israel en oriente medio
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Texto da conferencia pronunciada polo Embaixador de Israel en España, Raphael Schutz en Vigo o 23.07.09TRANSCRIPT
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Israel en oriente medio
Vigo, 23 de julio de 2009
Raphael Schutz
Embajador de Israel Buenos días,
Quiero iniciar mis palabras agradeciendo esta oportunidad para exponer la
perspectiva israelí y la mía en particular en cuanto al tema de oriente medio.
Considero importante las oportunidades como esta pues en los medios de
comunicación se oye hablar de Israel mucho, pero de hecho se sabe poco. En
España, la falta de conocimientos sobre mi país es más profunda que en otros
sitios de Europa. Esto tiene unas raíces históricas profundas y complejas. En esta
ocasión no voy a tratar de analizarlas de forma detallada; destacaré sólo dos:
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1. Durante casi 500 años, desde la expulsión de 1492, los españoles no
han tenido prácticamente ningún contacto con judíos de verdad, de
carne y hueso, sino sólo con estereotipos más o menos fantasmáticos y
casi siempre negativos.
2. Por razones geopolíticas, las relaciones entre nuestros dos países se
establecieron tardíamente, en 1986, mientras que con la mayor parte de
los países del mundo occidental se establecieron al fundarse el estado
de Israel en 1948. Nuestras relaciones diplomáticas cumplieron este
año su vigésimo tercer aniversario. En cuanto al conocimiento de Israel
en España nos queda todavía un largo camino por recorrer.
Dos elementos significativos de la esencia israelí, generalmente ausentes de los
análisis hechos desde aquí de nuestra sociedad, son la experiencia de la
emigración y la de ser refugiados. En la actualidad, alrededor del 70% de los
ciudadanos de Israel han nacido en el país, lo que significa que en torno a un
tercio de su población ha inmigrado desde sus países de origen. Un dato aun más
llamativo es que aproximadamente el 85% de los padres de quienes han nacido
en Israel no nacieron allí, sino que emigraron, en general como consecuencia de
persecuciones con trasfondo religioso o nacional. Esto significa también que la
abrumadora mayoría de los israelíes que como yo nacieron en Israel lleva
consigo la experiencia de ser refugiados y emigrantes heredada de sus padres.
Yo, como acabo de mencionar nací en Israel, pero mis padres llegaron como
refugiados de Alemania. Siendo niños, en la década de los 30 del siglo pasado,
huyeron junto a mis abuelos cuando los nazis subieron al poder, salvándose así
de ser exterminados durante el Holocausto. Uno de los rasgos característicos de
esta experiencia es un sentimiento y una sensación de falta de seguridad
existencial. No tenemos por cosa obvia la estabilidad del suelo que pisamos.
Es por esto que cuando en una de las entrevistas que realice para medios de
comunicación españoles el año pasado con motivo del 60º aniversario, el
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periodista me preguntó cómo veía a Israel dentro de 60 años, aunque respondí lo
que respondí, dos pensamientos cruzaron mi mente: 1) aparentemente no es una
pregunta que harían a embajadores de otros países, y 2) se trata, sin embargo, de
una pregunta procedente, pues también nosotros, los israelíes, nos la planteamos.
Más de 60 años ya, pero todavía no asumimos como algo evidente la idea de que
seguiremos existiendo colectivamente dentro de otros 60 años.
Más allá de ser una sociedad de inmigrantes hay otros factores que ahondan esa
sensación de inseguridad. Hay una maquinaria de propaganda poderosa, en su
mayoría dirigida desde afuera, pero también derivada, en parte, de nuestra
propia idiosincrasia que complica la cuestión –a priori simple– de cómo
percibimos nuestro futuro.
Represento a un estado cuyo ejército tiene capacidades que muy pocos otros
ejércitos tienen, con una renta per cápita de nivel europeo y superior a la de
cualquiera de sus vecinos, y que se encuentra en el selecto club de países que
lideran la revolución de la sociedad de la información y de las nuevas
tecnologías. Sin embargo, con toda la fuerza de nuestro ejército y los fantásticos
logros, Israel funciona en gran medida como una pequeña comunidad temerosa
de un pogromo, de una matanza.
Es entendible. Los 70 años transcurridos desde el proyecto de Hitler son una
coma, no son nada desde la perspectiva histórica ni en relación con la magnitud
del trauma. Con el paso del tiempo que supuestamente debería haber curado las
heridas y las cicatrices en el cuerpo y en el alma de la nación, en la humanidad
surgen nuevos imitadores que quieren terminar la obra de los nazis.
Los judíos hemos sido siempre un pueblo con perspectiva histórica. No sólo
tenemos marcado en nuestro ADN colectivo la Shoá, el Holocausto. También
somos conscientes de que los dos periodos anteriores de plena soberanía judía en
la tierra de Israel no habían sido largos. El primer período, en tiempos del primer
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Templo duró 75 años; en la época del segundo Templo, durante el cual el reino
de Israel llegó a ser una potencia regional militar y económicamente fuerte, la
plena soberanía duró sólo 66 años. Concluyó con la destrucción total de la
soberanía y con un exilio que se prolongó por cerca de 2000 años. Para
cualquier israelí con conciencia histórica resulta, pues, poco natural considerar
como una cosa obvia la supervivencia de la actual tercera soberanía.
Hay quienes conocen Israel a través de sus paisajes bíblicos, hay quienes lo
relacionan con los lugares santos de las tres religiones monoteístas, hay muchos,
quizás demasiados, que lo identifican con su poder militar y con el conflicto con
sus vecinos, aunque también hay quien lo ve a través de sus iniciativas sociales,
como el kibúts, o a través de sus avances tecnológicos.
Pero me atrevería a decir que quien conoce Israel a través de uno sólo, de
algunos o incluso a través de todos estos elementos, no puede conocer ni
entender Israel. Para llegar a un conocimiento profundo, verdadero, de la esencia
israelí hay que entender los temores de Israel. Sus temores nacionales y sus
temores personales. Estos temores son en gran medida el resultado de ser una
sociedad formada por refugiados e inmigrantes
Definir a un país a través de la suma de sus temores puede ser una tesis difícil de
digerir. Aun así, creo que se puede demostrar que dichos temores han sido el
motor que empujó a Israel hacia sus mayores logros, no sólo en lo militar, sino
en todos los aspectos de la vida. Cuando las preguntas existenciales son
compañeras de nuestra vida cotidiana, se puede entender que la vida se vuelva
más intensa, lo cual se manifiesta en la cultura, la literatura, la tecnología, la
academia y en todos los demás ámbitos de la vida.
Por otra parte, nuestros temores son también responsables de nuestras grandes
deficiencias y sobre todo de nuestra dificultad para matizar, para pensar en
términos relativos, para responder adecuadamente a cada situación.
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Cuando durante años el estado mental nacional traducido a términos políticos es
de un permanente sentimiento de temor o miedo a lo peor, el resultado es buscar
el apoyo de forma exagerada en el ejército, primar las consideraciones de
seguridad, temor a tomar iniciativas, encerramiento, pasividad y pérdida del
sentido de la proporción.
El terrorismo palestino que padecemos es criminal e indiscriminado pero no
constituye una amenaza para la existencia de Israel y, desde luego, no es
Auschwitz. Quienes lo ponen al mismo nivel, cometen el mismo pecado que los
negacionistas del Holocausto, al comparar fenómenos no comparables. Además,
se convierte en un obstáculo para cualquier intento de solucionar el problema.
En otras palabras, el mayor problema que veo e identifico por parte nuestra,
como israelíes, es que el temor existencial bloquea nuestro camino hacia una
especie de normalidad. Los visionarios de la idea sionista como Herzl, Ben
Gurion u otros, vieron a Israel como el hogar nacional del pueblo judío donde
podría vivir como los demás pueblos. En muchos aspectos, el éxito superó las
expectativas previas, pero no se puede decir que Israel sea un país normal. Sus
dilemas cotidianos son bastante diferentes de los de cualquier otro país del
mundo occidental del cual nos consideramos parte. Nuestra responsabilidad
como israelíes es percibir adecuadamente estos dilemas, afrontarlos y, en la
medida de lo posible, solucionarlos y, en todo caso, no utilizarlos como excusa
para dejar de abordar cuestiones cotidianas “normales” como la educación, el
apoyo a los desfavorecidos de nuestra sociedad o los temas relacionados con el
medio ambiente. Después de todo, en Israel mueren cada año más personas por
contaminación ambiental que por ataques terroristas.
Al mismo tiempo, es muy importante que vosotros aquí y la comunidad
internacional en general recordéis que no somos paranoicos. Nuestros temores,
lamentablemente, están fundamentados en la realidad. Ahmadineyad no es un
personaje de cómic y las aspiraciones nucleares iraníes no son fruto de la
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imaginación de un guionista de Hollywood. Hamás, Hizbalá, Al-Qaeda y otros
tampoco son “malos de película” sino malos muy concretos y reales.
En el mundo occidental, especialmente en Europa, hay elementos extremistas
radicales que cooperan con Irán, Hamás o Hizbalá, niegan a Israel su derecho a
existir como estado judío y proponen levantar en su lugar un estado binacional,
negándose así por completo el derecho natural del pueblo judío a la
autodeterminación. Muchas veces lo hacen a través del uso de datos falsos y
terminología complementaria. A eso precisamente me refería al hablar de
maquinaria de propaganda cuando he hablado de nuestros temores. No voy a
entrar en la composición y motivos de esta maquinaria propagandística ya que
podría ser, por sí solo, materia de otra conferencia. Me limitaré a facilitarles
algunas palabras clave como medida de identificación y alerta: cada vez que se
encuentren términos como genocidio, apartheid, racismo, colonialismo,
imperialismo, política expansionista, sepan que se trata de una parte de la misma
gran mentira destinada a deslegitimar a Israel y su derecho a existir como estado
de los judíos.
Dicho esto, encuentro importante desarrollar algunos puntos: en primer lugar, el
tema de los refugiados palestinos que suele ir ligado a un supuesto derecho de
retorno.
El debate mediático sobre esta cuestión, en España y en otros lugares, se plantea
de forma sesgada y descontextualizada. En general, se asume que existe un
problema de refugiados palestinos que sufren desde hace sesenta años y que la
solución a su problema es su retorno a los lugares que se vieron obligados a
dejar. Son fórmulas simplistas que ante todo indican pereza intelectual por parte
de quienes las defienden y su falta de voluntad de abordar con honestidad los
acontecimientos históricos y las consecuencias derivadas de sus posturas.
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Los datos históricos fundamentales son los siguientes:
1) La ONU aprobó en 1947 la resolución 181 en la que se establecía la
creación de un estado judío y de un estado palestino.
2) El liderazgo judío aceptó la resolución; el palestino, alentado por los
países árabes, lo rechazó, declarando la guerra para impedir el
establecimiento del estado judío y aniquilar a su población.
3) La guerra la ganaron los judíos y el estado de Israel se convirtió en una
realidad. Si los palestinos hubieran aceptado la 181, habrían podido
festejar con nosotros 61 años de independencia.
4) El problema de los refugiados palestinos surge precisamente en el
contexto de esta guerra impuesta por los propios palestinos y los países
árabes. Alrededor de 650.000 dejaron sus hogares: una parte, expulsados
por la fuerza, otra, huyó por temor a la guerra, y los más, se marcharon
siguiendo las consignas de los líderes árabes que les prometieron que
regresarían pronto, tras aniquilar a la población judía.
5) La empresa de la mentira trata en ocasiones de presentar lo ocurrido
durante la guerra del 48 como un episodio de limpieza étnica. Sin entrar
en la consideración del anacronismo que representa el uso de un término
surgido en los años 90 en relación con los Balcanes, se trata de una
falsedad y de una mentira flagrante. Los miles de palestinos que
permanecieron en sus hogares se convirtieron luego en ciudadanos
israelíes. Hoy representan el 18% de la población y son parte integral del
tejido social israelí.
6) Para contextualizar históricamente el debate sobre los refugiados
palestinos, hemos de tener presentes algunos datos más:
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a. Entre finales de los 40 y principios de la década de los años 50,
fueron expulsados de los países árabes alrededor de 850.000 judíos,
pero Israel los recibió y los integró, mientras que los países árabes
imposibilitaron la integración de los refugiados palestinos para
utilizar su sufrimiento como arma política contra Israel. Israel
nunca trató de usar políticamente el asunto de los refugiados. Más
bien al contrario, hizo siempre un gran esfuerzo social y económico
para facilitar su integración.
b. El siglo XX en general, y la década de los 40 de modo especial, ha
sido testigo de inmensos movimientos de refugiados y de cambios
de poblaciones. Sólo mencionaré unos pocos ejemplos:
i. En 1947, al término del mandato británico, 7 millones de
refugiados hindúes y sijs pasaron de Pakistán a la India, y 7
millones de musulmanes hicieron el camino inverso.
ii. Al finalizar la segunda guerra mundial fueron expulsados
hacia la Alemania derrotada entre 12 y 16 millones de
alemanes de la Europa central y oriental.
iii. Uno de los principales focos de movimientos de poblaciones
a lo largo de todo el siglo XX han sido los Balcanes: entre 7
y 10 millones de personas han sido desplazadas de sus
hogares desde la primera guerra balcánica (1912) hasta los
recientes acontecimientos de Kosovo de 1999.
c. Ninguna persona de entre todos estos millones de refugiados y
desplazados ni sus descendientes es hoy un refugiado. Tampoco
regresaron a sus hogares, sino que han sido acogidos e integrados
en otros lugares. Nadie habla de su derecho de retorno. Es un
concepto ficticio e inexistente. En términos generales, puede
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decirse que casi no hay precedentes, y desde luego en ningún caso
cuando puede provocar la ruptura del equilibrio demográfico.
7) Agrego otro dato histórico relevante. A finales de los 40, y de forma casi
simultánea y paralela, las Naciones Unidas crearon dos, sí, dos agencias
dedicadas a la ayuda a los refugiados. La ACNUR para todos los
refugiados del planeta (¿veinte millones entonces?) y otra, la UNWRA
sólo para los palestinos. Más que la pregunta obvia (¿por qué los
refugiados palestinos han merecido un trato diferenciado y preferente
respecto a los otros refugiados que llenaban entonces el mundo?), es
sumamente clarificador ver la diferencia de ambas agencias en cuanto a
sus objetivos. La primera, la ACNUR, trata desde hace años de solucionar
los problemas de los refugiados y de ayudar a su integración; la otra, la
UNWRA, trata de hacer exactamente lo contrario, perpetuar y mantener
vivo el problema de los refugiados palestinos. Mientras que los millones
de refugiados de la India, Pakistán, los Balcanes, Bangla Desh y otros
lugares dejaron de serlo, desde 1948 ninguno de los desplazados
palestinos ha dejado de ser refugiado. Al contrario. Sólo se multiplican.
De 650.000 entonces, hablan de 4 millones ahora. También el estatus
formal del refugiado palestino es diferente de la del refugiado “normal”.
Es hereditario, genético. La explicación de esta anormalidad es,
obviamente, política. Lo expresó con toda claridad hace algunos años uno
de los colaboradores de Arafat: hay que mantener el problema vivo para
aniquilar a Israel. Lamentablemente, todo esto ha sido posible, en gran
medida, por la errónea resolución 194 que estableció un estatuto
preferente para los refugiados palestinos.
8) Completaré la panorámica histórica sobre este asunto. Todo el mundo
habla de la nakba y de las seis décadas de sufrimiento palestino. Pocos
recuerdan que antes de 1948 no existía un estado palestino y aún son más
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quienes “olvidan” que en los 19 primeros años de este período (1948-
1967) Cisjordania y la Franja de Gaza, territorios supuestamente
destinados al establecimiento del estado palestino, estuvieron,
respectivamente, en manos de Jordania y Egipto. No hubo ocupación
israelí, pero tampoco se creó el estado palestino. Este detalle adicional
sólo lo menciono para exponer todo el trasfondo a quienes señalan a Israel
como único responsable del sufrimiento palestino y poner en contexto la
muy popular palabrería de la solidaridad árabe.
Todos estos elementos y datos históricos que hemos mencionado nos permiten
poner en contexto y en perspectiva el llamado problema de los refugiados
palestinos y su anómala singularidad. Haré abstracción de todo ello y pasaré a
analizar el significativo de la postura que apoya la vuelta de los refugiados a los
lugares que dejaron no ellos, sino en la mayoría de los casos, sus padres,
abuelos, bisabuelos o tatarabuelos.
Desde el punto de vista numérico es evidente que el retorno de los refugiados
palestinos significaría el fin de la existencia del estado de Israel o de Israel como
estado judío y la creación de un estado binacional.
Por supuesto, yo rechazo esta posibilidad ya que los judíos tenemos derecho a
nuestro propio estado como cualquier pueblo. En cualquier caso, veamos por un
momento el significado de esta posición y centrémonos en las consecuencias de
un estado binacional. Volvamos de nuevo a los libros de historia. El modelo del
estado binacional ha sido una receta segura para un baño de sangre. El caso más
conocido es de los Balcanes
a. John Mearsheimer, el profesor norteamericano de la Universidad de
Chicago que recientemente publicó un libro sobre el lobby pro-
israelí en Washington, escribía en 1993 en el New York Times: “hay
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que producir estados homogéneos desde el punto de vista étnico:
croatas, musulmanes y serbios van a tener que ceder territorios y
desplazar poblaciones”.
b. Un caso de especial interés es el de Chipre. Como consecuencia de
la operación militar de Turquía en 1974, las poblaciones griega y
turca de la isla quedaron separadas. El acuerdo propuesto por la
ONU en 2004 mantenía básicamente el statu quo. Ni una sola
palabra sobre el derecho de retorno o país binacional.
c. Tan claro es el tema, que en 1922, el mediador noruego Fridtjof
Nansen obtuvo el Premio Nobel de la Paz por haber conseguido el
intercambio de poblaciones entre Grecia y Turquía.
Al parecer, el mundo piensa y actúa de una forma lógica y coherente en los
temas de refugiados y movimientos de poblaciones hasta que se toca el tema
palestino. Entonces, enloquece.
En cuanto a la solución, se habla con insistencia de la fórmula de los dos
estados. Si queremos entrar en un debate a fondo, basado en los hechos y no en
consignas y formulaciones estereotipadas, hay que preguntarse de qué estamos
hablando exactamente al hablar de “los dos estados”. Hay que lamentar que este
tipo de debates sean bastante infrecuentes, ya sea en los medios o en el ámbito
académico.
Hamás, para empezar, no acepta esta solución. La creación del estado
palestino no está, precisamente, a la cabeza de sus prioridades. Hamás no es una
organización nacional ni nacionalista, sino fundamentalmente religiosa, que ve
en Palestina una parte de la umá musulmana que debe establecer un califato
cuyas fronteras deberían ir desde Indonesia hasta Al Andalus. Estos principios
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no los he inventado yo. Están recogidos en negro sobre blanco en la carta
fundacional de la organización, un documento que también llama explícitamente
a matar judíos y a aniquilar a Israel. Lo único que tienen que hacer ustedes es
conseguir una copia y leer. Un seguimiento de las declaraciones de los
portavoces del grupo es más que suficiente para corroborar la vigencia de dicho
documento. A mi pesar, en el debate sobre Hamás en España se ignora su
ideología. Quienes apoyan de forma entusiasta el diálogo con cualquier
elemento árabe por radical que sea, les basta con que los líderes hayan sido
elegidos en unas elecciones para legitimarlo. Es triste, pero no sorprende, que
sean ellos mismos quienes prediquen boicotear al Israel democrático y
pluralista. Un país, Israel, en el cual musulmanes ejercen cargos ministeriales,
parlamentarios, son jueces del Tribunal Supremo, distinguidos abogados y
médicos, estrellas del fútbol y reinas de belleza. Desde la perspectiva israelí, el
hecho de que Hamás haya sido elegido en las urnas no le legitima –los nazis
también fueron elegidos así–, sino que exige a los palestinos la responsabilidad
de elegir qué modelo de liderazgo quieren: uno que aboga por una solución
política o el otro que apoya la violencia y el terrorismo.
Pero el debate sobre la solución de los dos estados plantea otros
interrogantes. Primeramente, sobre la voluntad del mundo árabe musulmán en
general y palestino en particular de reconocer a Israel como estado judío. Si
plantean esta pregunta, incluso a los que se consideran moderados, verán que en
la mayoría de los casos la respuesta será negativa. En España también está muy
difundida la idea de que la definición de Israel como estado judío no es
aceptable porque lo define según la religión. No pocos añadirían que es una
definición racista.
Obviamente, rechazo esta opinión y por varias razones.
Primero, la cuestión formal. La resolución 181 de las Naciones Unidas,
del año 1947, estipula la creación de dos estados y señala explícitamente que un
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estado debería ser judío y el otro árabe. Pero el punto formal no es lo principal.
Más importante aun es el hecho de que quien trata de reducir al pueblo judío
exclusivamente a su dimensión religiosa miente, se equivoca o induce a error a
otros. El pueblo judío es una expresión nacional, es una cultura, una identidad,
es un idioma, es una tradición, y sí, es también una religión. Hay más. Las
constituciones de casi todos los países de oriente medio dicen, generalmente en
su segundo párrafo, que el Islam es la religión del estado. ¿Por qué lo que es
aceptable y legítimo para todos estos países se transforma, en el caso de la
definición de Israel como estado judío, en racismo?. Y no sólo en oriente medio.
Hay muchos países europeos que mantienen alguna relación entre la religión –el
cristianismo– y el estado. Basta con recordar que en las banderas de algunos de
ellos aparecen cruces: Suiza, Suecia, Dinamarca, Grecia o Noruega. Todo esto
es legítimo pero Israel como estado judío, no. Habrá que preguntarse ¿por qué?.
Ahora quisiera decir algo (quizás otra cosa más) que va a provocar
rechazo. El pensamiento actual predominante ha elevado a los altares el
fenómeno del multiculturalismo y la pluralidad étnica. Yo estoy convencido de
que la solución de los dos estados sólo sería realista en la medida en la cual cada
uno de ellos fuera lo más homogéneo posible: palestinos en el estado palestino y
judíos en el de Israel. Primero, esto no es más que una consecuencia lógica de la
propia solución: si se habla de dos estados, no sería lógica que uno fuera
palestino y el otro binacional. Y segundo, como ya he señalado, en diferentes
zonas en conflicto la imposición de una solución bi o multinacional, ha
conducido a tragedias y baños de sangre. Es importante poner el énfasis en que
no estamos hablando de limpieza étnica ni de transferencia forzosa de población.
Es un principio que habría que tener en cuenta en el futuro cuando se fijen las
fronteras.
En España, algunos amigos han tratado de convencerme de aprender del
modelo local basado en cierta medida en el multiculturalismo. Es obvio que
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cuando hay una población nacional, bastante homogénea, de más de 40.000.000
de personas, la integración de 2 ó 3 millones de personas, por muy diferentes
que sean, no llega a producir un cambio radical en el equilibrio demográfico del
estado. En Israel, los números y las proporciones son totalmente diferentes. Por
así decirlo, en Israel el multiculturalismo se manifiesta en que somos una
sociedad que ha absorbido inmigración de todo el mundo. Tenemos
comunidades procedentes de la ex URSS, del África negra, Estados Unidos,
América Latina, India, y por supuesto de los países árabes. Su denominador
común es su pertenencia a la nación judía.
Hay otro elemento importante a tener presente. En los 16 años
transcurridos del apretón de manos entre Rabin y Arafat en el césped de la Casa
Blanca y la firma de los acuerdos de Oslo todos los intentos de hacer realidad la
solución de los dos estados han fracasado. Al menos dos primeros ministros de
Israel, Barak en 2000 y Olmert recientemente estuvieron dispuestos a ir lo más
lejos que puede llegar un israelí sionista. En otras palabras, un estado palestino
con fronteras similares a las de 1967 con intercambio de territorios en
proporción uno a uno y compromiso en uno de los temas más sensibles para la
opinión pública israelí: Jerusalén y los santos lugares. Sus propuestas no fueron
aceptadas por Arafat y Abu Mazen, respectivamente. No pretendo culpar a los
dirigentes palestinos, pero los acontecimientos a partir de 1993 obligan a
cualquiera que pretenda hacer un análisis con un mínimo de rigor y honestidad
intelectual sin refugiarse en fórmulas estereotipadas ni consignas, a considerar
seriamente la posibilidad de que sean los propios palestinos quienes no están
interesados en la solución de los dos estados.
Claro que ellos están interesados en el fin de la ocupación israelí, pero la
suposición popular según la cual el significado del fin de la ocupación para ellos
es necesariamente el establecimiento de un estado palestino independiente
requiere de algunas consideraciones adicionales. Yo sostengo con total certeza y
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producto de mi conocimiento personal, que en el campo palestino existen otras
líneas de pensamiento. De la oposición del Hamás a la solución de los dos
estados, ya he hablado; pero lo mismo es válido para otros jugadores en el
campo palestino.
Un conocimiento a fondo de la historia palestina ayuda a explicar esta
realidad y serviría para evitar sorpresas al respecto. A lo largo de la mayoría de
los años del siglo XX ni siquiera ha existido el planteamiento de un estado
palestino junto a o en lugar de Israel. No es casual que nunca antes en la historia
haya existido un estado palestino. Ya he mencionado que entre 1948 y 1967
Cisjordania y Gaza estuvieron bajo gobierno jordano y egipcio respectivamente,
pero los palestinos no exigieron entonces crear su propio estado. La OLP se
fundó en 1964, cuando aquellos territorios estaban en manos árabes, y no se
estableció para crear un estado palestino independiente sino para devolver el
territorio sobre el que se formó Israel al seno de la umá árabe. Es muy llamativo
el hecho de que el fundador de la OLP y su máximo dirigente antes de Arafat –
Ahmed Shukeiri– nació en El Líbano, hijo de madre turca, había sido
anteriormente embajador de Arabia Saudí en la ONU, y antes, ministro de la
delegación de Siria en la misma organización. En 1956, el propio Shukeiri dijo
en la ONU “una entidad palestina no existe; este territorio no es nada, sino la
parte sur de Siria”.
Pueden citarse un gran número de declaraciones de portavoces árabes,
incluso palestinos, de contenido similar. Unos 20 años después de aquellas
palabras de Shukeiri, en 1977, uno de los miembros de la dirección de la OLP,
Zuher Muhsen, dijo lo siguiente en una entrevista a un diario holandés: “El
pueblo palestino no existe. El establecimiento de un estado palestino es una
herramienta nueva en la lucha contra Israel para llegar a la unidad árabe. Hoy
hablamos de la existencia del pueblo palestino sólo para conseguir objetivos
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políticos y tácticos, porque el interés de los árabes obliga a incentivar una
identidad palestina para ponerla en contra del sionismo”.
De hecho, el primer líder palestino que dio el giro y puso el asunto del
estado-nación entre las principales prioridades fue Yaser Arafat en los años 80
del siglo XX. Pero incluso el propio Arafat dijo en 1970 que “el tema de las
fronteras no nos interesa. Desde nuestro punto de vista no tiene sentido hablar de
las fronteras. Palestina no es nada sino una gota en un amplio océano. Nuestra
nación es la nación árabe, la umá, desde el atlántico hasta el mar Rojo y más
allá”.
En este contexto les recomiendo la lectura de dos documentos. Uno, es
una entrevista del presidente palestino Mahmud Abbas concedida al periodista
Jackson Diehl en el Washington Post (29 de mayo de 2009). El otro es un
artículo que se publicó en la revista New York Review of Books (11 de junio)
titulado “Obama y el medio oriente” escrito por dos profesores –que en general
mantienen posturas críticas con Israel–: Hussein Agha y Robert Malley. Quienes
estén interesados en saber algo más sobre la postura palestina en torno a fórmula
de los dos estados, se deben a sí mismos una lectura de ambos documentos.
Al exponer todo este trasfondo no pretendo deslegitimar la idea de un
estado-nación palestino, sino mostrar que desde el punto de vista histórico es
una idea nueva. Por lo tanto, en cualquier análisis sobre la realidad de oriente
medio hay que tener en cuenta la posibilidad de que realmente en la sociedad y
en el pensamiento palestinos no se ha absorbido de forma automática y a fondo
la idea de un estado propio y que paralelamente existen entre ellos otros
planteamientos.
Consecuentemente, el debate sobre la solución de los dos estados ha de tener en
cuenta todos los elementos, las preguntas difíciles, y los matices. No se puede
limitar a un debate de fórmulas estereotipadas y consignas.
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En cualquier caso, lo cierto es que el 80% de la opinión pública de Israel apoya
la creación de un estado palestino y que actual primer ministro, Benjamín
Netanyahu, se ha manifestado sobre el tema últimamente en varias
oportunidades, aceptando la solución de los dos estados.
Hasta aquí el asunto de los refugiados, derecho de retorno, el estado binacional y
el de los dos estados.
Otra cuestión que encuentro necesario a desarrollar es la del binomio
Holocausto-Israel. Una narrativa nada infrecuente que de modo simplista se
resume en la siguiente fórmula: “los judíos han sido exterminados por los nazis
y en compensación, los países occidentales les han dado un estado en Palestina;
un acto colonialista por el cual los palestinos acabaron pagando los crímenes de
los nazis”. En muchos casos, esta narrativa incluye el anexo “hoy los judíos
están haciendo a los palestinos lo que los nazis les hicieron a ellos”.
Es importante aclarar primero que esta narrativa falsaria ignora la relación
milenaria del pueblo judío con Tierra Santa. Por citar sólo un ejemplo, en la
Biblia Jerusalén está mencionado en 700 ocasiones. En el Corán, ninguna. Esto
no es propaganda, sino un hecho que puede comprobarse. Pero esta narrativa
ignora también el hecho de que el movimiento sionista nació ya en la segunda
mitad del siglo XIX y que ya en el primer cuarto del siglo XX se había
establecido allí una sociedad judía que fue creando sus propias instituciones e
infraestructuras: la Universidad Hebrea de Jerusalén, la Orquesta Filarmónica, el
diario Haaretz y diversos órganos gubernamentales, hospitales, servicios
sociales, o el ejército estaban funcionando antes del ascenso de Hitler al poder.
Los textos emblemáticos del sionismo Der Judenstadt y Altneuland los escribió
Herzl en 1896 y 1902, respectivamente. El punto clave, lo esencial de todo esto,
es que los cimientos para el establecimiento del Estado de Israel se habían
colocado 20 o 30 años antes de su independencia en 1948, y que de ningún
modo se formó de la nada de manera artificial como consecuencia del
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Holocausto. Es incuestionable que la Shoá fue una evidencia –la más trágica
posible– para quienes aún dudaban de la necesidad de un hogar nacional para el
pueblo judío.
En cuando a la nefasta equiparación del Holocausto con la situación de los
palestinos me parece insultante y me produce una profunda irritación referirme a
ello, pero en los casi dos años que llevo de misión diplomática en España ya me
he encontrado con ella en varias ocasiones. Mencionaré los siguientes puntos:
1. Los nazis consideraron a los judíos una raza inferior, infrahumana, que
merecía su extinción y pusieron en práctica medidas para hacerlo,
logrando exterminar a 6.000.000 millones, un tercio del pueblo judío.
2. Entre Israel y el pueblo palestino hay un conflicto entre vecinos,
básicamente de carácter territorial. Israel ve en los palestinos seres
humanos iguales que merecen los mismos derechos.
3. Algunas cifras. Durante los años del conflicto, los palestinos han sufrido
alrededor de 7.000 bajas mortales, la gran mayoría personas armadas;
Israel ha tenido más de 1.500 víctimas, la mayoría civiles. Unas cifras que
conviene poner en contexto. En septiembre de 1971, murieron 10.000
palestinos en un solo mes a manos del rey Hussein de Jordania. En 1982,
el presidente sirio Assad ordenó la matanza de 20.000 hermanos
musulmanes en la ciudad de Hama. Aquí, en Europa, en 1995, en una sola
semana, fueron asesinados más de 8.000 musulmanes en Srebrenica, casi
el mismo número de muertos que los causados en ambos bandos por el
conflicto palestino-israelí en más de 60 años. En diversas guerras (civiles
e internacionales) entre musulmanes han muerto en ese mismo periodo
unos 10.000.000 de personas (guerra Irán-Irak, Darfur, Afganistán, etc.).
Resumiendo, quizás, el conflicto palestino-israelí sea el menos sangriento
de todos estos conflictos, el que menos víctimas ha producido. Creo que
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era interesante exponer estos hechos y su contexto para que los tengan en
cuenta cuando alguien se atreva a establecer paralelismos entre el
Holocausto y el conflicto palestino-israelí, o hablar de genocidio.
He considerado importante y apropiado ampliar mis palabras sobre esta
comparación tan falsa como repugnante por el peligro que representa que se
haya puesto de moda en nuestros días en círculos que se autodefinen como
progresistas. Cuando los negacionistas del Holocausto de extrema derecha como
David Irving o David Duke atacan a Israel o a los judíos, son tildados, con total
justicia, de escoria; pero cuando figuras como Saramago, Goytisolo o Gala
comparan a Israel con los nazis tienen un público receptivo y dispuesto a dejarse
influir.
Esta coalición en la que convergen círculos progresistas laicos e islamistas
radicales que niegan derechos a las mujeres y ejecutan homosexuales en nombre
del Corán requiere un análisis más profundo del que yo podría ofrecer en este
marco. Me limitaré a señalar que el atractivo intelectual de los unos y el poder
político de los otros han hecho posible no pocos éxitos. Seguramente recordarán
la conferencia de la ONU del pasado mes de abril en Ginebra, conocida como
Durban II, convocada para combatir el racismo. Lo lamentable es que una causa
justa y necesaria haya sido secuestrada por la agenda política de regímenes
totalitarios, opresores de los derechos fundamentales, como Irán, Siria, Cuba o
Libia o Corea del norte y otros, cuyo único objetivo es deslegitimar a Israel y
manchar su nombre. El que el más destacado orador de esta farsa fuese el
presidente iraní –un negacionista del Holocausto que predica la aniquilación de
Israel– sólo puso en evidencia lo orwelliano del evento. De forma similar, el
Consejo de los Derechos Humanos creado por la ONU en Ginebra dedica su
tiempo, quizás de forma exclusiva, a ensuciarle la cara a Israel. Nuestro historial
en este tema no es perfecto. Si hubiéramos vivido en la realidad de Suecia no
hay duda de que los resultados hubieran sido mejores, pero es
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incomparablemente mejor que el de decenas de países sobre los cuales el
Consejo mantiene silencio.
El punto clave es el continuo esfuerzo de esta coalición para promover su
agenda bajo el paraguas de alguno de los organismos internacionales,
encabezados por la ONU, supuestamente revestidos de un aura de neutralidad.
Esto no es algo nuevo. En 1975 la Asamblea General de la ONU aprobó una
resolución equiparando el sionismo al racismo; años más tarde se corrigió esta
desgracia moral. Es una tendencia peligrosa pues en la actualidad hay en todo el
mundo amplios sectores de la sociedad, sobre todo jóvenes, cuyo conocimiento
de la historia es muy limitado, que tienden a considerar los “productos
multilaterales” como algo justo, acorde a derecho, neutral, limpio de
tendenciosidad política. Es evidente que las cosas no son así.
En el ámbito multilateral el peso de la Unión Europea es mayor que el valor
numérico de sus 27 miembros. Muchos países de todo el mundo fijan su línea en
los foros internacionales siguiendo el baremo de la Unión Europea. Desde la
perspectiva israelí, el balance europeo requiere mejoras. Junto a un consenso
fuerte en lo esencial –derecho de Israel a existir con seguridad– vemos una falta
de firmeza en la lucha contra quienes ponen en duda este derecho.
La actitud europea frente a estos elementos es muchas veces demasiado
burocrática y en muy pocas ocasiones responde a unos principios. El
compromiso es un valor importante, pero no el valor supremo. Son demasiado
pocas las ocasiones en las que Europa se comporta como una autoridad moral
estableciendo unos límites éticos. En el contexto de los temores israelíes
existentes, el ejemplo más relevante es otra vez el de Irán. Cuando su presidente
amenaza una semana sí y otra también con borrar a Israel del mapa, no puede ser
que los embajadores de la Unión Europea sigan en sus misiones en Teherán; no
puede ser que los aviones de las líneas aéreas iraníes tengan derecho a aterrizar
en aeropuertos europeos, ni puede ser que el intercambio comercial con este país
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continúe e incluso aumente; y no puede ser que sus dirigentes sigan viniendo a
Europa de visita y ser recibidos como interlocutores legítimos.
No existe una diferencia sustancial en las posiciones de los diferentes gobiernos
europeos, incluido España, en cuanto a los parámetros de la solución del
conflicto palestino-israelí; quizás esto pueda sorprender a alguien, pero la
postura tradicional de los gobiernos de Estados Unidos es, también, bastante
parecida. Sin embargo, dirigentes como Merkel o Sarkozy son percibidos hoy
como más pro-israelíes que otros. La razón para ello –y vuelvo al tema
principal– es que ambos han sabido identificar los temores existenciales de
Israel, reconocer su legitimidad, –la legitimidad de los temores–, y solidarizarse
con ellos.
Israel espera una actitud parecida de otros líderes europeos y un
posicionamiento moral. Israel espera esto de Europa primero, como una postura
moral en sí misma, segundo, para cubrir una nueva etapa en la construcción de
las relaciones entre Israel y Europa y, tercero, como herramienta política que
serviría de impulso para un mayor peso de Europa en la búsqueda de la solución
del conflicto entre Israel y los palestinos.
Muchas gracias.