la crisis he ~uestro
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LA CRISIS HE ~UESTRO
. Pr~cio: DIEZ pes~tas.
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Ce' , ,j¡. la Cdbcl., núm. '7. 1914
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LA CRI~IS DE NUESTRO
PARLA.MENTA.RISMO
~ JieAQuíN SáN<!IIEZ DE Te<!A ........... _ ... "' ......
L! CRISIS DE NUESTRO
PA~RL1MENTARISMO
MADRlD IMPRENTA DE JSlDOFO PE,RJt.LE8
Calle de 11 Cabe28, lltm. '7. 1914
ZN"DZCE
CAPITULO PRIMERO
las liquidaciones de nuestro parlamentarismo al cerrar la primera centuria del régimen.
PAginas.
Contraste entre lo que la revolución tiene derruido en España y la mediocridad de las transformaciones que ha producido en nuestro orden social y político. Ahora es cuando el espíritu revolucionario empiela á fermentar en los más hondos estados pasionales de nuestras clases populares. para :¡uienes durante la centuria anterior, la re-\'oluclón paso como meteoro supel'Ílcial. . . . 11
Lo que á esta fecha nos presenta el balancd de nuestras revoluciones en la última centuria.-Nuestro parlamentarismo y los ideales de Patria Mayor . . . . . . . . . . • . . . . 18
Las transfol'maciones de los elemenws de nuestra constitución interna. Nuestra sociedad €s ahora menos democrática que cuando se ini~ióla transformación del Estado para adquiri:- los órganos políticos del Gobierno democrático. . . . . . 20
Cómo se enfeudaron á patronatos de plutocracía las oligarquías políticas que figuran repl'esentando al pueblo. ausente de nuestro parlamentarismo. 23
El espíritu revolucionario ahora e:¡ fermentación primera sobre nuestra masa soda~. procede de las fuerzas renovadoras que tienen su centro de gr'avitación en los eonflictos entre e! capital y el salariado . . . . . . . . . . . . . . 28
CAPÍTULO SEGL"~DO
la descomposición de nuestt"QS p¡artidos parlamentarios.
Ruptura dc la solidaridad gU!J~l'l1aru9iltal de los partidos turnantcs respecto á las fundamentales esencias constituciona les dell'égimen. . . . . 37
Cómo se ha desnaturalizado la necesaria relación parlamentaria de los gobcl'nanf,e:o .~:)~ todas sus oposiciones. . . . . . . . . . . . . . 41
De qué manera venimos á paral' á que toda nues-tra política interior se sintctir:~ ]~ist6ricamente
\'1lI
Páginas.
en las incidencias de una conspiración vulgar y anacrónica contra la' forma de gobierno. 47
Los procedimientos de esos con.piradores y consecuencias gue producen en las estimas de la opinión pública y en ~as actuaciones de nuestros go-bernantes . . . . . . . . . . . . . . 50
Cómo se ha producido el fenómeno de un parlamentarismo, actuaimente necesitado de par"tilios idóneos para su gobierne. . . . . . . . . 62
CAP!TCLO TERCERO
Factor.es de degradación ó de enaltecimien· to que concur:ren á la transformación del parlamentarismo.
De los factores'que, aunque sustraídos al albedrío humano, son p:-ir.cipales determinantes de los destinos de un régimen de gobierno. . . . . 75
Las fases de la Revolación y la obra que en ellas incumbía á los Par:amentos y á las ~ealezas con respecto á la ciujadanía y á la Patria Mayor. . 78
Degradaciones de :.:s :oarlamentarismos sin Realeza y Parlamento esp:3ados para política de Patria Mayor y enaltecimiento de los civismos del Esta-do nacional moder:Jo . . . . . . . . . . 86
Los Parlamentos y s::..:s partidos politicos represen· tan ya instituciO!~.e, de gobierno completamente transfiguradas ')3'0 1:1 intbjo de los fenómenos de psicología social;ue actualmente desarrolla la Prensa . .. ......... 89
La Prensa que necesita nuestro parlamentarismo. 98 Cuál es el mejor patronato para un periódico.-Pa
triciados íntelectu::. '.es y morales necesarios á un Gobierno de Opir:i'lD p6blica. . . . .. . 1(l:~
El culto de la Monarc,uía por ser la instituci6n que aquí ha hecho grande al pueblo, representa. dentro de nuestro par:a:nentarismo. la espiritualidad más fecunda para gran actuación de p¡'ensa al serYÍcio de la Espa:':a :\layo[·. 112
CAPITCLO CUARTO
La actuación personal del Rey en el régimen parlamentario.
Situaci6n person9.l dd jefe del Estado en la obra de g,:¡bierno dentro de: parlamentarismo .. 123
La tésis del Sr. Azcárate en cuanto á las funciones del poder real d,"".~"o del parlamentarismo, 123
-IX
Poginas.
Tesis coutrapuesta á la del Sr. Azcárate én cuanto al cometido de la institución real en el parlamentarismo. . . . • . . . . . . . . . . 147
'.lue el sistema parlamentario funciona con doble naturaleza: la del texto legal de la Constitución y la de la teoría parlamentaria. . . . . . . . 150
Según la teoría parlamentaria, lo mi!!mo que según los textos legales de la Constitución, el .Rey es elelemento eficiente y activo de gobierno. . . . 1M
El orden parlamentario de relación entre el Rey y los ministros . . .. ........ 158
Realidades que en definitiva determinan las preeminencias de los poder'es constitucionales . . . . 160
Los ejemplCls de Leopoldo J de Bélgica y de la Rei-na Vktoria. . . . . . . . . . . . . . 165
Cómo se elabora la soberanía en las realidades de la vida IlllCL);¡31. . • . . . . . • . . . 168
La parte más c'cncíal de las Constituciones es la organización de los poderes públicos y de las ma-gistraturas [¡ue los han de ejercitar .. .. 1iO
:'10 es esencial que el capítulo de los derechos indi<:¡duales figure dl el artículado de la Constitución 1 iI
La c,)nstitud(,n pal'~arricntaria no nace de los textos constitucionales sino de la interpretación que es-tos recil ,('11 en la práctica. . . . . . . . . li5
Tamhión delltro del parlamentarismo el ser Rey (¡uicre decir regir y gohernar . . . . . . . In
Conlcsbeión del Sr. Azcárate (sesión de 5 de Marzo de 190i).. . . . . . . . . 181
Répli(;a á la lcsis del Sr. Azcárate. . . . 18i O·Jr;rl.e radíca la soberanía CO!l forme á los princi
cipios fUlldamen~ales del constitucionalismo par-:arncutario... ........... 190
L'llcoría de la di\'i"ión de los poderes es inadap-table al ¡>arlarncIJtar·islllo.. . . . . . 192
Entro el pal'larn"t.~arismo y las prácticas de nuestro antiguo rógimcn, resulta!: muy escasas dife]'ewias en cuaLtll á la elección y la destitución del primer Ministro. .. ..... 193
.l{octifieacÍ{¡n y resumen del Sr. Toca (12 de Mar-zo de 190i).. . . . . . . . . . . . . . 200
Lo gue soría el despacho del Rey con sus Minis-tros. si se aplicara como principio cardinal para el Gobierno el criterio de que la función real dentro del parlamentarismo se reduce á nombrar ministros y disoher Cámaras.. . . . . . . 201
En el régimen parlamentario, el grado de la intervención personal del Rey en asuntos de gobierno, se determina por la índole de la materia de Estado pendiente de resolución. . . . 206
1 'entro del régimen parlamentario, como en cual-
- x-PAginas.
quiar otra forma de gobierno, la extensión y limites de 10 que el Jefe del Estado puede hace!' tli~:~'. se. en.cu~nt.ra .en.lo~ e~ta~os. de. o~ini.ón.pú:
208 La responsabilidad del Rey en la ficción constitu
cional y en la práctica del parlamentarismo.. . Parangón del antiguo régimen y el parlamentario,
en punto al reclutamiento, formación y designación del personal político y singularmente de los ministros. . . . . . . .
Cuáles son, en cuanto á la práctica de la vida política, las primordiales preeminencias del (iobierno parlamentario. . . . . . . . . . . .
La obra política maestra del régimen parlamentario, consiste precisamente en ser 01 sistema de gobierno quo más ha solJresalido, r.o sólo en convivir con la opinión, sino además en aprovechar-se de ella. . .. ...
Realidades políticas y sociales que interponen con mayor necesidad la interven'ión porsonal del Jefe del Estado en función de gobierno.. . . .
La valoración del poder real dentro dol inyentario de los bienes patrimoniales de nuest¡'a patria.. .
Rectificación-resumen del Sr. Azcárate (20 de Mar· zo de 1907) ..
CAPITULO QUINTO
Los síntomas iniciales de descomposición de un régimen de gobierno. se producen ern sus cumbres descubriendo la corrupciólTI ética de clases directoras en desvío del! concepto fundamental de las institucione! políticas.
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Para un parlamentarismo con sufragio universal, el hecho de que la ciudadanía resulte sin eficacia de actuación política es síntoma de descomposición del régimen aún más temeroso que lo que significaba el silencio de los pueblos bajo las mo-narquías patrimoniales. . . . . . . .. 244
Los síntomas iniciales de descomposición que en nusstro parlamentarismo representa la corrup-ción ética de las clases directoras. . . . . . . 24U
Transformación en los modos de sentirse la fe monárquica dentro del Estado nacional moderno. 26~
El vigor ó la degradación de un régimen de gobier-no depende ante todo de causas morales. .. 266
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Lo que fundamentalmente caracteriza á cada civilización son sus espiritualidades primarias. . . 271
Espiritualidados primarias para reconstituir un régimen de Estado nacional moderno y liberar las energías ,[taJes de un pueblo en linaje de civili-zación cristiana . . . . . . . . 278
Descompos[ciún de nuestro parlamentarismo duran-te el último quinquenio. , . . . . .. . . . 294
El Gobierno liberal bajo la jefatura de Canalejas . 316 Los partidos poi iticos durante la presidencia del
Conde de Romanones. . . . . . . • • . 333 ¡Cuál ha sido, en HJl3, la fuerza motriz de nuestro
artificio consLitucional y parlamentario~.. 345 Realidades positivas que impusieron en nuestro
parlamentarismo el sistema de dos partidos gubernamentales turnantes. . . . . . . . . 365
Tercerías contra los partidos turnan tes en el gobier-no de nuestro parlamentarismo. . 379
El concepto del poder soberano en la política del avance de sus izquierdas al reconocimiento de nuestra legalidad constitucional . 38:-
Para las directivas del gobierno las razones de Es-tado deben llevar su primacía • . . . .• 405
Dos ejemplos de contraste: el Imperio alemán y el de Napoleón III . 414
CAPíTULO SEXTO
Cómo se ha producido la de5composición actual de la dinámica de nue5tro parlamentari~mo_
Lo que impus~ en el período de la Restauración nuestra dinámica constitucional de los partidos turnan tes eu el gobiemo . . 420
Educación y extensión progresiva del cuerpo elec-tora! indispell~alJle al rógimen parlamentario. . 437
Consecuencias p¡'oducidas en la dinámica de nuestro parlamentarismo por la manera de implantar el procedimiento electoral de «un hombre un votO». . . . . . . . • . . . .. 443
Que sin Parlamento, el Estado nacional moderno, no puede actuar como gobierno de opinión públicai Y dadas las potencias del poder colectiVO de las muchedumbres en la sociedad contemporánea, un régimen parlamentario que ha otorgado el sufra do universal no puede ya prescindir de él. 45íj
Realidades esenciales que faltan á nuestro parlamentarismo para actuar como instrumento de go-
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Páginas.
bierno de opinión pública adecuado á las necesidades del tipo moderno del Estado nacional . . 472
Del tratamiento para que nuestro Parlamento rece-bre BU plenitud de eficacia como órgano de opi-nión pública . . . . . . . . . . . . . 477
Rehabilitaciones necesarias á nuestro parlamentarismo para ser utilizable en gobierno de Estado ,. nacional moderno . . . . . . . . . . . 492
El síntoma más grave de la descomposición del régimen. es que el Parlamento resulte sin eficacia como órgano de opinión de ciudadawia consciente de la naturaleza de su gobierno y dueña de sus comicios.. ... . .. 508
Cuando una radical antítesis entre la constitución legal y la contitución real no se resuelve gubernamentalmente. la realidad se impone al fin re-volucionariamente.. . . .. .... 519
Por radical que resulte la antítesis entre los estados jurídicos y las realidades sociales de un pueblo. siempre es soluble gubernamentalmente adaptando la constitución legal á lo que se ha renovado en la constitución real. . . . . . . . . . 527
Qué Parlamento nos es necesario para resolver gubernamentalmente la antítesis entre la constitu-ción legal y la constitución real. . . . .. 540
La prensa como instrumento de gobierno de opi-DIón pública en el Estado nacional moderno.. . 549
CAPITULO PRIMERO ....
Las liquidaciones de nuestro parlamen= tarismo al cerrar la primera centuria del régimen.
Contraste entre lo que la revolución tiene derruído en España y la mediocridad de las transformaciones que ha producido en nuestro orden social y político. Ahora es cuando el espíritu revolucionario empieza á fermentar en los más hondos estados pasionales de nuestras clases populares, l,ara quiene, durante la centuria anterior, la revolución pasó como meteoro superficial.
Lo que á esta fecha nos presenta el balance de nuestras revoluciones en la última centuria.-Nuestro parlamentarismo y los ideales de Patria Mayor,
Las tr'ansformaciones de los elementos de nuestra constitución interna. Nuestra sociedad es ahora menos democrática que cuando se inició la transformación del Estado para adquirir los órganos políticos del Gobierno democrático,
Cómo se en fcudaron á patronatos de plutocracia las oligarquías políticas que figuran representando al pueblo, ausente de nuestro parlamentarismo.
El espíritu revolucionario ahora en fermentación primera sobre nuestra masa social, procede de las fuerzas renovadoras que tienen su centro de gravitación en los conflictos entre el capital y el salariado.
Contrasttl entre lo que la revolución tiene derruido en España y la mediocridad de las transformaciones que ha producido en !luestro orden social y político. Ahora es cuando el espíritu revolucionario empieza á fermentar en lo>! mas hondos estados pasionales de nuelltras clases popular~s, para quienes durante 1" centuria anterior, la revolución pasó como meteoro superficial.
Al cabo de una centuria consumida por entero entre las convulsiones, guerras civiles y calamidades públicas que acompaiian á las grandes catástrofes revolucionarias, es bien triste comprobar á la fecha actual, en las liquidaciones de nuestra vida política, que padecimos todas las desolaciones de una era revolucionaria sin contrapartida alguna positiva de redenciones en el régimen interno y resurgimientos de prestigios de sobel'anía en el concierto internacional. Aunque el proeeso revolucionario no se produjo aquí en las cumbr'es del Estado con aparatos trágicos tan emocionantes como en la Monarquía francesa durante el período del Terror, en realidad sus fierezas en el conj unto de nuestras discordias civiles, resultan en suma mucho más cruentas y de mucho mayor cuantía la destrucción de los valores patrios en nuestro haber patrimonial. El saldo final que nos resulta de la tragedia, se reduce para nosotros á comIlrobar la esterilidad de cien años de revolución,
En las renovaciones del siglo XIX resultamos, entre las naciones de Europa, el pueblo que mal-
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gastó mayor caudal de energías espirituales y malbarató más hacienda al montar el mecanismo externo de su derecho público sobre ideologías fantásticas y absurdas imitaciones de cosas extrañas, inadaptables á la constitución interna de nuestra Patria.
Otras naciones tuyieron la fortuna de encontrarse asistidas, hasta en medio de los extr'emeci~ mientos más trágicos, por gobernantes del linaje de estadistas á quienes la realidad enseña por sí misma tal cual ella es y no por figuras y palabras vanas. Pero aquí, hasta en los períodos de mayor sosiego del nuevo régimen constitucionai, los gobernantes se mostraron refractarios al selltido práctico de 1&s Cosas más elementales pam el moderno vivir como naeión. Subjetivismos enfermizos les invirtieron la visión sobre lo más positivo ,le ia vida nacional. Mutilaron la realidad pretelldi\3lJdo someterla á moldes inadaptables al modo dd ser de nuestro pueblo. No eonsiguieron crea¡' aquí derecho vivo de ciudadanía parlamentaria, pero produjeron en cambio los estragos consiguientes al iIlgerir en un organismo nacional substancias que éste no puede asimilar. Sobresalimos entre todos los pueblos del constitucionalismo europeo en cuanto al olvido de que lo más importante del régimen de gobierno para cada nación es el suyo propio, aunque teóricamente parezca infeI'ior al constrUÍdo por otro pueblo extraño. Olvidamos gue In más sustantivo del derecho público, no lo hacen los legisladores, sino el pueblo mismo; y que la opinión pública, las libertades públicas, los estados de la conciencia y de la voluntad colectiva de una nación, pueden expresarse de muy diversos mo-
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~Os,. y que su modo más positivo de expresión no ",s sl.er:upre el texto legal ó los recuentos de los COmlelOS del llamado sufIwrio ufll'versal NT " .. . b. o su-l~lmu" .lt1corporarnos á las co[>['ientes gen ' 1 ne 1, 1 " , '. e/a es .... ,u llstor la, adaptafldonos á los factores nue-~'GS gue. b evul.uciótl contemporánea apo['ia á las :,ob8nillHL~ ll::lCI'llldles, ni supimos tampoéU con.,anar elltr:e lo lJl'opiu, aquello (lue es corno ele:;16tlto Yl(aJ pennauollte y característica peí'sonal ae rl ue>;!!':! ex Istel lc' ia,
,.,sa~; al LeraCJUlles, u.t'~
i'e~Jtando :l i;;>s veCes golpes de Estado, y basta el -.:ambi,) mús radical en la institución del poder soJerano, se acom paüaron de extremeciinientos 20nHll,::;i\'os, guerras civiles, bancatTotas de hajenda, dilapidaciones del haber patrimonial, es;ragos y desoladoras caiamidades públicas; pero ~omo el pueblo no tomó parte en tales mudanzas de régimen, no hubo verdadera revolución. Tales alteraciones, resultaron fenómenos de meteorología en la superficie, completa mente ineficaces para llevar renovaciones de vida á los fondos orgánicos de los vicios y podredumbres del antiguo régimen. Sus agitadores padecían la superstición -le creer que con himnos estridentes se conmovían
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las capas profundas de los abismos oceánicos y
que por las soflamas retóricas y los textos p~o~ mulgados en la Garete¿ se transformaban las esen~ cías de toda la realidad social. Su mentalidad era refractaria á com prender' que la fuorza propulsora de Ull régimen de gubierno, la potencia (Jue ver'da3el'ameuto actúa en una existellcia llaciolJul y trallsful'nw la J¡isLwia, llU es el Hl'tifkio mecánico de texic's !)l'omulé(ad0s (;orncJ leyes ",iuo lo~
L u '
~~n~in"~r) .. t-" ~. 1" ..... "·'l,';r,)'n..:,: ~¡'1 1¡'Lc..; h()r-nlji'n~ y,
mentos de nuestra den!,--nifestaciones demagógicas, supuraban más bien misoneísmo. U na minoría sugestionada con la imitación de cosas exóticas y en ceguera para la visión de las realidades más car'actel'ísticas do nuestra constitución interna y de la lJsicología de los estados sociales aquÍ engendrados por la historia, impuso el mecanismo parlamentario me-diante alzamientos en los que, fingiéudose mandataria del pueblo para apoderal'se de la gobernación, no actuaba, en realidad, sino como elemen~ to faccioso secuestrador de los instl'Umentos del poder pa¡'a imponer los decretos de su pasión re-volucionaria á la resistencia pasiva de la mase. social. De esta manera, en los artificios de nues-
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tra vida política, vino á sobreponerse un parlamentarismo con la extraña característica de vivir sin cuerpo electoral y de que las instituciones fundamentales del régimen se desplomarían si los comicios expresaran con verdad la voluntad de la muchedumbre. El régimen vive de la suposición de que el primer Ministro gobierna al Rey en nombre de una mayoría parlamentaria y bajo la ficción de que el Parlamento representa al pueblo; y el Rey, á su vez, gobierna al pueblo dictándole reales mandatos conforme al sistema político ó á los consejos del primer Ministro, cuyos mandatos reales ha de obedecer el pueblo, aunque el pueblo no los haya pedido, ni siquiera los comprenda.
A este pueblo, sin preparación alguna para comprender y practicar el civismo de los comicios, se le dió el sufragio universal asentado en la fórmula de «un hombre un voto». Y á su vez, los gobernantes, en convencimiento de que el sufragio universal, manifestándose de verdad, derrocaría las instituciones fundamentales del régimen, ejercitan contra los comicios violencias y corrupciones tales, que cada elección acumula progresivamente más fatídicas desmoralizaciones y desvíos de la ciudadanía. Así, el Parlamento, en v.ida de mera aparieneia, se reduce á una tribuna que sólo sirve á discusión perpetua de cosas vanas para la vida nacional y singularmente el tema de la forma de gobierno, que es el más vano y maléfico de todos al tomarse por tésis de discusión perenne. Esa tribuna, es instrumento de oposición ineficaz para instruir y dirigir al pueblo educando ciudadanías. En ella encuentran los tribunos el tornavoz más poderoso para las propagandas de la indisciplina social y para poner en evidencia
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dos hechos igualmente funestos para el régimen: la necesidad de una reforma fundamental y la impotencia del régimen para realizarla.
Por estos contrastes entre la condieión real de las clases populares y las apariencias de sus instituciones políticas, y entr'e la opinión pública, que con ficciones constitucionales de serlo todo, no es nada electoralmente, nuestro parlamentarismo, en lugar de formar ciudadanos conscientes de sus deberes y de sus derechos y dispuestos á sacrificarse por el interés general, fomenta, por el contrario, rebeldías contra las instituciones; y en vez de ser propagandista de civismos, emponzoña hasta en lo más íntimo y recóndito de las administraciones locales los contactos de la ciudadanía y del poder público, con tiranías engendradoras de exasperaciones de odios, que están acumulando síntomas siniestros de formidable explo.::;ión de venganzas implacables, en cualquier evento que se produzca la combustión espontánea de esa masa.
Con todo ello vienen á coincidir ahora fenómenos del espíritu desconocidos en nuestro pueblo durante la centuria anterior. Sentimos resquebrajarse nuestra corteza social por las primeras manifestaciones eruptivas del verdadero espíritu revolucionario, fermentando con vertiginosa intensidad sobre nuestras masas populares.
En las concentraciones de la vida urbana, y hasta por las diseminaciones de la vida agraria, el extremecimiento revolucionario está soliviantando muchedumbres. El fermento que en la centuria anterior, dentro de nuestra economía nacional, agitaba sólo exiguas minorías impopulares reclutadas entre los núcleos más inquietos de la
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nobleza, de las profesiones liberales y de las armas, y que manifestando primero sus rebeldías Bn el orden religioso y luego contra el régimen político, produjeron las alteraciones de la última centuria, transciende ahora con iras sociales hasta los fondos más profundos de las plebes. Entre aquellas clases populares, antes airadas en rebeldía misoneista contra los ¡'eformadores, empiezan á manifestarse desasosiegos de espíritu revolucionario con rebeldías mucho más transce!l(lentales que las de los revolucionarios gue fabricaron nuestro parlamentarismo.
Si en las postrimerías de la Monarquía absoluta,cuando se inició sobre los Gobiernos la influencia activa de los estados de opinión, el disolvente más enél'gico de aquel régimen resultó de que el espíritu crítico se pusiera en contacto con un Gobierno arbitmrio gue no daba á estas potencias del espíritu público medios de actuación legal, este mismo formidable agente tiene que desarrollar acción mucho más corrosiva al ponerse en contacto con un parlamentarismo que, á la vez de aparentar vida intensa de ciudadanía con libertades públicas, secuestra á los estados de opinión los medios constitucionales más eficaces para su actuación legal.
Por todo ello, el momento histórico presente impresiona tanto como uno de los más críticos de la era moderna para los destinos de nuestra Patria.
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Lo que á esta fecha nos presenta el balance de nuestras revoluúiones en la última centuria.-Nuestro parlamentarismo y los ideales de Patria Mayor.
Durante la centuria anterior, otros nacionalismos alcanzaron la fortuna de que sus realezas esposadas con las instituciones parlamentarias, organizando el Estado, educando y habilitando á sus ciudadanías para el régimen moderno de los Gobiernos de opinión pública, recogiendo en su pI'opia historia el aliento espiritual de la Patria Mayor, realizaran maravillosas empresas de transformación política y social. En transcurso de dos generaciones, pueblos pobres, humildes y menospreciados por los poderosos, se encumbraron á los más altos poderíos económicos é imperiales. N aciones que parecían meras denominaciones geográficas, incapaces de espíritu unitario, fraccionadas, impotentes y estenuadas por la malaria emanada del detritus palúdico acumulado en los fondos históricos sobre que vegetaba su existencia, sanaban súbitamente al respirar el ambiente vivificador de ideales políticos que aunaban, engrandecían y dignificaban las patrias pequeñas con las magnificencias de soberanía de una patria grande constituída en potencia para irradiar é imponer todos prestigios y respetos en las relaciones internacionales.
Para estas grandes empresas de Estado, en las que las realezas conjuntamente con el Parlamento, reconstituyeron, engrandecieron y dignificaron su patria, educando y habilitando ciudadanías para sentir los ideales de Patria Mayor y actuar con el vigoroso espíI"itu de civismo, que es como el soplo vital para los modernos Gobiernos
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0e opi~1ión pública, nuestra Penímmla encontraba
11'0 naci')lwlism ') con pote¡wi(¡s rln eSI-"l'llual¡dad para yivificar el gran sentimiento patrio, más ya-liosas quo las que ex(remecieron el ulma alemana después del desastre de Jena. Y por de contado, los particularismos geográficos no interponían en Iluestra Ptltlim·;uia obstáculos de tantas complejidades corno los que se opusieron para la política unitaria de Patria Mayor á Italia en su Península y á la nación alemana en el Centro de Europa.
El poder real concentraba en nuestJ'os reinos :>tcatamientos sin parecido en cualquiera otra Monarquía eUI·opea. En ningúll pueb:o resultaban wn yi \")8 Y tenaces los fenómenos de esa psicología coleetiva de las naciones seculai'¡nent0 conscituídas ba.io el ampar'o dE; la realeza, y por la "llallas multitudes, para pr'oducir las manifestaeiones más intensas de su palriotísmo, necesitan identificadas con las muesfras de su lealismo monárquico. Xuestro pueblo sentía tan ahiucadamente estos deber'es de sumisión á la voluntad real, que repugnó pOI' ello el nuevo constitueiona-
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;ismo y no pre:,;Lú sus acatamieiitos á las Cortes. ,..:,~'"' ..... n f'~C\"?'_l ~A rn~t)rl()r'c:nlj~1 pi I!P.TP
Las tran~form,:\eion(;'s dt\ los ülE'nl(,·ntü~, do nne~tl'~ c,¡nstitución
inee: ne<. ;-':lk~t,·:, >.o,j8,ia I os "hor.l !ll<ltlf)~ damocrarÍC'l que
cuando S8 Ín;"ici la trar.· t', rmació" del ¡';stado para arlquirir
los orgL'r,oOi políti"Ob Jd ( oLierno ck·n¡o0rático.
Con tOllo esto, y (:(Jmo incomparable factor
para facilitar aquí las l'etlo"~\l:i()lleS sociales y po
líticas que requiere la "ida del Estado moderno,
coincidía á la \ez la Cil'cullstal1cia de que nues
tros estados sociales, al fillalizm' la Monarquía
patrimonial, eran de heeho los más democráticos
que conoció la Europa del antiguo régimen, y que
además, toda la evoiución de la historia nos lle
vaba á que nuestra sociedad democrática, trans
formándose gradualmente en democracia electo
ral, adquiriera los órganos políticus esenciales
para el GolJierno demo(;rático, Resultábamos, en
suma, más intensamente que cualquie¡' otra na
ción de Europa, una sociedad democrática que
no había llegado aún á incorporarse las formas
del Gobierno democrático y á cOllstituirse políti
camente en democracia,
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Desgraciamente, á pesar de todo esto, por culpas de la realeza y de las oligarquías del parlamentarismo, nuestra sociedad es ahora de hecho menos democrática que cuando entró en gestación para adquir'ir los órganos políticos del Gobierno democrático. Somos una de las naciones en las que el régimen par'lamentario no ha servido para dar ciudadanos á sus comicios ni justicia y pan con libertades públicas á sus clases más numerosas. El único testimonio que prestan los comicios es el de que, no obstante figurar en parlamentarismo con sufragio universal, nuestro pueblo no se ha incorporado al régimen parlamentario.
Los partidos gubernamentales alternan en el poder como si fuer'an meras denominaciones distintas de una misma razón social, y á modo de Compaiiías, con repertorio rotativo sin arraigo en la economía nacional, que ajena tí. las cuestiones sociales y á la primacía de los órganos ecor;ómicos para la defensa de la soberanía en el Estado nacional moderno, gobiernan· siu orientación transcendente, viviendo para sí, teniendo por base diferenciaciones de ficción, perturbando la vida económica con trabas de arbitrios fiscales, desórdenes administrativos, concesiones de monopolios y otorgamiento de privilegios.
Así, todo nuestro desenvolvimiento económico moderno se ha efectuado espontáneamente sin la intel'Vención del Gobierno, á menudo, á pesar del Gobierno. La evolución de la autonomía política nacional, y de la ética social y política propia de las democracias electorales, se ha quedado estacionada en España en transformación política operada en las apariencias de las leyes, no en las costumbres.
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Pero es manifiesto, á la vez, que en el transcurso de la centuria última, se han transformado hondamente muchos elementos de nuestra constitución interna.
Por de contado en cuanto al sentimiento patrio, nuestra cohesión espiritual difiere mucho de la que agitaba á nuestros antepasados hace un siglo, Singularmente, el último decenio acusó más alarmante depresión en esa cohesión espiritual, núcleo primario de toda estructura de cuerpo de nación. Durante el siglo XIX jamás aparecieron tan esmirriados como ahora en los fondos morales de la voluntad y de los sentimientos y en la psicología entera de nuestra convi vencia social, esos espiritualismos colectivos que más íntimamente vinculan á los hombres á una patria. Y como la vitalidad ó la decrepitud de los nacionalismos se determina principalmente por su manera de sentir el patriotismo, el balance de nuestros valores patrimoniales arroja por este concepto, á la fecha presente, saldo impresionante.
Todos los problemas que en las tristes liquidaciones de 1898 se planteaban ante nuestra soberanía, requiriendo que el presupuesto del Estado no tuera sólo una máquina fiscal, sino principalmente un órgano de reconstitución, siguen en pie imponiéndose en los mismos términos angustiantes que en aquella fecha y agravados por el propio transcurso de los quinquenios transcurridos en esterilidad para la obra reconstituyente.
Los partidos políticos, en vez de concentrar su actividad sobre aquellos programas de urgencia que, por responder á lo más positivo del vivir como nación, se sobreponen á todas las demás cuestiones, prosiguen, por el contrario, en la
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misma polémica baldía que entablaron en el sigio anterior sobre teorías de política abstracta. Las mismas agremiaciones de los elementos rotati vos en la gobernación, cuyas disciplinas co:6cti \"aS representa ban, más que doctrinarismos, una experiencia de vida política concertada para alternar en el poder con conocimiento de personas y prácticas del régimen de gobiel'l1o, perdie¡,on las tradiciones colectiyas de su concül'dia, ,')jviendo ú leyantal' sus plataf<.n'mCls de disputa subre cosa!:> en flue no va nada positivo, á no ser o' consumir' les emperlOs en competencias de es-0;ilafunal'se en vanidades de Estado.
Climo s() en/'. udaron á patronatos de plutocracia las oligarl11i:¡S p,)litíeas 'luO figuran repre~el1tando al pueblo, ausente de 1, u8stru patl¿¡'iIl8ntarisrno.
CiHtudo 00[' los faetmes eeonómicc,s de la ci-
~ ,-"- ___ .< ,J.u.u..,:,d t:uutU\~,J "'J' •
en estar CUll el mús podel'dsoJ. Las institucione:::: del poder público m:1.l1tenían las exterioridades de J'('g;melc democl'úÜcO, pero los hombres comprobab(~ll de cOlltimw que 81 débil es rarísima
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que en tiempos modernos significa tener desnacionalizados y secuestrados los órganos principales de la vida económica, nunca, sin embargo, se produjeron como ahora en esta órbita las características de atrofia en el espíritu de la ciudadanía yeG el sentimiento de los prestigios del poder públic<J,
Ante la abso¡'cióll de los imperialismos fi[lar:cieros, resultan más agrayados que nunca, en nuestl'O personal político, los síntomas de ur~a
conciencia nacional insensible á que se le ~ecue::;tren y se le desnacionalicen aquellus emp¡'eS3S enclayadas en su territorio y que representan primarias clayes económicas de la independencia de las ciudadanías y de la sobel'anía patria, N~\ hace u estima de que nuestra yida pulítil~a resulte degradada po!' los procedimientos de explotaciór: industl'ial y ~i)}anciera que nos ha legado la anterior' cen(;lria y (jue tienen dei:m aciOll'il izada kcl::l nue~tr'a eell!lolllía natl'ia '
car'acterístico de un régimen yenidl) á descCJTl!¡JV sición porque sus instituciones resultan imputenles para amparar justiciel'ameute á los hombres,
La masa social, al infeudarse con los nexos
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extralegales formados p'ol' el engranaje de la mutualidad de patronatos y clientelas beneficiarias, concertados en las relaciones particulares respectr) á las 'recíprocas prestaciones de servicios aunque no comprendieran la dinámica gubernamental da este parlamentarismo, inclinaban con preferencia á vincularse al patronato del oligarca político, sobre todo al afiliado á los partidos turnantes en la gobernación. Consideraban como á la más poderosa y eficazmente protectora de las oligarquías, al compuesto de los núcleos oficiales que alternativamente se apoderaban del pode¡' público. Todavía no vislumbraban la preeminencia de la oligarquía financiera pam desarrollar ')rganizaciones de poderío avasalladores de los mismos elementos directores de la política.
Mas ahora, entre las clases directoras y singularmente entre los caudillos de las reivindicacio:les de las dases obreras contra el capitalismo, se inicia nueva or'ganización social del patronato y de la clientela. Empiezan á vislumbrar las potencias que los patronatos de plutocracia desarrollall sobre el G,)biemo y la economía ilacional, y que por ellos la jerarquía burocrática, los servicios de la Administración pública y Jos mismos oligarcas de la política, resultan avasallados á un sistema beneficiario extralegal de pakonato y clientela aún más poderoso gue el que organizan los partidos gubernamentales. Advierten que, por las vastísimas organizaciones de servicios que implica el Estado modemo, y por los factores económicos de la vida contemporánea, las naciones se con"ierten en burocracias inmensas, y que nuestro parlamentarismo, lejos de resultar órgano adecuado para la educación y selección de la catego-
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ría de estadistas que requieren lo~ problemas económicos, los conflictos sociales y las materias de Estado de nuestro tiempo, produce avasallamien-miento cada vez mayor de los estados sociales, y hasta de los partidos políticos al sistema beneficiario del patronato plutocrático. Que por ello, al régimen del derecho público, con apariencia de evolucionar á que las fuerzas populares constituyan su principal motor, se sobrepone en la realidad una oligarquía cada vez más estrecha, el: términos que los mismos gobernantes resulten meramente personas interpuestas por podereS ocultos que gobiernan y administran como personalidades anónimas irr'esponsa bIes, envueltas en tinieblas artificiales habilísimamente producidas, para que ni los gobernados sepan á quienes recurrir, ni los que, según la jerarquía oficial aparecen en función de gobernantes, puedan darse clara cuenta de lo que hacen ni á dónde val'! á parar.
Lo que más claramente se destaca ahora á la visión de nuestros pueblos sobre sus instituciones parlamentarias, es que á ellas no les amparan y que han peedido esa principal razón de ser de toda institución de poder público, que consiste en gobernar en beneficio del interés general, ó, por lo menos, de algo ó alguien que represente primacía en los estados sociales.
El espíritu revolucionario ahora en fermen1ación primera sobre nuestra masa social, procede de las fuerzas renovadoras que tienen su centro de gravitación en los contlictos enlIe el capital y el salariado.
Tampoco las cuestiones sociales pueden solventarse jurídicamente como por brote súbito de un
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¡Jl'incipio ético que se lleva á un texto de ley. La legislación social sólo es viable cuando se promu:ga Gomo totalización de una experiencia sucial.
En el orden de las cuestiones sociales y económicas, mucho müs que en cualquiera otra esfera de la vida colectiya, la renovaci0u del derecho se ;'i'oduce C')!' GOiltiUUO asalto que las necesidades C:i:Jciales, ll'all"fonnadas en perenne evolución, dii'igetl Ci}:1Írd. las f('ll'lllUlas .i urídicas del derecho 8scl'ik" ¡':'itTlUl¡.!ado pul' el b:stado.
I le lllUllel'a que al Cl'Gl:lnllt:lllU LctjJHi:tJI:::íW. t:: llJ
J.ustl'i:,.! de los itlgentes factores económicos que desal'l'ulia la sociedad contemporánea, van col'respulldieudo proporcionalmente las reivindicaCÍOlle.s y las organizaciones de defensa de las dases (¡breras.
Pero en Espaüa nos encontramos á la hora presente, respecto de estas formidables cuestiones, BI) la cOlldicióll singular de que por las corrientes de! ini8l'cambio mundial nuestras clases obreras se han sobresaltado con todas las necesidades y )Jasiones del salariado en los emporios mayores de la acti\idad económica más intensa, mientrae que entre tanto el desarrollo de nuestra economía nacional se desen vuel ve mísera y atrofiadamente ::011 relaci'~)[l al movimiento mundial. Así nos hernos adelantado á otorgar á los proletariados una
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legis!;:;.eión soeial que las ecollOmíe's llao::ionales no pueden soportar sino cuando tiellen pOcJerosísima estructura de gran inuustl'i;l, 1<>-t8 misma armadura jurídica de la legislación :Ádúa sobre nuestros órganos económicos, :dl"llW:::llJolo.s aniqui)ú:ld.,)r)s y esmirl'iCtnuolos.
Eil legislación socialltemos idn nosn(ro,.; demasiado deÍ·'J'isa y sin derrotero eSludi(1..:lo .. \"í, á la hora jli'e"r:llt0, nos encontram(:s en la imposibilidad de )¡,E'er' estima de la siluaGióll etl que estamos.
;:'1 el capnal no gana, el obrero no puede ser retribuído, y la lucha social no puede tener otro desenlace que el desquiciamiento de todo el régimen de nuestra pr'Oducción, la quiebr'a de la economía nacional y su incapacidad para la vida moderna.
El resultado de la lucha social, de esta manera planteada, ha sido la huelga violenta, que liquida los negocios, la huelga de irritación impuesta por disciplinas de directivas ajenas á los intereses concretos de cada grupo profesional, ó iI'I'adiando. por solidaridad de asociaciones coaligadas, imposiciones que espantan el capital y á los patronos, y que en vez de mejorar la condición de la clase obrera aumentan sus angustias en los conflictos del tI'abajo, sin presentarles otras soluciones que las de la emigración,
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Así hemos venido á la primera resultante de ser una de las naciones en que el jornal está á un tipo inferior en 50 por 100 al promedio de los pueblos civilizados, y á la vez los artículos de primera necesidad para la vida han llegado á un encarecimiento de más del 50 por 100.
Nuestra legislación social se ha producido á modo de súbito florecimiento de un principio, cuando ella no puede ser más que la totalízación de una lenta experiencia ¡cocial.
La originalidad más fundamentalmente característica de las sociedades modernas se contrae, principalmente, á su estructura económica. El problema de la familia y del Estado se planteó claro y amplísimo en Atenas y en Roma, pero las sociedades antiguas no conocieron la gran industria.
La estructura económica de la sociedad moderna se sintetiza en eslos dos términos, á la vez asociados y antagónicos: El capital y el salariado, ambos encerrados y agitados en el cuadro de la psicología y fisiología económica de las naciones contemporáneas, que no podrían subsistir si les faltara la triple libertad del interés comercial, de la especulación financiera y de la sociedad ar.ónima.
En la relación moderna entre el capital y el salariado, la huelga por su parte ha tomado caracteres novísimos. El aspecto exclusivamente gremial y profesional encerrado en los particulares intereses de cada oficio, se ha convertido en secundario. Ahora abarca, hasta con organizaciones internacionales, á todos los proletariados, estableciendo entre ellos estrechas solidaridades de clase, solidaridades más poderosas que las que
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se derivan de los mismos sentimientos patrios. Sus reivindicaciones y programas, son de protesta contra la totalidad del actual orden de cosas; y la huelga, como instrumento revolucionario, es mucho más transcendental que en el de los pronunciamientos y motines de los agitadores políticos en la última centuria.
La finalidad contemporánea de las grandes huelgas del socialismo, no es redimirse de una servidumbre dentro de un oficio, ó enseñorearse de algunos talleres, sino crear una fuerza capaz de imponel'se como poder soberano transformador del mundo. Y en contraste con tales aspiraciones de transformar el mundo entel'o según les parezca, se caracterizan por su naturaleza negativa en punto á coneretar lo que ha de ser la ciudad futura.
Los conflictos sociales entre el capitalismo y el trabf'ljo obrero asalariado, rebasan actualmente todos Jos artificios y ficciones de nuestro derecho público. La nueva realidad social y política no es la de las oligarquías que crearon nuestro parlamentarismo y actuando en él como comuni· dades gobernantes ó como oposiciones al concepto fundamental de la soberanía dentro del régimen, creaban extralegalmente el sistema beneficiario de los patronatos y clientelas. Es más bien la oposición de la masa social y, sobre todo, la del proletariado al sistema oligárquico que ha convertido al sufragio y á las formas representativas del Gobierno de opinión en ficciones burlescas.
Con estas nuevas oposiciones se produce el fenómeno de que el proletariado ya no busque fuera de su clase sus principales amparos de patro-
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nos poderosos, sino que dentro de su propia masa organiza las relaciones del patronato y de la clientela para la resistencia y la imposición agresiva, por medio de un desarrollo de potente solidaridad entre Asociaciones por él creadas con fines sociales profesionales y políti.cos de lucha de clase.
Por primera vez llegan hasta la última estr~tificación de nuestras plebes las trepidaciones del espíritu revolucionario. Ahora es cuando esas masas que en la anterior generación se mallifestaban aún con natul'aleza misoneista, aparecen en nuestra historia como elemento subversivo independiente de los que antes se agitaban en las conspiraciones de clubs y cuarteles. La huelga solidarizada sustituye al pronunciamiento como instrumento de revolución. Advertimos que sobre esa enorme masa se opera intensa fermentación dispuesta á explotar en cuanto el acaso de los sucesos determine instante propicio. Esos proletariados puestos en efervescencia por la literatura y las pasiones del internacionalismo socialista, sindicalista ó ácrata de nuestro tiempo, constituyen el centro de la gravitación actual de las fuerza revolucionarias. Todas ellas giran sobre el nexo de las realidades sociales que pongan en conflagración las iras del proletariado. Las estadísticas sólo acusan oficialmente á esta fecha en España 148.000 afiliados á la Unión General de Trabajadores. Mucho más exigua era la minoría revolucionaria en los tiempos heroicos de las propagandas que iniciaron el combate contra la servidumbre política del antiguo régimen. Pero además, las actuales pasiones de rebeldía se alzan contra la servidumbre económica con reivin-
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dicaciones que impresionan á las muchedumbres más hondamente que las ideologías del constitucionalismo puramente formalista. Y á la vez de esto, por el desarrollo de la prensa y de las asociaciones, la organización de estas multitudes se manifiesta con mayor potencia inicial y con energías expansionales que de año en año duplican sus afiliados.
CAPITULO SEGUNDO
La descomposici6n de nuestros partidos par lamentarlos.
Ruptura de la solidaridad gubernamental de los partidos turnantes respecto á las fundamentales esencias constitucionales del régimen.
Cómo se ha desnaturalizado la necesaria relación parlamentaria de los gobernantes con todas sus Oposi0iones.
De qué manera venimos á parar á que toda nuestra politica interior se sintetice históricamente en las incidencias de una conspiración vulgar y anacrónica contra la forma de gobierno.
Los procedimientos de esos conspiradores y consecuencias que producen en las estimas de la opinión pública y en las actuaciones de nuestros gobernantes.
Cómo se ha producido el fenómeno de un parlamentarismo, actualmente necesitado de partidos idóneos para su gobierno.
Ruptura de la solidaridad gubernamental de lOs partidos turnantes respecto á las fundamentales esencias constitucionales del régimen.
En contraste con esta nueva realidad política y social, los viejos partidos del parlamentarismo aparecen ante ella como atacados de ceguera. Los desgastes del régimen produj ero n en ellos honda alteración hasta en sus disciplinas tradicionales, como núcleos en cuyo alrededor se agrupa alternativamente la opinión concentrando fuerzas gubernamentales para la dirección de los intereses públicos.
Degeneran en agrupaciones personales sin otro vínculo unitario que el de las adhesiones á un jefe, mantenidas por el cebo de lo que tendrá en sus manos cuando sea poder. Los jefes cierran más estrechamente todos los caminos á quien no se vincule á esos patrocinios que monopolizan y entregan los cargos del Estado por motivos de índole privada. Así, á la par que esas disciplinas imponen mayores servilismos mentales, los oligarcas, al rendir sus prestaciones de adhesión individual á un jefe, obtienen en compensación mayores soldadas de gracias personales del Esta- , do, y más amplias é incondicionales entregas de los ramos de la Administración pública. En contraposición al sentir de que la excelencia y dignidad de un régimen de gobierno se acredita principalmen te por la demostración práctica de su
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eficacia como instrumento supremo de organización social y dignificación patria, aparece en ellos cada vez más anublada la noción de las obligaciones primordiales del régimen para con el general respecto de los derechos constitucionales de la ciudadanía y para con la dignidad del poder público.
La relación misma de los partidos entre sí ha venido á incoherencia y subversión hasta en aquellas mismas elementales distinciones que la delicadeza dellealismo político impone siempre á los gobernantes pam la defensa de la institución fundamental del régimen. Las complacencias con quienes alardean el propósito de derogar revolucionariamente esa institución fundamental del Estado, se sobreponen como títulos de preferencia á la benevolencia oficial y privada de los depositarios del poder público. Así, en el funcionamiento del régimen y en las derramas de sus favores, no sólo aparecen desquiciados y subvertidos los respetos de las obligaciones recíprocas entre los partidos gubernamentalmente vinculados por su coincidencia con las mismas esencias constitucionales, sino que además, en la propia relación de los gobernantes con las representaciones de las oposiciones extremas, quiénes pugnan porque la institución fundamental desaparezca revolucionariamente, resultan preferidos á quienes encierran en las vías legales sus aspiraciones reformadoras.
Todo régimen de gobierno implica siempre en su institución del poder soberano un principio capital del cual se deriva la orgánica de las demás instituciones. Esa institución de soberanía con diversidad de formas, según se personalice en una
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realeza, en un monarca temporero, en una aristocracia ó en un Parlamento, en una República presidencial ó en una República parlamentaria, representa siempre dentro de la estructura jurídica, del derecho público, el supremo poder organizador de la vida nacional, y dentro de la dinámica social el órgano más adecuado para que se manifiesten coordinadamente las fuerzas vivas de una patria. Jurídicamente, es un poder sobeI'ano, indestructible sin su propio consentimiento, y socialmente, un alzamiento revolucionario contra él resulta en la alternativa ó de ser rebeldía impotente, ó de constituir tremendo maleficio público. Todo régimen de gobierno perece en cuanto, por la degradación de su principio generador, se inutiliza para mantener estos postulados en el 01'
den jurídico y social. Así, todos consideran á la institución fundamental de su soberanía como el órgano vital de su existencia y un baluarte cuya defensa impone, con estigmas de alta traición, incompatibilidades de complacencia con los asaltantes.
POI' lo que esta suprema necesidad de defensa representa en todo régimen, ningún asociado á la obra gubernamental puede desolidarizarse de esa obligación, cualquiera que fuere el cargo ú oficio en que desempeñe funciones de servicio público. Por ello, las mismas democracias inclinan tanto á considerar que las libertades públicas no pueden ser más que tolerancias, y para el jacobino, la libertad suele consistir en el derecho de hacer él lo que le venga en gana, y usar del poJer público para impedir á los demás hacer lo que quieran. De ello también se deriva que en las repúblicas parlamentarias se prodigan tantos
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ejemplos de que la finalidad cardinal de las leyes responda ante todo á asegurar la reelección de una mayoría posesionada del poder. A estos mismos efectos, á la par que los distritos cuya representación parlamentaria es de oposición, resultan comarcas sometidas á la jerarquía oficial de los Gobernadores nombrados por el Gobierno; en cambio, las comarcas cuya representación parlamentaria es gubernamental, resultan territorios no sometidos á la acción directa del Gobierno, y entregados á la influencia de núcleos parlamentarios que, á cambio de su ministerialismo, gozan prerrogativa de designar funcionarios administrativos y gubernativos como agentes por ellos interpuestos para ejecutar sus órdenes.
Aunque los Gobiernos que se sucedieron en la primera República francesa desde la Convención al 18 brumario, llevan en la historia la más señalada reputación por sus criterios de exclusiva en punto á seleccionar el personal respondiendo á la norma de que, cuanto más alto es el cargo con mayor estrechez se impone recabar en él la solidaridad del funcionario con el principo fundamental de la constitución del Estado, en realidad no hicieron ellos más que atemperarse á las ordinarias prácticas de gobierno. Pusieron en los más altos cargos lo más distinguido de su personal. Otras Repúblicas posteriores se mostraron en esto con exclusivismos aún más rígidos; pero la República de la Convención y los inmediatos herederos del terrorismo, impresionaban más hondamente por su personal político. Por la naturaleza de su institución de soberanía y los compromisos de su historia, aquellos Gobiernos no disponían, como la Monarquía, de grandes señores ó de per-
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sonalidades insignes para los más altos puestos. En defecto de personajes de tal linaje, seleccionaron á sus conspícuos, entre quienes habían prestado más relevantes servicios en las gestas de su República.
El título más impresionante de la heráldica de aquellos convencionales resultaba en haber votado la sentencia enviando al Rey al cadalso. Y para figurar como miembros del Directorio ó Embajadores de la República, necesitaron justificar su participación en el regicidio cual título principal para su nombramiento. Constituyeron lo que Mme. Stael calificaba de «aristocracia del regieidio». El personal diplomático, seleccionado entre esa aristocracia, dejó en los anales cancillerescos incidentes tan grotescamente memorables como los de la recepcion oficial de Garat, en la Corte de Nápoles; de Guinguene, en la de Carlos Emmanuel de Saboya, y del propio Sieyes, en la de Berlín.
Cómo se ha desnaturali;¡;ado la necesaria relación parlamentaria de los gobernantes con todas sus oposiciones.
Según nuestra Constitución, el órgano fundamental para la personillcacion soberana de nuestra personalidad colectiva como nación, reside en la suprema potestad de las Cortes con el Rey. Pero junto al texto jUl"Ídico de las constituciones, la realidad, á su vez extralegal, interpone siempre factores tan potentes, que ellos de por sí informan y transforman el sentido de la ley constitucional.
De las interpretaciones prácticas que estos factores de realidad han dado aquí á los textos constitucionales, surgió nuestro parlamentarismo como condicionado indispens3 ble para obras de
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gobierno en las que las Cortes y el Rey resulten en unidad de pensamiento y acción. De ello, á su vez, se deriva el orden de relaciones entre los gobernantes y sus oposiciones, pues el arte de conllevar y beneficiar los elementos de la oposición, asociándolos á la misma obra de gobierno, es una de las principales preeminencias del parlamentarismo.
Como consecuencia inevitable de la propia naturaleza humana, no habrá jamás gobernantes ni institución fundamental de gobierno á satisfacción de todos. El mejor de los Gobiernos ha de tener siempre por seguro que no le ha de faltar muchedumbre de descontentos. Pero muy pocos son los gobernantes que á ello se resignan. Los más se irritan contra la oposición en términos de no retroceder ante procedimientos de violencia para aniquilar á sus contI'at'Íos. Algunos, más sagaces, comprendiendo la imposibilidad de dar gusto á todos, soportan la oposición y se acomodan á convivir con ella. La obra maestra de la política en esto, consiste, no sólo en tolerar la oposición, sino además en aprovecharse de ella. El régimen parlamentario es el sistema de gobierno que más ha sobresalido en este arte político. Los gabinetes del parlamentarismo tienen que ser por esencia la antítesis de los gobernantes en torpeza de no resignarse á tolerar' la contradicción. En vez de tomar contra sus oposiciones actitudes de antagonismos inconciliables, iracundos é implacables en poner fuera de la ley á sus impugnadores, encerrándoles en la alternativa ó de rendirse á discreción ó de descuajar todo el régimen del poder público, introducen, por el contrario, á las oposiciones en el propio régimen de su go-
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b~el'J1(j CU/ll') un elemento nec8sario de su mismo mecanismo gubernamental. El parlamentarismo e::¡ la institw..:iún de gobierno mejor compenetrada da que la lIatmaleza humana será siempre más üapresionable y crédula á lo que se dice miste-7'i,:Jsarnente que á. las censuras de solemnes pre¡.,;,)nes, y que por ello la crítica maldiciente nunca :'i~sulta tan maléfica como cuando se la intenta repr'imir con represiones violentas, imponiéndole 's; ;encio ó reduciéndola, por lo menos, á. que no [-'Jeda decirse de público lo que se murmura en ¡"imdo. Así el pal'lamentarismo ha venido á in
,rmar la razón práctica de su instituci(¡n, en '_,tlrta fllosoría, de aceptar todo lo que anda mez;: ado en la vida. Por esto, en relación á las opo;~;,::iones, considel'a que lo más sabio y discreto es ~;0modar'se á. ellas, obser\"ándolas y oyéndolas ";:1 atenci'Jn detol'ente, gozatldo de ellas en cuan~,' tengan de amables, y resignándose ante lo que e "..:iclTen de ama1'go.
','1 pógimou parlamentario p" l""f~"n.~-'
'i Líe es el más toleralJie ele lOS Uoblernos malos. En suma, la caractel'ística principal del régime1l, :2onsiste en su estima de que ninguno de los fact<:l'esque entI'aIl en el compuesto social, por grande que fuel'a su prepotencia, se basta por sí solo p':i.ra la complejidad de la máquina de gobierno en el Estado nacional moderno. Aunque engen-
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drado por aristo~ra('ias, no llega á florecimiento sino en ambiente democrático. Está en su apogeo cuando lns oligarquías necesitan ser popul~res y aparecen principalmente afanadas en procurar el beneficio del pueblo. Pal'a ningún régimen de gobierno es tan peligroso, que los grandes senti· mientos del pueblo resulten un enigma. Nece~,jta en los c:omicios oposic:iones coa amplitud de su-, fragio y pasiones populares que l'eporeutrll1 IHI'i'8.
las cumhres del Estadu, siquiera como ÍndicClci,)[] de lo que no puede illtentarse, ó al mellOS cumo ad vertencia de los mirarnien tus á guardar' y po: igros á precayer eulo que se emprende.
Pel'o entee los vicios de ol'igen y los desga" 'es de nuestro parlamentarIsmo, estas necesidadec, de vivir en pr'udencia política de perpetuas tJ'all~:(;ciones. villieron á degenera!' en la prudencia f.': [
fermiza de complacencias ill,:nmpHtibies í'(,!l hs más primordiales obligaéioncs que el lealismcl 1\')lítico impone para la det'ellsa de la instiluci'~)rl ,'u'l-
-- --,.,,) ele. 111'1') ,M'mar'c¡uía pal"lament:~'.'
, ' \ j' ,- ¡'el' i ¡''''Jl' Los deposltal"lUS del p,Jncr pU) lC:U. "',,,,'
la serenidad panl la L)l'taleza y tempi,WZH dd é, )
beruante y la "isi/m de las l'ea':idades m;'¡,: tI"L:¡;
cendelital'~s. ellos pOi' insensibilidad 011'::'., ,:I"IS
por sobrecogimiento de tercor alltel:,O" ~;,Íl',t.llr:'is de ayance del espírilu t'8yolucionanu el l ;¡" 1'1-
1 I 1 1 1,1,1' ',',', "" •. '1,' " ,',?!, ',-f",: (~ iJ!\J-qi.JiG:LlJ~::~~ r\e ~lS rnu. '~; - _ ..
: ctl:t)18.:;b, éJltl'3 ¡as perfe,-;ciolles de los derechos _Uld:J.d:u¡os en 1;.) cUllstituci,)n legal y las corrup'1' 'l18s de lu CU1J::;liluci,)n vi va en la realidad posi[l\'d. '\0 '~C):lc;idera¡¡ que el presagio más fatídico el::; iUlllú;enle catústl'ufe yel fundamento más po,,;t:., o Je ;.1 l'eYülul~¡(Jl1, radica en que nuestro par':c¡¡lel:t:il'i~,mo suma á la permanencia de las arJltrrll'iedc,dos más i:ltoleI'Jbles del despotismo anlif uu, 1<.'s lluevos ahl'a vios de las clases populare,.; ell el OI'den ec:óllomic:o y social. Lejos de darse ,_'uetltd de las silJie:::;lras disyuntiyas que por todo es!) c;t) están condeusando ante la institución i'u IldJ.men tal del l'!]gimen, los gobernantes vinie!'üll, [JC1[' el contr'ario, al desvarío de reducir su . ;,i(ln ;i, "iyir sólo para el momento presente, suI),;rdin;lndolo todo á que no se les altere en el día la quietud del sosiego material. Bajo esta pasión de úllimo, los turnan tes en el poder quebrantan ::1:'; pl'áctieas gubernamentales de aquella fundannulal sr)lidal'idad de su coincidencia en punto á 'l¡;fender' las esencias cardinales del régimen. Su¡,Editan su actuaci(jn de gobierno á obtener paces, tranquilidad, benevolencias y apoyos de profesiomdes del desorden, alardeadores de no querer C(,l1vivencias en ciudadanía, sino cómplices ó vi2timas para los atentados revolucionarios.
Con este concepto de la prudencia política, sa-
Resultó sobrado patente á la sag-acldad de 10" profesionales del desorden que la p!'O\'ocaci(¡¡l de miedo y la ametlaza do lo que ellos llam,'1l una revolución, SOlJ principales I'epol'tes p~lr:i determinar b conducta de quienes eí] tal enndicí('i} ':l~
ánimo se succd,en en los mús :tltos cal'g-o,; f1úhli" cos, Así, est,y; cabos de ro\'ueltas P(W Sl.lo; ¡¡jl'L''''
y hecho::;, ~: PI'!' los yO tos qua intol'),onen :1,1" I~:
deposit,ll'i'ls de! pudel' púlúco, pT'orhH:C!l h ':;3::-,
sación de :~e¡, el:'J~; lus ¡'ep['eC'elt!::IJtC" de Ji' 1'''''''_'
za, contaGdo con el miedo P:ll'(l hacerse obedecer.
Por los rastros de cO:lcllmit'J1:l'i:\'; y l'u'ipI'(,cÍdades de personales servicios en ot')l'gamieIltos ~ dispensas del favor oficial, se \islul.1hra también con sobrada frecuencia, que cuant:) hacen ó de, jan hacer algunos responsables de la gohernación, es la resultante de un terno!' á los inquietos, ó de paces ó treguas pactadas con quien amenaza ó infunde temor de perturbar la quietud mate .. rial. En tales promiscuidades, la ética de Jos lealismos políticos apareee agraviada y subvertida. á punto de que el gobernar la Monarquía en colaboración con los conjw'ados para suprimirla, se considere buena prudencia política.
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De qué manera venimos á parar á que toda nuestra política interior se sintetice históricamente en I1'.S incidencias de una conspiración vulgar y anacrónica contra la forma de gobierno.
De esta manera los años transcurridos en lo que va de este siglo y no corto período de la última centuria, presentan para nuestra política interior la triste nota de sintetizarse históricamente en las incidencias que ha tenido una conspiración contra nuestra institución real. Los tratamientos políticos, judiciales y gubernativos que los turnantes en el poder dieron al proceso de esta conjuración, constituyen toda la urdimbre de nuestra vida política interna durante ese período.
Conspiradores sin ia mas elemental intuición de las causas fundamentales que determinan ulla revolución verdadera, y apareciendo, en cuanto á la concepción de la historia y al sentido del gobierno propio del Estado nacional moderno, en el aturdimiento de personas caídas de un quinto piso, pretenden imponerse como protagonistas revolucionarios predestinados á derrocar soberanías reales é imperiales. Aunque presumiendo de perspicacias singulares para precipitar los sucesos, adelantánrln;'::fl á ll'l<:i ;'::Añg]p;,:: (lA lnR tiFJmpos y para desempeñar papel de revolucionarios capaces de determinar el curso de los destinos nacionales, no cuentan más que con la audacia para crímines horrendos, sumada á extraordinarias connivencias y maestI'Ías en el arte de fabricar y difundir, con las potencias más activas de la leyenda, calumnias denigradoras de gobernantes. bajo cuyas sugestiones se solivianten en formidable protesta colectiva los sentimientos humanita-
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rios, produciendo esas tempestades de opinión pública ante las cuales el gobernante tímido entrega las prerrogativas del poder público para que no se perturbe la paz, y el gobernante imprevisor, se encuentra de súbito ante la disyuntiva de optar ó entre una represión que salpique estigmas, ó una flaqueza que quebrante los primordiales pr6stigios del decoro de la ley y de la eficacia de los tribunales.
De índole muy diversa es el sentido revolucionario de las más sagaces directivas internacionales de los proletariados contemporáneos.
Tienen clarísima intuición de que la originalidad profunda de la sociedad moderna se contrae principalmente á su estructura económica asentada sobre la gran inaustria que no conocieron las edades anteriores, y que esta nueva estructura de la sociedad moderna se sintetiza en estos dos factores: 01 capitalismo y el salariado, fundidos como órganos vitales de las mismas funciones y en la extrafla condición de resultar á la vez solidarios y antagónicos.
Esas directivas tienen aprendido también de las enseñanzas acumuladas por la historia de las alteraciones de los Estados en la era moderna, que mientras el estremecimiento revolucionario no consista en liberar á la sociedad de estructuras jurídicas engendradas en las relaciones de la vida privada y de la vida pública por un estado social que ya tenga perdida toda razón de sobrevivirse, los golpes de Estado son meros accidentes y hasta los cambios constitucionales del régimen político meros nominalismos. Ellas no desconocen que aunque una ola de violencia estremezca todo el aparato gubernamental y jurídico, la convulsión,
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si no penetra hasta los fondos sociales, se reduce en su balance final á las catástrofes de un meteoro de superficie con cuadro de grandes emociones públicas, pero que apenas alter'an el proceso social en las existencias nacionales; y que por ello cuanto mayor resulte el aparato de las Gatástrofes en una revolución que sólo afecte á las denominaciones de la forma de gobernar, contrasta en términos más sorprendentes con la mediocridad de las transformaciones sociales que produce.
Pero los protagonistas de las actuales con8piraciones contra la institución fundamental de nuestro régimen político, no se rigen por estos conceptos transcendentales de la filosofía de las revoluciones. No conciben que la ren,ovación del derecho público, al igual que la del derecho privado, se produce por continuo asalto que las necesidades sociales, transformadas en perenne (wolución, dirigen contra las fórmulas del derecho escrito promulgadas por el Estado. Ni siquiera se han dado cuenta de que la gran corriente del espíritu revolucionario fluye ahora por los cauces de las cuestiones sociales y que el ambiente de la revolución no irradia ya de las clases medias sino de masa de plebes mucho más formidables. No advierten que la huelga es instrumento revolucionario mucho más poderoso y transcendental que el pronunciamiento en el siglo anterior. Ellos persisten en maquinar la destrucción de soberanías por los procedimientos de aquellos antiguos complots de club y cuartel que, considerando al motín ó al golpe de Estado como equivalentes de una revolución, creían cambiar un régimen con sólo mudar el nombre de las cosas y poner unas personas en lugar de otras. Son revolucionarios que
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supm'an misoneismo hasta en sus procedimientos para fraguar revoluciones. Todavía ignoran que el intento de realizar por taJes procedimientos una revolución en las estructuras sociales, representa rutinaria aberración de método, y que hasta en el caso de su mayor éxito se reduce á perpetrar crímenes vulgares para mera sustitución de unas personas á otras ó un mero cambio en las denominaciones jurídicas del poder soberano y del régimen del Estado. Por ello, á pesar de desarrolla¡' sus planes con los objetivos más subversivos y los aparatos revolucionarios más tragicos, desenlazan en vulgares motines ó en algún asesinato alevoso ó en bombas arrojadas á la vía pública en circunstancias premeditadas con atroz humanitarismo, púlU que c.;ammndo los mayores estragos ó Ínmúlando mayor número de víctimas, impl'esionen con más intenso terror:
Los procedimientos de esos conspiradores y consecuencias que producen en las estimas de la opinión pública y en las actuaciones de nuestros gobernantes.
Esa conjuración actúa internacionalmente. Su directiva principal se resguarda en extranjería ó en inmunidades de otras categorías. Tiene por agentes á los elementos de las más arrebatadas rebeldías y su procedimiento principal se sistematiza en fabricar y ditundir dentro y fuera de Espai"la, con campañas que llama populares, y por todos los medios de la propaganda cosmopolita, leyendas difamadoras que impresionen y sugestionen con la sensación de que nuestra manera de gobernar se reduce á persecuciones crueles. Pregonan que aquí se gobierna en colaboración con el verdugo y convirtiendo en verdugos á los agen-
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tes de la autoridad, y que la diferenciación entre los partidos turnantes dentro del régimen de esta Monarquía, consiste en la maquinación de los primeros para imponer á los segundos actos cruentos que los hagan cómplices de que «se tienda un puente sobre los fosos del Montjuich legendario de los tormentos». Mediante estas leyendas denigradoras y desenfrenando iras de multitudes á título de justicieras, han difundido por el ambiente, dentro y fuera de España, las contaminaciones de la inducción colectiva al atentado personal contra las más señaladas personificaciones del pI'incipio de autoridad en nuestras jerarquías,
La leyenda fraguada sobre los supuestos tormentos aplicados á los procesados por los crímenes de Alcalá del Valle en 1 de Agosto de 1903, tuvo por finalidad concitar inducciones colectivaspara un atentado como el de la calle de Rouan, preparado como remate trágico de aquel viaje de nuestro Rey á Francia, que fué anunciado con un año de antelación.
Afortunadamente, ese crimen resultó frustrado en cuanto á producir los estragos premeditados por sus autores.
La conspiración prosiguió en acecho de otra fecha fija. La encontraron señalada dos años después con motivo de las bodas reales. Y al intGnto de hacer culminar como efémeride de sus sentimientos de humanidad la fecha de 31 de Mayo de 1906, fraguaron el plan que vino al desenlace de aquella bomba arrojada en la calle Mayor al paso de la comitiva regia y de cuyos estragos se registraron en el sumario, además de los daños menores, 23 asesinatos y 38 lesiones gravísimas.
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Pero las tramitaciones del sumario sobre ese atentado, por lo que en ellas se hizo y por lo que se dejó de hacer, han repercutido con consecuencias más transcendentales en nuestra gobernación. Desde entonces se inició grave divergencia en las relaciones de los partidos respecto á aquellos puntos de conducta en que el lealismo no .consiente diferenciaciones entre los turnan tes en el podel' con la obligación de defender á la institu.ción fundamental del régimen.
Las diligencias, no ultimadas, al declararse cerrado aquel sumario, dejaron sensación pública de peligrosas capitulaciones. Se traslució haber mediado notificación, con apercibimiento de que Ferrer mueeto sería más peligeoso que Ferrer vivo.
Sin embargo, los juicios de la opinión quedaron en suspenso ante la iutelTogación de si tales capitulaciones de gobiemo r-espondedan á buena prudencia política ó á una flaqueza moral por parte de gobernantes dispuestos á que la ley se cumpla ó quede sin eficacia, á capricho, según las circunstancias políticas. La incertidumbre respecto de esa interrogación, no podía resolverse sino con la respuesta que le dieran posteriores sucesos.
Esa respuesta la dieron tres años más tarde las jornadas de aquella semana trágica en que, cortadas de súbito las comunicaciones de Barcelona con el resto de España, al cabo de los días terribles transcUI'ridos entre la angustia de ignorar y el temor de recibir noticias de lo acaecido, cundió al fin la tremenda noticia de que durante esos días la ciudad emporio de nuestra vida económi.ca había estado en desamparo de fuerza que impusiera respeto y á merced de turbas que en satur-
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nal de abominaciones se entregaron al incendio y saqueo de conventos y persecución y tor[(1ento de las gentes de religión, profanando sus s~pulcro& y desenterrando los cadáveres para llevarlos entre ludibrios y ultl'ajes por calles y plazuelas á la injuria de las turbas.
Yen el esclal'ecimiento de esas tragedias, vino á culminar que actuaba en ellas como autor principal el mismo que fué instigador de que Morral al'rojara á la calle Mayor la bomba de 31 de Mayo de 1906.
Como desenlace de todo aquel drama, quedó también culminando uno de los más sorprendentes fenómenos que estúpidas leyendas pueden producir sobre la psicología colectiva de los estados contemporáneos de la opinión pública. Bajo' la acción de esa leyenda, instantáneamente difundida por el ambiente europeo, enormes masas de muchedumbl'e, á la par que no pocas personalidades de notoria ilustración y hasta de clases gobernantes, aparecieron en súbitas efervescencias de espíritu para levantar en apoteosis de personaje místico de alta intelectualidad, á un desventurado de la mayal' mediocridad de espíritu sumada á tremendos e:stigmas de degenel'/:lción moral. En ciudades cultísimas de Europa, se dedical'on lápidas conmemol'ativas á la memol'ia de Francisco Fener y Guardia, como heróico y sabio precursor del espíritu de los tiempos nuevos, inicua~
mente mar'til'izado por laS sañas abominables de los jueces y gobernalltes de España.
Los tristes anales de aquellos días de tan intensas emociones públicas, produjeron revelación angustiadora. U 11 incidente de fl'ontera en nuestras plazas nortoafricanas, sirvió de causa oca-
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sional para que estallal'a en crisis la descomposi.ción orgánica que nuestros estados sociales y nuestro proceso gubernamental traían en gestadón. Aquel estallido trágico venía á demostrar algo del mal acarreado en los desconciertos de nuestra gobernación y en las degradaciones de nuestro civismo.
Sobre asunto internacional de tan capital importancia para los destinos patrios como el que desde 1900 nos ha planteado Europa en Africa, el Gobierno y el espíritu público nacional, en cuanto se refiere á la gestión de nuestra política en Marruecos, se desarrollaban sus relacioneq en fatídicos desacuerdos. El Gobierno se quejaba de faltarle en esto asistencia de opinión pública. Esta, á su vez, se quejaba de que el Gobierno en tal materia se mostrara en reservas injustificables á la par que los hechos impresionaban como incoherencias de conducta. La prensa, por su parte, no informada ni encauzada gubernamentalmente y en jactancia de dirigir opinión, se mostraba en iguales desconciertos. Bajo sus impulsos incoherentes alternaban los pacíficos y los bulliciosos, y con más frecuencia los que promiscuaban en ambos sentimientos.
En el conjunto de los actos de indisciplina social, y singularmente en los sucesos de Barcelona durante aquellos días críticos, ante el concepto ético, el carácter del delito colectivo importaba mucho más que la suma de los delitos ejecutados individualmente.
Sobre cualquiera de los crímenes perpetrados en aquellas revueltas se sobreponía la interrogación de si constituía acto verdadera y exclusivamente imputable á quien lo cometía. Algunos pre-
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sentaban el matiz propio del delito preparado y perpetrado bajo la presión de las diciplinas de la conjura ó de la secta, pero los más participaban de la naturaleza del delito cometido en el estado de alma que se forma bajo los contagios psíquicos de muchedumbre en espasmos ·de motín. Todos implicaban de alguna manera, por lo menos, la complicidad del medio ambiente en que se producían. Para aquilatar justicieramente las responsabilidades, se imponía tener en cuenia las transformaciones del alma individual al contacto de la acción colectiva de los estados sociales, No eran casos liquidables en justicia al por menor. Representaban, sobre todo, una fenomenología de ambiente. A los mismos gobernantes les faltaban por ello en la hora de la represión, aquellas principales esencias de la autoridad para reprimir', que sólo se tienen cuando el poder público se ejercita sin que puedan discernírsele responsabilidades morales en los orígenes ó desarrollos de una alteración que estalla hasta enfrente de fuerza previamente habilitada para imponer respeto. Los propios gobemantes á quienes les ocurre la des"entura de que tales tragedias sobrevengan en ocasión de actuar ellos como depositarios del poder público, tienen siempre en esto innegables descargos de justicia al interponer la consideración de que la verdadera historia reserva sus mayores severidades para el momento en que esas tragedias se inician y para las acciones ú omisiones que las desarrollan, pel'o no para la hora ~n que sus crímenes de desenlace se liquidan y pagan.
El contagio de las indisciplinas sociales con inducciones colectivas al delito, creado, fomentado
é irradiado por tan múltiples focos sobre nuestro ambiente social, vino á condensarse ante un llamamiento improviso de los efectivos militares. Instantáneamente se hizo palpable á un tiempo la desorganización de los cuadros militares vacíos de efectivos para inmediata movilización de fuerza, y la rebeldía del espíritu social para la prestación de estos servicios de las armas. Los soldados que se creían definitivamente licenciados, protestaban como inícua su llamada. Los del cupo último, todavía sin la consistencia del espíritu y práctica del soldado, descorazonados por todo lo que presenciaban, propendían á entregarse á todo temor y á toda acusación. Se advertían en las filas las contaminaciones y efervescencias de las propagandas antimilitaristas y de los odios sociales fieros é implacables incubados en las convivencias de los centros urbanos.
Entonces se exteriorizaron con realidad descarnada alguno de los prodromos ocultos en nuestros fondos sociales.
En cuanto al orden interior, las declaraciones de estado de guerra, ponían de manifiesto en Barcelona un desamparo de fuerza mililar que ante la turba incendiaria obligaba á retener los soldados en los cuarteles y que al enviár~ele refuerzos presentaba caso de todos los efectivos de un regimiento entero puestos á las órdenes de un capitán, pOI' no haber podido reunir del conjunto de sus cuadros 150 soldados disponibles para el servicio de armas. Y á la vez desembarcaba en Melilla compañía que reducida la víspera á 16 números disponibles, se encontraba de improviso en la línea de fuego elevada á 250 Y 300 hembres, sin que ni los jefes ni los subalter-
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nos conocieran personalmente á los que ponían en línea de fuego. Ante el conflicto de orden público, los mandos superiores apareCÍan asumidos ó dejados sin la eficacia del sentir que en elios la responsabilidad del mando debe pesar más que la vida. A la vez de esto, en las líneas de fuego en Melilla, la oficialidad recién salida de las Academias con espíritu heróico, se encontraba ante trances en que la muerte parece más clemente que la vida y prodigó aquellos gloriosos ejemplo~ lapidariamente inmortalizados sobre sus sepulcros.
En cuanto á la política exterior, ningún COlj
cierto internacional con eficacia para garantiza" la seguridad, al menos en punto á resistir impJsiciones de extraños. Lo pasado acumulaba imprevisiones; k) presente, mostraba fragilidad en todos los resortes del poder público, y para todos los eventos del día siguiente sólo se vislumbraba.a incertidumbres y peligros.
Pero el peligro mayor de nuestra gobernación en esos momentos críticos, consistía en aterrado, desamparo gubernamental de instrumento de opinión pública para deshacer los estados de opinión internacional creados en denigración de España y puestos á punto de efen'escencia para estallar en formidable huracán.
Los medios actuales de la gran publicidad CO~:l
efectos inmediatos fulminantes han creado un nuevo poder europeo que todos los Gobiernos necesitantener muy en cuenta. Este nuevo poder internacional de la opinión, es por naturaleza j usticiero. Aunque en sus primeros impresionism.Js puede transitoriamente aparecer indeciso y aun extraviado por arteros surgimien.~os ~lasta el PUIl-
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to de emitir veredictos atropellados; si se le informa debidamente de la verdad, rectifica espontáneamente sus juicios poniéndose en definitiva da parte de la justicia y de la humanidad.
Los profesionales de conjuras políticas, acreditan certero instinto en cuanto al manejo de los instrumentos fabricadores de opinión. Superan ellos á no pocos gobernantes. Ellos tienen sobrada experiencia de cómo con esos formidables instrumentos, de lo que hoy se llama el poder de la opinión, se producen y arr'ebatan turbas criminales y públicos criminales. No ignoran que jamás la apologética alcanza en la psicología colectiva las potencias de la difamación, y que descubrir ó inventar un gr'an objeto de odio, es uno de los medios más seguros del éxito periodístico.
Preso Ferrer en las resultas de la semana trágica de Barcelona, convicto de llevar la principal respo!lsabilidad en aquellos sucesos y con la agravante, además, de los antecedentes de convicto y confeso por prueba documental, como inductor de los atentados perpetrados tr~s años antes en la calle Mayor, las directivas de la conspiración volvieron á interponer ante nuestro Gobierno la misma conminatoria, de que si á Ferrer se le aplicaban las sanciones penales de nuestros códigos, resur'girían de nuevo por el mundo clamores imponentes de públicos arrebatados en iras por leyendas como las de los tormentos de Montjuich y Alcalá del Valle, produciéndose en el ambiente europeo inducciones colectivas al asesinato y á explosiones revolucionarias. Sonaba de nuevo la notificación de que Ferrer muerto, habría de ser más peligroso que Ferrer vivo.
Planteábase, en suma, nuevamente ante nues-
.,,, ..... !tJu::,u, d. la \'tu., ULl 1111....01.'-"- _______ .. _
;19. sido factor de incalculables desventuras pam b .. persistencia de nuesteas desestimas en los estados de la opinión europea.
Reunido nuestro Parlamento en momentos en 'pe la campaña de la leyenda ferrerista, corría desbordada por toda Europa en difamación del Gobierno de España, los elementos que en nuestr0 parlamentarismo llevan la alternativa de la oposición gubernamental dentro del régimen, le,¡OS de contribuir al restab'ecimiento de la verdad deshaciendo justicieramente la leyenda denigradora, sin que ello cohibiera enérgicas impugnaciones gubernamentales de la oposición al l\!i-
del temeroso estallido reyoJucionario que representaban las .iornadas de Julio de 1909, y sobcs todo, allte el formidable alcance de la difamac/,n contra España, que cundía pOI' Europa, se de.i:iron arrebataI' por los remolinos pasionales de !as mesnadas re\'olucionarias á punto de tornar actitudes incompatibles con las más fundamentales esendas del lealismo político que ell'égimen impone á los partidos turnantes en la goberr,~,dón. Su r¡rocedeI' de entonces resulta mueL, ¡
más fatídico que la leyonda fel'rerista, y !3. difilmación misma se ncentWJ desde entOl1r:es cel'
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De todo eilo se dorivaron traspasos del poder intencionados, al efecto de que las responsabilidades del gobemante actuaran con fuerza medicalriz paI':~ restablecer la paz de los espíritus, y que entre los turnantes en la gobernación se entetldiel'an PO!' igual los deberes de su solidaridad en cuanto á las e:3oncias del poder público.
Mas aún después de semejantes traspasos del poder al intetlto de extender las grandes comprooaciop..es que se imponen á la responsabilidad del gobemume, continuaron en progresiva agravación las flaquezas del poder público y del civismo de la ciudadanía pal'a corresponder' con aquella solidaridad de ias conciencias, que no sólo condena el cl'imen, sino que con sus reprobaciones morales, lo atajan desde el comienzo de los caminos que conducen á él. Faltó en el espíritu colectiyO la sensibilidad ética que proscribe del ambiente social todas las sugestiones hacia la violación de aquellos respetos á la personalidad humana en el doble aspecto de la vida y del hono!', que son requisito indispensable para la dignidad de las ciudauauÍas en el Estado nacional moderno.
PUf 3U parte, entre aquéllos en quienes descansan las más altas representaciones temporeras del poder público, se prodigaron demasiados ejemplos de flaqueza que reduce la gobernación do la Monarquía á una cuestión de orden público, cuyo principal secreto de paces, consista en gobernar á virtud de complacencias con los que ludieran perturbar la quietud material del momento ministerial presente.
Con ello resultó sobrado patente á la sagacidad de los profesionales del desorden, que la provocación del miedo y la amenaza de una revolución"
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son resortes principales para determinar la conducta de quienes se suceden en los cal'gos públicos. Así, en sus dichos y hechos, ante los depositarios del poder público, producen la sensación de ser ellos la representación de la fuerza, contando con el miedo para hacerse obedecer. Y por los rastros de concomitancias y reciprocidades, de personales servicios concertados en secreto entre los dispensadores del favor oficial y los agitadores de turba, se vislumbra también con sobrada frecuencia, que cuanto hacen ó dicen algunos responsables de la goberllación es la resultante de cuanto les permiten hacer ó dejar de hacer los enemigos del régimen.
Todo esto repercute á su vez en la relación de lOS partidos.
Cómo se ha producido el fenómeno de un parlamentarismo actualmente necesitado de partidos idóneos para su gobierno.
Es condición de la naturaleza humana que, bajo cualquier forma de gobierno, los partidos representen elementos esenciales de la vida política. Pero dentro de las instituciones parlamentarias los partidos políticos constituyen órganos tan esenciales para conllevar, encauzar, interpretar y dirigir opinión pública, que, sin ellos, el régimen no puede subsistir. La vida parlamentada necesita poner en presencia partidos gubernamentales contrapuestos. Le son indispensables partidos, instrumento de gobierno, turnantes en la gobernación, con condiciones para mantener la dirección del Estado, con unidad de pensamiento y continuidad de acción, es decir, elementos capaces de constituir Gobiernos que gobiernen y de continuar gubernamentales hasta en la oposición. Ac-
esto mi!3ffiJ 1l1llgUll l''''''~ á sus opositore-=; la !)]'oc]amacióp dA sus peculiares criterios, los avances de sus programas, la ini~iacíón de sus l'efOl'mas y el ¡Jl'ocural' recoger para sí, á la par que pat'a la dinámica constituciollal del régimen, cuantas adhesiones pueda sobre el conjunto del espíl'itu social, y, singularmente, sobre los elementos que le sean atines.
Parlamento que no contl'apone huestes políticas en e8ta condición pOlle en conf1Clgración intereses y pasiones irlCOllclliables con Gobiemos que
Nuestra gobernación presenta ahora la singular paradoja de un parlamentarismo necesitado de partidos políticos.
En torno de las· incidencias del proceso desarrollado por la conspiración contra nuestra forma de gobierno, la disputa de los partidos turnantes ha venido, con efecto, á recaer sobre puntos de lealismo, respecto de los cuales dentro del régimen no cabe entre ellos diferenciación, y . resulta contra naturaleza que alternen simultaneando
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conductas y políticas antitéticas. Con ello, en los traspasos del poder y en la actuación de las oposiciones figuran rotas aquellas solidaridades constitucionales :ndispensables al gobierno parlamentario. L03 partidos se recriminan mutuamente porque cuando están en el poder .no resultan Gohierno que go~ierne, ni cuando están en la oposición tampoco resulten actuando como instrumentos gubernamentales.
El uno se declara en implacable hostilidad por los agravios que en las votaciones obtuvo del Gobierno; su contl'ario, para asaltar el poder ó retenerlo, estrecha connivencias con los enemigos del régimen, sin distinguir entre los adversa"jos que aspiran á la transformación de la monarquía y los que la impugnan proclamando en alardes revolucionarios la necesidad de suprimirla. Y á la vez de declarar no ser idóneo para alternar dentro del régimen con quienes no mantengan en el Gobierno la continuidad de la acción del poder público, realizada conforme á las leyes yen defensa de la institución fundamental, protesta de que participaciones en delitos de lesa majestad y lesa humanidad puedan s 1'vir como título de preferencia para favores oficiales ó privados otorgados por los representantes del Rey en ::omplacencias incompatibles con la ética del poder público y la eficacia de las leyes represivas.
El bando opuesto rechaza los criterios de implacable hostilidad como incompatibles con el régimen y proclama á modo de contraste criterios antitéticos respecto de la ética del poder público. Entiende que prevenir importa más que reprimir, y que hasta en el caso de inevitable represión, si las represiones enérgicas se ajustaban á los anti-
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guos estilos del derecho público informado en el principio de que la condición principal de la pena consiste en ser eficaz, aunque resulte cruel, dentro de la orgánica de la coerción jurídica del Estado moderno, se considera que una buena policía es el mejor derecho penal. Que vale más conceder hoy lo que mañana será arrancado por fuerza y hacer por prudencia hasta lo que no nos agrada, antes que los hechos nos obliguen á capitular. Que si bien el poder público es un instrumento para hacerse obedecer, ha de tenerse á la vez en cuenta que cuando la necesidad de la coerción resulta en su mínimum es cuando mejor se acredita que el derecho está en su punto máximum, y que además la autoridad es una fuerza que no depende tanto de la voluntad del que impera como de los estados de conciencia de los que han de obedecer.
De esta manera toda nuestra política interior ha venido á concentrarse en una vulgar cuestión de orden público interponiendo una situación de hecho que se impone á la nación y á los partidos. y disputando s0bre ella, los partidos políticos aparecen ahora disociados en sus modos de apreciar el lealismo á esencias tan vitales para el mecanismo parlamentario que el régimen no puede subsistir si los elementos gobernantes, por impulsos de la propia conciencia, no se sienten sobre ello mancomunados en voluntad y conducta.
«Nuestro buen gobierno-decía Lord Salisbury-consiste en esto sólo: hemos aprendido que jamás el Gobierno debe llegar al límite de su poder, ni la oposición al límite del derecho. El régimen parlamentario requiere para su manejo regular gran experiencia y una destreza y suavi-
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dad de mano que no poseen todavía todos los narlamentarios del continente.»
Esta es la principal característica de la crisis actual de nuestro parlamentarismo. A las graves deficiencias originarias y de degf'adación orgáni, ca de que adoleda nuestro par]amentat'Ísmo, se suma así actualmente el extr'aíio fenómeno de que el régimen aparezca en necesidad de constmirse partidos idóneos para el gobierno. Y Jamas ejemplo de este caso paradógico de ¡:H.riamentarismo en dn.rnanda de partidos gubel'namf.mtales} al cabo de !ltla centuria invertirla en montar los complicados mecatlismos de un Pul'lamento, sus sistemas de representación, sus métodos electorales, procedimientos de tribUlla y de constitución de gabinete, sus formalismos para el deb,üe políti .. (~o y la discusión, votación y saneión de sus impe ratiYos, teniendo un texto constitueional magnífico sólo tachable de dem¡:¡"i:·vlo bueno.
c:::;e PUUUI..,V Ul<'j"J11tl d.UtJI!lWS ue n1Ciestros el ""
en pericia para comentar ó aplicar en cada caso una teoría de parlamentarismo extralegal que la práctica ha desarrollado como espl6ndida vegetación parasitaria 'jue recubre el texto cons'titucional transformando la iloración de ~.U artieu-
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.:ldo y el tenor literal de cada uno do sus textos legales.
Pero á pesar de L)do esto, el regimen no funciona 0:1 condición de que por el movimiento de cada una de esas piezas y pUl' la sel'ie de jugadas sucesivas, resulte un todo orgánico que constituya fUllCió!1 dil'ectiya de gubel"l1ante. Todo ese conjunto da elernen!os aparece á manera de piezas c(Jlocar1as sin orden de cOllexión y como al acaso subre Uil tab:t;¡'o de ajeJrez, po!' manera que nadie pueda c;Jmprendéc la partida en su cOlljunto. En ':et'dad tampUCl) lw.y planteada pat'tida formal, ¡J~e", no ¡'0sulbn frente á fretlte contendientes que aJernás de situar y movet'la marcha de las piezas C'!Qf'Jí':ne á las 1'2glas del juego, hayan abarcado ell sindél'8sis de conj Ull to la ma¡'cha de las fichas y ['azunado el moti \0 (lue impnlsó á adelantar Ulla pieza en lugar de otra, que también hubiera ¡Jodido ¡no';erse sin L:l.ltat· á las reglas del juego.
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_ ....... 1 UUL,J,Vu \AV bV U1U1 J.J.V. .L VU ......... L.uVU.!tHILU
presente, dentro de nuestro parlamentarismo, el juego ha yenidü á parar á que los jugadores idóneos, desYÍándose de la sindéresis principal de la partida, y prescindiendo de la solidari.dad de sus ('espectivas jugadas, por ofuscaciones en la por-
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fia de un incidente episódico y secundario, dejaron como descartados los demás factores de la partida, y las dos piezas principales de blancos y negros aparecen á solas y frente á frente en medio del tablero.
01 vidamos en esta partida las primacías de la pieza principal y la finalidad cardinal de las reglas de su juego. Olvidamos la elemental advertencia, tantos siglos hace consignada por Aristóteles, de que «una constitución no es en suma sino la manera de determinar, con relación al Estado y á la ciudadanía, la organización regular de las magistraturas y sobre todo de la soberana», y que por ello, sobre el tablero del parlamentarismo, lo mismo que sobre cualquiera otra forma. constitucional, el régimen de gobierno se centra sobre un principio capital del que se deriva la organización de las demás instituciones.
Olvidamos también que con predominio de aristocracia ó de democracia, instituyéndose e:'l Monarquía ó en República, las formas de gobierno se reducen en definitiva á una organización del poder público para la eficacia de la coerción jurídica indispensable al Estado; y que cuanto más democrática sea la naturaleza de un Gobierno, se impone en él con mayor apremio de órgano vital, vigorosa organización del poder ejecutivo; y que una de las pl'imordiales esencias para la constitución de un régimen parlamentl:!rio sano y robusto, consiste en que el poder ejecutivo dentro de su esfera legítima sea enérgic:) y potente, á la vez que fuera de esa órbita resuje plenamente contl·arrestado por las libertades ci',"dadanas. Es decir, que en las funciones de h coerción jurídica necesaria al cumplimiento j:;
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las leyes, y como poder encargado de la administración del país y de defenderlo contra sus enemigos interiores ó exteriores, resulte irresistible, pero que fuera de esa órbita, las libertades públicas desarrollen contra los actos arbitrarios del poder extralimitado de las leyes, potencias formidables que dejen á los funcionarios del Estado sin eficacia de coerción jurídica,
El Estado de los grandes nacionalismos modernos cuya soberanía necesita dirigir ó resguardar tan múltiples y complejos servicios, no puede quedar reducido á los empeños de su defensa contra incidencias de alteraciones de orden público promovidas por conspiradores contra la forma de gobierno. Pero resulta par'a él mucho más grave aún que la flaqueza de los depositarios del poder públi~o venga á capitulaciones en las cuales, á cambio de la quietud material del momento presente, se entreguen los resortes principales del mismo poder,
Corta sucesión de gobernantes que condesciendan á tales capitulaciones por preferir al cumplimiento del deber de su cargo, su personal quietud en la hora de su mando, basta de suyo para que la institución soberana, hasta en los más poderosos Imperios, quede fatídicamente vinculada á no poder concertar, ni siquiera esbozar, aquellos pensamientos de gobierno que verdaderamente dignifican á una nación, Retener las apariencias de la gobernación entregando para recoger auras de popularidad, los elementos más esenciales á la eficacia de la coerción jurídica del Estado, es la ilusión común y el síntoma más siniestro de todo régimen agonizante, Y el régimen parlamentario ,perece más rápida y trágicamente, ó ridícula-
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mente, que cualquier otro, en cuanto llega á considerar al poder ejecutivo como á un enemigo de las libertades públicas, en lugar de mantenerlo instituido como principal salvaguardia de la libertad nacional y de las libertades individuales de la ciudadanía.
En la crisis actual de nuestro parlamentarismo, están brotando á la superficie del régimen, sobrados síntomas de estarse disolviendo la fuerza organizada en contraste con la anarquía que se organiza. El régimen parece no darse cuenta de estar más en peligro por lo que no gobierna que por lo que se conspira contra él.
CAPITULO TERCERO
Factores de degradaci6n 6 de enaltecimiento que concurren á la transformaci6n del parlamentarismo.
De los factores que, aunque sustraídos al albedrío humano, son principales determinantes de los destinos de un régimen de gobierno.
Las fases de la Revolución y la obra que en ellas incumbía á los Parlamentos y á las realezas con respecto á la ciudadanía y á la Patria Mayor.
Degradaciones de los parlamentarismos sin realeza y Parlamento esposados para política de Patria Mayor y enaltecimiento de los civismos del Estado nacional moderno.
Los Parlamentos y sus partidos políticos representan ya instituciones de gobierno completamente transfiguradas bajo el influjo de los fenómenos de psicología social que actualmente desarrolla la Prensa.
La Prensa que necesita nuestro parlamentarismo. Cuál es el mejor patronato para un periódico.-Patri
ciados intelectuales y morales necesarios á un Gobierno de opinión pública.
El culto de la Monarquía por ser la institución que aquí ha hecho grande al pueblo, representa, dentro de nuestro parlamentarismo, la espiritualidad más fecunda para gran actuación de prensa al servicio de la España Mayor.
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08 los factores que aunque sustraídos al albedrío humano, son principóles determinantes de 108 destinos de un régimen de gobierno.
No es menester añadir que, para la crisis presente de nuestro parlamentarismo, concurren además muchos otros factores que los indicados en este resumen sintético.
El juicio de un período de historia resulta siempre constreñido á ceñü'se al señalamiento de los síntomas más salientes y á la observación de las causas y hechos más característicos que determinan sus fenómenos so~iales. Pero en la realidad social y política, en mayor grado aún que en la realidad física, rara vez un fenómeno es resultante de una sola causa. Multitud de causas distintas concurren á producirlo, sin que el entendimiento humano alcance á discernir la parte que corresponde á cada una de ellas. Un factor que al asomar en la historia pareció tan insignificante que entonces ni siquiel'a lo mencionaran, resulta repercutiendo en siglos posteriores con la transcendencia de gran acontecimiento. A 10R hechos de esta naturaleza se suman además aquellos otros fenómenos comprendidos en el inmenso capítulo de lo que la antigüed'3.d denominabajatum y en nuestra ignorancia decimos ahora el acaso, clasi6cando con ellos los fenómenos y contingencias, cuyas razones y determinantes se sustraen á nuestro conocimiento. En ese misterio del
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acaso, se encierran, sin embargo, para los destinos de las naciones y la sucesión de los imperios, determinantes mucho más principales que lo que, según los convencionalismos de nuestra sabiduría, reducida al círculo minúsculo de lo observable, solemos titular «las leyes de la historia>.~.
En las transmisiones de la vida de generación á generación, están los mayores enigmas históricos de ese formidable acaso. lJe él surge la jerarquía de los nacionalismos imperiales, y dentro de cada nacionalismo la más legítima jerarquía de sus aristocracias, concretándose, á la vez, las personificaciones de los poderes soberanos. Por él se engendran los elementos más positivos del condicionado de cada régimen de gobierno, según las realidades sociales hereditarias en el respectivo linaje de los pueblos.
Del azar en el nacimiento de un hombre eminente ó de las vicisitudes que llevan á las cumbres del Estado personal más ó menos idóneo para funciones directivas en un organismo patrio, depende que el ideal colectivo de nación se sienta ensalzado á más altos conceptos del patriotismo, y que unos pueblos resurjan de encogimiento milenario, y otros salgan de la hUlnildad para tomar puesto entre las grandes soberanías diJ'ectoras de ]a historia, en contraste con que á la vez poderosos imperios entren en el período de la decadencia.
Para los destinos de las naciones, que renovaron sus soberanías con las instituciones parlamentarias nacidas de la descomposición do:!l antiguo régimen, estos fenómenos, que se determinan según el proceso invisible de lo que denominamos lo fortuito, encerraban en sus enigmas el hado
principal de las prosperidades ó desventuras para cada nación.
Los destinos de los pueblos dependían por entero de que el régimen parlamentario tuviera la fortuna de encontrar' en sus realezas ó en sus clases directoras, personalidades con dotes eminentes para manejar las nuevas instituciones del Estado nar;iollal moderno. En suma, el genio rey creador de su pueblo ó de una de esas mentalidades ó psicolugías individuales sin las cuales los tiempos lú pueden realizar su espíritu.
Por cima de la virtualidad que en sí mismas pueden contener' las instituciones para su eficacia de gobierno, estará siempre la capacidad de los hombres que las manejan. En el Imperio del ~ol Naciente, j(j mismo que en el clima del ronstitucionalismo europeo, los destinos de Patria Mayor bajo un régimen parlamentario, dependen, principalmente, de que entre los per'sonajes introducidos, pOt' los acasos de las corrientes de la vida, en el escenario del Estado, resulten puestas en contacto y adaptadas para ese mistel'ioso consorcio de voluntades que engendra las determinaciones del supremu poder. Necesita Emperador y Canciller, ¡{ey y primel' Ministro, Mikado y Sohogun, apol'tando cada uno á su manera, y conforme á su respectiyo rango y condición, cualidades nativas que se coordinen y completen para que mediante la virtualidad de la jerarquía según la diversidad de las instituciones humanas, irradien aquella capacidad gobernante que por secreto providencial viene diseminada al azar, sin regla ni ley en cada generación, y por cuyo secreto inexcrutable unos son llamados á la vida con oficios y ministerios de obediencia y otros con
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papel de soberanos, y resulta con tanta frecuencia que un Rey aparece dando á otro el poder qU& no tiene de por sí, y que el lugarteniente, por el contrario, se hace obedecer cuandu el que lo pone en su lugar no halla el debido imperio para imponer autoridad; y unas veces el Monarca os imperial por la grandeza de quien le sirve, y otras el Canciller construye imperio por reflejar ht grandeza del Monarca á quien sirve.
Las fases de la revolución y la obra que en ellas incumbía á los Parlarnfmtos y á las realezas con respecto á la ciuaaúI>nía y á la Patria Mayor.
La transformación del Estado y del tejir]o jurí·. dico del organismo social que, desde 178!:1 se impuso á las naciones de Europa, se rAdl1 j(1 All el balance definitivo de su primera fase á eliminar en la estructura social de los nacionalismos, un sistema de obligaciones y derechos engel1dr'ado en el régimen político y en las relaciones de la vida privada por un estado social que mucho antes había perdido su razón de sobrevivirse. Peto para amoldar esa nueva estructura de las fórmulas jurídicas á las realidades del estado social, traía, con fuerza propulsora irresistible, un procedimiento revolucionario que planteaba ante las realezas la disyuntiva de que si ellas no cooperaban á esa obra, la revolución se haría sin COJlt;>r con el poder real y en este caso contra él.
Liquidada esta· primera fase de la revolución para el alumbramiento del poder soberano constituído con el Parlamento y el Rey, se imponía á las nuevas instituciones de la soberanía como obra peculiar de la segunda fase, dirigir, canalizar y educar las potencias de la opinión públicl:t :jue, en
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esa primera fermentación del espíritu unitario de los grandes nacionalismos, habían asaltado y destruído las bastillas del antiguo régimen. Debían transformar la naturaleza impulsiva de esas potencias del espíritu social adaptándolas orgánicamente á las necesidades del Estado nacional moderno. Necesitaban formar ciudadanías conscientes con las dotes del civismo idóneo para actuar con opinión consistente desarrollando influencia activa y constante sobre la dirección de los intereses públicos.
El primer impulso revolucionario había eleminado los instrumentos que ponían en manos del poder real absoluto prerrogativas de coerción jurídicamente irresistibles.
Aquella antigua organización jurídica del poder coercitivo del Estado, había representado, sin embargo, durante largo transcurso de siglos, la fuerza creadora de la patria grande. Un conjunto de regiones, ciudades, villas, aldeas y de estamentos sociales que no se sientan compenetrados en conciencia colectiva de su solidaridad, no constituye propiamente una nación. Aunq1le el país en que cohabiten tales elementos disgregados figure bajo una misma denominación en los vocabularios de la geografía física, no forman propiamente un cuerpo nacional. El hecho de que esos fragmentos territoriales y particularismos del espíritu público de clase y localidad, vengan á coordinarse en la obediencia política á una misma institución ó personificación de poder soberano, representa ya el comienzo de la nacionalización; es decir, el primer avance de una expresión geográfica hacia las vivificaciones y dignificaciones de la Patria Mayor. En ello encontró su razón de
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ser y justificación en la historia, el régimen de la Monarquía patrimonial.
La revolución dió nuevo avance á esa obra prosiguiendo con potencias de energía muy superior á las de la realeza en el antiguo régimen, la suplantación del espíritu local ó de clase de los particularismos, con el gran espíritu público de la vida nacional en las instituciones de~ Estado moderno.
En la evolución social de las naciones, los conflictos entre las fuerzas renovadoras de la vida y las potencias conservadoras de la inercia, alllegar á extremecimientos convulsivos producen en la extratificación social, como en la masa geológica, alzamientos y depresiones, cumbres y fosas, valias y oteros.
Por esta pugna entre las estáticas de la tradición y la dinámica de los elementos meteóricos de la asociación humana, se fOl'man también en la geología política de las naciones los farallones del acantilado costero batidos por las olas oceánicas, ó los cortes labrados y roídos por los cauces de torrentera ó de curso normal que se abren las aguas.
Así, en la era medioeval, con las tempestades oceánicas del espír'itu en el seno de la etnarquía cristiana ó con los desbordamientos sucesivos producidos en las torrenteras interiores de cada cuadro geográfico. por los meteoros que agitaban el espíritu local en grandes avenidas de reacciones misoneistas ó de explosiones de actos sociales, prorrumpiendo con imperio de voluntad colectiva en la manifestación de las nuevas aspiraciones y necesidades de la vida, se había formado la inmensa organización corporativa de
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aquellos tiempos. Universidades, Concejos, Concilios, Cortes, Estados generales, Dietas, surgieron entonces á modo de barreras de acantilados para resistir y encauzar las grandes avenidas del espíl'itu social, ó de atalayas para gober'narlo con razón directora. Aquellas barreras y atalayas medioevales, eran mucho más eficaces para resistil' los embates producidos por opinión de muchedumbres en efervescencia de espíritu revolucionario que para resistir los meteoros del tradicionalismo, ó para reform~r las degeneraciones orgánicas.
El extremecimiento revolucionario que inició la era moderna, ha producido también acantilados de esta índole, y construído sobre ellos sus atalayas. Las Cámal'as del parlarnentf:¡rismo representan el mayor farallón y la principal atalaya. Pero su dinámica de resistencia se produce generalmente con fenómenos invertidos á la característica de la acción social en las Corporaciones medioeyales.
Aunque en las teorías de los tratadistas del parlamentarismo y en las polémicas de sus partidos sea tan cOl'l'iente el equívoco de referirse á la función rep!'esentati va de la voluntad nacional como á la más esencial de sus Cáma!'as, sin embargo, muy corta experiencia del !'égimen basta á observar que la función más transcendental de un Parlamento no ['adica en actuar como espejo de los estados de opinión y voluntad expresados en los comicios. La función p!'imol'dial de un Pal'lamento, no consiste en someterse al mandato imperati vo de los comicios, ni en reflejar el espíritu de los electores, sino en crearlo, ó por lo menos, en informarlo. Dado caso que para expresa!' los
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fenómenos de espíritu que agitan á los pueblos, sea apropiada la denominación de «alma nacional», ahora tan prodigada, el alma de una nación, es por naturaleza múltiple y multiforme, fluctuante, vaga, permanentemente confusa y ondulante. Los Parlamentos modernos, sobre todo cuando su acción se combina felizmente con la cooperación fecundadora del proselitismo de la Prensa, constituyen instI'Umentos de potencia jamás conocida hasta aquí en la historia, para que los estadistas puedan concretar, encauzar, normalizar y vivificar las más caudalosas corrientes de espiritualidad unitaria. Los complicados mecanismos con que el parlamentarismo toma tantas apariencias de régimen representativo, hasta en los C1J.SOS en que aparecen como esenciales y necesarios, no lo son sino en un mundo relativamente secundario, respecto á su finalidad capital y prim~ri~,. dE:' actuar como el órgano espiritual de un Estado nacional, y de vivificar y modelar, encauzar y expansionar los movimientos del alma de los pueblos. Jamás se produjo en la historia de las instituciones del Estado, instrumento de tanto alcance corno el Parlamento moderno combinado con la Prensa, para que el verdadero estadista pueda operar con acción activa directa, de energía continua y con tan formidables potenciás sobre eso espíritu, que esparcido, difuso é imponderable por todos los miembros de una comunidad nacional, agita á la mole entera y comperc.etra á todo un gran cuerpo de nación con el impulso unitario de un solo pensamiento y de una misma voluntad.
A los Parlamentos incumbía, en primer término, crear y educar ciudadanía idónea para fun-
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ciones activas en los comicios con las eficacias de patriotismo que no se manifiesta á modo de' agudo accidente epiléptico en crisis momentáneas, sino como virtud social de nación en robusta energía de espíritu público, reflejando constantemente en la vida colectiva el·sentir cilldadano de las disciplinas sociales. Los partidos del parlamentarismo debían, ante todo, acreditar en las relaciones del ciudad{no con los poderes públicos, la demostración de que un Parlamento de necesaria convocatoria anual y sin cuyo concurso resulh, sin e6cacia jurídica, la coerción jurídica del E:stado para la percepción del impuesto, es la garantía primaria de la libertad nacional, y que la ciudadanía, eficazmente resguardada por' esta libertad nacional, encuentra en ella á la vez la más positiva seguridad de las libertades individuales.
Necesitaban infundir al espír'itu social el amor á las libertades públicas, por representar ellas en nuestro tiempo los mejores manantiales para la vivificación del patriotismo. Debían sentir y hacer sentir y probar á los demás que la libertad es la forma moderna del patriotismo, no porque las instituciones parlamentarias representen por sí mismas urm exclusiva en las esencias del amor patrio, sino porque ellas, en la era contemporánea, atraen á obras de cooperación eficaz hasta á: sus mismos adversarios, mientras que el poder despótico aleja de las virtudes cívicas hasta á los mismos patriotas, y dej a fríos en el alma todos los sentimientos del patriotismo.
A las realezas, á su vez, les correspondía aportar á esta obra aún mayores enaltecimientos. Ellas eran las principalmente llamadas á desviar
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á las ciudadanías de los desenf¡'euo8 pasionales en estériles desgarramientos intestinos. Ningún órgano constitucional el'::l compHl'able á la Corona para hacer resplandecer la visión más espiritual de la patria común, con eficacias de 11'ansferir á empresas digtliOcadoras las energías esterilizadas en esas pugllas de los particulal'ismos, en las cuales nadie resulta acol'de con los demás y todos tieHen que roüÍ!' per'petua batalla, sin que el 6spíritu colectivo pueda eucoutl'ar orientación solidaria.
Las realezas que en siglos anteriores, por personificarse en ellas toda la unidad nacional, recogieron las prerrogativas del poder absoluto cristalizado eu Munarqub patrimonial, tenían dentro del nuevo régimen funcione:; no menos transcendentales parJ. mantener las aureolas y consagracionos de lo intangible y sagrado.
Aunque en el espíritu colectivo de las naciones se produce allOl'a, espontáneo el sentir unitario de la patria común, y las obras de unidad nacional no sólo pueden florecer en esta era hasta sin asistencia de !teses, sino que el Estado moderno desarrolla para I'ealizar las fuerzas unitarias mucho más potentes que las del poder real eo siglos anteriores, la realeza, sin embargo, continúa personificando necesidades no menos transcendentales, manteniéndose dentro del régimen parlamentario como el símbolo vivo de la nación por cima de todos los partidos, sin dar el cuerpo á ninguno y reverberando en los ánimos las más sublimadas espiritualidades de la Patria Mayor.
El régimen parlamentario ha transfigurado la institución real en esencias no menos transcendentales que las que pl'odujeron las transformaciones de las Cortes, Estados generales y Dietas de los
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siglos anter'iores en los Parlamentos modernos. Un Rey que, á virtud de los llamamientos en la sucesión de la G;¡'ona, representa en el trono al personaje en quien se ha encarnado la voluntad colectiva de la n':lcionalidad, rnedi:lOte gestación de muchas gencl';lciones en transmisión hereditaria desarrollada á la par en las entrañas del pueblo yen los linajes de la realeza, cOlltinúa funcionando dentro del régimen con las más altas preeminencias de órgano incomparable para transmitir el poder soberano como la afirmación más vital y sintética de la continuidad é identidad del desenvolvimiento de la vida nacional, más allá de los límites de cada generación que pasa. Y si la realeza en estas funciones transmisoras del poder no ha perdido su potencia de reflector del alma colectiva, actuando sobre las generaciones actuales con esa influencia inmensa é incalculable que trae de las generaciones pasadas como maravilloso condensador de todos los estados de la conciencia nacional, resulta á la par el órgano más apropiado para incorporarse con mayor intensidad vital á las nuevas realidades surgidas con el nuevo espíritu de los tiempos, Alcanza, sobre todo, primacías insupembles para repercutir las voces del pueblo y del espíritu público, y hacer reverberar las más sublimadas espiritualidades patrias en las relaciones de la vida internacional.
El parlamentarismo esposado con Reyes capaces de por sí, ó por asistencia de estadistas geniales y sintiendo el deber de morir por el Rey, para ser aI'tífices de la gran política nacional, realiza en el transcurso de un solo reinado empresas de Patria Mayor que las realezas del antiguo régimen no coronab'u1 sino al cabo de varios siglos.
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Las mismas fuerzas revolucionarias resultan po,&encias al servicio de la Patria Mayor con linajes reales compenetrados en lealismo político al más vivo sentir de que el Rey debe morir por la reale.za y la realeza se debe á la Patria Mayor, y que aunque los parlamentarismos sólo piden jura de la Constitución, la conciencia real impone completarla, jurándose el Rey á sí mismo consagrar la vida entera al empeño de traspasar á su sucesor una Patria Mayor y más poderosa que la que recibió de sus progenitores.
De~radaciones de los parlamentarismos sin realeza y Parlamento esposados para política de Patria Mayor y enaltecimiento de los civismos del Estado nacional moderno.
Las realezas que se mostraron incapaces para que de sus desposorios con el Parlamento surgiera la Patria Mayor, resultaron pronto degradadas ~uando no suprimidas por el parlamentarismo. A las que quedaron en pie en tal condición durante el proceso revolucionario de la última centuria, las envolvió indiferentismo glacial, dispuesto á plasmarse con cualquiera forma de gobierno. El lealismo político se transformó en que clases altas, mesocracias y plebes formaran enorme masa acomodataria á convivir en República sin l'epublicanos Ó en autocracia sin monárquicos, reduciendo sus civismos al acatamiento pasivo de la autoridad constituída cualquiera que fuera su denominación. Actuaron como masa neutra que no se desmandaba contra los estados posesorios, .ni permitía tampoco que los revolucionarios los .alteraran sino en caso de fuerza mayor, ó de desamparo, ó abuso extremo del poder público. Esta honda alteración del lealismo, se produjo tam-
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bién hasta en el modo de sentir los estadistas la naturaleza de su relación política con el Monarca. Al antiguo sentimiento del monarquismo que resumía el más alto honor de una vida política en la continuidad de los servicios personales rendidos á su Rey, vino á sustituirse el sentir que el más alto timbre del nombre de Estado se sintetice, por el contrario, el poder presentar balance de grandes servicios públicos prestados bajo las más opuestas instituciones de gobierno.
A su vez los parlamentarismos se descomponen rapidísimamente en la orfandad de Rey apropiado á política real exaltadora del concepto de nación. Rarísima vez un Parlamento se basta por sí solo á procurar á los Ministros esas seguridades de apoyo y fijezas en los pensamientos cardinales de política, que la complejidad del Estado moderno hace más indispensables que nunca como condición primaria de las directivas de gobierno.
El gobierno del Estado moderno entraña servicios de tanta complejidad y tal suma de dificultades por indisciplinas sociales, incoherencias de opinión pública, incertidumbres de estabilidad y responsabilidades de ejecución, que para desarrollar parlamentariamente con ese instmmento empresa política de más alcance que la del mero trámite ordinario de la gobernación, se requieran dotes muy extraordinarias de estadista á la par que disciplinas de partido de extraordinario vigor para que un Parlamento sirva á interponer y mantener gobernantes y planes de Estado ejecutados con acción constante.
Dentro de las condiciones sociales contemporáneas, lo más corriente en parlamentarismos
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sin asistencia de realeza, es que sus Parlamentos ni resulten órganos de espíritu público nacional, ni sirvan siquiera á formar opinión pública definida é interponerla con acción consistente á los depositarios del poder público. Ellos desnaturalizan las democracias en oligarquías y procrean Cámaras que á la vez de absorber todas las prerrogativas gubernamentales, reducen en su seno á los elegidos, á tener por preocupación máxima, la de prolongar sus estados posesorios, dando mayoría á cualquier Gobierno circunstancial y no votando sino aquellas leyes que de alguna manera, siquiera indirecta, puedan tavorecer la reelección de sus votantes. Por las combinaciones circunstanciales que cada egoismo individual concierta á este fin con sus coincidentes aunque pertenezcan á los bandos más opuestos, desaparecen las grandes disciplinas de la filiación en colectividades, y los partidos se deshacen, reforman y transforman de continuo en grupos inestables y proteicos, tal pueden ellos servir para selec0ión de gobernantes. Es consiguiente que los personajes por ellos introducidos en cargos ministeriales ó presidenciales, reduzcan la ambición á gozar en paz de su lucrativa nulidad los días de poder que les correspondan. Y semejante condición del personal político, resulta aún más incompatible con que pueda mantenerse entre sucesivas situaciones de "gobierno, aquella fundamental unidad y continuidad de conducta y pensamiento solidario, respecto de las esencias cardinales del Estado y del propio régimen de gobierno.
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Los Parlamentos y sus partidos políticos, representan ya instituciones de gobierno completamente transfiguradas bajo el influjo de los fenómenos de psicología social que actualmente desarrolla la Prensa.
Sobre todo esto vienen á sumarse ahora para mayor complejidad de gobernar eón instituciones parlamentarias, los fenómenos producidos en la psicología social por las formidables potencias de acción disolvente, aunque tal vez regeneradora en su síntesis final, que desarrolla la Prensa en el período actual de su evolución.
Bajo el influjo de la gran Prensa novísima, el espíritu social se está disociando y agrupando en nuevas formas. La Prensa está descomponiendo las agrupaciones sociales en públicos puestos en discordia ó en conexión transitoria por la psicología que corresponde á diferentes estados de ánimo, según las impresiones del momento. Esta división tiende á sobreponerse á todas las demás en la misma proporción con que va desarrollándose vertiginosamente el nuevo poder enorme é incalculable de la Prensa. Sobre cada suceso que produzca emoción social, la clasificación psicológica de los públicos respecto del caso concreto, va importando más que cualquiera otra.
El gran instrumento agitador de esta psicología de los públicos es la Prensa, á punto ya de llegar á período en que unos cuantos rotativos pueden actuar como órgano creador y agitador de opinión nacional imponente. Sin que ni los propios gobernantes se hayan dado aún plena cuenta del alcance de estos instrumentos de opinión pública, la Prensa ha producido ya transcendentales efectos en la dinámica del régimen par-
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lamentario. Por de contado, en cuanto á la eficacia de las fuerzas propulsoras que los partidos políticos representan, ninguna diferenciación es hoy de tanta monta como la de sus características actuales, comparadas con las de los tiempos en que la Prensa no tenía los equipos que ahora le permiten crear, difundir é internacionalizar opinión nacional europea y cosmopolita, del propio modo con que la producción económica saje de las manufacturas y talleres de la gran industria, y el crédito y la fuerza se movilizan y transmiten instantáneamente á distancias enormes.
Los Par'lamentos, antes y después de este formidable poder actual de la Prensa, representan instituciones de gobiel'l1o completamente diversas. La Prensa ha convertido para ellas á los públicos en potencias más tel'l'ibles y avasalladoras que los partidos turnantes en el poder. Hasta en el pl'opio Parlamento británico, modelo clásico y gran educador de todos los Parlamentos del mundo, se han operado entre los pal'tidos descompoSlCIones, movilizaciones, dislocaciones y combinaciones circunstanciales de fuerzas incompatibles con el funcionamiento regular del ¡'égimen tí la manera del periodo clásico de su apogeo durante la última centuria. Allí también los partidos se deshacen y transforman: se compenetmn y reabsorben ó se· anulan en mutaciones súbitas. De pronto se amplían en proporciones gigantescas, adquiriendo las fuerzas enOl'mes, pel'o efímemeras, de inmenso público, y poco después (en ocasiones val'ias veces dentl'O de una misma legislatura) se desvanecen como si participamn de la naturaleza de los elementos fluidos que se 801i-
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difican por intervalos y según las circunstancias, pero que bajo la acción de los cambios atmosféricos retornan á estado de fluidez que les permita plasmarse dentro de la nueva forma del recipiente en que la realidad encierra y aprisiona esta matm'ia de suyo amorfa. Responden á la misma ley de los líquidos que derivan su forma de las relaciones con el recipiente.
En suma: el terrible y formidable poder de la Prensa, con sus efectos de transfigurar los grupos sociales en públicos accidentalmente conectados, ha atrofiado y amenaza descomponer totalmente las disciplinas del lealismo que vinculaba á los partidos parlamentarios y los está sustituyendo por agI'Upaciones con la conexión transitoria característica de la psicología de los públicos refractarios á disciplinas sociales permanentes. Las primeras manifestaciones de la especial psicología política del espír'itu de partido que ha sido geueradora de las instituciones parlamentarias, surgieron en el Parlamento británico como producto espontáneo del desenvolvimiento histórico de aquella sociedad política. En su inicial aparición, esa psicología 9,e las disciplinas de partido se manifestaba á modo de reglas de un sport político reservado á las aristocracias y al cual las demás clases asistían como público que sólo participaba del drama en calidad de espectador. Sobre esa base y con incorporación gradual de más numerosos contingentes sociales á las partidas de tal sport, fueron allí elaborándose lentamente las prácticas del sistema que en el siglo XIX recibió el nombl'e de parlamentarismo.
Por el propio proceso de su progresiva evolución, el sistema se adaptó también espontánea-
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mente al modo de ser de la vida política de Inglaterra y á él se adaptaron, á la vez, en espíritu, las leyes constItucionales, aunque manteniendo en apariencia, inalterables, los textos legales del Gobierno por regia prerrogativa. En síntesis, la especial psicología del espíritu público, generado por el funcionamiento secular del Parlamento en Inglaterra, produjo de por sí los partidos de aquel Parlamento contorme á la ley biológica de que la función se cree los órganos que necesita. Y los partidos á su vez desarrollaron el parlamentarismo también por el mismo proceso biológico de función que se crea ó transforma su organismo propio.
Cuando aquel sistema parlamentario llegó á madurez, las democracias del Continente han podido apropiarse después sus procedimientos procurando imitarlos. Ese régimen autóctono de InglateIT<l. transplautado á otras naciones, tuvo muy varia fortuna, pero comprobándose siempre que el ambiente de las demagogias no es propio para hacerlo florecer como instl'Umento de buen gobierno. Hasta en Inglaterra misma, donde además de nacer espontáneamente como sport político de una aristocracia en apogeo y con capacidades políticas hereditarias para crear las costumbres, iniciar las tradiciones y desenvolver las disciplinas de un sistema de tan difícil manejo, resulta, sin embargo, actualmente muy desquiciado. Su período de apogeo fué brevísimo. Estadista tan sin par como Lord. Salisbury, por su consumada experiencia y profunda sabiduría de hombre político, caracterizó maravillosamente este proceso del parlamentarismo, vertiendo sobre él, con ocasión de una convel'sación íntima
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con nuestro Emb~jador Duque de Mandas, la siguiente sentencia: «URtedes, los del Continente, han partido de dos errores: el uno, el de creer que el sistema del Gobierno inglés es bueno en sí mismo cuando no lo es; y el otro, el de creer que pueden manejar desde luego un sistema que requisl'e para su manejo regular gran experiencia y una destreza y suavidad de mano que no poseen todavía, Ocurre, sí, que como nosotros lo hemos proriut~ido lentamente y lo manejamos sin cesar, nos lo hemos adaptado á nuestro modo de sel', Ó nosott'Os nos hemos adaptado á él, Y así la cosa va marchando, pero en el Continente el caso es muy distinto.»
En las transfOl'maciones del Estado desde 1789, las clases medias al enseflorearse como directoras del poder político, tomaron por modelo al parlamentarismo británico é irradiaron luego su .ejemplo y prácticas á contingentes oficiales más numerosos. De esta manera, á medida que se democratizaba el Gobierno, el sport político de las aristocracias vino á convertirse en sport de multitudes.
El parlamentarismo, transplantado á las nacio':les del Continente, ha podido mantener el juego de sus instituciones mediante partidos organizados con disciplinas de carácter permanente para alternar como instrumentos gubernamentales del poder público. Tales disciplinas necesitaron ajustarse á su vez á un sentido de la realidad muy compenetrado de que el poder es en definitiva la resultante de estas dos fuerzas: las creencias y los deseos, las ideas y las necesidades que predominan en los estados sociales. Esos partidos eran dominadores del cuerpo electoral, en término~
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que los elementos sociales no sometidos á la disciplina de las filiaciones políticas, aparecieran como público asistente á un espectáculo, y que sólo participaba al drama político en concepto de espectador. Las naciones que durante el transcurso de la última centuria lograron períodos suficientes de normalidad para arraigar en sus ciudadanías las prácticas de este sistema, cuentan ahora con una base tradicional de estados consuetudinarios que prestan al régimen valiosas consistencias para transformación gradual ante las renovaciones vertiginosas de fuerzas propulsoras que la prensa aporta á la dinámica constitucional del poder público.
A la dinámica tradicional de los partidos del parlamentarismo, la Prensa contrapone ahora. como p¡'incipal fuerza motriz los estados psicológicos de públicos proteicos formados con gentes diseminadas por todos los ámbitos, multitudes innumerable!::, de continuo impresionadas colectivamente por sugerimientos que, transmitidos á distancia, las agitan pasionalmente como si fuera muchedumbre efervesciendo en la plaza pública. Semejante manera de actuar sobre el espíritu social, es la más propicia para que se prodiguen con intensidad sin igual los fenómenos de que un interés colectivo imaginario presentado entre estrépitos de periódicos ó de oradores populares ponga en vértigo á muchedumbres, estremeciendo á las naciones en bandos fieros y reduzca á los depositarios del poder público á actuar como meros ejecutores de lo que pidan los clamores de multitud delirante, mientras que el interés colectivo de más positiva realidad, quizás el primario para la vida nacional, no forme bandería ni si-
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minadores de la Historia. Sobre esas potencias podrán surgir también personificaciones del poder y de la autoridad mucho más asombrosas que las más extraordinarias hasta aquí conocidas por los siglos. Pero ante lo que la Prensa representa ya á la hora presente, el parlamentarismo está predestinado á rápida y fundamental transformación,
Los Parlamentos que cuentan con partidos en vigo!' de disciplinas efkaces á mantener la dinámica constitucional de desenvolvimiento evolutivo, capaz de oponer á la presión de muchedumbres en vértigo Gobiemos que gobiernen, podrán quizás salvar sin convulsiones este temeroso período crítico en que la Prensa entra á actuar en la dinámica del poder público como fuerza superior á la del Parlamento mismo.
Mucho más crítico es este momento histórico para parlamentarismo que al cabo del primer centenario de su institución se encuentra toda vía en caso de necesitar partidos idóneos para su Gobierno. Pero resulta aún más temeroso el trám,ito á la nueva era, si se suma además el apremio de recobrar el tiempo esterilizado y los ideales perdidos durante una centuria consumida en descomposición de su estructura social y política, sin haber logrado la finalidad primaria del parlamentarismo, y encontrándose á esta hora en la neL:esidad previa de reconstmi¡' fundamentalmente su orden moral interior para tener ciudadanía adaptable á las grandes libertades públicas.
A nación que se encuentre en tal caso, le son aún más indispensables poderes públicos felizmente secundados por las mejores potencias de la Prensa, para exaltar mancomunadamen-
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te en la conciencia colectiva los grandes ideales patrios.
La condición primaria para que resurja aquí la patria grande, radica en que por la Península entera conmuevan á los espíritus como pasión intensa los sentimientos de la Patria Mayor.
La Prensa que necesita nuestro parlamentarismo.
Los parlamentarismos sin base de cuerpo electoral idóneo para actuación CÍvica en los comicios, si han de mantener continuidad de gobierno en sus transmisiones del poder público, conviviendo con las apariencias de una forma parlamentaria en eficacia de imponer Ministros, resultan por su propia ficción fatídicamente condenados á organizar sus bandos gubernamentales bajo la siguiente disyuntiva: ó agitando artificiosamente estados de opinión pública, principalmente por medio de la Prensa; ó bien reduciendo el procedimiento electoral á patentes de corso entregadas contra los respectivos distritos á cada uno de los candidatos oficialmente encasillados.
A pesar de los estragos que lleva consigo el soliviantar comicios creando y moviendo artificiosamente los estados de opinión, resulta sin embargo en la disyuntiva de ambos procedimientos, el término menos maléfico en punto á habituar las ciudadanías á las prácticas electorales. Nuestro parlamentarismo ha tenido la desventura de que en él prevaleciera el procedimiento de la patente de corso.
Así, á esta fecha, nuestro parlamentarismo, con sus bandos de oligarquía descompuestos y menospreciados ante el concepto público, se en-
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cuentra en impotencia para seguir manteniendo las ficciones de convivir bajo las apa.l'iencias de una forma parlamentaria idónea. á operar por sí misma los traspasos del poder público, con garantía de conservarla en continuidad de gobierno la más elemental solidal'idad en las esencias constitucionales del régimen.
Los pueblos que ha oprimido y raziado á discreción de los elegidos por medio de patentes de corso, no miran como instrumento de gobierno al Parlamento que aquí engendramos. Acéptanlo sólo con-, un órgano de protestas.
Por esta:> realidades las Cámaras de este constitucionalismo nuestro, resultan radicalmente sin eficacia como instituciones parlamentarias. Para llegar á la normalidad de los modernos Gobiernos de opinión pública, en los que todo cambio ministerial debe determinarse y explicarse por sucesos públicos y representar un estado del espíritu nacional, registrado y llevado al poder por los órganos constitucionales que lo acreditan como opinión preponderante, nuestras Cámaras necesitan un período sanatorio, durante el cual actúen como Cortes de gobierno representativo más bien que como cuerpos de régimen parlamentario.
Durante este período curativo, la gran Prensa es la más poderosa fuerza creadora y educadora del espíritu público. Sin ese instrumento gubernamental para movilizar en impulsos de opinión activa las potencias del sentir colectivo, encauzándolas y dirigiéndolas á grandes finalidades patrias, las muchodumbres resultan ingobernablesdentro del Estado moderno.
Si para gobernar las democracias antiguas de ágora, de toro ó de zoco, se bastaban los oradores,
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hoy ante las enormes multitudes que incorporan y agitan las democracias modernas, el ol'adol' por sí solo es una impotencia, Diez periódicos llevan hoy ese ministerio sobre multitudes de cincuenta ó cien millones, con más holgura y eficacia de acción continua que la desplegada tan penosamente po" veinte oradores sobre aquellas ciudadanías, que congregaban á lo sumo 20,000 oyentes en el ágora de Atenas ó en el foro romano.
y en punto á lo que debe presidir en el programa de creación de un buen órgano de publicidad, y á lo que debe r.;presentar en nuestro tiempo para el manejo gubernamental de los instrumentos de la gran prensa, el cometido de los patriciados intelectuales y morales necesarios á un Gobierno de opinión pública, limítome aquí á reproducir una página con fecha ya de años sobre el tema cada vez más actual: La Prensa en los Gobiemo8 de opinión pública (1):
«Por el programa y demás circunstancias que concurren en la creación del periódico La Jl1onarquia que se propone usted crear, le tributo mis mayores simpatías. l\ioguna ventura que le depare el destino llegará á superar los éxitos que yo le deseo.
Para servir con él al público, su fundador ha puesto pródigamente de su parte, con ejemplar empeño, cuantos eSfU6l'ZOS están á su alcance. Pero, además de esto, es indispensable, á la vez,
(1) Cuando empezó á publicarse el periódico La Monarquía, su Director al exponerme el programa que se proponía seguir en el des2rrollo dll su empresa nutriéndolu principalmente con artículos de colaboración independiente, me rogó unas cuartilias par8 el primer número. Las páginas finales del presente capítulo so reducen ti la reproducciun de dicho articulo.
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que las clases se:ectas á quienes se dirige le presten también decidida cooperación, cada cual en su respectiva esfera: los unos Gon prestaci6n pel'sonal de colaboraciones; y los más con progresivas suscripciones y propagandas que le permitan derramar en abundancia todas las mejoras en sus servicios, como órgano de opinión. Sin estas cooperaciones ningún periódico puede servir bien al público. No contando con estas abundancias para cubrir las necesidades primarias de un buen órgano de publicidad, vale más no fundar periódicos. Pero, una vez asegurados estos menesteres, el dinero debe considerarse como la cosa más secundaria en empresas periodísticas. Sin naturaleza altruista no hay buen periódico. Hasta en la esfera privada, quien de algún modo no vive para otro, vive mal consigo mismo; pero el vivir sólo para sí mismo, subordinando á personales concupiscencias el servicio de la verdad y del interés público, es la peor de las condiciones para, instituir periódicos destinados á actuar como órgano de información pública y desempeñar ministerio de dirigir opinión colectiva.
La Prensa ha adquirido en nuestros días formidables potencias, y constituye el instrumento de gobierno de mayor transcendencia. El no estimarla en nada es aún más insensato que el sacrificarlo todo á ella. Sin el tornavoz de la Prensa, hasta los mismos Parlamentos parecen recintos sepulcrales. Y á su vez el estadista de más superiores dotes para descubrir un más alto concepto de la vida política y un más depurado é intenso sentil' de los ideales patrios resulta, sin el auxilio de la Prensa, en absoluta impotencia para realizar las más vulgares operaciones de gobierno. Por eile'
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también, en estos Gobiernos de opinión, nada interesa tanto como el que para las delicadas funciones de relación entre la opinión pública y sus órganos actúen verdaderas aristocracias intelectuales y morales. Los modernos Gobiernos de opinión presentan tan complejos mecanismos de Estado; su organismo implica puntos de conexión tan sutiles y con tan extrañas transmutaciones de fuerzas entre la dinámica propia de la opinión pública y la de sus órganos, que las actuales instituciones representativas, ya sea bajo forma congresional ó en la parlamentaria, resultan ingobernables. Con facilidad extrema, por degeneración de sus propios órganos, se desnaturalizan ó vienen á descomposición fulminante al faltarles clases directivas de consumada pericia y excepcionales capacidades en el manejo gubernamental de la opinión pública.
Lo más esencial para que el periódico agrupe estas asistencias selectas, y con ellas actúe de infOl'mador leal y á la vez de dirnctor benéfico de opinión colectiva, consiste en que en su obra se encuentren dignificados cuantos acudan á prestarle cooperación. Y, para este efecto, la condición más primaria es la de que el órgano de comunicación con al público, además de acreditar fundamentales seguridades de honorabilidad en la información, asegure también á los que concurran á su colaboración °el sentil'se en compañía selecta de gentes que, aunque diferenciándose de opiniones, pl'actican lo que sustentan y están convencidas de que lo que sustentan es lo más beneficioso para el bien público, y así lo habrán de mantener, sin que ninguna influencia los desvíe ode sus deberes.
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Cuál es el mejor patronato para un periódico.-Patriciados intelectuales y morales necesarios á un gobierno de opinión publica.
A pesar de la capital importancia de la Prensa en la nueva dinámica de los Gobiernos de opinión, y de que su transcendencia como instrumento de poder aumenta en la misma vertiginosa proporción y medida en que las plebes van conquistando mayor influjo de opinión activa sobre los gobernantes, no han sido, sin embargo, hasta ahora las oligarquías políticas las que más han sobresalido en las aplicaciones y el manejo de esta fuerza arrolladora. Antes que nadie se apoderaron de ella las dominaciones financieras, transformándolas rápidamente en el principal y más incontrastable instrumento de sus empresas.
Estadistas como Cavour y Bismarck, que tanto sobresalieron por extraordinarias maestrías en el manejo de los órganos de publicidad, no llegaron á superar á las oligarquías plutocráticas en cuanto á la sagacidad para darse cuenta de que en las relaciones entre el periódico y sus lectores media el gran equívoco de figurar esos papeles como meros ecos de la opinión y relatores de noticias, cuando en realidad ellos son los que crean la opinión y determinan lo más importante de los sucesos.
Los hombres de negocios que operan con el dinero de los demás, y sobre la inagotable credulidad de las multitudes, fueron los más perspicaces psicólogos en beneficiar el fenómeno sociológico, por cuyo ministerio, para la conducta colectiva, la impresión que de las cosas se produce en el ánimo de las gentes importa mucho más que la .
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realidad de los hechos en sí mismos. Eilos se adelantaron á los políticos en punto á advertir que, como efecto de las condiciones en que colectivamente se crea y desenvuelve la opinión, y como consecuencia de la inclinación instintiva dé la mentalidad humana, en busca siempre de dirección de pensamiento y conducta, la multitud, y hasta los mismos representantes del poder público, determinan principalmente su conducta por las impresiones que se le sugieran.
Por ello pusieron tan primordiales empeños en apoderarse de los órganos de opinión, y bajo su influencia se operó rápidamente la transformación mercantilista de la prensa periódica. Así los papeles diarios y revistas que en el período primitivo de los modernos Gobiernos de opinión parecían destinados á representar puras ideas, generosos altruismos, instrumentos costosos de escuelas y partidos, tomaron naturaleza de empresas industriales, respondiendo todo en ellas, así el artículo de fondo como la noticia del suelto y del anuncio, á factura literaria industrial. La oligarquía plutocrática, con alta intuición de la importancia de los órganos de publicidad para el juego de las operaciones del capitalismo, los ava· salló también de igual manera que á las demás empresas enfeudadas en su imperialismo financiero. En sus manos, los periódicos fueron productos manufacturados en gigantesca industria que recoge inmensos lucros especulando sobre su temible poder de formar opinión con potencias capaces de traspasar las fronteras de los Estados y producir de un pueblo á otro y á espalda de los Gobiernos, complicidades misteriosas, como de alianza ó consigna internacional secreta.
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Mas luego, á pesar de la formidable potencia de las dominaciones financieras en la estructura económica de las naciones modernas, el poder eolectivo de las multitudes ha venido á actuar también con presión tremenda y permanente sobre los poderes públicos. Las plebes se han transformado en órgano de una opinión cada vez más poderosa, para influencia activa y constante en la gobemaci6n de los Estados. Y por la propia mole de las masas así agitadas en sus estados de opinión dentl'o de ellas, el Ilúmoro por sí solo, independientemente de toda calidad en las voces. y R.un en contra del yaler de sus razones y de la, füerza de otras realidades, adquiere potencias irre .. sistibles.
En eontr'arosición al periodismo, instmmento de plutocracias, surge así en el seno de las demoeraci3s cuntempuráneas otro que vineula sus medios de existencia, lo mismo que todas sus consideraciones éticas, en la venta del mayor número de ej em [)lares por ser'vil' de contin uo al público aquello que la muchedumbre está siempre más dispuesta á r.om [}['ar.
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mayor parte por la plutocracia, y la pal'te restante, salvas contadísimas excepciones, entregada á la demagogía ó á los industriales, explotadores de los más bajos instint,)s de las muchedumbres, en las ciudadanías, sin propio vigor de espíritu público para vivir el régimen de los modernos Gubiernos de opinión, ó sin ar'istocracia de estadistas, capaces de contrarrestar los efedcls sociales de la Prensa en estado anárquico é il!Orgánic'J, el Estado se encuentra desarmado del principal instrumento para regir las sociedades contemporálleas. De esta manera, el mismo régimen parlamentario aparece descompue3to por la degeneración de sus propios órganos de opinión pública, y las naciones suelen verse en trance b'ecuente de que cuando en torno de ellas ó de su Gubierno Se) producen fácilmente por UllOS ú otros, con los instrumentos de la Prensa, el silencio, ó la indiferencia, ó los enloquecimientos de las multitudes, el gobernante es quiGn dispone de menos medios para encauzar estados de opinión.
Los Gobiernos de opinión son los que más ne-
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se cree y actúe con independencia de los órganos que dicen representarla.
El mayor escollo de los modernos Gobiernos de opinión pública consiste en el justiprecio y manejo gubernamental de los valores sociales y políticos que ella produce. Y en ~sta operación, la dificultad principal estriba en no confundir la opinión pública con los órganos ¡que pretenden repre:'>sntarla. Un sentimiento, una impresión, una idea, y aún más, un programa de conducta que es, en definitiva, lo mejor que determina un progl'ama de principios ó de intereses, lo mismo en su primera faz de opinión naciente, que aspiI'a á concretal'se y difundirse, como en el período de opinión definitivamente formulada, creada, propagarla y profesada por partidarios, necesita órganos que la exterioricen en los empeños de conseguir para su cl'eencia aceptación y asentimiento; pues la opinión no vive sino creando (¡pinión. Y eomo, á su vez, en la pugna de esta Dpinión contm las oposiciones que la resisten, otros órganos contrarios levantan sus voceríos, resultan inevitables en esta pugna las porfías de los estados pasionales. El hacer entre tales pugnas la estima de la importancia y grado de aceptación que esa opinión alcanza, el justiprecio, en suma, de los valores sociales y políticos que produce, representa dificultad aún mayor que la de formar juicio propio sobre la esencia y aplicadones de lo que esa opinión sustenta. Así, el avalúo de los órganos de la opinión es para el gobernante operación aún más delicada que la de estimar el fondo mismo de sus propuestas.
Todo esto ha venido á extremar complejidades en la nueva dinámica de los Gobiernos de
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opwlOn pública por los fenómenos sociales que acompañan á la acción de la Prensa y á la movilización de inmensas multitudes con influencia activa sobre el poder público. Los órganos de la opinión, Parlamentos, pI'ensa, partidos políticos, masas neutras, agrupaciones de intereses, luchas de clases, desarrollan ahora, en relación al Gobierno, y en cuanto á crear, formar y dirigir opinión colectiva, fuerzas que de continuo contrarrestan é invierten á la misma opinión pública. Nunca, en tanto grado como ahora, ha podido comprobarse que lO que se denomina órgano de opinión suele ser el más potente generador y transformador de opinión. Nunca tampoco se produjo tan paradójicamente el fenómeno de que el órgano invierta su propia función.
Estos fenómenos se producen, á su vez, por manera tan diversa, dentro de cada psicología nacional, que nada requiere tanta delicadeza de tacto y tao extremada experiencia, adquirida en trato cit"cunstancial y directo de personas y cosas~ como los aciertos en interpretar, justipreciar y dirigir la opinión pública la observación de su manera de formarse, la valoración de sus elementos generadores y popu lares, y la estima de si es obra ó iniciativa de una oligarquía, ó reflejos de cestados de ánimo de muchedumbres, si responde á un sentimiento personal ó á causas transitorias y circunstanciales, ó bien es sentimiento general de clases sociales ó expresión de estado de conciencia nacional.
Aunque los empirismos de la política no suelen apreciar generalmente en los fenómenos de opinión pública sino aquella alteradón que produce estrépito en las cotidianas actuaciones de la Pren-
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sa y de los Parlamentos, tales meteoros son de muy secundaria importancia con relación á los estados de la conciencia popular y á la p"i~(llogía del temel'OSO veto de las muchedumbres, cuyo silencio pasivo es más de cuenta.
Las oleadas de opinión que el flujo y reflujo ~olidiallo de la política arroja de coutlllUO á la Prensa y á la tribuna, con ser también muy de euenta, como factores de gobierno, rebultan, sin embarg'), mallifestaciones de tall encoutradas procedeuci;¡s, 'yen ellas se cruzan yatl'Opellan, (~Ollt¡'a],I'¿~;tállduse y neutralizándClse mutuamente dirediYiiS tan heterogóneas y fuerzas tan antitéti:as, que rara Y8Z puedcn servil' de bastl para fiiar
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limitado de las dimensiones ordinarias de los escritos destinados á las columnas de este lluevo periódico. Prescindo, por ello, de otros aspectos aún más intel'esantes que en los modernos Gobiernos de opinión presenta la Prensa, como sometida á la oligBrquía Ó actuando de tornayoz del espíritu de las plebes.
Lo dicho basta para apunte de alguna de las dificultades que e~te nueyo órgallo de la opinión pública necesita dominar. Villculándose á un patronato de oligarquía plutolTátiea, ó siendo UllO
de tantos periódicos, propiedad de alguno de esos personajes á los que la riqueza les permite tener entre sus capítulos de lujo un (írgano de publiei-