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ADYASHANTI La danza del vacío

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ADYASHANTI

La danza del vacío

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Para mis padres,

Larry y Carol Gray con amor.

Gracias por enseñarme a reír.

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Título original: Emptiness Dancing

Edición: mayo de 2008

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Índice

Agradecimientos

Introducción

Prólogo

1. Despertar

2. Satsang

3. Apertura

4. Inocencia

5. Armonización

6. Libertad

7. El núcleo radiante

8. Silencio

9. Conciencia

10. Profundidad

11. Ego

12. Amor

13. Adicción espiritual

14. Ilusión

15. Control

16. Relajación

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17. Compasión

18. El fuego de la verdad

19. Iluminación

20. Implicaciones

21. Relaciones auténticas

22. El eterno ahora

23. Fidelidad

Entrevista a Adyashanti

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Agradecimientos

Gracias, de corazón, a todas las personas que han ayudado en la elaboración

de este libro:

Edición: Bonnie Greenwell, Marjorie Bair, Prema Maja Rodé. Corrección:

Barbara Benjamín, Dwight Lucky, Tara Lucky, Priya Irene Baker, Alison Gause,

Gail Galanis, Ed West, Barbara Glinn, Gary Myers. Asistencia editorial: Dorothy

Hunt, Stephan Bodian, Eric Schneider, Gary Wolf, Jenny Stizt, Shannon

Dickson, Jerilyn Munyion. Audiograbación: Larry Gray, Peter Scarsdale, Nancy

Lowe, Charly Murphy. Transcripción: Hamsa Hilker, Rosanna Sun, Kamala

Kadley, Marna Caballero, Dorothy Hunt, Valerie Sher, Peter Humber, Michael

Coulter, Annie Gray. Gestión del voluntariado: Pralaya. Asistencia legal: Gary

Wolf. Diseño gráfico sobre la edición original: Susan Kurtz, Diane Kaye, Rita

Bottari, Wil Nolan, Prema Maja Rodé.

Y gracias, en particular, a los voluntarios y a los participantes de los eventos en

los que se grabaron las conferencias que aparecen en este libro.

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Introducción

El amor no sigue ninguna agenda.

Se mueve porque obedece a su naturaleza: el movimiento.

Estas palabras reflejan la esencia de las charlas del maestro espiritual

Adyashanti sobre la naturaleza del despertar espiritual. Adyashanti ofrece su

enseñanza a través de encuentros semanales, de seminarios intensivos de fin de

semana y de retiros. Este libro es una colección de algunas de sus

extraordinarias charlas; la selección de los temas tratados responde a criterios

de consistencia y valor, y comprende cuestiones que sus estudiantes han

considerado importantes.

«El propósito de lo que hago, y de lo que te trae aquí, es obtener una

experiencia directa de lo que tú eres», dice Adyashanti. «¿Cómo quieres saber

qué es la iluminación, si ni siquiera sabes quién eres?» A través de su

excepcional transmisión de Verdad y de libertad, Adyashanti ofrece a sus

estudiantes unas orientaciones en pos de la conquista de este descubrimiento: la

realización de su verdadera naturaleza.

ADYASHANTI

Adyashanti nació en 1962 en Cupertino, California, una pequeña ciudad de la

bahía de San Francisco, y le llamaron Stephen Gray. Por los relatos que ha

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compartido está claro que disfrutó de una infancia feliz, y de una alegre familia

numerosa compuesta por dos hermanas, cuatro abuelos y otros cuantos

parientes más. A uno de sus abuelos le encantaba realizar danzas ceremoniales

nativo-americanas cuando Adyashanti le visitaba con sus primos. En la

adolescencia y los primeros años de su juventud Adyashanti competía en

carreras ciclistas, pero a la edad de diecinueve años se topó con la palabra

«iluminación» en un libro y le invadió un ferviente anhelo por conocer la

Verdad suprema. Comenzó a formarse bajo la tutela de dos maestros: Arvis

Justi, discípula de Taizan Maezumi Roshi, y Jakusho Kwong Roshi, discípulo de

Suzuki Roshi.

Adyashanti practicó intensamente la meditación zen durante quince años y,

según cuenta, estuvo al límite de la desesperación antes de despertar,

finalmente, tras una serie de profundas visiones sobre su verdadera naturaleza;

dichas visiones le permitieron desapegarse de toda identidad personal. Su

maestra, Arvis Justi, le pidió que enseñara el dharma en el año 1996. Lo que

empezó en forma de pequeñas reuniones semanales, se transformó en pocos

años en multitudinarias charlas semanales sobre el dharma a cientos de

estudiantes. Dharma es la palabra utilizada en budismo para la verdad suprema,

la naturaleza subyacente de todos los fenómenos físicos y mentales: el

verdadero destino espiritual de todos los seres. Las enseñanzas del dharma son

ofrecidas por una persona que vive en esta verdad, y su realización tiene que

haber sido reconocida claramente por un linaje de maestros que se retrotrae

hasta el propio Buda.

Adya, así le llaman sus estudiantes, es un hombre delgado y elegante, y lleva

la cabeza rapada. Tiene una presencia cálida y un enorme don para la claridad y

la empatia. Sus estudiantes sienten a menudo que la mirada fija de sus grandes

ojos azules, casi transparentes, penetra sus corazones y desarma sus mentes.

Tiene un estilo de enseñanza sincero y directo, exento de jerga zen, aunque

lleno de enriquecedoras orientaciones hacia la verdad universal. En los años

que han transcurrido desde que diera su primera lección, muchos estudiantes

han experimentado despertares gracias a las revelaciones de sus enseñanzas y a

la transmisión obtenida en sus retiros y sus sesiones de satsang.

UN MAESTRO EXTRAORDINARIO

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El estilo de enseñanza de Adya (estilo también conocido como satsang) ha sido

comparado al de algunos maestros chinos del primer Chan (zen) y al de los

maestros indios del Vedanta Advaita (no dualismo). El se siente muy afín al

último sabio del Advaita, Nisargadatta Maharaj, así como a otros maestros

iluminados de tradiciones orientales y occidentales. Aunque sus retiros son una

mezcla de meditación silenciosa, enseñanzas del dharma y conversaciones con

sus estudiantes, no se centra en el desarrollo de prácticas espirituales para

llegar a despertar, sino en la disolución y deconstrucción de la identidad

personal.

Al igual que muchos de sus estudiantes, yo también experimenté un poderoso

despertar en la presencia de Adyashanti. A pesar de que había dejado de

interesarme por la idea de un maestro años antes de conocernos, y aunque

había dejado de buscarlo, ese despertar me hizo ver que él era mi maestro.

Entonces descubrí que un maestro/guía puede indicar a la mente la puerta de

salida y abrir el corazón al amor y al radiante vacío que subyace a la existencia.

Es una experiencia extraordinaria, profunda e indescriptible, que anula todo

interés adicional en la búsqueda espiritual. Aquellos que tienen esta experiencia

permanecen conectados a un lugar extraordinariamente sencillo, tranquilo y

abierto de su interior. Yo había estudiado seriamente las enseñanzas

espirituales orientales de varias tradiciones y había sido profesora y terapeuta

de buscadores espirituales; sin embargo, hasta que no descubrí a este maestro, el

maestro que me hacía vibrar, no vi con claridad el poder de la extraordinaria

relación entre estudiante y maestro. Me siento profundamente agradecida por

este afortunado encuentro.

Adya ejemplifica las infinitas posibilidades de una vida espiritual realizada,

así como la sencillez de lo ordinario. A mi parecer, él vive en la plenitud del

vacío y la libertad, demostrando la relación dinámica que existe entre la fuente

y la espontaneidad, entre el corazón y el humor, apreciando los aspectos

formales y no formales de la existencia.

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LAS LECCIONES DE ESTE LIBRO

Esta colección de lecciones nace de cientos de conferencias ofrecidas por Adya

en encuentros de satsang, en intensivos de fin de semana y en retiros realizados

entre 1996 y 2002. Al hacerlas públicas, este libro persigue dos objetivos: acercar

a sus estudiantes, de un modo permanente, las sugerencias, el amor y la

transmisión que ofrecen, y poder llegar a muchas otras personas que no tienen

la posibilidad de conocerle directamente.

Estas charlas tratan los principales problemas que afrontan los estudiantes que

empiezan a investigar, con la ayuda de un maestro iluminado, la naturaleza del

despertar, de la liberación y de la encarnación, y por esta razón fueron

seleccionadas entre el total. También describen algunas de las experiencias

personales del despertar de Adya e ilustran el mundo de experiencia que queda

abierto ante el iluminado, compuesto por cualidades como la inocencia, la

apertura, el amor, la impermanencia, la armonía, la paz, la profundidad y la

libertad. Sus palabras, que son una deliciosa reflexión de la verdad que surge

del profundo silencio interior, resuenan en nuestro corazón porque expresan lo

que en verdad somos. Son verdad dirigiéndose a la verdad, la fuente

autorrevelándose el misterio.

Esta resonancia tiene la capacidad de romper nuestros patrones habituales de

pensamiento y de reacción emocional, y sirve para acabar con el trance del ego,

permitiéndonos entrever la realidad subyacente de nuestra vida. Al liberarnos

de las ilusiones mentales, estas percepciones pueden dejar nuestro mundo patas

arriba, literalmente. Esta apertura revela una forma de vivir completamente

nueva, vibrante y libre, como expresa la vida de este maestro y las vidas de

muchos de sus estudiantes.

Por más que lo intentemos, nadie sabe influir en los acontecimientos. Esto nos

genera sufrimiento y sorpresa en la vida cotidiana, pero se transforma en gracia

en la vida espiritual. Cuando somos capaces de descansar en el no saber, que es

la verdad profunda de nuestro ser en cada momento, permitimos que lo

espontáneo salga a la luz para despertarnos. Una y otra vez, Adya les pide a sus

estudiantes que no se enganchen a ningún concepto, que no crean nada de lo

que les diga y que no se aferren a ninguna experiencia.

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Al ofrecer una mayor comprensión intelectual, los maestros espirituales

pueden tranquilizar la mente, pero cuando la conciencia se mueve por la

sinceridad de su ser y de sus palabras, esa conciencia tiene la capacidad de

encender el fuego del corazón y dirigir la atención hacia la realización del Ser.

En último término, todos debemos interiorizarnos para descubrir la conexión

directa con la Verdad. Un maestro podrá orientarnos, ofreciéndonos

herramientas para el viaje y estimulando nuestra interiorización por medio de

su presencia, pero en el acto final los conceptos desaparecen y todo deja de

tener sentido. Tú eres el camino, y el camino se mueve, dedicándose de lleno a

autodescubrirse. Te despertará a tu verdadera naturaleza. Cuando nos

sentamos en silencio tenemos la única obligación de permitir que la conciencia

surja de forma natural. El verdadero maestro es aquel que conoce esto a fondo.

Vivir esta verdad implica el final del sufrimiento.

UNA OFRENDA PARA LA COMUNIDAD

Según la tradición budista, el Buda (todo lo que existe), el Dharma (las

verdades de la vida o las enseñanzas) y el Sangha (la comunidad espiritual) son

los Tres Refugios que sostienen el proceso transformador de la realización

espiritual. Aunque un maestro ofrezca la presencia viva de la verdad y nos

brinde sus enseñanzas, no podrá proporcionar la comunidad ni llevar a cabo el

trabajo implícito en la organización de docenas de encuentros y de retiros

anuales.

Paralelamente al aumento de trabajo de Adyashanti se ha ido desarrollando

un sangha, y así ha ido creciendo el número de personas que están

descubriendo su capacidad de ser libres. Al referirse a su relación con este

sangha, Adyashanti dice que es como ir en tren sin saber el destino, pues no

persigue ningún objetivo en concreto ni responde a ninguna intención

estructurada. La conciencia o espíritu simplemente responde a través de él a lo

que vaya surgiendo en la comunidad.

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La comunidad cuenta con muchas personas comprometidas que han invertido

innumerables horas en grabar y transcribir las cintas seleccionadas para este

libro, en elaborar y enviar miles de boletines y libros, en organizar y presentar

eventos, en responder a llamadas y a correos electrónicos y en realizar la

infinidad de tareas que permiten la pervivencia del Open Gate Sangha como

organización no lucrativa.

Este libro existe gracias a la dedicación de todos los que llevaron a cabo este

trabajo. Quiero dar las gracias, en particular, a todas las personas que grabaron

y transcribieron estos encuentros y a todas las que los revisaron ofreciendo

sugerencias editoriales: a Marjorie Bair, que donó numerosas horas de su

extensa experiencia editorial; a Dorothy Hunt y a Stephan Bodian, que

colaboraron en la primera edición; y a Prema, diseñadora de este volumen en su

formato original y pieza clave del personal del Open Gate Sangha durante

cuatro años. En la actualidad, Prema ejerce de directora creativa, supervisando

la publicación de los numerosos libros y cintas de Adya, y revisando cualquier

otro medio de comunicación.

Quisiera dar las gracias a todos los seres increíbles que integran el personal del

Open Gate Sangha y a los cientos de voluntarios que los ayudan. También

quisiera dar unas gracias especiales a Annie, la esposa de Adya. Todas estas

personas han creado y nutrido una base sólida y sensible para la comunidad,

gracias a la cual el despertar y la verdad continúan expandiéndose por el

mundo que nos rodea. Por muchas razones, me siento muy afortunada de haber

entrado en contacto con esta comunidad, aunque debo decir que me alegro

infinito de haber podido realizar este trabajo de compilación y edición como un

servicio a la verdad en una comunidad que, sin duda alguna, iba a valorarlo,

nutrirlo y apoyarlo. Es nuestro regalo para esta comunidad y para la

comunidad más extensa, formada por mentes y corazones en proceso de

iluminación por todo el mundo. Es nuestra danza del vacío en la vasta apertura

de la fuente para que se despierte por completo.

BONNIE GREENWELL,

editora

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Prólogo

Te doy la bienvenida. Sí, a ti que estás leyendo estas palabras en este preciso

instante. Este libro es sobre ti y para ti. ¿Acaso nadie se había referido antes a ti

como lo que en verdad eres? ¿Te has referido tú a ti mismo como lo que en

verdad eres o te has dejado engañar por la mera apariencia de tu nombre, tu

género, tu situación familiar, tu personalidad, tus secretos deseos de un futuro

mejor o de hacerte mejor persona? Te aseguro que estas trivialidades no te

describen, y tampoco revelan lo que en verdad eres. Ni siquiera un poco.

Ahora dime la verdad. ¿No has tenido nunca la sospecha de que tú eras algo

más, o menos, que la imagen que proyectas en el espejo? En tus momentos más

tranquilos, ¿no has anhelado en secreto poder atravesar el velo de las

apariencias, tanto las tuyas como las de los demás?

Hay algo en ti más brillante que el sol y más misterioso que el cielo de la

noche. Probablemente hayas sospechado estas cosas en secreto, pero ¿te has

metido del todo en tu esencia misteriosa?

Le doy la bienvenida a la esencia misteriosa que está en ti. Este libro es sobre ti

y para ti. Trata de tu despertar y de tu recuerdo de lo que en verdad eres. Así

que sigue adelante y ábrelo por cualquier capítulo. Cada capítulo tiene sentido

en sí mismo y, a la vez, continúa elaborando los capítulos que le preceden.

Confío en que la sabiduría de tu elección te conduzca al capítulo o a la página

que precises para abrirte los ojos o el corazón a la maravilla absoluta de tu

naturaleza infinita.

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El libro comienza con un capítulo sobre el despertar espiritual y termina con

un capítulo sobre la fidelidad a la verdad eterna. Si lo terminas y quieres seguir

leyendo, te anticipo que el siguiente libro que se publicará tratará sobre la vida

tras el despertar. Pero basta ya de preámbulos y de pistas sobre lo venidero. El

momento es éste, ahora, y mi bienvenida queda extendida a tus manos bajo la

forma de este libro.

Así que sigue leyendo si te apetece, pero ten en cuenta que el despertar

espiritual no es lo que te imaginas.

ADYASHANTI,

San José, enero de 2006

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La danza

del vacío 1

Despertar

El propósito de mi enseñanza es la iluminación, despertar de la ilusión del

estado de separación para alcanzar la realidad del Uno. En pocas palabras, lo

que pretendo es que comprendas lo que eres. Es posible que también descubras

otros elementos en esta enseñanza, los cuales surgen simplemente como

respuesta a las necesidades concretas de los demás en un determinado

momento, pero básicamente lo único que me interesa es que te despiertes.

La iluminación significa despertar a lo que en verdad eres y vivir en

consecuencia. Realízate y sé, realízate y sé. La realización en sí misma no basta.

La plenitud de la realización consiste en ser, y esto implica actuar, hacer y

expresar lo que hayas comprendido. Es muy complejo, una forma de vivir

completamente nueva: vivir en la realidad desde la realidad, y no desde las

ideas programadas, los impulsos o las creencias de tu mente soñadora.

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La verdad es que tú ya eres lo que buscas. Estás buscando a Dios con sus

propios ojos. Esta verdad es tan simple y tan chocante, tan radical y tan tabú,

que te la pierdes fácilmente en la tormenta de tu búsqueda. Tal vez hayas oído

ya lo que te estoy diciendo y es posible que incluso te lo creas, pero lo que te

pregunto es si lo has comprendido con todo tu ser. ¿Lo estás viviendo?

Mi discurso pretende despertarte, no darte un método para soñar mejor. Esto

último lo sabes hacer muy bien. Podré parecerte amable y muy suave, en

función de tu estado mental y emocional, pues en otras ocasiones tal vez no te

parezca tan amable ni tan suave. Posiblemente te sientas mejor después de

hablar conmigo, pero eso es secundario al despertar. ¡Despierta! Tú eres todos

los Budas vivientes. Eres el vacío divino, la nada infinita. Lo sé porque yo soy lo

que tú eres y tú eres lo que yo soy. Deshazte de todas las ideas e imágenes de la

mente; aparecen y desaparecen, y ni siquiera las generas tú. ¿Por qué prestas

tanta atención a tu imaginación, cuando la realidad existe para que te realices

en este preciso instante?

Pero no creas que la iluminación es el final. La iluminación es el final de la

búsqueda, el final del buscador, pero también es el comienzo de una vida

protagonizada por tu verdadera naturaleza. Descubrirás algo totalmente nuevo:

la vida desde la unicidad, encarnando lo que eres, una expresión humana de

esta unicidad. Indefectiblemente te conviertes en el Uno; eres el Uno. La

pregunta es si eres o no una expresión consciente del Uno. ¿Está despierto ese

Uno? ¿Has recordado lo que en verdad eres? Y si lo has hecho, ¿lo estás

viviendo? ¿Estás viviendo desde el Uno, de un modo realmente consciente?

Todas mis charlas versan sobre el despertar o la vida tras el despertar.

Independientemente de cuál parezca ser el tema de mi charla, en realidad sólo

estoy hablando de estas dos cuestiones.

Antes de experimentar mi despertar final hace unos años, me había vuelto loco

por la iluminación. Para estudiar zen hay que estar un poco loco. Mi maestra

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solía decir que «los locos son los únicos que permanecen». Una de mis locuras

consistía en levantarme temprano todos los domingos (a eso de las cinco o las

cinco y media de la mañana) para sentarme a meditar durante un tiempo extra

antes de ir a la meditación de dos horas en grupo con mi maestra. Me sentaba a

meditar en una habitación pequeña y me quedaba helado hasta los huesos.

Una de esas mañanas en las que estaba ahí sentado me sucedieron dos cosas,

una después de la otra, y eran aparentemente muy paradójicas. En primer lugar

obtuve la visión espontánea de que todo era uno. Lo sentí al oír el canto de un

pájaro en el jardín; al oír el gorjeo, la siguiente pregunta surgió de mi interior:

«¿Qué es lo que oye el sonido?». Nunca me había hecho esa pregunta antes. De

pronto me di cuenta de que yo era el sonido del pájaro, y también el que oía al

pájaro; comprendí que el oído, el sonido y el pájaro eran manifestaciones de la

misma cosa. No puedo decir de qué, pero sí puedo decir que sólo es una cosa.

Cuando abrí los ojos descubrí que pasaba lo mismo con la habitación: la pared

y el que veía la pared eran la misma cosa. Pensé que todo era muy extraño y me

di cuenta de que quien pensaba era otra manifestación más de lo mismo. Me

levanté y empecé a deambular por la casa buscando algo que no formase parte

del Uno. Pero todo era un reflejo de ese Uno. Todo era divino. Entré en el cuarto

de estar. De repente, a mitad del movimiento de un paso, la conciencia (o

atención) se separó de todo, ya fuese físico, corporal o exterior.

En el espacio de un solo paso desapareció todo. Luego surgió la imagen de un

número infinito de encarnaciones pasadas, al menos eso parecía, en la que las

cabezas formaban una fila tan larga como abarcaba mi vista. La conciencia

comprendió algo así como «Dios mío, he estado identificándome con diversas

formas desde hace tropecientas vidas». En ese momento, la conciencia (el

espíritu) comprendió que había estado tan identificada con todas esas formas

que hasta ese mismo momento se había creído que realmente era una forma.

De repente, la conciencia estaba libre de la forma y existía de manera

independiente. Ya no se definía por ninguna forma, fuese ésta la forma de un

cuerpo, de una mente, de una vida, de un pensamiento o de un recuerdo. Podía

ver todas estas cosas, pero apenas podía creerlo. Era como si alguien me

hubiese metido un millón de dólares en el bolsillo y yo me lo estuviese sacando

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continuamente sin creérmelo del todo. Pero tampoco podía negarlo. Aunque

esté utilizando la palabra «yo», ahí no había ningún «yo», sólo el Uno.

Estas dos experiencias sucedieron juntas, separadas tan sólo por unos

instantes. En la primera me convertí en la Unicidad de todo y en la segunda me

convertí en la conciencia (o espíritu), que se despertó completamente y salió de

cualquier identificación, incluso de la Unicidad. Al ir más allá de la Unicidad,

seguía habiendo una conciencia básica, pero tenía dos aspectos diferentes: yo

soy todas las cosas, y yo no soy absolutamente nada. Esto era el despertar, la

realización del Ser.

Lo que sucedió después es que di un paso, un paso normal y corriente. Y me

sentí como un bebé cuando da su primer buen paso y mira después a su

alrededor como para preguntar si lo has visto, exhibiendo abiertamente su

alegría. Así que di otro paso más y sentí algo así como «¡vaya, el primer paso!»,

y después di otro paso más, y luego otro, y segui moviéndome en círculos, pues

cada paso era como si hubiese dado el primer paso. Era un milagro.

En cada «primer» paso, la conciencia sin forma y la Unicidad se fundían de tal

manera que la conciencia, que se había identificado siempre con una forma,

estaba entonces en el interior de la forma, exenta de cualquier identificación. No

veía a través de ningún pensamiento ni de ningún recuerdo de lo que hubiese

sido antes, sino a través de los cinco sentidos, nada más. Libre de cualquier

historia o memoria, sentía cada paso como si fuese el primero.

Entonces me vino a la mente algo muy divertido (al menos así lo sentía yo,

después de trece años de práctica zen): «¡Vaya, acabo de despertarme del zen!».

Cuando te despiertas, te das cuenta de que despiertas de todas las cosas, incluso

de las que te han ayudado a llegar ahí. A continuación le escribí a mi esposa

esta extraña nota: «Feliz cumpleaños. Hoy es mi cumpleaños. Acabo de nacer».

Le dejé la nota, y cuando pasé con el coche por delante de nuestra casa de

camino a mi grupo de meditación, vi a mi esposa agitando la nota en la mano.

No sé cómo, pero supo exactamente lo que quería decir.

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No le mencioné esta experiencia a mi maestro hasta pasados tres meses, pues

me parecía que contárselo no tenía ningún sentido. ¿Qué necesidad tenía de que

alguien lo supiese? No sentía necesidad de contárselo a nadie ni de que me

felicitasen. Para mí, la experiencia era completa en sí misma. Más adelante

descubrí que mi experiencia se correspondía con lo que mi maestro llevaba

contándome toda la vida. Entonces comprendí que sus enseñanzas hacían

referencia a este despertar. De un modo muy real, esa experiencia, que aún

perdura y que todavía hoy sigue siendo la misma, es la base de todo lo que

digo.

Cuando realmente empezamos a observar lo que creemos ser, nos volvemos

propensos a la gracia. Comenzamos a ver que, aunque tengamos diversos

pensamientos, creencias e identidades, no nos dicen quiénes somos, ni a nivel

individual ni colectivo. Un misterio se hace presente: nos damos cuenta de que

cuando nos observamos con atención y cuidado, lo verdaderamente

sorprendente es que nos definimos totalmente a partir del contenido de nuestra

mente, de nuestros sentimientos y de nuestra historia. Hay muchas formas de

espiritualidad que intentan librarse de los pensamientos, de los sentimientos y

de los recuerdos para poner la mente en blanco, como si eso fuese un estado

espiritual, o un estado deseable. Pero tener la mente en blanco no es

necesariamente sabio. En cambio, lo más útil es ver a través de los pensamientos

y reconocer que un pensamiento no es más que un pensamiento, una creencia o

un recuerdo. Entonces podremos dejar de vincular la conciencia o el espíritu a

nuestros pensamientos y a nuestros estados mentales.

Después de ese primer paso, cuando comprendí que lo que veía a través de

mis ojos y de mis sentidos era la conciencia o el espíritu, en vez de los

condicionamientos o la memoria, vi que ese mismo espíritu era el que miraba a

través de todos los otros ojos. Sí miraba desde otro condicionamiento, daba lo

mismo; era exactamente igual. Se estaba viendo en todas las cosas, no sólo en

los ojos, sino también en los árboles, en las piedras y en las flores.

Lo paradójico es que cuanto más se saborea el espíritu o conciencia a sí mismo,

no como pensamiento, idea o creencia, sino como mera presencia o conciencia,

más se refleja en todo ese espíritu. Cuanto más despertamos nuestros cuerpos,

mentes e identidades, mejor vemos que no son más que meras manifestaciones

del mismo espíritu, de la misma presencia. Cuanto más comprendemos que lo

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que somos es totalmente atemporal, que está fuera del mundo y de todo lo que

sucede, mejor comprendemos que esa misma presencia es el mundo, todo lo

que sucede y todo lo que existe. Son como las dos caras de una misma moneda.

La mayor barrera para el despertar es pensar que es algo raro. Cuando se cae

esta barrera, o al menos empiezas a decirte: «Realmente no estoy seguro de que

sea cierta mi creencia de que el despertar es difícil», todo se vuelve accesible de

forma instantánea. Como esto es lo único que existe, no puede ser raro ni difícil,

a no ser que insistamos en que así sea. La base de todo esto no es teórica, sino

experimental. A mí no me lo enseñó nadie, y nadie podrá enseñártelo a ti.

Lo más bonito del despertar es que cuando dejas de reaccionar a tus

condicionamientos, la sensación del «yo» que estaba viviendo esta vida deja de

existir. La mayoría de la gente está familiarizada con la sensación de un yo que

vive esta vida. Pero cuando vamos más allá, la experiencia nos muestra que el

amor es lo que hace que esta vida funcione realmente, y ese amor está en todo el

mundo, todo el tiempo. Cuando intenta abrirse camino entre tus cosas

personales, este amor se disipa, pero sigue ahí. Nadie es dueño de este amor.

Todo el mundo es, en esencia, la manifestación de este amor.

A lo largo de tu vida habrás experimentado ocasiones, conscientemente o no,

en las que te hayas olvidado momentáneamente del «yo» con el que te habías

identificado. Esto puede ocurrir espontáneamente ante una hermosa vista, o

cuando olvidas el ego. La gente normalmente pasa por alto estos momentos.

Después de experimentar el «momento agradable», volvemos a construir

nuestra sensación habitual de identidad. Pero estas oportunidades son, de

hecho, pequeñas mirillas a través de las cuales puedes experimentar la verdad.

Si te pones a buscarlas, las detectarás. De repente, la mente dejará de pensar en

su historia. Tal vez percibas que tu identidad o tu sensación del yo separado se

toma un descanso, y lo que tú eres de verdad no desaparece. Entonces te

preguntas: «¿Quién soy realmente? Si mi identidad puede tomarse un descanso

y yo no desaparezco, ¿entonces quién soy?», o mejor: «¿Qué soy cuando

desaparezco?».

La mente suele activarse ante la pregunta de «¿quién soy?». Se pone a darle

vueltas hasta que surge la verdadera inteligencia y dice: «Espera un momento,

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eso no es más que pensamiento». Quizá percibas entonces un espacio de

tranquilidad entre los pensamientos y, si estás muy presente en ese espacio,

dejarás de funcionar con tu identidad habitual. En cuanto la identidad entre en

ese espacio, dejarás de sentirte presente. No ser nadie suele ser tan

desconcertante para la mente que enseguida se pone a llenar ese espacio.

«¿Cómo puedo no ser nadie?» Pero llenarlo con alguien no tiene ningún

sentido. Si quieres saber quién eres realmente, experimenta simplemente el

espacio, experimenta la apertura y deja que florezca en tu interior. Es la mejor

manera de descubrir quién eres.

De este modo, la espiritualidad no sólo se vuelve real, sino también aventurera

y divertida. Te preguntarás: «Esta apertura, esta presencia —como quiera que la

llames— es lo que soy?». Empezarás a sentir que estás llegando a algo que no es

fruto de la creación de ningún pensamiento, idea o fe. Y cuando comiences a

asimilarlo y percibas esta mera conciencia que está libre de toda identidad, te

parecerá alucinante. El zen lo denomina lo no creado; es la única cosa de tu

alrededor que no ha sido creada por tu mente.

En la Biblia hay una parábola maravillosa que dice que es mucho más fácil que

un camello pase por el ojo de una aguja que entre un rico en el reino de los

cielos. Si intentas aferrarte a tus identidades, por muy espirituales y santas que

sean, es como si intentases pasar un camello por el ojo de una aguja. Tus

identidades son demasiado vastas, demasiado grandes, demasiado falsas,

demasiado elaboradas como para entrar en la verdad. Pero existe algo que

puede pasar por el ojo de la aguja más pequeña. El espacio, tu propia nada,

podrá pasar directamente al cielo. Nadie podrá llevarse consigo la más mínima

pizca de identidad.

El cielo es la experiencia de entrar en nuestra propia nada. Comprendemos

nuestra propia conciencia pura y vemos que somos espíritu puro, sin forma.

Reconocemos que el espíritu sin forma es la esencia, la presencia animada de

todas las cosas. Esto es el cielo, pues el espíritu y la esencia están ocupando

nuestro cuerpo a cada paso. Este es el verdadero significado de volver a nacer.

Volver a nacer no es sólo una gran experiencia emocional de conversión

religiosa. Aunque sea agradable, eso no sería más que cambiarse de ropa.

Volver a nacer es nacer otra vez, no ponerse ropa espiritual nueva. Para ser más

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precisos, antes de nacer comprendemos que la nada eterna es lo que está

viviendo esta vida a la que llamamos «mi vida».

Pero comprender esta verdad y despertar espiritualmente no significa que la

buena fortuna crezca sin fin en tu vida. Ésa no sería la paz que supera todo

entendimiento. Cuando nos sentimos bien en la vida, tener paz es fácil. Pero la

vida sigue su ritmo, como un océano en movimiento. Las olas serán altas o

pequeñas, pero el océano será igual de sagrado y, como tú no eres nadie, nada

te puede hacer daño. La paz que supera el entendimiento reside en esta

conciencia, pero tu vida no irá necesariamente mejor. Tal vez se limite a seguir

su ritmo, fluyendo simplemente, sin más. A ti te dará igual.

Estudiante: Deshacernos de nuestro ego para experimentar la conciencia...

¿nos deshacemos de él como si fuera la piel de una naranja?

Adyashanti: Deshacernos de la piel sería algo así como tener un sueño en el

que acudieses a un terapeuta, empezaras a sentirte cada vez mejor y creyeras

que te estabas encaminando. El despertar es como si estuvieras en el sofá

contando tu historia, hecho un lío, sin avanzar mucho, y te dieras cuenta, de

pronto, de que todo es un sueño, que no es real, que te lo estás inventando. Eso

es el despertar. La diferencia es enorme.

Estudiante: ¿Me lo he inventado todo?

Adyashanti: Absolutamente todo. Pero la conciencia que está en ti no está

soñando. Sólo sueña la mente. Se cuenta historias y quiere saber si estás

progresando. Cuando te despiertas comprendes: «Vaya, es un sueño. La mente

está creando un estado de realidad alterado, una realidad virtual, pero no es

verdad, no es más que pensamiento». El pensamiento podrá contar un millón

de historias dentro de la conciencia, pero ésta no cambiará ni un ápice. Lo único

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que cambia es la sensación del cuerpo. Si cuentas una historia triste, el cuerpo

reacciona. Y si te cuentas una historia de exaltación, el cuerpo se siente

engreído, confiado. Pero cuando te des cuenta de que sólo son historias, cuando

salgas de la mente, del estado de sueño, experimentarás un gran despertar. Tú

no te despiertas, lo que está despierto desde siempre se hace consciente de sí

mismo. Tú eres lo que está eternamente despierto.

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2

Satsang

Venimos aquí para reconocer la Verdad que es eterna. Estar en satsang conlleva

relacionarse con la Verdad. Si somos capaces de comprender esto, nos

podremos reunir aquí con una intención común.

Cuando vienes al satsang para relacionarte con la Verdad, estás deseando

preguntar «¿quién soy yo?» o «¿qué soy yo?», sin ningún papel ni guión, sin la

historia de lo que tú eres, liberándote del guión de tu vida. Toda sensación de

identidad va asociada a un guión. Algunos de los papeles de esos guiones

podrían ser «soy el que triunfa» o «soy el fracasado» o «soy aquel al que nunca

le funcionan las relaciones» o «soy el buscador espiritual que ha tenido muchas

experiencias espirituales». Todos tenemos un papel determinado y nos

contamos historias en relación a ese papel. Pero no somos ni nuestros papeles ni

nuestras historias.

La belleza del satsang reside en que te da la oportunidad de despertar de tu

historia. Cuando empiezas a ver la Verdad, reconoces que no es una

abstracción, que no está separada de ti y que no es algo que puedas aprender en

un futuro. Descubres que tú eres la Verdad, sin historia ni guión, en este preciso

instante.

La verdadera bendición de este encuentro es que te da la oportunidad de

pararte en este preciso instante, no al día siguiente. El despertar a la verdad de

tu ser no sucederá en ningún tiempo venidero. No es una cuestión de

prepararse, de ganarlo o de merecerlo. El despertar es un cambio radical de

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identidad. Crees que eres tú, pero no es así. Eres un ser eterno. El momento del

despertar es éste. No mañana. Ahora.

Cuando el yo empieza a darse cuenta de por qué está aquí en el satsang,

piensa lo siguiente: «Éste no es lugar para mí. Yo creía que iba a obtener algún

beneficio por venir, pero no hay ninguno». Ir a algún sitio o hacer algo sin

obtener ningún beneficio es una idea revolucionaria para cualquiera de

nosotros. No hay nada malo en obtener beneficios de vez en cuando. Pero al

satsang venimos a ver que nuestra felicidad y nuestra libertad no tienen nada

que ver con la obtención de beneficios. Sin embargo tienen mucho que ver con

que nos demos la oportunidad de experimentar cómo nos sentimos en este

preciso momento sin ninguna estrategia, ni siquiera la de librarnos de cualquier

estrategia. Podemos detener todo tipo de estrategias.

Le damos la bienvenida a la experiencia directa de la disolución de mi yo y la

felicidad surge de ahí. Esa sensación de disolución se queda, casi siempre,

ignorada y oculta; ni siquiera hablamos de ella, y tampoco la reconocemos. Sin

embargo, aquí podemos hacernos la pregunta «¿qué soy yo y quién soy yo

ahora, sin mi historia, sin mi deseo actual, sin mi guión?». Si la mente pudiese

decir algo, contestaría «no lo sé», pues la mente no sabe estar disuelta, no sabe

qué o quién es sin su papel o sin su personaje.

El actor que interpreta todo esto recibe el nombre de «yo». Incluso cuando

vamos al satsang de buena gana o cuando nos sentimos llamados a asistir, ese

actor sigue presente y lo que la mente suele decir es «estoy aquí». Pero si

miramos qué hay detrás de ese «estoy aquí», es como si estuviésemos gritando

en una habitación vacía; oímos un eco, «estoy aquí», y eso es lo único que

encontramos cuando miramos. ¿Quién? «Estoy aquí.» ¿Quién?

Entonces empiezas a relajarte todavía más, dejas de engancharte al sutil juego

de creerte un actor con un papel. Comienzas a ver que sólo se trata de una

narrativa. Si miras de verdad, tendrás la magnífica oportunidad de disolverte,

pues descubrirás que ahí no hay ningún actor, no hay nadie.

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Si te disuelves de esa manera, permitirás que la experiencia sin palabras se

haga presente. Se trata de la experiencia sin palabras del ser, y podrás

experimentarla por ti mismo. Te darás cuenta de que no se trata de ningún

guión ni de ningún papel; no sigue agenda alguna y no le pide nada al

momento presente. Tú tampoco eres el actor. Lo que tú eres es previo a la idea

que tienes sobre ti.

A menudo asumimos que lo que tú eres, sin tu papel, está oculto en alguna

parte. Por tanto, si te deshaces de tu papel, si vas más allá del personaje llamado

«yo» y alcanzas la verdad de tu ser, tal vez pienses que tienes que encontrar

algo o a alguien oculto. «No hay nadie ahí, pero de todas formas seguiré

buscando, seguiré buscando al Ser, a la Verdad, a mi yo iluminado.» La

búsqueda de tu yo iluminado no es más que otro papel, otro guión. Forma parte

del guión del buscador espiritual. Si te deshaces de ese guión, ¿ahora qué eres?

Evidentemente, si quiero que te preguntes quién eres es porque estás viviendo

la respuesta en este preciso instante. Nada de lo que pudiera decirte podría

sustituir esa vivencia de la respuesta. Por eso se ha dicho tantas veces que sólo

están despiertos aquellos que no saben quiénes son. El resto del mundo sabe

quién es. Son su guión, sea el que sea, aunque ese guión sea el de «no estoy

despierto». Despertar es no tener ningún guión, es saber que un guión no es

más que un guión, a fin de cuentas, y que una historia no es más que una

historia.

Existe un estado de la mente en el que ésta se dice: «No tengo ni idea de quién

soy», pues es incapaz de encontrar el guión adecuado. La iluminación es la

realización que tiene lugar cuando la mente dice: «Me rindo. No tengo ni idea

de quién soy». Cuando empieces a comprender esto, te darás cuenta de que si te

apartas de tu guión, si dejas de creerte alguien diciendo algo y te deshaces de

estos papeles por un momento, dejarás de ser quien creías ser. Acudir al satsang

implica una revolución para esta idea del «yo», pues el yo cree que encontrará

la felicidad cambiando de guión, de papel, de identidad (aunque ésta consista

en no tener ninguna). Hará lo que sea para que la pelota llamada «yo» siga

rodando.

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Nuestra cultura espiritual se ha vuelto muy confusa. Cada vez contamos con

más conceptos espirituales sutiles. Muchas personas han sustituido las viejas y

pesadas nociones de Dios y el pecado por los conceptos de conciencia y

condicionamientos, que resultan un poco más suaves. La espiritualidad

moderna se encuentra ante estos conceptos extremadamente abstractos. Cuanto

más abstractos son los conceptos, también son más transparentes. No es fácil

elaborar una imagen de la conciencia que podamos poner sobre el altar. Tu altar

se vacía continuamente. Si quieres ver la Verdad, no pongas nada ahí. El mejor

altar sería un altar vacío.

Sin embargo, si te identificas con los conceptos abstractos, éstos también

podrán atraparte, lo que impediría que tu mente se disolviera. Aunque tengas

una experiencia de iluminación repentina, la mente entrará fácilmente en este

espíritu de conciencia viva, le pondrá un sello y lo convertirá en algo: «Esto es

iluminación, o conciencia, o atención, o el Ser». Con tal de no disolverse, la

mente le pondrá cualquier nombre. Por consiguiente, a no ser que los cojamos

con pinzas, los conceptos más sagrados también pueden convertirse en una

forma sutil de defenderse de ese estado presente del ser que no puede ser

encasillado en ningún concepto.

Si nos preguntamos: «¿Quién soy yo sin mi concepto del yo? ¿Quién soy yo sin

mi yo?», lo que no tiene palabras ni conceptos podrá abrirse enseguida. Permite

esa experiencia, pues es la respuesta viva a las preguntas de «¿quién soy yo?» o

«¿qué soy yo?». La respuesta no es ningún concepto muerto, tiene vida. ¡Está

viva! En este preciso instante de radiante iluminación, un misterio se abre paso

permanentemente, a cada momento. Este estado vivo del ser,

independientemente del nombre que le pongas, es lo único que has sido desde

siempre, lo único que siempre serás y lo único que eres ahora mismo. No eres

un ser humano, eres un ser con apariencia humana.

La verdadera búsqueda es como una pregunta infantil: «¿De verdad soy

esto?». No lo pienses y disuélvete cada vez más en la pregunta. Cuanto mayor

sea tu sinceridad a la hora de entrar en lo desconocido, mayor será tu

disolución. ¿Te has dado cuenta de que la mente no sabe qué hacer? Date la

oportunidad de tener esa sensación de no saber y no hagas nada por disolverte.

Percibe la radiante iluminación que se encuentra justo en el centro.

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Misteriosamente, cuando te des la oportunidad de reconocer esa conciencia,

podrás despertar y te darás cuenta de que tú eres esa conciencia.

Cuando le des paso a la conciencia, te darás cuenta de que está jugando con tu

vida. No sigue la agenda de tu yo, que tiene todas esas ideas sobre los efectos

de la iluminación. Tu agenda no tiene ninguna importancia para tu conciencia.

Esta última se mueve, no escucha tus deseos, y tú se lo agradeces. Descubres

que tiene movimiento propio y comprendes que la verdadera entrega consiste

en fluir con ese movimiento. Eso es lo que significa, precisamente, «hágase tu

voluntad».

La mente tal vez se preocupe al disolverse y desprenderse de todos sus

conceptos y de todos sus guiones. Podría decir: «Quizá no consiga lo que

quiero». Sin embargo, ¡qué suerte tienes si no consigues lo que quieres! El

despertar no me dio nada de lo que yo esperaba. Creía que iba a resolver

muchas cosas. Tenía muchas ideas sobre lo que me iba a aportar. ¡Olvídalo! No

es que no consigas lo que quieres, sino que ya no te importa conseguir una cosa u

otra. Desde mi despertar, lo único que sucedió es que dejé de esperar nada.

Descubrí que la necesidad de cosas para ser feliz no era más que un espantoso

sueño.

En el satsang le das la bienvenida al misterio de tu ser. Esto contrasta con el

desplazamiento del ser producido por una espiritualidad que define el misterio

o lo llena de perlas, de flores y demás, para que parezca un misterio aún más

poderoso. El satsang

implica una bienvenida, una bienvenida de tal magnitud que la identificación

se deshace y surge el misterio: «¡Vaya, pero si yo soy esto! Creía que yo era

quien se regía por esa agenda. Creía que era un actor con unos papeles

concretos. Creía que era esos papeles». Nada de eso es verdad. Llamamos

muerte al momento en el que el papel llamado «soy un ser humano» llega a su

fin. Si dejaras que ese papel muriese antes que tu cuerpo y lo pusieses a

descansar en este preciso instante, sería mucho más fácil. El satsang te da la

oportunidad de despertar para ser lo que eres eternamente y para tener una

vida auténtica.

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3

Apertura

Cuando nos reunimos para explorar la Verdad, una parte importante del

satsang es la apertura del corazón. Algunas personas tienen más facilidad para

abrir la mente, otras abren el corazón con más facilidad, pero para estar aquí

tenemos que abrir ambos. Cuando estás abierto no filtras tu experiencia, no

construyes barreras. No intentas defenderte, sino que te abres al misterio y te

cuestionas lo que crees.

Cuando te des la increíble oportunidad de dejar de buscarte en ningún

concepto o sentimiento, la apertura se expandirá y tu identidad se convertirá,

cada vez más, en apertura. Esto contrasta con cualquier lugar de referencia de la

mente llamado creencia o con cualquier sensación específica del cuerpo. No se

trata de deshacerse de los pensamientos ni de los sentimientos, sino de situarse

fuera de ellos.

La apertura no ocupa ningún sitio concreto. Está por todas partes. Todo cabe

en su interior. Puede contener pensamientos. O sensaciones. Quizá contenga

sonidos. Tal vez contenga silencio. Pero nada es una molestia ante la apertura.

A tu verdadera naturaleza no le molesta nada. Nos molestamos cuando nos

cerramos para identificarnos con un punto de vista concreto, con una idea de lo

que somos o de lo que creemos ser; entonces vamos en contra de lo que está

pasando. Pero cuando somos nuestra verdadera naturaleza, que es apertura,

descubrimos que nunca vamos en contra de nada. Todo lo que está pasando en

la apertura es perfecto, así que podemos responder a la vida de manera sabia y

espontánea.

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El satsang tiene que ver con el acto de recordar. Es como si hubieses olvidado

que eres esta apertura y te creyeras que eres otra cosa. Los seres humanos han

elaborado un sinfín de mitologías sobre este olvido, aunque el cómo de este

olvido realmente no importa. El satsang no tiene como objetivo cambiarte ni

modificarte, sino recordarte lo que eres. La Verdad tiene que ver con el mero

hecho de recordar, reconocer o comprender tu verdadera naturaleza.

¿Has olvidado alguna vez algo que hubieras tenido en la mente un momento

antes? Aunque la mente se esfuerce por recordarlo, lo más probable es que eso

sólo lo dificulte aún más. ¿Qué podrías hacer? Relajarte un poco. Olvidar lo que

quieres recordar y relajarte. «¡Vaya, sí, eso es!» La respuesta surgirá de la nada.

Con la realización pasa lo mismo: se produce en este preciso instante, cuando

nos relajamos en el no saber.

Puedes sentir la apertura ahora mismo. No tienes que abrirte, y tampoco tienes

que expandir tu apertura. Limítate a reconocer la apertura tal y como es, aquí y

ahora. Conócela por dentro, por fuera, por todas partes. Limítate a sentir la

experiencia de la apertura. Deshazte de la palabra «apertura». Cuando

desaparezca, la experiencia se hará más profunda y, progresivamente, más

indescriptible. Limítate a ser desde ese lugar indescriptible. Las palabras dejarán

de agobiarte y tu experiencia se expandirá más allá de la limitación de esas

palabras. Pero en cuanto impongas la palabra «apertura», tu experiencia

adquirirá un sabor determinado, que no será del todo exacto. Aunque sea muy

parecido, no será igual que antes del concepto.

Esta relajación puede hacernos profundizar. Tal vez parezca una caída libre a

lo desconocido de la mente, que en general conceptualiza la profundización y

limita así la experiencia, pero en realidad se trata de un conocimiento más

profundo de la experiencia del ser. En esa experiencia más profunda, el ser

limitado que creías ser comienza a darse cuenta de que es esta otra apertura.

Verás que los demás también son esta apertura. Cuando te liberas, no se libera

sólo tu yo: se libera el Ser. Recuerdas el Ser de todo el mundo, pues es el mismo.

Cuando entiendes esto, la interacción humana se transforma por completo.

Mente abierta, corazón abierto. Toma conciencia de que no tienes que proteger

a nadie. No tienes que levantar barreras emocionales y tampoco necesitas la

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sensación de separación y aislamiento que te proporcionan esas barreras. Tu

necesidad de protección se debía a un malentendido muy inocente. Este

malentendido se originó en tu primera infancia, pues cuando recibiste tu

imagen personal, también obtuviste un kit para levantar muros que pudiesen

proteger esa imagen. Aprendiste a ir añadiendo cosas al kit según las

circunstancias. Si una buena dosis de rabia te parecía útil, la añadías al kit; o le

añadías resentimiento, vergüenza, condena o victimismo. Independientemente

de que la imagen a la que te aferres sea la de una buena persona o no, el kit de

identidad te sirve para proteger esa imagen.

Es muy inocente. No te das cuenta de lo que está pasando. Y seguirá

sucediendo hasta que comprendas que la imagen de tu «yo», tanto en la mente

como en el cuerpo, va asociada a la necesidad de protección. No puedes tener la

una sin la otra. Van en el mismo paquete.

Cuando dejas de protegerte, la verdad sale a la superficie y acaba con tu

imagen personal. Esto explica que la imagen vaya asociada a un muro, pues, si

no fuera por él, el recuerdo de tu verdadera naturaleza afloraría enseguida y

acabaría con la imagen, fuese buena o mala. No existe ninguna imagen sin

muros y todas las imágenes conllevan sufrimiento. Pero no te limitas a levantar

muros a tu alrededor, también proyectas muros en los demás, y las imágenes

que elaboras sobre ellos te impiden ver su verdadera naturaleza.

Si estás preparado para ver que las imágenes no son reales, los muros acabarán

cayéndose. Cuando el muro intelectual se abre, tu mente se abre. Cuando el

muro emocional se abre, tu corazón se abre. Cuando la comprensión de la

Verdad desplaza al yo limitado, de repente dejas de tener imágenes personales

y percibes, únicamente, una presencia total. ¡Presencia total! Esta apertura está

presente y no contiene ninguna imagen. No tienes que protegerla. Podríamos

pegarle un grito, pero el sonido se perdería por el espacio. No importa.

Podríamos amarla, lo cual sería agradable, pero no le añadiría ni le restaría

nada.

Lo más divertido de la Verdad (iluminación o despertar) es que, aunque no

está escondida, no la vemos. Está cerca, esperando el momento oportuno en el

que la merezcamos. Nos cuesta encontrarla porque ya está ahí. Esta apertura

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siempre ha estado ahí. Si tuviera voz, habría estado diciendo algo así: «¡Por el

amor de Dios, me pregunto cuánto tiempo va a durar todo este asunto de tu

imagen!».

Este Ser sin imagen, llámese iluminación, conciencia o apertura (cualquier cosa

que te ayude a recordarlo), es muy silencioso. Pero no me creas. Asimila las

palabras. Descúbrelo por ti mismo. Tú eres la autoridad. Yo sólo soy el

mensajero.

Cuando asimiles que eres apertura, tu cuerpo físico irá entendiendo que no

necesita proteger nada. Entonces podrá abrirse. A nivel emocional sentirás algo

en tus músculos y en tus huesos. Después, las funciones más profundas del

cuerpo empezarán a desplegarse y se convertirán en la expresión de la apertura

en tu cuerpo físico. Será una expresión de verdad, no una protección del yo. Tu

cuerpo se convertirá en una extensión de la apertura. El movimiento de tu pie, o

de tu mano, se convertirá en una expresión de apertura; percibirás el contacto

con un objeto como una extensión de la apertura. Sentirás una fascinación casi

infantil hacia el movimiento, hacia tus sentidos y hacia lo que está presente en

el mundo. La diferencia con el niño reside en que cuando el despertar espiritual

madura y se hace más profundo, tú obtienes algo que el niño no posee:

sabiduría. Con el tiempo, el niño se identifica con los objetos de su atención y

con los mensajes que los demás le dan sobre él. Cuando el cuerpo-mente

maduro comienza a ser una extensión de la apertura, de su verdadera

naturaleza, redescubre la inocencia, con la diferencia de que ahora posee una

profunda sabiduría que le permite quedarse fascinado sin aferrarse a nada y sin

quitarse nada, pues no es necesario. El movimiento y la fascinación, por tanto,

no son infantiles. Son como los de un niño, aunque absolutamente sabios. Esta

apertura contiene la sabiduría más profunda. Por fin podrás fascinarte sin

perderte en ninguna identidad y sin sentir amenaza alguna.

El mundo del niño gira en torno al cuerpo. Así es como debería ser, así tiene

que ser. Pero el sabio inocente no hace nada por mantener el cuerpo. Lo

mantiene, pero no le mueve el miedo a no hacerlo. Por eso, al volver a recordar,

al regresar al hogar más profundo de tu Ser, encontrarás la libertad de estar

aquí, viviendo esta vida sin temor.

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Otro aspecto de la apertura es la intimidad. El acceso más rápido a la Verdad,

y también a la belleza, se produce cuando intimas plenamente con la

experiencia completa, la interior y la exterior, aunque ésta no sea «buena».

Cuando intimas con la totalidad de la experiencia, la mente dividida se ve

obligada a deshacerse de todo lo que esté proyectando en ese momento. En esta

intimidad nos abrimos enormemente y descubrimos una gran vastedad. En

cuanto intimas con la experiencia completa accedes a la apertura,

independientemente de que la experiencia tenga una cualidad bella o

desagradable.

Cuando intimas con la experiencia total del momento, la conciencia no se

limita a lo que sucede en tu cuerpo emocional, en tu cuerpo físico, en tus

percepciones o en tus pensamientos. Tendrás una única gran percepción,

sensación o pensamiento, y todo tenderá a desaparecer. Cuando el todo se

percibe a sí mismo, no se parece nada a la experiencia. Como decía el maestro

zen Bankei, cuando conseguimos llegar a ese tipo de relajación «todo se

gestiona a la perfección en lo No Nacido». El usaba el término No Nacido para

referirse a lo que yo llamo Verdad. Cuando el todo se percibe a sí mismo, da la

impresión de que lo No Nacido se autogestiona totalmente. Jamás se aferra a

experiencia alguna. Y cuando te liberes de tu proyecto o de tu planificación,

verás que lo No Nacido lo gestiona todo a la perfección.

A veces te das cuenta de que tienes algún proyecto en mente. Estás intentando

librarte de algo, o entender algo, y tu mente está dándole vueltas. Considera la

posibilidad de darte un descanso y dejar de pensar durante un rato. Einstein lo

hacía. Pensaba en un problema y, más tarde, dejaba de pensar en él, pues

consideraba que había llegado al límite, que había agotado el proceso del

pensamiento racional. Pero eso tiene truco. Cuando descubrimos que el proceso

de pensamiento racional nos ha dejado en un extremo, en vez de detenernos

ahí, la mayoría de nosotros damos un giro de noventa grados, a derecha o

izquierda, y seguimos moviéndonos por ese extremo, pensando en horizontal,

acumulando más hechos, experiencias y recuerdos. Es una pérdida de tiempo.

El único uso potente del pensamiento consiste en detener el proceso racional

cuando llega al límite. Esto permite que otra cosa proporcione lo necesario,

como cuando Einstein se detenía en el límite del proceso mental y, después, se

daba la oportunidad de recibir sus frutos. Lo No Nacido gestiona todo a la

perfección por la sencilla razón de que intima con la experiencia.

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El acceso más rápido a esta apertura de tu verdadera naturaleza no depende

tanto del pensamiento como de los cinco sentidos. Si escuchas la totalidad del

momento y no te limitas a los sonidos disponibles para tus oídos, por ejemplo,

si sientes la totalidad del momento, te abrirás más allá del espacio limitado del

yo. Tendrás una determinada sensación en el cuerpo y simplemente la sentirás:

se expandirá. Sentirás la quietud absoluta. Sentirás los pájaros. Percibirás qué se

siente al escuchar un sonido.

Los cinco sentidos te ofrecen un acceso inmediato a aquello que no ha sido

creado por la mente, a lo que está más allá de la realidad mental. Cuando

permitas que tus cinco sentidos comiencen a abrirse te llevarás una sorpresa. Te

darás cuenta de que el noventa y nueve por ciento de tu problema residía en

que todo estaba limitado, concentrado en una sola dirección, y cuando te abras

al todo verás todas las cosas con claridad. En cuanto empieces a sufrir, verás

que tus cinco sentidos habrán dejado de centrarse en el todo para enfocarse en

una sola cosa, la que esté causándote el sufrimiento.

Empezarás a ver que el sufrimiento surge, en gran medida, porque esta

concentración en un punto estrecho de la experiencia dificulta enormemente la

autogestión del No Nacido. Pero en cuanto la concentración se expande, lo No

Nacido se autogestiona y, aunque parezca lo contrario, todo estará bien.

Entonces podrás ir más allá de las limitaciones de los puntos de vista y verás

que no eres tú el que percibe todas estas experiencias, sino que se trata del todo

percibiéndose a sí mismo.

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4

Inocencia

Mi despertar profundo determinó que surgieran en mí tres cualidades:

sabiduría, inocencia y amor. Aunque forman parte del mismo todo, podríamos

expresar esta totalidad a través de estas tres cualidades.

La iluminación le abre la puerta a la sabiduría. Cuando hablo de sabiduría no

quiero decir que me volviera listo de repente. Me refiero, simplemente, a que

comprendí la Verdad. Esta Verdad es lo que yo soy. Es lo que el mundo es. Es lo

que es. La sabiduría es la comprensión de lo que eres. Es la comprensión de la

Verdad, la única, la exclusiva y auténtica verdad. Esta Verdad no pertenece a la

filosofía, ni a la ciencia, ni a la fe, ni a las creencias, ni a la religión. Está más allá

de todo eso, mucho más allá.

La segunda cualidad que surgió tras el despertar fue la inocencia. Esta

tremenda inocencia produce la sensación de novedad permanente en la vida.

Desde el despertar, el cerebro ya no se aferra a nada ni se compara, por lo que

cada momento es experimentado desde la novedad, como en la mente de un

niño pequeño. La mente adulta tiende a asimilar las cosas y compara las

percepciones a la letanía de cosas que le hayan sucedido en el pasado;

básicamente, sostiene la actitud de «he estado allí, lo he hecho». Es bastante

árida, aburrida y seca. La mente inocente surge cuando desaparecen estas

comparaciones. Podríamos referirnos a esta inocencia con el término

«humildad», pero yo prefiero la palabra «inocencia» porque creo que se acerca

más a la experiencia auténtica.

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La tercera cualidad que surgió fue el amor. Este amor se refiere simplemente a

la existencia. La iluminación despierta un amor por lo que es, por todo lo que es.

El mero hecho de que algo exista parece maravilloso, pues cuando la visión del

despertar es profunda, nos damos cuenta de lo delicada que es la existencia. No

me refiero a que podamos morirnos en cualquier momento. Lo que quiero decir

es que presenciamos un milagro increíble, vemos lo fácil que sería que no

hubiese absolutamente nada aquí. (En realidad no hay absolutamente nada,

aunque ésa es otra historia.) Percibimos la existencia de algo como un

verdadero milagro, y a partir de esta visión nace un amor enorme por lo que

simplemente es. Este amor difiere del que sentimos cuando amamos porque

hemos conseguido lo que queremos, o cuando encontramos la pareja perfecta.

Se trata de un amor al mero hecho de tener cordones en los zapatos, o a que

existan las uñas de los pies; es ese tipo de amor. Cuando comprendemos que

todo y todos somos el Uno, surge un tremendo amor por el mero milagro de la

vida.

Cuando el despertar es muy profundo, dejamos de funcionar desde el yo

personal, es decir, dejamos de relacionarlo todo «conmigo». Los pensamientos

no tienen que ver conmigo; las sensaciones no tienen que ver conmigo; lo que

hacen los demás no tiene que ver conmigo. Cuando la conciencia se encuentra

inmersa en el ego, todo lo que ocurre, literalmente, me ocurre a mí, ¿verdad?

Ése es el estado «normal» de conciencia.

Nadie puede explicar realmente qué es el yo personal; simplemente lo

sentimos. Es algo visceral. No es sólo nuestra forma de actuar o lo que decimos;

es la fijación central de nuestro yo. Cuando vemos a través de él, nos damos

cuenta de que el yo personal no es lo que somos y comprendemos que nada es

sustancial. Cuando vemos nuestra verdadera naturaleza, aparece una paradoja:

a medida que comprendemos que no existe ningún yo, nos hacemos más

presentes.

En mi experiencia, por tanto, la inocencia y el amor ocuparon el lugar del yo

personal. Habían estado ahí siempre, evidentemente, pero estaban cubiertos

por la cantidad de pensamientos y de sensaciones que habían constituido mi

«yo». Esta inocencia sigue sorprendiéndome, pues no se agota nunca.

Independientemente de cuánto vea, o de cuánto profundice su visión o su

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madurez espiritual, sigue siendo inocente, haciéndose más inocente. Cuando

estamos en el estado de conciencia del ego, cuanto más sabemos menos

inocentes nos sentimos. Pero con nuestra verdadera naturaleza, cuanto más

sabemos, nos sentimos más inocentes.

Si llamo inocencia a esta sensación no es sólo porque conlleve la sensación de

inocencia con la que todos podemos identificarnos, sino porque también lleva

implícita una sensación de gran desprotección. Cuando estamos desprotegidos

nos damos cuenta de que esta inocencia sólo procede de ella misma. Podemos

entenderlo así: cuando nos relacionamos desde el ego, partimos básicamente de

una idea, de un punto de vista que es un conjunto de creencias o de recuerdos.

Cuando partimos de la inocencia, no procedemos de ninguna idea, de ningún

punto de vista y de ninguna creencia. Venimos de la inocencia, que no implica

ningún punto de vista concreto. No tiene ninguna ideología, ninguna teología;

no lleva asociada ninguna lista de creencias ni de ideas. Es la única cosa del

mundo que está segura de no saber qué es lo que pasa. En la inocencia no

tenemos ni idea de lo que pasa, y en eso reside la maravilla. Cuando digo que

no sabemos lo que pasa, lo que quiero decir es que no utilizamos el

pensamiento para relacionarnos con la experiencia. Al experimentar algo,

damos un rodeo al pensamiento. No filtramos la experiencia en absoluto. Por

eso es inocente.

Este aspecto del yo iluminado, esta inocencia, en realidad está presente en

todos los seres de alguna forma. La mente o el ego tal vez consideren que es un

lugar agradable para ir de visita, pero les aterra la idea de quedarse ahí, pues se

quedarían sin las herramientas del estado de conciencia egoísta; dichas

herramientas quedarían inutilizadas. Al ego le gusta visitar este lugar porque le

produce un pequeño alivio agradable, como si nos fuéramos de viaje a las

Bahamas en nuestro interior durante un par de minutos. Pero a la hora de

quedarse, la mente no se siente muy cómoda, pues ahí deja de ser operativa.

Vemos que no somos lo que creíamos ser y que el mundo tampoco es lo que

creíamos. Todo es nuevo, abierto e impredecible, y esto hace que el ego se sienta

inseguro.

Entender la profundidad de esta inocencia no es fácil. Si estuvieras sentado y

experimentases una sensación corporal que etiquetarías mentalmente como

miedo, la inocencia no lo sabría. La inocencia ni siquiera reconocería la

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sensación clasificada como miedo por la mente, pues no la percibiría a través de

ésta. La vería como «madre mía, ¿qué es esto?». Cuando te interesa algo, vas

hacia ello. Si te interesa un sonido, te acercas a él. Si te interesa un olor lo

hueles. La inocencia se limita a mirar con curiosidad y se pregunta «¿qué es

esto?». Y se acerca mucho a la sensación. Descubre la sensación a través de la

experiencia, en vez de la idea. La sensación de miedo recibida de la experiencia

difiere mucho de la que se recibe a través de nuestra idea sobre el miedo. Como

la palabra «miedo» ha pasado de generación en generación, en cuanto surge en

la mente el pensamiento que dice «miedo», ya no está refiriéndose a este preciso

instante y pasa a hacer referencia a incontables generaciones de miedo.

Pero la inocencia no ve a través del pensamiento, así que le da un rodeo a la

historia. Cada instante es un nuevo descubrimiento. El ego de la mente no lo

elige: «De acuerdo, voy a ser inocente, voy a descubrir cada instante y voy a

prestar atención». Esto imposibilitaría la inocencia, pues la convertiría en un

proyecto del ego. La inocencia ya existe, y se acerca a cada momento

experimentándolo de forma plenamente inocente. Cuando entras en contacto

con esto, comienzas a sentir la curiosidad infantil implícita; descubres que

sientes curiosidad por cada experiencia, por cada cosa. Por eso muchas

religiones aconsejan ser como un niño (que no es lo mismo que infantil), pues

esa actitud se interesa mucho por la naturaleza de las cosas. Ésta es la cualidad

de novedad que sentimos cuando dejamos de vivir desde un yo separado.

Evidentemente, seguimos teniendo cerebro y pensamientos, así que

continuamos aprendiendo cosas y acumulando experiencias. El ego siempre

percibe las cosas a través de este conocimiento acumulado. Cuando vivimos

desde un yo no separado, la única diferencia es que no percibimos desde esa

acumulación, aunque podamos acercarnos a ella cuando lo creamos necesario.

Cuando percibimos a través de la experiencia, obtenemos la extraordinaria

capacidad de ser sabios en cada momento, pues la sabiduría más profunda del

momento surge en ese estado. Esta sabiduría sólo le pertenece al momento y no

forma parte de nuestro conocimiento acumulado. En zen lo llamamos prajna,

«sabiduría central», y pertenece al todo. Pertenece al momento. Dejamos de

relacionarnos desde la sensación del yo personal y lo hacemos desde la

totalidad de la existencia.

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El despertar también me descubrió la cualidad de amar el mero hecho de

existir. No era un amor generado por nada. No se basaba en un buen día, en

una buena persona, en un buen encuentro o en una buena sensación. En

realidad, aunque no fuera un día tan bueno, ni un encuentro tan bueno, ni una

persona tan buena, ni una sensación tan buena, yo sentía el mismo amor. Es un

amor que ama la vida porque ésta le permite encontrarse permanentemente

consigo mismo.

El despertar revela la inexistencia del yo separado, y así descubres que eres

todas las cosas. Resulta paradójico. Descubrimos que no somos nada y, al

mismo tiempo, que somos absolutamente todo. Cuando lo vemos nos damos

cuenta de que lo único que ocurre es que el amor se encuentra consigo mismo, o

que te encuentras contigo mismo, o que la Verdad se encuentra consigo misma,

o que Dios se encuentra consigo mismo. El amor se encuentra consigo mismo a

cada momento, aunque el momento sea terrible. Esto no sucederá nunca desde

el estado de conciencia del ego, que lo filtra todo a través de la mente. Desde la

inocencia, sin embargo, el amor se encuentra consigo mismo a cada momento.

Si me amas, se encuentra consigo mismo. Si me odias, bien, también se

encuentra consigo mismo. Y eso le encanta. Me estoy refiriendo al Uno, que se

encuentra consigo mismo, comprendiéndose y experimentándose.

Es un amor que incluye las sensaciones positivas asociadas al amor, pero

también trasciende totalmente estas sensaciones. Es un amor mucho más

profundo que la experiencia. Si te fijas en alguna cualidad del amor que hayas

experimentado, no importa de qué tipo, ¿has observado que el amor verdadero

te abre la mente y las emociones? El ego cierra puertas continuamente. A nivel

emocional e intelectual, en cuanto el momento deja de ser «adecuado», lo que

sucede en el noventa y nueve por ciento de los casos, el ego empieza a dar

portazos. Pero, aunque se encuentren ante algo muy desagradable, la inocencia

y el amor no dan ningún portazo.

Fíjate en que a medida que veas más allá de tu sensación del yo, irás

sintiéndote más inocente. Y a medida que conozcas mejor la inocencia, el amor

irá saliendo más a la superficie y empezará a experimentarse, a vivirse y a

moverse en esta vida. La sabiduría está disponible en ese preciso momento

porque estamos abiertos. Así que la sabiduría se hace más profunda, y la

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inocencia también. La inocencia hace posible que haya más amor y, cuanto más

amor haya, habrá más sitio para la sabiduría, y así se perpetúa el círculo.

La sabiduría se hace posible gracias a estas cualidades de amor e inocencia,

que no sólo resultan del florecimiento de tu verdadera naturaleza, sino que

también posibilitan la conciencia y su encarnación.

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5

Armonización

Una de las definiciones de la iluminación, según el zen, es la armonización del

cuerpo y la mente. Esto también implica la armonización del espíritu y la

materia. Cuando el espíritu y la materia están en armonía es como si naciese

una tercera entidad; en realidad se trata del «Camino Medio» del budismo. El

Camino Medio no tiene nada que ver con la idea de estar a medio camino entre

dos opuestos. En el Camino Medio la materia y el espíritu están en armonía, y

se entiende la unicidad innata. El espíritu y la materia no son dos cosas

distintas, sino dos aspectos del Uno. La realización de nuestra verdadera

naturaleza consiste precisamente en esto.

Los seres humanos nos identificamos con la materia en cualquiera de sus

manifestaciones, sutiles o groseras. La materia es cualquier cosa que podamos

tocar, ver, sentir, percibir o pensar. Una sensación es materia y una emoción

también lo es, al igual que un cuerpo, un coche o una superficie.

La esencia de la materia es el espíritu. La materia se anima a través del

espíritu, la fuerza de la vida, y no podemos separarlos. Aunque hablemos de

ellos como si fuesen dos cosas diferentes, si eliminásemos la fuerza de la vida

no quedaría materia alguna. La materia no estaría muerta. Simplemente no

habría materia.

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La realización consiste, entre otras cosas, en desplazar nuestra identificación

con la materia (que se manifiesta como personalidad o «yo») hacia la

identificación con el espíritu. La verdadera iluminación se produce cuando la

materia y el espíritu están en armonía. Nos podemos referir a esta armonía con

los términos de no diferenciación o unicidad.

Cuando comprendemos que somos espíritu podemos tener una armonía

mucho más profunda que antes, aunque quizá sigamos sintiendo cierta

disonancia. Debemos comprender el valor de exponernos a la enseñanza, que es

lo mismo que exponernos a lo que es, en cada momento y en todos los

momentos, pues esto puede ser muy útil. Tenemos que exponernos igual que lo

haríamos al sol si quisiéramos ponernos morenos. En vez de ponernos la ropa,

nos la quitaríamos. Si queremos ser libres, no nos vestimos de conceptos, ideas

y opiniones; nos los quitamos. Entonces, sin hacer prácticamente nada, sucede

algo. Si queremos profundizar esta armonía no podemos aferramos a los

conceptos, del mismo modo que tampoco podemos ponernos morenos por

todas partes si seguimos medio vestidos. Así no nos transformaremos. Pero

cuando estamos completamente desnudos y plenamente expuestos, podemos

transformarnos e iluminarnos de un modo muy natural.

Hace muchos años, uno de mis dos maestros (Kwong Roshi) se enteró de que

me iba a ir con la mochila a la montaña durante unos meses, así que me enseñó

a descubrir el lugar adecuado para pasar la noche. No me dio ninguna

instrucción. Simplemente habló de ello durante un rato y, de repente, me di

cuenta de que yo sería capaz de sentir directamente el entorno que fuese

apropiado para mí. De la misma forma en que sentimos nuestro entorno,

también podemos sentir si el espíritu y la materia están armonizados en ese

entorno. Si lo están, será el adecuado para quedarse en él, pues nos armoniza de

un modo bastante natural.

Cuanto mayor sea la armonización, la Verdad (o el esplendor) estará más

intensificada en nuestro interior. Evidentemente, el esplendor está por doquier.

No podemos escapar de él. Pero durante un tiempo conviene tener alguna

ayuda, pues podemos dejar de sentir que el esplendor está por todas partes

todo el tiempo. Según vayamos profundizando, iremos experimentando el

esplendor por todas partes, aunque no aparezca de forma concentrada,

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poderosa ni potente. Si estamos dispuestos a exponernos a las experiencias y a

los lugares que lo potencian, lo conseguiremos.

En todos los retiros que organizo puedo sentir el momento en el que el retiro,

como conjunto, comienza a armonizarse en materia y espíritu (unas personas

antes, otras después). Cuando esto sucede, algunas personas se sienten felices y

otras se asustan, pues el retiro se hace más poderoso. Dicen que para despertar

hay que pasar tiempo con seres despiertos, para armonizarse. Podría tratarse de

seres humanos despiertos, de árboles despiertos, de montañas despiertas, de

ríos despiertos, o de cualquier entorno. Los seres humanos pueden estar más o

menos despiertos; lo mismo ocurre con los árboles, con una montaña, con un

cañón, con la cima de un monte o con una esquina de nuestro barrio. Cuando

nos exponemos a esa conciencia, a ese entorno donde la materia y el espíritu

están en armonía, eso nos ayuda a despertar. Al fin y al cabo, el satsang hace lo

mismo. Y la meditación. Nos exponemos a nosotros mismos y entonces, de un

modo bastante natural, el espíritu y la materia se armonizan. De repente todo

encaja, sin hacer nada. Cuanto menos hagas, mejor.

Cuando nos relajamos y permitimos que surja esta armonización natural, nos

despertamos profundamente a la belleza de nuestro entorno, tal y como es, y a

la belleza de nuestro yo. Es el Camino Medio, aunque realmente no está en el

medio; lo engloba todo. Esta influencia sutil puede llegar a ser muy fuerte. Es

resbaladiza, como la niebla que se mete por las grietas y hendiduras de nuestra

vida. No es proclive a anunciarse con fanfarrias.

Me acuerdo del día en que estaba de retiro con Kwong Roshi y de pronto me

di cuenta: «¡Sé lo que está pasando!». No en la mente, sino en mi interior. Esa

influencia, esta belleza, empezó a despertarse en mi interior y comprendí algo

de lo que no se podía hablar, aunque estaba disponible en todo momento.

Cuando me sentaba a escuchar a Kwong en los retiros, unas veces estaba muy

interesado y escuchaba con mucha atención, y otras veces no me sentía tan

interesado, así que no escuchaba con tanta atención. Como él decía: «Lo que se

dice, a veces es bueno; otras, no tanto. Así es como funcionan las charlas». Fue

en uno de esos días en los que no estaba escuchando las palabras con tanta

atención. No estaba fantaseando, simplemente no estaba escuchando con toda

mi atención. De pronto sentí una sutil corriente de presencia, como si fuese

humo. Entonces entendí: «Eso es lo que está haciendo. No tiene nada que ver

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con este parloteo, palabras y más palabras». Me di cuenta de que eso no era lo

que estaba sucediendo, o al menos tan sólo era una pequeña parte de lo que

estaba sucediendo. Recuerdo que seguí ahí sentado con una sonrisa, pensando

en lo escurridizo que era el maestro porque, por alguna razón, sin ninguna

elección por su parte ni por la de ninguno de los presentes, lo que ocurrió fue

una magnificación de algo muy sutil, pero muy penetrante.

Es escurridizo, pues creemos que no está sucediendo nada. Así que no

tratamos de conseguir nada. Por consiguiente, yo me lo había perdido hasta ese

preciso día, con ese preciso discurso, a partir del cual experimenté la fuente

sutil que brillaba y brillaba. La vi y la sentí, y después también brilló en mi

interior. Yo tenía lo mismo dentro. Empecé a ver, ¡esto es lo que soy! Esto le da

vida a todo. Sentí una armonización hermosa y perfecta entre el cuerpo y la

mente, la materia y el espíritu. Sucedió por simple exposición. Yo no lo llamaría

un auténtico despertar, pero lo pude saborear percibiendo la presencia sagrada.

El carisma puede ser muy hermoso. Pero si un maestro es demasiado

carismático, los estudiantes tienden a quedarse enganchados a él. Tienden a

limitarse a ver el cuerpo, para luego decir: «¡Qué persona tan maravillosa!». Tal

vez sea una persona maravillosa, pero eso no es lo que importa. Considero que

el hecho de que ninguno de mis maestros poseyera una personalidad

carismática constituyó un regalo para mí. En cuanto nos metemos a adorar el

carisma o cualquier otra cosa, empezamos a pasar por alto, inconscientemente,

la presencia que en verdad es, la presencia que puede operar a través de

grandes personalidades y, también, a través de personalidades mansas y

suaves. Puede operar a través de un gran carisma o de ningún carisma en

absoluto. No podemos elegirlo. Puede moverse por una abuela de la misma

forma que por el gurú de la Madre Divina.

Cuando nos damos cuenta de lo que somos a través de esta armonización,

¿entonces qué hacemos? Seguimos horneándonos. Si dejamos de hornearnos y

decimos «¡lo tengo!», la armonización del espíritu y la materia deja de funcionar

de repente. Lo sentirás enseguida. Como decía Suzuki Roshi, «cuando sufres te

vuelves un poco ansioso». Para que la armonización se mantenga sola tendrás

que entregarte permanentemente.

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Los taoístas de antes dirían que esto es una «rectificación del chi». En los viejos

tiempos, y probablemente también suceda en la actualidad en algunos lugares,

cuando la población tenía algún problema recurría al sacerdote taoísta. Si la

comunidad no se llevaba bien, o si había alguna tormenta, invitaban al

sacerdote. Éste salía de su ermita, acudía a la ciudad y decía algo así como

«dadme un lugar tranquilo y una cabaña, y dejadme solo». Se sentaba dentro y

se exponía al chi del entorno, a la energía. Eso implica una gran compasión,

pues, cuando te expones al entorno, si éste no funciona puedes sentir ese

desorden en el propio ser. Pero si tienes suficiente estabilidad, si tienes

suficiente visión, no te preocupará en absoluto. No te creará ningún problema.

Ni siquiera te hará sufrir, simplemente sucederá: turbulencias. Sólo podrás

hacerlo sin ningún temor cuando te hayas realizado del todo. Si no, al exponerte

podrías perderte por completo.

El sacerdote taoísta se sentaba en su cabaña y se limitaba a exponerse al chi o

energía del entorno: la sentía, la experimentaba y se abría a la luz de su

conciencia. Podía durar un día, una semana, a veces un mes, pero se limitaba a

exponer el chi a la luz de su conciencia, y la energía se rectificaba sola. Las

gentes del lugar empezaban a sentirse mejor y se llevaban bien por un tiempo.

Esto explica que las escrituras nos recomienden pasar tiempo con seres

despiertos. Puede ser un ser humano despierto, un árbol despierto o la esquina

de una calle. Exponte a ellos. No los adores ni los coloques sobre un pedestal.

Exponte y la rectificación se producirá; esta armonización se produce gracias a

su estado de conciencia. Pero no te vuelvas dependiente. Despiértate a ti

mismo.

La luz de la conciencia no necesita cambiar ninguna mente, y tampoco necesita

alterar nada. Aunque aparentemente no haya que cambiar nada, algo cambia.

Aunque el sacerdote se limitase a quedarse sentado, todo se rectificaría. Todo el

mundo se sentiría mucho mejor. Evidentemente, si la gente no ha sido capaz de

ver el sol en su interior, este cambio no durará mucho, pues cuando la

conciencia despierta abandona el entorno todo el mundo se vuelve loco otra

vez. Pero el sacerdote no reacciona. El sol no discute dónde tiene que brillar, y

tampoco discute los motivos que le hacen brillar. La gente sólo se despierta y se

transforma cuando lo desea de veras. Hasta ese momento todos los cambios son

temporales. Nadie puede forzar un despertar permanente en ti.

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Cuando empieces a ver la luz que en verdad eres, la luz que se ilumina en ti, el

esplendor, verás que no pretende cambiarte. No pretende armonizar. No sigue

ningún plan. Simplemente sucede. La Verdad es lo único que no sigue ningún

plan. Todo lo demás sigue algún plan. Todo. Por eso la Verdad es tan poderosa.

Olvida tus planes, continúa exponiéndote y la armonización se producirá de

forma natural.

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6

Libertad

Una vez le preguntaron al sabio Nisargadatta Maharaj cuándo se había

iluminado, a lo que él respondió: «Mi gurú me dijo que yo soy la fuente

suprema de todas las cosas; que yo soy el supremo. Lo sopesé hasta que supe

que era cierto, hasta que me convertí en eso mismo». Después añadió: «Fui

afortunado, pues confié en lo que me dijeron».

La libertad es darse cuenta de que tú eres esta paz profunda, de que tú eres lo

desconocido. Lo demás no es más que una extensión de lo desconocido. Los

cuerpos no son más que una extensión de lo desconocido. Los árboles no son

más que una extensión de lo desconocido, en el tiempo y la forma. El

pensamiento y la sensación también son extensiones de lo desconocido en el

tiempo. En realidad, la totalidad del universo visible no es más que una mera

extensión de lo desconocido en el tiempo, de esta montaña de silencio.

Es muy importante alcanzar el grado de madurez que te permite observar lo

fundamental. Debemos marcar la diferencia que existe entre quitar los hierbajos

de la confusión y llegar a la raíz de la Verdad.

¿Has quitado alguna vez los hierbajos de una pradera, arrancando sólo las

puntas, para descubrir después que tardaban tan poco tiempo en volver a salir

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que parecía que no las habías quitado nunca? Esto mismo es lo que ocurre

cuando queremos deshacernos de la identificación.

Para eliminar desde la raíz tu identificación con el yo limitado, debes

enfrentarte a ella del modo más básico, lo que implica ir más allá de la típica

preocupación por tus problemas personales. Cuando te limitas a observar tus

problemas personales, es como si te limitases a arrancar la punta de los

hierbajos de la pradera: saldrán otra vez. Tal vez consigas algún alivio para los

problemas cotidianos, pero la raíz seguirá ahí, totalmente intacta. Aunque las

experiencias resuelvan tus problemas y te ofrezcan visiones hermosas, el hecho

de tener esas experiencias no te descubrirá la raíz de lo que tú eres. Si no llegas

a la raíz, terminarás obteniendo otro hierbajo más.

Así que nos hacemos la siguiente pregunta: «¿Cuál es la raíz de este lugar

llamado yo?». Tienes que saber cuál es la raíz, desde el comienzo, desde su

génesis. Hubo un tiempo en el que esa inocente fascinación sin palabras y ese

amor, que es tu esencia, dejó de estar inocentemente fascinado y enamorado de

lo que era para identificarse con lo que pensaba. En ese preciso movimiento, de

la fascinación inocente a la identificación, perdimos la libertad. Sucedió hace

mucho, en el principio de los tiempos, y sigue sucediendo ahora mismo. La

inocencia, la fascinación con lo que es, simplemente tal y como es, existe

permanentemente. Pero después aparece la mente y dice «mío». Eso es mío. Es

mi pensamiento. Es «mi problema». También puede decir lo contrario, que el

pensamiento o el problema son «tuyos». La génesis reside, precisamente, en ese

momento; ahí es donde se encuentra la raíz del sufrimiento y de la separación.

Ser tu yo verdadero, tu naturaleza verdadera, no es lo mismo que

experimentar ese ser con el pensamiento. Reconócete como el misterio, y

entonces verás que no puedes mirarlo, pues no puedes abandonar ese misterio

para mirar. Existe un misterio muy despierto, vivo y amoroso, y es lo que estás

viendo con tus ojos en este preciso momento. Es lo que estás oyendo con tus

oídos en este instante. En vez de querer entenderlo todo, lo cual es imposible, te

sugiero que te hagas esta pregunta: «Al final de todo, ¿qué es lo que queda

detrás de estos ojos?». Date la vuelta para ver quién está mirando. Encuéntrate

con el misterio puro, que es el espíritu puro, y despierta a lo que eres.

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Cuando abandonamos nuestra adicción a seguir conceptos, el misterio se

cuida a sí mismo constantemente. Esa adicción deja el paso cortado para el

misterio. Es como si tuvieses una joya en el bolsillo pero no pudieras sacarla con

la mano. Cuando sabes en lo más profundo que tú eres el misterio que se está

experimentando a sí mismo, te das cuenta de que eso es lo que sucede

continuamente. Independientemente de que la experiencia reciba el nombre de

yo o de tú, de que sea un buen día o un día horrendo, de que se trate de belleza

o de fealdad, de compasión o de crueldad, seguirá tratándose del misterio que

se está experimentando a sí mismo, que está extendiéndose a sí mismo en

tiempo y forma. Eso es lo único que pasa, continuamente.

Si sólo lo comprendes con la mente, lo sabrás, pero no lo estarás siendo. La

mente dirá «¡oh!, ya lo sé, yo soy el misterio» y, sin embargo, tu cuerpo actuará

como si no hubiese captado el mensaje. Seguirá diciendo: «Yo soy alguien con

todos estos pensamientos, deseos y voluntades urgentes». Cuando somos

conscientes de lo que somos, la totalidad de nuestro ser capta el mensaje. Y

cuando el cuerpo recibe el mensaje, es como si se deshinchase un globo. Cuando

toda esa contradicción, toda esa tormenta y esa búsqueda de esto y aquello se

disipa, lo que queda es la experiencia del cuerpo como extensión del misterio.

En ese momento, el cuerpo podrá moverse desde el misterio, el espíritu puro.

Imagina que tú, como misterio, entrases en un cuerpo, en un cuerpo distinto

del que tienes ahora, en uno con muchas contradicciones internas (uno que

tuviese muchos deseos y apegos en conflicto). Cuando sintieras este «otro»

cuerpo, verías que estaba apegado a conceptos que no eran ciertos. Imagina

que, al entrar en ese nuevo cuerpo, dicho cuerpo no supiese que es el misterio y,

por tanto, estuviese realmente apegado a su identidad de cuerpo. Entonces tú,

como misterio, empezarías a animar el cuerpo, a moverlo. Pero como el cuerpo

creería que necesita controlarlo todo, pelearía contigo a cada paso. Cada vez

que intentaras moverle un brazo, generaría tensión; cada vez que abrieras la

boca, te tropezarías con las palabras; cada vez que tú, como misterio, quisieras

experimentar la fascinación, tendrías que atravesar todas esas contradicciones y

resistencias corporales. Aun con las mejores intenciones del mundo, y con toda

la energía fluyendo desde ti hacia el cuerpo, éste sólo podría gestionar ese amor

transformándolo en contradicción. Se pondría tan rígido como respuesta a la

energía de este misterio, que apenas podría moverse, hablar, caminar o pensar.

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Ahora imagina, simplemente, que salieses de ese cuerpo y te metieras en otro

que supiese rotundamente, a nivel celular, que él es el misterio. Parecería un

cuerpo y haría lo que hacen los cuerpos, pero en realidad no sería un cuerpo;

sabría que él es, precisamente, el misterio con forma. Así que cuando el misterio

entrase en él sería como añadir mantequilla a la mantequilla. «Vaya. Vale.

Ahora puedo moverme.» Y te limitarías a percibir lo que se siente al estar en ese

tipo de cuerpo, en uno que ya supiese que él es el misterio.

Para que ese cuerpo estuviese tan plenamente rendido a su verdadera

naturaleza, tendría que haber visto de un modo profundo y total que él es el

misterio, y tendría que haberse deshecho de su imagen personal. Si le quedase

el más mínimo residuo de esa imagen, se tensaría. Por tanto, para que ese

cuerpo viva el misterio de un modo plenamente consciente, tendrá que

abandonar todos los planes personales.

El cuerpo-mente no puede abandonar sus planes sólo por considerarlo una

buena idea, pero lo irá haciendo de forma natural cuando el ser vaya viendo,

cada vez más claro, que lo único que existe es él mismo. Es algo visceral.

¿Puedes sentirlo un poco? No te puedes aferrar a nada. No existe ningún punto

de vista. Ninguna separación.

Por eso se ha dicho desde siempre que la verdad nos hace libres. Pero esta

verdad debe ser comprendida por la totalidad del ser. Éste tiene que ser la verdad,

conscientemente. Cuando hablaba de la limitación de coger los hierbajos me

refería a eso, a la sustitución de un pensamiento o creencia por otro «mejor». Si

introduces un pensamiento orientado al yo, el mecanismo se contradecirá. Y si

intentas moverte en ese cuerpo, no se moverá bien. Las ideas son indiferentes.

Algunas te ayudarán a maniobrar un poco mejor, pues algunos pensamientos

son menos contradictorios que otros y algunas imágenes son menos

contradictorias que otras. Si alteras tu imagen y la sitúas en algo más positivo,

la energía tal vez cambie, pero no se librará de las identificaciones; no se pondrá

a danzar. El cuerpo sólo se libera cuando es capaz de ver su verdadera

naturaleza. Esto sólo se puede conseguir cuando llegamos a la raíz, y no nos

detenemos en la punta de los hierbajos. Así, en lugar de intentar gestionar tus

neurosis, podrás despertar y descubrir lo que eres eternamente.

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Todas las cosas tienen una tendencia innata hacia la liberación. Ésa es la buena

noticia. Cualquier cosa a la que nos aferremos impedirá la realización total. Por

tanto, si no te sientes liberado, probablemente te estés aferrando a alguna idea o

a algún recuerdo determinado. Tal vez sea a un gran momento, veinte años

atrás, o a una situación insignificante del día anterior. El apego a la identidad, a

una idea, a una opinión, a un juicio, a una condena, al victimismo, a la culpa,

etc., obstaculizará tu camino hacia la liberación. Cuando te descoloques, podrás

dejar de apegarte a estas historias, pero si continúas colocándolas no lo

conseguirás.

Colocar las cosas de nuevo está bien, pero descolocarlas es tabú. Este hábito de

contarnos una historia para recolocar las cosas está en lo más profundo de

nosotros, como si el hecho de situar la experiencia en un contexto mejor fuese a

ayudarnos. Tal vez te ayude un poco, en alguna ocasión, pero en último

término sólo despertaremos del estado dormido de separación cuando nos

descoloquemos por completo y deconstruyamos nuestras falsas opiniones.

Cuando empiezas a querer librarte de las estructuras a las que estás sujeto, lo

desconocido, nuestra verdadera naturaleza, adquiere la capacidad de

despertarse. Reflexiona sobre esto: las creencias verdaderas, como tales, no

existen.

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7

El núcleo radiante

El invierno es una época del año muy interesante. La mayoría de los días más

sagrados de nuestra cultura se celebran en invierno. Es la estación de fiestas

espirituales como el Ramadán, el Hanukkah y la Navidad; la iluminación de

Buda también se celebra a menudo en esta época del año. El invierno es un

portal sagrado, una oportunidad. Los árboles pierden sus hojas; los frutos caen

al suelo; las ramas se quedan desnudas y todo regresa a su raíz natural más

esencial. El mundo exterior no es el único que se desviste naturalmente, el

interior también lo hace.

Por otra parte, el invierno es la estación de la nieve y las grandes lluvias. Cada

año que pasa, la cordillera de la Sierra es un poco más pequeña que el año

anterior. Una parte de esta cordillera se disuelve en los arroyos, por los que el

agua fluye hacia lagos y mares, regresando a su fuente.

A pesar de las tormentas, el invierno es el periodo más tranquilo del año. No

hay nada como la calma que sigue a la tormenta. Si has tenido el privilegio de

estar en la montaña justo después de una nevada, sin nada de viento, habrás

visto que todo se queda en silencio; la nieve absorbe todos los sonidos y se oye

un profundo silencio por doquier. Si lo has experimentado, sabrás cuan potente

es el silencio.

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La búsqueda personal es, en realidad, una especie de invierno espiritualmente

inducido. Lo importante no es encontrar la respuesta adecuada, sino desvestirse

y descubrir qué es lo innecesario, lo que nos sobra, descubrir qué somos sin las

hojas. Cuando nos referimos a los seres humanos, no lo llamamos hojas, lo

llamamos ideas, conceptos, apegos y condicionantes. Todos ellos forman tu

identidad. ¿No sería terrible que los árboles se identificasen con sus hojas? Éstas

son demasiado endebles como para apegarse a ellas.

La búsqueda personal es, en su sentido más positivo, una forma de promover

un invierno espiritual, desnudándonos de todo hasta llegar a la raíz, hasta el

núcleo. Cuando nos damos la oportunidad de desvestirnos, entrando realmente

en el invierno, dejando que los pensamientos y las hojas salgan de la mente,

regresamos (como decimos en zen) a lo que éramos antes de que nuestros

padres nacieran. Volvemos a la raíz más esencial de nuestro ser.

En cuanto al invierno espiritual, creo que no hay nada en el mundo a lo que los

seres humanos se resistan más. Si no se resistiesen a desnudarse de sus

identidades y se diesen la oportunidad de experimentar un invierno espiritual,

todos nos iluminaríamos. Si nos limitásemos a dejar que el invierno empezara

en nuestro interior, nos desvestiríamos de un modo natural, a través de una

especie de desprendimiento. Cuando estás muy quieto y tranquilo, el

desprendimiento se produce naturalmente. Si dejas de intentar controlar,

sentirás que determinados patrones de pensamiento y determinadas cualidades

energéticas se disipan como las hojas o la nieve que cae al suelo; se trata de un

desprendimiento delicado. Esto es lo que persigue la búsqueda personal.

Preguntarse «¿quién soy?» es estar presente en el espacio del no saber,

cuestionándonos nuestras creencias y nuestros supuestos. El precio de la

comprensión de la verdad eterna es la desaparición de todas tus ilusiones.

Evidentemente, los seres humanos cuentan con habilidades que los árboles no

tienen. Si los árboles fuesen como nosotros, los verías agachándose con sus

ramas para colocarse las hojas, aferrándose a ellas por seguridad. Si los árboles

hiciesen esto y vieras cómo sujetan todas sus hojas, como si estuviesen

atravesando una crisis existencial, ¿no te sentirías mal? Nosotros generalmente

recogemos los pedazos de nuestras creencias y teorías favoritas y nos aferramos

a ellas de por vida.

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Algunas veces, la desaparición de estas creencias y teorías llega con tanta

fuerza como la tormenta poderosa que desnuda a un árbol de sus hojas. Es

posible que tu identidad sagrada sea sacudida por el viento (normalmente otro

ser humano), y como consecuencia te arranque esa identidad. Podrías llegar a

pensar: «Estoy tan iluminado que no puedo soportarlo, es increíble». Entonces

llega un poco de viento y se lleva ese pensamiento. Quizá aparezca algún colega

o amigo que te diga: «En mi opinión, eso no parece muy iluminado», y entonces

verás que no era más que otra identidad innecesaria. Si no te agachas para

recogerla, estarás ante una oportunidad sagrada. Cuando se caiga te darás

cuenta de que no necesitabas esa identidad. Es una ilusión, otro peso muerto

que tirar por la borda.

Cuando regreses al núcleo, a la raíz de tu ser, y veas a través de todo lo que

crees ser, tus identidades más sagradas podrán caerse. Cuando descubrimos

que podemos arreglárnoslas sin ellas, surge una belleza enorme. El regalo más

hermoso de este invierno es indescriptible mediante palabras; sólo podemos

vivirlo. El invierno te suplica que te dejes llevar y, después, no espera que hagas

nada al respecto. Date la oportunidad de regresar, natural y espontáneamente, a

la raíz de tu existencia. Regresa a lo indefinible.

Hay un poema maravilloso sobre un árbol solitario, sin ramas, que está al

borde de un acantilado. Fue escrito por alguien que intentaba describir su

iluminación. El árbol se hace una grieta que se extiende por su corteza y ésta

termina pelándose. Imagina que rajas un árbol o un tronco para ver qué tiene en

su interior. Si quieres ver qué tiene dentro, tendrás que rajarlo hasta llegar a su

núcleo. ¿Qué hallarías? Te encontrarías con el radiante vacío, el vacío radiante y

pleno del invierno. Imagina algo radiante que saliese de la nada, algo que se

limitase a brillar saliendo de la nada, de ninguna parte.

Cuando llegas al núcleo que surge cuando te deshaces de todo lo demás, te

rompes de forma natural. Ese núcleo alberga un corazón espiritual. No sólo

descubres el vacío de la mente radiante, sino también el esplendor y la calidez

del corazón espiritual. Cuando descanses de verdad, sentirás la mente

radiantemente vacía, no en forma de pensamiento, sino en forma de tu propio

vacío radiante, de tu nada y de la nada de los demás. También experimentarás

la plenitud radiante del corazón y te darás cuenta de que el vacío no es un vacío

soso, sino que está lleno de corazón. Cuando el vacío se ilumine, verás que

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también contiene el corazón compasivo. La calidez de tu corazón espiritual

cobrará vida.

El invierno a veces nos parece frío, solitario, desolador. Aunque estés muy

tranquilo y te sientas en paz, tal vez te preguntes: «¿Dónde está la salsa?

¿Dónde está la vida?». Aunque estuvieras muy tranquilo y quieto, incluso

vacío, en cierto modo, podrías seguir con la corteza intacta, sin una sola grieta.

Entonces tendrías el vacío del vacío (podríamos llamarlo así). Un vacío

totalmente protegido.

En el verdadero vacío te darás cuenta de que existen muchas cosas más

además de ese vacío. Cuando la corteza se abre, cuando llegas al núcleo, las

ideas que tienes sobre ti y sobre los demás te parecerán mentira, prefabricadas.

Verás que aprendiste todas esas cosas y que las asimilaste y te las pusiste como

ropajes que te decían «esto es lo que soy». Cuando la mente está radiantemente

vacía, el vacío cobra vida. Y cuando el corazón es más profundo que las

emociones, sin dejar de sentir emoción por ello, sin convertirse en un corazón

muerto, el sol brilla en pleno invierno. Al pasear en una gélida mañana, ¿te has

preguntado alguna vez cómo puede hacer tanto frío en un día tan soleado? Si

partes del sol que tienes en tu interior, la calidez estará presente siempre. El

verdadero vacío está lleno de vida.

La gente me pregunta a veces: «Si me doy cuenta de que yo, como identidad

separada, realmente no existo tal y como pensaba, ¿quién está viviendo esta

vida?». Cuando entres en contacto con este núcleo de vacío radiante, sabrás

quién está viviendo esta vida, quién la ha vivido siempre y quién va a vivirla

desde ese momento. Te darás cuenta de que tú no estás viviendo esta vida; lo

que está viviéndola es el corazón radiante, junto con esta mente radiantemente

vacía. Cuando te rindas y dejes de ser quien creías ser para ser quien en verdad

eres, este corazón radiante vivirá tu vida. La nada se convertirá en tu realidad, y

tú te convertirás en conciencia no dual.

Cuando la verdadera naturaleza sale a la luz y se hace plenamente consciente,

tu mente se abre al máximo. Ésta es una forma estupenda de explicar la

verdadera naturaleza de cada persona (en realidad, cualquier noción de la

iluminación se refiere a esto). Ello no quiere decir que tus pensamientos se

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expandan hasta el cosmos, sino que tu mente se abre tanto que no tiene límites.

En cuanto te aferres a un pensamiento y te lo creas, la mente se cerrará en torno

a ese pensamiento. Por tanto, la mente natural es una mente abierta y el corazón

natural está abierto, pase lo que pase. Ésta es la sorpresa de nuestra condición

natural: la mente y el corazón están naturalmente abiertos y no saben cerrarse

bajo ninguna circunstancia, en ningún momento. A l mismo tiempo, tú estás

más allá de esa mente abierta y de ese corazón abierto. Lo que tú eres lo

contiene todo.

La mente condicionada está haciendo siempre el trabajo de Dios,

preguntándose qué hace la gente y por qué. Pero eso a ti no te importa en

absoluto. Puedes limitarte a ir por la vida con esta apertura natural ante lo que

es, y puedes seguir así bajo cualquier circunstancia y en todo momento. Eso es

lo que lleva haciendo el Ser verdadero desde siempre. Cuando comprendas tu

verdadera naturaleza, será algo diferente a cualquier experiencia increíble que

te hiciera decir después «de acuerdo, mundo, estoy preparado». La experiencia

más profunda te hará ver que esta mente abierta, vacía y radiante y este corazón

abierto, vacío y radiante han estado abiertos desde siempre. Dejarás de ver dos

y verás el Uno en todas las cosas.

Los seres humanos nos sentimos muy vulnerables y levantamos muros. Pero

levantar muros es como salir a la noche estrellada y tratar de envolver el

espacio vasto e infinito en un abriguito. La vastedad se escaparía por los brazos

y la capucha. Estás con este estúpido abrigo en el vasto espacio y te proteges

dentro creyendo que un día, al desabrocharte, tal vez te sientas liberado

espiritualmente. Lo más probable es que eso no suceda nunca. Lo más realista

es que un día dejes de identificarte con ese estúpido abriguito. Libérate de todas

las identidades limitadoras y abraza el infinito.

Para que esto suceda a nivel profundo, tenemos que darnos cuenta de que ya

somos la apertura en la que nos abrimos. Si seguimos identificándonos con

nuestros aspectos humanos pensaremos: «Dios mío, estoy abriéndome a algo

demasiado grande para mí». Cuando nos relajamos por completo y nos dejamos

caer en la apertura de este silencio, no podemos ver el final. Ha estado aquí

eternamente, desde antes del principio; en este silencio, nuestra humanidad

descubre una invitación a la apertura. Esto tiene lugar porque el misterio al que

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nos abrimos no es ningún alienígena, no es extraño ni diferente, es lo que

siempre hemos sido.

Si entras en contacto con la cualidad sagrada del invierno en tu interior (la

cualidad de todas las cosas cuando regresan a su forma más esencial), saldrás

de la mente y entrarás en la apertura. Cuando no te resistas al tiempo invernal y

te dejes llevar según te vayas abriendo, empezarás a experimentarlo. El mero

hecho de regresar, regresar, regresar, puede resultar tremendamente revelador,

muy liberador. Requiere coraje. Querrás preguntarte: «¿En quién voy a

convertirme? ¿Estará bien?». Pero limítate a regresar a lo esencial. Cuando

encuentres el coraje necesario para hacerlo, en realidad regresarás a la

mismísima raíz de tu ser. El invierno te puede ofrecer esta plenitud.

Es como si regresases hasta la semilla y pudieras ver, sólo desde ahí, que ésta

contiene toda la verdad. Cuando alcanzas el núcleo de tu ser te das cuenta de

que la raíz, que al abrirla parecía muy vacía, contiene el potencial de todo lo

que es. Es lo que sucede con la semilla de un árbol: esa semilla contiene todo lo

que el árbol será. La primavera sólo será posible si se produce un verdadero

regreso.

No estoy hablando de ideales, ni de objetivos o potencialidades. En realidad,

esta apertura es el núcleo de la esencia de todos los seres. Deja de intentar

librarte de todas las cosas y comprenderás tu verdadera naturaleza. Cuando la

comprendas, vívela. Cuando la vivas, la vida transcurrirá de un modo

espontáneo. Entonces, finalmente, por una vez en la vida, podremos decir con

honestidad e integridad que la vida es el misterio más increíble. Es

inconmensurable. No puedes saberlo. Sólo puedes serlo, de forma consciente o

inconsciente. Pero ser la vida de manera consciente es mucho más fácil que

serlo inconscientemente. Realízate y libérate.

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8

Silencio

Las olas mentales

le piden tanto al Silencio.

Pero no contesta,

no da respuestas ni argumentos.

Es el autor oculto de todos los pensamientos,

de todas las sensaciones,

de todos los momentos.

Silencio.

Sólo dice una palabra.

Y esa palabra es esta existencia.

Ningún nombre

lo roza

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lo atrapa.

Ningún entendimiento

puede abrazarlo.

La mente se abalanza sobre el Silencio

pidiéndole que le deje pasar.

Pero ninguna mente puede penetrar

su radiante oscuridad,

su pura y sonriente

nada.

La mente se precipita

sobre preguntas sagradas.

Pero el Silencio permanece

inamovible por los torbellinos.

Sólo pide la nada.

La nada.

Pero no se la darás

porque es la última moneda

de tu bolsillo.

Y preferirías

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darle tus peticiones

antes que tus manos sagradas y vacías.

Todo salta celebrando el misterio,

pero sólo la nada entra en la fuente sagrada,

la sustancia silenciosa.

Sólo la nada es tocada, y se vuelve sagrada,

se hace consciente de su divinidad,

se hace consciente de lo que es

sin la ayuda de ningún pensamiento.

El Silencio es mi secreto.

No está oculto.

No está oculto.

ADYASHANTI

El verdadero silencio tiene mucho que ver con nuestro estado de conciencia.

Creo que todos estamos familiarizados con el silencio fabricado (así lo llamo

yo), que es un silencio muerto. Si has estado en grupos de meditación,

probablemente habrás experimentado el silencio fabricado. Es el silencio que

resulta de la manipulación de la mente. Es un silencio falso, pues está fabricado,

controlado. El verdadero silencio no tiene nada que ver con ningún control o

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manipulación de tu experiencia o de ti mismo. Así que olvídate de controlar la

mente. Yo estoy aquí para hablarte de la iluminación espiritual y de la libertad.

Lo que nos rodea es una conciencia grosera. Esta conciencia es pesada, espesa

y densa. Cuando enciendes la televisión, la mayoría de las veces te encuentras

con conciencia grosera. Casi todas las películas reflejan una conciencia grosera.

Grosera significa dormida, en el estado de sueño.

Desde este estado grosero de conciencia, el silencio es percibido como un

objeto. Aparentemente, la quietud es algo que te sucede. Pero ése no es el

verdadero silencio. El silencio genuino es tu verdadera naturaleza. Decir «estoy

en silencio» es, de hecho, bastante ridículo. Si lo piensas, no se trata de estar en

silencio, sino de ser silencio. La diferencia conceptual entre las experiencias de

«estoy en silencio» y «soy silencio» tal vez sea pequeña, pero es la diferencia

que existe, precisamente, entre la libertad y las ataduras, entre el cielo y el

infierno.

Deja de pensar en el silencio como ausencia de ruido (mental, emocional o

externo a ti). Mientras sigas viendo el silencio como algo objetivo, algo que no

está en ti pero que es accesible a través de una experiencia emocional, seguirás

persiguiendo la proyección de tu idea. Si buscas el silencio es como si fueras

montado en una moto acuática por un lago buscando un lugar silencioso y

haciendo «brooom, brooom» al mismo tiempo, corriendo cada vez más como

consecuencia de la ansiedad que te genera el no poder alcanzar ese lugar. No

importa el tiempo que pases recorriendo el lago con la moto, pues nunca

encontrarás este silencio. En realidad, no tendrías más que dar marcha atrás y

apagar el motor, y lo conseguirías. Todo estaría tranquilo, muy silencioso.

Cuando vuelvas a estar receptivo y relajado, regresarás a tu estado natural. A

un estado natural de silencio.

Hace muchos años tuve la gran suerte de descubrir esta maravilla. El origen de

este descubrimiento no fue la inteligencia, sino un estrepitoso fracaso. Los

estudiantes de zen meditan mucho concentrándose en la respiración.

Aparentemente están muy concentrados, pero generalmente, cuando crees que

estás concentrado en la respiración, te das cuenta de que estás persiguiendo

alguna de las historias de la mente. Es como si estuvieras tratando de

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disciplinar a un perro que quisiera dejarse entrenar. Algunas personas son

aparentemente buenas en esta práctica. Mantienen la atención, se quedan ahí y

permanecen tranquilas. Yo nunca tuve la capacidad de concentrar la mente de

este modo, así que se puede decir que no era muy bueno en esto. Tras fracasar

completamente una y otra vez, oí a mi maestro decir: «Tenéis que encontrar

vuestro propio camino». En vez de centrar la atención en un punto muy

pequeño, descubrí que mi camino consistía en permanecer presente, sin más, y

eso me abría por completo. Se parece más a la escucha que a la concentración.

En esa escucha descubrí un estado muy natural, el único estado al que no se

llega por voluntad propia. Desde ese estado, parecido a la escucha, empecé a

ver que cualquier esfuerzo por conseguirlo generaba otro estado. En cuanto

realizaba un esfuerzo aparecía un estado, que se fabricaba desde la nada. Podía

fabricar estados hermosos, terribles, concentrados, todo tipo de estados; pero

sólo había un estado completamente natural y absolutamente exento de

esfuerzos. En ese estado descubrí el acceso al Ser más profundo, que es la

libertad.

Por su naturaleza, este estado conlleva una ausencia de esfuerzo. No puede ser

nada que necesite mantenimiento. Una mente tranquila conseguida a base de

concentración acaba siendo una mente apagada, no una mente libre. Aunque

parezca tranquila y buena, porque es serena, no será una mente libre, y en tu ser

tampoco te sentirás libre. Esta es la paz que consigues cuando aprendes a

meditar mediante la concentración y le dices a tu maestro «sí, he encontrado la

paz, pero cuando dejo de meditar todo se va al traste en un instante». Esto le

indica al maestro, con exactitud, qué tipo de meditación estás haciendo: estás

controlando la experiencia. Cuando te levantas para proseguir con tu día y te

ves obligado a prestar atención a otras cosas, no puedes estar atento a tu

concentración, así que tu paz mental desaparece, pues era una paz fabricada.

En la búsqueda espiritual, el cincuenta por ciento de la práctica persigue

conducirte al silencio instantáneamente. Cuando te preguntas «¿quién soy?», si

eres honesto verás que esta pregunta te conduce instantáneamente al silencio.

El cerebro no tiene la respuesta, así que de repente se hace el silencio. La

pregunta debe llevarte a ese estado de silencio que no es fabricado, en el que

fracasan tanto el pensamiento como la búsqueda de la experiencia emocional

adecuada. Si preguntas «¿quién soy?» o «¿cuál es la verdad?», verás que estas

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cuestiones te conducen instantáneamente al silencio. Si te resistes a él, y la

mayoría de la gente lo hace, en cuanto regresas a ese estado de silencio la mente

se pone a dar brincos por todas partes buscando algo más, una respuesta

conceptual o una imagen; es el mismo efecto que se crea cuando caen unas

gotas de agua sobre una sartén con aceite caliente.

El silencio natural, espontáneo e incontrolado, es un silencio sincero: rico y

vasto. El silencio controlado está entumecido y es estrecho. Cuando el silencio

es incontrolado te sientes muy abierto, te vuelves receptivo y la mente deja de

imponerse. Se produce un regreso natural a tu verdadera naturaleza. Esta

naturaleza no está en silencio: es el silencio. También podríamos llamarla nada

o nadie. Cuando alcances la verdadera calma, habrás trascendido el silencio.

Mientras sigas pensando que el silencio es lo opuesto al ruido, no alcanzarás el

verdadero silencio. Cuando estás en silencio real, te das cuenta de que el sonido

de una taladradora también es el silencio, que sólo está asumiendo otra forma.

El verdadero silencio es totalmente inclusivo. Va más allá de la idea dualista del

silencio. Cuando nos quedamos en silencio nos damos cuenta de que éste no es

ajeno al gesto ni al movimiento. Cuando terminas de meditar, si te levantas y te

pones en movimiento para proseguir con tu día pensando «¿por qué no puedo

mantener esta increíble calma?», habrás experimentado la calma controlada, en

vez del silencio natural, incontrolado. Si te relajas de nuevo en el verdadero

silencio, cuando tu cuerpo se levante para moverse, el propio silencio será quien

se mueva.

Cuando te des la oportunidad de regresar a tu verdadera naturaleza no le

pedirás nada en particular a esa tranquilidad. Cuando estamos tranquilos

generalmente esperamos algo, y eso nos deja en la periferia, pues en vez de

relajarnos, nos esforzamos por mantenernos a flote. Cuando no esperamos

nada, se produce un hundimiento natural, una profundización en la fuente de

tu ser. La tranquilidad es enorme y entonces, y sólo entonces, empiezas a sentir

la presencia. Esta calma conlleva una presencia muy palpable. Por eso digo que

no es una calma muerta. Sentirás que está llena de vida. Esa presencia está

dentro y fuera de tu cuerpo. Lo inunda todo. Cuando la buscas, buscas una

presencia grosera, una presencia pesada que pueda golpearte en la cabeza. Pero

no sucederá nada así. El verdadero silencio es un brillo. Te sientes brillante. Se

produce una iluminación, y tienes la profunda sensación de estar vivo.

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Cuando te quedas en silencio te relajas en el momento, en tu verdadera

naturaleza. De esta forma, te das cuenta de que no puedes evitar ninguna parte

de tu experiencia. Si buscas el silencio para evitar alguna sensación, entonces no

experimentarás el verdadero silencio. La desnudez del silencio, o presencia, te

desarma de tal forma que no puedes evitar ninguna experiencia ni ningún

acontecimiento, nada. Un silencio entumecido tal vez te evite alguna cosa, pero

la quietud del silencio verdadero no te permitirá evitar ninguna parte de la

experiencia. Ya está aquí, esperando.

Este regreso a nuestra verdadera naturaleza ha sido retratado en muchas

historias o mitos espirituales como un campo de batalla, como si una parte de ti

no quisiera volver a ser ella misma. Esta parte recibe el nombre de ego, yo o

mente. Debido a estos mitos, la gente espiritual tal vez crea que una parte de su

interior no desea despertar y que, por tanto, la lucha es necesaria. Cuando

alcances un silencio verdadero te darás cuenta de que eso es una auténtica

tontería. Verás que el pensamiento surge en la mente desde el vacío, y que sólo

generará una batalla si lo tomas como realidad. Sin embargo, verás claramente

que el pensamiento no es real; es tan sólo una aparición espontánea de

pensamiento. A no ser que te lo creas y lo traslades a la historia de lucha

protagonizada por el heroico buscador espiritual, el pensamiento no será real.

En cuanto te impliques en la lucha del buscador, la guerra estará perdida.

El silencio te dejará ver que los lugares a los que se mueve la mente no son

más que movimientos del pensamiento, sin ninguna realidad, y sólo se harán

reales si te los crees. Los pensamientos se limitan a moverse por la conciencia.

No tienen ningún poder. No implican ninguna realidad, hasta que vas a por

ella, la tomas y, de algún modo, la fecundas con el poder de la creencia.

El silencio sólo se puede penetrar si se siguen sus normas. No puedes llegar a

él con algo, sólo sin nada. No puedes ser alguien, sólo nadie. Entonces la

entrada será fácil. Pero esta nada, en realidad, es el precio más alto. Es nuestra

pertenencia más sagrada. Entregaremos nuestras ideas, nuestras creencias,

nuestro corazón, nuestro cuerpo, nuestra mente y nuestra alma. Lo último que

entregamos es la nada. Nos aferramos a nuestra nada porque es nuestra

pertenencia más sagrada, y esto lo sabemos en algún lugar de nuestro interior.

La nada es lo único que penetra en el silencio; es lo único que puede entrar en

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él. El resto de lo que somos se limita a seguir llamando a una puerta inexistente.

En cuanto esperas algo del silencio, te sales otra vez de él.

El silencio sólo se revela a sí mismo. Sólo nos abrirá su secreto si lo penetramos

siendo nada y permanecemos así en él. Su secreto está en sí mismo. Por eso

hablo así. Cualquier libro, enseñanza o maestro te conducirá sólo hasta la

puerta y tal vez te anime a entrar. Una vez allí, surgirá algo espontáneamente y

querrá entrar sin ser nadie. Es la invitación sagrada. En el interior descubrirás

que el silencio es el maestro supremo, el último, la última lección, la máxima. Es

el único maestro que no te hablará. El silencio es el único maestro, y la única

enseñanza, que consigue que nuestra humanidad quede arrodillada ante él

permanentemente. Con cualquier otra enseñanza o maestro descubrimos que

podemos levantarnos. Pensamos «oh, oí que Adya decía bla bla bla, y suena

bien» y, de repente, nos levantamos del suelo, de la entrega. Nos alejamos de

nuestra humildad más bella y sagrada.

El silencio es el maestro supremo, y el mejor, pues nos invita a hacer lo que

nuestro corazón humano realmente desea: arrodillarse, permanecer

eternamente en esa devoción a la Verdad. El silencio es el único maestro y la

única enseñanza que siempre está ahí. En cada minuto de tu despertar, en cada

minuto de tu vida, en cada minuto de tu respirar: está ahí mismo.

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9

Conciencia

Cuando la conciencia o espíritu decide manifestarse en forma de objeto (un

árbol, una ardilla o un coche), no conlleva ningún gran problema. Sin embargo,

cuando se manifiesta procurando hacerse consciente de sí misma, eso implica

un asunto peliagudo. Me estoy refiriendo a la vida humana, cuando la

conciencia o espíritu se manifiesta en forma de ser humano. En este proceso, la

conciencia se pierde casi por completo. Los seres humanos son conscientes de sí

mismos por naturaleza, pero el precio que paga la conciencia para hacerse

consciente de sí misma es siempre, aparentemente, la pérdida de la verdadera

identidad.

La conciencia se manifiesta, y esto no conlleva ningún problema, pero después

intenta hacerse consciente de sí misma. En este proceso casi siempre comete lo

que podríamos considerar un error. Más que un error, es una interrupción del

desarrollo que le habría permitido hacerse realmente consciente de sí misma. En

esa interrupción, la conciencia se pierde en lo que ha creado y se identifica con

esa creación. Esta interrupción recibe el nombre de condición humana.

Cuando la conciencia se olvida de sí misma puede cometer todo tipo de fallos.

El primero, casi siempre, es identificarse con lo que ha creado, un ser humano

en este caso. Es como si un ola olvidara que forma parte del océano. Olvidaría

su fuente. Así que en lugar de ser todo el océano, sufriría el engaño atroz de

creerse que no es más que una ola en la superficie del océano. Por consiguiente,

se experimentaría de un modo muy superficial. Evidentemente, seguiría siendo

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consciente de sí misma, pero esta consciencia se referiría a algo increíblemente

superficial y limitado. Cuando se identifica con una ola muy pequeña, esta

identificación genera todo tipo de confusiones, pues esa ola no es real.

Cualquier cosa que no sea real conduce naturalmente al sufrimiento, y la

ignorancia es la única causante del conflicto o sufrimiento. En su origen, la

identidad es un error muy inocente. Al principio es increíblemente inocente,

pero como muchas cosas que comienzan así, al cabo del tiempo las

consecuencias no son tan inocentes.

Esto forma parte de la condición humana. Aparentemente se trata de una parte

del desarrollo evolutivo que experimenta la conciencia de un ser humano. Si

piensas en el desarrollo del ser humano, por ejemplo, verás que naces, pasas

por la infancia y la adolescencia y, con suerte, si lo superas (cosa cuestionable),

te conviertes en un adulto. Podrías mirar atrás y decir: «Vaya, cuando tenía diez

años yo era verdaderamente estúpido, y con diecisiete era todavía más bobo.

Después, en algún momento entre los veinticinco y los cuarenta y cinco años,

creo que me volví más listo». Podrías mirar atrás y considerar todas estas

primeras fases del desarrollo como errores que no deberían haber ocurrido,

pero eso sería una mala interpretación de los hechos. Todo eso conformó una

fase natural del crecimiento.

En términos espirituales, la condición humana forma parte de una fase natural

de la evolución de la conciencia, que intenta hacerse consciente de sí misma a

través de una forma. Se cree que es la forma, en lugar de la fuente de esa forma.

Cuando comete este error de identificación, experimenta el enorme engaño de

la separación. De ahí procede el aislamiento que la mayoría de los seres

humanos sufren en su corazón, independientemente de cuántas personas les

rodeen o de cuánto les quieran. Se sienten solos porque se creen diferentes y

piensan que están separados del resto del mundo.

Afortunadamente, esto no es más que una interrupción del desarrollo de la

conciencia. Aunque existe desde hace eones, en realidad la condición humana

es una interrupción. Cuando despertamos de esa interrupción, lo que implica

que la conciencia evoluciona a través de una forma humana, la evolución es tan

grande que vamos más allá de la interrupción de la separación, como cuando

un niño madura y se convierte en adulto. Decimos que el ser humano que

despierta está liberado.

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¿Liberado de qué? La conciencia se libera del error, de la falsa identificación y

de la separación. La conciencia o espíritu es sabia y muy astuta. Como ser

humano, tiene muchas cosas a su disposición. Cuando las formas humanas no

son conscientes, la evolución no puede acelerarse ni decelerar; seguirá la

velocidad que tenga. Sin embargo, cuando la conciencia se hace consciente de sí

misma en el ser humano, establece una dinámica muy interesante, que no está

disponible para ninguna otra forma de vida planetaria. La dinámica consiste en

que cuando la conciencia se despierta del engaño de la separación, entonces

puede usar esa forma para despertar en un sentido mucho más amplio. Cuando

despierta al hecho de que no es sólo una ola, sino todo el océano, entonces

puede utilizar la ola para distribuir el mensaje (para que las otras olas

contemplen la posibilidad de despertar).

En los seres humanos, esta evolución puede experimentar una increíble

aceleración, pues la conciencia participa en una confabulación. Cuando se

despierta en una forma, ya no tiene que esperar a madurar naturalmente en el

resto de las formas. Cuando esa forma se relaciona con otra, la conciencia

despierta se relaciona con la conciencia dormida. Entonces, la conciencia

dormida tiene muchas más probabilidades de dar este gran salto al despertar.

Así es como juega la conciencia en el satsang. Todo gira en torno a esto.

Estudiante: No me he sentido muy bien desde que salí de mi último retiro. He

estado examinando muchas emociones dolorosas que llevaba reprimiendo

durante años, y no ha sido agradable. He estado observándolas para aprender

de ellas y poder quemarlas después. No es divertido.

Adyashanti: No era lo que esperabas, ¿verdad?

Estudiante: Verdad. Hice lo que sugeriste: descubrí esa parte de mi interior

que sabe, rotundamente, que todo está bien. Y me sumergí en esa confianza

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plenamente. Al sentir que todo estaba bien, descubrí una tremenda sensación

de poder que se mezclaba con estas horribles emociones de rabia y dolor que

siguen surgiendo.

Pero ahora que estoy mejor situado, siento que he perdido la sincronización,

en cierto modo. Es como si fuese un adolescente difícil, como si mi voz

estuviese cambiando, unas veces de una forma y otras veces de otra. Antes no

necesitaba reloj. Me daba igual llegar temprano o tarde; siempre llegaba en el

momento adecuado para que todo fuese perfecto. Y si surgía alguna situación

concreta, siempre comprendía de inmediato por qué estaba sucediendo, y sabía

lo que debía hacer en esa situación, cómo podría beneficiar a todo el mundo;

podía verlo todo.

Pero ahora, aunque la energía, las sensaciones positivas y la confianza sigan

ahí, estoy perdiendo ese sincronismo. Si has estado mejor situado y, después, tu

situación se deteriora durante un tiempo, eso duele mucho, pues aunque ya no

sigas en la buena situación, sabes lo que es. ¿Tienes algún consejo para alguien

que esté atravesando la fase de adolescente difícil en su encarnación?

Adyashanti:- En primer lugar, tienes que tener una idea clara del contexto.

Aunque consigamos alcanzar una comprensión profunda, maravillosa y muy

liberadora, después solemos cometer un fallo: cuando dejamos de experimentar

el sincronismo o alguna otra experiencia maravillosa, creemos que perdemos

algo. De hecho, ésa es una interpretación particular que rara vez examinamos.

Lo que sucede se parece a la experiencia del ser humano al atravesar las

distintas fases del desarrollo. ¿Te acuerdas de la época entre los doce y los trece

años, cuando estabas llegando a la adolescencia, dejando la infancia atrás? Todo

lo que te parecía tan maravilloso en la infancia dejó de estar a tu disposición. Lo

que era divertido dejó de ser tan divertido, pero las nuevas formas de disfrutar

de la vida aún no eran muy obvias. Era difícil, y cometías errores, si es que

podemos llamarlos así. Puedes retroceder y observar esa época, y la

comprenderás con bastante claridad. No es que dejaras de adaptarte a la niñez,

lo que sucede es que empezaste a superarla. Mientras seguías creciendo, la ibas

dejando atrás. No era cómodo, pues era la única forma de vida que habías

conocido hasta ese momento. No obstante, aún no eras un adolescente hecho y

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derecho. Cuando abandonas la adolescencia para convertirte en adulto, sucede

exactamente lo mismo. Tal vez sea incómodo, pero no estás cometiendo ningún

error. Cuando ves todo esto en retrospectiva te das cuenta de que era el

resultado de las fases del desarrollo. En vez de languidecer en la niñez o en la

adolescencia, las trascendiste.

A nivel espiritual podrás alcanzar lugares maravillosos, pero si no son

totalmente ciertos, al cabo del tiempo se quedarán pequeños. Dejar esos lugares

no es cómodo, pues ahí es donde te sentías bien, pero los nuevos aún no se han

manifestado. Entonces solemos malinterpretarlo y, en vez de ver que hemos

llegado a un límite, creemos que la maravillosa comprensión que habíamos

conseguido está deteriorándose. Para madurar hay que dejar atrás las primeras

fases, y si en vez de darte cuenta de que las estás trascendiendo crees que se han

deteriorado, todo se hace mucho más difícil. Son interpretaciones

completamente distintas. Con la primera tratas de aferrarte a lo antiguo o de

volver a lo anterior. Con la segunda miras atrás por encima del hombro y le das

la despedida a la experiencia agradable sabiendo que va a surgir algo más

maduro.

Creo que este contexto te ayudará, pues verás que la interpretación que le des

a tu experiencia es vital, y te darás cuenta de que la mente está condicionada

para dar interpretaciones incorrectas. Una interpretación equivocada genera

más sufrimiento y hace las cosas más difíciles de lo necesario. Si lo comprendes,

dejarás de aferrarte a lo que tuviste una vez y te interesarás más por lo nuevo

desconocido. Esto es, realmente, lo mejor que puedes hacer, nada más.

Estudiante: Creía que lo estaba haciendo, hasta que llegó un momento en el

que veía tantas emociones negativas que toqué una especie de techo. Es muy

difícil seguir ilusionado cuando llevas así muchos meses.

Adyashanti: Pero no se trata de estar ilusionado. No me refiero eso,

necesariamente. Lo que suele ocurrir es que si surge algo negativo en la

experiencia, toda nuestra atención se desplaza ahí como si fuese un rayo láser.

Imagina que estás deprimido. Como en casi todo el mundo, tu atención se

concentrará ahí y lo que formaba parte de una experiencia entre muchas,

muchas cosas, se convertirá de pronto en un problema, pues te centrarás en él y

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te parecerá la única parte importante de tu experiencia. Esto sucede únicamente

porque la mente elige centrarse en la depresión y, aunque no sea más que una

experiencia entre muchas, pasa a convertirse en lo único que está pasando.

Estudiante: Entiendo que las sensaciones negativas son un aspecto muy

pequeño de mi ser, pero también es cierto que antes no las veía. Surgieron, las

analicé antes de que se hicieran conscientes, y después pasaron a una especie de

limbo. Pero no estaban muertas. Simplemente estaban ahí, anuladas.

Entonces la conciencia empezó a detectarlas cuando todavía no habían sido

enterradas. Reconocer estas cosas antes de juzgarlas, antes de que volvieran al

inconsciente, constituyó una nueva lección. Si ésa es la lección, ¿cómo podemos

evitar quedarnos atrapados en esas sensaciones difíciles cuando aparecen?

Adyashanti: Bien, es como si llenásemos esta pared de puntos negros. Los

puntos tendrían un área de dos centímetros, estarían separados entre sí por

unos seis u ocho centímetros y toda la pared estaría cubierta por puntos.

Cuando entrásemos en la habitación, lo primero que veríamos sería todos esos

puntos, ¿verdad? «¡Dios mío, esta habitación está llena de puntos!» Pero en

realidad no está cubierta de puntos. Hay mucho más espacio en blanco que

puntos. Si redujésemos considerablemente el tamaño de esos puntos, hasta que

tuviesen el tamaño de un alfiler, seguiríamos detectándolos y continuaríamos

pensando que la pared estaba llena de puntos. Pero en realidad hay más espacio

en blanco que puntos. Lo que sucede es que la atención se dirige a los puntos.

Cuando empiezas a despertarte, todos los materiales anulados comienzan a

aparecer y la atención se suele concentrar en ellos. Evidentemente, cuando la

conciencia lo hace, en lugar de ponerse a descansar viéndolo todo como uno, la

sensación puede ser bastante horrible. Claro, ahora surgen muchas cosas y,

como eres consciente de ellas, puedes dejar que salgan a la luz. Eso no significa

que tengas que concentrarte en cada una de las cosas que surgen. Es como si te

pusieses a mirar una pared con puntos - dejases que la atención percibiese toda

la pared. Fíjate que la pared tiene más espacio en blanco que puntos. No ignores

los puntos, pero tampoco ignores el fondo.

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Estudiante: Supongo que tenemos que confiar en que, aunque no nos

concentremos en las cosas negativas, dejaremos de reprimirlas. Debemos

confiar en que esto suceda de forma automática.

Adyashanti: Eso es. Para reprimirlas tendrías que chocarte con ellas. Eso es lo

que hacías antes. Las empujabas al fondo. Pero ahora puedes ver

conscientemente cómo surgen, ¿no? Lo único que tienes que hacer es

percibirlas: «Oh, están apareciendo conscientemente». Eso significa que no estás

reprimiéndolas.

Estudiante: No tengo que esperar a que se disuelvan. No tengo que ver cómo

se disuelven. Puedo percibirlas y prestar atención a otras cosas, dejando que

hagan lo que tengan que hacer.

Adyashanti: Eso es. Entonces se restablecerá la armonía. Pero cuando el

material suprimido sale a la superficie, casi siempre lo maltratamos,

jugueteamos con él o nos ponemos a mirarlo a través de un microcopio.

Estudiante: Nos aseguramos de que lo observamos hasta que desaparece.

Adyashanti: Justo. Como asumes que no debería estar ahí, para poder sentirte

seguro y relajado te pones a observarlo hasta que desaparece.

Estudiante: Supongo que creía que si no observaba las sensaciones negativas

éstas seguirían haciendo lo que habían hecho hasta entonces. Ahora sé,

definitivamente, que no debo seguir viviendo así nunca más. Cuando las

detecte podré dejar de aferrarme a ellas.

Adyashanti: Sí. Tenemos que darnos cuenta de que el material suprimido

surge de la conciencia, y ahí regresa. Nada es permanente. Es un

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acontecimiento totalmente impersonal, y en eso reside su belleza. Cuando sabes

que eres conciencia, dejas de experimentar represión o apego. Es como si fueses

el cielo. No intentas expulsar a las nubes, pero tampoco las agarras para que no

te abandonen. Aunque se forme una tormenta con rayos y truenos infernales,

ésta no afecta al cielo, debido a su naturaleza. Mientras el cielo recuerde que es

cielo, todo dará igual.

Confundirse inocentemente es muy fácil. Es como si estuvieses en el cine

viendo una película y, de pronto, los personajes cobrasen vida, te invitasen a

participar y tú te metieras en la película. Es como si todo lo que ocurriera en la

película tuviese que ver contigo, como si fueras un personaje de la película.

Entonces, por alguna misteriosa razón, te despiertas y, de repente, te das

cuenta: «Vaya, estoy en el cine con una coca-cola y unas palomitas, y todo el

tiempo que me he pasado creyendo que estaba dentro de la película ha sido un

error. Estoy aquí sentado viendo una película. Creía que era real, pero no lo es».

La conciencia hace algo parecido. Proyecta esta cosa llamada ser humano y se

enamora tanto de su creación que se pierde en ella.

Estudiante: Me encuentro en una fase en la que sé perfectamente que estoy

viendo la película, pero sería sorprendente que no me quedase atrapado dentro.

De pronto, todo lo que me rodea me hace creer que estoy en la película. Sé que

estoy sentado en la butaca, pero todas mis sensaciones están en conflicto con ese

dato.

Adyashanti: Eso forma parte del proceso de maduración, hasta que aprendas

que tus sentidos, tus pensamientos y tus sensaciones no te indican lo que eres.

Estudiante: No podemos confiar en ellos.

Adyashanti: Nada de lo que pienses o sientas sobre ti mismo tiene que ver

contigo, nada. Así que sigue siendo lo que eres, que es nada. Deja que tu

material reprimido salga a la superficie y sigue consciente durante todo el

proceso. No pierdas la conciencia y no entres en estado de trance. Tampoco te

pongas a analizar; simplemente deja que todo lo que quiera surgir salga a la

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superficie. Cuestiónate todas tus suposiciones e interpretaciones, todos los

viejos guiones. No los reprimas, y tampoco los alimentes: limítate a quedarte en

silencio, hazte preguntas y permanece consciente.

El proceso necesario para evitar que nos quedemos atrapados en las ilusiones

implica que dejemos de referirnos a nuestros pensamientos y sentimientos. La

sabiduría consiste, en gran medida, en dejar de hacer referencia a los

pensamientos y a los sentimientos positivos. Estamos más que dispuestos a

alejarnos de los negativos. Pero cuando nos encontramos con la dicha, con el

éxtasis, con la alegría, con la liberación de la verdadera revelación y con todas

las emociones que consideramos espirituales, nos decimos: «Ése soy yo. ¿Cómo

sé que soy yo? Debo ser yo porque me siento muy bien. Siento dicha, éxtasis y

alegría. Por eso sé que soy yo, sé lo que soy y sé que estoy a salvo». Pero sigues

dependiendo de la percepción. Si dependes de las percepciones sensoriales para

saber quién eres, antes o después las sensaciones te mostrarán su otra cara, el

lado negativo, y entonces dirás: «Dios mío, estoy atrapado».

La madurez consiste, entre otras cosas, en abandonar conscientemente las

percepciones positivas, no sólo las negativas; en apartarse del contexto global

que te decía quién eras y qué eras. Entonces comprenderás que experimente lo

que experimente este cuerpo-mente, tú eres el espacio de consciencia en el que

esas experiencias tienen lugar. La experiencia no importa. Pero cuando te das

cuenta de que esto es así, el cuerpo-mente normalmente refleja esta sabiduría

sintiéndose muy bien. No obstante, aunque se sienta muy bien y lleno de dicha,

podrá seguir sucumbiendo a la seducción de identificarse con esas sensaciones

agradables. En cuanto te seduzcan y creas que te pueden decir algo de lo que

eres, en cuestión de tiempo volverás a verte atrapado en la separación.

La mente quiere aterrizar, desea fijarse a algo, aferrarse a un concepto, pero

sólo seremos verdaderamente libres cuando ya no nos aferremos a nada. La

verdadera madurez está ahí, y es una de las cosas más difíciles para aquellas

personas espirituales que han tenido revelaciones profundas y auténticas. Se

trata de aceptar el grado de entrega necesario para soltarse, literalmente, de

todas las experiencias y de todas las referencias personales. Las grandes

revelaciones casi siempre llevan implícito un algo que quiere reivindicar que

«yo soy esto». Cada vez que reivindicas «yo soy esto», lo único que haces es

reivindicar otra percepción, otro pensamiento, otra emoción o sensación.

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Con el tiempo, cuando pasas por esto las veces suficientes, la mente lo

entiende en el nivel más profundo y se relaja por completo. Cuando la mente se

relaja, sabes quién eres y lo que eres en todo momento, aunque no puedas

definirlo, ni describirlo o hablar de ello. Simplemente lo sabes porque lo eres. Es

la máxima liberación de la identidad y la separación.

Estudiante: Has estado hablando de liberar la parte personal, pero me parece

que esto también se podría aplicar a la meditación. Cuando medito llego a un

lugar en el que estoy despierto, pero no percibo nada, y enseguida me digo:

«¿Qué es lo que estoy dejando de detectar?». Entonces la mente se pone a dar

vueltas. Así que me sirve de mucho saber que cuando no tengo pensamientos

estoy donde debería permanecer el máximo tiempo posible.

Adyashanti: No necesitas intentar quedarte ahí, pues en realidad nunca has

estado en otro sitio. Te des cuenta o no, ahora mismo estás despierto. Estás tan

despierto como cuando meditas. Esa iluminación o atención es tan consciente

de que mi voz está hablando ahora como de cualquier otra cosa. Es completa y

plena, y nunca será más de lo que ya es. Ya está ahí. Por esa razón todos los

maestros espirituales han dicho siempre que ya estamos iluminados, lo que

ocurre es que no lo sabemos.

Así que la pregunta se convertiría en ¿cómo lo sé? Tienes que empezar a

cuestionarte profundamente todo lo que crees sobre ti. Tenemos muchas ideas

sobre quiénes somos y lo que somos, pero cuando las cuestionamos se

desmoronan enseguida. Entonces llegamos a un punto en el que no sabemos

quiénes somos. Y al final estamos seguros de que no lo sabemos en absoluto.

Te das cuenta de que todas las definiciones que tienes sobre ti no son más que

un concepto y, por tanto, una mentira. La mente se detiene por la mera razón de

que no tiene adonde ir. Evidentemente, esta parada no se puede practicar,

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porque cualquier práctica para detenerse no sería más que una farsa. La parada

sucede como resultado de la visión, de la sabiduría, de la comprensión, y de

nada más. No es una técnica. Por eso éste es el camino de la sabiduría. Cuando

la mente comprende sus propias limitaciones, se detiene naturalmente. La

mente sigue intentando encontrarse sólo cuando está bajo la ilusión de creerse

que puede hacerlo. Cuando comprende que no lo puede hacer se detiene, pues

entonces sabe que no hay nada que hacer.

Al decir que la mente se detiene, no quiero decir, literalmente, que todos los

pensamientos desaparezcan. Ese no es el resultado de la mente que se detiene.

Lo que hace es dejar de interpretar la realidad. Entonces te quedas con una

realidad en bruto, sin deformaciones. Es la experiencia de la libertad profunda y

liberadora. Te alivias de un gran peso. Tus pensamientos no tienen que dejar de

pasar por tu mente. No necesitas cambiar nada. Tu mente sólo tiene que hacer

una cosa: contemplar con mucha curiosidad la pregunta «¿qué soy yo

realmente?». La contemplación de esta pregunta te llevará, precisamente, más

allá del pensamiento.

Si te preguntases ahora mismo «¿quién soy yo?», ¿qué es lo primero que

dirías?

Estudiante: ¿Lo primero que diría? Que soy la definición que me he dado

siempre.

Adyashanti: ¿Eso significa que en realidad no lo sabes?

Estudiante: Sí.

Adyashanti: Así que sabes que no lo sabes. Ésa es una revelación increíble en sí

misma. Casi siempre dejamos de verla, pues todo el mundo está

tremendamente seguro de quién es. Tal vez no lo estuvieses pensando hace

cinco minutos, pero en realidad te sentías bastante seguro a nivel emocional y

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actuabas como si supieras quién eres. Cuando un ser humano se puede hacer

esta pregunta seriamente y contesta la verdad, que no lo sabe, en vez de

pretender que sí lo sabe, esto tiene una importancia increíble. La alfombra

oculta una verdad inmensa que casi siempre permanece escondida. Cuando te

haces consciente de que «no sé quién soy», la firmeza desaparece de los

cimientos de tu vida.

Cuando llegas a lo desconocido, no has cometido ningún error. No tienes que

saber nada, pues eso te llevaría precisamente a la mente y generaría un

interminable círculo vicioso. La auténtica liberación está más allá de la mente.

Cuando llegas a lo desconocido, en realidad estás a las puertas de la liberación.

Lo único que tienes que hacer es sumergirte en el hecho de que no lo sabes. Nos

pasamos la vida creyendo que lo sabemos, de forma consciente o inconsciente, y

en eso radica toda nuestra experiencia. ¿Cuál es la experiencia del no saber?

¿Cómo te sientes realmente al no saber?

Estudiante: No lo sé, pero me siento genial pensando que no lo sé.

Adyashanti: Bien, acabas de contestarte. Te sientes genial, ¿no es así? Si no te

pones a escuchar a la mente diciendo «oh no, necesito saber», y no te asustas; y

si acudes directamente a tu sensación, verás que te sientes muy bien, que te

sientes muy liberado, desde el principio. No saber es un alivio, pues lo que

creías ser es lo que generaba todos los problemas. Es lo que cargaba con todo el

peso. Ahora te cuestionas todo eso: ¿qué pasa si estabas equivocado? El mero

hecho de pensarlo es estimulante, ¿no?

Estudiante: Tengo ganas de llorar, me siento tan bien.

Adyashanti: ¡Bien! Pues ve justo ahí. Pon tu atención precisamente ahí, eso es

todo lo que tienes que hacer. «¿Cómo te sientes al no saber? ¡Oh, es tan

maravilloso!» Limítate a descansar ahí. No llegarás al conocimiento sabiendo,

sino no sabiendo. Estarás a un millón de kilómetros de todo lo que sabes, cada

vez a más profundidad, lo que implica que estarás más allá de la mente.

Entonces lo verás en un instante, y lo sabrás.

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Estudiante: Podría quedarme atrapado en el placer del no saber.

Adyashanti: Alcanzarás sabiduría por el mero hecho de descansar en el no

saber. Es una paradoja. Cuanto más descanses en el no saber, lo que implica no

aferrarse nunca a la mente, más directa será tu experiencia de sabiduría. Surgirá

en un instante.

Nos pasamos muchas vidas danzando junto a las mismísimas puertas de la

libertad. Hacemos piruetas en el descansillo y nunca sabemos bien quiénes

somos. Bastará un chasquido, una vuelta más de ese nudo, para obtener

sabiduría, eso es todo. Es tan fácil. No es difícil. Lo que ocurre es que la gente

no sabe adonde ir. En cuanto sabes adonde ir y tienes el coraje de ir ahí, es fácil.

Dirígete hacia lo desconocido, experimenta lo desconocido, sé lo desconocido.

Todo el conocimiento verdadero se despierta en lo desconocido.

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10

Profundidad

Nos podemos acercar a la espiritualidad de dos formas. La primera y más

común, a través de un movimiento mental horizontal. Un movimiento

horizontal significa que la mente se mueve hacia delante y hacia atrás

recopilando información. Es como si la mente llegase a una pared totalmente

cubierta de escritos. Esta pared contendría todo tipo de enseñanzas, de

prácticas, de obligaciones y prohibiciones. En general, la mente sólo realiza un

movimiento horizontal por la pared, adquiriendo y acumulando cada vez más

información. Se mueve a derecha e izquierda recopilando información,

creencias, teorías, etc. ¿Has conocido alguna vez a alguien que tuviera una

mente así? Estas personas llegan hasta los límites más lejanos de la pared: su

mente se mueve horizontalmente recopilando información. Casi todo el mundo

realiza este movimiento horizontal de recopilación de información, ideas,

creencias, etc., esperando que pueda servirles a nivel espiritual. Pero la Verdad

no tiene nada que ver con el conocimiento, sino con el despertar.

A nivel emocional hacemos lo mismo. Nos movemos por la pared

horizontalmente, recopilando experiencias. Tenemos experiencias mundanas

básicas, buenas y malas, y según avanzamos hacia la espiritualidad empezamos

a tener experiencias espirituales. Al igual que con la mente, nos ponemos a

pensar: «Si me limito a acumular un número suficiente de experiencias, eso

tendrá algún sentido. Me conducirá a alguna parte». Lo que conseguiremos

serán más experiencias, lo mismo que sólo conseguimos más conocimiento

cuando la mente realiza movimientos horizontales: no conseguiremos ni

libertad ni Verdad.

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Así que la mente, el cuerpo y las emociones participan en este juego llamado

acumulación. Evalúan una pieza de conocimiento conceptual en relación a otra.

«¿Cómo se compara esta pieza con esta otra? ¿Y cómo se compara eso con

esto?» Nos encanta comparar nuestras experiencias con las de los demás. «¿Qué

has experimentado tú? Vaya, yo no he experimentado eso, sino esto, ¿lo has

experimentado tú también?» «Esto es lo que yo creo, ¿y tú?»

Entonces el cuerpo emocional se pregunta: «¿Es esto?, ¿es ésta la experiencia

correcta? ¿Estoy teniendo la experiencia? ¿Por qué no tengo la experiencia?». El

cuerpo-mente recopila más deberes, más técnicas, más de esto, más de lo otro.

La mente y el cuerpo tienden a seguir viejos patrones, realizando movimientos

horizontales, recopilando hechos, enseñanzas, maestros, creencias y

experiencias. Casi todo el mundo vive así: horizontalmente, en vez de

verticalmente. Después incorporan ese movimiento a su vida espiritual. Pero la

acumulación horizontal de conocimientos y experiencias es irrelevante: más

información no equivale a mayor profundidad.

Ahora, en este preciso momento, podrías darte cuenta de que no vas a

conseguir nada de mis palabras; ninguno de los conocimientos absorbidos y

acumulados por tu mente te conducirá a una profundidad mayor. Ninguno.

Cero. Nada. Sólo conseguirás más movimiento horizontal. Sólo obtendrás más

conocimiento. Tal vez quieras eso, tal vez no. Pero en cuanto te des cuenta de

las limitaciones de la mente, ésta se disolverá, pues tendrá que hacer muchas

menos cosas.

Cuando sobrepases la pared de conocimiento encontrarás una invitación a un

estado trascendente que supera los límites de la mente; no es ningún estado

regresivo previo al funcionamiento de la mente. La espiritualidad consiste en

esto. En ir más allá de los límites de la mente.

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Imagina que estás frente a una pared. Casualmente tiene una puerta. La abres

y atraviesas la pared. Si quieres conseguir mayor profundidad, tendrás que

renunciar a la pared que has dejado atrás. Si retrocedes, te agarras a la pared

con una mano e intentas caminar con los pies, no llegarás muy lejos. Si quieres

conseguir verdadera profundidad, profundidad trascendental, tendrás que

tomar la decisión de relajar la mente. La mente dice: «Me relajaré un poco más,

pero voy a guardarme todo ese conocimiento en el bolsillo para el viaje. Tal vez

necesite mis conceptos en algún momento». Empezará a hacerse un montón de

preguntas. «¿Esto es seguro? ¿Es sabio? ¿Voy a hacer alguna estupidez?» Como

si toda la sabiduría estuviese contenida en nuestra colección de conocimientos.

Normalmente la gente se siente muy insegura a nivel mental y psicológico

cuando atraviesa del todo su acumulación de conocimientos.

La mente no es capaz de comprender que puede haber una inteligencia

verdadera, una inteligencia trascendente, que no resulte del pensamiento ni de

la comprensión conceptual. No comprende que la sabiduría puede no aparecer

en forma de pensamientos, de conocimientos adquiridos y acumulados.

La urgencia o el anhelo verdaderamente espiritual suele ser una invitación a ir

más allá de la mente. De ahí que se haya dicho siempre que para llegar a Dios

hay que ir desnudo. Es igual para todo el mundo. O entras libre de

conocimientos acumulados o no podrás entrar nunca. Por tanto, una mente

inteligente comprende sus propias limitaciones y, entonces, eso es algo

hermoso.

Cuando dejas de aferrarte a todo el conocimiento empiezas a entrar en otro

estado del ser. Comienzas a moverte en otra dimensión. En esa dimensión la

experiencia interna se aquieta mucho. Aunque la mente siga parloteando en el

fondo, ya no molestará a la conciencia. No tendrás la necesidad de detenerla. Tu

atención atraviesa esa pared de conocimiento y pasa a un estado muy tranquilo.

En esta tranquilidad te darás cuenta de que no sabes nada, pues no estarás

buscando en la mente el conocimiento adquirido. Esta tranquilidad es un

misterio para la mente. Es algo desconocido. Cuando aumentes la profundidad

entrarás, literalmente, en una experiencia más profunda de lo que parece un

gran misterio. Es posible que la mente quiera entrar, pretenda saber lo que está

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ocurriendo y se ponga a definirlo todo, pero así no obtendrás mayor

profundidad. El misterio seguirá desvelándose si se lo permites: si dejas de

controlar.

Cuando dejas atrás el conocimiento adquirido, te das cuenta de que te quedas

sin tu sensación habitual del yo. Ese yo existía únicamente en la acumulación de

conocimientos y experiencias. Cuando dejas todo atrás ocurre algo muy

interesante porque, literalmente, te desprendes de tus recuerdos. Dejas atrás lo

que creías ser, las cosas en las que creías, la idea que tenías de tus padres y de

todas las otras cosas que pensabas. El ayer desaparece. Entonces comienzas a

notar algo muy interesante: eres capaz de dejar atrás todo eso y, sin embargo,

sigues siendo, estás aquí mismo en este momento. De este modo, lo que eres

adquiere aún más misterio.

Cuando te das cuenta de que puedes abandonar cualquier definición de ti

mismo y sigues siendo, empiezas a ver que estos pensamientos tal vez no sean lo

que tú eres. Es decir, ¿quién eres cuando no te estás pensando a ti mismo en la

existencia? ¿Quién eres cuando abandonas todos los pensamientos, incluso los

que se supone que no debes cuestionar, como: «Soy un ser humano. Soy una

mujer (o un hombre). Soy la hija (o el hijo) de fulanito»? Empiezas a ver que

cuando no te piensas a ti mismo en la existencia, lo que crees ser deja de estar

ahí, literalmente. Si este «tú» puede desaparecer de esa forma, para volver a

existir tan pronto como quieras, ¿es real?

En ese momento de comprensión habrás empezado a ir más allá de la pared de

conocimientos acumulados. Después, si no redefines este momento ni lo

empaquetas en ningún concepto, volviendo a pensarte en la existencia, tu

verdadero estado empezará a hacerse presente. El verdadero Yo soy está

increíblemente vacío. Está libre de todo lo que creías ser. No tiene límites. No

tiene definiciones. Ninguna definición podría valer para definir lo que eres. Lo

único que queda es conciencia, y ni siquiera, pues eso no es más que una

palabra.

Cuando veas lo que en verdad eres, no podrás aplicarle ningún concepto

nunca más. Estarás tan vacío que sólo habrá conciencia. No existirá ningún niño

interior ni ningún adulto. Ninguna de tus identidades existirá a no ser que tú

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pienses que existe. La conciencia podrá seguir mirando y viendo que el cuerpo

existe, pero eso no le generará problemas a nadie. El problema es lo que añades

después en la mente.

Este vacío te permitirá empezar a degustar la experiencia del ser. El ser antes

de que fuera algo o alguien. Y este milagro del ser es lo que está vivo y

despierto. Es lo único que no necesita de la mente para existir. Para ser esta

conciencia no necesitas pensar nada. Todo lo que hay en ti cambia, excepto esta

conciencia. El cuerpo cambia. La mente cambia. Los pensamientos cambian, y

mucho más rápido de lo que nos gustaría. La cantidad de conocimiento

adquirido no importa, pues ese conocimiento no te traerá aquí más rápido. El ser

es la única constante, aquello que siempre está despierto.

Pero si vuelves al conocimiento acumulado de la mente encontrarás todo tipo

de opiniones sobre cómo debería ser tu verdadera naturaleza, pues habrás leído

mucho al respecto y habrás escuchado a muchos maestros espirituales; además,

existe toda una mitología mística en torno a la Verdad. Cuando te das cuenta de

que no es así, te llevas una sorpresa. Independientemente de lo que creas ser, no

eres eso. Aunque tu concepto sea muy espiritual y místico, tú no eres ese

concepto.

Cuando te deshaces del conocimiento acumulado, la identidad puede pasar

del yo al no-yo. Cuando esto ocurre le damos el nombre de despertar espiritual.

Pero esto no significa que no puedas utilizar tu conocimiento. El conocimiento

sigue ahí para cuando lo necesites. Podrás volver a sumergirte en él cuando

quieras utilizar un ordenador y para otras muchas cosas útiles. No perderás

nada, excepto tu identidad falsa. No te convertirás en un idiota. No olvidarás

cómo se atan los zapatos por haber comprendido que no eres quien creías ser.

Pero a la mente le asusta esto. La mayor barrera para la realización son tus

pensamientos al respecto, porque los pensamientos crean imágenes del estado

iluminado y esas imágenes sólo forman parte del conocimiento acumulado.

Independientemente de qué imagen tengas de tu Ser verdadero, esa imagen no

será la Verdad. Cuando puedas ver esto, experimentarás lo que está aquí mismo

con facilidad. Simplemente lo que está aquí mismo: la conciencia eterna, el

espíritu puro.

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Cuando comprendas esto en profundidad, no con la mente ni con la deducción

lógica, sino a través de una iluminación directa, todo lo demás se volverá muy

sencillo. Al poner el mundo del conocimiento conceptual en su sitio, lo

trasciendes. Te das cuenta de que eres conciencia eterna bajo la forma de un

hombre o de una mujer, de este personaje o de aquél. Pero como todo buen

actor, sabes que no eres quien pareces ser. Lo único que existe es la conciencia,

Dios, el Ser o el espíritu que se revela a sí mismo. El Buda lo llamó no ser.

Cuando lo veas, verás la Unidad. Sólo existe Dios. Es todo lo que hay: Dios bajo

la forma de superficie, de ser humano, de silla.

Ningún conocimiento roza lo eterno, lo que en verdad eres, ninguna

afirmación de la Verdad. Ninguna afirmación sobre cómo llegar ahí es cierta,

porque lo que sirve para una persona tal vez no le sirva a otra. Una mente que

quiera encontrar el único camino verdadero no podrá descubrirlo.

Evidentemente, a la mente no le gusta eso. «¿Acaso no existe ningún camino

verdadero?, ¿no podríamos decir nada ni leer nada que al final fuese cierto? ¿Es

que ni siquiera el ser más iluminado puede hablar de la Verdad?»

No. Nunca se ha hecho y nunca se hará. Lo único que puedes hacer es poner

un indicador en la pared que diga «mira por ahí». Una falsa flecha espiritual

señalaría el camino y diría «mira por aquí». Una flecha auténtica te llevaría más

allá de la pared de conceptos.

Los indicadores serán más o menos ciertos, pero independientemente de lo

que digan, independientemente de cómo indiquen el camino, no dirán nada

sobre lo que está más allá. Nada. Porque en cuanto estás más allá, en cuanto

eres lo que eres, no sirve nada más. Por eso muchos grandes maestros

espirituales han dicho que no hay que saber nada. Para liberarse, para

iluminarse, no hay que saber absolutamente nada y mientras sepas algo no

estarás iluminado. En cuanto sepas rotundamente que no sabes nada y que no

hay nada que saber, ese estado recibirá el nombre de iluminación, pues el ser es

lo único que existe. Cuando hay Unicidad, ¿de quién hay que saber algo? El Uno

sólo sabe: «Yo soy eso. Yo soy esto». Como dice la Biblia, «YO SOY LO QUE

SOY». Éste es un conocimiento realmente despierto. Cualquier otro

conocimiento es secundario.

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El conocimiento que se usa para un medio concreto o para un propósito

concreto es estrictamente utilitario. Cuando empieces a verlo, dejarás de buscar

la Verdad en lo que sabes. A cambio, buscarás la Verdad en lo que eres, porque

cuando descubres lo que eres también descubres lo que es todo lo demás. Todo

es el Uno. Te das cuenta de que no hay nada que saber y tu centro de atención

se desplaza desde el pensamiento hacia el ser.

La sabiduría trascendental ha entrado en la mente de todo el mundo. Cuando

te devanas los sesos con un problema durante mucho tiempo y luego dejas de

luchar, por alguna razón, y de pronto obtienes el «¡ajá, eso es!», ¿dónde surge

esto? La sabiduría se ha abierto camino. Podría tratarse de algo muy pequeño,

cotidiano. Aunque se registre en la mente como un «¡ajá!», no es un producto

del pensamiento. Procede de otro lugar, del ser. Así que el ser posee una gran

sabiduría. Nos llevamos una sorpresa, pues no estamos acostumbrados a

funcionar desde esa sabiduría que, aparentemente, surge de vez en cuando.

Pero en realidad tu ser funciona así todo el tiempo.

Hay muchas cosas que son relativamente ciertas, pero nada procedente de la

mente será verdad del todo. Cuando dejas de luchar, la mente experimenta un

gran alivio y toda tu orientación, en términos espirituales, se desplaza del saber

al ser.

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11

Ego

El ego es el chivo expiatorio de la espiritualidad. Como no podemos culpar a

nadie de todo lo que nos pasa, hemos elaborado este concepto del ego para

echarle las culpas de todo. Esto genera mucha confusión, pues en realidad el

ego no existe. No es más que una idea, la etiqueta que le ponemos a un

movimiento al que hemos vinculado nuestro sentido del yo.

Si tenemos en cuenta que el ego es una idea que realmente no existe, veremos

que muchas personas «espirituales» le echan la culpa, injustamente, de todo

aquello de lo que les gustaría librarse. Interpretan erróneamente que lo que

surge en ellos (un pensamiento, tal vez, una sensación, una predisposición o un

momento de sufrimiento) es una prueba del ego, y así justifican su existencia.

Creen que el ego existe porque muchas cosas lo evidencian. Nos encontramos

con muchas cosas que prueban o evidencian la existencia del ego, pero nunca

llegamos a descubrirlo.

Cuando exhorto a la gente a observar su ego, nunca lo encuentran. Un

pensamiento o una emoción de rabia desencadenan la siguiente: «Vaya, tengo

que librarme de eso, es mi ego». Es como si se utilizase todo lo que le sucede a

las personas, especialmente a las interesadas en la espiritualidad, para probar la

existencia de un ego que hubiese que aniquilar. Y, sin embargo, nadie lo

encuentra. Sigo esperando que alguien me lo muestre. He visto muchos

pensamientos, muchas sensaciones y emociones. He observado expresiones de

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rabia, de alegría, de depresión y de dicha, pero sigo esperando que alguien me

enseñe el ego.

Muchas personas asumen que la existencia de todas esas cosas conlleva la

presencia de un chivo expiatorio en su interior, de algo o alguien a quien

podamos culpar. Así es como entendemos el ego. Pero eso no es el ego. Las

cosas a veces son tan simples como aparentan. A veces un pensamiento no es

más que un pensamiento, una sensación no es más que una sensación y una

acción no es más que una acción, sin ningún ego de por medio. Pero el ego, si es

que existe alguno, es el pensamiento de que está ahí. Todo surge

espontáneamente y si existe algún ego, no es más que el movimiento concreto

de la mente diciendo «es mío».

No obstante, este pensamiento de «es mío» suele surgir después de un

pensamiento o de una emoción, como en el caso de «estoy confundido: es mío»

o «estoy celoso: es mío»; también puede tomar la forma de «me pertenece», en

respuesta a la aparición de cualquier experiencia. Creemos que el ego estaba

presente y que fue el que generó ese pensamiento, sensación o confusión. Sin

embargo, cada vez que nos ponemos a buscar el ego directamente, descubrimos

que no existía con anterioridad al pensamiento, sino que surgió después de él.

Es la interpretación de un determinado acontecimiento, de un pensamiento o de

una emoción. La suposición que sigue al hecho es lo que «es mío». El ego es

también la interpretación que dice «no es mío» después de un hecho: el rechazo

de un pensamiento o de una sensación. Esa postura evidencia la existencia de

alguien que no es dueño de esos pensamientos o sensaciones. Es el mundo de la

dualidad. Es mi pensamiento, mi confusión, o lo que sea; o no es mi

pensamiento ni mi confusión, no son míos. Ambos son movimientos o

interpretaciones de lo que es. El ego no es más que esta interpretación, este

movimiento de la mente y, por eso, nadie lo encuentra. Es como un fantasma.

No es más que un movimiento condicionado de la mente.

Desde nuestra más tierna infancia recibimos mensajes del tipo «eres precioso»,

«eres inteligente», «has tenido buenas notas, eres bueno» o «no has tenido

buenas notas, no eres tan bueno». El niño empieza a creérselo enseguida,

empieza a sentirlo, a apropiarse de esa esencia emocional en forma de «yo». Del

mismo modo, alguien que tenga un pensamiento enseguida empezará a sentir

ese pensamiento. Si se pone a pensar en un día feliz y soleado, su cuerpo

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empezará a adquirir ese tono, sintiendo algo que en realidad no existe. Esto se

complica mucho cuando alguien oye que debe librarse del ego, pues ¿quién va a

librarse del ego? ¿Qué es lo que está intentando librarse del ego? Al creer que

tenemos que hacer algo con él, seguimos alimentándolo.

El ego es un movimiento. Es un verbo. No es algo estático. Es el movimiento

mental que surge después del hecho. Los egos están siempre en medio. En el

camino psicológico, en el espiritual, en el de conseguir más dinero o un coche

mejor. Ese sentido del «yo» se está formando continuamente, se está moviendo

siempre y continuamente intenta conseguir algo. O, si no, hace todo lo

contrario: retrocede, rechaza, niega. Para que este verbo siga moviéndose tiene

que haber movimiento. Tenemos que ir hacia delante o hacia atrás, tenemos que

acercarnos a algo o alejarnos de algo. Tenemos que culpar a alguien y,

generalmente, nos autoinculpamos. Tenemos que dirigirnos a alguna parte

porque, si no, no seríamos nada. Así que si no formamos el verbo (llamémoslo

«egocentrarse»), deja de funcionar. En cuanto el verbo se detiene, deja de existir

verbo alguno. En cuanto dejas de correr, eso que se llama correr deja de existir,

desaparece. No sucede nada. La sensación del ego tiene que moverse

continuamente porque, en cuanto se detiene, desaparece, como cuando tus pies

se paran y el acto de correr deja de existir.

Cuando lo interiorizamos y empezamos a ver que no existe ningún ego, sino

sólo el verbo «egocentrarse», empezamos a ver el ego como lo que en verdad es.

Esto detiene de forma natural nuestra persecución o huida. Esta parada se tiene

que producir suavemente y de una forma muy natural, porque si hacemos por

detenernos, el movimiento surgirá otra vez. En cuanto intentamos hacer lo

adecuado a nivel espiritual para librarnos del ego, lo perpetuamos. Si nos

damos cuenta de que esto no es más que «egocentrarse», podremos detenernos

sin hacer nada.

Podrías encontrar un centenar de encinas y todas ellas tendrían personalidad,

pero ninguna tendría ego. Así que el fin de este verbo llamado ego no tiene

nada que ver con el fin de la personalidad. No tiene que ver con nada que nos

permitiera señalarla con el dedo: con ningún pensamiento, sensación o ego. Si

tuviésemos que detenernos, o si el mundo necesitase detenerse para ser libre,

estaríamos ante un grave problema. Lo que se detiene es el movimiento de

convertirse en algo, de acercarse a algo o de alejarse de algo.

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Cuando dejamos que este verbo (ego) se agote, surge otra dimensión del ser.

Con sólo observar veremos que nada de lo que surge contiene una naturaleza

de ego o de «yo». Si surge un pensamiento, será sólo un pensamiento. Si lo que

surge es confusión, no irá asociada a ninguna naturaleza del «yo». Si nos

limitamos a observar veremos que todo surge espontáneamente, y que no hay

nada que contenga inherentemente una naturaleza del «yo». La naturaleza del

ego sólo surge después del pensamiento.

En cuanto nos creemos lo que aparece después del pensamiento entendemos el

mundo desde una perspectiva concreta: «Estoy enfadado, confundido, ansioso,

feliz, deprimido; no estoy iluminado o, peor aún, estoy iluminado». De pronto,

este pensamiento creencia del yo tiñe todo lo que vemos, todo lo que hacemos y

todas nuestras experiencias. La gente piensa que la espiritualidad es un estado

alterado, pero el estado alterado es la ilusión. La espiritualidad tiene que ver

con el despertar, con ningún otro estado.

Mi maestro me dijo una vez: «Si esperas que la mente se detenga, puedes

seguir esperando toda la vida». De pronto me vi en la necesidad de reorientar

mi camino hacia la iluminación. Había invertido mucho tiempo en intentar

detener la mente y comprendí que tenía que buscar otra forma de actuar.

La instrucción espiritual «limítate a quedarte quieto» no se dirige ni a la

mente, ni a las sensaciones, ni a la personalidad. Se dirige a lo que surge tras el

pensamiento y se apropia del crédito y de la culpa cuando dice «es mío».

¡Detente! Ahí es donde debes pararte. Limítate a detener eso. Y entonces, en ese

momento, siente la disolución de la sensación del yo. Cuando la sensación del

yo se disuelve no sabe qué hacer, si ir hacia delante o hacia atrás, a la derecha o

a la izquierda. Esa parada es lo que importa. Lo demás no es más que un juego.

Cuando te detienes de esta forma, surge otro estado del ser, un estado no

dividido. ¿Por qué? Porque dejamos de luchar contra nosotros mismos.

Al oír estas palabras, la mente podría preguntarse: «¿Qué es un estado no

dividido del ser?». Así se perdería lo que estuviera sucediendo en ese momento.

Sentimos un estado del ser no dividido; no podemos encontrarlo en ningún

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campo abstracto ni conceptual, pues ese campo sería un estado dividido.

Cuando nos damos la oportunidad de disolvernos y nos quedamos en ese

estado indefenso, sin resistencias, sin tratar de probar nada ni de negar nada,

entramos en contacto con lo no dividido. Cuando estamos, literalmente, en el

cuerpo, y más allá del cuerpo, surge un estado en el que ese cuerpo deja de

estar en lucha consigo mismo. Aunque la mente siga teniendo pensamientos,

éstos no estarán enfrentados entre sí. Investiga sobre tu verdadera naturaleza,

sobre lo que en verdad eres, pues esa curiosidad te permitirá acceder al estado

no dividido. En ese estado comprenderás que no sabes quién eres, entre otras

cosas. Antes de eso, cuando sabías quién eras, estabas dividido infinitamente.

Desde aquí, sin división alguna, la sensación del yo pensada, restringida y

oprimida no tiene cabida. Te conviertes en un misterio.

La división nos permite sentir el yo más fácilmente. Cuando estamos

enfadados, por ejemplo, está ahí. Pero cuando sólo hay rabia y no nos

identificamos con ella, incluso la rabia termina desapareciendo. Es una energía

que surge y desaparece. ¿Y entonces yo qué soy? Si no soy «mi» rabia, si «yo no

soy» lo que está dividido, ¿entonces qué soy?

Permite que el misterio del ser se desvele de un modo experiencial. Empieza

por ser, en vez de pensar. Por el simple hecho de ser esta conciencia presente,

según se vaya desvelando el misterio, nos iremos haciendo cada vez más

brillantes. Entonces el sentido de identidad empezará a desaparecer tras la

división y el conflicto interno. La mente descubre que no puede aferrar su

identidad a ningún sitio, así que la identidad empieza a deconstruirse y se

transforma en apertura. Misteriosa y paradójicamente, cuanto más se

deconstruye la identidad, más vivos y presentes nos sentimos. El yo se

transforma en una especie de azúcar disuelto en agua, hasta que deja de existir

y, a pesar de eso, nosotros seguimos existiendo. Buda podría haber dicho:

«Todo el azúcar queda disuelto: no queda nada del yo». Ramana Maharsi

podría haber dicho: «El azúcar queda disuelto en el agua, así que el azúcar y el

agua son lo mismo: el Ser es lo único que existe».

La libertad suprema del ego inexistente es darse cuenta de que es irrelevante.

Mientras siga creyendo que es relevante, seguirá «formándose». Las mejores

intenciones del mundo sólo sirven para alimentarlo. «Cada día me libero más y

llegará un día en el que me libere por completo y no tenga nada de ego.» ¿A

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qué te suena eso? Es el ego. Pero si en un instante de visión somos capaces de

ver que el yo es irrelevante, el juego se acaba. Es como si un jugador de

Monopoly creyera que su vida depende de ganar la partida y, de pronto, se diese

cuenta de que ganar o no ganar es irrelevante: no importa. Tal vez siguiera

jugando. Tal vez se fuera a por un bocadillo. Esta vida no se basa en ganar la

partida espiritual; se basa en despertar de la partida.

Nosotros también estamos formados por «condicionantes». No es el ego. Los

condicionantes son condicionantes; no son condicionantes del ego. Son una

especie de programas instalados en un ordenador. El hecho de instalar un

programa no implica que el ordenador tenga ego. Simplemente recibirá unos

condicionantes temporales. Al llegar a la edad adulta, el cuerpo-mente ha sido

totalmente condicionado. Ha culpabilizado al ego de esos condicionantes

aunque éstos no procedieran de él. El ego es lo que surge después del

pensamiento y en pos del condicionante, que es donde se produce la verdadera

violencia.

Cuando nos damos cuenta de que los condicionantes son una especie de

programa proporcionado a través de los códigos genéticos, de la sociedad, de

los padres, de los maestros, de los gurús, etc., empezamos a reconocer que los

condicionantes no tienen ser alguno. A la mente le asusta esto, pues si los

condicionantes no tienen ser, no podemos echarle la culpa a nadie.

Autoculparnos o culpar a cualquier otra persona tiene tan poco sentido como

echarle la culpa a nuestro ordenador del disco que le hemos metido. Observa el

momento presente para ver tus condicionantes y verás que ahí no hay culpa

alguna. Los condicionantes forman parte de la existencia. Si nuestro cuerpo no

tuviese condicionantes ni programación dejaríamos de respirar, el cerebro se

ablandaría y la inteligencia dejaría de existir: eso es otro condicionante.

Los condicionantes se mantienen firmemente anclados en nosotros porque los

interpretamos como algo nuestro. Entonces, evidentemente, nos inculpamos,

culpamos a los demás y procuramos librarnos de ellos porque pensamos «yo los

creé», «yo no los creé» o «puedo librarme de ellos», y a la mente no le gusta eso.

Ésta se engaña creyendo que puede librarse de los condicionantes, pero cuando

la verdad se hace presente, nos sentimos cada vez menos divididos. Si no

reivindicamos los condicionantes como nuestros, surgirán en un estado no

dividido, al que podríamos denominar estado del ser no dividido. Cuando los

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condicionantes se encuentran con un estado no dividido, se produce una

transformación alquímica. Ocurre un milagro sagrado.

Cada vez que surge algo podemos tener la experiencia de «yo soy esto» o

«aquí estoy otra vez: yo no soy eso». Ambos son movimientos de la mente

posteriores al pensamiento, y se conocen mejor como ego. Pero en el estado no

dividido pueden suceder dos cosas. La primera, un despertar de nuestra

verdadera naturaleza, que es un estado no dividido, este ser no dividido. Lo

segundo que puede ocurrir es que el condicionante, la confusión heredada

inocentemente a través de la ignorancia, se reunifique consigo mismo. Cuando

los condicionantes surgen en una persona cuyo ser no está dividido, por lo que

no se apropia de ellos ni los niega, puede ocurrir un proceso alquímico sagrado

a través del cual los condicionantes se reunifican solos. Al igual que el barro en

el agua, los condicionantes se hunden sin hacer nada. Es una especie de milagro

natural.

Esto conlleva una gran delicadeza, pues si se da la más mínima apropiación o

el más mínimo rechazo de apropiación, el proceso se corrompería de un modo u

otro. Tenemos que mostrarnos suaves y abiertos interiormente, pues esta

sensación de no división es muy suave; no podemos ser tan bruscos como un

martillo que estuviese clavando una punta. Por esta razón, las enseñanzas

espirituales hacen hincapié en la humildad, que nos ayuda a penetrar en la

verdad de nuestro ser de forma suave y humilde. No podemos asaltar las

puertas del cielo. En cambio, tenemos que desarmarnos cada vez más. De ese

modo la conciencia pura del ser se hará cada vez más brillante y

comprenderemos lo que somos. Somos ese brillo.

Cuando se hace muy brillante vemos que somos este brillo, este resplandor, y

empezamos a comprender, desde nuestra experiencia, en qué consiste todo este

nacimiento en forma de ser humano. Este brillo se da sentido a sí mismo, a cada

gota de confusión, a cada gota de sufrimiento. El Ser sagrado dará sentido a

todo lo que el yo evitaba. Este brillante Ser comienza a descubrir su verdadera

naturaleza y desea liberarse de todo, disfrutarlo todo y amarse en todos sus

sabores. Lo verdaderamente sagrado es el amor por lo que es, no el amor por lo

que podría ser. Este amor libera lo que es.

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El verdadero corazón de todos los seres humanos ama lo que es. Por eso no

podemos escapar de nosotros mismos en forma alguna. No porque seamos un

desastre, sino porque somos conscientes, y con este nacimiento le damos

sentido a todo. Independientemente de lo confundidos que estemos, le daremos

sentido a todas las partes que hayamos dejado fuera de la partida. Es el

nacimiento de la compasión y del amor verdadero. Desde hace mucho tiempo,

las tradiciones espirituales dicen que para llegar al amor debemos deshacernos

de muchas cosas. Pero eso es un mito. En realidad, lo que nos libera de verdad

es el amor.

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12

Amor

Todos estamos familiarizados con el amor al que hacen referencia los poemas,

las canciones, los anuncios y los romances de instituto. Ese amor es hermoso,

pero yo quiero hablar de la esencia del amor en su sentido más profundo. El

amor es un aspecto muy importante de la Verdad. Sin amor no hay Verdad. Sin

Verdad no hay amor.

Cualquiera que haya tenido la suerte de experimentar un amor profundo y

encarnado sabrá que el amor trasciende todas las experiencias y todas las

emociones. Si has experimentado este amor, sabrás que está presente aunque no

tengas la sensación de ese estado al que llamamos amor. Si no es amor

verdadero, en cuanto dejes de tener esa sensación asociada al estado, te darás

cuenta de que únicamente tenías una sensación; como cuando un coche se

queda sin gasolina. Ese no es el amor verdadero, el más profundo, ésos no son

los cimientos del amor. Cuando amas de verdad, sabes que el amor trasciende

todas las experiencias. Por ejemplo, una madre ama a su hijo aun cuando éste le

haga perder los papeles. Si has amado a un amigo alguna vez, sabrás que el

amor sigue ahí aunque no lo sientas, incluso en los momentos difíciles. El cariño

más profundo trasciende todas las experiencias.

Evidentemente, el amor se expresa de muchas formas. Pero cuando te refieres

a una experiencia de amor verdadero, sabes que el amor existe incluso en la

ausencia de esa experiencia. Cada vez que lo nombras o dices «el amor es así» o

«el amor se siente así», te das cuenta de que sigue existiendo aun en la ausencia

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de esa definición. En realidad no puedes echarle el guante y decir «esto es el

amor verdadero», pues lo trasciende. Es una especie de yo. No puedes

descubrirlo. Podrías decir: «No puedo encontrar al yo, así que creo que no

existe ninguno». Y, sin embargo, hay algo que está despierto, brillante y

consciente, aunque ese algo sea la nada radiante.

Del mismo modo, cuando la Verdad está presente, el aspecto amoroso de la

Verdad también está presente. Este amor trasciende los altibajos de la emoción;

es un amor que está abierto permanentemente. Si cierras su apertura, entonces

el amor se queda sin vida, la Verdad se muere. Este amor nos hace estar

profundamente conectados de un modo no explícito y surge cuando estamos

verdaderamente disponibles, realmente abiertos. Las palabras ni le añaden ni le

quitan nada. Cuando dirigimos nuestra atención a lo que es indescriptible

mediante palabras, ahí está. Ahí está la conexión: ocurre algo bello, profundo.

Cuando nos abrimos de este modo indescriptible, es como si la apertura se

encontrase consigo misma.

Todos experimentasteis un tiempo en el que sabíais esto y, por alguna razón,

sacrificasteis esta apertura por algún otro plan. Surgió alguna otra cosa, dijisteis

«¡vaya!», y la conexión desapareció; entonces surgió la mentira. Cuando te

desconectas de este nivel tácito es como si dijeses: «Estoy a punto de mentir, de

decir lo que no es verdad». Cuando te apartas del núcleo del amor, mentir es

fácil. Si sigues conectado, de corazón, mentir o decir una verdad a medias te

resultará muy difícil. Si te niegas a desconectarte del amor, todas tus relaciones

se transformarán por completo; incluso la relación que tengas contigo mismo.

Quizá esto te resulte un poco extraño, pues has aprendido que la conexión del

amor está reservada para momentos especiales, para personas especiales, en

circunstancias especiales. Que esta conexión sea indiscriminada es tabú. Tal vez

hayas pensado: «Mantendré esta conexión para ti, para ti y para ti, pero los

demás me dais bastante miedo». Pero al conocerlo como una profunda conexión

y una profunda unidad, esto que está despierto, este amor que trasciende todas

las descripciones, es indiscriminado. No sabe encenderse y apagarse. Ese

interruptor está, únicamente, en la mente. Este amor siempre está encendido.

Ama por igual a santos y pecadores. Es el amor verdadero. Una imitación del

amor diría: «Te amo más que a nadie porque encajas en mi visión encogida del

mundo mejor que ninguna otra persona».

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El amor verdadero es sinónimo de la Verdad. No difiere de ésta. No es el amor

que sentimos cuando asistimos al baile de graduación con la persona ideal. No

hay nada malo en ello, por supuesto, pero esto es otra cosa. La esencia más

profunda del amor no está entrando y saliendo. El amor es, punto final. Este

amor ama por encima de tus gustos de personalidad respecto a la gente; no

surge porque lo desarrollemos o porque nos volvamos santos, nobles o

angelicales. Eso no tiene nada que ver con el amor del que estoy hablando. Este

amor es un reconocimiento profundo y sencillo, algo que sabemos

intuitivamente y que descubrimos en cada experiencia, en cada ser y en cada

mirada. Se encuentra en todo lo que ocurre. Es amor por el mero hecho de que

esté aconteciendo algo, pues ahí está el verdadero milagro. Sería muy fácil que

no existiese nada, mucho más fácil que lo contrario. El hecho de que ocurra algo

y de que vivamos en esta abundancia llamada vida es un milagro.

No podemos enamorarnos o dejar de enamorarnos de este amor. Nos

enamoramos o no de un amor que se extrae, de algún modo, de la esencia del

amor. Esta otra clase de amor también forma parte de la experiencia vital de la

mayoría de los seres humanos, pero yo estoy hablando del amor que se limita a

ser. Cuando lo reconocemos por primera vez nos llevamos una gran sorpresa al

descubrir que este amor que procede directamente de nosotros, aquí mismo,

está enamorado de todas las cosas.

«¿Cómo puede ser eso? Se supone que yo no amo a aquellas personas cuya

filosofía difiere de la mía.»

«¿Qué hace aquí ese amor? Estamos en polos totalmente opuestos del espectro

político.»

«¿Por qué te amo? ¿Cómo entró en mí ese amor? ¿Qué clase de amor es éste?»

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Es un amor profundo. Un amor sinónimo de la Verdad. Cuando este amor está

presente, la Verdad está presente. Cuando la Verdad está presente, esta

conexión, este amor profundo, está presente.

Muchas de las historias en torno a Jesús describen esta clase de amor. La gente

que le rodeaba le decía constantemente lo que no podía amar: «Lapidaremos a

esta prostituta. Dios no ama a este tipo de personas». Pero Jesús,

completamente conectado, sabía que este amor es indiscriminado. No lo recibe

alguien porque sea simpático o noble. Simplemente es. Ama a todo el mundo

indiscriminadamente. La mayor parte de las enseñanzas de Jesús se basaban en

esta clase de amor. Incluso lo expresó ante los responsables de su muerte,

cuando dijo: «Perdónalos, Padre, porque no saben lo que hacen». Eso procede

de un amor que no tiene fin, ni siquiera cuando se está enfrentando a la muerte.

Ésa es la voz del amor. La mente podría decir: «Eh, van a matarme. Tengo

derecho a dejar de mostrar amor». Pero la verdad no se rige por esa ley; no

sigue las reglas del juego fabricado por la mente. Ama de todas formas. No

comete errores: este amor no tiene nada que ver con volverse noble, valioso o

santo. Es un amor que existe desde antes. Ha estado aquí desde siempre y

siempre estará aquí. Este amor simplemente es.

Te viste obligado a obviar este amor para poder seguir siendo un yo separado,

pero no dejó de existir. En realidad, ése es nuestro mayor temor: descubrir que

amamos todas las cosas y todas las personas que nuestra mente preferiría no

amar. El miedo al amor, al amor verdadero, es posiblemente el único miedo que

supera el miedo a la muerte. El descubrimiento del amor como componente de

tu naturaleza es el comienzo del fin de todo lo que creías separado. Te enfadas

con los demás porque el amor está ahí y tú no quieres que esté. Por eso los que

se divorcian suelen atacarse mutuamente. Como están divorciándose creen que

no deberían seguir enamorados. Pero el amor sigue ahí. Tal vez no te guste, tal

vez no quieras vivir con alguien, pero el amor sigue ahí, porque no podemos

amar una cosa para dejar de amarla después. Si la gente es capaz de admitir que

el cariño o la conexión siguen ahí, aunque la parte romántica del amor haya

desaparecido, su energía podrá liberarse. Y es preferible acostumbrarse a esto

con una persona, pues terminarás descubriendo que ese amor está en todos los

seres. Simplemente está ahí. Es un acuerdo sellado. No importa quién sea. Si

aceptas el amor sabrás cuándo es preferible quedarse con alguien y cuándo es

mejor dejarlo.

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El amor verdadero no tiene nada que ver con querer a alguien, con estar de

acuerdo con esa persona o con ser compatible con ella. Es un amor hacia la

unidad, un amor que ve a Dios en todas las máscaras, y se reconoce en todas

ellas. Sin él, la Verdad se convierte en una abstracción fría y analítica y deja de

ser la Verdad auténtica. La Verdad se expone para abrirse a esta conexión

íntima con todo el mundo. Aunque a la personalidad no le guste, existe una

íntima conexión. Unas veces saldrá al frente y se mostrará con obviedad. Otras

veces se quemará en el fondo, como las brasas, para todo. Cuando reconozcas

una conexión profunda sentirás que, gracias a ese amor, las paredes de la

oposición se caerán naturalmente. No se caerán sólo estas paredes, también

sentirás amor por todos los seres humanos, y por la vida como tal.

Es como el amor de un padre hacia su hijo: aunque a veces te sientas frustrado,

este amor es constante. Es como la vida, que unas veces te vuelve loco y otras es

realmente agradable. Este amor va más allá de los momentos buenos o difíciles,

que siguen aconteciendo. Cuando despiertes a este amor que trasciende todos

los momentos, buenos o malos, tu relación con la vida experimentará una

revolución radical. Este amor no tiene opuestos, como el odio, pues está

presente en todo, en todos los momentos. Cuando lo entiendes es como una

revolución, pues cuando ves que este amor que eres ama lo que no se puede

amar, lo que aparentemente no debes amar o lo que la cultura no te permitía

amar, y ves que no le presta ninguna atención a las normas del ego, te das

cuenta de que es otro tipo de amor.

Tienes que hacerme el favor de comprender que el amor del que estoy

hablando no es excluyente y, por tanto, no excluye otras expresiones de amor.

El amor de la amistad, el amor del matrimonio y otros muchos tipos de amor

tienen su propia forma de ser y de moverse por el mundo. Pero yo me estoy

refiriendo a la esencia que forma parte de todos los sabores del amor. El

verdadero amor espiritual, una conexión que no podemos describir con

palabras. Este amor es el único que tiene el poder de transformar nuestra

relación con la vida, con los demás y con el mundo. Este amor es atemporal. Es

incontenible.

Cuando la gente despierta a este amor, con frecuencia escucho: «Adya, es

demasiado para mí: me va a destrozar». ¡Es ridículo! ¿Demasiado para ti? Eres

transparente. Estás vacío. Simplemente te atraviesa y te trasciende. ¡A través de

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ti y más allá! Si intentas aferrarte a él, será demasiado para ti. Evidentemente, si

te aferras a la idea de tus fronteras personales, de tus límites, no podrás

contenerlo. No podemos limitar el amor, pues nunca tuvo ese destino.

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13

Adicción espiritual

Una persona espiritual se puede volver adicta a subidones espirituales, y de

esa forma se pierde la experiencia de la Verdad. La adicción espiritual aparece

cuando sucede algo estupendo y lo sientes igual que si estuvieses bajo el efecto

de una fuerte droga. En cuanto lo obtienes, deseas más. No hay droga más

potente que la experiencia espiritual. El componente intelectual de esta adicción

te hace creer que si tuvieses suficientes experiencias de ese tipo, te sentirías bien

todo el tiempo. Es como la morfina. Cuando te rompes un brazo, recibes una

dosis de morfina en el hospital y piensas: «Si me diesen una gotita

permanentemente, la vida sería relativamente placentera, independientemente

de lo que sucediera». Las experiencias espirituales se convierten a menudo en

esto, y la mente las clasifica según su patrón habitual: «Si tuviese esta

experiencia todo el tiempo, sería libre».

Enseguida te das cuenta de que tu estado no es mucho mejor que el de un

simple borracho, con la excepción de que el borracho sabe que tiene un

problema, pues el alcoholismo no está bien visto culturalmente. Una persona

espiritual está convencida de que no tiene ningún problema, cree que su

ebriedad es distinta de las demás y opina que la solución reside en seguir

espirítualmente ebrio permanentemente. La mente de un adicto funciona así:

«Lo conseguí y lo perdí. Lo necesito. No lo tengo».

Nuestra cultura considera miserables a casi todas las personas que padecen

alguna adicción. Pero en el mundo espiritual la cosa cambia. El buscador cree

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que la adicción espiritual es distinta de las demás. No se considera un yonqui.

Es un buscador espiritual.

Este problema perdurará mientras una parte de ti siga esperando el subidón

de la experiencia. Cuando eso se empiece a desmoronar, verás que las

experiencias agradables, maravillosas y estimulantes son como borracheras

agradables y placenteras. Te sientes genial durante un breve periodo de tiempo

y después experimentas la reacción contraria. El subidón de la experiencia

espiritual va seguido del bajón espiritual. He podido comprobarlo en muchos

estudiantes.

Cuando estas experiencias de subidones y bajones se suceden durante un

tiempo suficientemente largo, empiezas a comprender que la experiencia del

subidón no es más que un péndulo al que le sigue un bajón. Al alcanzar un

momento ordinario, tal vez comprendas que los movimientos del péndulo son

reacciones opuestas pero iguales. Verás que no se puede mantener un solo lado

del movimiento pendular, pues su naturaleza le lleva a moverse de un lado a

otro. No podrás detener el péndulo en ningún momento.

Éste es el movimiento del buscador, pero también es el movimiento del yo,

pues siempre está interesado en las reacciones opuestas y en las iguales, y

siempre está intentando mantener una experiencia, evitando otras. Eso es lo que

hace el yo. Persigue lo bueno y evita lo malo. Mientras la identidad siga ligada a

este movimiento, aunque estés en un subidón espiritual que te parezca muy

noble, nunca llegarás a ser libre. Así no podrás ser libre, pues no podrás

mantener la experiencia. Por su propia naturaleza, la libertad no tiene nada que

ver con el mantenimiento de una experiencia concreta, pues la naturaleza de la

experiencia reside en el movimiento. Se mueve continuamente, al igual que un

reloj en marcha.

Tenemos que hablar del problema de la adicción espiritual, pues si no lo

comprendes entenderás mi segundo punto como otro concepto espiritual de

moda. Pero si entiendes la primera parte (que el despertar espiritual no tiene

nada que ver con ninguna experiencia de subidón), la segunda parte adquirirá

más sentido y se volverá más interesante. La segunda parte es que todo es

conciencia. Todo es Dios. Todo es Uno. Cuando veas que todo es Uno

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entenderás que esforzarse por mantener el movimiento pendular de la

experiencia en un punto determinado es una pérdida de tiempo. Si todo es Uno,

cuando el péndulo está arriba el Uno es el mismo que cuando está en cualquier

otro lugar.

Los maestros zen no explican nada en abstracto y esto impregna su enseñanza

de belleza y de horror. Mi maestro lo explicaba sujetando su bastón y diciendo:

«Buda es esto». Luego lo tiraba al suelo y todo el mundo pensaba: «Vaya, este

zen es realmente salvaje. Me gustaría entender lo que dice». Luego seguía

estampando su bastón contra el suelo (bang, bang, bang, bang) y decía: «El zen

es esto. ¡Es esto!». Y todo el mundo reaccionaba: «¡Vaya!». La gente se

preguntaba: «¿Qué? ¿Dónde?», pero nadie respondía. «No podía ser eso, pues

eso no era más que un bastón golpeado contra el suelo.» Como la mente no cree

que todo es Uno, sigue buscándolo: «¿Dónde está? ¿Qué estado es ése?». Como

el yo relaciona todas las cosas con su estado emocional, utiliza ese estado para

distinguir lo que es verdadero. Cree que lo verdadero es siempre un estado

emocional espiritualmente alto, pero el bastón que se golpea contra el suelo no

conlleva ningún estado emocional alto a nivel espiritual. Y para empeorar las

cosas y hacerlas más terribles, el maestro diría: «Ésta es una descripción

concreta de la verdad. Esto es Buda. Esto no es abstracto». Y entonces nos

sentiríamos totalmente derrotados.

Recibir una enseñanza que insiste en que seamos concretos es una auténtica

bendición, pues también podría haber dicho (como hago yo, a veces): «Todo es

conciencia. Todo es Uno». Entonces la mente piensa: «Ya lo tengo. Me quedo

con eso. Sé lo que significa». Pero cuando el maestro golpea un bastón contra el

suelo y dice «¡es eso!», la mente no es capaz de entenderlo. El golpe del bastón

es la mayor muestra de Dios que podrás conseguir. Todo lo que le siga será una

abstracción, un movimiento que se aleja del hecho. El zen no le otorga ninguna

concesión a la abstracción. Esto implica, simultáneamente, el poder y la

maldición del zen, pues los estudiantes se ven obligados a darse cuenta de lo

verdadero, en vez de creer que entienden algo cuando en realidad no lo están

entendiendo.

De este modo, el buscador espiritual se encuentra ante un dilema. Al ver que

todo es el Uno, el yo empieza a buscar una experiencia de Unicidad. Entonces

lee un libro acerca de una experiencia de Unicidad, ve una descripción de

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fusión y de pérdida en la corteza de un árbol, o en otra parte, y se pone a buscar

alguna experiencia similar en experiencias emocionales de su pasado.

La experiencia de fusión es agradable y hermosa, y quizá la hayas tenido.

Algunos tipos de cuerpo-mente pueden experimentarla cada cinco minutos.

Otros tipos de cuerpo-mente pueden experimentarla cada cinco vidas. El hecho

de haberla experimentado o no y el número de veces que la hayas

experimentado carece de significado. Conozco a mucha gente que consigue

entrar en un estado de fusión el tiempo que tardas en quitarte el sombrero y, sin

embargo, son igual de libres que un perro que se persigue la cola dentro de una

jaula. La fusión no tiene nada que ver con la libertad ni con la verdadera

Unicidad. Ésta significa, simplemente, que todo es el Uno. Todo es Eso, y

siempre fue Eso. Cuando entiendes realmente que todo es Uno, el yo deja de

moverse buscando una experiencia pasada. El movimiento se interrumpe. La

búsqueda se detiene. El buscador se para. La comprensión acaba con todo al

mismo tiempo. Todas tus experiencias futuras serán el Uno,

independientemente de que tu experiencia sea la fusión o las ganas de ir al

servicio. Incluso cuando se trate de alguien golpeando un bastón contra el suelo

y diciendo: «Es esto. El Buda es esto. Ésta es la mente iluminada. ¡No te

iluminarás más que esto!». Todo es Dios.

Esta comprensión suele surgir cuando el yo, que creía que la experiencia de la

Unicidad estaba relacionada con un subidón del movimiento pendular,

empieza a darse cuenta de las limitaciones de esa creencia. La experiencia de «lo

tuve y lo perdí» es muy válida para el buscador espiritual. Lo hermoso de la

experiencia del movimiento pendular es que obliga al yo a empezar a

desprenderse de cualquier contexto conceptual relacionado con esa experiencia.

Empiezas a cuestionarte si la cualidad de la experiencia de cualquier momento

puede decirte algo de la naturaleza última de la realidad. El yo personal cree

que cuando se siente mejor está más cerca de su verdadera naturaleza y que

cuando se siente mal está más lejos. Pero después de vivir en este movimiento

de «lo tuve pero lo perdí», al cabo del tiempo ese yo deja de creerse su engaño.

Comienza a entrever algo, a reconocer que la libertad no consiste en eso.

Pero si el buscador está programado para creerse su engaño, oirá lo que estoy

diciendo y pensará: «Olvídalo. Yo sigo creyendo que puedo sujetar el péndulo

en una experiencia de subidón para quedarme ahí». El buscador espiritual

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puede invertir toda su existencia y su identidad en esta experiencia pendular. Si

ves que te has pasado la vida, y tal vez muchas vidas, intentando mantener tu

experiencia en un estado emocional de subidón y sólo has conseguido volverte

un yonqui de experiencias espirituales, probablemente te sentirás desorientado.

Si sientes esta intensa desorientación, tal vez intentes evitarla, pues el buscador

que hay en ti de repente no sabe qué hacer. Se siente muy confundido y se

pregunta: «Si no intento alcanzar el estado de subidón para liberarme, ¿qué

hago?».

El buscador necesita quedarse en esa desorientación y en esa sensación de no

saber qué hacer; cuando se queda ahí, sin resistirse ni alejarse, en ese momento

nace algo nuevo. Observa tu experiencia para ver qué nace cuando te das la

oportunidad de experimentar la desorientación del buscador espiritual que deja

de buscar una experiencia distinta de la que ocurre en este preciso instante. Tal

vez sientas que el buscador se disuelve y que surge la paz, esa paz que estaba

persiguiendo el buscador. Cuando el buscador se disuelve, nace la paz y surge

la calma. No es una calma que dependa de ningún estado emocional. Cuando el

buscador empiece a disolverse y surja la paz, ésta perdurará con independencia

de cualquier estado, independientemente de que el péndulo se encamine hacia

un estado espiritual de subidón, hacia un estado muy ordinario o, incluso, hacia

un estado desagradable. Esto conforma el paso inicial necesario para

comprender que la libertad sólo puede surgir cuando el buscador se disuelve,

pues entonces deja de existir cualquier movimiento hacia la experiencia o en

dirección contraria a la misma.

La naturaleza de la experiencia consiste en cambiar o agitarse como las olas del

mar. Se supone que eso es lo que debe hacer. La identidad empieza a salir del

«yo», del buscador, para perseguir alguna experiencia en particular, hasta que

llega, precisamente, a esto. Precisamente a esto. El centro está siempre aquí

mismo. El centro ha estado aquí desde siempre. El buscador era el único que

insistía en intentar llegar al centro de la experiencia espiritual del subidón. Pero

cuando el buscador se disuelve podemos encontrar el centro aquí mismo, en

todo momento. Aquí no hay movimiento. Aunque tu experiencia emocional y

psicológica sea muy ordinaria, infeliz o extraordinaria, el centro seguirá estando

aquí mismo. Y sólo desde aquí podrás empezar a asimilar que todo es una

expresión del centro. Todo. Ninguna expresión es más auténtica que otra.

Ninguna experiencia es más auténtica que otra, pues en su centro no existe

buscador alguno. Aquí mismo no hay nada. Todo es Uno.

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Descubrirás que en ese centro no hay ningún yo. Sin ese yo en el centro, nadie

puede juzgar si una experiencia determinada es la adecuada o si es espiritual.

¿Lo entiendes? ¡Es esto mismo! Al golpear el bastón contra el suelo mi maestro

estaba demostrando que todo surge del centro que no contiene nada. Todo es

una expresión de ese centro y no hay nada separado de él. Si no lo puedes ver

aquí, no lo verás en ningún otro sitio. Ésta es la Gran Liberación, el alivio de no

tener que cambiar nada para llegar a la Tierra Prometida ni para descubrir la

experiencia de la iluminación. La experiencia de la iluminación no implica

cambio alguno. De hecho, esto te permitirá entender que la iluminación en sí no

es una experiencia. Y no es el subidón de ningún estado espiritual.

Las experiencias, por tanto, no son más que expresiones de lo que no es una

experiencia. Todo es eso, no existe nada más que eso y nunca hubo ninguna

otra cosa. Esto es lo que conlleva saber que todo es Uno. Por esta razón, los

sabios de todos los tiempos han dicho siempre que «la Tierra Prometida esta

aquí». Esta Unicidad es Dios. Esto es el Uno. Es esto. No está en ninguna otra

parte. Cuando veas que el centro está vacío y que no contiene a nadie

intentando ser otra cosa, te darás cuenta de que es mucho mejor que el mayor

subidón espiritual. La Verdad es igual de agradable, pero infinitamente más

libre.

Estudiante: ¿Podrías explicar la diferencia que existe entre experiencias

espirituales y momentos no duales de iluminación? Aparentemente podríamos

quedarnos enganchados en la recreación de lo que sólo ha sido una iluminación

temporal no dual.

Adyashanti: Lo único que digo es que una experiencia es una experiencia, es

una experiencia, es una experiencia. Pero es verdad que podemos atisbar el

estado no dual. Lo que suele ocurrir es que si el buscador no se ve a través del

estado no dual, enseguida se reafirma e identifica el estado no dual con sus

efectos secundarios. Estos efectos secundarios del estado no dual, no

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experiencial, donde no hay nada que buscar, donde nunca hubo nada que

buscar y donde todo es Dios, se traducen en un gran «¡aja!».

Si no se ve claramente a través de ese estado no dual, el buscador puede

cometer el error de asociar el «¡aja!» con el estado no dual, no experiencial.

Evidentemente, el «¡aja!» podría limitarse al alivio, a la felicidad, a la risa, a las

lágrimas o a la dicha, efectos secundarios, todos ellos hermosos. No es que lo

que hayamos visto no sea la Verdad. Lo que quiero decir es que a no ser que el

buscador se haya visto a sí mismo con claridad, volverá a asociar a la

iluminación la experiencia de esos efectos secundarios. El efecto secundario se

convertirá en el objetivo. De hecho, se convierte en el objetivo.

No digo que lo que haya visto no sea verdad, ni que lo que suceda no tenga

ningún valor si el efecto secundario es hermoso. Lo que digo es: ¿puedes

empezar a apartarte de todos los efectos secundarios? ¿Podemos ver cuál es la

fuente del efecto secundario?

Estudiante: En la misma línea, ¿estarías de acuerdo en que lo que ofreces es

una especie de técnica deconstructivista para hacernos más libres, la cual nos

permite ver los malentendidos que nos mantienen atados para poder librarnos

después de ellos? Me parece que hay otras técnicas que nos podrían conducir

también a la apertura de la que estamos hablando, como por ejemplo la

meditación. Si nos esforzamos en abrazar constantemente estas aperturas, se

arraigan de algún modo en el sistema del cuerpo-mente gracias a la

experimentación repetitiva y, antes o después, se produce un estallido.

Adyashanti: Bueno, es posible, pero no es lo que suele ocurrir. Lo habitual es

que el buscador obtenga determinadas experiencias y después deje de tenerlas,

o que las tenga con una relativa frecuencia, una vez a la semana, al mes o al año.

Y hemos hablado del mito por el cual creemos que si se siguen teniendo esas

experiencias, se producirá algún cambio. A veces si cambia algo. El buscador

suele tener esas experiencias en unos intervalos relativamente predecibles. Casi

podríamos situarlos en un gráfico. Cree que terminarán valiendo la pena. El

buscador cree que le acercan a la iluminación. Eso es un mito.

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Lo que quiero decir es que no es muy corriente. No digo que no pueda

suceder. Lo único que digo es que casi nunca funciona así, pues el buscador está

esperando la siguiente experiencia, distinta de ésta, que será la adecuada. En

general no nos cuestionamos este engaño, y si no lo cuestionamos y tampoco lo

investigamos seguiremos teniendo experiencias espirituales como si fueran

borracheras continuas. Lo único que haces es beber más a menudo, ¿verdad?

Aunque tengas experiencias espirituales con mucha frecuencia, eso no significa

que no sigas siendo un adicto. El buscador está anclado firmemente en su sitio.

Estudiante: Esto me sugiere una pregunta sobre la confianza en nuestra

experiencia. Si comes algo que te desagrada, dejas de comerlo. Intentas evitarlo,

y eso recibe el nombre de sabiduría o astucia. Si algo te funciona y te otorga una

experiencia de libertad, se genera un bucle de respuesta natural que te dice

«sigue por ese camino». Por tanto, ¿qué aconsejarías para gestionar la tendencia

natural a asociar una acción concreta con la experiencia espiritual o con la

apertura que conlleva? ¿Acaso quieres decir que no deberíamos hacerle caso a

esa respuesta natural?

Adyashanti: No, lo que estoy diciendo es, precisamente, lo contrario. Deberías

hacerle caso al feedback. Deberías hacerle caso a tu experiencia. El único

problema es que la mayoría de la gente le hace caso a una parte de la

experiencia, y no a la experiencia completa, como cuando dicen «si hago esto,

obtendré una experiencia de libertad y eso es muy agradable, de eso se trata»; o

«mi experiencia me dice que si hago esto la Gracia terminará apareciendo y

conseguiré esta experiencia agradable». No hay ningún problema con esto.

Forma parte de nuestra experiencia. Otra parte de la experiencia que no

solemos ver es que esta progresión, este movimiento, es en sí mismo una

atadura. No implica libertad. Sigues esperando la siguiente experiencia. Ésta es

la experiencia de la gente; sabes que es así. Sabemos que no somos realmente

libres porque seguimos esperando la libertad. Esta espera también forma parte

de la experiencia, pero generalmente la apartamos enseguida porque amenaza

el paradigma espiritual en su totalidad. Así que el buscador no lo ve.

Estudiante: Es cierto. Yo no quiero verlo.

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Adyashanti: Lo que te estoy diciendo es que confíes en tu experiencia, pero en

la totalidad de la experiencia.

Estudiante: Es como si cuestionases la idea de la evolución. Los estadios, ya

me entiendes. Hay pasos. Vamos del punto A al punto B. Tiene que haber algún

sitio al que ir, si no no estaríamos aquí hablando de hacer algo. ¿Acaso no es eso

una progresión?

Adyashanti: Existe una progresión, pero no vas a ninguna parte. Si acaso, se

trataría más bien de una regresión. Esta regresión tiene valor cuando reordenas

todas tus ideas espirituales a un estado mucho más sencillo (y no me refiero a

una regresión a un estado infantil, no se trata de ese tipo de regresiones). En ese

sentido, la regresión es posible, evidentemente, y en ese caso llegarías a lo que

estoy diciendo. Podría suceder de repente, de golpe, o gradualmente, como

cuando derrites mantequilla. Si quieres llamar progresión al proceso por el cual

la mantequilla se derrite, vale, aunque creo que cuando decimos que la

mantequilla está derritiéndose no estamos refiriéndonos a una progresión. No

te vas a ninguna parte. De hecho, no vas más rápido a ningún sitio. Por

consiguiente, la regresión puede producirse de cualquiera de las dos formas. De

forma gradual o repentina. Mi extensa experiencia con otras personas me ha

enseñado que puede suceder de cualquier forma. En ese sentido, estoy de

acuerdo con la teoría progresiva, pero no creo que algunas experiencias

demuestren más progresión que otras. Ésa es la trampa. No demuestran que

estés avanzando más.

Estudiante: Esta parte me parece un poco peligrosa, pues creo que todos

queremos medir nuestro progreso de algún modo y aquí, en el satsang, nos

contamos historias al respecto.

Adyashanti: Lo hacemos.

Estudiante: Hablamos de los apuros que pasamos durante la semana, de que

vamos llevándolos mejor, de que el satsang funciona. Tenemos la sensación de

mejora y sentimos que la vida marcha mejor.

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Adyashanti: Sí, claro que se puede sentir una mejoría, pero la mejora no

equivale a iluminación o a despertar.

Estudiante: Obviamente, las experiencias son de todo tipo. Podrían

confundirnos. Y de veras que quiero escuchar lo que dices: no os quedéis con el

brillo. Llegad hasta la fortaleza. No conquistéis minas de oro y plata para

quedaros atrapados dentro.

Adyashanti: Correcto, pues se agotarán. Si sientes que tu vida marcha cada vez

mejor, o que eres cada vez más libre, ¿quién soy yo para ponerlo en duda? Ésa

es tu experiencia. Si alguien tiene esa experiencia, me alegraré realmente de su

mayor felicidad y de que, probablemente, se traten a ellos mismos y a los demás

con más cordialidad. Eso está bien. En cuanto a la libertad, en realidad no existe

ningún tipo de medición al respecto. O estás despierto o no lo estás.

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14

Ilusión

El mundo es una ilusión.

Sólo Brahman es real.

El mundo es Brahman.

RAMANA MAHARSHI

Si pudiéramos percibirlo directamente, el mundo sería Brahmán, la realidad

suprema. Pero este mundo está revestido de una capa que está formada por

todas nuestras exigencias. Cada cual tiene sus propias exigencias. Algunas

personas sienten que el mundo no les ha dado suficiente. Otras creen que el

mundo no es bastante seguro. Otras desean que el mundo viva en paz. La

diversidad de cosas que reclamamos al mundo, o a nosotros mismos, es

interminable. Estas peticiones forman una capa. Cuando decimos que «el

mundo es una ilusión», significa que esta capa no existe, que no es real, que no

es más que una función de la mente.

Cuando alguien te dice «te amo» y entonces sientes «vaya, al fin y al cabo debo

de valer la pena», eso es una ilusión. No es verdad. Si alguien dice «te odio» y

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piensas «Dios mío, lo sabía: no valgo nada», eso tampoco es verdad. Ninguno

de estos pensamientos contiene una realidad intrínseca. Son una capa. Cuando

alguien dice «te amo», se lo dice a sí mismo; no te lo dice a ti. Cuando alguien

dice «te odio», se lo está diciendo a sí mismo, no a ti.

Las ideas acerca del mundo son, literalmente, ideas sobre nosotros mismos. La

capa del mundo que nosotros percibimos sólo existe en la mente. Una buena

forma de hacerte una idea al respecto es imaginar que te estás muriendo. Lo

que muere contigo es todo lo que no era real: tu visión acerca de ti mismo, del

mundo, de cómo debería ser, de cómo deberías ser tú, de cómo podrías ser,

estuvieras o no iluminado. Cuando el cerebro deja de funcionar, todo esto

desaparece. En realidad no está aquí. No está sucediendo. Ésta es, precisamente,

la razón por la cual el despertar espiritual contiene un elemento de muerte.

Si quieres ser realmente libre, tendrás que estar dispuesto a abandonar tu

mundo. Si lo que quieres es demostrar que tu visión acerca del mundo es la

correcta, más vale que hagas las maletas y te marches a casa. Si lo que quieres es

despertarte para descubrir que, «¡aleluya, yo tenía razón!», más vale que te

vayas de vacaciones o que regreses a tu trabajo, y que no te vuelvas loco con

ningún tema espiritual. Pero si te sientes atraído por la idea del despertar y

quieres darte cuenta de que «estaba totalmente equivocado acerca de mí y de

todos los demás; estaba totalmente equivocado acerca del mundo», tal vez estés

en el sitio correcto.

La gente puede sentarse a meditar, sin saberlo, para probar que su idea acerca

del mundo es la correcta. Pueden atender a razones positivas y negativas.

Aunque alguien estuviera pensando: «Sé que soy un Buda. Sé que estoy

iluminado. Sé que estoy iluminado», ese pensamiento también estaría

intentando imponer una visión del mundo, y no encajaría del todo. El maestro

zen Huang Po animaba a sus discípulos a deshacerse del Buda, de todas las

ideas, de todos los puntos de vista, incluso de los espirituales, para no imponer

nada a lo que es. De ahí viene la frase de «si te encuentras al Buda en el camino,

mátalo». Si tienes alguna imagen acerca de lo que es la Verdad, acaba con ella

enseguida, pues seguro que no es la Verdad.

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Liberarse de esta capa de ideas e imágenes es lo más parecido al despertar de

un sueño. Despertar es la única forma de darse cuenta de que era un sueño.

Como sabes, podemos llegar a ser muy fundamentalistas, incluso con las

enseñanzas orientales. Tal vez creas que no existe ningún mundo, que no hay

ningún yo, pero si no lo experimentas de forma directa, no será más que otra

forma de fundamentalismo. Es otra estrategia más de la mente para imponer

algo a lo que es.

Cuando te sientas a meditar empiezas a reconocer los distintos puntos de vista

que has mantenido y entonces puedes librarte de ellos. Pero en cuanto los dejas

partir, los sustituyes por otros. Con las creencias ocurre lo mismo. La mayoría

de la gente no se libera de ninguna creencia sin agarrarse a otra. Ésta es mejor,

así que a partir de ahora voy a creer esto otro. Pero si te cuestionas quién es el

que tiene esas creencias conseguirás mucho más que si te cuestionas cada

pequeña creencia que te encuentres en el camino, pues aunque trasciendas una,

antes o después surgirá otra. Es como arrancar malas hierbas.

Cuando era pequeño, mi mejor amigo, del otro lado de la calle, tenía un patio

trasero en cuyo césped había más malas hierbas que otra cosa. Su padre nos

pagaba veinticinco centavos la hora para que quitásemos los hierbajos (hace

treinta años de esto). Incluso entonces, sabíamos que veinticinco centavos la

hora no era mucho dinero, pero con una hora de trabajo conseguíamos una

chuchería. Al principio nos sentábamos en el patio y cavábamos los hierbajos

con pequeños cuchillos de mesa. Como nos costaba bastante, empezamos a

quitarlos con la mano. Arrancábamos los tallos. Había más hierbajos que

césped, así que nos pasábamos horas y horas quitándolos; cuando decidíamos

que realmente queríamos dinero, en el verano, podíamos pasarnos dos semanas

seguidas así. Cuando llegábamos al otro extremo del césped, al cabo de una

semana, los primeros hierbajos que habíamos arrancado habían vuelto a salir.

Las creencias funcionan igual. Te deshaces de una, pero si no llegas a su raíz, si

no arrancas lo que sostiene la creencia, surgirán nuevas creencias y volverás a

verte atrapado en ellas. Es una buena forma de garantizarse un trabajo. De esta

forma, el ego sigue siempre ocupado.

La base de todo, por tanto, consiste en deshacernos de aquello que sujeta la

creencia desde la raíz. ¿Quién sostiene esta creencia? ¿Quién está en apuros?

Cuando eliminas al que sostiene toda la estructura unida, desde la raíz, ésta se

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derrumba. Si elimino la raíz, la estructura conceptual se desploma por

completo. Si dejas un trozo de raíz, la estructura saldrá de nuevo y volverá a

construirse.

Estudiante: A veces veo que mis puntos de vista son ilusiones, y entonces me

siento completo. Pero después vuelvo a quedarme atrapado en la separación.

¿Qué necesitamos para dejar de movernos hacia delante y hacia atrás, para

pasar de los momentos puntuales de iluminación a la realización permanente?

Adyashanti: Disuelve al que está haciéndose la pregunta «¿cuándo dejaré de

tener momentos puntuales de realización para conseguir la iluminación

permanente?». ¿Puedes sentir al que se está haciendo esta pregunta? No es más

que un movimiento de la mente.

Las cosas no son más que una mera capa de conceptos. En zen tenemos un

dicho: «En un momento dado eres un Buda y al instante siguiente eres un ser

sintiente». Unas veces eres un Buda; otras, un ser sintiente, pero no dejas de ser

el Buda en todo momento, pues ambas cosas son simples máscaras. El ser

sintiente es una máscara. El Buda es otra máscara. Cuando las retiramos, el ser

sintiente y el Buda son lo mismo.

Estudiante: Y no te puedes referir a ello de ninguna forma.

Adyashanti: No. Es lo no enmascarado, el vacío. Como decía Huang Po,

«manifestarse como Buda no es más grandioso, y manifestarse como ser

sintiente no es inferior».

Estudiante: Suelo apegarme a esta sensación de caída libre.

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Adyashanti: El apego a las sensaciones de caída libre sigue siendo un apego. Y

genera sufrimiento, pues las sensaciones agradables no son eternas. Las

sensaciones cambiarán. Al verlo, te relajas. Dejas de aferrarte a las experiencias

espontáneamente, incluso a las que son maravillosas. Vamos más allá de la

realización, más allá de las máscaras del ego y del Buda. Cuando nos quitamos

ante el vacío la máscara densa y vamos más allá, lo único que queda es el gran

«ahhhhhh».

Estudiante: Cuando nos dices que no tengamos ningún concepto o ilusión, y

que nos hagamos conscientes del vacío, es como si eso estuviese más allá del

amor. En mi experiencia, ese amor también surge en este despertar y hay una

especie de campo energético entre la ilusión y el vacío. ¿Vas a hablarnos del

amor y de su papel en el despertar? ¿Cómo puede ser que, teniendo tanto amor

dentro, nos sintamos tantas veces poco amados?

Adyashanti: El primer movimiento del vacío es el amor. Es también la primera

llamada, que es lo mismo, el mismo amor. Este amor es el motor de todo este

universo, origina la creatividad de esta existencia y su nacimiento. Es como una

madre. Todas las cosas surgen de esa indescriptible sensación de amor y

belleza. Es la primera expresión de la nada. Creo que las personas no se sienten

amadas porque han perdido la conexión con su interior, que no es otra cosa que

el amor, la fuente del amor.

Este mecanismo humano es una mera encarnación del amor, es la creatividad

encarnada. Nuestra verdadera naturaleza es la única que puede asimilarlo sin

sentirse abrumada. Por eso muchas comunidades espirituales no sólo aman al

maestro, sino que lo veneran; la explicación de esto es que el ego no puede

asumir tanto amor. Aunque lleguemos a sentir este amor en nuestro interior,

como es demasiado para nuestro ego, lo proyectamos en el maestro.

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Normalmente proyectamos nuestra Verdad, nuestra belleza, en alguna otra

parte. Proyectamos nuestra propia belleza. Hacemos un trato inconsciente: «Yo,

de alguna manera, como resultado de una decisión o de la ignorancia, decido

ser un yo separado. Pero como en realidad no estoy separado de nadie, tengo

que deshacerme de mi Verdad. Pero como no puedo deshacerme de ella (no va

a desaparecer del universo), tengo que dejarla en otra parte. Como voy a fingir

ser este yo limitado, tengo que otorgarle mi divinidad a otra persona». Entonces

se la otorgamos a Jesús, al Buda o al maestro espiritual. «Mientras yo me ocupo

de ser yo, alguien más tendrá que sostener mi divinidad.» Ésta es nuestra

proyección.

En mi opinión, cuando sentimos amor en su esencia más auténtica, en realidad

nos enamoramos de nuestro propio Ser. Nos enamoramos de lo que el ego no

puede asumir. Cuando dejamos de considerarnos un yo separado, recuperamos

nuestra verdadera naturaleza, nos apropiamos de nuestro Ser y podemos mirar

directamente al Buda (o a la figura sagrada, o a nuestro propio maestro),

sabiendo de forma directa y absoluta: «Yo soy esto. Todo es lo mismo». Cuando

hayamos recuperado toda nuestra riqueza y hayamos visto que forma parte de

nuestro propio Ser, sólo entonces, podremos hacerlo.

El amor y el aprecio se vuelven enormes. Eso es lo que siento hacia mi

maestro. Es algo así como: «Gracias por sostener mi proyección. Gracias por

sostener mi iluminación mientras yo estaba tan ocupado fingiendo no estar

iluminado. Gracias por no apropiarte de ella, por no aferrarte a ella, gracias por

devolvérmela. Por eso sentimos un amor tan grande y una gratitud tan enorme.

Gracias por mostrármelo».

En zen tenemos un dicho: «Cuando la realización es profunda, todo tu ser

danza». Aunque tengas una experiencia de vacío, tal vez se trate del vacío del

vacío. Nosotros utilizamos la expresión «vacío frío». Cuando se trata del

verdadero vacío, tu ser está danzando. Traspasa, incluso, tu cuerpo físico. Todo

cobra vida de nuevo. Estás danzando: el vacío danza. Después profundizamos

en ese amor, en esa danza y en esa alegría. Entonces se asienta y sigue siendo

amor, danza y alegría, pero lo hace en algo que es muy tranquilo y penetrante.

El amor y la calma son cada vez más profundos.

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Cuando se produce el despertar, el corazón se tiene que abrir. Para que la

realización sea completa, tiene que llegar a tres niveles (cabeza, corazón y

tripas); aunque tengas una mente muy clara e iluminada y la conozcas

profundamente, tal vez no esté danzando la totalidad de tu ser. Cuando el

corazón comience a abrirse igual que la mente, tu ser se pondrá a danzar. En ese

momento todo cobrará vida. Y cuando tus tripas se abran, experimentarás esa

estabilidad profunda, profunda, en la que la apertura, lo que en verdad eres, se

hace transparente. Se convierte en el absoluto. Tú eres Eso.

Esto tiene una expresión concreta: «vacío sólido». En la mente, el vacío no es

tan sólido. Es espacial, etéreo; así es la iluminación mental. Para el corazón, la

iluminación es una vivencia, es la sensación de estar danzando con todo el

cuerpo. Para las tripas, la iluminación es un vacío parecido al de la mente, pero

este vacío es como una montaña, como una montaña transparente; son distintas

expresiones de la Verdad en el ser humano.

Estudiante: Es lo más hermoso que he oído en la vida. Alguna vez me he

cuestionado los grupos espirituales que evitan el amor y que, aparentemente,

no funcionan desde él. Al no tener ese centro, me resultan muy secos. Me

pregunto cómo puede haber iluminación sin ese amor.

Adyashanti: Como decía mi maestro, «la espiritualidad puede convertirse

fácilmente en un simple parloteo». Aunque la mente alcance cierto nivel de

iluminación, una claridad total (un despertar al espacio o a la espaciosidad), y

vaya haciéndose cada vez mayor, es posible que el yo individual siga existiendo

bajo formas muy sutiles (y, de hecho, esto sucede a menudo). En cuanto pasas

de la línea del cuello hacia abajo, la autoprotección se convierte en un gran

problema para casi todo el mundo. Cambiar la mente, no tener mente o no ser

nada es una cosa, pero cuando todo eso llega al corazón, la cosa cambia. Esta

apertura pertenece a otro orden de intimidad. Y creo, por tanto, que algunas

comunidades espirituales no llegan a alcanzarla, pues aunque algunos de sus

miembros estén iluminados, esa iluminación sólo es mental.

Estudiante: Lo que me llama la atención es por qué me sentí atraído hacia ti.

Algunos maestros espirituales pueden proporcionarte numerosas experiencias

y ejercicios para entrar en estados alterados o estados de samadhi. Pero, a

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diferencia de muchos otros maestros, tú añades la encarnación total del ser aquí

y ahora. Ahí entra en juego el amor. Si tu vida espiritual se basa únicamente en

entrar en estados alterados, no tendrás una verdadera vivencia del ser y creerás

que no la necesitas. Te habrás quedado atascado en la ilusión de que eso es todo

lo que hay, o de que es suficiente.

Adyashanti: Cuando la iluminación desciende sobre ti, empiezas a atravesar

áreas de tu ser completamente diferentes. Cuando pasas por debajo del nivel

del cuello, te encuentras con la suciedad. Ha llegado el momento espiritual de

ponerse los guantes, y para poder llegar ahí debemos contemplar lo humano

desde un nivel emocional muy profundo. Si nos atascamos, como dices,

podríamos llegar a utilizar el estado espiritual para protegernos y no morir del

todo. Los estados espirituales cumbre son de los escondites más efectivos, pues

parecen muy dichosos y plenos. A pesar de tener esas experiencias asombrosas

en ellos, cuando llegas a casa, después del trabajo, sigues dándole patadas al

perro.

Las distintas tradiciones espirituales aparentemente encarnan diferentes

aspectos de la realización. El zen encarna el nivel de las tripas. Ahí se dirige su

objetivo. La relajación profunda en este nivel recibe el nombre de la Gran

Muerte, pues nos deshacemos absolutamente de todo, incluso del apego al

corazón. Corremos el peligro de quedarnos atascados en la iluminación

intelectual, pero también nos podemos quedar atascados en la iluminación del

corazón; por eso el zen habla tanto del vacío. Es la montaña del vacío, que es, en

efecto, la sustancia de la existencia.

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15

Control

¿Qué pasaría si dejases de controlar y te librases de cualquier urgencia, hasta

de la más mínima urgencia de controlar algo, en cualquier parte, incluyendo

todo lo que te estuviese sucediendo en este preciso instante? Imagina que

pudieses deshacerte del control en todos los niveles, por completo. Si fueses

capaz de abandonar cualquier control, absolutamente, totalmente, serías un ser

libre a nivel espiritual.

Según muchas personas, al hurgar hasta lo más profundo del maquillaje

emocional del ser humano descubres que el miedo es la principal emoción que

mantiene a la gente separada. En mi experiencia eso no es así. Yo creo que la

razón principal de que las personas se experimenten como seres separados es el

deseo y la voluntad de controlar. El miedo surge cuando tenemos la sensación

de perder el control. O nos asustamos al darnos cuenta de que no tenemos

ningún control, y sin embargo seguimos deseándolo.

Cuando hablo de control me refiero a todo. El control más obvio tiene lugar

cuando la gente trata de controlarse entre sí. Si te acuerdas de cualquier

conversación que hayas mantenido hoy mismo, probablemente encuentres

algún elemento de control en ella. Seguramente estabas intentado controlar la

mente de alguien para que te entendiera, para que estuviese de acuerdo

contigo, para que te escuchase o para que le gustaras. Tal vez no sea así en

todas las conversaciones ni con todo el mundo, pero probablemente sí lo sea en

unas cuantas.

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Me estoy refiriendo a todas las cosas, desde las formas de control y poder más

obvias hasta las más sutiles. En estas últimas intentamos modificar la

experiencia de este momento concreto. Una de las preguntas más frecuentes

que recibo dice algo así: «Adya, he tenido un cierto despertar espiritual, al

menos eso creo, y aunque ha sucedido, tengo la sensación de que no es

completo. En realidad no me siento totalmente libre. Tal vez me haya

despertado a lo que soy y a quién soy, y eso es muy hermoso y profundo, Adya,

pero hay algo que no ha terminado de completarse». A esto le sigue: «¿Qué

puedo hacer?». Todavía no me he encontrado con ningún caso de este estilo en

el que el individuo no esté enfrentándose, principalmente, al problema del

control. Ninguno, porque a no ser que nos hayamos liberado del deseo de

controlar, todo el mundo gestiona el control de un modo o de otro.

Para resumirlo de forma muy sencilla, la diferencia entre las personas que han

tenido iluminaciones espirituales profundas en relación a su verdadera

naturaleza y las que están verdaderamente liberadas y se sienten

completamente libres es ésta, únicamente: aquellos que están libres y liberados

se han deshecho por completo del control. Esto ocurre porque, cuando te

deshaces del control, no puedes evitar sentirte liberado y libre. Es como si

saltaras de un edificio. No podrías evitar caer hacia abajo; la gravedad te

empujaría en esa dirección. Si te liberases por completo del control, terminarías

realizándote plenamente.

Cuando sentimos el deseo de control, en su forma más elemental, es como si

alguien estuviese agarrándonos las tripas. Cuando atraviesas los diversos

caminos que te permiten controlar la experiencia, al final encuentras este puño

cerrado básico. Y cuando te acercas a este puño cerrado, descubres que tiene un

protector. El protector de nuestro sentido básico de control es la rabia. Esta

rabia suele ser la sensación más destructiva que te permites en tu interior. Es el

mayor protector del control: cuando te acercas a alguien rabioso, a no ser que

seas estúpido, enseguida te alejas de él. Te sentirás atraído hacia muchas otras

cosas: algunas personas obtienen su droga en la depresión o en el victimismo,

tal vez disfruten siendo un verdugo o sigan otros patrones. Podemos sentirnos

atraídos hacia todo tipo de patrones emocionales, y tal vez nos quedemos

atrapados en ellos, pero pocos se sienten realmente cómodos en la rabia, y no

ven ningún valor en verse atraídos cual polillas a su fuego. En ese sentido, la

rabia es un protector muy bueno. Hace su trabajo con gran eficacia.

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Muchas personas no llegan a entrar en contacto con su rabia nunca, pues el

miedo se encuentra justo encima. El miedo suele funcionar. Cuando estamos

terriblemente asustados, casi todos salimos corriendo. Pero al atravesar el

miedo, los pocos que lo hacen sienten que le subyace algo aparentemente muy

destructivo. Si continúas atravesando ese tornado, descubrirás un nudo

existencial, generalmente en la boca del estómago, que tal vez subsista a una

iluminación espiritual muy profunda. El miedo perdurará o no, al igual que la

rabia. Pero el nudo a veces subsiste del modo más elemental.

Por eso te sugiero que te imagines lo que sucedería si no tuvieses

absolutamente ningún movimiento de control en tu interior, ningún deseo de

control, ninguna idea que controlar (al nivel más obvio o más profundo de tu

experiencia). Imagina qué implicaciones tendría una total ausencia de control

en tu sistema.

En último término, el deseo de control es nuestra falta de predisposición a

despertarnos del todo. Anthony DeMello relata una maravillosa historia. Este

sacerdote jesuíta, iluminado a nivel espiritual, ofreció conferencias, escribió

libros y murió a sus ochenta y pico años. La historia cuenta la escena de una

madre que llama a la puerta de la habitación de su hijo y le dice:

—Johnny, tienes que despertarte. Es hora de ir al colegio.

A lo que Johnny contesta:

—No quiero despertarme.

La madre le repite:

—Johnny, ¡tienes que despertarte!

—¡Estoy despierto!

—Johnny, ¡debes levantarte, salir de la cama y marcharte al colegio!

—No quiero salir de la cama.

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¿Te suena? «No quiero ir al colegio. Estoy cansado del colegio. ¿Por qué tengo

que ir?» Ella le contesta: «Te daré tres razones para ir al colegio. La primera, es

la hora de ir al colegio. La segunda, hay una escuela llena de estudiantes que

dependen de ti. Y la tercera, tienes cuarenta años y eres el director».

Hay muchas personas que han experimentado un profundo despertar similar

a éste. Es como si hubiese sonado el despertador, hubieses dejado de soñar con

tu yo, engañado permanentemente por experiencias, y supieses que eres

espíritu puro, en esencia. Lo has experimentado. Eres como el director que se

queda en la cama cuando llega la hora de ir al colegio. Estás despierto, pero no

estás seguro de querer despertarte. No has dejado de controlar. Quieres

quedarte en la cama, pero por todas partes te piden que salgas de ella. La vida

te está llamando y el último control que te queda es para decir: «No. Tengo

miedo de salir. No sé si quiero salir por esa puerta. Ahí hay un mundo

completamente nuevo. Es una forma de ser totalmente diferente. Me he

despertado, pero no esto seguro de querer estar despierto del todo. Creía que

podría despertarme y quedarme tranquilo en esta cama».

Lo divertido es que cuando la gente llega a este punto de su desarrollo

espiritual, cuando ya han tenido alguna iluminación profunda pero siguen

enfrentándose al problema esencial del control, generalmente preguntan:

«¿Crees que debería irme a algún sitio, por ejemplo a un monasterio? Me

gustaría irme de retiro para siempre, ¿crees que es una buena idea?». Y siempre

contesto que no. Es como si el director del colegio dijera: «¿No sería mejor que

me quedase en la cama durante los próximos veinte años?». ¿Solucionarías así

tu problema? ¡Rotundamente no! Debes levantarte y salir. Y para poder hacerlo,

tendrás que dejar de controlar.

Es un movimiento muy profundo. Una auténtica mutación del núcleo de tu

ser. No tiene que ser una revelación, ni un logro espiritual o una realización. Es

una mutación fundamental respecto a nuestra forma de existir: vivir sin el

deseo de controlar. Cuando llegues al centro del control, lo más probable es que

te sientas morir. Casi todo el mundo se siente así porque, en cierto sentido, te

vas a morir. Cuando la vida deja de tener control, ni siquiera en el nivel más

fundamental, es una muerte. En la mayoría de los casos nuestra vida comenzó a

girar en torno al control a la edad de un año, más o menos. Verás que hay niños

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de tan sólo dos años que intentan controlar a su madre, y ordenan y manipulan

a mamá y a papá. Esta urgencia de control, esta especie de sensación biológica

de que la supervivencia depende del control aparece a una edad muy

temprana.

Es una transformación fundamental. Por eso mismo, aunque tengamos una

realización muy profunda de la verdad, en último término la auténtica libertad

no llega necesariamente a través de una realización. Evidentemente, casi todo el

mundo necesita pasar por una realización profunda de su verdadera naturaleza

para poder entregarse de una forma natural y espontánea. Pero ésta sólo se

completará a sí misma cuando esa persona deje de controlar ciega e

impredeciblemente. En relación a este tema, la gente suele preguntarme: «Pero

¿cómo lo hago?». Y lo único que puedo decir es que el control está en la propia

pregunta. El control intenta hacer de las suyas. La pregunta de «cómo» siempre

se refiere al control. Tener un cómo tal vez nos resulte útil, pero al fin y al cabo

no es más que control. No existe ningún cómo. Limítate a relajarte por

completo.

Estudiante: ¿A qué te refieres con lo de impredeciblemente?

Adyashanti: Me refiero a que cuando nos deshacemos totalmente del control,

del deseo de controlar, todo es impredecible. Nada podría gustarnos menos,

pues todo se vuelve completamente impredecible. En otras palabras, todo se

vuelve desconocido.

Estudiante: Entonces la relajación impredecible del control se produce por el

mero hecho de estar en lo desconocido, y ahí es donde surge la apertura, ¿no?

Adyashanti: Puedes estar ahí y seguir controlando. Si descansamos realmente

en nuestra verdadera naturaleza, las formas obvias de control dejan de

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funcionar. Si siguen funcionando, entonces no estamos descansando en nuestra

verdadera naturaleza. Ni siquiera estaremos cerca. Obviamente, si intentamos

controlarnos y controlar a los demás, seguiremos de lleno en la tierra de los

sueños. Pero aunque estemos descansando muy profundamente, es posible (y la

experiencia me dice que es incluso probable) que este nudo existencial de

control siga ahí. Tal vez no lo percibas en ese momento, pero seguirá ahí en

potencia.

Estudiante: Le tenemos miedo.

Adyashanti: Es el miedo a la muerte, sí. Para dejar de controlar debemos

experimentar la muerte de nuestro yo separado y se trata de una muerte muy

profunda. Muy profunda. Evidentemente, esta muerte no es más que una

ilusión.

Estudiante: ¿Dejamos de controlar cuando nos morimos?

Adyashanti: No, no del todo. Puedes morir físicamente y seguir conservando

el deseo de control en otras dos mil vidas.

Estudiante: La liberación de este nudo existencial, ¿es algo físico?

Adyashanti: Puedes sentir físicamente ese nudo existencial, pero la liberación

es más profunda que lo meramente físico. Imagínate, por ejemplo, que supieses

de un modo totalmente convincente que, tras la muerte de tu cuerpo, tú

sobrevivirías tal y como te percibes en este momento. No se trataría de ninguna

creencia, de ningún deseo o fe: lo sabrías con total seguridad. ¿Tendrías miedo

de que tu cuerpo se derrumbase y te murieras?

Estudiante: No.

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Adyashanti: Creo que, en realidad, la mayoría de los seres humanos no temen

su muerte física, porque si tuviesen la convicción de que ellos no mueren, no se

preocuparían de la muerte de su cuerpo físico. Les asusta que lo que muera no

sea «mi cuerpo» sino el «yo».

Estudiante: Yo tal y como me conozco.

Adyashanti: Sí, «yo» muero. Y si no creyese que yo muero, no me importaría

que mi cuerpo muriese. Pero el hecho es que los que temen la muerte son los

que tienen apego. El yo que conozco, mi personalidad, está perdida.

Desaparece. Pero esta muerte es una ilusión, pues el yo no es más que una

colección de pensamientos conocidos. Pero si me identifico con ello, esa muerte

deja de parecer una ilusión, ¿verdad?

Estudiante: Entonces, ¿sucederá con el paso del tiempo?

Adyashanti: Ocurre cuando el tiempo se acaba. Puede suceder con el paso del

tiempo. Puede ser muy gradual o muy repentino. Sólo hay una regla: no existe

ninguna regla sobre el modo de evolucionar.

Estudiante: ¿Deberíamos dejar de hacer preguntas?

Adyashanti: No, eso tampoco funcionaría. Implicaría demasiado control.

Estudiante: Pero cuando empiezas a hacer preguntas, estás intentando

controlar algo.

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Adyashanti: Sí. Pero si dejas de hacer preguntas también estás intentando

controlar. Lo mejor que pueden hacer por sí mismos los seres humanos es ser

siempre absoluta y totalmente honestos con ellos mismos, manteniendo una

total integridad interna. Si tienes una pregunta profunda y real, que es muy

importante para ti, hazla. ¿Entiendes lo que quiero decir? Mantenerse fiel a la

integridad de tu interior es más importante que vender esa integridad por una

idea. Si conservamos esa integridad podremos llegar a la verdad. No lo hace

mucha gente. Generalmente evalúan su interior con un concepto que procede

del exterior. Si entiendes lo que he dicho esta noche como que todas las

preguntas son formas de control, cosa que es cierta, y entonces dejas de hacer

preguntas, el efecto sería horrible, pues seguirías controlando desde el otro

sentido.

Estudiante: ¿Cesará esta necesidad de hacer preguntas algún día?

Adyashanti: Sí. Ahí estriba todo. Las preguntas cesan cuando el preguntador

cesa. Todo lo que pregunta el preguntador implica apretar el nudo.

Estudiante: ¿Para afianzarlo?

Adyashanti: Correcto. Aunque ese nudo esté pidiendo a gritos que lo suelten y

lo liberen, sigue intentando controlar. Lo que dice es: «Quiero entregarme

ahora». La integridad más profunda de cada uno es lo más importante. Mi

maestro solía decir algo muy sencillo, pero muy profundo: «Los farsantes son

los únicos que no se iluminan».

Estudiante: ¿Quieres decir que no desean saber la verdad?

Adyashanti: No sé si quieren saber la verdad, lo único que sé es que a casi todo

el mundo le cuesta mantener una integridad auténtica durante un periodo de

tiempo continuado. La abandonan por todo tipo de razones, ideas y conceptos.

Siguen las enseñanzas de cuatrocientos libros a la vez y hacen lo que sea para

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evitar entrar en su interior. Cuando miran hacia dentro y actúan a partir de su

integridad más profunda, todo comienza a abrirse. Pueden tener toneladas de

preguntas. De pronto, tal vez no tengan ninguna. Da igual. Actuarán desde el

corazón y no lo habrán sacrificado en nombre de nadie. Ahí es donde todo es

poderoso.

Si te fijas en los personajes históricos que han sido tomados como ejemplos de

personas muy iluminadas a nivel espiritual, siempre encontrarás lo mismo en

su núcleo: eran personas completamente honestas e íntegras consigo mismas. El

ser humano necesita mucho rigor para poder hacerlo, pues normalmente choca

contra sus inseguridades, miedos y dudas.

Estudiante: ¿Implica esto que la aplicación a la vida cotidiana es muy difícil?

Adyashanti: No. Es rigurosa, pero la vida cotidiana no presenta ningún

impedimento. La gente lleva retirándose a templos, monasterios y ashrams

desde hace miles de años. Si observas a los que lo han hecho, ¿cuántos se han

iluminado de verdad? La tasa de éxito es bastante lamentable. Incluso en la

actualidad, podrías hacer a uno la siguiente pregunta: «¿Cuánto tiempo

estuviste viviendo en el ashram de Japón, China, el Tíbet o la India?». «Quince

años.» Bien, si nos referimos a la espiritualidad, no a la religión, ya sabes cuál es

la pregunta de fondo: «¿Lo conseguiste? ¿Conseguiste lo que buscabas?

Recuerdo que hace quince años decías que ibas allí para iluminarte. ¿Sucedió?».

Ese es el quid de la cuestión, ¿verdad? Cuando te deshaces de todo lo demás, o

consigues iluminarte o no lo consigues, y cuando preguntas si descubrieron la

iluminación, la mayoría responde con un «no». Con esto no quiero decir que

irse a un monasterio no sirva de nada, pues para algunas personas puede ser

algo realmente útil. Lo que quiero decir es que cuando empezamos a liberarnos

de ese control, nos damos cuenta de que no podemos estar en ningún otro sitio

mejor que en el que estamos, dondequiera que sea, haciendo lo que estemos

haciendo. Nos quedamos sin excusas.

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¿Te has quedado sin excusas alguna vez? Cuando te quedas sin excusas, de

repente tienes la sensación de quedarte contra la pared. En ese momento

sentirás la necesidad de realizar un cambio interno fundamental. La vida de

cada persona (tal y como es, si tan sólo dejasen de evitarla) es la avenida

perfecta para su realización espiritual. Que estés aquí, en Palo Alto, trabajando

para IBM o que seas monje en algún monasterio no importa.

Independientemente de quién seas y de la situación en la que te estés

moviendo, seguirás haciéndote la misma pregunta fundamental. No importa lo

que hagas, lo importante es lo que eres.

Estudiante: Si dices que se trata de quién soy, ¿qué sucede cuando el «yo» deja

de existir, cuándo te das cuenta de que todo lo que conocías como «yo» no es

permanente?

Adyashanti: Lo averiguarás. Lo que quiero decir es que te enfrentas a esta

paradoja, sorprendentemente hermosa, de que no existe ningún «yo» y de que

el «yo» está en todas partes, y las dos cosas son verdad al mismo tiempo. No te

podría ocurrir nada más divertido. No existe ningún «yo» y lo único que existe

es un gran «yo» que brilla desde todas las cosas. Pero eso no es más que

cháchara. Nuestra integridad no nos permite sentirnos satisfechos con la verdad

de ninguna otra persona. Desearás saberlo por ti mismo, pues ésa es la única

manera posible. Averigua lo que eres por ti mismo.

En este preciso momento se produce un misterio, incluso a nivel de la

experiencia. Desde el mismísimo principio, en el centro de ese misterio puedes

saborear que no existe ningún yo separado. No puedes descubrir lo que eres y,

sin embargo, obviamente estás aquí porque esta nada está percibiendo algo. Tal

vez obtengas, desde el principio, una prueba que no haya obtenido la gente que

lleva meditando veinte años. Quizá se hayan perdido algo tan sencillo. Este

sabor está ya en todo el mundo, y eso mismo es lo más sorprendente. No hay

que irse lejos para conseguirlo.

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16

Relajación

El secreto de la felicidad es muy sencillo. Deja de pedirle cosas a este

momento. Cada vez que le pides algo, o que te libre de algo, sufres. Tus

peticiones te mantienen encadenado al estado de ensoñación de la mente

condicionada. El problema estriba en que, cuando pides algo, pierdes por

completo lo que es en este preciso momento.

Debemos deshacernos de cualquier solicitud, incluso de la más sagrada,

incluyendo nuestra demanda de amor. Si estás exigiendo amor sutilmente,

aunque lo obtengas nunca será suficiente. En cuanto pase ese momento, la

exigencia se reafirmará y necesitarás amor otra vez. Pero cuando te relajas, en

ese instante sabes que el amor ya está ahí. La mente tiene miedo de dejar de

pedir porque piensa que no hacerlo implicaría no conseguir lo que desea, como

si el hecho de pedirlo sirviese de algo. Las cosas no funcionan así. Deja de

perseguir la paz y el amor, y tu corazón se llenará. Deja de intentar ser mejor

persona y serás mejor persona. Deja de intentar perdonar, y el perdón surgirá.

Detente y quédate quieto.

La realización súbita consiste en abandonar cualquier tipo de exigencia, tanto

hacia ti como hacia los demás, en este preciso instante. Lo único que hay que

hacer es dejar de pedir durante una décima de segundo. Si lo haces

indefinidamente será muy sencillo. Pero si experimentas un momento

trascendente y después empiezas a pedirte cosas, y a pedirle cosas al mundo, la

verdadera naturaleza del ser se oscurecerá y regresarás a la confusión. Es como

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si estuvieras buscando la joya de tu bolsillo y siguieras insistiendo en ser un

mendigo. Cuando dejas de insistir y te vuelves a meter la mano en el bolsillo, te

das cuenta de que el ahora te proporciona una plenitud tremenda, y que esta

plenitud no es el resultado de nada.

La belleza del Ser reside en que no depende de ninguna adquisición, ni de

tenerlo en alta estima, ni de verlo o percibirlo. Se trata de la belleza intrínseca de

lo que eres, de esa dicha interior. Si quieres experimentar esto profundamente,

deja que cale en ti, no como respuesta sino como pregunta.

«¿Es posible que yo sea ya esta dicha? ¿Es posible que lleve tanto tiempo

confundido, definiendo mi valía en función del papel social que interpreto en la

vida? ¿Me he equivocado y he pasado por alto la dicha oculta que está presente

en la naturaleza de todos los seres?»

Como no la podemos tocar, creemos que está oculta, pero en realidad esta

dicha no está escondida. Sólo vemos la estructura de la mente, así que la

pasamos por alto y no vemos qué es lo que posibilita esta estructura. Nuestras

estructuras de creencias, de incredulidades, de emociones... todas nuestras

estructuras internas y externas surgen y desaparecen. Lo único que permanece

es el espacio que está despierto. Y tú tienes mucho más espacio que estructura.

Lo único que no se puede adquirir es lo que tú eres. En eso reside su belleza.

Puedes conseguirlo todo, excepto a Dios. No puedes adquirir a Dios. Lo único

que puedes hacer es dejar de mentir y darte cuenta de que tú eres Dios. A esto lo

hemos llamado la muerte del ego, pero esta dramatización sólo le confiere cierta

ridiculez al asunto. El ego no es más que el movimiento de la mente, que está

intentando adquirir algo continuamente: amor o Dios, dinero o un juguete

nuevo. La mente siempre piensa que existe algo que puede hacerla más feliz.

Lo único inalcanzable para el ego es tu verdadera naturaleza. Aunque obtenga

un centenar de experiencias espirituales, no podrá adquirir lo que en verdad

eres. No podrá adquirir la esencia de este momento, pues es lo único que

permanece. La realización consiste en darse cuenta de esto. Nos hacemos

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conscientes de lo que es, lo que fue y lo que siempre será. Cualquiera que haya

tenido un vislumbre de iluminación se sorprende con esto, pues se da cuenta de

que siempre ha tenido lo que llevaba buscando toda la vida.

Es como si un mendigo se encontrase una joya en el bolsillo. Tal vez no se

había tomado la molestia de meterse la mano en él porque se pasaba el tiempo

metiéndola en el bolsillo de otro. Esto es lo que sucede a nivel espiritual cuando

ponemos la mente o la mano en el bolsillo del gurú. Descubrimos el diamante

que tiene en su bolsillo y nos encanta estar con él. Pero esto no sirve de nada si

después no eres capaz de escuchar cuando te diga: «Mira también en tu bolsillo.

Busca en su interior y descubrirás la misma gema».

Debes estar preparado. Tienes que estar dispuesto a dejar de meter la mano en

el bolsillo de los demás. Si no, aunque estés mirando directamente esa parte de

tu ser en este instante y digas «vaya, qué agradable», seguirás buscando el

diamante de alguna otra persona. He conocido muchos casos de personas que

son incapaces de detenerse a pesar de haber comprendido, hasta cierto punto,

quiénes son. Tienes que estar dispuesto a dejar de interpretar tu papel

consabido. Independientemente de lo que persigas (amor, dinero o la

iluminación), tu identidad se transforma en eso y conoces el mundo así.

Aunque encuentres la joya más preciada del ser, si no estás dispuesto a liberarte

de tu identidad seguirás sacrificando esta joya preciosa a cambio de tus

sensaciones.

¿Cuántas personas han permanecido demasiado tiempo en una mala relación,

a pesar de que no funcionara, debido a que no sabían qué sería de ellos si la

abandonaban? Esta tendencia funciona por todas partes con pensamientos del

tipo «voy a quedarme en este trabajo: lo odio, pero me voy a quedar»; o «yo soy

el que está persiguiendo algo, ¿qué sería si dejase de hacerlo?». Este juego está

muy extendido, y los seres humanos lo utilizan para evitar entrar en contacto

con su ser verdadero. Tú eres un misterio increíble, y nunca podrás entenderlo.

La alegría más grande reside en ser este misterio de un modo consciente.

Estar dispuesto a salir de la rueda de convertirse en algo es tan importante

como darse cuenta de quién y qué eres. Serás feliz y libre, pero tu partida habrá

terminado. Durante algún tiempo tal vez no sepas hablar con la gente ni qué

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hacer, y tu vida probablemente deje de parecerte familiar. Es una forma de ser

muy misteriosa. Mi maestro decía que cuando te das cuenta de lo que eres, te

conviertes es una especie de Buda bebé. Cuando has estado tan ocupado siendo

otra persona, no sales del útero sabiendo quién eres. Es como si hubieras dado

unos primeros pasos tambaleantes, pero tienes que estar dispuesto a

tambalearte y a sentir alguna inseguridad, pues si no estás dispuesto a sentirte

inseguro volverás a los viejos patrones de autoprotección y de búsqueda.

Amar lo que es resulta raro. Lo habitual es amar unas cosas y no otras. Pero

cuando experimentas el amor hacia lo que es, sin más, la experiencia es también

extrañamente familiar. Es como si supieras que había sido así siempre. Parece

una sensación muy antigua y, sin embargo, acaba de nacer.

Antes había monasterios, instituciones socialmente reconocidas donde los

bebés Buda podían descubrir sus piernas. Eran lugares protegidos donde había

personas que sabían lo que sucedía. Hoy en día muchos seres están

despertando, más de los que pueden albergar los monasterios. Se nos está

yendo de las manos. En parte porque no tenemos una comunidad bien tejida,

protegida y sagrada, que sostenga esa novedad y te diga que no te preocupes

porque todo se aclarará al cabo del tiempo. En nuestras sociedades, poco

tiempo después de que el recién nacido ser sagrado despierte, suena el

despertador a las siete de la mañana y llega la hora de irse a trabajar. Es un

poco desorientador. Y, sin embargo, es lo que hay. Es lo que tenemos. Por

consiguiente, debemos estar dispuestos a dejar que sea como sea. El intento de

comprender la realización es lo que más la oculta.

Experimentar la realización de nuestro ser y seguir experimentándola después,

cada vez más profundamente, es algo poderoso. Esta realización sigue una

maduración natural en relación a su funcionamiento en el mundo del tiempo y

el espacio, pero no se hace presente de golpe. Debemos confiar en su

maduración, de la misma forma en que confiamos en la transformación de los

bebés en niños, de los niños en adolescentes y de los adolescentes en adultos.

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17

Compasión

Existen dos clases de sufrimiento. La primera es el dolor natural, el dolor que

se siente al estar hambriento, físicamente amenazado, o al haber perdido un ser

querido. Es un sufrimiento inevitable. Hablar de compasión a este nivel resulta

fácil. Cuando hay hambre, lo que hace falta es comida; cuando el sufrimiento es

psicológico, a veces hace falta un espacio para que ese sufrimiento se pueda

desenmarañar. Ofrecer ese espacio, ya sea a otra persona o a uno mismo, puede

ser un acto de compasión muy profundo. A este nivel de sufrimiento básico lo

llamo «dolor», sencillamente, y nos podemos enfrentar a él de una forma

práctica. Meister Eckhart lo expresó de un modo maravilloso: si estuvieras en

un momento de éxtasis meditativo y tu prójimo estuviese hambriento,

anhelando un cuenco de sopa, Dios preferiría que abandonaras tu éxtasis para

ofrecerle sopa a tu prójimo.

Estos movimientos de compasión sencilla están repletos de alegría. Si no

estamos despiertos a nuestra verdadera naturaleza, tal vez hagamos estas cosas

como reacción a alguna noción de compasión. Pero cuando entramos en

contacto con nuestra verdadera naturaleza de un modo literal, descubrimos la

alegría que va asociada a la satisfacción de los momentos de necesidad. Cuando

la naturaleza bondadosa del Ser se despierta, descubrimos que esta naturaleza

no intenta evitar nada. Y punto.

Pero la segunda clase de sufrimiento (que afecta a más del noventa y cinco por

ciento de los casos) no es más que sufrimiento psicológico generado por estados

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internos de división. Este sufrimiento se produce porque desconocemos nuestra

verdadera naturaleza. La ausencia de separación sería una muestra de

conocimiento de nuestra verdadera naturaleza. Esto no significa que el

despertar implique dejar de experimentar hambre o de sentir pena si se muere

un ser querido. Aunque experimentes estados desagradables a nivel mental,

dejarás de sentir el fraccionamiento interior que aumenta esa tristeza inicial de

un modo tan considerable, añadiendo al dolor inevitable una capa más de

sufrimiento.

El Ser verdadero no puede estar dividido, pero el ser imaginado puede

dividirse con mucha facilidad. Casi todo el sufrimiento surge de este yo

dividido que existe únicamente en la mente. Como sólo existe en la mente, pero

tú te lo crees, envía señales al resto del cuerpo, que atraviesa así una experiencia

traumática de fractura emocional. El budismo habla de la rueda del sufrimiento,

llamada la rueda del samsara, que no es otra cosa que el sufrimiento procedente

de esta fractura interior, de este falso sentido del yo. Cuando este sufrimiento

aparece es cíclico, mecánico e impersonal. Ocurre por encima de tu voluntad.

Va asociado al mundo, a lo largo y a lo ancho, pues el mundo está inmerso en la

rueda del samsara.

Samsara es un despliegue de condicionantes totalmente mecánico. Queda

desencadenado por una persona, a través de la cual llega a otras cinco personas,

y de ahí a otras cinco, y a otras cinco, y sigue moviéndose así, como los radios

de una rueda, hasta que los afectados son muy numerosos. Salir de esa rueda

del samsara significa despertar y descubrir que la rueda representa tan sólo un

malentendido: haber creído que yo soy este ser con estas sensaciones y estos

problemas. Lo llamamos samsara porque no es real. Sólo existe en el espacio

que tienes entre las orejas. Nuestra cultura ennoblece el sufrimiento del

samsara. El hecho de imaginar que tú no eres ningún problema que necesite

solución es casi un sacrilegio. En realidad no se supone que debamos saltar de

esta rueda de sufrimiento para despertar de este trance del «yo».

Imagina que vas de visita a una tierra de marcianos y ves que todos ellos

tienen en su mente una sensación individualizada del ser, con su respectivo

guión del «yo». Pero puedes ver claramente que ninguna de las historias es

cierta. Eres capaz de ver que aunque se deshicieran de la totalidad de la historia

(completamente) todo seguiría bien, pues la luz de la conciencia es la auténtica

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protagonista de la vida y las historias no hacen más que absorber y fracturar esa

luz. Todos los seres son esta luz de conciencia y, sin embargo, todos creen ser

sus historias. Es insano. No obstante, la gente cree que lo normal es estar

atrapado en sus historias, pues existe un acuerdo colectivo al respecto. La

demencia del ego es percibida como algo normal.

Tú no eres ninguna de las historias que te habías creído. En realidad, tú eres la

ausencia de historias. Por eso el Buda dijo: «El yo no existe». En el vernáculo

moderno, quizá hubiera dicho que «el yo no tiene ninguna historia» después de

iluminarse. La sensación de un yo separado y aislado es la fuente de toda la

lucha. Tienes que luchar porque estás prestando atención a un conglomerado

de imágenes y creencias. Estás luchando para conservar esa sensación del yo

separado, incluso cuando intentas librarte de esa sensación. Cuando dejas de

luchar te das cuenta de que no existe ningún yo separado. Así que esta

sensación del yo no es un nombre, sino un verbo llamado luchar. Y cuando

luchas, sufres.

¿Por qué luchan los seres humanos? Si fuera por nada, no lo harías. Debes

comprenderlo, pues la gente espiritual tiende a preguntarse: «¿Por qué no

puedo simplemente relajarme?». Te quedas atrapado porque eso te supone

algún beneficio: obtienes esta experiencia del yo. No es absolutamente terrible y

te permite obtener alguna satisfacción. La sensación del yo ligada al tiempo te

permite obtener algunas estupendas experiencias temporales. El yo separado

identifica muchas experiencias como positivas. Por ejemplo, si juegas una

partida de cartas en casa de tus vecinos y ganas, cuando sales de su casa te

sientes mucho mejor; cuando tienes suerte en la bolsa, te sientes rico durante un

año, como si estuvieses en la cima del mundo, y al año siguiente todo

desaparece; cuando visitas a tu terapeuta o a tu maestro espiritual y ves que

estás empezando a progresar, crees que todo marcha mejor. Pero es una

felicidad falsa, irreal. La felicidad falsa es un trance, un engaño del ego.

La libertad y, ciertamente, la iluminación tienen mucho que ver con morir a lo

que es. Es muy sencillo. La iluminación no es otra cosa que la ausencia total de

resistencia a lo que es. Fin de la historia. ¿Podría haber libertad mayor que el fin

de todas las resistencias y luchas? Pero para dejar de luchar contra lo que es no

te puedes aferrar a ninguna imagen de ti mismo, a ningún punto de vista, a

ninguna idea y a ninguna identidad. Esto es muy importante, pues la gente

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espiritual generalmente quiere abandonar su sensación de identidad sin dejar

de aferrarse a sus puntos de vista, a su forma de ver el mundo. Pero no podrán

alcanzar la iluminación con todo eso, pues allí no existe ningún punto de vista.

La iluminación no sigue ningún plan. No le pide nada al mundo, ni al yo, ni a

nada. No tiene centro alguno. Simplemente ama.

El yo imaginario tiene un centro. Siente que todas las cosas le suceden al yo.

«Yo soy el argumento central del drama del universo.» El yo imaginario

interpreta el papel estelar en cada segundo de su existencia, incluso cuando

sueña. Cuando hablo del centro me refiero precisamente a eso. Todas las cosas

tienen que ver con este centro, y el yo imaginario cree que todo lo que sucede es

personal.

Pero la verdad es que no hay ningún centro y las cosas acontecen, sin más. En

la conciencia hay muchos puntos dando vueltas, pero no existe ningún centro.

Todos los cuerpos pueden seguir teniendo un foco central, pero eso no significa

que ese foco sea el centro de todo. ¿Recuerdas cuando la ciencia creía que la

Tierra era el centro del universo y que todo giraba a su alrededor? Nosotros

también creemos que la vida gira a nuestro alrededor.

¿Recuerdas cuando tu compasión se basaba en unirte a alguien junto a la

historia de lo que le estuviese sucediendo? Sentías: «Tengo que apoyar la

ilusión de tu historia para que tú apoyes la mía, y entonces nos sentiremos muy

unidos, cercanos y juntos». Pero yo me refiero a otro nivel de compasión. Esta

compasión significa una devoción a la Verdad. Esta compasión debe comenzar

por uno mismo. El mundo está lleno de personas que intentan tener compasión

hacia todos los demás y que quieren salvar el mundo. Pero no lo quieren

asimilar en su interior porque se quedarían sin centro. Entonces quedaría

únicamente la libertad: la libertad del despertar, la libertad de ser lo que ya

somos (espíritu), en lugar de la encarnación viva de una historia. Así que esta

devoción a la Verdad se convierte en un movimiento de compasión, no sólo

para nosotros sino también para los demás, y empezamos a ver que lo que

hacemos para nosotros, lo hacemos automáticamente para los demás.

Cuando te despiertas de tu historia, ¿sabes lo que descubres respecto a todos

los demás? Que no son su historia. También son espíritu. Y ese espíritu es

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completamente independiente de su historia y de la tuya. Así que no sólo

pierdes tu centro, también pierdes el suyo, la caja donde los guardabas. Ves que

son lo mismo. Por eso se dice que la iluminación no es nunca un asunto

personal. No puedes darte cuenta de que estás iluminado y seguir creyendo que

los demás no lo están. No puedes ver tu verdadera naturaleza sin ver también

la verdadera naturaleza de todo. Es literalmente imposible. Esto implica un

tremendo acto de compasión, un acto de amor.

Un acto de amor engendra más entrega que cualquier otra cosa. La compasión

lleva implícita una entrega natural. Pero en cuanto nos entregamos para

conseguir algo, ya no hay entrega. La pasión de alguien espiritual consiste en

eso: en entregarse por completo esperando dicha e iluminación total a cambio.

Es como si dijéramos: «Si me das un millón de dólares, te doy uno». La

verdadera entrega nos haría decir: «Quédate con mi dólar, por favor. En

realidad ni lo quiero ni lo necesito. Deseo experimentar la alegría de no

tenerlo».

Entregarse es abandonar nuestra historia, incluso la de nuestra iluminación.

No podemos sostenerla de ninguna manera para hacerla real. No podemos

convertir en verdad una ficción. Aunque la mejoremos o la empeoremos,

seguirá siendo una ficción. El despertar consiste en empezar a ver, una y otra

vez, que nuestra historia es ficción. «¡Dios mío, todo ha sido una ficción!» En

eso consiste la libertad, y resulta terrible para el ego o el yo imaginario, pues

éste sigue interesado en la ficción. El hecho de darse cuenta de que todo es una

ficción representa la mayor libertad posible para la conciencia. Entonces

empezamos a ver lo verdadero.

Cuando apartamos la atención de cualquier ficción sobre el yo o sobre los

demás, lo que queda es la verdad. No se puede decir nada de lo que es, pues

entonces se convertiría en una idea. El mayor acto de compasión que puedes

hacer por ti o por los demás es ver, percibir y experimentar la vida sin ninguna

historia, de forma que, al estar «sin yo», el fondo deje de estar en el centro. Estar

sin yo es, de hecho, algo literal, estar sin centro, sin historia; no es nuestra idea

mental sobre alguien altruista, pues eso no es más que una idea romántica del

sacrificio. Ser altruista es no tener yo.

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No tener centro no tiene nada que ver con lo que la mente piensa al respecto.

Comprender que no tenemos centro implica comprender un amor permanente,

un amor innato, que no está prefabricado. Es un amor sin causa. No existe

razón alguna para que estés en paz, pero la tienes. El amor siempre intenta

aliviar el sufrimiento a través del contador de la historia, que es la ilusión del

yo, en vez de hacerlo a través de la historia.

Fíjate que cuando entras en el momento presente, éste es tremendamente

simple. Dejas de tener los planes que te hacen estar en otro sitio o ser algo o

conseguir algo. Lo totalmente adecuado está aquí mismo. Sabes que no eres

ningún problema que solucionar, ni tampoco lo es tu vecino, ni el mundo. Esto

es revolucionario para el estado actual de la conciencia humana. ¿Te imaginas

que asimilases realmente que no eres ningún problema que solucionar? Imagina

que supieses que cualquier cosa que te dijese lo contrario no es más que un

movimiento mental del pensamiento diciendo: «Sea lo que sea, esto no es lo que

debería ser». Así que el mayor acto de compasión empieza por uno mismo.

Cuando el yo deja de percibirse como un problema, podemos hablar de «la paz

que supera cualquier entendimiento».

Hasta que no puedas ver literalmente que todo el mundo es el Buda, no estarás

viendo lo que eres. La Madre Teresa dijo una vez que cuando se ocupaba de los

enfermos o de los hambrientos se estaba ocupando de Jesús en cada uno de

ellos. No se trata de un tópico espiritual agradable. De hecho, se trata de una

realidad concreta. El verdadero Cristo está en todos los seres, o lo que es lo

mismo, el Buda está en todos. Y el único que puede percibir esto es el Cristo

interior. El único que percibe al Buda es el Buda interior. El Uno interior es el

único que puede percibir al Uno. El yo nunca percibirá al Uno.

Todo el mundo transmite su propia realización como si fuese una señal de

radio, veinticuatro horas al día. Y todo el mundo la recibe. Cuando te das

cuenta de que tu verdadera naturaleza ya está libre, que no contiene ninguna

imagen inherente y que es espíritu puro y presencia, verás que todo el mundo

es eso mismo. Sin siquiera pensarlo, lo transmitirás. Si crees que estás separado,

enviarás esta señal con independencia de lo que hagas.

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Esta libertad te permitirá empezar a asumir que no hay un dentro y un fuera,

porque todo es uno, y esta visión es más poderosa que cualquiera cosa que yo

pudiera decirte. Te garantizo que un ser que vea al Buda en ti es más valioso

que la lectura de mil libros sobre el Buda. Un ser que sepa realmente que sólo

existe un Buda, y que no existe nada más, tiene un efecto más poderoso que

cualquier otra cosa.

La profunda sensación de una compasión que no intenta alterar nada,

paradójicamente lo altera todo. Cuando contactes en tu interior con lo que no

intenta alterar nada, habrás entrado en contacto con la no resistencia absoluta, y

esto alterará tu percepción total. Cuando los condicionantes de tu interior

entren en contacto con lo no condicionado, esos condicionantes quedarán

alterados irrevocablemente. Se trata de la alquimia sagrada, de la compasión.

Estudiante: ¿Es traumático para todo el mundo el apego a la identidad?

Adyashanti: Pon la televisión o escucha a tu vecino. Será traumático, y un

desastre, siempre y cuando creas que tú eres los condicionantes. El sentido de

identidad no es traumático en sí mismo. La segunda contracción es la que hace

que lo experimentes como traumático. Abre los periódicos. Es la historia del yo

individual, de lo que hace cada día. Es una mera locura.

Aferrarse a la verdad es mucho más importante que intentar librarse de la

identidad. No puedes concentrarte en tu identidad y librarte de ella

simultáneamente. Aprende a discriminar lo real de lo irreal. Cuando la

sensación del yo surge, la mayoría de la gente se mueve tan rápido para librarse

de ella o para mimarla, que ni siquiera ven lo que es verdad.

Estudiante: ¿Qué es lo que te sucede a ti?

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Adyashanti: Para mí la verdad es lo más interesante. No me interesa ninguna

otra cosa. Todo lo demás me resulta intolerablemente pesado. Para mí, lo único

que sucede es la verdad. Es lo único que está aconteciendo, y siempre es el

Buda, siempre es el Uno. El interés te permite discriminar lo que es cierto de lo

que no. Si intentas conseguir un resultado, todo cambia. Cuando no intentas

obtener ningún resultado, discriminar lo que es cierto de lo que no lo es se

vuelve muy interesante.

El cerebro y la mente ofrecen una caja de herramientas para poder llevar a

cabo cosas prácticas. Pero cualquier pensamiento que esté fuera de la mente-

caja de herramientas es una historia que no contiene ninguna verdad. No tiene

ninguna realidad objetiva. Lo que sucede entre las dos orejas no es la verdad, es

tan sólo una historia. ¿Qué eres tú sin la historia?

En la tierra de la división, siempre hay que saber cosas. Pero en la iluminación

no necesitas saber nada. La iluminación, de hecho, implica un proceso de dejar

de saber. Cuando dejas de saberlo todo en la mente, lo único que queda es la

Verdad. Casi no podemos hablar de ese tipo de sabiduría porque, si lo hacemos,

la mente se aferra a ella de inmediato y la convierte en conocimiento mental, lo

cual no es más que una representación simbólica. La verdad no se puede

encontrar en ninguna representación simbólica, pues eso no es lo verdadero.

Cuando lo comprendamos, dejaremos de perder el tiempo buscando la Verdad

en la mente.

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18

El fuego de la verdad

Cuando escuchas profundamente, cuando sientes íntimamente y te das la

oportunidad de experimentar este momento tal y como es, el cuerpo energético

y emocional se ablanda. Tómate unos minutos ahora mismo para escuchar,

simplemente, y para hacerte consciente de tu entorno. Percibe los sonidos y

hazte consciente de los olores y de la sensación de espacio que rodea la

habitación y el exterior de la misma, de tal forma que tu sensación no quede

limitada a la piel y a los huesos de tu cuerpo. Date la oportunidad de abrirte al

entorno del sonido y a la sensación de espacio en el exterior de tu cuerpo.

Observa que, según te relajas, estos sonidos y experiencias van entrando en ti y

fluyen por tu interior sin obstáculos. Sentirás un ablandamiento y una apertura.

Da la bienvenida a esta apertura. Quizá sientas que la barrera entre el mundo

exterior y lo que sucede en el interior de tu piel se vuelve transparente, o tal vez

sientas como si desapareciera la frontera entre el interior y el exterior. Las

experiencias del ruido externo y de lo que ocurre en tu cuerpo adquieren la

misma cualidad. En realidad, la sensación corporal es igual que el sonido de un

coche o de un pájaro. La sensación corporal no es más tuya que la sensación de

espacio de la habitación en la que estás. Si te apropias de cualquier experiencia,

el mundo de lo interno y lo externo empieza a dividirse y se convierte en lo mío

y en lo de ellos, en un sonido externo y yo. Pero, en esencia, todo es una mera

experiencia, interna o externa, la misma. Ni es mía ni deja de serlo.

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La presencia del silencio abre el cuerpo y, si lo permites, se cuela en ti igual

que el agua en una esponja. Tiene lugar una comprensión silenciosa que no se

basa en palabras, pues es la experiencia directa de lo que es. Concédete el gran

regalo de no buscar ninguna experiencia alternativa. Sin ponerte a pensar en

ello, sin el movimiento de un pensamiento siquiera, ¿qué es lo que está

experimentando esto? ¿Qué es esta experiencia?

Reconoce que no hay nada experimentando este momento, aunque incluso esa

nada sea conocida y puedas experimentarla. Existe algo misterioso que conoce

este momento, que lo experimenta, pero no puedes decir qué es porque, cuando

lo haces, ya no lo es. Está más cerca, es más inmediato. En cuanto piensas en

ello ves que no se trata de ese pensamiento. Es anterior al pensamiento. No

necesita ninguna descripción, así que limítate a descansar en el borde, en el

precipicio, en la experiencia directa, sintiendo directamente, como si no

existieses, aunque al mismo tiempo sabes que sí existes.

Un pensamiento sobre este misterio separa el cielo del infierno. El

pensamiento rompe la unidad en pedazos para que la mente pueda analizarla.

Pero el silencio la unifica. La experiencia de este momento está presente pero no

puede ser atrapada, es conocida pero indescriptible. No podemos atrapar lo que

está despierto. Podrías relajarte y sacrificar el intento vano de definirlo o de

atraparlo. Tal vez tú no seas tú, al fin y al cabo. Tal vez seas esto que está

despierto en este preciso momento de experiencia. Prepárate para ser ese

momento, en vez de conocerlo. Cuando el cuerpo se abre, los sonidos siguen

fluyendo a través del silencio. ¿Qué parte de ti se conoce como silencio? Es

indefinible. Si te pierdes, escucha los sonidos otra vez. Te mostrarán el silencio

nuevamente, y eso te conducirá a aquello que conoce el silencio y el sonido. No

te distraigas en el pensamiento o te perderás la vida. Limítate a relajarte, a

relajarte y a relajarte. No existe acto de fe y confianza más sencillo.

Esta iluminación que está despierta en tu interior se conoce a sí misma. La

mente no la conoce, el cuerpo no la conoce y las emociones tampoco. Esta

iluminación sólo se conoce desde ella misma. Es una verdad sencilla, que va

más allá de la comprensión. Es inmediata, anterior a la búsqueda. Está siempre

presente, manifestándose bajo la forma de cada faceta de esta experiencia, ahora

mismo.

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Siempre has tenido dos opciones. Una es la conocida: sacrificar este misterioso

despertar por otra cosa. La segunda es no sacrificar lo que está despierto y

presente, dondequiera que estés. Puedes elegir dejar de sacrificar esto por la

promesa ulterior de un momento mejor, de un acontecimiento mejor o de una

experiencia mejor. Ésta es tu elección: ser auténtico respecto a lo que es verdad

o no. Y éste es el Fuego de la Verdad. Lo que está despierto ahora, bajo la forma

de ti, en ti, revela la irrelevancia suprema de cualquier otro argumento, sea el

que sea. Lo que está despierto respecto a sí mismo hace que todo lo que no es

verdad se vuelva irrelevante. Este silencio acaba con la codicia de cualquier otra

cosa y libera la vida que eres para que la puedas vivir sin negociar. Siente que lo

que está despierto te invita de un modo visceral, de forma inmediata, a que

dejes de lado todo lo demás. Te invita a dejar de regatear con la vida, con el

momento, contigo, con tu maestro, con tu amigo, con tu compañero. Limítate a

detenerte. Este fuego es invisible y desconocido, y acaba con todo lo que no es.

Esta iluminación, que está ahora en el centro de toda esta experiencia, ¡es!

Todos tenemos la capacidad de elegir a qué queremos dedicar nuestra vida.

Tal vez no conozcas esta elección, o quizá nunca te hayas hecho consciente de

ella. Ahora lo es. ¿Qué es lo que te importa? ¿A qué le vas a dedicar tu alma? A

mí me da igual lo que elijas, y a Dios también. Pero es importante para ti, y tú

eres el único que cuenta.

Lo que está despierto en ti oye los sonidos y percibe las visiones que aparecen

cuando abres los ojos. No te distraigas con los sonidos, las visiones o las

sensaciones. Ábrete plenamente a ellas, pero no te muevas. Quédate en el

silencio y la iluminación. Esta elección constante, a cada momento, es el Fuego

de la Verdad. Este despertar no implica fuegos de artificio, sino algo

indescriptible, más gratificante que la alegría, la paz o la excitación. Si traicionas

lo que está despierto, en cualquier momento, hazte consciente de ello y

despierta a lo que estás traicionando. Por alguna gracia o por buena suerte, tal

vez reconozcas que en ti ya no queda nada que quiera seguir traicionando esto

que está despierto: ni por seguridad ni por conseguir una buena opinión de los

demás. Si comprendes esto, la gracia te habrá tocado.

Es tremendamente simple. En cuestión de un momento consigues una vida

libre de negociación y de regateo. El Fuego de la Verdad se deshace de eso: de

tu negociación y de tu regateo respecto a lo que es, de tu deseo de que algo o

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alguien cambie. Te das cuenta de que ningún cambio, ni siquiera en ti, te hará

más feliz. Para poder recibir este regalo plenamente, debes entregarlo a todo y a

todo el mundo en todas partes. Lo que está despierto no desea el cambio ni la

mejora de nada. Es el fuego. Las cenizas del fuego. Comprendes lo siguiente:

«Hace un minuto quería que cambiaras, pero ahora ya no. Tú estás bien. Todo

el mundo está bien y todo está bien». ¿Qué ha sucedido? Nadie ha cambiado,

nada sigue tu patrón y, sin embargo, eres feliz de una forma más hermosa, si

cabe, pues no ha cambiado nada. Es más bello gracias a la diversidad de seres y

de vidas. Lo que está despierto es igual para todos. Y todo lo demás es una

expresión hermosa y maravillosa de la diversidad.

En cuanto deseo cambiarte o tú quieres cambiarme, se clava una daga en el

núcleo mismo de nuestra existencia. Lo sientes enseguida, de forma personal y

muy cercana. El Fuego de la Verdad te lo quita de las manos. Misteriosamente,

eso libera energía transformadora. Todo se transforma, no sólo nosotros, sino

todo lo que nos rodea. El Fuego de la Verdad te transforma por completo, hasta

la última célula de tu cuerpo. No es que te importe o que pretendas que ocurra.

Sucede por el mero hecho de que no lo provocas. En cuanto nos importa, la

energía transformadora regresa a su caja, y en cuanto la mente intenta

empaquetar esta verdad, entendiéndola con sus conceptos, es como si

dejásemos caer una piedra pesada sobre un espejo. La experiencia es pasmosa, y

enseguida puedes sentir la tensión en el cuerpo y la mente. Esta transformación

requiere de ti la humildad más profunda, que ni siquiera te permite sentir que

estás siendo humilde.

Así que te invito a no pasar por alto aquello que mira y a no alejarte de lo que

percibe. No te mejores más allá de lo que ya es íntegro. Y devuelve el favor. Ésa

es la salvación del mundo. Devuelve el favor y míralo, donde sea que esté: a tu

izquierda, a tu derecha, detrás de ti, encima, bajo tus pies. Percibe la plenitud

ahí. Así es como se transforma todo. Si no ves la plenitud en todo lo que te

rodea, la ignorancia y la violencia se perpetuarán. No sacrifiques lo que está

despierto. No lo dejes fuera de la existencia. No lo relegues a la periferia de tu

vida.

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Estudiante: Cuando veo las noticias experimento una lucha total; restablezco

mi punto de vista. ¿Cómo puedo conservar esta verdad, con todos los

problemas que hay en el mundo?

Adyashanti: Las palabras son una ínfima parte de lo que sucede. La Verdad no

se puede expresar mediante palabras. Es realmente silenciosa, y no podemos

explicarla. Por tanto, eso que es muy poderoso y transformador en nuestro

interior influye también en el mundo más allá de las palabras. Nuestras

palabras y cualquier cosa que digamos dan igual, ya sea «paz, paz, paz para el

mundo» o «alimentad a los hambrientos y a los pobres». Si esa lucha existe en

nuestro interior, con cada palabra de paz estaremos transmitiendo conflicto,

conflicto, conflicto. Aunque las palabras no digan «conflicto», será inevitable.

Transmitimos lo que somos. Esto es muy importante.

Creo que al ser humano le asusta tanto la unidad porque en ella no hay nadie

separado que ordene o decida cómo funciona. El ego sabe que en la unidad deja

de existir. Su papel es nulo. Ninguno. Cero. Y el ego dice: «¿Estará todo bien?

¿Desapareceré en el armario sin preocuparme de nada ni de nadie y me

quedaré sentado sabiendo que todo sigue la voluntad de Dios?». ¿Quién sabe?

Si la unidad quiere que te sientes en un armario, eso es lo que harás. Si no

quiere verte implicado, eso es precisamente lo que ocurrirá. Y si quiere que te

impliques, seguirás teniendo la capacidad de implicarte profundamente en lo

que sea.

Independientemente de que los seres humanos crean estar haciendo algo

bueno o algo malo, actúan desde la separación, y no desde la unidad, en el

noventa y nueve por ciento de las actividades que realizan. Cuando actúas

desde la separación, eso es lo que transmites. Cuando lo haces desde la unidad,

tal vez sigas sintiéndote llamado a hacer lo mismo que hacías cuando estabas

atrapado en la separación. La actividad podrá ser muy parecida. Tal vez sigas

escribiendo a los senadores o continúes volando por todo el mundo, pero si lo

haces desde la unidad será muy distinto. Y cuando esto suceda lo sabrás, pues

tu sensación será la de «ni siquiera sé por qué hago esto», lo que implica que ya

no estás motivado por ningún conflicto. Si todo está bien, no se te ocurre

ninguna razón para hacer las cosas. En ese momento te estarás moviendo desde

la unidad. Te moverás partiendo de la sensación de que el mundo está bien. El

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mundo no te necesita, tampoco necesita tu mensaje, ni que hagas nada, así que

tú simplemente te mueves o dejas que te muevan.

Misteriosamente, este movimiento no responde a ningún motivo. Se trata de

movimiento de la vida a través de ti, sin más. Tal vez seas como Gandhi y te

sientas llamado a realizar alguna acción. O tal vez seas como Ramma y digas:

«Todo responde a la voluntad de Dios, ¿para qué implicarse?».

La mente siempre quiere saber cuál de las dos opciones es la correcta. Y

generalmente eliges la que es correcta o buena para todo el mundo en función

de tus ideas preconcebidas. Es un engaño. La mente no lo sabe. Aunque todas

las vidas proceden de la misma fuente, la vida puede asumir la forma de una

encina, de un pozo, de una piedra, de un lago o de un coche, y también puede

asumir la forma de una vida muy activa o muy pasiva. ¿Puedes percibirlo?

Estudiante: Puedo. Es como si hubiese un poder interno. Y cuando te he oído

decir que «todo está bien», tenía la sensación de que todo estaba bien,

independientemente de que hubiese movimiento o no, pues sentía paz y

aceptación.

Adyashanti: La vida sigue sus propios dictados, no se ajusta a tus planes. Es

muy diferente. Cuando vislumbres el cambio que se puede producir, verás que

una persona puede inspirar a miles y a decenas de miles. Una persona con una

única visión (Gandhi) expulsó de la India a la nación más poderosa del mundo;

en realidad les convenció de que se fueran. La violencia no lo habría

conseguido. «Estáis podridos, no deberíais estar aquí» no habría servido de

nada. Los británicos seguirían ahí. Pero la Verdad contiene un enorme poder.

La actividad que fluye desde la verdad contiene ese gran potencial. Cualquier

movimiento o acción que responda a otra motivación será violento.

En mi opinión, poner la tele y escuchar al tipo que más odies, al que más te

provoque, es una estupenda práctica espiritual. Cuando veas a Dios ahí, estarás

acercándote a la iluminación. Si tienes que apagar la televisión cada vez que le

veas y te subes por las paredes de rabia, aún estarás muy lejos de conseguirla.

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19

Iluminación

El tiempo que me he pasado dando conferencias y hablando con la gente sobre

la libertad, la iluminación y la liberación me ha hecho ver que la mayoría de las

personas que buscan la iluminación o la liberación no tienen ni idea de qué es lo

que están buscando. Resulta irónico que alguien que invierte una enorme

cantidad de energía, llegando incluso a sacrificarse (en algunos casos),

retirándose a un monasterio o asistiendo al satsang cada vez que acude a la

ciudad algún maestro, y que gasta todo su dinero extra en libros, en seminarios

de fin de semana y en veladas como ésta en las que se reflexiona intensamente

sobre asuntos espirituales, en realidad no tenga ni idea de qué está intentando

conseguir.

Cuando empecé a preguntar a la gente qué era, para ellos, la iluminación, me

llevé una gran sorpresa. Los más honestos generalmente se rascaban la cabeza y

de repente se daban cuenta de que realmente no lo sabían; no estaban seguros.

Los que no eran capaces de mostrar tanta autenticidad normalmente escupían

lo que otra persona había dicho, como por ejemplo «bueno, es la unión con el

divino». Otros respondían con ideas propias. En el lenguaje común, las

llamamos fantasías. «La iluminación será como...», rellene el espacio. En

general, esperamos que la iluminación sea una especie de orgasmo infinito.

En zen decimos que «si te sientas y te quedas en silencio mirando una pared el

tiempo suficiente, sucederá algo». Muchas personas lo han hecho y han tenido

experiencias agradables: un estado de placer muy intenso durante unos

minutos, quizá, o tal vez, con suerte, durante unas horas del retiro. Esta

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sensación puede durar sólo unos segundos, en una determinada meditación,

justo antes de que la mente diga que «la libertad debe de ser algo parecido a

extender esta experiencia en el tiempo infinitamente».

Sin embargo, la experiencia de mi iluminación no fue lo que esperaba. Y jamás

he conocido a nadie que dijera otra cosa después de despertar realmente a la

Verdad. No he conocido nunca a alguien que me dijera: «Adya, la iluminación

se parece mucho a lo que esperaba de ella». Lo que suelen decir es: «Es

totalmente distinto de lo que esperaba. Y no se parece a ninguna de las

experiencias espirituales que había tenido antes, ya fuesen experiencias de

dicha, de amor, de unión con lo divino o de conciencia cósmica».

Como decimos en zen, una vez más, «si te sientas, te callas y te quedas

mirando una pared el tiempo suficiente, experimentarás todas esas cosas». ¿Y

sabes qué ocurre con esas experiencias? Pasan. Pero la mayoría de la gente que

lo sabe finge no saberlo. Casi todo el mundo que ha atravesado una lista de

experiencias espirituales sabe que ninguna ha durado porque, si lo hubiera

hecho, no seguirían buscando otra experiencia más. Así que casi todos los que

participan en el juego de la espiritualidad desde hace bastante tiempo saben

que ninguna experiencia ha perdurado.

Nadie se quiere enfrentar a esto. Los estudiantes oirán cientos y cientos de

veces que la iluminación no es una experiencia y seguirán diciendo al venir al

satsang: «Adya, cuando me voy del satsang pierdo lo que consigo aquí». Y yo

siempre respondo: «Por supuesto. Independientemente de la experiencia que

obtengas, la perderás. Ésa es la naturaleza de la experiencia».

Si digo que la libertad es lo que viene para no marcharse suena bien, pero la

mente sólo puede imaginar una experiencia inagotable que no venga para

marcharse. Y entonces piensa: «Todavía no he encontrado la experiencia

inagotable adecuada, la que no llega para desaparecer después. No he obtenido

la experiencia correcta».

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Por alguna razón, y no me doy ningún crédito por esto, cuando me senté a

mirar la pared durante quince años, como estudiante zen, tuve varias

experiencias. Algunas fueron experiencias kundalini explosivas para la mente,

experiencias de unión mística, de dicha, de avalanchas de luz divina y de amor.

Como la mayoría de las personas que se sientan frente a una pared, descubrí

que estas experiencias no sucedían tan frecuentemente como me hubiese

gustado, y tampoco duraban tanto tiempo. En determinados momentos del

viaje solía pensar: «¡Es esto! ¡Esta experiencia es tan abrumadoramente

agradable que tiene que ser esto!». Mi conciencia se expandía infinitamente y

recibía más visiones de las que podía asimilar. Si deseas estas experiencias,

existe una receta para conseguirlas: siéntate delante de una pared durante horas

infinitas día tras día.

Pero yo recibí algo que, como entendí más tarde, resultó ser una increíble

bendición: precisamente cuando tenía las experiencias más bellas y más

increíbles, cosa que no sucedía muy a menudo, aparecía siempre una molesta

vocecilla que me decía: «Sigue adelante, ¡no es esto!». El resto de mi yo seguía

pensando: «Por supuesto que es esto, pues todo el cuerpo y la mente me lo están

diciendo. Todas las señales me dicen que es eso. El placer se ha hecho tan

intenso que tiene que ser esto». Entonces aparecía la vocecilla y decía: «No te

detengas aquí, no es esto».

Si hubiese podido, probablemente habría agarrado a esa vocecilla y la habría

tirado por la ventana, pues me daba cuenta de que otras personas también

tenían estas grandes realizaciones y al menos las disfrutaban durantes unos

días, unas semanas, en algunos casos unos meses, y estaban convencidas de

haberlo conseguido. Yo apenas conseguía disfrutar de una de estas

realizaciones durante más de diez minutos. Eso no significa que se detuviese

inmediatamente, pero mientras ocurría yo sabía, sin lugar a dudas, que no era

eso, independientemente de cuál fuese la experiencia. Más tarde comprendí que

esto había sido una enorme bendición, pues me sacó una y otra vez del lugar en

el que probablemente hubiese querido quedarme.

Si te aferras a cualquier experiencia, en cuanto ésta pase experimentarás el

sufrimiento. Lo sorprendente es que este sufrimiento no suele hacernos

avanzar, sino que nos hace dar un giro de 180 grados para ver de nuevo la

experiencia perdida. En muchos casos este sufrimiento es una completa pérdida

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de tiempo, pues no conseguimos aprender que la iluminación no es ninguna

experiencia que aparece y desaparece, así que seguimos intentando repetirla o

retenerla una y otra vez.

Si somos muy afortunados, sabremos de inmediato que sí la experiencia

desaparece eso no es la iluminación, o no haremos el giro de 180 grados cuando

la experiencia se disuelva. Nos daremos cuenta de que, fuese la experiencia que

fuese, no se trataba de la iluminación, pues todas esas experiencias me estaban

sucediendo a mí, y todas las experiencias que me acontecen están ligadas al

tiempo, lo que implica que aparecen y desaparecen. En mi caso, esto resultó ser

una bendición, pues vi que cualquier experiencia que perdiera su momento

cumbre no era la iluminación que yo estaban buscando. Acortó mucho mi viaje.

Cuando hablamos de la búsqueda de la iluminación, que es prácticamente la

palabra más gastada del diccionario espiritual, en realidad estamos buscando la

respuesta a la pregunta «¿cuál es la Verdad?». Esta pregunta es completamente

distinta de esa otra que dice «¿cómo puedo obtener esta experiencia?» o «¿cómo

puedo mantenerla?». Preguntar «¿cuál es la Verdad?» es un proyecto

demoledor. La espiritualidad, en gran medida, es un proyecto constructor.

Ascendemos y ascendemos: las ideas ascienden, la energía kundalini asciende,

la conciencia asciende. Crece y crece y nosotros sentimos que cada vez somos

mejores personas.

Pero la iluminación es un proyecto demoledor. Te enseña, simplemente, que

nada de lo que creías es verdad. Todo lo que crees ser, con independencia de la

imagen que tengas de ti (buena, mala o indiferente), es mentira.

Independientemente de lo que pienses sobre Dios, nada es verdad. No puedes

tener ningún pensamiento verdadero sobre Dios, así que todos tus

pensamientos al respecto te muestran, precisamente, lo que el divino no es. Tus

ideas sobre el mundo te muestran, precisamente, lo que el mundo no es. Lo que

piensas de la iluminación te muestra, precisa y exactamente, lo que no es.

¿Lo ves? Se trata de eliminar. ¿Qué es lo que se elimina? Todo. Si no lo

eliminas todo, no será realmente liberador. Si queda una sola cosa o un solo

punto de vista sin eliminar, aún no estarás liberado.

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Casi todos los seres humanos basan su vida en evitar la verdad. La verdad que

evitamos es la Verdad del vacío. No queremos ver que no somos nada. No

queremos ver que todo lo que creemos está equivocado. No queremos ver que

lo que todo el mundo piensa es erróneo. No queremos ver que nuestro punto de

vista es incorrecto y que no existe ningún punto de vista correcto. No queremos

ver que todo lo que creemos de Dios es lo que Dios no es. No queremos ver lo

que quiso decir el Buda con aquello de que no existía ningún yo.

Preferiríamos añadir una afirmación positiva. Así que en vez de ver que no

existe ningún yo y que todo lo que la mente considera verdad, en último

término, no es más que vacío, nuestra mente enseguida añade algo positivo,

como «yo soy consciente» o «todo es dicha» o «Dios es amor». No queremos ver

que el núcleo de nuestra existencia contiene un espacio vacío.

A lo largo de la historia, cuando la palabra hablada se ha acercado a la Verdad

todo lo posible, enseguida se ha hecho cualquier cosa para taparla. Incluso el

zen (que, en mi opinión, es una de las formas más puras de perseguir la

experiencia de iluminación del Buda), a menudo evita la enseñanza central (que

dice que no existe ningún yo). Por eso cuando abrimos una revista, aunque sea

budista, no nos encontramos con el principio básico de la enseñanza. No está

ahí. En cambio, la mayoría de los textos espirituales nos hablan de cómo ser

más compasivo y amoroso, cómo meditar mejor, cómo contar las respiraciones,

cómo recitar el mantra, cómo visualizar tu deidad, etc. Incluso el budismo suele

esconder este principio, aunque esconder el principio central del fundador (no

existe ningún yo) sea un poco difícil. Aunque no se oculte, apenas se habla de

dicho principio, aparece disfrazado. Las verdaderas enseñanzas sobre la

iluminación son como el filo de una espada: te cortan en cualquier sentido, por

dondequiera que te muevas. Te cortan las piernas, te caes al suelo de bruces y

empiezas a sangrar.

Hace mucho tiempo nos dijeron que la verdad nos haría libres, y lo más

compasivo que podemos hacer para cualquier persona, nosotros incluidos, es

decir la verdad. Si decimos lo que los demás quieren oír o lo que nosotros

queremos oir, así no nos liberaremos. Eso no es compasivo. Es una crueldad

oculta, pues nos hace esclavos del eterno ciclo de seguir persiguiendo algo

inexistente. La Verdad puede hacer que nuestra mente se sienta un poco

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indefensa, ¡pero en eso consiste! Eso es, precisamente, lo que va implícito en la

entrega. No consiste en decir: «Voy a abandonarlo todo para alcanzar lo divino:

mi vida, mi corazón y mi todo. Lo dejo todo para conseguir el supremo bien

espiritual». Muchas de las personas que realizan miles de postraciones en el

Himalaya lo hacen sólo porque creen que eso les hará alcanzar el bien supremo.

¿Te has parado a pensarlo alguna vez? Si no creyese que eso iba a llevarme al

bien supremo, no lo haría, ¡por el amor de Dios! Cien mil postraciones llevan

implícito un auténtico dolor de trasero.

La entrega es esa misma postración, interna o externa, pero sin esperar nada a

cambio. Lo demás es un juego. Es el ego. «Voy a fingir que soy espiritual para

conseguir algo.» Una persona que sea auténticamente espiritual diría: «Lo único

que deseo es la Verdad. Estoy dispuesto a abandonar cualquier cosa que no sea

Verdad. Me guste o no. Aunque sacuda los cimientos de mi ser. Y no es que

desee la verdad como si fuese una adquisición, para poseerla y conservarla. Lo

que deseo es la Verdad, y su naturaleza no implica ninguna adquisición». Se

producirá una liberación absoluta, una relajación total, pero sin esperar nada a

cambio. Para relajarnos por completo debemos liberarnos de aquello que se está

relajando. En la iluminación, el yo no tiene sitio.

Por una parte, la iluminación consiste en darse cuenta de que no existe ningún

yo separado. Podremos oírlo cien mil veces: «No existe ningún yo separado».

¿Pero qué sucedería si lo asimilásemos y nos tomásemos sus implicaciones en

serio? Descubriríamos que todo lo que es verdad para mi yo separado, deja de

serlo.

El sabor del yo no separado es absolutamente liberador. El «yo no separado»

no equivale a una experiencia espiritual del tipo «me he extendido

infinitamente por todas partes y me he fundido con todo». Eso es una

experiencia maravillosa para el yo, pero no es la Unicidad. La Unicidad no es

fusión. La fusión sucede entre dos y, como sólo hay uno, cualquier experiencia

de fusión es una ilusión que se funde con otra, por muy maravillosa y hermosa

que sea la experiencia. Incluso cuando experimento la fusión con lo absoluto,

con Dios, la verdad es que mi yo ficticio está fundiéndose con otra ficción. Las

experiencias místicas y la iluminación no son lo mismo.

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En la Unicidad no existe nada más. La Unicidad es: esto es lo único que existe.

Ahí no hay ningún eso, sólo existe esto. Y es todo lo que hay. Sólo existe esto, y

en cuanto digas qué es, habrás definido lo que no es. Esto sólo se puede

comprender cuando acabamos con todo lo que no es. Entonces, esa iluminación

implica despertarse de todo lo que aparece y desaparece. Es un despertar fuera

del tiempo.

Este despertar es como cuando nos despertamos de un sueño nocturno: de ahí

que se haya usado esa metáfora desde hace siglos. Si el sueño te hace creer que

tu vida está en riesgo, tendrás el mismo miedo que tendrías ahora mismo si

sintieras que tu vida está en riesgo. Pero al despertar a la mañana siguiente lo

que piensas es «Dios mío, no era real». Era real mientras soñabas. Existía, pues

los sueños existen, pero no les concedemos la misma realidad que tenían

mientras soñábamos.

Los seres humanos no ven la importancia de despertarse de un sueño a mitad

de la noche. Literalmente, te despiertas de una dimensión que creías tan real

como ésta. Es un cambio radical de conciencia. Todo lo que creías real en el

sueño, al final resulta que no es cierto.

En un auténtico despertar espiritual el impacto es exactamente el mismo. No

quiero entrar a discutir si este mundo es un sueño o no: definirlo no tiene

ningún sentido. Lo que estoy diciendo es que la experiencia de la iluminación es

igual. Es la experiencia que te hace decir: «Dios mío, creía que era un ser

humano llamado fulanito, etc., y no lo soy. Y no es que sea mejor, ni más

grande, más expansivo, ni más santo o divino. Significa que no soy. Punto».

Eso no significa que el cuerpo no exista. Obviamente, el cuerpo existe. No

significa que la mente no exista. Obviamente, la mente existe. No significa que

la personalidad no exista. Obviamente, la personalidad existe. La sensación del

yo también existe. Con o sin iluminación, seguirás teniendo una sensación del

yo. Si no, la conciencia no podría funcionar en un cuerpo. Si te llamaran, no

responderías nunca. Por mucho que retroceda en el tiempo me encuentro con

que los sabios de todas las épocas han sido capaces de responder.

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En realidad, Ramana le dio la vuelta. Él decía que «el Ser es lo único que

existe», que equivale a decir que «el yo no existe». Es lo mismo. ¿Qué queda

cuando no existe yo alguno? ¿Qué nombre le damos? Ramana decidió llamarlo

el Ser. Pero, en realidad, el Ser es lo que queda cuando el yo deja de existir.

Puedo garantizarte que después de la iluminación seguirás sintiendo el yo. Tu

cuerpo no podría funcionar sin esta sensación. La creencia de que dejamos de

sentir el yo al iluminarnos no es más que un mito. Cuando meditas puedes

perder la sensación del yo puntualmente, de modo que si alguien te nombra tal

vez no reacciones. He visto casos de personas que ni siquiera eran capaces de

levantarse cuando estaban en meditación. En India esto recibe el nombre de

nirvikalpa samadhi. Es una experiencia agradable. Podría proporcionarte alguna

visión. Tal vez tengas una experiencia de cese temporal del yo, pero te

garantizo que será una experiencia temporal, pues tu cuerpo no puede

funcionar sin la sensación del yo.

Si te relajas de verdad en el no yo, como está fuera del tiempo no dura ni

mucho ni poco. Es una realización que va más allá del tiempo y, si no es así, aún

no te habrás realizado. Como mucho, tu experiencia te permitirá decir: «Perdí la

sensación de mi yo puntualmente», pero el «no yo» implica otra cosa. Con o sin

sensación del yo, el no yo significa que sabes de un modo directo que no existe

ningún yo, y esto implica que tampoco existe ningún otro yo. Sólo existe una

cosa. Podrás llamarlo Dios, el divino, conciencia, naturaleza de Buda, vacío,

plenitud, izquierdista o derechista, da lo mismo. Pero cuando sólo existe una

cosa, sólo existe una. Lo único que existe es el vacío y su infinita manifestación.

La libertad es el proyecto más demoledor, pues te deja sin nada. Por eso es

liberador. Elimina la lucha que tienes contigo mismo, pues no existe ninguna.

Te libera de las discusiones con los demás, porque no existe ninguna. Te libera

de tus luchas con el mundo, pues Eso es lo único que existe. Sólo sucede una

cosa y no está nunca en lucha consigo misma. Nunca. Jamás. Por eso es tan

liberador, porque te liberas de esta interminable dualidad.

Cuando tu verdadera naturaleza se despierta, la mente deja de mirar hacia el

vacío, pues ya no podemos seguir viendo algo como si estuviese separado. Nos

damos cuenta de que la única cosa que ha mirado alguna vez al vacío ha sido el

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propio vacío. Por eso, entre otras cosas, no soy el primero en decir que no

existen individuos iluminados, sino sólo iluminación. Lo que se despierta es la

iluminación. Ni tú ni yo. Tú y yo nos volvemos insignificantes e inexistentes. La

iluminación se despierta. Por eso se dice que todo el mundo está innatamente

iluminado. Pero esa afirmación produce confusión, pues implica que todo el

mundo es un pequeño ser separado, especial y único, iluminado de forma

innata, y no se trata de eso. Una ilusión no puede estar iluminada. Así que en

realidad no podemos decir que todo el mundo está iluminado. La única verdad

es que la iluminación está iluminada.

Esto también implica que la iluminación te deja sin nada. Así es como podrás

diferenciarla: deja completamente desnudo a cualquier cuerpo por el que pasa y

el cuerpo lo sabe, aunque no le importa nada. Está contento de quedarse

completamente desnudo, de no tener esos puntos de vista, de no creer las

opiniones de la mente (que seguirá teniendo algunas, pues seguirá habiendo un

cuerpo, una mente y una personalidad con ideas, aunque éstas dejarán de tener

sentido). Así sabrás si está aconteciendo algo auténtico o no.

Esta tarde no me he centrado en los muchos aspectos positivos de la

iluminación, pero es imposible que vieras la verdad y dejaras de reírte durante

el resto de tu vida. Aunque supieses que este mundo no es ni la mitad de real

de lo que creías, no podrías dejar de amarlo hasta la muerte. Aunque supieses

que las personas no son lo que creías, no podrías dejar de amarlas cien veces

más. Pero no quiero hablar de eso demasiado, pues la mente cree que le

estamos dando un dulce, cuando la verdad es muy distinta: estamos dándole

una espada.

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20

Implicaciones

Cuando despiertes del sueño de la separación y te des cuenta de que eres la

fuente, tendrás que descubrir las implicaciones que tiene esta revelación sobre

tu vida. Cuando comprendas realmente que no existe nada que no seas tú, te

quedarás sin respiración. Todo es uno y tú eres el Uno.

Cuando empecé a enseñar creía que tendría que centrarme en conseguir que la

gente se despertase, y que después todo iría sobre ruedas. Ahora soy consciente

de las implicaciones. He descubierto que muchas personas experimentan la

iluminación esencial y experiencial de quién y qué son, del absoluto y, sin

embargo, rara vez se liberan. Así que empecé a preguntarme el porqué. El

hecho de despertarse a la experiencia real, vivida, de que no somos el cuerpo, ni

la mente ni la personalidad, debería llevarnos a la libertad, y al principio resulta

muy liberador, pero la mayoría de la gente se distrae tanto con los efectos

secundarios de la iluminación que se pierde el verdadero significado de lo

sucedido.

Entre otras cosas, la gente se pierde la revelación de la perfecta Unicidad, la

revelación de que somos la fuente suprema. Aunque llegues a experimentarte

como un ser libre cuando dejes de identificarte con la mente, el cuerpo y la

personalidad, rara vez obtendrás una percepción clara de la perfecta unidad

inherente al despertar, con la excepción de alguna vaga sensación de Unicidad.

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Es como cuando tienes un sueño, te identificas con algún personaje y crees que

eres diferente de todos los demás. Cuando te despiertas del sueño a la mañana

siguiente, te das cuenta de que no eres el personaje del sueño. Eres el que sueña.

Todo lo que aparece en el sueño procede de ti. Esto es una metáfora del

despertar espiritual, porque cuando te despiertas a nivel espiritual te das

cuentas de que no eres el cuerpo-mente. Es fácil de entender, ¿no? Por una parte

ves que no eres nadie, pero por la otra te das cuenta de que eres la fuente de

todas las cosas.

¿Por qué es tan importante darse cuenta de esto? Por las implicaciones

inherentes al despertar, que es donde descubres todo el valor de cualquier

revelación auténticamente espiritual. Tú eres la fuente suprema, todo es una

unidad perfecta y tú eres todo lo que existe, en la misma medida. Esta

revelación de unidad lleva implícita la aceptación de que no existe nada que

podamos llamar un «otro». No existe nadie más, pues en último término se

trata del propio ser de uno.

He conocido a personas que han experimentado esta percepción, y lo primero

que han hecho es volver a vivir la vida como si existiese un otro. Viven la vida

como si hubiese un yo personal y un tú personal, aunque hayan vislumbrado

que esto no es cierto. Por consiguiente, en muchos casos la comprensión

experiencial no es suficiente. Pero ¿te imaginas cómo te cambiaría la vida si

recibieras la revelación de que no existe ningún otro y tuvieses mucha

curiosidad sobre sus implicaciones? ¿Y si te preguntaras qué implicaciones

podría tener esto en ti para el resto de tu vida?

La mayoría de los seres humanos basan toda su vida en la idea del yo y del

otro, un yo personal y un tú. Pero cuando reciben la revelación de que no existe

ningún otro, la relación personal de repente deja de existir. ¿Cómo se vive con

esta implicación? Básicamente, ¿qué significaría saber que no hay ningún otro y

vivir en consecuencia, aunque siguieras relacionándote con un yo y con un otro

aparentes en el mundo de las ilusiones? La mayoría de la gente que se interesa

únicamente por la iluminación personal piensa «si soy libre, nadie podrá

exigirme nada» o «enseñaré a los demás para que puedan alcanzar la

iluminación». No hay nada malo en ser libre a nivel personal. ¿Pero qué pasaría

si siguieras investigando? ¿Cómo puedes ser libre tú si no existe ningún yo

personal? ¿Quién más tiene que iluminarse?

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Una de las experiencias más dolorosas que he tenido en mucho tiempo tuvo

lugar al compartir esta idea de la relación en el satsang, pues me quedé helado

al comprobar que, uno tras otro, los asistentes implicaban en sus preguntas que

su relación no les daba lo que querían obtener de ella y que querían saber cómo

podían mejorarla. Los estudiantes me preguntaron cómo experimentaba la

relación yo, a lo que contestó mi esposa Annie: «No necesitamos nada del otro,

y no utilizamos nuestra relación para conseguir que las cosas funcionen, pues

una relación no se basa en eso». Nadie lo tuvo en cuenta, y siguieron haciendo

preguntas que seguían el mismo patrón.

¿Qué implica ser consciente de que no existe nadie más? Cuando te despiertas,

te despiertas de este «tú y yo». Si te das cuenta de qué significa esto, te quedarás

sin aliento. Si el otro no existe, la relación personal no existe. El problema de

todas las relaciones está en que uno de sus miembros, o los dos, no se toman en

serio que no existe nadie más. No puedes obtener nada de nadie, no puedes

cambiar a nadie, ni necesitar o satisfacer a nadie: no es más que un sueño.

Cuando vas más allá de la experiencia espiritual y te comprometes a entender

qué lleva implícita la experiencia, el reto es enorme.

La experiencia del despertar es como una experiencia de big bang a nivel

personal. La revelación inicial fue el comienzo de todo. Surgió de la nada, al

menos eso dicen los físicos, y después este pequeño punto luminoso se

convirtió en todo el universo. Al principio tal vez vieras este punto luminoso

sin darte cuenta de lo que llevaba dentro, y si te has apartado, te lo habrás

perdido todo. Si miras dentro del punto luminoso llamado iluminación

espiritual, su potencia es tan grande como la del big bang y más.

Muchos me preguntan: «¿Cómo puedo integrar mi espiritualidad en la vida

cotidiana?». No la integras. No puedes. ¿Cómo podrías integrarla? No puedes

meter el infinito en tu vida limitada. En cambio, puedes entregar tu vida al

impulso divino. No existe ningún tipo de integración. Sólo comprensión, y esa

comprensión es siempre un perfecto destructor. Es un destructor de todas las

sensaciones de separación, de lo que no es verdad. Entrega tu vida a la Verdad,

no intentes llevar la Verdad a tu vida.

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Aunque te vuelvas muy serio y procures profundizar tu comprensión viendo

las cosas con más profundidad cada vez, la apariencia de un tú y un otro

permanecerá. Si no llevas la comprensión a tu relación, seguirá más o menos

como siempre. Aunque reorganices las piezas, la relación seguirá basada más o

menos en lo que obtengáis el uno del otro y en cómo vayan funcionando las

cosas. Cuando sigas profundizando para llegar a la comprensión última de que

no existe ningún otro, la propia comprensión reorganizará el funcionamiento de

este sueño de apariencias. La relación funcionará de otra forma, pues habrás

comprendido realmente que no existe ninguna relación personal entre un tú y

un yo. El funcionamiento del mundo de la relación se reorganizará

espontáneamente, sin ningún esfuerzo por tu parte. Para mejorar la relación,

sigue despertándote. Tal vez no cambie como tú quieres, pero cambiará. Sigue

despertándote. Cuando estés despierto del todo, las cosas serán simplemente

como son.

No necesitas que ningún maestro te explique las implicaciones que tiene el

hecho de que no exista nadie más: debes llegar a ellas por ti mismo.

Estudiante: ¿Qué quiere decir seguir despertando?

Adyashanti: Muchos maestros lo equiparan con los sueños. ¿Has despertado

alguna vez de un sueño placentero y te has vuelto a dormir porque querías

seguir soñando? Te das la vuelta, te duermes otra vez, te vuelves a despertar y

te das cuenta de que estabas soñando, aunque estás grogui y ni siquiera sabes si

te quieres despertar. Más adelante, a lo largo del día, estás mucho más

despierto y lo ves todo con más claridad. La mayoría de los maestros

espirituales siguen groguis aun después de un gran despertar espiritual. Se

mueven hacia delante y hacia atrás, sin saber si quieren despertarse o no, pues

perciben que eso implica un mundo totalmente distinto. Quieren despertar de

lo malo y seguir soñando con lo bueno. Quieren, literalmente, dormirse de

nuevo en sus relaciones personales, pues saben que si se despiertan del todo las

cosas tal vez cambien de un modo inesperado.

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Cuando estás grogui sientes que tienes que dejar muchas cosas, y no sabes

bien si quieres despertarte o no. Pero cuando estás realmente despierto, sabes

que es un sueño, y no quieres regresar. Si deseas ser totalmente libre, tienes que

hacer el esfuerzo de despertarte del todo. Entonces dejarás de interesarte por lo

que no es verdad y te interesarás únicamente por la verdad. El estado de sueño

que implica separación, con todos sus disfraces, dejará de interesarte.

¿Quién controla el sueño cuando sueñas por la noche? Tú eres el soñador, el

que tira de todas las cuerdas. Todos los personajes del sueño están convencidos

de que ellos son los que están haciendo que las cosas sucedan así. Pero el

soñador es quien lo orquesta todo. Cuando sueñas lo olvidas. El soñador

trascendental es el que genera el sueño del mundo. Si quieres que la gracia no te

abandone en el funcionamiento del mundo, tendrás que tener esto presente

constantemente. Para regresar al mundo no necesitas dejar de lado la

trascendencia, eso es un mito.

Toda esta idea de la integración y la creencia de que no podemos permanecer

en la trascendencia sólo tiene sentido hasta que nos ponemos a examinarla y

nos preguntamos si es cierto. Cuando observes tu propia experiencia y te

preguntes cómo funciona la realización, empezarás a darte cuenta de que

muchas de las cosas que decimos son una mera ridiculez: es como si un ciego se

pusiese a mirar a otro ciego.

Lo que estás viendo, y esto a lo que llamas maestro, es tu propia creación, es tu

sueño, lo estás creando en este preciso instante. Si te das la oportunidad de

hacerte consciente, te darás cuenta de que lo estás creando y de que la

separación entre la persona que escucha y la que habla es una mera ilusión. Si

estás despierto, lo habrás visto claramente. Pero los condicionantes pueden

arrastrarte de nuevo al sueño. No importa. Debes seguir cuestionándote el

sueño.

Algunas veces experimentamos un flechazo con alguna experiencia inusual,

pero nos perdemos algo más profundo: comprender quién la origina. Tenemos

que preguntarnos: «¿Por qué he recibido esa percepción?». Cuestiónatelo. La

curiosidad y la búsqueda son importantes. Si tienes una experiencia

trascendente es para que te aferres intuitivamente a la Verdad, que es lo que las

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cosas realmente son. En términos espirituales, la pregunta «¿qué soy?» es la que

nos lleva al núcleo de las cosas.

Tú eres inteligencia infinita, pero debes ser lo suficientemente serio como para

descubrir lo que es verdad por ti mismo. Para hacerlo, tendrás que abrirte a la

posibilidad de que todo lo que has estudiado sea un error. Si no, ¿cómo podrás

descubrir lo que en verdad es? Cuando te abres del todo, la Verdad se vuelve

totalmente obvia. Las personas que son espirituales creen que la Verdad

siempre está oculta. Pero no está escondida. Lo que se pone en medio es la idea

de esta verdad. Descubre el lugar de lo que en verdad es. Lo único que existe es

el Uno, que se manifiesta bajo la forma de todas las cosas. Reflexiona y medita

sobre esto hasta que lo comprendas del todo. Despierta a lo que eres.

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21

Relaciones auténticas

Una de las lecciones más valiosas que aprendí a lo largo de mis numerosos

años de meditación zen fue la necesidad de descubrirme, pues iba a pasar

mucho tiempo conmigo mismo. Si te sientas en silencio y sólo conoces una

imagen de ti mismo o una imagen del Divino, te limitas a conocer la miseria y

un interminable parloteo. Si nos sentamos con una imagen, aunque esa imagen

sea buena, nunca estaremos cómodos del todo. Cuando nos sentamos con

nuestro Ser verdadero, dejamos de tener imágenes acerca de nosotros, de

cualquier concepto o idea. Nos sentamos como espaciosidad, nada más. Estos

son los cimientos de una relación auténtica; si no nos relacionamos con lo que

somos de verdad, no podremos tener relaciones auténticas y profundas con

ninguna otra persona.

Cuando nos relacionamos con nuestro radiante vacío, la relación es hermosa,

pues somos lo que somos. Estamos enamorados de un misterio, básicamente. El

misterio está enamorado de sí mismo. Cuando este misterio se relaciona con

otro, ya sea una flor, un pájaro, el viento, el frío o un ser humano, se está

relacionando con expresiones del mismo misterio. Cuando vemos que nos

estamos relacionando con la manifestación del misterio, esta relación es

realmente sagrada: nos relacionamos con esta forma, con esta otra, bajo la forma

de él, de ella, del frío, la amargura, la dulzura, el aburrimiento, la pena, la

felicidad, la confusión y la claridad. Todo es una manifestación del misterio. El

verdadero trabajo preliminar de la relación auténtica es relacionarse con ese

misterio, con nuestro propio ser.

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Cuando nos sentamos sin pedirle nada al momento presente, sin esperar el

siguiente, sin esperar obtener algo (sea lo que sea), cuando dejamos de esperar

la iluminación, el amor, la paz o una mente tranquila y dejamos de pedirnos

nada, lo sagrado surge sin más, pues no tiene que responder a ninguna

exigencia. La verdadera relación sagrada con este momento florece cuando no

esperamos que sea ninguna otra cosa. Es entonces cuando la belleza hace

explosión. Pero si esperamos lo más mínimo del momento, empezamos a

perdernos la belleza. Nuestra petición distorsiona lo que podemos ver y

experimentar en nosotros mismos.

La mente cree que ser libre o estar liberado (o iluminado) significa dejar de

experimentar todas las experiencias desagradables, pero no es así. El Divino no

se profanaría eliminando nada. Eso sería como si te cortasen un brazo. Pero si

experimentas estas mismas emociones o experiencias desde el misterio, siendo

Dios, y desde tu propio misterio, se transformarán por completo.

Observa la totalidad de lo que está aquí, la cualidad de la atemporalidad tal y

como se muestra a través de toda la experiencia. Entonces tu propio sentido de

lo sagrado, conocido por ti en el interior de lo que eres, se extenderá más allá de

las experiencias meramente placenteras y se transformará en el espectro total de

la experiencia. Empezarás a percibir directamente que todas las

manifestaciones, independientemente de cuáles sean, son el florecimiento del

Divino. Si sientes confusión, se tratará de Dios confundido. Si sientes claridad,

se tratará de Dios siendo claro. Después serás capaz de ver a Dios en la basura,

en la porquería de la alcantarilla, en el mendigo que no se ha bañado en un mes.

Empezarás a ver la misma sacralidad por todas partes, la misma íntima relación

auténtica del misterio consigo mismo. Y sigue así, penetrando cada vez con más

profundidad y en más áreas. Cuando percibas esta sacralidad en todas las

cosas, sabrás que no eres lo que creías ser. Eres un misterio vivo, despierto,

invisible e intocable.

Cuando lo sepas, podrás tener una relación sagrada. Si no lo sabes y tratas de

hacer que tu relación sea sagrada, sólo estarás intentando adaptar tu idea de

relación sagrada, y esto lo conocemos mejor como violencia. Tal vez lo hagas

por una buena razón, con buenas intenciones, pero si intentas hacer algo para

que la relación sea sagrada, no lo habrás entendido. Te habrás perdido lo que es

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sagrado. Cuando veas que una relación ya es sagrada, entonces verás que es una

manifestación del misterio.

Cuando veas que todo es sagrado, no perderás la habilidad de hacer

distinciones. Seguirás viendo cualquier falta de honestidad en la relación,

cualquier falta de integridad o cualquier ausencia de intimidad. También verás

si la relación está construida sobre imágenes, proyecciones o peticiones. El

hecho de poder ver el aspecto sagrado de la relación no implica que dejes de ver

sus posibles aspectos ridiculos. Estas perspectivas no se excluyen mutuamente.

En algunas ocasiones Dios actúa de un modo extraño.

El mayor reto para un ser humano consiste en permanecer como lo que es (que

no es otra cosa que la luz de la iluminación) en medio de las relaciones. Todo

aquello que no puedas ver o con lo que no te puedas encontrar será una especie

de botoncillo con la pegatina «dale a este botón», y tus dedos se verán atraídos

hacia él. Ahí reside la belleza de lo sagrado. Si no la ves, si eres inconsciente, te

mostrará la pegatina «dale a este botón» para que no puedas seguir

conservando tu inconsciencia. ¡Ahí está! Alguien le da al botón. ¡Boom! Culpa.

¡Oh, vaya! Pero la culpa es consciente. Tienes una oportunidad. Sin embargo, en

cuanto podemos normalmente la metemos de nuevo en el inconsciente. Así que

lo que vemos no es: «Acabamos de darle al botón de la culpa. Madre mía,

llevaba un montón de tiempo con ella. Está programada. ¡Qué interesante! ¿Eso

qué significa?». La gente suele refugiarse en su psicología o en una infinita serie

de ideas filosóficas al respecto. Pero ¿qué es la culpa? ¿Cuáles son sus

implicaciones? Cuando te preguntes por su significado, tu conciencia podrá

penetrarla. Entonces verás que aunque te sientas culpable, la culpa será

consciente. Si intentas hacer algo al respecto, como por ejemplo librarte de ella,

dejarás de permanecer en la culpa de un modo consciente.

La luz de la conciencia es el agente más transformador, y la alquimia mayor se

produce cuando estamos dispuestos a permanecer conscientes de nuestra

propia inconsciencia. Cuando le damos a ese botón surge algo inconsciente que

nos invita a permanecer despiertos. Eso es. Sigue despierto, sin más, y la

alquimia funcionará. Limítate a permanecer despierto. No trates de ser

espiritual retrocediendo cincuenta pasos para convertirte en testigo desde una

distancia infinita. Eso es mejor que perderse en la inconsciencia, aunque no deja

de ser una inconsciencia sutil, pues así evitamos sutilmente la conciencia, o la

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apartamos de lo que es. La conciencia está aquí mismo. Para liberarte de lo que

está surgiendo no necesitas llevar la conciencia hacia atrás, ni hacia arriba o

hacia abajo, ni colocarla detrás de nada. Ya está libre. No necesita retroceder. El

yo es el único que cree que necesita retroceder o escapar. Y también puedes

hacerte consciente de eso. «Vaya, ahí está mi yo tratando de espiritualizar,

intentando alejarse de algo. Pero le hemos dado a ese botón.» Ahora te haces

consciente de eso.

La conciencia no consiste en alejarse de algo, en intentar explicarlo o

arreglarlo, ni en intentar librarse de ello. Cuando nos damos la oportunidad de

experimentarla, la conciencia es un amor profundo y atento hacia lo que es. El

amor se lanza permanentemente sobre el momento, aquí y ahora,

abandonándose totalmente al ahora. Estar así en una relación es muy sencillo.

Es humilde. Muy íntimo. Entonces verás a la otra persona de una forma

totalmente distinta.

Al principio, la mayoría de las relaciones son inconscientes. Cuando la luz de

la conciencia empieza a brillar en la relación, la inconsciencia de su interior

queda al descubierto. Cuando esto suceda, no hay que espiritualizar la relación.

En vez de hacerla consciente, algunas personas tratan de espiritualizarla.

Intentan convertirla en una fantasía espiritual en la que la pareja encaja con

todas las ideas espirituales que tienen acerca del adecuado funcionamiento de

una relación. Creen que saben cómo debería ser, cómo podría ser, hacia dónde

se dirige.

Cuando te liberes de esas cosas recuperarás algo muy íntimo e inocente, y por

fin estarás dispuesto a decir la verdad, a dejar de esconderte, a dejar de forzar la

conciencia en los planes de la relación, a dejar que salga a la superficie. A partir

de entonces nunca sabrás cómo emergerán la conciencia, la iluminación y el

amor: cada momento de la relación será un descubrimiento. Evidentemente,

esto podría desbaratar la relación por completo; la Verdad también podría

descentrarte. Cuando la Verdad surja en tu interior, verás claramente cualquier

cosa que siga aferrándose a lo que no es verdad. Cuando la conciencia alcance

la relación y funcione y se mueva libremente, sin que la sujetes, la Verdad y la

no verdad de su interior empezarán a chocar entre sí y podrás ver la

incongruencia.

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Entonces es cuando le damos al botón, pero no sólo al mío o al tuyo; ahora

tenemos un tercer botón llamado «nuestro botón». Todas las relaciones tienen

estos botones, pues cuando nos unimos creamos algo llamado «nuestro». Si

alguien le da a ese botón, o si le damos uno de nosotros, la relación se dispara.

Este «nosotros» tiene sus propios botones y su propia inconsciencia, producto

de la fusión de los dos botones del «yo».

Cuando permitimos el surgir de la conciencia, dejamos de relacionarnos desde

nuestros miedos. Imagina que no hicieses nada en reacción al miedo o la

inseguridad. Cuando observamos nuestra relación preguntándonos qué

sucedería si no hiciésemos nada en reacción al miedo o la inseguridad,

podemos ver muchas cosas. Para la mayoría de nosotros es algo revolucionario,

tanto más cuanto más íntima sea la relación. Si dejamos de hacer las cosas por

miedo o inseguridad, el juego cambia por completo. Cuando digo que la

Verdad puede desbaratar la relación me estoy refiriendo a eso, aunque la puede

desbaratar muy positivamente.

He conocido a muchas personas que, aun habiendo comprendido

profundamente la Verdad, se sienten abrumadas por el reto de ser en relación

con lo que en realidad son; tienen miedo o inseguridad ante la posible reacción

de los demás o ante las consecuencias potenciales. Si dejases de negar la Verdad

de algunas partes de tu vida, podrías llegar a sentirte muy inseguro. En vez de

enfrentarnos a la inseguridad del miedo, normalmente nos alejamos de él. En

consecuencia, ese aspecto de la relación queda aislado, como si fuese una parte

separada de la vida en la que no pudiéramos entrar. Todos sabemos que cuanto

más conscientes seamos, más dificultades tendremos para mantener la división,

tanto a corto como a largo plazo. Si quieres ser totalmente consciente, no

puedes optar por relacionarte desde la división. Estar plenamente despierto y

no estar despierto en todos los sitios es literalmente imposible. Si no estás

totalmente despierto en todas partes, no habrás alcanzado la plenitud de lo que

eres.

Cuando tenemos una pequeña experiencia espiritual, nos colocamos

fácilmente por encima de alguien que no la haya tenido. En cuanto lo hacemos,

el verdadero encuentro se vuelve imposible. ¿Cómo vas a encontrarte

inocentemente con lo inconsciente si en vez de mirar a alguien a los ojos te

sitúas por encima de esa persona? Podemos aprender de las relaciones

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auténticas cuando escuchamos a los pájaros, cuando observamos la cualidad de

nuestra escucha, del abrazo al sonido, cuando observamos cómo nos penetra el

sonido y cómo entra en contacto con nosotros. El mero hecho de hacerlo nos

vuelve más conscientes. Las relaciones auténticas nos dan la posibilidad de

aprender más cosas de las que podrían enseñarnos un centenar de libros.

Cuando iba a hacer retiros en el Centro Zen Sonoma, que era muy silencioso,

nos levantábamos a las cuatro y media para meditar. Esa hora de la mañana era

hermosa y tranquila. El sol comenzaba a iluminar el aire antes de entrar en la

línea del horizonte. Tenía la impresión de que el mundo entero se despertaba,

de que el ser entero se despertaba. Era una sensación maravillosa. A eso de las

seis y media se levantaban los vecinos que teníamos delante del templo zen.

Ellos tenían un modo diferente de empezar el día. Todas las mañanas, a las seis

y media, ponían a Led Zeppelin a todo volumen. Esto vino a ser toda una

lección sobre las relaciones auténticas. Mantenerse atento y consciente a los

pájaros, a lo agradable, a la hermosa manifestación del Divino o a tu verdadera

naturaleza era fácil, hasta que Jimmy Page empezaba a tocar los primeros

acordes. Y ahí estaba. La invitación estaba ahí. «¿Qué es eso? ¿Cuál es mi

relación con eso?»

Descubrí que sólo era otro sonido más y que, como tal, era igual de perfecto. Y

hermoso, pues ensanchaba mi sensación de lo espiritual. Era lo que es, sin más.

Dios estaba ahí, haciéndose pasar por una estrella de rock. Dios no era sólo lo

agradable, los pequeños buenos momentos, los momentos tranquilos y serenos.

Esto otro te enfrenta a tu idea de la espiritualidad y la destroza hasta que llega a

su núcleo. Es como si te dijese: «De acuerdo, ¿quieres ver a Dios? Dios está aquí,

todo esto es Dios. No es sólo la parte que quieres ver, es todo».

Como último requisito de los retiros, al menos en uno de los anuales, el último

día nos sentábamos a meditar durante todo el día y, en vez de acostarnos a eso

de las diez, nos tomábamos un descanso, nos sentábamos a meditar hasta las

once y media en tandas de tres horas, alternándolas con diez minutos de paseo,

y después nos sentábamos desde la medianoche hasta las cuatro de la

madrugada en un periodo ininterrumpido de meditación, sin levantarnos. Si

creías que habías llegado al nirvana o que eras un figura porque tu meditación

había ido realmente bien y te sentías estupendamente, ¡todo se iba al traste!

Después de cinco días, o de una semana, esto te deja destrozado. Nadie se

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siente superior ni poderoso; durante la primera parte del retiro, tal vez, pero no

al final.

Estas sentadas no eran realmente necesarias, pero después de hacer muchos

retiros empecé a ver su belleza. Salir sin ningún tipo de logro espiritual superior

y poderoso, sin creerme capaz de permanecer sereno y bien durante todo el

retiro era un regalo, un regalo enorme. Recuperar la inocencia era un regalo.

Con el paso del tiempo dejó de ser un reto. Simplemente sentía: «Vaya, aquí

estamos de nuevo, con cincuenta personas en la sala, y después de tres horas y

media de sentada ininterrumpida sólo estamos tratando de sobrevivir. Tanto

los iluminados como los que no lo están intentan sobrevivir». La sensación de

dificultad o cualquier idea espiritual acerca de mí, alta o baja, se derrumbaba.

Ese colapso me permitió descubrir que la caída de la fachada era deliciosa,

sagrada y bella. Era una oportunidad para ver la Unicidad en todo, en todas las

experiencias, más allá de la idea de lo que podría ser. Cuando la idea se

derrumba, la realidad de lo sagrado puede salir a la superficie. Lo sagrado es

mucho más bello que la idea: menos dramático, pero mucho más bello.

La relación auténtica es una relación real. Lo hermoso está en lo real, no en la

idea que tenemos acerca de una relación espiritual. Lo hermoso se halla en la

realidad de dicha relación.

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22

El eterno ahora

Tómate un momento

para comprobar si estás aquí realmente.

Con anterioridad a lo correcto y lo equivocado

estamos aquí, sin más.

Con anterioridad al bien o al mal, o a lo indigno,

y con anterioridad al pecador o el santo,

estamos aquí, sin más.

Quédate aquí, en el lugar del silencio,

donde el silencio interior danza.

Justo aquí, antes de saber algo o de no saber nada.

Quédate aquí, donde todos los puntos de vista

se funden en un solo punto,

y ese único punto desaparece.

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Intenta encontrar el ahora,

donde rozas lo eterno,

y siente el eterno vivir y morir de cada momento.

Para encontrarte aquí nada más,

antes de convertirte en experto,

antes de convertirte en principiante.

Quédate aquí nada más,

donde eres lo que siempre será,

donde nunca le añadirás nada,

ni le quitarás nada a esto.

Quédate aquí, donde no quieres nada,

y donde no eres nada.

En el aquí que es indescriptible.

Donde sólo encontramos el misterio desde el misterio,

o nos dejamos de encontrar.

Quédate aquí donde te descubres

al no encontrarte.

En este lugar donde la tranquilidad es ensordecedora,

y la quietud se mueve demasiado rápido como para atraparla.

Quédate aquí donde eres lo que deseas

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y deseas lo que eres

y desaparece todo

en un radiante vacío.

ADYASHANTI

Hay un cuento maravilloso que relata la historia de un joven que entra en un

monasterio, lleno de energía, con el propósito de llegar a la iluminación

enseguida.

—¿Cuánto tiempo tardaré en iluminarme? —le pregunta al abad.

—Unos diez años —le responde éste.

—¡Diez años! ¿Por qué diez años? —dice el joven.

—¡Oh, en tu caso veinte! —contesta el abad.

—¿Veinte años, por qué? —pregunta el hombre.

—Vaya, lo siento, me he confundido... treinta años —concluye el abad.

Si entiendes la moraleja de la historia, te darás cuenta de que el mero hecho de

preguntar añade diez años. En cuanto surge el pensamiento de «¿cuándo estaré

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preparado?», el tiempo comienza a existir. Como el tiempo comienza a existir,

entonces te pones a pensar: «Probablemente tarde diez años, por lo menos,

aunque tal vez no lo consiga nunca». ¿Adonde puedes ir para conseguirlo?

Cualquier paso te llevará en otra dirección.

La mente se lleva una gran sorpresa con esto, pues se pasa la vida creyendo

que la libertad, o iluminación, es una especie de acumulación y, evidentemente,

no hay nada que acumular. Se trata de comprender lo que eres, lo que siempre

has sido. La comprensión está fuera del tiempo, pues ocurre ahora o nunca.

En cuanto vinculas al tiempo tu idea de la iluminación, siempre dependerá de

un tiempo futuro. Si tienes una profunda experiencia espiritual, quizá te

preguntes: «¿Cuánto tiempo me durará esta experiencia?». Si insistes en la

pregunta, seguirás vinculado al tiempo. Si sigues interesado en el tiempo y en

las acumulaciones espirituales que puedas obtener en su transcurso, obtendrás

una experiencia vinculada al tiempo. La mente actúa como si lo que buscases no

estuviese ya presente aquí y ahora. El ahora es atemporal. El tiempo no existe y

lo paradójico es que no puedes ver lo eterno porque tu mente está atrapada en

el tiempo. Así que te pierdes lo que ya está aquí.

¿Has sentido alguna vez que no te gustaba mucho estar aquí y que deseabas

tener alguna experiencia eterna maravillosa? Cuando el maestro dice «quédate

aquí ahora mismo», aunque no lo digamos solemos pensar así. Lo que sientes

en tu interior es: «Estoy aquí y no me gusta. Quiero estar ahí, en la

iluminación». Si tienes un maestro auténtico, te dirá que estás equivocado, que

nunca has estado aquí. Te has pasado la vida en el tiempo, así que en realidad

no has estado nunca en el ahora. Tu cuerpo estaba aquí, pero el resto de tu ser

estaba en alguna otra parte. Tu cuerpo ha pasado por esto llamado «vida», pero

tu mente ha pasado por lo que consideramos «mi fantasía sobre la vida» o «mi

gran historia acerca de la vida». Te has quedado atrapado en una interpretación

de la vida, así que en realidad no has estado aquí nunca.

La Tierra Prometida está aquí. La eternidad está aquí. ¿Te has dado cuenta de

que nunca has dejado de estar aquí, excepto en tu mente? Cuando te acuerdas

del pasado, en realidad no estás en el pasado. Tu recuerdo está aconteciendo

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aquí. Cuando piensas en el futuro, la proyección del futuro está aquí. Y cuando

llegas al futuro, el futuro está aquí; deja de estar en el futuro.

Para estar aquí, lo único que tienes que hacer es desprenderte de la idea que

tienes de ti mismo. ¡Eso es todo! Y entonces te darás cuenta de que «aquí estoy».

En el aquí no crees en los pensamientos. Cada vez que vienes aquí no eres nada.

Una nada radiante. Un cero absoluto y eterno. El vacío que está despierto. El

vacío que está lleno. El vacío que lo es todo.

Quieres varias cosas sólo porque no sabes quién eres. En cuanto regresas a ti

mismo, a esa conciencia vacía, te das cuenta de que ya no quieres nada más

porque eres lo que quieres.

No descubres una libertad que te haga decir: «He alcanzado la iluminación».

La libertad te hace pensar: «Dios mío, aquí nadie necesita alcanzar la

iluminación. Por tanto, nadie tiene que iluminarse». Ésa es la luz. El único que

necesita iluminación, libertad, liberación y emancipación es el concepto del

«yo». Cree que necesita encontrar a Dios, o conseguir un Ferrari; cuando lo

entiendas te darás cuenta de que todo es igual. Pero en cuanto puedas ver más

allá del concepto del yo y comprendas que no es más que actividad mental y

nada más, comprenderás que nadie necesita alcanzar la iluminación.

Yo, yo, yo. Yo creo esto. Yo creo eso. Valgo la pena. Lo conseguí. No lo

conseguí. Estoy iluminado. Lo perdí. Todo es materia mental. Nadie necesita

alcanzar la iluminación, y nadie la pierde. Todo ha sido una ficción. ¿Has

comparado alguna vez tu vida con una novela barata? Es como una serie de

Nancy Drew: cuando contaba una historia y creías que el final estaba cerca,

descubrías que la autora acababa de sacar otra historia, y en cuanto la

terminabas salía otra nueva. Pero el autor nunca está dentro del libro. El autor

no se hace visible nunca y siempre se queda fuera del libro.

La mente funciona igual. Después de muchas historias, el personaje de la

mente dice: «Necesito iluminarme. Tengo que encontrar la fuente. Necesito

encontrar a Dios. Tengo que liberarme. Necesito ir más allá de la vida y de la

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muerte». Y más tarde llega a comprender: «¡Vaya, ésa es la historia!», y se

pregunta: «¿Y qué soy yo sin la historia?». Dejas a un lado el libro llamado «mi

vida». Ves que no hay ninguna historia ni ningún yo. El yo es una historia. La

totalidad de la historia surge espontáneamente de la nada, del espíritu, para

que puedas disfrutarla. Existe para que tú la leas: para que te rías un poco, para

que llores un poco, para que tengas altibajos, mentiras, muertes, amigos,

enemigos, sin tomarla nunca en serio.

Si tienes experiencias espirituales, el argumento es estupendo. Aparecen en la

mayoría de las novelas espirituales tituladas «mi vida». El personaje obtiene

experiencias, se acerca a la iluminación, se aleja, encuentra la dicha y la vuelve a

perder. Capítulo 22: «¡Una visión increíble!». Capítulo 23: «La pérdida total de

la visión». Y sigue así. Si avanzas tres cuartas partes de la serie (como el alma

avanzada, ¿verdad?), habrás asumido ya un papel espiritual. En los dos

primeros libros eras simplemente una persona mundana. Como en la última

serie te transformaste en un alma avanzada, ahora has pasado a ser un buscador

espiritual. Debes de estar llegando a alguna parte. Eso es lo que hace el yo,

¿verdad? Busca la libertad dentro de la historia, hasta que se da cuenta de que

el que está buscando la libertad no es más que otro personaje de la historia.

Y de repente: «¿Qué soy yo? ¿Quién soy yo sin ninguna historia?». La historia

se detiene espontáneamente y la mente no obtiene ninguna respuesta, pues

cualquier respuesta sería sólo la continuación de la historia. Sólo sería otro

capítulo más. Pero cuando te sales de la historia, las palabras dejan de existir.

Estás fuera de la página. Lo único que existe más allá de la historia es la

conciencia. Pero no te preocupes. La historia continuará. Avanzará, incluso sin

el yo. El movimiento continuará.

Cuando dejes de lado el yo ficticio y entres en el silencio del ahora eterno,

verás que la realidad (iluminación o Dios) es como una llama. Está viva,

moviéndose y danzando permanentemente: la llama siempre está aquí. Pero es

impermanente. En una llama no permanece nada, no hay nada inmóvil ni

estable. Si lo hubiese, estaría muerta. La realidad siempre está viva, en

movimiento, al igual que una llama que salta al vacío desde el tronco. La

Verdad es un movimiento continuo. Este movimiento, esta Verdad viva, es

constante. No cesa nunca. Es atemporal. Lo único que persiste es la

impermanencia, eso es lo único que permanece.

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La quietud total del ser surge cuando cesan las resistencias al movimiento, a la

impermanencia, a la vida y al cambio. Cuando no hay ninguna resistencia, la

quietud es total: es una quietud viva y vital. Está completamente quieta, pero su

movimiento es interminable. Como no hay ninguna resistencia, parece que no

se mueve. Imagina que vas montado en un tren a cien kilómetros por hora. No

hay ninguna resistencia entre el tren y el viento, así que no puedes oír el viento,

y tampoco existe ninguna resistencia entre las ruedas y la vía, o entre los

muelles sobre los que va el tren, así que no sientes ni la más mínima vibración

de resistencia. Aunque el tren se mueva muy deprisa, verás en su interior que la

quietud es total y te dará la sensación de que nada se mueve. La quietud del ser

es igual. La permanencia es un movimiento infinito, exento de resistencias.

Es muy importante que lo sientas de un modo u otro, aunque no lo entiendas,

pues si no podrías venir a un retiro como éste y salir de él sin haber entendido

nada. La experiencia podría proporcionarte cierta quietud y belleza, alguna

visión o cierta libertad. Pero si piensas en ello como en algo estático, como si

esta vez pudieras llevártelo contigo, cuando llegues a casa y abras las manos

descubrirás que la quietud ha muerto. Es una llama, así que se extingue en

cuanto la atrapas con la mano. Cuando experimentes la vida en este preciso

momento, sin ninguna resistencia, la llama estará completamente quieta y en

constante movimiento, y no podrás atraparla, pues al hacerlo le añadirías aún

más movimiento. No podemos agarrarla. Sólo puede ser ella misma.

Esta metáfora de la llama te puede enseñar muchas más cosas. Si te fijas en la

punta de una llama, justo en la punta, verás que ondea danzando por todas

partes, suministrando luz. Lo único que ves es la fuente de la luz, pero la luz es

invisible. Esta luz es igual que la llama de la Verdad; esta llama proporciona

visiones, comprensiones, iluminación. Bajo esa luz, el núcleo de la llama de

nuestro interior también se mueve como una llama, y ondea como el océano,

con más calma que en el movimiento de la punta. Este núcleo contiene algo más

profundo que la comprensión. Es la experiencia previa a la comprensión. Este

núcleo ondeante, en movimiento, está en unión consigo mismo. Está tan unido

que ni siquiera va hacia ninguna realización, sino que se limita a disfrutar de

esa unión: de la dulzura y de la belleza del amor.

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La base de la llama se encuentra debajo del corazón de la llama. ¿Te has fijado

alguna vez en la llama de un tronco? En una de mis veladas como mochilero me

puse a observar la llama de un tronco. Fui incapaz de ver dónde entraba en

contacto con el tronco. O bien había un espacio entre la llama y el tronco, o la

llama era tan pura y transparente que se hacía invisible.

El corazón también contiene una base absoluta, y ahí es donde se halla el

vacío. Ese lugar contiene la Verdad antes de que ésta decida cobrar vida y

brincar a la existencia. Y la unión del corazón también se hunde aquí en una

cuna del ser muy sencilla. Es el lugar «donde jamás se ve la diferencia», tal y

como lo definió Meister Eckhart, donde la unidad también deja de tener

sentido, donde la mente de la comprensión se queda en silencio, donde el

corazón se calla y lo único que existe es el descanso en la sencilla cuna del ser.

Esta llama de la Verdad es la llama completa, con todas sus partes: la parte

salvaje, el corazón, y esa sencilla cuna.

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23

Fidelidad

Si experimentas la realización del Ser, no la tomes nunca a la ligera, pues en

cuanto se tambalee tu fidelidad a la Verdad, te encontrarás nuevamente en el

estado de separación. Si aspiras a la Verdad y no quieres limitarte a saborearla,

tendrás que guardarle una fidelidad absoluta y no podrás traicionar esta

fidelidad jamás. Si quieres que la libertad sea una experiencia permanente y

viva, tu aspecto humano tendrá que mantenerse fiel a la Verdad y deberá estar

comprometido con ella. Para ser libre, el aspecto humano tendrá que

comprometerse con la Verdad para siempre.

Cuando me hacen la pregunta eterna de «¿cuándo terminará todo?», me doy

cuenta de que la libertad está muy mal entendida. La gente cree que la libertad

implica no tener que apreciar conscientemente cada momento, no tener que

poner nada de sí mismos y no tener que hacer el más mínimo esfuerzo. Mi

respuesta, por tanto, es «nunca». Esto no quiere decir que no puedas relajarte

nunca, sino que lo harás de un modo consciente. Podemos estar relajados y

mantener, al mismo tiempo, el corazón abierto, disponible y realmente

presente. Cuando lo hacemos, nuestras relaciones se ven profundamente

afectadas. Si pretendemos alcanzar la libertad, la estabilidad de la conciencia es

más importante que la de la atención. No podemos darnos el lujo de flaquear

con nuestra conciencia. Nunca.

Cuando traicionas tu fidelidad a la Verdad dejas de ser libre en la Verdad. En

cuanto haya algo que adquiera más importancia que la Verdad (poder, halagos,

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personas, lugares, cosas, amores externos, respeto, reconocimiento), empezarás

a sufrir y a sentir la separación. En la Verdad sólo hay sitio para la Verdad. Esto

significa que en la Verdad sólo cabe ella misma, y que lo único que podemos

hacer es elegirla y amarla. Un compromiso fuerte hacia la Verdad conlleva una

elección permanente, constante.

Si esperas que esta libertad de elección sea automática, o que no tengas que

elegirla, no te estarás responsabilizando plenamente de esta libertad, de la

libertad de elegir entre la Verdad y alguna otra cómoda historia. Una fuerte

fidelidad a la Verdad no es algo que se pueda tomar a la ligera. Como decía el

tercer patriarca del zen, la tierra se separa infinitamente del cielo por tan sólo

un voto roto en relación a la Verdad. Si cuando surge una distracción te das

cuenta de que no es más que un trance, el mero pasar de un fenómeno, pero

finges que es real, ahí es cuando el cielo y la tierra se separan. Pero el cielo

podrá abrirse de nuevo en cuanto elijas decir la verdad, en cuanto veas que

«vaya, esto no es más que un fenómeno que está sucediendo, o no es más que

rabia o aburrimiento», dejes de hacer cualquier esfuerzo por cambiarlo y te

limites a llamarlo por su nombre.

El mero hecho de respetar unos votos no es suficiente. Si lo hicieras, romperías

el voto más sagrado de todos: el voto de amar abiertamente, el voto de entregar

el corazón profundamente. No te comprometas rígidamente con ninguna

imagen o teoría de la Verdad. Es como si te dejases caer en un sillón y le dijeras

a tu pareja: «Realmente no pienso amarte, pero seguiremos juntos ya que eso es

lo que te dije». Esto es romper el voto; aunque te aferres a la letra de alguna ley,

estarás olvidando el significado auténtico, el corazón, la intimidad y la

vulnerabilidad. No puedes limitarte a respetar el voto de una forma rutinaria;

tu corazón y tu ser se tienen que implicar. Siente este momento, obsérvalo para

experimentarlo profundamente, ya sea bueno, malo o indiferente. Quédate

totalmente presente a nivel emocional y a nivel de sensación, aquí mismo,

vulnerable, con tu corazón. Limítate a estar presente. No vivas desde la mente

condicionada, vive desde la verdad incondicional.

La Verdad ama. No juzga. Sostiene en sus manos una gran espada y puede

discernir implacablemente lo falso de lo verdadero, pero no guarda ningún

rencor. Si no te estás diciendo la verdad, sufrirás. Si la verdad no fuese

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implacable, no aprenderías. La verdad no te da de comer con cuchara. Puedes

elegir seguir sufriendo o vivir con autenticidad. Es así de simple.

Cuando te despiertes del todo a la Verdad, verás que has sido amado siempre,

en todas las experiencias y en todas las circunstancias. Te llevarás una sorpresa

al ver que existe un hilo de amor que atraviesa todos los momentos. Nunca

hubo víctima alguna, ni por un solo instante. Y aunque pareciera doloroso, era

sólo una espada feroz que te estaba mostrando la Verdad. Comprender esto nos

cuesta mucho, pues acaba con cualquier resto de victimismo.

La Verdad puede danzar en la existencia de diversas formas, agradables y

desagradables. El amor subyace a todas las experiencias. El compromiso de

estar plenamente presente en todas las formas del ser disminuirá el espacio

entre lo que te suceda y tú, entre la experiencia y tú. Kwong Roshi solía decir:

«Reduce el espacio, aunque sólo sea un poquito, reduce el espacio». Entonces

todo se abre. Reduce el espacio entre lo que eres y lo que quieres ser, entre lo

que se está manifestando y lo que quieres que se manifieste. Esta separación de

juicio es la separación que tú sientes. Tienes que elegir plenamente lo que es y

debes entregarte a ello con todo tu ser.

Pero tienes que entender que para reducir el espacio no basta con querer. Si

intentas reducirlo, se hará cada vez más grande. Se cerrará cuando estés

dispuesto a entregarte a lo que es. Cuando el espacio entre el «yo» y la verdad

del momento se reduce, la Verdad se hace presente en toda su plenitud, en la

plenitud de tu propio Ser.

A eso es a lo que me refiero cuando digo que te entregues a la vida, al

momento y a la riqueza de lo que es. No se trata de entregarse a una disociación

trascendental. Podrás hacerlo si quieres, pero ahora no me estoy refiriendo a

eso. Sigue avanzando y entra en la vulnerabilidad y en la inocencia. Es como

cuando estás hablando con alguien y llegáis a ese momento mágico en el que

los dos os entregáis y empezáis a mostrar vuestra vulnerabilidad. Ahí es donde

surge la magia.

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Ese espacio se puede acortar de muchas formas. Por el mero hecho de sentarte,

la meditación puede ayudar a reducirlo y a descubrir la tranquilidad. Si el

cuerpo se mueve en reacción a la mente, la tranquilidad se oscurece. Pero

cuando el cuerpo permanece relajado y quieto, la mente empieza a seguir al

cuerpo y te permite reducir el espacio. Es entonces cuando la quietud del

momento podrá empezar a brillar. Hazte consciente de qué es lo que está

generando el movimiento. No es más que la mente, que está manifestándose en

el cuerpo. Arriésgate un poco, sigue siempre ligeramente vulnerable. Sé lo

suficientemente vulnerable como para permanecer despierto, para sentir la

brisa fresca que ventila el fuego del corazón.

El poder verdadero es el poder del amor expresando algo apasionadamente,

en lo más profundo. Procede del corazón, de la sobreabundancia, y no del

intento de rellenar un vacío. Todas las cosas de la existencia te permiten sentir

esta chispa de vida para que ames a través de ella. Podrás sentirla en el aire, en

la forma de una flor, de una hoja, de tu propio cuerpo. No la puedes tocar con

un dedo. Es la vida, y la vida trasciende el hecho de estar vivo. Los

pensamientos mueren, los cuerpos mueren, las creencias mueren, la vida

permanece. La vida (Dios o el amor) se manifiesta de muchas formas: como

sabiduría, como claridad, y como un fuego que te quema para que te muevas,

para que te relajes y despiertes a la realidad.

Fuera del satsang yo soy una persona bastante tranquila. La iluminación

puede adoptar la forma del corazón, del juego y de la tranquilidad más

profunda que puedas imaginar. El elemento común es la plenitud del vacío. Si

te entregas por completo, accederás a una riqueza. Aunque esté vacía, en

silencio, y no suceda nada, alcanzarás la plenitud.

Tú eres el Dharma. Tú eres la vida. Una flor y un árbol son meras expresiones

de la vida. Y no podemos atraparla en esas expresiones. La vida seguirá

ofreciendo sus expresiones. Así que todo esto sigue llegando, llegando,

llegando, llegando, llegando. Viene de la nada, como la flor que mañana florece

y que hoy ni siquiera está ahí. La vida se expresa en forma de flor, de ser

humano, de visión y de pérdida de visión. Pero no se limita a esta expresión. Si

el mundo entero desapareciese, no habría menos vida, sólo habría menos

manifestaciones. La vida seguiría ahí. Tú seguirías ahí. Aunque lo convirtamos

en un problema de concepto, cuando la tierra desaparezca la vida seguirá ahí.

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Mientras moría, Ramana Maharshi dijo a sus preocupados estudiantes: «Dicen

que me estoy muriendo, pero ¿acaso puedo irme a alguna parte?». La flor podrá

morir, pero la vida sigue bien, gracias. La expresión desaparece, las visiones

desaparecen, las personalidades cambian, las creencias cambian. Tú

permaneces.

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Entrevista a Adyashanti

A principios del 2004 empecé a oír hablar de un flamante maestro «post-zen» que tenía

la habilidad de esclarecer la confusión general acerca del despertar espiritual. Su inusual

claridad iba acompañada de compasión y de humor coloquial. Como yo soy curiosa por

naturaleza, decidí pasar algún tiempo con Adyashanti para realizar una investigación

en primera persona. Tuve el privilegio de entrevistarle en dos ocasiones a lo largo de casi

cuatro horas (que era, más o menos, el tiempo máximo que yo podía resistir concentrada

en sus ojos sin sentir cómo se me partía en dos la cabeza). Curiosamente, después de

cada una de las entrevistas sentí que la presencia de Adyashanti había significado una

especie de regalo inmenso; sentía como si el sol de su mente despierta hubiera estado

brillando sobre mí de un modo concentrado, liberando ciertos patrones de limitación.

Aprovecho el final de esta edición de La danza del vacío para presentar un extracto de

una de nuestras conversaciones, y lo hago llena de gratitud, desde la calidez de mi

corazón.

Tami Simón: Adya, espero que no te incomode el tema que quiero tratar. Me

gustaría hablar de ti: de Adyashanti el hombre, la persona, el ser humano.

Adyashanti: [Risas.]

TS: No de tus ideas.

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Adya: De acuerdo.

TS: Cuando terminé de leer La danza del vacío me quedé con la pregunta de

¿quién es este tipo? ¿Viene de otro planeta? ¿Tuvo padres de verdad?

Adya: Vale.

TS: Me encantaría saber algo de tu biografía. ¿Cómo era tu familia? ¿Eran

religiosos? ¿Qué hacías de niño?

Adya: Bien. Nací en una familia estupenda, algo que llegué a comprender con

el paso del tiempo, aunque en cierto modo ya me había dado cuenta antes. Tuve

dos buenos progenitores y dos hermanas: una más mayor y otra más pequeña.

Lo que recuerdo de mi infancia, predominantemente, es que yo era

extraordinariamente feliz. Alguien le preguntó una vez a mi padre qué era lo

que más recordaba de mi niñez, a lo que contestó que yo «sonreía

continuamente». Y eso es lo que recuerdo de mi infancia. Pasé por momentos

difíciles, como todo el mundo. Me metí en problemas, como todos los demás, e

hice cosas estúpidas. Tuve momentos duros. Pero, en general, cuando miro

hacia atrás recuerdo la infancia como una experiencia agradable, por encima de

todo. Entré en ella sonriendo, y eso conformó la mayor parte de mi niñez.

No crecí en una familia específicamente religiosa, aunque la religión y la

espiritualidad, curiosamente, formaban parte del cóctel. Cuando nos reuníamos

con los parientes (cosa que hacíamos muy a menudo, porque todos mis

parientes —tíos y tías, abuelos y primos— vivían a media hora de donde crecí),

la espiritualidad y la religión solían formar parte de la conversación. De niño no

me implicaba directamente en muchas de esas conversaciones, pero las

escuchaba y me quedaba fascinado. Todas mis películas preferidas, por

ejemplo, eran películas religiosas: épicas grandiosas como Los diez

mandamientos, con Charlton Heston, y Ben Hur. Me sentí atraído hacia la

espiritualidad y la religión desde pequeño, aunque nunca de un modo obvio. Al

ir creciendo también tuve lo que podríamos llamar experiencias místicas. De

niño nunca las consideré místicas o especiales, ni siquiera inusuales.

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TS: ¿Qué clase de experiencias?

Adya: Bueno, una luz blanca me visitaba por las noches en el borde de la

cama, por ejemplo.

TS: ¿Como una bola de luz blanca?

Adya: Sí, como una bola de luz blanca en el borde de la cama. Como a la

mayoría de los niños, estas cosas no me parecían raras. Simplemente pensaba:

«Vaya, la bola de luz blanca ha venido a hacerme una visita esta noche». Y era

estupendo siempre y un poco intrigante. Según fui creciendo tuve varias

experiencias parecidas. A veces me ponía a mirar el interior del armario o del

vestidor y me fundía con la madera, convirtiéndome en el cajón del vestidor. En

ese momento me intrigaba y me resultaba muy placentero, aunque no me

parecía raro, formaba parte de mi experiencia.

En el instituto, cuando llegué a la adolescencia, empecé a tener experiencias

que no compartía con nadie, pero cuando sucedían decía que se trataba de «uno

de esos días». En «uno de esos días» me despertaba por la mañana y me sentía

como si todo fuese uno. Y en uno de esos días sentía como si algo distinto

estuviese mirando a través de mis ojos, algo completamente misterioso, muy

antiguo y eterno. Aprendí a tener cierto cuidado cuando iba al colegio en uno

de esos días, porque lo que miraba a través de mis ojos quería ver las cosas muy

de cerca y con mucha intensidad. Tenía que prestar atención para no acercarme

demasiado a la gente al mirarla, porque lo que ocurría tenía cierto poder (por

llamarlo de alguna forma). Cuando miraba a alguien a los ojos daba la

sensación de que me quedaba así demasiado tiempo, y eso les sorprendía. No

sabían qué hacer. Sentían que algo fuera de lo corriente estaba sucediendo, así

que normalmente empezaban a mirar a otra parte. Su mirada parecía asustada,

como si supiesen que no podían comprender qué estaba pasando. Yo no quería

asustar a nadie, así que intentaba evitarlo, en la medida de lo posible. Esto

generalmente duraba entre uno y tres días, en los que deambulaba sintiéndome

uno con todo, más o menos eterno, atemporal, visitado por una cualidad

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completamente distinta. Y después desaparecía. Tenía uno de esos días unas

tres, cuatro o cinco veces al año.

TS: ¿Nunca hablaste de esto con tus padres?

Adya: No.

TS: ¿Ni con tus profesores, ni con nadie?

Adya: No, nunca hablé de ello. De hecho, la primera visita (la visita más

poderosa, realmente) tuvo lugar cuando iba a la escuela primaria. Cuando

estaba en el recreo, en el patio de cemento, me encantaba jugar con los barrotes

y me lo pasaba estupendamente. Un día me detuve al borde del patio y vi a

todos los niños jugando en el césped, detrás de los barrotes. De pronto sentí

como si algo estuviese empujando a este niño a un lado, de tal forma que lo que

miraba a través de mí era algo inmensamente grande. La mente me trajo el

siguiente pensamiento... o tal vez llegó desde algún otro sitio: nos hemos

deshecho del niño. Me vi muy fuera de la periferia de esta conciencia,

completamente expulsado. Era como si estuviese mirando a través de unos

ojos... al describirlo ahora sólo puedo decir que era como si estuviese mirando a

través de los ojos de la eternidad. Lo que miraba parecía muy antiguo y, a la

vez, muy joven e inocente. Miré fuera y, antes de nada, me di cuenta de que

ninguna persona del patio (profesores y niños) estaba viéndolo igual. Yo

tampoco había visto las cosas así antes. Fue bastante sorprendente. No me

asusté, pero fue muy sorprendente. Duró algún tiempo, posiblemente el resto

del día.

TS: ¿Tendrías cinco o seis años?

Adya: Creo que estaba en tercero, así que probablemente tuviera ocho o nueve

años.

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TS: ¿Y cómo interpretarías ahora las experiencias de «uno de esos días»?

Adya: ¿Ahora? Las llamaría anticipos. Anticipos de algo que estaba por llegar

y que llegó, algo que iba a ser mucho más permanente. Fueron como pequeños

anticipos, vislumbres de determinados aspectos del despertar.

TS: Bueno, Adya. Sabía que no eras una persona común, pero eres la primera

persona que conozco, en el mundo de la espiritualidad, cuya infancia haya sido

feliz.

Adya: Yo también me he dado cuenta. A mí también me sorprende.

TS: De las personas que conozco, las que se sienten atraídas por la

espiritualidad dicen cosas del estilo de «cuando era un niño, nadie me

entendía». Lo que sienten algunos es: «No pertenezco: soy un inadaptado

social».

Adya: Exacto. Bien, yo siempre supe que no pertenecía y eso nunca me

molestó. Sabía que era un poco diferente de los demás niños. Pero nada más era

lo que era. Por una parte, yo era un poco solitario. Pero también jugaba con los

barrotes de la escuela y tenía unos cuantos amigos. Lo cierto es que sentí desde

el principio que había algo en mí un poco diferente (no especial, sino diferente).

Por una u otra razón nunca lo interpreté como una deficiencia, y creo que se lo

debo a mis padres, en gran medida. Cuando estaba en primaria, mis padres

descubrieron que tenía dislexia. Me imagino que hoy en día probablemente me

habrían diagnosticado ADD [desorden por déficit de atención].

TS: ¿Por qué?

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Adya: Porque tenía dificultades para concentrarme. También tenía muchísima

energía. Aunque me hubiesen diagnosticado ADD no creo que me lo hubiera

tomado como un problema o como algo anormal que precisara medicación o

algún tipo de arreglo; al menos mí experiencia no lo ve así. No era más que un

niño con muchísima energía. Y con dislexia. Veía los números y las letras al

revés, y en algunas clases de matemáticas y de lectura salía del aula y recibía

clases especiales. Mirando hacia atrás, lo increíble es que no me sintiese

alienado, aislado ni inferior con relación a los niños que me rodeaban. Mi

madre tenía un gran mantra. Me decía: «Eres diferente, sí». Y también: «Eres

raro, sí». Porque mi madre también era rara, en gran medida. Tenía un gran

sentido del humor. Jugábamos todo el tiempo. Tanto mis progenitores como el

resto de mi familia tienen un gran sentido del humor. Así que su mantra era:

«Somos simplemente maravillosos. Tú eres raro. Yo soy rara. Y la rareza es

absolutamente maravillosa. Es fantástica. Tienes que estar contento al respecto».

Algo en mí lo asimiló de niño. Lo creí. No me creía mejor por ser raro. Era

simplemente maravilloso, estupendo. Creo que tuve mucha suerte. A pesar de

las experiencias y las oportunidades que me podrían haber hecho que me

sintiera inferior a los demás o un poco aislado, nunca lo interpreté así. Yo

pensaba que no era más que una parte de lo que yo era.

TS: ¿Qué fue lo que te motivó a implicarte en la búsqueda espiritual?

Adya: Bueno, eso es lo curioso. Un día, no recuerdo bien cuándo, leí algo

acerca de la iluminación. Creo que fue en un libro zen. Ni siquiera estoy seguro

de cómo me hice con él.

TS: ¿Cuántos años tenías en ese momento?

Adya: Unos diecinueve. Cuando leí acerca de la iluminación, algo se encendió

en mí interior, como si fuese una bombilla. Me intrigó. Pensé: ¿qué es esto? Mi

interior comenzó a interesarse por todo este mundo. Lo que me motivó a

cultivar este interés fue una hermana de una tatarabuela, que era muy psíquica,

y tenía fama, en la familia, de estar metida en todo tipo de excentricidades.

Ahora me doy cuenta de que estaba muy despierta a nivel espiritual. Recuerdo

cuando entraba en mi habitación con los ojos encendidos en fuego. Cuando la

conocí tenía unos noventa años y era capaz de realizar viajes astrales. Podía

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abandonar su cuerpo y marcharse donde quisiera, lo cual aterrorizaba a todo el

mundo, pues podía anticipar lo que le pasaba a la gente, incluso la llegada de su

hora o si ya habían muerto. Decía cosas como: «¿Por qué no llamas a fulanito o

a menganito? Están a punto de morirse». Así que tuvo que aprender a quedarse

callada.

TS: Claro.

Adya: Solía ocultar sus habilidades psíquicas. Sólo habló con mi madre sobre

eso, en secreto. De cualquier forma, los viajes astrales me parecían algo muy

divertido y coincidió con la época en la que me interesé por todo lo relacionado

con la iluminación. Así que compré un librito para aprender a realizar viajes

astrales. Había que seguir una serie de pasos. Uno de ellos era sentarse a

meditar durante diez minutos y después había que hacer otras cosas. Bien, con

los viajes astrales fracasé estrepitosamente. Me sentía como una roca que no se

elevaba nunca del suelo. Pero la primera vez que me senté a meditar durante

diez minutos me sucedió algo que me intrigó muchísimo. En la meditación

entraba en contacto con algo, aunque no sabía con qué, con un ámbito de la

experiencia que me fascinaba profundamente. Enseguida olvidé los viajes

astrales y sentí que la meditación tenía algo muy importante para mí. Así que

empecé a meditar y a leer unos cuantos libros al respecto. En pocas semanas,

literalmente, desperté una mañana y me di cuenta de que la vida que había sido

mía ya no lo era. Simplemente supe que «esta vida no es mía», entendí que

pertenecía a este asunto de la iluminación. Independientemente de qué

dirección tomase, del lugar al que me condujese, ni siquiera podía seguir

eligiendo. De ser algo que perseguía, pasó a convertirse en algo que se había

apoderado de mí. De una forma muy visceral, sentí que estaba bajo su control.

Se había apoderado de mí y así seguiría para el resto de mi vida. Me asusté un

poco, ¿sabes?, pero también fue emocionante. En ese momento mi vida dio un

giro. Esa mañana. No fue una decisión. Y yo no estaba intentando evitar el

sufrimiento.

TS: ¿No existía ninguna desesperación existencial en el corazón del Stephen

Gray de diecinueve años?

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Adya: Bueno, tal vez hubiese alguna. Cuando intentas contar tu historia el

resultado siempre es muy parcial. Viví muchos momentos difíciles

(separaciones devastadoras o situaciones muy, muy complicadas), así que no

voy a pretender no haber pasado por ningún momento difícil en la vida.

Tampoco fingiré si digo que esos momentos no jugaron un papel importante en

la búsqueda de la iluminación. Lo único que puedo decir es que me interesé en

esto, desde el principio, porque quería averiguar si la iluminación tenía algo

que ver con la verdad o con la realidad suprema. Eso fue lo que me hizo seguir.

Una mañana me desperté pensando que si no descubría lo que estaba pasando,

nada en el mundo tendría sentido.

TS: ¿Fuiste a la universidad?

Adya: Acudí a la universidad por un tiempo y terminé pasando cinco o seis

años en un colegio universitario.

TS: ¿Qué estudiabas?

Adya: Un montón de cosas. Cuando entré, nada más acabar el instituto, quería

ser terapeuta. Por esa época había leído muchos libros sobre psicoterapia,

probablemente unos doscientos. Curiosamente, durante los años de instituto, si

lo podía evitar apenas leía nada. Pero en cuanto me encontré con todo este

asunto de la iluminación, empecé a devorar los libros que me interesaban. Creía

que quería ser psicólogo y cuando fui a la primera clase de psicología pensé:

«No, ya veo de qué va esto y no es lo que me interesa». Entonces pensé que

«bueno, tal vez sociología», y asistí a unas cuantas clases, pero enseguida me di

cuenta de que no, que tampoco era eso. Entonces asistí a una clase de religiones

orientales y eso se acercaba más a lo que quería, pero me di cuenta de que no,

que tampoco era eso. No quería convertirme en un académico de las religiones,

ni en un experto. Así que me pasé cinco o seis años en la universidad,

deambulando de aquí para allá. Yo era muy bueno en filosofía, por alguna

razón, pero enseguida supe que no, que tampoco era eso. Ninguno de esos tipos

había descubierto la verdad que yo buscaba. Lo sabía, sin más. Y en eso

consistió mi paso por la universidad. En realidad no estaba allí. Estaba

buscando una vocación, pero también buscaba algo que me dijese qué podía

hacer con lo que me estaba sucediendo a nivel interno. Y no lo encontraba. Con

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veinticuatro años ya no iba a la universidad. Trabajaba en tiendas de bicicletas y

estaba metido de lleno en la búsqueda de la iluminación.

TS: ¿Y cómo la buscabas?

Adya: Bueno, encontré a mi maestra cuando tenía unos veinte años.

TS: ¿Puedes contarme cómo sucedió?

Adya: Encontré su nombre en un libro de Ram Dass, Viaje a la iluminación. La

contraportada del libro tenía una lista de centros espirituales. En esa época,

hace veinticinco años, un listado de la mayor parte de los centros espirituales de

Estados Unidos sólo ocupaba un apéndice de cincuenta páginas. Ahora

probablemente ocuparía volúmenes. Yo estaba interesado en el zen y vi que

había un centro en Los Gatos, a tan sólo diez minutos de mi domicilio, así que

me dije: «Dios mío, no me puedo creer que haya alguien enseñando zen en Los

Gatos». Mi maestra [Arvis Justi] no tenía ni idea de qué hacía su nombre en ese

libro, pues no se anunciaba mucho, pero de un modo un otro su nombre estaba

ahí. Cuando acudí a la dirección de la lista, me esperaba un gran templo zen o

algo así, pero me encontré con una casa residencial en la que colgaba un cartel

que te instaba a entrar por la puerta trasera. Y cuando llegué a la puerta

corredera de cristal de la parte de atrás me saludó una mujer mayor que me

dijo: «Pasa». Así fue como conocí a mi maestra. Enseñaba en su casa con mucha

discreción.

TS: ¿Cómo supiste que era tu maestra?

Adya: Bien, ésa es otra de las rarezas de mi espiritualidad: no se ha enfocado

nunca en los maestros. Busqué un maestro por razones muy prácticas; si

hubiese querido aprender matemáticas, habría buscado un buen profesor de

matemáticas. Pero yo estaba interesado en la iluminación. Quería encontrar un

maestro espiritual porque pensé que me podría ayudar a encontrar lo que

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buscaba. No buscaba a alguien a quien venerar. No creí jamás que alguien

pudiese encontrar por mí lo que yo estaba buscando. Eso no era lo que buscaba.

Mi romanticismo me había hecho imaginar trajes zen, templos, y todas esas

cosas, así que me sentí un poco desilusionado. Ahí estaba esta mujercita, en su

barrio, a diez minutos del lugar que me había visto crecer, y para meditar

usábamos su cuarto de estar. Por fuera no tenía nada particularmente

impresionante. Y, sin embargo, por alguna razón seguí volviendo y volviendo y

volviendo y volviendo. Con el tiempo empecé a darme cuenta de que era mi

maestra. Fui a unos cuantos lugares más para hacer retiros más largos, y ella fue

quien me envió a casi todos ellos. Me envió al Centro Zen Sonoma Mountain a

hacer retiros largos, pues ella no los organizaba. De ahí surgió mi relación con

Kwong Roshi, que duró seis o siete años, más o menos; acudía allí todos los

años para hacer retiros. El mayor impacto de estos retiros largos fue que me

abrieron los ojos y pude constatar que todas las verdades que enseñaba el

centro zen se encontraban también en la casa de esa mujercita, justo en mi

barrio. Y esto me cogió por sorpresa, pues ella era una persona muy normal, no

se daba aires, no interpretaba el papel de maestra ni nada de eso. Por alguna

razón, cuando me iba de retiro y regresaba, veía lo que me había perdido, lo

que ya estaba disponible en ella. Lo vi perfectamente claro. Y me quedé atónito.

A partir de entonces dejé de sentir la necesidad de ir a ningún otro sitio.

TS: ¿Crees que ella era un ser iluminado?

Adya: Tendrías que preguntárselo a ella.

TS: ¿Vive todavía?

Adya: Sí. De hecho, viene a la oficina todos los viernes. Tal vez te la

encuentres. Pone etiquetas a las cintas del sangha.

TS: ¿De veras?

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Adya: No es broma. Ella ya no enseña. Lo dejó unos meses después de

pedirme que enseñase yo. Ella no sabía que iba a dejar de enseñar.

Simplemente... ocurrió.

TS: ¿Por qué me has dicho que le tendría que preguntar a ella si está o no

iluminada?

Adya: Porque en realidad no me gusta hablar de la iluminación o de la

ausencia de iluminación de los demás. Y en esa época, aunque suene gracioso,

eso no era especialmente relevante para mí.

TS: Eso suena raro.

Adya: Lo es y soy consciente de ello. Al mirar atrás, a mí también me suena

raro. Si tuviese que ponerme a buscar un maestro ahora mismo, esa cuestión

tendría una relevancia extraordinaria. Con esto no quiero decir que no lo

tuviese en mente, pero lo único que me interesaba (simplemente) es que esa

persona fuese capaz de ayudarme en el camino. ¿Ha avanzado lo suficiente?

Eso era lo único que me interesaba de veras. Y obviamente, veía que ella me

podía ayudar en el camino. Definitivamente, me llevaba mucha ventaja.

TS: ¿Y ahora se dedica a poner etiquetas?

Adya: Sí. Alrededor de un año después de que me pidiese que enseñara y de

que ella lo dejase, le descubrieron un tumor en un ojo, del tamaño de una pelota

de golf. Cuando la operaron para quitarle el tumor (ya sabes que esas

operaciones son muy delicadas) perdió el control de un lado del cuerpo,

temporalmente, y su memoria quedó desbaratada, así como algunas de sus

funciones cognitivas. Tardó mucho en recuperarse de todo eso, y finalmente

pudo volver a conducir y a desenvolverse sola. Aún tiene problemas con la

memoria, pero yo le digo siempre que su memoria es más o menos como la mía,

así que no tiene mucho de qué quejarse. Lleva unos ocho años en este proceso

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de recuperación, y el hecho de poder ver cómo se desprendía de su papel de

maestra al ver que le había llegado el momento supuso para mí una auténtica

lección. Ha sido una verdadera lección de humildad. Aquí tenemos el ejemplo

de una persona que estuvo enseñando durante treinta años (a pequeña escala,

sí, pero eso no significa que no ejerciese ese papel) y que viene ahora a la oficina

a poner etiquetas en las cintas porque quiere seguir sirviendo al dharma. Es un

ejemplo extraordinario de lo que implica el no dejarse atrapar por ningún papel

y el no preocuparse de cómo te vean o cómo te miren los demás. Ella no

necesita cumplir ninguna expectativa, se limita a aceptar de buen grado todo lo

que le sucede. Todavía sigo aprendiendo de ella. Me enseña al mostrarme algo

que muy pocas personas pueden hacer. Ella se puede deshacer de su papel y

hacer lo que le toque, ya sea conocido o no, oculto o no. Esto representa una

auténtica lección para mí.

TS: Bien, volvamos al Adya de veinte años. Trabajas en una tienda de

bicicletas. Meditas. Vas a retiros.

Adya: Había construido un pequeño zendo en la parte trasera del jardín y

meditaba a diario entre dos y cuatro horas; leía cientos de libros y escribía

mucho, diarios sobre todo. Me centraba en lo espiritual desde todos los ángulos

razonables. A mis veinte años el entorno era muy distinto al de ahora. Yo no

tenía ningún colega. A nadie de mi edad le interesaban estos temas. Apenas

hablaba de esto con nadie. La mayoría de meditadores eran mucho más

mayores que yo, así que todo era bastante solitario.

TS: ¿Y se produjo algún cambio en un momento dado?

Adya: El primer cambio se produjo cuando tenía veinticinco años. Me había

estado esforzando en mi práctica de forma muy agresiva, masculina, intentando

abrir las puertas de la iluminación mediante una enorme cantidad de esfuerzo y

mucha determinación, pues eso era a lo que estaba acostumbrado. Yo crecí

siendo deportista y ciclista de competición. Y era disléxico. Aprendí que tenía

que esforzarme más que los demás para conseguir lo que necesitaba y lo que

quería. Así que creí que la espiritualidad funcionaría igual. Y el zen fomenta lo

mismo, prácticamente. Ya sabes, medita más que nadie. Es como si el zen lo

fomentase inconscientemente. Así que me pasé entre seis y ocho meses llegando

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continuamente al limite al preguntarme, de camino a mi trabajo en Palo Alto:

«¿Qué es esto? ¿Qué es esto? ¿Qué es verdad?». Creí, literalmente, que iba a

volverme loco cualquier día, pues pensaba que un ser humano no podría

aguantar esa intensidad interna por mucho tiempo. Pensaba que iba a acabar en

una sala psiquiátrica, pues estaba llegando al límite psicológico. O estaba

siendo llevado a él.

Un día, estaba en el cuarto de estar y sentí con mucha intensidad que tenía que

descubrir la verdad, y que tenía que hacerlo en ese preciso momento. Así que

salí al jardín, me senté a meditar y realicé un esfuerzo increíble para aquietar la

mente y traspasar alguna barrera. Ni siquiera sabía cuál. Y de repente sentí

como si hubiera acumulado todo el esfuerzo de los últimos cinco años y lo

hubiera comprimido en un minuto. Comprendí, sin más, que no podía

descubrir la verdad. No podía hacerlo. Y en cuanto dije «no puedo hacerlo»

sentí, simultáneamente, que todo se relajaba. Y cuando se relajó todo sentí una

explosión interna (es la única forma en la que puedo describirlo). Es como si

alguien me hubiese conectado a un enchufe de la pared. Sentí una gran

explosión interna, mi corazón empezó a latir con más fuerza, mi respiración se

aceleró y pensé que iba a morirme, pues mi corazón nunca había latido tan

deprisa. Como había sido deportista, estaba muy acostumbrado a cuál era el

ritmo máximo de mi corazón. Y esto estaba muy, muy por encima. Pensé,

literalmente, que mi corazón iba a estallar. En algún momento pensé que, fuese

lo que fuese, esa energía iba a matarme. Pensé que no podría aguantar mucho

tiempo. Y justo después pensé: «Si necesito pasar por esto para descubrir la

verdad, de acuerdo, estoy dispuesto a hacerlo ahora». Así es como sucedió, sin

más, sin terciar valentía ni bravuconería alguna. Fue así: estoy dispuesto a

morir. Punto. Eso es. Y en cuanto me dije eso y lo sentí realmente, la energía

desapareció. De repente estaba en el espacio... me convertí en espacio. Todo lo

que me rodeaba era espacio. Espacio infinito, nada más. Y sentí una especie de

descarga de visiones en ese espacio, pero se sucedían tan rápido que ni siquiera

reconocía de qué se trataba. Tenía cientos de visiones por segundo. Como

cuando te descargas un programa informático en el ordenador. Sentía como si

algo se estuviese descargando en mí con tanta velocidad que, aunque no podía

comprender ninguna de sus partes, podía sentir la aparición de visiones. Así

que me quedé ahí sentado percibiéndome espacio, dejando que esas visiones se

descargasen en mi sistema; esto se prolongó durante un tiempo, no sé cuánto,

un rato. Después se detuvo y en un momento dado me di cuenta de que tenía

que levantarme de mi cojín y hacer lo que siempre hacía: me levanté, miré la

figura de Buda que tenía en mi altar y me postré ante ella. Y en cuanto lo hice

empecé a reírme a carcajadas. Jamás había tenido una risa tan hilarante. Lo más

divertido de todo es que pensé: «Llevo cinco años detrás de ti». Y en ese

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momento supe detrás de qué había ido. Lo había conseguido. Y no me lo podía

creer. Era como «vaya, he estado detrás de lo que yo ya era». Así que me reí

mucho y salí de la habitación. Ése fue el primer despertar.

Lo divertido es que cuando salí de la habitación, en plena revelación de

felicidad, dicha y tremendo alivio, una vocecita que me he acostumbrado a

escuchar desde entonces me dijo: «No es esto. Sigue avanzando». Y pensé:

«Demonios, ¿no puedo quedarme a disfrutar aquí? ¿Ni siquiera un momento?».

Pero esa vocecita seguía diciéndome: «No es esto. Sigue avanzando». Y yo sabía

que era verdad. De alguna manera, sabía que esta voz no le restaba importancia

a lo que había sucedido. La voz no me estaba diciendo: «Esto no tiene valor, no

es cierto, no es relevante». Lo que decía la voz era: «Todavía hay más. No lo has

visto todo. Has visto una parte muy importante, pero sigue avanzando. No te

detengas aquí».

Pero en ese momento todo cambió. A partir de entonces, mi energía de

buscador espiritual (ese impulso desesperado) desapareció y ya no regresó

nunca más. Esforzarme tanto para conseguir algo que ya tenía, para

convertirme en lo que ya era, dejó de tener sentido.

TS: ¿Qué nombre le darías a esta experiencia? La habías «saboreado» de

pequeño; ¿era esto un...?

Adya: Lo llamaría despertar.

TS: De acuerdo.

Adya: Pero no comprendía a qué me había despertado. Lo que comprendí es

que yo era lo que buscaba. Lo sabía: soy lo que estoy buscando. Yo soy esta

verdad. Y justo después, me hacía la siguiente pregunta: «¿Qué es esto? Yo lo

soy. Sé que lo soy. Pero no sé qué es». Ésta es la parte que no sabía. Tuve un

despertar, pero no fue completo. Fue una parte de la foto, quizá una parte

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considerable, pero la siguiente pregunta surgió casi de inmediato: «¿Qué es

esto?». Y se convirtió en la pregunta a la que quería responderme.

Seguí meditando mucho. De cara a los demás seguía haciendo lo mismo que

antes, pues sabía que había más y la meditación era mi forma de buscar. Pero

desde ese momento, casi todo lo que me sucedió a nivel espiritual, en realidad

no ocurrió mientras estaba sentado en el cojín. En los siguientes cinco o seis

años, casi todo lo que me sucedió a nivel espiritual, realmente se manifestó en

mi vida cotidiana. Aunque por esa época ya no participaba en carreras ciclistas

de competición, tras ese primer despertar yo seguía montando y entrenando

como si tuviese que competir. Y comencé a cuestionarme: «¿Por qué lo hago?

¿Por qué entreno como si fuese un deportista de élite, cuando no lo soy?».

Podríamos decir que iba asociada a una buena imagen personal, no sólo por el

hecho de estar en forma física, sino por la imagen que se tiene de un deportista

de élite.

TS: Es genial.

Adya: Sí, es genial. En cierto sentido tienes poder, a nivel físico. Y aunque en

mi vida cotidiana no me comportaba con los demás de un modo dominante, en

el deporte tenía cierto poder. Aunque empecé a darme cuenta de que esto sólo

perpetuaba mi antigua imagen, por alguna razón no podía dejar de hacerlo.

Entonces, a la edad de veintiséis años desarrollé una enfermedad que nadie

pudo diagnosticar. Me mantuvo en cama durante casi seis meses. Podía

moverme, pero a duras penas. Estaba malo. Enfermo. Padecí una cosa después

de otra y pasé seis meses sin levantarme de la cama. Al final, evidentemente,

del deportista no quedó nada. Y cuando el deportista salió de mi sistema me

sentí de maravilla, pues es muy duro seguir siendo poderoso en el deporte

cuando te sientes tan débil como un gatito. Y me di cuenta de que me sentía

estupendamente. Me sentía fenomenal sin esa persona. Era muy liberador.

Me gustaría decir que la historia terminó ahí, pero un año después, cuando

recuperé la salud de nuevo, me desperté un día y empecé a entrenar, sin

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siquiera ser consciente de ello. Simplemente volví a hacer lo mismo. Hasta que

no me metí de lleno, no me di cuenta de lo que estaba haciendo, y entonces

pensé que estaba haciéndolo otra vez. Y sabía de qué iba. Tenía que ver con esta

imagen personal, con esta persona. Y me hubiera gustado poder limitarme a

relajarme al darme cuenta de lo que estaba haciendo, pero no estaba preparado.

Así que volví a caer enfermo durante otros seis meses, y esta vez fue peor. Tuve

una infección nasal, una infección pulmonar y mononucleosis. Todo esto

destrozó en gran medida la imagen personal que me había construido. Cuando

la enfermedad eliminó a esa persona, el deseo de reconstruirla no volvió a

surgir. Considero que eso fue un desarrollo espiritual. No me liberé de mi

imagen mediante la meditación... pasé por la escuela de los golpes duros. Hay

una inteligencia que toma las riendas y nos hace pasar por lo que necesitemos

con tal de que nos relajemos.

En esa época también viví una relación completamente ridicula que fue muy

perjudicial para mi salud. La relación sacó a la luz el material no resuelto de mi

sombra. Te enamoras de todas tus debilidades, y eso saca lo peor de ti. En mi

caso, la relación sacó a la luz diversos roles, como el de ayudador y,

evidentemente, el desastre fue total. Afortunadamente, se terminó en poco

tiempo, pero su efecto fue similar al de la enfermedad: me arrebató todas esas

imágenes, todas esas personas que me había acostumbrado a ser: una buena

persona, alguien simpático que ayuda a los demás... todo eso. Las desgarró de

mi sistema, me mostró lo falsas y farsantes que eran, y aprendí que sólo me las

ponía porque tenía miedo de dejar de hacerlo. ¿Quién sería sin ellas?

Entre las enfermedades y esa relación, me hice añicos. La falsedad fue saliendo

de mí poco a poco. Y cuando todo esto terminó, me sentí bastante libre. Era

maravilloso. Me encontraba de nuevo en el vacío y comprendí que podía ser

espacio de un modo sencillo, humano. Permaneciendo en medio de una acera,

sin más, sin sentir la obligación de ser nadie ni de aparecer bajo la forma de

alguien. El deseo de ser visto de una determinada manera había salido de mi

sistema. Este desgarramiento no fue ni fácil ni divertido, pero el resultado final

fue fantástico. Al mirar atrás me doy cuenta de que eso me preparó para el

«despertar final». El despertar total llegó pisándole los talones a estas

desgarradoras experiencias. De hecho, lo experimenté unos meses más tarde,

poco después de mi boda con Annie.

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Tenía treinta y tres años, acababa de casarme y había conseguido un trabajo de

verdad. Me había puesto a trabajar de aprendiz en el negocio de mi padre, así

que estaba haciéndome una carrera de bien. También estaba empezando a salir

de la grieta en la que había vivido hasta entonces (enfocado específicamente en

una espiritualidad interna). Y fue entonces, con treinta y tres años, cuando me

di cuenta de que este proceso quizá no se completaría jamás, y pensé que lo

mejor que podía hacer era proseguir con mi vida. Así que acabé casándome y

consiguiendo un trabajo de verdad. Creo que esta predisposición a

comprometerme con la vida fue una parte muy importante de mi progreso

espiritual personal. Un par de meses después de mi boda con Annie

experimenté el segundo despertar (el día de San Patricio, lo que no deja de ser

divertido, pues Annie procede de una familia completamente irlandesa, y su

linaje es irlandés).

TS: ¿Tienes la sensación de que la boda creó la estabilidad necesaria para este

segundo despertar?

Adya: Muy agudo. Sí. No puedo asegurarlo, pero desde entonces tengo la

sensación de que me faltaba un elemento en todo esto, una cierta estabilidad. En

ese momento tenía un trabajo con el que podía ganar lo suficiente y me había

casado con una persona maravillosa. Y en ese momento recibí una visión vital

para mí. Cuando conocí a Annie y nos casamos, sabía que nunca habría

esperado tanto de una relación. No había tenido una relación de esa cualidad ni

en sueños. Nuestra relación era así, y así sigue. El hecho de comprender esto

jugó un papel muy importante, pues una mañana me desperté y me dije: «Esta

relación es mejor de lo que hubiese podido soñar y aun así no es suficiente». No

es que la relación tuviese que ir a más, pues no había nada que cambiar.

Aunque la relación era plenamente satisfactoria, yo pensaba: «Esto no me ha

completado; no me ha llevado al lugar al que me he sentido atraído desde

siempre». Darse cuenta de eso fue un poco chocante. Aunque estés muy

contento con tu vida y no estés atravesando ningún sufrimiento, sientes que

todo eso no basta. Ni siquiera llega a rozar ese lugar interior. Pensé que el hecho

de conseguir estabilidad en la vida permitiría una relajación espontánea, pues

en términos humanos me tenía que relajar en algo.

TS: ¿Puedes describir lo que sucedió?

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Adya: Fue muy sencillo y, en realidad, empezó antes de producirse. La noche

anterior, justo antes de disponerme a dormir, me senté al borde de la cama y

pensé lo siguiente. No fue un gran pensamiento ni una gran visión, sino algo

muy sencillo, totalmente fuera de contexto respecto a lo que me estaba pasando

en ese momento. Pero tuve un pensamiento que decía: «Estoy preparado». Lo

sentí literalmente, en cinco segundos lo sentí. Y me dispuse a dormir, aunque la

sensación de «estoy listo» era muy plena y simple. No se trataba de la mente ni

del ego diciendo: «¡Estoy preparado, listo para atravesar las puertas!». Fue un

instante sencillo, inocente, como un regalo. Un hecho. Sólo un pensamiento:

«Estoy listo». Y no le di más vueltas. No captó mucho mi atención, aunque sí fui

consciente de él. Así que me dispuse a dormir.

Al dia siguiente me desperté temprano. Iba a ver a mi maestra, y en esas

ocasiones solía levantarme pronto para meditar un poco antes de ir a verla. No

estaba pensando en nada en concreto, simplemente me senté y a los treinta

segundos oí un pájaro. Un simple gorjeo. Y surgió una pregunta, más de las

tripas que de la mente, que no había oído nunca, que no había usado nunca. La

pregunta que surgió espontáneamente decía: «¿Quién está oyendo este

sonido?». Y cuando surgió la pregunta, todo se volvió del revés, o se quedó

patas arriba. En ese momento el pájaro, el sonido y el oído se hicieron uno solo.

Tuve, literalmente, la experiencia de que todo era lo mismo... el oído no era más

yo, más que el sonido o que el pájaro o que cualquier otra cosa. En un instante,

de forma muy repentina, todo se hizo uno.

A continuación percibí el pensamiento. Estaba tan lejos que ni siquiera sabía

de qué trataba. Pero había pensamiento y podía darme cuenta de que yo no era

eso. Eso es pensamiento. Y lo que se despertó, lo que estaba despierto, no tenía

nada que ver con ese pensamiento que simplemente acontecía. Eran dos cosas

totalmente distintas. En el pensamiento no había ninguna identidad. Así que al

cabo de unos minutos me levanté. Y, literalmente, a mi mente le venían ideas

como de un niño de cinco años. Muy curioso. «Me pregunto si estoy en el

horno», pensé. Así que fui corriendo a la pequeña zona de cuarto de estar y

cocina y, sin lugar a dudas, el horno era esto. Me dirigí corriendo al baño y miré

el inodoro, pues estaba intentado encontrar algo que no fuese nada espiritual, y

pensé: «Demonios, el inodoro es esto». Abrí la puerta del dormitorio, miré en su

interior y vi a Annie, mi esposa, que estaba durmiendo, y me dije: es ella. Ella es

esto, y es igual. Seguí andando por nuestra casita de 137 metros cuadrados, en

la que habíamos vivido durante seis años y medio, miré la casa por todas partes

y todo era esto, todo era lo mismo. Así que ahí me encontraba yo, curiosamente

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carente de emoción alguna. No experimenté ningún ¡bravo! ni ¡oh, Dios mío!

Nada de eso. Lo veía todo perfectamente claro y no lo confundía con ningún

estado de la experiencia, pues no se trataba de ningún estado. Entonces di unos

pasos por el cuarto de estar, pues podías recorrer su largo en tan sólo unos

pasos, y la conciencia se despertó por completo en esos pasos. No lo puedo

describir fácilmente, pero estaba totalmente separada del cuerpo, totalmente

separada. En ese momento vi una serie de imágenes y lo supe, lo que estaba

despierto supo de inmediato que me había quedado atrapado en esas imágenes,

a las que podríamos llamar encarnaciones. Yo me creía eso. Estaba dormido en

esas imágenes, podía ver con claridad que yo no era eso. Ya no seguía atrapado

en ellas. No estaba confinado por ninguna de esas formas, ni siquiera por la

actual. Y veía que la forma actual no era más importante o real que la de hace

cincuenta vidas. Y ahí estaba esta conciencia, sin más, sólo ella. Ninguna forma,

ningún perfil, ningún color, nada. En ningún sitio pero en todas partes. Y en ese

momento supe que aunque esta conciencia lo era todo, también estaba por

encima de todo. Que aunque esto desapareciese del todo, aunque

desapareciesen todas las formas y todo lo que veía, esto no quedaría reducido,

ni siquiera un poco. Así es, básicamente, cómo se produjo mi despertar.

Me sentía grande, fuera del cuerpo, como si éste existiese dentro de esta

conciencia o espíritu. En vez de estar yo en el cuerpo, el cuerpo estaba en la

conciencia. Entonces, en medio de todo esto, esa conciencia regresaba al cuerpo.

Seguía estando fuera, pero ahora estaba dentro y fuera. No se limitaba a

quedarse fuera, volvía a entrar, pero esta vez entraba sin ninguna confusión, sin

ninguna identificación. Era como cuando te vistes por la mañana: simplemente

te pones la ropa. No te crees que tú eres esa ropa; la ropa no es más que lo que

llevas puesto. Y vi clarísimamente que esta forma, esta personalidad en

concreto, este tipo formalmente conocido como Stephen Gray, no era más que la

ropa. Ésta es su encarnación actual, llevará puesto esto y funcionará con esto.

Lo más agradable fue la alegría que sentí. ¡Me sentía tan feliz con la ropa, con la

encarnación! La personalidad me daba mucha intimidad y me sentía tan feliz

como un niño. Como cuando una niña se pone un disfraz de Cenicienta, se mira

al espejo y siente «¡oh, es genial!» Tuve, exactamente, esa misma sensación de

asombro en relación a la forma.

Después, lo último que hice fue dar otro paso, y entonces sentí como si éste

fuera el primer paso que hubiese dado en la vida. Sentía como si acabase de

salir del útero. Igual que se siente un bebé tras poner el pie en el suelo por

primera vez. Miré mis pies, literalmente, y caminé en círculos, pues me parecía

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un milagro (la sensación de los pies en el suelo y la sensación de caminar eran

un verdadero milagro). Y cada nuevo paso era como el primer paso. Todo era

nuevo y todo iba asociado a esa sensación de intimidad, de maravilla y de

comprensión.

Todo esto ocurrió en una rápida sucesión. El despertar de la forma, la

ocupación de la forma, la unidad con la forma y la comprensión de que yo no

soy la forma. Todo era bueno. No necesitaba estar fuera del cuerpo; no

necesitaba ir más allá de nada porque esto era todo. En ese preciso momento

supe que esto es un milagro: esta vida, este cuerpo. Esto es el cielo, por muy

desordenado que parezca, por muy tonto que pueda ser, con toda su maravilla

y todo su horror. Ésta es la gran broma. Estamos caminando sobre la mano de

Dios y seguimos buscándole.

Eso fue todo. En realidad fue muy simple. Muy, muy simple. También trajo

consigo el disfrute de lo ordinario. Ya no necesitaba que ocurriera algo

extraordinario (ya no necesitaba experiencias extraordinarias, simplemente

disfrutaba de lo ordinario). Podía ponerme a hablar de las (así denominadas)

verdades espirituales o de fútbol, o irme de compras... de pronto ya no me

importaba nada. Y hasta la fecha, aunque en general nadie me cree, con

frecuencia digo lo siguiente: «Para mí, estar en el satsang o hablar de cualquier

otra cosa es lo mismo». Lo ordinario se vuelve plenamente gratificante.

Evidentemente, si veo que alguien se ilumina o que se transforma un poco, eso

es muy gratificante. Es una especie de acontecimiento destacado, pero hay un

amor por lo ordinario que es muy sencillo, y para mí ésa es una de las cosas

más bellas, pues ya no necesito que sucedan cosas extraordinarias en mi vida. El

mero hecho de existir ya es una especie de milagro.

TS: Adya, a esto le has dado el nombre de «despertar final», ¿pero qué

ocurriría si en las próximas décadas experimentaras otros despertares que te

revelasen una dimensión aún más profunda de la realización? ¿Lo crees

posible?

Adya: Me alegro de que hayas sacado el tema. Lo llamo final por una razón.

Cuando digo final no quiero decir que no pueda haber otro despertar.

Evidentemente, eso es posible. ¿Quién sabe, verdad? No lo sabemos. Al fin y al

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cabo, esto es infinito. Pero lo que quiero decir con final es que este despertar me

hizo ver lo que soy con total claridad. Lo comprendí sin asociarlo a ninguna

emoción, en un estado completamente puro. Sin ninguna energía asociada. Sin

ninguna euforia. Cuando digo final me refiero a que lo vi con claridad. No

podía seguir buscando nada; ya no me quedaba ninguna pregunta espiritual

por responder. Así que lo llamo final porque lo sentí como una línea de

demarcación a la que me condujeron una determinada vida y un determinado

viaje y, desde que sobrepasé esa línea, ya nada fue igual que antes. Este viaje,

tal y como lo había comenzado, había llegado a su fin de una forma clara y

evidente. Se había acabado. Y no regresaría nunca. A eso es a lo que me refiero

cuando lo llamo final. ¿Significa eso que no queden más cosas por ver? Siempre

queda algo.

TS: Decías que cuando tuviste tu primer despertar, con veinticinco años, te

diste cuenta de que tú eras lo que buscabas, aunque seguías haciéndote la

pregunta de «¿qué es esto?».

Adya: ¿Qué es esto? Sí.

TS: ¿Qué descubriste, entonces, en tu despertar final?

Adya: Es una buena pregunta [risas]. Voy a contestarte de la mejor forma

posible, pero esa pregunta no tiene respuesta.

TS: Pero ya no te sigues haciendo esa pregunta.

Adya: No, lo divertido de la respuesta es que la pregunta desaparece. Ésa es la

respuesta a la pregunta. No obtienes ninguna respuesta correcta que te permita

metértela en el bolsillo.

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TS: ¿No podrías decir amor y sabiduría, o algo así?

Adya: No, no. Va mucho más allá. El amor y la sabiduría proceden de ahí. Es

paradójico, pero cuanto más nos conocemos, cuanto más sabemos lo que somos,

más seguros estamos de que somos algo que, por su propia naturaleza, no se

podrá conocer nunca. Así que tú y yo somos lo desconocido, y como lo

desconocido es lo desconocido, no lo podemos conocer; no podemos achacarlo

a ninguna deficiencia, sino a que lo desconocido, por su propia definición, es lo

desconocido. Así que en budismo pueden darle el nombre de vacuidad, o vacío,

o shunyata. Tradicionalmente, algunas sectas del judaismo consideraban que el

mero hecho de mencionar la palabra «dios», de cualquier forma, era una herejía.

Y yo creo que este tipo de normas surgen de la paradoja de esta experiencia:

sabes lo que eres, pero sabes que eres un misterio.

Como ves, no le podemos dar ningún nombre. No podemos decir nada sobre

el potencial puro. No hay nada que saber. Sólo podemos saber algo cuando el

potencial se manifiesta y se convierte en algo. Pero antes de eso es puro

potencial. Es puro vacío o pura inteligencia, o como quieras llamarlo. Para mí,

ésa es la paradoja: he llegado a saber lo que soy, pero sé que soy lo que nunca se

podrá conocer, porque ésa es su naturaleza. Y lo divertido es que, de algún

modo, terminas donde empezaste. Empiezas sin saber quién eres o cuál es la

última realidad. La diferencia es que terminas sabiendo que eres lo que nunca

se podrá conocer. Así que el misterio se hace consciente, se despierta. Se conoce

a sí mismo, es el «YO SOY» tal y como aparece en la Biblia. Pero no puedes

percibir ninguna definición; no es más que «YO SOY». Es el misterio

autoafirmándose. Eso es todo.

TS: Una de las cosas interesantes que he oído sobre ti es que no le hablaste de

tu segundo despertar a tu maestra de zen hasta que no pasaron tres meses. Me

resulta raro.

Adya: No tenía ninguna razón aparente. Tenía una sensación de plenitud tan

grande... Por una parte, era extraordinario, pero también me resultaba

ordinario. No sentía la necesidad de salir corriendo para contárselo a nadie. No

sentía la necesidad de confirmarlo. No necesitaba ser escuchado. No necesitaba

que nadie lo entendiese. Y si se lo conté a mi maestra sólo fue porque pasados

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tres meses reflexioné y pensé: «Vaya, ella lleva quince años hablándome de

esto, y por eso le ha estado poniendo tanto corazón y tanta compasión a mi

proceso». Pensé que a ella le gustaría saberlo. El impulso de decírselo surgió de

ahí. Tenía una ausencia total de necesidad, y esto es una de las cosas más

notables. No sientes la necesidad de decírselo a nadie, ni tampoco la de recibir

un golpecito de aprobación en la espalda.

TS: Has mencionado que leíste mucho en una época de tu vida. ¿Te impactó

algún libro en particular?

Adya: ¡Si! El primer libro no es uno de los que sospecharías, y ni siquiera me

interesa ya. Pero en aquella época concreta me impactó mucho. Lo leí cuando

tenía veinticuatro años, no mucho antes de mi primer despertar. Y era una

autobiografía de Santa Teresa.

TS: Interesante.

Adya: ¡Lo era! Porque en ese entonces yo era un tipo budista, y el budismo no

es teísta. Sin embargo, me sentí atraído por el misticismo cristiano de un modo

inextricable, y uno de los primeros libros que leí fue esta autobiografía. Acudí a

una librería, abrí el libro y en tan sólo dos páginas me conquistó por completo,

me quedé enamorado. Literalmente, me enamoré de una santa a la que no había

conocido nunca. Pero fue algo muy, muy poderoso. Acabé devorando su

autobiografía y después me leí probablemente cinco, seis o siete libros más

sobre ella y sobre su vida... y eso aconteció a lo largo de dos años en los que leí

muchísimos libros acerca del misticismo cristiano. Pero ese libro me abrió las

puertas, y hasta que no lo contemplé en retrospectiva no me di cuenta de lo que

significaba para mí, y del sentido que tenía toda mi investigación acerca del

misticismo cristiano. Todo eso me ayudó a abrir el corazón. En realidad, mi

práctica zen no me ayudaba en ese aspecto; necesitaba algo que me ayudase a

abrirme emocionalmente de un modo muy, muy profundo, y el zen

probablemente fuera demasiado árido para hacerlo. Naturalmente, encontré

justo lo que necesitaba, y ese libro me ayudó. Me abrió tremendamente a nivel

emocional. Fue el libro perfecto en el momento perfecto. Así que fue un libro

muy importante para mí.

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El otro libro que destacaría es Yo soy Eso, de Nisargadatta Maharaj. Había leído

algunos fragmentos pequeños antes del despertar de los treinta y tres años,

pero no me había parecido muy significativo. Después del despertar leí Yo soy

Eso y, desde entonces, ha sido la expresión más clara que he encontrado. Fue

como si alguien hubiese puesto palabras a mi propia experiencia. Estaba

reflejada en ese libro. Era como mirarme en un espejo. Así que fue un libro muy

importante, no tanto en mi búsqueda como en mi reflexión.

Aunque esto se salga un poco del tema, tiene que ver con la lectura. Como

muchos maestros espirituales, aunque cuando enseño hablo mucho de la

imposibilidad de comprender la iluminación con la mente y digo que llega un

momento en el que hay que ir más allá de los libros que estés leyendo, cuando

miro mi experiencia en retrospectiva veo que, aunque jamás encontré la

realización de la verdad en ningún libro, porque no se puede, la lectura ha

jugado un papel muy importante para mí. Tenía un doble filo. Algunas veces se

puso en medio del camino (con conceptos, ideas y más conceptos que estaban

en conflicto), pero la lectura ha sido otra parte muy importante de mi viaje.

Utilicé los libros para aclarar cosas en mi mente. Me ayudaron a esclarecer

algunas cosas. En ese sentido, creo que el lado intelectual de la espiritualidad

(que a menudo se minimiza, y con razón) también es subestimado algunas

veces. Aunque la verdad no es algo que podamos encontrar en los libros, éstos a

veces nos permiten conectar los puntos en la mente... y en el corazón. Los libros

pueden llegar a abrirnos de un modo muy importante. Así que yo creo que el

intelecto (si no da el espectáculo y no se queda ahí) puede jugar un papel

importante en el despertar espiritual. Si te encuentras con el libro adecuado en

el momento adecuado, éste tal vez motive un reconocimiento. Eso también

forma parte de lo que hacen los maestros, y es importante. Estamos hablando en

una sala, ¿verdad? El contenido es intelectual, pero estamos intentando

despertar una sabiduría profunda en el oyente. Y un libro puede hacerlo de la

misma forma que un maestro. Tal vez leas una frase que te alumbre algo. No en

la mente, sino a nivel de visión interna. Sabrás si es una visión interna porque

en ese caso tu cuerpo entero se pondrá a cantar. En ese sentido, si las palabras

despiertan vida en nuestro interior pueden resultar muy útiles. Una parte de

nosotros tal vez diga: «Ah, ya lo sé. Sólo que no sabía que lo sabía». Las

palabras pueden transformar lo inconsciente en consciente.

TS: ¿Crees que la lectura puede propiciar algún tipo de transmisión?

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Adya: Por supuesto. Todo lo que hacemos va cargado con la trasmisión o la

presencia de lo que somos. No necesitamos mantener contacto físico con nadie.

Las cosas van cargadas en sí mismas con la transmisión de la persona que

estuvo asociada con ellas. Un libro va cargado con la transmisión de la

conciencia o presencia de su autor. En realidad, si eres sensible esto es bastante

interesante. Si te sensibilizas puedes sentir la presencia del autor en cualquier

libro. En libros espirituales, en artículos periodísticos no espirituales, en

cualquier cosa. Puedes empezar a percibir el estado de conciencia del autor y,

evidentemente, esto también puede ser muy poderoso a nivel espiritual. Las

palabras y los libros van cargados con esa transmisión. Por eso creo que un libro

como Yo soy Eso es tan, tan poderoso. No son sólo las palabras. Se trata del ser

que pronuncia las palabras. Por eso la gente se queda cautivada. Todas las

palabras que dice el libro han sido dichas antes, así que no se trata sólo de las

palabras, sino de quién las dice.

TS: Cuando los que están en tu presencia o los que leen uno de tus libros

perciben una transmisión, en tu opinión ¿qué sucede?

Adya: Se produce un encuentro; en eso consiste la verdadera transmisión. El

vacío se encuentra con el vacío.

TS: ¿Eso transforma inevitablemente al estudiante?

Adya: ¿Cómo podría explicarlo? Digamos que es el elemento más poderoso de

la enseñanza. Tengo dudas a la hora de decirlo, porque en cuanto lo digo la

gente se comporta como si el maestro fuese a actuar por ellos, lo cual no es

cierto. El maestro podrá encender un fuego, pero no completará el proceso por

ti. La transmisión es más poderosa para las personas que resuenan con lo que

oyen. Cuando hay resonancia, el potencial se enciende. Cuando el potencial se

despierta, debes responsabilizarte de lo que suceda. No te sientes a esperar que

el maestro o su transmisión lo hagan por ti, porque entonces entrarás en una

relación dependiente. Y en cuanto entras en una relación dependiente,

psicológica o emocionalmente, el efecto de la transmisión se reduce

considerablemente. La relación dependiente lo mata en ese mismo instante. Es

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como echar agua al fuego. Debemos responsabilizarnos de nuestra

transformación, pues ningún maestro puede hacerlo todo por nosotros, de

ninguna forma. Tenemos que hacerlo nosotros mismos. La búsqueda la tenemos

que emprender nosotros. La presencia de alguien tal vez encienda un fuego de

forma espontánea, pero tú tienes que ocuparte de cuidar ese fuego.

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