jean larteguy - los centuriones

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LOS CENTURIONES

emec

JEAN LARTGUY / LOS CENTURIONES

Traduccin MARIANO TUDELA

DEL MISMO AUTORPor Nuestro sello editorial

LOS PRETORIANOS LOS MERCENARIOS LOS TAMBORES DE BRONCE LA BSQUEDA LAS QUIMERAS NEGRAS NIDO EN LA TIERRA ADIS A SAIGN (En prensa) LOS REYES MENDIGOS (En prensa)

JEAN LARTEGUY

LOS CENTURIONES

EMEC EDITORES

Ttulo original francs LES CENTURIONS 1968, Presses de la Cit

IMPRESO EN ARGENTINA PRINTED IN ARGENTINA

Queda hecho el depsito que previene la ley nmero 11.723 EMEC EDITORES, S. A. - Buenos Aires, 1970

A Jean Pouget.

Conozco perfectamente a los centuriones de las guerras de Indochina y de Argelia. En un tiempo fui uno de ellos. Periodista ms tarde, me convert en su testigo y a veces en su confidente. Siempre me sentir unido a estos hombres, incluso si llega un da en el que no est de acuerdo con el camino que ellos elijan para andar; pero no me creo obligado, ni mucho menos, a dar de los mismos una imagen convencional y ms o menos embellecida. Este libro es, ante todo, una novela, y sus personajes son, por tanto, imaginarios. En ocasiones, por un rasgo o por una aventura, podrn recordar a uno u otro de mis antiguos camaradas, hoy clebre o muerto y olvidado. Pero a ninguno de mis personajes se le puede bautizar sin incurrir en error. Por el contrario, los hechos, las situaciones y los decorados estn tomados, casi totalmente, de la realidad; habindome esforzado, adems, en atenerme a fechas exactas. Dedico este libro a la memoria de todos los centuriones que mueren para que Roma sobreviva. JEAN LARTEGUY

Nos haban dicho, al abandonar la tierra madre, que partamos para defender los derechos sagrados de tantos ciudadanos all lejos asentados, de tantos aos de presencia y de tantos beneficios aportados a pueblos que necesitan nuestra ayuda y nuestra civilizacin. Hemos podido comprobar que todo era verdad, y porque lo era no vacilamos en derramar el tributo de nuestra sangre, en sacrificar nuestra juventud y nuestras esperanzas. No nos quejamos, pero, mientras aqu estamos animados por este estado de espritu, me dicen que en Roma se suceden conjuras y maquinaciones, que florece la traicin y que muchos, cansados y conturbados, prestan complacientes odos a las ms bajas tentaciones de abandono, vilipendiando as nuestra accin. No puedo creer que todo esto sea verdad, y, sin embargo, las guerras recientes han demostrado hasta qu punto puede ser perniciosa tal situacin y hasta dnde puede conducir. Te lo ruego, tranquilzame lo ms rpidamente posible y dime que nuestros conciudadanos nos comprenden, nos sostienen y nos protegen como nosotros protegemos la grandeza del Imperio. Si ha de ser de otro modo, si tenemos que dejar vanamente nuestros huesos calcinados por las sendas del desierto, entonces, cuidado con la ira de las Legiones! MARCUS FLAVINIUS Centurin de la 2* Cohorte de la Legin Augusta, a su primo Tertullus, de Roma.

PRIMERA PARTE EL CAMPO NMERO I

CAPTULO I EL HONOR MILITAR DEL CAPITN DE GLATIGNY Los prisioneros, atados unos a otros, semejan una columna de orugas procesionarias. Desembocan en una pequea hondonada siempre vigilados por sus guardianes vietminh, que no cesan de gritarles: Di-di, mau-len, avancen... ms aprisa! Todos se acuerdan de las ricksbaw que alquilaban en Hanoi o en Saign, apenas hace unas semanas o unos meses. Entonces tambin ellos gritaban al conductor: Mau-len, mau-len, corre rpido, podredumbre humana, que en la calle Catinat est esperndome una mestiza preciosa. Es tan zorra que si llego con diez minutos de retraso habr encontrado otro tipo. Mau-len, mau-len! Se termin el permiso. El batalln est alerta, y quizs ataquemos esta noche. Mau-len, corre ms, para que desaparezca ese rincn del jardn y la fina silueta blanca que me hace seas con la mano! La hondonada recuerda a todas las del pas thai. La pista se desprende bruscamente del valle, estrangulado por la montaa y el bosque, para ir a parar a la alineacin de los arrozales que se ajustan uno al otro como piezas de marquetera. La red geomtrica de los diques de tierra negra parece enclaustrar el color, el verde muy tupido, que corresponde a la hierba de paddy. En el centro de la depresin ha sido destruido el poblado. Ahora slo quedan algunos pilotes, ennegrecidos por el fuego, que emergen de las grandes hierbas de elefante. Sus habitantes han huido al bosque, pero el comit poltico utiliza estos pilotes con fines de propaganda. Un cartel burdamente dibujado representa a una pareja thai vestida con su traje tradicional. La mujer, sombrero plano, corpino estrecho y larga saya; el hombre, con sus anchos pantalones negros y su corta chaqueta. Ambos acogen con los brazos abiertos a un bo-doi, es decir, a un soldado triunfador de la Repblica Democrtica del Vietnam, cubierto con su casco de latanero, y con una enorme estrella amarilla cosida, sobre fondo rojo, en su guerrera. Un bo-doi semejante al de la pancarta, pero que camina con los pies desnudos y protegindose el pecho con una ametralladora, hace seas a los prisioneros para que se detengan. Y ellos se dejan caer sobre las crecidas hierbas que festonean el sendero. No pueden utilizar sus brazos porque los lleva atados a la espalda, y se contorsionan como anillas de gusano. De entre los matorrales emerge un campesino thai. Se acerca tmidamente a los prisioneros. El bo-doi le anima con unas frasecillas secas que suenan a propaganda. Muy

pronto es todo un grupo, ataviado con negra vestimenta, el que contempla a los franceses cautivos. El espectculo les parece increble, y vacilan sobre la actitud a adoptar. Sin saber qu hacer, permanecen silenciosos, inmviles, dispuestos para la huida. Quiz se preparan a ver cmo los narices largas rompen sus ataduras y aniquilan a sus guardianes. Uno de los thai1, empleando toda clase de frmulas de precaucin y de cortesa, interroga a otro bo-doi que acaba de aparecer, armado con un pesado fusil checoslovaco que sostiene con las dos manos. Con suavidad, utilizando el tono protector de un hermano mayor que se dirige al pequeo, el bo-doi responde. Su falsa modestia indigna al teniente Pinires, hacindole ms insoportable el triunfo del viet. Arrastrndose, se acerca al teniente Merle: Han quemado a la hechicera en Dien-Bien-F, y ste tiene que relatarles el golpe. Nosotros ramos la hechicera. La voz de Boisfeuras se alza chirriante, y a Pinires se le antoja tan suficiente como la del bo-doi: Les dice que el pueblo vietnamita ha vencido a los imperialistas, y que ahora estn libres. A su vez, el bai va traduciendo a sus camaradas. Alza el tono y adopta aires protectores mientras se estira, como si el hecho de hablar la lengua de aquellos extraos soldaditos, dueos de los franceses, le hiciese partcipe de su victoria. Los thai lanzan algunos gritos de alegra. No demasiado fuertes. Gritos, risas y exclamaciones contenidas, al tiempo que se aproximan a los prisioneros para verlos mejor. El bo-doi, alzando la mano, suelta un discurso. Bueno, capitn Boisfeuras dice Pinires agriamente; qu dicen ahora? El viet les est hablando de la poltica de clemencia del presidente Ho, y les dice que no se puede maltratar a los prisioneros, cosa que nunca se les haba pasado por la imaginacin. El viet les empujara de buena gana a los malos tratos slo por tener el placer de contenerlos. Tambin les dice que esta tarde a las cinco, la guarnicin de Dien-Bien-F se ha rendido. Mil aos de vida para el presidente Ho! grita el bo-doi al terminar su arenga. Mil aos de vida para el presidente Ho! repite el grupo, con la voz tona y seria de los escolares. La noche ha cado sin escrpulos. Bandadas de mosquitos y otros cnifes se encarnizan sobre los brazos, las piernas y los torsos desnudos de los franceses. Los viets, al menos, pueden espantarlos con ramas. Pinires se acerca a Glatigny arrastrndose, lo que obliga a los dems compaeros a hacer lo mismo para cambiar de postura. Glatigny contempla el cielo y parece sumido en un sueo profundo. Glatigny era el responsable de que todos estuviesen encadenados, ya que se haba enfrentado con el comisario poltico. Ninguno de los veinte hombres que con l estaban 1

Lalenguavietnamitanoutilizalasenplural.As,pues,hemosconsideradoinvariableslosvocablosindochinos,aexcepcin

delapalabravietqueesunaabreviaturafrancesadevietminh.

maniatados se lo echaba en cara. Quiz salvo Boisfeuras, quien, por otra parte, tampoco se haba manifestado a este respecto. Dgame, m capitn, de dnde Sali ese Boisfeuras que habla la jerga de los viets? Pinires tutea a todo el mundo menos a Glatigny y a Boisfeuras; a uno por respeto, al otro por demostrarle hostilidad. A Glatigny parece costarle trabajo salir de su sueo. Tiene que hacer un gran esfuerzo para responder: Le conozco desde hace cuarenta y ocho horas. Lleg el cuatro de mayo por la tarde al punto de apoyo. Fue un milagro que hubiese pasado con su convoy de P. I. M.2 cargado de municiones y de vituallas. Hasta ese da no haba odo hablar de l. Pinires, tras gruir algo, se frota la cabeza contra un montn de hierba, tratando de deshacerse de los mosquitos. Glatigny quera olvidar la cada de Dien-Bien-F. Pero los acontecimientos de los seis ltimos das, los combates que se haban desarrollado sobre el punto de apoyo de Marianne II, que l mandaba, se haban fundido en una especie de molde para no formar ms que un bloque de fatiga y de horror. Glatigny, durante la noche, haba tenido un ltimo contacto, por radio, con Raspguy, que acababa de recibir sus galones de coronel. Era el nico que segua contestando y dando rdenes. Glatigny le lanz un S.O.S. No tengo abastecimiento, mi coronel. Ni municiones. Y estn sobre la posicin, donde nos batimos cuerpo a cuerpo. La voz de Raspguy, un poco ronca, pero conservando todava algunas entonaciones cantarnas, propias de la lengua vasca, le tranquiliz y le infundi calor, al igual que un vaso de buen vino tras un penoso esfuerzo. Aguanta, pequeo; tratar de hacer pasar algo. Era la primera vez que el gran paracaidista lo tuteaba. A Raspguy no le gustaban los hombres del Estado Mayor ni los que se relacionaban con los generales, y Glatigny haba sido, durante mucho tiempo, ayudante de campo del comandante en jefe. El da se haba levantado una vez ms, y una silueta haba ocultado por un momento el trozo de cielo que se dominaba desde la entrada del parapeto. La silueta se esfum de pronto y luego volvi a aparecer. Un hombre, con el uniforme cubierto de barro, coloc su fusil norteamericano sobre la mesa. Despus se liber del casco de acero que cubra su cabeza. Tena los pies desnudos y los pantalones recogidos hasta las rodillas. Cuando se volvi hacia Glatigny, la luz griscea de aquella maana lluviosa haba iluminado sus ojos, cuyo iris tena un color verde agua muy plido. El hombre se present: Capitn Boisfeuras. Traigo conmigo cuarenta P. I. M. y unas treinta cajas.2

P.I.M.:literalmente,prisionerosinternadosmilitares.Dehecho,sospechososeinclusoprisionerosdeguerra, querepresentabanelpapeldecooliesjuntoalasunidadescombatientes.Seacostumbrabanrpidamenteaellas. UnatardedeNochebuena,enelcampodelaLegindeHanoi,viaestosP.I.M.tirandoconmorterosobrelos vietminhqueatacaban.Loslegionariosestabandemasiadoebriosparapoderhacerlo.

Los dos convoyes anteriores haban tenido que renunciar a franquear los trescientos metros que todava unan Marianne II y Marianne III por medio de un conducto informe repleto de barro lquido que se encontraba bajo el fuego de los viets. Dos mil setencientas granadas de mano y quince mil cartuchos. Pero no traigo municin de mortero y tuve que abandonar las cajas de raciones en Marianne III. Cmo lo ha conseguido? pregunt Glatigny, que no contaba con recibir auxilio. Convenc a mis P. I. M. de que era necesario venir. Glatigny mir a Boisfeuras con ms atencin. Era bastante pequeo, un metro sesenta todo lo ms; las caderas estrechas y anchas las espaldas. Casi era de la misma estatura que un indgena de la Alta Regin, con un cuerpo robusto y fino a la vez. Sin ver su rostro, de fuerte nariz y boca carnosa, se le podra tomar por un mestizo. Su voz, un poco chirriante, acentuaba esa impresin. Qu hay de nuevo? pregunt Glatigny. Seremos atacados maana, a la cada de la noche, por la divisin 308. Es la ms dura. Por este motivo abandon las cajas de las raciones para traer ms municiones. Y cmo lo sabe usted? Antes de venir con el convoy fui a pasearme entre los viets. Hice un prisionero. Era de las 308 y me dio la informacin. No me han prevenido del P. C.3 Olvid llevar conmigo al prisionero, era un estorbo. Y no me han querido creer. Mientras hablaba se haba secado las manos con su gorro, y haba tomado el ltimo cigarrillo que quedaba en el paquete de Glatigny. Fuego, por favor... Gracias. Puedo instalarme aqu? No regresa al P. C. ? Y para qu ? Tan perdido est esto como aquello. La 308 fue totalmente reformada en enero. Va a rendir al mximo, y barrer todo lo que an sigue en pie. Glatigny empezaba a sentirse molesto ante la suficiencia del recin llegado y por la mirada socarrona que vea alumbrar en sus ojos. Trat de hacerle volver a su sitio. Fue su prisionero el que tambin le ha suministrado esa informacin ? No, pero hace quince das cruc la retaguardia de la 308 y vi las columnas de refuerzos que llegaban. Cmo puede permitirse el lujo de pasearse entre los viets? Vestido de nha-que soy casi irreconocible, y hablo muy bien el vietnamita. Pero, de dnde procede usted? De la frontera de China. Estuve organizando maquis por all. Un da recib la orden de abandonarlo todo y unirme a los de Dien-Bien-F. Tard un mes. Un guerrillero nung, que llevaba el mismo atuendo que el capitn, hizo su aparicin. Es Min, mi asistente dijo Boisfeuras. Estaba all conmigo.3

P.C:Postedecommandement.Puestodemando.(N.delT.)

Se puso a hablarle en su lengua. El nung meneaba la cabeza. Despus la baj, coloc su fusil al lado del de su jefe, se despoj de todo su equipo y sali. Qu le ha dicho? pregunt Glatigny, con una curiosidad cargada de prevencin. Que se marchame. Va a tratar de ganar Luang Prabang por el valle del Nam-U. Usted podra marcharse tambin. Quiz, pero no lo har. No quiero perderme nada de una experiencia que puede ser sumamente interesante. No es el deber de un oficial evadirse? Todava no soy un prisionero; ni usted tampoco. Pero pasado maana lo seremos ambos... o estaremos muertos. Es un riesgo que hay que correr. Puede alcanzar los maquis que hay alrededor de Dien-Bien-F. Ya no hay maquis alrededor de Dien-Bien-F, o si los hay trabajan para los viets. Como en todas partes, tambin hemos fracasado all..., porque no hemos hecho la guerra que hubiera convenido hacer. Hace slo un mes yo estaba con el comandante en jefe. Gozaba de toda su confianza y he participado en la creacin de esos maquis. Nunca o hablar de los que se encuentran en la frontera de China. No estaban siempre en la frontera. Muchas veces, incluso, andaban por el interior de China. Yo dependa directamente de Pars, de un servicio adjunto a la Presidencia del Consejo. Todo el mundo ignoraba mi existencia, as se podan desentender de m al menor incidente. Pues si nos hacen prisioneros va a tener usted tropiezos con los viets. Ignoran por completo mi actividad. Trabajaba contra los chinos, no contra los viets. Mi combate, si lo prefiere as, era menos localizable que el suyo. El comunismo, en Occidente, en Oriente o en Extremo Oriente, forma un todo, un bloque. Es pueril creer que cuando se ataca a uno de los miembros de esta comunidad se puede localizar el conflicto. Algunos hombres lo haban comprendido as en Pars. Usted no me conoce y parece tener ya confianza en m para revelarme cosas que tal vez yo hubiese preferido ignorar. Tendremos que vivir juntos, capitn Glatigny, acaso durante mucho tiempo. Me ha gustado su actitud, cuando, al saber que todo estaba perdido en Dien-Bien-F, abandon al general en jefe, un hombre de su casta y de su tradicin, para lanzarse aqu en paracadas. He encontrado en su gesto un sentido que quiz no sea el que usted quiso darle. A mis ojos, usted ha abandonado las jerarquas muertas para unirse a los soldados y a los pequeos cuadros, a todos los que se baten, a la base del Ejrcito. De esta forma, Glatigny haba trabado conocimiento con Boisfeuras, el hombre que ahora, prisionero y atado, se encuentra acostado a muy pocos metros de l. Por la noche, Boisfeuras, gateando, se desliza hacia Glatigny. Los tiempos del herosmo han muerto dice, o, por lo menos, del que nos muestra el cine. Los nuevos ejrcitos ya no tendrn penachos ni msica. Ante todo tendrn que ser eficaces. Es lo que nosotros vamos a aprender, y por eso no me quiero evadir.

Tiende sus dos manos hacia Glatigny, quien ve que se ha liberado de las ataduras. No tiene ninguna reaccin. Incluso Boisfeuras le aburre. Todo le llega de muy lejos, como si fuera un eco. Glatigny est acostado de lado. Un hombre soporta el pese del cuerpo. Las crestas de las montaas que bordean el hondn se recortan con claridad sobre el fondo negro de la noche. Las nubes cabalgan por el cielo y, a veces, en el silencio, se oye el zumbido prximo o lejano de un avin. No experimenta ningn deseo, a no ser una vaga y remota necesidad de calor. Su agotamiento fsico es tal que tiene la sensacin de estar retirado del mundo, de estar ms all de sus lmites y de poder contemplarse desde el exterior. Quiz fuese eso el Nirvana de Le Thuong. En Saign, el monje budista Le Thuong haba querido iniciarle en el ayuno: Los primeros das le haba dicho slo piensas en el alimento. Cualquiera que fuese el fervor de tu oracin y tu voluntad de unin con Dios, todos tus ejercicios espirituales y meditaciones estn saturados de deseos materiales. La liberacin del espritu se produce entre el octavo y el dcimo da de ayuno. En unas horas se separa de la materia, y siendo ya independiente de ella, aparece en una pureza maravillosa hecha de lucidez, de objetividad y de penetrante comprensin. Entre los treinta y cinco y los cuarenta das, en medio de esta pureza, aparece de nuevo la necesidad de alimento. Es la ltima seal de alarma del organismo al borde del agotamiento. Ms all de este umbral biolgico ya no existe metafsica. Desde el amanecer del 7 de mayo, Glatigny se encuentra en este estado. Tiene la extraa sensacin de poseer dos conciencias, una que se debilita a cada paso, pero que todava le obliga a dar ciertas rdenes y a hacer determinados gestos, como el de arrancarse sus galones en el momento de caer prisionero; y la otra que se refugia en una especie de contemplacin indiferente y morosa. Hasta este momento haba vivido siempre en un mundo concreto, activo, amistoso u hostil, pero lgico incluso en el absurdo. El 6 de mayo, a las once de la noche, los viets hicieron saltar la cima del picacho con una mina, e inmediatamente despus lanzaron dos batallones al ataque, que terminaron apoderndose de la casi totalidad del enclave y, lo que era ms grave, de las posiciones ms elevadas. Por lo tanto, el contraataque francs de los cuarenta supervivientes haba partido del lugar ms bajo de la pendiente. Glatigny recordaba perfectamente una reflexin de Boisfeuras: Todo esto es completamente estpido. Y la violenta contestacin de Pinires: Si tiene miedo, mi capitn, recuerde que nadie le pidi que viniese con nosotros. Pero Boisfeuras no tena miedo; lo haba demostrado. Slo que pareca indiferente a los acontecimientos que se desarrollaban, como si se estuviese reservando para la segunda parte del drama. El contraataque haba sido dbil, penoso de iniciar. Sin embargo, los hombres haban recuperado la posicin a golpe de granadas, agujero tras agujero. A las cuatro de la madrugada se termin la limpieza de los viets que se encontraban escondidos al borde del

crter originado por la mina. Pero ms de la mitad de los hombres de la pequea guarnicin haba dejado su piel en la empresa. De pronto se hizo un silencio que aisl a Marianne II como un islote en medio de un ocano de fuego. Al oeste del Song-Ma, la artillera vietminh hostigaba al P. C. G. O. N. O.4 Por segundos se abran y se marchitaban abanicos de fuego en la negrura de la noche. Al Norte, Marianne IV, bloqueado y asaltado por todas partes, segua resistiendo. Cergona, el radiotelegrafista, haba muerto al lado del capitn De Glatigny. Pero su aparato, el PCR 10, segua funcionando y gema suavemente en medio del silencio. De pronto, el zumbido dio paso a la voz de Porter, que desde Marianne IV mandaba la ltima compaa de reserva, que haba estado integrada por los supervivientes de tres batallones de paracaidistas para venir en auxilio de Marianne II. Azul de azul repite. Contino debajo de Marianne II. Imposible encontrar salida. Los viets tienen trincheras encima de m y nos escupen granadas a la cara. Slo me quedan nueve petardos. Azul, hable... Azul tres, ya le he dicho que contraataque. Avance, en nombre de Dios. Tambin nosotros estamos recibiendo las granadas en las narices. Ya deba de haber llegado a la cima. Azul de azul tres. Bien recibido. Tratar de avanzar. Por m, nada ms. Un silencio. Despus, otra voz preguntaba: Azul de azul cuatro, hable la voz se haca insistente. Azul de azul cuatro? Pero azul ya no iba a contestar nunca. El robusto Porter se haba dejado "liquidar" intentando ganar la cima. Su formidable cuerpo apareca tendido sobre una pendiente, y un viet minsculo le registraba los bolsillos. Glatigny haba odo aquel extrao mensaje con la indiferencia de un profesional de rugby que, ya retirado, escucha por costumbre la retrasmisin de los partidos. Lo odo significaba que ya nadie poda venir en ayuda de Marianne II, puesto que Marianne III estaba perdido. Glatigny no tena fuerzas para apagar el PCR 10, que segua zumbando hasta agotar sus pilas. Cergona tena la cabeza hundida en el barro, y la radio, con su antena, pareca un monstruoso escarabajo que devorase su cadver. Una lucirnaga, que descenda lentamente por el extremo de su paracadas, iluminaba el lugar con su luz lvida. En el otro lado de la pendiente, Glatigny distingua las trincheras de los vietminh, que se destacaban como trazos negros continuos. Parecan tranquilas y completamente inofensivas. Uno tras otro, sus jefes de seccin y sus ayudantes de compaa llegaban arrastrndose hasta Glatigny para rendirle cuentas. A diez metros de all, Boisfeuras contemplaba el cielo y pareca buscar en l una seal. Merle fue el primero en llegar. Pareca, ms flaco que de costumbre, y segua metindose los dedos en la nariz. Mi capitn, slo me quedan siete tipos en mi compaa y dos cargadores de P. M. Ninguna noticia de la seccin de Lacade, enteramente desaparecida. 4

G.O.N.O.:GrupodeoperadoresdelNordoeste.P.C.G.O.N.O.:Denominacinoficialdelpuestodemandodel generalDeCastriesenDienBienF.

Luego lleg l'adjudant5 Pontn. Su barba, que le haba crecido, era completamente blanca. .. Se notaba que estaba al borde del derrumbamiento y de la crisis de lgrimas. "Con tal de que haga eso muy slido en su agujero...", pens Glatigny. Cinco hombres en la compaa; cuatro cargadores dijo l'adjudant. Y se fue a hacer eso en su agujero. Pinires lleg el ltimo. Era teniente antiguo y se sent al lado de Glatigny. Me quedan ocho bombas y nada que meter en los fusiles. Los viets empezaron a cantar el himno de los guerrilleros. Llegaba muy ntido su canto a Marianne II: Amigo, oyes el vuelo negro de los cuervos en la llanura. Amigo, oyes el grito sordo del pas que se encadena. Es asqueroso dijo Pinires con amargura. Es hasta divertidamente asqueroso, mi capitn. Hasta eso me lo han quitado. Pinires haba hecho sus primeras armas en un maquis F. T. P., y haba sido integrado en el ejrcito. Era uno de los escasos aciertos de la operacin. Merle volvi a aparecer. Venga, mi capitn, encontramos al pequeo y est a punto de reventar. El pequeo era el alfrez Lacade, que haba llegado tres meses antes al batalln de paracaidistas, recin salido de Saint-Cyr, despus de haber hecho un curso de unas semanas en una escuela de prcticas. Lacade haba sido alcanzado por cascos de granada en el vientre. Sus dedos se crispaban sobre la tierra tibia y ligera. Glatigny no distingua bien su rostro en la penumbra, pero al orle hablar comprendi que se encontraba muy mal. Lacade tena veintin aos. Para darse tono y seguridad se haba dejado crecer una brizna de bigote rubio y haca la voz ms gruesa. De nuevo era la de un adolescente, voz indecisa en donde el agudo se mezclaba con el grave. El pequeo ya no trataba de representar su comedia. Tengo sed dijo, mucha sed, mi capitn. Glatigny slo poda mentir: Te vamos a bajar a Marianne III; all hay un mdico. Era , estpido creer que se podra, trasportando un herido, franquear las posiciones de los viets entre los dos enclaves. Incluso ti pequeo lo saba. Pero crea ya en lo imposible y se abandonaba a las promesas del capitn. Repiti: Tengo sed; pero claro que puedo esperar a que se haga de da. Recuerde, mi capitn,5

DenominacintpicamentefrancesadeunoficialsubalternoenelEjrcitofrancs.(N.delT.)

en Hanoi, en Normanda, aquellas botellas de cerveza tan frescas que estaban recubiertas de vaho. Pareca como si se tocase un helado. Glatigny le tom la mano. Lleg hasta la mueca para tomarle el pulso. El pequeo no iba a sufrir mucho tiempo ms. Lacade reclam la cerveza dos o tres veces ms. Pronunci el nombre de una muchacha, Alie, su novia, que le esperaba en su provincia. Una novia de Saint-Cyr, risuea y pobre, que desde haca dos aos llevaba el mismo vestido todos los domingos. Sus dedos se crisparon ms en el barro. Boisfeuras, se aproxim a Glatigny, que segua agachado junto al cadver. Siete promociones de Saint-Cyr, cuando el resultado es una derrota. Nos ser difcil reponernos de esta sangra. Un nio de veinte aos, una esperanza y un entusiasmo de veinte aos ha muerto dijo Glatigny. Es un capital sagrado, que acaba de ser derrochado y que no se renueva fcilmente. Qu piensan en Pars ? Es la hora de salir del teatro. AI amanecer, los viets volvieron al ataque. Los ltimos supervivientes de Marianne II los vieron salir, uno a uno, de los orificios de sus trincheras cubiertas. Despus, las siluetas comenzaron a aparecer y desaparecer alternativamente, giles, saltando y rebotando como pelotas de goma. Nadie disparaba. Glatigny haba dado orden de conservar las municiones para el asalto final. El capitn tena una granada en la mano. La destornill, teniendo la cuchara apretada contra la palma. "Slo tengo que dejarla caer a mis pies cuando los viets estn sobre m, y contar uno, dos, tres, cuatro, cinco pens. Despus nos iremos todos juntos de este mundo, ellos y yo. Morir, segn la tradicin, como el to Joseph en 1940; como mi padre en Marruecos, y como mi abuelo en el Chemin des Dames. Claude ir a aumentar el batalln negro de las viudas de los oficiales. Ser bien acogida y encontrar parentela. Mis hijos irn a La Fleche y mis hijas a la Legin de Honor." Le dolan las articulaciones de las falanges, crispadas sobre la granada. A menos de diez metros tres viets se situaban en fila, junto a un agujero. Poda or cmo se daban nimos los unos a los otros antes de iniciar el asalto que les llevara hasta l. Uno, dos, tres... Lanz la granada sobre el agujero. Explot. Trozos de tierra y despojos de carne y ropas llegaron hasta l. Se hundi en el fango. Muy cerca, a su derecha, oy el acento arrabalero de Mansard, un sargento: Qu nos irn a hacer los muy cerdos? Ya no hay nada para tirarles encima. Glatigny se arranc sus galones. Tratara, por lo menos, de hacerse pasar por un segunda clase. Sera ms fcil evadirse.. . Ms tarde... Se tumb de costado en el agujero. No tenia otra cosa que hacer que esperar lo que Boisfeuras pretenda que era interesante. La explosin de una granada en su refugio le hizo despedirse de la civilizacin greco

latino-cristiana. Cuando recobr el sentido, estaba al otro lado. .., entre los comunistas. Una voz sonaba en la noche: Estn completamente cercados. No disparen. No les haremos dao. Levntense y alcen los brazos. La voz separaba las slabas, como en el doblaje de una mala pelcula del Oeste. La voz se fue acercando, ahora se encontraba cerca de Glatigny: Est usted vivo? Herido? Vamos a atenderle; tenemos medicamentos. Dnde estn sus armas? No tengo armas. No estoy herido. Simplemente qued conmocionado. Glatigny haba hecho un gran esfuerzo para hablar, y se qued sorprendido al or su propia voz. La desconoca, lo mismo que la primera vez en que la haba odo en cinta magnetofnica, tras una conferencia que haba dado en Radio Saign. No se mueva continu la voz. Est a punto de llegar el enfermero. Glatigny se encontr introducido en un cobijo en forma de tnel, largo y estrecho. Estaba sentado en el suelo, con la espalda desnuda apoyada en la pared. Frente a l, un nha-que sentado sobre sus talones fumaba un pestilente tabaco liado en papel de peridico. El tnel estaba iluminado por dos bujas, pero cada bo-doi que pasaba lanzaba breves y zigzagueantes rayos con su linterna. En la misma postura que l, reclinados sobre el muro de la tierra, el capitn reconoci a tres paracaidistas vietnamitas que haban estado en Marianne II. Le lanzaron miradas de hito en hito y luego desviaron sus cabezas. El nha-que llevaba la cabeza descubierta. En los extremos del labio superior luca dos mechones de tres o cuatro pelos largos. Vesta un uniforme caqui sin insignias, y se distingua de los otros viets por no calzar alpargatas de tela. Los dedos de sus pies se mezclaban voluptuosamente con el tibio barro de aquel lugar. En medio de dos bocanadas de su infecto pitillo pronunci unas palabras, y un bo-doi, con el espinazo ligero y ondulante como el de un muchacho, se inclin sobre Glatigny. El jefe del batalln le pregunta dnde est el comandante francs que mandaba el enclave. Glatigny tuvo un reflejo de oficial de tradicin. No poda creer que aquel nha-que acurrucado, que fumaba un tabaco maloliente mandase como l un batalln, tuviese su misma categora y las mismas responsabilidades. Le seal con el dedo: Es vuestro jefe? S respondi el viet, inclinndose respetuosamente hacia el comandante vietminh. Glatigny encontr que su colega tena la cabeza de un campesino de la Haute Corrze, una de cuyas antepasadas hubiese sido violada por un jinete de Atila. Su rostro no era cruel ni inteligente. Tena un aire sufrido, paciente y atento. Crey ver cmo el nha-que sonrea, cerrando con placer las dos delgadas hendiduras de sus ojos. As, pues, aquel era uno de los responsables de la divisin 308, la mejor, la ms eficiente y preparada de todo el Ejrcito Popular. Aquel campesino salido de su arrozal le haba derrotado. A l, a Glatigny, descendiente de una de las grandes dinastas militares de Occidente, para quien la guerra era un oficio y una razn de vivir.

El nha-que solt tres palabras mezcladas con su humo apestoso, y el intrprete se dispuso a formular la misma pregunta a los paracaidistas vietnamitas. Slo uno respondi: el sargento. Con su mentn seal al capitn. Usted es el capitn Glatigny, que mandaba la tercera compaa de paracaidistas. Pero, dnde est el comandante del enclave? Glatigny encontraba ahora estpido tratar de hacerse pasar por un segunda clase. Contest: Yo era el que lo mandaba. No haba comandante. Yo era el capitn con mayor antigedad. Mir al nha-que, cuyos ojos se abran y se cerraban suavemente, pero cjue conservaba el rostro impasible. Se haban batido, el uno contra el otro, utilizando las mismas armas. Sus pesados morteros podan compararse con la artillera francesa. Sobre Marianne II no haba podido intervenir nunca la aviacin. De aquellos duros combates cuerpo a cuerpo, de aquella posicin veinte veces perdida y recuperada, de aquel encarnizamiento de todos los actos de valor y de aquel ltimo ataque francs llevado a cabo por cuarenta hombres que haban arrojado de la cima al batalln vietminh, expulsndolo de los agujeros que haban conquistado, de todo aquello no quedaba trazo alguno sobre aquel rostro impasible, que no trasluca estima, ni inters, ni siquiera odio. Ya haban pasado los tiempos en que el vencedor presentaba armas a la guarnicin vencida que se haba batido con valor. Ya no habra sitio para los honorables hombres de la guerra. En el fro universo del comunismo, el vencido era un culpable, y se encontraba rebajado al rango de condenado de Derecho comn. En abril de 1945 todava seguan en pie los principios de la casta. El alfrez De Glatigny mandaba un pelotn de reconocimiento frente a Karlsruhe. Haba hecho prisionero a un mayor alemn, y lo haba conducido a su jefe de escuadrn, V..., que era primo suyo y perteneca al mismo linaje militar de los hobereaux, sucesivamente saqueadores de peregrinos, cruzados, condestables de reyes, mariscales del Imperio y generales de la Repblica. El jefe del escuadrn haba instalado su puesto de mando en una casa forestal. Haba salido al encuentro del prisionero. Se haban saludado y presentado. El mayor tambin llevaba un gran nombre de la Wehrmacht y se haba batido bien. Glatigny se haba sorprendido de las semejanzas entre los dos hombres. Los mismos ojos penetrantes, hundidos en \zs rbitas, la misma rgida elegancia en el gesto, los labios delgados, la nariz fuerte y arqueada. No se daba cuenta de que l tena el mismo aspecto. Todo esto haba ocurrido una maana muy temprano. El comandante V... invit a Glatigny y a su prisionero a que desayunasen en su misma mesa.

El alemn y el francs parecan a sus anchas, ya que se encontraban entre gentes de la misma casta. Hablaron animadamente y trataron de recordar los frentes en donde podan haber coincidido desde el ao 1939. Poco les importaba que uno fuese el vencedor y otro el vencido. Haban observado las reglas y se haban batido noblemente. Entre ellos exista la

estimacin y, en potencia, la amistad. V... hizo llevar al mayor en su jeep hasta el campo de prisioneros. Al despedirse le estrech la mano. Glatigny le haba invitado. El jefe nha-que del batalln, que haba escuchado la respuesta de Glatigny traducida por el intrprete, dio una orden. Un bo-doi solt su arma y se adelant hacia el capitn, en tanto que extraa de su bolsillo un largo cordn de nylon blanco, un suspensor de paracadas. Le dobl violentamente los brazos sobre la espalda y le at los codos y las muecas con extrema minuciosidad. Glatigny contempl fijamente al nha-que. Le pareci que sus ojos, semicerrados, eran dos hendiduras de mirilla tras la que espiaba otra persona mucho menos segura de s. Su triunfo deba serle tan violento que le tena borracho. No podra contenerse durante mucho tiempo. En seguida se pondra a rer, o a golpearle. Pero la mirilla se cerr y el nha-que comenz a hablar suavemente. El bo-doi, recogiendo su fusil, le hizo seal al francs de que le siguiese. Durante horas, Glatigny camin por las trincheras con el barro hasta los muslos, cruzndose con columnas de termitas-soldados, atareadas y especializadas. Haba termitassoldados con su casco de palmera acuado con la estrella amarilla sobre fondorojo; termitascooles, machos o hembras, vestidos de negro, que trotaban bajo el balancn vietnamita o la canasta thai. Se cruz con una columna que llevaba en cestos arroz humeante. Todas estas termitas parecan insensibles y sobre su rostro no se dibujaba ninguna expresin, ni siquiera uno de esos sentimientos elementales que rompen a menudo la impasibilidad de los trazos asiticos: el miedo, el gozo, el odio o la clera. Nada. Una misma obstinacin les empujaba hacia un lugar misterioso, que sin duda deba encontrarse alejado de la batalla actual. Aquel rumor de insectos asexuales le pareci como teledirigido, como si en las profundidades de aquel mundo cerrado existiese una reina monstruosa, una especie de cerebro central que fuese la conciencia colectiva de todas aquellas termitas. Glatigny tena ahora la impresin de ser uno de esos exploradores imaginados por los autores de novelas de ciencia-ficcin, que, sbitamente, por medio de una mquina, se ven en la necesidad de explorar el pasado o el futuro dentro de un monstruoso universo desaparecido, o en el interior de un mundo futuro ms terrible todava. Tropezaba a cada paso en el barro. El centinela que le acompaaba repeta incansablemente: Mau-len, mau-len, di-di, di-di. En una encrucijada le oblig a detenerse. El bo-doi se puso a hablar con el jefe de puesto, un joven vietnamita que llevaba un cinturn norteamericano de tela y un "colt". El joven mir al francs, sonriendo casi amistosamente, y pregunt: Conoce usted Pars? Claro. Y el Barrio Latino? Yo cursaba Derecho. Siempre coma en "chez Louis", en la ru Descartes. Y frecuentaba la terraza del "Capoulade". Glatigny lanz un suspiro. La mquina de explorar el tiempo acababa de devolverle a su siglo, al lado de aquel joven vietnamita que, con algunos aos de intervalo, haba pisado las

mismas aceras que l y haba frecuentado las mismas terrazas de caf. Ya exista en su poca el "Gypsy's", en la calle Cujas? pregunt el vietnamita. He pasado all muy buenos momentos. Haba una muchacha que bailaba. .., y a m me pareca que slo bailaba para m. El bo-doi, que no entenda nada de esta conversacin, se impacientaba. El estudiante del "colt" baj la cabeza, y luego, con una voz diferente, seca y desagradable, dijo al francs: Tiene que marcharse. A dnde me llevan? Lo ignoro. __ Podra decirle al bo-doi que afloje mis ligaduras? No siento los dedos. No. Es imposible. Bruscamente volvi la espalda a Glatigny. Se haba vuelto termita y se alej, hundindose en el espeso barro. Ya nunca ms se vera libre, las termitas no lo soltaran jams. No volvera a contemplar en primavera los jardines de Luxemburgo, cuando las muchachas hacen bailar sus faldas en torno a sus caderas, con unos libros bajo el brazo. El prisionero y su centinela pasaron por detrs de Beatrice, el enclave de la Legin que guardaba la desembocadura nordeste de la depresin de Dien-Bien-F. Beatrice haba cado en la noche del 13 al 14 de marzo, y la jungla ya invada las alambradas erizadas de pas y los escondrijos arrasados. Al salir de la trinchera estall tras ellos una bomba. Solamente segua disparando una pieza de artillera en el P. C. G. O. N. O., y su objetivo era el terreno que pisaba Glatigny. Prisionero y guardin penetraron seguidamente en el denso bosque que recubre las montaas. El sendero rectilineo trepaba desde el fondo de un terreno estrecho, sobre el que se cerraba la bveda de los grandes bombax6. A ambos lados del sendero se haban construido refugios en las entraas mismas de la tierra. Glatigny vea morteros de 120, bien colocados. Relucan suavemente, entre las sombras. Aparecan perfectamente preparados, y, como tcnico, no pudo por menos de admirar su buena conservacin. Delante de la entrada de los refugios, los hombres charlaban en posicin de descanso. Parecan demasiado corpulentos para ser vietnamitas, y todos ellos llevaban sobre el pecho, a modo de medalln, el retrato de Mao-Ts-Tung. Se trataba de la divisin 350, la divisin pesada que haba hecho su instruccin en China. El Segundo Bureau de Saign ya haba sealado su llegada. Los grupos sonrieron al paso del capitn. Quiz ni lo vean, ya que no era de su mundo. , Glatigny se mova torpemente con los brazos atados a la espalda, y su andar recordaba el de un pingino, con su balanceo de derecha a izquierda. Estaba tan fatigado que se desplom. Di-di, mau-len, siga caminando, tit. El tono era paciente, ms bien alentador, pero el soldado no hizo ningn gesto para6

Bombax:tipoderboltropical.(N.delT.)

ayudarle. Ahora, los nha-que vestidos de negro haban reemplazado a los soldados en las entradas de los parapetos. A un lado del sendero, en una mancha de sol, un viejo estaba a punto de engullir su arroz de la maana. Glatigny no tena hambre, ni sed, ni vergenza, ni clera; no senta ni fatiga. Era como si fuese muy viejo y, a la vez, acabase de nacer. Pero el perfume espeso del arroz caliente desencaden en l un reflejo animal. No haba probado bocado desde haca cinco das, y de pronto sinti hambre, y lanz sobre la escudilla una mirada codiciosa: Comer? El nha-que mostr sus dientes negros en una especie de sonrisa y asinti con la cabeza. Glatigny se dio la vuelta para mostrar sus ataduras. Entonces el viejo hizo una bola de arroz con sus dedos terrosos, arranc delicadamente una lmina de pescado seco y se lo meti todo en la boca. Pero el soldado empuj al capitn, y ste tuvo que proseguir su caminata por el sendero, que ascenda cada vez ms empinadamente. El sol se haba desprendido de las brumas de la maana. El bosque estaba tranquilo, profundo y negro como los lagos de aguas muertas en los crteres de los volcanes. En aquel momento Glatigny comprenda a Boisfeuras, que no haba querido evadirse porque quera "saber". En aquel desastre era su recuerdo el que se le impona, y no el de sus jefes o compaeros. Al igual que Boisfeuras, hubiera querido hablar el vietnamita, e inclinarse sobre aquellos soldados y coolies para preguntarles: Por qu eres vietminh? Ests casado? Sabes quin es el profeta Marx? Qu es lo que esperas? Haba vuelto a encontrar el sentido de la curiosidad, ya no era un prisionero. Glatigny lleg a la cima. A travs de los rboles distingua la depresin de Dien-Bien-F. Y hacia un lado, bajo el ojo atento de un centinela, un grupito: los supervivientes del enclave Boisfeuras dorma sobre los helechos. Merle y Pinires discutan entre s con cierta vehemencia. Pinires pona vehemencia en todo. Lo llamaron. Boisfeuras se despert y se sent sobre sus talones, a lo nha-que. El bo-doi sigui empujando a Glatigny con su fusil. Un hombrecillo joven, con uniforme limpio y cuidado, apareci ante una cueva. Le hizo seas para que entrase. El lugar era confortable y no haba barro. En aquella grata semioscuridad, el oficial descubri a otro hombrecillo semejante al primero, sentado ante una mesa de nio. Fumaba un cigarrillo; el paquete estaba sobre la mesa, recin empezado. Glatigny fumara de buena gana un cigarrillo. Sintese dijo el joven. Tena el acento clsico del liceo francs de Hanoi. Pero no haba asientos. Con el pie, Glatigny dio la vuelta a un pesado casco norteamericano. que se encontraba all y se sent encima, lo ms confortablemente que le fue posible. Su apellido? Glatigny. El joven escriba sobre una especie de libro registro. Su nombre? Jacques.

Grado? Capitn. Batalln? No lo s. El viet coloc su estilogrfica sobre la mesa y aspir una profunda bocanada de su cigarrillo. Pareca estar ligeramente fastidiado. El presidente Ho-Chi-Minh (pronunciaba la ch suavemente, como los franceses) ha dado rdenes para que los combatientes y el pueblo sean clementes (recalc especialmente la frase) con los prisioneros. Ha sido maltratado? Glatigny se levant y le dej ver sus brazos trabados. El joven alz una ceja con sorpresa y llam discretamente al muchacho que permaneca en la entrada de una tienda montada con las brillantes telas de los paracaidas. Se arrodill detrs del capitn y sus dedos giles deshicieron los complejos nudos. La sangre invadi de un golpe los paralizados antebrazos. Era un dolor terrible; Glatigny hubiera deseado lanzar unos cuantos juramentos, lo ms groseros posible, pero se encontraba ante gente tan educada que se contuvo. Usted fue hecho prisionero en Marianne II. Usted mandaba el enclave. Cuntos hombres tena con usted? No lo s. Tiene sed? No. Entonces tendr hambre. Se le dar algo para comer inmediatamente. Tampoco tengo hambre. Necesita algo? Si se le ofreciese un cigarrillo, Glatigny no sera capaz de rechazarlo, pero el vietminh no lo hizo. Tengo sueo dijo de pronto el capitn. Lo comprendo. El combate ha sido muy duro. Nuestros soldados son ms dbiles y ms pequeos que los suyos, pero se han batido con ms tesn que ustedes, ya que sacrificaban la vida por su patria. Ahora usted es un prisionero, y su deber es responder a mis preguntas. Qu efectivos haba en Marianne II? Le he dado mi nombre, mi apellido, mi grado, es decir, todo lo que me perteneca. Lo dems no es mo, y no conozco ningn convenio internacional que obligue a los oficiales prisioneros a suministrar informes al enemigo mientras sus compaeros se siguen batiendo. El vietminh suspir con fuerza. Luego chup profundamente su cigarrillo. Por qu no me quiere contestar? Por qu? Glatigny se haca tambin la misma pregunta. Tena que existir algo sobre ese punto en el reglamento militar. Todo estaba previsto en el reglamento, incluso lo que no ocurre nunca. El reglamento militar prohbe que los prisioneros den informes. Usted se ha batido porque el reglamento se lo ordenaba? Por eso slo, no. Al negarse a hablar obedece, quizs, a las reglas de su honor militar?

Puede llamarlo as. Tiene usted una burguesa concepcin del honor militar. Ese honor le permite pelear por los intereses de los grandes colonos y de los banqueros de Saign, asesinar a pueblos que slo quieren su independencia y la paz. Usted acepta hacer la guerra a un pas que no es el suyo, una guerra injusta, una guerra de conquista imperialista. Su honor de oficial se acomoda a todo eso, pero le prohibe ayudar a la causa de la paz y del progreso suministrando las informaciones que se le piden. Glatigny tuvo un reflejo de raza; haba recuperado firmeza y altura. Pareca como si estuviese lejos, remotamente interesado; senta un cierto desdn como si la cosa no le incumbiera. El vietminh se dio cuenta; brillaban sus ojos, palpitaban las aletas de su nariz y apretaba los labios contra sus dientes. "Su educacin francesa pens Glatigny ha debido desorganizar el perfecto control de sus expresiones de rostro." El vietminh casi se alz de su asiento: Responda. Su honor no le obliga a defender hasta la muerte las posiciones adquiridas? Por qu no se ha dejado matar defendiendo la tierra de sus padres} Por primera vez en la conversacin, el viet haba empleado una expresin directamente traducida del vietnamita al francs: la tierra de sus padres equivala a la tierra de sus antepasados. Este pequeo problema de lingstica haca desviar la atencin de Glatigny del otro problema que se planteaba sobre moral militar. Pero el hombrecillo vestido de verde insisti: Responda! Por qu no se ha dejado matar defendiendo su posicin? Glatigny tambin se lo preguntaba. Hubiera podido hacerlo, pero haba lanzado su granada sobre los dos viets. Yo puedo explicrselo prosigui el vietminh, vio cmo nuestros soldados, que le parecan menudos y frgiles, suban al asalto de sus trincheras, a pesar de sus minas, de su artillera y de sus alambradas, armas todas ellas regaladas por lor norteamericanos. Los nuestros se han batido hasta la muerte porque servan a una causa justa y popular, porque saban, porque todos nosotros lo sabemos, que somos poseedores de la VERDAD, de k nica VERDAD. Ella es la que hace invencibles a nuestros soldados. Y como usted no dispona de estas razones, est aqu, ante m, vivo, prisionero y vencido. "Ustedes, oficiales burgueses, pertenecen a una sociedad diezmada y podrida por los intereses egostas de su clase. Ustedes han contribuido a mantener a la humanidad en tinieblas. Ustedes no son ms que oscurantistas, mercenarios incapaces de decir por qu pelean. "Y de lo contrario, conteste! No puede, eh?" Nos batimos, seor, para proteger al pueblo del Vietnam contra la esclavitud comunista. Despus, Glatigny, al discutir esta respuesta con Esclavier , Boisfeuras, Merle y Pinires, tuvo que reconocer que no saba cmo se le haba venido a la mente. En realidad, Glatigny se bata por Francia, porque el gobierno legal se lo haba ordenado. Nunca se le haba ocurrido pensar que estaba all para defender las plantaciones de las Tierras Rojas o la Blanca de Indochina. Obedeca, y eso le bastaba. Pero, de pronto, haba presentido que esta nica razn no poda parecer viable a un comunista. Por su imaginacin volaron conceptos

todava bastante vagos: Europa, Occidente, civilizacin cristiana. Haba pensado en todo ello a la vez y despus se le haba ocurrido aquella idea de cruzada. Glatigny haba dado en el blanco. Los ojos empequeecidos, las narices dilatadas, todo el rostro del hombrecillo joven expresaba solamente un odio preciso, intransigente, y le cost trabajo articular: Yo no soy comunista, pero creo que el comunismo es la prenda de la libertad, del progreso y de la paz entre los pueblos. Al recuperar su control, encendi un nuevo cigarrillo. Era tabaco chino, expanda un olor agradable de rastrojo quemado. El viet prosigui en el tono declamatorio al que pareca aficionado: Oficial a sueldo de los colonialistas, usted es ya por este hecho un criminal. Merece ser juzgado por crimen contra la humanidad y recibir el castigo habitual: la muerte. Era apasionante. Boisfeuras tena todo la razn. Un mundo desconocido se le abra de par en par, y uno de sus principios era: "El que lucha contra el comunismo es, por este hecho, un criminal de guerra, se coloca al margen de la humanidad y debe ser colgado como los acusados de Nuremberg." Est casado? pregunt el vietminh. Tiene padres, hijos? Una madre? Piense en el dolor de ellos cuando sepan que usted ha sido ejecutado. Pues no pueden imaginar, verdad?, que el pueblo mrtir del Vietnam perdone a sus verdugos. Llorarn a su marido, a su hijo, a su padre muerto. La comedia se tornaba penosa y de mal gusto. El viet hizo un silencio para llenarse de compasin hacia aquella pobre familia francesa en duelo, y prosigui: Pero el presidente Ho sabe que ustedes son los hijos del pueblo francs, engaados por los colonialistas y los imperialistas norteamericanos. El pueblo francs es nuestro amigo y combate a nuestro lado en el campo de la paz. Porque lo sabe, el presidente Ho ha pedido al pueblo y a los combatientes del Vietnam que ahoguen su justa clera para con los prisioneros, exhortndoles a aplicar una poltica de clemencia. "En la Edad Media pens Glatigny tambin se empleaba el mismo trmino, "aplicar", pero se trataba de aplicar tormento." Nosotros le cuidaremos. Recibir las mismas raciones que nuestros soldados. Le ensearemos tambin la VERDAD. Le reeducaremos mediante trabajos manuales, lo que nos permitir corregirle su educacin burguesa y redimir su vida de holgazanera. Esto es lo que le dar el pueblo del Vietnam como castigo a sus crmenes: la VERDAD. Pero a semejante generosidad deber responder con la ms absoluta sumisin a todas nuestras rdenes. Glatigny prefera que el comisario se dejara llevar por su odio, ya que dicho odio, al devolverle los reflejos humanos, lo haca ms humano. Cauteloso y predicador le asustaba y al mismo tiempo le fascinaba. Aquel jovenzuelo triste que flotaba entre sus ropas demasiado grandes, y que le hablaba de la Verdad con la mirada vaca de un profeta, le sumerga en la pesadilla de las termitas. Era una de las antenas del monstruoso cerebro que quera someter al mundo a una civilizacin de insectos mviles en su certidumbre y en su eficacia. La voz segua:

Capitn Glatigny, cuntos hombres tena en su posicin? Tengo sueo. Nos ser muy fcil saberlo, contando los muertos y los prisioneros; pero quiero que sea usted quien me lo diga. Tengo sueo. Irrumpieron dos soldados en el tnel y ataron nuevamente los brazos, los codos, las muecas y los dedos del capitn. No olvidaron tampoco una ligera anilla en torno al cuello. El comisario poltico contemplaba con desprecio al oficial- burgus, Glatigny. Glatigny..., aquel nombre le recordaba algo. Bruscamente se sinti transportado al liceo de Hanoi. Aquel nombre lo haba ledo en la historia de Francia. Un gran jefe militar se llamaba Glatigny; era un homicida dedicado al pillaje, al que un rey haba nombrado su condestable, muriendo luego por su seor. El joven triste no era solamente el oficial vietminh, el engranaje de un inmenso organismo. Todos sus recuerdos de adolescente amarillo, objeto de las burlas de sus compaeros blancos, se le agolparon en la mente y le mojaron de sudor. Poda ahora humillar a Francia hasta en su ms lejano pasado. Y tema de tal forma que aquel Glatigny no fuera el descendiente del condestable lo que frustrara su extraa victoria, que se resista a preguntrselo. Declar: Capitn, a causa de su actitud todos sus compaeros apresados en la posicin permanecern maniatados como usted, y sabrn que a usted se lo deben. Los guardianes condujeron a Glatigny a un profundo barranco en el corazn de la jungla. All haba un agujero. Dos metros de largo por medio de ancho y 1,20 de profundidad. El tpico hoyo de combatiente, que bien puede ser una tumba. Uno de sus guardianes comprob las ligaduras y lo coloc frente al agujero. El otro carg su ametralladora, clap, clap... Di-di, di-di, mau-len. Glatigny se adelant y se dej caer dentro de la fosa. Se tumb sobre sus brazos atados e insensibles. Por encima de su cabeza haba un cielo extraordinariamente luminoso, que se vea a travs de las frondosidades de los rboles gigantescos. Cerr los ojos para morir o para dormir... A la maana siguiente le vinieron a buscar y lo ataron con sus compaeros. Frente a l se encontraba el sargento Mansard, que por dos o tres veces le repiti: No se lo reprochamos, sabe, mi capitn? Y para reconfortarle le hablaba entre dientes de Boulogne-Billancourt, donde haba nacido. De aquel baile que se encontraba cerca de la orilla del Sena, al lado de una estacin de servicio. All iba a bailar los sbados con unas muchachas que conoca bastante, puesto que se haba criado con ellas. Pero sus hermosos vestidos y el rojo de sus labios les daban un nuevo aspecto que le haca volverse tmido. Cuando Glatigny haba tomado el mando del batalln, Man-sard le haba hecho el vaco. Para el viejo tornero slo era un aristcrata que vena del gran Estado Mayor de Saign. Y ahora, con una discrecin llena de torpeza, el suboficial !e dejaba entender que lo consideraba como de su esfera, y que estaba orgulloso de que su capitn no hubiese bajado la cabeza ante los macacos. Glatigny rod hasta donde estaba Mansard y, con su hombro, roz el del sargento. El

suboficial, creyendo que tena fro, se peg a l.

CAPTULO II LA AUTOCRTICA DEL CAPITN ESCLAVIER Acostados en el arrozal donde el cieno se mezcla con el rastrojo aplastado, los diez hombres se aprietan unos contra otros. Zozobran por instantes en el suelo, se despiertan sobresaltados en medio de la hmeda noche y, despus, se hunden de nuevo en sus pesadillas. Esclavier sostiene al teniente Lescure por el cinturn. Lescure est loco. Podra levantarse, empezar a andar decididamente y gritar: "Nos atacan, nos atacan, enviad pollos..., patos!"7 No obedecera al centinela vietminh que le ordenara detenerse, y se hara matar. Por el momento, Lescure est muy tranquilo. De cuando en cuando lanza suspiros quejumbrosos, de cachorrillo. En el silencio de la noche, el motor de un jeep que chapotea sobre la pista enfangada, zumba, se pone en movimiento y se va apagando tras bruscas interrupciones. Se dira que es una mosca encerrada en una habitacin y que se lanza contra los cristales. Por fin se detiene el motor, pero Esclavier, que est despierto, aguarda el ruido familiar que le gustara volver a or. Di-di, di-di, mau-len. La orden del centinela va acompaada con golpecitos de culata, que remueven la masa informe de prisioneros. Una voz habla en francs: De pie. Levntense! Tienen q te venir a empujar un jeep del Ejrcito Popular del Vietnam. El tono de la voz es paciente, seguro de ser obedecido. La lengua es precisa, la pronunciacin de una perfeccin admirable e inquietante a la vez. Lacombe, el godo, se ha levantado lanzando un suspiro, y los otros le han seguido. Esclavier sabe que Lacombe ser el primero en dar muestras de obediencia y de celo, que mantendr su gruesa cara en forma de nalgas para obtener un satisfecit de sus guardianes. Ser el buen prisionero, casi al lmite del soplo. Lisonjear a los viets para obtener algunas ventajas, pero, sobre todo, porque son los amos y siempre ha obedecido a los ms fuertes. Para hacerse perdonar su actitud por los compaeros, tratar de hacerles creer que engaa a los carceleros y los explota, para comn beneficio. Esclavier ya conoci este tipo de hombre en el campo de Mathausen. All todos los individuos estaban sumergidos en un bao de cal viva, y slo se mantena lo esencial de cada cual. A estos seres simplificados se les poda encasillar en tres categoras: los 7

1Pollos:enargotdecampaa:granada,obsdelmortero63,patos:granada,obsdelmortero81.

esclavos, las fieras y los que Fournier llamaba con un poco de desprecio las almas candidas, Esclavier haba sido una fiera porque quera sobrevivir. La verdadera naturaleza de Lacombe era la de ser un esclavo, un ser que no robara ni a su amo, que no tendra ni ese ltimo arranque de libertad. Pero llevaba el uniforme de capitn del Ejrcito francs y tendra pue aprender a contenerse, aunque fuera a costa de reventar. Una dbil silueta con su casco de latanero domina a Esclavier, y la voz descarnada, a fuerza de ser precisa, suena otra vez: Usted no quiere ayudar a sus camaradas a empujar el jeep? No responde Esclavier. Cmo se llama usted? Capitn Philippe Esclavier, del Ejrcito francs. Y usted? Un oficial del Ejrcito del Pueblo. Por qu se niega usted a obedecer mi orden? Ms que un reproche es la comprobacin de un hecho inexplicable. El oficial vietminh, con la aplicacin de un instructor concienzudo, pero limitado, trata de comprender la actitud de ese nio grande que est tendido a sus pies. Sin embargo, le han inculcado el mtodo en las escuelas de cuadros de la China comunista. Primero ha de analizar, luego explicar y, finalmente, convencer. El mtodo es infalible. Forma una parcela del gran conjunto perfecto que es el comunismo. Ha tenido excelente xito sobre los prisioneros de Cao-Bang. El viet se inclina sobre Esclavier y, con sutil condescendencia, le dice: El presidente Ho-Chi-Min ha dado orden al Ejrcito Popular del Vietnam de que practique una poltica de clemencia hacia todos los prisioneros engaados por los capitalistas del imperialismo. Lescure parece que se va a despertar. Esclavier estrecha la presa contra su cintura. El teniente no sabe, y quiz no lo sepa nunca, que el Ejrcito francs ha sido batido en DienBien-F. Si se despertase sera capaz de estrangular al vietminh. El otro prosigue: Usted ha sido bien tratado y lo seguir siendo, pero su obligacin es obedecer las rdenes del pueblo vietnamita. La voz breve y vibrante de Esclavier, rica en violencia, en clera y en irona, clida de protesta, responde para que todos le oigan: Hace slo unas horas que vivimos en la Repblica Democrtica del Vietnam, y ya hemos tenido ocasin de apreciar su poltica de clemencia. En vez de liquidarnos limpiamente nos dejan morir de fro y agotamiento. Y para colmo nos piden que tengamos el corazn lleno de agradecimiento para ese buen presidente Ho y para su Ejrcito Popular del Vietnam. "Va a conseguir que nos maten a todos, ese nio de mierda piensa Lacombe. Primero toda una historia para convencerle de que se rindiera, y ahora vuelta a empezar. Yo no pido otra cosa ms que comprender la Repblica Popular. Es la misma prudencia, ya que todo se ha acabado y nada ms podemos hacer." Me niego a empujar el jeep. Puede considerarlo como una decisin. Prefiero que me maten aqu mismo a morir lentamente; a entontecerme y quiz corromperme en su limitado universo. D, pues, las rdenes necesarias para que acaben conmigo.

"Se acab! piensa Lacombe. Dos centinelas lo levantarn a culatazos, lo conducirn a un barranco y le dispararn un tiro en la cabeza. As terminar la insolencia del capitn Esclavier." Por su parte se siente humilde. Un secreto calor penetra en sus miembros entumecidos. Es el buen alumno que no ser castigado. Pero el can-bo no est disgustado. Ha sobrepasado el lmite de la ira. Soy un oficial del Ejrcito Popular de Vietnam. Tengo que velar por el ms estricto cumplimiento de las rdenes del presidente Ho. Somos pobres. No tenemos suficientes medicamentos, ni ropas, ni arroz. Primero tenemos que surtir a nuestros combatientes. Pero ustedes sern tratados de la misma forma que los hombres de nuestro pueblo, a pesar de todos sus crmenes contra la Humanidad. El presidente Ho ha pedido al pueblo de'Vietnam que les perdone, porque ustedes han sido engaados, y voy a dar las rdenes convenientes a los soldados que les vigilan... Sus palabras son mecnicas, impersonales, recuerdan una montona letana. Lescure, que en otro tiempo fue monaguillo, se despierta y con toda responsabilidad responde: Amn. Despus lanza una carcajada, que termina con un jadear. Mi compaero est loco dice Esclavier. El vietminh tiene un terror primitivo a los locos, de quienes se dice perdieron el cerebro por haber sido devorado por los mah-qui8. La democracia popular y las declaraciones del presidente Ho no le sirven de ninguna ayuda. La noche se puebla repentinamente con todos los sueos de su infancia, del mundo absurdo y rumoroso de los mah-qui que habitan las aguas, la tierra y el cielo, y que jams dejan un instante de paz al hombre. Los mah-qui se cuelan por la boca de los nios y tratan de robar las almas de los muertos. Tiene miedo, pero para no demostrarlo dirige unas palabras a un centinela y sale en direccin a su jeep. Pone en marcha el motor; los prisioneros, a su alrededor, lo empujan. Las ruedas salen de los surcos, el motor cinta gozosamente. Todos los mah-qui de la noche quedan inmediatamente exorcizados por este tranquilizador ruido de mquina, por esta msica brutal del mundo marxista. Di-di dicen los centinelas al devolver a los prisioneros a su sitio. Ahora pueden dormir. Los mah-qui haban devorado el cerebro de Lescure. Durante los ocho das precedentes a la rendicin, el teniente no haba dejado de tragar las pldoras de maxitn que se encontraban en las cajas de racionamiento y haba probado muy poco alimento. Lescure tena un cuerpo largo y delgado, con la piel gris y el pelo mustio. Nada le inclinaba a la carrera de las armas. Pero era hijo de un coronel muerto en 1940 en el Loire. Y uno de sus hermanos haba sido fusilado por los alemanes, mientras que el otro se paseaba en un silln rodante desde que recibi cerca de Cassino la metralla de una granada en la columna vertebral. Contrariamente a su padre y hermanos, militares natos, Ivs Lescure se complaca en una suave anarqua. Le gustaba la msica, los contactos amistosos y los libros de viejas ediciones. Por seguir la tradicin familiar haba tenido que asistir a la escuela de Coetquidan, *Mahqut:malosgeniosdelaleyendavietnamita.

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y conservaba de aquellos dos aos en los hmedos pramos de Bretaa, entre seres limitados, pero eficaces y disciplinados, el deprimente recuerdo de una serie ininterrumpida de novatadas y de esfuerzos fsicos desmesurados. Siempre haba padecido la sensacin de ser inferior a una tarea por la que no senta el menor gusto. Para contentar al herido de Cassino, para permitirle vivir la guerra a travs de l, se haba enrolado voluntario para Indochina, y sin entrenamiento preliminar haba saltado sobre DienBien-F, lo que el enfermo hubiera hecho con entusiasmo si hubiera podido. El teniente Lescure slo haba encontrado amarguras. Esclavier lo haba visto llegar en uno de esos atardeceres que preceden a la estacin de las lluvias. Vena desaliado, haba olvidado su arma individual y tena un aire perfectamente despistado; Los pesados morteros vietminh hostigaban Vernica II, y las nubes, que volaban muy bajas en un cielo cargado, se orlaban de oro como chales gitanos. Se haba presentado: Teniente Lescure, mi capitn. Dejando caer el saco un saco donde se encontraban libros, pero ningn uniforme de recambio, haba mirado al cielo. Muy hermoso, verdad? haba comentado. Esclavier, que no gustaba de los soadores, le respondi secamente: S, muy hermoso, seor. El batalln de paracaidistas que defiende esta posicin, y que yo mando, contaba hace quince das con seiscientos hombres. Slo quedan noventa. Y de los veinticuatro oficiales, nicamente siete pueden batirse. Lescure se haba excusado inmediatamente: Ya s; no soy paracaidista, no tengo aptitudes para este tipo de guerra. Soy torpe e ineficaz, pero tratar de hacerlo lo mejor posible. Lescure, que tena un miedo terrible a no poder hacerlo lo mejor posible, se haba dado al maxitn pocos das despus. Haba participado en todos los ataques y contraataques con ms inconsciencia que valenta, viviendo en una especie de nebulosa. Una noche sali para buscar entre las dos lneas a un adjudant herido en las piernas. Por qu hizo usted eso ? le haba preguntado el capitn. Mi hermano lo hubiera hecho, pero no puede. Yo slo no lo hubiese conseguido. Su hermano? Y Lescure, sencillamente, haba relatado que no era l quien se encontraba en Dien-BienF, sino su hermano Paul, que se paseaba por las calles de Rennes sentado en una silla rodante. Su valor era Paul, pero las torpezas, las puestas del sol 7 el miedo era l. Desde entonces l capitn haba empezado a vigilarlo, lo que tambin hacan los suboficiales y los soldados de la compaa. La orden de cese el fuego haba llegado a Vernica, al igual que a las dems posiciones que todava seguan en pie, a las diecisiete horas. Fue entonces cuando Lescure se desplom gritando:

Pollos! Patos! Aprisa, siguen atacando! Esclavier no dejaba nunca de vigilarle. Los despertaron durante la noche y tuvieron que abandonar el claroscuro del arrozal, introducindose en el bote de betn que pareca el bosque. Siguieron un sendero en la jungla. Las ramas les golpeaban el rostro. El suelo viscoso se deslizaba bajo las pisadas, o se inflaba bruscamente formando una dura protuberancia sobre la que tropezaban sus tibias. Los prisioneros tenan la sensacin de dar vueltas, de girar constantemente en redondo. Di-di, mau-len gritaban los centinelas. La noche comenz su declive. Con las primeras luces de la maana llegaron a la depresin de Moung-Fan. Esclavier reconoci a Boisfeuras, que estaba situado delante de la primera choza. Ya le haban liberado de sus ataduras y fumaba, en una pipa de bamb thuoc lao, un tabaco muy negro fermentado en melaza. Se lo haba dado un centinela despus de haber cruzado unas palabras en su dialecto. Quieres? le pregunt Boisfeuras con su voz chirriante. Esclavier aspir algunas bocanadas tan agrias que le hicieron toser. Lescure la emprendi con su grito de guerra: "Pollos, patos...!" Y se lanz sobre un centinela para apoderarse de su arma. Esclavier tuvo el tiempo justo para detenerlo. Qu le pasa? pregunt Boisfeuras. Est loco. Juegas al enfermero? Ya ves... Dnde ests instalado? En la choza, con otros muchachos. Yo me uno a vosotros. Lescure pareci calmarse. Esclavier lo sostena como si se tratara de un nio. Traigo conmigo a Lescure. No puedo dejarle solo. Durante quince das este nio de coro, este pingajo, se ha superado a s mismo. Realiz ms actos de valor que todos nosotros en tres meses. Y sabes por qu? Para complacer a un enfermo que se encuentra a quince mil kilmetros de aqu y que nunca podr saberlo. Encuentras verdadera su razn? Y por salvarlo no intentaste la fuga? Ahora podr largarme; los otros se ocuparn de l. Podemos intentarlo juntos. La jungla no es ningn secreto para ti. Me acuerdo de las clases que nos dabas cuando tenamos que lanzarnos en paracadas sobre Laos durante la ocupacin japonesa. Nos decas: "La jungla no es del ms fuerte, sino del ms hbil, del ms resistente, del ms sobrio." Y todos nos dbamos cuenta de tu experiencia. Ya has pensado algn plan? Tengo muchas ideas, pero no quiero evadirme, todava no... Si no te conociese poda creer que tenas miedo. Pero sospecho que cueces alguna burrada en tu complicado cerebro de chino... No te saba en Dien-Bien-F. Qu has venido a hacer aqu? Te supona reido definitivamente con este tipo de guerras ordenadas.

Haba montado algo por el Norte, por la frontera del Yunnan. Una historia que iba a volver locos a los chinos. El asunto fracas... Me vino a pie, me un a los de Dien-Bien-F. Un golpe indirecto, al estilo de tus juncos piratas en la baha de Along, con los que ibas a rodar hasta las costas de Hai-Nan. Por esta vez se trataba de leproseras. Esclavier se ech a rer. Estaba contento de haber vuelto a encontrar a Boisfeuras, que se hallaba ahora tan a sus anchas, con los pies desnudos enterrados en el fango, rodeado por los bo-doi, como un ao antes sobre el puente de su pesado junco de velas violeta, al frente de su banda de piratas reclutados entre los restos del ejrcito de Chang-Kai-Shek. Otro de sus golpes indirectos fue el de armar a los cortadores de cabezas de los Chins y Naga-Hills en Birmania, para lanzarlos contra la retaguardia del Ejrcito japons, Boisfeuras, que serva entonces en el Ejrcito ingls> haba sido uno de los escasos supervivientes de la operacin, lo que le haba valido la D. S. O.9 Boisfeuras era el compaero que necesitaba para que le acompaara en esta evasin. Era un hombre lleno de recursos, buen andarn, habituado al clima y conocedor de las lenguas y las costumbres de gran nmero de pueblos de la Alta Regin. Por eso insisti de nuevo: Bueno, no te escapas conmigo? Yo no podr. He vivido dos aos en un campo de concentracin y para sobrevivir me vi obligado a hacer muchas cosas que ahora me causan horror. Jur no volver a encontrarme en una situacin que me obligase a empezar de nuevo. Esclavier se haba agachado a los pies de Boisfeuras y con una vara de bamb traz con gesto maquinal figuras que representaban montaas y ros, y una larga lnea sinuosa que corra entre esas montaas y esos ros. Era la ruta que seguira al huir. No, no poda volver a empezar, ser de nuevo un prisionero. . . La primera misin que Esclavier haba llevado a cabo como aspirante se haba desarrollado sin contratiempo. Guardaba todava el conmovedor recuerdo de su salto en paracadas en medio de la noche. Era el mes de junio y le pareci que se iba a aplastar contra las grandes hierbas y las flores de los campos, que se hundira sin remedio en aquella tierra de Francia, olorosa y grasa. Tres hombres le esperaban. Eran unos campesinos de Tours que lo llevaron, junto con su radiotelegrafista, a una enorme granja-castillo. Se instalaron all, justo encima del granero. Desde aquel observatorio se poda vigilar la carretera nacional y sealar inmediatamente los desplazamientos de los convoyes alemanes. Los hombres que llegaban de la regin de Nantes les traan mensajes e informes, que haba que cifrar y retransmitir. Ni Esclavier ni el radiotelegrafista podan salir de su escondrijo; pero todos los olores de la primavera embalsamaban su amplia buhardilla. Una alegre criada, un animalito de gestos vivos y mejillas rojas, les llevaba la comida, y a veces un ramo de flores y, siempre, hermosas frutas.9

D.S.O.:DistinguishedServiceOrder.

Una tarde Philippe la bes. Ella no se ofendi, sino que devolvi el beso apresuradamente y con torpeza. La cit en el granero. La muchacha acudi a la cita. All, rodeados por el olor penetrante del heno, espiando los ruidos como animales salvajes al acecho, se acariciaron con nerviosismo. Hasta que el placer los arrastr repentinamente como un furioso torrente. A veces el vuelo vacilante de un murcilago rozaba sus cuerpos. Philippe senta cmo los riones de la muchacha se estremecan bajo las palmas de sus manos, llegando a cruzar por su mente una nueva llamada de deseo. Ms tarde, deshecho de fatiga, oliendo a heno aplastado y a amor, al regresar al desvn, el radiotelegrafista le mostr un mensaje: se le ordenaba matar inmediatamente a un agente del Abwehr, un belga que, hacindose pasar por un refugiado, se enrolaba en las granjas como obrero agrcola. Los campesinos eran charlatanes; les gustaba hablar de todo y dejaban entrever que sus graneros no slo servan para guardar heno. Tres de ellos acababan de ser detenidos y fusilados. Se lo deban al belga del Abwehr. El radiotelegrafista deseaba a la criada y estaba celoso de los xitos de Philippe. Le dijo bromeando: Caramba, todo en el mismo da! Sangre, voluptuosidad y muerte. El radiotelegrafista tena sus estudios; era lector de la Universidad de Edimburgo. El belga trabajaba en la granja vecina. Despus de comer, su patrn lo haba entretenido a su lado para que se bebiese un vaso de vino y para dar tiempo a que dos criados cavasen una tumba detrs de un montn de estircol. Philippe esperaba tras la puerta de la sala comn, pegado contra el muro. Tena el vientre encogido y el mango de su pual giraba en su mano, hmeda por el sudor. No podra matar al belga. Qu papel jugaba l en aquella srdida historia? Debera haber escuchado a su padre, quedarse con l bien resguardado detrs de sus libros, en lugar de jugar por las noches a los asesinos.

El hombre sali titubeando, empujado por el patrn de la granja. Daba la espalda a Philippe, que salt como un gamo y le plant el pual entre los dos omoplatos, tal como le haban enseado en la escuela de comandos. Pero el golpe haba fallado por falta de energa. Philippe tuvo que repetir varias veces, mientras que el campesino, sentado sobre sus riones, sujetaba al belga para impedir que se moviera. Una carnicera ruin! Vaciaron los bolsillos del belga. Haban recibido la orden de mandar todos sus papeles a Londres. Despus hicieron balancear su cuerpo para lanzarlo al agujero, al lado del montn de estircol. Philippe fue a vomitar sus entraas tras unas zarzas. Sangre, voluptuosidad, muerte! Al regresar a la granja sorprendi al radiotelegrafista fornicando con la criada. La muchacha lanzaba con aquel tipejo los mismos suspiros de xtasis que antes con l. Aquello le doli, pero se hizo el cnico y lleg a un acuerdo con su compaero para utilizar la criada a medias. Philippe Esclavier triunf tambin en la segunda misin que le encomendaron, y que llev

a cabo solo. Pero fue atrapado antes de poder redondear la tercera. Se haba lanzado en paracadas al mismo tiempo que el sargento Beudin. Los alemanes, que estaban prevenidos, los esperaban en el suelo. Beudin haba ido a parar a un arroyo y consigui escapar, pero Philippe, antes de poder desligarse de su paracadas y, por tanto, de estar en condiciones de utilizar su pistola, vio cmo unas esposas se clavaban en sus muecas. Inmediatamente le condujeron a la Prefectura de Rennes, en donde estaba instalado el despacho de la Gestapo. Despus de ser sometido a tortura, lo enviaron al campo de Mathausen. En su barracn haba un judo miserable que no tena familia, ni patria, y que se haba alistado con los comunistas para verse protegido. Fue el judo quien lo salv del horno crematorio. Se llamaba Michey Weih. La organizacin comunista del campo le haba encargado un informe del recin llegado. Es un agente de la Francia libre. Viene de Londres haba anunciado Weihl, la primera noche, al responsable del barracn, un tal Fournier. Entonces no hay ms que dejado en la lista del destacamento que sale para la mina de sal. Weihl advirti al paracaidista. Entonces Esclavier se hizo el encontradizo con Fournier y le revel quin era su padre, el profesor tan conocido en el Frente Popular. Fournier se haba impresionado. El nombre de Esclavier conservaba todava mucho prestigio en la izquierda y aun en la extrema izquierda. Pero para no aparentar aquella impresin haba dicho: Los socialistas son demasiado blandos, unos burgueses. Si quieres que te ayudemos tienes que caminar con nosotros, al paso comunista. Philippe Esclavier acept, y as fue borrado de la lista negra. Durante todo su cautiverio sirvi a los comunistas, que constituan la nica jerarqua eficaz del campo. Lo que muchas veces le pedan estaba reido con todas las reglas de la moral habitual. Comunista, poda creerse absuelto por el inters superior de la causa a que serva. Pero l nunca haba sido comunista, solamente lo haba aparentado por sobrevivir. En realidad, slo era un cerdo. La voz chillona y chirriante de Boisfeuras le devuelve a la realidad de la depresin de Muong-Fan. Vamos, Esclavier! Sueas? No es bueno para un prisionero refugiarse en el pasado. Se adormece, pierde fuerzas. Te voy a ensear donde abrevamos nuestras cuadras. Esclavier y los recin llegados llegan a las chozas y se dejan caer sobre las literas de bambes aplastados. Todos lanzan un suspiro de bienestar. Por lo menos esto es seco, suave y caliente. "Vaya, ah est ese bruto orgulloso! piensa. Sin su pual, ni su 'colt'... y por vez primera sin Raspguy." Esclavier ya ha reconocido a Glatigny. Dobla ligeramente su larga espalda, adoptando una afectada elegancia de hombre de saln, y dice: Caramba! Usted aqu, querido? Cmo est su general? Y su hijita, nuestra cara

Martine? Glatigny piensa que un da u otro tendr que poner la mano sobre el rostro de Esclavier, pero ste es un momento particularmente mal elegido. Haba estado a punto de ocurrir en

Saign, la tarde en que haba impedido a Martine, la hija de su general, que saliera con el capitn. Esclavier la habra hecho beber, probablemente la hubiese llevado a algn fumadero, y despus se habra acostado con ella. Al da siguiente se hubiera redo en sus narices, como un gran bribn que era. Glatigny se vuelve sobre su litera mientras Esclavier va a instalarse a su lado. A pesar de todo me siento muy sorprendido dice el paracaidista, pero que muy sorprendido, de que usted haya venido a acompaarnos en esta especie de mierda que nos rodea. Qu quiere decir? Que usted no es solamente un ttere de Estado Mayor, ni el aya Rita de nuestra querida Martine, sino tambin... Sino tambin... ? Quizs un oficial... Esclavier se incorpora de un salto y va en busca de Lescure, que permanece inmvil, con los ojos perdidos y los brazos colgantes. Con infinito cuidado, incluso con ternura, Esclavier le hace acostarse y le pone un morral bajo la cabeza. Est loco dice y tiene suerte. No sabe que el Ejrcito francs ha sido vencido por un puado de enanos amarillos a causa de la tontera y de la debilidad de sus jefes. Y usted lo ha comprendido tan bien, Glatigny, que los ha abandonado para venir con nosotros. Es decir, que est en disposicin de pudrirse en nuestra compaa. Lescure se yergue nerviosamente y con la mano extendida dice: Ya llegan, ya llegan, verdes como gusanos. Bullen y van a arrasarlo todo. Pero, por Dios!, aprisa. Pollos! Patos! Y por qu no perdices y tordos, faisanes y liebres? Todo es necesario para tirrselo a la cabeza, para aplastar a esas orugas que van a devorar al mundo entero. De golpe se queda inmvil y su rostro se convierte en el de un adolescente soador que ama a Mozart y a los poetas simbolistas. Desde el fondo de su locura le llegan los primeros compases de la Serenata Nocturna. La luz ha trasformado el mundo absurdo y hostil de la noche. En medio de la tranquilidad de la maana trasciende el perfume del arroz caliente. Los prisioneros, ahora en nmero de treinta, estn reunidos alrededor de una canasta de bamb trenzado, repleta de un arroz muy blanco que humea dulcemente. En unos botes de conservas vacos se les vierte una especie de t, que no es otra cosa que una infusin de hojas de guayaba. Unos bocados de arroz bastan para calmar el hambre de los prisioneros, puesto que sus estmagos estn encogidos por el prolongado ayuno. Los bo-doi comen el mismo arroz que ellos y beben la misma infusin. Parece como si se hubiesen olvidado de su victoria para comulgar en este elemental rito. El sol contina subiendo sobre un cielo gris de estao. La luz se va tornando cruel, el calor agobiante. En la

lejana un avin suelta un rosario de bombas. La guerra contina dice Pinires con satisfaccin. Con su ancha manaza aplasta los mosquitos sobre su torso repleto de pelos rojos. Mira a un centinela con deseos de estrangularlo. Su frgil nuca le atrae... La guerra contina. Insensiblemente, los bo-doi se vuelven ms rgidos, casi rencorosos. La tregua matinal ha dado fin. Lacombe lleva consigo un buen puado de arroz envuelto en una hoja de banano y trata de ocultarlo. Dndole un golpe en el hombro, Esclavier le hace soltar el arroz, que cae sobre el barro. Mi arroz... gime Lacombe. Aprende a comportarte. Un centinela enfurecido se lanza sobre el capitn de los paracaidistas, levantando la culata de su arma con intencin de golpearle; pero se contiene: la propaganda de la poltica de clemencia obra a tiempo. Ha de contentarse con mostrar a los suyos el arroz esparcido por el suelo. Esclavier comprende vagamente que se trata de un problema en el que est representado el colonialismo y el arroz del pueblo. Glatigny no puede menos que aprobar a su compaero por haber querido imponer en el grupo cierta disciplina. Despus prosigue con sus sueos y trata de recordar: Hace dos das que est prisionero. Por lo tanto es el 8 de mayo. Qu har Claude en Pars ? A ella le gusta el color de los mercados y el color de los frutos. Por un momento se la imagina parada ante un puesto de la calle Passy. Mara la acompaa, porque ya se sabe que para la vieja cocinera su seora no ha crecido y es incapaz de arreglrselas sola en la vida. Claude adelanta un poco el labio y con su voz de garganta muy distinguida, con gran cortesa, se informa del precio. Mara susurra tras ella: Seora condesa, yo tengo dinero. Djeme comprar. Pero Mara, si no puedo pagarte. Estamos sin noticias del capitn. Me quedar. Trabajar, caramba!, en un restaurante. Por una vez sabrn lo que es buena cocina. Los nios son tan mos como suyos. La verruga del labio de Mara tiembla de indignacin. Pasa un vendedor de peridicos voceando la noticia: Ha cado Dien-Bien-F! No se tiene noticias de prisioneros y heridos. La fina condesa de ojos leonados da la vuelta y rompe a llorar silenciosamente. Los transentes se la quedan mirando extraados. Mara, agresiva, se vuelve a ellos. Quisiera morderlos, gritarles que en ese momento quiz su capitn est muerto..., o peor todava. Por la tarde aparece formando largas columnas los trescientos oficiales hechos prisioneros en Dien-Bien-F. Los que pertenecen al Estado Mayor, que haban sido capturados en el P. C. G. O. N. O., tuvieron tiempo para preparar sus cosas. Traen uniformes limpios, morrales con mudas y vveres. Dan la impresin de estar all mezclados con los dems por pura equivocacin. De pronto estalla la voz resonante de Raspguy. Acaba de ver a uno de sus oficiales, con un sl'tp sucio y un vendaje asqueroso en una pierna, atado a un rbol por haber empujado a

un centinela del Ejrcito del Pueblo. Banda de miserables! Y las leyes de la guerra? Por qu habis atado a mis muchachos como si se tratase de cerdos cebados que se preparan para la feria? Raspguy descubre la utilidad de las leyes de guerra que particularmente nunca haba respetado. Todo lo ms se haba limitado de cuando en cuando, a terminar sus rdenes con esta breve recomendacin: Sed humanos! En realidad, escriba siempre sus rdenes despus de las operaciones, y exclusivamente para sus superiores jerrquicos. Pasa el general De Castries, jefe de la guarnicin, con la cabeza baja por no haber sabido morir y entrar as en la leyenda. Con el rostro afilado y los rasgos consumidos, flota dentro de su blusn caqui, demasiado grande. Se cubre con el casquete rojo de los spahis marroques. Lleva el pauelo del tercer regimiento. Le sigue Moustache, su ordenanza, un buen berber con bigotes de genzaro. El general llega hasta un pequeo arroyo ms bajo que el campo, cuyas aguas son muy claras y las orillas enfangadas. Los vietnamitas dicen que esta agua mata. Fue necesario el comunismo y la guerra para obligarles a arriesgarse por las montaas malditas y los ros demasiado claros. Moustache lleva diecisiete aos de servicio y conoce su oficio. Saca de su morral una muda limpia y bien planchada. Blusa, pantaln y un estuche de aseo. De Castries se quita su camisa. Oye un ruido a sus espaldas y se vuelve. Es Glatigny. Se conocen desde antiguo. Sus familias han mezclado su sangre varias veces. El general cecea con mucha distincin y naturalidad: Ya ves, mi pequeo Jacques, se acab. Ayer, a las diecisiete horas, di la orden de cese el juego. Marianne IV haba cado a las nueve de la maana. Los viets bordeaban el ro por el Este. Slo quedaban los enclaves del centro, con tres mil heridos amontonados en las trincheras..., y todos los cadveres ... A las diecisis horas comuniqu mi parte a Hanoi. Navarre se haba marchado a Saign; fue Cogny quien me lo dijo: "Sobre todo, nada de bandera blanca; pero es usted libre de tomar cualquier decisin que juzgue til. Cree imposible una salida?" Qu idiotez! Nunca se ha dado cuenta de lo que pasaba. En Ginebra tienen que encontrar una solucin. Dentro de tres meses estaremos en libertad. Es curioso como el nombre de Ginebra se carga inmediatamente de esperanza, y Glatigny se lo repite en su interior hasta acabar por descubrirle un sentido mgico. El general acaba de afeitarse. Tiende a Glatigny su brocha cubierta de espuma, y el capitn se da cuenta de cmo est de sucio y de barbudo, y hasta qu punto ha olvidado la importancia de la buena presentacin en un caballero. En 1914, los oficiales de Caballera se afeitaban antes del asalto. En la guerra moderna todos estos ritos se vuelven irrisorios. No basta con ser apuesto, elegante y limpio: hay que ganar. Es lo principal. Pronto voy a pensar como Raspguy y Esclavier se dice el capitn. Pero ya De Castries le pasa la navaja de afeitar y su espejito metlico. lm! hn! grita tras ellos el centinela. Silencio! Te est prohibido hablar, general.

De Castries no hace caso a la interrupcin. Ya ves, todas las divisiones que retenamos en Dien-Bien-F se van a reunir en el delta, completamente podrido. Hanoi corre el riesgo de ser asediado antes de que lleguen las lluvias. lm! lm! el centinela se impacienta. Hay que tratar de llegar a un acuerdo. Los norteamericanos podran haber intervenido antes; ahora ya es demais do tarde. Glatigny saborea el placer del jabn sobre su rostro y el deslizamiento de la hoja sobre la piel. Tiene la sensacin de estar desembarazndose de una mscara para poder volver a ser el mismo. Un can-bo, oficial o suboficial, con el vocabulario malsonante del mozo de burdel, interviene con autoridad: No puede hablar general! Usted, regrese junto a sus compaeros, mau-len! Glatigny acaba de afeitarse. De Castries le pasa su cepillo de los dientes y el tubo de dentrfico, pero no tiene tiempo para utilizarlos. El centinela, animado por su superior, le empuja. Se une a sus compaeros. Boisfeuras est con el odo atento a lo que dicen los bodoi. Esclavier y Raspguy, extraamente parecidos, con sus cuerpos delgados y musculados de lobos, sus rostros inmviles y la ligera tensin de todos sus msculos, charlan amigablemente. Al ver a Glatigny, Raspguy bromea cariosamente: Qu, nos volvemos a encontrar con la familia? Los prisioneros permanecieron todava doce das en la hondonada de Muong-Fan. Se les organiz en equipos, y de esta forma los capitanes Glatigny, Esclavier, Boisfeuras y Lacombe, los tenientes Merle, Pinires y Lescure se vieron obligados a vivir juntos durante varios meses. Otro teniente se uni al grupo. Era argelino y se llamaba Mahmudi. Discreto y silencioso, haca sus oraciones dos veces al da, siempre vuelto en direccin a la Meca. Como Boisfeuras se daba cuenta de que cometa errores en sus rezos y de que se curvaba hacia el suelo a destiempo, le hizo esta pregunta: Siempre ha rezado sus oraciones? Mahmudi le mir admirad: No; slo cuando era nio. Volv a comenzar al caer prisionero. Boisfeuras le contempl fijamente con sus ojos casi blancos. Me gustara saber las razones de su reciente fervor. A titulo personal, cralo. Si le dijese, mi capitn, que no las conozco, o por lo menos que las conozco mal, y que lo que entreveo podra desagradarle. .. No hay nada que me moleste. Tengo la impresin de que esta derrota de Dien-Bien-Fu donde ustedes (recalc el ustedes) han sido vencidos por sus antiguos colosos, va a tener grandes repercusiones en Argelia, que ser la estocada que cortar los ltimos lazos entre nuestros dos pueblos. Ahora bien, Argelia no tiene existencia fuera de Francia; carece de pasado, de historia y de grandes hombres. No tiene ms que su fe, diferente a la de sus colonizadores. Por medio de nuestra

fe podremos comenzar a dar a Argelia una historia y una personalidad. Y para podernos decir ustedes los franceses recita dos veces por da unas oraciones vacas de todo sentido? Es un poco eso, mi capitn. Pero yo hubiera preferido decir incluso nosotros los franceses. Ustedes no lo han querido. Y ahora? Es demasiado tarde Mahmudi pareci reflexionar. Tena una cara larga y estrecha, con la mandbula desarrollada, nariz ligeramente curvada, ojos inmviles y un collar de barba negra recortada en punta, lo que le daba esa apariencia de corsario berberisco tan del gusto de la imaginacin popular. No, quiz no sea demasiado tarde, pero habra de buscar el remedio muy aprisa, o que se produjese un milagro... No cree usted en los milagros ? En sus escuelas se han dedicado a destruir en m el sentido de lo maravilloso y la esperanza de lo imposible. Mahmudi contina con sus oraciones a un Dios en el que no cree. Glatigny tambin ha cogido la costumbre de arrodillarse para rogar a Dios dos veces al da; pero su fe salta a la vista. El teniente coronel Raspguy, incmodo con los oficiales superiores, viene a reunirse con ellos cuantas veces le es posible. Slo se encuentra en su elemento con los tenientes y los suboficiales. Anda siempre con los pies descalzos. "Cosa de entrenamiento dice, con vistas a ulteriores operaciones." Pero se niega a precisar qu tipo de operaciones. Se sienta al borde de una litera y con una caa de bamb traza en el suelo misteriosas figuras. A veces dice: Por qu nos habrn metido en este barranco? Semejante cochinada no es para creer... Glatigny trata por una sola vez de explicar la tesis del alto mando, que dice que Dien-BienF es desde tiempo inmemorial el cerrojo del Sudeste asitico. Mira le dice Raspguy, te honra que quieras defender a tu patrn, pero ahora ests con nosotros, a nuestro lado, y nada le debes. Dien-Bien-F era una pueta. Prueba: la hemos perdido. A veres el coronel se acerca a Lescure, y entonces le pregunta a Esclavier: Va mejor tu nio? Mira a su capitn favorito con cierta desconfianza y se pregunta si no se ocupar con tanta solicitud de este loco para mejor preparar su maleta, su evasin. Y todo sin decirle nada. En el momento de la rendicin, Raspguy haba querido intentar una salida. Le negaron la autorizacin. Entonces haba reunido a sus boinas rojas y les haba dicho: Os devuelvo la libertad. Ahora cada cual que se las componga como pueda. Yo, Raspguy, no mandar nunca a prisioneros. Esclavier estaba ent