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5/21/2018 LlamadosaSufrir-slidepdf.com http://slidepdf.com/reader/full/llamados-a-sufrir 1/117 ¿LLAMADOS A SUFRIR? DAVID F. BURT EL SUFRIMIENTO EN LA VIDA DEL CRISTIANO 3ª EDICIÓN REVISADA

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    LLAMADOS A SUFRIR?

    D A V I D F . B U R T

    E L S U F R I M I E N T O E N L A V I D A D E L C R I S T I A N O

    3 EDICIN REVISADA

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    Publicaciones Andamio

    Publicaciones Timoteo

    Alts Forns n 68, St. 1

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    Tel. 93 432 25 23

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    Publicaciones Andamio es la seccin editorial de los GruposBblicos Universitarios de Espaa (G.B.U.)

    Publicaciones Timoteo es la seccin editorial

    de la Asociacin Timoteo.

    Llamados a sufrir?

    2007 David F. Burt

    All rights reserved. No part of this book may be reproduced in

    any form without written permission from editor.

    Todos los derechos reservados. Prohibida la reproduccin total

    o parcial sin la autorizacin por escrito del editor.

    Las citas bblicas son tomadas de La Biblia de las Amricas,

    copyright 1986, 1995, 1997 by The Lockman Foundation. Usa-

    das con permiso.

    Diseo cubierta e interior: Samuel Lpez, www.coated.org

    Fotografa de cubierta: Stock Photo

    ISBN 10: 84-96551-26-1

    ISBN 13: 978-84-96551-26-8

    Printed by Publidisa

    Printed in Spain Publicaciones Andamio & Publicaciones Timoteo

    1 Edicin: Julio 1998

    2 Edicin: Enero 1999

    3 Edicin revisada: Marzo 2007

    Depsito Legal: B-14238-2007 Unin Europea

    ISBN e-Book: 84-96551-55-5

    Powered by Publidisa

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    NDICE

    Prlogo, de S. Stuart Park ........................................................... 09

    01 Llamados a sufrir .................................................................... 13

    02 El origen de nuestro sufrimiento .......................................... 29

    03 El sufrimiento y la prueba de nuestra fe ...............................47

    04 El sufrimiento y la provisin de Dios .................................... 63

    05 El sufrimiento y nuestra correccin .......................................75

    06 El creyente que sufre .............................................................97

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    PRLOGO

    Los ltimos aos han visto la publicacin en lengua espaola deno pocos y a mi entender muy oportunos estudios sobre el tema delsufrimiento en la vida del creyente, que vienen a compensar (conscien-temente o no) el influjo de una llamada teologa que pregona la bonanza

    fsica, material, econmica, anmica y espiritual como experiencia na-tural y constante de todo verdadero creyente en Jesucristo. Sin embar-go, y al margen de tales presentaciones sesgadas o manipuladoras de laenseanza bblica, y que tanto dao pueden causar al pueblo de Dios,el tema es importante en s, pues tarde o temprano, todo verdaderocreyente se encontrar, no liberado del sufrimiento, sino ms bien, porel contrario, inmerso en l. Para poder enfocar el tema correctamente,necesitamos profundizar en la enseanza de la Palabra de Dios acercadel sufrimiento, en la vida del creyente y la puesta a prueba de su fe, acuyo fin este nuevo libro ofrece una importante aportacin.

    David Burt inicia este libro bajo el epgrafe Llamados a sufrir,y traza a lo largo de seis captulos, con la maestra que le caracteriza,el hecho en s del sufrimiento, su origen y su finalidad, basando su re-flexin en el testimonio de las Escrituras, e ilustrndola desde su propiaexperiencia personal. Puesto que me une al autor una estrecha amistadde ms de treinta aos, me permitir una pequea incursin, no en elcampo de su exposicin teolgica, a la que nada me siento capacitadoa aadir, sino en el plano de la vida real. Dos ancdotas, de signo biendistinto, servirn a mi propsito. La primera tiene que ver con una in-

    justicia teolgica. La segunda, con la lucha con la voluntad de Dios.

    En enero de 1992 David sufri una embolia cerebral que le lle-v a sentir de cerca la muerte. A raz de aquella experiencia naci

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    un pequeo libro titulado En el umbral de la muerte (PublicacionesAndamio, 1994), que caus un gran impacto entre los lectores evan-

    glicos espaoles: en unos por lo controvertido de sus comentariossobre la muerte y el ms all, aspecto este ltimo que granje parael autor no poca hostilidad (y considerable gratitud, tambin). Almargen de la polmica generada por sus palabras, llama la atencinlo injusto de los ataques a los que fue sometido el autor, y junto a lquienes se identifican con su entorno espiritual e intelectual: en sulibro David no dogmatiza en ningn momento, y s somete respetuosa-

    mente a consideracin dos posibles maneras de enfocar un tema tandelicado como trascendente. No obstante, en algunos (reducidos)crculos el autor qued marcado, y el incalculable provecho aportadopor sus comentarios bblicos y otras publicaciones resulta ya ms quematizado a los ojos de algunos. Slo aquel que ama la sana doctrina

    y la rectitud expositiva apreciar el dao personal sufrido por Davidmerced a semejante insolidaridad.

    Sin embargo, nuestro hermano sigue adelante con fuerza, buenaprueba de ello supone, entre otros, este nuevo libro, y el secreto de supujanza hay que buscarlo en la segunda ancdota que quiero referir.

    En julio-agosto de 1966 nos conocimos en las campaas deO.M. en Espaa, y se plante la posibilidad de una colaboracin

    en la obra estudiantil al finalizar nuestras carreras en junio del aosiguiente. A estos hechos alude David (si no me equivoco) en unareferencia crptica de la pgina 67, en un captulo donde confiesa sufuerte resistencia a ser llamado a la obra en Espaa.

    Durante todo aquel ao yo somet en oracin mi deseo de ir a laUniversidad de Madrid para ayudar a establecer un grupo estudian-til. Puse como condicin delante del Seor el que alguien me acom-paara. Recordaba a David Bur, estudiante de Oxford. Me pareciun buen candidato. Pas el ao y volvimos a coincidir en un viaje de

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    O.M. Recuerdo que nos dirigamos a Galicia, y creo recordar queestbamos cerca de Ponferrada cuando le volv a mencionar el tema.

    (Tengo que andar con pies de plomo al mencionar fechas, lugares,etc., porque l tiene mejor memoria que yo, y contradice siempreypor sistemacualquier referencia histrica que yo me atrevo a aducir).Pues bien, hicimos el viaje hasta Ponferrada (creo) en un ambientede cierta tensin. Yo no quera forzar la cuestin, y l tampoco semostr especialmente comunicativo conmigo. Finalmente despusde varias horas de incertidumbre, decid lanzar mi pregunta: David,

    has pensado en lo de ir a Madrid en octubre? Silencio. Palidecivisiblemente. Ni una palabra. Le habr ofendido?, pens Lo queno saba, y descubr ms adelante es que David haba puesto comovelln el que yo le abordara precisamente en ese viaje, y que la ter-minada pregunta haba entrado como un cuchillo en su corazn.

    Por qu menciono las dos ancdotas? Porque ilustran la reali-

    dad de un llamado irrevocable y de una fe inquebrantable que le hansostenido hasta aqu, en medio de todo tipo de dificultades, y que lepermiten seguir adelante por la gracia de del Seor.

    Dios quiera que este libro ayuda a muchos a experimentar lodicho por el apstol en lo tocante a la salvacin: En lo cual vosotrosos alegris, aunque ahora por un poco de tiempo, y si es necesario, ten-

    gis que ser afligidos en diversas pruebas, para que sometida a pruebavuestra fe, mucho ms preciosa que el oro, el cual aunque perecederose prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuandosea manifestado Jesucristo, a quien amis sin haberte visto, en quiencreyendo, aunque ahora no lo veis, os alegris con gozo inefable yglorioso; obteniendo el fin de vuestra fe, que es la salvacin de vues-tras almas (1 Pedro 1: 6-9)

    S. Stuart ParkValladolid

    PRLOGO

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    LLAMADOS A SUFRIRReconozcmoslo. El sufrimiento es una parte esencial e ineludible

    de nuestra experiencia cristiana. Por supuesto, la vida de fe no consistesolamente en pruebas y aflicciones, sino que participa de otras muchascosas sumamente positivas y agradables: el gozo de la salvacin, la plenaesperanza de cara al futuro, la experiencia diaria de la buena providenciade Dios, la comunin del Espritu Santo... Desde luego, los creyentesno tenemos por qu quejarnos. No somos, ni mucho menos, de todos los

    hombres los ms dignos de lstima (1 Corintios 15:19). Sin embargo, lavida cristiana no deja de caracterizarse por muchos momentos y muchassituaciones de lucha agnica. Nuestro Pastor nos conduce frecuente-mente por verdes prados junto a aguas de reposo; pero, tarde o tem-prano, tambin querr llevarnos por el valle de sombra de muerte. Enmedio de las muchas cosas muy hermosas en la vida de fe, hay tambinmomentos duros y difciles. Parece que somos llamados a sufrir.

    Por qu es as? Acaso no sufri Jesucristo en nuestro lugar?Entonces por qu tenemos que sufrir los cristianos?

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    Efectivamente, el sacrificio del Seor Jesucristo en la cruz fuealgo nico que no admite repeticin en cuanto a su aspecto ms im-

    portante: el de su carcter propiciatorio. Es decir, el Seor se ofrecivoluntariamente y muri como nuestro sustituto, llevando sobre snuestros pecados; y, en virtud de susufrimiento, somos justificados yperdonados por Dios. Por una ofrenda l ha hecho perfectos para siem-

    pre a los que son santificados (Hebreos 10:14). Por lo tanto, no hayninguna necesidad de que el creyente sufra para expiar sus pecados,para complacer a Dios o para pagar por su culpa. Est libre de toda

    condenacin y, de cara al juicio venidero, no necesita temer el su-frimiento del castigo eterno. En este sentido, el sacrificio de Cristoes completo, perfectamente eficaz y exhaustivamente suficiente. Susangre ha pagado toda nuestra deuda y ha satisfecho plenamentelas exigencias de la justicia celestial. El ser humano no puede aadirnada al valor expiatorio de la muerte de Jess. Pretenderlo sera unaofensa, porque pondra en entredicho la plena suficiencia del sacri-

    ficio de la cruz. As pues, el sufrimiento en la vida del creyente notiene nada que ver con la cuestin del perdn de sus pecados, de suaceptacin por Dios como hijo o de su esperanza de vida eterna.

    Sin embargo, hay otras dimensiones del sufrimiento de Jesucristoy de su muerte que, lejos de ser nicas e inimitables, marcan un patrnque todo discpulo suyo tiene que asumir. Dijo el mismo Seor antes de

    morir: Un siervo no es mayor que su seor; si me persiguieron a m, tambinos perseguirn a vosotros(Juan 15:20), dando a entender con ello queestaba a punto de trazar un camino, marcado por el sufrimiento, por elcual tendran que pasar tambin sus discpulos.

    Aos despus, uno de aquellos que haban estado presentescuando el Maestro pronunci aquellas palabras, y que haba probado

    en su propia carne su acierto proftico, dijo: Cristo sufri por vosotros,dejndoos ejemplo para que sigis sus pisadas (1 Pedro 2:21). Si bienlos sufrimientos de Jess no pueden ser imitados en su dimensin

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    expiatoria, en s son ejemplares. La vida de Jess es nuestro modelo, yJess mismo nunca prometi que la vida de fe sera fcil; al contrario,

    prometi que sera muy dura e inst a sus seguidores a que, antes decomprometerse con l, calcularan el coste para ver si realmente lesinteresaba ser sus discpulos:

    El que no carga su cruz y viene en pos de m, no puede ser midiscpulo. Porque, quin de vosotros, deseando edificar unatorre, no se sienta primero y calcula el costo, para ver si tiene

    lo suficiente para terminarla? (Lucas 14:27-28).

    En el mundo tendis tribulacin (Juan 16:33).

    Puesto que el Seor ense que la vida cristiana conlleva una di-mensin inevitable de sufrimiento, tambin lo ensearon los apsto-les. En el captulo 14 de los Hechos de los Apstoles, leemos acerca

    del primer viaje misionero de Pablo y Bernab. Visitaron varias ciu-dades de lo que hoy en da es el sur de Turqua y fundaron iglesias encada ciudad. Pero, despus de haber recorrido muchos lugares, llegel momento en que creyeron necesario volver a visitar las iglesias re-cin fundadas para ver cmo seguan los nuevos creyentes. Lucas nosdice que volvieron con un mensaje claro y explcito para la ocasin,el cual predicaron en cada iglesia.

    Ahora bien, pongmonos en su lugar e intentemos imaginar elcontenido de aquel mensaje. Ya han predicado el evangelio en estasciudades, as que podemos dar por sentado que aquellos que se hanconvertido habrn entendido las doctrinas bsicas del evangelio: sa-ben que Jess es el Hijo de Dios que tom forma humana para vivirentre nosotros; entienden el significado de su muerte: que se ofreci

    en sacrificio para expiar nuestros pecados; entienden el significadode su resurreccin: que sali de la tumba como primicias de unanueva humanidad de la que participan todos los que creen en l; en-

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    tienden el significado de su ascensin: que ha vuelto a la diestra delPadre y se ha sentado en el trono celestial como Seor de seores;

    entienden el significado del da de Pentecosts: que Jesucristo haderramado el Espritu Santo como don de Dios para sellar a todoslos suyos y capacitarlos para una vivencia santa. Todas estas cosas lashan enseado ya, por lo cual no constituyen el contenido del nuevomensaje que ahora van a predicar.

    Cul, pues, es el siguiente mensaje ms importante que estos

    nuevos creyentes necesitan comprender? Despus de la presentacindel evangelio, qu es lo que ms les interesa saber acerca de la vidacristiana? Escuchemos bien las palabras con las cuales Lucas sinte-tiza el mensaje proclamado por los apstoles en esta segunda visita:

    Es necesario que a travs de muchas tribulaciones entremos en el reino deDios(Hechos 14:22).

    Por supuesto, podemos suponer que los apstoles no se limita-ron a emplear estas mismas palabras. Con ellas, Lucas slo pretendedecirnos cul era la esencia de su mensaje, la carga que crean necesa-rio compartir con las iglesias en aquel momento: no podemos llegaral reino eterno sin antes pasar por muchas tribulaciones.

    Lo mismo ocurre con nosotros. Dios no garantiza que nues-

    tra experiencia terrenal vaya a ser de constante gozo, comunin ybienaventuranza. Si acaso, lo que garantiza es todo lo contrario: quees necesarioque experimentemos tribulacin. Ms adelante veremospor qu es necesario. Por ahora, nos quedamos con el hecho en s: elsufrimiento es una parte integral de la vida de fe.

    Muchos aos despus de aquel primer viaje misionero, el apstol

    Pablo escribi a un joven procedente de una de aquellas ciudades delsur de Turqua y que seguramente haba sido uno de aquellos prime-ros creyentes. Pablo le dice lo siguiente: T has seguido mi enseanza,

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    conducta, propsito, fe, paciencia, amor, perseverancia, y tambin mispersecuciones y sufrimientos, como los que me acaecieron en Antioqua,

    en Iconio, en Listra. Qu persecuciones sufr! Y de todas ellas me libr elSeor(2 Timoteo 3:10-11). Timoteo era oriundo de Listra y conocaperfectamente la historia de las persecuciones que Pablo haba su-frido all. Pero para qu le recuerda todo esto el apstol? Lo vemosen el versculo siguiente: Timoteo, t has visto todo esto en m, perodebes comprender bien que mi caso no es excepcional, sino que todoslos que quieren vivir piadosamente en Cristo Jess sern perseguidos.

    Sufrimos nosotros persecucin? Si no es as, una de dos: o bienel apstol Pablo menta o exageraba; o bien no estamos viviendo vi-das piadosas. Porque no nos engaemos el problema del mundoevanglico de hoy es que hemos ido acomodando nuestra manerade vivir de tal forma a los patrones de este mundo que ya apenas sedistingue de la de nuestros vecinos. Como consecuencia, hay poco

    en nosotros que levante la oposicin de los dems. No se sientenavergonzados por nuestro buen ejemplo, ni molestos por nuestra in-tolerancia con el pecado, ni desafiados por nuestro mensaje de juicio

    y salvacin.

    Hacemos bien, pues, en preguntarnos si somos coherentes conla fe que profesamos, si practicamos realmente la tica de Cristo,

    si somos escrupulosamente honrados en nuestros negocios, asuntoslaborales y obligaciones fiscales, y si aprovechamos debidamente lasoportunidades que Dios nos da para testificar y predicar el evangelio.Debemos examinarnos para ver si estamos dispuestos a ser diferen-tes de nuestros vecinos en nuestra conducta dejando de hacer, poramor a Cristo, algunas cosas que ellos hacen y, ms an, practicandociertas cosas que ellos no hacen: interesndonos por nuestro pr-

    jimo, preocupndonos por los desamparados, estando atentos a lasnecesidades materiales, sociales, emocionales y espirituales de los de-ms. Cuando vivimos autnticamente el evangelio, despus de cierto

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    tiempo los que nos rodean notarn la diferencia. Algunos sentirn laatraccin del evangelio, pero otros se sentirn incmodos y empeza-

    rn a hacernos la vida imposible.

    En todo caso, la cita de 2 Timoteo tiene el mismo nfasis quehemos visto en los dems textos que hemos citado: las pruebas yaflicciones son una parte normal de la vida cristiana.

    Otro texto bien conocido que abunda en la misma idea es el

    captulo 12 de Hebreos. Hasta tal punto tiene el autor por necesarioslos sufrimientos en la vida cristiana, que ensea que debemos pre-guntarnos, en el caso de no pasar nunca por ellos, si realmente somoshijos de Dios:

    El Seor, al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibepor hijo. Es para vuestra correccin que sufrs; Dios os trata

    como a hijos; porque qu hijo hay a quien su padre no disci-plina? Pero si estis sin disciplina, de la cual todos han sidohechos participantes, entonces sois hijos ilegtimos y no hijosverdaderos(Hebreos 12:6-8).

    Hace poco tuve una discusin con alguien que suscriba la lla-mada teologa de la prosperidad. Es decir, crea que, si eres un hijo de

    Dios, todo tiene que salirte bien: prosperars en los negocios, ad-quirirs muchos bienes materiales y nunca estars enfermo. Si lascosas no te salen bien, es porque no tienes suficiente fe y, por tuincredulidad, no ests entrando en la herencia de prosperidad queDios propone para ti. Cualquier forma de sufrimiento, segn l, esreflejo de la incredulidad. El sufrimiento es incompatible con una

    verdadera vida de fe.

    l sostena que nunca tena problemas. Yo, a estas alturas de laconversacin, estaba francamente un poco crispado por su obstina-

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    cin y autocomplacencia y le dije: Sabes lo que te llama la Biblia?Hijo ilegtimo! La verdad es que no le hizo mucha gracia. Pero el

    texto de Hebreos enfatiza esto mismo: si nunca pasamos por mo-mentos de disciplina, en los que el Seor nos azota, es evidencia deque no somos hijos legtimos suyos.

    Como creyentes, a veces el sufrimiento nos causa una gran per-plejidad. Decimos: Por qu lo permite el Seor? Estar enfadadoconmigo? Es evidencia de que ya no me ama, de que ya no me cui-

    da, de que me ha rechazado? Pero el autor de Hebreos dice justo locontrario: todo buen padre disciplina a sus hijos; por lo tanto, si ennuestra vida nunca recibimos la correccin de Dios, debe ser motivode desconcierto; los azotes de Dios no son tan preocupantes como lafalta de ellos. El sufrimiento, lejos de poner en duda nuestra acepta-cin por parte de Dios, la afirma.

    Pero sigamos con la cita de Hebreos:

    Adems, tuvimos padres terrenales para disciplinarnos, y losrespetbamos...

    sta es una gran verdad. Si ves a un nio que desprecia a suspadres, que hace caso omiso de las instrucciones de sus padres y se

    comporta de una manera incontrolable, puedes tener la seguridad deque no ha recibido la necesaria disciplina paterna. En cambio, cuan-do los hijos son cariosos con sus padres, es probable que hayan cre-cido en un ambiente en que los padres han establecido claros lmites

    y normas de comportamiento y los han mantenido a travs de unadisciplina practicada con amor y firmeza. Muchos padres modernos,en su afn de ganarse el afecto de sus hijos, han dejado de discipli-

    narlos y consienten su mal comportamiento. Es una irona muy tristeel hecho de que, como consecuencia, sus hijos los desprecien y, enmuchos casos, se quebranten los vnculos de afecto en la familia. Por

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    supuesto, el otro extremo es igualmente malo: el abuso de la autoridadpaterna tambin anula el afecto; la tirana y la arbitrariedad en la disci-

    plina tambin crean hijos trastornados. Pero la disciplina ejercida conamor y fundada en principios de justicia, lejos de hacer dao al nio, leconduce hacia una sana madurez y forja vnculos duraderos de amor fa-miliar. El hijo que respeta a sus padres, normalmente ha sido instruidopor ellos con la necesaria correccin y disciplina.

    Con cunta ms razn no estaremos sujetos al Padre de

    nuestros espritus, y viviremos? Porque ellos nos disciplina-ban por pocos das como les pareca, pero l nos disciplina paranuestro bien, para que participemos de su santidad. Al presenteninguna disciplina parece ser causa de gozo, sino de tristeza; sinembargo, a los que han sido ejercitados por medio de ella, les dadespus fruto apacible de justicia(Hebreos 12:9-11).

    Entendamos bien esto. El propsito de Dios, en cuanto a nues-tra vida terrenal, no es tanto nuestra felicidad o comodidad comonuestra santidad, si bien es cierto que nuestra autntica felicidad sehalla en la santidad. O sea, cuando buscamos el reino de Dios y su

    justicia, solemos encontrar tambin felicidad; pero, cuando busca-mos la felicidad como fin en s, lo nico que encontramos es frustra-cin. As pues, la meta que Dios persigue en nuestras vidas es nuestra

    santificacin. En la vida de todos los que han entregado sus vidas alSeor para salvacin, Dios har lo necesario para transformarlos a laimagen de su amado Hijo, aunque sea al precio de sujetarlos a durasmedidas de correccin. Lgicamente, cuanto ms colaboramos conel Seor y perseguimos la misma meta, tanto menos tendr Diosque disciplinarnos! Esto es lo que Pablo les deca a los corintios:

    Si nos juzgramos a nosotros mismos, no seramos juzgados.Pero cuando somos juzgados, el Seor nos disciplina (1 Corin-tios 11:31-32).

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    Hasta aqu, pues, hemos intentado demostrar la inevitabilidad delsufrimiento en la vida del autntico creyente. No nos quepa ninguna duda

    con respecto a esta primera idea: Cristo y los apstoles enseaban con todaclaridad que las pruebas en la vida cristiana son normales y necesarias.

    Sin embargo, cuando nos hablan depruebas, aflicciones y tribula-ciones, qu es lo que tenan en mente?

    La iglesia de la poca apostlica y de las dcadas inmediatamente

    posteriores tuvo que afrontar algunas de las persecuciones ms fero-ces y sanguinarias de todos los tiempos. No es de extraar, pues, queaquellos textos del Nuevo Testamento que profundizan en el temade la tribulacin suelan hacerlo con un trasfondo de persecucin: noslo la persecucin poltica que conllevaba terribles pruebas comola confiscacin de bienes, el exilio, el encarcelamiento y el martirio;sino tambin la menos violenta, pero no menos dolorosa, oposicin

    de vecinos y familiares, con todo lo que eso implicaba de ostracismosocial, exclusin del crculo de amistades y del seno familiar, insultossarcsticos e hirientes, prdida de negocios y un largo etctera.

    Pero, por supuesto, no podemos limitar las tribulaciones de lavida de fe slo a aquel sufrimiento que nos llega directamente a tra-vs de la persecucin poltica o social. Si bien hemos visto que los que

    quieren vivir piadosamente en Cristo Jess padecern siempre ciertogrado de oposicin o persecucin, aquel grado variar segn la ideo-loga reinante en el pas. All donde una sociedad como la nuestra,por ejemplo estima la tolerancia y el pluralismo, el precio social apagar por los creyentes ser menor.1 En la historia de la Iglesia ha

    1 Digo precio socialporque, en otros sentidos, la tolerancia suele traer una fuertemerma de los tesoros de la Iglesia. Por ejemplo, el celo evangelstico, la unidad fra-

    ternal, el sentido de identidad evanglica y la intensidad del compromiso con Cristoparecen menguar en la medida en que crece la comodidad de la tolerancia poltica.Esto lo vimos en la dcada de los sesenta en Espaa y comenzamos a verlo ahora enlos pases del este de Europa.

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    habido unas pocas de persecucin ms abierta y otras de una oposi-cin ms sutil. A nosotros -gracias al Seor- nos ha tocado vivir una

    de stas ltimas. Pero lo que no vara de generacin en generacin esla realidad de la actividad subversiva del enemigo de nuestras almas.l sigue siendo el mismo. Las huestes del mal siguen actuando conla misma potencia y malicia que en pocas de persecucin abierta.Slo cambian sus tcticas.

    En los aos cuarenta y cincuenta del siglo pasado, la iglesia

    evanglica en Espaa conoci mucha persecucin poltica y social.Desde entonces, el enemigo ya no dirige su ataque contra la Igle-sia desde fuera, sino, en mucha mayor medida, desde dentro. En laactualidad, la oposicin que los lderes de las congregaciones tienenque afrontar suele brotar de dentro del seno de la misma iglesia. Losdisgustos que los creyentes de a pie tenemos que tragar suelen proce-der de otros que dicen ser creyentes. Esto no es ninguna casualidad.

    Es la actual tctica del maligno.

    As pues, aunque los escritores del Nuevo Testamento hablennormalmente de las pruebas en el contexto de la persecucin, nopodemos limitar a ella las armas del diablo. El Nuevo Testamento,aunque en menor grado, contempla otras formas de pruebas dentrodel sufrimiento del creyente.

    Pablo, por ejemplo, nos habla de su famosaespina en la carne:

    Me fue dada una espina en la carne, un mensajero de Satansque me abofetee, para que no me enaltezca. Acerca de esto, tresveces he rogado al Seor para que lo quitara de m. Y l me hadicho: Te basta mi gracia(2 Corintios 12:7-9).

    Todos desearamos saber en qu consista este aguijn y muchoshan especulado sobre su naturaleza. Pero quizs el Espritu Santo no

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    nos lo haya revelado precisamente porque, al quedar en el anonimato,podemos sustituirlo por la prueba que nos toca a nosotros.

    En otros lugares, Pablo habla de la enfermedad en trminos deuna prueba:

    Sabis que fue por causa de una enfermedad fsica que osanunci el evangelio la primera vez; y lo que para vosotros

    fue unaprueba en mi condicin fsica, que no despreciasteis

    ni rechazasteis, sino que me recibisteis como un ngel de Dios,como a Cristo Jess mismo (Glatas 4:13-14).

    Muchas veces la enfermedad, efectivamente, es una pruebade nuestra fe. Y, a este respecto, es aleccionador observar la fre-cuencia de las enfermedades en el equipo evangelstico de Pablo,porque ella misma constituye una poderosa rplica a todos aque-

    llos que dicen que la voluntad de Dios nunca es la enfermedad delcreyente. Acabamos de mencionar la de Pablo mismo en este textode Glatas. En Filipenses 2:27 leemos acerca de la grave enferme-dad de Epafrodito. En 1 Timoteo 5:23, Pablo habla de las muchasenfermedades de Timoteo. En 2 Timoteo 4:20 leemos acerca de laenfermedad de Trfimo. As que, los que pretenden decirnos queall donde hay fe no puede haber enfermedad estn poniendo en

    tela de juicio, implcitamente, la autenticidad de la fe de Pablo ysus compaeros, ya que cuatro de ellos sufrieron frecuentes aflic-ciones fsicas o una grave enfermedad.

    Y qu diremos de la prueba de la enfermedad psquica? Acasono tiene nada que ver con las artimaas del maligno? Al contrario,no constituye una de sus armas ms poderosas en el tiempo presen-

    te? La depresin, el desnimo, aquellas sensaciones de desesperacino de profundas tinieblas que pueden invadir al creyente constituyenuna parte tan normal de la vida de fe como la persecucin social.

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    Elas sufri una prueba de esta ndole despus de su triunfo en elCarmelo. Lleg al punto de desear la muerte y decir: Basta ya, Seor,

    toma mi vida porque yo no soy mejor que mis padres (1 Reyes 19:4).2

    De dnde vienen tales sentimientos? Romanos 8:33 dice: Quinacusar a los escogidos de Dios?La respuesta obvia es: El diablo. Porqu, pues, plantea Pablo esta pregunta? Porque est hablando de lasacusaciones hechas delante de Dios y, delante de Dios, el acusadorde los hermanos no tiene nada que decir. En el captulo 12 de Apo-calipsis, el acusador (es decir, el gran dragn, la serpiente antigua, que

    se llama el diablo y Satans) es arrojado a la tierra. El momento encuestin parece ser el de la ascensin del Seor Jesucristo, porque eltexto acaba de decir que el hijo de la mujerfue arrebatado hasta Dios

    y hasta su trono al cielo, y una voz clama del cielo diciendo:Ahora havenido la salvacin, el poder y el reino de nuestro Dios y la autoridad desu Cristo, porque el acusador de nuestros hermanos, el que los acusa delantede nuestro Dios da y noche, ha sido arrojado(12:5 y 10). Pero, desde

    aquel momento, observamos que el maligno no cesa sus actividadesperniciosas; slo cambia el escenario. Como consecuencia de la obraredentora, ya completa, de Jesucristo, tiene que callarse en cuantoa sus acusaciones ante el trono de Dios.3Transfiere, pues, su activi-dad acusadora a la tierra. Ay de la tierra y del mar!, porque el diabloha descendido a vosotros con gran furor(12:12). A partir de entonces,

    2Naturalmente, debemos entender que este deseo de Elas no tiene que ver con el dePablo, que tena el deseo de partir y estar con Cristo, pues eso es mucho mejor(Filipenses1:23). El de Elas era un deseo que reflejaba su estado anmico de profundo dolorpsquico, es decir, de hundimiento y desesperacin.

    3 No era as en tiempos del Antiguo Testamento, cuando an no se haba llevadoa cabo la obra de Cristo. Entonces, el diablo tena acceso a la corte celestial parapresentar sus denuncias como fiscal acusador. Recordemos el caso de Job. Pero, apartir de aquel momento la ascensin en que nuestro Sumo Sacerdote entra en el

    tabernculo llevando consigo la sangre de su sacrificio, ya no hay acusacin posible,porque en virtud de aquel sacrificio, Dios declara justo a todo aquel que cree en l.stos son hechos perfectos para siempre(Hebreos 10:14). El diablo ya no tiene argu-mento que valga ante Dios.

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    el diablo se dedica a hacer la guerra contra los hijos de la mujer,es decir, contra los que guardan los mandamientos de Dios y tienen el

    testimonio de Jess(12:17). Ya no puede acusar al creyente delante deDios, pero s puede ponerse a su lado y sembrar dudas y acusacionesen su odo: T? Perfecto para siempre? Mira lo que has hecho, eviden-cia clara de que no puedes ser creyente, de que Dios no puede ser tu Padre,de que has sido rechazado por Dios.La angustia espiritual provocadapor las acusaciones del maligno constituye uno de los ms terriblessufrimientos del creyente.

    Y qu diremos de las preocupaciones materiales y laborales? Enmi experiencia pastoral, este tipo de preocupaciones suele darse msentre los varones, supongo que porque el hombre se siente responsabledelante de Dios del bienestar material de la familia. Si est a punto de

    vencer una letra y la cuenta bancaria est en nmeros rojos, la ansiedadque sentimos puede considerarse una prueba de la fe? Debo confesar

    que he perdido ms noches de sueo a causa de la ansiedad econmicaque por cualquier otro tipo de preocupaciones, y esto cuando s per-fectamente que el Seor ha dicho:No os preocupis por vuestra vida, qucomeris o qu beberis; ni por vuestro cuerpo, qu vestiris Vuestro Padrecelestial sabe que necesitis de todas estas cosas(Mateo 6:25, 32). Y, cosacuriosa, he podido comprobar, quizs en centenares de ocasiones, lafiel provisin de Dios en esta clase de situacin. Vez tras vez, nuestra

    familia se ha encontrado en una situacin econmica sumamente pre-caria, sin saber cmo llegar a fin de mes, y Dios siempre ha provisto.Nunca nos ha fallado. Sin embargo, descubro que he crecido muy pocoen cuanto a echar mis ansiedades sobre el Seor. Cada vez que vuelve aaparecer el aprieto econmico, mi primera reaccin es la de entregarmeal pnico. Hombre de poca fe! Seor, yo creo, ayuda mi incredulidad. Al-gunos somos as de lentos en el aprendizaje.

    Por nada estis afanosos; antes bien, en todo, mediante oraciny splica con accin de gracias, sean dadas a conocer vuestras

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    peticiones delante de Dios. Y la paz de Dios, que sobrepasatodo entendimiento, guardar vuestros corazones y vuestras

    mentes en Cristo Jess(Filipenses 4:6-7).

    Es verdad. Lo he comprobado repetidamente. Porque primeroviene la zozobra, la angustia: cmo vamos a afrontar la necesidad?Luego recordamos que nuestro Padre celestial nos cuida y que es-tamos en sus manos. Con esto viene una renovada confianza en suprovidencia y, finalmente, la paz de Dios.

    Y qu diremos del creyente que recibe la noticia de la quiebra dela empresa en la que trabaja, o que es despedido en una reorganizacinestructural de la misma? O qu de aquel que se encuentra desgarradoentre dos principios ticos que no sabe reconciliar: por ejemplo, su leal-tad a sus jefes y su solidaridad con sus compaeros del sindicato? Noson todas estas cosas motivo de mucha preocupacin y angustia?

    Si los varones tenemos una propensin especial a esta clase de su-frimientos materiales, en mi experiencia la mujer tiene una propensinparecida hacia las pruebas en torno a los miembros de la familia. Sufrea causa de las relaciones con el marido: la falta de comunicacin e in-timidad, el que el marido no tome suficiente iniciativa y liderazgo oque mande excesivamente Sufre a causa de los hijos: de pequeos,

    padecen todo tipo de enfermedades; de mayores, empiezan a desviarsedel camino, siguen las modas de sus compaeros, sienten la atraccindel mundo. El padre, mientras tanto, no hace ms que encogerse dehombros como si dijese: Bastantes problemas tengo en la calle comopara tener que preocuparme por los hijos! La ansiedad la siente ms lamadre. Cuando una familia o un matrimonio se deshacen, quien pagala factura emocional suele ser la madre y esposa.

    Qu decir de la prdida de un ser querido? Tarde o tempra-no, sta es una experiencia que casi todos los creyentes tenemos que

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    afrontar. Qu palabras pueden hacer justicia al dolor de los espososque tienen que superar la muerte de su cnyuge, o al de los padres

    que han de sobrevivir a la muerte de un hijo? Cmo describir elgran sentido de prdida y vaco, la terrible desesperacin que, paula-tinamente, se convierte en una soledad igualmente terrible? La vidapierde toda su emocin e inters y, sin embargo, hay que seguir vi-

    viendo. Cmo entender esta clase de sufrimiento? Cmo convivircon l? Qu pretende Dios al permitirlo?

    Y la prueba de las divisiones en la iglesia, las tensiones, los rocesy los conflictos entre hermanos? Yo viv mi primera divisin a losdiez aos. Mi padre era anciano de la iglesia y se vio involucrado delleno en el asunto. Mi madre tambin porque lamento decirlo ,si bien los ancianos tenan que resolver la situacin, las esposas delos ancianos fueron las que, en gran medida, contribuyeron a quela situacin nunca pudiera resolverse. Lo recuerdo bien, porque me

    marc quizs para toda la vida. Ocurri en los aos de la postguerra,cuando escaseaba la comida. En aquel entonces vivamos con pocosmedios, pero mi madre decidi emplear una parte del presupuestosemanal de la casa en comprar plantas para las dems esposas comoseal de reconciliacin. Al ir a llevarlas a las respectivas casas, decidique yo fuera con ella. Cmo escudo humano? Supongo que pensa-ba que las otras mujeres actuaran con respeto delante de un nio.

    No fue as. En alguna casa nos recibieron con correccin y aun conamabilidad; en otras, con miradas severas y palabras secas; y en una,la buena seora abri la puerta, vio quines ramos y nos dio con lapuerta en las narices. Que yo recuerde, fue la primera vez que vi ellado oscuro de la naturaleza humana.

    Has conocido una experiencia semejante? Has vivido una si-

    tuacin en la que algn creyente a quien tenas por un buen hermanotuyo, quizs por un gran siervo de Dios, te ha decepcionado profun-damente? Duele, verdad?

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    A muchas de estas clases de experiencias volveremos ms ade-lante. Por el momento, slo quiero hacer constatar que detrs de la

    palabra pruebahay todo un abanico de situaciones, diversas formasde afliccin fsica, emocional, social, psquica y espiritual que el dia-blo quiere utilizar en nuestra vida para hacernos mucho dao y queel Seor, a su vez, quiere utilizar para llevarnos a la madurez, a lasantidad, a la justicia, a la imagen de Cristo.

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    EL ORIGEN DE

    NUESTRO SUFRIMIENTONo os dejis engaar, de Dios nadie se burla; pues todo lo queel hombre siembre, eso tambin segar. Porque el que siembra

    para su propia carne, de la carne segar corrupcin; pero elque siembra para el Espritu, del Espritu segar vida eterna

    (Glatas 6:7-8).

    Y sucedi que un da cuando los hijos de Dios vinieron a pre-sentarse delante del Seor, vino tambin Satans entre ellos

    para presentarse delante del Seor. Y el Seor dijo a Satans:De dnde vienes? Entonces Satans respondi al Seor, ydijo: De recorrer la tierra y de andar por ella. Y el Seor dijo a

    Satans: Te has fijado en mi siervo Job? Porque no hay otrocomo l sobre la tierra, hombre intachable, recto, temeroso deDios y apartado del mal. Y l todava conserva su integridad,

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    aunque t me incitaste contra l para que lo arruinara sincausa. Respondi Satans al Seor, y dijo: Piel por piel! S,

    todo lo que el hombre tiene dar por su vida. Sin embargo,extiende ahora tu mano y toca su hueso y su carne, vers sino te maldice en tu misma cara. Y el Seor dijo a Satans:He aqu, l est en tu mano; pero guarda su vida(Job 2:1-6).

    Por qu permite Dios el sufrimiento? sta es la preguntaque quiero abordar en los tres captulos siguientes, no en ste! Si

    la planteo ahora es porque conviene que examinemos la premisaque presupone.

    Nuestros compaeros incrdulos suelen decir: No creo en Diosporque, si existiera, cmo podra permitir tanto sufrimiento como

    vemos en el mundo? Es decir, aun el incrdulo presupone que, siDios existe, todo lo que hay en esta vida tiene que estar bajo su con-

    trol y responsabilidad. Es cierto esto?De serlo, tendremos que reconocer que Dios es, al menos en l-

    tima instancia, el responsable de nuestras aflicciones y el que permiteque pasemos por diversas pruebas. As pues, antes de abordar nuestrapregunta fundamental por qu permite Dios el sufrimiento? ha-remos bien en considerar si realmente es as, si de alguna manera he-

    mos de atribuirle a Dios la responsabilidad de nuestras aflicciones.Creo que hay al menos tres factores que debemos sopesar antes

    de sacar conclusiones. En primer lugar, est el factor humano. Muchasveces sufrimos a consecuencia de cosas que nosotros mismos hemoshecho. Otras veces sufrimos por culpa de terceros. En estos casos, elser humano es responsable. Por qu culpar a Dios?

    En segundo lugar, est el factor diablico. La Biblia nos enseaque tenemos un adversario, Satans. Qu peso debemos concederle

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    a l en nuestras aflicciones? Y cmo reconciliar el dao que l noshace con la soberana de Dios en nuestras vidas?

    Y, en tercer lugar, est el factor divino. Cul es el lugar que Diosocupa en nuestras aflicciones?

    Vamos a considerar estos tres factores:

    El factor humano

    A veces sufrimos por causa de otras personas. Alguien conduce bo-rracho y causa un accidente, como consecuencia del cual otra personaqueda parapljica de por vida. Un nio sufre abusos sexuales que le mar-can para siempre. Unos trabajadores se hallan en la calle, sin salario ni

    seguridad social, a causa de las malas gestiones del empresario. Podra-mos alargar indefinidamente la lista de ejemplos. Todos nosotros somoshijos de nuestros padres, lo cual quiere decir que todos hemos sufridoa manos de ellos; todos tenemos taras, complejos y heridas emociona-les por haber tenido como padres a unos seres cados, pecadores. Aunlos mejores padres, con las mejores intenciones, confesarn que muchas

    veces no han sabido ejercer bien su paternidad. Lo han hecho lo mejor

    que podan, pero conscientes de sus limitaciones y fallos. Sin embargo,antes de lamentarnos por los padres que hemos tenido, haramos bien enconsiderar lo mucho que sufren nuestros propios hijos a causa nuestra.

    Todos nosotros, incluidas aquellas personas que afirman quenunca hacen dao a nadie, causamos sufrimiento a otras personas.Acaso es Dios el culpable?

    S y no. En estos casos, Dios no puede ser tenido por culpabledel sufrimiento (el hombre lo es); pero, en cierto sentido, Dios puede

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    ser considerado el responsable, porque es poderoso para impedir estossufrimientos e intervenir para contrarrestar las acciones dainas de

    los dems. Por lo tanto, aun si nuestras aflicciones llegan por culpa deotras personas, como creyentes las recibimos como procedentes de lasabia providencia de Dios.

    El creyente que se ha quedado parapljico no se limita aquejarse del conductor borracho. Sabe que Dios poda haberlesalvado del accidente. Por lo tanto, si bien no debe atribuir des-

    propsito a Dios ni echarle la culpade la situacin, hace bien enconsiderarle responsable y pensar que, si Dios lo ha permitido,por algo ser. Naturalmente, pasar momentos de angustia enlos que luchar contra dudas y desconcierto, y puede que lleguea cuestionarse la sabidura de la providencia divina. Pero sabe como dice el himno que todo lo que pasa en mi vida aqu, miDios lo prepara.

    Vemos esto mismo en el testimonio de los salmistas. Muchasveces empiezan sus salmos lamentando alguna situacin de aflic-cin, normalmente una situacin de persecucin a manos de otraspersonas. Sin embargo, no dirigen a ellas sus quejas, sino a Dios:Por que, oh Dios? Por qu permites que pase por esta prueba? Hastacundo estars callado, sin intervenir para solucionar mi situacin o

    vencer a mis enemigos?

    El creyente digo recibe estas cosas como procedentes demanos de Dios. Y, sin embargo, sabe que una de las preguntas queplantean sus vecinos incrdulos y que a l le resulta ms difcil decontestar es esta misma: Si Dios es un Dios de amor, por qu nointerviene para impedir el sufrimiento y los abusos? Cmo puede

    permitir Dios la violacin de mujeres en el curso de una guerra?Cmo puede permitir la matanza de seres humanos en conflictostnicos? Dnde est Dios cuando se sufre?

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    Aunque no es mi intencin profundizar ahora en esta cuestin,quiero decir un par de cosas antes de continuar. En primer lugar,

    quin dice que Dios no interviene para impedir abusos y sufrimien-tos? Ciertamente, en aquellas situaciones en las que el hombre pa-dece afliccin a causa de su prjimo, es obvio que Dios no ha tenidoa bien intervenir para impedirlo. Pero esto no constituye razn paradecir que Dios nuncainterviene. Al contrario, la Biblia parece ense-arnos que Dios siempre interviene para impedir el mal exceptoenaquellos casos que sirvan para sus propsitos.

    En otras palabras, cuando estemos en presencia del Seor y seabran los libros y entendamos la vida con la perspectiva celestial,comprenderemos que el Seor ha enviado constantemente a sus n-geles para protegernos del mal ajeno. A veces, aun aqu abajo, loscreyentes somos conscientes de la proteccin divina en ciertas si-tuaciones de peligro. Seguramente somos inconscientes en muchos

    otros casos. En realidad, este mundo sera un infierno si no fuera porla constante intervencin de Dios para frenar el mal.

    En segundo lugar, si nos quedamos perplejos ante la no-inter-vencin de Dios en determinadas situaciones, haramos bien en re-flexionar sobre la pregunta siguiente: Dnde queremos que Diosestablezca el lmite de sus intervenciones? Es decir, en qu circuns-

    tancias opinamos que Dios tendra que intervenir? En principio, staparece una pregunta fcil. Dios decimos tendra que interve-nir, por ejemplo, para impedir los genocidios; no tendra que haberpermitido el holocausto de Hitler, el gulag de Stalin o la limpiezatnica de Bosnia. Imaginemos, sin embargo, que Dios aceptase in-tervenir en todo caso de genocidio. Nos conformaramos con esto?Sospecho que, aunque vivisemos en un mundo libre de genocidios,

    algunos negaran la existencia de Dios; porque, de existir, tendra queintervenir para impedir otros males, como por ejemplo el asesinato.As que vamos a suponer que pudiramos vivir en un mundo libre de

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    toda clase de asesinato. Nos conformaramos con esto? No; porque,entonces, fijaramos nuestra atencin en otros males e injusticias:

    cualquier tipo de violencia fsica, cualquier abuso psicolgico, cual-quier estafa o fraude, cualquier engao, cualquier insulto... Mientrasel ser humano siga siendo lo que es, siempre habr abusos e injusti-cias de alguna clase. Si Dios tiene que impedir algunos de ellos, porqu no todos? La persona que dice no poder creer en Dios a causadel sufrimiento que hay en el mundo, en el fondo est reclamando

    ya el juicio final.

    Raras veces pasa un da en que yo no tenga que decir: Seor, soyconsciente de haberte fallado hoy; he hecho cosas indebidas y he dejadode hacer cosas debidas; mis acciones, mis actitudes, mis palabras y mispensamientos no han sido siempre para edificacin y bendicin de losdems. De diferentes maneras, he hecho dao o, al menos, he dejadode hacer bien a los que me rodean. Si queremos que Dios impida la

    injusticia, entendamos bien que tendra que empezar juzgndonos anosotros. A veces no sabemos bien lo que pedimos.

    Lo cierto es que el deseo de justicia, que subyace en el nimo deaquellos que se quejan as contra Dios, ser plenamente satisfechoen el da final. Dios dar su merecido a Hitler, a Stalin y a los demstiranos de la historia. Pero ojo! Tambin nos lo dar a nosotros. Los

    que hoy protestan por la supuesta no-intervencin de Dios, quizstengan que lamentar su intervencin en aquel da.

    Este mismo es el mensaje de Malaquas 2:17-3:2. En aquel mo-mento, muchos israelitas se quejaban a causa de la no-intervencinde Dios y estaban dando lecturas cnicas y amargas a su silencio antelas injusticias sociales:

    Habis cansado al Seor con vuestras palabras. Y decs: Enqu le hemos cansado? Cuando decs: Todo el que hace mal es

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    bueno a los ojos del Seor, y en ellos l se complace; o: Dndeest el Dios de la justicia? (2:17).1

    Quieren que Dios intervenga para premiar a los justos y castigara los malos, pero no se dan cuenta de que esta intervencin les tocartambin a ellos mismos. Efectivamente dice Malaquas el Seor

    viene (vendr de repente a su templo el Seor a quien vosotros buscis; yel mensajero del pacto en quien vosotros os complacis, he aqu, viene; 3:1)

    y llevar a cabo el juicio de todos los hombres, pero

    Quin podr soportar el da de su venida? Y quin podrmantenerse en pie cuando l aparezca? Porque l es como fue-

    go de fundidor y como jabn de lavanderos (3:2).

    El juicio viene. Dios har justicia. Pero el juicio comenzar porla casa de Dios (1 Pedro 4:17). Los hijos de Lev sern los primeros

    en ser juzgados (Malaquas 3:3). Porque, en realidad, no hay justo, niaun uno (Romanos 3:10), sino que todos participamos en menor omayor grado de la misma perversidad que vemos en Hitler o Stalin.Est bien desear la intervencin justiciera de Dios, pero compren-diendo que nos tocar a nosotros tambin, no slo a los genocidas.

    Sin embargo, volvamos a nuestro tema principal. A veces su-

    frimos a causa de otras personas. Y, tambin, dentro de este primerfactor (el de la responsabilidad humana), debemos reconocer que aveces sufrimos a causa de nosotros mismos. Gran parte de nuestras aflic-ciones la traemos sobre nuestras propias cabezas.

    1Cf. tambin Malaquas 3:13-15: Vuestras palabras han sido duras contra m dice el

    Seor . Pero decs: Qu hemos hablado contra ti? Habis dicho: En vano es servir a Dios.Qu provecho hay en que guardemos sus ordenanzas y en que andemos de duelo delante delSeor de los ejrcitos? Por eso llamamos bienaventurados a los soberbios. No slo prosperan losque hacen el mal, sino que tambin ponen a prueba a Dios y escapan impunes.

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    La muerte expiatoria del Seor Jesucristo salva plenamente dela culpa por sus pecados a todo aquel que cree en l. Ante los ojos de

    Dios, el creyente ya ha cumplido la sentencia de su maldad, pues hasido ajusticiado en la persona de su sustituto Jesucristo. No obstante,aunque el creyente est libre de culpa, no se libera tan fcilmente delas inevitables consecuencias prcticasde sus pecados. Como acabamosde leer:No os dejis engaar; de Dios nadie se burla; pues todo lo que elhombre siembre, eso tambin segar(Glatas 6:7). Dios ha incorporadoen la creacin leyes de causa y efecto que no siempre son neutraliza-

    das por el arrepentimiento.

    Por ejemplo, se convierte un joven que ha sido drogadicto y tie-ne anticuerpos del sida. El Seor perdona plenamente su pecado. EnCristo, esperfecto para siempreante los ojos de Dios y goza de la plenaesperanza de vida eterna. Sin embargo, los anticuerpos estn all, y loms probable es que contraiga el sida y muera. Ha sido perdonado,

    pero tiene que vivir con las consecuencias prcticas de su pecado.

    O pensemos en el caso de un hombre que, antes de su conver-sin, ha practicado la promiscuidad sexual. Su conversin conllevael pleno perdn de sus pecados; pero, tambin, la dura obligacin deafrontar sus obligaciones y proveer para sus hijos ilegtimos.

    En 1992 sufr una embolia. Un acto de Dios? Un sufrimien-to ante el cual yo poda, con justicia, quejarme y hacer de Dios elculpable? De ninguna manera. Yo mismo desconozco todas las cau-sas profundas de las embolias, y sospecho que los mdicos tambin.En parte, sin duda, se trataba de una herencia gentica: mi familiaes propensa a sufrirlas. Pero, tambin, la tensin alta que motiv laembolia se debi a mi exceso de peso. Acaso Dios era el culpable

    del mismo? Tambin deba de influir el estrs del trabajo. Los lderesde la iglesia acabbamos de vivir unos aos de fuertes presiones en elpastoreo. Tenamos que resolver problemas que requeran confron-

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    taciones y medidas disciplinarias, y esta clase de situaciones siempreme han resultado angustiosas. Desde luego, no puedo culpar a mis

    hermanos, sino reconocer que, si acaso ellos tuvieron una parte deresponsabilidad, yo tuve ms. Si hubiera sabido echar mis ansieda-des sobre el Seor y vivir plenamente por fe, seguramente no habrasufrido la embolia.

    As pues, incluso en muchas situaciones en las que reaccio-namos preguntndonos por qu ha permitido Dios algo, puede

    haber mucha responsabilidad nuestra. En menor o mayor me-dida, todos tenemos que convivir con situaciones que nosotrosmismos hemos ayudado a crear y que no son fciles de soportar.No podemos abordar el tema del sufrimiento sin tener en cuentael factor humano.

    El diablo

    Pero pasemos al segundo factor: el diablo. En muchas iglesiasde hoy se predica y se vive como si el diablo no existiese. Esto,desde el punto de vista bblico, es un craso error. l est siempreactivo en la vida del creyente. No est lejos de ti ahora mismo

    mientras lees estas pginas. Quizs est sembrando dudas y acti-tudes crticas en ti que van a impedir que Dios te hable a travsde ellas. O quizs desee convertir la temtica de este libro en algotan doloroso para ti que slo podrs pensar en tu propia pena ymiseria, no en el remedio de Dios.

    Si algo est claro en cuanto a la historia de Job, es que el pa-

    triarca sufri, no a causa de su propio pecado o de pecados ajenos el factor humano en el caso de Job slo aparece en las dispa-ratadas reprensiones de sus amigos; ciertamente, esto increment

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    su afliccin, pero no fue su causa inicial , sino a causa de lasartimaas del diablo. ste pidi permiso a Dios para zarandear a

    Job y perseguirle sin misericordia, y Dios se lo concedi. No fueel nico caso de la historia bblica. Recordemos las palabras queJesucristo dirigi a Pedro antes de su arresto y crucifixin: Simn,Simn, mira que Satans os ha reclamado para zarandearos como atrigo; pero yo he rogado por ti para que tu fe no falte(Lucas 22:31-32). Notemos bien el contenido de la oracin de Cristo. No lerog al Padre que anulara el permiso concedido a Satans. Si Dios

    le ha dado permiso para zarandear a los discpulos, Dios sabr loque hace. Jesucristo no cuestiona la sabidura de Dios, ni pide laeliminacin de la afliccin, sino la gracia para soportarla.

    Hagamos un pequeo inciso aqu. A veces reaccionamos deuna forma casi mecnica ante las aflicciones ajenas: Seor, fulanoest en el paro, dale trabajo; mengano est enfermo, snalo. Es

    correcto que oremos as; pero es mejor que, antes de hacerlo, in-tentemos averiguar las intenciones de Dios mediante la situacinadversa en cuestin, no sea que acabemos orando en contra de la

    voluntad divina. Y quizs, antes que nada, tendramos que orar afavor de nuestro hermano: Seor, que no le falte fe.

    No debemos pensar, pues, que el caso de los discpulos fue la

    ltima ocasin en la que Satans recibi el permiso de zarandeara algn hijo de Dios. Vez tras vez, en mi experiencia pastoral,he visto que suele llover sobre mojado. Quiero decir que haycreyentes en cuyas vidas los golpes y las aflicciones llegan rpida-mente, uno tras otro. Siempre pienso: Satans los habr reclama-do para zarandearlos.

    Eres consciente de que esto puede ocurrir en tu caso? Y aun-que no fuera as, debemos ser de espritu sobrio y estar alerta, porquenuestro adversario, el diablo, anda al acecho como len rugiente, bus-

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    cando a quien devorar(1 Pedro 5:8)2 . El diablo siempre es un factora tener en cuenta.

    No podemos afirmar esto dogmticamente, porque no goza delrefrendo explcito de la Palabra de Dios, pero es probable que en todosufrimiento el diablo tenga intereses creados. Obra a travs de la aflic-cin para neutralizar nuestro testimonio sembrando en nosotros senti-mientos de rencor, amargura y rebelda contra Dios. El Nuevo Testa-mento no suele conceder mucho protagonismo al diablo, pero lo hace

    suficientemente como para hacernos comprender que est activo enmuchas clases de aflicciones. Se nos dice, por ejemplo, que el diablohaba puesto en el corazn de Judas Iscariotela idea de traicionar a Jess(Juan 13:2). Esto no exime de culpa a Judas, pero demuestra que elfactor humano no fue la nica causa del sufrimiento de Jess.

    Acerca de la mujer sanada de hemorragia, Cristo dice que Sa-

    tans la haba tenido atada durante dieciocho largos aos(Lucas 13:16).No podemos afirmar que todaenfermedad sea obra de Satans; peroeste caso basta para demostrar que el factor diablico es, como mni-mo, una posibilidad a tener en cuenta.

    Dios

    Pero, volviendo a nuestra pregunta inicial, qu diremos acercade la relacin entre Dios y nuestros sufrimientos?

    2 Notemos cmo prosigue el texto de 1 Pedro: Resistidle firmes en la fe que la feno nos falte! sabiendo que las mismas experiencias de sufrimiento se van cumpliendo en

    vuestros hermanos en todo el mundo.La implicacin de las palabras de Pedro es que, alldonde los hermanos estn experimentando aflicciones, es evidencia de que Satansest procurando devorarlos. O sea, que es mediante los sufrimientoscomo el malignoquiere destruirnos.

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    La Biblia nos ensea que, ms all del hombre y sus injusticiasy del diablo y sus artimaas, est el Seor, omnipotente y soberano.

    No ocurre nada en este universo que no est bajo su control. Aunms explcitamente, podemos decir, en palabras de Romanos 8:28,que Dios obra todas las cosas para bien de los que le aman. Todas lascosas! Pablo no dice algunas cosas. Su idea es que, en la experienciadel creyente, no ocurre nada que Dios no sepa utilizar para bien. Lafrase todas las cosasincluye, evidentemente, los sufrimientos causadospor terceros e incluso los ataques malintencionados del diablo.

    En cuanto a aquellas cosas que sufrimos a manos de otras perso-nas, dice el Salmo 76:10 (en versin Reina Valera 1960): Ciertamentela ira del hombre te alabar; t reprimirs el resto de las iras. Con esto, elsalmista est diciendo que, cada vez que el hombre acta con ira en-tindase, en este contexto, con injusticia deseando hacerles mal a otraspersonas, Dios interviene para impedir que aquella iniciativa se lleve

    a trmino, exceptoen aquellos casos en los que el resultado sea para laalabanza de Dios; es decir, que contribuyan a la realizacin de sus pro-psitos eternos. Las calamidades provocadas por el hombre y aun lasnaturales son utilizadas por Dios para adelantar sus designios, loscuales, a la larga, se vern como justos y misericordiosos.

    Ante esto, nuestra reaccin inmediata es la de preguntar: Qu

    propsitos de bien puede haber en las catstrofes naturales? Cmoredunda para la gloria de Dios la tragedia de Biescas?3 Qu bienpuede sacar Dios de las terribles atrocidades cometidas en Bosnia?No lo s. Seguramente, si pudisemos reunir a algunos creyentesbosnios, ellos podran decirnos algo ms positivo; pero, aun as, slonos aclararan algunos pequeos detalles; no nos daran una visinde conjunto. La correcta lectura de los grandes acontecimientos de la

    3 En el verano de 1996, casi 90 personas perdieron la vida en unas inundacionesocurridas en este pueblo de la provincia de Huesca.

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    historia suele escapar a nuestra capacidad de comprensin humana.En cambio, el creyente descubre el acierto de este principio en su

    propia experiencia personal,4

    lo cual le da confianza en que tambinser cierto en otros niveles ms trascendentales.

    Acaso has sufrido alguna prueba en torno a la cual ahora, almirar atrs, no puedes empezar a ver que Dios estuvo presente enmedio de ella y actu a travs de ella para traer bien a tu vida? Confrecuencia, no vemos ningn beneficio en una prueba cuando esta-

    mos pasando por ella; pero despus empezamos a comprender cmoha contribuido a nuestro crecimiento en santidad, bondad o sabidu-ra. El solo hecho de haber vivido muchas experiencias malas, apa-rentemente sin sentido, y luego ver la sabidura de Dios en ellas, nosda confianza frente a las otras muchas aflicciones, tanto personalescomo sociales, para las cuales no tenemos explicacin.

    El testimonio del creyente suele ser el de Jos cuando intentacalmar los temores de sus hermanos despus de la muerte de Jacob:

    No temis, acaso estoy yo en lugar de Dios? Vosotros pensas-teis hacerme mal, pero Dios lo torn en bien para que suce-diera como vemos hoy, y se preservara la vida de mucha gente(Gnesis 50:19-20).

    Puedes imaginarte lo que sera tener nueve hermanos que teodian a muerte?5Sabes cmo podra esto haber marcado a Jos de

    4Dios suele darnos iluminacin y entendimiento en nuestras propias situaciones,pero no tiene por qu explicarnos situaciones ajenas. Cuando Pedro le pidi a Jessexplicaciones acerca de la vida de Juan (Seor, y ste, qu?), Jess le contesta: A ti,

    qu? T, sgueme(Juan 21:21-22).5Digo nueve, y no once, porque Benjamn no estaba presente y porque Rubn inter-vino para que, en vez de matar a Jos, los hermanos le vendiesen como esclavo.

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    por vida? Te imaginas el trauma, el resentimiento, la amargura y elodio hacia sus hermanos que podra haberle producido? Lo que salv a

    Jos de estas consecuencias fue su fe en Dios. Podra haberse arrastradopor la vida traumatizado, acomplejado, lleno de ira y de frustracin;pero su conviccin de que hay un Dios en los cielos que tiene todo bajosu control y, finalmente, lo llevar a buen fin, lo sostuvo de tal maneraque pudo decir estas palabras tan hermosas a sus hermanos.6

    Si nuestro corazn abriga sentimientos de amargura u odio ha-

    cia alguien (quizs hacia nuestros padres, quizs hacia algn herma-no carnal o algn hermano en la fe), recordemos que, ms all de lapersona en cuestin, est Dios, el Dios omnisciente y sabio que noha permitido nada en nuestra vida que, a la postre, no sea para nues-tra santificacin y para nuestro bien (Deuteronomio 8:16). Si somoscapaces de recibirlo todo como de sus manos, seremos liberados denuestros resentimientos y podremos perdonar al otro.

    Pero qu diremos de la relacin entre las obras del diablo y lavoluntad de Dios? Quiero llamar vuestra atencin hacia dos textosbblicos cuyas implicaciones se relacionan directamente con esta pre-gunta. Lo hago porque no me atrevera a sacar de la experiencia per-sonal conclusiones tan polmicas si no tuviera el escudo de la Palabrapara protegerme contra la santa indignacin de mis lectores.

    Los dos textos proceden de sendas versiones de la historia delcenso que el rey David llev a cabo en Israel al final de su reinado.Posiblemente, la idea de realizarlo entr en su mente al ver que los

    6 Cf. tambin Gnesis 45:5-8:No os entristezcis ni os pese por haberme vendido aqu;pues para preservar vidas me envi Dios delante de vosotros. Porque en estos dos aos ha

    habido hambre en la tierra y todava quedan otros cinco aos en los cuales no habr nisiembra ni siega. Y Dios me envi delante de vosotros para preservaros un remanente enla tierra, y para guardaros con vida mediante una gran liberacin. Ahora pues, no fuisteisvosotros los que me enviasteis aqu, sino Dios.

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    dems reyes hacan censos para saber con qu recursos humanos po-dan contar y de qu riquezas disponan. Pero escuchemos con aten-

    cin las dos citas en cuestin:

    Y se levant Satans contra Israel e incit a David a hacer uncenso de Israel(1 Crnicas 21:1).

    De nuevo la ira del Seor se encendi contra Israel, e incit aDavid contra ellos, dicindole: Ve, haz un censo de Israel y de

    Jud(2 Samuel 24:1).

    Quin incit a David? El Libro de Samuel dice que el Seor;el de Crnicas dice que Satans. Coinciden los deseos de Dios conlos del diablo? Acaso trabajan juntos y en armona? O se trata deun torpe error en uno de los dos textos?

    Descarto en seguida la idea de que pueda tratarse de un error.Ambos textos pertenecen a las Escrituras y han sido inspirados porel Espritu de Dios. Pero entonces, fue incitado David por Sata-ns o por Dios? Me parece que hay una sola respuesta posible:porlos dos, porque el texto as lo dice. Pero en qu quedamos? Acasoel diablo colabora con Dios? De alguna manera la voluntad deluno se corresponde con el del otro? Qu aberracin ms espan-

    tosa suponer que las tinieblas sean la luz o que el bien sea el mal!Dios y el diablo estn en dos polos absolutamente opuestos entres en cuanto a sus intereses e intenciones en el devenir humano.No puede haber equivocacin ms terrible que la de confundir laobra de Dios con la de Satans.7 Pero aqu tenemos lo que pareceun contrasentido: vemos al diablo incitando a David y tambin aDios haciendo lo mismo.

    7 Ver, por ejemplo, Mateo 12:24-32.

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    Sin embargo, no es esto lo que vemos tambin en el caso deJob? Satans solicit permiso de parte de Dios para poner a prueba

    a Job y, si era posible, lograr que el patriarca blasfemara contra Dios.Y Dios se lo concedi. Parece que sus intereses coincidan. Pero, enrealidad, perseguan finalidades radicalmente opuestas. La de Sata-ns era destruir la fe de Job. La de Dios era fortalecerla. Los fines nopodan ser ms diferentes, pero los medios eran los mismos.

    As fue tambin en el caso del censo. Dios le dio permiso a

    Satans para que incitara a David porque tena propsitos que cum-plir. En su ira justa contra Israel, el Seor saba que haba llegado elmomento en que ste haba colmado el vaso y haca falta su inter-

    vencin en juicio sobre la nacin. Entonces el diablo, actuando desdelas tinieblas de las peores motivaciones, coincide en la gestin con lasintenciones de Dios actuando con la ms pura justicia. Dios concedepermiso a Satans. Satans acta, pero Dios asume la responsabili-

    dad e inspira un texto que nos dice que Dios mismo incit a David,suponemos que a travs de Satans.

    Por al menos dos razones, no debemos pensar que Dios ySatans obran en armona en estos casos: en primer lugar, por-que tal afirmacin trata a Satans como si estuviera a la alturade Dios, cuando en realidad el poder y la sabidura de Dios son

    infinitamente superiores a los suyos; y, en segundo lugar, porque,como acabamos de decir, los dos persiguen fines absolutamentediferentes y opuestos. Sin embargo, desde nuestra limitada pers-pectiva humana, a veces nos resulta difcil establecer el origen y laautora de nuestras pruebas. Vienen nuestros sufrimientos por la

    voluntad benigna de Dios o por la voluntad maligna del diablo?En los casos de Job y David, la Biblia indica que vienen de las

    dos fuentes a la vez. Y me atrevo a sugerir que normalmente esas. En las tribulaciones del creyente, suele ser cierto que tantoDios como el diablo estn presentes, cada uno persiguiendo sus

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    objetivos. El diablo quiere que, a causa de la prueba, el creyenteblasfeme contra Dios; Dios desea, entre otras cosas, demostrarle

    al diablo la plena eficacia de la obra salvadora del Seor Jesucristo.Debemos recordar que estamos en medio de una guerra espiritualen la cual, segn cmo reaccionemos en determinados momentos,glorificamos a Dios o blasfemamos contra l.

    Volviendo por un momento a la historia de Job, vemos que Sa-tans pide permiso por segundavez para atacar al patriarca. Notemos

    bien las palabras de Dios en su respuesta: Job todava conserva suintegridad, aunque t me incitaste contra l para que lo arruinara sincausa(Job 2:3). Qu palabras ms sorprendentes! Es como si Diosse hubiera dejado manipular por el diablo y, como consecuencia, hu-biera tomado decisiones en perjuicio del bienestar de Job que ahoralamentara. Podemos suponer que no fue exactamente as, sino que elautor del Libro de Job est describiendo la escena celestial en trmi-

    nos de una corte terrenal para nuestra humana comprensin. Pero,con todo, el Espritu de Dios ha tenido a bien expresar estas realida-des en estos trminos para que no nos quepa la menor duda de que,cuando el diablo acta en nuestras vidas, sus ataques caen dentrode la voluntad permisiva de Dios y cumplen sus propsitos sobera-nos. Hacemos bien, por lo tanto, cuando vemos la siniestra mano deldiablo en nuestras circunstancias, en ver tambin la buena mano de

    Dios ms all de la de aqul y mucho ms sublime. El diablo buscadestruirnos; pero Dios, en medio de las mismascircunstancias, estobrando para nuestra santificacin y maduracin.

    En cierto sentido, pues, Dios se hace responsable incluso de lossufrimientos ocasionados por el diablo, pues ste no puede tocarnossin el permiso de Dios. Otra vez digo responsable, no culpable. No hay

    despropsito en Dios, slo deseos de bien. Pero su sabidura omnis-ciente es tal que puede tomar y cambiar las iniciativas ms perversasdel maligno y utilizarlas para nuestra bendicin.

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    As pues, ms all de todas las pruebas de esta vida, ya se trate dela injusticia de los hombres o de las maldades de Satans, el creyente

    ve la mano soberana de Dios. No hay nada que nos pase aqu que noest bajo su control y que no debamos recibir como algo que l per-mite para adelantar sus propsitos de gracia en nuestras vidas. l essoberano y, en su soberana, asume la responsabilidad de todo lo quenos pasa. En esto encontramos nuestro descanso como creyentes: ensaber que todas nuestras circunstancias las permite Dios para nuestrasantidad y nuestro crecimiento en justicia.

    Antes de enjuiciar a Dios, pues, o de protestar: Por qu permiteDios esto?, necesitamos reflexionar. En ltima instancia, es ciertoque todo lo que nos acontece ha sido permitido y ordenado por Dios

    y, por lo tanto, es correcto pedirle explicaciones. Pero no atribuyamosa Dios despropsito alguno(Job 1:22), ni veamos en l al culpabledela situacin. El culpable tiene motivos siniestros y desea nuestro mal;

    Dios siempre tiene motivos sublimes y busca nuestro sumo bien,aun en medio de nuestras peores aflicciones. El despropsito, la in-justicia, el mal y la culpabilidad se los debemos asignar a los agentescorrectos: al diablo y a los que actan impulsados por l.

    Como vimos en el primer captulo, Dios no nos ha prometidouna vida de comodidad aqu abajo, ni tampoco nos garantiza la fe-

    licidad en el tiempo presente. Lo que ha prometido es perfeccionaren nosotros la buena obra (Filipenses 1:6) y transformarnos de gloriaen gloria en la imagen de su amado Hijo(2 Corintios 3:18; Romanos8:29); y para realizar este propsito en nosotros, est dispuesto a em-plear los medios necesarios, aunque sean duros y difciles.

    Por qu, pues, permite Dios el sufrimiento en la vida de sus

    hijos? Esto es lo que veremos en los tres captulos siguientes.

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    EL SUFRIMIENTO Y LA

    PRUEBA DE NUESTRA FEY te acordars de todo el camino por donde el Seor tu Dioste ha trado por el desierto durante estos cuarenta aos,

    para humillarte, probndote, a fin de saber lo que habaen tu corazn, si guardaras o no sus mandamientos. Y tehumill, y te dej tener hambre, y te aliment con el manque no conocas, ni tus padres haban conocido, para hacerteentender que el hombre no slo vive de pan, sino que vivede todo lo que procede de la boca del Seor. Tu ropa no se

    gast sobre ti, ni se hinch tu pie durante estos cuarentaaos. Por tanto, debes comprender en tu corazn que el Se-or tu Dios te estaba disciplinando as como un hombredisciplina a su hijo. Guardars, pues, los mandamientos delSeor tu Dios, para andar en sus caminos y para temerle(Deuteronomio 8:2-6).

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    Ahora, por un poco de tiempo si es necesario, [seris] afligi-dos con diversas pruebas, para que la prueba vuestra fe, ms

    preciosa que el oro que perece, aunque probado con fuego, seahallada que resulta en alabanza, gloria y honor en la revela-cin de Jesucristo (1 Pedro 1:6-7).

    Por qu permite Dios el sufrimiento en nuestras vidas? O, qui-zs mejor dicho, paraqu lo permite?

    Estas dos citas, por lo dems muy diferentes entre s, tienen encomn una misma respuesta a nuestra pregunta. Moiss mira haciaatrs y contempla la dura experiencia que los israelitas acaban de vivirdurante cuarenta aos en el desierto. Pedro, escribiendo a creyentes delNuevo Testamento, mira hacia adelante y contempla el fuego de pruebaque se avecina. Para los unos, la prueba ya ha acabado; para los otrosest a punto de comenzar. Pero el propsito divino es el mismo:

    ... para afligirte, para probarte, para saber lo que haba en tucorazn (Deuteronomio 8:2, Reina Valera 1960).

    ... afligidos con diversas pruebas, para que la prueba vuestrafe sea hallada que resulta en alabanza, gloria y honor en larevelacin de Jesucristo (1 Pedro 1:6-7).

    Ambos textos hablan, por un lado, de la afliccin en la vida delcreyente y, por otro, del hecho de que Dios utiliza tales afliccionespara

    probar su fe. La primera razn por la que Dios permite el sufrimientoen nuestra experiencia razn que, seguramente, es cierta de todaslasaflicciones y debe ser considerada una razn principal es para poner aprueba la viabilidad y la autenticidad de la fe que profesamos.

    Yo me convert a los siete aos. Comprend que era pecador, queiba camino del juicio eterno y que slo Jesucristo poda salvarme.

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    Clam a l pidiendo su salvacin. Creo que mi conversin fue autn-tica. La prueba es que an sigo en la fe. Sin embargo, bien podramos

    preguntar: Qu sabe un nio de siete aos acerca del pecado y dela salvacin? Acaso entiende los caminos de Dios para poder entre-garse a ellos? Acaso tiene suficiente criterio como para elegir, conconocimiento de causa, el evangelio cristiano, y no uno de los otrosevangelios del mundo de hoy? Acaso se conoce suficientemente a smismo como para poder tomar una decisin de entidad real? Acasono habr tomado su decisin bajo la influencia de sus padres, de sus

    amigos o de la iglesia? Su decisin, pues, no se deber ms a laspresiones sociales, a los temores inculcados por la iglesia o al lavadode cerebro de sus maestros, que a las evidencias objetivamente pon-deradas y a las implicaciones claramente entendidas?

    A todo lo cual, yo contesto: Y no es igualmente cierto esto deaquel seor de setenta aos? Acaso l conoce suficientemente los

    caminos de Dios como para poder entregarse a ellos con pleno cono-cimiento de causa? Acaso l se conoce a s mismo lo suficiente comopara poder tomar una decisin totalmente ntegra y coherente? Yacaso no influyen sobre l diferentes factores sociales, emocionaleso psicolgicos?

    Aunque es verdad que, en el caso del nio, los conocimientos

    son relativamente menores y las presiones surten ms efecto, operanexactamente las mismas dudas en torno a la autenticidad de la con-versin de una persona mayor que de la de un nio. Lo cual es otramanera de decir que, si esperamos hasta tener pleno conocimien-to de causa y hasta asegurarnos de que todas nuestras motivacionessean puras y perfectas antes de tomar nuestra decisin, nunca noscomprometeremos a nada. Quien ms quien menos, todos los cre-

    yentes nos hemos lanzado al camino cristiano con muchas dudas eincertidumbres. Quin de nosotros puede decir que se conoce per-fectamente a s mismo? No es cierto, ms bien, que todos estamos

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    sujetos a diferentes estados anmicos inestables y fluctuantes? Quines el verdadero yo: aquel que soy cuando estoy alegre y cuando la vida

    va viento en popa, o aquel otro que soy cuando me hundo bajo acti-tudes amargas, pensamientos depresivos y sentimientos de desespe-racin; aquel que canta piadosamente los himnos y reza las oracionesdelante de los dems, o aquel que slo yo mismo conozco y Diostambin , que en momentos de angustia, depresin e ira es capaz dedecir y pensar cosas vergonzosas en contra de nuestra fe, de nuestroshermanos, incluso de nuestro Dios? Quin se conoce a s mismo?

    Evidentemente el hombre de setenta aos se conoce a s mismo msque el nio de siete. Pero aun las personas maduras slo se conocenen parte. Mi experiencia es la de seguir sorprendindome ante cier-tas reacciones emocionales mas en determinadas situaciones. Sigosin entender del todo cmo funciono por dentro. Sigo confesandoque hay momentos en los que exclamo con Pablo: Lo que hago, no loentiendo; porque no practico lo que quiero hacer, sino que lo que aborrezco,

    eso hago(Romanos 7:15).Pues bien, Dios sabe perfectamente lo poco que nos conocemos

    a nosotros mismos y lo poco que entendemos el contenido y las im-plicaciones del evangelio, y, por tanto, entiende que toda profesinde fe nuestra tiene rasgos dudosos e inseguros (incluso cuando pen-samos que es segura y firme). Por eso, no nos lleva de inmediato a

    la gloria, sino que nos sujeta a diversas situaciones en esta vida paracomprobar la autenticidad de nuestra fe.

    En otras palabras, cuando abrazamos por primera vez el evange-lio diciendo: Seor Jesucristo, creo en ti, en realidad estamos diciendo:Creo en ti dentro de los lmites de mi conocimiento de m mismo; o quizs:Creo que creo en ti. Que nadie me entienda mal; no estoy cuestionan-

    do la sinceridad del recin convertido, sino que estoy sugiriendo quetodos tenemos un conocimiento defectuoso, limitado y parcial tantode nosotros mismos como del contenido del evangelio. Por eso es ne-

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    cesario que la autenticidad de nuestra fe sea puesta a prueba, porqueuna cosa es decir que creemos y otra es creer.

    Por qu existe un desierto entre Israel y Egipto? Bueno, en tr-minos estrictamente geogrficos, seguramente existe alguna respues-ta; pero yo, que no soy gegrafo, la desconozco. Existe, sin embargo,otra respuesta de orden teolgico: Dios, quien es Creador de todo,podra muy bien haber colocado Israel justo al lado de Egipto; peroquiso poner en medio un desierto para que la redencin de Israel, tras

    salir de Egipto en el xodo, sirviera de ilustracin fiel de la salvacinanunciada en el evangelio.1 Por la fe en Jesucristo, somos liberadosde nuestra esclavitud en Egipto y empezamos nuestro peregrinaje ala Tierra Prometida. Pero, antes de entrar en ella, tenemos que pasarpor un gran desierto de pruebas en el cual los que creen de verdadperseveran, mientras que la supuesta fe de los que slo profesan creeres revelada como espuria.

    Cuando profesamos fe en Cristo, es como si el Seor nos dijeracon mucha ternura y comprensin: Dices que crees en m; vamos a

    ver, t y yo juntos, si es cierto; vas a pasar por diversas circunstancias,algunas placenteras y otras dolorosas, para que tu fe sea probada; yesto lo voy a permitir con la finalidad de saber si, a pesar de todo,seguirs creyendo en m. Ahora mismo gozas de buena salud y dices

    que eres creyente; pero cmo ser si permito que tu salud se que-brante y que experimentes el dolor fsico y la angustia moral de unagrave enfermedad? Entonces seguirs creyendo en m? Ahora tienesun trabajo estable y un salario fijo. Vives holgadamente. Seguirsconfiando en m si tu empresa se hunde, si te encuentras en el paro,

    1

    Recordemos como dice Pablo en 1 Corintios 10:11-12 que estas cosas les su-cedieron [a los judos en el desierto] como ejemplo, y fueron escritas como enseanza paranosotros, para quienes ha llegado el fin de los siglos. Por tanto, el que cree que est firme,tenga cuidado, no sea que caiga.

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    sin ingresos y sin saber de qu vas a vivir? Ahora tienes un cnyugey unos hijos maravillosos. Qu pasar si llamo a mi presencia a uno

    de ellos? Se manifestar tu fe en esos momentos? Seguirs creyen-do en m? O me rechazars con amargura? Ahora ests rodeado dehermanos en la fe que te aman, te apoyan y te estimulan en la vidacristiana. En este momento, tu vida de fe tiene el apoyo de otraspersonas. Qu pasa si te quito aquel soporte? Voy a permitir que co-nozcas otro tipo de experiencia eclesistica. Vas a ver cmo algunosde aquellos creyentes a los que ahora admiras se pelean entre s. Vas

    a conocer el chismorreo, los insultos, las inconsecuencias y las injus-ticias que pueden producirse entre hermanos. Vas a recibir muchosdisgustos y desengaos de parte de personas que ahora considerascreyentes ejemplares. Vivirs una divisin de iglesia. As veremos sirealmente has credo en mo si has puesto tu fe en la iglesia. Y cmoreaccionars si te colmo de riquezas materiales? Seguirs confiandoen m o te dejars llevar por la falsa seguridad de la prosperidad?

    La verdad es que hay ms personas que, despus de profesar fe enel Seor Jesucristo, se han desviado del camino por causa del afnmaterialista de las pasadas dcadas que por causa de la persecucinen las dcadas anteriores.

    De estas y otras muchas maneras, Dios pone a prueba nuestrafe. l siempre ha tenido a bien llevar a su pueblo por el desierto, el

    lugar de la prueba. Volvamos al texto de Deuteronomio para ver porqu lo hace.

    Y te acordars de todo el camino por donde el Seor tu Dioste ha trado por el desierto durante estos cuarenta aos, parahumillarte,

    Cmo! Dios tiene la expresa intencin de humillara su pueblo(o, como dice en otras versiones, de afligirlo)? ste es el Dios deamor y misericordia?

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    S, ste es el Dios de amor y misericordia, el Padre amante enquien hemos depositado nuestra confianza. Pero, sin remilgos, nos dice

    en su Palabra que el camino que pone por delante de sus hijos es un ca-mino de correccin y sufrimiento. Dios no es un sdico. Como vemosen la cita de 1 Pedro, slo nos somete a afliccin si es necesario.

    Para afligirte!Puesto que Dios no nos hace sufrir en balde, eltexto no acaba aqu, sino que contina. La afliccin no es un fin ens, sino slo un medio que conduce a otra finalidad positiva: para

    afligirte, para probarte, para saber lo que haba en tu corazn.

    Seguramente, si hubiramos hecho una encuesta entre los israe-litas en el momento del xodo, todos habran afirmado que tenanfe en Dios: Que si creo en Dios? Por supuesto que s! Qu nece-dad preguntarme esto ahora, cuando acabo de ver las diez plagas, lasgrandes maravillas y seales que Dios ha hecho a fin de liberarnos y

    sacarnos de este pas de esclavitud! Por supuesto que creo en Dios!

    T, cristiano, crees en Dios? Por supuesto que s!

    Vamos a acompaar a estos israelitas que creen en Dios para verlo que pasa con su fe durante el viaje a Canan. Emprenden su pere-grinaje con gran emocin. Seguramente, durante los primeros kilme-

    tros, van cantando. Luego, el camino se les hace un poco pesado y de-jan de cantar; pero todava estn entusiasmados con su nueva libertad.Pero, de repente, tienen que afrontar una primera prueba. Delante deellos aparece el mar Rojo. Cmo cruzarlo? Y, nada ms chocar con estabarrera, se enteran de que el ejrcito egipcio les pisa los talones.

    Pero, por supuesto, estos hebreos son creyentes. Acaban de ver

    las poderosas maravillas de Dios en Egipto. Ahora, pues, su fe novacilar, verdad? Sin duda pensarn: Nuestro Dios, que nos librde Egipto con mano poderosa y que ahora mismo est velando por

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    nuestro bien (porque all est la columna de humo que ha dado comoseal de su presencia con nosotros) nos salvar del ejrcito y nos lle-

    var al otro lado del mar.

    Sin embargo, tristemente, esto no es lo que dice la Biblia. Antesbien, nos dice que los israelitas respondieron con miedo y sin con-fianza en el Seor:

    Y al acercarse Faran, los hijos de Israel alzaron los ojos, y he

    aqu los egipcios marchaban tras ellos; entonces los hijos deIsrael tuvieron mucho miedo y clamaron al Seor. Y dijeron aMoiss: Acaso no haba sepulcros en Egipto para que nos sa-caras a morir en el desierto?2 Por qu nos has tratado de estamanera, sacndonos de Egipto? No es esto lo que te habla-mos en Egipto, diciendo: Djanos, para que sirvamos a losegipcios? Porque mejor nos hubiera sido servir a los egipcios

    que morir en el desierto (xodo 14:10-12).

    stos son los que dicen que creen en Dios? Dnde est su feahora? Parece difuminada. Con todo, Dios es paciente y misericor-dioso. No suele fulminar a nadie a las primeras de cambio. Por lotanto, hace caso omiso de la mala actitud de los hebreos, abre el mar

    y los conduce sanos y salvos a la otra orilla. Los israelitas siguen su

    camino por el desierto.Yo he tenido el privilegio de estar en el desierto del Sina. Es

    toda una experiencia. Largos kilmetros sin ver ni un solo arbusto.Una tierra absolutamente inhspita. Claro est, yo lo atraves en au-tocar con aire acondicionado y con abundantes garrafas de agua fres-

    2Egipto, por supuesto, es el pas de los sepulcros. Las pirmides nos recuerdan que lareligin y cultura de los egipcios se centraban en la muerte. La irona de las palabrasde los israelitas es deliciosa.

  • 5/21/2018 Llamados a Sufrir

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    03 EL SUFRIMIENTO Y LA PRUEBA DE NUESTRA FE

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    ca. Pero los israelitas, aunque llevaron consigo todas las provisionesque pudieran, lo pasaron muy mal. Despus de cruzar el mar Rojo,

    tuvieron que viajar tres das enteros sin beber agua.

    Cul es el mximo de tiempo que has aguantado sin beber?Porque antes de tirarles piedras a los israelitas, debemos comprenderbien su situacin. Pocas veces nos habremos encontrado arrincona-dos por un mar con un ejrcito que se nos viene encima. Pocas vecesnos habremos encontrado, despus de tres das sin beber ni una gota

    de agua, en un lugar como Mara.

    Mara era un oasis al que los israelitas llegaron muertos de sed,pero avivados por una nueva esperanza. Gloria a Dios! Finalmentellegaron al agua! Sacaron sus cantimploras para llenarlas de agua y,he aqu, no era agua potable, sino amarga, posiblemente venenosa.Podemos imaginarnos la inmensa decepcin y el gran disgusto de

    los hebreos? Con la sed que tenan! A qu estaba jugando Dios?Les haba puesto un oasis por delante y luego, cuando estaban a pun-to de beber, descubrieron que no podan. No fue una crueldad porparte de Dios? En cierto sentido, s. Pero, a fin de cuentas, no loshaba llevado al desierto precisamente para afligirlos?

    Sin embargo, ellos eran creyentes. Saban perfectamente

    que el Dios que los haba salvado del ejrcito egipcio y les habaabierto el mar era poderoso para suplir agua potable, verdad?Seguramente, pues, se pondran a orar, pediran agua al Seor yconfiaran en l.

    Pero no dice as el texto bblico. sta no fue la reaccin de losisraelitas, sino otra:

    Y murmu