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Trasversales 30 Travesía: las mujeres de la Comuna 61 En 1867, cuando se formó la Liga de la paz y la libertad, ésta era la expresión en Europa, especialmente en Francia, de una idea muy moral, muy justa, que se sorprendía al encon- trar aún las leyes de la guerra en el código de las naciones civilizadas o que se autoconsi- deraban tal, y que se indignaba de que, de vez en cuando, amenazas y rumores de guerras se instalasen en la política cortesana y perturbase los asuntos públicos. Hubo entonces una especie de cruzada llevada a cabo por escritores y publicistas, a la que la Liga dio más con- sistencia, ampliando su impacto. También fue, al mismo tiempo, una protesta contra los poderes reales e imperiales que disponen de la vida de las personas y sólo se escuchan a sí mismos y a sus cálculos monstruosos. Léodile Béra ("André Léo”) La guerra social Discurso de 1871 ante el congreso de la Liga de la paz y de la libertad en Lausana Léodile Béra (1824-1900), más conocida como André Léo, fue una activista social participante en la Comuna de París. Autora, entre otras obras, de La Femme et les mœurs. Monarchie ou liberté , donde rebate las tesis machistas de Proudhon, y de la novela de carácter femi- nista Aline-Ali (1869). Autora del programa de la Société de revendication des droits, colaboró en periódicos como La République des travailleurs , La Sociale , La Commune y el Cri du peuple . Defendió la libertad de expresión, también para los sectores reaccionarios y conservadores. La traducción, que en algunas partes se desvía de la lite- ralidad con ánimo de acercar a nuestro tiempo y lugar las ideas de fondo, es responsabilidad de Trasversales. Algunas anotaciones de la traducción aparecen entre cor- chetes. Más información sobre André Léo en: http://www.andreleo.com/

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Page 1: La guerra social - TrasversalesTravesía: las mujeres de la Comuna Trasversales 30 61 En 1867, cuando se formó la Liga de la paz y la libertad, ésta era la expresión en Europa,

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En 1867, cuando se formó la Liga de la paz y la libertad, ésta era la expresión en Europa,especialmente en Francia, de una idea muy moral, muy justa, que se sorprendía al encon-trar aún las leyes de la guerra en el código de las naciones civilizadas o que se autoconsi-deraban tal, y que se indignaba de que, de vez en cuando, amenazas y rumores de guerrasse instalasen en la política cortesana y perturbase los asuntos públicos. Hubo entonces unaespecie de cruzada llevada a cabo por escritores y publicistas, a la que la Liga dio más con-sistencia, ampliando su impacto. También fue, al mismo tiempo, una protesta contra lospoderes reales e imperiales que disponen de la vida de las personas y sólo se escuchan así mismos y a sus cálculos monstruosos.

Léodile Béra ("André Léo”)

La guerra socialDiscurso de 1871 ante el congreso de la Ligade la paz y de la libertad en Lausana

Léodile Béra (1824-1900), más conocida como André Léo,fue una activista social participante en la Comuna deParís. Autora, entre otras obras, de La Femme et lesmœurs. Monarchie ou liberté, donde rebate las tesismachistas de Proudhon, y de la novela de carácter femi-nista Aline-Ali (1869). Autora del programa de la Sociétéde revendication des droits, colaboró en periódicos comoLa République des travailleurs, La Sociale, La Communey el Cri du peuple. Defendió la libertad de expresión,también para los sectores reaccionarios y conservadores.La traducción, que en algunas partes se desvía de la lite-ralidad con ánimo de acercar a nuestro tiempo y lugar lasideas de fondo, es responsabilidad de Trasversales.Algunas anotaciones de la traducción aparecen entre cor-chetes.Más información sobre André Léo en:http://www.andreleo.com/

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Ellos, en efecto, montaron la guerra de1870, pese a ustedes y a la opinión pública.Los monarcas no pueden ser reconvertidos.Afortunadamente, no ocurre lo mismo conel punto de vista de la opinión pública, quesí había comprendido lo que ocurría. El sig-nificado de los males de la guerra y de sulocura se extendió rápidamente en el pue-blo y este sentimiento tuvo mucho que vercon la consternación y la indignación quecausó en Francia la declaración de guerradel 15 de julio de 1870. Podemos decir concerteza, como ustedes reconocen, que lasguerras, falsamente llamadas nacionales,son sólo guerras monárquicas. La guerra yla monarquía se sostienen mutuamente,viven y mueren juntas. Su Liga es induda-blemente republicana y su trabajo y su acti-vidad están claramente definidos en esesentido. Pero hay otra guerra que no hanconsiderado y que supera en mucho a laotra en estragos y frenesí. Estoy hablandode la guerra civil.Existe en Francia desde 1848, pero muchosse obstinan en no verla. Hoy en día, ¿quésordos no oyen los cañones de París yVersalles? ¿Y esos tiroteos en parques,cementerios, en terrenos baldíos y en lasaldeas de los alrededores de París? ¿Quéciegos no han visto, primero durante el díay más tarde por la noche, esas carretas lle-nas de cadáveres, o a esos cientos de prisio-neros, hom bres, mujeres y niños, llevados ala muerte bajo el fuego del pelotón o de lasametralladoras? ¿Y esas largas filas de des-graciados, derrotados, desgarrados, a losque se insultaba, se maltrataba, se obligabaa arrodillarse, para vergüenza de la huma-nidad, en el camino de Versalles? ¿Quiénno oye en su corazón, a menos de no tener-lo, el grito de 40.000 personas trasladadassin juicio, apiladas cuatro o seis meses enlos muelles de nuestros puertos?Para ocultar estos horrores se han utilizadotodas las palabras que el idioma pone a dis-posición de los retóricos para luchar contrala verdad. Siendo tan culpables, han acusa-do mucho. Mucho han gritado para no dejarescuchar. Durante cuatro meses, sobre todo

en los dos primeros, la calumnia ha exten-dido desbordante todas esas hierbas vene-nosas que marcan con el sello de la infamiala causa que abrazan. Y otros, amedrenta-dos bajo el terror reinante, han repetido vil-mente esas acusaciones y calumnias. Se hallamado asesinos a los asesinados, ladronesa los robados, verdugos a las víctimas.Se puede criticar a la Comuna. Más quenadie, deploro y maldigo la ceguera de loshombres que, con su estupidez e incapaci-dad, han llevado tan bella causa a la derro-ta. ¡Qué sufrimiento, día a día, verla pere-cer! Pero hoy ese resentimiento inspira lás-tima. Desde mayo tengo que hacer unesfuerzo para recordar los errores de laComuna. Ya no podemos verlos ante el des-bordamiento de crímenes que han pasadopor encima de ellos. La profusión de infa-mias que les han seguido les han hechohonorables en comparación.Permítanme responder a las dudas que pro-bablemente existen sobre este tema en lamente de muchos, comparando lo mássucintamente posible las acciones de ambaspartes. Pues, en mi opinión, ustedes tienenque tomar partido ante este terrible drama,que no ha terminado ni terminará en muchotiempo, ante el que no se puede ser neutral.No pueden ustedes llamarse Liga de la pazy la libertad y permanecer indiferentes anteestas matanzas, ante esta violencia.¿De qué se acusa a los revolucionarios deParís? De saqueos, asesinatos, incendios.El saqueo de las casas de París es unacalumnia firmada por Thiers y expandidaen miles de ejemplares pagados con eldinero de Francia para engañar a Francia.No hubo saqueos. Admitamos que hubomedidas financieras cuestionables, aunquequizá menos cuestionables que las dePouyer-Quertier [capitalista algodonero yministro de Finanzas entre 25/2/1871 y23/4/1872]. Hubo algunas confiscacionesarbitrarias, pero enseguida fueron sancio-nadas y reparadas. Durante los dos mesesen que París estuvo completamente en ma -nos de los pobres, reinó el orden, el verda-dero orden, el que es tanto seguridad como

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decencia, un orden diferente al orden dellujo, el despotismo y la corrupción, eseorden de Varsovia que actualmente preva-lece en París. Los que vivían allí lo saben.Las excepciones, aquí y allá, han sido esca-sas. Sólo los sacerdotes fueron objeto depersecuciones personales lamentables queno pretendo excusar, digo la verdad y com-paro. Algunas personas les hablarán de lospeligros que corrieron. Preguntadles bien,porque ¡sufrieron sólo sus propios miedos!Decidles que os muestren sus heridas.En algunos servicios, por culpa de algunosagentes, se ha despilfarrado. ¿Las adminis-traciones monárquicas estaban exentas deello? Todos los servicios estaban desorga-nizados y se dispuso de menos de dosmeses, con batallas diarias, para recrearlosy poner todo en orden. Cierto, quedómucho por hacer, pero no dispusimos detiempo para ello. Al menos, reinó un granahorro general, una gran simplicidad. En elMinisterio de Educación, en lugar de estatropa de gente con librea que había seguidoallí tras el 4 de septiembre de 1870 [procla-mación de la III República francesa], sóloquedó una mujer de la limpieza, un emplea -do de la antecámara y un portero.Desde entonces, ¿qué ha ocurrido en esteParís bajo el poder de la gente de orden?Todas las casas han sido registradas y alla-nadas, de arriba abajo, no una vez, sinodos, tres y cuatro. Y en esos allanamientoscon frecuencia se han cometido robos ypillajes. Conozco muchos casos particula-res, pero sólo citaré uno generalizado.Todos los fusilados fueron despojados de loque llevaban, dinero o joyas. Y el dinero, ya menudo las joyas, se distribuyó entre lossoldados como prima de asesinato.Bajo la Comuna no se cometieron asesina-tos, salvo la ejecución de algunos espías,sie te en total, en los puestos avanzados, al -go usual en las guerras. Todo el estrépitoque hizo la mayoría de la Comuna, todasesas amenazas, todo el pastiche de 1793,con sistía sólo en palabras, frases, decretos.Simple pose. La ley de los rehenes no seaplicó, gracias a la minoría y, creo también,

a la secreta repugnancia de los imitadoresdel terror, que a pesar de sí mismos eranparte de su tiempo y de su partido, pues lademocracia moderna es humana. La ley delos rehenes no se aplicó hasta el 23 de ma -yo por la tarde, cuando la autoridad de laComuna ya no existía de hecho, pues laúltima reunión fue el 22. Estas ejecucionesse llevaron a cabo por orden exclusiva deRaoul Rigault y de Ferré, dos de las más la -mentables personalidades de la Comuna,que hasta entonces no habían cesado, siem-pre en vano, de reclamar medidas sangui -na rias. No obstante, hay que decir que esasrepresalias no se produjeron hasta quepasaron dos días y dos noches de fusila-mientos versalleses, durante los cuales lagente de orden había fusilado a centenaresde personas hechas prisioneras en las barri-cadas: hombres que habían depuesto las ar -mas, mujeres, adolescentes de 15 y 16años, personas sacadas de sus casas, delata-das, sospechosas. ¿Qué más les da ba?, notenían tiempo para investigar cada caso.Se mataba en masa y se recurrió, para irmás deprisa, a las ametralladoras. Hay bas-tantes testigos que escucharon sus fuertestraqueteos en el Luxembourg, donde, sobrelas aceras que corren junto a sus verjas, lospies resbalaban sobre la sangre. Y tambiénpodemos hablar del cuartel Lobau, en elbarrio St. Victor, cerca de la Villette...En cuanto a los incendios, queda muchopor investigar. Pero hay tres cosas que pue-den decirse con certeza:- Esos incendios han sido sobredimensio-

nados, exagerados desmesuradamente yutilizados de manera odiosa con propósitosde venganza.- Varios de los incendios fueron iniciadospor los obuses de los asaltantes.- Las casas quemadas por los federados lofueron por necesidades de defensa, no conel fantástico proyecto de quemar París queles imputa. Los soldados versalleses entra-ron por las casas contiguas a las barricadasy desde ellas disparaban contra los defen-sores. Por lo tanto, o se quemaban esascasas o había que renunciar a la lucha.

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En cuanto a la quema de las Tullerías, laprefectura de Policía, el Palacio de Justicia,la Legión de Honor, etc., no se conoce elnombre de los culpables. Cuando recorda-mos el primer incendio fallido en laPrefectura de Policía, ocurrido el pasadonoviembre, cuando pensamos en el interésque tenía esa gente en destruir algunospapeles, cuando pensamos en los agentesde Versalles que llenaban París, o en lainteligencia de las llamas que han respeta-do en monumentos y colecciones todoaquello cuya pérdida hubiera sido irrepara-ble, cuando pensamos en la dudosa situa-ción jurídica del poder legal ante Francia,que le era hostil y que, si no aprobaba laComuna, al menos sí reconoció la legitimi-dad de las reivindicaciones de París, cuan-do pensamos en el peligro que conllevabala aplicación del plan de exterminio dicta-do por una política a lo Médicis, acariciadapor un odio implacable, peligro tal que elvencedor podría sucumbir por su victoria,entonces se entiende que sólo un gran cri-men atribuido a los federados podría exci-tar la cólera pública y permitir este exter-minio y estas venganzas. Y podemos sospe-char que tras el incendio de París se escon-de uno de los más terribles misterios que lahistoria tiene aún que penetrar.La historia de las repúblicas, como la actualRepública Francesa, se asemeja mucho, pordesgracia, a la de los imperios. No sale asuperficie ni se expone a la luz. Para quienla ha observado bien, desde el 4 de sep-tiembre esta historia es el desarrollo de unaconspiración monárquica, inmediatamenteformada, y que entra en guerra contra laRepública al mismo tiempo que los prusia-nos. Y esta guerra latente es la principal,pues la otra se convierte en su campo dedesarrollo, en su alfombra, y de aquellaproviene su resultado.Es bien conocido que los monárquicos,como sus príncipes, nunca tuvieron patria;así les vemos, desde que Francia fue derro-tada, arrojándose descaradamente comochacales hambrientos sobre la presa. Laprimera preocupación de los falsos republi-

canos del 4 de septiembre no es el enemigode la nación sino la democracia popular.Después de todo, Guillermo I de Alemaniaes un rey; entre los reyes y los conservado-res siempre puede alcanzarse un apaño. Lopeor es tener que pagar, pero eso atañe alpueblo. ¡Pero el dominio de tendenciaspopulares! ¡Pero el socialismo! ¡Por dios!¡Tener al pueblo como amo en vez degobernarle! ¡Ver en peligro esa doradaociosidad, conquistada al precio de tantasotras capitulaciones! Ellos no tienen otro miedo ni otro objeto depreocupación, y por ello sacrificaron aFrancia. Para ellos, la República victoriosa,sacando al país del abismo al que habíasido arrojado por la monarquía, podría serel fin del viejo mundo.París, sobre todo París, les aterroriza. Paríssocialista, París armada, deliberando en susclubes, en su consejo y autoadministrándo-se. ¡Liberado el genio al que tuvieron cau-tivo tanto tiempo, sin dejar de ser peligroso¡Qué ejemplo !¡Qué propaganda! ¡Quépeligro!Y, además, París es el único lugar dondepuede asentarse el trono. Pero el pueblohabía ocupado ese lugar, ¡el pueblo enarmas! Por lo tanto, era necesario despejarel terreno a cualquier precio.Ahora bien, el pretexto para una medidasemejante sólo podía ser alguna fechoría dela población, un uso abusivo de sus armas,una insurrección tal vez, lo que permitiríafusilar y encarcelar demócratas. Este planno es nuevo, es casi tan antiguo como laaristocracia. Los conservadores ya noinventan nada... pero siguen perfeccionan-do. En efecto, hasta ahora nunca se habíahecho nada similar tan a lo grande.Por lo tanto, desde finales de febrero hastael 18 de marzo, casi todos los días, al pasode los trenes por las estaciones de las zonasrurales se propagaba que se estaba luchan-do en París y que París ardía, a lo que loscampesinos reaccionaban diciendo "De s -pués de tantas desgracias, estos bribones deParís no nos dejarán vivir en paz".¿Quiénes habían utilizado el asedio de

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cinco meses, cinco meses de silencio forza-do de París, para persuadir a los campesi-nos de que fueron los republicanos quieneshabían forzado al imperio a hacer la guerray de que los parisinos no sólo se negaban aluchar contra los prusianos sino que tam-bién impedían al general Trochu organizarincursiones, ya que tenía que usar las tropaspara contener los disturbios internos?¿Quién se atrevería a repetir en esta tribunaesa calumnia descarada, ante París indigna-do, ante la conciencia ultrajada de quieneshan compartido los dolores de este asedio,peores que las privaciones, y ante el fer-viente patriotismo del pueblo de París, cul-pable sólo de una paciencia y una creduli-dad demasiado grandes ante sus gobernan-tes?De esa manera se ha excitado a Franciacontra París, que había creado la Repúblicay quería mantenerla. Así se ha estigmatiza-do a la víctima antes de ejecutarla, arreba-tándola, antes de tender la trampa en quedebía perecer, todas las simpatías que podíatener a su alrededor. Tal y como han confe-sado todos los periódicos moderados, elataque del 18 de marzo fue una provoca-ción. La retirada inmediata del Gobierno detodos los servicios públicos y el rápidotraslado de todas las cajas y materiales dela administración dan prueba de un planpreparado de antemano. El motín se con-virtió en una revolución. No decayó elánimo del tramoyista de este drama. Parísfue de nuevo aislado y la calumnia oficial,de la que el imperio había hecho una insti-tución, se convirtió en un servicio público,con el apoyo de todo el coro de oficiososcalumniadores. París agonizaba a sangre y fuego... en lasprovincias. Se decía que los niños eranarrojados al Sena y los ancianos crucifica-dos en los muros. La humanidad parecíadividida en disolutos e ingenuos, en gober-nantes y gobernados. La buena gente secreyó todo esto... porque se lo dijeron. Hevisto a personas educadas, inteligentes, de -mócratas, que no podían entrar en París sinecharse a temblar.

¿Cuántos espíritus independientes hay quese hayan dicho que, cuando sólo hablan losvencedores, cuando los vencidos no pue-den alegar ni desmentir nada, es de justiciay de sentido común no juzgar a éstos?¿Cuántas personas han querido dudar de lasacusaciones calumniosas, contra la gente ylos hechos de la Comuna, contra quieneshayan tomado partido por ella, expandidasextraoficialmente en los periódicos y repe-tidas odiosamente por los demás? Me per-mitiré mencionar dos hechos como ejem-plo. Si son demasiado personales, lo quehabría evitado en cualquier otra ocasión, esporque los testimonios son más concluyen-tes cuanto más directos sean.No contentos con haberme detenido, inte-rrogado y finalmente soltado, en un rincóndiscreto de un periódico conservador, cuyonombre no menciono por pudor, se atrevie-ron a mezclar extractos de artículos escritospor mí con fragmentos falsos en los que seme hacía pedir fusilamientos a la Comuna.También me atribuía haber pronunciado undiscurso tras la caída de la columna de laPlace Vendôme y haberla trasladado entriunfo, cuando no he puesto un pie en esaplaza y no he dejado de lamentar esas de -moliciones infantiles.Otro hecho: nos enteramos por carta de lallegada a Suiza de uno de nuestros amigos.Tres días más tarde, Paris-Journal publicaque este comunero ha sido detenido en unburdel y le atribuye frases groseras.Estos dos hechos, de los que puedo dar fe,¿no os dicen nada sobre lo que hay quepensar en otros casos similares? ¿Acasoeste sistema, aplicado bajo protección delGobierno y por él mismo, no demuestra laexistencia de una facción capaz de todas lasinfamias y todos los crímenes para lograrsu objetivo, así como la existencia de unplan global que tiene preparadas sus con-signas y funciones?Desde todos los rincones de Francia,¿cuántas gestiones se han hecho para evitaresta guerra fatal y salvar París, cuántas de -legaciones se han formado, cuántos inten-tos, cuántos proyectos de conciliación,

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cuán tas solicitudes? La Comuna no se atri-buye haber apoyado abiertamente todasellas, pero nunca se negó a nada, ya queVersalles no hizo ninguna concesión. El nopossumus de Thiers [presidente provisionalde la III República entre 1871 y 1873] estu-vo a la altura del utilizado por el Papa. Erainútil preguntarle: ¿aceptaría usted esto oaquello? Él sólo quería que ocurriera lo quese estaba intentado impedir: el exterminiode los demócratas y el aplastamiento deParís.Y lo logró. Esta conspiración de mentiras,crímenes y monarquía ha triunfado. Loscaminos del trono han sido despejados. Lalibertad ha vuelto a ser encadenada, el pen-samiento ha sido esposado y, gracias almiedo, todo les está permitido a los que rei-nan. La ciudad que fue la capital delmundo, y que ya ni siquiera es la capital deFrancia, perdió a sus ciudadanos, pero harecuperado a petimetres y cortesanos. Susangre generosa ha corrido por los arroyosy ha tintado de rojo, literalmente, las aguasdel Sena. Durante ocho días y ocho nochesse ha hecho una gran masacre humana, paraque el París de la revolución se transformeen el París de los imperios.He visto esos días de sangre; durante esasnoches horribles escuché el fragor de lospelotones y de las ametralladoras. He reci-bido muchos testimonios, he recogido con-fesiones escritas de los propios asesinos,ebrios de feroz alegría. Nunca se apacigua-rá mi indignación. Mientras viva, alládonde pueda ser escuchada, daré testimo-nio contra esta monstruosa encarnación delegoísmo, la hipocresía y la ferocidad, queel vulgar imbécil acata como partido delorden, "razón social" tras las que se escon-den descaradamente sus garitos, sus antrosy sus lupanares.¡Y siguen hablando de 1793! Y el espectrorojo, pese a andar en andrajos, aún sirvecomo espantapájaros para los plumíferos.¿Qué fue el terror rojo del siglo pasado, alque la democracia no ha vuelto a recurrir,qué fue esa crisis fatal explicable por elhambre y el peligro, en comparación con

estos terrores tricolores, con este terror de1871 mucho más espantoso y que no dejade crecer en rabia e intensidad? ¿Qué mesde 1793 podría equivaler a esta semanasangrienta, en la que, como dicen sus pro-pios periódicos, 12.000 cadáveres queda-ron esparcidos por el suelo de París? En1793 hubo espacio suficiente en las cárce-les, pero ahora se han utilizado también lasllanuras de Versalles y los muelles de lospuertos.El terror tricolor manifiesta la superioridadde la ametralladora sobre la guillotina, laenorme distancia que separa, en la maldad,la intencionalidad del arrebato. La guilloti-na, al menos, asesinaba a plena luz del díay sólo una vida por vez. Ellos han matadodurante ocho días y ocho noches primero y,luego, durante más de un mes, sólo por lanoche. Dos personas honorables que vivencerca de dos puntos opuestos del Lu -xembourg me han asegurado que todavíaoyeron los lúgubres disparos en la nochedel 6 de julio.Sólo sé de 64 víctimas de la Comuna, y esosi se insiste en atribuirle la ejecución derehenes que nunca ordenó, mientras que lacifra más baja de víctimas causadas por elotro bando se cifra en 15.000, y muchoshablan de 20.000. ¿Pero quién puede contarlos muertos en una matanza sin freno, enuna masacre sin juicio, sin más regla que elgrado de ebriedad del soldado o el grado defuror político del oficial? Pregunten a lasfamilias que buscan en vano a padre, her-mano o hijo desaparecido, de los que nuncatendrán un certificado de defunción.Cuando contemplamos estos hechos yvemos el estigma asociado a ¡las víctimas!nos quedamos anonadados y nos pregunta-mos qué burla es ésta ante la opinión o laconciencia humana. Sí, quienes acusan sonlos asesinos. ¡Sus gritos lo ocupan todo! Ya las víctimas se les niega hasta el derechode asilo, alegando la moral ultrajada y elsanto pudor. ¿Qué es esa moral ? ¿Qué esesa justicia? ¿Qué pasó con el significadode las palabras? Este mundo se consideraescéptico, este siglo se dice incrédulo,

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¡pero cree en las lágrimas de Thiers, en laindignación de Jules Favre, en la sensibili-dad de los verdugos y en los juramentos delos falsarios! ¿Por qué no creer entoncestambién en el honor de Luis Bonaparte?¡Ay!, ¿tal vez la política de esta desgracia-da humanidad no consistirá nunca en otracosa que en un cambio de nombres?Ustedes, señores, representan aquí el pen-samiento inteligente de las clases ilustra-das, que creen en la paz, que creen en lalibertad y, por lo tanto, en la concienciahumana. Es su deber protestar contra talescrímenes. Sería demasiado infantil y dema-siado falso fingir no verlos cuando colmanel mundo, cuando este país en el que estáisha acogido a muchos de los huidos de esenaufragio. Lo repito, vuestro deber es hacertodo lo contrario. Sois la Liga de la paz... ¡yse está matando! Los fusilamientos hanvuelto a comenzar, ahora en Marsella,pronto en Versalles. Antes, sin juicio, ahoracon una parodia de justicia, pero siguensiendo vencedores ejecutando a vencidos.Ustedes son la Liga de la libertad y 40.000hombres se amontonan en los muelles.Todas las libertades, de nuevo, son violadasy el terror ha reinado en París durante cua-tro meses. Es la vieja barbarie, victoriosasobre todos los instintos del nuevo mundo.Deben protestar contra ella y desterrar de lahumanidad a estos asesinos y a estos liber-ticidas.Porque, aun sin tener en cuenta la libertad,ustedes no son de esos que confunden lapaz con el silencio. Ustedes saben que esterégimen no está preparando la paz ni losmedios para la paz, sino la resistencia alprogreso, el recorte de la libertad y la nega-ción de las nuevas necesidades de la huma-nidad del siglo XIX. Todo esto, como uste-des saben, sólo sirve para preparar nuevasguerras, guerras sociales terribles como laque acaba de tener lugar. Ustedes creen quela paz en el mundo de hoy está vinculada aldesarrollo de la inteligencia, de la morali-dad y del bienestar de los pueblos. Sinembargo, ¿cómo va a cumplir ese tripleobjetivo el Gobierno de Versalles, aunque

también se presente como salvador delorden, la moral y el bien común?¿Con leyes financieras que costean los gas-tos de la guerra disminuyendo el consumode los pobres y que no encuentran otra cosamejor sobre la que establecer impuestosque las necesidades del pensamiento? ¿Conese odio inmenso que ha llenado susalmas? ¿Con sus asesinatos, sus insultos,sus prohibiciones?Sabemos en qué estado han dejado laindustria estos conservadores. Los talleres,ya despoblados para llenar los cementerios,quedan ahora desiertos a causa de una emi-gración de proporciones irlandesas, inéditahasta ahora en París. Aquellos de nuestrosmejores trabajadores que aún siguen aquíterminarán llevándose al extranjero sushabilidades y sus métodos, y Francia, comoya ocurrió tras la Reforma o tras la revoca-ción del edicto de Nantes, dispersará por elmundo entero lo que queda de sus fuerzasvitales ya desangradas por el hierro asesi-no. Nótese de paso que si bien antes casitodas estas expatriaciones tenían su origenen las ideas, éstas otras lo tienen en el ham-bre.Todos ustedes creen que la única salida aeste periodo fatal se encuentra en la educa-ción popular y el sufragio universal, puesde otro modo moriremos. Si continuamosen las tinieblas en que nos encontramos,mo ri remos, y nadie puede negar que Fran -cia está ya muy enferma y disminuida. Sipenetra la luz, viviremos una vida máslarga, más feliz, más fuerte. Pues bien,¿qué hace el gobierno actual de Francia porla educación pública?La revolución del 18 de marzo había libe-rado la escuela de la inmunda y funestaenseñanza de los curas, ahora restaurada.Este gobierno, defensor de la moral, ¿igno-raba la horrible corrupción a la que essometida la infancia y que, a pesar de losmuchos obstáculos puestos en su divulga-ción, estalla frecuentemente en escándalosterribles? No, sin duda, no lo ignoraba,pero ¿qué le importa? Al fin y al cabo, lamanipulada historia escrita al modo de Jean

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Nicolas Loriquet y el dogma de la obedien-cia son de gran utilidad para moldear a loselectores. Y, además, la corrupción tambiénsirve para promover el embrutecimiento.Al frente de la Instrucción Pública seencuentra un hombre, el único residuo quequeda del 4 de septiembre [proclamaciónde la Tercera República, 1870], que encan-diló a los ingenuos. Autor ligero de variosgruesos libros, La Religion naturelle entreotros, este hombre construyó su reputaciónen torno a este gran tema, esta necesidadprioritaria, la educación pública. Desdehace un año, ésta se encuentra bajo sudirección. Durante el asedio de París lamayoría de las municipalidades, muy invo-lucradas en ese sentido, nombraron comi-siones que propusieron reformas, en primerlugar la exclusión de los curas de la educa-ción pública. El ministro no las contrarió,incluso las invitó amablemente a elaborarplanes y recibió sus peticiones, pero nohizo ningún caso. Las comisiones pronto sedieron cuenta de que el director de servicio,verdadero amo del Ministerio, seguía sien-do el mismo clerical al que Su MajestadNapoleón III se había dignado confiar esasdelicadas funciones. En vano se pidió sudestitución, siguió en su puesto y aún sigueallí. ¿Cómo no admirar la abnegación con laque el ministro titular cubre la continuacióndel sistema oscurantista bajo el manto deuna reputación adquirida con la idea demo-crática? Sólo el amor al orden a cualquierprecio puede dictar tales sacrificios, peroestá claro que los considera necesarios yque sobre esto no hay nada que podamosesperar de él.No, no podemos esperar nada, porque enrealidad sólo hay dos partidos en estemundo: el partido de la ilustración y de lapaz para la libertad y la igualdad, y el par-tido del privilegio, de la guerra y de laignorancia. No hay, no puede haber ningúnpartido intermedio. Me refiero a cualquierpartido al que pueda tomarse en serio.Ya es hora de que, por fin, impidamos quenos confundan con este discurso oficial,

cuya historia sólo es un interminable perju-rio, y de que intentemos desengañar a todoel mundo. Ha llegado el momento de rom-per no sólo con los males que nos ha inflin-gido, con las ruinas y desgracias que nos hacausado, sino también con su aterradorainmoralidad.¿No vemos que cualquier monarquía o aris-tocracia, que cualquier privilegio, está obli-gado por su propia naturaleza a mentir, aengañar, ya que no puede ser acorde con lajusticia? Frente al instinto de equidad y deigualdad que, a pesar de todo, está en elfondo de la conciencia humana y es la basede cualquier juicio, la palabra privilegio hasonado siempre a falsa y con un sentido deinjusticia. El privilegio ha sido siempreinmoral, pero cada vez más se siente que loes y se le reconoce como tal. ¿Qué hacer ante el peligro implícito en esereconocimiento? ¿Qué pueden hacer sinohablar de moral, hablar mucho, presentarsecomo profesores y árbitros de la moral?Eso es lo que hacen todos ellos. Y, cada vezmás, lo hacen con un arte terrible, que hacemás refinado el miedo y más audaz sunuevo punto de apoyo, la ignorancia de lasmasas.Siempre han emitido discursos embaucado-res desde lo alto de los tronos, pero en elpasado, al menos en cierta medida, los ora-dores creían en lo que decían, lo que ya noes posible. Sin embargo, a menos sinceri-dad, más hablan de orden, de moral, dePro videncia. Napoleón III, a raíz de su cri-men, hizo verdaderas obras maestras eneste género. Tenía que hacer algo muy difí-cil, ha blar al mismo tiempo a dos públicosdiferentes: los campesinos beatos, que loconsideraban un Mesías, y los ilustradosque, ya fuesen enemigos o cómplices, leconocían. Y logró esa fusión de hipocresíay cinismo, que merecía hacer escuela y quesirve como modelo para sus sucesores.Recorriendo este tipo de discursos, sepodría observar que cuanto mayor es el cri-men más alto es el tono; cuanto más hayamatado el asesino, más indignado se mues-tra contra cada asesinado; que cuanto más

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haya traicionado, más toma como testigo ala santa verdad; que cuanto más haya abu-sado de los fondos públicos, más sobre lasnubes muestra su frente serena.Cuando la capitulación [ante Alemania]estaba ya decidida y preparada, tras lasublevación popular del 22 de enero [quepretendía impedir la capitulación] JulesFerry [alcalde de París] exclamó "Se hacometido un crimen horroroso"... y acusó aquienes cayeron por las balas disparadasdesde el Hôtel-de-Ville de haber vendidosu propia muerte a los prusianos, precisa-mente a ellos, que hacían un esfuerzodeses perado para arrebatar París de lasmanos de los miserables que la habían lle-vado a su perdición. Y Ferry siguió hablan-do de los intereses de la defensa. Y quédecir de Thiers, quien, tras cinco días ycinco noches de masacre, durante la quemiles de hombres que habían depuesto susarmas fueron fusilados por los soldados,encontró en su corazón un impulso de in -dignación, a cuento de un oficial supuesta-mente fusilado "sin respeto por las leyes dela guerra" por tales "villanos".No hay palabras para describir esto, muylogrado dentro de su género. ¿Pero a dóndevamos? ¿Qué sucede con el lenguaje, elsentido moral, la fe humana, ante esteabuso atroz? ¿Debemos esperar a que elvocabulario esté tan contaminado que yano haya palabras utilizables por una bocahonesta? ¡Honesta!, esa misma palabra seha marchitado. Todo lo que antes merecíarespeto ahora incita sonrisa y despierta iro-nía. Ya no existe el lenguaje noble y serio,lo que da miedo porque no sólo se pierde lalengua sino también todo lo que nos une yconsolida nuestras relaciones. La confian-za, que es la base de todos los sentimientosnaturales y verdaderos, desaparece; la inte-gridad social sucumbe, dejando la vidacomún tan estéril y más insegura que el de -sierto. ¡Y se quejan del relajamiento de lascostumbres y el decaimiento de los caracte-res!, cuando, en lo que se denomina la élitesocial y a plena luz, se muestran, comoejemplo para todos, el desprecio a los jura-

mentos, la corrupción, el asesinato, lacalumnia y una hipocresía profesional con-vertida en cinismo.Sé que podemos decir que es la rabia y lasconvulsiones de la agonía. Sí, también locreo así. Pero pensad que esa agonía puedeser larga. La ignorancia popular y la mo -narquía son dos curvas que se unen for-mando un círculo, en el que podemos darvueltas durante mucho tiempo y al que sepuede volver, como ven, incluso despuésde haberlo roto. Hay agonías que pudren yque envenenan todo lo que les rodea; cadu-cidades que pervierten a lo nuevo que nace.Se trata de vida o muerte, de infección osalud, para nosotros, para nuestros hijos,para muchas generaciones tal vez.Vean ustedes cómo se vienen alternandoimperios y monarquías, sin que tras 80 añoshayamos podido siquiera volver al punto departida. Por último, vean dónde estáFrancia. ¿No creen que ya tenemos dema-siadas de esas experiencias y de que ha lle-gado la hora de ponerles fin? ¿Quién puedetener la fortaleza o la inercia necesaria parasoportar de nuevo tales angustias, talescataclismos, y para asistir otra vez a tanterribles espectáculos?Y, sin embargo, ¿de qué seguridad pode-mos disfrutar en tanto que las mismasambiciones malsanas y criminales siganembaucando al mundo y convirtiéndole ensu presa? ¿Quién no conoce el secreto de latragicomedia que se está representando?Tras este nuevo Junio, aún más terrible,vendrá una nueva supresión de la palabraRepública, una nueva restauración. La másvergonzosa aunque se jacte de ser la másfácil. No ha perdido al mundo rural, man-tiene todas las posiciones que le han dejadolos "grandes republicanos" del 4 de sep-tiembre y conserva al ejército, que se le haen tregado al precio de la masacre de París.¿Pero éstos u otros, qué importa?, es lamis ma bajeza, la misma corrupción. Nohay dos sistemas. Antes, los gobernantes,creyendo en sus principios, tenían o podíantener al menos ese tipo de honor que, encierta medida, produce virtud y grandeza.

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Pero hoy en día no son más que jugadoresen la Bolsa de la idiotez pública, que subeno caen con ella; lo saben muy bien y espe-culan con ella, pasando de Louis XIV aRobert Macaire [personaje teatral de Ben -jamin Antier, que encarnaba a un especula-dor sin escrúpulos]. Los medios actuales dedominación, ya se trate de un imperio, unamonarquía o una pretendida República enmanos de una aristocracia, son la mentira,el miedo, la corrupción y la calumnia, conla ayuda de los fusilamientos. Pero los sis-temas también empeoran al envejecer, pueslos medios que utilizan se desgastan y tie-nen que usarse cada vez con más fuerza.¡Qué porvenir!, si es que no es el final.Sin embargo, muchas personas, a las quelas palabras confunden, creen que lo únicoa temer sería la restauración de la monar-quía. Son difíciles de convencer.Francia, abandonada al extranjero; las trai-ciones y malversaciones de 1870; el armis-ticio y la paz de 1871, la guerra civil, lamasacre de París, el terror tricolor, la edu-cación pública entregada de nuevo a loscuras, como la prensa a los financieros, lajusticia a los intermediarios, el ejército alos asesinos, la administración a los corrup-tos, la política a los Basile [personaje deBeaumarchais, divulgador de rumores ycalumnias]: ¿puede mejorarlo una monar-quía?Dejemos de centrarnos en los efectos yprestemos atención a las causas. El trono esuna barricada al servicio de las aristocra-cias. Entretiene al enemigo, recibe los gol-pes y cuando, después de quince o veinteaños, es superado, entonces le abandonandeclarando que no valía para nada, hacien-do algunas proclamaciones a los vencedo-res y poniéndose de inmediato a la tarea dereconstruir una nueva barricada a su servi-cio.Si ustedes son consecuentes y sinceros, alcontemplar los trece meses transcurridosdesde el 4 de septiembre, tantas intrigas,tantos crímenes, tantas duplicidades, taleshorrores, reconocerán no sólo que la pazentre las naciones es incompatible con la

monarquía, sino que la paz interna de laspropias naciones y la moralidad públicason incompatibles con la existencia de lasaristocracias. Y añadirán a su denomina-ción otro dogma revolucionario, la igual -dad, que ustedes han erróneamente olvida-do, pues la libertad no puede existir sinigualdad y la igualdad no puede existir sinlibertad.Por divididos que estén, prestos a devorar-se entre sí cuando no tengan otros temoresy haya que disputar el botín, se han puestotodos de acuerdo: MacMahon y Chan -garnier, Thiers y Rouher, el duque de Au -male y Jules Favre, Jules Simon y Bel -castel, Vacherot y Temple, Ferry y Haus -mann. Se han aliado todos contra el granenemigo, el Satán de la revuelta popular.Thiers olvidó la prisión de Mazas y losOrléans la confiscación. Audran de Kerdrelolvidó la traición de Simon Deutz y la ciu-dadela de Blaye. Ahora se les ve brindar,gritar, denunciar y matar junto a losVillemessant [fundador de Figaro] detodos los periódicos, los Galiffet de todaslas alcobas, los St. Arnaud de todos loschanchullos, los viejos y los pequeños des-pojos de todos los regímenes. Todos elloshan olvidado las bofetadas que antes cruza-ron y se han dedicado, en llamativo acuer-do, a fusilar, encarcelar, a decretar y a pre-supuestar como buenos hermanos.Sí, esa gente tiene una fe, una fe profundae inquebrantable. El conde de Chambord,el conde de París, Bonaparte, son sus san-tos, pero por encima de sus santos tienen unDios, el Privilegio, ante cuyo altar sacrifi-can sus resentimientos y divisiones. Esa essu fuerza y siempre la tendrán hasta que nosea destruida por una fuerza mayor y o -puesta. Pues, en un caso semejante, eso eslo que ellos harán siempre.¿Por qué los demócratas actúan de maneradiferente? Precisamente en eso reside sudebilidad.Lo hacen porque no tienen la misma fe niuna fe profunda. Lo hacen porque están divididos en un grannúmero de capillas, más monárquicas de lo

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que querrían aparentar, y sobre todo dividi-das en dos grandes sectas, la que ama la li -bertad y la que ama la igualdad. En el fon -do, es algo así como un combate entre lospartidarios de la Virgen de Atocha y laVirgen de Loreto. Pues la libertad y laigualdad son uno y el mismo Dios en dospersonas.Nuestro dogma procede del Sinaí de la granRevolución, grande porque fue reveladora,grande, aunque menos por lo hecho que porlo dicho. Quien se pretende demócrata datasu origen en la Declaración de los Dere -chos Humanos. Nadie la rechaza e inclusoson los liberales quienes más hablan de1789. Bien, ¿qué dice? Dice "Libres e igua-les".Y no podía decir otra cosa, porque desde elmomento en que el derecho, el nuevo dere-cho que va a renovar el mundo, se basa enla simple cualidad humana, no puede haberigualdad sin libertad ni libertad sin igual-dad. Lo uno implica completamente lootro. Si ahondamos en uno de los dos tér-minos nos encontraremos con el otro en suinterior.Si ustedes gozan de ventajas que yo nopuedo obtener por mi misma aunque meson necesarias, no soy vuestra igual, uste-des son mis protectores o mis amos. Yo nosoy libre.Si la igualdad decretada por ustedes ofendea mi conciencia, ordena mis gustos, matamis iniciativas, no soy libre, ustedes son mirey y mi papa.Ser libre es estar en posesión de todos losmedios para desarrollarse de acuerdo anuestra naturaleza. Si esa libertad es la queustedes proclaman -¿no es eso lo justo yverdadero?- nos podemos entender, puesesa es también nuestra igualdad. Entonces,sólo tendremos que buscar en común lasmedidas necesarias para que la sociedadhumana realice ese objetivo legítimo, nor-mal.Y bien, sí, aunque a muchos parezca inge-nua esta opinión, o al menos esa esperanza,porque nada se hace sin esperanza porpequeña que sea, creo que sería fácil elabo-

rar sobre el terreno de los principios de laRevolución una alianza, un programacomún de todos los demócratas sinceros,pro grama que, más allá de sus fronteras,dejaría a cada cual detenerse o seguir su ca -mino. Sólo debe haber una verdaderabuena voluntad, un estudio serio de los pro-blemas, a la luz de los principios. En lugarde duras críticas, siempre un poco persona-les, lo que aumenta los malentendidos,necesitamos la búsqueda de los aspectosque nos vinculan. El tiempo y los mediosperdidos en denigrarnos, en combatirnos yen hacer que la causa pierda popularidad acausa del estruendo de nuestras disensio-nes, deberían emplearse para desarrollar yextender la idea. Sería finalmente necesariorenunciar a ciertos defectos, lo que porsupuesto es difícil, y a ciertos prejuicios,que no lo es menos, pero no sería algoimposible para personas que caminen porla ruta de la idea y del progreso. Lo másdifícil, como en todas las cosas, sería el pri-mer paso, el cuestionamiento de las cosasestablecidas, pero el espíritu que hicieraese esfuerzo podría hacer todos los demás,a condición de que le mueva una búsquedasincera.Sólo me dirijo a los sinceros, dejando quelos otros se burlen de tales ilusiones. Medirijo a quienes sienten el peligro inminen-te que amenaza a Francia y a la revoluciónen el mundo entero. A quienes sufren en lomás profundo de sus almas que haya tantoserrores infantiles en este bando y tantos crí-menes en el otro; a quienes sufren por ladesmoralización creciente frente a tantasrenuncias y traiciones, y por la duda mortalque invade la conciencia humana. A aque-llos que han sacado algunas lecciones delos espectáculos que se desarrollan antenuestros ojos. A aquellos, sobre todo, queven, que sienten llegar, la terrible batalla,donde los apetitos materiales de quienesestán abajo se vengarán finalmente de losapetitos materiales de aquellos que estánarriba. Y ocurrirá sin freno, como los otroshan actuado sin piedad. Una guerra san-grienta y feroz, implacable, como la que

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acaba de tener lugar, pero más decisivaporque las aristocracias no pueden extermi-nar al pueblo pero el pueblo puede extermi-nar a las aristocracias.¿Y cómo sorprenderse de que a fuerza detales ejemplos el pueblo, en su miseria, ter-minase de perder lo que tiene de paciencia,de ideal y de bondad? ¿Acaso su ignoranciale obliga a ser más virtuoso? ¿Quién puedemedir el odio acumulado en este momentoen el corazón de viudas, padres, hijas, her-manos, huérfanos? ¿Por qué no van a decir-se que de nada sirve parlamentar si a susreivindicaciones se responde matando?Finalmente, la defensa se convierte en ata-que. A la rabia salvaje responde la rabia sal-vaje. Las gentes del pueblo no son filósofosestoicos. ¿Quién puede indignarse por ello?¿Los ilustrados que los matan? ¿O inclusolos que dejan que les maten?Vuelvo a mi sueño de la unión, por insen-sata que sea. No hay que desesperar nunca.A veces, cuando los castillos arden, haynoches del 4 de agosto [fecha en la que, en1789, la Asamblea Constituyente abolió losprivilegios feudales].El asunto principal que divide a los demó-cratas liberales y a los socialistas es lacuestión del capital, que expresa, de formamás precisa, la querella sobre libertad eigualdad de la que ya he hablado. No puedotratar esto aquí con la debida amplitud, sóloquiero señalar un hecho tan verdaderocomo, generalmente, poco entendido: lamayor parte de la burguesía, toda la bur-guesía media y pobre, sufre tanto como elpueblo a causa del régimen actual del capi-tal.Todo el mundo sabe y se queja del futurodel joven sin fortuna, bachiller reciente,que se presenta al combate de la vida llenode esperanza, con la ambición que le da laeducación clásica. Si tiene talento, tienegrandes posibilidades de ser aplastado porla ineptitud o por la envidia; si tiene genio,está casi perdido; si tiene carácter, noqueda lugar para la duda.¿Por qué? Porque las fuerzas naturales,ardientes, generosas, son en este mundo

como el brazo del que se ahoga y noencuentra nada en lo que agarrarse. Porqueno pueden decidir por sí mismos y depen-den del capricho de otro, elegido por azar,monarca hereditario que, por derecho denacimiento, es juez de todo tipo de méritos,o tal vez investido por el derecho de con-quista, pero éstos son aún peores, como losGenserico o los Atila.Impera por todos los sitios el orden monár-quico, es decir, el orden del favor, la intrigay el abuso, no de la libertad y la justicia. Sequejan de la falta de fuerzas vigorosas, peroen vez de usarlas para producir las utilizanpara luchar. Lo que encontramos en el co -mienzo de la vida no son caminos transita-bles sino matorrales y obstáculos. Muchosse paran a mitad del camino, cansados, des-esperados, sintiendo una terrible impoten-cia que no puede ser superada con capaci-dad y coraje, porque todo depende de unadecisión ajena, de una coincidencia, de unprotector. Los que lleguen, agotados, can-sados, viejos, ya sólo querrán descansar yserán quienes, con sus fuerzas extintas,compartirán el gobierno del mundo con loselegidos por el azar del nacimiento o conlos advenedizos de la intriga.Las fuerzas jóvenes y puras no gobiernanen ninguna parte. Contra las leyes de lanaturaleza, la senilidad domina al vigor, elpasado mata el futuro. En vez de caminarhacia adelante, la humanidad patalea sinavanzar y todas las nobles inspiracionesabortan bajo el mandato caduco del egoís-mo y la cobardía. Los impulsos generosos,las ideas fecundas, muy presentes pese atodo en la humanidad de este siglo, sóloconducen a la banalidad de los hechos.La humanidad tiene en sus archivos y releecon deleite la historia, la misma con dife-rentes nombres, de quienes, con su genio,triunfan finalmente tras pasar muchas prue-bas en las que han estado a punto de pere-cer. Posiblemente no haya nada más emo-cionante y bello. Pero es fácil dejarse ir ycreer falsamente que este bello cuento dehadas es real, que siempre ocurre lo mismo,que tarde o temprano quien tiene talento

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encuentra en su camino ese azar feliz, quele salva y corona. Nos olvidamos de queazar no es justicia y de que es inevitableque por cada uno salvado perezcan mil, aquienes no se presta el socorro ni la ayudaque todo ser humano debería encontrar enel entorno social si la sociedad fuera ordeny no caos, ciencia y no empirismo.Y no se trata sólo de quien posee talento.Relativamente, desde el punto de vistasocial, pero absolutamente en cuanto a lapersona concernida, toda capacidad noempleada causa sufrimiento y desdicha.Esta ley del capital es de naturaleza aristo-crática, pues tiende cada vez más a concen-trar el poder en pocas manos; es inevitableque cree una oligarquía, dueña de las fuer-zas nacionales. No sólo es anti-igualitaria,sino también anti-democrática, y sirve a losintereses de unos pocos en contra de losintereses de todos. Es una de las expresio-nes de esa concepción del pasado, nadanueva, según la cual, en la tierra como en elcielo, en la religión como en la política,sólo se admite a unos pocos elegidos. Estáen oposición a la nueva concepción de lajusticia, a la tendencia irresistible que haceque todo se vaya inclinando hacia el ladode la mayoría, a ese instinto que está pene-trando en las masas. Instinto que habría queapresurarse en transformar en moral y cien-cia, antes de que, creciendo ineluctable-mente en fuerza y potencia, se atenga a loshechos, más brutalmente quizá.Esta ley, repito, está en oposición incluso alinterés común de la mayoría de los que ladefienden y con el interés de todos aquellosque no han encontrado en su cuna una llavede oro que les abra las puertas de la vida.La ley del capital mantiene en servidumbreno sólo a los pobres sino también a la granmayoría de la burguesía que vive de su tra-bajo, de su capacidad, y que incluso, talvez, sea más dependiente que los trabaja-dores manuales del capricho y del favor delos capitalistas, de los grandes. Pero, alestar más cercana a las fuentes de la fortu-na, cree que puede mojar en ellas sus labiose, incluso cuando el chorro se aleja, sigue

esperando o sólo logra saciar la sed a costade esas complacencias y renuncias que sonla vergüenza, la debilidad y la miseria deesta época.Para muchas mentes, sin embargo, la leydel capital es fatal e insuperable. Es lasuperstición del hecho. No hay nada inevi-table en contra de la justicia. Se han pro-puesto soluciones y se han de considerarsin prejuicios. Las hay más o menos radica-les, pero todas deben ser abordadas desdeel odio pleno y sincero hacia el pasado delderecho divino, con una fe plena y sinceraen la revolución de los derechos humanos,con el deseo de igualdad.Ustedes han planteado en sus programaseste problema, ¿pero lo han abordado demanera decidida, con todo el calor y toda laindependencia de la que su pensamiento ysu conciencia son capaces? ¿Han comenza-do por despojarse de sus costumbres y pre-juicios, como en otro tiempo se dejaban lassandalias en el umbral de un templo? ¿Porencima de todos los intereses que unen sucausa a la de ellos? ¿Y qué pasa con todaslas concesiones que, se quiera o no, ustedesles han hecho, aconsejados por su ambicióny a pesar de su conciencia? ¿Qué pasa conesos vínculos que son cadenas para elcarácter y para el pensamiento? ¿Esa es laactitud necesaria para poder entenderse conlos desheredados?Sí, todos los hijos de la revolución, todoslos que acepten sus principios en su totali-dad sublime, pueden caminar juntos poreste camino, jalonado por todas las con-quistas perdidas, un camino que quizá hayaque recorrer durante mucho tiempo, prepa-rados para actuar, antes de llegar a los dis-tintos senderos que conducen a las tierrasdesconocidas.Pero hay que quererlo. Es necesario quedesde cada parte renunciemos a prejuicios,rencores y desprecios que aún están marca-dos por un espíritu aristocrático. Una doc-trina que proclama el derecho de los deshe-redados, que hace a la sociedad responsa-ble de los defectos de los pobres, que fusti-ga todas las injusticias y afirma que es

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posible el bienestar para todos, debe nece-sariamente atraer no sólo al pueblo en lamiseria, aunque aún no lo suficiente, sinotambién a todos los descontentos con elorden actual, a todos los egoísmos ofendi-dos, a todas las ambiciones burladas, legíti-mas o no, sanas o malsanas. Así, Mag -dalena, Simón, los samaritanos, compro-metían a Jesús. Admiramos esto ... en elEvangelio. En el club nos indignamos y nosretiramos sacudiendo el polvo de los zapa-tos. De hecho, los pecadores de Jesús esta-ban arrepentidos, lo que apenas ocurre conlos nuevos pecadores. ¿Pero esto qué signi-fica? La democracia es una terapeuta, quearrastra un hospital en su estela. Esa es sudesgracia y su gloria.Sí, sería magnífico que sus seguidores per-teneciesen todos al pueblo y que la burgue-sía no le enviase sus desechos, sus frutos yasecos y las incapacidades vanidosas que tanbien sabe producir. De ella proceden lamayor parte de los que, para que se les es -cuche más, gritan insensateces; quienesdes lumbran con facilidad al pueblo con unaretórica llena de palabras vacías, quienes,por el placer de ser jefes, le embarcan eniniciativas locas y desastrosas, quienes, envez de llevarlo a la reflexión e instruirle enla justicia, sólo excitan en él odio y pasión.Son esos que escaparon de la universidadllevando en su cabeza sólo recuerdos y fra-ses librescas, los que convierten en su con-trario la idea comunal, la difusión de lalibertad, el Comité de Salud pública. Espoco conocido, y por eso es necesario de -cirlo y repetirlo, que la revolución del 18 demarzo no fue dirigida por socialistas, comose ha afirmado intencionadamente, sino porel jacobinismo, el jacobinismo burgués, ensu mayoría compuesto por periodistas,hombres de 1848, estudiantes, miembrosde los clubes. La minoría, obrera y socialis-ta, se abstuvo a veces y casi siempre protes-tó, pero nunca dirigió el proceso.Pero, aunque no sean perfectos todos losmiembros del partido democrático, lo quetambién pasa en los demás partidos, ¿qué leimportan esas personas a quienes creen

profundamente en los principios y se sien-ten impulsados a actuar intensamente parasu realización? En este mundo y en estetiempo el combate está en todos los luga-res. Pero hay que combatir o perecer. Lasgazmoñerías y desalientos nada tienen quever con la convicción y la dedicación a unacausa, y justifican los reproches que el pue-blo dirige a los liberales burgueses, a losque acusa de ser meros "aficionados" de lademocracia, dispuestos a cosechar aplausosy ganancias, pero que esquivan el compro-miso cuando tienen miedo. Van delante siasí satisfacen su vanidad o sus intereses,pero abandonan al pueblo que se habíacom prometido a seguirles en cuanto la si -tuación evoluciona peligrosamente y ame-naza su dinero o su consideración, en estemundo en el que las conveniencias primansobre la fe y el verdadero honor.El pueblo afirma también que la mayorparte de esos hombres carecen de corazónpara comprender sus sufrimientos y paraquerer cualquier cosa de la que ellos nocarezcan. En manos de tales jefes sus revo-luciones se han trocado en compromisospolíticos, donde los derechos del pueblohan sido olvidados. De ello el pueblo sacala conclusión de que hay una gran diferen-cia entre condiciones y sentimientos, lle-gando casi al punto de meter en el mismopaquete a todos los que no están con el pue-blo. Juicio injusto en lo que se refiere a lasintenciones personales, pero justo en elsentido de que en la época actual, cuandolas situaciones se han polarizado tanto, loscompromisos ya no son posibles.Por otra parte, hay que reconocer que losdemócratas avanzados, los socialistas engeneral, merecen el reproche contrario, porsu firme voluntad de aplicar desde mañanamismo la verdad que poseen o creen haberdescubierto el día anterior. Cometen elerror fatal de pensar que se puede violentarla opinión social para ir más deprisa. Yocreo, por el contrario, que esa es una de lasrazones por las que vamos tan despacio.Se olvidan de que la vida de un pensadortiene dos facetas: el derecho para sí mismo

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para ir tan lejos como le sea posible yexplorar lo absoluto, y el deber de serentendido por los demás. Sin embargo, lasgentes sólo nos pueden entender hablandosu propio idioma, partiendo de donde estánpara, si es posible, atraerlas. En resumen, elpartido avanzado es intolerante; no es elúnico que lo es, pero se las apaña para quese le note más.Y sin embargo sigo creyendo que seríaposible una alianza que, manteniendo cadacual sus convicciones y su libertad, uniesea todas las tendencias democráticas contralos enemigos de la paz social y para la rea-lización de un programa, ya que sonmuchos los puntos en los que podemosestar de acuerdo, más que aquellos que nospueden dividir: recuperar todas las liberta-des, la de prensa, la de venta ambulante, lade reunión, la libertad comunal aún porconstruir, el impuesto único y progresivo,la organización del ejército nacional y ciu-dadano, y, por último y quizás lo másimportante, la educación democrática, gra-tuita e integral.En tanto que una criatura nazca sin que ensu cuna tenga más hadas madrinas que lamuerte, presta para segar su frágil existen-cia a falta de cuidados, y la miseria que, siescapa de la muerte, hará raquíticos susmiembros o atrofiará sus facultades, le con-denará a los dolores incesantes del frío ydel hambre, y, por desgracia a menudo, a larudeza de su madre, en vez de a esa fiestade la vida que la mujer rica o acomodadapuede dar a sus hijos; en tanto que, educa-da en la calle y los tugurios, su infanciadolorosa esté llena de privaciones, privadaincluso de la inocencia; en tanto que suinteligencia sólo reciba, como mucho, unaeducación supersticiosa y puramente lite-ral, lo que hace que la escuela primariaactual sea tan funesta, estéril y fría; en tantoque crezca sin más ideal que el cabaret, sinotro porvenir que trabajar día a día comouna bestia de carga... en tanto que todo esoocurra, la mayor parte de la humanidadverá frustrados sus derechos, la sociedadllevará una vida pobre, estrecha, corrupta y

turbada por el egoísmo, la igualdad seráuna farsa y la guerra, la más horrible, lamás feroz de todas las guerras, abierta olatente, desolará el mundo, deshonrando ala humanidad.Tras una sonora interrupción por parte delpúblico, el silencio fue restablecido y,cuando el discurso podría haber continua-do, el presidente del Congreso prohibió ala oradora continuar.Me invitaron a participar en el Congreso dela paz y la libertad a través de un miembrodel Comité, con garantía de plena y librediscusión, no sólo para mí sino tambiénpara mis amigos de la Internacional y laComuna. De esta invitación a los proscritossaqué la idea de que me encontraría ante undeseo sincero de conocer la verdad y desacarla a luz.Sin embargo, en esta reunión, que tiene porobjeto los más vitales y acuciantes proble-mas de nuestro tiempo y que proclama suintención de intervenir en política en nom-bre de la moral, se ha retirado la palabra aalguien de cuya sinceridad no puede dudar-se y que daba testimonio sobre el hechoactual más considerable y fértil en cuandoa consecuencias morales, sociales y políti-cas.¿Por qué motivos? Porque la oradora sesalía del tema. ¿Qué? El orden del día es lacuestión social. ¡Pero hablar de la guerrasocial ante el Congreso de la paz y la liber-tad, de sus horrores y de las intrigas y crí-menes de quienes la hacen en el presente yla preparan para el futuro, no se ajustaba altema!¿Qué entiende entonces por guerra elCongreso de la Paz? ¿No es el derrama-miento de sangre, la violencia del hombrecontra el hombre, el asesinato en fin? ¡Laguerra social no es una guerra para ellos!Pero si es la guerra más amarga y cruel.Entonces, ¿cómo puede este Congresorecusarse a sí mismo cuando se invoca suveredicto sobre tales actos en nombre de lapaz, la moral y la justicia?Es un grave y cruel error de la burguesíaliberal creer que haciendo caso omiso de

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hechos tan enormes y graves puede escapara sus consecuencias y mantener cierta in -fluencia y algún valor. ¿Cómo pueden pre-sentarse como moralistas y decir que estecrimen no nos concierne por tener tanto al -cance? ¿Cómo pueden presentarse comopolíticos y sólo abordar teorías, o como a -do radores de la libertad y quitar la palabraa quien la reclama? ¿Qué resultados seriospueden esperarse?La burguesía tiene la pluma, la palabra, lainfluencia. Podría ser el órgano de las rei-vindicaciones del pueblo asesinado, opri-mido, derrotado. Así habría sido el órganode la justicia.Llegué al Congreso con una esperanza, mevoy profundamente triste. ¿Qué responderahora a quienes hablan de prejuicios yponen en duda la buena fe? ¿Cómo hacerfrente a una división cada vez más pronun-ciada, cuando sólo la unión podía conjurarla terrible crisis que, tarde o temprano, ten-drá que resolver el problema en vez dehacerlo la razón y la justicia?Para quienes están apegados al entornoburgués, lo que denominan convenienciasahoga los principios. Viven de los compro-misos. Quizá mueran por causa de ellos.

Lausana, 27 de septiembre de 1871

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