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Sinopsis El emocionante final de la serie bestseller del New York Times,

Young Elites de Marie Lu.Había una vez una época en la que la oscuridad envolvía el

mundo, y la oscuridad tenía una reina.Adelina Amouteru está harta de sufrir. Le ha dado la espalda a

aquellos que la han traicionado y ha logrado la venganza definitiva:la victoria. Su reinado como la Loba Blanca ha sido un triunfo, perocon cada conquista su crueldad no hace más que crecer. Laoscuridad en su interior ha empezado a descontrolarse,amenazando con destruir todo lo que ha logrado.

Adelina se ve obligada a volver a las viejas heridas cuandoaparece un nuevo peligro, poniendo en riesgo no solo a Adelina,sino a cada Élite y el mismísimo mundo en el que viven. Con el finde salvarse y preservar su imperio, Adelina y sus Rosas debenunirse a los Dagas en una peligrosa misión; aunque puede que estainestable alianza llegue a ser el verdadero peligro.

La autora bestseller Marie Lu concluye la historia de Adelina conesta inquietante e hipnotizante última entrega de la serie YoungElites.

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Prólogo La vi una vez.Pasó por nuestra aldea, a través de campos llenos de soldados

muertos después que sus fuerzas abrumaran la nación de Dumor.Sus otros Élites la seguían y luego filas de Inquisidores con túnicasblancas, empuñando las banderas blancas y plateadas de la LobaBlanca. Donde iban, el cielo se oscurecía y la tierra se agrietaba, lasnubes se arremolinaban detrás del ejército como si fueran unacriatura viva, negra y batiendo con furia. Como si la mismísima diosade la Muerte hubiera venido.

Ella se detuvo para mirar a uno de nuestros soldadosmoribundos. Él temblaba en el suelo, pero sus ojos se mantuvieronen ella. Le escupió algo. Ella simplemente le devolvió la mirada. Nosé lo que vio en su expresión, pero sus músculos se tensaron, suspiernas empujaban contra la tierra mientras intentaba en vanoalejarse de ella. Luego el hombre empezó a gritar. Es un sonido quenunca olvidaré mientras viva. Ella le asintió a su Hacedor de Lluvia,y él descendió de su caballo para hundir una espada en elmoribundo soldado. El rostro de ella no cambió en absoluto.Simplemente siguió avanzando.

Nunca más la volví a ver. Pero incluso ahora, que soy un hombremayor, la recuerdo tan claramente como si estuviera frente a mí. Erael hielo personificado. Hubo una vez un tiempo en el que laoscuridad envolvía el mundo, y la oscuridad tenía una reina.

—El testimonio de un testigo del asedio de la reina Adelina sobrela nación

de Dumor. La Aldea de Pon-de-Terre

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TARANNEN, DUMOR

LOS SEALANDS

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Moritas fue encerrada en el inframundo por los otros dioses. PeroAmare, el dios del Amor, se apiadó de la joven diosa de corazónoscuro. Él le trajo regalos del mundo de los vivos, rayos de sol

agrupados en cestas, lluvia fresca en frascos de vidrio. Amare seenamoró —como lo hacía a menudo— de Moritas, y de sus visitas

resultó el nacimiento de Formidite y Caldora.

—Una Exploración de Mitos Antiguos y Modernos, por MordoveSenia

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1Adelina Amouteru

He tenido la misma pesadilla desde el mes pasado. Cada noche,

sin falta.Estoy dormida en mis aposentos reales en el palacio Estenzian

cuando un sonido chirriante me despierta. Me incorporo en la camay miro a mi alrededor. La lluvia azota los vidrios de las ventanas.Violetta duerme junto a mí, después de haberse deslizado en misaposentos con el sonido de los truenos, y bajo las mantas, sucuerpo está enrollado cerca de mí. Escucho el crujir de nuevo. Lapuerta de mi habitación está ligeramente entreabierta y se vaabriendo lentamente. Más allá de ella está algo horrible, unaoscuridad llena de garras y colmillos, algo que nunca he visto, perosiempre supe que estaba allí. Las sedas que llevo se vuelveninsoportablemente frías, como si estuviera hasta el cuello en el maren invierno, y no puedo dejar de temblar. Sacudo a Violetta, peroella no se mueve.

Entonces salto de la cama y me apresuro a cerrar la puerta, perono puedo, lo que sea que está en el otro lado es demasiado fuerte.Me regreso a ver a mi hermana.

—¡Ayúdame! —la llamo desesperadamente. Todavía no semueve, y me doy cuenta que ella no está dormida, sino muerta.

Me despierto sobresaltada, en la misma cama y en el mismoaposento, con Violetta durmiendo a mi lado. Sólo es una pesadilla,me digo. Me acuesto allí por un momento, temblando. Luegoescucho el sonido chirriante, y veo que la puerta está comenzando aabrirse una vez más. Otra vez, salto de la cama y corro paracerrarla, gritando a Violetta. Nuevamente, me doy cuenta que mihermana está muerta. De nuevo, me despierto sobresaltada en lacama y veo la puerta abriéndose.

Voy a despertar un centenar de veces, perdida en la locura deesta pesadilla, hasta que la luz del sol que entra por las ventanas,finalmente quema la escena.

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Incluso luego, horas más tarde, no puedo estar segura que noestoy todavía en mi sueño.

Temo que una noche, no despierte. Voy a estar condenada acorrer hacia esa puerta una y otra vez, huyendo de una pesadilla enla que estoy siempre perdida, para toda la eternidad.

Hace un año, habría estado mi hermana, Violetta, montando a milado. Hoy en día, es Sergio y mi Inquisición. Ellos son el mismoejército implacable, vestido de blanco que Kenettra siempre conoció,excepto, por supuesto, que hoy me sirven a mí. Cuando miro atráshacia ellos, todo lo que veo es un río blanco, sus capas cristalinascontrastan con el cielo sombrío. Giro en mi silla de montar y regresoa contemplar las casas quemadas mientras pasamos cabalgando.

Luzco diferente desde la primera vez que tomé el trono. Micabello ha crecido mucho más, plateado como una hoja de metalcambiante, y ya no uso más ni máscaras ni una ilusión para ocultarel lado de mi rostro lleno de cicatrices. En cambio, mi cabello estárecogido en un moño trenzado, joyas tejidas entre los bucles. Milarga y oscura capa ondea detrás y bajo los cuartos de mi caballo.Mi rostro está totalmente expuesto.

Quiero que el pueblo de Dumor vea a su nueva reina.Finalmente, mientras pasamos a través de la plaza de un templo

abandonado, encuentro a quien estoy buscando. Magianoinicialmente me había dejado y al resto de mis tropas Kenettranjusto después que entramos en la ciudad de Tarannen, sin duda seextravió en algún lugar buscando los tesoros restantes en las casasabandonadas por los ciudadanos que huyeron. Es un hábito queadquirió poco después que me convertí en reina, la primera vez queregresé mi mirada a los estados y las naciones de todo Kenettra.

A medida que nos acercamos, él monta a través de la plazavacía y reduce el trote de su caballo para ir junto a mí. Sergio ledispara una mirada molesta, aunque no dice nada. Magiano sólo ledevuelve guiños. Su lío de largas trenzas hoy está atado en lo altode la cabeza, su colección de túnicas no coincidentes, han sidosustituidas por un pectoral de oro y una pesada capa. Su armaduraestá adornada, salpicada de piedras preciosas, y para quien no losupiera, se podría pensar a primera vista que él es quien manda poraquí. Las pupilas de sus ojos se entrecierran, y su expresión es

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perezosa bajo el sol de mediodía. Un surtido de instrumentosmusicales se enrolla sobre sus hombros. Bolsas pesadas tintineanen los flancos de su caballo.

—¡Todos ustedes lucen magníficos esta mañana! —dicealegremente a mis Inquisidores. Ellos simplemente bajan la cabezaa su llegada. Todo el mundo sabe que mostrar abiertamentecualquier falta de respeto a Magiano significa una muerteinstantánea en mis manos.

Alzo una ceja.—¿Buscando tesoros? —le digo. Me guiña burlón.—Me llevó toda la mañana cubrir un distrito de esta ciudad —

responde con voz indiferente, sus dedos flotan distraídamente sobrelas cuerdas de un laúd atado delante de él. Incluso este pequeñogesto suena como un acorde perfecto—. Tendríamos que quedarnosaquí por semanas para que yo pueda recoger todos los objetos devalor dejados atrás. Sólo mira esto. Nunca vi nada tan finamenteelaborado en Merroutas, ¿verdad?

Poco a poco se va acercando con su caballo. Ahora puedo verque lleva racimos de plantas envueltos en tela en la parte delanterade su silla de montar. Cardo amarillo. Margaritas azules. Unapequeña y retorcida blackroot. Reconozco las plantasinmediatamente, y reprimo una pequeña sonrisa. Sin decir unapalabra, desato mi cantimplora del lado de mi silla y se la paso aMagiano sin que vean los demás. Solo Sergio se da cuenta, peromira hacia otro lado y engulle agua de su propia botella. Sergio haestado quejándose que tiene sed desde hace varias semanas.

—Has dormido mal anoche —murmura Magiano mientras sepone a trabajar, aplastando las plantas y mezclándolas en el agua.

Había tenido cuidado esta mañana de tejer una ilusión sobre loscírculos oscuros bajo mis ojos. Pero Magiano siempre sabe cuandohe tenido pesadillas.

—Voy a dormir mejor esta noche, después de esto. —Señalo labebida que está preparando para mí.

—He encontrado algunas blackroot —dice, devolviéndome micantimplora—. Crece como mala hierba aquí en Dumor. Debestomarla por la noche, si deseas mantener a raya el… bueno, a ellas.

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Las voces. Ahora las escucho constantemente. Su parloteosuena como una nube de ruido justo detrás de mis oídos, siemprepresentes, nunca en silencio. Murmuran de mí cuando me despiertopor la mañana y cuando voy a la cama. A veces dicen cosas sinsentido. Otras veces, me cuentan historias violentas. En estemomento, se están burlando de mí.

Qué dulce, se burlan mientras Magiano tira de su caballoalejándose y se regresa tirando de su laúd. No nos gusta mucho,¿verdad? Siempre tratando de mantenernos lejos de ti. Pero tú noquieres que nos vayamos, ¿verdad, Adelina? Somos parte de ti,nacimos en tu mente. Y de todos modos ¿por qué un niño tan dulcete amaría? ¿No lo ves? Está tratando de cambiar lo que eres. Aligual que tu hermana.

¿Todavía te acuerdas de ella?Aprieto los dientes y tomo un sorbo de mi tónico. Las hierbas se

sienten amargas en mi lengua, pero doy la bienvenida al sabor. Hoyse supone que tengo que lucirme en el papel de una reina invasora.No puedo permitir que mis ilusiones queden fuera de control frente amis nuevos súbditos. Inmediatamente, siento trabajar a las hierbas,las voces se amortiguan, como si hubieran sido empujadas haciaatrás, y el resto del mundo se presenta con más claridad.

Magiano rasga otro acorde.—He estado pensando, mi Adelinetta —continúa en su manera

habitual, alegre—, que he recogido demasiados laúdes, baratijas yestas pequeñas monedas deliciosas de zafiro. —Hace una pausapara darse la vuelta en la silla y extrae un poco de oro de una desus pesadas mochilas nuevas. Sostiene unas pocas monedas condiminutas joyas azules incrustadas en su centro, cada unaequivalente a diez talentos Kenettran de oro.

Me río de él, y detrás de nosotros, varios Inquisidores se agitansorprendidos por el sonido. Solo Magiano puede persuadirme a quemuestre alegría tan fácilmente.

—¿Qué es esto? ¿El gran príncipe de los ladrones de repente sesiente abrumado por demasiada riqueza?

Se encoge de hombros.—¿Qué voy a hacer con cincuenta laúdes y diez mil monedas de

zafiro? Si me pongo más oro, me voy a caer del caballo.

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Luego su tono de voz disminuye un poco.—En su lugar, estaba pensando que podría repartirlos entre tus

nuevos ciudadanos. No tiene que ser mucho. Unas pocas monedasde zafiro a cada uno, algunos puñados de oro de tus arcas. Estántan desbordadas, sobre todo después que Merroutas cayó en tusmanos.

Mi buen humor se deteriora al instante, y las voces en mi cabezase ponen en marcha. Te está diciendo que compres la lealtad de tusnuevos ciudadanos. El amor puede ser comprado, ¿lo sabías?Después de todo, compraste el amor de Magiano. Es la única razónpor la que todavía está aquí contigo. ¿Verdad?

Tomo otro trago de la cantimplora, y las voces se desvanecen unpoco otra vez.

—Quieres que muestre cierta amabilidad a estos Dumorians.—Sí, creo que podría reducir la frecuencia de los ataques hacia

ti. —Magiano deja de tocar el laúd—. Estuvo ese asesino enMerroutas. Luego vimos el comienzo de ese grupo rebelde, losSaccorists, ¿verdad? cuando tus fuerzas pisaron Domacca.

—Nunca se acercaron ni a una legua de mí.—Aun así, mataron a varios de tus Inquisidores en medio de la

noche, quemaron tus tiendas de campaña, robaron tus armas. Ynunca los encontraste.

¿Qué pasó con el incidente en el norte de Tamoura, después queaseguraste ese territorio?

—¿Qué incidente tienes en mente? —digo, con mi voz cada vezmás entrecortada y fría—. ¿El intruso esperando en mis tiendas?¿La explosión a bordo de mi barco? ¿El niño marcado muerto quefue dejado fuera de nuestros campos?

—Esos también —responde Magiano, agitando su mano en el

aire—. Pero estaba pensando en la vez que ignoraste las cartas dela familia real Tamouran, la Tríada de Oro. Ellos te ofrecieron unatregua, mi Adelinetta. La franja norte del territorio a cambio de laliberación de sus prisioneros y la devolución de las tierras delabranza cerca de su único río importante. Ellos te ofrecieron unacuerdo comercial muy generoso. Y tú enviaste de regreso a suembajador llevando tu blasón sumergido en la sangre de sus

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soldados caídos. —Me dio una mirada significativa—. Me parecerecordar que sugerí algo más sutil.

Niego. Ya hemos discutido sobre esto, cuando lleguéinicialmente a Tamoura, y no voy a debatirlo de nuevo.

—No estoy aquí para hacer amigos. Nuestras fuerzasconquistaron con éxito sus territorios del norte, independientementede sus ofertas. Y luego tomaré el resto de Tamoura.

—Sí, a costa de un tercio de tu ejército. ¿Qué pasará cuandointentes tomar lo que quede de Tamoura? ¿Cuando los Beldish teataquen de nuevo? La reina Maeve te está vigilando, estoy seguro.—Respira profundamente—. Adelina, ahora eres la reina de losSealands. Tú has anexado Domacca y el norte de Tamoura en losSunlands. En algún momento, tu objetivo debe pasar de conquistarmás territorios a mantener el orden en los territorios que ya tienes. Yno lo vas a lograr ordenando a tus Inquisidores que arrastren a losciviles sin marcar a las calles y los marquen con un hierro caliente.

—Crees que soy cruel.—No. —Magiano duda por un largo momento—. Tal vez un poco.—No los estoy marcando porque sea cruel —digo con calma—.

Lo estoy haciendo como un recordatorio de lo que ellos nos hicierona nosotros. A los marcados. Lo olvidas tan rápido.

—Nunca lo olvido —replica Magiano. Esta vez, hay un ligerotono cortante en su voz. Su mano se sitúa en su costado, donde suherida de la infancia continúa molestándole—. Pero marcar a quienno tiene marca con tu blasón no los hará más leales a ti.

—Hace que me tengan miedo.—El miedo trabaja mejor con un poco de amor —dice Magiano

—. Muéstrales que puedes ser temible pero generosa. —Lasbandas doradas en sus trenzas tintinean—. Deja que la gente teame un poco, mi Adelinetta.

Mi primera reacción es amargura. Siempre es el amor con esteladrón insoportable. Debo parecer fuerte para poder controlar a miejército, y pensar en entregar oro a la gente que una vez quemaronen la estaca a los marcados me disgusta.

Pero lo que dice Magiano tiene sentido.A mi otro lado, Sergio, mi Hacedor de Lluvia, cabalga sin

comentar nada. Su piel luce pálida, y parece como si todavía no se

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hubiera terminado de recuperar del frío que tomó semanas atrás.Pero aparte de su silencio y la forma como envuelve su capaalrededor de sus hombros incluso en este clima templado, trata deno demostrarlo.

Me alejo de Magiano sin decir nada. Él mira hacia delantetambién, pero una sonrisa aparece en las comisuras de sus labios.Se ha dado cuenta que estoy considerando su sugerencia. ¿Cómopuede leer mis pensamientos tan bien? Eso me irrita aún más. Porlo menos le agradezco por no mencionar a Violetta, por no confirmaren voz alta que parte de la razón de porqué estoy enviando a misInquisidores a obligar a los no marcados a salir a las calles. Él sabeque es porque estoy buscando. Buscándola.

¿Por qué todavía quieres encontrarla? Los susurros se mofan demí. ¿Por qué? ¿Por qué?

Es una pregunta que me hacen una y otra vez. Y mi respuestaes siempre la misma. Porque yo decido cuando puede irse. No ella.

Pero no importa cuántas veces responda a los susurros, elloscontinúan preguntado, porque no me creen.

Hemos llegado a los distritos interiores de Tarannen, y aunqueluce desierto, los ojos de Sergio permanecen concentrados en losedificios que rodean la plaza central. Últimamente los insurgentesconocidos como los Saccorists, que se deriva de la palabraDomaccan para anarquía, han atacado a nuestras tropas en algunasocasiones. He permitido que Sergio busque constantemente por losrebeldes ocultos.

Un alto arco conduce a la plaza principal, sus piedras grabadascon una cadena compleja de lunas y sus diversas fases, crecientesy menguantes. Paso debajo de ella con Sergio y Magiano, luegohacemos una pausa ante un mar de cautivos Dumorian. Mi caballopatea el suelo con impaciencia. Me siento más recta y levanto labarbilla, negándome a mostrar agotamiento.

Por supuesto que ninguno de estos Dumorians aquí presentesestá marcado. Los que están encadenados son los que no tienenninguna marca en absoluto, el tipo de gente que solía arrojarmecomida podrida y cantar por mi muerte. Ahora levanto una mano aSergio y Magiano; quienes dirigen a sus sementales lejos de mí,hasta situarse en cada extremo de la plaza, de cara al pueblo.

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Mis Inquisidores se despliegan a su vez. Nuestros cautivosretroceden ante la vista de todos nosotros, sus miradas se fijanvacilantemente en mí. Hay tanto silencio que si cierro los ojos,puedo fingir que estoy parada sola en esta plaza. Aun así, puedosentir la nube de terror que los cubre, olas de su renuencia eincertidumbre golpean contra mis huesos. Los susurros en micabeza se lanzan como serpientes hambrientas contra ratoneshuyendo, deseosas de alimentarse del miedo.

Empujo a mi semental varios pasos hacia adelante. Mi mirada sedesplaza de la gente hacia los tejados de la plaza. Incluso ahora,me encuentro buscando instintivamente alguna señal de Enzo,acuclillado como solía estar. La atracción entre nosotros, la ataduraque le une a mí y yo a él, se tensa, como si de algún lugar más alláde los mares él supiera que Dumor ha caído bajo mi ejército. Bien.Espero que sienta mi triunfo.

Mi atención se dirige de nuevo a los cautivos.—Gente de Dumor —mi voz repica a través de la plaza—, soy la

reina Adelina Amouteru. Soy su reina ahora. —Mi mirada pasa deuna persona a otra—. Todos ustedes son parte de Kenettra ypueden considerarse ciudadanos Kenettran. Siéntanse orgullosos,por pertenecer a una nación que pronto va a gobernar a todas lasdemás. Nuestro imperio sigue creciendo, y ustedes pueden crecerjunto con él. A partir de este día, deberán obedecer todas las leyesde Kenettra. Llamar a una persona marcada un malfetto se castigacon la muerte. Cualquier abuso, acoso o maltrato a una personamarcada, por cualquier razón, no solo significará su propiaejecución, sino la ejecución de toda su familia. Sepan esto: losmarcados fueron señalados por las manos de los dioses. Son susamos e intocables. A cambio de su lealtad, cada uno de ustedes vaa recibir un regalo de cinco safftons de Dumorian y cincuentatalentos de oro de Kenettran.

Las personas murmuran con cierta sorpresa, y cuando miro a milado, veo apreciación en la mirada de Magiano.

Sergio salta de su caballo y avanza con un pequeño equipo desus antiguos mercenarios. Pasan a través de la multitud, escogiendouna persona de aquí y otra de allá, a continuación, los arrastran

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para adelante, donde Sergio obliga a todos a arrodillarse ante mí. Elmiedo invade a los elegidos. Como debería suceder.

Bajo la mirada a ellos. Como era de esperar, todos los elegidospor Sergio y su equipo son, hombres y mujeres, musculosos yfuertes. Tiemblan, con la cabeza baja.

—Tienen la oportunidad de unirse a mi ejército —digo—. Si lohacen, van a entrenar con mis capitanes. Van a viajar conmigo a lasSunlands y los Skylands. Van a tener armas, alimento, vestimentasy sus familias serán atendidas.

Para apoyar mi argumento, Magiano desciende de su caballo yse acerca a ellos. Frente a cada uno, hace una demostración deexcavar en su bolsa y deja caer pesadas mochilas de talentosKenettran de oro delante de ellos. Las personas solo miran. Uno deellos toma su mochila tan frenéticamente que las monedas caenfuera, brillando a la luz.

—Si rechazan mi oferta, ustedes y su familia van a serencerrados. —Mi tono se profundiza—. No voy a tolerar rebeldespotenciales entre nosotros. Juren lealtad, y me aseguraré que supromesa valga la pena.

Por el rabillo del ojo, veo a Sergio revolverse inquieto. Sus ojosse vuelven hacia el perímetro de la plaza. Me pongo rígida. Me hevuelto muy buena en reconocer cuando Sergio siente el peligro.Murmura algo a varios de sus hombres, y se dirigen hacia lassombras, desapareciendo detrás de una puerta.

—¿Juran lealtad? —pide Magiano.Uno a uno, responden sin dudar. Me muevo para que se

levanten, y una patrulla de Inquisidores llega para alejarlos. Máshombres y mujeres aptos son traídos delante de mí. Repetimos elmismo ritual con ellos. Luego, otro grupo. Pasa una hora.

Alguien en uno de los grupos se niega a jurar. Ella me escupe,luego me llama por un nombre en Dumorian que no entiendo.Vuelvo la mirada hacia ella, pero no da marcha atrás. En cambio,frunce sus labios. Una desafiante.

—Quieres que te temamos —me gruñe, hablando ahora conacento Kenettran—. Piensas que puedes venir aquí y destruirnuestros hogares, matar a nuestros seres queridos, luego haces quenos arrastremos a tus pies. Crees que vamos a vender nuestra alma

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por unas monedas. —Ella levanta la barbilla—. Pero no te tengomiedo.

—¿En serio? —Inclino mi cabeza con curiosidad—. Deberíashacerlo. Me desafía con una sonrisa.

—Ni siquiera puedes obligarte a derramar nuestra sangre. —Señala con la cabeza en la dirección de Sergio, quien ya haempezado a sacar su espada—. Haces que uno de tus lacayos lohaga por ti. Eres una reina cobarde, escondida detrás de tu ejército.Pero no puedes aplastar nuestro espíritu bajo tus tacones de Rosas,no puedes ganar.

En algún momento, pude haber sido intimidada con palabrascomo éstas. Pero ahora sólo suspiro. ¿Lo ves, Magiano? Esto es loque sucede cuando muestro bondad. Así que, mientras la mujercontinúa su discurso, bajo de mi semental. Sergio y Magiano memiran en silencio.

La mujer sigue hablando, incluso cuando me paro frente a ella.—Llegará el día en que te derribaremos —dice—. Recuerda mis

palabras.Vamos a perseguirte en tus pesadillas.Aprieto los puños y lanzo una ilusión de dolor a través de su

cuerpo.—Soy la pesadilla.Los ojos de la mujer se agrandan. Deja escapar un grito ahogado

mientras cae al suelo y clava las manos en la tierra. Detrás de ella,toda la multitud se estremece al unísono mientras los ojos y cabezasse desvían de la escena. El terror que fluye de ella me alimentadirectamente, y las voces en mi cabeza estallan en gritos, llenandomis oídos con su deleite. Perfecto. Sigue adelante. Deja que el dolorhaga que su corazón lata tan rápidamente que estalle. Así que lesobedezco. Mis puños aprietan más fuerte, pienso en la nochecuando tomé mi primera vida, cuando me puse de pie sobre elcuerpo de Dante. La mujer sufre convulsiones, sus ojos parpadeansalvajemente, viendo monstruos que no están allí. Gotas colorcarmesí vuelan de sus labios. Doy un paso hacia atrás para que susangre no alcance el borde de mi vestido.

Por fin, la mujer se congela, y cae inconsciente.

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Regreso tranquilamente hacia el resto de nuestros cautivos, quese han quedado tan inmóviles como estatuas. Podría cortar su terrorcon mi cuchillo.

—¿Alguien más? —Mi voz resuena en la plaza—. ¿No? —Permanecen en silencio.

Me inclino hacia abajo. La bolsa de monedas que Magiano habíalanzado inicialmente a los pies de la mujer que se encuentra ahorasin tocar al lado de su cuerpo. Agarro la bolsa delicadamente condos dedos. Luego camino de regreso a mi semental y monto en lasilla.

—Como pueden ver, mantengo mi palabra —digo al resto de lamultitud—. No se aprovechen de mi generosidad, y no voy a tomarventaja de su debilidad. — Lanzo el saco de monedas de la mujer alInquisidor más cercano—. Encadénala. Y localiza a su familia.

Mis soldados arrastran a la mujer, y un nuevo grupo es traídodelante de mí. Esta vez, cada uno de ellos acepta su oro en silencioy agachan la cabeza frente a mí, con una inclinación de cabezaseñalo mi aprobación. El procedimiento continúa sin incidentes. Sialgo he aprendido de mi pasado y mi presente, es el poder delmiedo. Puedes dar a tus súbditos toda la generosidad en el mundo,y todavía van a exigir más. Pero los que tienen miedo no sedefienden. Conozco esto lo suficientemente bien.

El sol se eleva más, y dos grupos más juran su lealtad a miejército.

De repente, un objeto afilado destella en la luz. Levanto mimirada rápidamente. Una navaja, un arma con forma de aguja,lanzada desde los tejados. Por instinto, tiro de mi energía y montouna ilusión de invisibilidad alrededor de mí. Pero no reacciono con lasuficiente rapidez. Una daga vuela derecha pasando por mi brazo,cortando profundamente a través de mi carne. Mi cuerpo setambalea hacia atrás con el impacto, y mi invisibilidad desaparece.

Gritos de los cautivos, luego el sonido de un centenar deespadas raspando contra sus vainas cuando mis Inquisidores sacansus armas. Magiano está a mi lado antes que pueda sentir supresencia. Él llega a mí, mientras me tambaleo en mi asiento, perole rechazo con un gesto de mi mano.

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—No —me las arreglo para decir con voz entrecortada. Nopuedo permitir que estos Dumorians me vean sangrar. Es todo loque necesitan para sublevarse.

Espero que más flechas y dagas lluevan desde los tejados, perono lo hacen. En cambio, al otro extremo de la plaza, Sergio y sushombres reaparecen. Arrastran cuatro, cinco personas entre ellos.Saccorists. Están vestidos con ropa del color de la arena paramezclarse con las paredes.

Mi ira aumenta de nuevo, y el dolor de mi brazo sangrante soloalimenta mi energía. No espero a Sergio para traerlos a mí.Simplemente arremeto contra ellos. Alcanzo el cielo, tejiendo,utilizando el miedo entre la gente y la fuerza dentro de mí. El cielose vuelve de un extraño azul profundo, luego rojo. Las personas seencogen, gritando. Luego alcanzo a los rebeldes y envío una ilusiónde asfixia que les rodea. Ellos se encorvan hacia adelante en lasgarras de los hombres de Sergio, luego arquean su espalda amedida que sienten que el aire es succionada fuera de suspulmones. Aprieto los dientes y fortalezco la ilusión.

El aire no es aire en absoluto, sino agua. Se están ahogando enel centro de esta plaza, y no hay superficie a la que puedan salir.

Sergio los suelta. Caen de rodillas, luchando por respirar, y sedestrozan en el suelo. Amplío mi ilusión, alcanzando al resto decautivos en la plaza. Entonces arremeto con todo mi poder.

Una red de dolor cubre a todos los cautivos todavía sentados enel suelo. Gritan todos a la vez, arañan su piel como si atizadorescalientes los estuvieran quemando, tiran de su cabello como sihormigas se arrastrasen a través de los mechones, mordiendo sucuero cabelludo. Los veo sufrir, dejando que mi propio dolor seconvierta en el de ellos, hasta que finalmente retiro la ilusión.

La multitud rompe en sollozos. No me atrevo a agarrar mi brazosangrante, en su lugar, centro mi dura mirada en las personas.

—Ahí está —digo—. Ustedes lo han visto por sí mismos. No voya tolerar nada menos que su lealtad. —Mi corazón late en mi pecho—. Traiciónenme, o a cualquiera de los míos, y me aseguraré querueguen por su muerte.

Con un movimiento de cabeza mis tropas se presentan y rodeana los rebeldes que siguen llorando. Solo entonces, con las túnicas

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blancas de los Inquisidores arremolinándose alrededor de mí, puedodar la vuelta a mi semental y montar fuera de la plaza. Mis Rosasme siguen. Cuando por fin estoy fuera de la vista, dejo caer mishombros y desciendo de mi montura.

Magiano me atrapa y me apoyo contra su pecho.—Regresa a las tiendas de campaña —murmura mientras pone

un brazo alrededor de mí. Su expresión es tensa, llena de unacomprensión que no necesita palabras—. Necesitas coser esaherida.

Me apoyo contra él, sin fuerzas después de la pérdida repentinade sangre y del torbellino de ilusiones. Otro intento de asesinato.Algún día, tal vez no tenga tanta suerte. La próxima vez queentramos en una ciudad conquistada, pueden emboscarme antesque cualquiera de mis Rosas puedan reaccionar lo suficientementerápido. No soy Teren, mis ilusiones no puede protegerme del cortede una cuchilla.

Necesito erradicar a estos insurgentes antes que puedanconvertirse en una amenaza real. Voy a tener que hacer un ejemplomás severo con sus muertes. Necesito ser más despiadada.

Esta es mi vida ahora.

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2Raffaele Laurent Bessette

El sonido del oleaje le recuerda a Raffaele las noches de

tormenta en el muelle de Estenzian. Aquí en la nación Sunland deTamoura, sin embargo, no hay canales, ni góndolas que se hayanalejado de sus amarres para ir a dar contra las paredes de piedra.Solo hay una playa de arena roja y dorada, y tierra llena depequeños arbustos y árboles esparcidos. En lo alto de una colina,un palacio extenso vigila el océano, su silueta negra en la noche, sufamosa entrada iluminada por el brillo de las linternas.

Esta noche, una brisa cálida de la temprana primavera atraviesalas ventanas de uno de los apartamentos del palacio, y las velasestán encendidas. Enzo Valenciano está sentado en una silladorada, su figura encorvada, sus brazos descansando sobre susrodillas. Las ondas de su cabello oscuro caen sobre su rostro, y sumandíbula está apretada. Sus ojos cerrados por el dolor, susmejillas llenas de lágrimas.

Raffaele se arrodilla a su lado, cuidadosamente deshaciendo lasvendas que rodean el brazo del príncipe hasta sus codos. El olor acarne quemada y ungüento empalagosamente dulce llena lahabitación. Cada vez que Raffaele saca la venda de un trozo delbrazo de Enzo, tirando de la piel herida, la mandíbula de Enzo seaprieta. Su camisa cae suelta, pegajosa por el sudor. Raffaele ponelas vendas en un rollo. Puede sentir la agonía rondando al príncipe,y el sentimiento abrasa su propio corazón como si le hubiesenherido a él.

Debajo de las vendas, los brazos de Enzo son una masa dequemaduras que nunca parecen sanar. Las cicatrices y heridasoriginales que siempre habían cubierto las manos del príncipeparecían ahora haberse extendido hacia arriba, agravadas por suespectacular exhibición durante la batalla contra Adelina en elmuelle de Estenzian. Destrozar casi toda la marina de la reinaMaeve de Beldish con fuego había tenido su coste.

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Una pieza de piel se cae con las vendas. Enzo emite un suavegruñido. Raffaele se estremece ante la visión de la piel carbonizada.

—¿Quieres descansar un momento? —pregunta.—No —replica Enzo a través de sus dientes apretados.Raffaele obedece. Lentamente, con dolor, saca la última de las

vendas del brazo derecho de Enzo. Ambos brazos del príncipeestán expuestos ahora.

Raffaele deja salir un suspiro, después alcanza un bol de aguafría y limpia que está a su lado. Pone el bol en el regazo de Enzo.

—Aquí —dice—. Mete los brazos.Enzo mete sus brazos en el agua fría. Exhala lentamente. Se

sientan en silencio por un rato, dejando que los minutos pasen.Raffaele mira a Enzo de cerca. Día a día, el príncipe se ha vueltomás y más retraído, sus ojos se apartan frecuentemente y miran condeseo al mar. Hay una nueva energía en el aire que Raffaele nopuede exactamente expresar.

—¿Todavía sientes su atracción? —pregunta por fin Raffaele.Enzo asiente. Se gira instintivamente hacia la ventana de nuevo,

en dirección al océano. Otro largo momento pasa antes queresponda.

—Algunos días, está en silencio —dice—. Esta noche no.Raffaele espera a que continúe, pero Enzo vuelve a caer en su

profundo silencio, su atención todavía en el océano. Raffaele sepregunta en quién estará pensando Enzo. No es Adelina, sino unachica desaparecida hace mucho tiempo, de una época más feliz desu pasado.

Después de un rato, Raffaele toma el bol de agua y gentilmenteseca los brazos de Enzo, después aplica una capa de ungüento enla piel quemada. Es un antiguo bálsamo que Raffaele solía pedir enla Corte Fortunata, cuando Enzo le visitaba por la noche para que levendara las manos. Ahora la corte había desaparecido. La reinaMaeve había vuelto a Beldain para lamer sus heridas y restaurar sumarina. Y la Sociedad de la Daga había venido aquí, a Tamoura, loque quedaba de Tamoura, a cualquier precio. Los Inquisidores deAdelina salpicaban las colinas del norte de Tamoura, manteniéndolafuerte.

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—¿Alguna noticia de Adelina? —pregunta Enzo mientrasRaffaele alcanza un nuevo conjunto de vendas.

—La capital de Dumor ha caído contra su ejército —replicaRaffaele—.

Gobierna Sealands ahora.Enzo mira de nuevo al mar, como si buscara de nuevo la eterna

atracción entre él y el Lobo Blanco, y su mirada parece muy lejana.—No pasará mucho antes que su atención regrese aquí, al resto

de Tamoura — dice por fin.—No me sorprendería si sus barcos aparecieran al lado de

nuestras fronteras—coincide Raffaele.—¿ La Tríada Dorada se encontrará con nosotros mañana?—Sí. —Raffaele mira al príncipe—. Los reales de Tamouran

dicen que su ejército todavía está debilitado por el asedio deAdelina. Quieren tratar de negociar con ella de nuevo.

Enzo delicadamente mueve los dedos de su mano izquierda,después se estremece.

—¿Y qué piensas tú de ello? —Será una pérdida de tiempo. —Niega Raffaele—. Adelina

desestimó su último intento sin un momento de duda. No hay nadaque negociar; ¿qué le pueden ofrecer los reales que no pueda tomarpor la fuerza?

El silencio cae sobre ellos de nuevo, quizás la única respuesta ala pregunta de Raffaele. Mientras Raffaele continúa envolviendo losbrazos de Enzo con vendas frescas, trata de ignorar las olas delexterior. El sonido del mar detrás de la ventana. Un par de velasencendidas brillando en la oscuridad. Un golpe en la puerta.

El recuerdo le viene espontáneamente e implacable, rompiendolas paredes que Raffaele ha puesto alrededor de su corazón desdela muerte y resurrección de Enzo. Ya no está atendiendo las heridasdel príncipe sino de pie, esperando, asustado en su habitación en laCorte Fortunata hacía años, mirando al mar de gente enmascarada.

Parecía como si la ciudad entera hubiese aparecido para eldebut de Raffaele. Los nobles, con sus túnicas de seda Tamouran yencaje de Kenettran, se desplegaban por la habitación, sus caras

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parcialmente escondidas detrás de coloridas medias máscaras, surisa mezclándose con los sonidos de vasos tintineando y zapatillasarrastrándose. Otros consortes se movían entre ellos, silenciosos yelegantes, sirviendo bebidas y platos de uvas heladas.

Raffaele estaba en el centro de la habitación, un recatado jovenvestido y acicalado hasta la perfección, su cabello una cortina desatén oscuro, su túnica dorada y blanca flotando, polvo negrodelineando sus ojos del color de una joya, mirando al mar depujadores curiosos. Recuerda que sus manos temblaban, cómo laspresionó juntas para que no temblasen. Le habían entrenado en lasdiferentes expresiones que podía dejar que se vieran en su cara, unmillón diferentes de sutilezas de los labios y cejas y mejillas y ojos,sin importar si reflejaban sus emociones reales. Así que, en estemomento, su expresión era una de calma serena, de encanto tímidoy alegría gentil, silencioso como la nieve, sin mostrar su miedo.

De vez en cuando, la energía parecía cambiar en la habitación.Raffaele giró su cabeza mecánicamente en su dirección, insegurode lo que estaba sintiendo. Pensó al principio que quizás su menteestaba burlándose de él, hasta que se dio cuenta que la energía seconcentraba en un joven extraño deslizándose entre la multitud. Losojos de Raffaele le siguieron, hipnotizados por el poder que parecíaviajar con él.

La puja empezó alta y fue más arriba. Se disparó hasta queRaffaele ya no podía recordar los números, la visión y los sonidos asu alrededor empezaron a nublarse. Otros consortes susurrabanentre ellos en la audiencia. Nunca había escuchado tales importesen una puja antes, y la extrañeza hizo que su corazón golpeara másrápido, sus manos empezaron a temblar fuerte. A este ritmo, nuncapodría estar a la altura del pago del ganador

Y entonces, mientras la puja empezaba a llegar unos cuantos, unjoven criado escondido en la multitud dobló la oferta más alta.

La expresión calmada de Raffaele flaqueó por primera vez

mientras los murmullos atravesaron la habitación. La madame llamóde nuevo por una oferta que la superase, pero nadie lo hizo.Raffaele se quedó parado en silencio, ordenándose mantenersequieto mientras el criado ganaba la puja.

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Esa tarde, Raffaele encendió unas pocas velas con sustemblorosas manos y después se sentó solo en el borde de sucama. Las sábanas eran de seda, adornadas con hilo y encajedorado, y la esencia de lirios de noche perduraba en el aire. Losminutos pasaban. Escuchó el sonido de pisadas acercándose a susaposentos y se repitió las lecciones que los antiguos consortes lehabían enseñado durante los años.

Después de lo que parecía una eternidad, escuchó el sonido quehabía estado esperando en el pasillo de afuera. Momentos después,hubo un suave golpe en la puerta.

Todo estará bien, susurró Raffaele, inseguro de la verdad enesas palabras. Se levantó y elevó su voz.

—Entre, por favor.Una criada abrió la puerta. Detrás de ella, un hombre joven

enmascarado entró en sus aposentos con la gracia de undepredador experimentado. La puerta se cerró detrás de él, justomientras alargaba su mano para quitarse la máscara de su rostro.

Los ojos de Raffaele se abrieron por la sorpresa. Este era elmismo extraño que había visto entre la multitud. Se dio cuenta,avergonzado, que el extraño era bastante guapo, sus oscuros rizosatados en una coleta baja, largas pestañas enmarcando sus ojos,cortes escarlatas en sus iris. Estaba erguido, y no sonreía. Laenergía que Raffaele había sentido durante la puja ahora envolvía alextraño en capas. Fuego. Llamas. Ambición. Raffaele se sonrojó.Sabía que debería invitar al extraño a acercarse, sentarse en lacama. Pero, en este momento, no podía pensar.

El joven hombre dio un paso adelante. Cuando se detuvo delantede Raffaele, juntó sus manos detrás de su espalda y asintió.Raffaele sintió la energía cambiar de nuevo, llamándole, y no podíaevitar mirar al extraño. Raffaele se forzó a darle al joven hombre unasonrisa, una que había estado entrenando durante años.

El extraño habló primero.—Me viste entre la multitud —dijo—. Vi tus ojos siguiéndome por

la habitación. ¿Por qué?—Supongo que estaba atraído por ti —replicó Raffaele, bajando

su mirada y dejando que el calor se elevase en sus mejillas denuevo—. ¿Cuál es su nombre, señor?

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—Enzo Valenciano. —La voz del extraño era suave y profunda,seda escondiendo acero.

Los ojos de Raffaele se elevaron para mirarle. Enzo Valenciano.¿No era ese el nombre del desgraciado príncipe de Kenettra? Soloahora, en la tenue luz de la habitación, fue cuando Raffaele se diocuenta que el cabello del chico brillaba con un tono de rojo, tanprofundo que parecía negro. Una marca.

La antigua corona del príncipe.—¿Alteza? —susurró Raffaele, tan sorprendido que no pensó en

inclinarse de nuevo.El joven hombre asintió.—Y me temo que no tengo ninguna intención de cumplir tu

noche de debut.La escena se evapora mientras un golpe suena en la puerta.

Raffaele y Enzo miran a la puerta al unísono y Raffaele deja saliruna profunda respiración, empujando el recuerdo a la parte de atrásde su mente mientras deja las vendas.

—¿Sí? —pregunta.—¿Raffaele? —contesta una tímida voz—. Soy yo. Mete sus

manos en sus mangas.—Entra.La puerta se abre, y Violetta entra vacilante. Sus ojos primero

encuentran a Raffaele, después se dirigen a donde Enzo estásentado con sus codos descansando contra sus rodillas.

—Lo siento por interrumpir —dice—. Raffaele, algo raro estápasando cerca del muelle. Pensé que quizás querías ir a mirarlo.

Raffaele escucha con el ceño fruncido. Así que Violetta hasentido algo ominoso también. Se ve pálida esta noche, su piel olivase ve de color ceniza, sus gruesos labios apretados en una finallínea, su cabello asegurado en un recogido Tamouran. Habíaencontrado a la Sociedad de la Daga con su poder hacía casi unaño, ella sola. Le había tomado una semana encontrar las palabraspara decirle a Raffaele lo que había pasado entre ella y su hermana,después otra semana antes que le rogara con lágrimas queencontrara una manera de ayudar a Adelina. Desde entonces, habíaestado del lado de Raffaele, trabajando con él mientras probaba sulealtad y le enseñaba cómo concentrar su habilidad para sentir la

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energía de otros. Era una buena estudiante. Una estudiantefantástica.

Le recuerda mucho a Adelina. Si se dejaba, Raffaele podíaimaginar que estaba mirando a una versión más joven de la reina deSealands, antes que le dejara de lado. Antes que estuviera más alláde toda ayuda. El pensamiento siempre le entristecía. Es mi culpa,en lo que se ha convertido Adelina. Mi culpa que sea demasiadotarde.

Raffaele asiente a Violetta.—Iré en un momento. Espérame fuera.Mientras Violetta se aleja hacia el pasillo, termina de vendar el

brazo de Enzo, después se frota su propio cuello por el cansancio.Demasiadas noches seguidas que ha pasado así, semanas que sehan estirado hasta convertirse en meses, todas tratando en vano decurar las heridas de Enzo. Pero cada vez que empiezan a sanar,vuelven a empeorar de nuevo.

—Trata de dormir —le dice Raffaele.Enzo no responde. Su cara está lívida, pálida por el dolor. Está

aquí y no loestá.¿Cuánto tiempo hace desde que le perdieron por primera vez en

el campo?¿Dos años? Parece una eternidad, eones, desde la última vez

que Raffaele ha visto a su príncipe vivo de verdad, el fuego dentrode él brillando y de color escarlata. No quiere darle una razón más aEnzo para sufrir, para hacerle saber cómo su presencia, medio en elmundo de los vivos, medio en el Inframundo, le duele a aquellos quele aman. Sin embargo, Raffaele va a la puerta y silenciosamentesale.

La noche es cálida, un preludio de los veranos de Sunland, y elcalor del día todavía permanece en los pasillos. Raffaele y Violettacaminan en silencio debajo de las luces, pasando entre la luz y lassombras. En cada puerta, puede sentir la energía de cada uno delos de la Sociedad de la Daga quedándose dentro de losapartamentos. Michel, quien después de la muerte de Gemma se haencerrado por días, perdiéndose entre sus pinturas. Lucent, cuyahabitación tiene una ondulación provocada por una perturbación.

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Raffaele puede sentir que todavía está despierta, quizás mirandopor la ventana de su habitación al muelle. Los huesos de Lucentcontinuaron vaciándose y ahora tiene dolores constantes, undesarrollo que la ha hecho más amargada e irascible. Maeve sehabía quedado al principio, rogándole a Lucent que volviera aBeldain con ella, incluso tratando de sobornarla y ordenárselo, peroLucent se negó. Se quedaría con la Sociedad de la Daga y lucharíacon ellos hasta su última respiración. Después de un tiempo, Maevese había visto forzada a dirigir a sus soldados a casa. Pero lascartas de la reina llegaban desde Beldish cada semana,preguntando sobre la salud de Lucent, a veces enviando hierbas ymedicinas. Nada había ayudado. Raffaele sabía que nuncaayudaría, dado que la enfermedad de Lucent estaba causada poralgo profundo dentro de su propia energía.

La última habitación pertenecía a Leo, el chico calvo queRaffaele había reclutado recientemente para la Sociedad de laDaga, que tenía el poder de envenenar. Ahora su habitación estabavacía. Leo murió el mes pasado. El doctor le dijo a Raffaele que erapor una prolongada enfermedad pulmonar. Pero Raffaele sepregunta sobre otra posible razón, porque el cuerpo de Leo sehubiera vuelto contra él, envenenándolo desde dentro.

¿Qué debilidad se manifestaría pronto en él?—Oí sobre la última conquista de Adelina —dice Violetta cuando

finalmente llegan a la escalera que lleva fuera del palacio.Raffaele solo asiente.Violetta le mira furtivamente.—¿Crees que…?Cuán duro lo intenta. Raffaele puede sentir su corazón

intentando llegar a ella, deseando reconfortarla, pero todo lo quepuede hacer es tomar su mano y aliviarla temporalmente tocando sufibra sensible. Niega.

—Pero, escuché que está ofreciendo generosos pagos a losciudadanos de Dumor —replica Violetta—. Está siendo másgenerosa de lo que puede ser. Quizás si pudiéramos encontrar unamanera de…

—Está más allá de toda ayuda —dice Raffaele suavemente. Unarespuesta que ha dado muchas veces. No está seguro de creerla,

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no del todo, pero no puede soportar elevar las esperanzas deVioletta solo para verlas aplastadas—. Lo siento. Necesitamosconcentrarnos en defender Tamoura contra el próximo movimientode Adelina. Debemos oponer resistencia en algún sitio.

Violetta mira hacia la línea de costa y asiente.—Por supuesto —dice, como si se estuviera convenciendo.No es como los otros. Se alinea con las gemas, por supuesto,

con el miedo, la empatía y la alegría, pero no tiene ninguna marcade la que hablar. Su habilidad de tomar los poderes de los otros leincomoda. Y, aun así, Raffaele no puede evitar sentir un vínculo conella, una comodidad en saber que ella también puede sentir elmundo a su alrededor.

Ninguna de las tres lunas, ni ninguna estrella, eran visibles estanoche; solo nubes cubrían el cielo. Raffaele le ofrece a Violetta subrazo mientras escogen su camino cuidadosamente por elempedrado camino. Una chispa de carga permanece en los cálidosvientos, haciendo cosquillas en su piel. Mientras van por alrededorde la finca, el muelle aparece ante ellos, una línea de espumablanca rompiendo contra un espacio negro.

Ahora siente lo que ha preocupado a Violetta. Justo en la costa,donde la arena se vuelve fría y húmeda, la sensación esincreíblemente fuerte, como si todas las tiras del mundo estuvieranestiradas. Las olas le salpican con gotas de agua salada. La nochees tan oscura que no pueden ver otros detalles a su alrededor.Largas y amenazantes masas de rocas están esparcidas alrededor,nada más que siluetas negras. Raffaele las mira, sintiendo temor.Hay un olor penetrante en el aire.

Algo está mal.—Hay muerte aquí —susurra Violetta, su mano temblando contra

el brazo de Raffaele. Cuando la mira, se da cuenta que sus ojosparecen angustiados, la misma mirada que tiene cada vez que hablade Adelina.

Raffaele escanea el horizonte. Sí, algo está muy mal, unaenergía poco natural en el aire. Hay mucha, no puede decir dedónde viene. Sus ojos se mantienen en un oscuro parche lejos. Sequeda mirándolo durante un rato.

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Una serie de rayos atraviesan el cielo, haciendo caminos desdelas nubes al mar. Violetta se estremece, esperando a que el truenolos siga, pero no hay trueno, y el silencio pone de punta los vellos enla nuca de Raffaele. Finalmente, después de una eternidad, un bajorugido sacude la tierra. Sus ojos viajan por las olas rompiendocontra la costa, después se paran de nuevo en las siluetas negrasde las rocas.

El rayo relampaguea de nuevo. Esta vez, el brillo ilumina la costapor un breve momento. Raffaele da un paso atrás, mirando la vista.

Las siluetas negras no son para nada rocas. Son baliras, almenos una docena de ellas, varadas y muertas.

La mano de Violetta va a su boca. Por un momento, todo lo queRaffaele puede hacer es quedarse donde está. Varios marineros lecontaron historias sobre a dónde iban las baliras cuando morían,algunos decían que iban lejos a mar abierto, donde nadaban más ymás abajo hasta que se hundían en las profundidades delInframundo. Otros decían que salían del agua y volaban más y másalto, hasta que eran engullidas por las nubes. La ocasional costillase quedaba en la costa, y se blanqueaba. Pero nunca había visto unbalira muerta en persona. Ciertamente no de esta forma.

—No te acerques —susurra Raffaele a Violeta. El olor en el airese hace más y más penetrante mientras se acerca, ahora sin dudares el olor de carne podrida. Mientras llega a la primera balira,extiende la mano hacia ella. Duda, después pone sus dedosgentilmente contra su cuerpo.

La bestia se retuerce. Esta es sólo una cría, y no está muertatodavía.

La garganta de Raffaele se aprieta, y lágrimas llenan sus ojos.Algo terrible mató a estas criaturas. Todavía puede sentir la energíaenvenenada fluyendo por sus venas, puede sentir su debilidadmientras vuelve a intentar jadear.

—Raffaele —le llama Violetta. Cuando mira por encima de suhombro, la ve vadeando las olas mientras rompen contra la playa. Elbajo de su vestido está empapado, y está temblando como una hoja.Salte de ahí, quiere advertirle Raffaele—. Esto se siente como laenergía de Adelina —dice Violetta finalmente.

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Raffaele da un paso vacilante hacia el océano, después otro.Camina adelante hasta que sus zapatillas se hunden en la arenahúmeda. Respira bruscamente.

El agua está fría como no la había sentido antes, fría como lamuerte. Un millón de hilos de energía tiran de sus pies mientras elagua retrocede, como si cada uno tuviera un pequeño anzuelo,buscando algo vivo. Hace que su piel se encoja como una frutapodrida llena de larvas. El océano está lleno de veneno, profundo,oscuro y vil. Debajo se agita una capa de energía que es furiosa yasusta, algo que solo una vez sintió en Adelina. Piensa en la extrañadistracción de Enzo esta noche, la mirada distante en sus ojosmedio vacíos. La manera en que parecía atraído por el océano.Raffaele recuerda la tormenta que estalló la noche en que trajeron aEnzo de vuelta de las profundidades del mar, donde el borde entreel mundo de los vivos acababa y empezaba en el mundo de losmuertos.

A su lado, Violetta se mantenía congelada en su sitio mientras elagua golpeaba sus piernas.

Raffaele dio unos pasos más hacia el océano, hasta que las olasllegaron a su cintura. El agua fría le entumece. Alza la mirada denuevo donde la silenciosa tormenta de rayos causa estragos, ylágrimas comienzan a caer por sus mejillas.

De hecho, se siente como la energía de Adelina. Como miedo yfuria. Ésta es energía de otro reino, hilos por debajo de la superficie,un lugar inmortal que nunca debería haber sido perturbado. Raffaeletiembla.

Algo está envenenando el mundo.

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Incluso ahora, décadas después, no temo nada tanto como el marabierto en la noche, con la oscuridad extendiéndose a mi alrededor

en cada dirección.

—Los diarios de Reda Harrakan, traducido por Bianca Bercetto.

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3Adelina Amouteru

Una semana completa después, la herida en mi brazo todavía

palpita cuando me muevo demasiado rápido. Una gruesa capa devendajes la cubre. Hago una mueca mientras voy hacia el puerto deEstenzian, esperando no haberme roto la piel de nuevo.

El puerto hoy está lleno con el hedor a pescado podrido. Arrugola nariz mientras los soldados nos guían a una serie de carruajesesperando nuestra llegada. Aparte de mí, Sergio camina con unamano descansando permanentemente en la empuñadura de suespada. Se inclina hacia mí.

—Su majestad —dice. El título fluye tan naturalmente de él comosi hubiera nacido para el trono—. Mis hombres han capturado variosciudadanos acusados de intentan cruzar las puertas del palacio.Están en la Torre de la Inquisición ahora, pero preferiría no tomarningún riesgo.

Lo miro.—¿Y por qué están tan molestos?—Por darle su tierra a los marcados. Su nuevo decreto.—¿Y qué planeas hacer con esos prisioneros?Sergio se encoge de hombros. Se ajusta su capa para envolverla

más apretada alrededor de sus hombros, luego toma un largo sorbode su cantimplora.

—Lo que usted guste. Usted es la reina.Me pregunto si piensa diferente de mí de lo que lo hacía del Rey

de la Noche de Merroutas. Me gustaría pensar que Sergio merespeta más que eso. El Rey de la Noche era débil, y enemigo delos marcados, un borracho, y un bufón. Le pago más a Sergio de loque el hombre alguna vez pagó. La armadura de Sergio estabordada con hilo de oro, su capa está hecha con las sedas másfinas y pesadas del mundo, bordada con las iniciales de susartesanos.

Los susurros se burlan de mí. Cuida tus espaldas, pequeña loba,dicen. Los enemigos se levantan de lugares inesperados.

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Empujo tercamente, en vano, contra sus palabras. Sergiopermanecerá leal a mí, así como Magiano. Les he dado todo lo quepodrían desear.

Pero no puedes darles todo lo que quieren… siempre van aquerer más de lo que tienen.

Me recuerdo prepararme otra bebida herbal cuando esté en elpalacio. Mi cabeza ha empezado a palpitar por su incesante sonido,conversando, haciendo eco en mi mente durante todo nuestro viajea casa.

—Has que los ejecuten públicamente —contesto, tratando deahogar los susurros con mi voz—. Colgados, por favor. Sabes cómome siento sobre las cremaciones.

Sergio, como siempre, no mueve ni una pestaña. El Rey de laNoche le había ordenado peores cosas.

—Considérelo hecho, su majestad. —Espera mientras entro alcarruaje y luego baja su rostro cerca del mío—. Deténgase en loscalabozos cuando llegue al palacio

—dice.—¿Por qué? —replico.Un aleteo de duda cruza la cara de Sergio.—He recibido un mensaje del guarda que algo está mal con

Teren.Una sensación de cosquilleo baja por mi espalda. A Sergio

nunca le ha gustado que visite a Teren en los calabozos; así quepara que él ahora me diga que debería ir allá es sorprendente. Lossusurros instantáneamente desentierran un pensamiento irracional.Quiere que visites a Teren porque te quiere muerta. Todo el mundote quiere muerta, Adelina, incluso un amigo como Sergio. Estállevándote allá para que Teren pueda cortarte la garganta. Se ríen acarcajadas, y por un momento de verdad les creo. Contengo el airey me obligo a pensar en otra cosa.

Lo que sea que le haya sucedido a Teren debe ser losuficientemente serio para que Sergio quiera que vaya a verlo. Esoes todo.

—Haré que los carruajes vayan por las puertas traseras —digo.—Y debería tomar una ruta diferente al palacio. Una más

discreta.

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Frunzo el ceño. No voy a acobardarme en mis propias calles sóloporque un par de personas han tomado la tonta decisión de atacarmis puertas.

—No —contesto—. Ya hemos pasado por esto. Tomaré mi rutapública, y las personas me verán en mi carruaje. No son gobernadospor una reina cobarde.

Sergio pronuncia un molesto gruñido, pero no discute conmigo.Simplemente hace una inclinación otra vez.

—Como desee. —Luego se marcha al frente de nuestraprocesión.

Miro por la ventana con la esperanza de ver a Magiano. Deberíaestar montando detrás de mí, pero no está ahí. Continúo mirandomientras mi carruaje avanza y gradualmente dejamos atrás elmuelle.

Meses han pasado desde que puse un pie por última vez enEstenzia. Son los comienzos de la primavera, y mientrasavanzamos, noto las cosas familiares primero; las flores floreciendoen montones a lo largo de los alfeizares, las vides colgando gruesasy verdes a lo largo de las estrechas calles laterales, puentesarqueándose sobre canales, llenos de personas.

Entonces están los cambios. Mis cambios. Los marcados, ya nollamados malfettos, tienen propiedades y tiendas. Otros marcadoslos saludan mientras pasan entre las multitudes. Veo dosInquisidores arrastrando a una persona sin marcar a través de laplaza incluso mientras lucha y grita. En otra calle, un grupo de niñosmarcados rodean a uno sin marca, lanzándole rocas, empujándolocon fuerza al suelo mientras grita. Los Inquisidores parados cercano los detienen, aparto mi mirada también desinteresada. ¿Cuántasrocas me habían arrojado cuando era niña? ¿Cuántos niñosmarcados alguna vez habían sido enterrados vivos en las calles?Qué irónico ver a estos soldados de capas blancas a los que algunavez temí tanto ahora obedeciendo cada una de mis órdenes.

Giramos en una pequeña calle, luego nos detenemos. Al frente,escucho un grupo de personas gritando, sus voces se acercan mása mi carruaje. Protestantes. Mi energía se remueve.

Una voz familiar vaga hasta nosotros desde afuera. Un instantedespués, algo aterriza en el techo del carruaje con un golpe. Me

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asomo por la ventana y levanto la mirada; justo cuando unprotestante corre por la pequeña calle hacia mí.

De inmediato, la cabeza de Magiano aparece sobre el techo delcarruaje. No tengo ni idea de dónde vino, pero me doy cuenta que élfue lo que aterrizó en el techo. Me lanza una rápida mirada antes devolver su atención a la multitud. Luego levanta un cuchillo en unamano y salta del carruaje directamente en frente del primerprotestante, poniéndose entre la multitud y yo.

—Creo que va en la dirección equivocada —le dice Magiano,mostrándole una peligrosa sonrisa.

El protestante titubea brevemente ante la visión de la daga deMagiano. Luego entrecierra sus ojos y apunta un dedo hacia mí.

—¡Ella nos está matando de hambre! —grita—. ¡Este demonio,malfetto, reina falsa…!

Muevo mi enfoque al protestante y sus palabras tropiezan ante lavisión de mi rostro. Luego le sonrío, busco sus hilos de energía yentretejo.

Una sensación ardiente a lo largo de tus brazos y piernas, unasensación que se convierte en fuego. Miras hacia abajo, ¿y quéves? Arañas, escorpiones, monstruos con pies de púas, en llamas ysubiéndose por todo tu cuerpo. Hay tantos de ellos que ya nopuedes ver tu piel.

El hombre baja la mirada hacia sí mismo. Abre su boca en unsilencioso grito y tropieza hacia atrás.

Están metiéndose en tu boca, salen por tus ojos. Te comeránvivo, de afuera hacia adentro.

—Ahora, dime de nuevo —digo cuando finalmente encuentra suvoz y grita—.

¿Qué estabas diciendo?El hombre colapsa en el suelo. Sus gritos llenan el aire. Otros

protestantes tras él se detienen ante la visión de su figuraretorciéndose. Continúo entretejiendo, extendiendo la ilusión más ymás hasta que el hombre se desmaya por la agonía. Entonces misInquisidores; con las capas blancas volando, las dagas afuera,descienden sobre el resto de ellos, empujando a aquellos queatrapan al suelo. Frente a nosotros, atrapo un vistazo de la pesada

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capa de Sergio y su rostro sombrío, furiosamente gritando órdenes asu patrulla.

Puedes terminarlo ahora, rugen los susurros, urgiéndome a miraral hombre que había atacado. Vamos, hazlo, quieres hacerlodemasiado. Están bailando con alegría en el aire alrededor, susvoces entremezclándose en un torbellino. Cierro los ojos, de repentemareada por su ruido, y mi repentina debilidad solo fortalece susgritos. Quieres hacerlo, quieres hacerlo, quieres hacerlo. Un sudorfrío rompe en mis brazos. No, es muy pronto desde que asesiné enDumor. Desde que tomé la vida de Dante en ese estrecho callejónno muy lejos de aquí, he aprendido que mientras más asesino, máscrecen las ilusiones, y más se salen de mi control mientras sealimentan de la fuerza del terror del hombre muriendo. Si tomo otravida ahora, sé que pasaré la noche ahogándome en mis pesadillas,arañando impotente la pared de mi propia ilusión.

Debí haber prestado atención a la advertencia de Sergio.—Adelina. —Magiano está llamándome. Está de pie sobre el

hombre inconsciente, con la daga afuera, lanzándome una miradacuestionadora.

—Sácalo de la calle —ordeno. Mi voz sale débil y áspera—. Yhaz que lo lleven a la Torre de la Inquisición.

Magiano no duda. Arrastra al protestante a un lado de la calle,fuera del camino del carruaje, y luego hace señas con una mano ados Inquisidores cerca.

—Ya escucharon a la reina —dice. Mientras pasa junto a miventana, lo escucho murmurar algo a uno de los soldadosInquisidores detrás de mi carruaje—. Coloca más cuidado a nuestrocamino —dice—, o me encargaré que todos sean juzgados portraición.

¿Y qué si algunos de mis propios hombres están empezando adescuidar sus responsabilidades también? ¿Y si me quierenmuerta? Le doy la espalda a la escena atrás, negándome siquiera amostrar una pizca de inseguridad, desafiándolos a que me desafíen.

—Eso está mejor. —La voz de Magiano llega de nuevo desdeafuera, y un instante después salta a través de la ventana y estásentado justo a mi lado en el carruaje, trayendo con él el aroma delviento—. No recuerdo que las protestas sucedieran tan seguidas —

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añade. Su tono es despreocupado, pero reconozco que es la queusa cuando está preocupado.

Mi costado está presionado contra el suyo, y me encuentroesperando que se quede aquí por el resto del viaje.

—Cuando lleguemos al palacio —digo suavemente—, trae a losInquisidores a la torre para un interrogatorio. No quiero una rata enmi entorno, haciendo planes a mis espaldas.

Magiano me mira con cuidado.—Será imposible atrapar todas las ratas, mi amor —dice. Su

mano roza la mía—. Tarde que temprano, una se meterá entre lasranuras. Necesitas tener más cuidado.

Qué cosa más curiosa de decir. Tal vez él es la rata. Lossusurros se disuelven en una risa.

—En buena hora —le contesto—. No vamos a tener que utilizarla violencia para conseguir nuestro camino. Las personas con eltiempo se darán cuenta que el marcado está aquí ahora, que vamosa permanecer en el poder. Entonces podemos vivir en paz.

—Paz —contesta Magiano, todavía alegre. Salta hacia atrás y seagacha en el asiento—. Por supuesto.

Levanto una ceja.—Nadie te obliga a permanecer aquí, por supuesto, a mi

servicio. Eres libre de ir y venir como desees. Eres un Elite, despuésde todo. El más grande de la humanidad.

Magiano frunce el ceño.—No. —Está de acuerdo—. Nadie me obliga a permanecer.Hay otra emoción enterrada en sus palabras. Me sonrojo. Estoy

a punto de añadir algo, pero luego asiente cortésmente y vuelve asaltar a través de la ventana.

—Feliz paseo, su majestad —grita—. Estaré en los baños,remojando la suciedad de este viaje.

Estoy tentada a salir del carruaje con él, y permitirle que noslleve a ambos a los baños, pero en lugar de eso me hundo en miasiento. Hay una opresión en mi pecho ahora que trabajo paradesanudar. Encontraré a Magiano más tarde, le pediré perdón pordescartar su compañía de manera inconsciente, agradeciéndole quesiempre me observe desde la distancia.

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Tal vez no es a ti lo que está protegiendo, los murmullos seburlan, sino su propia fortuna. ¿Por qué herir a la reina que sostienelas cuerdas de su bolso?

¿Por qué de otro modo se queda?Quizás tengan razón. Los susurros se esconden en mi mente,

cavando sus pequeñas garras en lo más profundo, y el resto delpaseo pasa en silencio. Por último, llegamos a las puertas de laparte posterior del palacio, y los carruajes ruedan en los jardinesreales.

He sido la reina de Kenettra durante un año. Y, sin embargo,entrar en los jardines del palacio todavía se siente extraño ysurrealista. Esto había sido una vez, donde Enzo de niño, se habíabatido en duelo con un joven Teren en los patios, donde Teren habíavisto a la princesa Giulietta desde su escondite en los árboles. Lospasos de Enzo habían adornado estos caminos, habían sidoseñalados hacia la sala del trono donde estaba destinado asentarse, lo que había querido una vez ayudarle a conseguir. Ahorase ha ido, una abominación en algún lugar al otro lado del océano.Incluso su hermana ha pasado mucho tiempo en el mundo terrenal,y Teren es mi prisionero.

Soy la que está sentada en la sala del trono.Sola. Justo como te gusta. Tengo que forzar lejos la imagen de la

cara de mi hermana, las lágrimas que había visto en sus mejillasmientras me dio la espalda por última vez. Empujo a un lado unavisión de Enzo y su mirada de odio absoluto, cuando nosenfrentamos en la cubierta del barco de la reina Maeve. Como sirespondiese, la atadura entre nosotros tira tensa por un momento,haciéndome jadear.

A veces me pregunto si Enzo está tratando de contactar a travésde los kilómetros que nos separan, tratando de controlarme. Hago lomismo de nuevo. Pero él está demasiado lejos.

Sergio me abre la puerta del carruaje, ofreciéndome su brazocuando bajo. Varios Inquisidores están esperando para saludarnos,y cuando me ven, bajan la cabeza. Hago una pausa por unmomento antes de entrar en el palacio, para mirar a cada uno deellos.

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―Hemos ganado una victoria impresionante. Báñense, beban ydescansen. Les diré a sus capitanes que despejen sus horarios deentrenamiento de hoy. Recuerden, son una parte de mi guardiapersonal ahora, y se les dará todos los lujos. Si alguien no cumplecon sus expectativas, repórtenlos conmigo, y me ocuparé de sueliminación inmediata.

Sus ojos se iluminan con eso. Los dejo antes que puedanresponder. Que me conozcan como su benefactor, el que les diotodo lo que pueden desear. Debo mantenerlos leales.

A medida que los Inquisidores se dispersan, camino con Sergiohacia una pequeña entrada lateral. Él ondea a dos de sus antiguosmercenarios para que me sigan. Pasamos a la parte delantera delcortejo, y a medida que avanzamos, vemos que Magiano descansacerca de la entrada trasera del palacio, vestido como si estuvieralisto para dirigirse a los baños, mientras que una de las criadasreales le entrega su capa. Ella es una chica que he visto hablandocon él en varias ocasiones.

Hoy, algo que ella dice está haciéndole reír. Magiano sonríe yniega antes de ir en la dirección de los baños.

Se burlan de ti a tus espaldas, dicen los rumores. Ya les has oídoreír,

¿verdad? ¿Qué te hace pensar que tu precioso ladrónpermanecerá a tu lado? Mientras hablan, la escena que acababa depresenciar se transforma en mi memoria, para que en cambio, meimagine viendo a la criada correr su mano por las trenzas deMagiano, besar sus labios, y él respondiendo apretando su brazo,murmurando un secreto en su oreja. Mi pecho quema, llenándosecon fuego y dolor.

Tal vez deberías mostrarles lo que eres capaz de hacer. No vana hacer una tonta de ti otra vez.

—No es real —digo en voz baja—. No es real. —Poco a poco, lailusión se desvanece, y la verdadera escena la reemplaza de nuevo.Mi corazón martillea en mi pecho mientras se retiran los susurros,riéndose de mí.

—El guardián del calabozo me dice que han preparado a Terenpara tu visita de hoy —dice Sergio, sacudiéndome de mispensamientos. Me vuelvo hacia él en alivio. Basándome en su

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expresión, está diciendo esto por segunda vez—. Él ha sido aseado,la barba afeitada, dado un nuevo conjunto de ropa.

—Bien —le respondo. Teren había matado a varios guardias dela Inquisición en los últimos meses, aquellos que no habían sidocuidadosos en su presencia. Ahora se acercaban a él, en muy rarasocasiones, dejándolo descuidado—. ¿Cómo está ahora?

—Tranquilo —dice Sergio. Acaricia la empuñadura a su lado—.Débil.

¿Débil? Caemos en el silencio de nuevo al entrar en el palacio ycaminamos por un pasillo mal iluminado. El terreno inclinadoligeramente hasta llegar a un conjunto de escaleras de caracol en laoscuridad, y aquí, Sergio lleva la delantera. Lo sigo, mientras queotros soldados me vigilan. Nuestros pasos hacen eco en lasprofundidades.

—Se rumorea que los Dagas pueden estar escondidos en losSkylands —dice Sergio después de un tiempo.

Lo miro, pero sus ojos evitan los míos.—¿Beldain? —pregunto—. ¿Está la reina Maeve planeando

golpearnos de nuevo?—No he oído nada. —Sergio está silencioso por otro latido, y su

rostro se dibuja con una expresión extraña—. Aunque algunos dicenque tu hermana puede estar en su compañía también.

Violetta. Agarro los bordes de mi vestido con más fuerza. Porsupuesto Sergio la extraña, ha estado haciendo observacionessutiles durante meses sobre dónde podría estar. Mi patrón deconquistas, Merroutas, Domacca, norte de Tamoura, Dumor, no esuna coincidencia. Es el orden de los países donde Sergio ha oídoque podría estar Violetta.

—Envía un explorador y una balira en la dirección de Beldain —digo finalmente.

—Sí, su majestad —responde Sergio.La original Torre de la inquisición sigue en pie, la misma que

Teren había usado una vez para mantener a mi hermana cautiva,donde había ido en varias ocasiones a verle en mi desesperación.Estaba tentada a mantenerlo en los mismos alojamientos, pero elpalacio en sí tiene un nivel inferior de mazmorras, destinado a losmás destacados prisioneros, los que se mantienen cerca.

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Y quiero a Teren muy, muy cerca.Las mazmorras son un cilindro en espiral hacia la oscuridad,

apenas iluminado por astillas de luz que miran a escondidas através de las rejillas de arriba. Cuanto más abajo vamos, aumenta lahumedad de las piedras y paredes. Envuelvo mi capa más apretadaa mi alrededor mientras el aire frío pincha mi piel. Los pasos sevuelven más estrechos, y a través de sus grietas crecen musgos ylas malas hierbas, plantas extrañas que se alimentan de algunamanera en la tenue luz y agua que gotea. Los supervivientes. Meacuerdo de mis primeros días con la Sociedad de la Daga, laantigua caverna que todos utilizábamos para entrenar. Nosotros,como si aún hubiese tal cosa. Expulso el recuerdo de la gentildirección de Raffaele, su sonrisa. El recuerdo de Michelenseñándome a esculpir una rosa de la nada, de Gemmamostrándome su poder con los animales. De Enzo, secándome unalágrima de mi mejilla. No llores. Eres más fuerte que eso.

Él está atrayéndote allí para que Teren pueda rajar tu garganta.La memoria de Enzo se desvanece, reivindicada por los

susurros, y se transforma en su lugar en la imagen de élenfrentándome en la nave de Maeve, la espada apuntando hacia elfrente, deseando mi muerte. Mi corazón se hiela más. Eres solo unfantasma, me recuerdo, empujando contra la atadura familiar entrenosotros con una apariencia de hielo, nieve, frío. Espero que losienta, dondequiera que esté. Tú ya estás muerto para mí.

Un hombre está esperando por nosotros en el nivel más bajo, unsoldado marcado con una raya pálida en su cabello rubio oscuro,grasa brillante en su cara, su uniforme de Inquisición manchado ysucio de ceniza. Él asiente hacia Sergio y luego se inclina hacia mí.

—Su majestad —dice. Luego sostiene un brazo hacia lasmazmorras y nos marca el inicio.

Las celdas del palacio tienen cada una su propio espacio, sinbarras y ventanas. Él nos lleva por una amplia sala con puertas dehierro que recubren ambos lados de ella, cada una custodiada pordos Inquisidores. Algunas de las puertas están más separadas queotras. Cuando nos acercamos al final, llegamos a varias que estánseparadas tan lejos, que no puedo ver la puerta contigua que

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acabamos de pasar. Por último, el guardián del calabozo se detieneen la última puerta a la derecha.

Hay seis Inquisidores fuera de ésta, en lugar de dos. Se alineanen formación cuando me acerco, reverencia, y dan paso al guardián.Él saca una llave mientras el más antiguo Inquisidor saca unasegunda ya que deshacer esta cerradura requiere la inserción dedos llaves a la vez.

Sergio y yo intercambiamos una breve mirada. La última vez quevi a Teren fue hace varios meses, antes de la expedición paraconquistar Dumor. Me pregunto cómo se verá ahora.

La cerradura cruje, luego hace clic y la puerta ribetea abierta.Entro detrás de los Inquisidores.

La cámara es grande y circular, con un techo alto, iluminado porocho antorchas a lo largo de las paredes. Hay un foso aquí, conagua sucia alimentada desde las tuberías de la casa de baños. Lossoldados se alinean en las paredes. El foso rodea una isla depiedra, y sobre esta isla se encuentra una figura, encadenado poruna docena de enlaces pesados anclados en los mismos bordes ycustodiado por dos soldados que rotan una vez cada hora,asignados para subir y bajar un puente de cuerda entre la isla y elresto de la cámara. La figura despierta cuando escuchacongregarnos en el otro lado de la fosa. En la luz de las antorchas,su cabello luce de oro, y cuando levanta su rostro en nuestradirección, sus ojos centellean en una locura familiar. Pálido,pulsante, incoloro. Incluso ahora, con nuestros papeles invertidos,su mirada envía una oleada de energía, una mezcla de miedo y odioy emoción.

Teren me sonríe. Su voz resuena en la cámara, baja y humosa.—Mi Adelinetta.

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4Maeve Jacqueline Kelly

Corrigan Una carta de Raffaele debería haber llegado con una paloma

hoy, pero no lo hizo. Maeve se pregunta si el ave ha sido asesinadadurante el vuelo o se ha retrasado por las tormentas. Los mares hanestado extraños últimamente. Cualquiera sea la razón, ella no harecibido aún una respuesta del estado actual de Lucent, por lo quese queda en el patio de entrenamiento hasta mucho después de lamedianoche, blandiendo incansablemente su espada de maderapara prácticas.

Algunos de sus guardias están dispersos alrededor del perímetrodel patio. Su hermano Augustine está allí también, ayudándola apracticar. Le da una mirada de simpatía cuando ella lentamentebalancea su espada y se tropieza en la tierra.

—Debes estar lo suficientemente cansada ahora como paradormir —dice Augustine mientras empuja suavemente a Maevehacia atrás y espera a que cambie de posición. Usa su espada paraseñalar hacia los apartamentos—. Vete, majestad. No eres buenapara nadie aquí afuera de esta manera.

Maeve niega y frunce el ceño. Levanta su espada de nuevo.—Voy a quedarme —responde.Augustine arremete contra ella. Ella bloquea su ataque, lo

esquiva y balancea su arma por encima de su cabeza. Lo baja haciaél y la detiene con su espada de madera. Mientras Maeve aprietalos dientes, Augustine se inclina más cerca y frunce el ceño.

—Tienes que ir con Lucent —le dice—. Estoy cansado de verteasí. Los ojos de Maeve brillan con irritación.

—No voy a dejar mi país sólo para visitar a una vieja compañerade montar. — Los labios de Augustine se tensan formando unalínea.

—Oh, por el amor de los dioses, pequeña Jac —espeta—.Sabemos que Lucent no era sólo tu compañera de montar. —Ante

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su expresión estupefacta, Augustine se ríe—. Eres buena enmuchas cosas, pero eres terrible para mantener tus interesesamorosos en secreto.

El temperamento de Maeve estalla. Empuja a Augustine ybalancea su espada hacia él de nuevo. La hoja de madera lo golpeadirectamente en el costado antes que pueda bloquear su ataque. Élgruñe por el golpe y se inclina. Maeve aprovecha la oportunidad, logolpea en la espalda y empuja su rodilla contra su pecho. Presionala espada con fuerza contra su cuello y Augustine levanta las manosen derrota.

—No voy a dejar mi país —repite Maeve con los dientesapretados—, para visitar a una vieja compañera de montar. Nodespués de nuestra última batalla. Adelina está en camino. Ellavendrá al norte.

Augustine aparta su espada.—¿Así que sólo vas a esperar a que llegue a nuestras costas?

—replica él—. El rumor es que ha tomado Dumor. Es posible quetenga su vista puesta en Tamoura por ahora, pero pronto dirigirá suatención a Skylands.

Maeve suspira, bajando su espada. Retrocede y observamientras Augustine lucha para ponerse de pie.

—No puedo irme —repite ella, más bajo esta vez—. Tristan.Ante la mención del nombre de su hermano más joven, el humor

de Augustine se suaviza.—Lo sé.—¿Lo has visto ayer?—Sigue igual, dijeron los doctores. Ningún cambio.Maeve se obliga a levantar la espada y se concentra en

Augustine de nuevo. Necesita distracción. Tristan no ha dicho unapalabra desde hace semanas, el tiempo más largo que ha pasado, ysu mirada estos días está siempre fija en el mar, apuntada enalguna dirección hacia el sur. La pequeña chispa de luz quequedaba en sus ojos ha desaparecido completamente, dejandopozos sin brillo y una mirada vacía y sin vida. Una vez, cuando lohabía llevado a los carnavales de invierno con ella, la había atacadoen un estado de confusión. Lo había hecho con poco entusiasmo,como si una parte de él supiera que no quería hacerlo, pero aun así,

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había necesitado a Augustine y a otro hombre para podercontenerlo. Desde entonces, no ha dormido. En lugar de eso se haquedado junto a la ventana, con los ojos fijos en el mar.

Los rumores sobre él dan vueltas alrededor de Hadenbury. Elpríncipe Tristan está loco. Atacó a la reina, su propia hermana.

Maeve ataca a Augustine de nuevo con su espada de madera, yel estruendo resuena a través del patio. Había tratado de llegar alInframundo anoche, en busca de pistas. Pero la energía allí erademasiado fuerte, incluso para ella, su oscuridad quemaba susdedos, dejando una capa de hielo en su corazón. Ella sabe, poralgún instinto de supervivencia, que si trataba de usar su poder, lamataría.

—Tendremos cuatro barcos más terminados en sólo unas pocassemanas — dice Maeve, cambiando de tema mientras esquiva elbloqueo de Augustine—. Nuestra flota se recuperará completamentepara antes de fin de año. Luego podremos pensar en Adelina denuevo.

—Ya no tiene a Enzo a su disposición —le recuerda Augustine—. Él está con los Dagas en Tamoura. Ella estará más débil.

Hay un espacio entre sus palabras, donde ninguna quieremencionar los rumores del descenso de Adelina a la locura.

—Podría ser asesinada antes que siquiera lleguemos a ella —dice Maeve finalmente—. Uno puede tener esperanza.

Ambos levantan la vista al oír una puerta abriéndose. Alprincipio, Maeve piensa que es un mensajero viniendo a traerle unpergamino de Raffaele, y su espíritu se levanta de inmediato.Comienza a caminar hacia la silueta.

—Augustine —llama a su hermano por encima de su hombro—.Trae la antorcha a la cerca. Tenemos un mensaje.

Entonces la silueta da un paso hacia la luz de la luna, y ellavacila. Varios de los guardias junto a la pared se mueven hacia éltambién, aunque ninguna de sus espadas está desenvainada.Maeve entrecierra los ojos, tratando de reconocerlo.

—¿Tristan? —susurra.Parece Tristan. Ella puede sentir el tirón entre ellos, el débil lazo

que une sus dos energías. Maeve frunce el ceño. Algo no está bien.Su paso es extraño y desarticulado, y una escalofriante sensación

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crece en su estómago. Tristan tiene su propia patrulla de unadocena de hombres que rotan alrededor de su celda, asegurándoseque permanezca a salvo donde pueda ser vigilado. ¿Cómo escapó?

Cuando un guardia lo alcanza, Tristan se vuelve mientrasextiende un brazo rápidamente y agarra el cuello del hombre,apretándolo. El guardia se pone rígido, aturdido por el ataque.Ahogándose, se estira para tomar la espada en su costado, peroTristan está apretando su cuello demasiado fuerte. El guardia luchadesesperadamente contra su agarre. Maeve apenas se da cuentaque ella ya ha soltado su espada de madera y sacado su espada deverdad.

Detrás de Tristan aparecen dos guardias, corriendo sin alientohacia el patio. Maeve sabe lo que sucedió antes que siquiera logriten. Tristan ha asesinado a sus guardias. Apunta con su espada asu hermano más joven.

—¡Ríndete! —grita.Junto a ella, Augustine se pone de pie de un salto y saca su

espada de verdad también. Tristan no emite ningún sonido, en sulugar, lanza a un costado al hombre que sujetaba de la garganta yluego arremete contra el siguiente guardia más cerca de él. Dobla elbrazo del hombre alrededor de su espalda tan fuerte que se loquiebra.

—¡Tristan! —grita Maeve, empezando a correr hacia él—.¡Detente! —Se estira para alcanzar su lazo, buscando controlarlo.Pero de alguna forma, esta vez, se resiste. Sus ojos se muevenhacia ella de una manera que envía escalofríos por su columna. Laoscuridad que se agita en él arremete, empujando su poder lejos, yMaeve siente el familiar toque de frío y muerte en su corazón. Elefecto es tan poderoso que se paraliza en el lugar por un momentopor el entumecimiento. Esto no está bien.

Maeve se lanza hacia delante y alcanza a Tristan antes quepueda atacar a otro guardia. Levanta su espada, pero la visión desus ojos la aterroriza. No hay blanco en ninguna parte. En vez deeso, sus ojos son piscinas de oscuridad, completamentedesprovistos de vida. Vacila por un instante y, en ese momento,Tristan muestra los dientes como si fueran colmillos y arremetecontra ella con las manos extendidas.

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Maeve consigue levantar su espada a tiempo; la hoja cortaprofundo en una de sus manos. Tristan gruñe y arremete contra ellauna y otra vez. Es asombrosamente fuerte. Es como si toda lafuerza del Inframundo se hubiera metido ahora debajo de su piel,queriendo lanzarse hacia ella. El lazo entre ellos tira dolorosamentefuerte, y Maeve se estremece.

Cuando Tristan ataca de nuevo, Augustine aparece entre ellos ylevanta su espada para proteger a su hermana. Tristan gruñe, subrazo se mueve rápidamente, agarrando la daga metida en elcinturón de Augustine, y se vuelve contra su hermano mayor. Apesar de la complexión más pequeña del más joven, su ataquederriba a Augustine. Ambos caen al suelo en una lluvia de tierra.

Maeve se estremece cuando los hilos entre ella y Tristan tiranfuerte de nuevo. El dolor la hace sentir mareada. A través de suvisión borrosa, ve a Augustine luchando desesperadamente paramantener alejada la daga de Tristan. Se estira, buscando lascuerdas que los unen que están enganchadas dentro de su corazón,las cuerdas que mantienen a Tristan vivo y bajo su control. Vacila denuevo. Un recuerdo de Tristan, antes de su accidente, antes de quelo trajera de vuelta, destella en su mente; un chico sonriendo yriendo, el hermano que parecía que nunca podía dejar de hablarincluso cuando ella lo apartaba de un empujón cariñosamente, elhermano que le gustaba sorprenderla en la hierba alta e ir a largascacerías con ella y Lucent.

Este no es Tristan, de repente se permite pensar mientras mira ala criatura atacando a Augustine.

Finalmente, Augustine logra lanzar a Tristan al suelo. Toma suespada y la apunta por encima del corazón de su hermano. Tristanle escupe, pero aun así, Augustine vacila. Su espada tiembla en elaire.

Tomando ventaja del momento, Tristan lo apuñala con su daga.No. Maeve se mueve antes que siquiera pueda pensar. Se lanza

hacia delante, empujando a Augustine fuera del peligro, y clava supropia espada en el pecho de Tristan.

Tristan deja escapar un horrible grito ahogado. Las piscinasoscuras de sus ojos desaparecen en un instante, dejando a un chicoconfundido con los ojos muy abiertos. Parpadea dos veces, mira

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hacia la espada que sobresale de su pecho, y luego continúa hastaarriba donde Maeve está de pie por encima de él, su mirada se posaen ella por primera vez.

Maeve se estira instintivamente para alcanzar el lazo que losune, pero ahora, siente que se está desvaneciendo. Tristan continúamirándola por lo que parece una eternidad. Siente como si pudieraleer la mirada en sus ojos. Sus labios se separan con un silenciososollozo.

Luego, con un suspiro, Tristan cierra los ojos, el brillo de luz quepermanece en su alma, la imitación de una vida que una vez fue,finalmente se apaga, y cae muerto en el suelo.

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Cuando los clarines sonaron a través del mar, él aún los ignoró.

Cuando la caballería llegó a las puertas, él aún dormía.Cuando su gente gritó, él aún pedía calma.

Incluso cuando el enemigo prendió fuego a su reino y cerró laspuertas de su castillo, él fue a su habitación,

negándose a creerlo.

—La segunda caída de Persenople, de Scholar Natanaele

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5Adelina Amouteru

Los recuerdos son cosas divertidas. Mi primer recuerdo de Teren

sigue siendo claro hasta el día de hoy: esa brillante capa blanca,una silueta bañada en luz del sol en un día azul brillante, el perfil desu rostro cincelado, una cola de cabello trigueño envuelta en orocolgando en sus hombros, con las manos cruzadas detrás de suespalda. Lo intimidante que se veía. Incluso ahora, mientras miroesta figura tendida en el suelo encadenada, vestida como unprisionero, los rayos de luz ahora esbozando los tendones de susmúsculos, no puedo dejar de ver esa primera imagen de él en sulugar.

Sergio nos lleva hacia el foso. Cuando lo alcanza, se inclinahacia el agua y tira de un puente de cuerda anclado al suelo. Loarroja a los dos soldados en la isla. Uno de ellos lo amarra el otroextremo del puente a dos postes en el suelo de la isla, y Sergio daun paso en el puente. Lo sigo.

Cuando llegamos a la isla, Sergio y otros soldados se apartan alos lados, dejándome el camino claro. Camino, deteniéndome avarios pasos de donde está encadenado Teren.

—Hola —digo.Teren permanece agachado en el suelo, con los ojos fijos en mí.

No parpadea. En su lugar, mira como si estuviese analizándome. Suropa ha sido sustituida por un conjunto limpio de túnicas y su cabelloestá atado hacia atrás, su rostro limpio. Ahora está más delgado,aunque el tiempo no ha desgastado la apariencia cincelada de surostro ni las líneas duras de sus músculos. No dice nada más. Algoestá mal en Teren. Lo miro, desconcertada.

—Tienes buen aspecto —digo. Inclino la cabeza ligeramentehacia él—. Menos sucio que la última vez que te visité. Habíasestado comiendo y bebiendo. —

Pasaron varias semanas que rechazó cualquier comida, cuandopensé que él podría llegar a morir de hambre intencionalmente. Peroaún sigue aquí.

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No dice nada.—He oído que no has estado bien —continúo—. ¿El gran Teren

puede enfermarse alguna vez? No pensé que eso fuera posible, asíque vine a verte con mis propios oj…

Sin previo aviso, Teren arremete contra mí. Sus cadenaspesadas no lo ralentizan. Se tensan justo a la altura de donde estoy,y por un instante, nos miramos el uno al otro, respiracionesapartadas. Mis visitas pasadas me enseñaron dónde estar segura,pero aun así, mi corazón salta a mi garganta. Detrás de mí, oigo queSergio y sus soldados sacar sus espadas.

—Entonces, echa un buen y largo vistazo, pequeña malfetto —gruñe Teren—.

¿Disfrutas lo que ves? —Inclina la cabeza con un gesto burlón—.¿Qué pasa en estos días, Adelina? ¿Reina de los Sealands?

Me digo que mantenga la calma para mirarlo a los ojos confirmeza.

—Tu reina —respondo.En ese momento, el dolor parpadea en su rostro. Busca mi

mirada, luego da un paso atrás. Las cadenas quedan flojas.—Tú no eres mi reina —gruñe entre dientes.Sergio vuelve a guardar su espada y se inclina hacia mí.—Mira —susurra, asintiendo hacia los brazos de Teren.Mi mirada se desvía de los ojos de Teren hacia sus muñecas.

Algo me llama la atención, algo profundo y rojo. Un rastro de sangregoteando de sus muñecas por sus dedos. Deja gotas directamenteen la piedra del suelo.

¿Sangre? La miro, tratando de seguir el rastro. Parece sersangre fresca, escarlata y húmeda.

—Sergio —le digo—. ¿Atacó a un guardia? ¿Por qué hay sangreen su brazo? Sergio me da una mirada sombría.

—Está sangrando por las cadenas que le rozan la muñeca. Sonde sus propias

heridas.¿De sus propias heridas? No. Niego. Teren es casi invencible; su

poder le proporciona eso. Cualquier herida que recibiera, sanaríaantes que pudiera empezar a sangrar. Cruzo los brazos y lo miro.

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—Entonces, es verdad. Algo ha estado mal contigo. —Asientohacia la muñeca sangrante de Teren—. ¿Cuándo empezó?

Teren estudia mi rostro de nuevo, como si intentara ver cuánfirme estoy. Luego se echa a reír. Es un rugido grave en sugarganta, que crece hasta que sacude sus hombros.

—Por supuesto que algo me pasa. Algo anda mal con todosnosotros. —Sus labios se extienden en una amplia sonrisa que mehiela hasta los huesos—. Lo sabías desde hace mucho tiempo, ¿noes así, pequeño lobo?

Había pasado más de un año desde que la reina Giulietta murió,pero aún recuerdo bien su rostro. Invoco ese recuerdo ahora. Pocoa poco, doy una ilusión de sus profundos ojos oscuros y bocapequeña y rosa sobre la mía, su piel suave sobre mi rostro marcado,sus ricos rizos oscuros de cabello sobre el mío color plata. Laexpresión de Teren se endurece mientras observa mi ilusión tomarforma, su cuerpo congelado en su lugar.

—Sí —respondo—. Siempre lo supe.Teren camina hacia mí hasta que no puede ir más lejos. Puedo

sentir su aliento contra mi piel.—No mereces tener ese rostro —susurra. Sonrío amargamente.—No olvidemos quién la asesinó. Destruyes todo lo que tocas.—Bueno —susurra en respuesta, devolviendo la sonrisa—.

Entonces tenemos mucho en común. —Él observa el rostro deGiulietta.

Es increíble ver su transformación. Sus ojos se suavizan,humedeciéndose, y es como si pudiera ver sus recuerdos pasar ensu mente, sus días con la reina difunta, siguiendo sus órdenes,pasando noches en sus aposentos, de pie junto a su trono,defendiéndola. Hasta que se enfrentaron.

—¿Por qué estás aquí? —pregunta Teren. Se endereza y seaparta de mí de nuevo.

Miro a Sergio, luego asiento.—Tu espada —digo.Sergio da un paso adelante. Desenfunda su espada, el sonido

del metal haciendo eco en el calabozo, y luego se dirige haciaTeren. Él no intenta resistirse, pero veo sus músculos tensos. Solíadefenderse durante los primero meses de su encarcelamiento, sus

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furiosos gritos resonaban en la mazmorra, sus cadenas hacíanruido. Sergio tuvo que aplacar a Teren una y otra vez, con todo,desde varillas, espadas hasta látigos, hasta que Teren empezó aestremecerse ante los pasos que se aproximaban. Es cruel,pensarían algunos. Pero esos son pensamientos de alguien quenunca ha conocido las malas acciones de Teren.

Ahora, sólo espera a que Sergio se acerque a él, toma su brazoy hace un rápido corte sobre su antebrazo. La sangre brota, yobservo, esperando la familiar visión de su carne unirsenuevamente.

Pero… no lo hace. No al instante. En su lugar, Teren continuasangrando como cualquier otro hombre, la sangre goteando por subrazo hasta cubrir las heridas de los grilletes en sus muñecas. Terenmira la sangre con asombro, girando su brazo de un lado a otro.Mientras observamos, la carne lentamente y de a poco comienza asanar, la herida se vuelve más pequeña, el flujo de sangre es másligero, hasta que el corte se cierra de nuevo.

No es de extrañar que sus muñecas aún sangren. El roce abresus heridas constantemente. Frunzo el ceño a Teren, negándome acreer esto. Las palabras de Raffaele, las de Violetta, regresanrápidamente de la primera vez que las había oído hace meses, unade las últimas cosas que mi hermana me dijo. Todos nosotros, todoslos Élites, estamos en peligro. Nuestros poderes están destruyendolentamente nuestros cuerpos mortales.

No. Todo eso es una mentira. Los susurros están molestosahora, siseándome.

Descargo este enojo con el guardia de la mazmorra, y espeto:—Pensé que le dije que lo mantuviera sano. ¿Cuándo empezó

esto? El guardia baja la cabeza. Su temor lo hace temblar.—Hace unas semanas, su majestad. También pensé que había

atacado a alguien, pero ninguno de los guardias parecía herido o sequejaba de nada.

—Esto es un error —digo—. Imposible. —Pero lo que Violettame había dicho hace tanto tiempo regresa: Estamos condenados aser siempre jóvenes.

Mientras Teren me mira y ríe, me giro. Cruzo el foso de vuelta alotro lado de su celda y me voy llena de furia, mis hombres

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caminando detrás de mí.

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6Raffaele Laurent Bessette

Unos días después de la tormenta, cuando Violetta había

alertado a Raffaele de la extraña energía en el océano, los otrosDagas lo siguieron hacia las costas. Una pequeña multitud se hareunido cerca de los cadáveres de baliras, susurrando ymurmurando. Algunos niños juegan cerca de los cuerpos,desafiándose unos a otros a tocar la piel en descomposición,chillando por el tamaño de las criaturas. El océano continúachocando con los cuerpos, tratando en vano de arrastrarlos devuelta al agua.

—Es raro —le dice Lucent a Raffaele mientras eligen su caminosobre las rocas hacia la arena—. Pero no es inaudito. Beldain havisto varamientos masivos antes. Puede ser causado por cualquiercosa; un calentamiento o enfriamiento del agua, un año escaso parala migración de peces, una tormenta. Tal vez es lo mismo aquí. Sóloun cambio temporal de las mareas.

Raffaele se cruza de brazos y observa mientras los niños correnalrededor de los cuerpos. Una simple tormenta o cambio de mareano podría explicar la energía que había sentido en el océanoanoche, la que había sacado de la cama a Violetta y lo hizo jadear.No, esto no fue causado por cualquier fenómeno natural. Hayveneno filtrándose en el mundo. En alguna parte, hay una grieta,una fractura en el orden de las cosas.

La escalofriante energía permanece, pero Raffaele no tieneninguna forma de explicárselo a aquellos que no pueden sentirla.Sus ojos se quedan fijos en el agua. No había dormido, habiendopasado la noche en su escritorio, leyendo cuidadosamente losdocumentos que aún guardaba de sus registros, tratando deresolver el misterio.

Lucent se ve como si estuviera tratando duro de no mostrar eldolor en sus huesos.

—Bueno, algunos de los aldeanos están diciendo que hayreportes de un evento similar a lo largo de la costa de Domacca. —

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Encuentra un lugar cómodo entre las rocas y se sienta—. Pareceque no está sólo concentrado aquí.

Raffaele deja el lado de Lucent y se dirige hacia la orilla delagua. Empuja su manga hacia atrás y mete una cantimplora en elmar, dejando que se llene. El toque del océano hace que suestómago se revuelva al igual que lo había hecho la noche de latormenta. Cuando la cantimplora está llena, Raffaele se apresura asalir del agua para quitarse de encima su toque venenoso.

—Estás pálido como un chico Beldish —exclama Michel mientrasRaffaele pasa junto a él.

Raffaele sostiene la cantimplora con ambas manos y comienza adirigirse hacia el palacio.

—Estaré en mis aposentos —responde.Cuando regresa a sus aposentos, vierte el contenido de la

cantimplora en un vaso transparente, luego lo coloca sobre suescritorio para que se empape con la luz de la ventana. Abre elcajón del escritorio y saca una serie de gemas. Son las mismasgemas que usó una vez para hacerle la prueba a los otros Dagas,que había usado en Enzo y Lucent, Michel y Gemma. En Violetta.En Adelina.

Raffaele pone las gemas en un cuidadoso círculo alrededor delvaso con agua del océano. Luego da un paso atrás y observa laescena. Toma contacto con los hilos de su energía, buscando unapista, persuadiendo a las piedras.

Al principio, no sucede nada.Luego, lentamente, muy lentamente, varias de las gemas

comienzan a brillar por dentro, iluminadas por algo más que la luzdel sol. Raffaele tira de las cuerdas de energía como lo haríacuando está probando un nuevo Élite, con el ceño fruncido enconcentración. Los colores parpadean de manera intermitente. Elaire titila.

Piedra de la noche. Ámbar. Piedra lunar.Raffaele mira fijamente a las tres piedras brillantes. Piedra de la

noche, por el ángel del Miedo. Ámbar, por el ángel de la Furia.Piedra lunar, por la mismísima Santa Moritas.

Cualquiera sea la presencia que Raffaele sintió en el océano, esesto. El toque del Inframundo, la energía inmortal de la diosa de la

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Muerte y sus hijas. El ceño fruncido de Raffaele se profundizamientras camina hacia el escritorio y mira el agua en el vaso. Estátransparente, brillando con luz, pero detrás de eso está el fantasmade la Muerte misma. No es de extrañar que esa energía se sientatan mal, tan fuera de lugar.

El Inframundo se está filtrando en el mundo de los vivos.Raffaele niega. ¿Cómo puede ser? El reino de los dioses no toca

al mundo de los humanos; la inmortalidad no tiene cabida en el reinode los mortales. La única conexión que la magia de los dioses tienecon el mundo de los vivos es a través de las gemas, los únicosremanentes que permanecen de donde las manos de los dioseshabían tocado al mundo cuando lo crearon.

Y los jóvenes Élites, agrega Raffaele para sí mismo, con loslatidos de su corazón acelerándose. Y nuestros propios poderesdivinos.

Mientras se queda allí, dándole vueltas al misterio una y otra vezen su mente, se encuentra mirando en dirección a los aposentos deEnzo, donde el fantasma de su príncipe aún permanece después dehaber sido sacado del Inframundo. Después de haber sidoarrancado del Inframundo.

Un Joven Élite, arrancado del reino de los inmortales yarrastrado al de los mortales.

Los ojos de Raffaele se abren como platos. El don de la reinaMaeve, la resurrección de Tristan, la de Enzo… ¿podrían habercausado todo esto?

Va hacia sus cajas y saca varios libros, apilándolos en unaprecaria pila sobre su escritorio. Su respiración se ha vueltosuperficial. En su mente, la resurrección se reproduce una y otravez; la tormentosa noche en la arena de Estenzia, la aparición deAdelina disfrazada como Maeve, oculta detrás de una capa concapucha, la explosión de energía oscura que había sentido en lasaguas de la arena que provenían de algún lugar más allá. Piensa enla falta de luz en los ojos de Enzo.

La diosa de la Muerte había castigado a ejércitos antes, se habíavengado de príncipes y reyes que se volvían demasiado arrogantesal enfrentarse con la muerte inevitable. Pero, ¿qué sucedería si unJoven Élite, un cuerpo mortal destinado a manejar poderes

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inmortales, una de las más poderosas Élites que Raffaele habíaencontrado, fuera robado de su dominio? ¿Eso rasgaría el tejido quesepara a los vivos y a los muertos?

Raffaele lee hasta bien entrada la noche. Ha ignorado los golpesen la puerta de los otros todo el día, pero ahora está en silencio. Loslibros están esparcidos a su alrededor, volúmenes y volúmenes demitología e historia, matemáticas y ciencia. Cada vez que voltea unapágina, la vela en su escritorio parpadea como si fuera a apagarse.Está buscando un mito específico; el único que ha escuchado quehace referencia a un tiempo cuando el reino de los inmortales hizocontacto con el de los mortales.

Finalmente, lo encuentra. Laetes. El ángel de la Alegría. Raffaeledesacelera y lo lee en voz alta, susurrando las palabras a medidaque avanza.

—Laetes —murmura—, el ángel de la Alegría era el másprecioso y amado hijo de los dioses. Tan amado era que se habíavuelto arrogante, considerándose el único digno de alabanza. Suhermano Denarius, el ángel de la Avaricia, hervía de rencor poresto. Una noche, Denarius expulsó a Laetes de los cielos,condenándolo a caminar por el mundo como un hombre durantecien años. El ángel de la Alegría cayó desde la luz de los cielos através de la oscuridad de la noche, en el mundo de los mortales. Eltemblor de su impacto envió ondas a través de la tierra, pero senecesitarían más de cien años para que las consecuencias de esose manifestaran. Hay un desbalance en el mundo, el veneno delinmortal toca al mortal.

La voz de Raffaele se apaga. Lo lee de nuevo. Hay undesbalance en el mundo. El veneno del inmortal toca al mortal. Sudedo baja por la página, leyendo por encima el resto de la historia.

—… hasta que Laetes pudo levantar la vista a los cielos desde ellugar donde ellos habían tocado la tierra, y pasar a través una vezmás con la bendición de cada uno de los dioses.

Piensa en la fiebre de sangre, las oleadas de plagas que habíandado origen a las Élites en primer lugar. La fiebre de sangre. Ondasa través de la tierra. Esas plagas habían sido la consecuencia de lainmortalidad encontrándose con la mortalidad; habían sido causadaspor la caída de Laetes. Piensa en los poderes de las Élites. Luego

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piensa en Enzo, regresando al mundo de los mortales después dehaber visitado el de los inmortales.

¿Cómo no había visto esto antes? ¿Cómo no había hecho estaconexión hasta ahora? ¿Hasta que el veneno en el océano le habíadado esta pista?

—Violetta —murmura Raffaele, levantándose de la silla. Ellaentenderá; había sentido el veneno en el océano primero. Se ponesu capa y luego se apresura hacia la puerta. Mientras avanza,recuerda cuando había probado los poderes de Adelina la primeravez, cómo sus alineamientos con el Inframundo rompieron el vidriode su lámpara e hicieron volar los papeles de su escritorio.

Esta energía se siente como la de Adelina, había dicho Violettacuando sus pies tocaron el agua del océano.

Si lo que él piensa es verdad, entonces no solo tendrían queenfrentarse a Adelina de nuevo… También necesitarían su ayuda.

Cuando Raffaele dobla la esquina y entra en el pasillo dondeestá la habitación de Violetta, se detiene en seco. Lucent y Michelya están de pie afuera de su puerta. Raffaele reduce la velocidad desus pasos. Incluso desde una distancia, puede sentir una alteracióndetrás de la puerta de Violetta.

—¿Qué sucede? —pregunta Raffaele a los otros.—Oímos un llanto —dice Lucent—. No sonaba como un llanto

humano normal… Raffaele, fue el sonido más inquietante que heescuchado.

Raffaele vuelve su atención hacia la puerta de Violetta. Puedeoírlo ahora también, un gemido bajo que hace que su corazón seapriete. No suena como a Violetta en absoluto. Mira a Michel, quienniega.

—No quiero ver —murmura, con la voz suave. Raffaele reconoceel miedo en sus ojos, el deseo de evitar la imagen de lo que estáescuchando.

—Quédate aquí —dice Raffaele suavemente, poniendo unamano en el hombro de Michel. Luego asiente hacia Lucent y entraen la habitación.

Violetta está despierta, o parece estarlo, a primera vista. Lasondas oscuras de su cabello están empapadas de sudor, conmechones pegados contra su frente, sus brazos están desnudos y

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pálidos contra su camisón, y sus manos aprietan desesperadamentelas sábanas. Sus ojos están abiertos, nota Raffaele, sin embargo, noes consciente que él y Lucent están ahora de pie junto a ella en suhabitación.

Pero lo que más atrapa su atención son las marcas que cubrensus brazos.

Esta chica, la Élite que nunca tuvo un rasguño, ahora tienemarcas que se extienden por toda su piel. Se ven como moretones,mapas irregulares en negro, azul y rojo que entrecruzan sus brazosy se superponen entre sí. Se extienden hasta su cuello ydesaparecen debajo de su camisón. Raffaele reprime el gritoahogado en su garganta.

—No parece completamente consciente —dice Lucent—. Estababien ayer, andando por ahí, hablando, sonriendo.

—Estaba cansada —responde él, pasando una mano en el airepor encima de su cuerpo, recordando lo cansada que habíaparecido su sonrisa. Los hilos de su energía se enredan,entrelazándose y separándose—. Debería haberlo sentido anoche.

Pero incluso él nunca podría haber adivinado cuándrásticamente sucedería esto, que Violetta se iría a la cama comouna Élite sin marcas y aparecería esta mañana como si hubiera sidogolpeada. ¿Esto fue provocado por meterse en el océanoenvenenado? Todo está sucediendo. El pensamiento invade sumente aun cuando trata de ignorarlo. Es el mismo fenómeno queestá ahuecando los huesos de Lucent, que había asesinado a Leovolviendo su venenoso poder en contra de sí mismo, y que con eltiempo nos pasará al resto de nosotros. Un efecto colateraldirectamente relacionado con su poder. Pero Violetta, cuya habilidaduna vez la había protegido de marcas como las de los otros, ahoraestá enfrentando lo opuesto; su poder se ha vuelto brutalmente ensu contra.

Raffaele niega mientras estudia su energía. Ella va a morir. Ysucederá antes que a cualquiera de nosotros.

Tengo que decirle a Adelina. No hay otra opción.Se endereza y respira profundo. Cuando habla, su voz es

tranquila y firme.

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—Tráeme una pluma y un pergamino. Tengo que enviar unapaloma.

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Y dicen que ella odiaba a todos en el mundo entero, excepto almuchacho del campanario.

—Dama de los Días Oscuros, de Dahntel

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7Adelina Amouteru

Son solamente las primeras horas de la tarde, pero una fría

llovizna se ha asentado en la ciudad, trayendo consigo una capa deniebla que amortigua la luz. Sergio se ha retirado a sushabitaciones, quejándose de mareos y sed, con los labios resecos.Salgo a las calles de la ciudad sola, usando una capa blanca concapucha que protege mi cabello de los elementos. Estoycompletamente escondida detrás de una ilusión de invisibilidad. Lalluvia me salpica el rostro con pequeños pinchazos de hielo, y cierromi ojo, saboreando la sensación.

He hecho un hábito ir a la casa de baños después de mis visitascon Teren, de modo que pueda quitar las manchas de su sangre demi piel y limpiarme del recuerdo de su presencia. Pese a eso, lamirada de sus pálidos ojos persiste mucho después que salí de sucelda. Ahora apunto mis botas en dirección a la casa de baños delpalacio. Podría llegar yendo por los pasillos del palacio, pero aquíafuera, los terrenos son pacíficos, y puedo estar a solas con mispensamientos bajo un cielo gris.

Un par de hombres están de pie al otro lado del puente queconduce a la entrada del palacio, con los ojos fijos en las puertasprincipales. Están susurrando algo el uno al otro. Ralentizo mispasos, luego regreso a mirarlos. Uno es alto y rubio, tal vezdemasiado rubio para ser Kenettran, mientras que el otro es bajo yde cabello oscuro, con piel de oliva y una barbilla débil. Sus ropasestán húmedas por la llovizna, como si hubieran estado afueradurante mucho tiempo.

¿Qué están susurrando? Las palabras salen de las sombras demi mente, sus garras pulsando. Quizás están susurrando sobre ti.Sobre cómo matarte. Incluso tu dulce ladrón te advirtió de las ratasque podrían deslizarse a través de las grietas.

Me alejo del sendero que conduce a la casa de baños y decidoseguir a los hombres. Al cruzar el puente, todavía escondida detrásde mi invisibilidad, terminan su conversación y continúan su camino.

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Mis banderas de Lobo Blanco, las nuevas banderas del país,cuelgan de ventanas y balcones, el paño blanco y plateado,manchado y empapado. Solo un puñado de gente camina por lascalles de

hoy, todos acurrucados bajo capas y sombreros de ala ancha,levantando el barro a medida que avanzan. Los miro condesconfianza, incluso mientras camino detrás de los dos hombres.

Mientras camino, el mundo que me rodea adquiere un brilloresplandeciente. Mis susurros se hacen más fuertes y, mientras lohacen, los rostros de las personas que dejo atrás comienzan aparecer distorsionadas, como si la lluvia hubiera emborronado mivisión y untado vetas húmedas en sus rasgos. Parpadeo, tratandode concentrarme. La energía dentro de mí se agita, y por unmomento me pregunto si Enzo está tirando de nuestra ataduradesde el otro lado de los mares. Ahora, los dos hombres que estoysiguiendo están lo suficientemente cerca para que pedacitos de suconversación deriven, y acelero mis pasos, curiosa para escuchar loque tienen que decir.

—…para enviar sus tropas a Tamoura, pero...—¿…tan difícil? Creo que no le importaría si...Están hablando de mí.El hombre rubio niega, con una mano extendida mientras explica

algo con obvia frustración.—…y eso es todo, ¿no? Al Lobo no podría importarle menos si

los mercados nos vendieron verduras podridas. No puedo recordarel sabor de un higo fresco.

¿Tú puedes?El otro hombre asiente con simpatía.—Ayer mi pequeña hija me preguntó por qué los comerciantes

de frutas tienen ahora dos montones de productos, y por quéentregan la comida fresca a los compradores malfetto, y la comidapodrida a nosotros.

Una sonrisa fría y amarga retuerce mis labios. Por supuesto quehabía diseñado esta ley precisamente para asegurarme quesufrieran los no marcados. Después que la ordenanza entró en vigorpor primera vez, había pasado un tiempo caminando por losmercados, disfrutando de la vista de gente sin marca haciendo

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muecas ante la comida podrida que llevaban a casa, forzándola enla boca por hambre y desesperación. ¿Cuántos años hemosesperado para nuestro propio trato justo? ¿Cuántos de nosotros hansido apedreados en las calles por col ennegrecida y carne llena degusanos? El recuerdo de mi propia hoguera hace tanto tiempovuelve, y junto con él, el olor de la comida estropeada que algunavez me golpeó. Reclamen sus armas podridas, prometosilenciosamente y llenen sus bocas con ellas. Coman hasta que leencuentren gusto.

Los hombres continúan, ajenos a que estoy escuchando cadapalabra. Si me revelara antes ellos ahora, ¿caerían de rodillas ypedirían perdón? Podría ejecutarlos aquí, derramar su sangre en lascalles, por atreverse a usar la palabra malfetto. Me satisfago conese pensamiento mientras damos vuelta una esquina y entramos enla plaza Estenzian donde se celebran las carreras anuales decaballos del Torneo de Tormentas. La plaza está casi vacía estamañana, pintada de gris por las nubes y la lluvia.

—Si la viera en este momento —dice uno de los hombres,sacudiendo el agua de su capucha—, le metería esa comida podridaen su boca. Que pruebe eso por sí misma y vea si vale la penacomer.

Su compañero deja escapar una carcajada.Son tan valientes, cuando creen que nadie más está

escuchando. Me detengo en la plaza, pero antes de dejarlos en susquehaceres diarios, abro mi boca y hablo.

—Cuidado. Ella siempre está vigilando.Ambos me escuchan. Se congelan en sus pasos y giran

alrededor, sus rostros tensos del miedo. Buscan a quién pudohaberlo dicho. Permanezco invisible en el centro de la plaza,sonriendo. Su miedo me atraviesa, y mientras lo hace, inhaloprofundamente, disfrutando de la chispa de poder detrás de suenergía. Me siento tentada a alcanzarlo y aprovecharlo. Sinembargo, sólo miro mientras los hombres se ponen pálidos comofantasmas.

—Vamos —susurra el hombre rubio, su voz ahogándose deterror. Ha empezado a temblar, aunque dudo que sea por el frío, ylágrimas destellan en sus ojos. Su rostro se desdibuja en mi visión,

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manchado como el resto del mundo, y por un instante, todo lo quepuedo ver son rayas negras donde sus ojos deben estar, un tajo derosado donde su boca estuvo alguna vez. Los dos corren por laplaza.

Miro alrededor, divertida por mi pequeño juego. Los rumores sehan extendido por toda la ciudad sobre cómo el Lobo Blanco acechadesde el aire, que puede ver directamente en sus hogares y en susalmas. Ha dejado una sensación permanente de inquietud en laenergía de la ciudad, una corriente subterránea de miedo quemantiene mi vientre lleno. Bien. Quiero que los no marcados sientaneste malestar perpetuo bajo mi gobierno, que sepan que siempre losestoy observando. Hará que cualquier rebelión en mi contra seamás difícil de organizar. Y les hará entender el temor que losmarcados sufrieran por tanto tiempo.

Otras personas pasan junto a mí, sin saber de mi presencia. Susrostros parecen pinturas arruinadas. Intento empujar más allá de laborrosidad, pero un dolor de cabeza sordo se arrastra por dentro, yde repente me siento agotada. Una patrulla de mis Inquisidoresvestidos de blanco marcha, sus ojos buscando a gente sin marcaque podría estar violando mis nuevas leyes. Su armadura pareceuna ola ondulante en mi visión. Hago muecas, agarrándome lacabeza, y decido regresar al palacio. La lluvia ha empapado mipropia capa, y un baño cálido suena seductor.

Cuando llego a los escalones que conducen a la casa de baños,la llovizna se ha convertido en una lluvia constante. Mis piesdescalzos crean un débil sonido de pasos contra el suelo de mármolcuando entro. Allí, finalmente dejo caer mi invisibilidad. Por logeneral, dos doncellas están detrás de mí cuando vengo aquí, perosolo quiero hundirme en aguas cálidas y dejar que mi mente vaguelejos.

Cuando me acerco a la sala de baño, oigo un par de voces quesalen de adentro. Mis pasos se pausan por un momento. La casa debaños no está vacía, como había pensado. Debería haber enviado aun sirviente delante de mí para limpiar los pasillos. Dudo unmomento más, luego decido continuar. Después de todo, soy lareina, siempre puedo ordenar a quien quiera que se vaya.

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La piscina se extiende en un largo rectángulo desde donde estoyal otro lado de la sala. Una niebla de calor cuelga en el aire, y puedooler la humedad. Las voces que había oído un momento antesvienen desde el otro extremo de la piscina. Mientras me deshago demis ropas húmedas y sumerjo los dedos de los pies en el agua tibia,oigo un bajo retumbar de risa que me hace detener. De repente,reconozco quién es, Magiano. Él había dicho que iba a estar en losbaños.

Tiene la espalda vuelta hacia mí, y es difícil verlo claramente através de la cálida niebla en el aire. Pero es inconfundiblemente él.Su espalda marrón está desnuda y resbaladiza, sus músculosbrillan, y sus trenzas se apilan en lo alto de su cabeza en un nudo.Él se inclina casualmente sobre el borde de la piscina, y de piecerca de las piedras es la misma doncella con quien lo había vistopor el palacio. Ella está arrodillada, su cabello cae sobre un hombro,con una sonrisa tímida en su rostro mientras le entrega un vaso devino especiado.

Ah, dicen los susurros, revolviendo. Y aquí pensábamos que élera tu juguete.

Una vez más, la amargura se alza en mi pecho, y mis ilusionestejen una imagen ante mí una vez más. La doncella, ya no estávestida, bañándose con Magiano, el agua brilla en su piel, él laalcanza, pasando sus manos por el contorno de su cuerpo.Espejismo. Cierro el ojo, respiro profundamente, y cuento en micabeza, tratando de sujetar mis pensamientos. Se necesita muchomás esfuerzo de lo que alguna vez necesité. Siento un impulsoviolento de salir de la piscina, colocarme la ropa, y correr a mishabitaciones para dejarlos aquí para que hagan lo que quieranhacer. Pero también siento una abrumadora necesidad de herir a ladoncella. Mi orgullo me hace retroceder. Eres la reina de Kenettran.Nadie debería forzarte a salir. Así que en cambio, levanto mi barbillay vadeo en el agua, dejando que el calor envuelva mi cuerpo.

Con el sonido de mi aproximación, la doncella mira en midirección. Luego se congela cuando me reconoce. Puedo decir quesu mirada se posa inmediatamente en el lado marcado de mi rostro.Una oleada de miedo viene de ella, y tengo que dominar mi deseo

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de asustarla aún más, de burlarme de ella con mi poder. En cambio,sólo sonrío. Ella se levanta y cae en una reverencia.

—Su majestad —grita.En eso, Magiano gira ligeramente en mi dirección. Debe de

haber percibido mi energía en el instante en que entré en elvestíbulo, me doy cuenta, debió de saber que estaba aquí. Perofinge estar sorprendido.

—Su majestad —dice, haciendo eco de la doncella—. Lo siento,no te oí entrar.

Hago un movimiento rápido con la mano a la doncella. Ella nonecesita de una segunda invitación. Corre hacia la puerta máscercana, sin atreverse a despedir de Magiano.

Magiano la mira y luego se vuelve hacia mí. Su mirada va de mirostro al agua que rodea mis hombros desnudos.

—¿Quiere bañarse sola, su majestad? —pregunta. Hace unmovimiento para salir, y cuando lo hace, se levanta a medio caminode la piscina. El agua corre por su tenso estómago.

Nunca antes había visto a Magiano desnudo. Mis mejillas secalientan. También noto, por primera vez, su marcajecompletamente expuesto. Es un parche de color rojo oscuro quecorre a lo largo de su costado, donde los sacerdotes de Sunlandhabían intentado cortar su marca tiempo atrás, en un intento porarreglarlo. La primera vez que vislumbré esa vieja cicatriz, fue lanoche en que nos sentamos junto a la fogata, cuando Violettaseguía conmigo. Recuerdo los labios de Magiano sobre los míos, elsilencio que rodeaba el crujido del fuego.

—Quédate —le respondo—. Me vendría bien un poco decompañía. Magiano sonríe, pero hay cierta desconfianza en susojos.

—¿Sólo un poco de compañía? —bromea—. ¿O la mía?Niego una vez, tratando de mantener mi propia sonrisa cuando

ambos nos movemos al borde de la piscina.—Bueno —dije—. Eres mejor compañía que Teren.—¿Y cómo está nuestro loco favorito?—Él está... no se está curando como solía hacerlo. Hay heridas

en sus muñecas que están sangrando constantemente.En eso, la actitud despreocupada de Magiano cambia.

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—¿Estás segura?—Lo vi por mí misma.Magiano calla, aunque sé que está pensando en lo mismo que

yo. La predicción de Raffaele para todos nosotros.—¿Y cómo te has sentido últimamente? —pregunta Magiano en

voz baja—.¿Tus ilusiones?Los susurros en mi cabeza murmuran entre ellos. No somos una

debilidad, Adelina. Somos tu fuerza. No deberías resistirte tanto.Miro hacia otro lado y me concentro en el agua que nos rodea.

—Estoy bien —respondo—. Volveremos a Tamoura dentro deunas semanas, y como siempre, te quiero a mi lado.

—Ya estás invadiendo el gran imperio de Tamoura —respondeMagiano—.

¿Impaciente, tan pronto? Apenas he tenido la oportunidad dedesempaquetar todas mis posesiones.

Puedo decir inmediatamente que la ligereza en su voz no es real.—No estás emocionado. Pensé que el gran Magiano estaría

intrigado por todo el oro que mantienen los Sunlands.—Estoy intrigado por ello —dice—. Y aparentemente, tú también.

Solo dudo, mi amor, por el poco tiempo que ha pasado desde queestuvimos en Dumor. Tamoura no es una nación débil, inclusodespués de perder su territorio del norte ante ti. Son un imperio, contres reyes y una marina fuerte. ¿Están tus hombres losuficientemente descansados para otra invasión?

—Tamoura será mi joya de la corona —le respondo. Entoncesfrunzo el ceño—.

Todavía tienes pena de Dumor, por lo que les hice.La sonrisa de Magiano finalmente se desvanece, y me da una

mirada seria.—Los compadezco por haber perdido su país. Pero no los

compadezco por bajar la mirada a los marcados. El fuego en ti ardetan ferozmente como cuando te conocí. Harás de Dumor un lugarmejor.

—¿Cuándo se volvió tan suave tu corazón? —le preguntomientras recorro la superficie del agua con mis dedos, creando

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diminutas ondulaciones—. Cuando te conocí, eras un ladrónendurecido que se deleitaba en tomar las pertenencias de otros.

—Yo robaba a los nobles vanos y a las reinas arrogantes.Borrachos y tontos.

—¿Y echas de menos esa vida?Magiano calla. Puedo sentir su proximidad, el calor de su piel

apenas rozando la mía.—Aquí, tengo todo lo que quise, Adelina —dice finalmente—. Me

has entregado lo que se siente como las riquezas del mundo, unpalacio, una vida de lujo. —Se acerca—. Tengo que estar a tu lado.¿Qué más necesito?

Pero le he quitado algo. Está en la punta de su lengua, y puedooírlo con tanta seguridad como si lo hubiera dicho en voz alta. Todoel mundo necesita un propósito, y yo le he quitado el suyo. ¿Quépuede hacer, ahora que le he dado todo? No hay más la emoción dela caza, la emoción de la persecución.

Magiano levanta una mano del agua y me toca la barbilla por unmomento, levantándola, dejando una gotita de agua a lo largo de mipiel.

—Estoy deseando verte convertida en la reina de los Sunlands—dice, su mirada vagando por mi rostro.

¿Qué ves ahora, Magiano? me pregunto. Cuando me conociópor primera vez, yo era una chica expulsada por sus amigos, aliadoscon su hermana, con la intención de vengarse del Eje de laInquisición. Ahora yo domino la Inquisición.

¿Qué ves cuando me miras? ¿Es la misma chica que una vezbesaste junto a un fuego chisporroteante?

Poco a poco, una luz vieja y traviesa aparece en sus ojos. Meestremezco cuando sus labios rozan mi oreja, y no puedo evitarpensar en la mitad sumergida de él, ruborizada al saber que yotambién estoy desnuda bajo mis hombros.

—Encontré un lugar secreto —susurra. Su mano encuentra lamía bajo el agua, tirando de mi muñeca—. Ven conmigo.

No puedo reprimir una risa.—¿Dónde me llevas? —digo con voz burlona.—Te pediré perdón más tarde, su majestad —se burla de mí,

sonriéndome mientras nos empuja hacia el otro extremo de la

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piscina. Aquí, el agua se ramifica en dos segmentos más estrechos,cada uno conduce a una cámara más privada. Una de las cámarasprivadas ha sido sellada durante los últimos meses, debido, a queparte del arco se había derrumbado en el agua y lo dejóintransitable. Cuando nos acercamos a la curva, me parece queMagiano nos llevará a la cámara privada todavía abierta de laderecha. Pero no lo hace. En cambio, nos guía a la izquierda, haciael arco colapsado. Nos detenemos delante de él, un rastro de aguaagitado con nuestra estela.

—Contempla. —Magiano extiende los brazos en un gesto detriunfo fingido—.

Revélate en su majestad.Frunzo la nariz.—¿Estás tratando de impresionarme con un arco desmoronado?—Sin fe. No hay fe en lo absoluto. —Está de regreso su antiguo

yo, y envía un raro hilo de alegría a través de mi corazón—.Sígueme —murmura. Entonces respira profundo y se sumerge,agarrando mi mano mientras desciende.

Al principio, dudo. Todavía hay algunas cosas que temo en lavida. Fuego. Muerte. Y la última vez que me sumergí en el agua, enun canal en Merroutas, cuando mis ilusiones me traicionaron porprimera vez, no salí bien librada. Cuando me resisto, Magianoreaparece.

—No tengas miedo —dice con una media sonrisa—. Estásconmigo. —Su mano se aprieta alrededor de mi muñeca, jalándomede nuevo juguetonamente. Y esta vez, me siento lo suficientementesegura como para respirar profundo y hacer lo que dice.

El agua es cálida, acaricia mi rostro, y cuando voy más profundo,el mundo desaparece en sombras de luz y sonido apagado. A travésdel agua vislumbro el cuerpo desnudo de Magiano, deslizándosecomo una balira hacia el arco roto. Entonces veo lo que él quiereque vea. En la parte inferior, el arco no ha bloqueadocompletamente la cámara privada detrás de él. Todavía hay unaestrecha entrada bajo el agua, una que se ve lo suficientementeamplia para que una persona pueda nadar a través de ella.

Magiano va primero. Sus movimientos envían una nube deburbujas. Yo sigo su estela. La luz en el agua se oscurece,

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tornándose negra, y por un momento siento una sensaciónsofocante de miedo. ¿Qué pasa si he entrado en el inframundo?

¿Qué pasa si nunca vuelvo a aparecer? Los susurros en micabeza se revuelven, chillando. ¿Y si te está trayendo aquí parapoder ahogarte?

Entonces siento la mano familiar de Magiano cerca de mimuñeca otra vez, acercándome. Salgo con un jadeo. Mientras retiroel cabello mojado y el agua de mi rostro, alzo la mirada para ver unacámara iluminada solo por el tenue resplandor azul del musgo en lasparedes.

Magiano me observa mientras admiro la vista. Se da la vuelta enla pequeña cámara secreta, haciendo gestos a lo largo de lasparedes hasta donde las plantas han empezado a crecer.

—Es increíble, ¿no?, la rapidez con que la vida encuentra unlugar para sí misma cuando nadie está cerca para evitarlo.

Miro con asombro el tenue resplandor del musgo.—¿Qué es esto? —pregunto, extendiendo una mano hacia la

vegetación azul- verde. Se siente como terciopelo de la más finapiel.

—Musgo de Hada —responde Magiano, admirando la vista juntoa mí—. También prospera en las cuevas húmedas en Merroutas.Una vez que encuentra una buena hendidura en la pared dondepuede echar raíces, se extiende por todas partes. Ellos tendránbastante trabajo para eliminarlo una vez que arreglen el arco yreabran esta cámara. —Sonríe—. Esperemos que les tome muchotiempo.

Sonrío. El resplandor añade un matiz azulado al borde de la pielde Magiano, suavizando sus rasgos. Gotea agua. Me acerco a él, derepente más audaz.

—Supongo que vienes aquí a menudo, entonces —digo, mediobromeando—.

¿Traes a tus sirvientas y admiradoras? Magiano frunce el ceño.Él niega.

—¿Crees que me estoy acostando con todas las criadas con lasque hablo? — dice y se encoge de hombros—. Me halaga, sumajestad. Pero estás muy equivocada.

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—Entonces, ¿lo que me estás diciendo es que has venido solo aeste espacio secreto?

Inclina la cabeza de un modo seductor.—¿Hay algún problema con un ladrón que quiere un poco de

tiempo privado de vez en cuando? —Se acerca. Su aliento calientami piel como la niebla que se cierne sobre el agua—. Por supuesto,aquí estás. Supongo que no estoy solo, después de todo.

Un rubor crece en mis mejillas mientras me vuelvo muyconsciente de mi piel desnuda, tanto por encima como por debajodel agua. Mi energía permanece quieta, mientras se ocupa de él, yme encuentro ansiando su toque. Se inclina hacia abajo para quesus labios estén a sólo un aliento de los míos, y allí estamosplaneando, suspendidos en el tiempo.

—¿Todavía recuerdas la fogata? ¿Bajo las estrellas? —pregunta,de repente tímido, y me siento inocente por primera vez en muchotiempo.

—Recuerdo lo que estábamos haciendo —le respondo con unapequeña sonrisa.

Una risa escapa de sus labios. Entonces su expresión se vuelveseria.

—Me has preguntado si echo de menos mi vieja vida —susurra,su voz ahora ronca—. ¿Sabes lo que más echo de menos? Esanoche.

Mi corazón da un vuelco, dolorido de súbita tristeza.—¿Y qué hay de la chica con la que una vez te sentaste al lado,

esa noche? ¿La extrañas también?—Ella sigue aquí —contesta—. Por eso me quedo.Luego cierra la distancia entre nosotros, y sus labios tocan los

míos. Alrededor de nosotros no hay nada más que el sonido delagua que choca suavemente contra la piedra cubierta de vegetacióny el débil resplandor del musgo. Su mano se arrastra a lo largo demi espalda desnuda, trazando la curva de mi espina dorsal. Me halamás cerca para que nuestros pechos se presionen juntos. Su besova de mis labios a mi barbilla, y allí los planta más y más abajo,creando un suave sendero a lo largo de mi cuello. Suspiro, nodeseando nada más en este momento que nosotros, contenta conquedarme aquí para siempre. La atadura que me une a Enzo se

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desvanece en mi mente, y por un instante puedo olvidar queestamos ligados en absoluto. Las manos de Magiano corren por miespalda, sin querer dejarlo ir. Mis respiraciones vienen en jadeos.Poco a poco me doy cuenta que nos dirigimos al borde de la piscina,donde me presiona fuertemente contra la piedra. Una de sus manosse enreda en mi cabello, atrayéndome hacia él. Sus besos vuelven amis labios, más urgentes ahora, y caigo en ellos con impaciencia.Un gemido bajo retumba en su garganta. Me pregunto, por unsegundo salvaje, si él nos llevará más lejos, y mi corazón salta en mipecho.

—Su majestad —susurra, sin aliento. Una nota de diversión searrastra en su voz—. Me arruinarás. —Entonces me acerca, demodo que cada centímetro de nuestros cuerpos está unido. Meinclino contra él, inmersa en el lujo del agua tibia. No quieropreguntarle en qué piensa.

Una débil voz resuena, amortiguada, desde el otro lado denuestro escondido espacio. Lo ignoro cuando Magiano me ahoga enotro beso. A través de la neblina de mis pensamientos, la voz vuelvea flotar.

—¿Su majestad? ¡Su majestad!El agua ondula contra nuestros cuerpos.—SuMMajestad —continúa la voz, acercándose más. Ahora lo

reconozco como uno de los mayordomos que entregan mismensajes—. Hay una carta urgente para usted.

—Ella no está aquí —se queja otra voz—. La casa de baños estávacía. —La voz suspira—. Probablemente esté cortando la gargantade algún pobre imbécil.

Las palabras me sacan de mi neblina. Me alejo de Magiano justocuando sus ojos se abren de nuevo. Él también mira hacia laentrada colapsada, luego me lanza una mirada interrogante. Meenderezo y le sonrío, no queriendo mostrar que la observación delcriado me ha molestado. En vez de eso, exhalo e intento bajar elrubor en mis mejillas.

—Será mejor que te vayas —susurra Magiano, sus palabrasresuenan en el espacio. Señala con la cabeza hacia el arcodesplomado—. Estoy lejos de querer interrumpir algo urgente.

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—Magiano, yo... —empiezo a decir. Pero el resto de las palabrasno quieren salir, y dejo de tratar de forzarlas. Respiro profundo antesde agacharme bajo el agua tibia y nadar a través del espacio queconduce de vuelta a la sala de baño principal.

Aparezco a través de la superficie con un fuerte chapoteo. Ungrito de sorpresa viene de algún lugar de la cámara. Mientras melimpio el agua del rostro, veo a dos mensajeros de pie en el bordedel baño, con los ojos muy abiertos, el temor flotando sobre ellos.

—¿Sí? —digo fríamente, alzando mi ceño hacia ellos.Esto saca a los hombres de su estupor aterrorizado. Saltan hacia

atrás al unísono y se agachan en reverencias.—Su majestad, yo... —dice uno de ellos con voz temblorosa.

Éste es el que había hablado de mí con disgusto sarcástico—. Yo...yo... espero que haya tenido un baño delicioso. Yo…

Sus palabras se desvanecen en un murmullo incoherentecuando Magiano aparece detrás de mí, sacudiéndose el agua delcabello. Si no estuviera aquí, podría castigar a este mensajero porhablar de mí tan descuidadamente. Los susurros revolotean,encantados por el miedo que emana del hombre. Pero me los sacode encima. Tiene suerte esta vez.

—Usted mencionó una carta urgente —digo finalmente,interrumpiendo el distraído tren de pensamientos del mensajero—.¿Qué es?

El segundo hombre, más pequeño y más ligero, se acerca alagua. Me presenta un pergamino enrollado. Me dirijo hacia él ylevanto una mano del agua para tomarlo.

El sello de cera carmesí de la carta lleva el blasón real deTamoura. Lo abro, despliego el pergamino... y me congelo.

Conozco esta letra manuscrita. Nadie más puede escribir en letratan elegante, con tan cuidadosas florituras. Detrás de mí, Magianose acerca y mira por encima del hombro el mensaje. Susurra elprimer pensamiento en mi mente.

—Es una trampa —dice.Pero no puedo hablar. Solo leo el mensaje una y otra vez,

preguntándome qué significa realmente.A su majestad de Kenettra,

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Tu hermana se está muriendo. Tiene que venir a Tamoura deinmediato. Raffaele Laurent Bessette

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¿Adónde irás, cuando el reloj llegue a las doce?

¿Qué harás cuando te enfrentes a ti mismo?¿Cómo vas a vivir, sabiendo lo que has hecho?

¿Cómo vas a morir, si tu alma ya se ha ido?

—Extracto de monólogo de Compasia y Eratóstenes, interpretadopor Willem Denbury

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8Adelina Amouteru

Mañana partimos a las costas de Tamoura. Así que esta noche,

todo el palacio está encendido con festividades en celebración denuestra próxima invasión.

Largas mesas llenas de comida se encuentran en cada sala delpalacio, mientras que los patios están brillando con lámparas y baile.Me siento con Sergio en uno de los jardines. En mis manos está elpergamino de Raffaele, que he tocado tanto que ahora apenaspuedo distinguir las letras. Mi estómago se siente vacío y enfermo.Ni siquiera puedo terminar mi bebida a base de hierbas, y ahora, sinnada que los mantenga a raya, los susurros han comenzado amurmurar incesantemente en el fondo de mi mente otra vez.

Violetta está con las Dagas después de todo. Tus enemigos. Quétraidora.

¿Por qué sigues cuidando de ella? ¿Has olvidado cómo teabandonó? Sí, trató de arrancarnos de ti.

Está mejor muerta.La silla de Magiano junto a mí está vacía. Él ha tomado su laúd y

ahora está sentado en la entrada de arcos del jardín, tocando unacanción que apenas la compuso hoy. Debajo de él, se ha reunidouna multitud. Todo el mundo ya está borracho; se balancean en susdanzas, tropezando por todas partes, riendo ruidosamente. En losbordes de mi visión, una ilusión de Violetta se despliega. La veomorir en el suelo, la sangre derramándose en una piscina por todaspartes mientras que los otros invitados de la fiesta pasan por encimade su cuerpo. Dirijo mi atención hacia Magiano, esperando quepueda distraerme.

Magiano es un espectáculo digno de ver esta noche. Sus sedasson doradas y blancas, y los abalorios brillan entre sus largastrenzas, todas ellas recogidas en un hombro. Se inclina haciadelante y muestra una sonrisa brillante a la gente divertida queescucha su música; de vez en cuando, hace una pausa en suconcierto para pedir desafíos. La gente le grita nombres de viejas

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canciones folk, después aclaman y aplauden cuando él les hacecaso. Me sonrojo cuando recuerdo el agua del baño que rebordeabasus trenzas, su piel desnuda contra la mía en nuestra piscinasecreta, iluminada por el tenue resplandor azul de musgo de hadas.Tal vez también está pensando en ello.

El ignorarnos no cambiará nada, Adelina. Tu hermana todavíamorirá. Y te alegrarás, ¿no es cierto?

Los susurros empujan en mi mente hasta que hago muecas,agarrando mi cabeza.

—¿Su majestad?La voz de Sergio a mi lado hace que las voces vuelvan a los

recovecos de mi mente. Me relajo un poco en mi asiento y lo miro.Devuelve mi mirada con evidente preocupación.

—No es nada —digo—. Estoy pensando en la carta de Raffaele.—La sostengo para que Sergio pueda verla.

Deja escapar un gruñido de aprobación mientras desgarra unapierna de liebre asada.

—Tal vez ha oído rumores sobre su separación y quiere usarloen tu contra.

Violetta podría ni siquiera estar con él.Una parte todavía se agita ante la idea de Raffaele, y al instante

lo imagino en la cubierta del barco de la reina Maeve, rodeado dellamas, su frente presionada contra Enzo, calmando al príncipe,mirándome con trágicos ojos llenos de lágrimas, negando condesesperación. Si la justicia es lo que buscas, Adelina... no loencontrarás así.

—Están en Tamoura —digo un poco demasiado alto, en unintento por ahogar los susurros—. Sin duda trabajando allí con laTríada Dorada. Sus gobernantes deben pensar que usar a mihermana en mi contra me hará actuar descuidadamente.

—Están tratando de llevarte con engaños a una reunión —responde Sergio, aunque me lanza una mirada cuidadosa que noconcuerda con sus audaces palabras—. Para que estés sola en unahabitación. Pero lo que conseguirán es un ejército en su lugar. —Éldevuelve el resto de la bebida a su taza, visiblemente reaccionandoa lo fuerte que es, luego despeja un poco de espacio en la mesadelante de nosotros. Saca un pergamino arrugado y lo extiende. Ha

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estado llevando esto con él a todas partes últimamente, así que yaestoy familiarizada. Es su plan de batalla para Tamoura—. Heestado buscando en todos los mapas que pude encontrar delpaisaje alrededor de Alamour. Mira. La ciudad está rodeada demuros altos, pero si podemos llegar hasta aquí… —señala unextraño afloramiento de acantilados que serpentean por el ladooriental de la ciudad—, podemos encontrar una manera de superarlas paredes.

—¿Y cómo lo hacemos? —pregunto, cruzando los brazos—. Lasbaliras no pueden volar tan lejos, no en un desierto de Sunland. Seasfixiarán en el aire seco.

En el instante en que lo digo, sé la respuesta. Miro a Sergio, queme sonríe con astucia mientras se sirve una taza de agua en lugarde vino.

—Creo que conozco a alguien que puede darnos una buenatormenta — responde.

Le devuelvo la sonrisa.—Debería funcionar —digo, inclinándome hacia adelante en mi

asiento para mirar más de cerca los cálculos de Sergio. Estoyimpresionada por la forma en que ha dividido al resto de nuestroshombres—. Sorprenderemos a los Tamouranos en su propia casa.

Los ojos de Sergio recorren las festividades, por costumbre. Sigosu mirada. En la esquina, un camino se está abriendo a través de lamultitud, causando aclamaciones y burlas mientras sube. Elentretenimiento ha llegado.

—Haremos algo más que sorprenderlos —responde Sergio—.Los derrotaremos tan profundamente que su Tríada Dorada prontoestará limpiando sus pisos de mármol.

Nuestra conversación se detiene mientras la procesión se dirigehacia la cámara principal. Está dirigido por dos jóvenes Inquisidoresque empujan alegremente a varias personas con los brazos atados.Tropiezan y caen, luego se agachan en algo parecido a un arco enmi dirección. A su alrededor, la multitud aplaude. El vino se derramade las copas.

—¡Su majestad! —exclama uno de los Inquisidores. Su cabellobrilla en la luz, revelando un destello de rojo escarlata contra elnegro—. Encontré a estos cuatro en las calles y los traje para ti. Oí a

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uno de ellos usar la palabra malfetto. Otro trataba de pasar por unode nosotros con marcas falsas.

En ese momento, la multitud —todos marcados— comienzan agritar insultos a la gente atada en el suelo. Me asomo para verlosmás de cerca. Uno es un anciano, mientras que otro es una mujerenvejecida. El tercero es un muchacho, apenas salido de la infancia,mientras que el cuarto es una muchacha recién casada, todavíausando vendas dobles alrededor de uno de sus dedos. Puedo verque la chica es la que estaba tratando de usar marcas falsas; elcolor en su cabello y en su piel parece distorsionado, donde unInquisidor debe haber pasado su mano por allí.

—¡Quémenlos a todos! —grita alguien, y esto produce unaovación atronadora.

—¡Vamos a divertirnos! —grita otro.En el arco, los ojos de Magiano se cruzan con los míos. Ya no

está sonriendo. El miedo y el odio de ellos llenan este lugar. Lossusurros vuelven a sonar, ahora completamente despiertos, y elterror que emana de los cuatro prisioneros llena mis sentidos,alimentándome. Les entiendo y siento un poco de piedad. Despuésde todo, no ha pasado mucho tiempo desde que alguna vezestuvieron en su lugar y vieron cómo los marcados eran arrastradospor las calles y quemados, vieron a nuestras familias apedreadashasta la muerte por multitudes de espectadores entusiastas.Solíamos ser los únicos que utilizaban polvos y pociones deboticarios, desesperados por ocultar nuestras marcas. Con quérapidez nuestros antiguos enemigos han intentado adoptar nuestraapariencia, con qué avidez esparcen colores sobre sí mismos en unintento de ser más como nosotros.

¿Por qué no debemos vitorear su castigo ahora?A mi lado, Sergio se ha quedado en silencio. Miro cómo un

Inquisidor enciende una antorcha de una de las lámparas, y luegome mira expectante. Lo mismo ocurre con todos los demás. El ruidose desvanece mientras esperan mi orden.

Soy su reina. Los malfettos, los malformados, los marcados. Lesdoy lo que quieren y me dan su lealtad. Es lo que también quiero. Mimirada se vuelve a los prisioneros temblorosos en el suelo. Medetengo en el más joven, el niño. Me mira con los ojos vacíos. Junto

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a él, el anciano levanta su cara manchada de lágrimas lo suficientepara que vea el odio cegador en ellos. Sé que está pensando, reinadiabólica.

Los susurros en mi cabeza crean un rumor sordo. Inclino micabeza y cierro mi ojo, tratando en vano de acallarlos. En otranoche, sería más despiadada... En el último año he ordenado quese ejecuten a los prisioneros antes, así que esto no sería nadanuevo. Pero esta noche, mi corazón se siente pesado por elmensaje de Raffaele. Las visiones de Violetta siguen agolpando mispensamientos.

Una mirada en la dirección de Magiano es suficiente. Él me dauna sutil negación, y sus palabras vuelven a mi mente, como sisusurrara en mi oreja. Tal vez está recurriendo a mi poder. Deja quela gente te ame un poco, mi Adelinetta.

—Suéltenlos —me oigo decir mientras me froto las sienes—. Ysigan con las celebraciones.

Los vítores estridentes de la multitud se desvanecen mientrasgradualmente comprenden lo que he dicho. Los prisioneros memiran en un aturdido silencio, al igual que mis Inquisidores.

—¿No fui clara? —grito, mi voz resuena en la cámara. Lasesquinas del lugar se oscurecen, y un lamento clamoroso se agitapor el aire. La multitud suelta una ronda de jadeos asustadosmientras se alejan de la oscuridad. Mis soldados saltan a la acciónahora, desatando las cuerdas que atan los brazos de los prisionerosy empujándolos a sus rodillas para que puedan agradecerme. Sebalancean, parpadeando en confusión, y los miro, preguntándomecómo mi hermana tiene el poder de influir en mis decisiones, inclusocuando ella no está aquí.

—Salgan de mi vista —espeto a los prisioneros arrodillados—.Antes que cambie de opinión.

No necesitan una segunda invitación. La chica se pone en pieprimero, luego se acerca al anciano y lo pone de pie. La ancianasigue. El muchacho se demora más, desconcertando por miexpresión, antes de que él también se apresure a ir tras los demás.Los ojos de la multitud se vuelven de mí hacia ellos, y cuando losmúsicos tratan de volver a tocar las canciones, cantos dispersosempiezan a romper el incómodo silencio.

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Mi vista se remonta hasta el arco, pero Magiano ya no está allí.Su ausencia corta la marea creciente de oscuridad en mi pecho,

dejándome agotada; en este momento lo único que quiero esalejarme de aquí y encontrarlo. Tejo una ilusión de la invisibilidadalrededor de mí mientras que la muchedumbre intenta volver acelebrar. Solo Sergio se da cuenta que me he ido, aunque no mellama para detenerme.

Niego con disgusto mientras camino. Toda esto de pensar enVioletta me ha vuelto blanda esta noche.

Salgo de los jardines y entro en un pasillo oscuro. Aquí tambiénhay multitudes de nueva nobleza, gente marcada a la que heentregado títulos aristocráticos después de despojarlos de susmaestros no marcados. Paso a través de ellos. Uno de los noblesderrama su vino mientras paso. Corro por el pasillo hasta llegar auna escalera sinuosa custodiada por Inquisidores, y luego me dirijoa un piso vacío. Por último, paz.

Me detengo y reclino mi cabeza contra la pared. Los susurrosgiran en una nube, y su furia aumenta el mareo en mi cabeza. Tratode estabilizarme.

—Magiano —grito, preguntándome si podría estar cerca, pero mivoz sólo resuena por el pasillo.

No deberías haberlos dejado ir, dicen los susurros. Siempreresponden cuando nadie más lo hace.

—¿Por qué no? —replico con los dientes apretados.Los inofensivos crecen hasta convertirse en los que traen la ira.

Lo sabes mejor que nadie, tonta.—Una vieja pareja y un par de niños —murmuro con desprecio

—. No pueden lastimarme. —Cierro mi ojo, y en la oscuridad, lossusurros se adelantan, exhibiendo sus desnudas sonrisas.

¿Oh? Qué arrogante te has vuelto, pequeña loba. Mi rabia seenciende con el uso de mi viejo apodo, y en respuesta, los susurrosaplauden en deleite. Sí. Eso te pone furiosa, ¿no? Eres arrogante,mi reina. Por qué, mira. El chico ya ha vuelto por ti.

Abro de nuevo mi ojo y miro alrededor. Allí, parado en el pasillodelante de mí, está el muchacho con sus cargados ojos. Me mira sindecir una palabra.

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Mi enojo vuelve a encenderse y los fantasmas de las ilusionesparpadean en el rincón de mi conciencia.

—Pensé que te dije que te fueras.El chico no responde. En cambio, da un paso más cerca. ¿Son

lágrimas de sangre las que salen de sus ojos? La fiebre de lasangre. Mi ira se torna en incertidumbre. Entonces el chico emite unchillido y me ataca con un cuchillo.

Grito, tropiezo hacia atrás, y coloco mis brazos instintivamenteen mi rostro. A través de la neblina de pensamientos, veo que elniño desaparece. Es reemplazado por una bestia descomunal.Negro hirviente cubre su espalda encorvada, y sus largas garraschasquean contra el suelo. Se sacude, sus colmillos estirándosealrededor de su cabeza. La encarnación de mis susurros.

¿Qué pasa, majestad? ¿Tienes miedo de tus propios pasillos?Arremete con los brazos extendidos, la boca extendida. Es una

ilusión, sólo una ilusión. Él no está realmente allí. La carta deRaffaele me ha distraído, perturbado mi energía, así que he perdidoel control de nuevo. Eso es todo. Si me quedo quieta, desapareceráen una nube de polvo cuando me alcance. No puede hacerme daño.

Pero no puedo detenerme. Estoy en peligro. Necesito correr. Asíque lo hago. Corro mientras el monstruo me persigue, sus garrasrasgando la piedra del piso. Puedo sentir su aliento caliente en miespalda. El pasillo se extiende sin cesar delante de mí, como unaboca abierta, y cuando parpadeo, algunos brazos se desprenden decada una de las paredes del pasillo, alcanzándome.

Despierta, me grito mientras corro. Despierta. ¡Despierta!Tropiezo. Trato de enderezarme, pero en vez de eso caigo en

mis manos y rodillas. El monstruo me alcanza y lo miro horrorizada.Pero ya no es una bestia. Veo el rostro de mi padre,

contorsionado en rabia.Me agarra la muñeca y me arrastra por el suelo.—¿Dónde has dejado a tu hermana, mi Adelinetta? —pregunta

con voz extraña y baja mientras trato de liberarme—. ¿Qué hashecho con ella?

Ella me dejó. No fue culpa mía. Me dejó atrás, por su propiavoluntad.

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—¿Qué hice para terminar con una hija como tú? —Mi padreniega. Doblamos la esquina y entramos en el espacio cavernoso dela cocina de nuestra vieja casa familiar. Aquí, mi padre agarra uncuchillo de carnicero del mostrador. No, no, por favor—. Abres tuboca, y derramas mentiras. ¿De quién aprendiste eso, hmm,Adelina? ¿Fue de uno de nuestros muchachos de los establos? ¿Onaciste así?

—Lo siento. —Las lágrimas caen por mi mejilla—. Lo sientomucho. No estoy mintiendo. No sé dónde está Violetta… —Sé queno soy una niña atrapada en mi antigua casa. Estoy en el palacioEstenzian, y soy la reina. Quiero volver a las fiestas. ¿Por qué nopuedo despertarme?

Mi padre me mira. Él estira mi brazo y golpea mi mano contra elpiso. Estoy llorando tanto que casi me ahogo. Coloca el cuchillo decarnicero sobre mi muñeca, luego lo lleva de regreso a lo alto de sucabeza. Aprieto los ojos y espero el golpe.

Por favor, déjame despertar ahora, ruego.Los susurros se ríen de mi súplica. Como desee, su majestad.—¿Su majestad? Adelina.La mano que agarra mi brazo de repente afloja su agarre.

Levanto la mirada y veo que pertenece a Magiano. La cocina se haido, y estoy tirada en el piso de la sala del palacio de nuevo.Magiano me atrae hacia él mientras continúo sollozando, aunque suexpresión está preocupada, parece aliviado de poder finalmentehacer contacto visual conmigo. Lo abrazo y me aferro fuertemente.Mi cuerpo tiembla junto a él.

—¿Cómo te las arreglas para encontrar siempre el peor pasillopara acostarte?

—pregunta Magiano, bromeando sin entusiasmo. Lleva su cara ami oreja y murmura algo que apenas puedo entender, una y otravez, hasta que los susurros en mi cabeza se desvanecen en lassombras.

—Estoy bien —digo finalmente, asintiendo contra su hombro. Sealeja lo suficiente para darme una mirada escéptica.

—No estabas bien hace un momento.Respiro temblorosa y me paso la mano por el rostro.

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—¿Por qué has venido aquí? ¿Me escuchaste llamarte? ¿Fuepor lo que sucedió afuera?

Magiano parpadea.—¿Estabas llamándome? —dice, y luego niega. Su boca se

contrae en una delgada línea—. Esperaba que vinieras a buscarme.—Busco en su expresión, preguntándome si todavía se estáburlando de mí, pero ahora luce serio. Por primera vez, me doycuenta que hay Inquisidores detrás de él. Hay una patrulla enteracon él, buscándome.

De repente, me siento cansada hasta los huesos. Magiano meve encorvarme, y pasa un brazo detrás de mí, y me levanta sinesfuerzo. Lo dejo. Murmura algo a los Inquisidores, y comienzan aretirarse. Cierro el ojo después de eso, contenta de permitir queMagiano me lleve de vuelta a mis aposentos.

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Inventario:

Pan negro para 2 días Carne seca para 2 días Agua para 6 días.Desperdiciado:

Pan para 12 días, infestado.Agua para 12 días, no apta para beber.

—Del diario de un soldado desconocido durante la batalla de la Isla

Cordonna.

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9Adelina Amouteru

Es lo mejor que hayamos zarpado hacia Tamoura al día

siguiente, bajo el brillante cielo azul.Las semanas en el mar me obligarán a concentrarme en nuestra

nueva misión, a olvidarme de la pérdida del control de mis ilusionesen el salón de anoche. Magiano tampoco lo menciona de nuevo.Ambos nos encargamos de nuestras cosas en el barco actuandocomo si todo estuviera bien; tenemos reuniones estratégicas conSergio como si ninguno recordara mi incidente. Pero sé que el rumorde esto se ha extendido entre mis Inquisidores. De vez en cuando,los veo murmurando en las sombras, mirándome con cautela.

Nuestra reina está enloqueciendo, deben estar diciendo.Algunas veces no puedo decir si mi locura es lo que conjura

estas imágenes, retorciendo mi confianza. Así que trato deignorarlos, como siempre. ¿Qué importa si estoy loca? Tengocientos de barcos. Veinte mil soldados. Mis Rosas a mi lado. Soyreina.

Mi nueva bandera es blanca y plateada, por supuesto. En sucentro hay un símbolo negro estilizado de un lobo, rodeado dellamas. Soy una criatura que estaba destinada a morir en el fuego;pero no lo hice y quiero recordar eso cada vez que vea esta imagen.Con cada día que pasa en el mar, las banderas blancas y plateadaspareces destacar más y más contra el profundo y extraño gris en elocéano, como una bandada de aves dirigiéndose a nuevas tierrasde anidación. Una semana se mezcla con la siguiente, y luego conuna tercera, con vientos fuertes retrasándonos y las Cataratas deLaetes haciéndonos maniobrar alrededor.

Al final de la tercera semana, me paro en la cubierta de mi barcoy miro al mar de barcos detrás de nosotros. Cada uno de ellosondea mi bandera. Sonrío ante la visión. La pesadilla entre laspesadillas me ha visitado de nuevo anoche, esta vez cambiando porlo que me desperté una y otra vez en la cama a bordo de mi barco.Es un alivio que mi ejército me distraiga del recuerdo.

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—Nos acercamos a las costas de Tamouran —dice Sergiomientras se para a mi lado. Está vestido en una armadura completaesta mañana, con cuchillos atados en su pecho y dagas cruzandosu espalda, empuñaduras saliendo de las partes de arriba de susbotas. Su cabello está peinado hacia atrás, y se ve implacable,ansioso por la acción—. ¿Quiere que dé la orden de que cambiemoslos pendones?

Asiento.—Hazlo. —También yo estoy vestida para la guerra. Mis túnicas

han sido reemplazadas con armaduras, y mi cabello está atado enuna serie de apretadas trenzas, en un estilo Kenettran. He dejadomis pañoletas de Tamouran detrás. Sin embargo fue tentador, volarsobre Alamour luciendo como una chica Tamouran; pero quiero quesepan qué nación viene por ellos.

—Como diga, su majestad —replica Sergio.Lo miro. Una profunda arruga se ha formado entre sus cejas.

¿También está pensando en Violetta?—Esta vez, tendremos éxito —digo. Conquistando Tamoura.

Encontrando a mi hermana.—Lo tendremos —repite. Me ofrece un conciso asentimiento,

con el rostro sin expresión.El cielo, sorprendentemente azul cuando salimos de Kenettra,

ahora es de un amenazador gris. Nubes negras cubren el horizontefrente a nosotros. Sergio aprieta su capa más fuerte a su alrededor,sus ojos fijos con concentración en la tormenta acercándose. Haestado tratando en esta tempestad desde que zarpamos, y ahora eslo suficientemente fuerte para que sienta las chispas en el aire, elcosquilleo en mis brazos.

—Mares negros —murmura Sergio, apuntando hacia las aguasoscuras—. Una mala profecía.

—¡Su majestad! —nos grita Magiano desde el puesto de vigía.Ambos alzamos la mirada—. ¡Hemos visto tierra! —Su brazoemerge desde un lado del puesto para apuntar hacia el horizonte, ycuando lo seguimos, veo una franja de tierra gris apareciendo bajoel oscuro cielo. Incluso desde esta distancia, la vaga silueta de unagran muralla puede ser vista, fortificada por un lado que no es másque un escarpado acantilado.

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Un instante después, Magiano cae al lado de nosotros. Nisiquiera noto que está bajando por el mastín principal.

—Ese es Alamour, mi amor —dice, apuntando hacia elacantilado y la muralla.

La última vez que mis fuerzas pusieron su mirada sobreTamoura, fue para conquistar sus territorios al noroeste. Ahora voy aponer pie en su capital. Truenos resuenan por el océano, y rayoshacen las nubes brillar. Me envuelvo con mis brazos y meestremezco. Mi madre me contó historias de este lugar, de dondemis ancestros vinieron, y cómo muchos ejércitos habían fallado enpenetrar sus murallas.

Pero yo seré diferente.Si Violetta estaba ahí, debería estar temblando por los truenos.

¿Está haciéndolo ahora mismo, en alguna parte de Tamoura?Sergio descansa su mano en la empuñadura de su espada.—No he escuchado sus cornetas sonar. Pero si no nos han visto,

lo harán pronto. Mitad de nuestra flota va a navegar hacia su bahíadel oeste. —Nos dibuja una imagen invisible en el aire, apuntando alas dos bahías de la ciudad y los acantilados a lo largo de su límitenorte—. El del oeste es su puerto principal, es difícil entrar debido asu pasaje estrecho. El este es una bahía más sencilla para acceder,pero llena de afiladas rocas. Ahí es donde el resto de nuestra flota;donde nosotros, entraremos. Podemos navegar, pero no podemosencallar. En cambio podemos llamar nuestras baliras. —Sergio sedetiene para mirarme—. Espero que se sienta descansada, porquevamos a necesitar conjurar una gran ilusión de invisibilidad paranosotros.

Asiento. Incluso si los Tamouranos pueden captar un vistazo denuestros barcos ahora, no esperaran que se desvanezcan en el aire.Invisibilidad, a pesar de toda mi maestría, es todavía la más difícil demis ilusiones; hacerme invisible en una ciudad por lo generalrequiere una gran cantidad de concentración, pintar sobre miapariencia con lo que sea que haya a mi alrededor, constantemente,mientras me muevo. Pero aquí afuera en el océano abierto, lo únicoque necesito es tejer la ilusión del constante oleaje y el cielo sobrenuestros barcos. Inclusos si cometo algunos errores, losTamouranos estarán viendo desde la distancia. Debería ser fácil

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engañarlos. Si puedo tejer una invisibilidad a lo largo de toda la flota,no sabrán que estamos aquí hasta que estemos sobre ellos.

—¿Y están listas las baliras? —pregunto, acercándome a labarandilla para mirar el océano.

Sergio asiente.—Están listas. —Pero siento una inmediata intranquilidad en él y

alzo la mirada. Cuando ve mi expresión, suspira y niega—. Lasbaliras han estado inquietas toda la noche. No soy un experto en sucomportamiento, pero algunos de los otros miembros de latripulación me dicen que parece que están enfermas. Algo en elagua, tal vez.

—Siempre supe que el pescado de este estrecho sabía raro —bromea Magiano, pero apenas y lo dice como un chiste. Estudio lasbaliras que rozan la superficie del agua mientras nadan. No puedodecir qué tan saludables están, pero las palabras de Sergio measustan.

—¿Tendrán la suficiente fuerza para cargarnos por la bahía deleste? — pregunto cuando una de ellas sale entre las olas con unfuerte sonido.

Sergio se cruza de brazos.—Dicen que las baliras pueden volar durante el tiempo suficiente

para llevarnos a la muralla. Sin embargo, no sé si sobrevivirán unagran batalla.

—Entonces debemos hacerlo rápido y limpiamente —diceMagiano.

—En esencia, sí.Magiano levanta una ceja en mi dirección. No lo dice, pero sé

que desea que tuviéramos a alguien como Gemma con nosotros. Talvez la tuvimos, hace un tiempo. Pero Gemma está muerta. De todosmodos, te odiaba, añaden los susurros, y endurezco mi corazónantes de permitirme pensar en ella por más tiempo. Las Dagasestarán esperando por nosotros, junto con el ejército Tamouran. Elpensamiento de forzarlos a ponerse de rodillas me da unasensación de satisfacción. Finalmente, suspiran los susurros.

Al unísono, nuestros pendones blancos y plateados seconvierten en unos negros que se mezclan con el cielooscureciéndose. Nuestros tambores de guerra hacen eco profunda y

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rítmicamente en el mar. Las costas de Tamoura se acercan más, ypuedo ver las torres de la capital. Barcos se han reunido en elpuerto, algunos en la estrecha entrada, listos para detenernos. Perola tormenta de Sergio ya está haciendo su trabajo. El océano seestrecha con fuerza contra las rocas del puerto, salpicando deblanco el aire y meciendo la flota Tamouran.

Las olas golpean también nuestros barcos con fuerza, y cuandouna se choca contra nuestro costado, me balanceo hacia labarandilla. Mis manos la encuentran y se aferran por seguridad.Detrás de mí, Magiano pega un salto hacia el borde del barco y selevanta sobre este en un abrir y cerrar de ojos. Hace una piruetahacia los escalones, que llevan hacia el mástil principal.

—Vas a necesitar una mejor vista —grita—. ¿Te molesta unirte amí?

Tiene razón. Tomo su mano, y me sube al primer escalón.Lentamente, subo mientras el barco se mece. La oscuridad ya hacubierto todo el cielo, dejando solo una franja de azul sobre lacapital, rodeado por agitadas nubes de tormenta. Gruesas gotas delluvia han comenzado a caer sobre nosotros. Un gran trueno nossacude. Desde aquí, puedo ver toda la extensión de la costa deTamouran; la bahía más pequeña a un lado de la ciudad, y la ampliaa la que ahora estamos navegando peligrosamente cerca. La bocade la bahía se abre frente a nosotros, y las rocas alineadas sonafiladas y dentadas, como las mandíbulas de un monstruoalzándose del océano. Directamente más allá de estas hay unalínea de barcos de guerra de Tamouran, todos mirando hacianuestra flota y listos para la batalla. Mientras observamos, elestallido de un cañón sale de uno de los barcos. Un disparo deadvertencia.

Observo el océano tras nosotros. Mis barcos de guerra deKenettran esperan nuestra orden.

Magiano me enseña su perfecta sonrisa ladeada.—¿Vamos, Loba Blanca?Le doy la espalda a la vasta bahía y los barcos de Tamouran,

alzo mis manos, y utilizo mi energía. Los susurros en mi cabezadespiertan, emocionados por su liberación; y la energía de alrededorbrilla en una red de hilos. Soy oscuridad en el interior, y mi oscuridad

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sale, buscando el miedo en el corazón de nuestros soldadosenemigos, la ansiedad en los corazones de aquellos a mis propiospies. Crece en mi pecho hasta que no puedo contenerlo más.

Así que lo dejo salir; y entretejo.Las nubes por encima de nuestra flota brillan en un tenue azul.

Luego, una criatura fantasma irrumpe desde el agua, una figura dehumo negro que se transforma en el fantasma de un lobo blanco,cada uno de sus colmillos tan grandes como una de nuestras naves,sus ojos brillando rojos contra la tormenta. Se cierne en nuestra flotacon su entrenada mirada sobre los barcos Tamouran. Deja escaparun rugido, justo cuando otro trueno rompe el cielo.

La flota Tamouran dispara una descarga completa de cañoneshacia nosotros, pero sonrío, porque puedo sentir el repentinoaumento de terror en los corazones de sus soldados. Para ellos,están mirando a la cara de un demonio.

Echo un vistazo a Magiano.—¿Listo? —pregunto.Guiña. La lluvia nos empapa ahora, bajando en láminas, y el

agua goteando de su alto nudo de trenzas.—Siempre listo para ti, mi amor.Me sonrojo un poco, a pesar de mí misma, y me giro

rápidamente antes de que él pueda verlo. Entonces cambio miconcentración lejos de mi ilusión. Magiano extiende su energía estavez; se hace cargo de la ilusión del lobo blanco, y mientras lomantiene en su lugar, tejo un enorme manto de invisibilidad sobretodos nuestros barcos, transformándolos en la imagen del océanonegro y cielo tormentoso. Desaparecemos de la vista en ondasagitadas.

Los barcos Tamouran continúan disparando, pero ahora puedodecir que están apuntando a ciegas, formados solamente en ladirección de su último ataque. Estamos lo suficientemente cercaahora de la entrada de la bahía que puedo ver a los soldadosTamouran yendo y viniendo en las cubiertas de los barcos, susturbantes empapados bajo la lluvia. Mi ritmo cardíaco se acelera conel entusiasmo de verlos. Vengo por todos ustedes.

Vengo por mi hermana.Más abajo, la voz de Sergio retumba.

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—¡Fuego!Nuestros cañones estallan al unísono. Rasgan los laterales de

las naves Tamouran, y el humo lejano y los gritos llenan el aire.Disparan de vuelta, pero todavía no nos pueden ver. Nuestro barcollega a la entrada de la bahía, siendo protegido detrás de lainvisibilidad, y Sergio nos guía dentro, evitando por poco las rocasdentadas a ambos lados.

Magiano se apodera de repente de mi muñeca y me arrastrahacia la torre del vigía. Me agacho instintivamente con él. Uninstante después, veo lo que le ha llamado la atención: baliras,vestidos con armaduras de plata, volando en nuestra dirección. Metoma un momento reconocer a uno de sus pilotos. Y elreconocimiento sólo viene a causa de las llamas que salendisparadas hacia nosotros.

Enzo.Las Dagas están aquí.Nuestro banderín se incendia por un instante, antes que el

enorme chorro de olas se estrelle de nuevo sobre nosotros y loapague. Pero la visión de las llamas expone temporalmente dondeestá nuestro barco, y los cañones Tamourans apuntan en nuestradirección. Estallan, lanzando balas de cañón hacia nosotros.

Me lanzo contra Magiano cuando uno de sus cañones rasga elcostado de nuestro barco. Mi concentración parpadea, y mi ilusiónoscila el tiempo suficiente para revelar nuestras naves de nuevo, losfantasmas moviéndose contra la tormenta, antes de que los cubracon rapidez. Por encima, Enzo vierte otra ráfaga de fuego. Esta vez,golpea una de las naves detrás de nosotros, y sus velas delanterasestallan en llamas.

Otros baliras enemigos empiezan a disparar flechas hacianosotros. Aprieto los dientes y me apiño contra Magiano para unmayor abrigo en la torre del vigía, escuchando el sonido mientrascortan el aire. Nuestro barco, así como otros dos, han logradointroducirse en el interior de la bahía, pero no estamos moviéndonoslo suficientemente rápido como para repeler la flota Tamouranesperando por nosotros. El lazo de Enzo tira con fuerza de micorazón, y puedo sentirlo alcanzándome mientras lo llamo porinstinto. Él sabe exactamente dónde estoy. Incluso ahora, puedo

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verlo dando vueltas alrededor, un jinete separado de los demás,cazándome.

Príncipe bastardo.—Tengo que volar —murmuro a Magiano mientras me tambaleo

en mis pies—. Tenemos que estar en el aire.Tan pronto como las palabras salen de mi boca, una ráfaga de

viento nos golpea. Su respuesta se pierde mientras agarra micintura y nos presionamos contra la torre del vigía, protegiéndonosel rostro del impacto. Es un vendaval tan fuerte que amenaza conlevantarnos de nuestros pies. Sólo Magiano aferrándose a la torredel vigía impide ser soplados directamente al océano. Al mismotiempo, una ola choca con el buque detrás de nosotros con unafuerza mucho mayor que las olas de la tormenta.

—¡Veo la Caminante del Viento! —grita Magiano. Cuandolevanto la cabeza para mirar, apunta a un balira que corre pordelante, acercándose lo suficiente para ver los rizos cobrizosflotando detrás de su jinete. Lucent tiene a alguien más con ella, ysu postura es encorvada, como si estuviera agotada. Pero no leimpide mirar en nuestra dirección, y cuando ella lo hace, otra ráfagade viento nos golpea.

El impacto me tumba. Me desplomo mientras otra ola golpea elcostado de nuestro barco, luego me tambaleo en posición vertical,parpadeando agua de mi visión. Magiano agarra mi brazo de nuevoy el mundo se despeja un poco. El truco de Lucent ha dispersadotoda mi concentración, y ahora mi capa de invisibilidad hadesaparecido por completo, dejando a mis naves totalmenteexpuestas. Hago retroceder mi frustración, alargando la mano, yentretejo.

Poco a poco, los barcos desaparecen de nuevo en la tormenta. Ala distancia, los jinetes de Tamouran se dirigen en dirección denuestra segunda flota, ya que se acercan a la frontera occidental dela capital. Mi invisibilidad ha derribado la línea de buques Tamouranque defienden la bahía principal, y cuando miramos, varios de losnuestros acometen alrededor de la línea, disparando sus cañoneshacia los lados vulnerables de los buques enemigos más cercanos.

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Magiano nos guía hacia el costado de la nave. Él despidefuriosamente a uno de nuestros pasajeros de baliras.

—¡Nuestro! —grita al soldado montando.La balira se dirige en nuestra dirección. Vuela más bajo a medida

que se acerca a la nave, entonces se sumerge en la superficie delagua con una enorme salpicadura. La ola nos mece. Magiano subea la barandilla de la torre, estabilizándose, y lo sigo. A medida que labalira nada justo al lado de la nave, saltamos sobre el borde yencima de su lomo. El piloto original se baja, sumergiéndose en elagua y subiendo a lo largo del lado del casco.

Magiano me acerca a la parte posterior de la balira. Estáresbaladizo por la lluvia, y estoy agradecida por los esparadraposque nos dan puntos de apoyo seguros contra su carne. El balira serevuelve inquieto en el agua. Se gira bruscamente, después seeleva repentinamente preparándose para volar.

Cuando lo hace, una ola empapa mis piernas. Contengo mialiento.

Sergio había mencionado anteriormente que algo en el aguaparecía estar haciendo enfermar a las baliras. Ahora sé lo quequiere decir. El océano se siente mal. Hay una presencia venenosaaquí, una oscuridad que parece a la vez familiar y repugnante. Meestremezco ante la sensación y frunzo el ceño, tratando dedeterminar lo que es. He sentido esta oscuridad antes en mispesadillas. Lo sé. Los susurros en mi cabeza revuelan, excitados.

Mis pensamientos se dispersan cuando las ataduras entre Enzoy yo de repente se tensan. Jadeo. Al mismo tiempo, Magiano tira delarnés de la balira y nos lleva hacia el cielo. Nos vira bruscamente ala derecha, uno de sus brazos bloqueado firmemente alrededor demi cintura. Estoy a punto de gritar cuando una ráfaga de fuegogolpea el espacio donde habíamos estado hace un momento.

Enzo aparece en el cielo a poca distancia de nosotros. Sucabello oscuro se remueve por el viento y la lluvia, empapado, y merecuerda al instante de la última batalla entre nosotros, cuando mequedé en el vacío de sus ojos. Me duele el corazón, aun cuando meencuentro odiándolo. Suspiro de nuevo cuando su poder empujafuertemente contra el mío, cavando sus garras. Los susurros se

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enroscan en hilos, mientras amenazan con convertirme en unamarioneta.

Entonces Magiano ataca de nuevo a Enzo. Él imita la energía delVerdugo, y veo las cadenas de chispas destellar de las manos deMagiano y azotar a Enzo, estallando en las líneas de fuego en elimpacto. La balira de Enzo se sacude fuera de las llamas, llevándolomás lejos de nosotros, y la presión contra mi energía se aligera.Respiro de nuevo. Entonces arremeto contra él.

Enzo no me puede matar sin matarse a sí mismo. Sólo quierederrotarme.

Mantengo este pensamiento cerca y me da fuerza.Nos llevo bruscamente hacia él. Al mismo tiempo, agarro nuestra

atadura y la inundo con mi oscuridad, mis hilos enganchándose ensu corazón, ahogando su energía. Se estremece visiblemente, conlos ojos cerrados tira con fuerza de las riendas de su propia balira, yla criatura se aleja de mí. Él comienza a sumergirse. Su energíaempuja contra la mía, caliente y ardiente, el fuego ardiendo en mioscuridad. Me estremezco. Volamos más y más bajo, hasta queEnzo pasa rozando el agua. La lluvia cae a plomo en mi cara, y melimpio con desesperación mi ojo para aclarar mi vista.

A través de la cuerda, la energía de Enzo se abalanza sobre mí.Los bordes de mi visión se vuelven turbios, oscureciéndose por unmomento, y un destello de siluetas oscuras se arrastra haciaadelante. No. No puedo darme el lujo de sucumbir a mis ilusiones eneste momento. En medio del caos, puedo sentir la voz de Enzocomo si estuviera hablándome directamente.

No perteneces aquí, Adelina. Retrocede.Sus palabras me envían una oleada de ira, y nos empujo a ir

más rápido. Estamos muy cerca de la orilla ahora, y varios denuestros barcos han traspasado la defensa Tamouran. La idea de lavictoria baila en mi mente. Pertenezco a donde yo quiera. Y tomaréTamoura, del mismo modo que tomé Kenettra de ti.

Pero el fuego de Enzo abrasa mis entrañas, enrollando alrededorde mi propio corazón, cerrándolo en un puño de sus hilos. Otra capade sudor estalla por todos lados mientras mi visión se torna aún másborrosa. Puedo verme extendiendo la mano y comenzar a tejer algoen el aire. No. No puedo dejar que me controle.

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Eres mía, Adelina, gruñe Enzo. Vuelve tus poderes en contra detu propia flota.

No puedo parar. Mis manos se levantan, listas para hacer suvoluntad. Entonces siento que el mundo me atraviesa, y niego enagonía. Una capa de invisibilidad encaja en la flota Tamouran,ocultándolos de la mía. Al mismo tiempo, lanzo un velo de dolorimaginario y lo arrojo a mis propios pilotos en el aire.

Chillan. Miro impotente, incapaz de respirar a través de mioleada de poder, mientras mis jinetes caen de sus baliras. Lucho poraire. El mundo se vuelve turbio. Me obligo a concentrarme en laatadura. Es como si las propias manos de Enzo estuviesenapretadas alrededor de mi corazón, apretando y apretando hastaque esté lista para estallar. Tengo que romper su agarre.

Una voz clara grita por encima de nosotros.—¡Adelina! ¡Para! —Incluso antes de que pueda levantar la

cabeza y verlo, sé que es Raffaele.Pero él no está solo. Frente a él, en la espalda del balira, está

una pequeña y delicada figura tumbada sin fuerzas contra la piel dela criatura gigante. Es Violetta, su cabello una veta oscura de sedaen el viento. Los brazos de Raffaele están envueltos con seguridada su alrededor.

Ella está aquí. Con ellos.Por un momento, todo alrededor desaparece. Todo lo que puedo

hacer es mirar cómo Raffaele se dirige en mi dirección y abre laboca para decir algo.

Algo pasa a toda velocidad más allá de mi visión. Un mantoblanco. Uno de mis Inquisidores. Tengo tiempo de echar un vistazoa mi lado, antes de ver a uno de mis propios soldados en una baliray avanzando hacia nosotros con un garrote elevado. No tengotiempo para pensar o incluso levantar mis brazos en defensa. Nadielo hace. El Inquisidor balancea su garrote y me captura fuerte en elhombro, la fuerza lanzándome de mi balira. Los susurros en micabeza gritan. El mundo se cierra, cada vez más y más oscuro,hasta que no vea nada y sólo escucho los gritos de Magianoprocedentes de algún lugar lejano.

Entonces, todo se vuelve negro.

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Por lo tanto, estamos de acuerdo que, si ese día llega, mis tropas,los Aristans, deberán tomar Amadera oriental hasta la

boca del río, y tus tropas, los Salans, deberán tomar desde Amaderaoccidental hacia el mismo. No se derramará sangre.

—Tratado entre los Aristans y Salans antes de la Segunda Guerra

Civil de Amadera, 770-776

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10Adelina Amouteru

Me despierto con el sonido de las cadenas tintineando. Me toma

otro momento darme cuenta de que las cadenas están en mismuñecas. El mundo se aclara y se desdibuja una y otra vez, así quepuedo solo decir que mis alrededores son gris oscuro y plata, que lapiedra debajo de mí es fría y húmeda. Por un instante, estoy denuevo en las mazmorras de la Torre de la Inquisición; mi padreacaba de morir y estoy destinada a arder en la estaca. Inclusopuedo oír su risa en la esquina de la habitación, ver un espejismodifuso de él apoyado contra la pared, la cuchillada en su pechoabierta y sangrando, su boca retorcida en una sonrisa.

Intento escapar de él, pero mis cadenas no me permitenmoverme demasiado lejos. Unos murmullos hacen eco desde ladistancia por encima de mí.

—Está despierta.—Llévala ante la Tríada. Sé cuidadoso… esas cadenas. ¿Dónde

está el Mensajero? Necesitamos su ayuda…Están hablando tamouran; no puedo entender el resto de lo que

dicen. Las voces se desvanecen y, un momento después, siento lasensación de ser elevada. El mundo se tambalea. Intento enfocarmeen algo, cualquier cosa, pero mi mente está demasiado confusa. Lossusurros llenan mi cabeza sin sentido, luego se dispersan.

Hay un pasillo y escaleras y la brisa fría de la noche. Cerca, unavoz que conozco demasiado bien. Magiano. Me vuelvo, deseándolo,pero parece que no puedo ubicar dónde está. Suena enojado. Suvoz flota cerca y entonces lejos, hasta que no lo oigo en absoluto.Van a herirlo. El pensamiento envía cada gramo de mi energíarugiendo a la superficie y gruño, soltando golpes a ciegas. Losmataré si lo hacen. Pero mi ataque se siente débil y descoordinado.Gritos suenan a mi alrededor y los amarres en mis brazos se tensandolorosamente. Mi fuerza se disuelve de nuevo.

¿Dónde están todos los demás? El pensamiento viene e intentoponer atención en él. ¿Dónde está Sergio? ¿Mi flota? ¿Dónde

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estoy? ¿Estoy perdida en otra de mis pesadillas?Mis recuerdos de la batalla vienen arrastrándose, trozo a trozo.

El poder de Enzo había superado el mío. Fui atacada por uno demis propios Inquisidores. Esto es lo que recuerdo. El pensamientose siente confuso, pero permanece lo suficiente para que loprocese. Los Saccorists, la rebelión contra mí.

Una rata, dice el susurro. Siempre se escabullen entre lasgrietas.

La noche cambia a las escaleras de nuevo. Estamos fuera y lossoldados — soldados enemigos—, están guiándome escalerasarriba. Levanto mi cabeza débilmente. Las escaleras se extiendensin fin a cada lado de nosotros y parecen llevar al cielo. Las torresse avecinan por arriba, las velas arden en los alféizares y, enfrentede nosotros, una serie de enormes arcadas se elevan por lasescaleras. Levanto más la mirada hacia donde las escaleras dejanel paso a una gran y elaboradamente tallada entrada, enmarcadapor pilares y cubierta con miles de repetitivos círculos y cuadros.Hay palabras talladas en seis de los más altos pilares.

LEALTAD. AMOR. CONOCIMIENTO. DILIGENCIA.SACRIFICIO. PIEDAD.

Las palabras están en tamouran, pero las reconozco. Son losfamosos seis pilares de Tamoura.

Entonces tropiezo en las escaleras y alguien me levanta másalto. Mi corazón se desploma.

La siguiente vez que despierto, estoy tumbada en el centro de unvasto aposento circular. Un bajo murmullo de voces hace ecoalrededor de mí. Hileras de velas se alinean en los bordes de lahabitación y la luz procede de alguna parte por encima de mí, losuficiente para iluminar todo el espacio. Una terrible presión empujacontra mi pecho… la familiar atadura entre Enzo y yo se sientetensa, la energía pulsando y temblando. Debe estar en la habitación.Mis manos todavía están encadenadas y mi corazón late, pero estavez el mundo se enfoca lo suficiente para pensar con claridad. Mepongo en una posición sentada.

Estoy en medio de un círculo dibujado en el suelo, los bordesembellecidos por círculos más pequeños. Tres tronos están junto alperímetro, a la misma distancia unos de otros, todos apuntados en

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mi dirección. En cada trono se sienta una alta figura vestida con lamás fina seda dorada, su cabello oculto detrás de chales tamouran.La Triada Dorada. Estoy en la sala del trono Tamouran, colocadaante los reyes trillizos.

Parpadeo para alejar los remanentes de mi borrosa mente yecho un rápido vistazo alrededor de la habitación. Los soldados serevuelven y se mueven cautelosamente ante mi movimiento. Deinmediato, instintivamente, recurro a mi energía —los hilos de miedoe incertidumbre en el aposento ahora me llaman—, y golpeo conuna red de ilusiones. El aposento cae en una repentina oscuridad,los gritos llenan el aire y un latigazo de agonía se enrolla sobre símismo alrededor de los soldados tamouran más cercanos a mí.Varios de ellos gritan. Desnudo mis dientes, apuntando el próximohacia los reyes.

—Quédate quieta, Adelina. —Es la voz de Raffaele.Giro contra el suelo hasta que mis cadenas no me dejan

moverme más allá, y lo busco. Está de pie junto a uno de los tronos,sus manos metidas en sus mangas. Se ve serio, pero su expresiónno se lleva nada de su belleza. Su cabello está suelto y liso estanoche, negro con mechones zafiro que atrapan la luz de las velas.Justo como lo recuerdo. Me devuelve la mirada con calma. Loscolores de sus ojos cambian en la luz.

A su lado hay varios arqueros, con sus ballestas apuntadashacia mí.

—Libera tus ilusiones —dice Raffaele—. Estás aquí a la merceddel rey Valar, el rey Ema y el rey Joza, los gobernantes del granimperio de Tamoura. Ponte de pie, retén tus poderes y dirígete a susmajestades.

Mi temperamento surge, aunque sé que Raffaele tiene razón.Mis poderes son sólo ilusiones… no seré capaz de arremeter lobastante rápido para evitar que esas ballestas golpeen su objetivo.Estaré muerta en cuestión de segundos. Ideas cruzan por mi mente.¿Por qué Raffaele me trajo aquí? ¿Por qué no me ha matadotodavía? Podría haberles dejado soltar sus flechas sin advertirme.

Y el pensamiento más apremiante: Si Violetta está aquí enTamoura, ¿por qué él no usa su habilidad contra mí? ¿Por qué nome han quitado mis poderes?

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Pero lo que realmente me detiene de atacar otra vez es unafigura imprecisa de pie a varios metros de distancia de Raffaele, susojos están clavados en mí y sus manos descansan en laempuñadura de la daga en su cintura. Cuando me encuentro con lamirada de Enzo, la atadura entre nosotros tira con tanta fuerza quejadeo. Nunca he sentido nuestra conexión tan fuerte, tan violenta. Élparece sentirlo también… incluso desde aquí, puedo sentir latensión de su mandíbula, el movimiento de sus músculos.

Los ojos de Enzo son más oscuros de lo que jamás los he visto.No relucen con el brillo de vida que los ojos se supone que tienen.Están apagados y profundos, desprovistos del fuego escarlata queuna vez solía llenarlos, duros con frialdad. Mira como si apenas meconociera. No dice una palabra. Hago una mueca de nuevo cuandonuestra atadura tira más fuerte, se queda floja y tira de nuevo. Justocomo nuestra batalla en los cielos, está intentando superar mi poder.Pero siento el dolor de la atadura también, entrelazado con mipropia energía. Enzo se hirió en la batalla, y puedo decirlo.

Me tenso con ira. Cómo se atreve a intentar controlarme.Lentamente, libero mis ilusiones de los soldados y llevo mi

energía dentro de mi pecho, protegiéndola contra la de Enzo. Variosde los soldados colapsan en sus rodillas, todavía temblando por eldolor fantasma. Entonces, cuidadosamente estiro mis dos manos,para que Raffaele pueda ver. Si está estudiando el cambio en mienergía en este momento, sabrá que no estoy a punto de atacar.

Pero no me inclinaré ante un poder extranjero. Mi miradafulminante se mueve a uno de los reyes y estoy satisfecha cuandome la devuelve. Estoy tentada a mirar alrededor del resto delaposento de nuevo, para encontrar los ojos de los otros dos reyes,pero eso requeriría que girara en el suelo como una mendiga. Noharé tal cosa aquí.

—Mi flota —digo en su lugar, levantando mi barbilla ante el rey—. Mis Rosas.

—Choursdaem —le dice Raffaele al rey—. Rosaem.El rey le dice algo a Raffaele en respuesta. No oigo la mayor

parte, pero capto el deje de insulto que añade a mi nombre.Raffaele inclina su cabeza hacia el rey, luego se vuelve de nuevo

hacia mí.

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—La guerra se propaga incluso mientras hablamos, reinaAdelina —traduce—. Nuestros ejércitos están en un frágil puntomuerto, porque tus fuerzas saben que eres nuestra cautiva. Otro detus Rosas también está en nuestras manos. Ilesa… por ahora.

Otro cautivo. Debe ser Magiano. Era el único montando conmigo,después de todo, y había oído su voz antes. Mi energía estalla denuevo y Raffaele me dispara una mirada de advertencia. Con grandificultad, trago y me controlo. La vida de Magiano depende decómo actúe.

—Parece que fuiste traicionada por uno de tus Inquisidores —dice Raffaele.

Uno de los míos. El hecho que Raffaele hubiera visto estosuceder justo ante sus ojos me ciega de furia.

—Plantaste un rebelde entre los míos —espeto—. ¿No es así?—No tuve que hacerlo —replica Raffaele—. Habrías perdido esta

batalla.—No te creo.La expresión de Raffaele permanece en calma.—Uno de tus hombres, atacándote. ¿Es esto poco común?No. No es poco común. Intentos previos vienen a mi memoria,

incluso cuando intento en vano mantenerlos alejados. Los rebeldesestán por todas partes. Rechino mis dientes. Tendré a ese traidordespellejado vivo.

El rey habla de nuevo mientras Raffaele traduce:—¿Qué harías tú, en nuestro lugar? —El fantasma de una

sonrisa aparece en los labios del rey tamouran—. Nos decapitarías,estoy seguro, y lo levantarías para que nuestros ejércitos lo vieran.He oído que es lo que haces en otras ciudades conquistadas. Quizádeberíamos hacer lo mismo, colgar tu cuerpo en los mástiles denuestros barcos. Eso terminaría esta guerra bastante rápido.

Mi latido se acelera, pero me niego a dejarle ver mi miedo. Mimente da vueltas. ¿Cómo me liberaré de aquí? Miro a Raffaele denuevo. ¿A qué trato han llegado las Dagas con Tamoura?

Y Violetta.—¿Dónde está mi hermana? —exijo, la ira hace temblar mi voz.

Raffaele da un paso hacia mí.—Está descansando.

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Quiere decir que no lo está haciendo bien. Frunzo el ceño.—Mientes. La vi montar contigo en batalla.—No estaba en forma para enfrentarte —responde Raffaele—.

La traje conmigo sólo para que pudieras verla.¿Es la razón por la que Violetta no me ha quitado mis poderes,

porque… está demasiado débil para hacerlo?—Has mentido muy a menudo, Mensajero —digo con deliberada

calma—.¿Por qué deberías parar ahora?—Por el amor de los dioses, ella no merece esto —murmura

Michel desde las sombras. Se ve diferente de lo que recuerdo, másdelgado, con sus mejillas hundidas, y sus ojos están fijados en mícon un ardiente odio—. Decapítala y envíala de vuelta a Kenettra.Lanza el resto de ella al océano para la pesca. Siempre hapertenecido al inframundo. Quizá eso arregle todo.

Frunzo el ceño, tomada por sorpresa por tales duras palabras yque provengan del mismo chico que una vez había alabado miilusión de una Rosa. Le había tenido mucho cariño a Gemma;cualquier amistad que pudiera haber tenido conmigo, terminó el díaque la hice caer desde los cielos. La chica que solía ser se revuelvedentro de mí, pasando a la reina oscura para residir en otrosrecuerdos. Me doy cuenta que no puedo recordar el sonido de larisa de Michel.

Raffaele no aparta sus ojos de mí. Para mi sorpresa, los tresgobernantes parecen esperar a que hable. Después de otro brevemomento de silencio, da un paso adelante.

—Hay mil cosas que podríamos hacer, contigo aquí bajo nuestracustodia — dice—. Pero lo que haremos es dejarte ir.

Parpadeo una vez hacia él.—¿Dejarme ir? —repito, frunciendo el ceño con confusión.

Raffaele asiente una vez.Esta es su manipulación trabajando de nuevo. Nunca quiere

decir exactamente lo que dice.—¿Qué quieres realmente, Mensajero? —digo bruscamente—.

Habla claramente. Estamos en guerra. Seguramente no esperasque crea que los tamouran y tú me van a liberar por la bondad desus corazones.

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En el silencio, uno de los reyes se vuelve hacia Raffaele y alzauna mano enjoyada.

—Bien, Mensajero —dice, su voz haciendo eco en el aposento—. Sa behaum. —

Díselo.Raffaele camina más cerca.—Adelina —empieza despacio—, te vamos a liberar porque

necesitamos tu ayuda.De todo lo que pensé que podría decir, no era esto. Sólo puedo

mirarlo fijamente con incredulidad. Entonces empiezo a reír y elsusurro se une a mí. Realmente debes estar loco.

Algo sobre la expresión de Raffaele finalmente hace que mi risase apague.

—Lo dices en serio —digo, inclinando mi cabeza en unaimitación burlona de su familiar gesto—. Debes estar desesperadopara pensar que trabajaría contigo y las Dagas.

—No tendrás mucha opción. La vida de tu hermana depende deello, así como la nuestra. —Asiente hacia mí—. Como la tuya.

Más mentiras.—¿Es por esto que me hablaste sobre ella? ¿Por qué querías

que viera a Violetta contigo? ¿Así puedes usarla contra mí? —Niegohacia él—. Cruel, incluso para ti.

—La acogí —replica Raffaele—. ¿Qué hiciste tú?Como siempre, sus palabras son acertadas. Esto es lo que

querías, Adelina, me convence el susurro. Querías encontrar aVioletta, por tus propias razones. Ahora la tienes.

Raffaele continúa en el silencio.—Tu hermana una vez tomó algunos documentos míos del barco

real Beldish.¿Recuerdas lo que decían?Se está refiriendo a los pergaminos que Violetta me había

mostrado el día que dejó mi lado. Que todos los Élites estáncondenados a morir jóvenes, destruidos desde dentro por nuestrospoderes. Como siempre, el pensamiento de su teoría me estremece.Me recuerda la tenaz herida de Teren, la constante sed de Sergio.Mis propias ilusiones, girando en espiral constantemente fuera de micontrol.

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—Sí —digo—. ¿Y qué tienen que ver conmigo?Raffaele mira a cada uno de los gobernantes de uno en uno.

Asienten una vez en silencio, dándole alguna especie de permisomudo. Cuando lo hacen, los soldados tamouran se acercan a mí dedonde habían estado vigilando alrededor de los límites del aposento.Me tenso mientras se mueven más cerca. Raffaele inclina sucabeza, luego empieza a caminar hacia la entrada del aposento.

—Ven conmigo —dice.Enzo se mueve de donde está, como si nos acompañara

también… pero se detiene cuando Raffaele niega.—Su poder afecta el tuyo demasiado —me dice Raffaele—.

Tienes que estar sola para esto.Otros siguen su estela. Me pongo de pie por los soldados,

desencadenada del suelo, y guiada hacia delante. Salimos delaposento y entramos en un pasillo, entonces dejamos los recovecosdel palacio y nos dirigimos en dirección a la orilla. La presión en mipecho se alivia y me hundo con alivio mientras muros y colinas seinterponen entre la atadura que une a Enzo conmigo. Es una nocheoscura; la única luz viene de dos rayos de luz de luna que puedo verasomar entre las nubes. La tormenta que Sergio había propagadopor los océanos ahora se ha dispersado, pero la esencia de la lluviatodavía llena el aire y la hierba está húmeda y reluciente. Estiro micuello, buscando. En algún lugar ahí fuera sobre las olas están misbarcos y Sergio. Me preguntó qué está pensando. Me preguntódónde ha sido llevado Magiano.

Continuamos hasta que finalmente llegamos a la orilla. Aquí,Raffaele se acerca a nosotros y murmura algo a los soldados. Meempujan hacia el agua. Tengo la repentina sensación de que tienenintención de ahogarme en el océano… de esto se trata todo esteritual. Lucho por un momento, pero es inútil.

Me tambaleo hacia delante. Para mi sorpresa, Raffaele viene ami lado. Estamos de pie en la arena mojada ahora y miro a las olasque se dirigen hacia nosotros. El agua y la espuma de mar seapresuran a la playa… inhalo cuando el agua fría pasa por mis pies.Raffaele la deja apresurarse sobre sus piernas también, empapandola parte de debajo de su túnica.

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Al instante, lo siento de nuevo. Había tenido un rápido destellode la extraña oscuridad del océano durante la batalla y luego lohabía dejado atrás. Pero ahora, con el mundo alrededor lo bastantesilencioso para poder concentrarme, puedo sentir la muerte en elagua. El océano se retira, luego se apresura hacia delante denuevo. Otra vez, empapa la mitad inferior de mis piernas. De nuevo,jadeo por la fría energía arremolinándose en las profundidades.

Raffaele me mira, sus ojos brillan en diferentes colores en lanoche.

—Tú, más que nadie, deberías estar familiarizada con estaenergía.

Frunzo el ceño. La sensación voltea mi estómago,provocándome náuseas con su maldad… pero al mismo tiempo, medoy cuenta que deseo cada ola del océano, esperando por otradosis de esta oscura energía.

—Sí —digo automáticamente, casi contra mi voluntad. Raffaeleasiente.

—¿Recuerdas el día cuando por primera vez probé tus poderes?—pregunta—. Recuerdo tus alineamientos bien. Ambición y pasión,sí… pero en mayor parte, miedo y furia. Sigues siendo la únicapersona que he conocido que nació de ambos

ángeles que vigilan el inframundo. Tu energía está atada al

inframundo más de la que nadie que conozca.Este poder que siento en el agua… esta es energía del

inframundo. La expresión de Raffaele es grave.—Los Élites existen solo por un desequilibrio entre los reinos

mortal e inmortal. Las fiebres de sangre fueron extendidas ennuestro mundo a causa de una antigua ruptura entre esos reinos.Nuestra existencia desafía el orden natural, desafía a la mismaMuerte. La reina Maeve trayendo a Enzo de vuelta sólo haacelerado el proceso. Hay una mezcla de los dos reinos quelentamente está envenenando todo en nuestro mundo.

Me estremezco. El agua se apresura hacia delante de nuevo ycierro mi ojo, tanto repugnada como atraída por la energía oscura.

—La razón por la que persuadí a la realeza de tamouran paraliberarte, con la condición de una tregua —continúa Raffaele, con

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sus ojos fijados en el horizonte nocturno—, es porque necesitamostu ayuda para arreglar esto. Tamoura ya está sintiendo los efectos alo largo de sus orillas. Si no hacemos algo pronto, entonces no sólolos Élites perecerán, sino que el mundo también lo hará.

Miro hacia el horizonte, reticente a dejar a Raffaele tener razón.Por supuesto que es ridículo.

—¿Qué tienen que ver mis alineaciones con nada de esto? —digo finalmente. Raffaele suspira e inclina su cabeza.

—Creo que hubiera sido mejor llevarte con tu hermana.

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He probado cada raíz, hoja y medicina que conozco, pero nada hafuncionado en ninguno de mis pacientes. Solo dos han sobrevivido,ambos con las manos descoloridas. Mencionaste a un niño de seis

años de edad con cicatrices en el rostro. ¿Aún sigue vivo?

—Carta del doctor Marino Di Segna al doctor Siriano Baglio, 2 dejunio de 1348

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11Adelina Amouteru

Violetta.Apenas la reconozco.Su piel, una vez de un rico y hermoso color oliva, luce blanca

cenicienta, y marcas como moretones púrpura oscuro cubren susbrazos y piernas. Incluso se extienden hasta su cuello. Sus ojosestán hundidos con enfermedad, y su cuerpo está mucho másdelgado de lo que recuerdo. Se remueve ante la conmoción denosotros entrando en su habitación. Me pregunto si aún puede sentirnuestros poderes cerca.

Raffaele camina hacia su lado, luego se sienta cuidadosamenteen el borde de su cama. Después de un momento, me acercotambién. Tal vez esta no sea mi hermana en absoluto, sino algunachica que han confundido con ella. Violetta no tiene marcas. Notiene piel pálida. Esta no puede ser ella. Me muevo más cerca hastaque estoy mirando fijamente a su rostro, estudiando sus rasgos. Sucabello está húmedo, su piel salpicada de sudor. Su pecho sube ybaja rápidamente, como si no pudiera respirar.

Mira lo que han hecho, sisean los susurros, y me vuelvo haciaRaffaele.

—Tú le hiciste esto —digo con una voz baja y amenazadora. Miscadenas tintinean. Los soldados que bordean las paredes de lahabitación de Violetta sacan sus ballestas, las flechas hacen unchasquido mientras me apuntan—. Esos moretones en sus brazos ypiernas… —hago una pausa para mirar de nuevo sus marcas—…hiciste que la golpearan, ¿verdad? Estás usándola en mi contra.

—Sabes que eso no es verdad —responde Raffaele. Y, a pesarque no quiero creerle, puedo ver en sus ojos que tiene razón. Tragosaliva, tratando de empujar mi propio miedo y repulsión ante suapariencia.

—¿Desde cuándo Violetta se ve así? —pregunto.Esperaba que Raffaele no fuera capaz de sentir el cambio en mi

energía, pero inclina la cabeza con un sutil gesto familiar, un ligero

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frunce en sus labios.—Cuando te escribí esa carta, las marcas habían aparecido justo

la noche anterior.Apenas ha pasado más de un mes desde entonces.—Es imposible que haya cambiado tan rápidamente.—Nuestros poderes nos afectan de formas diferentes, a menudo

lo opuesto a lo que nos da fuerza —responde Raffaele,permaneciendo exasperantemente calmado—. Las habilidades deVioleta la mantenían inmune de las marcas de la fiebre de sangre,así como los poderes de vuelo de Lucent la hacían liviana y fuerte.Ahora se ha invertido. El encuentro del mundo de los inmortales conel nuestro es venenoso.

Mi mirada regresa a Violetta. Se remueve, como si fuera capazde sentir mi mirada, y mientras observo, su rostro se vuelve sobre laalmohada. Sus párpados revolotean. Luego abre los ojos por unmomento, y se fijan en mí. Me quedo boquiabierta al ver el color desu iris. Son grises, como si el rico color oscuro que siempre haestado allí ahora estuviera lentamente desapareciendo. Ella no dicenada.

Siento una oleada de repulsión. Raffaele no puede posiblementesentir lástima por la condición de Violetta, su compasión siempreviene con un precio, un pedido. Porque necesitamos tu ayuda, diceél. Así como me necesitó cuando yo era miembro de la Sociedad dela Daga y luego me expulsó cuando ya no le convenía.

Entonces, ¿por qué debería ayudar a un mentiroso y traidor?Después de todo lo que los Dagas me han hecho pasar, ¿Raffaelehonestamente cree que voy a luchar por sus vidas sólo porque estáusando a mi hermana moribunda en mi contra? Soy el Lobo Blanco,reina de los Sealands, pero para Raffaele, soy simplemente útil denuevo, y eso ha hecho que se interesara en mí una vez más.

Uno de los otras Dagas habla antes de que yo pueda. Es Lucent,y se frota los brazos incesantemente como si estuviera tratando dealejar un dolor.

—Esto es absurdo —murmura—. El Lobo Blanco no va aayudarnos, ni siquiera por el bien de su hermana. Aun si lo hiciera,va a traicionarnos, como siempre lo ha hecho. Solo está interesadaen ella misma.

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La miro con furia y me devuelve la mirada. Solo cuando Raffaelele da una firme inclinación de cabeza aparta la vista, se cruza debrazos y deja escapar un gruñido.

Raffaele se vuelve hacia mí.—Conoces el mito de Laetes, ¿no? ¿El ángel de la Alegría?—Sí. —Los pasillos de la Corte Fortunata habían sido adornados

con pinturas del hermoso Laetes cayendo de los cielos. Teren unavez me lo recitó, cuando lo había confrontado en la Torre de laInquisición y había apartado a Violetta de él.

¿Recuerdas la historia de Denarius expulsando a Laetes de loscielos, condenándolo a caminar por el mundo como un hombrehasta que su muerte lo enviara de vuelta entre los dioses? Me hacepensar en Magiano y su alineamiento con la alegría, que Magianoprobablemente está en algún lugar abajo en los calabozos en estemomento, donde no puedo llegar a él.

—Las estrellas y los cielos se mueven a un ritmo diferente al quenosotros lo hacemos —explica—. Algo que les sucede a los diosesno se sentirá en nuestro mundo por generaciones. La caída de laalegría al mundo de los mortales rompió las barreras entre loinmortal y lo mortal. Fue su caída la que causó las olas de fiebre desangre que arrasaron la tierra. Que dieron origen a las Élites. —Raffaele suspira—. El siempre cambiante plateado de tu cabello.Los mechones azul zafiro en el mío. Mis ojos. Son los toques de lasmanos de los dioses que permanecen en nosotros, bendiciones deellos. Y es el veneno lo que está matándonos.

Las palabras de Teren vuelven con tanta fuerza que siento comosi estuviera de pie otra vez en la Torre de la Inquisición, mirandofijamente sus ojos color hielo. Eres una abominación. La únicamanera de curarte de esta culpa es expiándote de ello, salvando alas abominaciones de tus compañeros. Se supone que nodeberíamos existir, Adelina. Nunca deberíamos haber existido. Y derepente, sé por qué Raffaele necesita mi ayuda. Lo sé antes de quepueda decirlo.

—Necesitas mi ayuda para cerrar la brecha entre nuestrosmundos.

—Todo está conectado —dice Raffaele, una frase que Enzo medijo una vez cuando estaba vivo—. Estamos conectados hasta el

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punto donde Laetes cayó, donde la inmortalidad se encuentra con lamortalidad. Y para reparar lo que ha salido mal, tenemos que sellarel lugar que nos dio origen, con los alineamientos que cada unollevamos.

Tenemos que devolver nuestros poderes.—Somos los hijos de los dioses —termina Raffaele, confirmando

mi temor—.Solo nosotros podemos entrar en el reino de los inmortales como

mortales.—¿Y si me rehúso? —respondo.La naturaleza tranquila de Raffaele siempre me ha calmado y

enervado a la vez. Baja la mirada.—Si no lo haces —contesta—, entonces en cuestión de unos

años, el veneno del mundo de los inmortales matará todo.Miro de nuevo a mi hermana. El cuerpo de Violetta, colapsando

bajo el peso de sus poderes. Los huesos que se están ahuecandode Lucent. La eterna sed y cansancio de Sergio. Las heridas quenunca se curan de Teren. Y yo. Mis ilusiones que empeoran, mispesadillas dentro de pesadillas, los susurros en mi cabeza. Inclusoahora, están parloteando, parloteando, parloteando.

—No —digo. Las voces sisean ante el cuerpo de mi hermana.No le debes nada, gruñen, agitándose ahora y saliendo de suscuevas.

Raffaele me observa.—Te estás quedando sin tiempo —dice—. Ella no durará mucho

de esta manera.Lo fulmino con la mirada.—¿Y qué te hace pensar que me importa si se muere?—Aún la amas. Puedo sentirlo dentro de ti.—Siempre piensas que lo sabes todo.—¿Y bien? ¿No lo haces?—No.Raffaele entrecierra los ojos.—Entonces, ¿por qué viniste a Tamoura a encontrarla? ¿Por qué

preguntas por ella? ¿Por qué la buscas en todo el mundo, mientrasconquistas tus nuevas tierras?

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Ante eso, los susurros se convierten en gritos. Porque ella nopuede darme la espalda.

Arremeto tan de repente con mis ilusiones que los arqueros juntoa las paredes ni siquiera tienen tiempo de reaccionar. Mis poderesse arrastran por los otros en una oleada, cuchillos en sus corazones,retorciendo, hiriendo, desgarrando, apenas dentro de mi control.Incluso puedo sentir el dolor de ello, como si hubiera girado sucabeza hacia mí también y buscado mi propio corazón. Lucent jadeaen agonía, tambaleándose hacia atrás con los ojos muy abiertos,mientras Raffaele se agarra el pecho con una mano, poniéndosepálido. Las ballestas se levantan de nuevo.

—¡Rápido! —Raffaele logra gritar.Algo pesado me golpea. No es una flecha, consigo pensar antes

de ser derribada al suelo. Todo el aire sale volando fuera de mí.Lucho por respirar y, en ese instante, mis poderes se apagan,escapándose de mi agarre. Alguien ha logrado lanzar una red, medoy cuenta, mareada. No, cayó desde el techo; Raffaele supusocómo podría reaccionar. Unas rudas manos agarran mis brazos ylos colocan dolorosamente detrás de mi espalda. Lucho porrecuperar mi poder de nuevo y atacar, pero los susurros se hanvuelto tan ruidosos y desorientadores que no puedo concentrarme.

Sal de este lugar y termina tu conquista, espetan los susurros.Muéstrale por qué se arrepentirá de lo que te ha hecho. Violetta serevuelve incansablemente en su cama, ajena a nuestra presencia yperdida en alguna pesadilla propia.

Te odio. Lanzo el pensamiento hacia ella, deseando que loescuche. Pienso en cómo se había acobardado en nuestra niñez,incapaz de protegerme, y en cómo se había vuelto en mi contraantes de abandonarme, tratando de llevarse algo que es mío porderecho. Trato de retener esas imágenes en mi mente mientrasRaffaele les ordena a los soldados tamourianos sacarme. Me hevuelto muy buena en recordar esos momentos durante el último año,dejando que me fortalezcan; recontando los fracasos de Violettapara empujar mi poder a nuevas alturas.

Pero ahora, las imágenes que inundan mi mente son de unaclase diferente. Veo a Violetta y yo corriendo a través de hierbasaltas detrás de nuestra vieja hacienda, escondiéndonos en las

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tardes de verano a la sombra de los árboles gigantes. A Violettaenvolviendo sus brazos a mi alrededor en un suelo iluminado por laluna, sosteniéndome mientras sollozo por Enzo. Y Violettaacurrucada junto a mí durante una tormenta, temblando. Sus manosen mi cabello, trenzando flores entre los mechones.

No quiero ver estas. ¿Por qué no puedo quitarlas de mi visión?Si ella muere, te pierdes a ti misma. Esta vez no es la voz de mis

susurros… es mi propia voz. Si no vas, morirás también.Mientras los soldados me obligan a ponerme de pie, Raffaele da

un paso más cerca.—Nunca deberíamos haber existido, Adelina —dice—. Y nunca

volveremos a existir de nuevo. Pero no podemos llevar al mundoentero con nosotros. — Encuentra mi mirada—. No importa cuántonos ha perjudicado.

Luego asiente hacia los soldados. Trato de arremeter de nuevo,esta vez con Raffaele en la mira, pero algo golpea la parte de atrásde mi cabeza, y el mundo se vuelve oscuro.

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12Raffaele Laurent Bessette

Cuando Raffaele revisa de nuevo a Violetta esa tarde, está

despierta, su fiebre bajó un poco. Aunque había estado inconscientemientras Adelina estaba en la habitación, parece como si lapresencia de su hermana le hubiera ofrecido a Violetta algo deconsuelo, por pequeño que fuera. Algo que la ayudó a luchar contrael deterioro de su cuerpo.

Es el efecto contrario que Adelina parece tener en Enzo.Raffaele había dejado al príncipe paseando inquieto en susaposentos. La energía oscura que lo rodeaba se había sentidomayor por la cercanía de Adelina, agitada y lista para atacar.

—Ella nunca estará de acuerdo —dice Lucent a Raffaelemientras ellos y Michel miran el barco tamouran en el puerto,todavía en movimiento, con los marineros subiendo carga—. Yaunque lo haga, ¿cómo viajaremos con el Lobo Blanco? Apenaspuedo soportar estar cerca de ella. ¿Tú puedes?

—Es una lástima que le haya enseñado cómo enfocar susilusiones —dice Michel—. Has oído lo que pasó en la cámara deVioletta. Atacó a los soldados y a todos, intentó matarte. —Asientehacia Raffaele—. Tú mismo dijiste que ella está más allá de poderayudarla. ¿Qué te hace pensar que un viaje funcionará?

—No pienso eso —le concede Raffaele—. Pero la necesitamos.Ninguno de nosotros se relaciona con la furia, y no podremos entraral mundo inmortal sin cada uno de los alineamientos de los dioses,no si las leyendas son verdaderas.

—Esto podría ser una pérdida de tiempo —dice Lucent—. Estásapostando a una teoría de algo que, según el mito, sucedió hacecientos de años.

—Tu vida depende de esto, Lucent —responde Raffaele—. Tantocomo cualquiera de los nuestros. Es todo lo que podemos hacer, ytenemos muy poco tiempo para hacerlo.

Michel suspira.

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—Entonces depende de si Adelina piensa que su vida dependede esto también.

Raffaele niega.—Si Adelina se niega, tendremos que forzarla a hacerlo. Pero es

un juego peligroso.Lucent parece lista para responder, pero en ese instante un

joven guardia se acerca a ellos. En su mano tiene un pergaminorecién llegado.

—Mensajero —dice, asintiendo hacia Raffaele una vez antes deentregarle el papel—. Una paloma nueva. Esto es de Beldain, de lareina.

La reina Maeve. Raffaele intercambia una mirada con Lucent yMichel, luego despliega el mensaje. Lucent se queda en silencio, ysus ojos se ensanchan mientras mira el papel con los otros.

Raffaele lee el mensaje. Luego lo vuelve a leer. Sus manostiemblan. Cuando Lucent le dice algo, no la oye, sino que suenacomo un sonido apagado y ahogado, procedente de algún lugarlejano. Todo lo que puede oír son las palabras escritas en elpergamino, tan claramente como si Maeve estuviera ahí y las dijeraella misma.

Mi hermano Tristan está muerto.Raffaele mira hacia el palacio. Una oleada de miedo lo atraviesa.

No.—Enzo —susurra.Y antes que los otros lo llamen, él se voltea hacia el palacio y

corre.

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Perdió la vida por una herida de puñalada sacrificándose por el biende su hijo.

Que descanse en brazos de Moritas, a la deriva en el eternodescanso del inframundo.

—Epitafio en la tumba de Tau Sekibo

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13Adelina Amouteru

Estoy sola en mi celda del calabozo. Las ilusiones no tienen caso

si no tengo a quien afectar más que a mí misma, así que no hagonada más que acurrucarme en el suelo mientras los soldados estánal otro lado de la pared, más allá de mi puerta de acero. Fuera de mialcance.

A diferencia de los calabozos de Estenzia, mi celda estásuspendida arriba de la ciudad en un laberinto de torres en espiralque filtran el viento a través de sus pasadizos como torbellinos. Unasolitaria ventana está por encima de mí. A través de esta, débilesrayos de luz iluminan parte del suelo donde ahora estoy acurrucada.Me quedo muy quieta. El viento afuera aúlla, tomando el tono de lossusurros en mi cabeza. Trato de mecerme para dormir. Han pasadodemasiados días desde que tomé por última vez mis hierbas paracalmar los susurros, así que puedo sentir la locura crepitando denuevo, amenazando con tomar el control.

Deseo desesperadamente que Magiano estuviera conmigo.Algo cruje. La puerta de mi prisión. Levanto mi cabeza para

mirarla. Los guardias, deben estar entregando mi comida temprano.Un fuerte dolor punza en mi pecho. Frunzo el ceño mientras lapuerta lentamente se abre; y luego me doy cuenta, de alguna forma,en el último momento, que al otro lado de la puerta no hay guardiaspara nada. Es Teren y sus Inquisidores.

Imposible. Él es mi prisionero, atrapado en los calabozos deEstenzia.

Mi corazón salta hasta mi garganta. Gateo hasta levantarme,tropezando en un intento de cerrar la puerta. Pero sin importar quétan fuerte me arroje contra esta, Teren entra poco a poco, hasta quepuedo ver sus ojos enloquecidos y sus muñecas empapadas desangre. Cuando aparto la mirada, al interior de mi calabozo, veo elcuerpo de mi hermana yaciendo en un rincón, su rostro pálido demuerte, sus labios sin color, sus ojos mirando vacíos a los míos.

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Despierto de una sacudida. Afuera, el viento está aullando.Tiemblo contra las piedras del suelo de mi prisión; hasta queescucho la puerta crujir de nuevo. De nuevo, corro hacia esta en unintento de mantener los Inquisidores afuera. De nuevo, empujan encontra. De nuevo, aparto la mirada para ver a Violetta muerta en elsuelo, sus ojos mirándome. Despierto.

La pesadilla se repite una y otra vez.Finalmente, despierto con un terrible jadeo. El viento todavía

está aullando afuera de la puerta de mi prisión, pero puedo sentir elfrío suelo debajo de mí con una solidez que me dice que debo estardespierta. Aun así, no puedo estar segura. Me enderezo, temblando,mientras miro alrededor de la celda. Estoy en Tamoura, merecuerdo. Violetta no está aquí conmigo. Teren está en Estenzia. Mialiento crea niebla con el aire de la noche.

Después de un rato, pego mis rodillas hasta mi barbilla y trato dedetener el temblor. De reojo, los fantasmas de oscuras figuras congarras se mueven en la oscuridad. Miro el cielo nocturno a través dela ventana con barrotes y trato de imaginar mis botes esperando pormí afuera en el mar.

Sólo acepta la petición de Raffaele. Acepta ayudar a los Dagas.La indignación aumenta en mi pecho ante la mera idea de ceder

a las exigencias de Raffaele. Pero si no lo hago, me quedarédesamparada en esta celda, esperando que Sergio guie mi ejércitopara atacar el palacio. Si simplemente digo que los ayudaré, tendránque aceptar una tregua y dejarme ir. Liberarán a Magiano. La ideada vueltas y vueltas en mi cabeza, ganando más impulso.

Raffaele te ha traicionado muchas veces en el pasado. ¿Por quéno usar esto como una oportunidad de traicionarlo? Acepta. Sóloacepta. Luego puedes golpearlos cuando menos lo esperen.

Parece demasiado fácil para ser verdad, pero es la única formade salir de esta prisión. Levanto la mirada y trato de calibrar cuandola próxima rotación de soldados estará de pie en mi puerta.

Los hilos tiran de nuevo, con fuerza. Una punzada de dolor sedispara a través de mí. Aprieto mi pecho, frunciendo el ceño; estofue lo que sentí en mi sueño, con la corriente tirándome hacia abajo.Pero mi pesadilla ya ha terminado. Un repentino miedo me golpea, ycierro mis ojos con fuerza. Tal vez todavía estoy en una.

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El tirón de nuevo. Esta vez duele lo suficiente para estremecermi cuerpo. Miro hacia la puerta. El tirón es por Enzo. Ahorareconozco el fuego de su energía, sus púas en mi corazón así comoseguramente las mías en el suyo. Algo está mal. Cuando el tirónempieza de nuevo, la puerta cruje… y entonces se abre.

Los guardias no esperan ahí. En su lugar, está Enzo, envuelto ensombras. Mi aliento se atora en mi garganta. Sus ojos son piscinasnegras, completamente desprovistas de cualquier chispa de vida.No tiene ninguna expresión, sus rasgos parecen tallados en piedra.Mi mirada baja a sus brazos. Están expuestos esta noche, unamasa de carne destruida. Mi corazón se congela.

¿Raffaele lo envío aquí? Debió haberles dicho a los guardias quese hicieran a un lado y lo dejaran pasar. Lo miro, sin estar segura dequé hacer después.

—¿Por qué estás aquí? —susurro.No dice nada en respuesta. Ni siquiera puedo decir si me ha

escuchado. En cambio, continúa avanzando. Su paso pareceextraño, aunque no puedo comprender exactamente por qué se veraro. Hay algo… irreal en este, algo tirante e irregular, inhumano.

Tiene dagas en ambas manos.Debo de estar todavía en una pesadilla. Enzo entrecierra las

piscinas negras de sus ojos. Trato de presionar en nuestra atadurapara leer sus pensamientos, pero esa vez no siento nada exceptouna oscuridad consumidora. Está más allá del odio o la furia; no esen absoluto una emoción, sino la falta de emoción y vida. Es laMuerte en sí, extendiéndose a través del recipiente del cuerpo deEnzo y atrayéndome a través de los hilos de energía que nos unen.El toque se siente frío como el hielo. Me estremezco,presionándome duro contra la pared. Pero las frías garras de laenergía cambiada de Enzo continúan estirándose, acercándose másy más… hasta que se enganchan y tiran con fuerza.

Mi energía se sacude. Los susurros en mi cabeza saltan libres yrugen en mis oídos. Grito ante la abrumadora sensación. El controlque tengo sobre mi energía empieza a desvanecerse, y los susurrosgradualmente toman la voz de Enzo; y entonces, un nuevo tono, unodel inframundo.

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—¿Qué quieres? —Gateo hacia atrás en el suelo, arrastrandomis cadenas conmigo, hasta que no puedo retroceder más. Enzo seacerca hasta que estamos separados solo por su armadura y mistúnicas. Sus ojos sin alma me miran mientras enfunda sus dagas.Sus manos se aferran a las cadenas que rodean mis muñecas y; enun momento que me recuerda el día que me rescató de la estaca;calienta las cadenas hasta que se ponen al rojo vivo. Repican en elsuelo. Sus labios se curvan.

—Tienes algo que es mío —murmura Enzo, en una voz que noes la suya. Resuena en cada parte de mi centro, e inmediatamentela reconozco como la voz de Moritas, hablando a través delinframundo.

Ha venido por Enzo. El lazo entre nosotros se tensa de nuevo,haciéndome gritar de dolor. Me matará para poder tomarlo deregreso.

—¿Por qué no saltas, pequeña loba? —susurra.Y, de repente, siento el deseo de salir de mi celda, y caminar

hacia la muralla, y lanzarme de la torre. No. el pánico aletea en micabeza cuando mi energía se pone en mi contra y Enzo ganacontrol. Una ilusión se envuelve a mi alrededor; ya no estoy en lacima de esta torre, sino agarrando las manos de la mismísima diosade la Muerte, aferrándome desesperadamente mientras floto en lasaguas del inframundo, tratando de no ahogarme. Frías manos jalanmis tobillos.

—Perteneces aquí —dice Moritas, su rostro sin rasgosinclinándose hacia mí—.

Siempre has pertenecido.—No me sueltes —ruego. Las palabras salen en silencio en mis

oídos—.¡Magiano! —grito. Esto debe ser una pesadilla, pero no puedo

despertarme. No puede ser real. Tal vez estará cerca y me salvaráde la ilusión como siempre hace.

¡Magiano, ayúdame! Pero no está aquí.Parpadeo, y ahora estoy de regreso a la torre de la prisión,

saliendo por la puerta entreabierta de mi celda y de pie en losescalones azotados por el viento afuera. Enzo viene detrás de mímientras continúo caminando. Las manos de la Muerte agarran mi

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corazón a través de nuestro lazo, y el frío de su toque me quema.Fuegos protegidos dentro de coloridas linternas alumbran el caminocon puntos de luna. Entrecierro los ojos en la oscuridad, luego giromi rostro hacia donde las escaleras se envuelven en mi celda. Doyun paso al frente, uno después del otro. Una pequeña brecha entrelas celdas aparece, donde una delgada muralla tiene vistas alpaisaje nocturno y al océano más allá. Me estiro para conseguiralguna visión de mis barcos, pero está muy oscuro. El vientoentumece mis dedos. Me acerco a la muralla y agarro la barandacon ambas manos. La atadura me empuja hacia adelante, urgiendoa saltar el muro.

Los susurros gritan sobre el viento.¿Por qué no saltas, pequeña loba?—¡Enzo!Una clara voz corta a través de mi ilusión; el inframundo titubea,

luego se desvanece en un remolino de humo. Estoy de regreso en latorre, agachada sobre el borde de la muralla. Enzo se da vuelta paraver a Raffaele de pie en las escaleras tras nosotros, con un arco ensus manos. Está pálido, su rostro drenado del miedo, sus labiosapretados en una línea determinada. El viento azota su cabeza enun furioso río, y sus pálidas túnicas ondean detrás de él enterciopelo y seda. ¿Se había despertado también, ante la rareza dela energía de Enzo? Sus ojos van en mi dirección antes de regresaral príncipe.

Raffaele levanta más el arco. Está apuntándome.—Enzo —dice de nuevo. Sus ojos brillan húmedos en la noche

—. Déjala.En el pasado, Enzo habría titubeado. Sus ojos se aclararían, las

piscinas de profunda oscuridad se apartarían dejando esos queconocía tan bien, oscuros y cálidos, marcados con brillanteescarlata. Pero incluso la presencia de Raffaele esta vez no hacenada para aclarar la muerte de los ojos de Enzo. No siento paranada a Enzo en nuestro lazo.

Antes que pueda pensar en algo más, Enzo se aleja de mí,alcanza su daga y se lanza contra Raffaele. Las manos de la Muertese aflojan de mi corazón por un instante, me alejo con horror de lamuralla. Raffaele se detiene por el más breve de los segundos;

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luego aprieta su mandíbula y dispara su arco. La flecha golpea aEnzo en el pecho. Él se tambalea, pero no se cae. Raffaele alza susbrazos para defenderse, pero su instante de vacilación le hacostado. La fuerza de Enzo está más allá de cualquier ser humano.Agarra a Raffaele por la garganta y lo golpea contra la pared.Raffaele deja salir un grito ahogado. La daga de Enzo destella en elaire.

No pienso, simplemente actúo. Me estiro a través de nuestrolazo y tiro de los hilos de energía de Enzo con fuerza. Luego los jalohacia mí.

Enzo deja salir un gruñido de irritación que apenas y suenahumano. Gira sus ojos oscuros hacia mí de nuevo. Miles depensamientos dan vueltas en mi cabeza. Los hilos de su energíaque estoy sosteniendo son tan fríos, que parecen quemar a travésde mi consciencia, tirando tan fuerte que parecen listos pararomperse. Pienso de nuevo en el momento cuando Maeve lo habíainvocado desde el inframundo, como lo había atado a mí. Ahora latensión de los hilos de su energía corta en mi mente.

Esto no es él.Raffaele recarga, aprieta el agarre sobre su ballesta, y dispara a

un rango más cercano. Esta flecha golpea a Enzo en la espalda.Dispara de nuevo. Otra flecha. Enzo se encorva, finalmentedetenido por el ataque, pero la expresión de su rostro no cambia. Suatención regresa a mí, otra vez, siento las manos de Moritas através de la atadura.

Todavía no soy tuya, pienso a través del caos, empujandodesafiante contra ella. La oscuridad dentro llena mi pecho, luchandocontra el poder de Enzo; se estremece una vez contra mi toque. Lospasos alrededor de nosotros se vuelven negros y están manchadoscon la ilusión de sangre, y el cielo sobre nosotros toma un tinteescarlata.

Pero no puedo controlarlo esta vez. Los ojos sin alma de Enzose fijan en los míos, sus dagas destellan hacia mí.

Luego, abruptamente, cae en una rodilla. Su cabeza agachada.Detrás de él, Raffaele baja su ballesta, y veo una última flechaenterrada en la espalda de Enzo, la única que verdaderamente hagolpeado en el punto. La sangre se derrama en las piedras a

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nuestros pies. Un suave y forzado jadeo sale de él cuando susegunda rodilla cae, y las dagas caen de sus manos. El lazo entreambos tiembla violentamente, y por un instante, puedo sentir eldolor de sus heridas como si fueran las mías. Me hundo en el sueloante él, sin ser capaz de apartar la mirada.

Está muriendo.Ya no importa. El Enzo que una vez conocí murió hace mucho

tiempo.Enzo me mira. De repente, la oscuridad en sus ojos parece

desvanecerse, reemplazada por la típica calidez de su iris, condestellos rojos, el brillo de la vida. Veo una pizca de su viejo ser ahí,luchando a través de la oscuridad del inframundo para mirarme unaúltima vez. Es la mirada que me había dado cuando solíamos bailar.

Este es el verdadero Enzo.—Déjame ir —susurra. Es su voz. Es la voz que una vez me

reconfortó, me dio fuerza. Y mientras intento absorber sus palabras,los últimos hilos del lazo que nos une se desatan alrededor de micorazón, liberándome.

Enzo colapsa. Mientras el último trozo de mi vida y mi luz lo deja,parece volverse gris, como si ya no pudiera aceptar el contenido decolores del mundo vivo. Gira su cabeza débilmente en dirección alocéano. Las negras piscinas de sus ojos finalmente se desvanecen,y un nombre sale de sus labios. Lo dice tan suave que casi no loescucho. No es mi nombre, sino el nombre de otra chica, una quehabía conocido y amado hace mucho tiempo.

Luego, cierra sus ojos y se hunde en el suelo. Su cuerpo sequeda inmóvil. Lo sé, sin ninguna duda, que está muerto.

Raffaele no dice nada. Se queda contra la pared, con los ojosfijos en Enzo. Luego, lleva el cuerpo de Enzo contra él, e inclina sucabeza. El silencio se extiende. Camino hacia adelante, aturdida,arrodillándome a su lado. Ahora estoy lo suficientemente cerca paraescuchar el silencio sollozo de Raffaele. No me presta atención, dehecho, es como si ni siquiera estuviera aquí.

Después de un largo momento, se aparta y levanta sus ojoscomo joyas hacia mí, los colores bañados de verde y dorado por laslágrimas. Nos miramos el uno al otro. Puedo ver la confusión en surostro mientras claramente ve lo mismo en la mía.

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No tenías que salvarme.Estoy entumida. No sé qué hacer. La ausencia de mi atadura con

Enzo es un abismo anchándose, un vacío que sentí primero cuandoTeren tomó la vida de Enzo en la arena de Estenzia. ¿Cuántotiempo había sido parte de mi mundo? ¿Cómo había sido mi vidaantes de que él entrara en ella? Lo único que puedo pensar es queestoy perdiéndolo de nuevo, excepto que ya lo perdí.

No estoy lista para morir.Darme cuenta de esto me golpea con fuerza. El terror que sentí

mientras me agachaba en la muralla me hace temblar de formaincontrolable, atormentando mis sentidos. No, no estoy lista paramorir, y solo hay una forma en que puedo prevenir que eso suceda.

Mientras el sol se levanta, veo mientras Raffaele se inclina sobreel cuerpo de Enzo, los dos llorando al príncipe que amábamos.

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Querida madre, me temo que hay algo que él no me está diciendo.No tiene que ver con nuestra deuda, creo, tampoco sobre la

conversación con el rey.Pero es la causa de sus terribles pesadillas de medianoche.

—Carta de Ilena de la Meria a su madre, la baronesa de Ruby

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14Adelina Amouteru

Primero, tengo condiciones.Iré con Raffaele y los Dagas en su viaje… si puedo llevar mi

propio equipo y mi propio barco. Navegar sola en una embarcacióncon ellos está fuera de cuestión.

Magiano debe ser liberado, vivo e ileso. Violetta se quedaconmigo.

Estos son mis términos.Tamoura acepta apoyarnos a cambio de una tregua. No he

terminado con mis conquistas aún, aunque con Violetta de vuelta ynuestras vidas en juego —con mi vida en juego—, mi atención se hadesviado de mandar a mi ejército sobre los

¿tamouran. Podría ser agradable tener un aliado para variar.Raffaele y la Tríada Dorada aceptan todos los términos. Así que,

un día después, los soldados tamouran me mueven de mi celda albaño público, donde dos criadas me lavan y atan mi cabello conseda. Luego me llevan a un aposento real en el palacio, donde meacurruco en la cama y no me muevo de nuevo hasta la tardesiguiente. Mis manos se quedan encadenadas, sujetas cerca de mipecho, como si llenaran el nuevo hueco allí. Enzo ha estado atado amí por tanto tiempo, y la fuerza de esa conexión era tan persistenteque su ausencia ahora me marea, como si estuviera cayendo por elaire.

En mi calmo y medio despierto estado, puedo ver un fantasmade Enzo caminando junto a nosotros, una ilusión que desaparece enel instante que intento enfocarme en él. Enzo se ha ido, regresó alinframundo donde pertenece. ¿Cuándo se unirá Violetta a él?, mepregunta el susurro. ¿O Magiano? ¿Cuándo lo harás tú?

Finalmente, días después, Raffaele llega rodeado de soldados.Me liberan. Mis muñecas se sienten extrañamente ligeras sin elpeso de las cadenas. Caminamos lado a lado por los pasillos depalacio sin decir una palabra. Algo parece diferente en la energíaentre nosotros ahora… si es una barrera levantada o una tensión

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aliviada, no estoy segura. No te engañes… no confiamos el uno enel otro, ni por un momento. Quizá Raffaele está jugando con misemociones, como a menudo hace. Ciertamente es capaz de hacertal cosa.

Por supuesto lo hace, me espeta el susurro. No seas tonta.Esperará hasta que le vuelvas la espalda.

Pero, por una vez, me resulta fácil ignorar los susurros. Hay algosobre el problema compartido que simplifica las cosas, que corta ladiscordia. Incluso aunque Raffaele podría estar manipulándome, elcambio puede ser genuino. Recuerdo lo que me había dicho unavez.

Adelina, lo amaba también. Y así lo hacía yo.Mantengo una distancia clara entre Raffaele y yo mientras

caminamos. Parece hacer lo mismo y no nos miramos mientrasbajamos los largos escalones de las puertas principales del palaciotamouran, donde unos caballos nos están esperando. Desde ahí,montamos bajo un cielo nublado que amenaza con más lluvia.

Varios de mis barcos Kenettran han atracado en la bahíaoccidental de Alamour. Hay una amplia extensión de llanuras aquí,salpicadas por arbustos del desierto y hierba baja, las afiladas rocasse alinean en el horizonte donde la ciudad comienza. El sol delamanecer pinta una niebla roja por el paisaje, haciendo que laespuma de mar se vuelva roja y naranja. Junto a la orilla, lasbanderas de mis barcos aletean con el viento. Siento que la cargaen mi pecho se aligera ante la vista y los susurros se agitanfelizmente, ya no soy una prisionera. Soy una reina de nuevo.

La procesión se ralentiza mientras nos acercamos. Ahora puedover mis propias tropas alineadas en la orilla, esperando pornosotros. Las túnicas blancas de los Inquisidores se ven naranjas ycrema a tan temprana luz… y en el frente de ellos espera Sergio,todavía ataviado con la armadura roja oscura de los Rosas. Alverme, se enderezan.

A no mucha distancia de mis propias tropas hay soldadostamouran, liderados por los tres reyes y flanqueados por Michel yLucent. Entonces, veo a Violetta. Está lejos de mí, rodeada por unapatrulla de soldados tamouran. Uno de ellos, un enorme hombre

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barbudo, la lleva en sus brazos. Está despierta esta mañana, másalerta que cuando la vi por primera vez. Sus ojos se fijan en mí.

No puedo alejarme de su mirada. ¿Qué piensa cuando me mira?Una extraña oleada de alivio se levanta en mi pecho, seguidarápidamente por una cuchillada de ira que había pasado la mayorparte del año liderando a mis tropas hacia otros territorios,imaginando cómo sería encontrar a Violetta ocultándose entreextraños. Ahora la he hallado, y me mira con cautela. Tiene lahabilidad de llevarse el poder de los Dagas, pero elige no hacerlo.Marcas oscuras recorren su cuello, desapareciendo bajo sustúnicas. La vista de ellas me recuerda lo que le pasa, la razón por laque estamos aquí. Me hace estremecer.

Violetta me estudia. Por un instante, creo que va a alcanzar mispoderes y quitármelos, como hizo una vez. Siento una repentinaoleada de pánico… pero entonces aleja la mirada. No dice ni unapalabra.

Dejo escapar un pequeño aliento. Está asustada de ti, dicen lossusurros, pero alejo la mirada también.

Entonces noto a Magiano. Había estado cubierto bajo unapesada túnica esperando con los tamouran… pero ahora me ve ybaja del caballo en el que había estado sentado. Una sonrisaespontánea aparece en mi rostro y vuelvo mi propio caballoinstintivamente en su dirección. A mi lado, Raffaele observa ensilencio, sin duda sintiendo mis emociones. Pero no me importa.Magiano está aquí. Incluso desde la distancia, puedo ver la subidade sus labios, el familiar júbilo en su rostro.

Nuestras procesiones finalmente se encuentran. Raffaele asientehacia las tropas tamouran y permiten que Magiano dé un pasoadelante justo cuando bajo de mi propia montura. Mantengo mismanos delante de mí mientras se acerca. Nos detenemos a unacorta distancia de tocarnos. Magiano se ve cansado, como todosnosotros, pero por lo demás bien. Sus largas trenzas están flojashoy y meciéndose con la brisa.

—Bueno, su majestad —dice, el deje burlón de nuevo en su voz—. Parece que te atraparon.

—Y a ti —replico, incapaz de contener mi propia sonrisa.

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Raffaele camina primero, completamente desprotegido, y asientehacia Sergio.

—Hola, Hacedor de Lluvia —dice. Sergio le dirige una fríamirada.

—Un placer verte de nuevo, Mensajero.Raffaele nos echa un vistazo, luego de vuelta a él.—Los tamouran han decidido liberar a tu reina. Tenemos algunas

cosas que discutir.Esa noche, mientras nuestra flota permanece atracada, Raffaele

se une a Sergio, Magiano, Lucent y a mí para una reunión en mishabitaciones reales.

—Vamos a tener que hacer este viaje juntos —dice Raffaele. Suexpresión es oscura, pero su voz permanece serena y calma—.Pero no podemos hacerlo si no confiamos los unos en los otros. —Su rostro se endurece de nuevo—. La confianza vendrá lentamente,por ambos lados. Nosotros damos un poco; ustedes dan un poco.

—¿Y quién va en este viaje? —dice Magiano, inclinándose haciaadelante como si me protegiera. Lucent responde a su gesto conotro propio, volviéndose hacia Raffaele.

—Cada Élite en el mundo alineada con los dioses de algunamanera — responde Raffaele, entrelazando sus manos detrás de él.La luz naranja de la vela aletea contra sus túnicas—. El grupo deÉlites que vienen con nosotros deben constituir los doce de losdioses. Que falte incluso un alineado no nos dará la combinación deenergía necesaria para llegar más allá del mundo mortal… el toquede inmortalidad podría abrumarnos. Sería fatal.

Las gemas. La manera en que Raffaele nos probó. El recuerdovuelve… cómo hizo un círculo a mi alrededor lentamente,observando mi energía iluminar la piedra de la noche y el ámbar,diamante y roseite y veritium. ¿Qué había encontrado con mihermana? Debe haberla probado para ahora también. Habíaprobado a Sergio hace tiempo, cuando todavía era un miembro delos Dagas.

¿Quién irá con nosotros?Raffaele me mira. Sus ojos, rubí y brillante, miel como el oro y

verde esmeralda, parecen ver justo a través de mí.

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—Recuerdo las tuyas muy vívidamente, Adelina —dice—. Miedoy furia. Ambición. Pasión. Sabiduría. Cinco de los doce. —Asiente—.Tu hermana también se alinea con miedo.

Miedo. No estoy para nada sorprendida. El miedo es ciertamentealgo que Violetta y yo hemos compartido desde que éramos niñas.

—Además de eso, se alinea con júbilo y empatía… con felicidady sensibilidad.

Júbilo. Sensibilidad. Pienso en los rasgos de la infancia deVioletta, su resonante risa, la manera en que solía trenzar mi cabellacon cuidado. Es todas estas cosas; no dudo de Raffaele ni por unsegundo. Mi corazón duele cuando pienso en ella. Violetta estádescansando ahora en sus propias habitaciones en el barco.Todavía no me ha dicho ni una palabra.

—¿Cuáles son los tuyos? —pregunta Sergio a Raffaele, incapazde contener la aversión en su voz—. Nunca los has mencionado.

Raffaele le da una ligera inclinación de cabeza.—Sabiduría —responde—. Y belleza. —Por supuesto. Sergio

gruñe, reticente a reconocer las palabras de Raffaele cuandocontinúa—: Incluyendo el alineamiento de Lucent al tiempo,constituimos nueve de los doce dioses. Sergio, tus alineamientos yacoinciden con estos, como los de Michel. Así que tenemos queencontrar los otros tres alineamientos restantes, con la muerte, laguerra y la codicia. —Hace una pausa para mirar a Magiano—. Megustaría hacerte la misma prueba que le hice a los Dagas.

Magiano se cruza de brazos, de repente indignado, peroentonces cede ante una mirada mía. Raffaele le hace un gesto. Demala gana, se levanta de la mesa y va a pararse en el centro delsuelo.

—Supongo que no me creerás si simplemente supongo misalineamientos para ti —murmura Magiano.

Raffaele recupera un morral que contiene una serie de crudasgemas sin pulir, justo como había hecho una vez conmigo.Silenciosamente coloca las doce piedras en un círculo alrededor deMagiano. Magiano se queda quieto, su cuerpo tenso. Puedo ver unanota de miedo sobre él, una nube de cautela por las intenciones deRaffaele, pero no se mueve. Cuando Raffaele termina, caminaalrededor de Magiano una vez, viendo cada una de las piedras

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responder a su energía. Después de un tiempo, tres de las piedrasempiezan a brillar.

Diamante, un blanco pálido. Cuarzo prase, un sutil verde. Yzafiro, un azul tan profundo como el océano.

Raffaele empieza a nombrar cada una de las gemas en relacióncon Magiano, de la manera en que las había llamado recuerdos demi pasado cuando me probó.

¿Era por eso que Magiano tenía tal inclinación por los zafiros,por lo que había intentado robar todo un tesoro por su valor en elpasado, por lo que quería tan desesperadamente el colgante del reyde la Noche?

Magiano se estremece un poco mientras Raffaele accede alprimero de sus recuerdos. Me pregunto lo que Raffaele ve y, por unmomento, desearía poder ver un atisbo del pasado de Magianotambién. Magiano reacciona a cada una de las pruebas de Raffaele,pero permanece en calma durante el ejercicio. Finalmente llegan ala última gema, el cuarzo prase verde pálido.

De repente, Magiano se aparta y sale del círculo. Estátemblando… la diminuta nota de miedo cerniéndose sobre él haexplotado en un baño de chispas, suficiente para revolver mi propiopoder. Raffaele retira su mano.

—Aléjate de mí —le espeta Magiano.Nunca le he visto tan molesto. Me pasa rozándome sin una

mirada, empujando la mesa al pasar, y se detiene en el ojo de bueymirando el océano de medianoche. Frunzo el ceño y mi corazón seaprieta por él. Su reacción me recuerda a la mía tanto, cuandoRaffaele finalmente llamó al miedo y la furia en mí, desencadenandouna tormenta de energía y horribles recuerdos. ¿Qué habíadesenterrado en Magiano?

—Cuidado, Mensajero —digo, entrecerrando mis ojos haciaRaffaele—.

Nuestra alianza no es tan sólida como para no matarte porlastimarlo.

En el silencio que sigue, Raffaele suspira y cruza sus brazos denuevo. Me devuelve la mirada.

—No puedo controlar cómo responde a sus alineaciones.Magiano se alinea con júbilo y ambición. Y codicia. Tiene que venir

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con nosotros, si está dispuesto. — No menciona nada más sobre laprueba, o la reacción de Magiano a la misma.

Dejo escapar un breve aliento, aliviada de que tendré a Magianoconmigo en este viaje. Empiezo a preguntar qué ha visto Raffaele,entonces me paro en seco.

Me acercaré a Magiano sobre esto después. Júbilo, ambición,codicia. Diez de los doce ahora.

—Necesitamos una alineación con Moritas y Tristius —replicaRaffaele—. Con la muerte, por la mortalidad de la humanidad, y conla guerra, por la eterna ferocidad del corazón.

Guerra y muerte. Sé de inmediato que no encontraremos estosrasgos en los Élites entre nosotros, si ya no existen en mí.

—La reina Maeve —dice Lucent en voz baja, mirando de reojo aRaffaele—. Se alineará con Moritas.

Un incómodo silencio. Puedo decir por las expresiones de todosque sabemos que Lucent tiene razón, incluso sin la prueba deRaffaele; Maeve, cuyo poder la conecta con la muerte misma, esindudablemente una hija de Moritas. ¿Pero viajará con nuestrogrupo, conmigo, quien destruyó su flota no hace demasiado tiempo?

—¿Y guerra? —pregunta Raffaele—. ¿Qué hay de eso? Lucentniega.

—Eso no lo sé.De repente, me doy cuenta de algo. Me golpea tan duro que me

hace jadear.Raffaele echa un vistazo en mi dirección.—¿Qué pasa? —pregunta.Lo sé. Sé con absoluta y clarividente certeza el Élite que se

alinea con el último dios. Pero no es mi aliado… o el de nadie. Yestá esperando encadenado en Kenettra.

—Teren Santoro —respondo, volviéndome hacia Raffaele—. Sealineará con guerra.

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15Magiano

En el primer recuerdo, el niño tenía siete años. Cuando le

preguntó a su sacerdotisa cuál era su nombre, la sacerdotisa le dijoque no tenía necesidad de un nombre. Él era el Niño de Mensah,uno de los jóvenes malfettos escogidos para vivir en el templo deMensah en Domacca, y ese era el único nombre que alguna veznecesitaría.

Siguió a la sacerdotisa y miró mientras le enseñaba cómo atar ymatar una cabra delante del templo. Ella era amable y paciente conél, y lo elogió por manejar el cuchillo correctamente. Recordó mirarcon ansia la carne, deseando poder comerla para llenar los huecosde su estómago. Pero los malfettos en los templos Domaccansiempre habían sido alimentados muy poco. Los manteníadespiertos y alerta, haciendo que sus sentidos estuvieran siempreen cazar, en busca de comida. Cuando le preguntó por qué habíaque hacerlo, la sacerdotisa le dijo con suavidad que era parafortalecer su vínculo con los dioses, para que los sacerdotespudieran comunicarse a través de él.

En el segundo recuerdo, el niño tenía nueve años, y la marcaoscura en su lado ahora se curvaba desde el comienzo de suscostillas hasta el hueso de su cadera. Se había hecho amigo de laNiña de Mensah, la segunda malfetto joven en el templo, y los dosjugaban juntos cuando los sacerdotes no estaban allí. Seescabullían a los huertos de dátiles o asustaban a las cabras en unfrenesí. Ella jugaba con sus largas trenzas, atándolas en diseñoselaborados.

Un día, cuando ambos estaban particularmente hambrientos,robaron los melocotones del frutal que quedaba delante de uno delos altares. Oh, ¡lo bien que sabía! Maduro, grande y lleno de jugos.Ellos reían y merodeaban cuando los sacerdotes estaban ocupados.Después de todo, había tres altares, y podían rotar entre ellos. Seconvirtió en un hábito regular entre la niña y el niño, y se convirtieronen expertos en eso, hasta el día que no robaron una fruta cada uno,

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sino dos. Esa noche, el niño vio a su sacerdotisa murmurandoacerca de él a otros tres sacerdotes en el templo. Luego lo encontró,lo sacó de su cama y les ordenó a los demás que lo sujetaran. Gritócuando ella le murmuró versos suaves y hundió una hoja en elborde de su marca.

En el tercer recuerdo, el niño estaba a punto de cumplir doceaños. La niña lo encontró y le contó acerca de Magiano, un pueblopesquero a lo largo del río Rojo de Domacca. Le contó de un barcoque salía de allí una vez a la semana por las islas Ember, cargadocon especias. ¿Te encontrarás conmigo allí? ¿Esta noche?, le habíapreguntado ella. Él asintió, deseoso de acompañarla. Agarró susmanos y sonrió, diciéndole: Pase lo que pase, seguiremos adelante.La alegría está allá afuera, más allá de estas paredes.

Esa noche, él envolvió un poco de fruta y dátiles en una manta ysalió del templo. Estaba casi más allá de las puertas cuandoescuchó los gritos de la niña que venían cerca del altar. Se volteó,desesperado por salvarla, pero ya era demasiado tarde. El Niño yNiña de Mensah no tenían ninguna necesidad de nombres porqueiban a ser sacrificados al cumplir doce, el número santo.

Así que el chico hizo lo único que pudo. Huyó del templomientras los sacerdotes lo buscaban y no paró de correr hasta llegaral pueblo de Magiano. Allí se escondió en la oscuridad con la cargahasta que llegó el bote. Mientras navegaba hacia el amanecer, hizodos promesas.

Uno: Siempre tendría un nombre, y ese nombre sería Magiano.Y dos: No importaba lo que sucediera, llevaría alegría con él.

Casi como si estuviera llevándola a ella.

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Si una nave puede enfrentarse a los tormentosos mares en la rutadesde las islas Ember hasta las Skylands, se hallará navegando enlas aguas más tranquilas, tan tranquilas que puede estar en peligro

de quedarse varado.

—Extracto de los diarios del capitán Morrin Vora

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16Adelina Amouteru

Las mañanas siguientes amanecieron grises mientras las últimas

nubes de la tormenta de Sergio permanecían. Navegamos durantecinco días antes de alcanzar las Cataratas de Laetes que separanlas Sunlands de las Sealands. Entonces seguimos la grieta duranteotro día hasta que alcanzamos el lugar donde el océano se vuelve aunir, y aquí finalmente navegamos alrededor de la orilla. Los balirasvuelan ocasionalmente entre las cimas de la boca abierta; tanmajestuosos como las recuerdo, pero también parecen agotados, suvuelo es más lento, el brillo de sus cuerpos translúcidos de algunamanera es más tenue. Miro con atención el agua cayendo alabismo. El agua se ve tan extraña como cuando nos fuimos, uncolor misterioso, cercano al negro, como si las tonalidades de la vidaestuvieran siendo absorbidas desde las profundidades.

Aunque Violetta y yo estamos en el mismo barco, e inclusoaunque Sergio la visita constantemente todos los días… nuncapregunta por mí. Ciertamente no voy a ir a verla, a darle el placer deapartarme. Pero cada vez que Sergio sale de sus aposentos, estoyaquí esperando, observando. Siempre me mira y niega.

Esta noche no puedo dormir. El silencio del mar abierto esdemasiado fuerte, dando mucha cabida a los susurros en mi mente.He bebido dos tazas de una bebida a base de hierbas y todavíacharlan a lo lejos, sacándome de mi sueño una y otra vez hasta quefinalmente me rindo y dejo mis habitaciones.

Vago por la cubierta, sola. Incluso los marineros en los mástilesestán durmiendo a estas horas, y los mares están tan quietos quecasi no puedo oír el murmullo de las olas chocando con el casco denuestra nave. No muy lejos de nosotros, navegan los barcostamouran llevando a Raffaele y los Dagas, donde las dispersasantorchas ahora brillan en la noche. Mi mirada va desde su barcohasta el cielo. Es una noche despejada. Las estrellas salpican laoscuridad por encima, constelaciones familiares de los dioses yángeles, mitos y leyendas de mucho tiempo atrás, capas y capas

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tan densas que el cielo brilla con ellas. Esta noche el océano reflejasu luz, de forma que estamos navegando a lo largo de un mar deestrellas.

Mis ojos se fijan en una constelación comprendida por mediocírculo y una larga línea. Las Cataratas de Laetes. Si lo que Raffaelenos dijo es cierto, entonces no duraremos mucho en este mundocon nuestros poderes. No importa lo que pase, ya sea que nuestroviaje sea un éxito o que perezcamos durante el camino, dejaré estemundo sin poder. Los susurros en mi cabeza retroceden conviolencia ante ese pensamiento. Aprieto y aflojo mis manos contra labarandilla. Tengo que encontrar una manera de evitar semejantedestino, tiene que haber una manera que me permita vivir yconservar aquello que me hace fuerte.

Todavía puedes darles la espalda. Puedes…El sonido de pasos me hace girar. En la tenue luz de las

antorchas puedo distinguir a Violetta acercándose, con un pesadomanto alrededor de sus hombros. Se ve demacrada y enfermiza, losojos hundidos, pero se sostiene en pie sola. Se congela con mimovimiento.

—Adelina —dice.Es la primera palabra que he oído de ella desde que me dejó

meses atrás. Incluso su voz suena diferente ahora; frágil y ronca,como si pudiera romperse en cualquier momento. Hostil. Distante.

Me pongo rígida y me aparto de ella.—Estás despierta —susurro. Después de tanto tiempo, son las

únicas palabras que puedo pensar decirle a cambio.No responde de inmediato. En vez de ello, se reajusta más la

capa, se aproxima a la barandilla y mira hacia el cielo nocturno.—Sergio dijo que viniste a Tamoura a encontrarme. Guardo

silencio por un largo momento.—Fui por muchas razones. Una de ellas resultaba que te

concernía, y un rumor de que estabas allí.—¿Por qué querías encontrarme? —Violetta aleja el rostro del

cielo hacia mí. Cuando no contesto frunce el ceño—. ¿O teacordaste de mí sólo después que tu invasión fallara?

El hielo en su voz me sorprende. Supongo que no debería.

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—Quería decirte que regresaras a Kenettra —respondo—. Allí esseguro para ti, y lo que hice…

—¿Querías decirme que regresara? —Violetta ríe un poco yniega—. Me habría negado si me hubieras encontrado bajo otrascircunstancias.

Los susurros me dicen que no me preocupe por sus palabras,que son insignificantes. Pero los aguijones en ellas aún me duelen.

—Mírate —murmuro—. Otra vez pensando acerca de lo nobleque eres.

—¿Y tú qué? Diciéndote a ti misma que estás mejorando lospaíses a los que vas… pensando que estás haciendo algo bueno…

—Nunca he creído eso —espeto, interrumpiéndola—. Lo hagoporque quiero, porque puedo. Es lo que cualquiera quiere decirrealmente cuando llegan al poder y lo llaman altruismo ¿o no?Simplemente no tengo miedo de admitirlo. —Suspiro y miro haciaotro lado otra vez. Casi espero que Violetta comente mi explosión,pero no lo hace.

—¿Por qué querías encontrarme? —pregunta Violetta otra vezcon voz tranquila.

Me apoyo pesadamente contra la barandilla, buscando unarespuesta honesta.

—Duermo mal cuando no estás cerca —murmuro finalmente,irritada—. Hay… voces que me distraen cuando estoy sola.

Violetta frunce sus labios.—No importa. Aquí estoy y aquí estás tú. ¿Estás feliz ahora? —

Deja que un silencio pase entre nosotras—. Raffaele me dijo que heestado delirando durante semanas, y que sólo desperté cuandollegaste.

Lo dice amargamente, como si no quisiera admitirlo. Pero esome hace mirarla otra vez, estudiando su expresión mientras intentodescubrir lo que realmente piensa. Sin embargo, no dice nada más.Me pregunto si sus palabras significan que lamentó mi ausencia,que quizás ella también se acuesta despierta, mira al lado de sucama y se pregunta por qué no estoy allí. Mi pregunto si su sueñoestá lleno de pesadillas.

Espero que se aleje y regrese a sus habitaciones. Pero, poralguna razón, decide permanecer en la cubierta conmigo, sin estar

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dispuestas a disculparnos, cada una intentando descifrar losmensajes ocultos en las palabras de la otra, ninguna queriendopasar la noche sola. Así que esperamos juntas, mientras la corrientenos lleva a través de las estrellas.

Para cuando alcanzamos el puerto Estenzian, mi armadakenettran ha rodeado nuestros barcos en ambos lados y misInquisidores nos están guiando dentro del puerto. Violetta estácallada esta mañana, ha vuelto a ignorarme y estoy satisfecha dehacer lo mismo. Magiano se queda junto a mí y frunce el ceñomientras nos aproximamos al puerto. Aunque su postura escalmada, puedo sentir la corriente de miedo escondida. Se inclinaligeramente hacia mí.

—Si Teren no es a quien necesitamos…—Lo es. —Enderezo mi espalda y levanto la cabeza. Este es el

corazón de mi imperio. Soy de nuevo una reina aquí y no voy a sercuestionada.

—Vamos a tener que ver otra ronda de las pruebas de Raffaele.—Magiano hace una mueca, y me vuelvo a preguntar qué debióhaber visto durante su propia prueba.

Las nubes caen pesadamente sobre la ciudad mientras nosdirigimos al palacio. Incluso el aire se siente sofocante hoy, algo asícomo una tarde húmeda, pero más oscura, más insidiosa, los signosde un tipo diferente de tormenta. Los Dagas viajan detrás denosotros, dirigidas por una patrulla de soldados tamouran. Ellosestán incómodos también. Puedes matarlos a todos aquí, lossusurros me dicen impacientemente. Están en tu país, rodeados portus Inquisidores. ¿Por qué no actúas, pequeña loba?

Debería. Una parte se emociona con el pensamiento de ver latraición en el rostro de Raffaele. Pero en vez de ello, los dirijo alpalacio y hacia las mazmorras. Mientras nos acercamos a la celdade Teren, Raffaele parece ir más lento, como si el mismo aire quenos rodea lo agotara. Debe ser capaz de sentir el torbellino oscurode la energía de Teren, y su efecto le está pesando.

A su lado está Violetta. Parece cansada por el tiempo que pasóen la cubierta anoche, porque no puede mantenerse en pie por sucuenta esta mañana. Sergio la lleva. Lo hace sin mucho esfuerzo,

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mientras Violetta se aferra a él como si fuera a caer. Al menos estádespierta. Me obligo a mirar hacia otro lado.

Cuando llegamos a la puerta de la mazmorra de Teren, Sergioaleja a los guardias apostados a cada lado.

—No —les dice cuando empiezan a seguirnos dentro, comonormalmente harían—. Iremos solos. —Los guardias intercambianuna mirada vacilante, pero Sergio simplemente les da un severoasentimiento. Ellos inclinan la cabeza y no lo desafían.

Entramos en la cámara.Sergio había avisado previamente que los Inquisidores

apostados dentro de la mazmorra deberían irse por el día de hoy.Por lo que la cámara está vacía, amplificando los sonidos del aguadel foso por su ausencia. La única figura aquí se sienta en cuclillasen el centro de la isla rocosa, sus ropas de prisión andrajosas seextienden alrededor de él en un círculo. Alza la mirada cuandoentramos. Las sombras oscuras bajo sus ojos parecen aún másprofundas de lo que recordaba, dándole una mirada perdida. Lasangre seca cubre sus muñecas en un círculo, y cuando miro másde cerca, también puedo ver el aspecto más brillante, más húmedode la sangre fresca.

—¿Estás segura que quieres hacer esto? —pregunta Magianomientras nos reunimos en el borde del foso—. Puedes hablar con éldesde aquí, ¿no?

—Puedo —respondo, aunque ambos sabemos la respuesta real—. Pero no podemos viajar con alguien que debe estar separado denosotros por cadenas y un foso.

Magiano no discute. En lugar de ello, le da a mi mano un apretónsutil. Su toque me envía una chispa de calor.

Raffaele mira a Violetta. Veo a mi hermana descansar contra loshombros de Sergio. Ella se mueve, su rostro está ceniciento,entonces permite que Sergio la retire cuidadosamente. Su energíase tambalea mientras se acerca a mí, y una nube de temor se ciernesobre ella. No puedo decir si su miedo es por Teren o por mí, oambos. Sin embargo no da marcha atrás. Vuelve se atención en ladirección de Teren, cierra su mano en un puño, y aprieta.

Los ojos de Teren se ensanchan. Deja escapar un gemidoagudo, entonces se encorva, arañando la roca bajo él con sus

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manos. Retrocedo, a pesar que lo observo. Conozco bien lasensación, es como si el aire me fuera extraído de los pulmones, ylos hilos que componen mi cuerpo se estiraran hasta queamenazaran con romperse. Teren deja escapar un gemido suave,luego nos mira otra vez con odio en sus ojos.

Violetta baja su brazo y respira profundamente. Está temblandoligeramente; la luz del farol destaca el temblor de sus ropas. ¿Tienesuficiente fuerza para usar su poder?

—Está preparado —susurra.Sergio coloca el puente de cuerda que nos llevará a través de la

fosa. Teren ve nuestra aproximación, sus ojos primero en mí, luegoen Raffaele. Su mirada se detiene en el rostro de Raffaele. Miro aRaffaele, buscando una reacción en su expresión, pero fiel a suformación de consorte, se ha mantenido en un estado de calma, sumiedo ahora oculto bajo un sutil velo de acero. Se encuentra con lamirada de Teren con su propio nivel uno. Si ha notado las heridas enlas muñecas de Teren no lo demuestra.

—Bueno, su majestad —dice Teren en su habitual tono de burla,dirigiéndose a mí sin quitar los ojos del rostro de Raffaele. Unapequeña sonrisa baila en sus labios, enviando un escalofrío por miespina dorsal—. Has traído a un enemigo mutuo contigo esta vez.Tus gustos en tortura parecen haber evolucionado.

—Es más amigable de lo que recordaba —farfulla Magianodesde el otro lado de la fosa.

No digo nada. En vez de eso, espero hasta que nosencontramos a unos cuantos pasos lejos de él, situándonos a unadistancia que Teren no puede alcanzar con sus cadenas.

Los ojos de Teren se encuentran otra vez con los míos.—¿Por qué está él aquí? —pregunta en voz baja. Giro hacia

Sergio y asiento.—Desencadénalo.La sorpresa parpadea en el rostro de Teren. Se pone rígido

cuando Sergio se acerca, con una mano apoyada en suempuñadura, y se inclina hacia las muñecas de Teren. Sergioinserta la llave en los grilletes. Los cuales caen uno a uno al suelo.

Me preparo. Teren se abalanzó sobre mí la última vez que lovisité en las mazmorras; puede hacerlo otra vez ahora, incluso sin

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sus poderes. Pero en vez de ello, sólo se pone de pie y me encara.—¿Qué quieres ahora, pequeña loba? —dice.En la orilla del otro lado de la fosa, Magiano se mueve. Puedo

sentir su malestar y mi energía lo busca. Dejo que me fortalezca. Lehe mentido a Teren antes; puedo hacerlo otra vez.

—¿No has odiado siempre la existencia de las Elites, Teren? —pregunto—. ¿No has esperado siempre vernos destruidas, llevadasal inframundo?

Teren no responde. No lo necesita por supuesto, todo el mundoconoce su respuesta a esas preguntas.

—Bueno —respondo—, creo que los dioses pueden haberteconcedido tu deseo después de todo.

La sonrisa de Teren se desvanece.—No juegues con los dioses, Adelina —dice.—¿Quieres oír más?Teren se burla de mí. Da un paso más cerca, lo suficiente para

que, si quisiera, pudiera extender la mano y agarrar mi garganta.—¿Tengo elección?—Podemos irnos, por supuesto. Volver a ponerte los grilletes.

Puedes quedarte aquí para toda la eternidad, no volver a ver la luzdel día, sin morir. Eso es parte de tu poder ¿no? ¿Demasiado fuerte,demasiado invencible para morir y acabar con tu propia miseria?Qué ironía. —Inclino mi cabeza—. Ahora, ¿quieres oír más?

Teren sigue mirándome.—Siempre jugando juegos —dice finalmente. Miro a Raffaele.—Vas a tener que confiar en nosotros por un momento. Teren se

ríe ante eso. Niega.—¿Qué ha significado la confianza alguna vez para ustedes? —

Pero cuando Raffaele da un paso hacia adelante para colocar suspiedras preciosas en un amplio círculo alrededor de Teren, él noreacciona. Observa, tomando nota de cada una de las piedras.Cuando Raffaele termina, da un paso atrás y se cruza de brazos. Yoestiro el cuello también, de repente curiosa. ¿Qué recuerdos veRaffaele del pasado de Teren? ¿Con qué se alinea?

¿Qué si no se alinea con lo que necesitamos después de todo?La cámara queda en silencio. Raffaele frunce el ceño

concentrándose mientras estudia cada una de las piedras preciosas.

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Al mirar en la oscuridad, tres de las gemas adquieren un brillo sutil.Una es blanca, la que reconozco instantáneamente como undiamante, la ambición; luego un fuerte, azul brillante: finalmente uncolor escarlata tan intenso que la gema parece que está sangrando.Libero mi aliento. Reconozco el resplandor azul —es el mismo deuna de mis alineaciones— la alineación de Sapientus, para lasabiduría y la curiosidad. Sin embargo, el escarlata…

Cuando Raffaele extiende su mano, Teren se pone rígido, luegose relaja. Sus ojos se desenfocan, como si estuviera reviviendo unrecuerdo, entonces se estremece, cierra los ojos con fuerza y seaparta. Miro fascinada, recordando mi propia prueba. Nunca anteshe visto a Teren vulnerable de esta forma, su mente abierta no sóloa otra persona, sino a un enemigo. Una y otra vez, Raffaele extiendesus manos, y una y otra vez, Teren retrocede y se aleja de él.Ambición, sabiduría y…

De repente, Teren deja escapar un gruñido y se lanza haciaRaffaele. Raffaele se aleja rápidamente justo cuando Sergio seinterpone entre ellos. Su espada está desenvainada antes quepueda parpadear. Golpea con fuerza a Teren en el pecho con laempuñadora, y luego lo empuja hacia atrás. Teren tropieza y cae derodillas. Espero, con el corazón en la garganta, mientras Teren sequeda allí con la cabeza agachada. Respira con fuerza. No dicenada.

Raffaele se ve pálido ahora, asiente, confirmando lo que yahabíamos averiguado.

—Rubí —dice, su voz resonando en el calabozo—, por Tristius,hijo del Tiempo y la Muerte. —Dirige su mirada a mí—. El ángel dela Guerra.

Exhalo de nuevo. Teren tiene la alineación que necesitamos.—¿Por qué estás aquí? —sisea Teren. Todos los indicios de su

naturaleza burlona han desaparecido, reemplazados por furia pura—. ¿Qué quieres? ¿Qué quieres?

Doy un paso hacia él y me pongo a su nivel.—Teren —digo suavemente—. Algo está ocurriendo en el

mundo. A ti, a mí, a todos aquí. El inframundo de los inmortales estáfiltrándose en el mundo real, envenenándolo todo —explico lo queRaffaele me ha dicho, sobre el veneno en las aguas oscuras, las

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baliras muriendo, sus heridas que ahora se curan más lentamenteque nunca—. Creemos que somos los únicos que podemosdetenerlo. Las Élites. Y tú estás unido con el mundo inmortal de unmodo que necesitamos. — La cabeza de Teren permaneceinclinada, y de alguna forma, una parte de mí se agita encomprensión. ¿Qué lo ha obligado, Raffaele, a revivir?—. Quieroque vengas con nosotros.

Teren deja salir una risa rota. Levanta la cabeza, y mi respiraciónse paraliza mientras sus ojos incoloros se encuentran con los míos,ventanas llenas de locura y tragedia.

—Tenemos una desagradable historia juntos, pequeña loba —dice—. ¿Qué te hace pensar que tengo algún deseo de ayudarte?

—La última vez que trabajamos juntos había alguieninterponiéndose — respondo.

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Teren se inclina hacia delante. Está tan cerca que puedo sentir

su aliento en mi piel.—Quien se interponía entre nosotros eres tú —espeta—. Solo

podemos ser enemigos.Suprimo mi odio por él.—Cuando nos conocimos por primera vez, me dijiste que

merecía volver a las aguas del inframundo. Que todas las Élites sonabominaciones, que nunca estuvimos destinados a caminar en estemundo. —Entrecierro mis ojos—. Pero dime, Teren. Si tú eres undemonio y yo soy un demonio, abominaciones ante los ojos de losdioses, entonces ¿por qué me han dado a mí el trono de Kenettran?¿Por qué gobierno Sealands, Teren, y todos los ejércitos caen antemí? ¿Por qué, Teren, los dioses me siguen premiando?

Teren me fulmina con la mirada.—Naciste como el hijo de un Líder Inquisidor —digo—. Te han

enseñado toda la vida que eres menos que un perro, y lo has creído.Incluso la mujer que una vez amaste te dijo que no eras nada. Te diola espalda, de una manera que palidece en comparación a mí. —Entonces inclino la cabeza y lo miro directamente—. ¿Y si estásequivocado? ¿Y si los dioses te enviaron, junto con el resto denosotros, no porque no estemos destinados a existir, sino porquesiempre estuvimos destinados a existir?

—No es posible —replica Teren con calma. Pero no responde ami pregunta.

—¿Es posible que los dioses nos crearan para salvar el mundo,en vez de destruirlo? —presiono, sabiendo que las palabras lodebilitarán—. ¿Es posible que nos crearan para reparar algo roto, deforma que un día podríamos sacrificarnos?

Teren guarda silencio.—Entonces —dice finalmente—, ¿quieres que me una en esta

búsqueda para arreglar la brecha entre mundos? ¿Por qué lo haría?—Porque te necesitamos —respondo—. Y tú sigues siendo la

Élite más fuerte que conozco.Sin ninguna advertencia, Teren arremete y agarra mi muñeca

con una de sus manos. Su agarre es de hierro, doloroso, inflexible.

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Inspiro bruscamente ante su contacto. Sergio saca la mitad de suespada de la vaina; Magiano emite una aguda advertencia.

—Podría matarte ahora mismo, Adelina —susurra Teren—.Podría romper cada hueso de tu cuerpo, convertirlos en polvo y nohay nada que tus hombres pudieran hacer para impedirlo. Eso tedemostrará que los dioses no están de tu lado. Sigues siendo lamisma niña temblorosa que até a la hoguera esa mañana.

Mi odio por Teren hierve, negro y revuelto, elevándose porencima del miedo y el dolor en mi muñeca ante su agarre. Detrás demí, la energía de Magiano se revuelve. Vuelvo mi mirada a Teren.

—Y a pesar de todo aquí estoy, frente a ti. Tu reina.Mis palabras han despertado dudas en él, hay un destello en sus

ojos que nunca había visto. Se está preguntando si podría estar enlo cierto. Y estoy en lo cierto, ¿verdad? Los dioses me hanbendecido. Han liberado este mundo del rey kenettran que nosdespreciaba, luego de su reina que nos usaba y manipulaba. Losdioses pusieron en el trono a una chica nacida de un padre quedeseaba su muerte. Han perdonado mi vida una y otra vez. Me handado todo.

Y tú alejaste a tu hermana. Asesinaste al hombre que una vezamaste. Eres un recipiente vacío. Nada. Los dioses te han dado unpoder que te está matando.

—Teren, vamos a devolver nuestros poderes a los dioses.Arreglaremos el mundo renunciando a nuestra abominación. Es laúnica manera, y es el único mantra que has seguido alguna vez —digo esto como si también estuviera intentando persuadirme a mímisma a unirme a este viaje, que no temo la pérdida de mi poder,que no estoy intentando engañar a lo inevitable—. No tengo otromotivo para estar del lado de Raffaele. Ni tú. —Respiroprofundamente—. Es lo que siempre has querido.

Teren me estudia durante un momento. Su expresión cambia deun extremo al siguiente, situándose al final en una mirada que nopuedo comprender. Hay una luz ahí, detrás de su locura, un vistazode algo que lo atrae. Esto lo que siempre has querido, ¿verdadTeren?, pienso.

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Me libera. Sergio afloja el agarre sobre su espada, y los otros enla sala cambian sus posturas. Me relajo, dejando salir mi aliento,intentando mantener la compostura. Mi corazón martillea en elpecho.

Teren me da una sonrisa lenta.—Veremos quién tiene la razón, mi Adelinetta —dice.

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17Teren Santoro

En el primer recuerdo, Teren tenía siete años.Llevaba el uniforme de aprendiz del Eje de la Inquisición, una

simple túnica gris y pantalón, un alumno entrenando para unirse alas capas blancas que presidía su padre. Tenía el cabello corto ylimpio, y

sus ojos aún eran del color del océano. Estaba en una fila conotra docena, mirando a una multitud de jóvenes aprendicesapiñados en un patio del palacio, cercado por grandes estatuas delos doce dioses y ángeles. Su padre los nombraba a todos ellos.Teren permaneció derecho, con la cabeza alta. Era el único hijo delprincipal Inquisidor de Kenettra y eso lo hacía mejor que el resto, oeso decía su padre, de todos modos.

—Nuestra orden siempre ha existido para proteger la corona deKenettra — decía su padre—, para proteger la superioridad denuestra gente sobre todos los demás, y para proteger la pureza denuestra herencia. Prometiendo su vida al Eje de la Inquisición,prometen dedicarse siempre a la familia real y proteger el trono consu vida.

Teren sintió que su pequeño pecho se hinchaba de orgullo. ElEje de la Inquisición era el ejército más apreciado en el mundo y supadre los lideraba. Esperaba que, algún día, pudiese parecer tanmajestuoso como su padre lo hacía con la armadura y capa de líderInquisidor.

—Libramos una noble guerra contra los que son impuros.Recuerden esto y sigan adelante con esto en su mente: Protejan supaís, a cualquier costo y cualquier sacrificio.

Teren cerró los ojos y respiro profundamente, interiorizando laspalabras.

Una noble guerra contra los que son impuros.—Teren Santoro. —Su padre estaba llamándolo ahora—.

Acércate.

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Teren no necesitó una segunda llamada. Salió inmediatamentede su fila y se encaminó hacia adelante. Cuando llegó hasta supadre, el hombre le hizo un gesto con la cabeza para que searrodillara, le entregó su primera espada y le ordenó que mirarahacia la multitud. Teren obedeció. Los otros aprendices, a quienesles habían dado unas espadas de madera para practicar en lugar dela de hierro de Teren, siguieron su ejemplo y se arrodillaron. Terenagachó la cabeza y cerró los ojos cuando su padre leyó el juramentodel Eje de la Inquisición.

Era puro. Superior. Y seguiría los pasos de su padre. Teren tenía once años en el segundo recuerdo.La fiebre de sangre había barrido Kenettra a principios de año,

así que sus ojos ya no eran de un puro azul océano, sino pálidos,tan pálidos que eran inhumanos, una completa falta de color. Estabade pie, con la cabeza gacha y apesadumbrado, frente a la pirafuneraria en la que descansaba el cuerpo de su padre. Ahora elfuego se había extendido desde la leña hasta la ropa del LíderInquisidor. Teren permaneció en silencio mientras las llamascrepitaban. Su padre había enfermado justo después de Teren, peromientras Teren había logrado sobrevivir, la fiebre de sangre habíamatado a su padre en dos días.

Teren sabía que era culpa suya. Tenía que serlo. Los dioses nocometían errores y sabía que tuvo que haber sido marcado por lafiebre por alguna razón.

Más tarde esa noche, Teren salió de sus aposentos y escapó altemplo del palacio. Ahí, en los rincones oscuros y los puntos de luzde las velas, se arrodilló frente a los dioses y sollozó. La doctrina delEje de la Inquisición enseñaba específicamente que lossupervivientes de la fiebre de sangre eran abominaciones, uncastigo de los dioses.

Ahora era un demonio. ¿Qué había hecho?, susurró en el suelodel templo mientras se arrodillaba. Frente a él se cernía la estatuade Sapientus, dios del Saber. ¿Por qué mi padre? ¿Por qué no mellevaste a mí también?

Se arrodilló allí durante tres días, hasta que estuvo sediento yhambriento.

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¿Cuán bajo he caído?, pensó, una y otra vez hasta que elpensamiento pareció incrustarse en su ser. Una vez fui superior… yahora no soy nada. Mi padre está muerto por mi culpa. Desperdicio.Basura.

De repente, en un arrebato de desesperación, Teren tomó laempuñadura de su espada y la sacó. Era la misma espada que supadre le había dado el día que se unió a la Inquisición comoaprendiz. Tomó la espada, puso la hoja contra una de sus muñecasy se cortó tan fuerte como pudo. Gritó ante la descarga de dolor. Lasangre fluyó inmediatamente por su piel.

Pero entonces… la herida se cerró. Teren la vio cerrarse,observó boquiabierto mientras un lado de la carne cortada se volvíaa unir con la otra, cerrándose. El dolor desapareció.

Teren pestañeó ante la visión. Luego intentó volver a cortarse lamuñeca. Nuevamente, fluyó sangre de la herida… antes decerrarse.

No puede ser. Teren lo intentó unas cuantas veces más,apretando los dientes ante el dolor y luego horrorizado mientras eldolor desaparecía casi inmediatamente. Se cortó más y más,frenéticamente, tratando de derramar más sangre. Pero no pudo.Cada vez, la herida curaba sola, tan bien como si nunca hubiesesucedido.

Finalmente, Teren arrojó la espada. Colapsó a los pies deSapientus, llorando. Ni siquiera podía acabar con su vida. Estabamaldito para siempre por la fiebre de sangre.

Permaneció en el templo otro día. Luego otro. Unos cuantosamigos, otros jóvenes aprendices, se acercaron a ver cómo estaba.Los alejó, negándose a responder sus preguntas. No quería decirlesla razón por la que no podía hablar con ellos: que era porque ya noera un igual, sino un perro que se atrevía a hablar con un hombre.No quería hablar porque estaba aterrorizado del horrible podersecreto que la fiebre de sangre había dejado en él.

La pregunta lo persiguió cada noche que se quedó en el templo.¿Por qué los dioses le dejarían sobrevivir a la fiebre de sangre,marcado y desgraciado, y después le quitarían la habilidad deacabar con su vida? ¿Para qué lo querían aquí? ¿Por qué loestaban forzando a quedarse aquí?

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En su última noche en el templo, le pegó un puñetazo al suelocon frustración. Para su sorpresa, el suelo de mármol sedesquebrajó bajo sus nudillos, dejando cientos de líneas irregularesen la piedra. Teren observó, congelado. Alzó la mano hacia la luz dela luna, fijándose en que sus nudillos ya se habían curado y noquedaban marcas de herida en ellos.

Los dioses lo habían convertido en una abominación… y luego lohicieron casi invencible y fuerte.

Tal vez me hayan castigado por una razón, pensó Teren. Searrodilló silenciosamente frente a Sapientus por el resto de esanoche, pensando. La mañana siguiente, dejó el templo.

Teren tenía dieciséis años en el tercer recuerdo.Aunque el legado de su padre lo protegía del castigo, había sido

expulsado del Eje de la Inquisición por ser una abominación, pero nieso lo detuvo de permanecer fiel a la corona, siempre intentandoencontrar algún modo de probar que quería dedicar el poco valorque tenía a servir al trono, servir a los dioses.

Así que exploró por su cuenta, ayudando secretamente a laInquisición a acabar con los malfettos sin darse a conocer. Seguía aaquellos de los que sospechaba en la ciudad, observándolos hablary reír con sus familias. Cuando encontraba un malfetto, ibacautelosamente hasta sus puertas durante la noche y la marcabacon el símbolo de la Inquisición. Los Inquisidores no sabían que élhacía eso, pero debían estar agradecidos de su espía secreto.

Luego, una tarde, se topó con un boticario.Era una pequeña tienda encantadora, al cuidado de un anciano

de cabello blanco y su jovial hija, una hermosa chica tamoura, conuna risa aguda y una sonrisa contagiosa. Teren se detuvo variasveces a la semana para observarlos tomar los pedidos de otrosclientes. Algo le parecía extraño con esta chica. Su nombre eraDaphne. A veces, Teren la veía llevar pedidos en la ciudad. Tomabacaminos tan tortuosos que siempre la perdía en las bulliciosascalles. Cuando ella volvía al boticario por las tardes, Teren sepreguntaba dónde había desaparecido.

Hasta que escuchó un rumor sobre un grupo llamado LaSociedad de la Daga, un supuesto equipo de malfettos demoníacos

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con sorprendentes poderes que no eran de este mundo.Aparentemente, Daphne usaba la botica de su padre como un lugardonde creaba pastas que cubrían las marcas de los malfettos. Terenpensó que Daphne era la responsable de mantener ocultos a lasDagas.

Una noche, Teren siguió a Daphne mientras dejaba el boticariode su padre y se dirigía a la universidad de Estenzia. ¿Qué hacíauna chica fuera a estas horas? Desapareció por un largo tiempo enla universidad, pero Teren finalmente la encontró en un estrechocallejón. Estaba intercambiando unas palabras con una figuraencapuchada y le entregó una pequeña mochila.

Teren la denunció inmediatamente. Varios días después laInquisición fue a llevarse a Daphne. La arrastraron a la Torre de laInquisición no muy lejos de los muelles… y aunque no pudo ver loque ocurrió con ella, sabía lo que hacían esos soldados en lasmazmorras cuando querían sonsacarle información a alguien.

Se suponía que Daphne moriría en la hoguera, pero no vivió losuficiente para salir de las mazmorras.

Después, Teren fue llamado por el rey de Kenettra y la jovenreina, Giulietta. Teren se arrodilló frente a sus tronos mientras el reyelogiaba su lealtad por identificar un traidor entre ellos. El rey lorestituyó en la Inquisición, asegurándole al público que después detodo, Teren no tenía una marca. Que no era un malfetto.

En ese momento, Teren lo supo. Supo por qué los dioses habíanelegido dejarlo vivo, por qué le habían quitado la elección de morir.

Era una abominación mandada allí para librar al mundo deabominaciones, para impedir que esos demonios corrompieran elreino de Kenettra. Estaba predestinado a expiar sus pecadosprotegiendo todo lo que era puro y bueno.

Esta era su razón para vivir.Esta era su razón, y ahora los dioses le habían dado una

oportunidad para probarlo.

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Soy el viento, sereno y fiero e intenso.Soy el alma de la vida, el grito de las tormentas, la respiración del

sueño.

—Imodenna La Grande, por señor Elias Mandara

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18Adelina Amouteru

Para cuando subimos a nuestro barco, Teren aún está llevando

sus cadenas. Confiamos en él solo al grado que ha estado deacuerdo en acompañarnos, pero sabemos que eso no evitará queintente atacarnos mientras dormimos. Así que se queda comonuestro cautivo, escoltado por guardias a todas horas. Mientrasnavegamos por el puerto de Estenzia, él es el único que semantiene abajo, encadenado a su litera. Yo me quedo en la proa delbarco e intento no pensar acerca de su presencia bajo nuestrospies. Navegando detrás de nosotros está el barco tamouran deRaffaele, deslizándose al unísono a través de las olas. Magianosube al mástil principal y se balancea con su habitual facilidad.Desde la orilla, aún puedo ver a Sergio con una tropa deInquisidores a su espalda, observándonos ir.

Él había besado a Violetta justo antes de irnos. Fue la primeravez que le he visto actuar finalmente sobre los sutiles sentimientosque siempre había expresado en torno a mi hermana. Ahora Violettaestá en la popa, con los ojos clavados en su punto en el muelle.Sergio, con la ayuda de sus mercenarios, va a gobernar mientrasestoy fuera. Aun así, no puedo evitar preocuparme. ¿Qué si falla?¿Qué si regreso a mi duramente-ganado imperio sólo para encontrarque ha sido sublevado, o que me ha dado la espalda?

Todo el mundo da la espalda, los susurros se burlanalegremente. Su veneno acaricia mis pensamientos. Lo mejor esdarles la espalda primero.

—Navegamos al noreste —dice Raffaele la primera noche quenos reunimos alrededor de la mesa. Él había cruzado a nuestrobarco mediante una pasarela para juntarse con nosotros. Violetta semantiene cerca a su lado, mientras yo intento mantener toda ladistancia posible entre nosotras—. Llevará varias semanas siseguimos la ruta más corta, por la que migran los norteños.

—¿Cómo sabes dónde ir? —pregunto—. Mencionaste el origende las Élites.

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¿Dónde es?Raffaele mueve un dedo a lo largo de la mesa, dibujando una

línea invisible que representa el borde de las Skylands y el mar, yentonces señala un punto muy al norte de la costa.

—Amadera Septentrional, en las profundidades de la cordillera.—Nos mira por turnos—. La Oscuridad de la Noche.

—¿Como en los mitos? —dice Magiano a través de un bocadode carne seca.

He oído los cuentos antes también, y ahora levanto una cejahacia Raffaele.

Raffaele asiente, mechones de su sedoso cabello resbalando porsu hombro mientras continúa.

—Hay cuatro lugares donde los espíritus aún vagan —respondecitando un antiguo tomo—. La nieve cubre la Oscuridad de laNoche, el paraíso olvidado de Sobri Elan, los Pilares de Cristak deDumon, y la mente humana, ese reino eternamente misteriosodonde los fantasmas pueden vagar para siempre.

—Dicen que la Oscuridad de la Noche es un residuo de losdioses —añade Lucent—. Es tierra sagrada. Los sacerdotes hacesperegrinaciones allí.

—Si estudias la cronología de los mitos —continúa Raffaele—.La primera mención a la Oscuridad de la Noche coincide con laCascada de Laetes del cielo, es conocido como un lugar sagrado,sí. —Asiente hacia Lucent—. Creo que fue creado por el desgarrónentre el mundo mortal y el mundo inmortal. Es un lugar de nocheeterna, no hecho para mortales. Los sacerdotes que mencionaste,Lucent, visitan las tierras de alrededor. Pero no entran realmente ala Oscuridad de la Noche. No hay historias de lo que se encuentradentro de ese lugar.

La tierra de un mito, nuestro destino basado puramente en laspredicciones de Raffaele.

—Crees que es un lugar donde solo Élites pueden entrar —respondo. Raffaele asiente.

—Es tierra de dioses.—¿Y la reina Maeve se encontrará con nosotros en el camino?

—pregunta Magiano. Está sentado a mi lado, su mano tocando elborde de la mía—. ¿Tan pronto como entremos en Skylands?

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Raffaele lo mira.—Nos encontraremos con ella en el paso entre Beldain y

Amadera.—¿Después de nuestra última confrontación? —Magiano hace

un sonido de tsk—. ¿Estás seguro que querrá unirse a nosotros? Esdifícil creer que la reina Beldish nos dejará pasar ilesos por suterritorio después de que destruimos su flota entera, mucho menossentarse en un caballo junto a nosotros durante semanas.

—Está entre los mejores intereses de Maeve vernos triunfar —responde Raffaele fríamente.

Mientras Magiano se encoje de hombros, yo miro el mapa.

Kenettra es una pequeña nación desde esta perspectiva, tal y comolas otras naciones Sealand. Sunlands, incluyendo Domacca yTamoura, parecen extenderse sin fin. Aún más basto que todos elloses el mar, la gran división entre el mundo viviente y el inframundo.

El alcance de mi propio poder parece de repente insignificante.Nuestro viaje fracasará y todos pagaremos con nuestra vida.

El amanecer siguiente, navegamos en la tenue luz de una

mañana oscura. El océano ha tomado un difícil color azabache.Desde el ojo de buey de mi habitación, puedo ver las nubessuperponerse unas a otras hasta que parece que no está el cielo yse oye el sonido de un trueno resonando desde algún lugar lejano.Si Sergio hubiera estado a bordo, podría habernos dicho si latormenta se aproximaba, y haber actuado en ello. Pero esta no esuna tormenta de nuestra elección. Es algo que los dioses hancreado.

Mi estómago se hunde mientras el barco cabecea con las olas.Un cosquilleo de miedo recorre mi espina dorsal y los murmullosvuelven. El inframundo te está llamando, Adelina.

Para el momento en el que consigo subir la escalera a la cubiertasuperior, los cielos se han vuelto incluso más oscuros. Miro hacia elhorizonte para ver los rayos de luz a lo largo del borde del cielo. Lostruenos continúan resonando. Magiano está ayudando a dostripulantes a amarrar los barriles para asegurar los cañones. Susropas son sábanas gruesas hoy, un pesado manto envuelto con

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fuerza alrededor de una túnica oscura, pantalón, y botas, y sustrenzas están atadas en un gran nudo.

—Todavía estamos por delante de la tormenta —dice cuando meaproximo—. Sin embargo sus brazos se extienden mucho más. Sitenemos suerte, seremos capaces de rodearla antes que nos golpeelo peor.

Escudriño el horizonte por cualquier indicio de tierra, pero no veonada excepto la agitación de las nubes oscuras. Esta tempestad esdiferente de la tormenta a la que nos enfrentamos mientrasestábamos luchando contra los Tamouran, donde podía conjurarimágenes que aterrorizaban a los soldados contra los queestábamos luchando. Pero, ¿de qué sirven los espejismos cuando elenemigo contra el que estamos luchando es la propia naturaleza?Desde el agua, escucho el eco de los lamentos de las balira. Hayuna manada nadando a cierta distancia de nosotros, en direcciónopuesta a la tormenta.

—¿Dónde está Violetta? —pregunto—. ¿La has visto estamañana?

—No ha subido aquí. —Magiano asiente hacia la escalera—.Deberías estar bajo la cubierta también. Puedo encargarme de esto.Puede ponerse violento.

Tal vez esté muerta, los susurros parlotean. ¡Vete con vientofresco! Ahora puedes ser libre de su tormento.

Han empezado a caer gotas de lluvia gruesas. Muevo la cabeza,tratando de alejar imágenes borrosas de espejismos incontrolables,y giro para regresar a la escalera. A medida que el aire se vuelvemás pesado, los susurros son cada vez más fuerte, aumentandohasta que gritan en mis oídos. El temor de mi tripulación cuelga enel viento, alimentando mi energía hasta que siento que mi pechopuede estallar. En la esquina del barco, mi padre se inclina contra labarandilla de madera y me mira fijamente con ojos salvajes. Trago ybajo la mirada. Mis espejismos no pueden abrumarme ahora, noaquí.

Las primeras gotas de lluvia se convierten en un torrente. Desdeel puesto de vigía, uno de la tripulación grita:

—¡Agáchense!

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Mientras me tropiezo de camino a la escalera que conducenabajo, echo un vistazo al barco de Raffaele balanceándose contralas olas, casi perdido en la espuma del mar. Apenas puedomantenerme en la escalera. En el nivel inferior, los faroles oscilan enlos estrechos pasillos y creo oír gritos procedentes del suelo pordebajo de mí. Me detengo. Los sonidos en mi cabeza estáninquietos, pero este es real. Aun así, no puedo estar segura denada. Bajo más por el pasillo hasta que alcanzo mi puerta. Aquí,todo parece apagado y distante, aparte del aullido del viento y elchoque del océano contra la madera.

Me las arreglo para llegar a la puerta de Violetta, toco a la puertauna vez, luego entro.

Ella se agita en su cama, pero no levanta la vista. Una mirada estodo lo que necesito para saber que tiene fiebre, sus párpadosaleteando, su cabello oscuro húmedo y enmarañado contra sucabeza. Sus marcas destacan prominentemente a lo largo de sucuello y brazos, azules, púrpuras y negras. Murmura algo en vozbaja. Incluso inconsciente, se inquieta cuando los truenos suenan.

Está empeorando, me doy cuenta mientras me paro junto a ella.Raffaele había pensado que quizás mi cercanía frenaría sudeterioro… pero ahora se ve aún más frágil que cuando la vi porprimera vez en Tamoura. Miro por un momento mientras gira en sucama, su frente resbaladiza por el sudor, y me siento y acaricio sumano con mis dedos.

¿Qué si no puede ni llegar al origen, ayudarnos a completarnuestro viaje?

Estás perdiendo el tiempo aquí, dicen los susurros.Un fuerte golpe sacude las tablas del suelo. Me sobresalto y miro

hacia la puerta. Sonó como si no viniera de arriba sino del pasillo.Espero oír el paso de las botas de la Inquisición, un grupo de voces,pero en vez de eso, el barco vuelve a caer en un silencio.

Frunzo el ceño. Por un momento, quiero ignorarlo, pero entoncesme levanto y dejo el lado de Violetta. Doy un paso hacia atrás en lasala de los oscilantes faroles.

No hay nadie en el pasillo.Me sujeto la cabeza y me mantengo apoyada contra la pared.

Todo alrededor parece estar moviéndose, y a pesar de mis intentos

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de concentrarme, los muros se difuminan con el suelo y el suelo sedifumina en el aire, las luces de los faroles se convierten en caras yformas. Los susurros derivando en gritos. Presiono una mano contrauna oreja, como si eso pudiera callarlos, pero solo lo hace peor,bloqueando el sonido del mar rompiendo y enfatizando hasta lalocura de mis espejismos.

Piensa en Magiano. Recuerdo su mano en mi muñeca en esepasillo oscuro en el palacio, la luz reflejada contra su piel en la casade los baños. Entonces me fuerzo a respirar de forma constante.Uno, dos, tres. El enganche de las garras aún en mi mente,desaparece aunque solo sea por un momento, y el suelo y lasparedes son visibles otra vez. Regresa el sonido de las olas y losgritos de los hombres arriba en cubierta.

Entonces, otro ruido sordo.Proviene de la cubierta inferior. Donde estamos manteniendo a

Teren.Una sensación de pavor se arrastra en mi estómago. Algo ha

ocurrido, puedo sentirlo. Dudo por un instante, preguntándome simis espejismos se volverán otra vez fuera de control. El mundoparece lo suficiente estable, sin embargo, y los susurros handisminuido. Me dirijo hacia la escalera que lleva a la cubierta inferior,y comienzo a bajar. El barco se sacude violentamente haciendo quesalte el último peldaño. El sonido de un trueno resuena fuera. Latormenta está empeorando rápidamente.

El final del pasillo está oscuro, y mientras el barco se mueve, unfarol apagado rueda por los tablones, su cristal roto. Buscotentativamente con mi poder. Hay miedo aquí. El miedo que vienecon el dolor. Mientras me acerco, noto que hay dos formastumbadas en el suelo, una de ellas inmóvil, la otra gimiendosuavemente. Los guardias encargados de vigilar a Teren.

La puerta de Teren está abierta.Mi corazón salta en la garganta de terror. Está libre, pienso, justo

cuando el sonido de un conjunto de truenos sacude el barco. Medoy la vuelta y me apresuro hacia la escalera. Mi nuca seestremece, el pánico aumentando mientras me pregunto si Terenestá escondido entre las sombras. Pero sé que ya no está aquí.

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Subo por la escalera, corriendo a lo largo del pasillo fuera denuestros aposentos.

—¿Violetta? —grito mientras corro—. ¡Magiano! ¡Teren se haido!

Nadie responde. Mientras el barco se inclina, haciendo que losfaroles se balanceen salvajemente, me apresuro a la escalera queconduce a cubierta y comienzo a subir. ¿Dónde iría Teren en unatormenta como esta? No podemos perderle. Le necesitamos en esteviaje. Nosotros…

Oigo el whoosh de una hoja a través del aire antes de verlo.Algo… destino, instinto, me salva y me retiro en el último momento.Una daga clavada profunda en la madera de la escalera. Miro haciaatrás para ver a uno de mis Inquisidores encarándome, sus dientesdescubiertos. Un rebelde.

Levanto los brazos y arrojo una ilusión de invisibilidad sobre mí.Me desvío de su vista y fuera de su camino. El Inquisidor apuñalaaire vacío, luego parpadea en confusión y gira alrededor. Tienemiedo ahora. Y su terror alimenta mi fuerza.

—¡Muéstrate demonio! —grita.Mi corazón palpita contra mis costillas. Entonces, otro rebelde.

Igual que el que me atacó durante nuestra batalla. Aprieto losdientes y le lanzo una ilusión de dolor. Pero mi concentración falla, yaparezco visible por una fracción de segundo. Es suficiente paraque el Inquisidor me vea. Lanza otra daga hacia mí otra vez, inclusoaunque se retuerce de dolor por mi ilusión.

Lucho para pasar a través de él y comienzo a subir la escalera.¿Era uno de los guardias a los que había puesto para vigilar aTeren? ¿Le habría liberado, pensando que Teren me mataría?¿Había sido leal a Teren durando sus días de Inquisidor Principal?

El hombre se lanza otra vez. Reacciono ciegamente, agarrandola daga incrustada en la madera, girando y golpeando. Mi hojaatraviesa carne. Los ojos del hombre se abomban, y su boca seabre. Él mira fijamente mi marcada cara por un instante. Luegocolapsa en mis pies.

Otro intento de asesinato.Aprieto la daga en una mano y me las apaño para llegar a la

cubierta superior. Un viento helado estalla junto con la lluvia. Me

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congelo y miro hacia el cielo para ver que las nubes se ciernen tanbajas que parece que podrían tocar el nido de los cuervos, nubestan negras y siniestras que se siente como si estuviera mirandohasta la misma boca de la Muerte.

—¡Adelina! —grita un Magiano empapado cerca de la proa de lanave, donde se aferra desesperadamente al aparejo de las velas.Señala en la dirección donde el barco de Raffaele debe estar.Frenética, miro alrededor de la cubierta. Todo parece como unamancha; una masa de tripulantes grises luchando contra latempestad, agua por todos lados. Giro como si mi supuesto asesinoestuviera detrás de mí.

—¡Teren! —grito de vuelta a Magiano—. ¡Se ha ido! Él está…Al momento en que mis palabras salen de mi boca, le localizo.

Bajo el resplandor de un rayo, veo a Teren dirigiéndose haciaMagiano. Las muñecas de Teren aún están atadas a las cadenas, ymientras se mueve, se sacuden ruidosamente. Un jadeo se meescapa. No. Grito otra vez y me preparo para atacar con mi energía,pero una ola enorme golpea el costado del barco y me tropiezo conel impacto. Una cuerda se desprende de algún lado y golpea aMagiano cruelmente en su costado, en la marca que nunca se lecura.

Magiano se dobla en agonía y pierde el equilibro. Sus manos seagarran al aparejo. Salto a la derecha de la cubierta cuando Teren lealcanza. Teren lo va a matar. El pensamiento me sacude como unrelámpago y mis poderes se elevan, rugiendo en la superficiecuando me enfrento a Teren.

Pero Teren se apodera de la cuerda, y la gira alrededor deMagiano con todas sus fuerzas. A pesar de su dolor, Magiano lograatraparla. Retrocede hacia el mástil y golpea el palo con un largoruido sordo, evitando caer por la borda. Se retuerce en la cubierta,agarrando su costado.

Sacudo agua de mi visión. ¿Acaba de salvar Teren la vida deMagiano?

Al mismo momento, una ola se estrella contra la cubierta,inundándola. Tira a uno de mis Inquisidores al mar. Tropiezo y caigode rodillas. Antes que yo, Teren pierde el equilibrio y cae. Me

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precipito hacia delante. En algún lugar del vendaval, Magiano mellama.

—¡Adelina, no! —grita.El agua barre a Teren por la borda. Lo necesitamos, es todo en

lo que pienso. Necesitamos a Teren si queremos vivir. Llego a labarandilla y bajo la vista para ver a Teren aferrado al costado delbarco. Sus cadenas sonando al viento. Levanta la mirada y medivisa.

Déjalo caer, dicen los susurros. Deja que el inframundo se lolleve. Que se hunda. Se lo merece.

Dudo, temblando por el esfuerzo de escuchar las voces. Él síque se lo merece. Por un momento, el pensamiento atraviesa mimente y los susurros gritan como si hubiesen ganado. La cara deTeren se transforma y se mueve, ondulándose con una ilusión queestá fuera de mi control, pasando de una cara humana a unirreconocible demonio, el monstruo debajo de su piel.

Entonces recuerdo por qué estamos aquí. Me acerco, cierro mimano fuertemente alrededor de su muñeca y tiro lo más fuerte quepuedo. Teren sube lentamente, un paso a la vez. Sus ojos reflejanlos relámpagos y el torrente de lluvia. Cuando vuelva a bordo,pienso, tendremos que asegurar sus habitaciones másestrictamente.

—¡Mira! —alguien grita. Alzo la mirada justo a tiempo para ver aMagiano saltar en mi dirección, pero es demasiado tarde, uninstante después, una ola golpea el costado del barco como unariete y me arroja por la barandilla. Todo lo que veo es el ímpetu delcielo negro y océano. Magiano todavía está de pie junto a lacubierta, con el brazo extendido hacia mí. Entonces desaparece dela vista mientras que la lluvia y la espuma del océano pasan. Miroabajo para ver el océano oscuro precipitarse hacia mí.

El inframundo ha venido a reclamarte, gritan las voces. Entoncesimpacto contra el agua. Y el océano me consume.

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El hombre le dijo al sol: “¡Cómo deseo que pudieras iluminar con tuluz cada día de mi vida!”. El sol le dijo al hombre: “Pero sólo por la

lluvia y la noche tú podríasreconocer mi luz”.

—Poema Domaccan, traducido por Chevalle

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19Adelina Amouteru

El mundo es ensordecedor y silencioso. Luz y oscuridad. Creo

que veo a Caldora en las profundidades, sus largas y monstruosasaletas tallando a través del agua. El trueno suena ahogado pordebajo de estas mareas negras. Floto durante un tiempo, sin saberdónde estoy ni si estoy viva. La corriente me hace caer, estoy abajo,y mi corazón late en mis oídos. Lucho para respirar.

Salgo a la superficie con un jadeo. La lluvia y el agua de marllena mi boca abierta. Me ahogo, tosiendo, y buscando el barco.Está detrás de mí, inminente. Trato de nadar en su dirección, perootra ola me aleja, una y otra vez. Me las arreglo para salir a lasuperficie de nuevo, sólo para ver el barco más lejos.

—¡Magiano! —grito—. ¡Violetta!Pero mi voz se pierde en la tempestad. Otra ola me golpea y

estoy sumergida en las profundidades una vez más.No moriré aquí. No así. El pensamiento se convierte en un

tambor que me llena de rabia, y la rabia me da fuerzas. Obligo a mismiembros a seguir moviéndose, forzar mi cabeza encima del aguauna vez más. La tormenta ruge su furia por encima de mi cabeza,relámpagos iluminan entre las nubes, y las oleadas de lluvia megolpean. Otra ola me hunde, y cada vez salgo a la superficie, elbarco se ve más lejos. Empiezo a perder sensación en misextremidades. La energía del inframundo se filtra bajo mi piel y pormi garganta. Los monstruos parecen nadar en este mar, susenormes siluetas negras enmarcadas por el azul profundo, queparece extenderse por una eternidad.

¿Él me va a echar de menos? Me imagino el rostro de Magiano,desencajado de miedo mientras me veía caer por la borda. ¿Está asalvo?

¿Violetta me extrañará?Entonces, una mano. Los dedos son ásperos, las uñas se

hunden en mi carne, el agarre tan fuerte que creo que mis huesosse romperán. Abro la boca para gritar, pero el esfuerzo es silencioso

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en el mar. A través de la oscuridad, echo un vistazo a unos ojosblancos, salvajes y dementes, un destello de cabello rubio. Teren.Es Teren en el agua, luchando a mi lado, halándome por el brazo.

Salimos a la superficie en el centro de la tormenta. Suspiro,ahogándome con el agua de mar, a través de una bruma borrosa delluvia, veo nuestra nave detenida a varias docenas de metros dedistancia. En los mástiles, Magiano está apuntando a los demáspara buscarnos en las aguas. Estoy aquí. Trato de hacer señas,pero el mar se traga mi brazo.

—¿No eres invencible después de todo, pequeño lobo? —gritaTeren.

Las ilusiones oscurecen el mundo alrededor. Estoy luchando porrespirar en la Torre de la Inquisición, y Teren tiene su espadapresionada contra mi garganta. Él va a matarme; va a cortarme consu espada. Una oleada salvaje de terror crece en mi garganta yentro en pánico, tratando de alejarme de él.

Teren gruñe y solo me aprieta el brazo. Estoy vagamenteconsciente del océano que nos rodea. Otra ola se estrella contranuestros cuerpos, y el agua de mar entra en mi boca. Toso. Te estáahogando, chillan los susurros. Cualquier otra persona habríaperdido el control en un mar tan feroz, pero Teren todavía imbuidode sus poderes, logra quedarse aferrado a mí como un grillete.

—Déjame ir —digo, ahogándome, arañando ciegamente a Teren.El fuerte sabor a sangre llena repentinamente mi nariz, y me doycuenta que es de sus muñecas, esparciendo una película escarlataalrededor de nosotros. En algún lugar por delante, la silueta borrosade nuestro barco aparece. Estamos cada vez más cerca.

—Ojalá pudiera —espeta Teren, goteando veneno—. No haynada que me gustaría ver más que a ti en el inframundo, Adelina.

Sus palabras irradian mi ira. Él nunca tuvo la intención determinar este viaje contigo. Teren agarra mi brazo de nuevo contanta fuerza que grito de dolor. Nos está llevando hacia la nave, surostro tiene una determinación sombría.

Entonces lo oigo gritar:—Pero no lo haré.Pero no lo haré. Mi furia flaquea, convirtiéndose en desconcierto.

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Ahora estamos muy cerca del casco de nuestra nave, tan cercaque Magiano nos ha visto. Puedo oír su grito por el viento, su brazoapuntando hacia donde estamos. Teren le hace señas, y mientras latripulación se apresura a lo largo de la cubierta, siento un repentinolevantamiento del agua. Un torbellino lo aleja, y por un instante, uncráter se forma en el mar que nos rodea. El viento nos impulsa haciaarriba. Asombrada, echo un vistazo en dirección a la nave deRaffaele, atracada detrás de la nuestra. Lucent está en los mástiles,con los brazos apuntados en nuestra dirección. El viento sefortalece, y el mundo se desdibuja a medida que nos levantamos porencima de la barandilla de la cubierta de nuestra nave, un embudode agua de mar goteando sobre el barco a medida que avanzamos.

Entonces caemos. Golpeo la cubierta lo suficientemente fuertecomo para quedarme sin aire en mis pulmones. Teren finalmentesuelta mi brazo, y me siento repentinamente más ligera sin suagarre de hierro. Los Inquisidores nos rodean. Magiano, aúnagarrando su lado herido, grita pidiendo mantas. En medio de ellos,veo el rostro de Violetta. Brazos calientes envuelven mi cuello frío, yme llevan hacia delante, sobresaltada, en un abrazo. Su cabellocubre mi hombro.

—Pensé que te perdimos —dice, y me encuentro envolviendomis brazos alrededor de ella a cambio antes que me dé cuenta de loque estoy haciendo.

Junto a mí, los Inquisidores rodean a Teren, forzando sus brazosdetrás de su espalda otra vez. Me mira fijamente con un lado de surostro presionado contra el suelo. Sus labios todavía estánretorcidos en una sonrisa. Sus ojos brillan con algo inestable. Lomiro fijamente, tratando de comprender lo que ha hecho. Ha salvadoa Magiano de caer por la borda. Él me salvó. Está tomando en serioesta misión, por mucho que nos desprecie.

—Tal vez la próxima vez —me dice con esa sonrisa—, notendrás tanta suerte.

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Laetes no tenía ni una sola moneda a su nombre, pero noimportaba. Tal encanto que él exude, tal alegría que trajo a cada

transeúnte que conoció que lo invitaron a sus hogares, loalimentaron con su pan y estofado, y lo protegieron de ladrones y

vagabundos, por lo que pasó a través de la frontera entre Amaderay Beldain sin daño.

—La caída y la subida de Laetes, por Étienne de Ariata

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20Adelina Amouteru

El traidor Inquisidor resultó ser un nuevo recluta de Dumor.

Después de un consejo de Teren y una breve caza a bordo delbarco, Magiano arrastró a todos los miembros de nuestra tripulaciónante mí en la cubierta superior, donde temblaron y se espantaron amis pies. Magiano rara vez tiene una expresión de furia fría en surostro, pero la tenía entonces, con las pupilas de los ojos hendidastan agudamente que parecían agujas.

Podría matar a esta tripulación, si quisiera. Podría tener susangre cubriendo la cubierta de esta nave al anochecer.

Pero no puedo permitirme hacer tal cosa. No habría gentesuficiente para guiar la nave, ni para protegernos, si me libraba detodos ellos. Así que en su lugar, les mostré el cadáver del aspirantea asesino. Entonces pedí que se tirara sin ceremonias por la borda.

—Que sea un recordatorio para aquellos de ustedes que todavíaquieren desafiarme —dije, con la cabeza alta—. ¿Alguien más?

Solo el silencio me saludó, seguido por los susurros en micabeza. Parecían divertirse.

Es sólo cuestión de tiempo, cierto, Adelina, antes de que teatrapen.

Es extraño ver el océano tan tranquilo esta noche, cuando solo

horas antes, nuestros barcos habían sido casi devorados por lasolas.

Me siento acurrucada en una silla, las mantas envueltasalrededor de mí, incluso después de haber tomado un baño tancaliente como pude, temblando con una taza de té amargo. Para mimolestia, mi mente permanece en Violetta. Después de su repentinaexhibición emocional en la cubierta, volvió a su habitual silenciotenso en mi presencia, aunque me miró preocupada antes deretirarse a su habitación. No sé qué hacer con ella, pero estoydemasiado cansada esta noche para detenerme a pensarlo. Ahora

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solo Magiano está cerca del ojo de buey, mientras que Teren seagacha en su silla, comiendo su cena en silencio.

Todavía tiene un conjunto de cadenas entre sus muñecas, juntocon dos Inquisidores a sus costados, pero las cadenas no hacenmucho para restringir sus movimientos, permitiéndole en cambiocomer libremente. Sus muñecas también están vendadas con unpaño limpio y hay una manta envuelta alrededor de él. Parece ileso,en su mayor parte, por nuestra prueba en el océano. Supongo quesus poderes aún no lo han abandonado.

—¿Por qué me salvaste? —le pregunto a Teren, mi vozrompiendo el silencio.

—Probablemente la misma razón por la que esa Daga nos salvóla vida a ambos. Caminante del Viento, ¿verdad? —Teren no semolesta en levantar la cabeza mientras habla. Es su primera comidaapropiada y caliente en mucho tiempo, y parece estar saboreándola.

—¿Y cuál es la razón?—Como has dicho, estoy aquí sólo para cumplir los deseos de

los dioses. Y seré condenado si tus acciones necias hacen esteviaje sin sentido.

Deja que te mantenga a salvo. Mis susurros estánsorprendentemente tranquilos esta noche, quizás subyugados porlas hierbas que Magiano mezcló en mi té. Asiento hacia Teren.

—Quítenle las cadenas —le digo a los Inquisidores que están asu lado.

—¿Su majestad? —dice uno de ellos, parpadeando.—¿Necesito repetirme? —gruño. El Inquisidor se pone pálido

ante mi tono, luego se apresura a cumplir mis órdenes. Teren memira mientras sus cadenas caen, aterrizando con un fuerte golpe enel suelo. Luego suelta una pequeña carcajada. El sonido de ella esfamiliar, y raspa contra mi memoria.

—Confiar en mí —murmura Teren—, es un juego peligroso, miAdelinetta.

—Estoy haciendo más que eso —le respondo—. Por el resto deeste viaje, tú

serás mi guardia personal.En ese momento, los ojos de Teren brillan de sorpresa y de ira.—No soy su lacayo, su majestad.

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—Y yo no soy Giulietta —espeto de vuelta—. Podrías habermematado a bordo del barco, cuando te liberaste por primera vez.Podrías haberme ahogado en el océano. Pero no lo hiciste... y esote hace más digno de confianza para mí que mi propia tripulación.Está claro que no puedo confiar en todos mis hombres, y por unavez, tenemos los mismos objetivos. Así que, por el resto de esteviaje, serás mi guardia personal. Está en nuestros interesespersonales.

La mención de Giulietta, como siempre, parece afectarduramente a Teren. Se estremece, luego vuelve a su comida.

—Como desee, su majestad —responde—. Supongo queveremos lo bien que nos va juntos.

Respiro profundo.—Todo esto terminará pronto —le digo—. Y tu deber para con

los dioses estará completo.Teren baja su plato. Intercambiamos una larga mirada.Finalmente, se levanta de su asiento y se enfrenta a uno de los

Inquisidores. El hombre traga con fuerza cuando Teren toma lavaina de su espada y la saca del cinturón. Teren mira a Magiano,luego a mí.

—Necesitaré un arma —murmura, alzando la espada en el aireantes de que salga de la cabina.

No me doy cuenta de lo tensa que me tenía su presenciadesencadenada hasta que salió de la habitación; relajo los hombrosen su ausencia.

—Lo vigilaré —dice Magiano, acercándose y ofreciendo su manopara sostenerme mientras me levanto—. Un acto heroico no hace aun hombre digno de confianza. ¿Qué pasa si decide usar su espadacontra ti?

Sigo a Magiano fuera de la cabina principal y cruzo por el pasillohacia nuestros aposentos.

—No puedes vigilarme todo el tiempo —digo con cansancio—.Teren será mejor que dejarme a merced de cualquier otro rebeldeque pueda estar a bordo.

Magiano aprieta los labios, pero no discute. Sus ojos buscan mirostro, deteniéndose por un latido en mis cicatrices. Sus trenzasestán atadas en un grueso desorden, retorcidas por el agotamiento,

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y la luz de las linternas del pasillo destaca el brillo de oro en susojos.

—No estás bien esta noche —dice suavemente.Antes de que pueda responder, los susurros sisean de nuevo,

luchando contra el té de hierbas, y me froto las sienes en un intentode calmar mi dolor de cabeza.

Magiano toma mi mano y me lleva dentro de mis aposentos.—Ven —dice. Lo sigo hasta la cama, donde me siento con

cautela, mientras él va al escritorio, enciende una vela y me preparaotra taza de té. Fuera de mi ojo de buey, un extraño lamento haceeco a través del océano. Me siento quieta en la cama por un tiempoy escucho. Es un sonido bajo, persistente, como el susurro de unfantasma en el viento, y mientras sigo escuchándolo, lo siento venirjusto debajo de las olas. Mi energía tiembla ante la llamada, inclusocuando algo de ella suena familiar, incluso atrayendo a mis oídos.Este es un sonido del inframundo.

Las sombras en las esquinas de mis aposentos parecendoblarse y cambiarse, incluso cuando Magiano está apenas a unoscuantos pasos de distancia. Debo estar de nuevo alucinando, misilusiones girando fuera de mi control. Las sombras se transformanen formas con garras y dientes, pequeños receptáculos vacíos paralos ojos, y al mirar, las formas se afilan hasta que sus caras asumenlas características de las personas desaparecidas hace tiempo.Ellos luchan para salir de las sombras y en la luz de la luna quepinta los pisos. Me hundo más profundo en la cama, intento ignorarel sonido exterior, y tiro de mis mantas hasta mi barbilla. Tengo queencontrar una manera de recuperar el control sobre los hilos de mienergía. Practico tomando respiraciones profundas.

El lamento afuera se desvanece, luego se fortalece, y luego sedesvanece de nuevo. Después de un tiempo, apenas puedoescucharlo más. Las sombras contra las paredes pierden susformas amenazantes, asentándose en la oscuridad plana.

—Adelina —susurra Magiano. Ni siquiera había notado que seacercaba y se sentaba en la esquina de mi cama. Sostiene una tazapara mí.

La tomo en alivio.—¿Oíste los lamentos? —pregunto.

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Se inclina y mira con cuidado por el ojo de buey, apoyando sumano en su lado marcado. Si las lunas fueran nuevas esta noche, elocéano sería una masa negra que no reflejaría nada más que uncielo lleno de estrellas. Pero esta noche las nubes de tormenta sehan despejado y el agua está brillantemente iluminada, y mientrasmiramos, puedo ver las olas empujadas por una vaina de balirasnadando.

—Nunca antes las oí gemir así —le digo mientras pasan.—Las he oído hace varias noches —responde Magiano—.

Raffaele me dijo que lo escuchó también cuando llegó a bordo denuestro barco. Es el sonido de una balira moribunda, envenenadapor esta agua.

Sus palabras tiran de mi corazón. Miro por el hueco nuevamentepara ver a las últimas nadando, hasta que nada más que triángulosde ondulaciones se mueven a su paso. Deja que mueran, dicen lossusurros. Cuando todo esté hecho, puedes darle la espalda. A todoel mundo. Escapa con tus poderes. No puedes renunciar a ellos.

Sí, podría hacer esto. Voy a esperar hasta que hayamos llegadoa la frontera de Amadera y Beldain, y empezaremos la caminatahacia el norte. Entonces Magiano y yo podemos regresar a Kenettra.Niego, frunciendo el ceño y sorbo más de la bebida a base dehierbas. ¿Volvería Violetta conmigo? ¿Podría irme sin ella? ¿Voy aabandonar a los demás? Me quedo muy quieta, enfocando mispensamientos en seguir adelante con este plan. Me imaginonavegando de regreso a mi país y regresando a mi trono. Me obligoa ser feliz por ello.

Me imagino a Raffaele y Lucent, que me salvaron la vida, y luegoa Teren, que se ha vuelto contra todas las creencias que tiene parahacer lo que cree que es correcto.

Magiano me mira. Su lado está presionado contra el mío, su pielcálida y llena de vida.

—Temo —le susurro finalmente—, cada día, me despiertopreguntándome si este será el último día en que pueda vivir en larealidad. —Lo miro—. Anoche, mi pesadilla regresó. Se prolongómás que nunca. Incluso ahora, cuando estabas de pie tan cerca,pude ver las sombras en la esquina extender sus garras hacia mí.Incluso en este mismo momento, mis ilusiones están creciendo más

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fuerte, evolucionando completamente fuera de mi alcance. —Medetengo mientras los susurros me regañan por hablar en contra deellos.

Este muchacho te traicionará, igual que todos los demás. Él estáaquí por la bolsa de oro que le das. Él desaparecerá en el instanteen que llegue a la tierra, yéndose a buscar mejores compañeros.

—Muy bien que vamos a encontrar una manera de arreglar esto—responde Magiano, mirándome. Sus palabras suenan como siestuvieran bromeando, pero su voz es grave, su rostro serio—. Noserá así para siempre.

No hay respuesta en mis labios. Después de un rato, descansomi mano sobre la suya.

—Todavía tienes dolor.—Sólo mi vieja herida actuando de nuevo —responde

rápidamente—, pero estoy decayendo más lento que tú, mi amor.Puedo soportar esto.

—Déjame ver —murmuro suavemente—, quizás necesitesenvolverlo.

Magiano se aleja al principio, pero cuando le doy una miradapuntiaguda, suspira y cede. Se desplaza un poco para que suespalda se vuelva hacia mí, y luego se acerca y se tira la camisa porencima de la cabeza, exponiendo su torso. Mi mirada vadirectamente a la enorme marca de su lado. Se extiende desde laparte baja de su espalda hasta el lado de su parte superior delpecho. Me muerdo el labio. Esta noche, parece hinchada, roja yenojada por la huelga del mástil.

—Quizá Raffaele pueda echarle un vistazo mañana —digo,frunciendo el ceño ante la vista. Mis pensamientos se dirigen a lossacerdotes de la infancia de Magiano, los que le hicieron ésta heridaal tratar de cortar la marca en su piel. La imagen hace que mitemperamento hierva.

—Estoy bien. No te preocupes.Me encuentro con su mirada. Parece vulnerable y suave, sus

pupilas redondas y oscuras.—Magiano, yo... —Empiezo a decir, luego me detengo, insegura.

Incluso después de nuestros momentos de besos compartidos,nuestro encuentro en la casa de baños, nunca he confesado mis

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sentimientos hacia él. No, niña tonta. Sólo lo usará contra ti. Perodecido seguir adelante—. Puede que no regresemos de este viaje.Ninguno de nosotros. Podríamos todos dar nuestras vidas cuandolleguemos al fin, y no saber si nuestro sacrificio cambió nada paramejor.

—Será para mejor —responde Magiano—. No podemos morir,no sin intentarlo. No sin luchar.

—¿De verdad crees eso? —pregunto—. ¿Por qué estamoshaciendo esto, de todos modos? Para preservar mi propia vida y latuya, pero ¿qué ha hecho el mundo por nosotros para merecernuestro sacrificio?

Magiano frunce las cejas por un momento, luego se inclina máscerca.

—Nosotros existimos porque este mundo existe. Es unaresponsabilidad nuestra, independientemente de que alguien lorecuerde o no. —Asiente—. Y lo harán. Porque volveremos y nosaseguraremos de ello.

Él está lo suficientemente cerca ahora que puedo sentir sualiento contra mis labios.

—Estás tan lleno de luz —le digo después de un momento—. Tealineas con la alegría, y yo con el miedo y la furia. Si pudieras ver enmis pensamientos, seguramente te alejarías. ¿Por qué te quedaríasconmigo, aunque regresemos a Kenettra y reanudemos nuestrasvidas?

—Me pintas como un santo —murmura—, pero me alineé con lacodicia únicamente para evitar eso.

Incluso ahora, puede hacer que mis labios se contraigan con unasonrisa.

—Estoy hablando en serio, Magiano.—También yo. Ninguno de nosotros somos santos. He visto tu

oscuridad, sí, y conozco tu lucha. No lo negaré. —Me toca la barbillacon una mano. En este gesto, los susurros parecen asentarse,empujados lejos donde no puedo oírlos—. Pero también eresapasionada, ambiciosa y leal. Eres mil cosas, mi Adelinetta, no unasola. No te reduzcas a eso.

Bajo la mirada, insegura de cómo sentirme.

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—Ninguno de nosotros somos santos —repite Magiano—. Todospodemos hacerlo mejor.

Todos podemos hacerlo mejor. Me inclino hacia él. Cada huesode mi cuerpo anhela mantener a este chico seguro, siempre.

—Magiano... —Empiezo a decir—. No quiero dejar este mundonunca habiendo estado contigo.

Magiano parpadea una vez. Busca en mi cara, como si tratara deentender el verdadero significado de mis palabras.

—Estoy contigo ahora —susurra.—No —digo en voz baja, acercando mis labios a los de él—. Aún

no.Magiano sonríe. No dice nada. En su lugar, se inclina hacia

delante y cierra la brecha entre nosotros, presionando sus labioscontra los míos. La luz en su energía inunda mi interior, alejando lassombras oscuras y reemplazándolas con calidez. Apenas puedorespirar. Jadeo cuando me toca la espalda y me atrae másfuertemente hacia él. Su movimiento me hace perder el equilibrio ycaigo hacia atrás en la cama, trayéndolo conmigo. Magiano setambalea encima de mí. Sus besos continúan, arrastrando el huecode mi garganta. Sus dedos tiran de las cuerdas de mi corpiño y seaflojan. Lo tira por encima de mi cabeza y lo lanza al pie de la cama.Mi piel está desnuda contra la suya, y me doy cuenta que estoytemblando.

Magiano hace una pausa por un momento para mirarme,buscando un signo de mis emociones. Estudio su rostro en laoscuridad.

—Quédate conmigo —susurro—. Esta noche. Por favor. —Laspalabras pronunciadas en voz alta de repente me asustan, y mealejo, preguntándome si debería haberme abierto a él de estamanera. Pero la idea de dormir sola, rodeada de mis ilusiones, esdemasiado para soportar.

Me acaricia el cabello con una mano, alejando los mechones,mira fijamente el lado izquierdo de mi cara. Besa la cicatrizsuavemente. Sus labios tocan mi frente, luego mi boca. Y entonces,como si me entendiera mejor que nadie en el mundo, susurra:

—Hará que esta noche sea un poco menos oscura.

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Esa noche, él soñó con un lugar lleno de pilares, blancos yplateados, que llegaban hasta el cielo. Y esa mañana los soldados

de su enemigo irrumpieron por las puertas interiores.

—Extracto de El Réquiem de los Dioses, Vol. XVII, traducido porChevalle

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21Adelina Amouteru

Después de todo, no hay susurros en mi mente. Mi energía está

muy tranquila. No tengo pesadillas. Me agito cuando la pálida luz delamanecer se mete en mis aposentos por la portilla, y espero queanoche no sea más que una ilusión... pero Magiano todavía estáaquí, su suave piel marrón presionada contra la mía, su respiraciónsuave y rítmica en el sueño.

Me estiro contra él, una sonrisa genuina en mis labios. El aire esfrío, y me gustaría poder quedarme acurrucada para siempre bajoestas espesas mantas. Los recuerdos de la noche pasada todavíason borrosos, la respiración caliente de Magiano contra mi cuello,susurrando mi nombre, su respiración entrecortada. Cuando loconocí por primera vez en Merroutas, lucía como una figuramisteriosa e invencible, un muchacho salvaje con cabello alborotadoy una sonrisa brillante. Ahora, luce tranquilo. Vulnerable. Sus dedospermanecen entrelazados con los míos, tomándolos firmementeincluso durmiendo. Observo sus largas pestañas. Por un momento,me pregunto qué había visto en los recuerdos que Raffaeledesenterró durante su prueba.

Todos los días nos dirigimos hacia el norte. Cada día, el aire se

vuelve más frío. Pronto, tengo que ponerme una capa más pesada ybotas más resistentes cada vez que voy a cubierta. Magiano pareceincómodo aquí, en este clima más frío. Su sangre es más disolubleque la mía, y su herencia Sunland se muestra en su ceño fruncido.

Esta mañana, cuando vemos los primeros indicios de tierra en elhorizonte, se une a mí en la cubierta con dos capas sujetasfirmemente alrededor de su cuello. Su brazo roza el mío.

—¿Por qué no puede ser un paraíso tropical el origen de losÉlites? ―se queja.

Incluso ahora, mirando este océano sombrío y oscuro, tengo quesonreír a sus palabras. Él ha compartido mi habitación cada nochedesde nuestra primera vez juntos, y como resultado, los susurros se

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han vuelto más tranquilos en las últimas semanas. Pero ahora quenos acercamos a Skylands, las voces han regresado con venganza.

—Ahora llegaremos a Beldain, por lo menos. Estaré feliz devolver a estar en tierra firme.

Magiano gruñe. Me pregunto a qué pobre soldado le robó lasegunda capa.

—Pequeñas victorias —coincide.Cerca se encuentra Teren, que mira la tierra que se aproxima sin

una palabra. No nos ha causado ningún problema durante lassemanas que ha pasado sin sus cadenas y, fiel a su nombramiento,se ha quedado cerca de mí, una mano siempre en el puño de suespada. Sin embargo, los nuevos vendajes blancos alrededor desus muñecas parecen rojos de nuevo. Sus heridas son tercas.

Un rumor de voces detrás de mí me llama la atención. Violettahabla en voz baja a Raffaele mientras se sientan juntos en pilas decarga, señalando la franja de tierra que crece ante nuestros ojos.Los miro por encima del hombro. Raffaele se unió a nosotros pocodespués de mi accidente por la borda y ha estado con nosotrosdesde entonces. Violetta se ha relajado poco a poco a mi alrededor,desde aquella noche, pero todavía mantiene su distancia y confía enRaffaele más a menudo que en mí. Se inclina pesadamente contraél y tiembla, sus labios secos y agrietados. Su voz es más débil delo que ha sido jamás, y sus mejillas están ahuecadas ahora, elresultado de su pobre apetito. La vista le envía a mi energía unaoleada oscura, no de ira, sino de tristeza.

Ojalá fuera a mí a quien recurriera por consuelo.—Dijiste que los Beldish nos encontrarían aquí con tropas

propias —le digo a Raffaele—. No veo banderas Beldish en ningunade las naves en el horizonte.

―Hago una pausa para asentir hacia el puerto cercano de nuevo—. ¿Alguna palabra de la reina Maeve?

—Ella estará aquí —responde Raffaele. Al igual que Magiano,tiene un aire de infelicidad sobre él, y ajusta más su capa pesada.No debe haber disfrutado las semanas que pasó en Beldain laúltima vez que huyó aquí—. Pero tenemos que salir rápidamente deesta ciudad.

—¿Qué ciudad es esta?

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—Laida, una de las ciudades portuarias más pobladas deAmadera. —Raffaele recoge su cabello negro en una cola gruesasobre un hombro—. Los rumores dicen que los sacorrists tienen unabase aquí y pueden estar esperando por ti.

Le sonrío amargamente, luego le doy una ilusión de su rostrosobre el mío. La expresión de Raffaele parpadea sorprendida por unmomento antes de acomodarse de nuevo en su piscina de calma.

—Pueden tener dificultades para encontrarme —respondo.Raffaele me da una sonrisa amarga a cambio.

—No subestime a sus enemigos, su majestad —dice.Le levanto una ceja. Con mi cólera revolviendo, los susurros se

despiertan. Ah, sí. Lo sabes mejor que nadie, ¿no?—¿Es una amenaza, Raffaele?Mis palabras traen un silencio terco entre nosotros. Raffaele

niega, luego me da una mirada severa.—Está buscando conflictos en lugares equivocados, majestad —

responde.No contesto. En cambio, vuelvo al mar y trato de controlar mis

emociones. Junto a mí, Magiano presiona una mano contra mibrazo. Firme, parece estar diciendo. Pero ni siquiera él puedemantener los susurros a raya para siempre.

Tal vez estoy empeorando, al igual que Violetta.El puerto está lleno de barcos de todas las ciudades y naciones,

y sus banderas forman un arcoíris de colores en la bahía, que serefleja en las aguas. Nuestras propias banderas están ocultas bajouna ilusión imitando una cresta Amaderan, y para mi alivio, nadieparece hacernos caso. Mientras nuestros dos barcos atracan,respiro profundo y miro hacia los bulliciosos muelles. La sal del mary el olor de la sangre y los peces, flotan en el aire. Las gaviotasrodean el cielo sobre nosotros, zambulléndose hacía las entrañasdel agua. Grupos de hombres con grandes barbas llevan lo queparecen martillos afilados colgados sobre sus espaldas y lazos decuerda alrededor de sus hombros. Las mujeres en pieles y faldasgruesas se amontonan a lo largo de los múltiples muelles,cocinando guisos sobre pequeños fuegos. Ellos sostienen tazonesen una mano y una sola moneda de plata amaderana en la otra,gritando en una lengua extraña que no puedo empezar a entender.

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La gente de aquí es grande y robusta, tan pálida que las pecassobresalen en su piel. Solo Lucent se mezcla completamente,mientras que Teren parece pasable con sus ojos pálidos y cabellorubio. A pesar que mis Inquisidores y compañeros no están vestidoscon sedas kenettran, atraemos algunas miradas a nuestras figurasmás esbeltas y tez más oscura.

Estás en tierra del enemigo, los susurros me recuerdan.¿Recuerdas los relatos de las guerras civiles de Amadera? Cuandoel pueblo Aristan conquistó a los Salans, se llevaron todo con ellos:sus joyas; su honor; y sus hijos, a veces directamente desde elvientre. ¿Qué van a hacerte a ti, cuando se enteren de quién eres?

Raffaele afirma que Maeve nos encontrará aquí, pero todavía nohay signo de la reina Beldish y sus hombres. A medida quedescargamos algunos de nuestros suministros en un caballo deespera, poco a poco tejo diferencias en mi apariencia, aligerando mipiel, punteando el puente de mi nariz con pecas, rizando mi cabello,ocultando mis cicatrices. Seguir a Raffaele no significa que confíe ensus palabras de corazón. Si los saccorists están aquí, encontraránuna manera de buscarnos en la ciudad. Cuando termino con miilusión, trabajo en alterar las apariencias de Magiano, Raffaele yVioletta.

—Deja a los demás —me dice en voz baja Magiano mientras nospreparamos para dejar los pilares detrás. Sutilmente gesticula haciadonde esperan nuestros inquisidores y soldados tamouran—.Vamos a irnos de aquí para encontrar a la reina Maeve.

Tiene razón, por supuesto, tener una patrulla de soldados detrásde nosotros atrae demasiada atención, incluso en una bulliciosaciudad portuaria. Asiento.

—Vamos solos ―replico.Pero a medida que avanzamos con las Dagas, me encuentro

temiendo el aire libre a mis espaldas. Los susurros sólo alimentanmi paranoia, enviando siluetas negras parpadeando dentro y fuerade la multitud. Aquí te cazan, pequeño lobo.

¿Qué se siente ser presa? Sólo saber que Teren camina junto amí me recuerda que, al menos, está listo para defenderme. Magianoestá cerca también.

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Aprieto los dientes y sigo a Raffaele. Los dejo venir. Ya hecortado gargantas antes, y puedo hacerlo de nuevo.

Violetta es demasiado débil para caminar por mucho tiempo, asíque la primera parada que hacemos es para comprar un caballopara ella. Se apoya en su espalda con los ojos cerrados. Aclaro sucabello hasta que la ilusión lo hace rojo. Está bastante enfermizaahora que su piel es casi tan pálida como la de un skylander. No seagita mientras avanzamos hacia la ciudad.

Magiano olfatea el aire mientras pasamos por altos edificios depiedra caliza, sus ventanas diminutas y cubiertas de cortinas.

—¿Hueles eso? —dice.Lo hago. Huele a huevos cocidos, también a algo picante y

amargo, como una planta destrozada que había comido en lospuertos de Dalia, Kenettra. Mi estómago ruge. De repente estoycansada de las semanas de carne seca y pan rancio a bordo delbarco.

—Huele a desayuno —le contesto, volviéndome en dirección alos olores—.

Algo que podríamos tomar un poco más.Magiano me sonríe. Cuando lo hace, su rostro repentinamente

cambia a otro diferente, el de mi padre, oscuro y sonriente, laslíneas ásperas de sus arrugas profundas y prominentes. Suspiro,luego me volteo y cierro el ojo. Ahora no, me regaño mientras mienergía se llena de miedo. No puedo perder el control de misilusiones en medio de esta calle concurrida.

—¿Estás bien? —susurra Magiano. Cuando consigo el coraje demirarlo de nuevo, ha vuelto a ser él mismo.

Mi corazón late débilmente dentro de mi pecho. Enderezo loshombros e intento olvidar las imágenes.

—No te preocupes —le digo—. Sólo estoy impaciente porencontrar a los beldish.

Cerca, Violetta frunce el ceño, preocupada, pero no dice nada.Raffaele ralentiza el paso para ir a mi lado. Asiente en direccióndonde finalmente termina la ciudad.

—Tus ilusiones —dice—. Disfrazarnos. Te está agotando,¿verdad?

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La energía en mi pecho se contrae mientras seguimosmoviéndonos por la ciudad. Ojalá no hubiera tanta gente aquí; loscambios constantes de movimiento, colores y formas, hacen difícilmantener la ilusión sobre mí y los demás.

—Estaré bien —le murmuro a Raffaele.—Estamos lo suficientemente cerca del origen que puedo sentir

su ligero tirón. Recuerda, todo está conectado a todo lo demás. —Niega y frunce el ceño—. Su energía perturbará toda la nuestra. Tencuidado.

Solo ahora veo que hay cierta tensión en el rostro de Raffaeletambién, como si estuviera drenado de algo más que nuestro viaje.Miro alrededor, preguntándome quién más está sintiendo losefectos. Magiano parece estar lo suficientemente bien, aparte de suhumor amargo, pero el rostro de Violetta parece exhausto, y Lucentestá inusualmente silenciosa.

A medida que avanzamos, sigo parpadeando fragmentos deilusiones. El cielo parece oscurecer, y un peso cuelga sobre laciudad. Los rostros enmascarados aparecen y desaparecen de loscallejones estrechos que pasamos, el brillo de la plata me recuerdacómo lucían una vez las Dagas. Los susurros se ponen nerviosos,apareciendo en los rincones de las calles y las sombras de lossalientes.

¿Por qué no abandonas este viaje, Adelina?, dicen. Regresa aKenettra.

Vuelve y domina tu imperio.Miro hacia otro lado y trato de mantener la concentración delante

de mí. Es una buena idea. Aparto el pensamiento de mi mente.Todos estamos cansados, y cuanto antes podamos tener una buenanoche de descanso, más fuerte nos sentiremos en la mañana. Talvez Maeve se reunirá con nosotros para entonces.

¿Y si no se encuentra con nosotros en absoluto? ¿Y si envíatropas para atacarnos? ¿Y si no tiene interés en unirse a nosotrosen este viaje? Raffaele debe creerle de buena fe que vendrá porqueama a Lucent, pero eso es todo. Miro a mi lado, donde Lucentcamina en silencio. ¿Y si esta es la manera de Maeve de buscarvenganza por lo que le hice a su marina, de retirarse a sí misma,haciendo nuestro viaje sin valor?

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Esto es lo que yo haría, si fuera ella. Entonces, ¿por qué noescoge eso también?

Salimos de la carretera principal y bajamos por un estrechosendero con escalones, dirigiéndonos al lado de una colina, hacia lataberna. Al pasar por un pequeño callejón, los rostrosenmascarados aparecen y desaparecen. Junto a mí, Magiano frunceel ceño, se pone tieso, y gira su cuello hacia el callejón para darleotra mirada.

—¿Viste algo? —pregunto.Magiano asiente, con los ojos aún en el callejón por el que

pasamos.—Un destello de plata —dice después de un momento—. Como

una máscara.—Se encuentra con mi mirada. Mi estómago se retuerce.No era sólo una ilusión de mi propia creación.De repente, Raffaele se detiene. Ante nosotros hay varias

personas de pie allí, bloqueando nuestro camino. Aunque misilusiones permanezcan en su lugar, parecen reconocer que nopertenecemos. Su líder se aleja de la multitud. Este hombre noparece ser de los Skylands, su piel es marrón clara y sus ojos sonprofundos y oscuros. Levanta un cuchillo en una mano.

—Así que —dice—, una compañía extranjera que se dirige anuestro territorio. Los susurros se hacen más fuertes en mi cabeza.

—No queremos problemas, señor —digo, manteniendo labarbilla y la voz tranquila, trabajando para mantener firmes lasilusiones que he tejido sobre nuestros rostros.

El hombre asiente.—¿De dónde eres?Mátalo. Ha pasado tanto tiempo. Será tan fácil. Las voces son

persuasivas. Podría envolverlo en agonía en este momento, hacerlecreer que le estoy arrancando el corazón de su pecho. Pero nopuedo permitirme hacerlo aquí, no sin saber si hay más de ellos másallá de esta estrecha calle, y no con Violetta tan enferma.

Magiano me salva de responder dándole al hombre una sonrisallena de dientes blancos.

—De un lugar mucho más amigable que este pueblo, puedodecirte eso — proclama—. ¿Saluda a todos los extranjeros que

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pasan con cuchillos? Eso debe tomar mucho tiempo.El hombre frunce el ceño, incluso cuando nos mira en duda.

Raffaele se une a Magiano a su lado.—Tenemos una amiga que está muy enferma —dice, asintiendo

a Violetta—.¿Puede decirnos dónde podría estar la posada más cercana?El hombre permanece en silencio. Más de sus hombres han

llegado detrás de nosotros ahora, la gente que había tomado comopescaderos y transeúntes, reunidos en los escalones para bloquearel camino por el que llegamos. Hay miedo en el aire, agudo yoscuro, llamándome, y tengo hambre de responderles, de agarrarlos hilos que nos rodean y tejer. Mi ilusión en mi aspecto fluctúa,sólo por un instante.

El hombre estrecha sus ojos hacia mí.—Dijeron que estarías disfrazado, Lobo Blanco. Sabemos que

eres la reina Adelina de Kenettra.Parpadeo en fingida sorpresa.—¿Qué? —respondo, manteniendo mi voz sorprendida—.

Somos de Dumor para...El hombre me interrumpe con una carcajada.—Dumor —responde—. Te refieres a uno de tus estados títeres.Magiano saca dos de sus propias armas. Sus pupilas se han

estrechado en ranuras agudas, y su cuerpo está tenso. Cerca deRaffaele, Teren se alza con su espada a media tirada, listo paramoverse. Por primera vez, estoy agradecida de tenerlo connosotros.

No tiene sentido causar esto. He tenido suficiente.—Déjanos pasar —digo, caminando hacia adelante. Mi ira está

empezando a subir, y esa energía se convierte en mi defensa—. Yahorraremos la vida de tus hombres.

El grupo vacila. El líder saca un segundo cuchillo de su cinturón.Bajo su valiente exterior, puedo sentir las mareas del terror. Tienemiedo de morir hoy.

—Por los Sealands —susurra—. Por los Sunlands.Entonces asiente, y sus hombres nos atacan desde ambos

lados.

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Magiano se mueve tan rápido, apenas lo veo saltar en larefriega. Sus dagas destellan de plata en la luz. Por delante denosotros, Teren se va sobre dos de los primeros hombres con ungruñido de ira, desencadenando su furia reprimida sobre ellos. Loscorta fácilmente.

—¡Muévete! —Raffaele se apresura, empujándonos haciaadelante. Vamos hacia delante mientras Teren nos abre un espacio.Pero la calle estrecha continúa llenándose con más gente,obligándonos a detenernos de nuevo. ¿Cuántos de ellos estánaquí? Deben haber estado esperando nuestra llegada por meses. Elcaballo de Violetta se alza en medio del caos, suelta un chillido y latira de su espalda. Lucent la atrapa apenas con una cortina deviento. Violetta cae en los escalones, e instintivamente, la empujodetrás de mí y la empujo contra la pared. Ahora está despierta, sucuerpo temblando como una hoja.

Uno de los hombres se agarra a ella, pero Lucent saca suespada, cortando al otro hombre en el estómago. Por delante denosotros, Teren mantiene el camino despejado a medida que vienenmás. Las cuchillas lo atrapan, rebanando su carne, pero pareceinconsciente de sus heridas, su cuerpo lenta y laboriosamentetratando de curarse a cada ataque. Es aún más claro ahora: se curanotablemente más lento de lo que recuerdo. Detrás de nosotros,Magiano salta contra la pared del edificio y gira en el aire, cortandoa un hombre cuidadosamente a través de la garganta y otro en supecho. El olor a sangre y el miedo llena mis sentidos, y siento lasvoces alimentándose en la oscuridad, cada vez más fuerte a cadamomento que pasa, fortaleciéndome incluso mientras me presionanpor más de lo que puedo controlar.

Me tropiezo hacia adelante, tratando de evitar la avalancha deilusiones que amenazan con abrumarme. Las sonrisas de nuestrosatacantes se vuelven esqueléticas, sus formas son monstruosas.Sus manos se extienden como garras hacia nosotros, como sifueran árboles muertos en un bosque, y de repente estoy luchandocon su agarre, tratando de respirar. Sigue moviéndote. Esto no esreal, me digo una y otra vez. Teren continúa moviéndonos haciaadelante a través de la lucha, y detrás de nosotros, Magiano los

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mantiene alejados. Intento concentrarme en ellos. Tenemos queencontrar una manera de salir de esta calle.

Entonces, delante de nosotros, Raffaele tropieza. Hace unamueca de dolor, luego cae de rodillas.

Lucent corre a su lado. Mientras miro, agarra su brazo y trata deayudarlo a ponerse de pie, pero él se estremece, se agarra lacabeza y tropieza de nuevo. Allí se arrodilla, agazapado en el dolor,su cabello cayendo por sus hombros en una sábana negra.

Su miedo es una manta sobre él, y mi energía se aferra a ella.Miro a nuestro alrededor. Hay mucho caos aquí para que nos hagadesaparecer a todos detrás de una cortina de invisibilidad, y quieroguardar mi poder, pero ya puedo ver a dos de los atacantes mirandoa Raffaele en su debilitado estado. Si no lo oculto ahora, no saldráde esta pelea.

Concentro mi energía en Raffaele. Entonces tejo invisibilidadsobre él. Se desvanece. Me acerco a él y a Lucent mientras lascuchillas destellan a nuestro alrededor. Cuando los alcanzo,envuelvo uno de los brazos de Raffaele alrededor de mi hombro yayudo a levantarlo. Magiano mira en nuestra dirección desde dondeestá luchando con un atacante.

Unos cuantos pasos adelante, Teren repentinamente retrocedecuando un equipo de atacantes van hacia él de inmediato. Uno deellos logra superar a Teren. Ahora somos invisibles, pero a pesarque el atacante no puede vernos, mueve su hoja en un arco hacianosotros. Sólo tengo tiempo para echar un vistazo a su máscara deplata.

Una flecha silba a través del aire de los tejados. Se clava ennuestro atacante directamente a través de su garganta. Se congelaa medio movimiento, aturdido, y luego deja caer su arma y seacerca para agarrar en vano su cuello. Mientras lo miro, cae haciaatrás en los escalones.

Más flechas cortan el aire desde los tejados. Cada una de ellasencuentra su marca. Busco en los tejados hasta que veo un destellode armadura pasando. Detrás de nosotros, Magiano suelta un gritode risa: en un instante, salta a uno de los letreros colgando delantede una puerta y se inclina hacia delante, arrojando una daga a losatacantes.

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Cuando alzo la mirada para ver otra figura por los tejados,finalmente vislumbro a una joven alta con trenzas tejidas en lo altode su cabeza, las hebras medio negras y rubias, con el codolevantado, apoyada en su rodilla. Tiene un arco y apunta haciaabajo en dirección a uno de nuestros atacantes. Deja volar la flecha.

La reina Beldish finalmente ha llegado.Cada vez más soldados aparecen en los tejados. Los saccorists,

que ahora reconocen la cresta de sus hombres, comienzan adebilitarse por su confusión. Varios de los guardias de Maeveaparecen al final de la calle. La visión de ellos parece ser la últimagota para los saccorists. Alguien grita una orden para retirarse, y losatacantes restantes se dispersan inmediatamente, dejando caer susarmas y corren. Teren sigue luchando, pero la batalla ya haterminado. Los atacantes se dispersan tan rápidamente comoaparecieron, hasta que todo lo que queda en la calle son los caídos.

Levanto la ilusión de todos nosotros. Mi propia fuerza meabandona, y de repente Raffaele se siente abrumadoramentepesado. Magiano se apresura a nuestro lado y toma el cuerpolánguido de Raffaele en sus brazos. Mi atención se dirige a Violetta.Todavía está agachada contra la pared donde la dejé, enroscada enuna bola apretada y mirando como si estuviera concentrándose enpermanecer consciente. Me acerco y le extiendo una mano.

Violetta me mira. Una parte del miedo persistente y la distanciaen sus ojos que había definido nuestras últimas semanas juntas seha desvanecido, reemplazado por un parpadeo familiar. Es una luzque recuerdo cuando solía caminar a mi lado a través de Merroutas,cuando éramos la única compañía que necesitábamos en el mundo.

Los susurros todavía rondan el aire alrededor, pero me niego aescucharlos, haciéndolos a un lado. Violetta toma mi mano y laayudo a ponerse de pie. Se inclina contra mí, apenas capaz depararse.

—Teren —digo mientras se acerca a nosotros. Hay tajos en sutúnica y manchas de sangre en su armadura, pero por lo demás seve ileso.

Le da una mirada fría a Violetta, luego la levanta sin esfuerzosobre su espalda sin decir una palabra.

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—Tenemos un campamento —nos grita Maeve desde lostejados. Tiene un pesado polvo negro enmarcando sus ojos, y unaraya de pintura de guerra dorada en sus mejillas—. Todos parecencomo si necesitaran descansar.

Veo a Maeve buscándome desde su posición, y cuando nuestrosojos se encuentran, nos miramos por un largo momento. Me pongorígida; hay un aire de incertidumbre que se cierne alrededor de ellaante mi presencia. Pienso en la última vez que nos miramos la una ala otra, cuando me había visto invocar el poder de Enzo paradestruir un número devastador de su flota. Incluso ahora, puedoimaginar las llamas rugiendo a nuestro alrededor.

Se endereza y asiente en dirección a las afueras de la ciudad.—Mis hombres nos llevarán allí. —Luego desaparece por el

borde del tejado.

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La tragedia sigue a aquellos que no pueden aceptar su verdadero

destino.

—Crimen y castigo en una reunificada Amadera, por Fiennes deMarta

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22.Adelina Amouteru

La reina Maeve es más delgada de lo que recuerdo y su rostro

se ha vuelto más duro desde la última vez que nos vimos. La Éliteque se alinea con la muerte. Con mi cansado comportamiento,mejillas hundidas, y mirada dura, imagino que piensa lo mismocuando me mira. Ella y su batallón viajaron sobre las Montañas deKarra, la retorcida cordillera de volcanes muertos hace mucho, quedivide Beldain de Amadera, y asentaron un campamento de pielesde oveja aquí, a las afueras de Laida, donde termina la humanidad ycomienza un horizonte bordeado por completo por montañascubiertas de hielo. Las antorchas iluminan los parches de nieveentre las tiendas de campaña. El aire se ha vuelto frío y cruel,cortando directamente a través de la ropa de montar. Mientras lanoche baña el paisaje de azules y morados, la reina Beldish va através de los charcos de nieve derretida desde su tienda a lanuestra, flanqueada por sus soldados.

Me pregunto qué ha pasado, desde que nos enfrentamos en losmares, y cuál podría ser el estado de su flota. Una parte calcula sivaldrá o no la pena invadir Beldain en el futuro. Sin duda ella quierehacer lo mismo con Kenettra; pero ambas nos mordemos la lenguaahora mientras se acerca. Me da un firme asentimiento de saludo.

—Nos vamos al amanecer —me dice—. Si tu hermana nodespierta para ese momento, cárgala.

Le regreso el asentimiento, incluso aunque mis susurros sisean.Esto es lo más cerca que estaremos de ser civilizadas.

—Estaremos listos.Maeve pasa a mi lado sin prestar atención a mis palabras. Me

giro y la miro desaparecer dentro de nuestra tienda. Muéstrale loque puedes hacer y entonces te respetará. La reina de Beldain y yopodemos ser aliadas obligadas por ahora, pero habrá un tiempodespués de esto en que regresaremos a nuestros bandos, y anuestro estado de enemigas.

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Detrás de sus soldados camina Magiano. Cuando me ve, sequita la capa y la envuelve alrededor de mis hombros. Me relajocuando bloquea un poco el frío; la persistente calidez de Magiano sesiente tranquilizadora contra mi cuerpo.

—No puedo hacerlo entrar a una tienda —dice, apuntando porencima de su hombro mientras copos de nieve se cristalizan en sustrenzas. A una distancia de las tiendas, donde la tierra se desvanececontra la oscuridad de las montañas, puedo ver una solitaria figurarubia arrodillada en el viento, con su cabeza agachada en oración.Teren.

Coloco una mano sobre el brazo de Magiano.—Déjalo —contesto—. Hablará con los dioses hasta que se

sienta reconfortado. —Pero mi mirada permanece en Teren unmomento más. ¿Puede sentir, así como Raffaele, el llamado de losorígenes de las Élites desde alguna parte profunda de lasmontañas? Puedo sentir una pulsación en lo profundo de mi menteahora, un nudo de poder y energía en alguna parte más allá de loque puedo ver.

Magiano suspira exasperado.—Le he pedido a los hombres de Maeve que mantengan un ojo

en él —dice—. No hemos venido hasta aquí sólo para perderlo porcongelación. —Entonces se da vuelta y camina a mi lado mientrasregresamos a nuestra tienda.

Está cálido dentro. Lucent está sentada en una esquina,haciendo una mueca mientras envuelve su brazo en un trapocaliente. Se ha vuelto a lastimar la muñeca durante la batalla, perocuando me nota mirando, aparta la mirada rápidamente. Cerca,Raffaele se levanta de su silla e inclina la cabeza en dirección aMaeve. Maeve está de pie, cerca de la entrada de la tienda, con sucuerpo girado inconscientemente hacia Lucent, sus ojos sobre lacama de Violetta.

Incluso bajo la luz de la linterna, Violetta todavía se vemortalmente pálida. Sus párpados se mueven de vez en cuando,como si estuviera perdida en una pesadilla y una capa de sudorcubre su frente. Las oscuras ondas de su cabello se abanican bajola capa doblada bajo su cabeza.

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—La nieve viene del norte —dice Maeve, rompiendo el silencio—. Mientras más nos quedemos aquí, más nos arriesgaremos a quecorten nuestras rutas. Los rompe nieves ya están dirigiéndose a lascordilleras.

—¿Rompe nieves? —pregunta Magiano.—Hombres que son enviados a las capas de nieve. Rompen la

nieve con pequeñas y controladas avalanchas para evitar las másgrandes. Probablemente los viste en la ciudad, con sus picos dehielo. —Maeve hace señas a Raffaele—. Mensajero. —Ante lamención de su nombre, su rostro de piedra se suaviza un poco.Estoy sorprendida por el tirón de envidia que siento, de que Raffaeletan fácilmente pueda atraer a otros hacia él—. ¿Estás bien ahora?

—Mejor —contesta Raffaele.—¿Qué sucedió? —pregunto—. Te vimos congelarte… caíste de

rodillas.Los ojos como piedras preciosas de Raffaele atrapan la luz,

brillando de doce tonos diferentes de verde y dorado.—La energía rodeándome era abrumadora —explica—. El

mundo se tornó borroso. No podía pensar, ni respirar.La sensación lo abrumó. El poder de Raffaele consiste en sentir

cada uno de los hilos en el mundo, todo lo que conecta a todo lodemás. Debe ser así como se están deteriorando los poderes deRaffaele, el equivalente a mi espontaneidad, las ilusiones fuera decontrol, las malévolas marcas de Violetta y los frágiles huesos deLucent. A menos que tengamos éxito en nuestra misión, su poderserá su perdición, como el resto de nosotros.

Por la mirada en el rostro de Raffaele, me doy cuenta que estápensando lo mismo que yo, pero sólo le da a Maeve una sonrisacansada.

—No se preocupe, estoy bien.—Parece que te topaste con nuestra tropa de viaje en el

momento exacto — dice Magiano a Maeve.En el silencio que sigue, Lucent se pone en pie, haciendo una

mueca mientras lo hace, y va hacia la solapa de la tienda.—Todos deberíamos descansar —murmura. Duda mientras pasa

al lado de Maeve. Hay un parpadeo en su expresión; algo solitario,

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anhelante, que cruza su rostro pero nada más que eso, y antes queMaeve pueda reaccionar, Lucent sale de la tienda y desaparece.

Maeve la observa irse, luego la sigue. Sus soldados se van consu partida. Raffaele me mira y se sienta de nuevo en su silla.

—Tu hermana está cada vez más débil —dice—. Nuestracercanía al origen de la caída de Laete ha intensificado nuestraconexión con los dioses, y está asolando nuestros cuerpos. Ella nodurará mucho más.

Miro el rostro de Violetta. Tiene el ceño fruncido, como siestuviera consciente de mi presencia cerca de ella, y me encuentropensando cuando una vez yacimos lado a lado en camas idénticas,golpeadas por la fiebre. De alguna forma, nunca nos ha dejado.

Miro a Magiano, luego a Raffaele.—Déjennos a solas un momento —digo.Estoy agradecida por el silencio de Magiano. Aprieta mi mano

una vez, luego se da vuelta y sale de la tienda.Raffaele me mira con duda en su rostro. No confía en que estés

a solas con ella. Eso es lo que inspiras, pequeña loba, una nube desospecha. Tal vez eso es lo que es la expresión; o tal vez es culpa,una pizca persistente de arrepentimiento por todo lo que hasucedido entre nosotros, por todo lo que pudo haber sido evitado. Loque sea que eso signifique, desaparece al siguiente respiro. Aprietael agarre sobre su capa y mete sus manos dentro de sus mangas,luego va hacia la abertura de la tienda. Antes que pueda salir, segira hacia mí.

—Permítete descansar —dice—. Lo necesitarás, mi Adelinetta.Mi Adelinetta.Mi respiración se detiene; los susurros se callan. Los recuerdos

regresan rápidamente, claros como el cristal, de una tarde hacemucho tiempo, cuando me senté con él en un canal de Estenzia y loescuché cantar. Con los recuerdos viene una oleada de melancólicaalegría, seguida de una insoportable tristeza. No me había dadocuenta de lo mucho que extrañé ese día. Quiero decirle que espere,pero ya se ha ido. Su voz parece persistir en el aire, aunque laspalabras nos las había escuchado de él en años… y en algunaparte, profundamente en mi pecho, se remueve la presencia de unaniña enterrada hace mucho.

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En la cama, Violetta deja salir un suave lamento y se mueve,rompiendo el torbellino de mis pensamientos. Me acerco a ella.Toma una profunda, áspera respiración, y luego sus ojos aleteanhasta abrirse.

Sostengo la mano de Violetta, enlazando nuestros dedos. Su pielestá hirviendo bajo mi toque, oscurecida por las marcassobrepuestas, y a través de ésta puedo sentir el lazo de sangreentre ambas, fortalecido por nuestros poderes Élite. Sus ojos miranalrededor, confundida, y entonces van a mi rostro.

—Adelina —susurra.—Estoy aquí… —comienzo a responder, pero me interrumpe y

cierra sus ojos.—Estás cometiendo un error, Adelina —dice, con su cabeza

girada a un lado. Parpadeo, intentando entender lo que quiere decir,hasta que me doy cuenta que está hablando en un estado febril, ytal vez ni siquiera sea consciente de dónde está—. Quiero volver —susurra—. Pero tus Inquisidores… están buscándome por todaspartes. Están blandiendo sus espadas. Creo que les has ordenadoque me asesinen cuando me encuentren. —Su voz se rompe con lasequedad, áspera y débil—. Quiero ayudarte. Estás cometiendo unerror, Adelina. —Suspira—. También cometí un error.

Ahora lo entiendo. Está diciéndome lo que sucedió después quehuyó del palacio, después que mis ilusiones me habían abrumado yella se había puesto en mi contra… después que yo me habíapuesto en su contra. Un nudo sube por mi garganta. Tomo asientoen la silla de Raffaele, y me inclino hacia ella.

—Le dije a mis soldados que te trajeran de regreso —murmuro—. Ilesa. Te busqué durante semanas, pero ya me habías dejadoatrás.

La respiración de Violetta suena superficial e irregular.—Tomé un barco a Tamoura, a primera hora de la mañana —

susurra. Sus manos se aprietan alrededor de las mías.—¿Por qué fuiste con las Dagas? —Ahora sueno resentida, y

mis ilusiones brillan, pintando una escena alrededor de los díasdespués que Violetta se fue de mi lado. Cómo me sentaba en mitrono, agarrando mi cabeza, rechazando las bandejas de comida delos sirvientes. Cómo invocaba oscuridad sobre los cielos de

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Kenettra, bloqueando el sol por días. Cómo había quemadopergaminos en mi chimenea después que mis Inquisidores meescribieran, uno tras otro, que no podían encontrarla—. ¿Cómopudiste?

—Seguí la energía de otros Élites a través del mar —murmuraVioletta en un trance. El sudor gotea por el costado de su rostromientras se mueve intranquila de nuevo—. Seguí a Raffaele, y loencontré. Él me encontró. Oh, Adelina… —Se calla por un momento—. Pensé que él podría ayudarte. Le rogué de rodillas, con mi rostropresionado en el suelo. —Ahora sus pestañas están húmedas,apenas conteniendo las lágrimas. Bajo sus párpados, sus ojos semueven sin descanso—. Le rogué todos los días, incluso mientrasescuchábamos cómo enviabas tu nueva flota a invadir Merroutas.

Mi mano se aprieta con más fuerza alrededor de la de Violetta.Merroutas, había ordenado a mis hombres. Domacca. Tamoura.Dumor. Crucen los mares, arrastren a los no marcados de suscamas, tráiganlos a las calles ante mí. Mi furia hirvió, día tras día.

—No podía encontrarte —espeto, irritada por las lágrimas quebrotan en mi ojo—. ¿Por qué no me enviaste una paloma? ¿Por quéno me dijiste?

Violetta se queda en silencio por un rato, perdida en su mundofebril. Sus ojos vuelven a abrirse, vacíos y grises, sangrando color, yme encuentran.

—Raffaele dice que estás perdida para siempre. Que no tienessalvación. Creo que está equivocado, pero derrama lágrimas por ti yniega. Estoy tratando de convencerlo. —Su susurro se vuelveurgente—. Creo que mañana lo intentaré de nuevo.

Alzo la mano y me limpio las lágrimas furiosamente.—No te entiendo —susurro en respuesta—. ¿Por qué debes

seguir intentando? Los labios de Violetta tiemblan por el esfuerzo.—No puedes endurecer tu corazón al futuro sólo por tu pasado.

No puedes usar la crueldad contra ti misma sólo para justificar lacrueldad de otros. —Sus ojos grises se deslizan lejos de mi rostro,hasta que su mirada descansa en la linterna ardiendo en la entradade la tienda—. Es difícil. Sé que lo estás intentando.

Toda mi vida, he intentado protegerte.El cuarto se pone borroso tras mi cortina de lágrimas.

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—Lo siento —susurro. Mis palabras flotan en el aire, suaves ypersistentes. Ante mí, Violetta suspira, y sus ojos se cierran denuevo. Murmura algo más, pero es demasiado bajo para oírlo.Aprieto su mano, insegura de a qué me estoy aferrando, esperandoque despierte y me reconozca, no en un sueño febril, no en unapesadilla, sino aquí a su lado. Me quedo mucho tiempo después quesu respiración se estabiliza. Finalmente, cuando las linternas hanardido tan tenues que la tienda no es más que oscuridad velada,bajo mi cabeza contra su cama y escucho el viento aullar hasta quefinalmente el sueño, piadosamente, me reclama.

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23Maeve Jacqueline Kelly

Corrigan Maeve escucha a Lucent llamándola, pero no es hasta que llega

a la entrada de su tienda que Lucent finalmente la encuentra. Maevese da la vuelta para mirar a su antigua compañera. Frente a sutienda, los guardias personales de la reina colocan sus manos enlas fundas de sus espadas, sus ojos siguiendo los movimientos deLucent.

Maeve titubea al ver los ojos graves de Lucent. Habíanterminado su relación hace un año, justo a lo largo de losacantilados blancos de Kenettra. Ella debería superarlo; después detodo Lucent le había dicho entonces que no estaría de acuerdo conlos deseos de Maeve. No puedo ser tu amante, dijo ella. Entonces¿por qué Lucent parece tan desesperada por hablarle ahora?

—¿Sí? —pregunta Maeve con frialdad. La muchacha se veenferma, y la visión de su piel pálida y sus miembros doloridosretuerce el corazón de Maeve.

Lucent duda, súbitamente insegura de qué decir. Pasa una manopor sus rizos rubios rojizos, luego le da a Maeve un apresuradosaludo.

—¿Estás bien? —pregunta finalmente, con voz vacilante.—¿Y tú? —pregunta a cambio Maeve—. Tienes un aspecto

terrible, Lucent.Raffaele mencionó en su última carta que estabas... sufriendo.Lucent sacude su mano, como si su salud no fuera importante.—Escuché lo que pasó —responde—. Tristan. Tu hermano. —

Inclina su cabeza nuevamente, y el silencio se alarga.Tristan. Por eso Lucent está aquí. La debilidad de su voz

quebranta la resolución de Maeve, y se suaviza hacia Lucent apesar de sí misma. Cuánto había echado de menos la presencia deLucent, cuán rápidamente habían sido separadas de nuevo despuésde la última batalla contra Adelina. Gira su cabeza y asiente una vez

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a sus guardias. Con un ruido de armadura, se alejan y las dejan asolas.

—Nunca estuvo destinado a quedarse tanto tiempo —respondeMaeve después de un tiempo. Aparta la imagen de los ojos muertosde su hermano, la naturaleza estúpida de su ataque. No era él, porsupuesto—. Ya estaba en el inframundo.

Lucent hace una mueca de dolor y mira hacia otro lado.—Todavía te culpas —continúa Maeve, más amable ahora—.

Incluso después de todo este tiempo.Lucent no dice nada, pero Maeve sabe lo que debe pasar por su

cabeza. El recuerdo del día que Tristan había muerto, cuando lostres habían decidido ir a cazar juntos en los bosques de invierno.

Tristan se había alejado del lago. Siempre había tenido miedodel agua.

Maeve cierra los ojos y, por un instante, vuelve a revivirlo;Lucent, desgarbada y riendo, arrastrando a Tristan por la malezapara ver al ciervo que los había seguido; Tristan, mirando al ciervoque había llegado a medio camino a través del lago congelado;Maeve, arrodillándose silenciosamente, levantando su arco a sulínea de visión. Habían estado demasiado lejos de la criatura. Unode nosotros tendrá que estar más cerca, había sugerido Maeve. YLucent había incitado y animado a Tristan.

Deberías ir.Habían jugado en el hielo a menudo, sin ningún incidente. Por lo

tanto, finalmente, Tristan agarró su arco y flecha y se arrastró haciael lago congelado sobre sus codos y estómago. Jugaban mil vecescon la muerte, pero ese día tuvo un resultado diferente. Había unagrieta en el hielo en un punto fatídico. Tal vez los cascos de losciervos fueron la causa, tal vez el peso de la criatura hizo el hieloinestable, o tal vez el invierno no era lo suficientemente frío, nohabía congelado el lago sólidamente. Tal vez fueron las mil vecesque engañaron a la muerte, regresando por ellos.

Oyeron el crujido del hielo un instante antes que Tristan cayera.Había pasado sólo el tiempo suficiente para que él las mirara denuevo mientras se sumergía en el agua debajo de sus pies.

—Fue culpa mía —dice Maeve. Levanta la mano, a punto delevantar la barbilla de Lucent, luego se detiene. En su lugar, le da a

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Lucent una sonrisa triste—. Lo traje de vuelta. —Baja la mirada—.Ya no puedo llegar al inframundo. El contacto se ha filtrado en elmundo mortal, su dura presencia es como hielo en mi corazón. Mipoder me matará, si elijo usarlo otra vez. Tal vez —añade en vozbaja—, parte de todo esto es mi castigo por desafiar a la diosa de laMuerte.

Lucent la estudia durante un rato largo. ¿Ha pasado tanto tiempodesde que eran jóvenes? Maeve se pregunta si éste será el viajefinal que tomarán juntas, si las predicciones de Raffaele van a pasar,que entrarán por los caminos de las montañas y nunca volverán.

Por fin, Lucent se inclina.—Si todos tenemos que irnos —dice, con los ojos cerrados—,

entonces me siento honrada de ir con usted, su majestad. —Luegose voltea para irse.

Maeve se acerca y agarra el brazo de Lucent.—Quédate —dice.Lucent se congela. Sus ojos se ensanchan ante la reina. Maeve

puede sentir el calor que sube a sus mejillas, pero no aparta lamirada.

—Por favor —añade, más tranquila—. Sólo esta vez. Sólo estavez.

Por un momento, parece que Lucent podría alejarse. Las dospermanecen fijas en su lugar, ninguna dispuesta a moverse primero.

Entonces, Lucent da un paso hacia la reina.—Sólo por esta vez —repite.

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Toda mi riqueza, poder, territorios, fuerza militar... Nada de estoimporta ahora.

Ella se fue, y con ella me iré.

—Final de la carta del rey Delamore a su general

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24Adelina Amouteru

Las nubes grises cubren el cielo a la mañana siguiente, claras

advertencias de nieve que se extienden hasta el horizonte. MientrasMaeve conduce dos jinetes al frente para revisar nuestro camino,me siento con Magiano, masticando tiras de carne seca y pan duro.Alrededor de un fuego cercano, Raffaele se sienta con su capaenvuelta fuertemente sobre él, hablando en voz baja con Lucent.Teren se sienta solo, ignorándonos a todos.

Magiano está en un estado de ánimo oscuro, sin duda provocadopor el frío y la tristeza. Sin su alegría, me encuentro defendiendo lossusurros en mi cabeza más que nunca, luchando por mantenermecuerda. Te perderás en la nieve y en las regiones salvajes, dicen.Nunca volverás. Junto a mí, Violetta está inconsciente, temblandoincontrolablemente, bajo un montón de pieles y mantas. Por difícilque sea verla así, me alegro que ella esté temblando. Me dice quesigue viva. Extiendo y apoyo la mano sobre las pieles.

—A esta velocidad —murmura Magiano, sacándome de lasprofundidades de mis pensamientos—, no volveremos a ver el cieloazul hasta que dejemos este lugar.

—Vuelve los ojos al cielo y emite un suspiro fuerte y triste—. Loque no daría por un poco de calor y alegría de Merroutas.

Maeve y sus jinetes regresan mientras terminamos nuestrodesayuno.

—Los caminos están cubiertos de hielo —dice mientrascargamos nuestros paquetes en nuestros caballos. Captura los ojosde Lucent por un momento, y algo tácito pasa entre ellas—. Peropor otras partes están despejados. Los rompe vientos de nieve yahan pasado. —Me doy cuenta que la reina toca la bota de Lucentbrevemente antes de dirigirse a su propia montura. Hay una nuevacercanía entre ellas.

Cerca, Magiano y Raffaele me ayudan a asegurar a Violetta enuna camilla detrás de dos de los caballos de Maeve. Ella se agitainquieta mientras avanzamos, murmurando algo que no puedo

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entender. Sus marcas parecen ahora más oscuras, casi negras,como si Moritas lentamente reclamara su cuerpo para el inframundo.Aprieto los dientes ante la vista.

Magiano me observa mientras estoy al lado de la camilla deVioletta.

—Ella lo logrará —dice, poniendo una mano en mi brazo, peropuedo oír la duda en su voz.

Cuando nos acercamos a los caminos que conducen a las

primeras montañas, la estrechez de los valles comienza aconcentrar el viento, así que muerde nuestras mejillas y corta através de cada espacio en nuestra ropa. Aprieto mi capucha sobremi cabeza e intento tirar mi capa más arriba para cubrir la mitadinferior de mi cara. Incluso entonces, mi aliento se congela contra elpaño, creando un parche de escarcha blanca. Con el viento lleganlos susurros, aullando contra mis oídos con cada ráfaga. Suspalabras son como un revoltijo, no puedo entender lo que estándiciendo, pero envían a mi corazón a latir a ritmo acelerado hastaque mis hombros ceden de agotamiento. De vez en cuando, creover siluetas oscuras de pie en las grietas de las montañas,observándonos con ojos ciegos. Sólo puedo verlos en los bordes demi visión, cuando giro mi cabeza, se desvanecen.

Magiano sigue frunciendo el ceño al cielo.—¿Soy sólo yo, o el cielo se vuelve más oscuro? —Señala con

la cabeza a las nubes—. Las nubes no crecen más densas, parececomo si el día pasase más rápido de lo que debería.

Alzo la mirada también. Él tiene razón. Lo que debería ser la luzde un sol de mediodía escondido detrás de las nubes, parece encambio como que el sol ya se está poniendo. Las sombras en elvalle se profundizan a medida que avanzamos, estirándosealrededor de nosotros en formas apagadas mientras las cordillerasque nos rodean se vuelven más empinadas. El camino bajo loscascos de nuestros caballos cruje con escarcha y hielo.

Pierdo la pista de cuántas horas viajamos en este extrañocrepúsculo. Todos permanecemos silenciosos. Camino detrás de lacamilla de Violetta para poder mantenerla en mi mira. De vez encuando, sus ojos se abren, grises e inquietos, pero nunca parecen

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centrarse en nada ni en nadie. Es como si ella ya hubiera ido a otrolugar.

Todavía está aquí, me digo. Pero los susurros en mi mente ahorasuenan como si fueran el viento, ahogando mis pensamientos, y miagotamiento y preocupación se asientan en una frenética paliza enmi corazón. Ésta debe ser la forma en que el tirón del origen meestá afectando.

Esa noche, una noche que parece caer prematuramente, nosdetenemos en un hueco que nos protege en parte de los elementos.El viento está furioso en este paso estrecho, haciendo imposible quepongamos un campamento adecuado. Nuestros caballos estánapáticos también, amontonados juntos para el calor cerca del fuegoque hemos construido.

—El temprano crepúsculo vendrá con más frecuencia en lospróximos días — dice Raffaele mientras nos reunimos alrededor deél. Dibuja una línea curvada a través de la tierra con un palo, luegoanota varios puntos a lo largo de ella, incluyendo nuestra ubicación—. Nos estamos acercando. —Señala un punto en la parte superiordel sendero, enclavado entre dos montañas—. La Oscuridad de laNoche.

Raffaele habla con calma y gracia, como siempre hace, peroincluso su voz parece llevar debajo de ella una corriente de duda. Mimano permanece en la parte superior de las pieles cubriendo aVioletta, que se agita inquieta en su febril sueño. Nos dirigimoshacia un reino conocido sólo en leyendas y cuentos populares.¿Qué pasará cuando lleguemos?

—Las leyes de nuestro mundo pueden doblarse y estirarse allí —dice Raffaele después de un momento—. Las cosas pueden no sercomo parecen. Tenemos que tener cuidado. —En esto, él mira en midirección—. Siento la atracción de este lugar. ¿Puedes?

Asiento. A mi alrededor, los demás hacen lo mismo. Mi mirada sedesvía hacia donde Teren se sienta a corta distancia, su capasuelta, aparentemente ajeno al frío. Está metódicamente afilando suespada y cuchillos. Mis susurros son cada vez más fuertes, mientrasque un aire de oscuridad parece flotar alrededor de Magiano.Violetta se está desvaneciendo, y los sentidos de Raffaele estánsiendo abrumados por hilos de energía de todas las direcciones.

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¿Qué debe sentir Teren aquí, tan cerca del origen? ¿Este viaje lollevará aún más cerca de la locura?

Antes de que nos acomodemos para descansar por la noche, lepido a Maeve que establezca centinelas adicionales alrededor deTeren. Incluso entonces, todavía me encuentro despertando a horasimpares y mirando en la dirección de Teren, preguntándome si loveré romperse.

El amanecer nunca parece llegar a la mañana siguiente. Encambio, el mundo se aclara únicamente en el oscuro crepúsculo quehabíamos experimentado el día anterior, dejando el paisajeaterrador en su oscuridad. Una ligera nieve ha comenzado a caer,rociando un revestimiento blanco a nuestro alrededor. Magianoduerme presionado junto a mí, con un brazo sobre mis hombros. Missusurros son fuertes esta mañana, inquietos y rugiendo y sin fin.Cuando miro detrás de nosotros, no veo nada más que el rastro denuestras huellas que conducen hacia las montañas solitarias. Veo lomismo por delante. En mi periferia, las ilusiones de siluetas oscurassiguen flotando, mis propios fantasmas que se niegan a dejarmesola.

Sacudo la nieve fresca de mi cabello, luego me levanto concuidado para no despertar a Magiano. Estiro los miembrosdoloridos. Solo unos pocos centinelas enviados por Maeve tambiénestán despiertos, a cierta distancia, con su atención fija en el terrenosombrío que nos rodea. Miro alrededor a la escena, dándomecuenta que, si quisiera, podría eliminarlos a todos en este momentode debilidad.

Hazlo.Los susurros son tan fuertes esta mañana que casi sigo sus

órdenes. Frunzo el ceño, niego y presiono mis manos en mis sienes.¿Por qué de repente son tan insistentes? Debemos estar muy cercade la Oscuridad de la Noche. Tratando de ignorarlas, me froto lasmanos y decido vagar en círculo alrededor del campamento. Terenno está en su área de dormir, esto envía una nota de pánico, antesde notarlo de pie varios pasos más allá de los centinelas, su rostroinclinado hacia el cielo en oración. Lo observo por un corto tiempo,luego me dirijo a donde Violetta está dormida.

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Cuando alcanzo su camilla, me arrodillo a su lado. Tienemechones de su cabello negro congelado y su piel pálida parececasi congelada. Aquí hace mucho frío para que ella puedosoportarlo, necesitaremos encontrar pieles extra. Puede tomar lamía antes que necesitemos detenernos de nuevo; pero incluso asíno estoy segura de que vaya a ser suficiente.

—Violetta —susurro, tocándola suavemente en el hombro. No semueve.

Dudo, entonces me quito uno de los guantes y le toco la mejillacon el dorso de la mano. Su piel está helada como el hielo. No saleningún aliento de ella.

Los susurros me rodean, pero los aparto con violencia.Claramente está respirando… esto debe ser una ilusión. Estoyvolviendo a crear una pesadilla yo misma. Lo haré una y otra vezhasta que Magiano me despierte de este sueño. La sacudo denuevo, esta vez más fuerte.

—Violetta —la llamo, más alto. Mi voz atrapa la atención deRaffaele. Se sienta y mira en mi dirección. Luego dirige la mirada aVioletta. La inmediata expresión en su rostro confirma mis peoresmiedos.

No. Es imposible… Me había quedado dormida la noche anteriorviendo el movimiento rítmico de su pecho. Había estadomurmurando algo que no pude entender. Gotas de sudor lesalpicaban la frente y su piel estaba caliente al toque. Esto no esreal. La sacudo de nuevo, apretándole fuertemente los hombros conlas manos.

—¡Violetta! —grito.Esta vez, todos los demás se despiertan sobresaltados y los

centinelas me miran, pero no me importa. Sigo sacudiéndola hastaque siento las manos de alguien sobre mí, obligándome a parar. EsRaffaele. Se arrodilla a mi lado, su mirada en la forma inmóvil deVioletta. La tristeza de su rostro me rompe el corazón una vez más.

—¿Puedes revivirla? —le pregunto.—Lo intentaré —murmura Raffaele, pero el modo en que lo dice

me afirma lo que, desesperadamente, no quiero escuchar.Todo estará bien. Me despertaré de esto, como he hecho

muchas veces, hasta que vuelvo a la realidad. La ilusión

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desaparecerá, como siempre hace y pasaré otra mañana conVioletta.

Ahora Maeve también se despierta, al igual que Lucent yMagiano y se acercan.

—Su majestad —la saludo. Es la primera vez que me he dirigidoa ella apropiadamente―. Está del lado de Moritas. Puede llamarlade vuelta, si se necesitase. —Miro a Raffaele—. Despiértala —digocon enfado, mi voz ahora es una orden.

—Adelina —susurra Magiano.Raffaele aprieta la mano en el frío hombro de Violetta. Estira el

brazo y le sujeta la mejilla. Me pregunto si está trabajando su magiaen ella, el suave tirón de su energía en las fibras vitales de ella, talvez despertándola con su suave toque. Me agacho cuando se ciernesobre ella, con la mirada fija en el rostro de Violetta, esperando queabra sus ojos grises.

—Adelina —repite Magiano. Tomando mi mano y apretándomela.Maeve niega.

—Se ha ido —murmura, agachando la cabeza.—Entonces tráiganla otra vez —espeto. La oscuridad en mí se

levanta de los profundo de mi pecho—. Necesito ver que lo hagan.Maeve me mira con fríos ojos.—No puedo.—Mentira —siseo—. La necesitamos. No podemos entrar en La

Oscuridad de la Noche sin ella. Yo…Miro a un lado, donde Teren aún tiene el rostro apuntando al

cielo. Es el único que no se ha reunido aquí en un círculo. Lossusurros, ya un alboroto caótico, explotan en un torbellino alrededor.Él, dicen, sus voces fusionándose con mi voz. Teren la mató. Es laúnica explicación… sabes que no se puede confiar en él.

—Tú —exclamo, la palabra sale temblorosa con toda la rabia yoscuridad de mi corazón. Teren baja la cabeza y se gira paraencontrarse con mi mirada—. Esto es cosa tuya. —En estemomento no veo un antiguo prisionero. No veo al hombre que mesalvó de ahogarme en los mares salvajes. Todo lo que veo es elLíder Inquisidor que una vez se había reído de mí con susvenenosos ojos blancos, que me había robado a Violetta y la usócontra mí. Los susurros repiten las viejas amenazas de Teren, las

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palabras que una vez me escupió con un cuchillo presionándome lagarganta. Tienes tres días. Su voz burlona haciendo eco a través deltiempo. Si fallas a tu palabra, dispararé una flecha a la garganta detu hermana y saldrá por su calavera.

La mató cuando estábamos todos dormidos. Raffaele nos habíaadvertido que podíamos comportarnos de forma distinta aquí, quenuestros poderes podían ser inestables. Teren siempre habíaquerido a Violetta muerta, así podía hacerme daño. Ahora todo elmundo alrededor se vuelve rojo con mi furia. Fue él.

Teren me mira, con una expresión en blanco.—Adelina. —La voz de Magiano suena de nuevo, pero suena

alejado. La energía negra en mí estalla libre.Arrojo una ilusión de dolor a Teren. Tu piel arrancada, tu corazón

arrancado de tu pecho, tus ojos sangrando de sus cuencas. Tedestruiré. Los otros parecen desvanecerse de mi vista… todo lo quepuedo ver frente a mí es a Teren cayendo de rodillas por mi ataque.Me dirijo hacia él. El camino de montaña en el que estamos sevuelve negro y rojo, figuras demoniacas se alzan de la nieve,enseñando los colmillos. Aprieto la ilusión alrededor de Teren confuria y saco una daga del cinturón. Después arremeto contra él.

Teren muestra los dientes… tiene la espada en las manos, antesde que pueda pestañear la mueve hacia mí en un giro brillante. Giroa un lado y le pego con el puño. Deja salir un grito de dolor mientrasmi ilusión le cubre como una red, lo ataco con la daga, pero alza lamano para sujetarme la muñeca. Su fuerza, incluso agonizando,casi me parte los huesos. Me estremezco y me aparto de suagarre… Mi daga traquetea en el suelo. Apenas puedo ver a travésde mis ilusiones. Estoy rodeada de siluetas, la noche, capas blancasy fuego.

Luego un chico con ojos dorados y trenzas negras se colocafrente a mí. Entre nosotros. Sus pupilas están estrechadas ennegras hendiduras y la mandíbula apretada con decisión.

—¡Adelina, detente! —dice.—Apártate de mi camino. —Lo golpeo con mis ilusiones… pero

entrecierra los ojos, levanta el brazo y aparta mis ilusiones de sucamino. Se disipan en una nube de humo a su alrededor. Continúahacia mí.

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—Adelina, detente.Es Magiano. Magiano. Para. El nombre es una pequeña luz, pero

está ahí y me aferro a ella en la vorágine que me rodea. Dudocuando me alcanza y me toma en un duro abrazo.

—Él no la mató —está susurrando Magiano—. Para. Para. —Acuna mi cabeza en su mano.

Mi fuerza me abandona en un instante. El mundo a nuestroalrededor se ilumina, las siluetas de los demonios se desvanecen.Teren se agacha frente a mí sobre una rodilla, inclinándose confuerza contra su espada, respirando con fuerza. Fija su miradapálida en la mía. Aparto la mirada de él y me concentro en losbrazos de Magiano sosteniéndome con fuerza. Teren no la mató.

Pero se ha ido. Es demasiado tarde.Empiezo a llorar. Las lágrimas se congelan en mi rostro. Con

agotamiento me aparto de Magiano y vuelvo hacia donde descansael cuerpo de Violetta en el frío suelo. Los otros observan en silenciomientras me dejo caer de rodillas. Tomo a mi hermana entre misbrazos, apartándole el rígido cabello del rostro, repitiendo su nombreuna y otra vez hasta que se convierte en un bucle constante en mimente. Una nota de angustia escapa entre mis sollozos. Veo unavisión de la primera noche que había huido de nuestra casa, cuandojuntamos nuestras frentes. Hago esto ahora, apoyando mi frente enla suya y la mezo, suplicándole una vez más, en vano, que no medeje.

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En el más santo de los sitios, donde las estrellas brillan contra laroca y el crepúsculo nunca termina. Esté cauteloso, ya que los

peregrinos pueden ser dibujados a su poder tanto que se puedenperder ellos mismos.

—Caminos trazados de las Montañas Karra, varios autores

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25Adelina Amouteru

Si Violetta hubiera muerto en Kenettra, habríamos enterrado sus

cenizas en el laberinto de catacumbas que se extendía bajo laciudad. Pero aquí fuera, en los fríos caminos de las Montañas Karra,sin la suficiente madera para crear una pira funeraria y el suelodemasiado congelado para cavar, sólo podemos cubrirla bajo unmontón de piedras, giradas en dirección de nuestra patria. Antes deque hagamos eso, cubro su cuerpo y me agacho para tocar sucabello —cuán exquisitos y oscuros fueron una vez sus mechones,cuánto los había envidiado cuando éramos jóvenes—, ahora se vedesvanecido, como si su luz hubiera desaparecido de este mundojunto con mi hermana.

Deberíamos habernos movido más rápido. Debería haberdiscutido menos con Raffaele cuando negociamos en Tamoura.Debería haber sido más amable. Los susurros me persiguen conestas palabras y, esta vez, no los detengo.

Los otros están junto a mí, con sus manos metidas en susmangas. Incluso Teren está aquí, con su rostro vacío. Sin duda nollora a mi hermana, pero para mi sorpresa, no lo dice en voz alta.Parece perdido en su propio mundo, haciendo silenciosas plegariasa los dioses. La cabeza de Raffaele se inclina con pena y sus ojosestán húmedos con lágrimas.

—¿Qué hacemos ahora, Mensajero? —murmura Maeve, con sumano apoyada en la empuñadura de su espada. Es la pregunta entodas nuestras mentes—. La hemos perdido. ¿Es todo esto inútil?

Raffaele no responde de inmediato. Quizá, por una vez, no sabela respuesta. En cambio, sólo continúa mirando el montón depiedras, mechones de su cabello caen por su rostro. La preguntaestá paralizada en mi propia mente. Dejo que los suspiros searremolinen en círculos alrededor, su presencia es tan familiarahora.

Es tu culpa. Siempre es tu culpa.

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—Continuamos —responde al fin Raffaele. Y ninguno dice nadadiferente. Es simplemente demasiado tarde para volver ahora,aunque no sea posible intervenir en nuestro destino, cuando hemosllegado tan lejos.

Debería haber escuchado a Violetta, hace todos esos meses.Cuando había intentado quitarme mis poderes, debería haberledejado. Tal vez todavía estaría viva, si lo hubiera hecho. Quizápodríamos haber actuado antes de alguna manera. Tal vezhabríamos tenido más tiempo juntas. La culpa se asienta como unpeso en mi pecho.

Debería haber escuchado, pero no importa ya. Nada de estoparece importar

ya.Cuando los soldados empiezan a apilar más piedras a sus pies,

saco uncuchillo enfundado en mi cinturón, lo extiendo y corto un trozo de

mechones de Violetta. La calidez de mi mano derrite el hielo de losmechones. Lo entrelazo con un trozo de mi propio cabello plateado,observando por un momento el contraste, pensando en las tardesperezosas cuando solía hacerme trenzas. Te quiero, Adelina, solíadecirme. Las lágrimas secas en mi rostro se rompen cuando memuevo.

Nos quedamos tanto tiempo como podemos, hasta quefinalmente Maeve nos ordena que avancemos. Miro atrás e intentomantener la tumba de Violetta en mi vista, hasta que desaparecealrededor de una curva.

Una mañana se mezcla con otra. El crepúsculo se hace másoscuro cada día y la nieve se vuelve firme. Nadie se cruza ennuestro camino. Es como si estuviéramos viajando en el borde delmundo. Nuestro viaje se instala en largos silencios, donde ningunode nosotros se siente de humor para hablar. Incluso Magiano montasilenciosamente a mi lado, con expresión sombría. La energía deeste terreno nos hace avanzar, llamándonos. Veo ilusiones en lanoche y durante el crepúsculo, las veo ser ahuyentadas sólo por laluz de nuestras hogueras. A veces, el fantasma de Violetta caminajunto a mi caballo. Su cabello negro no se mueve con el viento y susbotas no dejan huellas en la nieve. Nunca me mira. Nuestro camino

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se vuelve estrecho, bifurcándose en una docena de diferentescaminos cada pocas horas, cada uno llevando profundamente a otroconjunto de montañas. Sin la guía de Raffaele, no dudo que nosperderíamos en el frío.

Entonces, un día, nos detenemos enfrente de una ancha cueva.Es una entrada ominosa, es una boca alineada con rocas

dentadas, que lleva a una completa y absoluta oscuridad. Aun así,nunca habríamos encontrado este lugar sin el tirón de su energía.Aquí, puedo sentir la presencia tangible del pulsante poder que nosllama, la fuerza es como si un millón de hilos tiraran contra cadamúsculo de mi cuerpo.

—Tenemos que ir solos —dice Maeve mientras trota a nuestrolado—. Mis hombres no pueden seguirnos por este camino. —Asiente a nuestros caballos, algunos de los cuales tienen finoschorritos de sangre goteando de sus fosas nasales. Su sufrimientoempeora cuanto más se acercan a la entrada. Mi propio semental seniega a dar otro paso adelante. Miro atrás a las tropas de Maeve.También se quedan atrás. Nunca había pensado que una energía lobastante poderosa para afectar a cada una de los Jóvenes Élitespodría terminar afectando a los hombres comunes, pero ahorapuedo verlo en sus rostros. Algunos tienen un brillo de sudor frío ensus pieles, mientras que otros se ven pálidos y débiles. Han llegadotan lejos como pueden. Si entran en esta cueva con nosotros,morirán.

Maeve baja de su caballo y asiente a uno de sus soldados.—Llévenlos de vuelta con ustedes —dice.El soldado duda. Detrás de él, otros se remueven también.—Será dejada en un páramo helado, su majestad —responde,

echándonos un vistazo—. Usted… usted es la reina de Beldain.¿Cómo lograrán volver?

Maeve lo fija con una dura mirada.—Encontraremos nuestro propio camino —dice—. Si se unen a

nosotros, no sobrevivirán. Esto no es una petición. Es una orden.Incluso entonces, el soldado se queda por un largo momento. Me

encuentro observando con anhelo y envidia, amargura y pena.¿Sería cualquiera de mis soldados en Kenettra tan leal a mí? ¿Meseguirían por amor, si no usara el miedo contra ellos?

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Finalmente, él asiente e inclina su cabeza.—Sí, su majestad. —Coloca una mano sobre su pecho, entonces

se arrodilla en la nieve ante ella—. La esperaremos en la parteinferior del paso. No nos iremos hasta que veamos su regreso. Nonos pida dejarla completamente, su majestad.

Maeve asiente. Su dura compostura se rompe, el único momentoen que la he visto hacer eso. De repente parece muy joven.

—Muy bien —replica.El soldado se levanta y grita una orden a las tropas. Saludan a

su reina antes de girar sus caballos, dirigiéndose por el camino porel que habíamos venido originalmente. Me quedo en silencio,observándolos irse. ¿Saludarían mis soldados en mi honor?

Cuando el sonido de los cascos se desvanece en un retumbodébil, Maeve vuelve a unirse a nosotros en la entrada de la cueva.No importa cuán duro intento no mirar, no puedo ver nada exceptonegro, es como si hubiera vacío al otro lado y caeremos en él sientramos. Raffaele se queda en el borde y cierra sus ojos. Respiraprofundamente, luego se estremece. No necesita hablar por mí parasaber lo que va a decir. Puedo sentir el tirón. Todos podemos.

La Oscuridad de la Noche está al final de esta cueva.Teren saca su espada y un largo cuchillo, mientras que Lucent y

Magiano hacen lo mismo. Me quedo cerca de Magiano cuandoempezamos a entrar. La ausencia de Violetta es un hueco vacío ami lado. Si estuviera aquí, le diría que se quedara cerca. Me daríaun silencioso asentimiento. Pero no está aquí.

Así que me vuelvo para enfrentar la oscuridad sin ella y entro.Estoy demasiado asustada para preguntarme si seremos capacesde salir.

No puedo ver nada al principio, y eso me hace dudar con cadapaso que doy. Nuestros pasos hacen eco en la oscuridad,emparejados con el sonido del metal arañando ocasionalmentecontra la piedra. Los otros deben estar usando sus espadas comouna guía a lo largo del borde de la cueva. El aire esextremadamente frío aquí y huele a algo antiguo, sal y piedra yviento. Trago una y otra vez, intentando evitar pensar en los murosderrumbándose sobre nosotros. Si sólo pudiera ver… si sólo pudieraver. Mi viejo miedo a la ceguera ahora arde a la vida, tomando forma

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propia en esta oscuridad, y creo que puedo ver los ojos delmonstruo aquí, su mirada fijada sobre mí.

Nunca saldrás de aquí, cantan los susurros, complacidos por micreciente terror. Vivirás en la oscuridad para siempre, justo comomereces.

Salto cuando una mano, cálida y callosa, toca la mía.—Estás bien. —La voz de Magiano sale de la oscuridad como un

faro, y me vuelvo hacia él. Estás bien. Estás bien. Obligo a lossusurros en mi cabeza a repetir eso, y lentamente, el mantra me dala fuerza para dar un paso tras otro.

Después de lo que parece para siempre, mi visión finalmenteempieza a ajustarse. Puedo ver las sutiles muescas de piedra en eltecho de la cueva, amenazando a varios metros sobre nosotros, ydesde dentro de las muescas llega un débil brillo azul hielo.Lentamente, cuanto más de la cueva viene a la vista, puedo ver elbrillo emanando de casi cada grieta en el techo. Mis pasos seralentizan mientras intento conseguir una mejor mirada.

La luz viene de millones de diminutas y colgantes gotas de hielo.Brillan y titilan, pulsando en un patrón, y parecen brillar más fuertepor donde pasamos. Por un momento, olvido mi miedo y sólo mequedo ahí, incapaz de apartar mi mirada de su belleza.

—Hadas de hielo —dice Raffaele, su voz hace eco desde algunaparte—. Diminutas criaturas del norte. Deben haber despertado conla onda de nuestro movimiento en el aire. Las he visto descritas enlas explicaciones de sacerdotes sobre sus peregrinaciones aquí.Este es el lugar que los viajeros veneran como la Oscuridad de laNoche, pero no van más lejos.

El brillo ilumina nuestro camino, llevándonos por un caminopintado de nebulosas.

Los minutos pasan. Horas. En algún punto, siento el débilmordisco de una fría brisa contra mi rostro. Debemos estar cerca dela salida de la cueva. Me tenso, preguntándome qué hay al otrolado. A mi lado, el fantasma de Violetta entra y sale de las sombras,desvanecido y gris. El viento se vuelve constante, hasta querodeamos una curva en la caverna y nos encontramos mirando unasalida.

Inhalo ante el reluciente mundo de nieve más allá.

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He oído los mitos sobre este lugar, la Oscuridad de la Noche.Pero estoy de pie delante de ello ahora, mirando a un intocable ymágico mundo. Esta es la entrada que conecta nuestro mundo conlos dioses. Y no podemos entrar sin la alineación de Violetta, suvínculo de empatía.

Raffaele se queda ante la entrada y extiende una manotentativamente. Se estremece, y también yo… la energía más alláde esta entrada es abrumadora, un millón de hilos hasta cada unoen el mundo mortal, algo tan intenso que temo que puede rompermesi me atrevo a dar un paso. Cuando los sacerdotes vienen buscandoeste lugar, ¿es aquí donde se detienen? ¿Se sientan bajo la luz delas hadas de hielo y admiran las gotas de hielo colgando en lacaverna? Tal vez los simples mortales no pueden decir que estaentrada está aquí. Tal vez la energía aquí es tan fuerte que sepierde de ellos.

Raffaele se queda ahí por un largo momento, cerniéndose entreun espacio y otro. Entonces nos mira. Va a cruzar.

—Ya somos fantasmas —susurra. Abro mi boca, queriendodetenerlo, entonces la cierro. Tiene razón, como siempre. Si así escomo debemos terminar, entonces que así sea. Raffaele respiraprofundamente y estudio su silueta en la luz azul atenuada, en estemágico reino, delineado en un halo como si fuera la última vez. A milado, Magiano asiente y toma mi mano. Maeve y Lucentpermanecen juntas. Teren mira hacia delante sin miedo.

Hay un espacio junto a mí donde Violetta habría estado. Sin ella,estoy menos asustada de morir. Sin ella, el mundo es mucho másoscuro.

Raffaele cruza. Y le seguimos.

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Se dice que a la Oscuridad de la Noche solo pueden introducirseaquellos que han conocido y sufrido la verdadera pérdida, que solo

sobreviviendo a tal agonía puede un mortal entender lo que esponer el pie dentro de un reino de los dioses.

—Cuentos de viajeros para la Oscuridad de la Noche, compilado por

Ye Tsun Le

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26Adelina Amouteru

Mis botas se hunden en la nieve fresca que parece intacta por

kilómetros. Un bosque de árboles helados se eleva alrededor denosotros, sus ramas desnudas y acodadas con espesa capas deblanco. Lo que nos congela a todos en nuestro recorrido, sinembargo, es la visión de las tres lunas en el cielo nocturno. Sonenormes, grandes, doradas y frías, cubriendo la mitad del cielo, tangrandes que siento como si pudiera alcanzar y frotar mis dedos a lolargo de sus superficies de mármol. Hojas de estrellas cubren elcielo, las constelaciones increíblemente brillantes. Aquí estamoscerca del cielo. Mientras la miro, una cortina de suave verde bailacontra las estrellas, ondulando, apareciendo y desapareciendo encompleto silencio. Nunca he visto una noche como esta. Es como siel reino de los dioses estuviera descendiendo para saludarnos aquí,y nuestro mundo mortal anhelando a cambio.

—Dioses —jadea Magiano a mi lado.Nosotros entramos, después de todo.¿Cómo es esto posible? No deberíamos poder. Eso debería

habernos matado.A mi lado, Raffaele mira con asombro.Cuando miro por encima del hombro, noto a Teren. Como el

resto de nosotros, está congelado en su lugar ante la vista. Suspálidos ojos están muy amplios, y su boca está abierta. Haylágrimas en sus ojos y rayas congeladas en su rostro. Puedo oírlosusurrar una oración mientras él mira, tan conmovido por la bellezade esta entrada de los dioses.

Caminamos a través de la tierra virgen. El pulso del origen está aun ritmo constante ahora, guiando a cada uno de nosotros. La nievecruje suavemente bajo nuestras botas. Tiemblo de frío. Los susurrosen mi cabeza irrumpen en voces caóticas con cada paso que tomo,cada vez más fuerte cuanto más cerca estamos del origen. Intentovolver a mantenerlos a raya, pero gradualmente, ellas empiezan aahogar el silencio alrededor, hasta que no puedo ni siquiera

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escuchar nuestros pasos o nuestra respiración más. Los susurroshablan tonterías ahora, en un lenguaje demasiado antiguo para queyo lo entienda. Los árboles de este bosque parecen desdibujarse ydesplazarse cada vez que parpadeo, y froto mi ojo, tratando deenfocarme.

De vez en cuando, algo se refleja en mi visión. Una forma, unafigura, no estoy segura. Otras veces, veo casas abandonadas,cubiertas de nieve y vidrios rotos. Cada vez, niego y las echo fuerade mi mente, diciéndome que me enfoque. Puedo controlar misilusiones. Ese es mi poder, incluso si estamos en el reino de losdioses.

Otra forma se lanza entre los árboles y desaparece. Me detengoa buscarlo. No sirve, ya se ha ido. Miro hacia atrás a Magiano.

—Hay algo en el bosque —susurro.Él frunce el ceño, luego mira las brechas entre los árboles.Y en ese momento, me detengo. Mi mirada sube a los árboles.

Me detengo en seco. A mi lado, Magiano se vuelve y me miraalarmado.

—¿Qué es? —pregunta.Pero no puedo responderle. Todo lo que puedo hacer es mirar

fijamente los cadáveres colgando de los árboles.Ellos cuelgan de todas las ramas alrededor de nosotros,

colgando de sus cuellos por cuerdas. Sus cuerpos parecen grises,sus rostros cenizos, y cuando miro con horror, empiezo a reconocera cada uno de ellos. El que está más cerca de mí es mi padre. Supecho es esquelético como siempre, desplomado, y gotas de sangremanchan la nieve blanca debajo de él. Cerca está Enzo, con elcabello de un profundo escarlata negro, el cuello roto, las mismasgotitas de sangre bajo su cuerpo balanceándose. Detrás de él estáGemma, su rostro familiar todavía medio cubierto por su marcapúrpura. Ahí está el rey de la Noche de Merroutas, a quien una vezatravesé con una espada. Ahí está Dante, con el rostro retorcido porel dolor. Hay guardias de la Inquisición que he matado, soldados detierras extranjeras que he conquistado y rebeldes que he ejecutadopor atreverse a desafiar mi gobierno. Y está mi hermana, mi últimavíctima.

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Todos están aquí, sus ojos abiertos y enfocados en mí, suslabios agrietados, expresiones solemnes. Los susurros en micabeza aumentan a un rugido, y me doy cuenta de que las vocessiempre han sido sus voces, las voces de aquellos que he matado,creciendo y creciendo a lo largo de los años mientras más hanmuerto.

¿Qué, lobo? Tú eres un pequeño cordero. Ese susurro fue la vozde Dante.

Te quebraste tan fácilmente. Enzo.Los muertos no pueden existir en este mundo por sí solos.

Gemma. No te vayas hasta que yo lo diga. El rey de la Noche deMerroutas. Adelante. Termina el trabajo. Mi padre.

Todo este tiempo, las voces han sido los susurros de losmuertos, creciendo en número, burlándose de mí, atormentándome,conduciéndome a la locura por su sangre que mancha mis manos.

Tropiezo hacia atrás con un jadeo ahogado. Magiano seapresura para agarrarme antes de caer en la nieve.

—¡Adelina! —exclama. Los otros se detienen a mirarme también—. ¿Qué está pasando? ¿Qué estás viendo?

—Veo a todos —sollozo—. Enzo. Gemma. Mi padre. Mihermana. Están todos aquí, Magiano. Oh dioses, no puedo haceresto. No puedo continuar. —Mis rodillas ceden, y me hundo, todavíaincapaz de arrancar mi mirada de la vista. Esto no es real, la parteracional trata de decir. Todo es una ilusión. Sólo una ilusión. Sólouna pesadilla. Esto no es real.

Excepto que es real. Excepto que todas estas personasrealmente están

muertas. Y están muertos debido a mí.—No me hagas entrar allí —susurro, aferrándome a los brazos

de Magiano mientras él se inclina sobre mí.Raffaele se acerca y se arrodilla en la nieve a mi lado, mientras

más adelante, Maeve, Lucent y Teren miran. Raffaele toma una demis manos. Mientras lucho por recuperar el control sobre mi poder,él comienza a usar el suyo. Puedo sentir sus hilos entrelazándosecon mi corazón, buscando el pánico y el miedo dentro de mí yempujándolo suavemente hacia abajo. Mi mirada desesperada vade los cuerpos colgando al hermoso rostro de Raffaele, su piel oliva

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y su cabello negro enmarcado por la nieve, el hielo recubriendo suslargas pestañas, el verde y dorado de sus ojos.

—Respira, mi Adelinetta —susurra—. Respira.Trato de hacer lo que dice. Raffaele no es Violetta... no puede

salvarme de mi poder. Pero lentamente, gradualmente, su efectorelajante comienza a suavizar las mareas furiosas de energía en mipecho que amenazan con volverme loca. Siento la energíaestabilizándose, y con ella, los cuerpos comienzan a desvanecerse.Parecen fantasmas, translúcidos y flotantes. Luego se vuelven tandébiles, que ya no puedo verlos. Mi respiración empaña el aire. Misextremidades se sienten débiles, como si hubiera estado nadandodurante horas. Me inclino pesadamente contra Magiano.

Finalmente, Raffaele se detiene. Él luce exhausto también, comosi fuera más difícil trabajar su magia aquí contra la mía. Respiroprofundamente, luego asiento y me alejo de Magiano.

—Estoy bien —digo, tratando de convencerme de ello—. Laenergía aquí me abruma.

Raffaele asiente una vez.—Me jala también —dice suavemente—. En un millón de

direcciones diferentes. Este no es un lugar fácil para estar, un reinoentre nosotros y los dioses.

Lucent se acerca a mí y me ofrece su mano. La miro consorpresa. Cuando la tomo, me ayuda a ponerme de pie. Junto a ella,Maeve asiente hacia mí una vez. Hay algo alumbrando su rostro, unrepentino reconocimiento.

—Tu hermana —dice—. Dijiste que la viste allí, como una ilusión.Un fantasma de los muertos.

—Sí —susurro.—De modo que esa es la razón —murmura Maeve—. Por

supuesto. —Ella mira a Raffaele—. Dijiste que todas nuestrasalineaciones con los dioses deben estar en el reino inmortal paraque podamos estar aquí. —Maeve me mira—.Pudimos entrar sin lasalineaciones de Violetta.

—Porque su alma ya está en el mundo inmortal —terminóRaffaele, comprendiendo. Sus ojos se suavizan en mí—. En elinframundo.

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Ella ya está aquí, me doy cuenta. Y de alguna manera, estepensamiento envía una oleada salvaje de esperanza. Ya está aquí.Quizá pueda volver a verla.

—No podemos estar lejos —dijo Maeve, alejándose de mí ycontinuando por el camino cubierto de nieve por el bosque—. Elpulso sigue haciéndose más fuerte.

Los demás también lo sienten; no estoy sola. No estamos lejos.Casi estamos allí, me repito, dejándome consolar y calmar mienergía. No estamo lejos de Violetta, donde ella espera por nosotrosen el reino de Moritas.

Los demás se alejan y yo empiezo a caminar detrás de ellos.Magiano se queda a mi lado, su mano ahora entrelazada con la mía.Intento concentrarme en la calidez que viene de él. Tengodemasiado miedo de mirar hacia atrás a las copas de los árboles,por temor a que vuelva a ver los cuerpos colgando. Me temo queesta vez podría ver los cuerpos de aquellos que siguen vivos, losque todavía pueden morir.

Mientras avanzamos, las lunas parecen moverse en los cielos,acercándose cada vez más, creciendo cada vez más hasta queparecen que podrían lanzarse hacia nosotros. Se van a alinear, medoy cuenta, cada una superponiéndose a la siguiente, cuandollegamos a la entrada del punto de origen. En los bordes de mivisión, formas oscuras todavía flotan a través del bosque,desapareciendo cuando trato de mirarlas directamente. Agarro loshilos en mi pecho y luego trato de aferrarme tan fuertemente comopuedo, para detener mi tejido inconsciente. Las figuras oscilan ydesaparecen por un tiempo. Pero no desaparecen por completo.

Finalmente, delante de nosotros, Maeve y Teren reducen lamarcha. A través del bosque y de la noche, un delgado haz de luzbrilla en un claro. Lo veo primero. Brilla contra la corteza de losárboles, y al doblar la esquina, el resplandor se intensifica, bañandoel paisaje en una etérea luz blanca azul. Miro de reojo. Los árbolesse vuelven escasos, luego se detienen por completo. Salimos a unenorme claro de nieve prístina. Desde aquí, podemos ver un valleenclavado en el centro de las montañas agudas y escarpadas, conbosques que crecen salvajes a ambos lados.

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En medio de este valle está la fuente de la luz blanca azul, unhaz estrecho que parece estar saliendo de otro reino.

Al mismo tiempo, el pulso de energía que he estado sintiendodurante los últimos días se intensifica repentinamente una docenade veces, enviando una fuerte punzada de dolor a través de mipecho que me recuerda la manera en que la cuerda de Enzo habíatirado. Jadeo. Los otros también deben haber sido afectados demanera similar. Magiano gime y se agarra la cabeza, mientrasRaffaele se acurruca y se estremece. Delante de nosotros, Maevecae de rodillas, mientras Teren apuñala la espada contra la nieve yse apoya en ella. Mis ilusiones brotan, enviando chispas de oscurassiluetas bailando a través de la nieve que nos rodea.

Este es el origen, el punto en el que Laetes había descendido delos cielos para convertirse en un mortal, donde la energía del mundoinmortal se había desgarrado originalmente, penetrando en nuestromundo, donde la oscuridad de la noche se formó a su alrededor,retorcida por la energía divina. Donde empezó la historia de lasÉlites. Incluso sin Raffaele, puedo sentir la energía que emana deeste lugar, hecha de hilos de cada dios de la Guerra y Sabiduría,Miedo y Furia, Ambición y Pasión.

Me paro más cerca de Magiano, toco su brazo, y me muevohacia Raffaele. Cuando lo hago, algo titila en los bosques del valle.Al principio, creo que deben ser mis ilusiones de nuevo. Formasoscuras, siluetas que parecen monstruos.

Excepto que Teren también se vuelve para mirarlos. Él levantasu espada al mismo tiempo que Maeve.

—¿Qué es eso? —pregunta.Cuando las palabras salen de su boca, una de las sombras sale

del bosque y entra en el claro. Hace un ruido agudo, haciendochasquidos con sus dientes. Retrocedo horrorizada. La criatura notiene ojos en absoluto, sólo dos cuencas blandas y vacías dondealguna vez pudieron haber estado, y una boca ancha llena decolmillos. Salta sobre cuatro patas, dejando huellas en la nieveintacta. En su estela se cierne un manto de furia, una energía tanoscura y vil que me enferma. Detrás viene otro. Luego, un tercero.Salen de todos los rincones del bosque, lamiéndose los labios.

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—Se sienten atraídos por nuestra energía —susurra Raffaele,con los ojos muy abiertos.

Monstruos, los susurros de los muertos me dicen. Monstruos delinframundo.

Echo un vistazo al camino por el que vinimos. Más sombrasrevolotean en los bosques detrás de nosotros. Están de repente entodas partes, atraídos por nuestros poderes. El chasquido de susdientes resuena a través de los árboles.

Corran.Todos corremos a toda velocidad hacia el rayo de luz. Nuestro

movimiento repentino provoca que varias de las criaturas giren suscabezas en nuestra dirección; olfatean el aire y luego abren susbocas para revelar colmillos afilados. Huyen.

Mi respiración entra en irregulares jadeos mientras el aire heladome quema los pulmones. Frente a mí, Lucent tropieza con la nieve.Me acerco y la agarro antes de que se caiga. Maeve se aleja denosotros, dejando un poco de espacio entre ella y Teren, luego girasu espada. Sus ojos se estrechan en rendijas. Desnuda sus dientes,levanta el arma cuando una de las criaturas se acerca y sebalancea.

La criatura gruñe y arremete hacia ella. La espada de Maevecorta exactamente a través de su mandíbula abierta, cortandoprofundamente cada lado de su boca. La criatura grita: el sonido esensordecedor. Un escalofrío de furia y miedo me agita ante elataque. Es como si Maeve me hubiera cortado junto con la criatura.Maeve se estremece también.

Ambos nos alineamos con el inframundo. Estas criaturas sonmonstruos del reino inmortal, criaturas que son parte de nosotros,conectadas a nosotros.

Maeve corta a la criatura de nuevo. Esta vez, ella lo toma en sulado y la envía directamente a la nieve. Allí se retuerce, mientrasMaeve sigue corriendo.

—¡De prisa! —grita. Detrás de ella, la criatura comienza alevantarse de nuevo.

Teren se dispersa a nuestro otro lado. Mientras nos movemosentre los árboles hacia el haz azul, él se balancea entre las doscriaturas que vienen hacia nosotros desde la derecha. Su balanceo

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es tan poderoso que corta directamente a través del cuello de laprimera criatura, decapitándola, antes de penetrar profundamenteen el pecho de la segunda criatura. La primera cae retorciéndose enla nieve, derramando sangre negra por todas partes, mientras que lasegunda grita y se agita. Jadeo ante el alboroto de dolor de sumuerte, tropiezo, y agarro mi cuello. Lucent hace lo mismo. Maevese tambalea hacia nosotros, nos arrastra a nuestros pies,moviéndonos para que sigamos. Corremos más rápido.

Magiano se aleja de mi lado. Se da la vuelta para enfrentarse auna criatura que gruñe detrás de nosotros, desenvaina un par depuñales y apuñala profundamente la cara de la criatura. Otrasacudida de dolor me recorre. Él arranca los cuchillos. Seguimoscorriendo mientras la criatura se derrumba, chillando.

Alcanzo el valle primero. Aquí, los árboles están tan cerca queparecen formar un laberinto que conduce al centro del punto deorigen. Mientras corremos, miro a través de los troncos y veo mireflejo proyectarse en pequeñas acumulaciones de hielo entre lanieve, fugaces y distorsionados. Mi rostro está pálido, mi cabello unchorro plateado. Parezco aterrorizada.

—¡Cuidado! —le grito a Raffaele cuando una criatura atraviesa ellaberinto de árboles hacia nosotros. Raffaele retrocede a tiempopara que la criatura clave su cara entre un tronco partido. Esta rugey trata de agarrarnos a nosotros a través de la estrecha abertura,colmillos chasqueando. Raffaele tropieza hacia atrás y cae en lanieve. Una espada sale de la nada para cortar la criatura casi a lamitad. Es Teren, las dos manos agarrando fuertemente laempuñadura de su espada, de pie sobre Raffaele como un extrañoguardián. Más criaturas saltan por él. Se balancea hacia ellos,obligándolos a retroceder. Otra criatura muere por su espada.

—Muévete —grita Teren por encima de su hombro a Raffaele—.No me hagas salvarte otra vez.

Raffaele no necesita ninguna segunda advertencia. Se pone enpie y sigue corriendo hacia el haz de luz. Yo hago lo mismo. Detrásde nosotros, Teren saca un cuchillo largo y apuñala a una criaturamás.

Luego otra salta hacia delante, aterrizando en la nieve. Esta girasus cuencas sin visión sobre nosotros y sonríe con su boca llena de

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colmillos. Junto a mí, Lucent se levanta de su dolorosa agazapada yrechina sus dientes, luego blande su propia espada y la balanceahacia la criatura. Los susurros estallan en mi cabeza, y casi puedoentender lo que quieren. Se centra en mí.

Mátalos, dice.Un estremecimiento ondula mi cuerpo. La criatura da un paso

adelante. No, pienso en cambio.Eres uno de nosotros. No los necesitas para visitar el

inframundo. Perteneces aquí mismo. Este es tu hogar.El veneno de los susurros se filtra profundamente en mi mente.

Me vuelvo para mirar a Raffaele, y mis pensamientos se llenan conuna repentina oleada de odio. Raffaele debe ver el cambio en miexpresión, porque de repente se aleja de mí. Los ojos de Lucent seensanchan.

—¡No, Adelina! —grita. Aprieto los puños.No, pienso, aferrándome al grito de Lucent. No.La criatura gruñe. Se lanza por mí, solo para ensartarse en la

espada de Lucent. Ella se había movido frente a mí tan rápido queni siquiera la vi. La criatura grita, mientras un espasmo de dolor sedispara a través de mí ante su agonía de muerte. Lucent arranca laespada de su pecho con un pesado gruñido y junto con Raffaele,corremos alrededor de su cuerpo sacudiéndose.

Estamos tan cerca del origen ahora. Pero hay más criaturas quese agolpan por todos lados, sus formas deformes se juntan cercadel haz de luz y detrás de nosotros. Seguimos corriendo. Delante denosotros, un grupo de criaturas rodea la luz, y giran sus horriblesrostros en nuestra dirección.

Maeve aparece, descubre sus dientes y se arroja hacia ellos,llego dentro para tejer una nube de ilusiones alrededor de ella y delos demás, tratando de hacerlos tan invisibles como pueda. Somosdemasiados en movimiento. No puedo sostener la ilusión, pero essuficiente para darles alguna cobertura.

Luego, desde algún lugar, viene Teren. Está respirandopesadamente, sus ojos salvajes de furia, su boca retorcida en unaamplia sonrisa. Sus espadas están cubiertas de sangre negra,mientras que su propia ropa está manchada de rojo. Él encuentra mi

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mirada, luego se vuelve para hacer frente a las criaturas. Con unrugido, las embiste.

Las criaturas lo rodean, pero aun así, ellas parecen no poderderribarlo. Él todavía lucha como una bestia mientras que el resto denosotros se reúnen en el origen. La luz es lo suficientementebrillante aquí por lo que necesito proteger mis ojos. Miro hacia atrása Teren de nuevo. Una de las criaturas hunde sus mandíbulasprofundamente en su hombro, él deja escapar un rugido de agonía.En el mismo momento, gira y apuñala a la criatura en el cuello. Meestremezco. La criatura arranca sus colmillos de su hombro con ungrito. Arrojo mi energía en dirección de Teren, tratando de evitar quesienta el dolor.

Magiano se acerca a mí, junto con Maeve.—¡Danos un poco de cobertura! —me grita. Mira a los otros—.

¡Sigan adelante!Antes de que pueda decirle que se detenga, se ha ido, corriendo

hacia donde Teren está tratando de defenderse de los monstruos. Élblande sus dagas y arroja una a una criatura que agarra la espaldade Teren. Al mismo tiempo, Maeve saca una flecha de su funda y laapunta hacia una segunda criatura que se prepara para atacar aTeren. Ella dispara. Ambos ataques dieron en el blanco. Lascriaturas gritan y caen hacia atrás, pero más siguen llegando. Enmedio de todo, Teren lucha como un demonio. Me toma unmomento darme cuenta que él se está riendo. Él cierra sus ojos.

—¡Los dioses hablan! —grita mientras las criaturas arremeten. Yun instante después, uno de los monstruos hunde sus garrasafiladas en la espalda de Teren, las uñas negras sobresaliendo desu pecho.

Me estremezco, aturdida. Maeve deja escapar un jadeo,mientras Magiano se congela. Luego están de nuevo enmovimiento, corriendo hacia él, pero los ojos de Teren estánamplios, su boca abierta. La sangre gotea por las comisuras de suslabios. Su cuerpo intenta sanar alrededor de las garras de lacriatura, pero permanecen enterradas en su corazón. Él tiembla. Undestello de los últimos momentos de Enzo vuelve a mí, seguido porel recuerdo de las últimas respiraciones de Giulietta.

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Magiano se arroja sobre la criatura que todavía atraviesa aTeren. Es lo suficientemente fuerte como para hacer retroceder a lacriatura: está canalizando el poder de Teren. Tiro más fuerte,tratando de infligir una ilusión de dolor sobre las criaturas. Me gritan,pero mi ilusión no puede hacerlas caer. Maeve mueve su espadahacia la criatura todavía avanzando que Magiano acababa deatacar, su espada corta el brazo del demonio. Mientras la criatura seretuerce, Teren se derrumba. Sé incluso antes de que su cuerpo sederrumbe en la nieve, que él no lo hará. Un zumbido bloquea elsonido en mis oídos. Apenas puedo creerlo, pero Teren está todavíasonriendo. Sus ojos giran en mi dirección.

Hay un momento de silencio. Nos quedamos atónitos ante lavista.

Maeve y Magiano cuidadosamente ruedan a Teren sobre suespalda, mientras rápidamente avanzo unos pasos para verlo. Élestá flácido, su respiración lenta y poco profunda. Sus ojos estánentrecerrados. La herida en su pecho está sanando, pero no se curalo suficientemente rápido.

—Teren —digo, inclinándome sobre él.Sus ojos se abren por un momento. Él tiene problemas para

enfocarse en cualquiera de nosotros, y en su lugar, su miradatermina descansando en alguna parte en el cielo nocturno de arriba.

—Ahora estoy perdonado —murmura, tan bajito que creo que nolo entiendo. Espero que su pecho se eleve de nuevo, pero no lohace.

Me encuentro mirando la nieve, dispuesta a recordar misprimeros encuentros con él, cómo me había atado a la hoguera ydeseaba que me quemara, cómo había amenazado a mi hermana ytomado la vida de Enzo, cómo, incluso después de eso, continuóatormentando tanto a los malfettos como a las Élites, cómo loconduje a la locura para tomar la vida de su propia amante. Sé, sinduda, que él merecía morir.

Entonces ¿por qué estoy triste? Levanto mi mano y sientolágrimas en mi rostro. ¿Por qué me importa lo que le pase? Lo habíamantenido prisionero, lo odiaba y torturaba. Debería sentirmeemocionada en este momento de ver su sangre correr por la nieve,el vacío y sin vida blanco de sus ojos.

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Teren está muerto, y no sé por qué lloro por él.He matado y destruido también. Hice daño. Tal vez siempre

hemos sido uno y lo mismo, como solía decirme. Y ahora que se haido, siento una repentina oleada de agotamiento, una penaliberadora. Su muerte marca el final de un largo capítulo en mi vida.

Él estará en el inframundo. Esperando por nosotros.Los monstruos en el bosque todavía se acercan. Maeve y

Magiano corren hacia la luz. Los sigo aturdida, el mundo siguecalmado alrededor, la nieve borrosa. Con las criaturas a nuestrasespaldas, acercándose rápidamente a nosotros, y la cegadora luzazul y blanca delante de nosotros, aparto mi mirada lejos de él,respiro profundamente… y entro al mismo tiempo que los otros.

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MEDINA: ¿He llegado? ¿De verdad es el océano del inframundo?FORMIDITE: Habla, hija, porque estás en las puertas de la muerte.MEDINA: ¡Oh diosa! ¡Oh ángel del Miedo! No puedo soportar verte.

—Ocho príncipes, por Tristan Chrisley

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27Adelina Amouteru

La energía me inunda. Llena cada grieta en mi mente y cuerpo,

hilos de poder de cada dios: Miedo, Furia, Prosperidad y Muerte,Empatía y Belleza, Amor, Sabiduría y Tiempo, Alegría, Guerra yCodicia. Siento todo a la vez. Me quema por dentro con su fuerteintensidad, y por un instante creo que no podré soportarlo. Quierogritar. ¿Dónde están los demás? Ya no puedo oír la voz de Magianoo los gritos de Raffaele. Ya no puedo sentir excepto la luz y laenergía.

Trato de abrir mi ojo, y en ese momento, creo ver un atisbo delos cielos más allá del cielo, y las aguas profundas bajo los océanosmortales.

Gradualmente, la luz comienza a desvanecerse. El aire se vuelvefrío de nuevo, pero es diferente a los vientos en la oscuridad de lanoche. Es un frío que penetra en mis huesos, un entumecimientoque se anida cerca de mi corazón y lo envuelve en un capullo dehielo. Tentativamente, abro el ojo. El mundo que me rodea esnebuloso y gris. Reconozco este gris. Es el del inframundo.

Bajo mis pies, está la sensación de agua fría. A uno de mis ladosestá Magiano.

En el otro está Raffaele, después Maeve y Lucent.Hemos cruzado al mundo de los dioses.Aunque el océano del inframundo se cierne a nuestros pies, no

nos hundimos en el agua. En vez de eso, estamos encima de él,como si no tuviéramos peso. Cuando miro el agua, noto que ni unasola ola perturba su superficie. Un espejo del eterno cielo gris que lorodea, el reino entre los cielos y la tierra, el espacio donde no estásni aquí ni allá; el agua es oscura, casi negra, pero completamentetransparente. Lejos, por debajo, se deslizan las siluetas de criaturasenormes, las mismas que he visto innumerables veces en mispesadillas del inframundo. Excepto que ahora estamos aquí.

Adelina.

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El susurro resuena a nuestro alrededor, resonandoprofundamente en mi corazón. Es una voz que conozco bien. Alzo lamirada al mismo tiempo que todos los demás. Allí, a cierta distancia,una figura pálida con largo cabello negro camina por la superficie delocéano hacia nosotros. Mientras ella se acerca, soy incapaz demoverme. Los otros permanecen congelados en su lugar. Un frío sealoja en mi pecho.

Adelina. Luego susurra el nombre de los otros. No pertenecenaquí. Son del mundo de los vivos.

Formidite. El ángel del Miedo. Ha venido a reclamarnos.Su cabello se desliza por todo el océano, extendiéndose más allá

del horizonte, de modo que el mar detrás de ella no es más que uncampo de hebras oscuras. Tiene el cuerpo de una niña, peroesquelética. Su rostro no tiene rasgos, como si la piel estuvieraestirada fuertemente, y es más blanca que el mármol. De repenterecuerdo la primera vez que la vi en mis pesadillas, la noche justodespués que Raffaele me había probado para la Sociedad de laDaga.

Me inclino ante ella cuando se acerca y los demás hacen lomismo. Raffaele es el primero en dirigirse a ella, con la mirada bajahacia el agua.

—Santa Formidite —dice—. Guardiana del inframundo —murmuramos nuestros propios saludos.

Bajo sus capas de piel, parece sonreírle.Regresen al mundo mortal.—Estamos aquí para salvar a personas como nosotros —

responde Raffaele. Debe tenerle miedo, como todos, pero su voz semantiene firme y suave, implacable—. Estamos aquí para salvar elmundo de los mortales.

La sonrisa de Formidite desaparece. Se inclina hacia nosotros.El temor en mí crece, y mi poder crece con él, amenazando condeshacerme. Primero mira a Raffaele, y luego se vuelve a Maeve.Algo en Maeve atrae su interés. Da un paso más cerca de la reinaBeldish, a continuación, inclina la cabeza en lo que solo puede serdescrito como curiosidad.

Tienes un poder, pequeña. Tú has sacado almas del reino de mimadre antes y las has devuelto a los vivos.

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Maeve inclina la cabeza. Puedo ver su mano visiblementetemblorosa contra el puño de su espada.

—Perdóname, santa Formidite —dice—. Me dieron un poder quesólo puedo decir que fue de los dioses.

Yo fui quien te dejó entrar, responde Formidite. Has aprendidodesde entonces, sé que hay consecuencias para la canalización delos poderes de los dioses.

—Por favor, déjenos entrar —dice Maeve—. Debemos arreglar loque hemos hecho.

Sin embargo, Formidite espera. Mira a Lucent, luego a Raffaele.Hijos de los dioses, dice mientras continúa. Y entonces, me mira.El miedo en mi pecho alcanza su punto máximo. Formidite da

otro paso adelante, hasta que su figura se cierne sobre mí yproyecta una suave sombra a través del océano. Se agacha, conuna mano huesuda extendida y toca suavemente mi mejilla.

No puedo detener mi poder: una ilusión de oscuridad estalla portodas partes, siluetas de brazos fantasmagóricos y ojos rojos,visiones de noches lluviosas y ojos salvajes de caballo, de unacorazado ardiente y corredores de palacio. Tropiezo hacia atrás,apartándome de su contacto.

Mi hija, dice Formidite. Su extraña sonrisa sin rasgos distintivosregresa. Tú eres mi hija.

Estoy hipnotizada por su rostro. El miedo me hace delirar.Formidite guarda silencio por un momento. Los llamados

fantasmales de las criaturas en lo profundo nos hacen eco, como sihubieran sido animados por nuestra presencia. Finalmente, asienteuna vez. Cuando vuelvo a bajar la mirada, las formas de lascriaturas están más cerca de la superficie, y se agolpan entre sí. Micorazón late más rápido. Sé lo que esto significa, y quién nos esperabajo la superficie. El ángel gemelo de Formidite.

El agua debajo de nosotros da paso. Caigo en las profundidades,y mi cabeza se sumerge. El mundo se llena con el sonido de estarbajo el agua. Por un instante, estoy ciega en la oscuridad, y meinclino instintivamente hacia Magiano. Hacia Raffaele. Hacia Maevey Lucent. No encuentro nada. Las siluetas de criaturas enormes sedeslizan alrededor en un círculo. Mientras sigo hundiéndome, veouno de los rostros de las criaturas.

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Sin ojos, con aletas, monstruos con colmillos. Abro la boca paragritar, pero sólo emergen burbujas. No puedo respirar. La energíadel inframundo me hala hacia abajo, tirando con fuerza de mi pecho,y no tengo más remedio que seguirlo.

Una de las criaturas se desliza cerca de mi rostro. Es lamismísima Caldora, el ángel de la Furia. Abre su mandíbula haciamí, y un eco bajo, atormentado, reverbera a través del agua.Aunque no puedo ver a los demás, puedo sentir sus presencias. Noestoy sola aquí.

Sígueme, dicen los pensamientos de Caldora, penetrando en mimente. Se aleja, y su cola larga y escamosa hace un lazo en elagua. Nado más y más profundo con ella.

Sígueme, sígueme. El siseo de Caldora se convierte en un ritmoen el agua. Su voz se mezcla con mis propios susurros, formandouna misteriosa armonía. El agua se vuelve más y más negra, hastaque la presión se acumula y ya no puedo ver nada, ni siquiera aCaldora nadando delante de mí, ni siquiera las siluetas de otrascriaturas acechando en las aguas. Sólo es un espacio profundo,negro, interminable, en todas direcciones, hasta la eternidad.

Me hundo en el reino de la Muerte.

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Cómo de noble se tiene que ser, el dolor de Moritas, paramantenerse por siempre guardián de las almas silenciosas, de

juzgar una vida y elegir tomarla.

—Vida y Muerte y Renacer, por Scholar Garun

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28Adelina Amouteru

No recuerdo qué sucedió, o cómo llegué. Todo lo que sé es que

estoy aquí, parada en la orilla de un llano, tierra gris, sus bordesflanqueados por la tranquila, e inmóvil superficie del océano delinframundo. Es tranquilo como un estanque.

Alzo la vista. Donde el cielo debería estar, en su lugar hayocéano, como si estuviera parada al revés en el cielo y mirandoabajo.

Me giro para mirar el interior. Todo está pintado en el mismo tonoapagado de gris. El pulso de la muerte latiendo alrededor, el silencioresonando rítmicamente en mis oídos. Me encuentro mirando alpaisaje contaminado con miles, millones, incontables números dealtísimos pilares de vidrio. Los pilares son blancos e iridiscentes.

Cada uno en forma de cuarzo y del color de la piedra lunar,equitativamente separado del siguiente, formando perfectas hilerasque se extienden hacia el horizonte y luego se elevan en el olvido.Cada pilar parece brillar con una tenue luz blanca-plateada, un tonoque lo separa bruscamente del gris uniforme del resto de este lugar.Mientras me acerco más al primer pilar, veo algo dentro de él,suspendido en el espacio de la piedra. Es difícil distinguir la forma,aunque parece largo y borroso. Doy un paso hacia el pilar ypresiono una mano contra él.

Hay un hombre adentro.Mi mano se sacude lejos como si el pilar estuviera frío como el

hielo y salto hacia atrás. Los ojos del hombre están cerrados, y suexpresión es pacífica. Algo en su rostro luce atemporal, congeladopor siempre en la flor de su vida. Lo estudio por un largo rato.

Esta es su alma, me doy cuenta de repente.Me giro lejos de él y miro alrededor a los pilares llegando tan

lejos como puedo ver. Cada uno de estos pilares es el lugar dedescanso final de un alma del mundo mortal, los restos de esapersona mucho después que la carne y el hueso han sido

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reclamados por la tierra. Esto es la biblioteca de Moritas, todos losque han existido alguna vez.

Mis manos empiezan a temblar. Si esto es donde todas lasalmas de los muertos residen, entonces también es dondeencontraré a mi hermana.

Miro alrededor, buscando a los otros. Me toma un largo momentodarme cuenta del rayo de luz iluminando mi cuerpo, como si memarcara como un momento de vida en este mundo de los muertos.Otros cuatro rayos están desperdigados en el medio de estelaberinto de lustrosos pilares, su resplandor distinto contra el fondode gris y plateado. Lucen lejanos, cada uno separado de los otrospor lo que luce como una infinita cantidad de espacio.

Todos entran al reino de la Muerte solos.Cruzando este espeluznante paisaje viene un murmullo. Penetra

cada espacio vacío alrededor, haciendo eco al océano en el cielo.Ahí hay una oscuridad avanzando, algo más grande que cualquiercosa que he visto jamás, una nube negra extendiéndose desde elcielo hacia el mar. Enturbiándose.

Adelina.Es Moritas, la diosa de la Muerte. Lo sé, más allá de la sombra

de duda, esa es su voz.Has venido a negociar conmigo, Adelina.—Sí —respondo en un susurro—. He venido, todos nosotros

hemos venido, para remediar la rasgadura entre tu mundo y elnuestro.

Sí, los otros. La nube se eleva ante mí. Tu energía inmortal haestado desaparecida de nuestro reino por un largo tiempo.

Mis poderes, empiezo a decir, pero las palabras vacilan en milengua. Incluso ahora, incluso después de venir todo este camino.Los murmullos en mi cabeza agitándose, enfadados queconsideraría abandonarlos.

Un paso adelante, Adelina, ordena Moritas.Titubeo. La nube ante mí es una horripilante maraña de

cardenales negros y curvas, formas de monstruos unidos todosjuntos. Terror congela mi cuerpo en el lugar. He caminado a travésde los bosques a medianoche. He viajado a través de la oscuridadde las cuevas. Pero un paso en la Muerte en sí misma…

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El miedo es tu espada.Mi espada, mi fuerza. Doy un paso después del otro. La nube se

avecina más cerca, más cerca todavía. Doy otro paso, y luego estoydentro, consumida por completo.

Camino en un territorio de neblina negra y pilares blanco-plateados. Dentro de cada nacarada estructura, una persona flotaen sueño eterno, y sobre ellos puedo ver un tenue reflejo de mímisma mirando, preguntándome cómo sus vidas mortales solían ser.Mi corazón golpea rítmicamente en mi pecho. Estoy agradecida desentirlo, de saber que no estoy muerta aquí. Un murmullo flota através de la neblina de vez en cuando, la voz de Moritas,llamándome. La sigo, a pesar que no sé a dónde este guiándome.Paso una hilera de pilares tras otra. Su luminoso resplandorreflejándose contra mi piel. Camino hasta que pierdo la cuenta decuántas hileras he pasado, y cuando miro por encima de mi hombroen la dirección de la que venía, no puedo ver nada más que hilerasde estos pilares por todos lados.

Están los otros deambulando a través de sus propias pesadillasde pilares,

¿buscándome? De vez en cuando, veo figuras fantasmalescaminando por las veredas entre las piedras lunares también,figuras que nunca puedo ver directamente. Tal vez esos son almasperdidas, fantasmas. Tal vez Moritas está hablando con los otros,por turnos.

Adelina.Moritas suena más cerca ahora. Me giro de vuelta al camino

frente a mí, y después me detengo en seco. El rostro dentro del pilarmás cercano a mí, sus ojos cerrados y su expresión pacífica,pertenecen a la ex reina de Kenettra. Giulietta. Su oscuro cabelloparece flotar dentro de la columna de piedra lunar, y sus brazosdesnudos están cruzados sobre su pecho. Doy un vacilante pasohacia ella. No hay signos de heridas en su cuerpo, sin evidencia dela espada de Teren cortando su pecho. Está prístina, preservadapara siempre en el inframundo. Estudio su rostro de un modo quenunca hice cuando ella estaba viva. Era hermosa. Enzo se parecíademasiado a ella.

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Continúo caminando. Entonces me doy cuenta que los pilaresahora más cercanos a mí son todos de las personas que una vezconocí.

Hay soldados de la Inquisición. El rey de la Noche de Merroutasestá aquí también, sus cejas no más fruncidas en enfado. Danteflotando cerca. Ahí está Gemma, su marca púrpura estirándose através de su pacífico rostro. Pronuncio un murmullo de una oraciónmientras paso, pidiendo por su absolución, y después me fuerzo acaminar, reconociendo un rostro tras otro. Me detengo un momentoen Teren, quién ahora está encerrado en su propio pilar, brazoscruzados sobre su pecho, perdido en la noche eterna, es lo mássereno que lo he visto nunca, y me encuentro esperando que él porlo menos haya encontrado algún indicio de paz.

Y ahí está Enzo. Me detengo ante su pilar. Él luce como sisimplemente durmiera, su rostro apacible y perfecto. Sus brazossiguen mostrando las quemaduras que él siempre ha tenido, su pielallí arruinada y marcada. Me quedo ahí por un largo momento, comosi quizás él despertaría si lo miro lo suficiente. Pero no lo hace.

Finalmente, sigo adelante. Los rostros parecen desdibujarsejuntas a mi alrededor.

Me detengo de nuevo cuando alcanzo a mi madre, quien estásepultada al lado de mi padre. Ha sido mucho desde que la he vistoque podría incluso no reconocerla. Excepto que Violetta luceexactamente como ella en su juventud. Mis labios se separanligeramente, y mi pecho se aprieta en dolor. Pongo una mano contrala fría superficie del pilar. Si me concentro lo suficiente, siento comosi pudiera escuchar su voz, su suave, dulce cantar, un tono querecuerdo de cuando yo era muy pequeña. Puedo recordar susmanos en lo crecido de su vientre, puedo recordar preguntándomequién saldría de allí. La miro por un largo tiempo, tal vez unaeternidad, antes de ser finalmente capaz de continuar.

No me molesto en buscar a mi padre. Estoy buscando a alguienmucho más importante.

Entonces, la encuentro. Violetta.Ella es adorable. Impresionante. Sus ojos están cerrados, pero si

se abrieran, sé que estaría mirando a unos familiares ojos marrones,no los grises sin vida que ella tuvo al final de su vida. Me estiro

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hacia ella, pero la piedra lunar bloquea mi camino, y tengo queconformarme con presionar mi mano contra la superficie, mirando alrostro de mi hermana. Mi rostro esta húmedo con lágrimas. Ella estáaquí, en el inframundo. Puedo verla de nuevo.

Adelina.Aparto mi mirada. Y ahí, lo veo. Instantáneamente sé que esto

es por lo que vinimos.En el centro de este panorama de pilares iridiscentes es un

bloque oscuro, una negra columna en el medio de la piedra lunar.Cortando el aire y el cielo, tan alto como puedo ver, alrededor estáun remolino de oscura neblina, una herida extendiéndose delinframundo hasta el mundo mortal, y más alto a los cielos. Laspalabras de Raffaele regresan en un segundo. Este es el corte, laantigua rasgadura que abrió el mundo inmortal al mortal, cuando Joydescendió a la tierra como humano y luego pasó a través delinframundo de nuevo. Este negro pilar es donde Joy había sidoencerrado después de su muerte en el mundo mortal, antes deregresar a los cielos. Donde la fiebre de sangre se originó primero.Incluso aquí, puedo sentir el oscuro poder, la maldad de ello. Puedorecordar la sensación de la mesa de madera debajo de mi cuerpo, elsabor del brandy en mis labios que el doctor recetó para mienfermedad, el sonido de él viniendo a mis aposentos cuando yotenía solo cuatro años de edad, sosteniendo un cuchillo al rojo vivosobre mi ojo infectado incluso mientras yo gritaba y lloraba y lesuplicaba no hacerlo.

Este es el origen de la fiebre que ha tocado cada una denuestras vidas. Cuanto más cerca camino, más oscuro se vuelve elespacio detrás del pilar, hasta que parece como que estoycaminando directamente al mundo de la noche, siendo tragada poresta niebla.

Alcanzo el pilar. Mientras lo hago, la oscuridad arremolinándosecambia, transformándose a la forma de una altísima figura, oscura yelegante, su cuerpo cubierto en una túnica de niebla y bruma, un parde cuernos retorciéndose sobre su cabeza. Ella me mira con ojosnegros. Abro mi boca para decir algo, pero nada sale.

Moritas, la diosa de la Muerte.

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Mi niña, dice ella. Sus ojos negros enfocados en mí. Su voz esprofunda y poderosa, un sonido que hace eco a través del paisaje ydentro de mi pecho, una vibración tan antigua que duele en mishuesos. Los hijos de los dioses. Al otro lado de ella, otra figuraaparece ahora, alta y silenciosa. Reconozco a Formidite, con sulargo cabello negro y monótono rostro. Caldora, sus aletas enormesy monstruosas.

Entonces, un hombre ataviado en una capa de oro y joyas.Denarius, el ángel de la Avaricia. Fortuna, diosa de la Prosperidad,en una cortina de brillo y diamante. Amare, dios del Amor,increíblemente imponente. Tristius, ángel de la Guerra, con suespada y escudo. Sapientus, dios de la Sabiduría. Ahí estáAevietes, dios del Tiempo, y Pulchritas, ángel de la Belleza.Compasia, ángel de la Empatía.

Laetes, ángel de la Alegría.Los dioses y las diosas están todos aquí, vinieron para reclamar

a sus hijos.—Moritas —susurro, la palabra apenas un sonido de mis labios.

Mi poder bullendo en su presencia, amenazando con destruir miagonizante cuerpo mortal.

Nunca hiciste uso de nuestros poderes, dijo ella. Hemosobservado desde el reino inmortal como tu presencia cambió elmundo mortal.

Moritas baja su cabeza y cierra sus ojos. A mi lado, los otrosahora se materializan fuera de la negra bruma. Raffaele, Lucent,Maeve. Magiano. Quiero caminar hacia adelante, ansiando ir conellos, con él… pero todo lo que puedo hacer es mirar. Ellos tambiénparecen estar en un trance.

—¿Qué es lo que quieres para reparar esto? —susurro. Sé larespuesta, pero de algún modo, no puedo convencerme a decirla.

Moritas abre sus ojos de nuevo. Su voz resonando al unísonocon sus hermanos. Tus poderes. Renuncia a ellos, y todos seránregresados al reino viviente. Dánoslos, y el mundo será sanado.

Para reparar el mundo, nosotros debemos devolver nuestrospoderes.

Seremos los últimos Jóvenes Élites.

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Los murmullos se levantan en mi cabeza, arañando,enganchándose profundo en mi carne. No. Chillo de dolor. Cómo teatreves, rugen. Después de todo lo que hemos hecho por ti. Cómote atreves a pensar en una vida sin nosotros. No puedes sobrevivirsin nuestra ayuda. ¿Has olvidado lo que se siente haber sidotomado de ti? ¿No lo recuerdas?

Lo hago. El recuerdo de Violetta arrancando mi poder me golpeaahora tan duro que doy un inestable paso atrás. Se siente cienveces peor de lo que recordaba, incluso como si alguien hubieradesgarrado el hoyo en mi pecho, cerrando un puño alrededor de mipalpitante corazón, e intentado sacarlo. Me estremezco de dolor. Esinsoportable.

¿Y por qué? ¿Para proteger al resto del mundo? Tú no les debesnada; tú los gobiernas. Regresa a tu palacio y continúa tu reinado.

Es una oferta tentadora.—No puedo hacer esto —le digo a Moritas mientras mi voz

flaquea—. No puedo darte mi poder.Entonces morirás aquí. Moritas levanta sus brazos. Si ofreces tu

poder, voluntariamente, podrás caminar fuera de nuestro reino y devuelta a tu mundo mortal, viva. Tus poderes no pueden regresarcontigo. Cada uno de ustedes debe hacer esto.

Cada uno de nosotros. Si todos abandonamos nuestros poderes,se nos permitirá regresar al mundo viviente.

El panorama a nuestro alrededor está envuelto en oscuridad.Respiro profundo, llenándome con ella, y sacudo el sentimiento. Elpoder dentro de mí, toda la oscuridad que jamás he sentido, y todala oscuridad que jamás he sido capaz de llamar, palidece encomparación al poder de la oscuridad de la diosa de la Muerte.Moritas maneja un millón de millones de infinitos hilos todos en uno,y bajo la terrible influencia de su poder, con un vistazo puedo vertodo el sufrimiento que ha ocurrido desde el principio del tiempo. Lavisión tragándome por completo.

Veo los fuegos que crearon el mundo, el gran océano que existióantes de que los dioses crearan la tierra. Ahí está el linaje de Joy delmundo mortal, y la primera propagación de la fiebre de sangre.Barriendo a través de las aldeas y pueblos y reinos, infectando a losvivos con sus toques de inmortalidad, matando a muchos, marcando

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a algunos maldecidos… regalando poderes inmortales a inclusomenos. Veo los gritos y los gemidos de terror de Kenettra. Veo a losmalfettos quienes arden en la hoguera, y entonces a los Élites,quienes pelean de vuelta. Me veo.

Veo la oscuridad que el mundo impuso sobre nosotros, ynosotros sobre ellos.

Pobre niña, dice Moritas. A su lado, las siluetas de Caldora yFormidite me observan silenciosamente. ¿Morirías con oscuridadaferrada en tus manos?

No. Envuelvo mis brazos a mi alrededor y miro detrás de mídesesperadamente, como si alguien pudiera venir a salvarme.Violetta. Ella había estado aquí por mí, una vez. Nos habíamosamado la una a la otra, alguna vez.

Moritas inclina su cabeza en mi dirección con curiosidad. Estásatada a tu hermana.

Y entonces, algo se me ocurre. Nosotros tuvimos que entrar alreino de la muerte con todos nuestros alineamientos, juntos, inclusoaquellos que habían perecido en el camino. Teren. Violetta. Siregresamos nuestros poderes a los dioses, entonces les damosnuestras vidas a cambio, podemos salir de este reino inmortal yregresar al de los vivos. Eso quiere decir… si cedemos nuestrospoderes, si cedo el mío, ¿que todos nosotros quienes hemos venidoa ofrecer nuestros poderes podemos regresar al mundo mortal?¿Que incluso Teren viviría de nuevo?

¿Que Violetta podría regresar? ¿Traería esto de vuelta a mihermana?

La escena cambia otra vez. Soy una niña, caminando mano amano con Violetta. Estoy recostada en la cama, perdiendo mi peleacon la fiebre de sangre. Observo el color de mi cabello cambiar deloscuro al claro, quedándose en plateado. Veo mi rostro marcado,me observo romper mi espejo en millones de pedazos. Entoncesveo mi futuro. Soy la reina de Kenettra, gobernante del mar, del sol,y del cielo. Me siento sola en mi trono, mirando sobre mi imperio. Lavista despierta mi ambición, y los murmullos en mi cabeza arrullan.Sí, esto es lo que quieres. Esto es todo lo que siempre has deseado.

Pero luego me veo enroscada en el piso de mármol en la saladel trono, sollozando, rodeada por espejismos que no puedo borrar.

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Miro con horror que persigo a mi propia hermana fuera de lahabitación, mientras sostengo un cuchillo en su garganta y amenazosu vida. Me veo azotando a Magiano, ordenando su ejecucióndespués que trató de detenerme de herirme a mí misma. Me veosollozando, deseando poder retirar lo que he hecho. Miro mientrasme encierro con llave en mis propios aposentos, gritando por losespejismos que desgarran con sus grandes garras negras paradejarme sola. Me mantengo recluida por siempre, furiosa yaterrorizada, hasta que, finalmente una noche, tengo mi pesadillauna vez más.

Despierto al horror de ello, una y otra vez, solo para ser perdidaen otra capa de sueño. Corro hacia la puerta, tratando en vano demantener la oscuridad fuera. Despierto, y hago la misma cosa denuevo. Grito por ayuda. Despierto. Empujo inútilmente contra laancha puerta. Despierto. Lo vivo una y otra vez, excepto, esta vez.No puedo salirme de ello. No puedo despertar en la realidad. En sulugar, lo vivo hasta que no puedo mantener la puerta cerrada pormás tiempo y ésta se balancea abierta. En el otro lado es unaoscuridad sin fin, la gran boca del inframundo, la Muerte viene areclamarme. Trato una vez más de cerrar la puerta, pero laoscuridad empuja. Me muestra sus dientes. Luego embiste, eincluso mientras trato de protegerme, me rasga en pedazos ydevora mi alma.

Esta sería mi vida.Pienso en el montón de piedras que tuvimos que dejar detrás de

las montañas. Recuerdo la sensación del cuerpo de mi hermanaacunado en mis brazos, de mí sollozando en su congelado cabello,diciéndole una y otra vez que lo siento, suplicándole que no medeje.

Si le doy mis poderes a la diosa de la Muerte, si todos lohacemos, entonces tal vez, sólo tal vez, ella me devolverá a mihermana. Violetta viviría de nuevo; tal vez todos salgamos de aquí.La posibilidad es breve, pero está ahí y me envía una sacudida desalvaje esperanza. Ella viviría. Puedo, al menos, enmendar esteerror. Puedo reparar lo que he roto entre nosotras.

Y me puedo salvar.

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Lentamente, me levanto en mis pies. Sigo asustada, pero alzo micabeza. Los murmullos en mi cabeza de pronto empiezan a aullar.Ellos me llaman, suplicándome no dejarlos, siseándome por mitraición. ¡Qué estás haciendo! gritan.

¿Lo has olvidado? ¿Las manos de tu padre, golpeándote, tusenemigos, riéndose de ti? ¿La hoguera ardiendo? Esta es la vida sinpoder.

Me mantengo firme contra su ataque. No, esa no es mi vida sinpoder. Mi vida sin poder será una caminando a través de la multitudsin oscuridad tirando en mi corazón. Será viendo a Violetta en elmundo viviente, sonriendo de nuevo. Será montando en el lomo deun caballo con Magiano mientras alcanzamos la cima de otramontaña, buscando aventura. Será una vida sin estos murmullos enmi cabeza. Será una vida sin el fantasma de mi padre.

Será una vida.Miro a Moritas. Entonces llego profundo dentro de mí, sujeto los

hilos que los tienen entrelazados alrededor de mi corazón desdeque era una niña. Los retiro. Y renuncio a ellos.

Los murmullos chillan.Al mismo tiempo, veo —de algún modo, veo—, a los otros hacer

lo mismo. Veo a Magiano ofreciendo su poder de mimetismo almundo inmortal; veo a Raffaele sacrificando su conexión; veo aLucent devolviendo su dominio del viento; veo a Maeve ceder suderecho al Inframundo.

El mundo a mi alrededor entra en erupción. El poder de ellolanzándome al suelo. Succiono mi aliento y grito por el dolor de mipoder siendo arrancado. Remolinos de oscuridad, y los murmullosrepentinamente ensordecedores. Ellos gritan en mis oídos, su dolores el mío. Me doblo en defensa.

Entonces, de repente, se han ido. Los murmullos que me hanatrapado por tanto tiempo. Cada palabra, cada siseo, cada rasguño.Cada zarcillo de oscuridad que se envolvió a sí mismo en losrincones de mi pecho.

Ido.Una perforante sensación, una de furia y pena y alegría, llena mi

corazón, remplazando el hueco. Llego, pero no hay nada en el otroextremo. Ni hilos para sujetar. Ya no soy más una Élite.

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Ve, dice Moritas, las voces de los otros dioses haciendo eco deella. Regresa al mundo mortal con los otros. Tú ya no pertenecesaquí.

Aprieto mi pecho, abrumada por el vacío en mi corazón. Estamosyéndonos a

casa.Entonces veo, a través de los restos destruidos del oscuro pilar,

la silueta demi hermana. Violetta. Aún está encerrada en su iridiscente

tumba, su rostro pacífico en la muerte, sus brazos cruzados a travésde su pecho. Ella flota ahí ante mí. Llego a ella. La busco paradespertarla de vuelta a la vida.

Pero Violetta no despierta. Mi entusiasmo flaqueando. En esteaplastante silencio, espero desesperadamente a que ella abra susojos.

Moritas me mira de nuevo. Apenas puedo verla a través de lanegra bruma revuelta.

Tu tiempo en el inframundo no ha llegado, Adelina, dice. Enrenuncia a tu poder, te ofrezco tu vida de vuelta. Se gira haciaVioletta. Pero su tiempo en el mundo mortal es pasado.

Mi euforia se desvanece. Violetta ya ha muerto. Moritas norenunciará a su alma. Ella no regresará a la superficie con nosotros.

—Por favor —susurro, girándome hacia la diosa—. Debe haber

algo que pueda hacer.Moritas baja la mirada hacia mí con sus silenciosos ojos negros.

Un alma debe ser remplazada con un alma.Para que Violetta viva, debo sacrificar algo que no me dé

ganancia.No. Me aparto, trastabillando hacia atrás. Todas estas cosas que

he visto para mi futuro, todo lo que puedo tener. Pienso en Magiano,riéndome con él, en él sonriéndome y acercándome. Nunca haréeso de nuevo, si cedo mi alma. Nunca caminaré por las calles conmi mano asida a través de su brazo o escuchar la música de sulaúd. Mi corazón se retuerce en agonía. No veré otro amanecer, uotro atardecer. No veré las estrellas de nuevo, o sentir el vientocontra mi rostro.

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Niego. No puedo tomar el lugar de mi hermana. Y aun así.Me encuentro mirando a la silueta sin vida de Violetta, sellada

por siempre. Yo sé, con ardiente convicción, que la Violetta quehabía venido con nosotros en este viaje nunca vacilaría en ofrecersu vida por la mía.

He matado y herido. He dominado y saqueado. He hecho todoesto en el nombre de mis propios deseos, he hecho todo en la vidaa causa de mi propio egoísmo. Siempre he tomado lo que deseaba,y eso nunca me ha dado felicidad. Si regreso a la superficie, sola,siempre recordaré este momento, el momento que decidí elegir mivida sobre la de mi hermana. Eso me perseguirá, incluso conMagiano a mi lado, hasta mi muerte. Lo que vi para mí en mi futuroes un futuro que no puedo tener, no con el pasado que ya hecreado. Es una ilusión. Nada más.

Tal vez, después de todas las vidas que he tomado, mi redenciónes reparar la vida a uno.

Localizo instintivamente a mi hermana. Me pongo de pie, caminohacia ella a través de la bruma, y pongo mi mano contra el pilarblanco-plateado.

Ella abre sus ojos.—¿Adelina? —susurra, parpadeando. Y todo lo que puedo ver

ante mí es la hermana pequeña que solía trenzar mi cabello, que mecantaba y lloriqueaba bajo las escaleras, que vendaba mi dedo rotoy venía a mí cuando el trueno retumbaba afuera. Es mi hermana,siempre, incluso en la muerte, incluso en el más allá.

Mi corazón se retuerce de nuevo mientras pienso lo que estoyhaciendo, y contengo un sollozo. Oh, Magiano. Echaré de menostodos los días que nunca tendremos, todos los momentos quenunca compartiremos. Perdóname, perdóname, perdóname.

Abro mi boca. Quiero decirle a mi hermana que lo siento, losiento por no poder salvarla en las montañas, lo siento por noescucharla, por no decirle más seguido que la amaba. Estoy listapara decir miles de palabras.

Pero no digo ninguna de ellas. En su lugar, digo:—El acuerdo está hecho.Un suave resplandor rodea a Violetta. El pilar se esfuma. Ella

succiona una profunda bocanada de aire, entonces cae en sus

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rodillas. Está viva. Puedo incluso sentir el latido de su corazón, lavida que le da, que penetra a través de ella como una ola,añadiendo color a su piel y luz a sus ojos. Niega, luego se estirapara sujetar mi mano mientras me arrodillo a su lado.

—¿Qué sucedió? —murmura ella. Mira alrededor. Detrás flota laforma de Moritas, esperando pacientemente por mí.

El acuerdo está hecho. Violetta tira de mi mano.—Vámonos —dice ella, sus dedos envueltos apretadamente

alrededor de los míos.Pero ya puedo sentir la debilidad invadiendo mi cuerpo. Mis

hombros encorvados, lucho por aspirar mi siguiente respiración.Todo a mi alrededor, los hilos de oscuridad que una vez se ataron ami cuerpo ahora se anclan profundo en el suelo gris, y cuandointento empujar contra ellos, se siente como si cada uno hubieraperforado mi carne, un millón de anzuelos en un millón de lugares.La muerte ya ha venido por mí.

—No puedo —le susurro.—¿Qué quieres decir? —Violetta me frunce el ceño, sin

comprende—. Aquí, déjame ayudarte —responde, agachándosehacia mí, serpenteando uno de sus brazos alrededor de mishombros y tratando de levantarme. Su tirón solo reforzando el tirónde los hilos, y mientras yo chillo, el dolor me atraviesa.

—Estoy atada aquí, Violetta —murmuro—. Es mi trato conMoritas.

Violetta amplía sus ojos. Ella mira a la amenazante oscuridadalrededor, la altísima y borrosa imagen de Moritas observándonossilenciosamente. Entonces Violetta se gira de vuelta hacia mí. Ahoracomprende.

—Intercambiaste tu vida por la mía —dice—. Viniste aquí por mí.Niego. No, había venido aquí por mí. Esa fue mi meta desde el

principio, para salvarme a mí misma bajo la apariencia de salvar elmundo. Pasé mi vida entera luchando por mi bienestar y poder,destruyendo para hacer que suceda. Quería vivir. Todavía quierovivir.

Pero no quiero vivir como lo hice.Violetta agarra mis hombros. Me sacude una vez, fuerte.

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—¡Yo estaba destinada a irme! —Llora—. Estaba débil,muriendo. Tú eres la reina de los Sealands, tú tenías todo delantede ti. ¿Por qué lo hiciste? —Lágrimas aumentan en sus ojos. Ellosson iguales a los de nuestra madre, tristes y amables.

Le sonrío débilmente. La oscuridad pulsando, esperando por mí,y las cuerdas atándome continúan halando.

—Todo está bien —susurro, tomando la mano de Violetta de mihombro y apretándola en la mía—. Todo está bien, hermanita, todoestá bien.

Violetta gira su cabeza hacia Moritas en desesperación.—Devuélvela —dice. Un sollozo distorsionando sus palabras—.

Por favor. Esta no es la manera, no se suponía que yo viviera.Déjala. No quiero regresar al mundo mortal sin ella.

Pero Moritas sólo se mantiene silenciosa, observando. El tratoestá hecho. Violetta llora. Baja la mirada de nuevo a mí, luego mepresiona con su cuerpo,

abrazándome. La alcanzo y envuelvo mis brazos a su alrededor,y, aquí en la bruma, nos aferramos juntas. Mi fuerza mengua;incluso el acto de estar colgando de Violetta parece tomar todo miesfuerzo, pero me rehúso a dejarla ir. Lágrimas ruedan por mi rostro.La comprensión hundiéndose en que estoy muriendo, y sostengo aVioletta más fuerte. Nunca veré la superficie de nuevo. Nunca veré aMagiano de nuevo. Puedo sentir mi corazón rompiéndose, y estoyrepentinamente asustada.

El miedo es tu espada.—Quédate conmigo —murmuro—. Sólo por un ratito.Violetta asiente contra mi hombro. Empieza a tararear una vieja

canción, una canción familiar, una que no he escuchado en un largotiempo. Es la misma nana que solía cantarle cuando éramospequeñas, la que Raffaele había cantado para mí una vez a lo largode las orillas del canal Estenzian, una historia sobre la doncella delrío.

—Las primeras Lunas de Primavera —susurra ella— ¿Teacuerdas?

Y lo hago. Era una tarde bañada de sol, y yo tiraba de Violetta através de los campos de gran césped dorado que abarcaba la tierradetrás de nuestra casa. Ella reía, preguntándome repetidamente a

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dónde la llevaba, pero yo sólo reía y presionaba un dedo en mislabios. Caminamos a través de la extensión hasta que llegamos a unafilado afloramiento de roca que daba al centro de nuestra ciudad.Mientras el sol se tornaba púrpura, rosa, y anaranjado cruzando elcielo, nos arrastramos en nuestros vientres al mismo borde de laroca. Chispas de luz y color danzando en las calles debajo. Era laprimera noche de las Lunas de Primavera, y los juerguistas habíancomenzado a aparecer. Nosotras miramos con deleite mientras losprimeros fuegos artificiales iluminaban el cielo, estallando engrandes explosiones de cada color en el mundo, el sonidoensordeciéndonos con su alegría.

Recuerdo nuestras risas, la manera que casualmente sostuvimosnuestras manos, el mudo sentimiento entre nosotras que éramos,por un breve instante, libres del agarre de nuestro padre.

—Hermanas por siempre —declara Violetta, en su delgada,joven voz.

Hasta la muerte, incluso en la muerte, incluso en el más allá.—Te amo —dice Violetta, colgando ferozmente sobre mí

mientras mi fuerza muere.También te amo. Me inclino contra ella, exhausta.—Violetta —murmuro. Me siento extraña, delirante, como si la

fiebre me hubiera envuelto en un sueño. Las palabras brotan,suaves y etéreas, de alguien quien me recuerda a mí misma, perono puedo estar segura por más tiempo que todavía estoy aquí.

¿Estoy bien? Estoy tratando de preguntarle.Lágrimas caen de los ojos de Violetta. No dice nada. Tal vez no

puede oírme más. Soy pequeña en este momento, volviéndomemás pequeña. Mis labios apenas pueden moverse.

Después de una vida de oscuridad, quiero dejar algo detrás queestá hecho de luz.

Sus manos ahuecan mi rostro. Violetta me mira con una miradade determinación, y luego me atrae hacia ella y me abraza.

—Tú eres una luz —responde suavemente—. Y cuando brillas,brillas intensamente.

Sus palabras empiezan a volverse suaves, y está comenzando adesvanecerse. O tal vez, soy yo la que se está desvaneciendo. Losmurmullos en mi mente se han ido ahora, dejando mi interior

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silencioso, pero no los echo de menos. En su lugar, está el calor delos brazos de Violetta, el latido de su corazón que puedo escucharcontra su pecho, el conocimiento que dejará este lugar y volverá alde los vivos.

Por favor, susurro, y mi voz sale tan baja como la de unfantasma. Dile a Magiano que lo amo. Dile que lo siento. Que estoyagradecida.

—Adelina —dice Violetta, alarmada mientras continúadesvaneciéndose. La sensación que ella se está volviendo borrosa—. Espera. No puedo…

Ve, digo dulcemente, dándole una triste sonrisa. Violetta y yo nosmiramos una a la otra hasta que apenas puedo verla. Entoncesdesaparece en la oscuridad, y el mundo alrededor se desdibuja.

Siento el frío suelo bajo mi mejilla. Siento el pulso de mi corazóndisminuyendo. Sobre mí, la amenazante silueta de Moritas se inclinapara envolverme en su abrazo, cubriéndome en una misericordiosamanta de noche. Tomo una corta respiración.

Algún día, cuando no sea nada más que polvo y viento, ¿quéhistoria contarán de mí?

Otra corta respiración. Otra.El último exhalar.

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29Violetta Amouteru

Hay una antigua leyenda sobre Compasia y Eratosthenes.

Mientras Violetta se agacha, llorando, sobre el alma moribunda desu hermana, piensa en ello.

Adelina había contado esta historia cuando eran muy pequeñas,en una tarde brillante en los jardines de su antigua casa. Violettarecuerda escuchando con satisfacción mientras trenzaba el cabelloplateado de su hermana, deseando que su propio cabello pudieralucir tan hermoso, agradecida y culpable que ella no tuviera quesoportar las consecuencias del mismo. Hace mucho tiempo, Adelinahabía dicho, que cuando el mundo era joven, el dios Amare creó unreino de personas que le dieron la espalda ingratamente. Herido yfurioso, Amare llamó al relámpago y al trueno, y levantó los marespara ahogar el reino bajo las olas.

Pero no sabía que su hija, Compasia, el ángel de Empatía, sehabía enamorado de Eratosthenes, un muchacho del reino. SoloCompasia se atrevió a desafiar al Santo Amare. Aun cuando supadre ahogó a la humanidad con sus inundaciones, Compasiaalcanzó a su amante mortal y lo transformó en un cisne. Voló muypor encima de las aguas de las inundaciones, por encima de laslunas, y luego más alto aún, hasta que sus plumas se convirtieronen polvo de estrellas.

Todas las noches, cuando el mundo estaba en silencio y sólo lasestrellas estaban despiertas, Compasia descendería de los cielos ala tierra, y la constelación del cisne de Compasia se transformaríade nuevo en Eratosthenes; Y juntos, caminaban por el mundo hastaque el amanecer los separaba de nuevo.

Violetta no sabe por qué piensa en esta historia ahora. Perocomo Adelina hizo un trato con Moritas por su vida, Violetta tambiénse encuentra arrodillada a los pies de Compasia, su propia diosa,suplicando por la hermana que una vez la expulsó, que la habíagolpeado, que sin embargo había luchado y sufrido por ella. Se

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encuentra soñando con la noche en que estaban juntas, navegandoa través de un mar y cielo lleno de estrellas.

Violetta se alinea con Compasia, el ángel de la Empatía. Y haceun trato por su cuenta.

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Estoy muerta. Y por la muerte, entiendo la vida.

—Carta del general Eliseo Barsanti a su esposa

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30Adelina Amouteru

Hay una pequeña y singular luz en algún lugar a la distancia. Es

brillante, azul y blanca, algo que me recuerda al color que habíavisto cuando entramos en el reino inmortal a través del origen. Esuna luz de inmortalidad, una luz de los dioses, una estrella en elcielo entre billones. Me encuentro anhelando ir hacia ella, luchandoa través de la noche para poder atrapar esa chispa de calor. Por unmomento, puedo ver el mundo más allá de nosotros, los cielos, lasestrellas que arden junto a mí.

En algún lugar en la oscuridad, escucho voces. No son como lasvoces que he escuchado, claras como el cristal, poderosas yprofundas, tan insoportables en su belleza que temo volverme loca.Creo que dicen mi nombre.

Mientras me acerco a la luz, se divide en varios colores. Rojo yoro, ámbar y negro, azul profundo y verde pálido del verano. Sereúnen a mi alrededor en ráfagas de color, hasta que parece comosi estuviera en el suelo y los colores me rodearan en un círculo.

Los dioses.Adelina, dice uno de ellos. Sé que es Compasia, el ángel de la

Empatía. Ha habido otro trato.No entiendo, le respondo. Son tan altos, y soy tan pequeña.Hay una sensación de luz bajo mi cuerpo , de viento y estrellas.

Ahí está la desintegración de mi forma. Entonces, está el cielo.Lo harás.

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31Raffaele Laurent Bessette

Hay un brillante destello de luz, y un zumbido que reverbera

desde el origen. Raffaele se arrodilla. El mundo gira alrededor de él:la nieve, los monstruos y el bosque se mezclan en uno, y por unmomento no puede moverse. Las lágrimas corren por su rostro.

A través de su mirada borrosa, ve a los monstruos lentos en susataques, sus cuerpos encorvados, sus mandíbulas cerradas y susórbitas sin ojos hacia otro lugar. Parecen confundidos, como si algohubiera tomado su energía y los hubiera dejado como caparazoneshuecas. Uno de ellos se tambalea hacia adelante, soltando ungemido bajo. Entonces cae. Cuando lo hace, su cuerpo sedesintegra en diminutos piezas negras, esparciéndose por la nievecomo vidrios rotos.

Lo mismo le ocurre a otra criatura, y otra. A su alrededor, losmonstruos que parecían imparables ahora se desmoronan enpedazos. Raffaele mira hacia el origen. El haz de luz, la fusión delos mundos de los mortales e inmortales, ha desaparecido.

Raffaele respira profundo del aire frío y trata de aclarar su mente.Todo había parecido un sueño, una serie de acontecimientospintados en lienzo. ¿Qué ha pasado? Recuerda caer a través de lasprofundidades de un océano muerto en el inframundo, llegando a lascostas inmóviles de otro mundo. Había un número infinito de pilaresblancos de plata que se extendían por una eternidad en el cielo gris,y una neblina negra que envolvió todo a su alrededor, los zarcillosde niebla se encresparon cerca de sus pies en previsión de sumuerte.

Recuerda haber visto a su madre y su padre durmiendo,encerrados en piedra de luna. Vio viejos compañeros y amigos de laCorte Fortunata. Vio a Enzo. Se arrodilló a cada uno de sus pies,llorando. Había luces distantes a lo lejos, sus otros compañeros queno podía alcanzar. Los dioses y diosas se reunieron ante él, con suluz brillante y voces abrumadoras.

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Por encima de todo, recuerda haber alcanzado su corazón ycortado su conexión con el mundo inmortal, devolviendo su poder alos dioses.

¿Realmente había sucedido? Raffaele se sienta en la nieve.Extiende una mano. Su agarre captura solo aire frío, y sus dedos notocan nada. Ahora hay un vacío en su pecho, una ligereza, y cuandoalcanza sus hilos de energía, encuentra que se han ido. Es como siuna parte de él hubiese muerto, permitiendo que el resto viviera.

La Oscuridad de la Noche es misteriosamente silenciosa. Todo loque queda es la nieve y el bosque, los restos de las criaturas se vandesvaneciendo poco a poco, hundiéndose en lo blanco. El tiempocontinúa. Su visión se agudiza. Finalmente, Raffaele encuentra lafuerza para estar de pie. A su alrededor, están los otros. Primero vea Lucent, sacudiendo la nieve de sus rizos, y a su lado, Maeve,levantándose con su espada plantada en la nieve. Magiano estáagachado cerca, agarrándose la cabeza. Deben estar sintiendo elmismo vacío que Raffaele siente ahora, tratando en vano dealcanzar los poderes que alguna vez habían hervido a la punta desus dedos. Por instinto, Raffaele llega a sentir sus emociones... perotodo lo que siente es el frío.

Es extraño, esta nueva realidad.—Se ha ido —susurra Maeve primero. Cierra los ojos, respira

profundamente y levanta la cabeza hacia el cielo. Una expresiónextraña está en su rostro, una que Raffaele instantáneamenteentiende. Es una mirada de dolor. De paz.

―¿Dónde está Adelina? ―Ahora es la voz de Magiano. Mira asu alrededor frenéticamente, tratando de encontrarla. Raffaelefrunce el ceño. Había visto a Adelina, estaba seguro de ello. Sucabello plateado brillaba en la niebla negra; sus pestañas blancas,su rostro cicatrizado; su barbilla, siempre hacia arriba. Había estadoen el inframundo con ellos. Raffaele explora el paisaje, un nudoapretando en su estómago, cuando Magiano la llama de nuevo.

Ahí está.Hay una muchacha que se mueve cerca, su cabello es plateado

y blanco como la nieve, y cae sobre su rostro. Raffaele siente alivioinmediato al verla... hasta que levanta la cabeza.

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No, no es Adelina. Es Violetta, con la nieve ocultando el color desu cabello oscuro. Las marcas que habían manchado su piel ya sehan ido, y el color ha vuelto a sus mejillas. Niega, parpadeando, ymira a su alrededor. Tiene los ojos rojos de tanto llorar, pero ellaestá aquí y entera, viva.

Raffaele solo puede mirar en silencio. Imposible. ¿Cómo vinoella aquí?

¿Dónde está Adelina?Magiano ya se ha puesto en pie y camina por la nieve hacia ella.—Violetta —la llama. Tiene los ojos muy abiertos, las pupilas

dilatadas. Parece que no puede creer lo que está viendo. Luego laabraza, levantándola de la nieve. Violetta hace un sonido,sorprendida—. ¿Qué pasó? ¿Cómo estás...?

Imposible, Raffaele se repite a sí mismo. ¿Cómo regresó Violettadel inframundo? No luce como Enzo cuando Maeve lo sacó, conprofundidades oscuras en sus ojos y una energía sobre él que sesentía como la muerte. No, Violetta luce sana y viva, inclusoradiante, como la había visto una vez cuando Raffaele la conociópor primera vez. Quiere alegrarse, gozar de su regreso…

…pero su expresión le dice lo contrario.Magiano la baja y la sostiene a un brazo de distancia. Le frunce

el ceño.—¿Cómo estás aquí? —exclama—. ¿Dónde está Adelina?Violetta le devuelve su mirada con una expresión insoportable en

sus ojos. En eso, la sonrisa de Magiano vacila. La sacude una vez.—¿Dónde está Adelina? —pregunta de nuevo.—Ella hizo un trato con Moritas —dice finalmente Violetta, su voz

se quiebra. Magiano frunce el ceño, todavía sin comprender.—Todos hicimos un trato con Moritas —responde—. Estuve allí

en el inframundo. Estuvimos allí, con los dioses y diosas. —Miradonde Maeve y Lucent están de pie, todavía aturdido, y hace unapausa para levantar una palma. Gira la mano—. Como cortar unacapa de mi corazón.

Violetta mira hacia el cielo. No puede ver los ojos de Magiano.—No —dice ella—. Adelina cambió su vida.Incluso cuando el entendimiento llega a Magiano, no se atreve a

reconocerlo en voz alta. En su lugar, todos se quedan congelados

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en la nieve, tratando de captar el peso de las palabras de Violetta,esperando que esté equivocada y que Adelina de alguna manerasalga del bosque y se reúna con ellos. Pero no lo hace.

Magiano hace un gesto imperceptible, luego libera a Violetta. Sedesliza lentamente hacia abajo para sentarse en la nieve.

La primera vez que Raffaele vio a Adelina, fue una nochetormentosa que cambió su vida y, de hecho, el mundo. Recuerdamirar desde una ventana de su alojamiento en Dalia para ver a unamuchacha de cabellos brillantes de color plata, conjurando unailusión de tal oscuridad que nunca había visto. Recuerda el día quellegó a sus aposentos en Estenzia, cuando Enzo todavía estaba vivoy ella seguía siendo inocente, y la forma en que lo miraba conexpresión incierta y herida. Recuerda su prueba, y lo que él le dijo aEnzo esa noche. Cuánto tiempo hace que había sucedido. Cómo lahabía juzgado erróneamente.

Raffaele mira alrededor del claro, buscando una última figura.Mira por lo alto y bajo, esperando ver huellas en la nieve o sombrasen la línea del bosque. Desea que todavía pueda sentir la energíade los vivos, poder identificar dónde está. Pero incluso entonces,sabe que llegará a la misma respuesta que los demás.

Adelina se ha ido.

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Después que ella se fuera, enfundé la espada en mi cinturón,colocándome su capa sobre mis hombros, llevando su corazón entre

mis brazos y, de alguna manera, continué.

—El viaje de los mil días, de Lia Navarra

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32Violetta Amouteru

Mi nombre es Violetta. Soy la hermana del Lobo Blanco, y soy la

que regresó.Es un viaje tranquilo a través de los pasajes de Karra. Raffaele

había dicho que el tiempo en los reinos inmortales pasa de maneradiferente a la del tiempo en nuestro propio mundo. Lo que parecíaun relámpago para nosotros había sido meses para los soldados deMaeve, pero aun así permanecieron esperando fielmente por ellatodo este tiempo. Miro mientras sonríe y saluda a sus tropas,mientras la animan a su vez. Raffaele se para con el resto denosotros, su expresión solemne y sobria. Nuestro regreso no fuefácil.

Hay un espacio vacío entre Magiano y yo que nos duele a losdos, un silencio persistente que ninguno de nosotros puede romper.Caminamos sin hablar. Miramos sin ver. Comemos sin saborear.Quiero decirle algo, acercarme a él durante las noches alrededor denuestra fogata, pero no sé qué. ¿Qué diferencia haría? Ella se haido. Todo lo que puedo hacer es levantar mi mirada hacia el cielo, alas estrellas, buscando a mi hermana. El tiempo puede ser diferenteaquí, pero mi diosa me hizo una promesa. Una propia. Busco ybusco en los cielos hasta que el sueño me reclama, hasta poderbuscar de nuevo la noche siguiente, y la noche después de eso.Magiano me observa en silencio cuando lo hago. No me preguntaqué estoy buscando, sin embargo, y no puedo soportar decirle.Tengo demasiado miedo levantar sus esperanzas.

Una medianoche estrellada, cuando finalmente comenzamosnuestro viaje de regreso a Kenettra, encuentro a Magiano de piesolo en la cubierta, con la cabeza inclinada. Él se mueve, luego mirahacia otro lado mientras me uno a su lado.

—El barco está demasiado tranquilo —murmura, como si lehubiera preguntado por qué estaba despierto—. Necesito algunasolas para dormir bien.

Niego.

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—Lo sé —respondí—. También estás buscándola.Nos quedamos un momento mirando las estrellas reflejadas en

los mares tranquilos. Sé por qué Magiano no me mira. Le recuerdodemasiado a ella.

—Lo siento —susurro, después de una larga pausa.—No lo sientas. —Una sonrisa pequeña y triste toca sus labios

—. Ella lo eligió.Me aparto de él para estudiar las constelaciones de nuevo. Son

particularmente brillantes esta tarde, visibles incluso cuando las treslunas forman un triángulo grande y de oro. Encuentro el Cisne deCompasia, la delicada curva de estrellas que se destacan en laoscuridad como antorchas. Me había arrodillado a los pies de midiosa, suplicando con voz ahogada por las lágrimas, y ella me habíahecho una promesa. ¿O no? ¿Y si nada de eso fue real? ¿Qué pasasi lo soñé?

Entonces, Magiano se endereza a mi lado. Sus ojos se centranen algo lejano. Yo también. Y finalmente veo lo que he estadoesperando.

Allí, prominente en el cielo... Una nueva constelación. Estáhecha de siete estrellas brillantes, alternativamente azules, naranjasy rojas, formando un delgado par de bucles que se alinea con elCisne de Compasia.

Mis manos cubren mi boca. Lágrimas en mis ojos.Cuando Compasia tuvo compasión de su amante humano, lo

salvó del mundo que se ahogaba y lo llevó al cielo, donde seconvirtió en polvo de estrellas.

Cuando Compasia se apiadó de mí, ella fue al inframundo, tocóel hombro de Moritas, y le pidió perdón. Entonces Compasia tomó ami hermana en sus brazos y la llevó al cielo, donde ella también sevolvió polvo de estrellas.

Magiano me mira con los ojos muy abiertos. Parece como si ya,de alguna manera, entendiera.

—Mi diosa me hizo una promesa —susurro.Solo ahora me doy cuenta de que nunca antes lo había visto

llorar.En las historias, Compasia y su amante humano descenderían

cada noche desde las estrellas para caminar por el mundo mortal,

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antes de desaparecer con el amanecer. Así que, juntos, miramos alcielo, esperando.

En el lapso de algunos meses, el color de los ojos dorados de

Magiano se desvanece a un color avellana. Sus pupilas permaneceninmóviles. Las hebras zafiro de Raffaele se hacen negras,mezclándose con el resto de su cabello. Sus ojos en tonos dedorados, que se hacen color miel bajo la luz del sol, se vuelven enun idéntico par de verde esmeralda. El cabello de Maeve, medionegro y medio dorado, poco a poco se vuelve rubio pálido. Las uñasde Michel, una vez con líneas negras y azul profundo, han cambiadoa color piel. Los ojos de Sergio pasan de un gris a un bosquemarrón. Y las oscuras líneas que giran en el brazo de Lucent sedesvanecen, más delgadas y delgadas, hasta que un día se van porcompleto.

Las Jóvenes Élites fueron el destello de luz en un cielo

tempestuoso, la oscuridad fugaz antes del amanecer. Nunca hanexistido antes, ni existirán otra vez.

A través de Estenzia, Kenettra y el resto del mundo, los últimostoques de la fiebre de la sangre y el mundo inmortal se desvanecen,dejando poca diferencia entre lo marcado y lo no marcado. Peronunca se puede olvidar. Puedo oírlo en nuestras voces, el sonido deotra época, los recuerdos de tiempos más oscuros, cuando el poderinmortal caminaba por el mundo.

Seis meses después de regresar a Kenettra, cuando elcrepúsculo está descendiendo en el día, me detengo en los jardinesdel palacio para ver a Magiano balanceando dos paquetes de lonasobre la parte trasera de un caballo. Se detiene cuando me ve.Después de una breve vacilación, inclina la cabeza.

—Su majestad —dice.Junto mis manos delante de mí y me acerco a él. Sabía que

llegaría este día, aunque no creía que se fuera tan pronto.—Puedes quedarte, sabes... —empiezo a decir, sabiendo que

mis palabras serán en vano—. Siempre hay un lugar para ti en elpalacio, y la gente te ama. Si hay algo que quieras, dímelo, y serátuyo.

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Magiano se ríe un poco y niega. Las bandas de oro en sustrenzas tintinean musicalmente.

—Lucent ya ha regresado a Beldain con su reina. Quizás ahoraes mi turno.

Lucent. A través de los océanos, la reina Maeve había decretadoque su eventual sucesora sería su sobrina, la hija recién nacida desu hermano Augustine. Así, finalmente, ella fue libre para casarsecon Lucent, devolviendo a la Caminante de los Vientos a su naciónde nacimiento que la había exiliado durante tanto tiempo.

—Siempre he sido un vagabundo —añade Magiano en elsilencio—. Me siento inquieto aquí en el palacio, incluso entre tanbuena compañía. —Hace una pausa, y su sonrisa se suaviza—. Eshora de que me vaya. Hay aventuras esperándome.

Extrañaré el sonido de su laúd, su facilidad para reír. Pero notrato de persuadirlo para que se quede. Sé a quién extraña, a la queambos extrañamos; lo he visto caminando solo en los jardines alatardecer, en los tejados a medianoche, de pie en los muelles alamanecer.

—Los otros, Raffaele, Sergio, querrán verte antes que te vayas—digo en cambio.

Magiano asiente.—No te preocupes. Voy a dar mis despedidas. —Extiende la

mano y la coloca en mi hombro—. Es amable, su majestad. Meimagino que Adelina podría haber gobernado como usted, en unavida diferente. —Estudia mi rostro, como a menudo lo hace ahora,buscando una vislumbre de mi hermana—. Adelina querría vertecargando esta antorcha. Serás una buena reina.

Bajo la cabeza.—Tengo miedo —admito—. Todavía hay muchas cosas rotas, y

mucho que arreglar. No sé si puedo hacer esto.—Tienes a Sergio a tu lado. Tienes a Raffaele como tu

consejero. Es un equipo formidable.—¿Adónde irás? —pregunto.A eso, Magiano baja la mano y mira hacia el cielo. Es un hábito

ahora que mis ojos instintivamente se vuelven hacia el cielotambién, a donde las primeras estrellas han comenzado a aparecer.

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—Voy a seguirla, por supuesto —dice Magiano—. Cuando elcielo nocturno se transforme. Cuando ella aparezca al otro lado delmundo, estaré allí, y cuando regrese aquí, yo también. —Magianome sonríe—. Esta despedida no es para siempre. Te veré de nuevo,Violetta.

Le sonrío de nuevo, luego doy un paso adelante y envuelvo misbrazos alrededor de su cuello. Nos abrazamos fuertemente.

—Hasta que regreses entonces —susurro.—Hasta que regrese.Entonces nos separamos. Dejo a Magiano solo para que se

prepare para su viaje, sus botas ya giraron en dirección donde laconstelación de Adelina aparecerá en el cielo. Espero que, cuandoella regrese, regrese con él, y nos veamos de nuevo.

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Epílogo La historia es contada por la realeza y los vagabundos por igual,

nobles y campesinos, cazadores y agricultores, mayores y jóvenes.La historia viene de cada esquina del mundo, pero sin importardónde se cuenta, siempre es la misma historia.

Un chico a caballo, vagando en la noche, en el bosque o en lasllanuras o a lo largo de las costas. El sonido de un laúd va a laderiva con el viento de la noche. Arriba están las estrellas en uncielo despejado, una sábana de luz tan brillante que él estira lamano, intentando tocarla. Se detiene y desciende de su caballo.Luego aguarda. Espera hasta exactamente la medianoche, cuandola constelación más nueva del cielo parpadea comenzando suexistencia.

Si estás muy callado y no apartas la mirada, puede que veas laestrella más brillante de la constelación resplandecer con más brillo.Brilla hasta que supera todas las otras estrellas del cielo, brilla hastaque parece tocar la tierra, y luego el brillo desaparece, y en su lugarhay una chica.

Su cabello y sus pestañas están dibujadas en un plateadocambiante, y una cicatriz cruza un lado de su rostro. Esta vestidacon seda Sealand y lleva un collar de zafiro. Algunos dicen queérase una vez, tuvo un príncipe, un padre, una sociedad de amigos.Otros dicen que una vez fue una reina malvada, una obradora deilusiones, una chica que trajo oscuridad a través de las tierras. Aunasí, otros dicen que una vez tuvo una hermana, y que la amaba concariño. Tal vez todos ellos digan la verdad.

Camina hacia el chico, inclina la cabeza hacia él, y sonríe. Él seinclina para besarla. Luego la ayuda a subir a su caballo, y se alejacabalgando con él a un lugar lejano, hasta que ya no pueden servistos.

Estos solo son rumores, por supuesto, y son poco más que unahistoria para contar alrededor de una hoguera. Pero se cuenta. Ypor ello perduran para siempre.

—“La Estrella de Medianoche”, un cuento popular

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Sobre la autora

Escritora americana de origen chino, Marie Lu esconocida por sus novelas distópicas dedicadas a unpúblico juvenil, destacando su serie Legend, con la queha dado el salto al mercado internacional.

Antes de escribir a tiempo completo, era directorade arte en una compañía de videojuegos. Tambiéntenía un negocio y marca Fuzz Academy, que fueelegido por C21Media como una de las marcas con

más potencial para una serie de televisión del InternationalLicensing Expo 2010. Se graduó en USC en 2006 y vive en Los

Ángeles, donde pasa gran parte del tiempo atrapada en la autopista.

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