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Encuentros pacíficos: los civilizados, los salvajes y el olvido político como medio de acomodo mutuo. John Christian Laursen University of California, Riverside Traducción: Antonio Luis Golmar Gallego Uno de los encuentros más célebres producidos entre europeos y nativos en la cuenca del Pacífico en el siglo XVIII se produjo en 1779 y acabó con la muerte del Capitán James Cook. Este reputado capitán inglés de fama mundial había desembarcado con diez hombres en la isla de Hawaii para pedir cuentas a los nativos acerca del robo de una chalupa. Volaron las piedras y las balas, pero enseguida Cook fue reducido y asesinado. Este capítulo se centra en lo que ocurrió después. Cabría haber esperado que el capitán Clerke, sucesor de Cook, y el barco inglés hubieran asolado la isla a cañonazos o desembarcado efectivos armados para buscar a los asesinos, imponer la justicia y tomarse venganza. Pero no ocurrió nada de eso. Como James King, editor de los diarios de Cook escribió, “Aunque los isleños rechazaron la divinidad de Cook, rindieron a su cuerpo mutilado un funeral con todos los honores dispensados solamente a los grandes jefes” 1 . En el lado de los europeos, “a Clerke y a los británicos les cabe el mérito de haberse dado cuenta de que la reyerta fue bastante impremeditada, y por tanto no hubo más represalias que las necesarias para cubrir la retirada, hacerse a la mar y recuperar las partes del cuerpo de Cook que no habían quemado” (p. 268). Parece ser que ambas partes acordaron de modo implícito olvidar el incidente. Mi interés en este altercado reside en que constituye un ejemplo de contención moral y política. Como teórico político y lector de relatos de viajes realizados en el siglo XVIII a lo largo de la costa del Pacífico de América del Norte, entre California y Alaska, siempre me chocaron los numerosos ejemplos de lo que denominaré olvidos políticos, una costumbre aparentemente común a europeos y los nativos americanos consistente en hacer borrón y cuenta nueva. Los testimonios que tenemos son de aquellos 1 A. Grenfell Price (ed.). The Explorations of Captain James Cook in the Pacific as Told by Selections of His Own Journals, 1768- 1779. New York. Dover, 1971, p. 268. [Los viajes del capitán Cook (1768-1779). Selección y edición a cargo de A. Grenfell. Barcelona, Ediciones del Serbal, 1988]. En las pp. 273-280 se halla una descripción más extensa en la que se señala que la contención fue producto tanto de “motivos humanitarios” como de “otros basados en la prudencia” (p. 276).

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Encuentros pacíficos: los civilizados, los salvajes y el olvido político como medio de acomodo mutuo.

John Christian Laursen

University of California, Riverside

Traducción: Antonio Luis Golmar Gallego

Uno de los encuentros más célebres producidos entre europeos y nativos en la cuenca del Pacífico

en el siglo XVIII se produjo en 1779 y acabó con la muerte del Capitán James Cook. Este reputado capitán

inglés de fama mundial había desembarcado con diez hombres en la isla de Hawaii para pedir cuentas a

los nativos acerca del robo de una chalupa. Volaron las piedras y las balas, pero enseguida Cook fue

reducido y asesinado. Este capítulo se centra en lo que ocurrió después. Cabría haber esperado que el

capitán Clerke, sucesor de Cook, y el barco inglés hubieran asolado la isla a cañonazos o desembarcado

efectivos armados para buscar a los asesinos, imponer la justicia y tomarse venganza. Pero no ocurrió

nada de eso. Como James King, editor de los diarios de Cook escribió, “Aunque los isleños rechazaron la

divinidad de Cook, rindieron a su cuerpo mutilado un funeral con todos los honores dispensados

solamente a los grandes jefes”1. En el lado de los europeos, “a Clerke y a los británicos les cabe el mérito

de haberse dado cuenta de que la reyerta fue bastante impremeditada, y por tanto no hubo más

represalias que las necesarias para cubrir la retirada, hacerse a la mar y recuperar las partes del cuerpo

de Cook que no habían quemado” (p. 268). Parece ser que ambas partes acordaron de modo implícito

olvidar el incidente.

Mi interés en este altercado reside en que constituye un ejemplo de contención moral y política.

Como teórico político y lector de relatos de viajes realizados en el siglo XVIII a lo largo de la costa del

Pacífico de América del Norte, entre California y Alaska, siempre me chocaron los numerosos ejemplos de

lo que denominaré olvidos políticos, una costumbre aparentemente común a europeos y los nativos

americanos consistente en hacer borrón y cuenta nueva. Los testimonios que tenemos son de aquellos

1 A. Grenfell Price (ed.). The Explorations of Captain James Cook in the Pacific as Told by Selections of His Own Journals, 1768-1779. New York. Dover, 1971, p. 268. [Los viajes del capitán Cook (1768-1779). Selección y edición a cargo de A. Grenfell. Barcelona, Ediciones del Serbal, 1988]. En las pp. 273-280 se halla una descripción más extensa en la que se señala que la contención fue producto tanto de “motivos humanitarios” como de “otros basados en la prudencia” (p. 276).

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que se consideraban civilizados y que se relacionaron con quienes consideraban salvajes2. Ambas partes

practicaron el hábito del olvido. En vez de insistir en el resarcimiento o en la imposición de penas por

injusticias pasadas, los grupos parecen haber llegado a un acuerdo mutuo en virtud del cual se abstenían

de la venganza o la justicia estricta, comportándose en cambio como si las afrentas y los perjuicios

pasados se hubieran olvidado. Sin embargo, como las fuentes dejan claro, sí que los recordaron. No

obstante, fingían que estos hechos habían sido olvidados y se comportaban como si los daños no se

hubieran producido. Esta es una de las formas de enfrentarse a la alteridad y de lidiar con personas

diferentes. Este capítulo, un acercamiento a prácticas morales y políticas muy lejanas, podría tener cierta

relevancia a la hora de plantearse la memoria moral y el olvido político en nuestro tiempo.

Este capítulo no proporciona novedades históricas, antropológicas o de historia social. Lo que sí

hace es examinar los relatos de viajeros españoles con el objetivo de estudiar los motivos y las

consecuencias de esta peculiar práctica de acomodo mutuo. Lo que se busca es el significado político del

olvido en sentido amplio. La mayor parte de lo que reproduzco alude a relaciones humanas reales sobre

el terreno acerca de las cuales sus protagonistas no teorizaron en grado alguno, o al menos no exponen

como resultado de ninguna reflexión teológica o filosófica. Por tanto, estos testimonios no son ejemplos

de perdón, algo que contendría una raíz religiosa o ideológica. Lo que he encontrado es más bien algo

acertadamente caracterizado así por un experto: “El perdón exige un recuerdo y una comprensión del

pasado, mientras que el olvido consiste en desprenderse del pasado”3. Por otra parte, tampoco se trata

de procesos pormenorizados de justicia reparadora o de reconciliación como los llevados a cabo en

lugares como Bosnia o Sudáfrica4.

A menudo el olvido se ha valorado como una experiencia de memoria social a gran escala. A

mediados del siglo XX Theodor Adorno argumentó que con frecuencia el olvido es la táctica de los

beneficiados por la injusticia, que esperan que así no se recuerde el origen de su posición actual: el

ejemplo que empleaba eran los esfuerzos realizados en la Alemania de mediados del siglo XX para olvidar

el Holocausto5. Como otro autor ha señalado, a lo largo de la historia la mayoría de los pensadores ha

2 David Weber señala que “los españoles de fines del siglo XVIII usaban los términos bárbaros, salvajes, bravos y gentiles de forma intercambiable”. En David Weber, Bárbaros: Spaniards and Their Savages in the Age of Enlightenment. New Haven. Yale University Press, 2005, p. 15. [Bárbaros: los españoles y sus salvajes en la era de la Ilustración. Barcelona. Crítica, 2007] 3 P. E. Digeser, Political Forgiveness. Ithaca. Cornell University Press, 2001, p. 11. 4 B. Leebaw, Judging State-Sponsored Violence, Imagining Political Change. Cambridge. Cambridge University Press, 2011. 5 Theodor Adorno, “Was bedeutet: Aufarbeitung der Vergangenheit” en Gesammelte Schriften. Frankfurt. Suhrkamp, 1977, p. 555-572. [“¿Qué significa elaborar el pasado?”, en Ensayos sobre la propaganda fascista. Psicoanálisis del antisemitismo. Barcelona. Voces y culturas, 1996]

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hecho hincapié en la importancia del recuerdo6. Sin embargo, otros juzgan el olvido a gran escala de

modo positivo. Es el caso de Ernest Renan, quien señaló que la creación de cualquier nacionalismo exige

el olvido de la violencia que se ejerció para hacerlo posible y del hecho de que cualquier nueva nación se

compone de muchos elementos diversos, más que de una sola unidad7. A este respecto es oportuna la

célebre cita de Nietzsche: “es kein Glück, keine Heiterkeit, keine Hoffnung, keinen Stolz, keine Gegenwart

geben könnte ohne Vergesslichkeit [no podría haber felicidad, dicha, esperanza, orgullo o presente sin el

olvido]8. Para el filósofo alemán, “das Vergessen eine Kraft, eine Form der starken Gesundheit darstellt [el

olvido es una fortaleza, una forma de salud fuerte], de modo que todo el terror y el ascetismo de la

moralidad no son sino una respuesta al olvido saludable. Sin ánimo de despreciar la importancia de la

memoria en muchos lugares y momentos, este capítulo se centra en cambio en los olvidos aparentes,

algo que se produce con frecuencia y que en otros lugares y momentos puede haber sido la opción

apropiada.

Mis casos son más sencillos que las valoraciones antes mencionadas acerca del Holocausto, el

nacionalismo y la moralidad. Se trata de olvidos de pequeños grupos de viajeros que se trasladaban a lo

largo de la costa del Pacífico y de colectivos relativamente pequeños de nativos que los recibieron. El

moralismo es escaso, y así la mayoría de los textos se limita a describir la política adoptada junto con

observaciones estratégicas realistas. A veces resulta difícil saber si los comentarios reproducidos más

adelante que sugieren que, si surge la oportunidad, alguien debe ser castigado, deben tomarse como

prueba de rencor persistente o simplemente como una estrategia para ganar respeto y seguridad. Esto

último quizá denote cautela y precaución, pero no rencor moralizante.

He encontrado ejemplos de olvido político en el siglo XVIII en escritos de españoles, franceses,

ingleses, rusos y norteamericanos que viajaban por diversas razones como el comercio, la exploración o

motivos científicos o religiosos. En este capítulo me centraré en unos cuantos casos de un pequeño

conjunto de viajeros españoles, los científicos y expedicionarios patrocinados por el gobierno del Rey. Se

ha escrito mucho acerca de las ideas y las prácticas de los misioneros en sus tratos con los nativos, pero

no tanto de los exploradores y los científicos. Aunque debieron de estar fuertemente influidos por el

6 Vivian Bradford, Public Forgetting: The Rhetoric and Politics of Beginning Again. University Park. Penn State University Press, 2010, esp. p. 21ff. 7 E. Renan, “Qu’est-ce qu’une Nation?” En Oeuvres complètes de Ernest Renan. Paris. Calmann-Lévy, 1947, p. 887-906. [¿Qué es una nación? Madrid. Sequitur, 2007] 8 Friedrich Nietzsche, Zur Genealogie der Moral en Sämtliche Werke, vol. 5, ed. G. Colli and M. Montinari. Berlin. De Gruyter, 1999, p. 292. [La genealogía de la moral. Madrid. Alianza, 2006]

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catolicismo y los misioneros, estos viajeros también tendrían sus propias perspectivas derivadas de los

propósitos que guiaban sus viajes a lo largo de la costa.

Pedro Fages, gobernador militar de Nueva California con cuartel general en San Carlos de

Monterrey, actual Monterey, entre 1770 y 1774, redactó un diario de la expedición comandada por

Gaspar de Portolá desde San Diego a Monterrey y a la actual Bahía de San Francisco entre 1769 y 1770.

Para algunos hechos, como el levantamiento de indios en la misión de San Diego de Alcalá poco después

de su partida, recurrió a fuentes. En sus palabras, “a poco tiempo de haber partido nuestra expedición

los Indios de la Ranchería, situada cerca de aquel Puerto… tubieron el atrebimiento de venir a embestir al

Real, imaginandose sin duda seguros de la Victoria por ser superiores en numero á los nuestros”9. Pero

los soldados españoles se las arreglaron para defenderse, matando a algunos indios y a otros

“poniéndolos en fuga” (p. 150). Fages explica que “desde entonces no hán cometido, ni aún intentado

ninguna hostilidad, al menos publicamente y con desberguenza bien que al fabor de la noche y como á

escusas, no han dejado de flechar la Caballada y matarnos algun bestia quizas por saciar su hambre, que

no con intencion de insultarnos ó tomar venganza. Andubieron mucho tiempo retirados, despues del

debate que tuvieron, pero luego comenzaron á dejarse ver Cerca del Real, y poco a poco se han hido

reduciendo de suerte que” más de 80 fueron bautizados (p. 150). Nótese que, como en el caso del

capitán Cook, este texto parece indicar que los españoles no emprendieron acciones de represalia ni

buscaron a los culpables. También que el autor reconoce que otras conductas negativas de los indios

probablemente se debían más al hambre que a la hostilidad. Puesto que el objetivo a largo plazo de los

españoles era el asentamiento pacífico y la evangelización de los indios, se pensó que sería mejor pasar

por alto esta hostilidad y olvidarla. Por su parte, parece ser que los indios se dieron cuenta, ya que una

vez que el tiempo hubo pasado y producido su efecto, salieron de sus escondites.

En el norte, en la misión de San Gabriel, en 1771 “los Gentiles de la Rancheria immediata,

mostrandose mui mal contentos, fueron a confederarse con sus vecinos para embestir al Real, como lo

hizieron pocos dias despues. Pero los nuestros puestos de defensa, lograron matar al Caudillo ó Gefe que

los comandaba y sin otra diligencia se concluyó la funcion, quedando por los nuestros la Victoria y

huyendo los Indios bien escarmentados, sin dejarse ver en mucho tiempo. En los sucesibo han estado

mas tratables y habia ya en Nobiembr. de setenta y tres otros tantos bautizados” (p. 155). La secuencia

9 Pedro de Fages, “Continuación y suplemento a los dos impresos que de orn. de este superior gobierno han cobrido…” en: Gaspar de Portolá, Crónicas del descubrimiento de la Alta California, 1769. Angela Cano Sánchez, Meus Escandell Tur y Elena Mampel González (eds.). Barcelona. Publicaciones de la Universitat de Barcelona, 1984, p. 150.

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de hechos es similar: los indios atacan, son repelidos con bajas, no hay campaña de venganza española, y

tras mantenerse escondidos para que las cosas se olvidaran, los nativos reaparecen y al final se

incorporan a la misión. Todos parecen dispuestos a reconocer un estatuto de limitaciones implícito o

intuitivo.

En varios momentos, Fages reconoce que la situación en California se parece más a un alto el

fuego armado que a una paz. En un pasaje reconoce que “Y debiendo creerse que el Obsequio y

mansedumbre de los Indios para con los nuestros, serian mas bien efectos de un justo temor, que no de

su afabilidad y de benebolencias prendas a la verdad muy raras y apreciables para atribuirse, sin otras

pruebas menos equibocas, a unos barbaros tan incultos é incibilizados en todo lo demas de su trato y

Costumbres” (p. 157). En otro se refiere a una emboscada: “fue necesario poniendonos en defense

castigar la osadia de aquellos insolentes, matando uno, ú otro de ellos” (p. 172). Añade que desde

entonces “han mostrado despues algun escarmiento, pero siempre que obserben un corto numero de

gente pasagera no muy bien armada é indefensa, no dejaran de hecharse sobre ellos y probar fortuna”

(p. 172). Ningún bando se fía del otro, pero mientras haya temor mutuo, ambos se contienen.

Incluso dentro de los asentamientos, como Farges describe en el caso de una tribu, no se

producen grandes castigos en nombre de la justicia. “Si se comete algun hurto, el agrabiado se queja al

Capitan y este juntando a consejo, delibera con todos los Indios sobre el castigo” (p. 187). Si “fue el hurto

/ como es regularmente / de alguna cosa de comer ó algun mueble util toda la pena de ladron se reduce á

restituir lo hurtado ó su equibalente” (p. 187). No se menciona que esto pudiera obedecer a la costumbre

que encontramos en la Roma Antigua, según la cual la devolución de un objeto públicamente causa tal

vergüenza que nadie más robará por la deshonra causada por un castigo así. Más bien parece que, al

devolver el objeto robado, los indios solamente pretendían satisfacer a la parte agraviada. Si esto es

cierto, entonces la devolución del objeto haría olvidar a todos el daño causado. Fages explica que “pero

siendo robo de mugger doncella que el robador haya gozado, irremisiblemente se han de cazar” (p. 74).

¿Es suficiente castigo que el violador sea ahora responsable de la violada? En cualquier caso, el único

objetivo aparente es que las cosas vuelvan a su cauce, no la justicia o la venganza. Según parece, se da

por hecho que un hombre robaría o violaría si se le presentaba la oportunidad, aunque si el objeto era

devuelto o se quedaba con la mujer, todo quedaría olvidado.

Acompañando a Fages en sus viajes estuvo un tal Miguel Costansó, el ingeniero de la expedición

de Portolá. En sus relatos a menudo hace hincapié en la afabilidad, docilidad y simpatía de las diversas

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comunidades indias que encontró la expedición a su paso. Por esta razón sorprende que, de pronto, cerca

de la bahía de San Francisco, los exploradores informen de indios de “mala voluntad… que los recibieron

mui mal, y quisieron estorvarles el pasar adelante”10. Los españoles se retiraron y el grupo regresó a San

Diego sin que se produjeran más incidentes. Costansó continuó alabando la docilidad de los indios. Pero

entonces, cerca de San Diego, comienza a preocuparse de que “avía todo que temer de la perbersa

Indole de los Indio Dieginos, cuia voracidad en el Robo, solo la superioridad, y el Respecto pueden

contener, y Reselavamos que no se huviesen atrevido a algun desman contra la Mision y su pequeña

Escolta” (p. 136). Esta versión del ataque a la misión tras la expedición de Portolá es más corta que la de

Farges, aunque manifiesta mayor aprensión: los Indios de las Rancheria mas immediatas al real, movidos

unicamente de su Codicia ó inclinacion al Latrocinio, aguardaron ocacion oportuna para hecharse sobre él

con la mira de robar… [y] á la primera descarga de sus flechas mataron a un hariero é hirieron al R.P. Fr.

Juan Biscayno… [pero] que entonces los nuestros que se hallaron en estado de tomar las Armas, Cargaron

sobre ellos, matáron á tres de los Gentiles é hirieron á diferentes obligandolos á Retirarse con este

escarmiento; pero que desde entonces no havian dejado de ocacionar algun otro daño, y que havían

muerto alguna bestia de la Caballada, y flechado á otras pero de noche y sin ser vistos” (p. 137). No

obstante, la conclusión es que los españoles no emprendieron acciones de venganza ni intentaron

castigar a nadie más. Los indios tampoco.

La expedición de Portolá se realizó por tierra y fue en parte una exploración y en parte una visita

a las misiones. El resto de los exploradores que citaré tuvieron poco que ver con las misiones, ya que

fueron enviados por las autoridades civiles para explorar y tomar posesión de los territorios, mientras que

las posteriores tuvieron un carácter más científico. A continuación me centraré en las interacciones entre

los supuestamente civilizados y los presuntamente salvajes, desarrolladas en un contexto legal, las

instrucciones dadas a los exploradores. Repasaré dos de ellas por su valor a la hora de informarnos de las

expectativas que generaron esas interacciones. La primera es una instrucción del virrey Bucareli al alférez

de fragata Juan Pérez, quien comandó una expedición hacia el norte que en 1774 llegó a la isla de la reina

Charlotte en busca de pruebas de la colonización rusa de la costa noroccidental de América del Norte.

Estas son algunas de las órdenes recibidas por el comandante:

10 Miguel Costansó, “Diario del Viage de Tierra hecho al Norte de la California” en: Gaspar de Portolá, Crónicas del descubrimiento de la Alta California, 1769. Angela Cano Sánchez, Meus Escandell Tur y Elena Mampel González (eds.). Barcelona. Publicaciones de la Universitat de Barcelona, 1984, p. 111.

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“XX. No tomará nada de los indios contra su voluntad… Y todos [los indios] deben ser respetados

con amabilidad y gentileza, que es el medio más eficaz de ganarse y afianzar su estima. Por tanto,

aquellos que regresen a esos lugares con el propósito de crear asentamientos, caso se decidiera así, serán

bien recibidos…

XXII. Debe mantener buen orden entre la tripulación [para que ellos den] buen trato a los indios,

contra los que nunca se ejercerá la fuerza salvo que sea necesario por defensa propia.

XXX. Bajo ninguna circunstancia debe enemistarse con los indios ni tomar posesión de sus tierras

por la fuerza. Si en algún lugar encontrase dificultades, puede proceder a zonas adyacentes”11.

Gracias a estas instrucciones sabemos que la violencia contra los indios sólo se justificaba en

defensa propia, y que uno de los objetivos de la misión era el buen trato y la cohabitación a largo plazo. Si

la tensión aumentaba, los españoles deberían retirarse en vez de luchar.

Instrucciones similares se despacharon a otros capitanes. En 1792 el virrey Revillagigedo ordenó

a los comandantes Alcalá Galiano y Valdés, enviados a explorar al estrecho de Juan de Fuca, que “XVI. El

buen trato y la armonía con los indios es de primera importancia. Así, trabarán una sólida Amistad con

ellos para que nuestras visitas no sean tan angustiosas como las de otros viajeros y vayan en detrimento

de la humanidad y del mérito nacional… XVII. En los tratos con los indios, la experiencia ha demostrado

que de vez en cuando ni los regalos ni la tolerancia nos librarán de sus ataques, puesto que entre ellos

reina una desconfianza natural, que brota de la falta de entendimiento de los motivos de las

expediciones… Por esta razón, los almirantes de las goletas no omitirán ninguna precaución para prevenir

sorpresas, y harán uso de su superioridad con las armas en aquellos casos en los que lo dicte la necesidad

de su propia seguridad, pero teniendo siempre en cuenta que hacer algo contrario a la humanidad es el

último recurso, y sólo se justifica por la necesidad de autoconservación”12. Una vez más, solamente la

defensa propia, no el castigo o la venganza, justifican la violencia. Estos dos pliegos de instrucciones

parecen ser típicos, por lo que la política oficial parece haber consistido en que los insultos y los robos

debían olvidarse.

11 Manuel Servin, “The Instructions of Viceroy Bucareli to Ensign Juan Pérez”, California Historical Society Quarterly 40, 1961, pp. 242-243; original en Archivo General de la Nación, Mexico D. F., Historia, vol. 68: “Ynstruccion que debe observer el Alferez de Fragata graduado D. Juan Perez, primer piloto…”. (N. del T.: Traducido del inglés al español actual). 12 “Instructions from Viceroy Revillagigedo”, (traducido al inglés), en John Kendrick, The Voyage of the Sutil and Mexicana 1792. Spokane. Arthur H. Clarke, 1991, p. 53-54; original en Museo Naval, Madrid, MS 619 y Archivo General de la Nación, Mexico D. F., Marina 82, folio 204ff. [N. del T. Traducido del inglés al español actual].

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Uno de los pocos incidentes relevantes que produjeron bajas españolas significativas se produjo

en 1775. Bruno de Hezeta estaba al mando de dos naves que exploraban la costa cerca de la boca del río

Quinault en lo que hoy es el estado de Washington. Siete hombres de uno de los barcos desembarcaron

para rellenar su suministro de agua y cortar leña cuando fueron atacados y murieron a manos de 300

indios. Justo después, los indios se aproximaron a la goleta en sus canoas. Cuando parecía que estaban

preparando el abordaje, los españoles abrieron fuego, matando a seis indios. Los nativos se retiraron.

Aquello fue una sorpresa, puesto que el mismo día los indios “habían aparentado mayor docilidad” e

incluso por la mañana habían llevado a sus mujeres a bordo de la goleta. Los españoles habían

interpretado esto como síntomas de ““verdadera y sincera amistad entre ellos”13. No fue fácil decidir qué

hacer. Como el capitán de Hezeta, al mando de la flota, dejó escrito, “en junta se resolvía el si se había de

intentar el castigo de aquellos alevosos o no… fueron el comandante y piloto de la Goleta de parecer

debían castigarse;14 don Juan Pérez y don Cristóbal de Revilla, que no. Yo me conformé con los últimos.

Lo primero, porque me previene el capítulo 23 de la instrucción no ofenda sino en caso preciso de

defenderse. Lo segundo, porque, enterado del terreno, conocía no nos daba lugar de ofender y sí de ser

ofendidos. Lo tercero, porque me hallaba con muchos enfermos y a la menor pérdida nos hubiera sido

preciso retirarnos de la comisión. Lo cuarto, en caso de intentarlo, solo se podia asegurar alguna ventaja

cogiéndolos descuidados, pues, de otro modo, en ellos hubiera estado la acción en admitir o retirarse.

Porque la práctica de transitar aquel inculto terreno les hubiera proporcionado hacernos continuas

emboscadas. Lo quinto, porque, para ganar aquel barlovento, se hubiera hecho forzoso emplear algunas

días que, a más de darles lugar a prevenirse con mayor socorro y precaución, nos hubiera atrasado la

comisión” (pp. 177-178). La expedición prosiguió, reservándose la posibilidad de que “a la retirada, podía

ofrecernos proporción ventajosa” para tomar represalias (p. 178). En este caso, nos encontramos con el

principio estipulado en las órdenes de luchar sólo en defensa propia frente a su consecuencia más

probable y relevante, que de hacerlo seguramente sufrirían bajas. Uno de ellos está basado en principios

y el otro en razones prácticas. Por ello sepultaron el incidente en sus memorias y prosiguieron.

13 “Diario de Bruno de Hezeta” en Salvador Bernabéu Albert, Trillar los Mares (La expedición descubridora de Bruno de Hezeta al Noroeste de América, 1775). Madrid, CSIC, 1995, p. 177. 14 Sobre sus recomendaciones, ver Juan Francisco de la Bodega y Quadra, “Primer Viaje. Diario de 1775”, en El descubrimiento del fin del mundo. S. Bernabeu Albert (ed.). Madrid: Alianza, 1990, pp. 83-86; Francisco Antonio Mourelle de la Rua, “Diario de Mourelle. Viaje de 1775”, en Amancio Landín Carrasco, Mourelle de la Rua: Explorador del Pacífico. Madrid. Ediciones Cultura Hispánica, 1978, pp. 193-195. Mourelle expone un argumento a favor de los beneficios futuros de enseñarles una lección a los indios: “que sería del agrado de S. M. dar a conocer a aquellas gentes la superioridad en fuerzas, para que posteriormente se contuviesen con otros que por el mismo accidente parasen por estos parajes” (p. 195).

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Es importante señalar que en sus tratos con los indios de Hezeta siempre había estado en

guardia. Unas semanas antes del incidente, en otro lugar, había desembarcado en búsqueda de

desertores. “La turbación de los indios me hizo graduarlos de culpados y conduje al capitán de ésta y otro

de otra que a la sazón se hallaba allí, quienes a la menor insinuación vinieron a poco rato, aunque,

ocupado del mismo capricho, cedí en remitirlos a tierra y regalarlos por consejo de Don Juan Francisco la

Quadra y reverendos padres” (p. 168). Esta es la primera mención que se hace en este capítulo a la toma

de rehenes, una práctica común entre los viajeros y los indios de la costa como dispositivo de seguridad15.

En muchos casos, no hubo rencores porque evidentemente ambas partes reconocían el motivo de la

toma de rehenes, y cuando esta concluía se olvidaba inmediatamente. Nótese también que, como cabría

esperar, hubo diferencias de opiniones en cuanto a la dureza del trato dispensado a los indios. Más tarde,

al comerciar con otros indios, de Hezeta señaló que “en el comercio son extremadamente falaces ellos.

Después de haber concertado la canoa, les entregué la prenda y quisieron irse con ella, pero,

amenazándoles con un fusil, la entregaron” (p. 181). Cabe preguntarse si acaso fuera un malentendido,

pero en cualquier caso confirma la acostumbrada suspicacia de de Hezeta. No contamos con testimonios

de que los indios emprendieran acciones de venganza por estos incidentes.

Pero sorprendentemente de Hezeta y su tripulación tendrían ocasión de retornar al asunto de

los marineros asesinados. Cuando los barcos volvieron a pasar por la misma zona en su singladura de

regreso, algunas canoas les salieron al paso para comerciar. “Algunos de la tripulación de esta fragata

dijeron conocían a dos de ellos, que eran los mismos que habían venido el día 14 de Julio a este buque en

la rada de Bucareli y habían sido cómplices en la traición que sucedió a la goleta” (p. 181). Sólo podemos

conjeturar que, si los marineros tenían razón, entonces los indios bien habían decidido que el incidente

sería olvidado o que los españoles no los reconocerían. En cualquier caso, fueron invitados a subir a

bordo con la intención de tomarlos como rehenes, pero los indios se negaron. Entonces los españoles les

permitieron seguir comerciando, pero trataron de hacerse con sus canoas con un garfio que los indios

tuvieron la destreza de rechazar. El capitán ordenó que se disparasen mosquetes para asustarlos, pero

ellos “governaron siempre a viento, donde era imposible que yo fuera” (p. 182). Tras perder su ocasión

de venganza, los españoles continuaron navegando. Puesto que no regresaron, quizá los indios pensaron

que se les había olvidado.

15 David Igler, “Captive-Taking and Conventions of Encounter on the Northwest Coast, 1789-1810”, Southern California Quarterly 91, 2009, pp. 3-25.

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Que los españoles recordasen el incidente en su camino de regreso aporta una prueba de un

aspecto importante del olvido político: que no tiene por qué conllevar un olvido efectivo. Bradford Vivian

ha señalado que el olvido público no exige necesariamente una incapacidad completa de recuperar un

recuerdo16. Más bien consistiría en comportarse “como si” las cosas se hubieran olvidado aunque de

hecho no sea así17. Podríamos denominarlo olvido provisional o condicional, dispuesto a ser recobrado si

sus causas o las circunstancias cambian.

Cabe destacar que los europeos compartieron información sobre el peligro que suponían los

indios. Cuando José Narváez, segundo piloto del San Carlos enviado en 1788 a explorar los asentamientos

rusos en la isla de Unalaska, informó de que los rusos siempre iban armados y se fortificaban contra los

indios, y que le habían advertido de que eran traicioneros18. Además es importante recordar que

europeos de distintas nacionalidades no se fiaban los unos de los otros. Parece ser que en aquella visita

los rusos mintieron a los españoles y exageraron su número a fin de cimentar su derecho a la posesión

del territorio y evitar el avance español. Los españoles no se fiaron de ellos e intentaron verificar su

número, llegando a la conclusión de que habían exagerado.

Poco más de una década después, la expedición Malaspina llegó a California. Se trataba de una

gran expedición exploratoria ilustrada científica (y política) que seguía el modelo de las del capitán Cook y

La Pérouse. Tomás de Suría fue uno de los artistas de la expedición. Su diario de la estancia del grupo en

San Lorenzo de Nukta, actual Nookta, en la isla de Vancouver, es una crónica de la escalada de tensiones:

algunos indios “robaron algunas frioleras y se les hizo exhibir con la amenaza de que se les castigaría, y se

le dijo a el cacique, quién lo sintió mucho y dió sus providencias, y a poco rato trajeron lo que habían

robado. De resultas de este resentimiento empezamos a notar en ellos el verlos armados con sus arcos y

flechas, puñales y lanzas; y con motivo de haber robado en la aguada una chaqueta y un gorro a un

marinero y haber amenazado gravemente el cacique se les notó estar más irritados con nosotros”19. La

tensión aumentó, nuestro artista se encontró sólo y “me vi en un grande aprieto en casa del cacique” (p.

112) . “Me cogieron en medio hacienda una rueda y bailando en cuclillas alrededor de mí cantando una

canción espantosa que parecían toro que bramaban”. La cosa se puso cruda, pero entonces decidió “de

16 B. Vivian, o. c., p. 44. 17 B. Vivian, o. c., p. 49. 18 José María Narváez, Diario el Navegacion que Espera Haser el 2nd Piloto. Manuscrito ubicado en la biblioteca William Andrews Clark Memorial Library, University of California, Los Angeles. Traducido al ingles en Jim McDowell, José Narváez: The Forgotten Explorer, Including His Narrative of a Voyage on the Northwest Coast in 1788. Spokane. Arthur Clarke, 1998. Sobre este asunto, pp. 125-126. 19 Tomás de Suría, “Diario de Tomás de Suría” en Varios Expediciones a la Costa Noroeste. Fernando Monge y Margarita del Olmo (eds.) Madrid. Historia 16, 1991, pp. 111-112.

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llevarles el humor y me puse a bailar con ellos. Levantaron un grito y me hicieron sentar, y por fuerza me

hicieron cantar sus canciones que, según los gestos que hacían, conocí que todo se reducía en mi

escarnio; pero en tal situación me hice el desentendido y esforzaba el grito haciendo las mismas

contorsiones y gestos. Ellos se complacían de esto y pudo mi undustria ganarles la voluntad… Y a porfía

me querían dar de comer pescado” (p. 112). De Suría fue capaz de escapar gracias a la aparición de otro

miembro de la tripulación20.

Posteriormente de Suría relata otro incidente. Unos indios amenazaban a un grupo de

cartógrafos, pero por suerte su jefe se encontraba a bordo del barco. Tras ser hecho prisionero, gritó a

sus hombres que se retirasen21. “Sin embargo de la voz de su cacique a quien miraban en prisión faltó

muy poco para acometernos”, pero al final no fue así. (p. 116). Poco después, el cacique hizo un signo de

paz desde su canoa y “de nuestros barcos se les correspondió con una señal de paz y ellos pidieron volver

al cambio de las pieles y luego que se les concedió depusieron toda su fiereza y se vinieron muy

contentos en sus canoas a nuestro barco como si nada hubiera sucedido” (p. 116). El resentimiento iba y

venía, pero evidentemente se olvidaba enseguida.

El diario de Alejandro Malaspina describe el primer contacto con los indios en Port Mulgrave

(actual Alaska): “accediendo… á su instancia de que bajasen como rehenes á la canoa tantos hombres

nuestros cuantos entre ellos subiesen a bordo, no tardaron de este modo en convencerse de la seguridad

de nuestras ideas pacíficas… ya media hora después ni necesitabamos dar rehenes”22. Pero la precaución

seguía estando a la orden del día: “por nuestra parte, se habían tomado muchas medidas para que nada

pudiese enturbiar un roce amistoso: nuestra vigilancia a todas horas usando aún la precaución de pasar la

palabra de noche de una á otra corbeta, debía disiparles cualesquiera ideas de la posibilidad de una

sorpresa: podían verse prontas á bordo diferentes ramas de fuego, que debieran atemorizarlos…

finalmente, al paso que deseábamos apartarlos con estas precauciones de la idea de hostilizarlos, eran

constante nuestros regalos y bien espléndidos” (p. 157). La táctica del palo y la zanahoria.

No pasó mucho tiempo hasta que los españoles implantaran la política de prohibir a los nativos

subir a bordo y comenzaran a comerciar en tierra firme. Esto se produjo debido a “la inclinación al robo

20 La antropóloga Frederica de Laguna sugiere que se trató de una ceremonia de paz tras la toma de rehenes en la que el rehén o “ciervo” se somete a una limpieza ritual. Obviamente, en aquellos momentos de Suría ignoraba esta práctica. Ver Frederica de Laguna, Under Mount Saint Elias: The History and Culture of the Yakutat Tlingit. Washington. Smithsonian, 1972, vol. 1, p. 150. 21 Ver D. Igler, o. c. 22 Pedro Novo y Colson (ed.), Viaje político-científico alrededor del mundo por las Corbetas Descubierta y Atrevida, desde 1789 a 1794. Madrid. Imprenta de la viuda e hijos de Abienzo, 1885, p. 155.

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que ya los naturales habían manifestado desde el principio” (p. 158). Esta propensión al robo llevó a

Malpasina a ordenar que el anteojo y otros instrumentos fueran retirados de la playa y devueltos a los

barcos para evitar un altercado causado por un posible intento de robo, que podría ocasionar “una rotura

que en la natural confusión pudiera ser mal interpretada e injusta” (p. 158). Además de suprimir posibles

causas de complicaciones, la tripulación de Malaspina orquestó una demostración de poder: “Fue

también oportuna la ocupación de tirar al blanco, á la cual se entregaron por algún tiempo el

Comandante y Oficiales… pues esmerandose en el acierto y estando a la vista un crecido número de

naturales, no podía á ménos este ejercicio de influir mucho en la continuación de un trato tan pacífico

como debíamos desearlo” (p. 160).

Malaspina también relata lo que otros españoles y él mismo tomaron por aproximación de una

partida de indios hostiles en pie de guerra a los pacíficos. Creyó que el cacique pacífico les gritó que los

europeos eran sus aliados (p. 160). También cuenta que muy poco después todo el miedo y la hostilidad

parecieron disiparse y la amenaza se olvidó: “parecían más bien todos de una misma tríbu que personas

dispuestas una hora antes á destruirse recíprocamente” (p. 160).

Malaspina describe uno de los incidentes mencionados por Tomás de Suría como un

enfrentamiento que había devenido “bastante serio” (p. 166). “No olvidó Bustamante ni los principios de

humanidad ni los de la seguridad propia” para provocar la retirada de los indios (p. 166). El indio que

había amenazado con usar la violencia “no tardó en abrir los brazos y cantar el himno de paz” (p. 166). El

resto de los nativos aún eran hostiles, de modo que los españoles decidieron quedarse un poco más en la

costa para demostrar “una mezcla… de tesón y dulzura” (p. 166). Y, como ya hemos visto con frecuencia,

describe su estrategia como una operación bifronte. En primer lugar, los oficiales “no hallaban prudente

embarcarse tan luego, dando muestras de inferioridad, ni les parecia oportuno avisar á las corbetas, para

que les auxiliasen con nuevas fuerzas, tal vez mal interpretadas y prevenidas por los naturales” (p. 166).

Por una parte, esto podría empeorar la situación, o simplemente no dar resultado. Poco después, el

cacique arengó a su gente a ir en son de paz y devolvieron la casaca. Los indios comenzaron a entonar el

canto de la paz y “nuestras tripulaciones, olvidado el enojo que les había inspirado… volvieron a recibir

aquellas ideas de compasión y humanidad, que con tantas ansias deseábamos inspirarles” (p. 166).

Un par de días después se produjo otro incidente similar durante el cual se llegó a tomar al

cacique como rehén, aunque después fue liberado. De nuevo se hizo la paz y “cesó de nuevo toda

desconfianza, y no pasó media hora, cuando se hallaban á nuestro costado proponiendo una piel ó

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cualquiera otra friolera, los mismos indivíduos que al medio día despreciaban su vida por el solo placer ó

de ultrajarnos o de ofendernos” (p. 168). Cuando el barco de Malaspina regresó a Nukta y envió una

lancha mucho más cerca que antes a la residencia del jefe Maquina, evidentemente se sintió amenazado

y al principio se mostró frío y hostil, pero se apaciguó cuando constató que los españoles no albergaban

intenciones agresivas (192-193).

José Mariano Moziño fue artista de una expedición prendida el año siguiente. Fue uno de los

primeros en aprender una parte sustancial de la lengua Tlingit a fin de entender su mentalidad y su

cultura23. En su diario describe más violencia que muchos de los otros autores de crónicas. Por ejemplo,

que un jefe indio decreta “la pena de muerte á cualquiera de los suyos que se convenciese de robo en las

embarcaciones Españoles, y el mismo Gefe restituyó varias veces las frioleras que sus Mes-chi-mes havian

hurtado” (p. 36). Este hecho se presta a varias interpretaciones. En primer lugar, que se producían

muchos robos y que el jefe trataba de apaciguar a los españoles. O que no ejercía mucho control sobre

sus propios hombres. O que no tenía intención de ejercerlo. Moziño también nos transmite lo que podría

ser el primer discurso extenso de un indio reproducido por escrito. Se trata de su versión de un discurso

pronunciado por el jefe Maquina, quien recuerda a los españoles lo mucho que ha hecho por ellos y el

gran daño que podría haberles causado pero que no obstante no ha causado, y por qué deberían

cooperar contra sus enemigos comunes (pp. 46-47). Cualquier resentimiento pasado no se menciona, y

tal vez se olvide deliberadamente.

Asimismo, Moziño relata los pleitos con los indios del capitán Hana, involucrado en una reyerta

con ellos, aunque después se hicieron amigos y se dispusieron a comerciar (p. 56)24. También se refiere al

capitán Barkley, quien “perdió á manos de los Bárbaros alguna gente, que con imprudencia mandó en la

Lancha”, pero “avanzó su expedicion mas al Norte” sin tomarse venganza (p. 57). Atribuye al capitán

Kendrick, procedente de Boston, “la perversa idea de enseñar á los salvages el manejo de la Armas de

fuego, doctrina que puede ser perniciosa a toda la humanidad” (p. 58). Sin embargo, nada de esto evitó

que la expedición de Malaspina continuase tratando con los indios.

23 Joseph Mariano Moziño, Noticias de Nutka. México. La Secretaria de Fomento, 1913, p. 8. Para más discusiones acerca de los esfuerzos para mantener la paz con los indios en Nutka con el propósito principal de obtener su apoyo en la reclamación territorial española frente a ingleses y rusos, ver Christon Archer, “Seduction before Sovereignty: Spanish Efforts to Manipulate the Natives in Their Claims to the Northwest Coast”, en From Maps to Metaphors. Robin Fisher y Hugh Johnston (eds.). Vancouver. UBC Press, 1993, pp. 127-159. 24 H. Bancroft, History of the Northwest Coast. Vol. 27 de The Works of Hubert Howe Bancroft. San Francisco. The History Company, 1886, pp. 173-174.

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Las últimas páginas del diario de viaje de Moziño se ocupa de asuntos más oscuros. Así, relata el

asesinato del jefe Quelequem por el infame instigador de la polémica de Nutka, el comandante Martínez

(p. 62). Moziño se opuso a las órdenes de disparar a los indios que trataban de robar “haros de Pipa y

Barriles” (p. 64). Alaba a los indios que “jamas nos dieron aquellos, en todo el tiempo de nuestra larga

mansion el mas leve motivo de disgusto” (p. 67). Afirma que “me causa imponderable maravilla oir varias

expreciones bastante agrias contra la fama de estos naturales, de cuya perversidad no citan un hecho

siquiera que pueda server de prueba. En los cinco meses que nos mantubimos entre ellos, no

experimentamos una ofensa de su parte (p. 68). O más bien “Mui pocas fueron las ocasiones en que se

advirtieron algunos hurtos ligeros” (p. 68). Por tanto, resulta algo sorprendente leer que los españoles

“marineros, ó en fuerza de su educación casi brutal, ó enbidiosos del trato humano que el Comandante y

demas Oficiales daban siempre á los naturales, los insultaban varias veces, estropiaron á unos é hirieron á

otros, y no dejaron de matar á algunos” (p. 68). Si esto es cierto, aparentemente los nativos demostraron

un alto grado de contención y se permitieron olvidar estas afrentas. Moziño se decanta por una

explicación basada en la clase social. Podría tener razón. Quizá fuera cierto que los indios muertos no

pertenecieran a una clase social preocupante para las élites. En cualquier caso, en general el relato de

Moziño parece confirmar las observaciones de Malaspina y sus científicos, que solían describir el

comportamiento de los indios como racionalmente adaptativo y a menudo virtuoso, por mucho que sus

sociedades difirieran de las normas que regían las europeas25. Las personas racionalmente adaptables

pueden olvidar hechos desagradables del pasado por motivos igualmente adaptativos.

Jacinto Caamaño, al mando de la nave española Aránzazu, que exploró el norte de la isla de

Vancouver en 1792, refirió otro incidente. Un grupo había desembarcado en la costa para lavar su ropa,

pero huyó cuando se les acercó un numeroso grupo de nativos armados. Algunos españoles se ocultaron

en la costa y otros nadaron hasta el barco. Sus vidas estuvieron en claro peligro. En un momento dado,

Caamaño se dio cuenta de que “entonces podría haber abierto fuego, y ciertamente acertado… [pero]

reflexioné… que esta acción solo podría haber servido para elevar el peligro del par de desgraciados que

seguían en el agua, y el de los que seguían en la costa a manos de los nativos”26. A continuación un grupo

de indios amistosos intervino para frenar a los hostiles y consiguió liberar a los marineros. Caamaño

25 D. Weber, o. c., p. 38. 26 H. W. Wagner y W. A. Newcombe (eds.), “The Journal of Jacinto Caamaño”, The British Columbia Historical Quarterly 2, 1938, p. 277. [Jacinto Caamaño, “Expedición de la corbeta Aranzazu al mando del teniente de navío D. Jacinto Caamaño…”, Archivo General de Mexico, Sección Historia, vol. 71]. Esta frase no está incluida en la versión publicada en Colección de documentos inéditos para la historia de España 15, Miguel Salvá y Pedro Sainz de Baranda (eds.) Madrid. La Viuda de Caléro, 1849, pp. 323-363.

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“había determinado dar en la noche un asalto á la ranchería de los indios malos, para que purgasen el mal

trato que habían dado a los suyos; pero ya todo dispuesto reflexionó muy bien los peligros á que iba á

exponer los mismos que quería vengar; comprendió la imposibilidad de sorprender á los que la primera

máxima de la defensa era la vigilancia;… [y que] no desemparon los puñales que pendientes del cuello

siempre les acompañan; sabía que se hallaban con cinco o seis fusiles”27. Cabe resaltar que esto no

ocurrió sólo porque los indios se defendieran, sino también porque el español tampoco podía fiarse del

todo de sus propios hombres, pues sabía “muy bien lo difícil que sería detener á la marinera acalorada en

la acción de que se debían temer con mucho fundamento las muertes de algunos de ellos” (p. 344). Por

otra parte, albergaba la preocupación humanitaria de que “seguramente algunos indios totalmente

inocentes y bien dispuestos hacia nosotros morirían durante el enfrentamiento”. Además, los indios eran

más peligrosos a la defensiva porque “son gente con gran presencia de ánimo y se lanzan como un solo

hombre en defensa de sus hogares, y por tanto cabría esperar que interpongan una resistencia

vigorosa”28. Así que durante los días siguientes su barco continuó explorando en las zonas vecinas,

actuando como si las hostilidades recientes se hubieran olvidado. En este caso contamos con

consideraciones tanto a favor como en contra que llevaron a la conclusión de no castigar a nadie por

actos hostiles.

Caamaño no fue el único que pensó que los incidentes desagradables se habían olvidado. Pocos

días después, una canoa que transportaba a un hombre y a seis mujeres se acercó para comerciar. Igual

que en el incidente de de Hezeta, el contramaestre identificó al hombre como uno de los más activos

entre los que habían amenazado a los españoles y robado sus ropas. Es obvio que el indio no pensaba

que los españoles le guardasen rencor, pero la tripulación lo aprehendió mientras las mujeres se alejaron

plañendo. El jefe de los indios amistosos que habían ayudado a los españoles acudió para rogar por la

vida del culpable y afirmó que en realidad había ayudado a liberar a los españoles. El capitán respondió

que le dejaría ir si las ropas robadas se devolvían. La mayoría de ellas se devolvieron. Se intercambiaron

regalos, se llenaron los estómagos, y el hombre fue liberado (pp. 345-346).

Pero aquello no puso fin a la historia. El jefe de los indios amistosos invitó al capitán a un

banquete en su hogar comunal. Tras repetidos ruegos, el español accedió. Nótese que no confiaba

plenamente en su anfitrión, ya que acudió acompañado de tres oficiales y nueve soldados armados,

27 Jacinto Caamaño, “Expedición de la corbeta Aranzazu al mando del teniente de navío D. Jacinto Caamaño…” en Colección de documentos inéditos para la historia de España 15, 343-344. 28 Este pasaje no está en la versión publicada en español. Ver J. Caamaño, “The Journal of Jacinto Caamaño”, o. c., p. 282.

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además de apostar a quince más en barcas cercanas29. Todos estaban de muy buen humor, pero quién se

sentaría frente al capitán era nada menos que el cacique de la banda que había amenazado a sus

hombres y robado sus ropas. Obviamente, aquel hombre pensaba que había que resarcir a los españoles,

de modo que “se dirigió á mí, se sentó á mis pies, y de una bolsita de cascara de pino que traía llena de

plumas, sacó una buena porcion que empezó á soplar para que cayasen sobre mí y los demás, haciendo

seguidamente varias demostraciones de amistad, después de la cuales se fué á su lugar” (p. 359). El jefe

de la que había sido una banda hostil aparentemente pensó que había que hacer borrón y cuenta nueva.

El cacique amistoso y su pueblo danzaron, cantaron y todos se fueron a casa satisfechos30.

Entre 1791 y 1792 José Longinos realizó un estudio botánico de las Californias. Al contrario que los

indios, se refirió a los españoles como “los de la razón”31. Dio crédito a las informaciones de que los indios

eran caníbales (p. 186), y nos relata una redada nocturna en términos prácticos. Un nutrido grupo de

indios estaba a punto de atacar su campamento y emitía gritos de guerra cuando vio a los soldados

españoles a caballo. Entonces los atacantes se retiraron en la oscuridad y nunca más molestaron al grupo

expedicionario (p. 190). Es obvio que calcularon los costes y los beneficios y decidieron no atacar. Los

españoles ni siquiera se plantearon buscarlos a la mañana siguiente y continuaron la marcha. También es

destacable que este botánico pensara que sería más fácil conquistar a las tribus de la zona de Santa

Bárbara por medio de la táctica de divide y vencerás. Los indios estaban tan divididos entre ellos que sería

fácil poner a una aldea contra otra. Hizo hincapié en que aquello fue lo que había hecho Hernán Cortés, y

por tanto no tuvo tanto mérito (pp. 230-231). Los lugareños aprovecharían su alianza con los españoles

para atacar a sus vecinos sin pensar en lo que aquello podría conllevar en el futuro, ni aprender del

pasado porque ellos olvidarían su propio pasado..

Inicié este capítulo tratando algunos aspectos filosóficos del olvido político. A finales del siglo XVIII

ya se llevaban a cabo reflexiones históricas complejas. John Pocock ha estudiado la History of America

(1777-78) de William Robertson e Histoire de deux Indes (1780) de G. T. Raynal y Denis Diderot como

relatos del encuentro de los imperios marítimos europeos con los que describieron como salvajes32. Estas

obras constituyen monumentos a la autocrítica europea, incluso si su redacción estuviera motivada por la

29 Explicado en J. Caamaño, “The Journal of Jacinto Caamaño”, Ibídem, pp. 289-290. 30 Más sobre las actividades españolas en la bahía de Bucareli en Stephen J. Langdon, “Efforts at Humane Engagement in Bucareli Bay, 1779” en Enlightenment and Exploration in the North Pacific, 1741-1805, Stephen Haycox, James Barnett y Caedmon Liburd (eds.) Seattle. University of Washington Press, 1997, pp. 187-197. 31 Salvador Bernabéu, Diario de la expediciones a las Californias de José Longinos. Madrid. Doce Calles, 1994, p. 186. 32 J. G. A. Pocock. Barbarism and Religion. Vol. 4. Barbarians, Savages and Empires. Cambridge. Cambridge University Press, 2005, pp. 181-328.

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rivalidad británica y francesa con los españoles. Pero tal vez los textos reproducidos aquí serían mejor

entendidos en un nivel más bajo que la reflexión histórica o filosófica elaborada. Hay pocos indicios de

que los viajeros citados y mencionados en este capítulo escribieran desde una perspectiva filosófica o

histórica consciente. Más bien aportan apuntes de observadores de paso, de exploradores y científicos, y

sus acciones se nos aparecen como improvisadas, tácticas que sopesan medios y fines adaptados al

momento más que meditados con antelación. No se planteaban una cohabitación a largo plazo, sino

como máximo visitas posteriores e intermitentes para explorar y comerciar, así como el establecimiento

de avanzadillas como los presidios de Nutka y Monterrey. Informaron acerca de las misiones de San

Diego, San Gabriel y San Carlos, pero no eran misioneros encargados de vivir mucho tiempo con los

nativos. Y, cómo no, contamos con menos información de lo que pensaban los indios, aunque no hay

motivo para creer que se planteasen una cohabitación a largo plazo.

Si resumimos estos testimonios, aunque encontremos alusiones a los principios y al

humanitarismo, quizá el hincapié se haga sobre asuntos prácticos como la capacidad de acción y la

probabilidad de éxito. Cada grupo temía al otro. Los españoles confirmaron que los indios eran

respetuosos cuando constataban la capacidad de los españoles para defenderse, mientras que intentaron

reducirlos cuando pensaron que podrían tener éxito. En qué medida estas observaciones son una

proyección de la propia mentalidad de los españoles y hasta qué punto son fieles al pensamiento de los

indios es un interrogante. Cuando las iniciativas violentas de los indios fracasaban, los españoles

interpretaron que los indios esperaban que su conducta se olvidase, que la lección se aprendiese y que

todos acabasen llevándose bien. En vez de realizar incursiones de castigo, a menudo los jefes españoles

llegaban a la conclusión de que lo más prudente sería no hacerlo. Contaban con pocos incentivos para

preocuparse de las consecuencias a largo plazo del mensaje de que lo mejor era que las cosas se

olvidasen. Esto se parece bastante a lo que en Relaciones Internacionales se conoce como Realismo, o la

idea de que uno no debe emplear mucho tiempo ni sangre en ideales ni en el cumplimiento estricto de la

justicia o en represalias motivadas por la emoción, sino más bien diseñar la respuesta a las provocaciones

en virtud de un cálculo de coste y beneficio.

Estos relatos se refieren a pequeños grupos de personas de paso que (normalmente) se

encuentran con pequeños grupos humanos. Los viajeros no deseaban quedarse mucho tiempo, aunque

se planteasen regresar después, y seguramente los nativos tampoco esperaban que los extranjeros se

quedasen mucho tiempo. Las lecciones que estos casos podrían impartirnos se limitarían por tanto a

encuentros entre grupos pequeños en lapsos de tiempo reducidos. En estos casos, la conclusión que

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sacamos es que el olvido político parece haber evitado mayores derramamientos de sangre, además de

haber hecho posible un acomodo mutuo. Que las estrategias del olvido puedan aplicarse a otro tipo de

encuentro o asunto político es una pregunta sin respuesta. Pero aquí basta con haber determinado que

en algunos casos el olvido político posee utilidad y reporta beneficios. No hace falta demostrar que

además sea una buena política en cualquier lugar, momento o asunto.

Buena parte de los debates en torno a la memoria política se ha centrado en la necesidad del

recuerdo. A menudo se cita la frase de George Santayana “quienes no recuerdan su pasado están

condenados a repetirlo”, aunque es menos frecuente recordar la respuesta de Arthur Schlesinger: “los

que recuerdan el pasado están condenados a repetirlo”33. Sin embargo, grandes oradores y líderes

políticos como Abraham Lincoln eran plenamente conscientes de la importancia del olvido político: en su

Segundo discurso de toma de posesión, la retórica empleada establecía de forma tácita que el olvido de

los horrores de la esclavitud y la Guerra Civil serían la base de la reconstrucción del país34. El olvido del

pasado ha sido un tema central de la política de la España postfranquista. El “Pacto del olvido” ha

contado con sus partidarios y detractores. En lo que a mí respecta, no estoy en situación de manifestar

una opinión acerca de ese espinoso asunto35. Sin embargo, el estudio precedente de un tipo de olvido

político sucedido en la costa Oeste de América del Norte en el siglo XVIII podría resultar útil a cualquier

interesado en lo que el olvido político pudo significar en un lugar y momento determinados.

33 Ambos citados en B. Vivian, o. c., p. 8. 34 Tratado en B. Vivian, o.c., pp. 149-166. 35 Véanse por ejemplo Paul D. Escott. Uncommonly Savage: Civil War and Remembrance in Spain and the United States. Gainesville. University Press of Florida, 2014.

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