarse á m edias de R obespierre. N ada autoriza para decir que su discurso fué. e l pensam iento del m ism o Robespierre. Sin duda no estaba dispuesto á d iso lver el gobiern o revo lu cion ario y á volver desarm ado en esta C onvención donde ferm entaban tantas có leras, rencores y te ­m ores. Y si la vaguedad de su discurso del 8 T erm idor fué una fa lta m ortal fué tam ­bién una fa lta in evitable. Por el cam ino en que había entrado R obespierre, no podía d e ­c ir : «Este será el último- paso». Se había condenado á reservarse siem pre la p o sib ili­dad de continuar matando.

Sin em bargo, el p restig io de R obespierre no se había aún disipado. Su discurso fué aplaudido. Pero C h alier, Cam bon, A m ar Bi- llaud-Varennes que la víspera fué expulsado- de lo.s Jacobinos, y Pañis se opusieron, á que so ejíviase. á los departam entos. Chalier quiso que R obesp ierre citase n om b res: «Cuan­do uno se van agloria de tener el va lo r de la virtud debe, tener tam bién el de la v e r­dad. N om brad á los que acusáis».

S i Robespierre. los nom braba, por pocos que fuesen, com o que representaban, todas las tendencias de la Convención, toda ésta se sentirá am enazada. Pero si n o se atrevía á nom brarlos, ¿qué solución esp eraba ? G u a r­dó silencio. B riard le destituyó en cierto m o ­do de su dictadura con una frase que resta­blecía el poder de la Convención,:

«Este os un gran proceso que la misma Convención, debe fallar».

Y la Convenció.!* acordó que el d iscurso no se enviaría á los departam entos. R obespierre h abía hecho el ensayo de su fu erza m oral, que no "bastó para dom ar k rebelión de los

convencionales am enazados. E sta b a perdido. Por la noche d ijo en los Jacobinos, después de haber lc.ído el discurso que acababa de pronunciar e.n la Convención: «Es mi testa­mento. de muerte».

Saiint-Just, de regreso del e jé rc ito , vióse so licitado, e n la noche trágica del 8 a l 9 T erm id o r, p o r los enem igos de R obesp ierre y por la "fracción del com ité de Salud p ú ­b lica de la cual era jefe Billaud-V'arennes. Saint-Just no quiso traicionar á Robespierre, pero buscó una transacción. Reconoció que R o b esp ierre hizo mSt en a le jarse durante tan to tiem po de las sesiones del com ité de Salud p úb.ica , pero acusó á B illaud-V aren- n e s y á C o lI o t d 'H erb o is de haber intentado, durante la ausencia de R obespierre incom o­dado, de Saint-Just d e legado á los e jé rc i­tos, de Juan. Bon Sainit-André siem pre en las costas ó en el niar, de Couthon enferm o, apoderarse del gobiern o revolucionario. Su plan parece haber sido renovar e l com ité de Salud pública, a m p liarlo para hacer desap a­recer el esp íritu de cotarro, y reanim ar, con esta m isma' renovación, ol pode.r de la Con­vención. Pero había pasado la hora de los p royectos transaccionales, que. no habrían tran ­q u ilizad o á nadie. En efecto ¿quién- dom i­naría en el com ité renovado ó com pletado ?

E l d ía 9 T erm id o r, Saint-Just no pudo leer más que las prim eras líneas de su d is­curso. E n tre R obespierre y sus enem igos la b ata lla se había em peñado á fondo. Bi- llaud-Varennes y T a llie n la dirigen.

T an pronto com o Saint-Just. a l p rin cip io m ism o de su discurso hizo alusión á sus con troversias con IHl!aud-Vare.nnes diciendo: «La confianza de los dos com ités m e honra­ba, p ero e sta tard e a lgun o ha lacerado mi corazón. Billaúd-Vare-enes le interrum pió v io ­lentam ente y se apoderó de la tribuna.

«Sabed, ciudadanos — exclam ó, — que a yer el presidente del tribun al revolucionario ha propuesto abiertam ente á los jacobinos a rro ­jar de la Convención á todos los hom bres im puros, es decir, á todos los que se quiere sa c rifica r; p ero el p ueb ’o está avisado y los patriotas sabrán m orir para defender la libertad.

«Sí, sí. . .», exclam a un gran núm ero de convencionales.

B illau d-V aren n es continúa :«A nuestros pies se. ha abierto un abism o :

es necesario llen arlo con nuestros cadáveres ó triun far de los traidores».

R obespierre sube á la tribuna para re p li­car, p ero los grito s de « ¡ab a jo ftl tiran o ! ¡ab a jo el tirano!» ahogan su voz. Era. el santo y seña concertado en los cor.ciliábulos n octur­nos que había m u ltip licado Fouché. T allien se lanzó de un- sa lto al lado de R o besp ierre:

«H asta aquí me im puse el silencio porque sabía por un hom bre am igo del tirano de F rancia que éste había form ado una lista de proscripción . No he querido recrim inar, p ero a yer presencié la sesión de los J aco ­binos y he tem ido por la patria. H e visto form arse e l e jé rcito del nuevo Cronw ell, y y me he arm ado de un puñal para atravesarle el corazón si la Convención nacional no tiene el valor do decretar su procesam iento.»

Pero ante todo, lo s enem igos de R o b esp ie­rre quieren rom per los puntales que éste podría encontrar fuera de la Convención. T a llie n pido la detención de H enriot y la

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perm anencia de la Convención «hasta que la esp a d a de la ley haya asegurado la R e vo lu ­ción». N o faltaba ya sino arrestar á R o b es­pierre, pero parece que ante e l acto d ecisi­vo, la Convención v a c i’ó. ¿ N o iba á herir de m uerte á la m ism a R evolución ?

T a l icn la decide y la arrastra , en sa lzan ­d o por encim a de todos los individuos la .gloria y la fuerza im personal de la R e v o ­lución.

D enuncia á «este hombre que debiendo ser en el com ité de Salud p ública e l d efen ­sor de los oprim idos, que debiendo estar en su puesto, lo ha abandonado durante cuatro décadas, ¿ y en qué ép o ca ? Cuando el e jé r ­c ito del N o rte in spiraba vivas inquietudes á sus co legas. Lo ha abandonado p ara venir aquí á calum niar al com ité cuando to d os sus m iem bros han salvado la patria» (grandes aplausos).

Y después de o to rg a r á los dos com ités todo e l beneficio de las victorias T allie n concentra sobre R obesp ierre toda, la respon sa­b ilidad del T e rro r:

«Los actos de opresióon p articu lar se han ■cometido durante e l -tiempo en que R o b esp ie­rre estuvo encargado de la p o lic ía general.»

«Es falso», exclam a R obesp ierre.Subió las prim eras grad as de las tribunas,

y no pudiendo hacerse escuchar en aquel tum ulto, llam ó con la m irada á los p atriotas de la M ontaña. Pero éstos no querían ya c o ­nocerle. Ha llegad o la hora del abandono. D esvían la cabeza. D espués, com o queriendo •oponer coalición A coalición, R obesp ierre e x ­clam a, d irig ién dose á toda la C onvención:

«Me d ir ijo á vosotros, hom bres puros, y 1 110 á los bandidos.»

¡ Pero cóm o ! la gu illo tin a m anejada por un hombre ¿va á en cargarse de d istinguir los hom bres puros de los bandidos ?

La tem pestad se desata más furiosam ente. R obesp ierre, próxim o á n aufragar, interpela á C o llo t d ’ H erbois, que presid ía y que a y u ­daba al n au frag io :

«Presidente de asesinos, ¿m e concederás la p a 'ab ra ?»

Pero el dantonista T huriot pasa á ocupar la presidencia, que abandona C o llo t. D e s­pués de la som bra m ezquina de H ébert, p re ­side la gran som bra de Danton. Y es D anton quien d ice á R o besp ierre:

«Tendrás la palabra cuando te toque, el turno.»

P ero verdaderam ente. ¿ habría contestado a sí e l propio Danton ? La voz de R o b e sp ie ­rre enroquece. G arnier del A ube le grita :

«La sangre de D an ton te ahoga.»Y con un suprem o y últim o esfuerzo de

p a ’abra, rep lica R o besp ierre:«Es que queréis ven gar á Danton,. C obar­

des, ¿ p o r qué no le defen disteis entonces?'»C reo sorprender en este apò stro fe suprem o

e l acento d e un desesperado pesar. E l obscu­ro Lauchet interviene decisivam ente:. «Pido el decreto de acusación contra Robespierre.» S e acuerda la detención, y no solam ente de R obespierre, sino la de Saint-Just y de Couthon. E l herm ano de R obesp ierre y Lebos pu.len el os m ism os que se les procese junto con su g ra n am igo.

Conm ovida, pero resuelta á acabar de una vez. la Convención: accede á sus instancias : todos juntos descienden á la barra y son en tregados á los u jieres, que vacilan en

poner la mano sobre los que hace poco re­presentaban todavía al gobiern o de la R evo lu ­ción triunfante.

¿F u é por m iedo ó ante una orden secre­ta ? Los carceleros de las prisiones n egáron ­se á recibir estos tem ibles prisioneros. E stos fuéronse al M unicipio, y en seguida, á p ro ­puesta de B arére, se les puso fuera de la ley. ¿ Iban á responder con la fuerza á este d ecreto? ¿In ten tará R obespierre, sostenido por la Commune, los jacobinos y la guardia nacional, vio lentar á la Convención ? V arios am igos suyos le instaron para que obrara en seguida.

D espués de a lgu n as vacilaciones, se negó. N o se le pedía ya un 31 de M ayo y un 2 de Junio. A l decretar la Convención su arre s­to, co locán dole fuera de la ley, se había em ­peñado to d a entera contra él. T en dría que luchar y vencer á toda la Convención. ¿E11 nom bre de qüé p rin cip io ? ¿En. virtud de qué derech o? ¿ Y qué haría al día siguien te? Ñ o sería más que un dictador perdido en el vacío y pron to devorado por los ejército s, un sub-Cronw ell' c iv il á merced del prim er aven ­turero m ilitar que pretendería co rreg ir el go lp e de E sta d o con otro go lp e de Estado-: R obesp ierre esperó. Sin em bargo, B arras y Leonardo Bourdon, en nom bre de la C onven­ción, recorrían las ca lles de. París, aren g an ­do á los ciudadanos contra e l tirano, con tra el faccioso. Y todos los que estaban cansados de la tensión extrem a de las cosas y que de la caida de R obespierre esperaban vagam ente no sé qué pacificación de la vida, todos los que s e ' conm ovían aún, después de tantas m utilaciones sangrientas, ante el p restig io de la C onvención y la palabra ley, se les jun ­taban. A rrastra ro n á varias secciones é inva­dieron el M unicipio. D e un. p isto letazo un gendarm e rom pe la m andíbula á R obesp ie­rre. Couthon resultó herido gravem ente de un sablazo. Lebas se levantó él mismo la tapa de los sesos. Saint-Just, o rgu llo so y estoico, perm aneció silencioso é inconm ovi­ble ante los insultos.

R obesp ierre fué transp ortado ensangrenta­do al com ité de Salud pública, y a llí, ten­dido sobre una tabla, enjugando con su p a ­ñuelo su c ruel herida, insensible á los co bar­des insultos, se reco gió en espera de la muerte. T a l vez apareciósele verdaderam en­te com o una libertadora. La libertadora de un p loblem a en que sucum bía su espíritu y de las¡ responsabilidades desproporcionadas al gen io humano. Le libertaba tam bién de la turbación que sin duda causáronle el suplicio de ‘Danton y de C;im ilo D esm oulins. Y a que potf la Revolución m oría, ¿no tenía el dere-

' chot'dc m atar por e lla ?E i 10 T crm id or, á m ediodía, por orden

de B lllaud-V arennes, los presos fueron tran s­feridos á la C on serjería . E ra necesario que el itinerario de su suprem o v ia je les co n ­fundiera con todos los que e llo s habían en viado, á, la muerte. A las cuatro fueron con ­ducidos a l cadalso . A lgun as m ujeres b a ila ­ban detrás de la carreta y apostrofaban á R obespierre, que sonrió tristem ente y sin duda las perdonó. T en ía fe en la justicia del porvenir. A l pasar por delante de la casa de D u p la y , un m uchacho manchó de san­gra la puerta. R obespierre desvió la cabe­za, pero n i una lágrim a bañó sus o jo s. N o había cerrad o su corazón al dolor, pero ha-

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1 >ía 1 o dom ado al servicio de la R evolución y la patria.

E stá siem pre perm itido a l h istoriador o p o ­ner hipótesis a l destino. Le está perm itido decir: «He aquí las fa lta s de los hom bres, he aquí faltas de los partidos», <5 im a­ginar qi sin estas fa ltas los acontecim ien­tos habrían tenido otro curso. He. dicho* cu a ­les fueron, sobre todo después del 31 de Mayo, los servicios inmensos de R o besp ie­rre, organ izan do el poder revolu cion ario , s a l­vando i F ran cia de la guerra c iv il, de la anarquía y de la derrota. H e dicho asim is­mo de qué inodo, después de haber a p la s ­tado al hebertism o, in vadióle la duda, la ceguera y e l vértigo.

Pero lo que no hay que o lvid ar -nunca cuando se juzga á estos hom bres, es que el problem a que el destino les había im ­puesto era form idable y sin duda superior á tas fuerzas humanas. T a l vez n o le era posible á una so la generación d erribar el antiguo régim en, crear un n uevo derecho, suscitar de las profundidades de la ign o ran ­cia. de la p obreza y de la m iseria un pueblo ilustrado y fiero , hacerle luchar contra el mundo • co a lig a d o de los tiran os y de los esclavos, tender y exasperar en este com ba­te todas las pasiones y todas las fuerzas y asegu rar al m ism o tiem po l a evolución del país enardecido hacia el orden .normal de Ui libertad reglam entada. Un s ig lo ha sido n e ­cesario ;í la F ran cia de la R evolución y pasar por innum erables pruebas, recaídas de m onarquía, despertares de R epú blica, i n * vasiones, desm em bram ientos, g o lp es de. E s ­tado y gu erras civ iles p ara lleg ar a l fin á la organización de la R ep ú b lica y al e sta ­blecim iento de la libertad por el sufragio universal. A los gran des obreros de revo ­lución y de dem ocracia que trabajaron y com batieron hace más de un s ig lo no p o d e­mos hacerles respon sables de una obra que sólo podían llevar á cabo varias g e n era cio ­nes. J u zg arles com o si debiesen cerrar el dram a, com o si la historia no debiese con-, tinuar tras e llo s , es una in fan tilidad y una injusticia. Su o b ra es necesariam ente limitan da, pero es grande. Han afirm ado la idea.' de dem ocracia en toda su am plitud. Han dado al mundo el prim er e jem p lo de un gran país- gobernándose y salvándose con la fuerza del pueblo^ toda entera. Han dado á la Revolución el m agnífico p restig io de ia idea y el p restig io necesario de la v ic ­toria, y han dado á la F rancia y a l imin- do un im pulso tan p ro d igio so hacia la l i ­bertad que, 4 pesar de la reacción y de los eclipses, el nuevo derecho ha tom ado definitivam ente posesión de la historia.

Este nuevo derecho lo reivindica el so ­cia lism o y se ap o ya en é l. E s un partido de dem ocracia en su grad o más a lto , ya que quiere organ izar la soberanía de todos tanto en el orden económ ico com o en el o rd en p o ­lítico. Y sobre el derecho de la persona hu­m ana funda la so cied ad nueva, ya que quie­re dar á todos los individuos los m edios con cretos de d esarro llo , únicos que le p er­m itirán realizarse p or entero.

E n plena lucha he escrito esta lar~a h is­toria de la R evolución hasta el 9 T e im id o r:

lucha contra los enem igos del socialism o, de la R ep ú b lica y de la dem ocracia; lucha entre los socialistas m ism os sobre el m e­jor m étodo de acción y de com bate. Y cu an ­to m ás avanzaba en m i trab ajo b a jo los fuegos cruzados de esta batalla, más se a fir ­maba m i convicción de que la dem ocracia para e l p roletariado, una gran conquista..

E s juntam ente un m edio de acción decisivo y una form a tipo según la cual las re la ­ciones económ icas deben, ordenarse como las relacion es p o líticas. D e ahí la a leg ría con que lie notado la ardiente corrietute de so ­cia lism o que s alia com o de un horno de la R evolución y de la dem ocracia.

N osotros somos, en un gran sentido, en el sentido en que lo entendía B abeuf evocando á R obespierre, el p artid o de la dem ocracia y de la Revolución. P ero no nos hemos in­m ovilizado y helado aquí. No pretendem os fija r la sociedad humana en las fórm ulas económ icas y sociales que prevalecieron d es­de 1789 á 1795, y que respondían á co n d i­ciones de vida y de producción hoy abolidas. D em asiado á menudo los partidos dem ocrá­ticos burgueses se lim itan á recoger al pie del volcan algun os fragm entos de lava en ­friada, e n recoger un poco de ceniza a p a g a ­da al rededor deJ horno. E l ardiente metal debe co rrer por m oldes nuevos.

E l problem a de la prop iedad no se p lan ­tea, no puede ya p lantearse com o en. 1789 ó en 1 793. La propiedad individual podía a p a ­recer entonces com o una form a y una g a ­rantía de la personalidad humana. Con la gran industria cap ita lista , la asociación social de los productores, la propiedad común y co lectiva de los gran des m edios de trab ajo , se ha convertido en coadición de la un iver­sal em ancipación. Y para arran car la R evo lu ­ción y la dem ocracia á lo que ahora tiene- de anticuada y de retró grad a en las con cep ­ciones burguesas, es necesaria una fuerte acción de clase del p ro letariado organizado.

D e c la se y no de. secta, porque es toda, la dem ocracia, es toda la vida lo que el p ro letariad o debe o rgan izar, y no puede o r­gan izar la dem ocracia y la vid a sino m ezclán ­dose á e lla . G rande y libre acción b a jo la di-sciplina de un c la ro ideal. P o lítica de dem o­cracia y política d e c la se : he aquí los dos térm inos, de ningún modo co n tra d ic to r io s , entre los cu ales se m ueve La fuerza p ro leta ­ria. y que la historia confundirá un día en la unidad de la dem ocracia social.

D e este modo el socialism o está en re la ­ción cor. la R evolución sin encadenarse á e lla .Y por esto hemos seguido con espíritu libre y corazón ferviente los heroicos esfuerzo» de la dem ocracia revolucionaria.

T ra s la d o á m anos de nuestros am igos la antorcha cuya llam a han a g ita d o tantos vien ­tos de tem pestad y que á sí misma se ha devorado ilum inando al mundo trágicam ente. L lam a atorm entada, pero inm ortal, que se encarnizaron, en ap agar el despotism o y la con trarrevolución , y que siem pre reavivada, se a p lic a rá en una ardiente esperanza so ­cia lista . A hora es en la turbulenta atm ósfera de T erm idor donde va á debatirse la c la r i­dad de la R evolución.

Juan J A U R E S .

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Una entrevista con Jaurés(Conclución)

s a la oleosa de arrabal, aquel ser tan blando y tan deferente se transform a y se agigan ta. .Sus gestos cobran una am plitud que im po­ne. Su palabra, que llega á la vez al senti­m iento y á la razón, provoca grandes c o ­rrientes de entusiasm o y arrebata á los grup os y los deslum bra. Su silueta sólida y pesada se inm aterializa y se hace e le g a n ­te. Se diría que dentro de aquel ser afable y m odesto hay otro épicam ente gran d io so que sólo surge al con ju ro de los gran des co n ­flictos.

Sin em bargo, si se observa bien, pocos p o lítico s presentan tanta unidad de carácter, de pensam iento y de acción., com o este d iscu ­tido prop agan dista. La aparente dualidad que acabam os de hacer sentir, 110 es más que un esp ejism o sugerid o por nuestras costum bres y nuestra m anera de encarar las cosas. Im a­ginarnos que quien e jerce una influencia tan segura, exterioriza una acción tan brillante, y pesa de tal m odo sobre las decisiones de s u ; contem poráneos, tiene que m antener en la vid a f a m iliar una invariable vibración tr á g i­ca y resultar en todo momento una especie de Júpiter tonar.te. una m áquina rem ovedo- ra de infinitos. N ada m ás a rtific ia l que esa con cep ción sim plista. Aunque lleve dentro de sí e l presentim iento de las inm ensidades un hom bre es siem pre un hom bre, es decir, un anim al su je to á exigen cias subalternas é in ­m ediatas, d istraído por hechos fú tiles y sin consecuencia, so licitad o por la vida menuda que nos sitia en todo momeruto, aun cuando im aginam os bogar en pleno azul. Y la sin ceri­dad de m ostrarse así. humano, á pesar de

' tocios los talentos y todos los triun fos, es una de las prendas que hablan más en favor de un gran carácter. Los que representan á todas horas su p ersonaje de inm ortalidad, los que se imponen una actitud n ebulosa que ofusca* á los pobres de espíritu, no son más que incom pletos que ocultan sus deficiencias sim ulando perfecciones. Los tem peram entos só lidos que saben lo que pueden y lo que sign ifican , se abandonan buenamente á su tendencia n atural, porque, en vez de tener la Vanidad de parecer, tienen, la confianza de lo que son.

De ahí que nada resultase más sim pático que la sim plicidad bonachona co:i que Jaurés se acurrucó en un á n g u 'o del coche, d esen vo l­vió una ma.r.ita vieja, puso el som brero sobre el enrejado, sonrió en; su barb" ""n ven tual y se dispuso íi com enzar la charla.

* * *

— De la conferencia de A lg e c ira s no puede salir la gu erra ,— me declaró e l leader de la fracción co lectiv ista ,— porque e,n realidad nin­gu na nación tiene interés en p recip itarla . Los reaccionarios de Alem ania, com o los de F ra n ­cia. no ocultan, es verdad, su deseo de re ­cu rrir á los argum entos ú ltim o s; pe>ro los reaccionarios 1:0 son más que una m inoría tanto de este com o de aquel lado de la fro n ­tera. Eil pueblo, la masa, es hostil á todo choque, porque sabe que las gran des co n vu l­siones sólo favorecen en gen eral á los p r o ­veedores de los e jé rc ito s , á los gran des in­d ustria les y á los políticos im perialistas. Sin

contar con que, aparte de los sacrificios de sangre y de dinero que impone, la guerra com prom ete dentro de cada país la libertad y las conquistas dem ocráticas. Im aginem os á Francia vencedora, por ejem plo. Dadas las pretensiones y los ideales de cada partido, no es d ifíc il prever que las instituciones re ­publicanas p eligrarían bajo el sable del g e ­neral ^victorioso, que soñaría resucitar las pom pas de N apoleón y plantar de. nuevo nuestra bandera en* todas las cap ita les de E uropa. Supongam os, por e l contrario, un triun fo alem án. L os laureles fo rtificarían el o rg u llo del kaiser y afianzarían en. la Europa C en tral el actual o.rden de cosas, deteniendo las aspiracion es dem ocráticas y proclam ando la debilid ad y la im potencia de las in stitu­ciones republicanas. De manera que. fuera cual fuera el resultado, una guerra resultaría en el momento actual y desde nuestro punto de vista un retroceso. E n vano nos repiten que el pueblo vencedor entraría en. una era de p ro sp erid ad d eslu m b ra n te .. . La v^\dad es que los dos C om batien tes quedarían extenua­dos y que aun aquel que obtuviese todas las ven ta jas necesitaría el esfu erzo de muchos

.5 años para reponerse. Una gu erra sería hoy una ca tá stro fe ir r e .p a ^ ¿ e y n ingún hom ­bre sensato la p u e d c ^ ^ H ir .. .

Jaurés se in te jp A l^ ^ V u n instante, y yo in sin u é:

— Sin em bargo, hay en F rancia un partido que tra b a ja en favor de ella.

— Y este partido se divide en d o s— esta­bleció J a^ tts, — igualm ente p e lig ro so s: el que dese/H ana alianza con In glaterra para d escalabrar á A lem ania y el que am biciona un acuerdo con A lem ania para pulverizar á In glaterra . T o d o e llo proviene de un estado mental curioso. E l gru p o tradición«lista que sueña establecer la hegem onía francesa e.n E uro p a, cree que. para co n segu ir esto basta hu­m illa rá otra nación. No cuenta con las coali- cior.es p osib les con tra el vencedor, que re su l­taría lógicam ente un p eligro para los otros p aí­ses, ni se pregunta s i es prudente ju gar los destinos de una colectividad á cara ó escudo. Porque una gu erra es un terreno desconocido d é 'd o n d e puede salir el triunfo ó la derrota. N uestros im perialistas (también los hay en

i Fm jicia j, no creen en la p osibilidad de ex- ’ teífder el p restig io y la influencia del país

por. los m edios p acíficos, que son, sin em bar­go, los más eficaces y los m enos a leato rios

¡. en ..e sta s épocas. E l partid o llam ado «colo­nial» com puesto de hom bres de cap ita l y

de am biciones que piden nuevas zonas donde d esa rro llar su actividad 110 quiere renunciar á una dom inación sobre M arruecos y trata de .ensanchar las proporciones del asunto d ispuesto á todo. Pero la F ran cia, com o n a ­ción, no tiene inmenso interés en d irig ir sola la .política de esc p aís ni en obtener m u­chas más partes que los otros en la em presa bancaria que se está n eg o cia n d o .. .

Jaurés se en volv ió m ejor en su m anta v ie ­ja. . . E l tren acababa de detenerse en una estación. A través de los vid rio s em pañados v i una confusión, de som bras que hervían b a jo la luz blanca de los focos e lé c tr ic o s .. .

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— Pero— insistí—-la p o lítica de M. D elcassé era entonces la -traducción, directa de los deseos de esos grupos.

— Lo era, pero 110 com pletam ente. M. D c l­cassé perseguí.;» un gran sueño am bicioso: aislar á A lem ania é im ponerle condiciones. Dueño a luto dentro de su m inisterio d u ­rante va /s años, estuvo á punto de desenca­denar una sorpresa. Felizm ente hubo tiem po de evitar las consecuencias de su o rg u llo . Porque la p olítica exterior de F ran cia debe traducir los anhelos co lectivos y ser pacífica y con ciliadora dentro de la dignidad. L e jo s do com prom eter las fuerzas ¡del país en una aventura, conviene servirse de e lla s para rea ­lizar en el seno- mismo de la agru p ació n la justicia necesaria. . .

* * *

E l tren ráp id o corría en la noche p erse­gu id o por una luna redonda que vertía su claridad sobre los cam pos. D e largo en largo atravesábam os sin detenernos una m inúscula estación cu y o haz de luces parecía rayar los vidrios y nos hundíam os otra vez en. las tin ie­blas de donde, su rg ía á veces, desteñido y pequeño. el cam panario de los v illo rrio s a p a ­cibles, dorm idos á ambos lados del viaducto y agazapados junto á los r ie le s y los hilos

del telégrafo- que, lo s ponen en contacto con las ciudades enorm es. E n la soledad vasta de la llanura que dejaba entrever su ferti.li- dad alim en tada por tantas generaciones de cam pesinos obstinados, me pareció ver surgir en un g a lo p e de pesadi.lla las visiones es pantosas de la g u e r r a .. A q u ellas com arcas felices que se abrirían con el alba á la la ­bor fecunda, podían ser sorprendidas de p ro n ­to p or la avalancha de un e jército que b a rre ­ría la vida, com o una tem pestad im placable desencadenada por la am bición y la locura de los h o m b res.. .

— Pero la paz me parece inconm ovible— confirm ó e l optim ism o reconfortante de J au ­rès. com o si respondiera á mis pensam ientos íntim os,— las elecciones de abril robustecerán en la C ám ara e l p restig io de la m a y o r ía .. . E stam os en pleno período e lecto ral y es p o ­sible form ular p re v is io n e s.. . Yo creo que los p artid os avanzados ganará™ te rre n o .. .

C uando llegam os á B ruselas, antes de las once, el andén de la estación estaba so litario.Y muy pocos pudieron sospechar que el hom ­bre m odesto que se inclinaba b a jo el peso de su m aleta obscura era el fam oso tribuno de ce lebrid ad universal.

M anuel U G A R T E .

Astros é ideas

Océano de vibraciones E l universo, aniquila Cuanto crea. Lucha á muerte E s la lucha de la vida.¡ Devenir, devenir siempre,Es del Cosm os la con sign a! Los instintos inmortales E invariables, iluminan Con estrellas los espacios, Con hermosura los días. Señoreando de igual modo

A Alheño Ghiraltio.

Al monarca y á la hormiga.El por qué de la jornada, Inconsciente é infinita,A l través de los abismos,Ni se ve ni se adivina.D e estupor se siente presa Toda alma que divisa La embriaguez de las esferasY lo hondo de las simas E n que ruedan, olas locas,E11 la noche sin medida.

Víctor A R R E G U IN E .

rNÚMERO PROXIMO DE “ IDEAS Y FIGURAS

PROCESO ROMANOFF - DENUCIOpor el Doctor CIPRIANO BARDI

PROLOGO DEL D r. HERMINIO J- QUIRÓS EPÍLOGO DE ALBERTO GHIRALDO

S U M A R I O :I — Relación del proceso.II — El escrito de defensa.III — Informe in-voce ante la Cámara Criminal.IV — Autos de la Cámara.V — Estado actual del proceso.

Para regular el tira je de este núm ero indicam os á los ajentes, lib reros, sociedades y personas especialm ente interesadas en su d ifusión, hagan con anticipación sus pedidos determ inando,exactam ente, la cantidad de ejem plares que deseen.

LA ADM INISTRACIÓ N

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MARIA-CLARA El milagro lite ra rio He los últimos tiempos.'Ip ' El famoso lib ro de M argarita

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