lorrain, jean - selección de relatos

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SELECCIÓN DE RELATOS  Jean Lorrain HISTORIA DE LA CRIADA GUDULE La señora de Lautréamont ocupaba la casa más bella de la cudad! era el ant"uo ed#co de la Drecc$n General de Impuestos% construdo en tempos de Lus &' ()cas nada*+% , cu,as altas -entanas% decoradas de emblemas , conc.as% eran la admrac$n de todo el /ue pasaba por la pla0a ma,or los d1as de mercado2 Era un "ran cuerpo de ed#co% #lan/ueado por dos pabellones laterales undos por una "ran -er3a4 el pato de .onor con el 3ard1n más bello del mundo se .allaba detrás del ed#co prncpal2 Descend1a de terra0a en terra0a% .asta los bordes de las murallas% domnaba trenta le"uas de campña ,% con la más bella dsposc$n estlo &'% alber"aba en sus bos/uecllos estatuas lcencosas% todas más o menos atormentadas por las dablur1as de las Rsas , el Amor2 5or lo /ue respecta a los apartamentos% estaban re-estdos de paneles esculpdos del más encantador e#ecto% adornados con espe3os% , los par/uets de toda la planta ba3a% curosamente ncrustados de maderas de las Islas% reluc1an como espe3os2 La señora de Lautréamont% /ue s$lo ocupaba el ed#co prncpal% .ab1a al/ulado los pabellos de los laterales a s$ldos n/ulnos , obten1a de ellos buenas rentas! no .ab1a nade /ue no deseara --r en el ed#co de Lautréamont% , era el sempterno tema de las con-ersacones de la cudad2 )La señora de Lautreamont* Hab1a nacdo con las manos llenas , sempre .ab1a tendo suerte4 un mardo consttudo como un .ércules% dspuesto a concederle todos los caprc.os , /ue le permt1a -estrse en 5ar1s% en casa de un "ran modsto! dos .3os /ue .ab1a colocado ben4 la .3a casada con un procurador del re,% , el .3o ,a captán de artller1a o a punto de serlo! la casa más bella del departamento% una salud /ue la manten1a a6n #resca ,% desde lue"o% deseable a los cuarenta , cnco años ,% para atender esta mans$n prncpesca , esta salud cas ndecente% una crada de las /ue ,a no .a,% el #én7% la perla de las cradas% toda la abne"ac$n% todas las atencones% toda la lealtad encarnadas en la crada Gudule2 Gracas a esta mu3er mara-llosa% la señora de Lautréamont ten1a su#cente con tres doméstcos% un 3ardnero% un laca,o , una cocnera para atender su nmensa mans$n  por la cantdad de sesenta ml lbras2 Era% sn duda% la casa más lmpa de la cudad4 n un "rano de pol-o sobre el mármol de las consolas% par/uets pel"rosos a #uer0a de encerados% ant"uos espe3os a.ora más claros /ue el a"ua de los manantales% en todas  partes% en todos los apartamentos% un orden% una smetr1a /ue .ac1a /ue el ant"uo ed#co de la Drecc$n General de Impuestos #uera ctado como la prmera casa de la pro-nca% con la #rase ,a consa"rada para re#errse a una --enda mu, cudada4 8Se dr1a /ue estamos en casa de los Lautréamont29 El alma de a/uella sorprendente mans$n era una crada solterona de me3llas a6n #rescas% de o3llos n"enuos , a0ulados , /ue% de la mañana a la noc.e% con el plumero o la escoba en la mano% sera% slencosa% act-a% no cesaba de #rotar% cepllar% /utar el  pol-o% .acer brllar , relucr% enem"a declarada del más m1nmo átomo de pol-o2 Los demás empleados la tem1an un poco4 la de Gudule era una -"lanca terrble2 Consa"rada  por completo a los ntereses de sus patrones% no escapaba nada a sus pe/ueños o3os

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Lorrain, Jean - Seleccin de relatos

SELECCIN DE RELATOSJean Lorrain

HISTORIA DE LA CRIADA GUDULE

La seora de Lautramont ocupaba la casa ms bella de la ciudad; era el antiguo edificio de la Direccin General de Impuestos, construido en tiempos de Luis XV (casi nada!), y cuyas altas ventanas, decoradas de emblemas y conchas, eran la admiracin de todo el que pasaba por la plaza mayor los das de mercado. Era un gran cuerpo de edificio, flanqueado por dos pabellones laterales unidos por una gran verja: el patio de honor con el jardn ms bello del mundo se hallaba detrs del edificio principal. Descenda de terraza en terraza, hasta los bordes de las murallas, dominaba treinta leguas de campia y, con la ms bella disposicin estilo XV, albergaba en sus bosquecillos estatuas licenciosas, todas ms o menos atormentadas por las diabluras de las Risas y el Amor.

Por lo que respecta a los apartamentos, estaban revestidos de paneles esculpidos del ms encantador efecto, adornados con espejos, y los parquets de toda la planta baja, curiosamente incrustados de maderas de las Islas, relucan como espejos. La seora de Lautramont, que slo ocupaba el edificio principal, haba alquilado los pabellos de los laterales a slidos inquilinos y obtena de ellos buenas rentas; no haba nadie que no deseara vivir en el edificio de Lautramont, y era el sempiterno tema de las conversaciones de la ciudad.

La seora de Lautreamont! Haba nacido con las manos llenas y siempre haba tenido suerte: un marido constituido como un hrcules, dispuesto a concederle todos los caprichos y que le permita vestirse en Pars, en casa de un gran modisto; dos hijos que haba colocado bien: la hija casada con un procurador del rey, y el hijo ya capitn de artillera o a punto de serlo; la casa ms bella del departamento, una salud que la mantena an fresca y, desde luego, deseable a los cuarenta y cinco aos y, para atender esta mansin principesca y esta salud casi indecente, una criada de las que ya no hay, el fnix, la perla de las criadas, toda la abnegacin, todas las atenciones, toda la lealtad encarnadas en la criada Gudule.

Gracias a esta mujer maravillosa, la seora de Lautramont tena suficiente con tres domsticos, un jardinero, un lacayo y una cocinera para atender su inmensa mansin por la cantidad de sesenta mil libras. Era, sin duda, la casa ms limpia de la ciudad: ni un grano de polvo sobre el mrmol de las consolas, parquets peligrosos a fuerza de encerados, antiguos espejos ahora ms claros que el agua de los manantiales, en todas partes, en todos los apartamentos, un orden, una simetra que haca que el antiguo edificio de la Direccin General de Impuestos fuera citado como la primera casa de la provincia, con la frase ya consagrada para referirse a una vivienda muy cuidada: Se dira que estamos en casa de los Lautramont.

El alma de aquella sorprendente mansin era una criada solterona de mejillas an frescas, de ojillos ingenuos y azulados y que, de la maana a la noche, con el plumero o la escoba en la mano, seria, silenciosa, activa, no cesaba de frotar, cepillar, quitar el polvo, hacer brillar y relucir, enemiga declarada del ms mnimo tomo de polvo. Los dems empleados la teman un poco: la de Gudule era una vigilancia terrible. Consagrada por completo a los intereses de sus patrones, no escapaba nada a sus pequeos ojos azules; siempre presente adems en la casa, pues la solterona no sala nada ms que para asistir a los oficios religiosos los das festivos y los domingos, bastante poco devota, por lo dems, y de ninguna forma asidua a la misa de las seis, pretexto diario para poder salir empleado por todas las viejas criadas.

En la ciudad no cesaban los elogios hacia aquel modelo de sirvientas y todos le envidiaban a la seora de Lautramont su criada. Algunas almas poco delicadas no tuvieron escrpulo incluso en intertar quitrsela. Le haban ofrecido puentes de oro a Gudule, pues la vanidad haba intervenido y en la sociedad incluso se haban hecho apuestas para ver quin lograba quitarle a la patrona a aquella pobre mujer; pero todo fue en vano. Gudule, de una fidelidad propia de otros tiempos, hizo odos sordos a todas las proposiciones, y la felicidad insolente de la seora de Lautramont se prolong hasta el da en que la vieja criada, gastada, extenuada de trabajar, se apag como una lmpara sin aceite, en su pequea y fra buhardilla, justo por debajo del tejado, donde la seora de Lautramont hay que decirlo en su honor, permaneci instalada durante tres das.

La criada Gudule tuvo la alegra de morir teniendo a su amada patrona a su cabecera. Los Lautremont le hicieron un entierro adecuado. El seor de Lautramont presidi el duelo; Gudule tuvo su concesin en el cementerio, flores frescas sobre su tumba al menos durante ocho das, y luego no hubo ms remedio que reemplazarla.

Reemplazarla, no, porque eso era algo imposible, pero al menos introducir en la mansin a una mujer que ocupara su puesto. Amas de llaves se encuentran, y despus de algunos intentos desafortunados, la seora de Lautramont crey al fin poder felicitarse por haber encontrado una mujer de confianza y de gran honradez. La seorita Agathe rein a partir de aquella fecha en la antigua Direccin General de Impuestos. Era una persona algo corpulenta, de busto prominente que, afanada, gesticulante, discurra por todos los rincones, con un manojo de llaves a la cintura, un delantal de muar y aires de seorita Rodomont. Su trabajo no era precisamente silencioso, y de la maana a la noche se pasaba gritndole a los dems empleados; y la vieja mansin, tan tranquila y muda en tiempos de Gudule, era ahora ensordecedora. Pero es que la seorita Agathe saba hacerse respetar, eso era todo; daba informes diarios acerca del recibidor o la cocina, o discuta con la cocinera; y la seora de Lautramont termin por dejarse engaar por aquellas manifestaciones de ruidosa abnegacin.Ah! ya no era el servicio de Gudule, aquel servicio invisible y silencioso que habrase dicho ejecutado por una sombra; aquellas atenciones delicadas y algo recelosas de una abnegacin que se ocultaba; aquella constante vigilancia; aquellas minucias de solterona que adoraba la casa de sus patrones, especie de culto de devota por su parroquia, y todo aquel fervor domstico que antao difunda por la casa de los Lautramont algo similar a un aroma de altar.

Ahora haba motas de polvo sobre el mrmol de las consolas; los antigus espejos de los salones ya no eran como el agua transparente de los manantiales, ni los parquets era ya como espejos; pero la costumbre tiene tal fuerza y Gudule haba creado tal leyenda que an se segua citando la antigua Direccin General de Impuestos con las habituales reflexiones sobre la casa ms cuidada del departamento.

Y ocurri que a unos seis meses de aquello (era mediados de noviembre y Gudule haba fallecido en marzo), una noche, la seora de Lautramont despert bruscamente al seor de Lautramont y con una voz algo cambiada, sin encender siquiera la lmpara: Hctor le dijo qu extrao! escuche! parece la forma de barrer de Gudule.

El seor de Lautramont, de bastante mal humor, y como hombre medio dormido, refunfu diciendo que estaba loca; pero una gran emocin dominaba a la seora de Lautramont y la sacuda con tal temblor, que aquel modelo de maridos termin por despertarse y prestar atencin a las divagaciones de su esposa. Le aseguro que hay alguien ah deca en el rellano del primer piso, delante de la puerta de nuestro dormitorio. Oigo pasos, pero por qu ese ruido de escoba? Espere, ahora se aleja, barre al fondo del vestbulo. Le aseguro que es su forma de barrer: la conozco bien. La seora de Lautramont no se atreva siquiera a pronunciar el nombre de la antigua criada, y el seor de Lautramont, comprendindola, dijo: De verdad que esa chica sigue dndole vueltas en la cabeza! Est soando despierta, querida amiga, le aseguro que no hay nada; el aire est tan tranquilo que no se oye siquiera una hoja removerse. Es que no puede digerir la cena. Quiere que le prepare una taza de te?

Pero, movida como por un resorte, la seora de Lautramont, temblando, se haba levantado y, corriendo descalza por el dormitroio, iba a entreabrir la puerta. La volvi a cerrar con un grito horroroso. De un salto el seor de Lautramont se encontraba junto a ella, y sin compender aquella especie de locura, la trasladaba casi inanimada a un sof en el que se dejaba caer y permaneca durante unos minutos sin poder hablar; recuperaba por fin la voz y en el dormitorio ahora ya iluminado deca: Es ella! la he visto como lo estoy viendo a usted; estaba ah, barriendo y frotando el parquet del vestbulo, con el vestido de estamea que le conocimos, con un gorro como cuando viva, pero tan plida, tan lvida! Ah! qu cara de cementerio! Habr que ofrecer misas por su alma, amigo mo! El seor de Lautramont calmaba a su mujer como poda pero no permaneca menos inquieto y pensativo: se han visto cosas an ms misteriosas.

La noche siguiente, la alucinacin de la seora de Lautramont se repeta. Temblando, con los dientes apretados por el terror, oa esta vez a la criada fallecida encerar, frotar el rellano moviendo rpidamente sus pies provistos de cepillos. El miedo ser contagioso? En el silencio de la gran mansin dormida el seor de Lautramont oa esta vez el ruido y pese a que su mujer se asa fuertemente a su brazo por el pnico, iba intrpidamente a abrir la puerta y miraba.Todo el vello se le eriz sobre la piel sudorosa: la silueta desbaratada de la criada difunta se agitaba como una marioneta fnebre, en mitad del vestbulo desierto, la ventana que iluminaba la escalera, la baaba con un resplandor de luna y, en el rayo luminoso y azul, la muerta pasaba y volva a pasar, cepillando, frotando, presa de una febril agitacin; habrase dicho que realizaba un trabajo impuesto a una condenada, y el seor de Lautramont, cuando ella pasaba por delante de l, vio claramente gotas de sudor sobre su crneo ya pulido. Volva a cerrar la puerta bruscamente, aterrorizado y convencido. Tiene razn deca simplemente al volver junto a su esposa: habr que encargar algunas misas por esta mujer.

Se celebraron diez misas por la difunta, diez misas rezadas a las que asistieron el seor y la seora de Lautremont con todos sus empleados, y Gudule no volvi a realizar el trabajo de la seorita Agathe durante las claras noches de noviembre.LA PRINCESA DE LAS AZUCENAS ROJAS

Era una austera y fra hija de reyes; apenas diecisis aos, ojos grises de guila bajo altaneras cejas y tan blanca que habrase dicho que sus manos eran de cera y sus sienes de perlas. La llamaban Audovre. Hija de un anciano rey guerrero siempre ocupado en lejanas conquistas cuando no combata en la frontera, haba crecido en un claustro, en medio de las tumbas de los reyes de su dinasta, y desde su primera infancia haba sido confiada a unas religiosas: la princesa Audovre haba perdido a su madre al nacer. El claustro en el que haba vivido los diecisis aos de su vida, estaba situado a la sombra y en el silencio de un bosque secular. Slo el rey conoca el camino hacia l y la princesa no haba visto jams otro rostro masculino que el de su padre. Era un lugar severo, al abrigo de las rutas y del paso de los gitanos, y nada penetraba en l sino la luz del sol y adems debilitada a travs de la bveda tupida formada por las hojas de los robles. Al atardecer, la princesa sala a veces fuera del recinto del claustro y se paseaba a paso lento, escoltada por dos filas de religiosas.Iba seria y pensativa, como agobiada bajo el peso de un profundo secreto y tan plida, que se habra dicho que iba a morir a no tardar. Un largo vestido de lana blanca con un bajo bordado con amplios trboles de oro, se arrastraba tras sus pasos, y un crculo de plata labrada sujetaba sobre sus sienes un ligero velo de gasa azul que atenuaba el color de sus cabellos. Audevre era rubia como el polen de las azucenas y el bermejo algo plido de los antiguos clices del altar. Y aquella era su vida. Tranquila y con el corazn pleno de alegra esperanzada, como otra mujer habra esperado el regreso de su prometido, ella esperaba en el claustro el retorno de su padre; y su pasatiempo y sus ms dulces pensamientos eran pensar en las batallas, en los peligros de los ejrcitos y en los prncipes masacrados sobre los que triunfaba el rey. A su alrededor, en abril, los altos taludes se cubran de prmulas, que se ensangrentaban de arcilla y hojas muertas en otoo; y siempre fra y plida dentro de su vestido de lana blanca bordada con trboles de oro, en abril como en octubre, en el ardiente junio como en noviembre, la princesa Audovre pasaba siempre silenciosa al pie de los robles rojizos o verdes. En verano, a veces, sola llevar en la mano grandes azucenas blancas crecidas en el jardn del convento, y era tan delgada y blanca ella misma que podra haberse dicho que era hermana de las azucenas. En otoo eras las digitales las que llevaba entre sus dedos, digitales de color violeta cogidas en la linde de los claros del bosque; y el color rosa enfermizo de sus labios se asemejaba al prpura avinado de las flores y, cosa extraa, no deshojaba jams las digitales sino que las besaba con frecuencia como automticamente, mientras que sus dedos parecan experimentar placer al despedazar las azucenas. Una sonrisa cruel entreabra entonces sus labios y habrase dicho que realizaba algn oscuro rito correspondiendo a travs de los espacios a alguna obra lejana, y era en efecto (los pueblos lo supieron ms tarde) una ceremonia de sombra y sangre. A cada gesto de la princesa virgen se hallaban ligados el sufrimiento y la muerte de un hombre. El anciano rey lo saba bien. Y mantena lejos de la vista, en aquel claustro ignorado a aquella virginidad funesta. La princesa cmplice lo saba tambin: de ah su sonrisa cuando besaba las digitales y despedazaba las azucenas entre sus hermosos dedos lentos. Cada azucena deshojada era un cuerpo de prncipe o de joven guerrero herido en la batalla, cada digital besada una herida abierta, una llaga ensanchadaque daba paso a la sangre de los corazones; y la princesa Audevre no contaba ya sus lejanas victorias. Desde haca cuatro aos que conoca el hechizo, iba prodigando sus besos a las venenosas flores rojas, masacrando sin piedad las bellas azucenas candorosas, dando la muerte en un beso, quitando la vida en un abrazo, fnebre ayuda de campo y misterioso verdugo del rey, su padre. Cada noche el capelln del convento, un anciano barnabita ciego reciba la confesin de sus faltas y la absolva; pues las faltas de las reinas slo condenan a los pueblos, y el olor de los cadveres es incienso al pie del trono de Dios. Y la princesa Audovre no senta ni remordimiento ni tristeza. En primer lugar, se saba purificada por la absolucin; adems, los campos de batalla y las noches de derrota donde estn en los estertores de la agona, con infames muones enarbolados hacia el rojizo cielo, los prncipes, los forajidos y los mendigos, agradan al orgullo de las vrgenes: las vrgenes no sienten ante la sangre el horror angustiado de las madres las madres siempre temerosas por sus hijos bienamados; y adems, Audovre era sobre todo la hija de su padre.Una noche (cmo haba podido alcanzar aquel claustro ignorado?) un desgraciado fugitivo acababa de derrumbarse con un grito de nio a la puerta del santo asilo; estaba negro de sudor y polvo, y su pobre cuerpo agujereado sangraba por siete heridas. Las religiosas lo recogieron y lo instalaron al fresco, ms por terror que por piedad, en la cripta de las tumbas. Depositaron junto a l una jarra de agua helada para que pudiera beber y un hisopo mojado en agua bendita con un crucifijo, para ayudarle a pasar de la vida a la muerte, pues daba ya sus bocanadas con el pecho oprimido por un comienzo de agona. A las nueve, en el refectorio, la superiora mand rezar por el herido la oracin de difuntos; las religiosas, algo emocionadas regresaron a sus celdas y el convent se sumi en el sueo. Slo Audovre no dorma ypensaba en el fugitivo. Apenas haba podido verlo cruzar el jardn apoyado en el brazo de dos viejas hermanas y un pensamiento la obsesionaba: este agonizante era, sin duda, algn enemigo de su padre, algn fugitivo escapado de la masacre, ltimo despojo varado en aquel convento despus de algn horroroso combate. La batalla deba haberse librado en los alrededores, ms cerca de lo que sospechaban las religiosas y el bosque deba estar a estas horas lleno de otros fugitivos, de otros desgraciados sangrando y gimiendo; y toda una humanidad sufriente, fea de sanie y de muones, rodeara de aqu al amanecer el recinto del convento, donde los acogera la indolente caridad de las hermanas. Era pleno julio y largos arriates de azucenas embalsamaban el jardn; la princesa Audovre descendi al mismo. Y, a travs de los altos tallos baados por el claro de luna que se erguan en la noche como hmedas hojas de lanza, la princesa Audovre se adelant y se puso lentamente a deshojar las flores. Pero, oh misterio! he aqu que se exhalan suspiros yquejas y que lloran las plantas. Las flores, bajo sus dedos, ofrecan resistencias y caricias de carne; en un momento, algo clido le cay sobre las manos que ella tom por lgrimas y el olor de las azucenas repugnaba, singularmente cambiado, cambiado en algoinspido y pesado, con sus copas repletas de un deletreoincienso. Y aunque desfallecida, encarnizada en su trabajo, Audovre prosegua su obra asesina decapitando sin piedad, deshojando sin descanso clices y capullos; pero mientras ms destrozaba ms innumerables renacan las flores. Ahoratodo eraun campo de altas flores rgidas, levantadas hostiles bajo sus pasos, un autntico ejrcito de picas y alabardas transformadas a la luz de la luna en cudruples ptalos y, cruelmente fatigada, pero presa de vrtigo, de rabia destructiva, la princesa segua desgarrando, marchitando, aplastando todo ante ella, cuando una extraa visin la detuvo.De un manojo de flores ms altas, una transparencia azulada, un cadver humano emergi. Con los brazos extendidos en cruz, los pies crispados uno sobre otro, mostraba en la oscuridad la herida de su costado izquierdo y de sus manos sangrantes; una corona de espinas manchaba de barro y sanie el entorno de sus sienes y la princesa, aterrorizada, reconoci al desgraciado fugitivo recogido aquella misma tarde, al herido que agonizaba en la cripta. l levant con esfuerzo un prpado tumefacto y con tono de reproche dijo: Por qu me has golpeado? Qu te haba hecho yo?. Al da siguiente encontraron a la princesa Audovre tendida, muerta, con los ojos vueltos, con azucenas entre las manos y apretadas sobre el corazn. Yaca atravesada en una avenida a la entrada del jardn, pero a su alrededor todas las azucenas eran rojas. No volveran a florecer blancas en el futuro. As muri la princesa Audovre por haber respirado las azucenas nocturnas de un claustro,en un jardnen julio.LOS AGUJEROS DE LA MASCARA

El encanto del horror slo tienta a los fuertes.

A Marcel Schwob.

I

Quiere usted verlo me haba dicho mi amigo De Jacquels, sea, consiga un domin y un antifaz, un domin elegante, de satn negro, clcese unos escarpines, y, por esta vez, medias de seda negra tambin, y espreme en su casa el martes hacia las diez y media; ir a buscarle.El martes siguiente, envuelto en los susurrantes pliegues de una larga esclavina, con una mscara de terciopelo con barba de satn sujeta detrs de las orejas, esperaba a mi amigo De Jacquels en mi piso de soltero de la calle Taitbout, calentando mis pies a la vez ateridos e irritados bajo el contacto desacostumbrado de la seda, en las brasas del hogar; fuera, las bocinas y los gritos exasperantes de una noche de carnaval llegaban confusos desde el bulevar.Resultaba extrao, e incluso pensndolo bien, inquietante a la larga, aquella solitaria velada de un enmascarado recostado en un silln, en el claroscuro de un piso bajo atestado de objetos, aislado por los tapices, con la llama alta de una lmpara de petrleo y el vacilar de dos largas velas blancas, esbeltas, como funerarias, reflejadas en los espejos colgados del muro y De Jacquels no llegaba! Los gritos de las mscaras que estallaban a lo lejos agravaban an ms la hostilidad del silencio; las dos velas ardan tan derechas que, inesperadamente y presa de impaciencia, turbado delante de aquellas tres luces, me levant para apagar una.En ese momento se separ una de las cortinas y entr De Jacquels.De Jacquels? No haba odo llamar a la puerta, ni tampoco abrir. Cmo haba entrado en mi apartamento? He pensado a menudo en ello despus; en fin, De Jacquels estaba all delante de m; De Jacquels? Es decir un largo domin, una forma grande, sombra, velada y enmascarada como yo:Est usted listo? preguntaba su voz que no reconoc de tan alterada como estaba. Mi coche est aqu, nos vamos.Su coche, no lo haba odo ni rodar ni detenerse ante mis ventanas. A qu pesadilla, sombra y misterio haba empezado a descender?Es su capucha la que tapona sus odos; usted no est acostumbrado a la mscara pensaba en voz alta De Jacquels, que haba penetrado mi silencio: Tena pues, aquella noche, el poder de adivinar, y levantando mi domin se aseguraba de la finura de mis medias de seda y de mi ligero calzado.Aquel gesto me tranquiliz, era De Jacquels y no otro quien hablaba bajo el domin. Cualquier otro no hubiera tenido en cuenta la recomendacin que De Jacquels me haba hecho haca una semana.Bien, nos vamos ordenaba su voz, y, en un susurro de seda y satn que se roza, nos hundimos en la puerta cochera, semejantes, me parece, a dos enormes murcilagos, con el vuelo de nuestras esclavinas, repentinamente levantadas por encima de los domins.De dnde vena aquel gran viento, aquel soplo desconocido? La temperatura de aquella noche de carnaval era a la vez tan hmeda y blanda!II

Hacia dnde rodbamos ahora, hundidos en la sombra de un coche de caballos extraordinariamente silencioso, cuyas ruedas no despertaban ms ruido que los cascos del caballo en el pavimento de madera de las calles y el macadn de las avenidas desiertas?Hacia dnde bamos a lo largo de muelles y orillas desconocidas, iluminados apenas aqu y all por la luz borrosa de una vieja farola? Desde haca ya tiempo, habamos perdido de vista la fantstica silueta de NtreDame, perfilndose al otro lado del ro en un cielo de plomo. El Quai de Saint Michel, el Quai de la Tournelle, el Quai de Bercy incluso, estbamos lejos de la Opera, de las calles Drouot, Le Peletier, y del centro.

Ni siquiera bamos a Bullier, donde los vicios vergonzosos se dan cita y, evadindose bajo la mscara se arremolinan casi demonacos y cnicamente confesados la noche de carnaval; y mi compaero callaba.Al borde de aquel Sena taciturno y plido, bajo los puentes cada vez ms escasos, a lo largo de aquellos muelles planeados de grandes rboles delgados de ramas separadas bajo el cielo lvido como dedos de muerto, me sobrecoga un miedo irracional, un miedo agravado por el implacable silencio de De Jacquels; llegu a dudar de su presencia y a creerme junto a un desconocido. La mano de mi compaero haba cogido la ma, y aunque blanda y sin fuerza, la tena sujeta en un torno que me trituraba los dedos...Aquella mano de poder y de voluntad me clavaba las palabras en la garganta, y senta bajo su opresin fundirse y deshacerse en m toda veleidad de rebelin; rodbamos ahora fuera de las fortificaciones y por grandes carreteras bordeadas de hayas y de lgubres tenderetes de vendedores de vino, merenderos de las afueras cerrados haca tiempo; desfilbamos bajo la luna, que por fin acababa de perfilar una masa flotante de nubes, y pareca derramar sobre aquel equvoco paisaje de las afueras una capa granizante de sal; en ese instante me pareci que los cascos de los caballos sonaban en el terrapln de la carretera, y que las ruedas del coche, dejando de ser fantasmas, chirriaban en la grava y en los guijarros del camino.Aqu es murmuraba la voz de mi compaero, hemos llegado, podemos bajar. Y como yo balbuca un tmido:Dnde estamos?En la Barrera de Italia, fuera de las fortificaciones. Hemos cogido el camino ms largo, pero el ms seguro, volveremos por otro maana por la maana. Los caballos se detuvieron, y De Jacquels me soltaba para abrir la puerta y tenderme la mano.

III

Una gran sala, muy alta, de paredes revocadas con cal, contraventanas interiores hermticamente cerradas, a lo largo de toda la estancia, mesas con cubiletes de hojalata blanca sujetos con cadenas. Al fondo, sobre una elevacin de tres escalones, la barra de cinc, atestada de licores y de botellas con etiquetas coloreadas de legendarias marcas de vinos; all dentro silbaba el gas alto y claro: la sala, en suma, si no ms espaciosa y ms limpia, de un tabernero de las afueras con una buena clientela, cuyo negocio iba bien.Sobre todo, ni una palabra a quien quiera que sea. No hable a nadie, ni siquiera conteste. Veran que no somos de los suyos, y podramos pasar un mal rato. A m, me conocen y De Jacquels me empujaba hacia la sala.Algunos enmascarados beban, diseminados. Al entrar, el dueo del establecimiento se levantaba, y, pesadamente, arrastrando los pies, vena hacia nosotros, como para impedirnos el paso; sin una palabra, De Jacquels levantaba el bajo de nuestros domins y le mostraba nuestros pies calzados con finos escarpines: era sin duda el Ssamo, brete! de aquel extrao establecimiento. El patrn se volva pesadamente a la barra y me di cuenta, cosa extraa, de que l tambin llevaba una mscara, pero de un tosco cartn, burlescamente pintado, imitando un rostro humano.Los dos camareros, dos colosos con las mangas de la camisa arremangadas sobre bceps de luchador, deambulaban en silencio, invisibles, ellos tambin, bajo la misma espantosa mscara.Los escasos disfrazados que beban sentados en las mesas llevaban mscaras de terciopelo y de satn. Salvo un enorme coracero de uniforme, una especie de truco de mandbula pesada y bigote rojizo, sentado junto a dos elegantes domins de seda malva y que beba con la cara descubierta, los ojos azules ya vagos, ninguno de los seres que all se encontraban tena rostro humano. En un rincn, dos grandes figuras con blusas y tocadas con gorras de terciopelo, enmascaradas de satn negro, resultaban intrigantes por su sospechosa elegancia, pues su blusa era de seda azul plido, y del bajo de sus pantalones demasiado nuevos asomaban finos pies de mujer enguantados de seda y calzados con escarpines; y, como hipnotizado, contemplara an aquel espectculo si De Jacquels no me hubiera arrastrado al fondo de la sala hacia una puerta acristalada, cerrada por una roja cortina. Entrada al baile, estaba escrito sobre la puerta con letra historiada de aprendiz de pintura; un guardia municipal haca guardia junto a ella. Era, al menos, una garanta; pero, al pasar y chocar con su mano me di cuenta de que era de cera, de cera como su cara rosa erizada de bigotes postizos, y tuve la horrible certeza de que el nico ser cuya presencia me habra tranquilizado en aquel lugar de misterio era un simple maniqu...IV

Cuntas horas haca que erraba solo en medio de mscaras silenciosas en aquel hangar abovedado como una iglesia, y era una iglesia, en efecto; una iglesia abandonada y secularizada era aquella amplia sala de ventanas ojivales, la mayora medio tapiadas, entre sus columnas adornadas y encaladas con una espesa capa amarillenta donde se hundan las flores esculpidas de los capiteles.Extrao baile en el que no se bailaba y en el que no haba orquesta! De Jacquels haba desaparecido, y estaba solo, abandonado en medio de aquella muchedumbre desconocida. Una vieja araa de hierro forjado llameaba alta y clara suspendida en la bveda, iluminando las losas polvorientas, algunas de las cuales, ennegrecidas por las inscripciones, cubran quiz tumbas; al fondo, en el lugar donde ciertamente deba reinar el altar, se encontraban a media altura en el muro pesebres y comederos, y en los rincones haba apilados arreos y ronzales olvidados: el saln de baile era una cuadra. Aqu y all grandes espejos de peluquera enmarcados con papel dorado se devolvan de uno a otro el silencioso paseo de las mscaras, es decir, ya no se lo devolvan, pues todos se haban sentado ahora alineados, inmviles, a ambos lados de la vieja iglesia, sepultados hasta los hombros en las viejas sillas del coro.Permanecan all, mudos, sin un gesto, como alejados en el misterio bajo largas cogullas de pao plateado, de una plata mate, de reflejo muerto; pues ya no haba ni domins, ni blusas de seda azul, ni Colombinas, ni Pierrots, ni disfraces grotescos; pero todas aquellas mscaras eran semejantes, enfundadas en el mismo traje verde, de un verde descolorido, como sulfatado de oro, con grandes mangas negras, y todas encapuchadas de verde oscuro con los dos agujeros para los ojos de su cogulla de plata en el vaco de la capucha.Se hubiera dicho rostros calizos de leprosos de los antiguos lazaretos; y sus manos enguantadas de negro erigan un largo tallo de lis negro de plidas hojas, y sus capuchas, como la de Dante, estaban coronadas de flores de lis negras.Y todas aquellas cogullas callaban en una inmovilidad de espectros y, sobre sus fnebres coronas, la ojiva de las ventanas recortndose en claro sobre el cielo blanco de luna, las cubra con una mitra transparente.Senta hundirse mi razn en el espanto; lo sobrenatural me envolva! La rigidez, el silencio de todos aquellos seres con mscaras! Qu eran? Un minuto ms de incertidumbre y sera la locura! No aguantaba ms y, con la mano crispada de angustia, avanzando hacia una de las mscaras, levant bruscamente su cogulla.Horror! No haba nada, nada! Mis ojos despavoridos slo encontraban el hueco de la capucha; el traje, la esclavina, estaban vacos. Aquel ser que viva slo era sombra y nada.Loco de terror, arranqu la cogulla del enmascarado sentado en la silla vecina: la capucha de terciopelo verde estaba vaca, vaca la capucha de las otras mscaras sentadas a lo largo del muro. Todos tenan rostros de sombra, todos eran la nada.Y el gas llameaba ms fuerte, casi silbando en la alta sala; a travs de los cristales rotos de las ojivas, el claro de luna deslumbraba, casi cegador; entonces, un horror me sobrecoga en medio de todos aquellos seres huecos, de vana apariencia de espectro, una horrible duda me oprimi el corazn ante todas aquellas mscaras vacas.Si yo tambin era semejante a ellos, si yo tambin haba dejado de existir y si bajo mi mscara no haba nada, slo la nada! Corr ante uno de los espejos. Un ser de sueo se eriga ante m, encapuchado de verde oscuro, coronado de flores de lis negras, enmascarado de plata. Y aquel enmascarado era yo, pues reconoc mi gesto en la mano que levantaba la cogulla y, boquiabierto de espanto, lanzaba un enorme grito, pues no haba nada bajo la mscara de tela plateada, nada bajo el valo de la capucha, slo el hueco de tela redondeada sobre el vaco: estaba muerto y yo...Y t has vuelto a beber ter grua en mi odo la voz de De Jacquels. Curiosa idea para distraer tu aburrimiento mientras me esperabas!Me encontraba tumbado en medio de mi habitacin, el cuerpo en la alfombra, la cabeza apoyada en el silln, y De Jacquels, vestido de gala bajo una tnica de monje daba rdenes a mi atolondrado ayuda de cmara, mientras las dos velas encendidas, llegado su fin, hacan estallar sus arandelas y me despertaban... Por fin!NARRACIN DEL ESTUDIANTEEn el hotel barato en que viva entonces enel Faubourg-Saint-Honor, haba terminado por observar a una cliente de aspecto bastante sospechoso. Yo no era entonces ms que un pobre estudiante de derecho, poco preocupado por la exterioridad de las cosas y para que aquella mujer hubiera atrado mi atencin haca falta que destacara efectivamente en la gris uniformidad de los dems clientes del hotel. Era una inquilina... cmo dira?... intermitente y, aunque pagara su habitacin por meses, no dorma en ella sino en raras ocasiones; en cambio, no pasaba semana sin que viniera a encerrar all parejas de horas, a lo largo del da y nunca sola. Unas veces traa un hombre, otras una mujer, a veces muchas mujeres, amigas. En invierno hacan un gran fuego y le suban ponche; en verano, limonada y soda. En el hotel tenan con ella los mayores miramientos; al gerente y a su esposa se les llenaba la boca cuando hablaban de la seora de Prack, sin duda deba abonar generosamente sus facturas. No era una prostituta como yo haba credo en un primer momento. Al verla entrar siempre acompaada, en los primeros tiempos yo la haba tomado por una vulgar buscona de la peor calaa, puesto que le haca a todas y a todos. No era nada de eso y, despus de reflexionar, pens que deba tratarse de una afiliada a alguna sociedad secreta; alguna criatura acosada por la polica que se ocultaba en Pars valindose de domicilios y nombres diversos; mujer de algn anarquista, alma de algn complot, o quiz simplemente alguna ladrona que formaba parte de una banda, una de esas aventureras que operan en los grandes almacenes, informan a la baja turba de hampones de los buenos golpes por dar y practican a la vez, la bsqueda del domicilio por desvalijar, el robo y la ocultacin de lo robado. Y adems otras consideraciones se me ocurran: esta mujer no era probablemente, despus de todo, nada ms que una viciosa, alguna amante annima de la depravacin que vena a distraerse en clandestinas orgas del aburrimiento diario de un marido, de un matrimonio y de una casa burguesa. Burguesa en todo caso no muy rica, pues la seora de Prack haca relativamente pocos gastos en aquel pequeo hotel de empleados y estudiantes pobres: llegaba siempre en simn, se iba de igual forma y los hombres que traa estaban en general mal vestidos, y parecan pertenecer a una clase inferior: pequeos sombreros hongo, largos gabanes ajados, bufandas deterioradas, pero, en su mayora, eran singularmente giles y desenvueltos, con aspecto de gimnastas y de acrbatas, tanto que, al final de cuentas me haba quedado con la idea de que se trataba de una empresa de contratacin para los music-halls y los circos de provincias, de la que la seora de Prack era la representante.

Las mujeres que traa eran ms elegantes y, con sus cabellos teidos con alhea, los ojos maquillados y la boca pintada de carmn, tenan entre ellas un aire de familia, actrices de pequeos teatros o camareras de restaurantes nocturnos; su forma de hablar en voz alta, las ropas chillonas, la gesticulacin histrica, contrastaban con el tono y las maneras excesivamente sobrias de su amiga.

La seora de Prack tena un aspecto perfecto. Siempre vestida de negro, envuelta en mullidas pieles en invierno, embutida en verano en tules y muselinas de seda que la adelgazaban, disimulaba bajo tupidos velos un rostro singularmente plido, con los ojos como pintados de kohl entre los prpados fatigados, y que no carecera de encanto de no ser por la importancia que en l tena la nariz algo larga. La boca demasiado grande tambin desluca el rostro, pero se abra muy roja sobre pequeos dientes separados y brillantes; la boca, algo sombreada en la comisura de los labios, y esa amplia sonrisa marcada de imperceptible bigote no careca de un cierto picante. Con su cara estrecha, su mentn puntiagudo y su perfil caballar, recordaba un poco a una larga langosta, y tena los movimientos a la vez bruscos y lentos de sta. La seora de Prack era muy morena y las largas pestaas arqueadas aterciopelaban con una languidez obscena la onda oscura de los ojos dolientes. La seora de Prack deba tener un temperamento rudo (las apariencias as lo confirmaban, al menos) pues, si no era la ladrona ni el agente artstico que podra suponerse, segua siendo un fino rastreador de lujuria, a juzgar por las presas que cazaba, de pluma y pelo, pues todo le resultaba aceptable. Me ocurri ms de una vez coincidir con ella en la escalera del hotel; ella suba y yo bajaba o viceversa, y en cada ocasin por mi parte se haba tratado de roces y de osadas de mano arrastrndose por el pasamanos tratando de tocar la suya, pues aquella enigmtica sonrisa sombreada y aquellos ojos prometedores me lancinaban; pero en cada ocasin me haba esforzado en vano. Yo no era su tipo, haba que aceptarlo, y sus ojos de una insistencia tan extraa, nunca se haban fijado en los mos. Durante algn tiempo le guard rencor; aquella larga mujer de ojos hmedos habra sido una amante exquisita y cmoda; habra sido la aventura y el misterio al alcance de la mano. Las personas del hotel eran de un mutismo absoluto respecto a su inquilina; imposible sacarles lo ms mnimo. Como ya he dicho, la seora de Prack deba ser muy generosa. Despechado en mi vanidad, durante algn tiempo tuve la vileza de meditar una buena pasada que poder jugarle a mi vecina, pero luego dej de pensar en ello. El azar, ese gran maestro de los desenlaces, me ayud a descifrar una parte del enigma. Era a finales del invierno; me encontraba una noche en los Franceses, modestamente instalado en las ltimas filas de la platea. Representaban obras del repertorio y los socios habituales dormitaban; dormitaban incluso hasta el punto de que yo no escuchaba su montona recitacin, pendiente de la conversacin de dos mujeres que cuchicheaban detrs de m, dos mujeres invisibles detrs de la reja de un palco y stos eran los fragmentos de conversacin que escuch: No, no me atrever jams! deca una voz. Adems, cmo salir de mi casa vestida de domin? Adems est la servidumbre. Estoy segura de mi doncella, pero el lacayo y el portero son fieles al marqus. Me tiene vigilada, espiada, ya ves. A ti te lo permite todo. Y cmo se equivoca! se desternillaba la otra mujer. El hecho es que su confianza le honra. No, Lucie, no hay que pensar en ello, y Dios sabe cmo me habra gustado asistir a ese baile! oh! vagabundear toda una noche bajo la mscara, acercarse, rozar con la seguridad de no ser reconocida, todas las lujurias, todos los vicios sospechados e insospechados. Oh! no carece de sabor, y adems no puedes ni imaginar las aventuras que una puede encontrar en esas noches. Aqu una confidencia se ahogaba entrerisas, y la voz de la que dudaba, prosegua ms clara: Pero t cmo haces con tu gente? Tu seor no es celoso? Pues, esas noches ceno en la ciudad o bien duermo en casa de mi madre; y adems, verdaderamente, eres demasiado inocente, mi pequea Suzanne. Yo, ya ves, realizo todas mis fantasas. La vida es corta y quiero vivirla. Adems el truco del hotel en el que se paga una habitacin al mes bajo un nombre falso, no es difcil; yo que te hablo, lo hago... El acto haba concluido, los espectadores se levantaron haciendo ruido con sus zapatos y con los sillones de muelles que se levantan; aquella noche no o nada ms. Diez das despus, el encargado del hotel falleci. La gripe se lo llev en menos de una semana, y en el pequeo saln del hotel convertido en capilla ardiente, junto al cadver, la esposa aterrorizada por la prdida del marido y del socio, realiz el triste velatorio. Haban cerrado los postigos y en la pieza oscura, la pobre mujer, acompaada de dos familiares, intentaba aislarse en medio de la confusin del personal de servicio y de una partida de viajeros, profesionalmente atenta, pese a su pena, a los incesantes rumores de la calle y del hotel. Habamos entrado, otro cliente y yo, a presentarle nuestras condolencias a la viuda; ya se haban dicho las banalidades de rigor y, algo incmodos, permanecamos callados, sin saber cmo marcharnos. De repente, se oy la parada de un simn ante la puerta, ruido de pasos precipitados en la escalera y en medio de una maraa de astracn negro, la seora de Prack irrumpi en la habitacin. La seora de Prack no vena sola; otra mujer joven, elegante y muy tapada, la acompaaba. Las recin llegadas retrocedieron un momento; ignoraban el acontecimiento y se sorprendieron ante aquel aparato fnebre; pero la seora de Prack se repuso rpidamente. Despus de algunas palabras y un apretn de manos a la viuda: Desolada, desconsolada, mi pobrequerida seora! Hgame, no obstante, un favor. Dnde guard usted mis domins, mis pelucas, todos mis pertrechos de disfraz?. Y como la hostelera, confundida, haca un gesto de estupor Es que la seora (e indicaba a la desconocida), es que la seora me acompaar maana al baile, voy a prestarle uno de mis trajes y quisiramos probrselo. La molesto?. La viuda, con los ojos llenos de lgrimas de repente, sealaba con expresin desconsolada un armario, al otro lado del cadver; el difunto estaba colocado justo delante del armario. Es muy fastidioso, efectivamente, pero qu quiere? No es culpa ma, adems mi amiga tiene prisa. La viuda que se haba incorporado un momento, se haba dejado caer de nuevo sobre su silla; ahora sollozaba en silencio, con las manos apoyadas en las rodillas y todo su rostro suplicante, pero la de Prack permaneca all, con su larga cara plida, imperiosa y malvada. La hostelera haca un esfuerzo y, cogiendo el manojo de llaves de su cintura, echaba una pierna por encima del cadver y, con las piernas separadas, a caballo por encima del muerto, abra el armario y pasaba a su clienta impasible todo un montn de rasos, terciopelos y encajes. Una peluca, que colgaba fuera de un paquete, estuvo a punto de prenderse en la llama de un cirio; la angustia se adue de nosotros. Gracias deca la seora de Prack aplastando de un manotazo las mucetas y los vestidos; luego, volvindose hacia su acompaante: Vamos Suzanne, me acompaas?.UN CRIMEN DESCONOCIDO

Dedicado a Antonio de La Gandara."Tenga cuidado, seor, con la cosa inmunda que se pasea de noche".EL REY DAVID

-Lo que puede suceder en un cuarto de hotel una noche de martes de carnaval, cranme, supera todo lo que la imaginacin puede inventar de horrible! -y, habiendo llenado su vaso de chartreuse, un vaso grande de soda, de Romer lo vaciaba de un trago y comenzaba:

"Fue hace dos aos, en lo ms fuerte de mi desequilibrio nervioso. Yo estaba curado de la eteromana, pero no de los fenmenos mrbidos que engendra: problemas en el odo, problemas en la vista, angustias nocturnas y pesadillas. El solfanol y el bromuro haban soliviantado los trastornos fsicos, pero las angustias persistan. Persistan sobre todo en el departamento en el que haba vivido con ella tanto tiempo, rue de Saint-Guillaume, frente al ro, y en el que su presencia pareca haber impregnado las paredes y las alfombras de no s qu deletreo hechizo: en cualquier otra parte mi sueo era regular y mis noches calmas. En cambio, apenas atravesado el umbral de ese departamento, el turbio despecho de los antiguos das corrompa la atmsfera alrededor de m; terrores sin razn me helaban la sangre y me asfixiaban a cada paso. Sombras bizarras se amontonaban con hostilidad en los ngulos, pliegues equvocos se formaban en las cortinas repentinamente animadas de una vida espantosa y sin nombre. La noche era especialmente abominable. Un ente de horror y misterio viva conmigo en ese departamento, un ente invisible, pero que yo intua agazapado en la sombra, acechndome; una forma hostil de la que, por momentos, poda sentir el aliento sobre mi rostro, y casi a mi lado su innombrable roce. Les aseguro que era una sensacin espeluznante, y si me fuera dado revivir esa pesadilla, creo que preferira... pero sigamos.

"As llegu a ya no poder dormir en mi departamento, incluso a no poder vivir en l. Teniendo todava un ao de alquiler, me decid a alojarme en un hotel. No pude permanecer en el mismo sitio; dej el Continental por el Hotel del Louvre, y ste por otros aun ms nfimos, devorado por una inquietante mana de locomocin y de cambio.

"Cmo, despus de ocho das en el Terminus, en medio de todo el confort deseable, me induje a descender a ese mediocre hotel de la rue d'Amsterdam, Hotel de Normanda, de Brest o de Rouen, como se llaman todos en torno de la estacin Saint-Lazare!

"Era el movimiento incesante de las llegadas y partidas lo que me haba seducido ms que ninguna otra cosa?... No sabra decirlo. Mi habitacin, una vasta habitacin iluminada por dos ventanas y situada en el segundo piso, daba sobre el patio de llegada de la place du Havre. Yo estaba instalado desde haca tres das, desde el sbado de carnaval, y me senta muy bien.

"Era, repito, un hotel de tercera categora, pero de apariencia honesta, hotel de viajeros y de provincianos, menos desorientados en la vecindad de su estacin que en el centro de la ciudad; un hotel burgus, vaco de un da para otro y sin embargo siempre completo.

"Por lo dems, me importaban poco los rostros que encontraba en la escalera y en los pasillos. Eran la menor de mis preocupaciones y, sin embargo, al entrar en la recepcin ese da hacia las seis de la tarde, en busca de la llave (cenaba en el centro y volva a cambiarme) no pude dejar de mirar ms curiosamente de lo debido a dos viajeros que all se encontraban.

"Recin llegaban. Una valija de viaje en cuero negro se encontraba a sus pies y, frente a la oficina del gerente, discutan el precio de las habitaciones.

"-Es por una noche -deca el mayor de ellos, que pareca adems el de ms edad-, cualquier habitacin que fuere estar bien.

"-De una cama o de dos? -preguntaba el gerente.

"-Ah, por lo que dormiremos! Apenas nos vamos a acostar. Venimos al baile de disfraces.

"-De dos camas -intervena el ms joven.

"-Bien, una habitacin de dos camas. Hay alguna disponible, Eugne? -y el gerente interpelaba a uno de los empleados que recin llegaba. Despus de ponerse de acuerdo con l, continu:

"-Lleva a los caballeros a la 13, en el segundo piso. Estarn muy bien all, la habitacin es grande. Los seores suben? -y, tras un signo negativo de los viajeros- Los seores comen? Tenemos cocina.

"-No, cenaremos afuera -respondi el ms grande-. Volveremos hacia las once a vestirnos. Que suban la valija.

"-Fuego en la habitacin? -pregunt el empleado.

"-S, fuego a las once -ya haban girado los talones.

"Me di cuenta entonces de que haba permanecido all boquiabierto, con el candelero encendido en la mano, observndolos. Enrojec como un nio sorprendido en falta y sub rpidamente a mi habitacin; el empleado estaba haciendo las camas de la habitacin contigua. Se haba dado el 13 a los recin llegados y yo ocupaba el 12. Nuestras habitaciones estaban pegadas, y eso no dejaba de intrigarme.

"Volv a la oficina del gerente, y no pude dejar de preguntarle quines eran los vecinos que me haba dado.

"-Los dos hombres con la valija? -me respondi- Llenaron sus fichas, vea! -y le rpidamente, de un golpe de vista: Henri Desnoyels, treinta y dos aos, y Edmond Chalegrin, veintiseis aos, residencia Versalles, ambos carniceros.

"Para ser jvenes carniceros, eran bien elegantes de aspecto y de vestimenta, mis vecinos de habitacin, a pesar de sus sombreros de hongo y sus gabanes de viaje; el mayor me haba parecido cuidadosamente enguantado y con un aire especial de altura y aristocracia en toda su persona. Por otra parte, haba cierto parecido entre ellos. Los mismos ojos azules, de un azul profundo casi negro, muy rasgados y de largas pestaas; los mismos largos bigotes rojizos subrayando el perfil contrariado; pero el de ms edad, mucho ms plido que el otro, con algo muy vago de ahito y de aburrido.

"Al cabo de una hora dej de pensar en ellos. Era martes de carnaval y las calles brillaban, llenas de mscaras. Volv a medianoche. Sub a mi habitacin. Ya a medias desvestido, iba a acostarme cuando o una voz en la habitacin contigua. Eran mis carniceros que volvan.

"Por qu la curiosidad, que ya me haba mordido en la oficina del gerente, volva irrazonada, imperiosamente? Contra mi voluntad, no pude dejar de prestar atencin.

"-Entonces no quieres disfrazarte, no vienes al baile -sonaba la voz del mayor-. Y para eso nos molestamos en viajar? Qu tienes? Ests enfermo? -y mientras el otro permaneca en silencio- Ests ebrio?

"Entonces la voz del otro responda, empastada y doliente:

"-Es tu culpa. Por qu me has dejado beber? Siempre termino mal cuando bebo ese vino.

"-Bueno, ya est bien! Acustate -tronaba la voz estridente-. Ten tu pijama -escuch el ruido del cierre de la valija que se abra.

"-Y t, no vas al baile? -se arrastraba la voz del borracho.

"-Grato placer el de andar por la calle solo, disfrazado! Voy a acostarme yo tambin.

"Lo o zurrar rabiosamente su colchn y su almohada, luego o cmo las ropas caan a travs de la habitacin; los hombres se desvestan. Yo escuchaba anhelante, descalzo, junto a la puerta de comunicacin; la voz del ms adulto cortaba nuevamente el silencio:

"-Qu lstima, con tan bellos disfraces! -y se oa un roce de telas y satines.

"Acerqu el ojo a la cerradura, pero la vela encendida me impeda hacer oscuridad y distinguir nada en la pieza vecina. Al apagarla, pude ver la cama del ms joven, ubicada exactamente frente a mi puerta. l estaba junto a ella, echado en una silla, sin moverse, extraordinariamente plido y con ojos extraviados, la cabeza deslizada del respaldo de la silla y colgando sobre la almohada. Su sombrero estaba en el suelo; el chaleco, desabotonado; su camisa, entreabierta, sin corbata; tena la apariencia de quien sufre asfixia. El otro, a quien slo percib luego de un esfuerzo, daba vueltas en ropa interior alrededor de la mesa repleta de telas claras y satines bordados.

"-Mierda! Al menos, quiero probrmelo -tron sin preocuparse de su compaero y, parndose derecho frente al armario, esbelto, elegante y musculoso, se puso un largo domin verde con muceta de terciopelo negro, cuyo efecto era a la vez tan horrible y tan bizarro que deb contener un grito, de tanto que me afect.

"Ya no lo reconoc, agigantado como estaba con esa funda de seda verde que lo haca todava ms flaco y el rostro oculto tras una mscara metlica bajo la capucha de terciopelo negro. Ya no era un ser humano quien estaba all, sino la cosa inmunda y sin nombre, la cosa de espanto, cuya presencia invisible envenenaba mis noches en la rue Saint-Guillaume, que ahora haba tomado contornos visibles y viva en la realidad."El borracho, desde la esquina de su cama, haba seguido la metamorfosis con mirada extraviada; un temblor se haba apoderado de l y, con las rodillas chocando de terror y los dientes apretados, haba juntado las manos en un gesto de plegaria, estremecindose de pies a cabeza. La forma verde, espectral y lenta, gir en silencio hacia el centro de la habitacin, a la luz de dos velas encendidas, y bajo su mscara sent sus ojos terriblemente atentos. Acab por ponerse justo frente al otro; con los brazos cruzados sobre el pecho, intercambi con l una inenarrable y cmplice mirada, bajo la mscara. Entonces el ms joven, enloquecido, se derrumb de su silla, se ech sobre el parquet y, buscando estrechar el disfraz entre sus brazos, hundi su cabeza entre los pliegues, balbuceando palabras ininteligibles, la espuma salindole de los labios, con los ojos revueltos.

"Qu misterio poda haber entre esos dos hombres, qu irreparable pasado haban evocado, a los ojos del loco, ese vestido de espectro y esa mscara helada? Esa palidez y esas manos tendidas, como de torturado, tirando extticas de los pliegues desenvueltos de un vestido de larva! Escena de aquelarre en el ambiente trivial de una habitacin amueblada! Y mientras el ebrio desfalleca, con la desesperacin de un largo grito estrangulado en su boca abierta, la forma se alejaba dando un paso atrs, arrastrando en su movimiento la hipnosis del desgraciado tendido a sus pies.

"Cuntas horas, cuntos minutos dura ya esta escena? La vampiresa se detiene. Apoya su mano sobre el corazn del hombre tendido a sus pies y luego, tomndolo entre brazos, lo sienta otra vez en la silla pegada a la cama. El hombre queda all sin movimiento, la boca abierta, los ojos cerrados, la cabeza torcida; la forma verde entonces vuelve sobre la valija. Qu busca all, con ardor febril, a la luz de uno de los candeleros de la chimenea? Encuentra algo; aunque ya no la veo, la escucho mover frascos, y un olor conocido, un olor que me sube al cerebro y me embriaga y me enerva, se expande en la habitacin: olor a ter. La forma verde reaparece. Se dirige a pasos lentos, siempre silenciosa, hacia el hombre desmayado. Qu lleva con tanto cuidado entre sus manos?... Horror, es una mscara de vidrio, una mscara hermtica sin ojos y sin boca, llena hasta los bordes de ter, de veneno lquido! Entonces vuelve sobre el otro sin defensa, all ofrecido, inanimado, le aplica la mscara sobre el rostro, la asegura firmemente con un pauelo rojo, y una risa parece sacudirle las espaldas bajo su capucha de terciopelo negro.

"-T s que no hablars ms -cre escucharle murmurar.

"El carnicero entonces se quita el disfraz. Da vueltas otra vez en ropa interior a lo largo de la habitacin, ya sin su espantosa vestimenta. Vuelve a su atuendo de ciudad, se pone su gabn, sus guantes de piel de de clubman y, con el sombrero puesto, ordena cosas en silencio, quizs un poco afiebradamente. Con los dos disfraces de mascarada y sus frascos ya en la valija de empuadura niquelada, prende un habano, toma la valija, el paraguas, abre la puerta y sale... Y yo no he dado ni un grito, no he hecho sonar la campanilla, no he llamado al timbre.

-Has soado, como siempre -dijo Jacquels a de Romer.

-S, so tan bien que hay todava hoy en Villejuif, en el asilo psiquitrico, un etermano incurable, del que nunca se supo la identidad. Consulta si quieres el registro del hospital: encontrado el 10 de marzo, en el hotel de... rue d'Amsterdam, nacionalidad francesa, edad presunta veintisis aos, presunto nombre Edmond Chalegrin.