la jornada semanal

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Suplemento Cultural de La Jornada Domingo 16 de diciembre de 2012 Núm. 928 Directora General: Carmen Lira Saade Director Fundador: Carlos Payán Velver Faulkner C ARLOS MARÍA DOMÍNGUEZ MARTHA NUSSBAUM y la fragilidad del bien Para leer a WILLIAM OSPINA L UIS RAFAEL SÁNCHEZ y La guaracha del Macho Camacho CINCUENTA AÑOS DESPUÉS

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La Jornada Semanal

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Page 1: La Jornada Semanal

■ Suplemento Cultural de La Jornada ■ Domingo 16 de diciembre de 2012 ■ Núm. 928 ■ Directora General: Carmen Lira Saade ■ Director Fundador: Carlos Payán Velver

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Page 2: La Jornada Semanal

Hugo Gutiérrez Vega

Directora General: C a r m e n L i r a S a a d e , Director : H u g o g u t i é r r e z V e g a , Je fe de Redacción: L u i S t o Va r , Edic ión : FranCiSCo torreS CórdoVa, Corrección: aLeyda aguirre, Coordinador de arte y diseño: FranCiSCo garCía noriega, Diseño Original: marga Peña, Diseño: Juan gabrieL Puga, Iconografía: arturo Fuerte, Relaciones públicas: VeróniCa SiLVa; Tel. 5604 5520. Retoque Digital: aLeJandro PaVón, Publicidad: eVa VargaS y rubén HinoJoSa, 5688 7591, 5688 7913 y 5688 8195. Correo electrónico: [email protected], Página web: www.jornada.unam.mx

La Jornada Semanal, suplemento semanal del periódico La Jornada, editado por Demos, Desarrollo de Medios, S.A. de CV; Av. Cuauh témoc núm. 1236, colonia Santa Cruz Atoyac, CP 03310, Delegación Benito Juárez, México, DF, Tel. 9183 0300. Impreso por Imprenta de Medios, SA de CV, Av. Cui­tláhuac núm. 3353, colonia Ampliación Cosmopolita, Azcapotzalco, México, DF, tel. 5355 6702, 5355 7794. Reserva al uso exclusivo del título La Jor nada Semanal núm. 04­2003­081318015900­107, del 13 de agosto de 2003, otorgado por la Dirección General de Reserva de Derechos de Autor, INDAUTOR/SEP. Prohibida la reproducción parcial o total del contenido de esta publicación, por cualquier medio, sin permiso expreso de los editores.

La redacción no responde por originales no solicitados ni sostiene correspondencia al respecto. Toda colaboración es responsabilidad de su autor. Títulos y subtítulos de la redacción.

[email protected] y opiniones:

[email protected]

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Portada: La discreción y el arrojoIlustración de Jenny Hall

bazar de asombros 16 de diciembre de 2012 • Número 928 • Jornada Semanal

Carlos Helguera trabajando

CarLoS HeLGuera, uN NaraNJo y uN JaZmiNero

Un buen día, el ingeniero Carlos Helguera, vio­lista y escultor, juntó sus bártulos y los enseres de su pequeña fábrica, dejó la Ciudad de Méxi­co y fue a instalarse en la casa familiar en la que siempre tuvo puesto un pie y la mayor parte del alma y de la emoción de vivir. La hermosa casa es una de las más antiguas de Lagos de Moreno, la ciudad alteña que tantos y tan buenos artistas ha dado al país.

Carlos atendía los trabajos de su fábrica, pero casi todo su tiempo y sobre todo su entu­siasmo vital, lo ocupaban la música, la escul­tura y la promoción cultural. Formó con sus hermanos un cuartero de cuerdas y, cuando iban

a la casa familiar, pasaban largas horas hacien­do música por el solo placer de hacerla. Carlos se afanaba para perfeccionar su estilo y, según me decía con su profunda y hermosa humildad, aprendía las lecciones de su hermano Guiller­mo, que fue primer violonchelo de la Sinfónica Nacional. Los otros hermanos eran también músicos notables. Por las tardes se escuchaba la viola de Carlos. Su música recorría los pasi­llos y se hermanaba con el viejo pozo del patio principal y con las plantas que son los signos de identidad y el aroma distintivo de la casa de los

Helguera Soiné. Todavía llevo en la memoria de mis oídos el intenso cuarteto de Borodin que tanto nos gustaba. Recuerdo que fes tejábamos la maestría del compositor ruso en materia de orquestación y su inmensa calidad de melodista. Por eso muchos compositores estadunidenses entraron a saco en las melodías de El príncipe Igor y del cuarteto y, con ese caudal, constru­yeron hermosas canciones que muy pronto se hicieron populares.

Piensen mis lectores en el patio de una casa laguense construida a fines del siglo xvii, en el viejo pozo, en el robusto naranjo y en el pródi­go jazminero; escuchen la voz del cuarteto de Borodin y vean, en el estudio que se encuentra en el segundo patio, las esculturas del artista laguense: varios bustos de personajes locales y un caballo en reposo y mostrando su prodigio­sa musculatura, obra que le llevó a Carlos años y más años, pues era un perfeccionista que tenía al tiempo de su lado. Su mejor obra se encuen­tra en la calle cerrada que lleva a la Presidencia Municipal de Lagos. Se trata de una pequeña escultura sedente del prodigioso poeta Francisco González León. Es pequeña por la sencilla ra­zón de que así debe ser, de que así lo exige la humildad del poeta, manifiesta en el final de uno de sus poemas: “la vida es enigmática y artera, y mi emoción es tan pequeña que...”

Carlos se ha ido. Era medianoche cuando el destino le señaló que debía dar el último suspi­ro. Su casa está en silencio. Sólo se escuchan los aromas del naranjo y el jazminero y las me­morias de sus hijos y de sus amigos. Agreguemos el cuarteto de Borodin y la luna sobre la sierra de Comanja, y digamos adiós al artista, al ami­go, al hombre bueno.

El pasado mes de julio se

cumplieron cincuenta años de

la muerte de William Faulkner,

cuya abundante narrativa

“gravita en la literatura”,

como bien afirma Carlos María

Domínguez en el ensayo que

ofrecemos a nuestros lectores.

Compleja y diversa, la obra de

este oriundo de Oxford,

Mississippi, ha sido guía para

muchos autores contemporá-

neos y, por lo tanto, tiene una

influencia y una vigencia

permanentes. Autor de las

novelas Absalom, Absalom!,

Santuario, El ruido y la furia,

así como de cuentos que son

considerados auténticas piezas

maestras –el célebre “Una rosa

para Emily” es uno de ellos–,

Faulkner vivió, como muchos

autores universales, un perío-

do de rechazo, de olvido o

ninguneo que, a la larga, sólo

demostró la mezquindad de

sus malquerientes. Publicamos

además un artículo sobre la

filósofa Martha Nussbaum,

reciente ganadora del Premio

Príncipe de Asturias, así como

sendos textos sobre autores

latinoamericanos: el colombia-

no William Ospina y el puerto-

rriqueño Luis Rafael Sánchez.

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3 Jornada Semanal • Número 928 • 16 de diciembre de 2012

or primera vez el Premio Príncipe de As­turias de Ciencias Sociales fue otorgado a una filósofa, Martha Craven Nussbaum, quien asume que su trabajo filo­

sófico está dedicado a la comprensión del bien, sobre el que escribe con ri­gor y con pasión.

Una de sus primeras publicacio­nes de gran alcance es La fragilidad del bien. Fortuna y ética en la tragedia y la filosofía griega. Los miembros del jurado han dicho que la filósofa esta­dunidense es una profunda conoce­dora del pensamiento griego, y la eligieron entre veintisiete candida­tos, “por su contribución a las hu­manidades, a la filosofía del de­recho y de la política, y por su concepción ética del desarrollo económico”.

Nussbaum es muy singular co­mo filósofa y como persona. Es­tudió teatro y letras clásicas en la universidad de Nueva York, su ciu­dad natal (1947). Fue actriz durante dos años y des­pués se formó en Harvard como filósofa; más tarde se doctoró en Derecho y Ética. “Durante cinco años –recuerda– el teatro fue una fuerte inclinación. Un día me arrepentí.” Actualmente es dueña de títulos honoríficos en más de veinticinco instituciones; ha escrito sobre desarrollo, educación, religión y un largo etcétera. Autora de unos veinte libros y ar­tículos incontables, ha recibido entre muchos otros premios el Pen Spielvogel­Diamondstein a la mejor colección de ensayos (1991). Junto con el Nobel de Economía, Amartya Sen, promovió la redefinición del concepto de desarrollo humano. “Políticos y economistas dan por sentado que las cosas mejoran si crece el Pib de un país, pero ‘desarrollo’ significa que las cosas mejoren de verdad y que la gente, to­da, viva mejor y pueda elegir su vida.”

Tal vez su particular formación es la que hace de ella una estrella no sólo en el ámbito académico si­no en el mundo de la comunicación y de la cultura, pues reúne un enfoque innovador, y a la vez clásico, muy sólido. Un discurso que establece nexos dia­lécticos entre disciplinas diferentes que finalmente ni están tan alejadas entre sí ni son siempre antagó­

nicas. Filósofa especializada en la Grecia Antigua, su abanico de intereses es amplio: la justicia social, el desarrollo humano y la naturaleza de las emocio­nes son cuestiones medulares en su investigación. Aunque sus libros son densos, están imbricados en la realidad cotidiana y no teme descender al debate público. Es, por lo tanto –como escribe la periodis­ta española Inmaculada de la Fuente–, una filósofa política, de la calle, ferozmente contemporánea. No excluye de sus investigaciones los temas de actua­lidad, que la filosofía no siempre atiende por supo­ner que están fuera de su propio campo o que son efímeras. Nussbaum, sin embargo, piensa que es ahí, en el presente, con sus luces y sombras, donde la filosofía se juega su razón de ser.

Una mirada a los títulos de sus libros más exito­sos revelan el sentido de su trayectoria como pen­sadora: Fragilidad del bien; Justicia Poética; La tera-pia del deseo; El ocultamiento de lo humano; Libertad de conciencia; El cultivo de la humanidad; Las mujeres y el desarrollo humano y Propuesta para el desarrollo hu-mano (este último de 2012), entre otros.

El filósofo español Carlos García Gual destaca que aunque Nussbaum es una helenista erudita, ella rememora las teorías clásicas como instrumen­tos y referentes para hoy. “No en un ejercicio de arqueología docta, sino de comprensión para en­tender y juzgar mejor nuestro presente.”

La justicia social es el gran reto filosó­fico del siglo, declaró la filósofa en la

universidad de Oviedo y animó a los estudiantes a profundizar en el esque­ma que ella diseñó con su Teoría de Capacidades.

Después de explicar la importancia que tiene la filosofía para la economía, Nussbaum apuntó que hace falta una educación bien fundada en las huma­nidades, para que las sociedades man­tengan la lucha por la justicia. La educa c ión humaníst ica –af irma Nussbaum– es el principal ingredien­te para la salud democrática, porque

si no somos capaces de analizar la rea­lidad críticamente, pueden pasar co­sas muy malas. Tenemos que ser ca­paces de inculcar en los jóvenes el

pensamiento crítico de Sócrates y ense­ñarles cómo articular un discurso racio­

nal, cómo debatir y defender sus ideas.Nussbaum subraya que prefiere el con­

cepto de igual respeto al de tolerancia, por­que el segundo implica superioridad con el tolera­do, mientras que el primer concepto se identifica con el derecho de las minorías al mismo trato que las mayorías.

Al recibir el galardón asturiano –considerado el Nobel español–, la filósofa habló brevemente: “Me siento emocionada y profundamente honrada de que el Jurado del Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales haya decidido concederme este impo r­tante premio. Supone reconocer que el trabajo fi­lo sófico sobre temas tan abstractos como la justicia social, el desarrollo humano y la naturaleza de las emociones puede contribuir a la creación de un mundo más humano y justo.”

Uno de sus últimos libros, Sin fines de lucro (2010), lleva como subtítulo la siguiente leyenda: “Por qué la democracia necesita de las humanidades”, y de­bería ser lectura obligatoria para todos aquellos que, de alguna manera, intervienen en el diseño de los sistemas educativos, si suponemos que leen y que tienen capacidad de aprender y pensamiento crítico. En Sin fines de lucro, Nussbaum, actualmente profe­sora de la Universidad de Chicago, plantea la cues­tión sin rodeos: “Estamos en medio de una crisis de proporciones gigantescas y de enorme gravedad a nivel mundial. No me refiero a la crisis económica global que inició en 2008; me refiero a una crisis que pasa prácticamente inadvertida, como un cáncer: una crisis que, con el tiempo, puede llegar a ser más perjudicial para la humanidad, me refiero a la crisis mundial en materia de educación.”

Nussbaum ha escrito también que “las artes y las humanidades no sirven para ganar dinero. Sirven para algo mucho más valioso: para formar un mun­do en el que valga la pena vivir.” •

maría Bárcena

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“ “Nussbaum ha escrito también que “las artes y las humanida-des no sirven para ganar dinero. Sirven para algo mu-cho más valioso: para formar un mundo en el que valga la pena vivir.”

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416 de diciembre de 2012 • Número 928 • Jornada Semanal

uién sabe si todo tiempo pasado fue mejor o el refrán es sólo una sentencia honda de nues­tra literatura. Pero es innegable que encierra un consuelo, que nos atenemos a esa sabi­

duría cuando las dificultades nos agobian. Lo mis­mo ocurre con el porvenir, cuando el futuro nos niega perspectivas menos azarosas. Y lo que disponga la psicología en esa materia es territorio movedizo, vis­ta la complejidad de los procesos mentales.

El caso es que en los albores del desarrollo de la televisión en México, la programación mostraba –ade­más de conocimiento– amabilidad y cortesías con el televidente, de las que carece el presente. Se ensaya­ban entonces los primeros pasos de la industria, por lo que distaba de ser el monstruo en que se ha conver­tido. Como a toda invención humana, la novedad y cierta candidez le abonaban un aire afable.

Al iniciarse la década de los sesen­ta del siglo pasado, destacaba una serie que mantenía cautivados a los niños de la cuadra los domingos por la noche. No todos los hogares contaban con televisor entonces, por lo que nos turnábamos en ca­sa de alguno. Se trataba de un programa bélico ‒fresca como estaba aún la segunda guerra mundial– en impecables tonos blanco y negro, bien que en la última temporada introduje­ron todos los colores y con ellos, creo, se perdió parte de aquella belleza, una dosis de nostálgica realidad.

Era una producción de la cadena abC de Estados Unidos, que se proyectó de 1962 a 1967. Se asegura que fue el programa más largo transmitido por tele­visión: la serie la constituyeron un total de 152 epi­sodios y pretendía honrar a la infantería del ejército estadunidense.

Años más tarde se nos fue revelando la excelencia de aquel programa y de los nombres de quienes crea­ron aquel portento, que entre otras cosas desmiente la afirmación de los medios venales de que los niños o cualquier persona común no poseen capacidad pa­ra elegir. No contábamos en la niñez con guía alguna que nos indicara que aquello valía la pena, nada que no fuese el puro y natural sentido común, la intuición humana elemental.

Su creador fue Robert Pirosh, un director y guio­nista estadunidense que obtuvo un Globo de Oro en 1949, y estuvo nominado al Oscar un par de veces, además de que colaboró algún tiempo con los her­

manos Marx. Varios directores de los episodios que constituyeron la serie alcanzaron fama mundial, par­ticipando también en otras series o dirigiendo pe­lículas para el cine: Robert Altman, László Benedek (Perry Mason, Los intocables), Richard Donner (El fu-gitivo, Kojak), Ted Post (La ley del revólver, Perry Ma-son, Columbo), Sutton Rolley (Perdidos en el espacio, Viaje al fondo del mar) y otros.

Jóvenes todos, desconocidos aún para la pantalla cinematográfica y exveteranos de la segunda gue­rra mundial la mayoría, por allí desfiló también cualquier cantidad de actores que luego alcanzarían

Saunders o el teniente Hanley; el resto del elenco in­cluía invariablemente a Kerby, Caje, el Doc y Little John, además del invitado o la invitada especial –en ocasiones era una mujer y la protagonista. Varios acto­res o actrices franceses o alemanes se sumaban al re­parto central de la serie. No es posible recordar quiénes los doblaban al español, pero la sobriedad y pureza de sus voces permanecen fijas en la memoria. Igualmen­te se halla en el recuerdo la clave con la que se comuni­caba la patrulla por radio: “Jaque mate, rey dos, aquí torre blanca, cambio...” Una bayoneta estilizada anunciaba con voz grave el nombre del programa.

Vic Morrow, el sargento Saunders, cobró fama con ese personaje, bien que no tuvo igual fortuna en el cine. Padeció una muerte atroz en 1982, a los cincuen­ta y tres años, pues fue degollado por la hélice de un helicóptero mientras filmaba una acción bélica. Mo­rrow es el padre de la actriz Jennifer Jason Leigh. Con Rick Jason, el otro protagonista mayor, quien hacía el papel del teniente Hanley, se alternaba o compartía los papeles centrales. Ambos eran neoyorkinos. Jason –Jacobson en la vida real– hizo teatro y participó en algunos filmes y otras series de televisión, pero, igual que Morrow, su papel en Combate es el más memora­ble. En algún momento trabajó bajo la dirección de

Orson Wells, y murió en 2000.Una visión especial envolvía a

aquella serie en la que, con mostrar las realidades de la guerra, privaba una imagen que no trivializaba ni exageraba la crueldad, lo cual no obstaba para que se exhibiesen la miseria y la grandeza humanas, en seres que se esforzaban por mante­ner su humanidad en medio de la barbarie.

Cada episodio portaba un título revelador, que una voz modulada anunciaba con emoción: El volunta-rio, El frente olvidado, Un día de junio, Patrulla nocturna, El prisionero, El francotirador, El soldado silencioso, Ven-

detta, Batalla, El duelo... son algunos de los episodios que recordamos. El te­

ma musical era tan contagioso co­mo el silbidillo de la película El puente sobre el río Kwai. Leonard Ros­enman, su creador, hizo también los soundtracks de Al este del edén y de

Rebelde sin causa. Tiempos menos triviales aquellos,

en la serie la fortaleza y el valor hu­manos alcanzaban destellos de epope­ya. Los personajes bien podían com­pararse con los afanados héroes que sitiaban o defendían la amurallada ciudad de Troya, hombres sometidos a las pasiones humanas y al capricho atroz de las deidades •

Leandro arellano

Combate

Q

fama mundial: Lee Marvin, John Cas­savetes, Telly Savalas, Dennis Hopper, Sal Mineo, Frankie Avalon, Robert Du­val, Charles Bronson, James Coburn, James Caan...

Un poderosísimo atractivo lo repre­sentaba, sin duda, el que la acción se desarrollara en el corazón de la Francia ocupada, en cuya extendida campiña o añejas aldeas –más de algún episodio se fil­mó efectivamente en suelo galo, hasta donde me alcanzan las noticias–, aquel reducido pe­lotón realizaba misiones de reconocimiento o inspección, patrullaba caminos, rescataba información o se adelantaba a cumplir tareas de rescate.

El pelotón estaba formado por escasos seis o siete soldados, comandados por el sargento

“ ““Jaque mate, rey dos, aquí torre blanca, cambio...”

Page 5: La Jornada Semanal

5 Jornada Semanal • Número 928 • 16 de diciembre de 2012

Foto: Aurélie Bernos de Gastold

uando hace ya unos buenos veinte años em­pezamos en México a leer la poesía de William Ospina, en un renacido interés por la poesía del país de Gabriel García Márquez y Álvaro

Mutis, que incluía sus textos junto a los de algunos compañeros suyos de generación, como Juan Manuel Roca, Santiago Mutis Durán, Samuel Jaramillo, po­cos –o más bien ninguno‒ nos imaginaríamos el de­sarrollo que su escritura tendría en el futuro. Pero como suele suceder con las lecturas afectivas y afec­tuosas, la impronta de esa primera vez permanece en todas las siguientes. Yo no me imagino de otra mane­ra a William que como poeta, por más que otros libros suyos hayan conquistado un mayor éxito de crítica, el favor del público y hasta los elogios con reservas de alguna que otra gran figura.

El poeta en su sentido más radical es lo que cam­pea en todas las páginas que Ospina ha escrito, ya sea la crónica, la novela, el ensayo o algún otro género anfibio que no sabemos bien cómo definir. El poeta, además, inscrito a un cierto desencanto alegre, si se me permite una paradoja que casi se vuelve oxímo­ron. ¿A qué me refiero? A que allá por los primeros ochenta el poeta había asumido que su deber era nombrar el mundo que se caía a pedazos, incluso si constataba que siempre se había estado cayendo, aunque ahora los pedazos eran más grandes y nos cayeran encima. No era fácil, pues también se había aprendido la lección que el propio desencanto nos había enseñado: cantar el dolor se puede volver un oficio y el poeta volverse plañidera.

Por eso en algunos casos, como el de Ospina, la poe­sía se alejó tanto del sinuoso neobarroco latinoameri­cano amenazado no con mirarse el ombligo sino con convertir al ombligo en ojo, como del intelectualismo abstruso y la poesía con buenas intenciones. Ospina era inteligente sin presumirlo, era profundo sin oscu­ridades, sabía nombrar la experiencia sin acumular diccionarios, establecer un diálogo sin servilismo con los maestros, ser pues poeta al fin como se debe. Lo fue entonces y lo sigue siendo ahora que sus registros se han ampliado y multiplicado su público.

En sus ensayos sobre los poetas y la poesía colom­biana reunidos en un reciente libro aparecido en el FCe, reflexiona y describe las obras de los poetas co­lombianos que más le han interesado y con o sin con­ciencia se describe también a sí mismo. Por ejemplo, al hablar sobre la sinceridad, ese valor tan conflic­tivo para la modernidad, señala que Juan Manuel Arango: “Ve en el lenguaje un instrumento íntimo y conmovedor para interrogar la extrañeza radical del mundo, para vivir nuestro destino de asombro y de gratitud, para expresar lo que somos y asumir nues­tra complejidad.” Yo diría de él lo mismo y sin dudar. Y no es sólo porque al leer a otros poetas uno también lee lo que cree que debe ser la poesía, sino porque Ospina reconoce el viaje o la tarea colectiva que el escritor asume: recuperar, por ejemplo, esa condición de la sinceridad real, no retórica. Al igual que antes recuperar la necesidad de una patria o matria lite­raria depurada de los afanes ideológicos de otro tiempo. Y no porque piense que la literatura no tiene ideología, sino porque sabe que todo, incluso la lite­ratura, tiene ideología.

Cuando habla de que se está haciendo tarde para el hombre, plantea un problema fundamental para

el arte, al que considera una faceta subrayadamente humana, pues si lo inhumano se expresa en esa tar­danza, significa que en efecto es tarde para el arte. Los poetas en tiempo de miseria sobre los que se pre­gunta Hölderlin, y cuya misma pregunta respondía a su para qué. Hay que recordar que sólo se hace tar­de cuando tenemos prisa. Entonces ¿qué significa escribir?, ¿es inhumano lo que hacemos al crear o al buscar una sociedad más justa?

Esa preocupación ya estaba presente en aque­llos libros no tan lejanos que nos deslumbraron en los ochenta ‒Hilo de arena, La luna del dragón, El país del vien-

to y ¿Con quién habla Virginia caminando hacia el agua?‒ aunque sea más evidente en Ursúa y El país de la canela, sus frescos narrativos más recientes‒, búsque­da de refundación de un continente narrativo, refun­dación que los novelistas latinoamericanos tienen que hacer cada día, pues son a la vez parte de Occidente y un “Oriente” accidental, nuevo, descubierto inmemo­rial, pero en realidad nunca del todo fundado.

Voy a decir algo un poco extraño. Al escribir En busca del tiempo perdido, Los Buddenbrook y Ulises, Proust, Mann y Joyce son un poco novelistas latinoa­mericanos. Refundan Occidente, un Occidente orien­tal. Y si me pongo radical, diría que ya Cervantes sabía que su obra era americana. La coincidencia del descubrimiento de América con el nacimiento de la novela moderna como género nos permite verlo co­

mo ligado a esa condición más de descubrimiento que de novedad. No es el único escritor de su gene­ración que evolucionó de la poesía a la novela: lo hicieron también Piedad Bonnet y Darío Jaramillo, los tres de manera notable.

¡Cuál es la manera en que Ospina marca la ruta na­rrativa actual? libros como La flor de la canela señalan esa voluntad de restaurar el continente imaginario/encontrado que es América. A sus poemas nerviosos de los años ochenta, que podríamos caracterizar de antiépicos, capaces de nombrar lo más propiamente personal e individual, los sucede una narrativa coral,

bajtiniana se diría, en que es el continente el indivi­duo, es lo colectivo lo que fundamenta. Hay lenguas, creo que especialmente las indoamericanas, que no tienen palabra para nombrar la soledad, porque el concepto les parece inverosímil y por lo tanto no exis­te. Sin embargo, Ospina es claramente un hombre de su tiempo, ese tiempo en que es tarde para el hom­bre. Pero si el concepto de soledad no existe, no po­demos hablar de hombre, sino de hombres ‒el plural cambia su sentido. Yo creo, como él pensaba o intuía hace veinte años, que es tarde para el hombre, pero no para los hombres •

*Fragmento del texto leído en Ciudad Juárez durante el festival Letras en el Bravo, en el contexto

de un homenaje a William Ospina.

José maría espinasa

Para leer a William

C

ospina*

Page 6: La Jornada Semanal

616 de diciembre de 2012 • Número 928 • Jornada Semanal

esde el 17/10/54 hasta el 31/12/99 le he de­dicado a la radio cuarenta y cinco años, dos meses y catorce días de mi vida. Tengo im­plementada, pues, en mi disco duro, una de­

formación profesional que me hace ver (oír) radio hasta cuando el soporte lo impediría físicamente: en las páginas de un libro. Y uno de los pocos, de los muy pocos descubrimientos que creo haber hecho, a lo largo de mi vida como lector, es el de la presencia de la radio, en calidad de Deus ex machina, dentro de la literatura latinoamericana.

No hablo de que se la mencione aquí y allá, aun­que de eso también hay mucho; muchísimo más, ten­dría que añadir. No. Hablo del momento en que re­sulta que aquello que oyen los personajes de aquellas narraciones donde la radio aparece, ese mensaje que transmite la radio es el motor de la acción que sigue.

Se puede ver (y oír) de manera clarísima en Estaba la pájara pinta sentada en el verde limón, la admirable novela de la colombiana Albalucía Ángel, algunas de cuyas páginas son lecciones de historia de América Latina. En particular donde se relatan los momentos inmediatamente posteriores al asesinato de Jorge Eliecer Gaitán y cómo se inicia el bogotazo: la familia de la protagonista oyéndolo todo transmitido por las emisoras locales, incluso en vivo el disparo que aca­bó con la vida del fotógrafo Parmenio Rodríguez (un balazo que atraviesa su cámara y le destroza el cere­bro, episodio que se repetiría con un camarógrafo sueco cuando el pinochetazo de nuestro 11S, el del asalto –financiado por la Cia– al poder legalmente constituido en Chile).

Páginas enteras de La tía Julia y el escribidor, de Vargas Llosa, avalan lo que digo sobre el papel de la radio en la vida cotidiana de Latinoamérica, y su reflejo en su literatura. Y el cuento “Cambio de lu­ces”, de Julio Cortázar. Y las novelas Boquitas pinta-das, de Manuel Puig, y Compañeros de viaje, de Luis Fayad. Y las obras teatrales Bôca de ouro, del brasi­leño Nelson Rodrigues, y El vuelo de la grulla, de la costarricense Ana Istarú. Todos los países y todos los géneros literarios, según lo demuestra el exten­so archivo que logré armar a fuerza de lecturas y de no perder de vista esa presa, un animal todavía no

abatido por la cinégetica analítica de la literatura del continente.

Pero el ejemplo más notable siempre seguirá sien­do La guaracha del macho Camacho.

Es aproximadamente 1954 y las radionovelas es­tán pasando de moda. Sí. Pero la radio, no.

Los latinoamericanos siguen oyendo radio de una manera intensa. Tan intensa que un puertorriqueño, Luis Rafael Sánchez, se permite el lujo de escribir esa magnífica novela teniendo como hilo rojo de la misma el discurso verborrágico de un discotequero, de uno de esos animales microfónicos que no impor­ta lo que verborrageen con tal de mantener a la radio­audiencia absorta, hechizada, fascinada... (no daré más rodeos: hipnoidiotizada) y sin la más mínima distancia, no ya crítica sino ni siquiera precautoria, respecto del discurso.

La intriga política, social, humana, histórica, cos­tumbrista, lo que los críticos clásicos llamarían el “argumento” de la narración, es algo que queda re­legado a segundo término por la facundia del disco­tequero (en ocasiones casi un sosias de Cantinflas), que al final se evidencia como el único metafísico auténtico de toda la novela. Por ser aquel que sabe –aunque no lo sepa de un modo consciente– que el mundo, como dijo Shakespeare, tan sólo consiste en «words, words, words».

Valga un ejemplo del contagioso ritmo de ese par­loteo: «Acaban de empezar a oír mi acabadora Dis­coteca Popular, que se transmite de lunes a domingo del doce del mediodía a doce de la medianoche por

la primera estación radiodifusora y primera estación radioemisora del cuadrante antillano; continúa en el primer e indispensable favor del respetable público, después de ocho semanas de absoluta soberanía, ab­soluto reinado, absoluto imperio, esa jacarandosa y pimentosa, laxante y edificante, profiláctica y di­dáctica, filosófica y pegajosófica guaracha del Macho Camacho La vida es una cosa fenomenal. [...] Y se­ñoras y señores, amigas y amigos, ese hombre se sien­ta un día y escribe una guaracha que es la madre de las guarachas, sabrosona, dulzona, mamasona. Y esa guaracha por ser tan de verdad se va al cielo de la fama, a los primeros pupitres de la popularidad, al repertorio de cuanto combo está en el guiso, a los cuadrantes de cuanto combo está en la salsa y el com­bo que no está en la salsa no está en ná. [...] Y señoras y señores, amigas y amigos, aquí está la guaracha del Tarzán de la cultura, el Supermán de la cultura, el James Bond de la cultura, aquí está y está aquí la ecuménica guaracha del Macho Camacho La vida es una cosa fenomenal».

Y en torno a esa guaracha, en un embotellamiento de tráfico en San Juan de Puerto Rico, gira toda la novela y se palpa y se siente y se masca la vida del Caribe. Y es que ya lo dijo Alejo Carpentier, hace no sé cuántos calendarios: el Caribe «suena, suena...»

Lo que Luis Rafael Sánchez no dice en su novela de manera expresa, pero lo pone de relieve de mane­ra ejemplar, es algo que formuló, también de manera ejemplar, el periodista uruguayo Hugo Alfaro, funda­dor y director del semanario Brecha: «El programador de una emisora –y él lo sabe– es un agente cultural ante la sociedad, a la que modifica con sus mensajes. Tendría que ser responsable por el uso de la onda cuyo usufructo le cedió precariamente el Estado, y por el signo (positivo, maligno o neutro) de su prestación. Pero ¿quién le pide cuentas, y a quién le sirve el libe­ralismo de no pedírselas? Mañana, a las siete y vein­te, por supuesto Carlos Gardel. Pero no nos dejemos adormecer –no se dejen los jóvenes adormecer –por los que quieren hacernos a su opaca semejanza. La falta de mensaje también es un mensaje».

Lo curioso, y con ello termino, es que la rúbrica de ese artículo de Hugo Alfaro [Brecha, 20/2/1987] se llamaba “Del hecho al dicho”, y a mí me parece que jus­tamente en América Latina de lo que habría que pasar es del dicho al hecho •

ricardo Bada

Luisrafael y La guarachadel MachoCamacho

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Faul

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Page 7: La Jornada Semanal

7 Jornada Semanal • Número 928 • 16 de diciembre de 2012

Carlos maría Domínguez

n julio pasado la ciudad de Oxford, Missis­sippi, se vio agitada por el cincuentenario de la muerte de William Faulkner, ocurrida el 6 de julio de 1962. Sin embargo, es ino­cultable que la ciudad lo acusó de que su obra siempre resultó difícil para el público y de que hablaba muy mal ella, hasta que

el otorgamiento del Premio Nobel lo convirtió en su ciudadano más célebre. Cuando en 1949 recibió el galardón sueco, hacía siete años que sus libros no se vendían ni reeditaban. La situación editorial de Faulkner es apenas mejor ahora, pero su obra gravi­ta en la literatura como un asombroso logro.

La razón de que Faulkner merezca estudios es es­trictamente literaria. No cazó elefantes, no militó por los derechos de los negros o los indios, no jugó en Wanderers, no cometió grandes transgresiones mo­rales. Joseph Blotner le dedicó una monumental bio­grafía y su trabajo arroja la abrumadora evidencia de que los datos no explican al hombre y el hombre no explica la obra. Todo lo que importa de Faulkner es lo que dejó escrito.

“Mi única ambición, como persona reservada que soy ‒dijo una vez‒, es que me borren y echen de la historia, sin dejar rastro, sin más restos que los libros publicados; ojalá hace treinta años hubiese tenido suficiente perspicacia para prever lo que iba a ocu­rrir, como algunos isabelinos, y no los hubiese firma­do. Es mi propósito que, vencidos todos los esfuer­zos, la esencia y la historia de mi vida, que en la frase equivalen a mis exequias y a mi epitafio, sean ambas: ‘Compuso libros y murió.ʼ” La brevedad de su des­pedida es más orgullosa de lo que aparenta. Que ha­ya protegido su vida privada con tanto celo arroja luz sobre otra de sus frases controvertidas: “Un artista es una criatura impulsada por demonios. No sabe por qué ellos lo escogen y generalmente está demasiado

ocupado para preguntárselo... Su única responsabi­lidad es con su arte. No deberá tener ningún escrú­pulo y, de ser necesario, arrojará todo por la borda: honor, orgullo, decencia, seguridad, felicidad y, si tiene que robar a su madre, no dudará en hacerlo.”

Algunos escritores vieron en esta afirmación un permiso para robar a la madre y después contarlo, pe­ro resulta obvio que Faulkner no pensaba en garan­tizar el arte con una mala vida, sino con el sacrificio impuesto por la obra. Gran parte de su ambición fue ex presar que los hechos no hablan por sí mismos; hay que asediarlos tantas veces como sea posible, por­que la verdad asoma como secreto, tiene estructura de secreto y no se puede conocer. Faulkner encarna un momento residual de la novela, que desde Walter Scott (1771­1832) dio al género la ilusión de conocer la realidad por su detalle. Frente a cualquier género dramático, desde entonces la novela reinó como el arte mejor dotado para recorrer y condensar el tiem­po. Toda la novela del siglo xix se consagró a ello, hasta el paso extraordinario con que Marcel Proust descompuso el detalle en las caudalosas percepcio­nes de un sujeto extraviado en su experiencia.

Detrás de Proust y del empeño de James Joyce en cambiar la naturaleza de la novela por el tejido de los procedimientos verbales, Faulkner dio la realidad por perdida y entendió el lenguaje como una forma no resignada del asedio. Lo dijo en la novela, y acaso es de las últimas cosas importantes que dijo la nove­la en el siglo xx.

La imaginaria ciudad de Jefferson y el condado de Yoknapatawpha, con sus negros, sus indios, sus blan­cos pobres y sus blancos ricos, desde los tiempos de la Guerra de secesión (1861­1865) hasta la gótica mo­dernidad del sur de Estados Unidos, fue el escenario privilegiado de su visión narrativa. No sólo una voz, un carácter, los temas, los personajes, un tempo, un Fa

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estilo. Sobre todos los recursos que utilizó para na­rrar sagas familiares ‒los Sartoris, los Snopes, los Sutpen, los Compson, los Bundren‒ impera una vi­sión de la naturaleza humana y de la forma en que puede ser contada. A esto se refirió Jorge Luis Borges cuando afirmó: “Entre los grandes novelistas, Joseph Conrad fue acaso el último a quien le interesaron por igual los procedimientos de la novela, y el destino y el carácter de las personas. El último, hasta la apari­ción tremenda de Faulkner.”

Es penoso para las letras del siglo xxi que las pre­tensiones de Joyce, Proust y Faulkner lleven el dis­curso por caminos que se oyen trascendentes, pero sin la asunción de esta pena no hay modo de ser jus­tos con el lugar que ocupa Faulkner en la literatura.

DamaS y eSPeCtro

Después de un temprano libro de poemas, The Marble Faun (1924), Faulkner inició una obra narrativa que abarca una veintena de novelas y un centenar de cuentos. Sensible a la épica, ambientó historias en las dos guerras mundiales (La paga de los soldados, Una fábula, los relatos “Todos los aviadores muertos”, “Ad Astra”, “Victoria”, entre otros), la Guerra de sece­sión (Banderas sobre el polvo, reescrita en la versión de Sartoris, Los invictos), y la aviación civil, a la que fue afecto en su juventud (Pylon). Su novela más expe­rimental, bajo el notorio influjo de Joyce, fue El ruido y la furia (relato a cuatro voces, iniciado por la de Benjy, el idiota de la familia Compson), y la más com­pleja y ambiciosa, Absalom Absalom!, historia del in­cesto y el horror por la cruza de razas en la familia de los Sutpen, narrada simultáneamente en dos tiempos: la conversación del joven Quentin con la anciana Rosa Coldfield una calurosa tarde a fines del verano, y la de Quentin con un compañero de la universidad de Harvard. Trabajó en ella muchos años, la publicó en 1936 y pertenece a su período más creativo, del que también forman parte Mientras ago-nizo y Luz de agosto.

Palmeras salvajes fue, acaso, su novela más para­dójica y más frecuentada. El contrapunto a los sacri­ficios de Charlotte y Wilbourne por conservar su amor ‒el encuentro de un preso fugado con una mu­jer embarazada durante una inundación del Missi­ssippi, y el empeño del condenado por huir del amor‒,

acabó por impregnar de un modo más vívido la me­moria de los lectores. Pero ambos relatos cierran su cuento con dos frases encadenadas; la conclusión de Wilbourne: “Entre la pena y la nada, elijo la pena”, y la conclusión del condenado: “women shit”, corola­rio de la inclusa trama amorosa del hombre. Entre sus libros más accesibles destacan Intruso en el polvo (his­toria de un secreto oculto en una tumba y en el or­gullo de un hombre negro), La escapada (también tra­ducida como Los rateros, aventura de un niño con un sirviente negro), Réquiem para una monja (el juicio a una doméstica por asesinato, enlazado a los orígenes de la ciudad de Jefferson, descritos con un maravi­lloso tono de comedia), también el relato policial de Gambito de caballo, protagonizado por un personaje quijotesco y recurrente en sus novelas, Gavin Ste­vens, un abogado de memoria piadosa sobre la con­dición de los estados sureños y con suficiente coraje para meterse en toda clase de problemas.

De todas sus novelas, la que alcanzó mayor éxito, sin embargo, fue Santuario (1931), y fue un éxito bus­cado con resentimiento por la indiferencia del públi­co frente a sus obras anteriores. Se propuso escribir una historia perversa, con suficiente morbo para agradar y llamar la atención: la violación de la joven Temple Drake por el gángster Popeye, cuya impoten­cia lo llevó a utilizar una mazorca. Faulkner despreció la novela durante el resto de su vida, pero es induda­ble que Santuario le dio su mayor proyección dentro y fuera de Estados Unidos. Fue la primera de sus novelas traducidas al español, por el escritor cubano Lino Novás Calvo, y antecede a la excelente traduc­ción que hizo Borges de Palmeras salvajes, en 1940.

Muchos de sus cuentos se convirtieron en clásicos, como “Una rosa para Emily” o “El oso”, integrado a la compilación “Desciende Moisés”, donde el mundo de los indígenas completa el mapa racial de Yokna­patawpha, centro del plan más rotundo de su obra:

un condado ficticio y sumergido en los conflictos del sur de Estados Unidos, sin otro beneficio que el de condensar los secretos morales, íntimos y sociales del hombre, bajo el tenaz asalto del lenguaje en su afán por penetrar en ellos. “Hace largos años noso­tros, los sureños ‒escribió en los inicios de Absalom Absalom!‒ convertimos a nuestras mujeres en damas. Luego vino la guerra y las damas se transformaron en espectros. Siendo, como somos, caballeros ¿qué otro remedio nos queda sino escuchar a las espec­trales señoras?” Con la memoria de las mujeres y los hombres, y la arbitrariedad de sus recuerdos, Faulk­ner construyó una trama por encima de la trama de sus novelas, dignamente irresuelta pero capaz de consolidar una de las más extraordinarias aventuras del género en la literatura moderna.

eL eStiLo

En repetidas ocasiones se ha señalado que gran parte de la dificultad par leer a Faulkner reside en el estilo laberíntico y enredado de su prosa. Períodos larguí­simos de oraciones derivadas, interceptadas por ex­tensas acotaciones entre paréntesis, una sintaxis caó­tica y largos párrafos donde la comprensión vacila como el cabo de una vela en la oscuridad. Pero su es­tilo lo llevó a merecer el Nobel de literatura y, a me­nos que consagremos la identidad de los méritos con los defectos, la aparente contradicción pide anotar que gran parte del placer ofrecido por sus libros radi­ca en el asombro de oír y ver asomar manifestacio­nes de la realidad por primera vez en el lenguaje de los sentidos. Cuando su caudaloso registro de re­cursos lleva la historia por sus formas biológicas y sen­sibles, la ilusión del mundo se abre en infinitos plie­gues perceptivos; cuando se extravía en la oscuridad, la atención del lector queda suspendida, no sólo fren­te a la dificultad del escritor, sino también frente al mis­terio que aborda. El secreto humano, sea el de honor, el del orgullo o el de la debilidad, dice “tocado”.

El monólogo interior, el discurrir caótico de la conciencia, la frecuentación de planos simultáneos en los que conviven múltiples testigos y las derivas del relato omnisciente, son técnicas vanguardistas rigurosamente estudiadas por la crítica literaria, pe­ro sobre los dominios de Faulkner en el arte de escri­bir prima la desesperación del lenguaje por ahondar en el alma de los hechos, a conciencia de que no en­tregarán su última palabra antes que el escritor asu­ma su derrota y vuelva a intentarlo. En cierto modo, propone una conciencia trágica del lenguaje, ejercida con el estoicismo de reconocer que su propósito está más allá de sus fuerzas, pero no dejará de conquistar el fracaso que se merezca.

Su fracaso fue prodigioso porque su ambición era grande, y está expresada hasta en el labo­rioso trabajo de contar la sinuosa trayectoria de un tordo al cruzar un campo de flo res, o los destinos del perro viejo y el perro joven del señor Bayard, en Sartoris. No porque le pareciera un buen ejercicio o careciera de mejores rumbos que tomar en el re­lato, sino porque todo lo que existía, existía para ser nombrado en su destino, igual que los restos de cocinas y maderas, y árboles y animales arrastrados en la cé­lebre crecida del Mississippi integrada a Palmeras salvajes. La ambición de Faulkner fue la del demonio, como la de

“ ““Mi única ambición, como persona reservada que soy ‒dijo una vez‒, es que me borren y echen de la historia, sin dejar rastro, sin más restos que los libros publicados.”

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otros grandes escritores: ejercer por el engaño y la ilusión, el arte de un dios.

Su legado hoy luce suspendido en el limbo de los vie­jos logros dejados a un lado por las modestas y vigoro­sas disuasiones de la postmodernidad. Lo que no deja de asombrar es que él mismo lo haya anticipado en su discurso de aceptación del Premio Nobel, con el espí­ritu de quien pretende provocar una vieja confianza:

Nuestra tragedia actual es un temor general en todo el mundo, sufrido por tan largo tiempo que ya hemos aprendido a soportarlo. Ya no existen problemas del espíritu; sólo queda esta interrogante: ¿Cuándo estalla­ré? A causa de ella, el escritor o escritora joven de hoy ha olvidado los problemas de los sentimientos contra­dictorios del corazón humano…

Ese escritor joven debe compenetrarse nuevamente de ellos. Aprender que la máxima debilidad es sentirse temeroso; y después de aprenderlo olvidar ese temor para siempre, no dejar lugar en su arsenal de escritor sino para las antiguas verdades y realidades del corazón, las eternas verdades universales sin las cuales toda historia es efímera y predestinada al fracaso: amor y honor, pie­dad y orgullo, compasión y sacrificio. Mientras no lo haga así, continuará trabajando bajo una maldición. No escribirá de amor sino de sensualidad, de derrotas en que nadie pierde nada de valor, de victorias sin espe­ranzas y, lo peor de todo, sin piedad ni compasión. Sus

penas no serán penas universales y no dejarán huella. No escribirá acerca del corazón sino de las glándulas. Mientras no capte de nuevo estas cosas, continuará es­cribiendo como si estuviera entre los hombres sólo ob­servando el fin de la Humanidad. Yo rehúso aceptar el fin de la Humanidad.

Puede que la advertencia suene solemne y vieja, co­mo la de un espectro en una mansión llena de polvo y recuerdos inútiles, pero si fuera el caso, todavía es posible agradecerle su voluntad de permanecer.

eL DoBLe ViaJe Por amériCa LatiNa

Fue Juan Carlos Onetti el escritor latinoamericano que abrazó con mayor intensidad el influjo de Faulkner, también presente en la breve obra de Juan Rulfo; de un modo sensible en la de Juan José Saer; temá ticamente alentador para García Márquez, Vargas Llosa y Carlos Fuentes, entre otros escritores del llamado Boom. Es notorio que la decadencia de latifundistas orgullosos de sus tradiciones, con sus trabajadores negros e in­dígenas, sus pueblos rurales y sus viejas épicas, ofre­cía mayores puntos de identificación con la herencia católica y colonial de América Latina que la moder­nidad encauzada por los yanquis del norte.

En algunos casos la influencia fue profunda; en otros, superficial, pero Faulkner no dejó de provocar un gran impacto entre narradores y lectores atentos a la vanguardia que representaba la obra del escritor sureño en el género de la novela. Sus libros otorgaron permisos para regresar a viejas historias con técnicas nuevas, alentaron la frecuentación de las sagas y la creación de territorios de ficción, parejamente invo­lucrados con los conflictos de los territorios reales. El impulso provino, sin embargo, de un escritor de filiación conservadora, nada afín a los ideales anti­imperialistas de la mayoría de sus admiradores en el continente. En ninguna otra obra estadunidense quedaron expuestos de modo más rotundo los pre­juicios, injusticias y conflictos promovidos por el racismo que en la del fundador de Yoknapatawpha, pero Faulkner no prolongó la dimensión ética de su obra en compromisos extrali terarios. Prescindió de las demandas sociales y po líticas, a regañadientes aceptó ir a recibir el Nobel ‒medió un pedido del gobierno de Estados Unidos‒ y sólo cuando se le aca­baron las excusas accedió a viajar a América Latina, en dos ocasiones.*

En su libro Creating Faulknerʼs Reputation: The Polit ics of Modern Literary Crit ic ism , Lawrence

Schwartz afirmó que el ascenso de Faulkner a la fama durante los años cuarenta y cin­

cuenta estuvo relacionado con un pro­yecto cultural de la Guerra fría que

promovió el modernismo anglosajón “como un instrumento del anti­co­

munismo”. Su primer viaje fue en agosto de 1954, pocas semanas

después de que la Cia derroca­ra al gobierno de Guatemala,

dentro de un programa del Departamento de Estado

estadunidense para me­jorar la imagen de sus relaciones con Améri­ca Latina. Hizo una escala en la embajada

de Lima, donde brindó una exitosa conferencia

de prensa, y viajó junto

a Robert Frost a participar en un congreso interna­cional de escritores en San Pablo, Brasil, en el que el Departamento de Estado concentraba sus expectati­vas. Pero apenas llegó el 8 de agosto, comenzó a be­ber en exceso ‒el abuso del alcohol lo acompañó du­rante gran parte de su vida‒ y al día siguiente no participó en ninguna de las reuniones. A duras penas logró mantenerse de pie durante una breve aparición en la recepción que le dedicaron en su honor, tenaz­mente vigilado por los funcionarios esatduniden­ses. Esa noche continuó bebiendo en el hotel hasta el borde del coma etílico, por lo que debió ser atendido a la mañana siguiente. Se informó públicamente que “la reaparición de una vieja herida de guerra lo había incapacitado para asistir a las sesiones”, excu­sa derivada de otra mentira. Cuando Faulkner fue a alistarse, lo rechazaron por su baja estatura, pero du­rante el resto de su vida alentó la idea de que había participado en la segunda guerra mundial.

Suspendida la mayoría de las actividades progra­madas, Faulkner asistió a unas pocas ceremonias y tomó el vuelo de regreso con escala en Caracas, don­de logró brindar una conferencia de prensa. Fue “una semana angustiante”, dijo el informe oficial de la uSiS (Servicio Informativo y Cultural de Estados Uni­dos). Todos los funcionarios “estuvieron constante­mente junto a él durante su estadía para evitar cual­quier incidente mayor y toda cobertura de prensa desfavorable que pudiesen realizar los periódicos comunistas”. “No se alcanzó el máximo resultado de la visita del Sr. Faulkner ‒escribió John Campbell‒ y los frutos de sus visitas no guardaron proporción con la inversión financiera realizada por el gobierno de Estados Unidos.”

El segundo viaje lo realizó a Venezuela el 2 de abril de 1961, a pedido del Departamento de Estado para promover “un mejor entendimiento cultural”. Entonces Estados Unidos refugiaba en Miami al dic­tador Marcos Pérez Jiménez, Legión de Mérito por sus esfuerzos anticomunistas, pero expulsado de Venezuela en 1958; acababa de bajarle al país cari­beño una cuota en las importaciones de crudo y en la última visita de Nixon la comitiva había sido ata­cada por manifestantes. Faulkner aceptó la invita­ción señalando que “había esperado que la nueva administración [Kennedy] ya hubiese elaborado para aquel tiempo una política exterior. Entonces amateurs como yo (los reacios) no necesitaríamos ser enviados al frente”.

En Caracas, Faulkner se reunió varias veces con el presidente Betancourt, Rómulo Gallegos, Uslar Pie­tri, Juan Bosch y Arturo Croce. Un gran despliegue de prensa le permitió conquistar al público, eludió con soltura las preguntas más incómodas de los pe­riodistas y fue condecorado con la Orden Andrés Bello, para lo cual preparó un discurso que leyó en español. Esta vez las autoridades estadunidenses quedaron plenamente satisfechas y Faulkner regre­só a Oxford el 18 de abril, un día después de la fallida invasión de Bahía de Cochinos, en Cuba •

* El relato de los viajes de Faulkner a América Latina fue presentado por la académica Deborah Cohn, de Indiana University, en el encuentro dedicado a Faulkner por el Departamento de Letras Modernas de la Facultad de Humanidades, en Montevideo, junio de 2007. El traba­jo se titula “Combatiendo el clima anti­estadounidense durante la Guerra Fría: Faulkner, el Departamento de Estado y América Latina”, recogido en William Faulkner y el mundo hispánico. Diálogos desde el otro sur, Serie Mon­tevideana Nº 5, Linardi y Risso, Montevideo, 2008.

“ “Compuso libros y murió

Fotos: Hulton archive

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En breve cárcel,Sylvia Molloy,fce,Buenos Aires, 2012.

DIFERENCIA CLARA Y VITAL

RAÚL OLVERA MIJARES

UNA HISTORIA ENTRE MUJERES

RAÚL OLVERA MIJARES

Futurama. Literatura y ciencia a través del tiempo,Carlos Chimal,fce, México, 2012.

Que un crítico literario tenga pretensiones como au-tor de ficción no es una cosa rara, entre el staff de

Letras Libres varias voces (Sheridan, Bradu, Domínguez y Lemus) es frecuente hallar tal anhelo. Más específica-mente el medio de la docencia universitaria ha sumi-nistrado ciertos ejemplos, preponderantemente muje-res, como Margo Glantz y Cristina Rivera Garza, por nombrar sólo a dos de ellas, muy contrastantes entre sí y con diversos alcances prácticos. Los emigrados argen-tinos son hoy por hoy quienes, en las universidades de estadunidenses, dominan los departamentos de litera-tura hispanoamericana. Dos de ellos, Ricardo Piglia y Sylvia Molloy, avalan con su renombre la nueva Serie del Recienvenido que el fce saca a la luz en Argentina. En breve cárcel es una novela que Sylvia Molloy publicó en España (Seix Barral, 1981), sin mayor respuesta por parte de la crítica de su país como sucedió en otras par-tes de la América hispana.

Narrada en tercera persona desde la perspectiva de uno de los personajes, una escritora que vive en el extranjero y rememora frag-mentos de su infancia en Ar-gentina, la novela se centra en un trío amoroso integrado por la escritora, una amante más joven y otra amante más vieja. El personaje narrador queda sin nombre mientras la mujer más experimentada y de mayores posibilidades ad-quisitivas se llama Vera, y la moza, desde luego más loza-na y de mayor atractivo, Rena-ta. También están los fugaces atisbos a su pasado con el pa-dre, la madre y la hermana menor, Clara. La novela arran-ca y concluye en la habitación en que la protagonista está esperando a Renata, que es justo donde Vera le dio cita por primera vez. Los papeles se invierten entre do-minatrix y dominata: Vera subyuga a la escritora, mien-tras ésta intenta hacer lo propio con Renata, si lo consi-gue o no es otra cosa. La historia personal, cuajada de ensimismamiento y dudas acerca de sí misma, habrá de conducir a la reconcentrada protagonista a un calle-jón sin salida.

El escritor está hecho para estar solo. Desde niña en un vestidor, donde tenía su espacio privado, ahí leía y escribía. Impresiona que una pasión amorosa, más o menos frustrada, sea suficiente para sostener la tensión del relato, cuya virtud principal radica en el lenguaje, un español siempre mesurado que, sin evitar por siste-ma los regionalismos, aspira a un grado de abstracción y universalidad que lo vuelven particularmente resis-tente al tiempo y las disímbolas lecturas efectuadas en otros países de expresión hispana. Treinta años tiene la novela de haberse escrito y no por ello ha perdido vi-gencia. El rigor consigo misma, por parte de la autora, de deslindar claramente sus respectivos oficios de en-sayista y narradora, es notable. La lectura en clave au-tobiográfica no está excluida. Molloy es estudiosa de Borges y lee sus textos, incluso aquellos más formales y abstrusos, como una proyección de sí mismo •

Ciencia pura y creación literaria parecen ser dos reinos que rara vez se tocan, excepción hecha de la

novela de ciencia ficción sobre todo con visos futurísti-cos. Carlos Chimal, discípulo de Augusto Monterroso, se propone ilustrar en su más reciente obra, una co-lección de artículos y ensayos de divulgación científica, a aquellos curiosos, sedientos de entender qué tipo de relación puede darse entre la física cuántica de Niels Bohr, Enrico Fermi y Werner Heisenberg y escritores que encabezaron la vanguardia con sus nuevas for-mas de narrar como son James Joyce y Virginia Woolf o Raymond Queneau y Georges Perec.

Alentado en sus años mozos por revistas y suple-mentos culturales, el autor comenzó a incursionar con una prosa ágil, informativa, que persigue la pulcritud y se ve seducida por múltiples lecturas en otras len-guas, sobre todo en inglés, en el aparentemente sencillo terreno de esclarecer para un público no especializado una serie de conceptos, que va desde la teoría de la re-latividad y sus corolarios para la astrofísica y la cosmo-

logía hasta el proyecto de la inteligencia artificial, las ciencias cognitivas y la robótica, pasando por la genética y la teoría de la evolución. El resultado es un recorrido a través de paisajes contrastantes que ponen de relieve insospechados parentescos en-tre autores como Edgar Allan Poe, quien además de interesarse en sus ensayos por describir un famoso autómata mecánico de aquella época, en su poema “Eureka” barrunta la existencia de la materia oscu-ra, una hipótesis que en la ciencia habrán de for-mular en el siglo xviii Pierre-Simon Laplace y John Michell, con los llamados hoyos negros, confirma-da en nuestros días por expertos del calibre de Jo-hn Wheeler y Stephen Hawking.

Carlos Chimal es miembro del Sistema Nacional de Creadores. En México el nivel de las letras es aceptable. Un escritor puede sobrevivir valiéndose

de su ilustración en las ciencias. El caso inverso, entre nosotros, resulta raro, el de un científico que medre gracias a sus habilidades artísticas. Es claro que alentar las ciencias y las artes no es lo mismo y no a causa del monto de las erogaciones por parte del Estado, sino más bien por las consecuencias: los artistas subvencionados con generosidad son siempre dóciles; la historia no es la misma con los hombres de ciencia, para dolor de ca-beza de los políticos. El desarrollo tecnológico y cientí-fico plantea consecuencias de gravedad para otros países más poderosos, que pueden verse vulnerados en sus inte-reses económicos. Conviene mantener los tratados inter-nacionales y convenios firma-dos, observar puntualmente las licencias y patentes de apa-ratos o medicamentos, por más útiles y sencillos de pro-ducir que sean. La responsa-bilidad moral de los estadistas se pone más en entredicho con la ciencia que con el arte. La diferencia entre los poderosos y los sometidos se vuelve aún más clara y vital •

3D, Jorge Márquez, Ediciones Sin Nombre/Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Puebla, México, 2012.

A pesar de lo que pueda sugerir un título tan sintético y, al

mismo tiempo, tan alusivo a la tecnologización imparable del mundo contemporáneo, el autor

de este poemario “no busca ni vanguardismos ni experimentos sino apuntar y apostar por el canto”. Tres son los cuerpos, o quizá vale decir estaciones, en los que el volumen equilibra el

peso específico de su palabra; simplemente denominados con un número romano, a manera

capitular, cada uno de estos bloques aborda, en piezas ora de mediano aliento, ora breves

o brevísimas incluso, alteridades, abstrac-ciones, evoluciones y fusiones, pero también

ceremonias, milagros, travesías, fábulas, motivos, inquietudes y esencias varias.

La Jirafa. Cuento zapotlense contemporáneo, varios autores, Editorial Universitaria, Universidad de Guadalajara, México, 2012.

Autor del prólogo con que abre este cuentario, Ricardo Sigala nombra en él a las celebridades nacidas en Ciudad Guzmán, conocida también como Zapotlán el Grande: Arreola, Orozco, Rolón, Consuelo Velázquez y Rubén Fuentes. El volumen toma nombre de la publicación periódica, generada en aquel

occidente mexicano, cuya vocación literaria en particular y cultural en general, ha dado espacio a plumas que antes no lo tenían. Como lo indica

el mismo título, los autores convocados, todos jóvenes, comparten con los artistas menciona-dos el hecho de su oriundez. No es improbable

que alguno, y preferentemente algunos, de ellos, prosigan sus personales singladuras creativas en

aguas que trasciendan la esfera local que, por buen principio, ahora los acoge.

Baladro, Francisco Segovia, Secretaría de Cultura del Distrito Federal/Ediciones Sin Nombre, México, 2012.

Tiene Francisco Segovia, en el espectro abundante de la poesía

mexicana, un lugar propio y bien ganado desde hace ya muchos libros y no menos años. Académico, traductor, ensayista y lexicógrafo, además de poeta, Segovia es uno de esos autores que siempre han combinado felizmente sus tareas teórico-investigativas y sus placeres creativos. Muestras recientes de ello son, entre otros, su ensayo Jorge Cuesta:

la cicatriz en el espejo, de 2004; así como los poemarios Elegía, de 2007, y Partidas, del

reciente 2011. Este Baladro, dicen los que saben, “nos sorprende con un nuevo giro” –respecto

del citado Partidas–, pero “es al mismo tiempo la continuación de aquella apuesta y su radical

puesta en duda desde el lenguaje y el ritmo mismos”.

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Jornada Semanal • Número 928 • 16 de diciembre de 2012

EL JUICIO POLÍTICO DE LA HISTORIA

RAÚL OLVERA MIJARES

Los árboles que poblarán el Ártico,Antonio Deltoro,era/unam,México, 2012.

INVITACIÓN A CAMINAR

RICARDO YÁÑEZ

Viaje de Vuelta. Estampas de una revista,Malva Flores,fce, México, 2011.

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MARILYN y las devastaciones del OlimpoAugusto Isla Entrevista con Guadalupe Nettel

El golpe a Excélsior por parte del régimen de Echeve-rría y el fallecimiento de Octavio Paz son dos fechas

que vienen a delimitar la existencia de la revista Vuelta (1976-1998). Es justo entre la historia política y la litera-tura, entendida a la vez como creación y crítica, que el libro de la poeta Malva Flores (1961) intenta hallar los ejes temáticos de un nutrido y bien informado volumen, una de cuyas mayores bondades consiste en el traba-jo previo de investigación, acopio de materiales y re-flexión consensuada, el cual se declara desde las prime-ras páginas en forma de “Agradecimiento” hacia una serie de personas, principalmente el equipo de la revis-ta, que contribuyeron con testimonios o puntos de vista, a ir forjando el andamiaje general y el panorama histó-rico del ensayo, así como la consulta de fuentes pri-marias y hemerográficas.

El libro arranca a partir del propósito original de Oc-tavio Paz de fundar una revista acerca de literatura, pensamiento sobre ésta, reflexión sobre la cultura en sus más diversas manifestaciones. Pasar de los temas estric-tamente culturales a los políticos era casi un recorrido obligado. Hacia el final del libro, el lector se queda con la impresión de ver desfilar ante sí la historia reciente de nuestro país en su apabullante conjunto: el impac-to del Tratado de Libre Comercio, la insurgencia zapa-tista en Chiapas, el peso mítico –casi poético– del sub-comandante Marcos, el asesinato no totalmente esclarecido de Luis Donaldo Colosio, el triunfo de la ultraderecha durante la llamada Transición, el fortalecimiento de la izquierda tumultuaria y, finalmente, el regreso de-moledor del antiguo partido mayoritario.

Paz y quienes lo acompañaban en la revista, algu-nos veteranos desde los inicios con Plural (1971-1976) y otros nombres nuevos que se fueron sumando al sonoro contingente, realizaron un aporte innegable a la cultura no sólo mexicana sino del mundo de ha-bla hispana, en materia de difusión de poesía, crítica de arte en general, ensayos sobre historia y política, tendiendo puentes entre México y el exterior, pero tam-bién apoyaron un proyecto, el del neoliberalismo eco-nómico, el del mercado global, el de la democracia en-tendida en su sentido actual. Es evidente que este nuevo orden, a nivel mundial, ha conducido a un callejón sin salida respecto del agotamiento de los recursos naturales, energéticos, alimenticios, de riqueza de toda índole, incluso cultural y espiritual, im-prescindibles para hacer sustentable la vida del ser humano: ¿hasta dónde la historia juzgará o absolverá a los intelectuales y escritores por ha-ber abrazado, quizá con demasiado entusiasmo y apresuramiento –con poca conciencia de los intereses reales que se hallaban detrás– un pro-yecto de desarrollo cuya única esperanza en la actualidad parece ser mantenerlo en pie hasta su colapso inminente por medio de un sistema represor, virtualmente un nuevo fascismo que no se atreve a confesar su nombre? •

Casi apenas abre uno el libro y sorprende la perfec-ción de “Zopilote”, poema que funcionaría, puede

decirse con el lugar común, a las mil maravillas en cual-quier bestiario. Con una estructura sustentada, o así uno lo ve, en el esqueleto del soneto, aunque con quin-ce versos libres y sin rima, el texto da tres visiones del animal, dos aparentemente contradictorias y una sin-tética, equilibrante, sin perder paso, con una seguridad, o mejor: naturalidad, que algo apabulla pero más asom-bra con suavidad por su resolución no obstante lo áspe-ro del tema. Un poema, desde luego, no hace un libro, pero por uno solo de esta calidad valdría la pena hacer-se de cualquier libro.Con Marcial, Antonio Deltoro podría asentar (versión de Ernesto Cardenal): “Mi poesía está hecha de seres humanos.” Donde conversan los amigos, título que en la unam compartió con Mariángeles Comesaña y Eduar-do Hurtado a principios de los años ochenta, ya da una de las claves, si no la mejor, para acercarse a su poesía, de tono conversacional. Alicia García Bergua, en la revista Fractal, asentó alguna vez que “más que una voz can-tante, la poesía de Antonio Deltoro es una invitación a caminar con él”, y asimismo que en ella “hay además caricias y miradas a la gente”. No obstante taxonómico, quiero decir no referido a individualidades sino a ca-racteres, el poema precisamente llamado “Taxonomías”, que habla, entre otros, de los indiferentes, los arbóreos, los bien portados, los nerviosos, los abúlicos, los tar-díos… y previsiblemente deja el afán clasificador in-completo, es buena muestra de ello. “Chilangos”, “Poe-tas” y “Porteros” podrían ser, son, otras. Pero habíamos mencionado la palabra bestiario. Hay en Los árboles que poblarán el Ártico una zona dedicada al camello, las moscas, la mariposa, la araña, el caba-llito de mar, los mosquitos, la lagartija, la cuija, el lémur, los gatos. Con voluntad metafórica o sin ella (pero la poesía, por realista que sea, siempre conlleva un impulso metafórico), Deltoro atiende (pone aten-ción en ellos) a estos animales como si fueran ya per-sonalidades, ya, repitamos la palabra, caracteres.Imposible agotar en dos o tres fuentes, orígenes (y en un espacio breve), la calidad de un libro. Otros, llamé-mosles así, personajes, como los sueños, la barranca, el

mezcal, el oasis, París, demandan su lugar (“el poema puede ser un lugar” ha dicho el autor en entre-vista), su sitio en esta especie de exposición de cuadros. Citemos, también de calidad sorprendente, el texto dedicado a “Los sueños”: “ A l d e s a p a re c e r / a h o n d a n s u inexistencia.// Son tan frágiles/ que necesitan de nosotros.// Son tiempo puro.// Cada noche sur-gen recién nacidos,/ pero nacen muy viejos,/ sin haber tocado el presente/ de ninguna materia.” •

Política y cultura, Sergio Gómez M.

Dios en un Volkswagen amarillo, Efraín Blanco, Editorial

Universitaria, Universidad de Guadalajara/Artes Escénicas

y Literatura/Cultura u de g, México, 2012.

Editor –fundó y dirige la casa editora Lengua del Diablo–, poeta –tiene

publicados El alma de las cosas e Imaginando sueños–, articulista periodístico –en Voz de Tinta, ConVersa y La Piedra, entre otras publicaciones– , y egresado de la morelense Escuela de Escritores Ricardo Garibay, Blanco se revela, sobre todas esas cosas, un buen cuentista de ésos que, diciéndolo clásica-mente, tienen y saben soltar “muy buena mala leche”. Las más de sesenta piezas, breves y concisas, que conforman este cuentario de irreverente título, le merecieron a su autor el más reciente Premio Nacional de Cuento Juan José Arreola. Verá el lector las causas de dicho galardón.

Las aventuras de la Barranquero, Javier

Ladino Guapacha, Ediciones Sin Nombre,

México, 2012.

El autor, colombiano de nacimiento y treintañero hasta 2014, es licenciado –y próxima-mente contará con su Maestría– en Español y Literatura por la Universidad Tecnológica de Pereira, y es parte activa del proyecto-revista de ficción Caballo Perdido. Compleja y, en ocasiones, desaforada, su capacidad de narrar queda manifiesta de cuerpo entero en los nueve cuentos aquí reunidos, cuyos títulos son un mar de sugerencias: “Frutote-rapia para Rigo”, “Historia de dos mujeres que no se sabían preciosas princesas”, “En un jardín con Naguiko Mishikawa”, “Y a veces… del tiempo”, “¡Azúcar!”, “Batalla de dos rosas”, “Tu ángel custodio”, “Al salir de México” y “En perseguirle mundo…” Bien afirma José Ma. Espinasa: el texto “se le irá entre las manos como un suspiro”.

Espacio y discurso. Perspectivas acerca

de regiones literarias y lingüísticas, Maritza López Berríos, Everardo Mendoza

Guerrero, Ilda Elizabeth Moreno Rojas (coordinadores), Ediciones

Sin Nombre/Universidad Autónoma de Sinaloa,

México, 2012.

El principal cometido de este volumen es dar cuenta de y analizar las transformaciones léxicas, sintácticas y literarias que se presentan en el norte de México, más espe-cíficamente en la zona noroeste, o bien las que emanan de obras literarias específicas. Los ensayos, provistos de su correspondiente aparato y estructura académicos, abordan entre otros temas al ranchero como figura literaria sudcaliforniana, a la sudcalifornidad y la universalidad en Cuaderno de San Antonio, de Javier Manríquez, así como la koiné de Los Ángeles, California.

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Orlando Ortiz

16 de diciembre de 2012 • Número 928 • Jornada Semanal

Perspectiva negra (i de ii)

Nunca acabo de entender esa diferencia que hacen los académicos entre novela policíaca, relato policíaco, novela criminal, novela ne-gra, de detectives, de suspenso y qué sé yo cuántas categorías o clasificaciones más. Eso, cuando se dignan tomarla en cuenta, por no decir “bajar la mirada” con indulgencia, o hasta con un gesto de conmiseración. Para estas personas, los paradigmas son Gilbert k. Chesterton, Conan Doyle, Wilkie Collins, Agatha Christie y, haciendo un esfuerzo, George Simenon. Se quedan en lo que otros de sus colegas denominan novela enigma. Al parecer, el delito es cuestión de inteligencia, tanto del que lo comete como del que debe averi-guar “quién es el culpable”.

En la década de los ochenta, Ernest Mandel publicó Crimen deli-cioso, cuyo subtítulo es Historia social del relato policíaco. Me llevó a su lectura una profunda curiosidad, en gran medida morbosa, pues conocía su Tratado de economía marxista, y me preguntaba por qué razón estaba poniendo en riesgo su prestigio como intelectual marxista y líder de la Cuarta Internacional. Mi inquietud no respon-día a preocupaciones de orden ideológico (¡Válgame San Carlos, San Federico, San Vladimir y San León, un intelectual marxista ocu-pándose de trivialidades burguesas!), sino a que dudaba mucho de que un economista, filósofo y activo dirigente trotskista hubie-ra tenido tiempo para leer novelas policíacas. Imaginaba que al-guien como él dedicaría la totalidad de su tiempo al estudio y análisis profundo tanto de la teoría como de la realidad del mundo y la situación de su partido. Dudaba mucho de que estuviera bien informado sobre el tema y conociera la extensa lista de autores y obras clásicas y contemporáneas del género policíaco.

Mi sorpresa fue mayúscula y sentí vergüenza de haberme aproximado al libro con un prejuicio descomunal. Mandel cono-

cía autores y obras para dar y regalar; sin embargo, lo que más me entusias-mó fue el abordaje que hacía del tema. El que esto escribe conocía La novela criminal, publicada por Tusquets, con artículos de Gramsci, Eisenstein, Ches-terton, Allan Poe y Thomas Narcejac, con un prólogo de Román Gubern; también la Breve historia de la novela policíaca, de Alberto del Monte, y tal vez ya para entonces había leído De la novela poli-cíaca a la novela negra, de Salvador Váz-quez de Parga, y la Historia del relato policial de Julian Symons. Sin duda bue-nos textos, cargados de información y análisis interesantes, pero ninguna comparable con el que hace Mandel, en verdad deslumbrante.

Confieso que mi entusiasmo no apa-reció desde las primeras líneas, pues ya no recuerdo si en el prólogo o en el pri-mer capítulo asentaba que para proce-der al análisis del tema utilizaría el mé-todo dialéctico clásico, es decir, el que desarrollaron Hegel y Carlos Marx. Su-puse, y supuse mal, que las siguientes páginas iban a estar cargadas de prole-tarios, sujetos y objetos históricos, plus-valía, explotación, modos de producción, formación social, burgueses, ideologías burguesas, etcétera. Suposición, como ya dije, infundada. Porque en los capítu-los subsecuentes, además de informa-ción y opinión que para nada recurría a la gastada jerga de los marxólatras y marxólogos, Mandel manejaba magistralmente la ironía y el humor. Ahí vi y en-tendí, por primera vez, de qué manera la literatura está liga-da estrechamente a lo social y al momen-to histórico.

Recuerdo claramente que Mandel hace referencia a un pasaje de Marx en el cual este pensador aseguraba que el delincuente produce delitos como el poeta produce versos o el carpintero sillas, es decir, que era parte de la socie-dad y como tal cumplía una función so-cial natural y al mismo tiempo era pro-d u c to d e e l l a . D e s d e e n to n ce s m e quedé con el propósito de averiguar –nunca lo he hecho– si era verdad que las líneas citadas estaban en la teoría de la plusvalía de Marx. ¿Ocurre en todas las sociedades?, me preguntaba, por-que en aquel entonces se creía que tales males desaparecerían al llegar el socialismo. El tiempo y la realidad son muy crueles.

Así, cada momento del desarrollo de la novela policíaca responde a la etapa del desarrollo capitalista en el que sur-ge. El detective privado funciona cuan-do el delito es cometido por indivi-duos, y a medida que el delito toma otras directrices el investigador priva-do es insuficiente y se hace necesario el respaldo policíaco. Y el crimen organi-zado exige, obviamente, mayor orga-nización, preparación y equipamiento de la policía, a lo cual habría que agre-gar las imbricaciones políticas y de co-rrupción. Veremos lo que esto implica •

(Continuará.)

Vacación

Cómo son las vacaciones: aunque duren tres días, aunque no salga-mos a playa, bosque o parque ninguno, vivimos ese lapso como un paréntesis forzoso y necesario, algo que siempre me ha recordado aquella vieja película de Alain Tanner, Le Retour d’Afrique (El regreso de África). En esa cinta de comienzos de los setenta, una pareja de jóvenes suizos, hartos de la vida en Ginebra, venden sus posesiones y se despiden de sus amigos para irse a vivir a Argelia, donde le ofre-cen a él un trabajo. El viaje y el proyecto se ceban por alguna razón, pero ellos no se sienten capaces de confesar a sus amigos esta espe-cie de fracaso de un sueño que muchos jóvenes europeos tenían en aquellos años: ir a India, a Marruecos, a África o Latinoamérica, el sueño del exotismo revisitado en una mezcla de lo hippie y lo pro-tercermundista. Y el sueño de partir lejos, lejos, para abandonar lo normal, lo convencional. La cosa es que, ante la frustración de no haber ido a África, la pareja se queda a vivir oculta en su departamen-to vacío, llevando una especie de vida paralela al margen de la ante-rior, una vida que, con el proyecto de tener un hijo, cobrará un senti-do distinto.

Decía que en tiempo de vacaciones pienso en Le Retour d’Afrique: uno no sale a ningún lado –el presupuesto no lo permite o los lugares para vacacionar están peor que el Metro en horas pico– y no es que se esconda, pero tiende a comportarse como si estuviera lejos de su casa o de su vida. De hecho, antes de las vacaciones organizamos posadas y borracheras para despedirnos de los amigos hasta el año entrante. Quién sabe por qué nos despedimos, si muchos nos volve-remos a ver a la semana siguiente, pero el ritual es más que necesario para poder continuar la vida, quizá como una especie de constata-ción. Incluso hay algo de supersticioso en este afán de acompañar-nos a pasar el límite. Sobrevivimos, estamos bien, seguimos. Y lo

bueno es que, según la nasa, no se acaba-rá el mundo.

Eso sí, no es que la vida en las vacacio-nes sea anodina, todo lo contrario, pero es verdad que cuando uno queda fuera del viaje glamoroso a la playa, la monta-ña o París, uno se organiza una curiosa clausura, un regreso de África en el que quizá los otros podrán interpretar que no estamos, ni contestamos el teléfo-no porque nos fuimos o porque so-mos un poco otros, los de tenis y ca-miseta que se guardan en la casa o pasean por el barrio con aire de turistas. Muchas veces nuestra ciudad nos per-mite perdernos por sus calles, por lu-gares desconocidos o poco visitados, pues es verdad que a veces necesitamos detener el tiempo un poco, llevar una vida ajena a nuestra propias rutinas y comportamientos, ser otros. Eso, quie-nes tienen vacaciones, aunque sean de un día, pues sé de mucha gente que no goza de nada parecido.

Mi regreso de África, en este diciem-bre, durará aunque sea una semana. En calidad de viaje, leeré los libros que no he tenido tiempo de comenzar o de ter-minar, por el solo gusto de leerlos, y que me esperan apilados en la mesita donde guardo mis lecturas para las ocasiones dilatadas, en las que el tiempo parece pertenecerme. Libros de amigos queri-dos, dos hombres y dos mujeres, en bue-na simetría: Los árboles que poblarán el Ártico, el más reciente poemario de An-tonio Deltoro (era), me acompañará con los poemas dedicados a los gatos, a los árboles y a los pájaros de este gran poeta tan querido y admirado. Vidas colapsa-das, los cuentos de Roberto Ransom (Co-naculta), me hablarán de las familias y el flujo del tiempo, de deseos, desastres y memorias. Se me antoja horrores El beso

de la liebre, de Daniela Tarazona (Alfa-guara), que espera pacientemente a que lo abra y no lo pueda soltar. Su primera novela, El animal sobre la piedra, me en-cantó. Y para el descanso luego del café, la escenificación de suicidios célebres y amores prohibidos, todos cinematográ-ficos, que hace Mónica Lavín en La casa chica (Planeta), va a ser una delicia. En las tardes trataré de terminar mi biografía de Marcel Proust, escrita por Ghislain de Diesbach, casi tan apasionante como la Recherche.

Y miento un poco, pues algunos de estos libros ya los he comenzado, he leí-do partes, y también hago trampa, por-que quiero que ustedes los lean e inclu-so los regalen de Navidad a otros como nosotros, los que queremos partir a tierras exóticas y no tenemos más reme-dio que organizar un mundo ajeno en nuestro interior, en nuestra casa o en nuestros paseos por el barrio, un regre-so de África a escala personal. •

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........ arte y pensamientoJornada Semanal • Número 928 • 16 de diciembre de 201213

Briseño y Brubeck, desde el Bombay

Estamos en el Bombay Bar de la Condesa, sobre la antigua calle de nuestra infancia: Fernando Montes de Oca. Acodados en su esplén-dida barra agitamos el bourbon favorito de Janis Joplin, un SoCo dulce y peligroso. Es martes. Se ha hecho tarde. Seguimos sin en-tender cómo es que Manuel Mijares inauguró la tienda de Fender, legendaria marca de guitarras y bajos por la que tantos sienten devoción. Venimos llegando del evento. Está por demás decir que no tenemos nada en contra de ese señor, pero desde ninguna perspectiva era la persona que debía cortar el listón del nuevo espacio gourmet perteneciente a la cadena Holocausto (Bolívar 76, Centro Histórico).

¿Exageramos? Tal vez, sin embargo creemos que el asunto me-rece un señalamiento porque refleja algo de la idiosincrasia de quienes distribuyen y venden instrumentos en México, tan dados a equivocarse. En fin. No se puede generalizar. También impulsan talentos probados. Entre las participaciones de quienes tocaron promoviendo a Fender hubo buenos momentos. Además, los anfi-triones se portaron a la altura y la colección que mostraron es be-llísima. Vale la pena conocerla aunque no se tengan miles de dóla-res en el bolsillo. Asunto terminado.

La noche continúa en el Bombay. Sabo Romo, como casi siem-pre cuando no anda girando con Caifanes, está haciéndola de pin-chadiscos. Es sorprendente lo que sabe de música. De Steely Dan a Oingo Boingo y Joe Jackson, pasando por una selección de com-posiciones “porno”, su buen tino completa un ambiente de intimi-dad que hacía falta en esta zona de la ciudad. Pasado un rato con-versamos, por algún brinco azaroso de la lengua, sobre Memo Briseño, pianista, compositor y escritor mexicano, maestro y direc-tor de la escuela Del Rock a la Palabra, tipo talentoso con el que se

pueden compartir extraordinarias con-versaciones. Acordamos que da gusto volver a su obra.

Fundador de Los Masters, Cinco a priori, El Antiguo Testamento, Soul For-ce (con Javier Bátiz) y Cosa Nostra, en los setenta se consolidó para ya no abandonar su estatus de indicavía. Gi-ró por Centroamérica y el Caribe e inició diversos proyectos televisivos, grabó con Quico Cadena y Paco Rosas, y for-mó Briseño y el Séptimo Aire. Interpre-tado por Botellita de Jerez, Amparo Ochoa, Betsy Pecanins, Eugenia León, Margie Bermejo y muchas voces más, siguió expandiéndose y trabajó con la Compañía Nacional de Danza, integró La Banda de Guerra, condujo la serie radiofónica Apaga la Luz y colaboró con la Orquesta Filarmónica de la Ciu-dad de México. También ha hecho mú-sica para niños, bandas sonoras para documentales y varios libros de poesía. Actualmente tiene un programa de ra-dio en la estación por internet Código df y otro de televisión en línea: Rocan-rolario. En 2011 le dieron la medalla al mérito ciudadano en la Asamblea Le-gislativa del df. Dicho de manera muy superficial, ése es Memo Briseño, un artista de verdad.

Otro pianista al que también recor-damos hoy, por cierto, es Dave Brubeck, muer to hace unos días a la edad de noventa y un años. Mu-chos creen que es el autor de “Take Five”, estándar clásico en el repertorio jazzístico. No es así. La pieza fue escrita por su saxofonista, Paul Desmond, y se incluyó en el álbum Time Out, del Dave Brubeck Quartet. Allí el origen de una de las ma-yores confusiones en la histo-

ria del género. Los otros dos miembros del conjunto fueron el bajista Eugene Wright y el baterista Joe Morello. Escu-charlos es una delicia porque alcanza-ron una sutileza muy particular como sección rítmica. Expertos en métricas atípicas (7/8, 9/8) contrarias a la tradi-ción de los compases simples, no sólo presentaban melodías pegajosas in-fluenciadas por el mundo orquestal, también sabían perderse en improvisa-ciones virtuosas que muy rara vez pisa-ban los terrenos del cromatismo o el lenguaje experimental . Lo suyo era acercarse a las masas y volverse comer-ciales, lo que lograron como pocas ban-das de su tiempo.

Dicho esto, sin duda, la próxima vez que regresemos al Bombay Bar traere-mos el Time Out bajo el brazo. Es perfec-to para su decoración y mobiliario, para continuar hablando sobre música y fluir por los caminos de la memoria. Habrá que estar preparados, eso sí, para que Sabo ya lo tenga en alguna lista de re-producción junto a otros nombres va-liosos. Nos reservamos el reto. Asimis-mo, invitamos al lector/lectora para encontrarnos en este oasis sonoro y brin-dar por quienes se han ido, por quienes permanecen y hasta por quienes cortan listones sin entender nada de nada. Ade-más, la pizza es excelente. •

Estaba un día el Santos

… metiéndose a la pantalla de cine, cuando los moneros Jis y Trino se soltaron diciendo, poco más o menos y en resumidas cuentas, que con El Santos contra la Tetona Mendoza no van a quedar contentos –ni era ésa su intención– los fanáticos, nostálgi-cos, añorantes, conocedores, recalcitrantes de la ya extinta tira cómica nacida, crecida y fenecida precisamente en páginas de este diario.

También, y prosiguiendo con esa suerte de autodesmarque, de algún modo han dicho que si ellos no son más papistas que el Papa, mal harían si así actuasen quienes vean la película y acaben dicien-do que faltó esto o aquello; que ese no es el Santos o no del todo; que algo le falta o algo le sobra, ahora que se le ha cinematografi-zado, en ausencia o exceso de lo cual no suscita –en esos fanostál-gicos añoraconorrecalcitrantes– ninguna de las dos siguientes reacciones, que para el caso tal vez acaban siendo una sola: risa constante mientras la película está siendo vista y, acto seguido, una certeza de doble faz, consistente en poder afirmar que el Santos-tira cómica tuvo una feliz conversión al Santos-dibujo animado y, en consecuencia, que El Santos contra la Tetona Mendoza es una buena película, todo a despecho de cuanto puedan opinar, objetar, deplorar o echar de menos los antes referidos añorálgicos, e incluso independientemente de lo que los propios Jis y Trino hayan llegado a querer o imaginar en un momento dado, en tanto creadores del Santos y su cohorte de personajes pero, al mismo tiempo, no siendo ellos, los moneros, los responsables ni directos ni últimos de lo que se ve en pantalla.

… juntando polvo en la memoria de algunos, cuando

llegó el director cinematográfico Alejandro Lozano, pero mucho

antes que él la supervisora musical Lynn Fanchtein, y junto a ellos, en ese antes y también más tarde, una cifra duramente cuantifi-cable de personas, todos con la idea, hoy un tanto

añosa siendo que data de hace más de una década, de que estaría chingón

hacer una película del Santos sin que el güey perdiera ni un gramo de todo aquello que, precisamente hace más de una década, hacía que Unchorrodegen-te comprara La Jornada todos los do-mingos y lo primero que buscara fuese la tira del Santos, invariablemente inte-rrumpido por el Cabo: antisolemnidad, irreverencia, desmadre, guarrez, des-chongamiento, escatología, traducido en un omelet en el que se mezclaban lo mismo Timbiriche que Monsiváis, unas muñecas Barbie que un moco del San-tos utilizado como estupefaciente, y de los fuertes, más un etcétera en el que siempre cupo cualquier absurdo, sin importar cuán sinuoso fuera.

Pero llegaron y lo primero que debie-ron enfrentar fue una bronca, más bien gorda, de la que no han salido bien li-brados colegas bastante célebres del Santos, como Mafalda o Boogie, el Acei-toso, para no desbordar el ámbito lati-noamericano: la bronca de l levar el aliento narrativo de lo muy breve a lo comparativamente largo; el pedo –diría el Santos– de sostener, pero no a punta de sketches ni de gags, durante larguísi-ma hora y media, un microcosmos con-cebido para surgir, dar luz, fenecer y re-surgir, una semana después y hablando de muy otra pachecada, en el espacio-tiempo de los dieciséis cuadritos de una historieta.

… topándose con generaciones que ni idea tenían de él, cuando

vio que tanto sus creadores originales como sus recreadores en la animación intentaron darle cuerpo a una trama que valiera por sí misma, desde lue-go que incorporando como elementos fundamentales a la mayoría de los per-sonajes que siempre rodearon al San-tos, comenzando por la Tetona Mendo-za, el Peyote Asesino y el Cabo; desde luego, sin perder ni un punto del calibre verbal que los caracteriza, ni tampoco ciertas constantes de la historieta o de sus creadores, por cierto nodales para la trama, como los zombis de Sahuayo o el futbolero Atlas.

Pero vio el Santos, y puede que se ha-ya puesto a llorar como en alguna tira llegó a hacerlo, moqueando y sin reca-to, que la primera caída de la lucha libre con el público –fan o no, novel o ruquel– la ganó de calle, todos risa y risa, pero que la segunda la perdió igualmente de calle porque la sala oscura también se puso notablemente si lenciosa, y que la tercera y última caída supo más a empate y menos a victoria, porque a Unos –ya se di jo mucho a quiénes– les supo a poco este San-t o s , m i e n t r a s que a Otros les supo demasia-do a chora, caca y moco.

Dicen Jis y Tri-no que quieren una segunda y hasta u n a t e r c e r a l u -c h i t a . Ya s e v e r á s i e l buen Sanx también la quiere y, sobre todo, si la aguanta •

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Naief YehyaLA JORNADA VIRTUAL

A LÁPIZ

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arte y pensamiento ....... 16 de diciembre de 2012 • Número 928 • Jornada Semanal

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Enrique López Aguilar

LA JORNADA VIRTUAL

Una nueva guerra se prepara: Siria 2013 (i de ii)

domingo 2 de diciembre de 2012 Uno de los titulares de la primera plana del New York Times anuncia: “eu está tropezando en su esfuerzo por evitar que Damasco obtenga armas.” Y en un subtítulo agrega: “Occi-dente también está preocupado por actividades con armas químicas en Siria.” El artículo está firmado por el veterano propagandista Michael r. Gordon y su habitual cómplice Eric Schmitt, además de Tim Arango. Siguiendo el molde de otras operaciones de desinformación, aquí citan fuentes anónimas (un recurso injustificable en este tipo de infor-mación debido a la facilidad con que puede ser usado para la manipulación), insinúan graves amenazas y señalan que el camino de la negociación está inevitablemente conde-nado al fracaso. No olvidemos que Gordon fue, entre otras cosas, coautor, con Judith Miller, del famoso artículo de los tubos de aluminio para centrifugadoras nucleares (8 de septiembre de 2002) que fue usado como uno de los prin-cipales argumentos para lanzar la guerra contra Irak. Miller fue sacrificada como chivo expiatorio, pero Gordon sobre-vivió al fiasco y al escándalo para seguir operando en servi-cio de los intereses de los neocones y probélicos más os-curos. Este equipo de reporteros propone que Irak está permitiendo el tráfico de armas y municiones a través de un corredor aéreo que va de Irán a Siria. Aparentemente, el ré-gimen de Al Maliki rehúsa obedecer órdenes de inspeccio-nar aeronaves; sin embargo, Irak carece de fuerza aérea desde la guerra y los costos de logística de estas revisiones podrían ser prohibitivos. Independientemente de eso, hay un obvio desafío a eu. Ahora bien, de ser cierta esta afirma-ción, quedaría en evidencia una paradoja más de la inutili-

dad de las guerras de agresión estadunidenses. Después de destruir al gobierno de Saddam Hussein, arrasar la infraes-tructura nacional, saquear y devastar a la sociedad iraquí, el país sigue siendo desgarrado por luchas intestinas al tiem-po que el gobierno títere impuesto por los invasores esta-dunidenses se resiste o es incapaz de obedecer los man-datos de sus presuntos protectores. ¿Qué más pruebas se necesitan del trágico fracaso del uso de fuerza estaduniden-se en Medio Oriente?

al día siguiente

El lunes 3 de diciembre, David Sanger y Eric Schmitt fueron responsables de un artículo titulado: “Siria desplaza sus ar-mas químicas y eu y sus aliados toman nota cuidadosamen-te.” Aquí la amenaza de las armas de destrucción masiva es puesta en primer plano y, haciendo eco de la campaña his-térica lanzada por el régimen Bush en contra de Irak, se da por hecho que hay movimientos sospechosos de mate-rial. Un “oficial anónimo estadunidense” asegura: “La activi-dad que estamos viendo sugiere la potencial preparación de armas químicas.” Sin más pruebas que presuntas obser-vaciones hechas por sujetos misteriosos, se anuncia que el régimen de Assad ha dado un paso más allá de simplemen-

te “transportar” sus recursos. El New York Times nos informa que ese fin de semana hubo una serie de comunicaciones de emergencia entre los aliados y que el Pentágono estima que harán falta alrededor de 75 mil soldados para “neutra-lizar las armas químicas sirias”. Otras fuentes consultadas por Sanger y Schmitt son oficiales israelíes (resulta conve-niente tener la asesoría de los peores enemigos de Assad si se trata de presentarlo como una amenaza), también anó-nimos, que ofrecen opiniones con tonos ominosos: “Esta-mos viendo un tipo de acciones que nunca antes habíamos visto.” Asimismo, aprovechan para acusar a Obama de no actuar de manera más agresiva al no dar armas a la oposi-ción o reconocer a la propia “coalición insurgente que eu ayudó a crear”. La importancia de incitar a la histeria por el motivo de las presuntas armas químicas sirias se debe a que Obama determinó que, de usarlas contra su propio pueblo, eso marcaría “la línea roja” que lo llevaría a lanzar una inter-vención militar.

la señal de ataque

Mientras se cruza esa línea roja, otra señal ya ha tenido lugar. Para muchos, las batallas en y alrededor de Damasco de no-viembre y diciembre de 2012 indican la inminencia de la pronta caída del régimen. Si Assad y sus tropas de élite no pueden proteger a la capital, nada podrá salvarlo. En otro artículo del 3 de diciembre, Gordon anuncia que la secreta-ria Clinton amenazó a Assad: “eu está planeando entrar en acción si usa sus armas químicas.” Esta retórica hace pensar que cuando el régimen de Saddam Hussein realmente usó armas químicas contra los kurdos, no sólo Occidente no hizo nada, sino que fueron países de la otan los que se en-cargaron de proveer las municiones, espionaje satelital y tecnología de destrucción masiva. Por el momento, las ame-nazas son deliberadamente vagas. Ese mismo día los prin-cipales diarios del mundo anunciaron que la onu evacuaría a su personal no esencial, es una señal inconfundible de que se avecinan acciones armadas “sorpresivas”. •

(Continuará.)

Mar (in)tranquilo y próspero viaje (ii y última)

El orden y las edificaciones estadunidenses obligan a cavi-lar en la manera como se fundan en el desordenamiento del Resto del Mundo y en una arrogante sensación de invulne-rabilidad, no sólo frente a posibles ataques enemigos (tema desmentido por las obsesiones del cine gringo de acción), sino frente a la rebelión de la naturaleza. Los trastos viejos destruidos por los japoneses en Pearl Harbour y las Torres Gemelas derrumbadas por Al Qaeda son nada en compa-ración frente a las dos bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki (“cariñosamente” llamadas Little Boy y Fat Man) en agosto de 1945: 220 mil personas muertas con dos uten-silios bélicos en cosa de minutos; y a la condición ruinosa en que dejó a Irak la invasión de los “aliados” (2003-2011).

Media semana antes del 29 de octubre de 2012, los me-dios estadunidenses dejaron de lado el tema de la inmi-nente votación presidencial (Obama vs. Romney) para abarrotar ojos y oídos con información acerca de los tres fenómenos meteorológicos que confluirían cerca de Nueva York: una corriente glacial desde Canadá, una tormenta desde el Pacífico y un huracán desde el Golfo de México, Sandy: la “tormenta perfecta” (concepto más cinematográ-fico que otra cosa: ¿dicha tormenta es la más hermosa, la más beneficiosa o la más destructiva?). Poco antes, desde el 23 de octubre, Nueva York había dejado de lado su talante postveraniego para mostrar un rostro gris y lloviznoso. Eas-ton, una semana antes, era un lugar caluroso. Filadelfia, dos días antes, era un lugar fresco y con mucho viento, pero sin indicio de mayores sobresaltos. Sin embargo, desde el do-mingo 28 se cancelaron todos los vuelos de la zona y el 29 se desató la tormenta con un día de adelanto.

El huracán no pasó sobre Easton pero, entre el lunes y el miércoles, el viento y la lluvia impidieron toda clase de acti-vidades en la calle: la peatonalidad, la vida escolar y las com-pras. Aún podían mirarse noticias en la televisión: miles de personas sin energía eléctrica en el noreste del país, árboles caídos, ríos desbordados. En las noticias, un regodeo alrede-dor de los problemas neoyorquinos: cancelación de viajes de trenes, autobuses, aviones y servicios urbanos de trans-porte; cierre de puentes, inundaciones… Easton no se inun-dó, pero cayeron árboles y hubo fallas en el suministro eléc-trico cuyas consecuencias inmediatas fueron la muerte de la calefacción, de casi todas las estufas, calentadores de agua, refrigeradores, luz doméstica, televisión, toda telefo-nía e internet: un regreso a la intemperie y al aislamiento casi “propio” de la edad de las cavernas.

Con la energía eléctrica desapareció la funcionalidad de muchos cajeros automáticos y los enlaces cibernéticos de algunas tiendas para realizar compras mediante tarjetas, acontecimiento insólito para un país donde ya casi nadie utiliza el efectivo y priva el manejo del plástico. ¿Cómo com-prar comida con billetes si no hay cajeros y la tienda no tie-ne “sistema”? No hubo desabasto, no hubo motines para hacer compras de pánico y, finalmente, todo se mantuvo en “orden”, aunque la alteración de las rutinas “confortables” era tan notoria como que la humedad y la temperatura, cercana a los 8 grados sobre cero al mediodía, causaran estragos dentro de espacios habitacionales cuyo ambiente interior es idéntico al exterior, en contraposición a la idea árabe y española de “la casa”.

Dos escritores hispanomexicanos, habitantes de esas latitudes, ofrecieron miradas contrapuestas, mas semejan-tes, de cuanto llevo contado, rostros del bifronte Jano. Me escribió Manuel Durán, desde Connecticut: “Hemos esta-do ocupados tratando de reparar los efectos de la tor-menta: dos hermosos árboles cayeron, una rama atravesó el techo y cuelga ahora del techo de una habitación, dan-do un aspecto algo surrealista a nuestra casa.” (10 de no-viembre de 2012.)

Y Roberto Ruiz, desde Massachusetts: “Hemos pasado una temporada muy difícil. Primero vino el ciclón, un desas-tre de proporciones monstruosas que paralizó todo el Nor-deste. Nosotros salimos bien librados, pues no se nos fue la luz, y en nuestra zona no hubo árboles tronchados ni calles inundadas, pero otros miles de ciudadanos están todavía luchando con los efectos del fenómeno. […] Y luego, el pa-sado miércoles 7, a la semana del huracán, llegó otro tem-poral de primera magnitud, pero esta vez no con lluvia sino con nieve. Los vecinos que no tienen electricidad tampoco tienen calefacción, así que les ha caído la lotería.” (11 de noviembre de 2012.) •

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Jorge Moch CABEZALCUBO

ARTES VISUALES

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....... arte y pensamientoJornada Semanal • Número 928 • 16 de diciembre de 2012

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Germaine Gómez Haro

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Patio “El Cernidor”Arriba: A vuelo de tinta

Las obras de arte en La Ciudad de los Libros (i de ii)

Conformar una gran biblioteca pública a partir de la ad-quisición de cinco invaluables acervos privados fue el gran acierto de Consuelo Sáizar como parte de la política cultural en este sexenio recién concluido. La Ciudad de los Libros, inaugurada hace unas semanas en el edificio de la antigua Ciudadela es, a mi parecer, el más fructífero y trascendente proyecto cultural cristalizado en nuestro país en los últimos tiempos. Siguiendo el extraordinario plan maestro de res-tauración e intervención del edificio de 28 mil metros cua-drados a cargo de Alejandro Sánchez García y Bernardo Gómez Pimienta, los 500 mil volúmenes que integran los acervos de cinco de nuestros intelectuales más destaca-dos (José Luis Martínez, Antonio Castro Leal, Alí Chumace-ro, Jaime García Terrés y Carlos Monsiváis) fueron dispues-tos en espacios independientes construidos por algunos de los arquitectos más notables de nuestro tiempo, dando lu-gar a una biblioteca de bibliotecas que se despliega en toda su grandiosidad como un microcosmos per se, siguiendo el pensamiento de Borges, quien decía que biblioteca es sólo uno de los nombres que se da al universo.

Un acierto adicional en este soberbio proyecto es la in-tegración de obras de arte comisionadas a diferentes auto-res contemporáneos que complementan la belleza arqui-tectónica de cada sala y de los espacios públicos, creando una armonía visual y conceptual entre el lenguaje literario y el plástico. Uno de los espacios más impactantes del edi-ficio es el patio llamado El Cernidor, en cuyo centro cuelga del plafón La hoja de tabaco, escultura monumental de Jan Hendrix compuesta por veinticinco piezas realizadas en aluminio blanco recubierto con una capa de cerámica, que

evocan la silueta estilizada de dicha planta haciendo alu-sión al origen histórico del edificio dieciochesco que fuera la Real Fábrica de Tabaco. En este mismo patio se presenta actualmente la exposición temporal titulada Lomos de La Ciudadela, de Pedro Torres, cineasta que ha destacado en la dirección y producción de series televisivas, documen-tales y cine publicitario, quien en esta ocasión exhibe por primera vez su obra fotográfica realizada ex profeso para el evento inaugural del recinto. Se trata de una serie de vein-te fotografías de gran formato (unas alcanzan los dos me-tros), en las que el autor reproduce los lomos de volúmenes seleccionados por él, mismos que dan cuenta de la peculiar belleza que alcanza el diseño de las encuadernaciones an-tiguas y ponen en realce la belleza exterior del libro como una creación artística con un valor propio. A decir de Torres: “Lomos de la Ciudadela es mi manera de reconciliar a la pa-labra con la imagen, mis dos grandes pasiones. Es un tribu-to a mi abuelo, fotógrafo y encuadernador, de quien apren-dí a amar las fotos y los libros. Es el gran reencuentro, en mi vida adulta, con los dos oficios que aprendí de niño en mi Saltillo querido.” Las portentosas imágenes de Pedro Torres fusionan una técnica impecable lograda gracias al más novedoso avance tecnológico en materia de repro-ducción digital y una mirada aguda y sensible que plasma la elegancia de estos lomos que despiertan el deseo del espectador por acariciar y oler los esbeltos volúmenes re-cubiertos en piel y pergamino.

En la Biblioteca de José Luis Martínez, diseñada por Ale-jandro Sánchez, se encuentra una de mis piezas favoritas del conjunto: A vuelo de tinta, de Betsabeé Romero, un mó-vil compuesto por dieciocho avioncitos de hoja de lata rea-lizados por un artesano del mercado de La Ciudadela, los cuales llevan escrito el nombre de un escritor célebre y de

cuyo fuselaje penden pequeños atados de libros que repro-ducen obras literarias relacionadas con el viaje, el vuelo, el aire. El habitual sentido del humor juguetón de Betsabeé y su capacidad de dotar de una estilización poética a los obje-tos más comunes hacen de esta escultura una invitación a echar a volar la imaginación y la fantasía. “Mi idea –comenta Betsabeé– era que esta espiral ascendente de aviones tuvie-ra abiertas sus escotillas con la intención de tirar libros en lugar de bombas para salvar al mundo. La guerra nunca nos va a salvar.”

Como ha mencionado Alberto Ruy Sánchez, es un acierto recurrir a la imagen de ciudad para nombrar esta grandiosa biblioteca. Es, en efecto, una ciudad imaginaria por la que el intelecto y el espíritu recorren parajes insospechados a tra-vés de la literatura y el arte, un oasis que propiciará la lectu-ra, la investigación y el placer de los sentidos. •

(Continuará.)

El Gran Hipócrita

Es quizá infinita la hipocresía de esa hidra con cuerpo de go-bierno, sus vasos comunicantes una intrincada red de complicidades turbias; su espíritu de permanencia la into-cabilidad de la corrupción como usos y costumbres eternos; una dura coraza de impunidad y cinismo la histórica piel que la cubre; la represión como respuesta a clamores popu-lares de legalidad y justicia en garras y colmillos con unifor-me, tolete y tanqueta; una gran variedad de ponzoñas en las muchas tintas y plumas (y cámaras y micrófonos) con que se la arropa y justifica en sus quintacolumnistas cabezas de medios masivos, entre las que destacan las acromegálicas, injustamente ventajosas testas del duopolio falsamente competitivo de Televisa y tv Azteca. En ambos, cuerpo po-drido y cabezas monstruosas del esternópago que se supo-ne que existe para gestionar que los habitantes de este país seamos felices, pero precisamente provoca el efecto con-trario, se repite cada cierto tiempo el mismo irritante esque-ma de los valores morales –sacados indirectamente

de absurdos conservadores como el catecismo de Ripal-da, ese conjunto de conveniencias que solemos clasificar como “buenas costumbres” o la distrofia moral que supone el andamiaje comercial de esa aberración mediática lla-mada Teletón, encaminada a facilitar la evasión fiscal a los emporios televisivos– como insignia de ese presunto me-joramiento colectivo de nuestras a menudo precarias con-diciones de vida.

Los valores, nos dicen así, mencionados en conjunto de genéricas medicinas sociales, nos salvan de la barbarie. Pe-ro vivimos en la barbarie como nunca lo imaginamos ni siquiera desde la Decena Trágica. La padecemos mu-chos, demasiados mexicanos en mayor o menor intensi-dad, desde la futilidad del embotellamiento causado por obras mal hechas –en las que suelen estar implicado el sobrino del compadre del licenciado como proveedor del municipio, de la delegación, del gobierno federal– has-ta la horrenda tragedia del asesinato, el secuestro, la viola-ción, la desaparición que muchas veces desembocan en el anónimo pudridero de una fosa clandestina o común, y tiene, si no nombres y apellidos –uno de los puntos débiles del aparato es que las víctimas tengan eso, cara, pasado, parientes, cariño–, sí una cifra horrible: más de ochenta mil en cinco años y medio.

En el discurso público, diseminado por los medios ma-sivos y más que ninguno por la televisión, brotan palabras como solidaridad, progreso, lealtad, honradez o nobleza, pero luego se contradice la proclama en programas pro-ducidos para embobar a la gente (y adoctrinarla con algún disimulo falso) y cuyo contenido es esencialmente violen-cia verbal entre familias sacadas del lumpen, la institución

de la infidelidad conyugal como función circense, la promis-cuidad expuesta como espectáculo de lo que la misma te-levisión rastrera ha fabricado con etiqueta de “famosos” o “celebridades”: cualquier pendejo (bueno, analfabeta más o menos funcional, para dispensar el epíteto del misántropo), cualquier lagartona cazafortunas que salga a cuadro semi-desnuda, haciendo que canta, diciendo que es actriz o his-trión, jurándose que un zangoloteo febril es danza coreo-grafiada; cualquier mediocre que suele aparecer en pantalla con micrófono enfrente es personalidad epónima de la fa-rándula, a la que se la supone estúpidamente una suerte de clase aparte, de nobleza mediática. Y ni qué decir de la coti-diana manera en que la realidad arrebata su propia estafeta a la versión que desconstruye la televisión. Increíblemente –hablemos, si se quiere, de un homenaje cruel a la plurali-dad–, el mismo país que dio cuna, asilo, vida o inspiración a los Flores Magón y Zapata, al doctor Atl, a Diego Rivera, a Jorge Ibargüengoitia, a María Rojo, Carmen Mondragón, Carlos Monsiváis, Ernesto de la Peña, Elena Poniatowska o el clan Taibo, ha parido engendros como Emilio Azcárraga Mil-mo o su yúnior, los primitos Salinas con su dadivoso primo y padrino Salinas de Gortari, Jacobo Zabludowsky, Raúl Ve-lasco (o su primito del alma, Miguel Alemán), Lucía Mén-dez, Carmen Campuzano, Patricia Chapoy o cualquiera de sus vulgares versiones de más de lo mismo, de futbol como elemento de distracción, de guapas y bellos de telenovela, aunque sean de silicona, toxina botulínica y libretos de ab-surdo. De personeros de la mentira y la corruptela disfrazadas de seamos felices, prendamos la tele y olvidemos el resto. Porque ese resto, a escondidas, siempre es negocio. Y allí, en el cochino dinero, está el origen de nuestras desgracias •

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(que deben abrirse a las tecnologías de la moder-nidad y utilizar los nuevos soportes electróni-cos, que benefician cada día a un creciente núme-ro de usuarios), en fin, un aumento en la cantidad de librerías.

Las medidas podrían ser en extremo senci-llas y de bajo impacto económico. Por ejemplo, que toda adquisición de libros sea deducible de impuestos, de igual modo como lo es la compra de automóviles (el impacto que esto significaría en los ingresos fiscales sería mínimo). Que el libro de texto gratuito guarde su condición, pero que se distribuya a través de librerías: se multi-plicarían así, estoy seguro, las librerías de barrio, a las que los padres de familia acudirían a reci-bir esos libros y eventualmente a comprar los útiles escolares (y libros de todo tipo, inclui-dos los que se hagan en soportes electrónicos y no sólo en el soporte de papel).

México debe recuperar y aun elevar su presen-cia, su prestigio y su imagen en el mundo. México es, por sobre todo, creador de una cultura de alto nivel. Uno de sus patrimonios intangibles radi-ca en su lengua. Como otras naciones (Francia a través de la Alliance Française; Inglaterra del British Council; Portugal del Instituto Camoês; Alemania del Goethe Institut; España del Institu-to Cervantes), México ha de crear el Instituto Alfonso Reyes para enseñar el español mexicano (y la cultura del país) en al menos Estados Unidos, Canadá y Brasil. Lo esencial es que México tenga ciudadanos y hombres creadores que sepan innovar y formular problemas; capaces de hacer preguntas audaces por las cuales enfrentemos sin temor los retos de la globalización en el siglo xxi. La tecnología nos libera de la esclavitud que nos impone la naturaleza. Nada mejor, para hacer de México una nación de hombres libres, que el pleno dominio de su lengua.

Creo, Señor Presidente, que las sencil las medidas que aquí y ahora he propuesto podrían propiciar, entre otras más, el desarrollo de la sensibil idad y de la inteligencia de nuestro pueblo y concederle a México el rango que debe ocupar entre las grandes naciones civilizadas del siglo xxi. •

Muchas gracias.

16 de diciembre de 2012 • Número 928 • Jornada Semanal

Jaime Labastida

ensayo16

Q

Propuestas sencillas

(carta abierta a Enrique Peña Nieto)

Señor Presidente Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos:

uizás no necesite subrayar que el ser humano es, aparte de una entidad biológica, un animal que habla, un animal que se mantiene erguido porque posee el don de la palabra.

Sin embargo, me es imprescindible partir de esa evidencia para otorgarle una dimensión mayor a mis palabras.

Las lenguas son vastos edificios de sonidos que las sociedades humanas han levantado a lo largo de la historia y que sirven no sólo para nombrar las cosas, sino que nos conceden la posi-bilidad de comprender este inasible universo y de retener en la memoria algunos de sus hechos relevantes. Las lenguas son imprescindibles para expresar hechos abstractos. También para el desarrollo de la sensibilidad y de la inteligencia. El ser humano que domina su lenguaje, que es capaz de entender lo que lee, que sabe expresarse correctamente cuando habla y cuando escribe, es un ser humano pleno, la clase de ciudadano que nuestra nación necesita.

En este sentido, Confucio estableció que el primer deber de todo gobernante consistía en rectificar los nombres y añadió: cuando los nombres no son correctos, la lengua carece de objeto, los negocios no pueden ser llevados a feliz término, las penas y los castigos no sirven de nada y el pueblo no sabe hacer su trabajo. Aquello que se piensa, subrayó, se puede decir y lo que se puede decir se puede hacer.

Establecido lo anterior, creo necesario decir que el asunto de la lengua en la que nuestro pueblo se expresa no es un asunto menor. Por el contrario, es y debe ser un asunto de Estado, asunto al que el Estado y la sociedad civil deben conceder la mayor importancia. Cabe preguntar, ¿por qué México carece de lengua oficial? Es nece-sario que, en apoyo de la defensa y del desarrollo de las lenguas originarias de México, ya recono-cidas en la Constitución en su carácter de lenguas nacionales, se les otorgue, además, el rango de oficiales en aquellas entidades federativas en las que sean habladas. Junto con esa demanda justa, es necesario que nuestra lengua materna, la lengua española, sea elevada al rango de lengua

oficial. No es posible que México, el primer país de la lengua española; aquel que tiene el mayor número de hablantes del español en el mundo (uno de cada cuatro hablantes de la lengua espa-ñola en el mundo es mexicano), carezca de lengua oficial. El español lo habla el 95% de nuestro pueblo , ya que en é l se expresan también los pueblos amerindios. A instancias de México, el español es una de las cinco lenguas oficiales de la onu y de la Unesco. ¿Por qué no le hemos otorga-do el mismo rango en el país? El Acta de la Inde-pendencia, la Constitución de la República, las leyes que de ella se derivan, los libros de nuestros más grandes escritores se han escrito en lengua española. ¿De dónde nace, pues, la reticencia a reconocer en el derecho lo que está presente en los hechos, tercos, sin duda alguna?

De este reconocimiento se pueden derivar otras acciones, de importancia extrema, según creo. Pongo por caso, un número mayor en las horas de lectura y de escritura en nuestras escue-las (de una a dos horas diariamente, por lo menos), un énfasis superior en los estudios lingüísticos y literarios, una elevación en la cali-dad y la cantidad de las editoriales mexicanas

Ilustración de Juan Gabriel Puga