maquetación libro móstoles largo interior(prueba)
DESCRIPTION
Otra muestra más larga de la maquetación anterior.TRANSCRIPT
![Page 1: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/1.jpg)
![Page 2: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/2.jpg)
![Page 3: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/3.jpg)
El libro de la biblioteca de Móstoles
![Page 4: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/4.jpg)
![Page 5: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/5.jpg)
![Page 6: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/6.jpg)
Título: Zanahorias para emprendedores. Colección: Autor:
Editado por Grupo Zinc[inc]
Primera Edición: Diciembre 2011
©2011: Nombre de autores Inscripción R.T.P.I.: S-512364/2011 [email protected] www.autor.com
ISBN: 972-23-421567-2-1 Depósito Legal: S-33254-2011 Impresión: Imprenta imprenta. Madrid. Impreso en España.
Diseño y fotografía: Roberto Angulo www.roberto.com www.otroderoberto.com
Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en toda ni en parte, ni registrada en o transmitida por, un sistema de recuperación de infor-mación, en ninguna forma ni por ningún medio, sin el permiso escrito del propieta-rio de los derechos. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitu-tiva de delito contra la propiedad intelectual (artículo 270 del Código Penal).
![Page 7: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/7.jpg)
“Deseamos expresar nuestro reconocimiento a cuantas personas nos han ayudado en la realización de este libro, especialmente a Fulanito y Menganito.”
Los escritores
![Page 8: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/8.jpg)
![Page 9: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/9.jpg)
§Índice
Alejandro Pérez GarcíaÉl quería estudiar · · · · · · · · · · 15Volver · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · 19
Alejandro Pérez GarcíaÉl quería estudiar · · · · · · · · · · 25Volver · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · 29
Alejandro Pérez GarcíaÉl quería estudiar · · · · · · · · · · 35Volver · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · 39
Alejandro Pérez GarcíaÉl quería estudiar · · · · · · · · · · 45Volver · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · 49
Alejandro Pérez GarcíaÉl quería estudiar · · · · · · · · · · 55Volver · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · 59
Alejandro Pérez GarcíaÉl quería estudiar · · · · · · · · · · 65Volver · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · 69
Alejandro Pérez GarcíaÉl quería estudiar · · · · · · · · · · 75Volver · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · 79
Alejandro Pérez GarcíaÉl quería estudiar · · · · · · · · · · 85Volver · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · 89
Alejandro Pérez GarcíaÉl quería estudiar · · · · · · · · · · 95Volver · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · 99
Alejandro Pérez GarcíaÉl quería estudiar · · · · · · · · · 105Volver · · · · · · · · · · · · · · · · · · · 109
Alejandro Pérez GarcíaÉl quería estudiar · · · · · · · · · 115Volver · · · · · · · · · · · · · · · · · · · 119
Alejandro Pérez GarcíaÉl quería estudiar · · · · · · · · · 125Volver · · · · · · · · · · · · · · · · · · · 129
![Page 10: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/10.jpg)
El libro de la biblioteca de Móstoles
Alejandro Pérez GarcíaÉl quería estudiar · · · · · · · · · 135Volver · · · · · · · · · · · · · · · · · · · 139
Alejandro Pérez GarcíaÉl quería estudiar · · · · · · · · · 145Volver · · · · · · · · · · · · · · · · · · · 149
Alejandro Pérez GarcíaÉl quería estudiar · · · · · · · · · 155Volver · · · · · · · · · · · · · · · · · · · 159
Alejandro Pérez GarcíaÉl quería estudiar · · · · · · · · · 165Volver · · · · · · · · · · · · · · · · · · · 169
Alejandro Pérez GarcíaÉl quería estudiar · · · · · · · · · 175Volver · · · · · · · · · · · · · · · · · · · 179
Alejandro Pérez GarcíaÉl quería estudiar · · · · · · · · · 185Volver · · · · · · · · · · · · · · · · · · · 189
Alejandro Pérez GarcíaÉl quería estudiar · · · · · · · · · 195Volver · · · · · · · · · · · · · · · · · · · 199
Alejandro Pérez GarcíaÉl quería estudiar · · · · · · · · · 205Volver · · · · · · · · · · · · · · · · · · · 209
Alejandro Pérez GarcíaÉl quería estudiar · · · · · · · · · 215Volver · · · · · · · · · · · · · · · · · · · 219
Alejandro Pérez GarcíaÉl quería estudiar · · · · · · · · · 225Volver · · · · · · · · · · · · · · · · · · · 229
Alejandro Pérez GarcíaÉl quería estudiar · · · · · · · · · 235Volver · · · · · · · · · · · · · · · · · · · 239
Alejandro Pérez GarcíaÉl quería estudiar · · · · · · · · · 245Volver · · · · · · · · · · · · · · · · · · · 249
Alejandro Pérez GarcíaÉl quería estudiar · · · · · · · · · 255Volver · · · · · · · · · · · · · · · · · · · 259
Alejandro Pérez GarcíaÉl quería estudiar · · · · · · · · · 265Volver · · · · · · · · · · · · · · · · · · · 269
![Page 11: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/11.jpg)
![Page 12: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/12.jpg)
![Page 13: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/13.jpg)
Alejandro Pérez García
![Page 14: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/14.jpg)
14
![Page 15: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/15.jpg)
15
Ezequiel, El Moliendas, estudió por libre el bachiller en su pueblo. El muchacho salió listo. Lo mismo calculaba, con sólo mirar, los sacos
necesarios para portear un muelo de trigo, que citaba de memoria a todos los soberanos de España y los hechos de sus reinados. Quizá por eso perdía el sueño cuando se imaginaba mayor sobre la esteva del arado, careando rebaños o consumiendo su vida al runrún cansino del molino familiar. Se propuso seguir estudiando, aunque para ello tuviera que salir de Villalpá-ramo.
Los padres, con pesar, accedieron a sus pretensiones. Juntaron trescien-tas pesetas, compraron el billete para el coche de línea y, casi llorando, despidieron al chico en la plaza. Era octubre. Las uvas ya estaban maduras.
Ezequiel llegó a Madrid con la ropa de los domingos y la eterna maleta de madera color caqui, atada con un cordel de bramante trenzado. Le dejó sin respiración el fuerte olor a humo de los coches y el mal aliento de las alcantarillas. Para bien, algunas señoras olían a perfumes y maquillajes, de esos que despiertan todos los apetitos. En los cines de estreno se anunciaba la película El calor de la noche, y pronto se hablaría del asesinato de Martin Luther King. Aquel Madrid le pareció grande, pero escaso de trato y lleno de apuros. Hasta los gatos miraban con deseo las sardinas pintadas en los escaparates de las pescaderías. En esa espesura tuvo que abrirse camino el recién llegado.
Él quería estudiar
![Page 16: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/16.jpg)
16
El libro de la biblioteca de Móstoles
Encontró una pensión en el Puente de Vallecas por tres mil pesetas, todo completo, pero sin ducha caliente ni brasero. No le importó. No esta-ba acostumbrado a bañarse, y cuando llegara el frío estudiaría como siem-pre, en la cama o arropado con una manta.
Al día siguiente recabó información en algunas academias. Las clases, los libros y la matrícula le iban a costar otras dos mil pelas. Cinco mil en total; aparte locomociones y más gastos. Era demasiado. Difícil conseguir tanto.
Después de mucho indagar, encontró trabajo en las oficinas de unos almacenes. Ocho horas, cuatro mil pesetas. Ya tenía para vivir, pero no para estudiar. Él quería ser perito mercantil. ¿Cómo ganar lo que faltaba? Intentando sacarse un sobresueldo a deshoras, de guarda o de lo que fuese, preguntó a los serenos y en las tahonas, en construcciones y discotecas, en cines y en casas de juego. ¡Nada! Sus pesquisas no hallaban respuesta. Em-pezó a sentirse mal. Perdió el apetito, el sueño y hasta la sonrisa.
Los días pasaban como trenes vacíos. El plazo para la reserva de matrí-cula llegaba a su fin. No olvidaba las recomendaciones que le hizo su madre antes de salir de Villalpáramo.
—Si necesitas algo, lo pides. No pases calamidades, hijo, que de eso ya tenemos aquí. Te vuelves y en paz.
“No. Eso nunca, aunque no caería en deshonra si volviera. Quizá... ¿Quién sabe?”, se dijo una tarde desapacible, harto de buscar. Luego se le saltaron las lágrimas al recordar la olla casera y los mantecados de su tía Basi.
Un compañero de trabajo, viendo cómo aquel muchachote arrastraba los zapatos sin ganas, se interesó por sus males. Ezequiel le puso al corrien-te de todo. No escondió la tristeza de su mirada, a punto de inundarse.
—Los de los pueblos sois la leche. Venís a comeros el mundo, pero no traéis cuchara. Ganarías una pasta vendiendo cacerolas o cosméticos o Bí-blias por las casas, pero si quieres algo rápido, aunque más chungo, vete a Legazpi. Allí puedes ganar cien duros, o más, en dos ratos.
—Y ¿qué hay que hacer? —preguntó Ezequiel, algo incrédulo.
![Page 17: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/17.jpg)
17
§Alejandro Pérez García
—Descargar camiones, gilí ¿qué va a ser?Al día siguiente, El Moliendas estaba a las cuatro de la mañana en el
mercado de frutas y verduras. Tras muchos regateos, se puso de acuerdo con el señor Crispín, malagueño, con un Pegaso nuevo, lleno a reventar. Nunca había visto tantas uvas blancas: un envase, otro, otro más, muchí-simos; sobre un hombro, luego sobre el otro. Perdió la cuenta del pesado trajín entre el ir y venir, del vehículo a la pila, de la pila al vehículo.
A las ocho, según lo pactado, el camión ya estaba vacío, y las quinientas pesetas convenidas, en su poder. Quedaron en verse todos los jueves a la misma hora. Con aquellas perspectivas de continuidad y el dinero en el bolsillo, a Ezequiel ya no le molestaba tanto el humo de los coches; sólo olía a fruta fresca, a verde esperanza. Subiendo por Delicias se besó el puño que apretaba el billete. ¡Bendito billete! Pensó ponerlo en un cuadro de ébano con filigranas barrocas, pero qué va. Él no salió del pueblo para ser coleccionista.
Tan maravillado, no reparó en el dolor de sus brazos, de su espalda. Se dio cuenta en el metro, al sujetarse en la barra del techo. Sintió los mor-discos crueles de las trescientas cajas de moscateles que había descargado. Olvidó enseguida. Miró para arriba y adivinó el cielo a través de los fluo-rescentes del vagón. Vio que su luna estaba un poco más cerca; y al lado, una estrella, dulce como el arrope, iluminaba sus caminos preferidos.
![Page 18: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/18.jpg)
18
El libro de la biblioteca de Móstoles
Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la ejecu-ción de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.
—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.
Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.
Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.
Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.
Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear un rato, se acercó a las taquillas.
—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole
con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te
despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no
encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.
![Page 19: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/19.jpg)
19
Volver
Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la eje-cución de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el
sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.
—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.
Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.
Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.
Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.
Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear
![Page 20: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/20.jpg)
20
El libro de la biblioteca de Móstoles
un rato, se acercó a las taquillas.—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole
con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te
despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no
encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.
A última hora de la mañana, le sacó del primer sueño un tren en direc-ción contraria. Creyó que estaría cerca de Aranda, pero no. En duermevela, siguió alimentando sus vagos proyectos.
“Mi vecina, la Jimena, sigue soltera. Hace dos años, en la Fiesta del Vino, me dijo que por dar gusto a los viejos se habría casao conmigo. Ha-brá alguna viña libre. Dinero no nos sobrará, pero casa y trabajo no han de faltar”.
El peso de la cabeza y el olor de sus eructos, a bellotas podridas y uvas fermentadas, le obligaban a ocultarse detrás de la consciencia.
Cayendo la tarde, le descubrió un agente de seguridad. Costó hacer-le entender que aquel tren, sobre raíles muertos, no le llevaría a ninguna parte.
—¡Joder! ¿Qué muertos? Yo quiero ir a Quintanilla —dijo con dificul-tad.
Le pusieron en un tren que lo dejó en Atocha. Cuando llegó iba a salir el último mercancías con destino a Burgos. Saltó el torno y corrió al andén. Aturdido, alcanzó el vagón de cola con el convoy en marcha.
Por fin, después de una noche a la intemperie, entre dos contenedores: uno con el rótulo de “Naranjas Valencianas”, y de “Embragues Villaverde”, el otro, llegó a su Quintanilla natal. Los primeros rayos de un sol brillante,
![Page 21: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/21.jpg)
21
§Alejandro Pérez García
y el Arlanza, con su cara vaporosa, despertaban para él nuevos horizontes. Los padres, ya mayores, lo recibieron como si volviera de una guerra.
Jimena no quiso saber nada de él, pero cambió de opinión cuando lo vio aseado y con ropa de domingo. Él explicó sin muchos detalles los motivos de su regreso. Nadie le preguntó más, ni siquiera por el bulto de la cabeza.
Sin nada mejor que hacer, se estrenó con unas cepas abandonadas, en una ladera inculta. “Si la tierra no me puede, el vino de esta viña correrá en muchas fiestas, y yo habré quemao la maleza de los peores tiempos”, se dijo ceremonioso, observando el fruto, a punto de cerner.
Con entusiasmo y los quehaceres fatigosos de sol a sol, elaboró la pri-mera cosecha en la vieja bodega familiar. Sus caldos se vendieron mejor de lo que esperaba, tanto que tuvo que ampliar viñedos y lagares.
La segunda añada ya mereció “Medalla de Plata”. Aprovechando la entrega del galardón, pagó una comida a sus amigos de Móstoles en un restaurante de lujo, en Madrid. A los postres, de pie, levantó la copa y dijo:
—¡Por vosotros! Vivo gracias al zapatazo que me dio la Magdalena, pero a esa ni mentarla. La Jimena y yo nos hacemos tilín. Ahora empiezan a desaparecer los nubarrones de marras, cuando el tren no andaba, aquel día que me achispé. Vuelvo a la tierra, nunca debí salir de ella”.
Emocionado, después de muchos aplausos y felicitaciones, se fue.
![Page 22: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/22.jpg)
![Page 23: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/23.jpg)
Alejandro Pérez García
![Page 24: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/24.jpg)
24
![Page 25: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/25.jpg)
25
Ezequiel, El Moliendas, estudió por libre el bachiller en su pueblo. El muchacho salió listo. Lo mismo calculaba, con sólo mirar, los sacos
necesarios para portear un muelo de trigo, que citaba de memoria a todos los soberanos de España y los hechos de sus reinados. Quizá por eso perdía el sueño cuando se imaginaba mayor sobre la esteva del arado, careando rebaños o consumiendo su vida al runrún cansino del molino familiar. Se propuso seguir estudiando, aunque para ello tuviera que salir de Villalpá-ramo.
Los padres, con pesar, accedieron a sus pretensiones. Juntaron trescien-tas pesetas, compraron el billete para el coche de línea y, casi llorando, despidieron al chico en la plaza. Era octubre. Las uvas ya estaban maduras.
Ezequiel llegó a Madrid con la ropa de los domingos y la eterna maleta de madera color caqui, atada con un cordel de bramante trenzado. Le dejó sin respiración el fuerte olor a humo de los coches y el mal aliento de las alcantarillas. Para bien, algunas señoras olían a perfumes y maquillajes, de esos que despiertan todos los apetitos. En los cines de estreno se anunciaba la película El calor de la noche, y pronto se hablaría del asesinato de Martin Luther King. Aquel Madrid le pareció grande, pero escaso de trato y lleno de apuros. Hasta los gatos miraban con deseo las sardinas pintadas en los escaparates de las pescaderías. En esa espesura tuvo que abrirse camino el recién llegado.
Él quería estudiar
![Page 26: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/26.jpg)
26
El libro de la biblioteca de Móstoles
Encontró una pensión en el Puente de Vallecas por tres mil pesetas, todo completo, pero sin ducha caliente ni brasero. No le importó. No esta-ba acostumbrado a bañarse, y cuando llegara el frío estudiaría como siem-pre, en la cama o arropado con una manta.
Al día siguiente recabó información en algunas academias. Las clases, los libros y la matrícula le iban a costar otras dos mil pelas. Cinco mil en total; aparte locomociones y más gastos. Era demasiado. Difícil conseguir tanto.
Después de mucho indagar, encontró trabajo en las oficinas de unos almacenes. Ocho horas, cuatro mil pesetas. Ya tenía para vivir, pero no para estudiar. Él quería ser perito mercantil. ¿Cómo ganar lo que faltaba? Intentando sacarse un sobresueldo a deshoras, de guarda o de lo que fuese, preguntó a los serenos y en las tahonas, en construcciones y discotecas, en cines y en casas de juego. ¡Nada! Sus pesquisas no hallaban respuesta. Em-pezó a sentirse mal. Perdió el apetito, el sueño y hasta la sonrisa.
Los días pasaban como trenes vacíos. El plazo para la reserva de matrí-cula llegaba a su fin. No olvidaba las recomendaciones que le hizo su madre antes de salir de Villalpáramo.
—Si necesitas algo, lo pides. No pases calamidades, hijo, que de eso ya tenemos aquí. Te vuelves y en paz.
“No. Eso nunca, aunque no caería en deshonra si volviera. Quizá... ¿Quién sabe?”, se dijo una tarde desapacible, harto de buscar. Luego se le saltaron las lágrimas al recordar la olla casera y los mantecados de su tía Basi.
Un compañero de trabajo, viendo cómo aquel muchachote arrastraba los zapatos sin ganas, se interesó por sus males. Ezequiel le puso al corrien-te de todo. No escondió la tristeza de su mirada, a punto de inundarse.
—Los de los pueblos sois la leche. Venís a comeros el mundo, pero no traéis cuchara. Ganarías una pasta vendiendo cacerolas o cosméticos o Bí-blias por las casas, pero si quieres algo rápido, aunque más chungo, vete a Legazpi. Allí puedes ganar cien duros, o más, en dos ratos.
—Y ¿qué hay que hacer? —preguntó Ezequiel, algo incrédulo.
![Page 27: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/27.jpg)
27
§Seg
—Descargar camiones, gilí ¿qué va a ser?Al día siguiente, El Moliendas estaba a las cuatro de la mañana en el
mercado de frutas y verduras. Tras muchos regateos, se puso de acuerdo con el señor Crispín, malagueño, con un Pegaso nuevo, lleno a reventar. Nunca había visto tantas uvas blancas: un envase, otro, otro más, muchí-simos; sobre un hombro, luego sobre el otro. Perdió la cuenta del pesado trajín entre el ir y venir, del vehículo a la pila, de la pila al vehículo.
A las ocho, según lo pactado, el camión ya estaba vacío, y las quinientas pesetas convenidas, en su poder. Quedaron en verse todos los jueves a la misma hora. Con aquellas perspectivas de continuidad y el dinero en el bolsillo, a Ezequiel ya no le molestaba tanto el humo de los coches; sólo olía a fruta fresca, a verde esperanza. Subiendo por Delicias se besó el puño que apretaba el billete. ¡Bendito billete! Pensó ponerlo en un cuadro de ébano con filigranas barrocas, pero qué va. Él no salió del pueblo para ser coleccionista.
Tan maravillado, no reparó en el dolor de sus brazos, de su espalda. Se dio cuenta en el metro, al sujetarse en la barra del techo. Sintió los mor-discos crueles de las trescientas cajas de moscateles que había descargado. Olvidó enseguida. Miró para arriba y adivinó el cielo a través de los fluo-rescentes del vagón. Vio que su luna estaba un poco más cerca; y al lado, una estrella, dulce como el arrope, iluminaba sus caminos preferidos.
![Page 28: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/28.jpg)
28
El libro de la biblioteca de Móstoles
Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la ejecu-ción de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.
—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.
Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.
Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.
Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.
Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear un rato, se acercó a las taquillas.
—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole
con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te
despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no
encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.
![Page 29: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/29.jpg)
29
Volver
Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la eje-cución de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el
sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.
—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.
Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.
Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.
Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.
Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear
![Page 30: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/30.jpg)
30
El libro de la biblioteca de Móstoles
un rato, se acercó a las taquillas.—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole
con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te
despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no
encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.
A última hora de la mañana, le sacó del primer sueño un tren en direc-ción contraria. Creyó que estaría cerca de Aranda, pero no. En duermevela, siguió alimentando sus vagos proyectos.
“Mi vecina, la Jimena, sigue soltera. Hace dos años, en la Fiesta del Vino, me dijo que por dar gusto a los viejos se habría casao conmigo. Ha-brá alguna viña libre. Dinero no nos sobrará, pero casa y trabajo no han de faltar”.
El peso de la cabeza y el olor de sus eructos, a bellotas podridas y uvas fermentadas, le obligaban a ocultarse detrás de la consciencia.
Cayendo la tarde, le descubrió un agente de seguridad. Costó hacer-le entender que aquel tren, sobre raíles muertos, no le llevaría a ninguna parte.
—¡Joder! ¿Qué muertos? Yo quiero ir a Quintanilla —dijo con dificul-tad.
Le pusieron en un tren que lo dejó en Atocha. Cuando llegó iba a salir el último mercancías con destino a Burgos. Saltó el torno y corrió al andén. Aturdido, alcanzó el vagón de cola con el convoy en marcha.
Por fin, después de una noche a la intemperie, entre dos contenedores: uno con el rótulo de “Naranjas Valencianas”, y de “Embragues Villaverde”, el otro, llegó a su Quintanilla natal. Los primeros rayos de un sol brillante,
![Page 31: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/31.jpg)
31
§Seg
y el Arlanza, con su cara vaporosa, despertaban para él nuevos horizontes. Los padres, ya mayores, lo recibieron como si volviera de una guerra.
Jimena no quiso saber nada de él, pero cambió de opinión cuando lo vio aseado y con ropa de domingo. Él explicó sin muchos detalles los motivos de su regreso. Nadie le preguntó más, ni siquiera por el bulto de la cabeza.
Sin nada mejor que hacer, se estrenó con unas cepas abandonadas, en una ladera inculta. “Si la tierra no me puede, el vino de esta viña correrá en muchas fiestas, y yo habré quemao la maleza de los peores tiempos”, se dijo ceremonioso, observando el fruto, a punto de cerner.
Con entusiasmo y los quehaceres fatigosos de sol a sol, elaboró la pri-mera cosecha en la vieja bodega familiar. Sus caldos se vendieron mejor de lo que esperaba, tanto que tuvo que ampliar viñedos y lagares.
La segunda añada ya mereció “Medalla de Plata”. Aprovechando la entrega del galardón, pagó una comida a sus amigos de Móstoles en un restaurante de lujo, en Madrid. A los postres, de pie, levantó la copa y dijo:
—¡Por vosotros! Vivo gracias al zapatazo que me dio la Magdalena, pero a esa ni mentarla. La Jimena y yo nos hacemos tilín. Ahora empiezan a desaparecer los nubarrones de marras, cuando el tren no andaba, aquel día que me achispé. Vuelvo a la tierra, nunca debí salir de ella”.
Emocionado, después de muchos aplausos y felicitaciones, se fue.
![Page 32: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/32.jpg)
![Page 33: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/33.jpg)
Alejandro Pérez García
![Page 34: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/34.jpg)
34
![Page 35: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/35.jpg)
35
Ezequiel, El Moliendas, estudió por libre el bachiller en su pueblo. El muchacho salió listo. Lo mismo calculaba, con sólo mirar, los sacos
necesarios para portear un muelo de trigo, que citaba de memoria a todos los soberanos de España y los hechos de sus reinados. Quizá por eso perdía el sueño cuando se imaginaba mayor sobre la esteva del arado, careando rebaños o consumiendo su vida al runrún cansino del molino familiar. Se propuso seguir estudiando, aunque para ello tuviera que salir de Villalpá-ramo.
Los padres, con pesar, accedieron a sus pretensiones. Juntaron trescien-tas pesetas, compraron el billete para el coche de línea y, casi llorando, despidieron al chico en la plaza. Era octubre. Las uvas ya estaban maduras.
Ezequiel llegó a Madrid con la ropa de los domingos y la eterna maleta de madera color caqui, atada con un cordel de bramante trenzado. Le dejó sin respiración el fuerte olor a humo de los coches y el mal aliento de las alcantarillas. Para bien, algunas señoras olían a perfumes y maquillajes, de esos que despiertan todos los apetitos. En los cines de estreno se anunciaba la película El calor de la noche, y pronto se hablaría del asesinato de Martin Luther King. Aquel Madrid le pareció grande, pero escaso de trato y lleno de apuros. Hasta los gatos miraban con deseo las sardinas pintadas en los escaparates de las pescaderías. En esa espesura tuvo que abrirse camino el recién llegado.
Él quería estudiar
![Page 36: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/36.jpg)
36
El libro de la biblioteca de Móstoles
Encontró una pensión en el Puente de Vallecas por tres mil pesetas, todo completo, pero sin ducha caliente ni brasero. No le importó. No esta-ba acostumbrado a bañarse, y cuando llegara el frío estudiaría como siem-pre, en la cama o arropado con una manta.
Al día siguiente recabó información en algunas academias. Las clases, los libros y la matrícula le iban a costar otras dos mil pelas. Cinco mil en total; aparte locomociones y más gastos. Era demasiado. Difícil conseguir tanto.
Después de mucho indagar, encontró trabajo en las oficinas de unos almacenes. Ocho horas, cuatro mil pesetas. Ya tenía para vivir, pero no para estudiar. Él quería ser perito mercantil. ¿Cómo ganar lo que faltaba? Intentando sacarse un sobresueldo a deshoras, de guarda o de lo que fuese, preguntó a los serenos y en las tahonas, en construcciones y discotecas, en cines y en casas de juego. ¡Nada! Sus pesquisas no hallaban respuesta. Em-pezó a sentirse mal. Perdió el apetito, el sueño y hasta la sonrisa.
Los días pasaban como trenes vacíos. El plazo para la reserva de matrí-cula llegaba a su fin. No olvidaba las recomendaciones que le hizo su madre antes de salir de Villalpáramo.
—Si necesitas algo, lo pides. No pases calamidades, hijo, que de eso ya tenemos aquí. Te vuelves y en paz.
“No. Eso nunca, aunque no caería en deshonra si volviera. Quizá... ¿Quién sabe?”, se dijo una tarde desapacible, harto de buscar. Luego se le saltaron las lágrimas al recordar la olla casera y los mantecados de su tía Basi.
Un compañero de trabajo, viendo cómo aquel muchachote arrastraba los zapatos sin ganas, se interesó por sus males. Ezequiel le puso al corrien-te de todo. No escondió la tristeza de su mirada, a punto de inundarse.
—Los de los pueblos sois la leche. Venís a comeros el mundo, pero no traéis cuchara. Ganarías una pasta vendiendo cacerolas o cosméticos o Bí-blias por las casas, pero si quieres algo rápido, aunque más chungo, vete a Legazpi. Allí puedes ganar cien duros, o más, en dos ratos.
—Y ¿qué hay que hacer? —preguntó Ezequiel, algo incrédulo.
![Page 37: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/37.jpg)
37
§Seg
—Descargar camiones, gilí ¿qué va a ser?Al día siguiente, El Moliendas estaba a las cuatro de la mañana en el
mercado de frutas y verduras. Tras muchos regateos, se puso de acuerdo con el señor Crispín, malagueño, con un Pegaso nuevo, lleno a reventar. Nunca había visto tantas uvas blancas: un envase, otro, otro más, muchí-simos; sobre un hombro, luego sobre el otro. Perdió la cuenta del pesado trajín entre el ir y venir, del vehículo a la pila, de la pila al vehículo.
A las ocho, según lo pactado, el camión ya estaba vacío, y las quinientas pesetas convenidas, en su poder. Quedaron en verse todos los jueves a la misma hora. Con aquellas perspectivas de continuidad y el dinero en el bolsillo, a Ezequiel ya no le molestaba tanto el humo de los coches; sólo olía a fruta fresca, a verde esperanza. Subiendo por Delicias se besó el puño que apretaba el billete. ¡Bendito billete! Pensó ponerlo en un cuadro de ébano con filigranas barrocas, pero qué va. Él no salió del pueblo para ser coleccionista.
Tan maravillado, no reparó en el dolor de sus brazos, de su espalda. Se dio cuenta en el metro, al sujetarse en la barra del techo. Sintió los mor-discos crueles de las trescientas cajas de moscateles que había descargado. Olvidó enseguida. Miró para arriba y adivinó el cielo a través de los fluo-rescentes del vagón. Vio que su luna estaba un poco más cerca; y al lado, una estrella, dulce como el arrope, iluminaba sus caminos preferidos.
![Page 38: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/38.jpg)
38
El libro de la biblioteca de Móstoles
Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la ejecu-ción de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.
—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.
Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.
Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.
Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.
Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear un rato, se acercó a las taquillas.
—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole
con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te
despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no
encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.
![Page 39: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/39.jpg)
39
Volver
Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la eje-cución de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el
sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.
—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.
Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.
Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.
Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.
Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear
![Page 40: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/40.jpg)
40
El libro de la biblioteca de Móstoles
un rato, se acercó a las taquillas.—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole
con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te
despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no
encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.
A última hora de la mañana, le sacó del primer sueño un tren en direc-ción contraria. Creyó que estaría cerca de Aranda, pero no. En duermevela, siguió alimentando sus vagos proyectos.
“Mi vecina, la Jimena, sigue soltera. Hace dos años, en la Fiesta del Vino, me dijo que por dar gusto a los viejos se habría casao conmigo. Ha-brá alguna viña libre. Dinero no nos sobrará, pero casa y trabajo no han de faltar”.
El peso de la cabeza y el olor de sus eructos, a bellotas podridas y uvas fermentadas, le obligaban a ocultarse detrás de la consciencia.
Cayendo la tarde, le descubrió un agente de seguridad. Costó hacer-le entender que aquel tren, sobre raíles muertos, no le llevaría a ninguna parte.
—¡Joder! ¿Qué muertos? Yo quiero ir a Quintanilla —dijo con dificul-tad.
Le pusieron en un tren que lo dejó en Atocha. Cuando llegó iba a salir el último mercancías con destino a Burgos. Saltó el torno y corrió al andén. Aturdido, alcanzó el vagón de cola con el convoy en marcha.
Por fin, después de una noche a la intemperie, entre dos contenedores: uno con el rótulo de “Naranjas Valencianas”, y de “Embragues Villaverde”, el otro, llegó a su Quintanilla natal. Los primeros rayos de un sol brillante,
![Page 41: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/41.jpg)
41
§Seg
y el Arlanza, con su cara vaporosa, despertaban para él nuevos horizontes. Los padres, ya mayores, lo recibieron como si volviera de una guerra.
Jimena no quiso saber nada de él, pero cambió de opinión cuando lo vio aseado y con ropa de domingo. Él explicó sin muchos detalles los motivos de su regreso. Nadie le preguntó más, ni siquiera por el bulto de la cabeza.
Sin nada mejor que hacer, se estrenó con unas cepas abandonadas, en una ladera inculta. “Si la tierra no me puede, el vino de esta viña correrá en muchas fiestas, y yo habré quemao la maleza de los peores tiempos”, se dijo ceremonioso, observando el fruto, a punto de cerner.
Con entusiasmo y los quehaceres fatigosos de sol a sol, elaboró la pri-mera cosecha en la vieja bodega familiar. Sus caldos se vendieron mejor de lo que esperaba, tanto que tuvo que ampliar viñedos y lagares.
La segunda añada ya mereció “Medalla de Plata”. Aprovechando la entrega del galardón, pagó una comida a sus amigos de Móstoles en un restaurante de lujo, en Madrid. A los postres, de pie, levantó la copa y dijo:
—¡Por vosotros! Vivo gracias al zapatazo que me dio la Magdalena, pero a esa ni mentarla. La Jimena y yo nos hacemos tilín. Ahora empiezan a desaparecer los nubarrones de marras, cuando el tren no andaba, aquel día que me achispé. Vuelvo a la tierra, nunca debí salir de ella”.
Emocionado, después de muchos aplausos y felicitaciones, se fue.
![Page 42: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/42.jpg)
![Page 43: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/43.jpg)
Alejandro Pérez García
![Page 44: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/44.jpg)
44
![Page 45: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/45.jpg)
45
Ezequiel, El Moliendas, estudió por libre el bachiller en su pueblo. El muchacho salió listo. Lo mismo calculaba, con sólo mirar, los sacos
necesarios para portear un muelo de trigo, que citaba de memoria a todos los soberanos de España y los hechos de sus reinados. Quizá por eso perdía el sueño cuando se imaginaba mayor sobre la esteva del arado, careando rebaños o consumiendo su vida al runrún cansino del molino familiar. Se propuso seguir estudiando, aunque para ello tuviera que salir de Villalpá-ramo.
Los padres, con pesar, accedieron a sus pretensiones. Juntaron trescien-tas pesetas, compraron el billete para el coche de línea y, casi llorando, despidieron al chico en la plaza. Era octubre. Las uvas ya estaban maduras.
Ezequiel llegó a Madrid con la ropa de los domingos y la eterna maleta de madera color caqui, atada con un cordel de bramante trenzado. Le dejó sin respiración el fuerte olor a humo de los coches y el mal aliento de las alcantarillas. Para bien, algunas señoras olían a perfumes y maquillajes, de esos que despiertan todos los apetitos. En los cines de estreno se anunciaba la película El calor de la noche, y pronto se hablaría del asesinato de Martin Luther King. Aquel Madrid le pareció grande, pero escaso de trato y lleno de apuros. Hasta los gatos miraban con deseo las sardinas pintadas en los escaparates de las pescaderías. En esa espesura tuvo que abrirse camino el recién llegado.
Él quería estudiar
![Page 46: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/46.jpg)
46
El libro de la biblioteca de Móstoles
Encontró una pensión en el Puente de Vallecas por tres mil pesetas, todo completo, pero sin ducha caliente ni brasero. No le importó. No esta-ba acostumbrado a bañarse, y cuando llegara el frío estudiaría como siem-pre, en la cama o arropado con una manta.
Al día siguiente recabó información en algunas academias. Las clases, los libros y la matrícula le iban a costar otras dos mil pelas. Cinco mil en total; aparte locomociones y más gastos. Era demasiado. Difícil conseguir tanto.
Después de mucho indagar, encontró trabajo en las oficinas de unos almacenes. Ocho horas, cuatro mil pesetas. Ya tenía para vivir, pero no para estudiar. Él quería ser perito mercantil. ¿Cómo ganar lo que faltaba? Intentando sacarse un sobresueldo a deshoras, de guarda o de lo que fuese, preguntó a los serenos y en las tahonas, en construcciones y discotecas, en cines y en casas de juego. ¡Nada! Sus pesquisas no hallaban respuesta. Em-pezó a sentirse mal. Perdió el apetito, el sueño y hasta la sonrisa.
Los días pasaban como trenes vacíos. El plazo para la reserva de matrí-cula llegaba a su fin. No olvidaba las recomendaciones que le hizo su madre antes de salir de Villalpáramo.
—Si necesitas algo, lo pides. No pases calamidades, hijo, que de eso ya tenemos aquí. Te vuelves y en paz.
“No. Eso nunca, aunque no caería en deshonra si volviera. Quizá... ¿Quién sabe?”, se dijo una tarde desapacible, harto de buscar. Luego se le saltaron las lágrimas al recordar la olla casera y los mantecados de su tía Basi.
Un compañero de trabajo, viendo cómo aquel muchachote arrastraba los zapatos sin ganas, se interesó por sus males. Ezequiel le puso al corrien-te de todo. No escondió la tristeza de su mirada, a punto de inundarse.
—Los de los pueblos sois la leche. Venís a comeros el mundo, pero no traéis cuchara. Ganarías una pasta vendiendo cacerolas o cosméticos o Bí-blias por las casas, pero si quieres algo rápido, aunque más chungo, vete a Legazpi. Allí puedes ganar cien duros, o más, en dos ratos.
—Y ¿qué hay que hacer? —preguntó Ezequiel, algo incrédulo.
![Page 47: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/47.jpg)
47
§Seg
—Descargar camiones, gilí ¿qué va a ser?Al día siguiente, El Moliendas estaba a las cuatro de la mañana en el
mercado de frutas y verduras. Tras muchos regateos, se puso de acuerdo con el señor Crispín, malagueño, con un Pegaso nuevo, lleno a reventar. Nunca había visto tantas uvas blancas: un envase, otro, otro más, muchí-simos; sobre un hombro, luego sobre el otro. Perdió la cuenta del pesado trajín entre el ir y venir, del vehículo a la pila, de la pila al vehículo.
A las ocho, según lo pactado, el camión ya estaba vacío, y las quinientas pesetas convenidas, en su poder. Quedaron en verse todos los jueves a la misma hora. Con aquellas perspectivas de continuidad y el dinero en el bolsillo, a Ezequiel ya no le molestaba tanto el humo de los coches; sólo olía a fruta fresca, a verde esperanza. Subiendo por Delicias se besó el puño que apretaba el billete. ¡Bendito billete! Pensó ponerlo en un cuadro de ébano con filigranas barrocas, pero qué va. Él no salió del pueblo para ser coleccionista.
Tan maravillado, no reparó en el dolor de sus brazos, de su espalda. Se dio cuenta en el metro, al sujetarse en la barra del techo. Sintió los mor-discos crueles de las trescientas cajas de moscateles que había descargado. Olvidó enseguida. Miró para arriba y adivinó el cielo a través de los fluo-rescentes del vagón. Vio que su luna estaba un poco más cerca; y al lado, una estrella, dulce como el arrope, iluminaba sus caminos preferidos.
![Page 48: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/48.jpg)
48
El libro de la biblioteca de Móstoles
Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la ejecu-ción de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.
—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.
Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.
Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.
Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.
Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear un rato, se acercó a las taquillas.
—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole
con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te
despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no
encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.
![Page 49: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/49.jpg)
49
Volver
Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la eje-cución de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el
sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.
—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.
Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.
Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.
Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.
Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear
![Page 50: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/50.jpg)
50
El libro de la biblioteca de Móstoles
un rato, se acercó a las taquillas.—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole
con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te
despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no
encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.
A última hora de la mañana, le sacó del primer sueño un tren en direc-ción contraria. Creyó que estaría cerca de Aranda, pero no. En duermevela, siguió alimentando sus vagos proyectos.
“Mi vecina, la Jimena, sigue soltera. Hace dos años, en la Fiesta del Vino, me dijo que por dar gusto a los viejos se habría casao conmigo. Ha-brá alguna viña libre. Dinero no nos sobrará, pero casa y trabajo no han de faltar”.
El peso de la cabeza y el olor de sus eructos, a bellotas podridas y uvas fermentadas, le obligaban a ocultarse detrás de la consciencia.
Cayendo la tarde, le descubrió un agente de seguridad. Costó hacer-le entender que aquel tren, sobre raíles muertos, no le llevaría a ninguna parte.
—¡Joder! ¿Qué muertos? Yo quiero ir a Quintanilla —dijo con dificul-tad.
Le pusieron en un tren que lo dejó en Atocha. Cuando llegó iba a salir el último mercancías con destino a Burgos. Saltó el torno y corrió al andén. Aturdido, alcanzó el vagón de cola con el convoy en marcha.
Por fin, después de una noche a la intemperie, entre dos contenedores: uno con el rótulo de “Naranjas Valencianas”, y de “Embragues Villaverde”, el otro, llegó a su Quintanilla natal. Los primeros rayos de un sol brillante,
![Page 51: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/51.jpg)
51
§Seg
y el Arlanza, con su cara vaporosa, despertaban para él nuevos horizontes. Los padres, ya mayores, lo recibieron como si volviera de una guerra.
Jimena no quiso saber nada de él, pero cambió de opinión cuando lo vio aseado y con ropa de domingo. Él explicó sin muchos detalles los motivos de su regreso. Nadie le preguntó más, ni siquiera por el bulto de la cabeza.
Sin nada mejor que hacer, se estrenó con unas cepas abandonadas, en una ladera inculta. “Si la tierra no me puede, el vino de esta viña correrá en muchas fiestas, y yo habré quemao la maleza de los peores tiempos”, se dijo ceremonioso, observando el fruto, a punto de cerner.
Con entusiasmo y los quehaceres fatigosos de sol a sol, elaboró la pri-mera cosecha en la vieja bodega familiar. Sus caldos se vendieron mejor de lo que esperaba, tanto que tuvo que ampliar viñedos y lagares.
La segunda añada ya mereció “Medalla de Plata”. Aprovechando la entrega del galardón, pagó una comida a sus amigos de Móstoles en un restaurante de lujo, en Madrid. A los postres, de pie, levantó la copa y dijo:
—¡Por vosotros! Vivo gracias al zapatazo que me dio la Magdalena, pero a esa ni mentarla. La Jimena y yo nos hacemos tilín. Ahora empiezan a desaparecer los nubarrones de marras, cuando el tren no andaba, aquel día que me achispé. Vuelvo a la tierra, nunca debí salir de ella”.
Emocionado, después de muchos aplausos y felicitaciones, se fue.
![Page 52: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/52.jpg)
![Page 53: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/53.jpg)
Alejandro Pérez García
![Page 54: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/54.jpg)
54
![Page 55: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/55.jpg)
55
Ezequiel, El Moliendas, estudió por libre el bachiller en su pueblo. El muchacho salió listo. Lo mismo calculaba, con sólo mirar, los sacos
necesarios para portear un muelo de trigo, que citaba de memoria a todos los soberanos de España y los hechos de sus reinados. Quizá por eso perdía el sueño cuando se imaginaba mayor sobre la esteva del arado, careando rebaños o consumiendo su vida al runrún cansino del molino familiar. Se propuso seguir estudiando, aunque para ello tuviera que salir de Villalpá-ramo.
Los padres, con pesar, accedieron a sus pretensiones. Juntaron trescien-tas pesetas, compraron el billete para el coche de línea y, casi llorando, despidieron al chico en la plaza. Era octubre. Las uvas ya estaban maduras.
Ezequiel llegó a Madrid con la ropa de los domingos y la eterna maleta de madera color caqui, atada con un cordel de bramante trenzado. Le dejó sin respiración el fuerte olor a humo de los coches y el mal aliento de las alcantarillas. Para bien, algunas señoras olían a perfumes y maquillajes, de esos que despiertan todos los apetitos. En los cines de estreno se anunciaba la película El calor de la noche, y pronto se hablaría del asesinato de Martin Luther King. Aquel Madrid le pareció grande, pero escaso de trato y lleno de apuros. Hasta los gatos miraban con deseo las sardinas pintadas en los escaparates de las pescaderías. En esa espesura tuvo que abrirse camino el recién llegado.
Él quería estudiar
![Page 56: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/56.jpg)
56
El libro de la biblioteca de Móstoles
Encontró una pensión en el Puente de Vallecas por tres mil pesetas, todo completo, pero sin ducha caliente ni brasero. No le importó. No esta-ba acostumbrado a bañarse, y cuando llegara el frío estudiaría como siem-pre, en la cama o arropado con una manta.
Al día siguiente recabó información en algunas academias. Las clases, los libros y la matrícula le iban a costar otras dos mil pelas. Cinco mil en total; aparte locomociones y más gastos. Era demasiado. Difícil conseguir tanto.
Después de mucho indagar, encontró trabajo en las oficinas de unos almacenes. Ocho horas, cuatro mil pesetas. Ya tenía para vivir, pero no para estudiar. Él quería ser perito mercantil. ¿Cómo ganar lo que faltaba? Intentando sacarse un sobresueldo a deshoras, de guarda o de lo que fuese, preguntó a los serenos y en las tahonas, en construcciones y discotecas, en cines y en casas de juego. ¡Nada! Sus pesquisas no hallaban respuesta. Em-pezó a sentirse mal. Perdió el apetito, el sueño y hasta la sonrisa.
Los días pasaban como trenes vacíos. El plazo para la reserva de matrí-cula llegaba a su fin. No olvidaba las recomendaciones que le hizo su madre antes de salir de Villalpáramo.
—Si necesitas algo, lo pides. No pases calamidades, hijo, que de eso ya tenemos aquí. Te vuelves y en paz.
“No. Eso nunca, aunque no caería en deshonra si volviera. Quizá... ¿Quién sabe?”, se dijo una tarde desapacible, harto de buscar. Luego se le saltaron las lágrimas al recordar la olla casera y los mantecados de su tía Basi.
Un compañero de trabajo, viendo cómo aquel muchachote arrastraba los zapatos sin ganas, se interesó por sus males. Ezequiel le puso al corrien-te de todo. No escondió la tristeza de su mirada, a punto de inundarse.
—Los de los pueblos sois la leche. Venís a comeros el mundo, pero no traéis cuchara. Ganarías una pasta vendiendo cacerolas o cosméticos o Bí-blias por las casas, pero si quieres algo rápido, aunque más chungo, vete a Legazpi. Allí puedes ganar cien duros, o más, en dos ratos.
—Y ¿qué hay que hacer? —preguntó Ezequiel, algo incrédulo.
![Page 57: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/57.jpg)
57
§Seg
—Descargar camiones, gilí ¿qué va a ser?Al día siguiente, El Moliendas estaba a las cuatro de la mañana en el
mercado de frutas y verduras. Tras muchos regateos, se puso de acuerdo con el señor Crispín, malagueño, con un Pegaso nuevo, lleno a reventar. Nunca había visto tantas uvas blancas: un envase, otro, otro más, muchí-simos; sobre un hombro, luego sobre el otro. Perdió la cuenta del pesado trajín entre el ir y venir, del vehículo a la pila, de la pila al vehículo.
A las ocho, según lo pactado, el camión ya estaba vacío, y las quinientas pesetas convenidas, en su poder. Quedaron en verse todos los jueves a la misma hora. Con aquellas perspectivas de continuidad y el dinero en el bolsillo, a Ezequiel ya no le molestaba tanto el humo de los coches; sólo olía a fruta fresca, a verde esperanza. Subiendo por Delicias se besó el puño que apretaba el billete. ¡Bendito billete! Pensó ponerlo en un cuadro de ébano con filigranas barrocas, pero qué va. Él no salió del pueblo para ser coleccionista.
Tan maravillado, no reparó en el dolor de sus brazos, de su espalda. Se dio cuenta en el metro, al sujetarse en la barra del techo. Sintió los mor-discos crueles de las trescientas cajas de moscateles que había descargado. Olvidó enseguida. Miró para arriba y adivinó el cielo a través de los fluo-rescentes del vagón. Vio que su luna estaba un poco más cerca; y al lado, una estrella, dulce como el arrope, iluminaba sus caminos preferidos.
![Page 58: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/58.jpg)
58
El libro de la biblioteca de Móstoles
Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la ejecu-ción de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.
—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.
Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.
Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.
Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.
Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear un rato, se acercó a las taquillas.
—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole
con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te
despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no
encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.
![Page 59: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/59.jpg)
59
Volver
Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la eje-cución de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el
sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.
—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.
Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.
Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.
Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.
Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear
![Page 60: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/60.jpg)
60
El libro de la biblioteca de Móstoles
un rato, se acercó a las taquillas.—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole
con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te
despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no
encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.
A última hora de la mañana, le sacó del primer sueño un tren en direc-ción contraria. Creyó que estaría cerca de Aranda, pero no. En duermevela, siguió alimentando sus vagos proyectos.
“Mi vecina, la Jimena, sigue soltera. Hace dos años, en la Fiesta del Vino, me dijo que por dar gusto a los viejos se habría casao conmigo. Ha-brá alguna viña libre. Dinero no nos sobrará, pero casa y trabajo no han de faltar”.
El peso de la cabeza y el olor de sus eructos, a bellotas podridas y uvas fermentadas, le obligaban a ocultarse detrás de la consciencia.
Cayendo la tarde, le descubrió un agente de seguridad. Costó hacer-le entender que aquel tren, sobre raíles muertos, no le llevaría a ninguna parte.
—¡Joder! ¿Qué muertos? Yo quiero ir a Quintanilla —dijo con dificul-tad.
Le pusieron en un tren que lo dejó en Atocha. Cuando llegó iba a salir el último mercancías con destino a Burgos. Saltó el torno y corrió al andén. Aturdido, alcanzó el vagón de cola con el convoy en marcha.
Por fin, después de una noche a la intemperie, entre dos contenedores: uno con el rótulo de “Naranjas Valencianas”, y de “Embragues Villaverde”, el otro, llegó a su Quintanilla natal. Los primeros rayos de un sol brillante,
![Page 61: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/61.jpg)
61
§Seg
y el Arlanza, con su cara vaporosa, despertaban para él nuevos horizontes. Los padres, ya mayores, lo recibieron como si volviera de una guerra.
Jimena no quiso saber nada de él, pero cambió de opinión cuando lo vio aseado y con ropa de domingo. Él explicó sin muchos detalles los motivos de su regreso. Nadie le preguntó más, ni siquiera por el bulto de la cabeza.
Sin nada mejor que hacer, se estrenó con unas cepas abandonadas, en una ladera inculta. “Si la tierra no me puede, el vino de esta viña correrá en muchas fiestas, y yo habré quemao la maleza de los peores tiempos”, se dijo ceremonioso, observando el fruto, a punto de cerner.
Con entusiasmo y los quehaceres fatigosos de sol a sol, elaboró la pri-mera cosecha en la vieja bodega familiar. Sus caldos se vendieron mejor de lo que esperaba, tanto que tuvo que ampliar viñedos y lagares.
La segunda añada ya mereció “Medalla de Plata”. Aprovechando la entrega del galardón, pagó una comida a sus amigos de Móstoles en un restaurante de lujo, en Madrid. A los postres, de pie, levantó la copa y dijo:
—¡Por vosotros! Vivo gracias al zapatazo que me dio la Magdalena, pero a esa ni mentarla. La Jimena y yo nos hacemos tilín. Ahora empiezan a desaparecer los nubarrones de marras, cuando el tren no andaba, aquel día que me achispé. Vuelvo a la tierra, nunca debí salir de ella”.
Emocionado, después de muchos aplausos y felicitaciones, se fue.
![Page 62: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/62.jpg)
![Page 63: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/63.jpg)
Alejandro Pérez García
![Page 64: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/64.jpg)
64
![Page 65: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/65.jpg)
65
Ezequiel, El Moliendas, estudió por libre el bachiller en su pueblo. El muchacho salió listo. Lo mismo calculaba, con sólo mirar, los sacos
necesarios para portear un muelo de trigo, que citaba de memoria a todos los soberanos de España y los hechos de sus reinados. Quizá por eso perdía el sueño cuando se imaginaba mayor sobre la esteva del arado, careando rebaños o consumiendo su vida al runrún cansino del molino familiar. Se propuso seguir estudiando, aunque para ello tuviera que salir de Villalpá-ramo.
Los padres, con pesar, accedieron a sus pretensiones. Juntaron trescien-tas pesetas, compraron el billete para el coche de línea y, casi llorando, despidieron al chico en la plaza. Era octubre. Las uvas ya estaban maduras.
Ezequiel llegó a Madrid con la ropa de los domingos y la eterna maleta de madera color caqui, atada con un cordel de bramante trenzado. Le dejó sin respiración el fuerte olor a humo de los coches y el mal aliento de las alcantarillas. Para bien, algunas señoras olían a perfumes y maquillajes, de esos que despiertan todos los apetitos. En los cines de estreno se anunciaba la película El calor de la noche, y pronto se hablaría del asesinato de Martin Luther King. Aquel Madrid le pareció grande, pero escaso de trato y lleno de apuros. Hasta los gatos miraban con deseo las sardinas pintadas en los escaparates de las pescaderías. En esa espesura tuvo que abrirse camino el recién llegado.
Él quería estudiar
![Page 66: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/66.jpg)
66
El libro de la biblioteca de Móstoles
Encontró una pensión en el Puente de Vallecas por tres mil pesetas, todo completo, pero sin ducha caliente ni brasero. No le importó. No esta-ba acostumbrado a bañarse, y cuando llegara el frío estudiaría como siem-pre, en la cama o arropado con una manta.
Al día siguiente recabó información en algunas academias. Las clases, los libros y la matrícula le iban a costar otras dos mil pelas. Cinco mil en total; aparte locomociones y más gastos. Era demasiado. Difícil conseguir tanto.
Después de mucho indagar, encontró trabajo en las oficinas de unos almacenes. Ocho horas, cuatro mil pesetas. Ya tenía para vivir, pero no para estudiar. Él quería ser perito mercantil. ¿Cómo ganar lo que faltaba? Intentando sacarse un sobresueldo a deshoras, de guarda o de lo que fuese, preguntó a los serenos y en las tahonas, en construcciones y discotecas, en cines y en casas de juego. ¡Nada! Sus pesquisas no hallaban respuesta. Em-pezó a sentirse mal. Perdió el apetito, el sueño y hasta la sonrisa.
Los días pasaban como trenes vacíos. El plazo para la reserva de matrí-cula llegaba a su fin. No olvidaba las recomendaciones que le hizo su madre antes de salir de Villalpáramo.
—Si necesitas algo, lo pides. No pases calamidades, hijo, que de eso ya tenemos aquí. Te vuelves y en paz.
“No. Eso nunca, aunque no caería en deshonra si volviera. Quizá... ¿Quién sabe?”, se dijo una tarde desapacible, harto de buscar. Luego se le saltaron las lágrimas al recordar la olla casera y los mantecados de su tía Basi.
Un compañero de trabajo, viendo cómo aquel muchachote arrastraba los zapatos sin ganas, se interesó por sus males. Ezequiel le puso al corrien-te de todo. No escondió la tristeza de su mirada, a punto de inundarse.
—Los de los pueblos sois la leche. Venís a comeros el mundo, pero no traéis cuchara. Ganarías una pasta vendiendo cacerolas o cosméticos o Bí-blias por las casas, pero si quieres algo rápido, aunque más chungo, vete a Legazpi. Allí puedes ganar cien duros, o más, en dos ratos.
—Y ¿qué hay que hacer? —preguntó Ezequiel, algo incrédulo.
![Page 67: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/67.jpg)
67
§Seg
—Descargar camiones, gilí ¿qué va a ser?Al día siguiente, El Moliendas estaba a las cuatro de la mañana en el
mercado de frutas y verduras. Tras muchos regateos, se puso de acuerdo con el señor Crispín, malagueño, con un Pegaso nuevo, lleno a reventar. Nunca había visto tantas uvas blancas: un envase, otro, otro más, muchí-simos; sobre un hombro, luego sobre el otro. Perdió la cuenta del pesado trajín entre el ir y venir, del vehículo a la pila, de la pila al vehículo.
A las ocho, según lo pactado, el camión ya estaba vacío, y las quinientas pesetas convenidas, en su poder. Quedaron en verse todos los jueves a la misma hora. Con aquellas perspectivas de continuidad y el dinero en el bolsillo, a Ezequiel ya no le molestaba tanto el humo de los coches; sólo olía a fruta fresca, a verde esperanza. Subiendo por Delicias se besó el puño que apretaba el billete. ¡Bendito billete! Pensó ponerlo en un cuadro de ébano con filigranas barrocas, pero qué va. Él no salió del pueblo para ser coleccionista.
Tan maravillado, no reparó en el dolor de sus brazos, de su espalda. Se dio cuenta en el metro, al sujetarse en la barra del techo. Sintió los mor-discos crueles de las trescientas cajas de moscateles que había descargado. Olvidó enseguida. Miró para arriba y adivinó el cielo a través de los fluo-rescentes del vagón. Vio que su luna estaba un poco más cerca; y al lado, una estrella, dulce como el arrope, iluminaba sus caminos preferidos.
![Page 68: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/68.jpg)
68
El libro de la biblioteca de Móstoles
Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la ejecu-ción de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.
—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.
Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.
Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.
Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.
Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear un rato, se acercó a las taquillas.
—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole
con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te
despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no
encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.
![Page 69: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/69.jpg)
69
Volver
Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la eje-cución de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el
sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.
—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.
Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.
Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.
Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.
Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear
![Page 70: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/70.jpg)
70
El libro de la biblioteca de Móstoles
un rato, se acercó a las taquillas.—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole
con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te
despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no
encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.
A última hora de la mañana, le sacó del primer sueño un tren en direc-ción contraria. Creyó que estaría cerca de Aranda, pero no. En duermevela, siguió alimentando sus vagos proyectos.
“Mi vecina, la Jimena, sigue soltera. Hace dos años, en la Fiesta del Vino, me dijo que por dar gusto a los viejos se habría casao conmigo. Ha-brá alguna viña libre. Dinero no nos sobrará, pero casa y trabajo no han de faltar”.
El peso de la cabeza y el olor de sus eructos, a bellotas podridas y uvas fermentadas, le obligaban a ocultarse detrás de la consciencia.
Cayendo la tarde, le descubrió un agente de seguridad. Costó hacer-le entender que aquel tren, sobre raíles muertos, no le llevaría a ninguna parte.
—¡Joder! ¿Qué muertos? Yo quiero ir a Quintanilla —dijo con dificul-tad.
Le pusieron en un tren que lo dejó en Atocha. Cuando llegó iba a salir el último mercancías con destino a Burgos. Saltó el torno y corrió al andén. Aturdido, alcanzó el vagón de cola con el convoy en marcha.
Por fin, después de una noche a la intemperie, entre dos contenedores: uno con el rótulo de “Naranjas Valencianas”, y de “Embragues Villaverde”, el otro, llegó a su Quintanilla natal. Los primeros rayos de un sol brillante,
![Page 71: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/71.jpg)
71
§Seg
y el Arlanza, con su cara vaporosa, despertaban para él nuevos horizontes. Los padres, ya mayores, lo recibieron como si volviera de una guerra.
Jimena no quiso saber nada de él, pero cambió de opinión cuando lo vio aseado y con ropa de domingo. Él explicó sin muchos detalles los motivos de su regreso. Nadie le preguntó más, ni siquiera por el bulto de la cabeza.
Sin nada mejor que hacer, se estrenó con unas cepas abandonadas, en una ladera inculta. “Si la tierra no me puede, el vino de esta viña correrá en muchas fiestas, y yo habré quemao la maleza de los peores tiempos”, se dijo ceremonioso, observando el fruto, a punto de cerner.
Con entusiasmo y los quehaceres fatigosos de sol a sol, elaboró la pri-mera cosecha en la vieja bodega familiar. Sus caldos se vendieron mejor de lo que esperaba, tanto que tuvo que ampliar viñedos y lagares.
La segunda añada ya mereció “Medalla de Plata”. Aprovechando la entrega del galardón, pagó una comida a sus amigos de Móstoles en un restaurante de lujo, en Madrid. A los postres, de pie, levantó la copa y dijo:
—¡Por vosotros! Vivo gracias al zapatazo que me dio la Magdalena, pero a esa ni mentarla. La Jimena y yo nos hacemos tilín. Ahora empiezan a desaparecer los nubarrones de marras, cuando el tren no andaba, aquel día que me achispé. Vuelvo a la tierra, nunca debí salir de ella”.
Emocionado, después de muchos aplausos y felicitaciones, se fue.
![Page 72: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/72.jpg)
![Page 73: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/73.jpg)
Alejandro Pérez García
![Page 74: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/74.jpg)
74
![Page 75: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/75.jpg)
75
Ezequiel, El Moliendas, estudió por libre el bachiller en su pueblo. El muchacho salió listo. Lo mismo calculaba, con sólo mirar, los sacos
necesarios para portear un muelo de trigo, que citaba de memoria a todos los soberanos de España y los hechos de sus reinados. Quizá por eso perdía el sueño cuando se imaginaba mayor sobre la esteva del arado, careando rebaños o consumiendo su vida al runrún cansino del molino familiar. Se propuso seguir estudiando, aunque para ello tuviera que salir de Villalpá-ramo.
Los padres, con pesar, accedieron a sus pretensiones. Juntaron trescien-tas pesetas, compraron el billete para el coche de línea y, casi llorando, despidieron al chico en la plaza. Era octubre. Las uvas ya estaban maduras.
Ezequiel llegó a Madrid con la ropa de los domingos y la eterna maleta de madera color caqui, atada con un cordel de bramante trenzado. Le dejó sin respiración el fuerte olor a humo de los coches y el mal aliento de las alcantarillas. Para bien, algunas señoras olían a perfumes y maquillajes, de esos que despiertan todos los apetitos. En los cines de estreno se anunciaba la película El calor de la noche, y pronto se hablaría del asesinato de Martin Luther King. Aquel Madrid le pareció grande, pero escaso de trato y lleno de apuros. Hasta los gatos miraban con deseo las sardinas pintadas en los escaparates de las pescaderías. En esa espesura tuvo que abrirse camino el recién llegado.
Él quería estudiar
![Page 76: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/76.jpg)
76
El libro de la biblioteca de Móstoles
Encontró una pensión en el Puente de Vallecas por tres mil pesetas, todo completo, pero sin ducha caliente ni brasero. No le importó. No esta-ba acostumbrado a bañarse, y cuando llegara el frío estudiaría como siem-pre, en la cama o arropado con una manta.
Al día siguiente recabó información en algunas academias. Las clases, los libros y la matrícula le iban a costar otras dos mil pelas. Cinco mil en total; aparte locomociones y más gastos. Era demasiado. Difícil conseguir tanto.
Después de mucho indagar, encontró trabajo en las oficinas de unos almacenes. Ocho horas, cuatro mil pesetas. Ya tenía para vivir, pero no para estudiar. Él quería ser perito mercantil. ¿Cómo ganar lo que faltaba? Intentando sacarse un sobresueldo a deshoras, de guarda o de lo que fuese, preguntó a los serenos y en las tahonas, en construcciones y discotecas, en cines y en casas de juego. ¡Nada! Sus pesquisas no hallaban respuesta. Em-pezó a sentirse mal. Perdió el apetito, el sueño y hasta la sonrisa.
Los días pasaban como trenes vacíos. El plazo para la reserva de matrí-cula llegaba a su fin. No olvidaba las recomendaciones que le hizo su madre antes de salir de Villalpáramo.
—Si necesitas algo, lo pides. No pases calamidades, hijo, que de eso ya tenemos aquí. Te vuelves y en paz.
“No. Eso nunca, aunque no caería en deshonra si volviera. Quizá... ¿Quién sabe?”, se dijo una tarde desapacible, harto de buscar. Luego se le saltaron las lágrimas al recordar la olla casera y los mantecados de su tía Basi.
Un compañero de trabajo, viendo cómo aquel muchachote arrastraba los zapatos sin ganas, se interesó por sus males. Ezequiel le puso al corrien-te de todo. No escondió la tristeza de su mirada, a punto de inundarse.
—Los de los pueblos sois la leche. Venís a comeros el mundo, pero no traéis cuchara. Ganarías una pasta vendiendo cacerolas o cosméticos o Bí-blias por las casas, pero si quieres algo rápido, aunque más chungo, vete a Legazpi. Allí puedes ganar cien duros, o más, en dos ratos.
—Y ¿qué hay que hacer? —preguntó Ezequiel, algo incrédulo.
![Page 77: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/77.jpg)
77
§Seg
—Descargar camiones, gilí ¿qué va a ser?Al día siguiente, El Moliendas estaba a las cuatro de la mañana en el
mercado de frutas y verduras. Tras muchos regateos, se puso de acuerdo con el señor Crispín, malagueño, con un Pegaso nuevo, lleno a reventar. Nunca había visto tantas uvas blancas: un envase, otro, otro más, muchí-simos; sobre un hombro, luego sobre el otro. Perdió la cuenta del pesado trajín entre el ir y venir, del vehículo a la pila, de la pila al vehículo.
A las ocho, según lo pactado, el camión ya estaba vacío, y las quinientas pesetas convenidas, en su poder. Quedaron en verse todos los jueves a la misma hora. Con aquellas perspectivas de continuidad y el dinero en el bolsillo, a Ezequiel ya no le molestaba tanto el humo de los coches; sólo olía a fruta fresca, a verde esperanza. Subiendo por Delicias se besó el puño que apretaba el billete. ¡Bendito billete! Pensó ponerlo en un cuadro de ébano con filigranas barrocas, pero qué va. Él no salió del pueblo para ser coleccionista.
Tan maravillado, no reparó en el dolor de sus brazos, de su espalda. Se dio cuenta en el metro, al sujetarse en la barra del techo. Sintió los mor-discos crueles de las trescientas cajas de moscateles que había descargado. Olvidó enseguida. Miró para arriba y adivinó el cielo a través de los fluo-rescentes del vagón. Vio que su luna estaba un poco más cerca; y al lado, una estrella, dulce como el arrope, iluminaba sus caminos preferidos.
![Page 78: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/78.jpg)
78
El libro de la biblioteca de Móstoles
Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la ejecu-ción de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.
—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.
Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.
Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.
Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.
Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear un rato, se acercó a las taquillas.
—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole
con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te
despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no
encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.
![Page 79: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/79.jpg)
79
Volver
Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la eje-cución de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el
sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.
—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.
Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.
Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.
Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.
Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear
![Page 80: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/80.jpg)
80
El libro de la biblioteca de Móstoles
un rato, se acercó a las taquillas.—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole
con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te
despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no
encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.
A última hora de la mañana, le sacó del primer sueño un tren en direc-ción contraria. Creyó que estaría cerca de Aranda, pero no. En duermevela, siguió alimentando sus vagos proyectos.
“Mi vecina, la Jimena, sigue soltera. Hace dos años, en la Fiesta del Vino, me dijo que por dar gusto a los viejos se habría casao conmigo. Ha-brá alguna viña libre. Dinero no nos sobrará, pero casa y trabajo no han de faltar”.
El peso de la cabeza y el olor de sus eructos, a bellotas podridas y uvas fermentadas, le obligaban a ocultarse detrás de la consciencia.
Cayendo la tarde, le descubrió un agente de seguridad. Costó hacer-le entender que aquel tren, sobre raíles muertos, no le llevaría a ninguna parte.
—¡Joder! ¿Qué muertos? Yo quiero ir a Quintanilla —dijo con dificul-tad.
Le pusieron en un tren que lo dejó en Atocha. Cuando llegó iba a salir el último mercancías con destino a Burgos. Saltó el torno y corrió al andén. Aturdido, alcanzó el vagón de cola con el convoy en marcha.
Por fin, después de una noche a la intemperie, entre dos contenedores: uno con el rótulo de “Naranjas Valencianas”, y de “Embragues Villaverde”, el otro, llegó a su Quintanilla natal. Los primeros rayos de un sol brillante,
![Page 81: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/81.jpg)
81
§Seg
y el Arlanza, con su cara vaporosa, despertaban para él nuevos horizontes. Los padres, ya mayores, lo recibieron como si volviera de una guerra.
Jimena no quiso saber nada de él, pero cambió de opinión cuando lo vio aseado y con ropa de domingo. Él explicó sin muchos detalles los motivos de su regreso. Nadie le preguntó más, ni siquiera por el bulto de la cabeza.
Sin nada mejor que hacer, se estrenó con unas cepas abandonadas, en una ladera inculta. “Si la tierra no me puede, el vino de esta viña correrá en muchas fiestas, y yo habré quemao la maleza de los peores tiempos”, se dijo ceremonioso, observando el fruto, a punto de cerner.
Con entusiasmo y los quehaceres fatigosos de sol a sol, elaboró la pri-mera cosecha en la vieja bodega familiar. Sus caldos se vendieron mejor de lo que esperaba, tanto que tuvo que ampliar viñedos y lagares.
La segunda añada ya mereció “Medalla de Plata”. Aprovechando la entrega del galardón, pagó una comida a sus amigos de Móstoles en un restaurante de lujo, en Madrid. A los postres, de pie, levantó la copa y dijo:
—¡Por vosotros! Vivo gracias al zapatazo que me dio la Magdalena, pero a esa ni mentarla. La Jimena y yo nos hacemos tilín. Ahora empiezan a desaparecer los nubarrones de marras, cuando el tren no andaba, aquel día que me achispé. Vuelvo a la tierra, nunca debí salir de ella”.
Emocionado, después de muchos aplausos y felicitaciones, se fue.
![Page 82: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/82.jpg)
![Page 83: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/83.jpg)
Alejandro Pérez García
![Page 84: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/84.jpg)
84
![Page 85: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/85.jpg)
85
Ezequiel, El Moliendas, estudió por libre el bachiller en su pueblo. El muchacho salió listo. Lo mismo calculaba, con sólo mirar, los sacos
necesarios para portear un muelo de trigo, que citaba de memoria a todos los soberanos de España y los hechos de sus reinados. Quizá por eso perdía el sueño cuando se imaginaba mayor sobre la esteva del arado, careando rebaños o consumiendo su vida al runrún cansino del molino familiar. Se propuso seguir estudiando, aunque para ello tuviera que salir de Villalpá-ramo.
Los padres, con pesar, accedieron a sus pretensiones. Juntaron trescien-tas pesetas, compraron el billete para el coche de línea y, casi llorando, despidieron al chico en la plaza. Era octubre. Las uvas ya estaban maduras.
Ezequiel llegó a Madrid con la ropa de los domingos y la eterna maleta de madera color caqui, atada con un cordel de bramante trenzado. Le dejó sin respiración el fuerte olor a humo de los coches y el mal aliento de las alcantarillas. Para bien, algunas señoras olían a perfumes y maquillajes, de esos que despiertan todos los apetitos. En los cines de estreno se anunciaba la película El calor de la noche, y pronto se hablaría del asesinato de Martin Luther King. Aquel Madrid le pareció grande, pero escaso de trato y lleno de apuros. Hasta los gatos miraban con deseo las sardinas pintadas en los escaparates de las pescaderías. En esa espesura tuvo que abrirse camino el recién llegado.
Él quería estudiar
![Page 86: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/86.jpg)
86
El libro de la biblioteca de Móstoles
Encontró una pensión en el Puente de Vallecas por tres mil pesetas, todo completo, pero sin ducha caliente ni brasero. No le importó. No esta-ba acostumbrado a bañarse, y cuando llegara el frío estudiaría como siem-pre, en la cama o arropado con una manta.
Al día siguiente recabó información en algunas academias. Las clases, los libros y la matrícula le iban a costar otras dos mil pelas. Cinco mil en total; aparte locomociones y más gastos. Era demasiado. Difícil conseguir tanto.
Después de mucho indagar, encontró trabajo en las oficinas de unos almacenes. Ocho horas, cuatro mil pesetas. Ya tenía para vivir, pero no para estudiar. Él quería ser perito mercantil. ¿Cómo ganar lo que faltaba? Intentando sacarse un sobresueldo a deshoras, de guarda o de lo que fuese, preguntó a los serenos y en las tahonas, en construcciones y discotecas, en cines y en casas de juego. ¡Nada! Sus pesquisas no hallaban respuesta. Em-pezó a sentirse mal. Perdió el apetito, el sueño y hasta la sonrisa.
Los días pasaban como trenes vacíos. El plazo para la reserva de matrí-cula llegaba a su fin. No olvidaba las recomendaciones que le hizo su madre antes de salir de Villalpáramo.
—Si necesitas algo, lo pides. No pases calamidades, hijo, que de eso ya tenemos aquí. Te vuelves y en paz.
“No. Eso nunca, aunque no caería en deshonra si volviera. Quizá... ¿Quién sabe?”, se dijo una tarde desapacible, harto de buscar. Luego se le saltaron las lágrimas al recordar la olla casera y los mantecados de su tía Basi.
Un compañero de trabajo, viendo cómo aquel muchachote arrastraba los zapatos sin ganas, se interesó por sus males. Ezequiel le puso al corrien-te de todo. No escondió la tristeza de su mirada, a punto de inundarse.
—Los de los pueblos sois la leche. Venís a comeros el mundo, pero no traéis cuchara. Ganarías una pasta vendiendo cacerolas o cosméticos o Bí-blias por las casas, pero si quieres algo rápido, aunque más chungo, vete a Legazpi. Allí puedes ganar cien duros, o más, en dos ratos.
—Y ¿qué hay que hacer? —preguntó Ezequiel, algo incrédulo.
![Page 87: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/87.jpg)
87
§Seg
—Descargar camiones, gilí ¿qué va a ser?Al día siguiente, El Moliendas estaba a las cuatro de la mañana en el
mercado de frutas y verduras. Tras muchos regateos, se puso de acuerdo con el señor Crispín, malagueño, con un Pegaso nuevo, lleno a reventar. Nunca había visto tantas uvas blancas: un envase, otro, otro más, muchí-simos; sobre un hombro, luego sobre el otro. Perdió la cuenta del pesado trajín entre el ir y venir, del vehículo a la pila, de la pila al vehículo.
A las ocho, según lo pactado, el camión ya estaba vacío, y las quinientas pesetas convenidas, en su poder. Quedaron en verse todos los jueves a la misma hora. Con aquellas perspectivas de continuidad y el dinero en el bolsillo, a Ezequiel ya no le molestaba tanto el humo de los coches; sólo olía a fruta fresca, a verde esperanza. Subiendo por Delicias se besó el puño que apretaba el billete. ¡Bendito billete! Pensó ponerlo en un cuadro de ébano con filigranas barrocas, pero qué va. Él no salió del pueblo para ser coleccionista.
Tan maravillado, no reparó en el dolor de sus brazos, de su espalda. Se dio cuenta en el metro, al sujetarse en la barra del techo. Sintió los mor-discos crueles de las trescientas cajas de moscateles que había descargado. Olvidó enseguida. Miró para arriba y adivinó el cielo a través de los fluo-rescentes del vagón. Vio que su luna estaba un poco más cerca; y al lado, una estrella, dulce como el arrope, iluminaba sus caminos preferidos.
![Page 88: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/88.jpg)
88
El libro de la biblioteca de Móstoles
Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la ejecu-ción de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.
—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.
Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.
Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.
Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.
Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear un rato, se acercó a las taquillas.
—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole
con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te
despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no
encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.
![Page 89: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/89.jpg)
89
Volver
Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la eje-cución de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el
sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.
—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.
Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.
Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.
Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.
Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear
![Page 90: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/90.jpg)
90
El libro de la biblioteca de Móstoles
un rato, se acercó a las taquillas.—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole
con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te
despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no
encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.
A última hora de la mañana, le sacó del primer sueño un tren en direc-ción contraria. Creyó que estaría cerca de Aranda, pero no. En duermevela, siguió alimentando sus vagos proyectos.
“Mi vecina, la Jimena, sigue soltera. Hace dos años, en la Fiesta del Vino, me dijo que por dar gusto a los viejos se habría casao conmigo. Ha-brá alguna viña libre. Dinero no nos sobrará, pero casa y trabajo no han de faltar”.
El peso de la cabeza y el olor de sus eructos, a bellotas podridas y uvas fermentadas, le obligaban a ocultarse detrás de la consciencia.
Cayendo la tarde, le descubrió un agente de seguridad. Costó hacer-le entender que aquel tren, sobre raíles muertos, no le llevaría a ninguna parte.
—¡Joder! ¿Qué muertos? Yo quiero ir a Quintanilla —dijo con dificul-tad.
Le pusieron en un tren que lo dejó en Atocha. Cuando llegó iba a salir el último mercancías con destino a Burgos. Saltó el torno y corrió al andén. Aturdido, alcanzó el vagón de cola con el convoy en marcha.
Por fin, después de una noche a la intemperie, entre dos contenedores: uno con el rótulo de “Naranjas Valencianas”, y de “Embragues Villaverde”, el otro, llegó a su Quintanilla natal. Los primeros rayos de un sol brillante,
![Page 91: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/91.jpg)
91
§Seg
y el Arlanza, con su cara vaporosa, despertaban para él nuevos horizontes. Los padres, ya mayores, lo recibieron como si volviera de una guerra.
Jimena no quiso saber nada de él, pero cambió de opinión cuando lo vio aseado y con ropa de domingo. Él explicó sin muchos detalles los motivos de su regreso. Nadie le preguntó más, ni siquiera por el bulto de la cabeza.
Sin nada mejor que hacer, se estrenó con unas cepas abandonadas, en una ladera inculta. “Si la tierra no me puede, el vino de esta viña correrá en muchas fiestas, y yo habré quemao la maleza de los peores tiempos”, se dijo ceremonioso, observando el fruto, a punto de cerner.
Con entusiasmo y los quehaceres fatigosos de sol a sol, elaboró la pri-mera cosecha en la vieja bodega familiar. Sus caldos se vendieron mejor de lo que esperaba, tanto que tuvo que ampliar viñedos y lagares.
La segunda añada ya mereció “Medalla de Plata”. Aprovechando la entrega del galardón, pagó una comida a sus amigos de Móstoles en un restaurante de lujo, en Madrid. A los postres, de pie, levantó la copa y dijo:
—¡Por vosotros! Vivo gracias al zapatazo que me dio la Magdalena, pero a esa ni mentarla. La Jimena y yo nos hacemos tilín. Ahora empiezan a desaparecer los nubarrones de marras, cuando el tren no andaba, aquel día que me achispé. Vuelvo a la tierra, nunca debí salir de ella”.
Emocionado, después de muchos aplausos y felicitaciones, se fue.
![Page 92: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/92.jpg)
![Page 93: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/93.jpg)
Alejandro Pérez García
![Page 94: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/94.jpg)
94
![Page 95: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/95.jpg)
95
Ezequiel, El Moliendas, estudió por libre el bachiller en su pueblo. El muchacho salió listo. Lo mismo calculaba, con sólo mirar, los sacos
necesarios para portear un muelo de trigo, que citaba de memoria a todos los soberanos de España y los hechos de sus reinados. Quizá por eso perdía el sueño cuando se imaginaba mayor sobre la esteva del arado, careando rebaños o consumiendo su vida al runrún cansino del molino familiar. Se propuso seguir estudiando, aunque para ello tuviera que salir de Villalpá-ramo.
Los padres, con pesar, accedieron a sus pretensiones. Juntaron trescien-tas pesetas, compraron el billete para el coche de línea y, casi llorando, despidieron al chico en la plaza. Era octubre. Las uvas ya estaban maduras.
Ezequiel llegó a Madrid con la ropa de los domingos y la eterna maleta de madera color caqui, atada con un cordel de bramante trenzado. Le dejó sin respiración el fuerte olor a humo de los coches y el mal aliento de las alcantarillas. Para bien, algunas señoras olían a perfumes y maquillajes, de esos que despiertan todos los apetitos. En los cines de estreno se anunciaba la película El calor de la noche, y pronto se hablaría del asesinato de Martin Luther King. Aquel Madrid le pareció grande, pero escaso de trato y lleno de apuros. Hasta los gatos miraban con deseo las sardinas pintadas en los escaparates de las pescaderías. En esa espesura tuvo que abrirse camino el recién llegado.
Él quería estudiar
![Page 96: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/96.jpg)
96
El libro de la biblioteca de Móstoles
Encontró una pensión en el Puente de Vallecas por tres mil pesetas, todo completo, pero sin ducha caliente ni brasero. No le importó. No esta-ba acostumbrado a bañarse, y cuando llegara el frío estudiaría como siem-pre, en la cama o arropado con una manta.
Al día siguiente recabó información en algunas academias. Las clases, los libros y la matrícula le iban a costar otras dos mil pelas. Cinco mil en total; aparte locomociones y más gastos. Era demasiado. Difícil conseguir tanto.
Después de mucho indagar, encontró trabajo en las oficinas de unos almacenes. Ocho horas, cuatro mil pesetas. Ya tenía para vivir, pero no para estudiar. Él quería ser perito mercantil. ¿Cómo ganar lo que faltaba? Intentando sacarse un sobresueldo a deshoras, de guarda o de lo que fuese, preguntó a los serenos y en las tahonas, en construcciones y discotecas, en cines y en casas de juego. ¡Nada! Sus pesquisas no hallaban respuesta. Em-pezó a sentirse mal. Perdió el apetito, el sueño y hasta la sonrisa.
Los días pasaban como trenes vacíos. El plazo para la reserva de matrí-cula llegaba a su fin. No olvidaba las recomendaciones que le hizo su madre antes de salir de Villalpáramo.
—Si necesitas algo, lo pides. No pases calamidades, hijo, que de eso ya tenemos aquí. Te vuelves y en paz.
“No. Eso nunca, aunque no caería en deshonra si volviera. Quizá... ¿Quién sabe?”, se dijo una tarde desapacible, harto de buscar. Luego se le saltaron las lágrimas al recordar la olla casera y los mantecados de su tía Basi.
Un compañero de trabajo, viendo cómo aquel muchachote arrastraba los zapatos sin ganas, se interesó por sus males. Ezequiel le puso al corrien-te de todo. No escondió la tristeza de su mirada, a punto de inundarse.
—Los de los pueblos sois la leche. Venís a comeros el mundo, pero no traéis cuchara. Ganarías una pasta vendiendo cacerolas o cosméticos o Bí-blias por las casas, pero si quieres algo rápido, aunque más chungo, vete a Legazpi. Allí puedes ganar cien duros, o más, en dos ratos.
—Y ¿qué hay que hacer? —preguntó Ezequiel, algo incrédulo.
![Page 97: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/97.jpg)
97
§Seg
—Descargar camiones, gilí ¿qué va a ser?Al día siguiente, El Moliendas estaba a las cuatro de la mañana en el
mercado de frutas y verduras. Tras muchos regateos, se puso de acuerdo con el señor Crispín, malagueño, con un Pegaso nuevo, lleno a reventar. Nunca había visto tantas uvas blancas: un envase, otro, otro más, muchí-simos; sobre un hombro, luego sobre el otro. Perdió la cuenta del pesado trajín entre el ir y venir, del vehículo a la pila, de la pila al vehículo.
A las ocho, según lo pactado, el camión ya estaba vacío, y las quinientas pesetas convenidas, en su poder. Quedaron en verse todos los jueves a la misma hora. Con aquellas perspectivas de continuidad y el dinero en el bolsillo, a Ezequiel ya no le molestaba tanto el humo de los coches; sólo olía a fruta fresca, a verde esperanza. Subiendo por Delicias se besó el puño que apretaba el billete. ¡Bendito billete! Pensó ponerlo en un cuadro de ébano con filigranas barrocas, pero qué va. Él no salió del pueblo para ser coleccionista.
Tan maravillado, no reparó en el dolor de sus brazos, de su espalda. Se dio cuenta en el metro, al sujetarse en la barra del techo. Sintió los mor-discos crueles de las trescientas cajas de moscateles que había descargado. Olvidó enseguida. Miró para arriba y adivinó el cielo a través de los fluo-rescentes del vagón. Vio que su luna estaba un poco más cerca; y al lado, una estrella, dulce como el arrope, iluminaba sus caminos preferidos.
![Page 98: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/98.jpg)
98
El libro de la biblioteca de Móstoles
Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la ejecu-ción de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.
—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.
Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.
Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.
Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.
Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear un rato, se acercó a las taquillas.
—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole
con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te
despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no
encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.
![Page 99: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/99.jpg)
99
Volver
Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la eje-cución de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el
sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.
—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.
Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.
Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.
Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.
Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear
![Page 100: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/100.jpg)
100
El libro de la biblioteca de Móstoles
un rato, se acercó a las taquillas.—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole
con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te
despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no
encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.
A última hora de la mañana, le sacó del primer sueño un tren en direc-ción contraria. Creyó que estaría cerca de Aranda, pero no. En duermevela, siguió alimentando sus vagos proyectos.
“Mi vecina, la Jimena, sigue soltera. Hace dos años, en la Fiesta del Vino, me dijo que por dar gusto a los viejos se habría casao conmigo. Ha-brá alguna viña libre. Dinero no nos sobrará, pero casa y trabajo no han de faltar”.
El peso de la cabeza y el olor de sus eructos, a bellotas podridas y uvas fermentadas, le obligaban a ocultarse detrás de la consciencia.
Cayendo la tarde, le descubrió un agente de seguridad. Costó hacer-le entender que aquel tren, sobre raíles muertos, no le llevaría a ninguna parte.
—¡Joder! ¿Qué muertos? Yo quiero ir a Quintanilla —dijo con dificul-tad.
Le pusieron en un tren que lo dejó en Atocha. Cuando llegó iba a salir el último mercancías con destino a Burgos. Saltó el torno y corrió al andén. Aturdido, alcanzó el vagón de cola con el convoy en marcha.
Por fin, después de una noche a la intemperie, entre dos contenedores: uno con el rótulo de “Naranjas Valencianas”, y de “Embragues Villaverde”, el otro, llegó a su Quintanilla natal. Los primeros rayos de un sol brillante,
![Page 101: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/101.jpg)
101
§Seg
y el Arlanza, con su cara vaporosa, despertaban para él nuevos horizontes. Los padres, ya mayores, lo recibieron como si volviera de una guerra.
Jimena no quiso saber nada de él, pero cambió de opinión cuando lo vio aseado y con ropa de domingo. Él explicó sin muchos detalles los motivos de su regreso. Nadie le preguntó más, ni siquiera por el bulto de la cabeza.
Sin nada mejor que hacer, se estrenó con unas cepas abandonadas, en una ladera inculta. “Si la tierra no me puede, el vino de esta viña correrá en muchas fiestas, y yo habré quemao la maleza de los peores tiempos”, se dijo ceremonioso, observando el fruto, a punto de cerner.
Con entusiasmo y los quehaceres fatigosos de sol a sol, elaboró la pri-mera cosecha en la vieja bodega familiar. Sus caldos se vendieron mejor de lo que esperaba, tanto que tuvo que ampliar viñedos y lagares.
La segunda añada ya mereció “Medalla de Plata”. Aprovechando la entrega del galardón, pagó una comida a sus amigos de Móstoles en un restaurante de lujo, en Madrid. A los postres, de pie, levantó la copa y dijo:
—¡Por vosotros! Vivo gracias al zapatazo que me dio la Magdalena, pero a esa ni mentarla. La Jimena y yo nos hacemos tilín. Ahora empiezan a desaparecer los nubarrones de marras, cuando el tren no andaba, aquel día que me achispé. Vuelvo a la tierra, nunca debí salir de ella”.
Emocionado, después de muchos aplausos y felicitaciones, se fue.
![Page 102: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/102.jpg)
![Page 103: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/103.jpg)
Alejandro Pérez García
![Page 104: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/104.jpg)
104
![Page 105: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/105.jpg)
105
Ezequiel, El Moliendas, estudió por libre el bachiller en su pueblo. El muchacho salió listo. Lo mismo calculaba, con sólo mirar, los sacos
necesarios para portear un muelo de trigo, que citaba de memoria a todos los soberanos de España y los hechos de sus reinados. Quizá por eso perdía el sueño cuando se imaginaba mayor sobre la esteva del arado, careando rebaños o consumiendo su vida al runrún cansino del molino familiar. Se propuso seguir estudiando, aunque para ello tuviera que salir de Villalpá-ramo.
Los padres, con pesar, accedieron a sus pretensiones. Juntaron trescien-tas pesetas, compraron el billete para el coche de línea y, casi llorando, despidieron al chico en la plaza. Era octubre. Las uvas ya estaban maduras.
Ezequiel llegó a Madrid con la ropa de los domingos y la eterna maleta de madera color caqui, atada con un cordel de bramante trenzado. Le dejó sin respiración el fuerte olor a humo de los coches y el mal aliento de las alcantarillas. Para bien, algunas señoras olían a perfumes y maquillajes, de esos que despiertan todos los apetitos. En los cines de estreno se anunciaba la película El calor de la noche, y pronto se hablaría del asesinato de Martin Luther King. Aquel Madrid le pareció grande, pero escaso de trato y lleno de apuros. Hasta los gatos miraban con deseo las sardinas pintadas en los escaparates de las pescaderías. En esa espesura tuvo que abrirse camino el recién llegado.
Él quería estudiar
![Page 106: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/106.jpg)
106
El libro de la biblioteca de Móstoles
Encontró una pensión en el Puente de Vallecas por tres mil pesetas, todo completo, pero sin ducha caliente ni brasero. No le importó. No esta-ba acostumbrado a bañarse, y cuando llegara el frío estudiaría como siem-pre, en la cama o arropado con una manta.
Al día siguiente recabó información en algunas academias. Las clases, los libros y la matrícula le iban a costar otras dos mil pelas. Cinco mil en total; aparte locomociones y más gastos. Era demasiado. Difícil conseguir tanto.
Después de mucho indagar, encontró trabajo en las oficinas de unos almacenes. Ocho horas, cuatro mil pesetas. Ya tenía para vivir, pero no para estudiar. Él quería ser perito mercantil. ¿Cómo ganar lo que faltaba? Intentando sacarse un sobresueldo a deshoras, de guarda o de lo que fuese, preguntó a los serenos y en las tahonas, en construcciones y discotecas, en cines y en casas de juego. ¡Nada! Sus pesquisas no hallaban respuesta. Em-pezó a sentirse mal. Perdió el apetito, el sueño y hasta la sonrisa.
Los días pasaban como trenes vacíos. El plazo para la reserva de matrí-cula llegaba a su fin. No olvidaba las recomendaciones que le hizo su madre antes de salir de Villalpáramo.
—Si necesitas algo, lo pides. No pases calamidades, hijo, que de eso ya tenemos aquí. Te vuelves y en paz.
“No. Eso nunca, aunque no caería en deshonra si volviera. Quizá... ¿Quién sabe?”, se dijo una tarde desapacible, harto de buscar. Luego se le saltaron las lágrimas al recordar la olla casera y los mantecados de su tía Basi.
Un compañero de trabajo, viendo cómo aquel muchachote arrastraba los zapatos sin ganas, se interesó por sus males. Ezequiel le puso al corrien-te de todo. No escondió la tristeza de su mirada, a punto de inundarse.
—Los de los pueblos sois la leche. Venís a comeros el mundo, pero no traéis cuchara. Ganarías una pasta vendiendo cacerolas o cosméticos o Bí-blias por las casas, pero si quieres algo rápido, aunque más chungo, vete a Legazpi. Allí puedes ganar cien duros, o más, en dos ratos.
—Y ¿qué hay que hacer? —preguntó Ezequiel, algo incrédulo.
![Page 107: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/107.jpg)
107
§Seg
—Descargar camiones, gilí ¿qué va a ser?Al día siguiente, El Moliendas estaba a las cuatro de la mañana en el
mercado de frutas y verduras. Tras muchos regateos, se puso de acuerdo con el señor Crispín, malagueño, con un Pegaso nuevo, lleno a reventar. Nunca había visto tantas uvas blancas: un envase, otro, otro más, muchí-simos; sobre un hombro, luego sobre el otro. Perdió la cuenta del pesado trajín entre el ir y venir, del vehículo a la pila, de la pila al vehículo.
A las ocho, según lo pactado, el camión ya estaba vacío, y las quinientas pesetas convenidas, en su poder. Quedaron en verse todos los jueves a la misma hora. Con aquellas perspectivas de continuidad y el dinero en el bolsillo, a Ezequiel ya no le molestaba tanto el humo de los coches; sólo olía a fruta fresca, a verde esperanza. Subiendo por Delicias se besó el puño que apretaba el billete. ¡Bendito billete! Pensó ponerlo en un cuadro de ébano con filigranas barrocas, pero qué va. Él no salió del pueblo para ser coleccionista.
Tan maravillado, no reparó en el dolor de sus brazos, de su espalda. Se dio cuenta en el metro, al sujetarse en la barra del techo. Sintió los mor-discos crueles de las trescientas cajas de moscateles que había descargado. Olvidó enseguida. Miró para arriba y adivinó el cielo a través de los fluo-rescentes del vagón. Vio que su luna estaba un poco más cerca; y al lado, una estrella, dulce como el arrope, iluminaba sus caminos preferidos.
![Page 108: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/108.jpg)
108
El libro de la biblioteca de Móstoles
Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la ejecu-ción de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.
—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.
Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.
Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.
Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.
Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear un rato, se acercó a las taquillas.
—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole
con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te
despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no
encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.
![Page 109: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/109.jpg)
109
Volver
Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la eje-cución de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el
sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.
—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.
Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.
Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.
Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.
Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear
![Page 110: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/110.jpg)
110
El libro de la biblioteca de Móstoles
un rato, se acercó a las taquillas.—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole
con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te
despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no
encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.
A última hora de la mañana, le sacó del primer sueño un tren en direc-ción contraria. Creyó que estaría cerca de Aranda, pero no. En duermevela, siguió alimentando sus vagos proyectos.
“Mi vecina, la Jimena, sigue soltera. Hace dos años, en la Fiesta del Vino, me dijo que por dar gusto a los viejos se habría casao conmigo. Ha-brá alguna viña libre. Dinero no nos sobrará, pero casa y trabajo no han de faltar”.
El peso de la cabeza y el olor de sus eructos, a bellotas podridas y uvas fermentadas, le obligaban a ocultarse detrás de la consciencia.
Cayendo la tarde, le descubrió un agente de seguridad. Costó hacer-le entender que aquel tren, sobre raíles muertos, no le llevaría a ninguna parte.
—¡Joder! ¿Qué muertos? Yo quiero ir a Quintanilla —dijo con dificul-tad.
Le pusieron en un tren que lo dejó en Atocha. Cuando llegó iba a salir el último mercancías con destino a Burgos. Saltó el torno y corrió al andén. Aturdido, alcanzó el vagón de cola con el convoy en marcha.
Por fin, después de una noche a la intemperie, entre dos contenedores: uno con el rótulo de “Naranjas Valencianas”, y de “Embragues Villaverde”, el otro, llegó a su Quintanilla natal. Los primeros rayos de un sol brillante,
![Page 111: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/111.jpg)
111
§Seg
y el Arlanza, con su cara vaporosa, despertaban para él nuevos horizontes. Los padres, ya mayores, lo recibieron como si volviera de una guerra.
Jimena no quiso saber nada de él, pero cambió de opinión cuando lo vio aseado y con ropa de domingo. Él explicó sin muchos detalles los motivos de su regreso. Nadie le preguntó más, ni siquiera por el bulto de la cabeza.
Sin nada mejor que hacer, se estrenó con unas cepas abandonadas, en una ladera inculta. “Si la tierra no me puede, el vino de esta viña correrá en muchas fiestas, y yo habré quemao la maleza de los peores tiempos”, se dijo ceremonioso, observando el fruto, a punto de cerner.
Con entusiasmo y los quehaceres fatigosos de sol a sol, elaboró la pri-mera cosecha en la vieja bodega familiar. Sus caldos se vendieron mejor de lo que esperaba, tanto que tuvo que ampliar viñedos y lagares.
La segunda añada ya mereció “Medalla de Plata”. Aprovechando la entrega del galardón, pagó una comida a sus amigos de Móstoles en un restaurante de lujo, en Madrid. A los postres, de pie, levantó la copa y dijo:
—¡Por vosotros! Vivo gracias al zapatazo que me dio la Magdalena, pero a esa ni mentarla. La Jimena y yo nos hacemos tilín. Ahora empiezan a desaparecer los nubarrones de marras, cuando el tren no andaba, aquel día que me achispé. Vuelvo a la tierra, nunca debí salir de ella”.
Emocionado, después de muchos aplausos y felicitaciones, se fue.
![Page 112: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/112.jpg)
![Page 113: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/113.jpg)
Alejandro Pérez García
![Page 114: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/114.jpg)
114
![Page 115: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/115.jpg)
115
Ezequiel, El Moliendas, estudió por libre el bachiller en su pueblo. El muchacho salió listo. Lo mismo calculaba, con sólo mirar, los sacos
necesarios para portear un muelo de trigo, que citaba de memoria a todos los soberanos de España y los hechos de sus reinados. Quizá por eso perdía el sueño cuando se imaginaba mayor sobre la esteva del arado, careando rebaños o consumiendo su vida al runrún cansino del molino familiar. Se propuso seguir estudiando, aunque para ello tuviera que salir de Villalpá-ramo.
Los padres, con pesar, accedieron a sus pretensiones. Juntaron trescien-tas pesetas, compraron el billete para el coche de línea y, casi llorando, despidieron al chico en la plaza. Era octubre. Las uvas ya estaban maduras.
Ezequiel llegó a Madrid con la ropa de los domingos y la eterna maleta de madera color caqui, atada con un cordel de bramante trenzado. Le dejó sin respiración el fuerte olor a humo de los coches y el mal aliento de las alcantarillas. Para bien, algunas señoras olían a perfumes y maquillajes, de esos que despiertan todos los apetitos. En los cines de estreno se anunciaba la película El calor de la noche, y pronto se hablaría del asesinato de Martin Luther King. Aquel Madrid le pareció grande, pero escaso de trato y lleno de apuros. Hasta los gatos miraban con deseo las sardinas pintadas en los escaparates de las pescaderías. En esa espesura tuvo que abrirse camino el recién llegado.
Él quería estudiar
![Page 116: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/116.jpg)
116
El libro de la biblioteca de Móstoles
Encontró una pensión en el Puente de Vallecas por tres mil pesetas, todo completo, pero sin ducha caliente ni brasero. No le importó. No esta-ba acostumbrado a bañarse, y cuando llegara el frío estudiaría como siem-pre, en la cama o arropado con una manta.
Al día siguiente recabó información en algunas academias. Las clases, los libros y la matrícula le iban a costar otras dos mil pelas. Cinco mil en total; aparte locomociones y más gastos. Era demasiado. Difícil conseguir tanto.
Después de mucho indagar, encontró trabajo en las oficinas de unos almacenes. Ocho horas, cuatro mil pesetas. Ya tenía para vivir, pero no para estudiar. Él quería ser perito mercantil. ¿Cómo ganar lo que faltaba? Intentando sacarse un sobresueldo a deshoras, de guarda o de lo que fuese, preguntó a los serenos y en las tahonas, en construcciones y discotecas, en cines y en casas de juego. ¡Nada! Sus pesquisas no hallaban respuesta. Em-pezó a sentirse mal. Perdió el apetito, el sueño y hasta la sonrisa.
Los días pasaban como trenes vacíos. El plazo para la reserva de matrí-cula llegaba a su fin. No olvidaba las recomendaciones que le hizo su madre antes de salir de Villalpáramo.
—Si necesitas algo, lo pides. No pases calamidades, hijo, que de eso ya tenemos aquí. Te vuelves y en paz.
“No. Eso nunca, aunque no caería en deshonra si volviera. Quizá... ¿Quién sabe?”, se dijo una tarde desapacible, harto de buscar. Luego se le saltaron las lágrimas al recordar la olla casera y los mantecados de su tía Basi.
Un compañero de trabajo, viendo cómo aquel muchachote arrastraba los zapatos sin ganas, se interesó por sus males. Ezequiel le puso al corrien-te de todo. No escondió la tristeza de su mirada, a punto de inundarse.
—Los de los pueblos sois la leche. Venís a comeros el mundo, pero no traéis cuchara. Ganarías una pasta vendiendo cacerolas o cosméticos o Bí-blias por las casas, pero si quieres algo rápido, aunque más chungo, vete a Legazpi. Allí puedes ganar cien duros, o más, en dos ratos.
—Y ¿qué hay que hacer? —preguntó Ezequiel, algo incrédulo.
![Page 117: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/117.jpg)
117
§Seg
—Descargar camiones, gilí ¿qué va a ser?Al día siguiente, El Moliendas estaba a las cuatro de la mañana en el
mercado de frutas y verduras. Tras muchos regateos, se puso de acuerdo con el señor Crispín, malagueño, con un Pegaso nuevo, lleno a reventar. Nunca había visto tantas uvas blancas: un envase, otro, otro más, muchí-simos; sobre un hombro, luego sobre el otro. Perdió la cuenta del pesado trajín entre el ir y venir, del vehículo a la pila, de la pila al vehículo.
A las ocho, según lo pactado, el camión ya estaba vacío, y las quinientas pesetas convenidas, en su poder. Quedaron en verse todos los jueves a la misma hora. Con aquellas perspectivas de continuidad y el dinero en el bolsillo, a Ezequiel ya no le molestaba tanto el humo de los coches; sólo olía a fruta fresca, a verde esperanza. Subiendo por Delicias se besó el puño que apretaba el billete. ¡Bendito billete! Pensó ponerlo en un cuadro de ébano con filigranas barrocas, pero qué va. Él no salió del pueblo para ser coleccionista.
Tan maravillado, no reparó en el dolor de sus brazos, de su espalda. Se dio cuenta en el metro, al sujetarse en la barra del techo. Sintió los mor-discos crueles de las trescientas cajas de moscateles que había descargado. Olvidó enseguida. Miró para arriba y adivinó el cielo a través de los fluo-rescentes del vagón. Vio que su luna estaba un poco más cerca; y al lado, una estrella, dulce como el arrope, iluminaba sus caminos preferidos.
![Page 118: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/118.jpg)
118
El libro de la biblioteca de Móstoles
Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la ejecu-ción de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.
—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.
Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.
Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.
Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.
Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear un rato, se acercó a las taquillas.
—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole
con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te
despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no
encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.
![Page 119: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/119.jpg)
119
Volver
Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la eje-cución de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el
sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.
—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.
Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.
Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.
Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.
Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear
![Page 120: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/120.jpg)
120
El libro de la biblioteca de Móstoles
un rato, se acercó a las taquillas.—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole
con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te
despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no
encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.
A última hora de la mañana, le sacó del primer sueño un tren en direc-ción contraria. Creyó que estaría cerca de Aranda, pero no. En duermevela, siguió alimentando sus vagos proyectos.
“Mi vecina, la Jimena, sigue soltera. Hace dos años, en la Fiesta del Vino, me dijo que por dar gusto a los viejos se habría casao conmigo. Ha-brá alguna viña libre. Dinero no nos sobrará, pero casa y trabajo no han de faltar”.
El peso de la cabeza y el olor de sus eructos, a bellotas podridas y uvas fermentadas, le obligaban a ocultarse detrás de la consciencia.
Cayendo la tarde, le descubrió un agente de seguridad. Costó hacer-le entender que aquel tren, sobre raíles muertos, no le llevaría a ninguna parte.
—¡Joder! ¿Qué muertos? Yo quiero ir a Quintanilla —dijo con dificul-tad.
Le pusieron en un tren que lo dejó en Atocha. Cuando llegó iba a salir el último mercancías con destino a Burgos. Saltó el torno y corrió al andén. Aturdido, alcanzó el vagón de cola con el convoy en marcha.
Por fin, después de una noche a la intemperie, entre dos contenedores: uno con el rótulo de “Naranjas Valencianas”, y de “Embragues Villaverde”, el otro, llegó a su Quintanilla natal. Los primeros rayos de un sol brillante,
![Page 121: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/121.jpg)
121
§Seg
y el Arlanza, con su cara vaporosa, despertaban para él nuevos horizontes. Los padres, ya mayores, lo recibieron como si volviera de una guerra.
Jimena no quiso saber nada de él, pero cambió de opinión cuando lo vio aseado y con ropa de domingo. Él explicó sin muchos detalles los motivos de su regreso. Nadie le preguntó más, ni siquiera por el bulto de la cabeza.
Sin nada mejor que hacer, se estrenó con unas cepas abandonadas, en una ladera inculta. “Si la tierra no me puede, el vino de esta viña correrá en muchas fiestas, y yo habré quemao la maleza de los peores tiempos”, se dijo ceremonioso, observando el fruto, a punto de cerner.
Con entusiasmo y los quehaceres fatigosos de sol a sol, elaboró la pri-mera cosecha en la vieja bodega familiar. Sus caldos se vendieron mejor de lo que esperaba, tanto que tuvo que ampliar viñedos y lagares.
La segunda añada ya mereció “Medalla de Plata”. Aprovechando la entrega del galardón, pagó una comida a sus amigos de Móstoles en un restaurante de lujo, en Madrid. A los postres, de pie, levantó la copa y dijo:
—¡Por vosotros! Vivo gracias al zapatazo que me dio la Magdalena, pero a esa ni mentarla. La Jimena y yo nos hacemos tilín. Ahora empiezan a desaparecer los nubarrones de marras, cuando el tren no andaba, aquel día que me achispé. Vuelvo a la tierra, nunca debí salir de ella”.
Emocionado, después de muchos aplausos y felicitaciones, se fue.
![Page 122: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/122.jpg)
![Page 123: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/123.jpg)
Alejandro Pérez García
![Page 124: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/124.jpg)
124
![Page 125: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/125.jpg)
125
Ezequiel, El Moliendas, estudió por libre el bachiller en su pueblo. El muchacho salió listo. Lo mismo calculaba, con sólo mirar, los sacos
necesarios para portear un muelo de trigo, que citaba de memoria a todos los soberanos de España y los hechos de sus reinados. Quizá por eso perdía el sueño cuando se imaginaba mayor sobre la esteva del arado, careando rebaños o consumiendo su vida al runrún cansino del molino familiar. Se propuso seguir estudiando, aunque para ello tuviera que salir de Villalpá-ramo.
Los padres, con pesar, accedieron a sus pretensiones. Juntaron trescien-tas pesetas, compraron el billete para el coche de línea y, casi llorando, despidieron al chico en la plaza. Era octubre. Las uvas ya estaban maduras.
Ezequiel llegó a Madrid con la ropa de los domingos y la eterna maleta de madera color caqui, atada con un cordel de bramante trenzado. Le dejó sin respiración el fuerte olor a humo de los coches y el mal aliento de las alcantarillas. Para bien, algunas señoras olían a perfumes y maquillajes, de esos que despiertan todos los apetitos. En los cines de estreno se anunciaba la película El calor de la noche, y pronto se hablaría del asesinato de Martin Luther King. Aquel Madrid le pareció grande, pero escaso de trato y lleno de apuros. Hasta los gatos miraban con deseo las sardinas pintadas en los escaparates de las pescaderías. En esa espesura tuvo que abrirse camino el recién llegado.
Él quería estudiar
![Page 126: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/126.jpg)
126
El libro de la biblioteca de Móstoles
Encontró una pensión en el Puente de Vallecas por tres mil pesetas, todo completo, pero sin ducha caliente ni brasero. No le importó. No esta-ba acostumbrado a bañarse, y cuando llegara el frío estudiaría como siem-pre, en la cama o arropado con una manta.
Al día siguiente recabó información en algunas academias. Las clases, los libros y la matrícula le iban a costar otras dos mil pelas. Cinco mil en total; aparte locomociones y más gastos. Era demasiado. Difícil conseguir tanto.
Después de mucho indagar, encontró trabajo en las oficinas de unos almacenes. Ocho horas, cuatro mil pesetas. Ya tenía para vivir, pero no para estudiar. Él quería ser perito mercantil. ¿Cómo ganar lo que faltaba? Intentando sacarse un sobresueldo a deshoras, de guarda o de lo que fuese, preguntó a los serenos y en las tahonas, en construcciones y discotecas, en cines y en casas de juego. ¡Nada! Sus pesquisas no hallaban respuesta. Em-pezó a sentirse mal. Perdió el apetito, el sueño y hasta la sonrisa.
Los días pasaban como trenes vacíos. El plazo para la reserva de matrí-cula llegaba a su fin. No olvidaba las recomendaciones que le hizo su madre antes de salir de Villalpáramo.
—Si necesitas algo, lo pides. No pases calamidades, hijo, que de eso ya tenemos aquí. Te vuelves y en paz.
“No. Eso nunca, aunque no caería en deshonra si volviera. Quizá... ¿Quién sabe?”, se dijo una tarde desapacible, harto de buscar. Luego se le saltaron las lágrimas al recordar la olla casera y los mantecados de su tía Basi.
Un compañero de trabajo, viendo cómo aquel muchachote arrastraba los zapatos sin ganas, se interesó por sus males. Ezequiel le puso al corrien-te de todo. No escondió la tristeza de su mirada, a punto de inundarse.
—Los de los pueblos sois la leche. Venís a comeros el mundo, pero no traéis cuchara. Ganarías una pasta vendiendo cacerolas o cosméticos o Bí-blias por las casas, pero si quieres algo rápido, aunque más chungo, vete a Legazpi. Allí puedes ganar cien duros, o más, en dos ratos.
—Y ¿qué hay que hacer? —preguntó Ezequiel, algo incrédulo.
![Page 127: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/127.jpg)
127
§Seg
—Descargar camiones, gilí ¿qué va a ser?Al día siguiente, El Moliendas estaba a las cuatro de la mañana en el
mercado de frutas y verduras. Tras muchos regateos, se puso de acuerdo con el señor Crispín, malagueño, con un Pegaso nuevo, lleno a reventar. Nunca había visto tantas uvas blancas: un envase, otro, otro más, muchí-simos; sobre un hombro, luego sobre el otro. Perdió la cuenta del pesado trajín entre el ir y venir, del vehículo a la pila, de la pila al vehículo.
A las ocho, según lo pactado, el camión ya estaba vacío, y las quinientas pesetas convenidas, en su poder. Quedaron en verse todos los jueves a la misma hora. Con aquellas perspectivas de continuidad y el dinero en el bolsillo, a Ezequiel ya no le molestaba tanto el humo de los coches; sólo olía a fruta fresca, a verde esperanza. Subiendo por Delicias se besó el puño que apretaba el billete. ¡Bendito billete! Pensó ponerlo en un cuadro de ébano con filigranas barrocas, pero qué va. Él no salió del pueblo para ser coleccionista.
Tan maravillado, no reparó en el dolor de sus brazos, de su espalda. Se dio cuenta en el metro, al sujetarse en la barra del techo. Sintió los mor-discos crueles de las trescientas cajas de moscateles que había descargado. Olvidó enseguida. Miró para arriba y adivinó el cielo a través de los fluo-rescentes del vagón. Vio que su luna estaba un poco más cerca; y al lado, una estrella, dulce como el arrope, iluminaba sus caminos preferidos.
![Page 128: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/128.jpg)
128
El libro de la biblioteca de Móstoles
Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la ejecu-ción de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.
—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.
Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.
Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.
Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.
Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear un rato, se acercó a las taquillas.
—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole
con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te
despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no
encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.
![Page 129: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/129.jpg)
129
Volver
Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la eje-cución de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el
sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.
—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.
Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.
Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.
Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.
Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear
![Page 130: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/130.jpg)
130
El libro de la biblioteca de Móstoles
un rato, se acercó a las taquillas.—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole
con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te
despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no
encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.
A última hora de la mañana, le sacó del primer sueño un tren en direc-ción contraria. Creyó que estaría cerca de Aranda, pero no. En duermevela, siguió alimentando sus vagos proyectos.
“Mi vecina, la Jimena, sigue soltera. Hace dos años, en la Fiesta del Vino, me dijo que por dar gusto a los viejos se habría casao conmigo. Ha-brá alguna viña libre. Dinero no nos sobrará, pero casa y trabajo no han de faltar”.
El peso de la cabeza y el olor de sus eructos, a bellotas podridas y uvas fermentadas, le obligaban a ocultarse detrás de la consciencia.
Cayendo la tarde, le descubrió un agente de seguridad. Costó hacer-le entender que aquel tren, sobre raíles muertos, no le llevaría a ninguna parte.
—¡Joder! ¿Qué muertos? Yo quiero ir a Quintanilla —dijo con dificul-tad.
Le pusieron en un tren que lo dejó en Atocha. Cuando llegó iba a salir el último mercancías con destino a Burgos. Saltó el torno y corrió al andén. Aturdido, alcanzó el vagón de cola con el convoy en marcha.
Por fin, después de una noche a la intemperie, entre dos contenedores: uno con el rótulo de “Naranjas Valencianas”, y de “Embragues Villaverde”, el otro, llegó a su Quintanilla natal. Los primeros rayos de un sol brillante,
![Page 131: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/131.jpg)
131
§Seg
y el Arlanza, con su cara vaporosa, despertaban para él nuevos horizontes. Los padres, ya mayores, lo recibieron como si volviera de una guerra.
Jimena no quiso saber nada de él, pero cambió de opinión cuando lo vio aseado y con ropa de domingo. Él explicó sin muchos detalles los motivos de su regreso. Nadie le preguntó más, ni siquiera por el bulto de la cabeza.
Sin nada mejor que hacer, se estrenó con unas cepas abandonadas, en una ladera inculta. “Si la tierra no me puede, el vino de esta viña correrá en muchas fiestas, y yo habré quemao la maleza de los peores tiempos”, se dijo ceremonioso, observando el fruto, a punto de cerner.
Con entusiasmo y los quehaceres fatigosos de sol a sol, elaboró la pri-mera cosecha en la vieja bodega familiar. Sus caldos se vendieron mejor de lo que esperaba, tanto que tuvo que ampliar viñedos y lagares.
La segunda añada ya mereció “Medalla de Plata”. Aprovechando la entrega del galardón, pagó una comida a sus amigos de Móstoles en un restaurante de lujo, en Madrid. A los postres, de pie, levantó la copa y dijo:
—¡Por vosotros! Vivo gracias al zapatazo que me dio la Magdalena, pero a esa ni mentarla. La Jimena y yo nos hacemos tilín. Ahora empiezan a desaparecer los nubarrones de marras, cuando el tren no andaba, aquel día que me achispé. Vuelvo a la tierra, nunca debí salir de ella”.
Emocionado, después de muchos aplausos y felicitaciones, se fue.
![Page 132: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/132.jpg)
![Page 133: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/133.jpg)
Alejandro Pérez García
![Page 134: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/134.jpg)
134
![Page 135: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/135.jpg)
135
Ezequiel, El Moliendas, estudió por libre el bachiller en su pueblo. El muchacho salió listo. Lo mismo calculaba, con sólo mirar, los sacos
necesarios para portear un muelo de trigo, que citaba de memoria a todos los soberanos de España y los hechos de sus reinados. Quizá por eso perdía el sueño cuando se imaginaba mayor sobre la esteva del arado, careando rebaños o consumiendo su vida al runrún cansino del molino familiar. Se propuso seguir estudiando, aunque para ello tuviera que salir de Villalpá-ramo.
Los padres, con pesar, accedieron a sus pretensiones. Juntaron trescien-tas pesetas, compraron el billete para el coche de línea y, casi llorando, despidieron al chico en la plaza. Era octubre. Las uvas ya estaban maduras.
Ezequiel llegó a Madrid con la ropa de los domingos y la eterna maleta de madera color caqui, atada con un cordel de bramante trenzado. Le dejó sin respiración el fuerte olor a humo de los coches y el mal aliento de las alcantarillas. Para bien, algunas señoras olían a perfumes y maquillajes, de esos que despiertan todos los apetitos. En los cines de estreno se anunciaba la película El calor de la noche, y pronto se hablaría del asesinato de Martin Luther King. Aquel Madrid le pareció grande, pero escaso de trato y lleno de apuros. Hasta los gatos miraban con deseo las sardinas pintadas en los escaparates de las pescaderías. En esa espesura tuvo que abrirse camino el recién llegado.
Él quería estudiar
![Page 136: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/136.jpg)
136
El libro de la biblioteca de Móstoles
Encontró una pensión en el Puente de Vallecas por tres mil pesetas, todo completo, pero sin ducha caliente ni brasero. No le importó. No esta-ba acostumbrado a bañarse, y cuando llegara el frío estudiaría como siem-pre, en la cama o arropado con una manta.
Al día siguiente recabó información en algunas academias. Las clases, los libros y la matrícula le iban a costar otras dos mil pelas. Cinco mil en total; aparte locomociones y más gastos. Era demasiado. Difícil conseguir tanto.
Después de mucho indagar, encontró trabajo en las oficinas de unos almacenes. Ocho horas, cuatro mil pesetas. Ya tenía para vivir, pero no para estudiar. Él quería ser perito mercantil. ¿Cómo ganar lo que faltaba? Intentando sacarse un sobresueldo a deshoras, de guarda o de lo que fuese, preguntó a los serenos y en las tahonas, en construcciones y discotecas, en cines y en casas de juego. ¡Nada! Sus pesquisas no hallaban respuesta. Em-pezó a sentirse mal. Perdió el apetito, el sueño y hasta la sonrisa.
Los días pasaban como trenes vacíos. El plazo para la reserva de matrí-cula llegaba a su fin. No olvidaba las recomendaciones que le hizo su madre antes de salir de Villalpáramo.
—Si necesitas algo, lo pides. No pases calamidades, hijo, que de eso ya tenemos aquí. Te vuelves y en paz.
“No. Eso nunca, aunque no caería en deshonra si volviera. Quizá... ¿Quién sabe?”, se dijo una tarde desapacible, harto de buscar. Luego se le saltaron las lágrimas al recordar la olla casera y los mantecados de su tía Basi.
Un compañero de trabajo, viendo cómo aquel muchachote arrastraba los zapatos sin ganas, se interesó por sus males. Ezequiel le puso al corrien-te de todo. No escondió la tristeza de su mirada, a punto de inundarse.
—Los de los pueblos sois la leche. Venís a comeros el mundo, pero no traéis cuchara. Ganarías una pasta vendiendo cacerolas o cosméticos o Bí-blias por las casas, pero si quieres algo rápido, aunque más chungo, vete a Legazpi. Allí puedes ganar cien duros, o más, en dos ratos.
—Y ¿qué hay que hacer? —preguntó Ezequiel, algo incrédulo.
![Page 137: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/137.jpg)
137
§Seg
—Descargar camiones, gilí ¿qué va a ser?Al día siguiente, El Moliendas estaba a las cuatro de la mañana en el
mercado de frutas y verduras. Tras muchos regateos, se puso de acuerdo con el señor Crispín, malagueño, con un Pegaso nuevo, lleno a reventar. Nunca había visto tantas uvas blancas: un envase, otro, otro más, muchí-simos; sobre un hombro, luego sobre el otro. Perdió la cuenta del pesado trajín entre el ir y venir, del vehículo a la pila, de la pila al vehículo.
A las ocho, según lo pactado, el camión ya estaba vacío, y las quinientas pesetas convenidas, en su poder. Quedaron en verse todos los jueves a la misma hora. Con aquellas perspectivas de continuidad y el dinero en el bolsillo, a Ezequiel ya no le molestaba tanto el humo de los coches; sólo olía a fruta fresca, a verde esperanza. Subiendo por Delicias se besó el puño que apretaba el billete. ¡Bendito billete! Pensó ponerlo en un cuadro de ébano con filigranas barrocas, pero qué va. Él no salió del pueblo para ser coleccionista.
Tan maravillado, no reparó en el dolor de sus brazos, de su espalda. Se dio cuenta en el metro, al sujetarse en la barra del techo. Sintió los mor-discos crueles de las trescientas cajas de moscateles que había descargado. Olvidó enseguida. Miró para arriba y adivinó el cielo a través de los fluo-rescentes del vagón. Vio que su luna estaba un poco más cerca; y al lado, una estrella, dulce como el arrope, iluminaba sus caminos preferidos.
![Page 138: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/138.jpg)
138
El libro de la biblioteca de Móstoles
Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la ejecu-ción de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.
—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.
Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.
Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.
Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.
Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear un rato, se acercó a las taquillas.
—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole
con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te
despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no
encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.
![Page 139: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/139.jpg)
139
Volver
Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la eje-cución de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el
sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.
—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.
Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.
Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.
Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.
Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear
![Page 140: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/140.jpg)
140
El libro de la biblioteca de Móstoles
un rato, se acercó a las taquillas.—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole
con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te
despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no
encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.
A última hora de la mañana, le sacó del primer sueño un tren en direc-ción contraria. Creyó que estaría cerca de Aranda, pero no. En duermevela, siguió alimentando sus vagos proyectos.
“Mi vecina, la Jimena, sigue soltera. Hace dos años, en la Fiesta del Vino, me dijo que por dar gusto a los viejos se habría casao conmigo. Ha-brá alguna viña libre. Dinero no nos sobrará, pero casa y trabajo no han de faltar”.
El peso de la cabeza y el olor de sus eructos, a bellotas podridas y uvas fermentadas, le obligaban a ocultarse detrás de la consciencia.
Cayendo la tarde, le descubrió un agente de seguridad. Costó hacer-le entender que aquel tren, sobre raíles muertos, no le llevaría a ninguna parte.
—¡Joder! ¿Qué muertos? Yo quiero ir a Quintanilla —dijo con dificul-tad.
Le pusieron en un tren que lo dejó en Atocha. Cuando llegó iba a salir el último mercancías con destino a Burgos. Saltó el torno y corrió al andén. Aturdido, alcanzó el vagón de cola con el convoy en marcha.
Por fin, después de una noche a la intemperie, entre dos contenedores: uno con el rótulo de “Naranjas Valencianas”, y de “Embragues Villaverde”, el otro, llegó a su Quintanilla natal. Los primeros rayos de un sol brillante,
![Page 141: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/141.jpg)
141
§Seg
y el Arlanza, con su cara vaporosa, despertaban para él nuevos horizontes. Los padres, ya mayores, lo recibieron como si volviera de una guerra.
Jimena no quiso saber nada de él, pero cambió de opinión cuando lo vio aseado y con ropa de domingo. Él explicó sin muchos detalles los motivos de su regreso. Nadie le preguntó más, ni siquiera por el bulto de la cabeza.
Sin nada mejor que hacer, se estrenó con unas cepas abandonadas, en una ladera inculta. “Si la tierra no me puede, el vino de esta viña correrá en muchas fiestas, y yo habré quemao la maleza de los peores tiempos”, se dijo ceremonioso, observando el fruto, a punto de cerner.
Con entusiasmo y los quehaceres fatigosos de sol a sol, elaboró la pri-mera cosecha en la vieja bodega familiar. Sus caldos se vendieron mejor de lo que esperaba, tanto que tuvo que ampliar viñedos y lagares.
La segunda añada ya mereció “Medalla de Plata”. Aprovechando la entrega del galardón, pagó una comida a sus amigos de Móstoles en un restaurante de lujo, en Madrid. A los postres, de pie, levantó la copa y dijo:
—¡Por vosotros! Vivo gracias al zapatazo que me dio la Magdalena, pero a esa ni mentarla. La Jimena y yo nos hacemos tilín. Ahora empiezan a desaparecer los nubarrones de marras, cuando el tren no andaba, aquel día que me achispé. Vuelvo a la tierra, nunca debí salir de ella”.
Emocionado, después de muchos aplausos y felicitaciones, se fue.
![Page 142: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/142.jpg)
![Page 143: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/143.jpg)
Alejandro Pérez García
![Page 144: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/144.jpg)
144
![Page 145: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/145.jpg)
145
Ezequiel, El Moliendas, estudió por libre el bachiller en su pueblo. El muchacho salió listo. Lo mismo calculaba, con sólo mirar, los sacos
necesarios para portear un muelo de trigo, que citaba de memoria a todos los soberanos de España y los hechos de sus reinados. Quizá por eso perdía el sueño cuando se imaginaba mayor sobre la esteva del arado, careando rebaños o consumiendo su vida al runrún cansino del molino familiar. Se propuso seguir estudiando, aunque para ello tuviera que salir de Villalpá-ramo.
Los padres, con pesar, accedieron a sus pretensiones. Juntaron trescien-tas pesetas, compraron el billete para el coche de línea y, casi llorando, despidieron al chico en la plaza. Era octubre. Las uvas ya estaban maduras.
Ezequiel llegó a Madrid con la ropa de los domingos y la eterna maleta de madera color caqui, atada con un cordel de bramante trenzado. Le dejó sin respiración el fuerte olor a humo de los coches y el mal aliento de las alcantarillas. Para bien, algunas señoras olían a perfumes y maquillajes, de esos que despiertan todos los apetitos. En los cines de estreno se anunciaba la película El calor de la noche, y pronto se hablaría del asesinato de Martin Luther King. Aquel Madrid le pareció grande, pero escaso de trato y lleno de apuros. Hasta los gatos miraban con deseo las sardinas pintadas en los escaparates de las pescaderías. En esa espesura tuvo que abrirse camino el recién llegado.
Él quería estudiar
![Page 146: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/146.jpg)
146
El libro de la biblioteca de Móstoles
Encontró una pensión en el Puente de Vallecas por tres mil pesetas, todo completo, pero sin ducha caliente ni brasero. No le importó. No esta-ba acostumbrado a bañarse, y cuando llegara el frío estudiaría como siem-pre, en la cama o arropado con una manta.
Al día siguiente recabó información en algunas academias. Las clases, los libros y la matrícula le iban a costar otras dos mil pelas. Cinco mil en total; aparte locomociones y más gastos. Era demasiado. Difícil conseguir tanto.
Después de mucho indagar, encontró trabajo en las oficinas de unos almacenes. Ocho horas, cuatro mil pesetas. Ya tenía para vivir, pero no para estudiar. Él quería ser perito mercantil. ¿Cómo ganar lo que faltaba? Intentando sacarse un sobresueldo a deshoras, de guarda o de lo que fuese, preguntó a los serenos y en las tahonas, en construcciones y discotecas, en cines y en casas de juego. ¡Nada! Sus pesquisas no hallaban respuesta. Em-pezó a sentirse mal. Perdió el apetito, el sueño y hasta la sonrisa.
Los días pasaban como trenes vacíos. El plazo para la reserva de matrí-cula llegaba a su fin. No olvidaba las recomendaciones que le hizo su madre antes de salir de Villalpáramo.
—Si necesitas algo, lo pides. No pases calamidades, hijo, que de eso ya tenemos aquí. Te vuelves y en paz.
“No. Eso nunca, aunque no caería en deshonra si volviera. Quizá... ¿Quién sabe?”, se dijo una tarde desapacible, harto de buscar. Luego se le saltaron las lágrimas al recordar la olla casera y los mantecados de su tía Basi.
Un compañero de trabajo, viendo cómo aquel muchachote arrastraba los zapatos sin ganas, se interesó por sus males. Ezequiel le puso al corrien-te de todo. No escondió la tristeza de su mirada, a punto de inundarse.
—Los de los pueblos sois la leche. Venís a comeros el mundo, pero no traéis cuchara. Ganarías una pasta vendiendo cacerolas o cosméticos o Bí-blias por las casas, pero si quieres algo rápido, aunque más chungo, vete a Legazpi. Allí puedes ganar cien duros, o más, en dos ratos.
—Y ¿qué hay que hacer? —preguntó Ezequiel, algo incrédulo.
![Page 147: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/147.jpg)
147
§Seg
—Descargar camiones, gilí ¿qué va a ser?Al día siguiente, El Moliendas estaba a las cuatro de la mañana en el
mercado de frutas y verduras. Tras muchos regateos, se puso de acuerdo con el señor Crispín, malagueño, con un Pegaso nuevo, lleno a reventar. Nunca había visto tantas uvas blancas: un envase, otro, otro más, muchí-simos; sobre un hombro, luego sobre el otro. Perdió la cuenta del pesado trajín entre el ir y venir, del vehículo a la pila, de la pila al vehículo.
A las ocho, según lo pactado, el camión ya estaba vacío, y las quinientas pesetas convenidas, en su poder. Quedaron en verse todos los jueves a la misma hora. Con aquellas perspectivas de continuidad y el dinero en el bolsillo, a Ezequiel ya no le molestaba tanto el humo de los coches; sólo olía a fruta fresca, a verde esperanza. Subiendo por Delicias se besó el puño que apretaba el billete. ¡Bendito billete! Pensó ponerlo en un cuadro de ébano con filigranas barrocas, pero qué va. Él no salió del pueblo para ser coleccionista.
Tan maravillado, no reparó en el dolor de sus brazos, de su espalda. Se dio cuenta en el metro, al sujetarse en la barra del techo. Sintió los mor-discos crueles de las trescientas cajas de moscateles que había descargado. Olvidó enseguida. Miró para arriba y adivinó el cielo a través de los fluo-rescentes del vagón. Vio que su luna estaba un poco más cerca; y al lado, una estrella, dulce como el arrope, iluminaba sus caminos preferidos.
![Page 148: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/148.jpg)
148
El libro de la biblioteca de Móstoles
Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la ejecu-ción de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.
—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.
Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.
Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.
Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.
Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear un rato, se acercó a las taquillas.
—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole
con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te
despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no
encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.
![Page 149: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/149.jpg)
149
Volver
Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la eje-cución de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el
sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.
—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.
Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.
Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.
Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.
Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear
![Page 150: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/150.jpg)
150
El libro de la biblioteca de Móstoles
un rato, se acercó a las taquillas.—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole
con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te
despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no
encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.
A última hora de la mañana, le sacó del primer sueño un tren en direc-ción contraria. Creyó que estaría cerca de Aranda, pero no. En duermevela, siguió alimentando sus vagos proyectos.
“Mi vecina, la Jimena, sigue soltera. Hace dos años, en la Fiesta del Vino, me dijo que por dar gusto a los viejos se habría casao conmigo. Ha-brá alguna viña libre. Dinero no nos sobrará, pero casa y trabajo no han de faltar”.
El peso de la cabeza y el olor de sus eructos, a bellotas podridas y uvas fermentadas, le obligaban a ocultarse detrás de la consciencia.
Cayendo la tarde, le descubrió un agente de seguridad. Costó hacer-le entender que aquel tren, sobre raíles muertos, no le llevaría a ninguna parte.
—¡Joder! ¿Qué muertos? Yo quiero ir a Quintanilla —dijo con dificul-tad.
Le pusieron en un tren que lo dejó en Atocha. Cuando llegó iba a salir el último mercancías con destino a Burgos. Saltó el torno y corrió al andén. Aturdido, alcanzó el vagón de cola con el convoy en marcha.
Por fin, después de una noche a la intemperie, entre dos contenedores: uno con el rótulo de “Naranjas Valencianas”, y de “Embragues Villaverde”, el otro, llegó a su Quintanilla natal. Los primeros rayos de un sol brillante,
![Page 151: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/151.jpg)
151
§Seg
y el Arlanza, con su cara vaporosa, despertaban para él nuevos horizontes. Los padres, ya mayores, lo recibieron como si volviera de una guerra.
Jimena no quiso saber nada de él, pero cambió de opinión cuando lo vio aseado y con ropa de domingo. Él explicó sin muchos detalles los motivos de su regreso. Nadie le preguntó más, ni siquiera por el bulto de la cabeza.
Sin nada mejor que hacer, se estrenó con unas cepas abandonadas, en una ladera inculta. “Si la tierra no me puede, el vino de esta viña correrá en muchas fiestas, y yo habré quemao la maleza de los peores tiempos”, se dijo ceremonioso, observando el fruto, a punto de cerner.
Con entusiasmo y los quehaceres fatigosos de sol a sol, elaboró la pri-mera cosecha en la vieja bodega familiar. Sus caldos se vendieron mejor de lo que esperaba, tanto que tuvo que ampliar viñedos y lagares.
La segunda añada ya mereció “Medalla de Plata”. Aprovechando la entrega del galardón, pagó una comida a sus amigos de Móstoles en un restaurante de lujo, en Madrid. A los postres, de pie, levantó la copa y dijo:
—¡Por vosotros! Vivo gracias al zapatazo que me dio la Magdalena, pero a esa ni mentarla. La Jimena y yo nos hacemos tilín. Ahora empiezan a desaparecer los nubarrones de marras, cuando el tren no andaba, aquel día que me achispé. Vuelvo a la tierra, nunca debí salir de ella”.
Emocionado, después de muchos aplausos y felicitaciones, se fue.
![Page 152: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/152.jpg)
![Page 153: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/153.jpg)
Alejandro Pérez García
![Page 154: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/154.jpg)
154
![Page 155: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/155.jpg)
155
Ezequiel, El Moliendas, estudió por libre el bachiller en su pueblo. El muchacho salió listo. Lo mismo calculaba, con sólo mirar, los sacos
necesarios para portear un muelo de trigo, que citaba de memoria a todos los soberanos de España y los hechos de sus reinados. Quizá por eso perdía el sueño cuando se imaginaba mayor sobre la esteva del arado, careando rebaños o consumiendo su vida al runrún cansino del molino familiar. Se propuso seguir estudiando, aunque para ello tuviera que salir de Villalpá-ramo.
Los padres, con pesar, accedieron a sus pretensiones. Juntaron trescien-tas pesetas, compraron el billete para el coche de línea y, casi llorando, despidieron al chico en la plaza. Era octubre. Las uvas ya estaban maduras.
Ezequiel llegó a Madrid con la ropa de los domingos y la eterna maleta de madera color caqui, atada con un cordel de bramante trenzado. Le dejó sin respiración el fuerte olor a humo de los coches y el mal aliento de las alcantarillas. Para bien, algunas señoras olían a perfumes y maquillajes, de esos que despiertan todos los apetitos. En los cines de estreno se anunciaba la película El calor de la noche, y pronto se hablaría del asesinato de Martin Luther King. Aquel Madrid le pareció grande, pero escaso de trato y lleno de apuros. Hasta los gatos miraban con deseo las sardinas pintadas en los escaparates de las pescaderías. En esa espesura tuvo que abrirse camino el recién llegado.
Él quería estudiar
![Page 156: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/156.jpg)
156
El libro de la biblioteca de Móstoles
Encontró una pensión en el Puente de Vallecas por tres mil pesetas, todo completo, pero sin ducha caliente ni brasero. No le importó. No esta-ba acostumbrado a bañarse, y cuando llegara el frío estudiaría como siem-pre, en la cama o arropado con una manta.
Al día siguiente recabó información en algunas academias. Las clases, los libros y la matrícula le iban a costar otras dos mil pelas. Cinco mil en total; aparte locomociones y más gastos. Era demasiado. Difícil conseguir tanto.
Después de mucho indagar, encontró trabajo en las oficinas de unos almacenes. Ocho horas, cuatro mil pesetas. Ya tenía para vivir, pero no para estudiar. Él quería ser perito mercantil. ¿Cómo ganar lo que faltaba? Intentando sacarse un sobresueldo a deshoras, de guarda o de lo que fuese, preguntó a los serenos y en las tahonas, en construcciones y discotecas, en cines y en casas de juego. ¡Nada! Sus pesquisas no hallaban respuesta. Em-pezó a sentirse mal. Perdió el apetito, el sueño y hasta la sonrisa.
Los días pasaban como trenes vacíos. El plazo para la reserva de matrí-cula llegaba a su fin. No olvidaba las recomendaciones que le hizo su madre antes de salir de Villalpáramo.
—Si necesitas algo, lo pides. No pases calamidades, hijo, que de eso ya tenemos aquí. Te vuelves y en paz.
“No. Eso nunca, aunque no caería en deshonra si volviera. Quizá... ¿Quién sabe?”, se dijo una tarde desapacible, harto de buscar. Luego se le saltaron las lágrimas al recordar la olla casera y los mantecados de su tía Basi.
Un compañero de trabajo, viendo cómo aquel muchachote arrastraba los zapatos sin ganas, se interesó por sus males. Ezequiel le puso al corrien-te de todo. No escondió la tristeza de su mirada, a punto de inundarse.
—Los de los pueblos sois la leche. Venís a comeros el mundo, pero no traéis cuchara. Ganarías una pasta vendiendo cacerolas o cosméticos o Bí-blias por las casas, pero si quieres algo rápido, aunque más chungo, vete a Legazpi. Allí puedes ganar cien duros, o más, en dos ratos.
—Y ¿qué hay que hacer? —preguntó Ezequiel, algo incrédulo.
![Page 157: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/157.jpg)
157
§Seg
—Descargar camiones, gilí ¿qué va a ser?Al día siguiente, El Moliendas estaba a las cuatro de la mañana en el
mercado de frutas y verduras. Tras muchos regateos, se puso de acuerdo con el señor Crispín, malagueño, con un Pegaso nuevo, lleno a reventar. Nunca había visto tantas uvas blancas: un envase, otro, otro más, muchí-simos; sobre un hombro, luego sobre el otro. Perdió la cuenta del pesado trajín entre el ir y venir, del vehículo a la pila, de la pila al vehículo.
A las ocho, según lo pactado, el camión ya estaba vacío, y las quinientas pesetas convenidas, en su poder. Quedaron en verse todos los jueves a la misma hora. Con aquellas perspectivas de continuidad y el dinero en el bolsillo, a Ezequiel ya no le molestaba tanto el humo de los coches; sólo olía a fruta fresca, a verde esperanza. Subiendo por Delicias se besó el puño que apretaba el billete. ¡Bendito billete! Pensó ponerlo en un cuadro de ébano con filigranas barrocas, pero qué va. Él no salió del pueblo para ser coleccionista.
Tan maravillado, no reparó en el dolor de sus brazos, de su espalda. Se dio cuenta en el metro, al sujetarse en la barra del techo. Sintió los mor-discos crueles de las trescientas cajas de moscateles que había descargado. Olvidó enseguida. Miró para arriba y adivinó el cielo a través de los fluo-rescentes del vagón. Vio que su luna estaba un poco más cerca; y al lado, una estrella, dulce como el arrope, iluminaba sus caminos preferidos.
![Page 158: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/158.jpg)
158
El libro de la biblioteca de Móstoles
Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la ejecu-ción de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.
—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.
Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.
Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.
Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.
Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear un rato, se acercó a las taquillas.
—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole
con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te
despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no
encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.
![Page 159: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/159.jpg)
159
Volver
Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la eje-cución de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el
sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.
—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.
Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.
Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.
Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.
Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear
![Page 160: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/160.jpg)
160
El libro de la biblioteca de Móstoles
un rato, se acercó a las taquillas.—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole
con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te
despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no
encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.
A última hora de la mañana, le sacó del primer sueño un tren en direc-ción contraria. Creyó que estaría cerca de Aranda, pero no. En duermevela, siguió alimentando sus vagos proyectos.
“Mi vecina, la Jimena, sigue soltera. Hace dos años, en la Fiesta del Vino, me dijo que por dar gusto a los viejos se habría casao conmigo. Ha-brá alguna viña libre. Dinero no nos sobrará, pero casa y trabajo no han de faltar”.
El peso de la cabeza y el olor de sus eructos, a bellotas podridas y uvas fermentadas, le obligaban a ocultarse detrás de la consciencia.
Cayendo la tarde, le descubrió un agente de seguridad. Costó hacer-le entender que aquel tren, sobre raíles muertos, no le llevaría a ninguna parte.
—¡Joder! ¿Qué muertos? Yo quiero ir a Quintanilla —dijo con dificul-tad.
Le pusieron en un tren que lo dejó en Atocha. Cuando llegó iba a salir el último mercancías con destino a Burgos. Saltó el torno y corrió al andén. Aturdido, alcanzó el vagón de cola con el convoy en marcha.
Por fin, después de una noche a la intemperie, entre dos contenedores: uno con el rótulo de “Naranjas Valencianas”, y de “Embragues Villaverde”, el otro, llegó a su Quintanilla natal. Los primeros rayos de un sol brillante,
![Page 161: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/161.jpg)
161
§Seg
y el Arlanza, con su cara vaporosa, despertaban para él nuevos horizontes. Los padres, ya mayores, lo recibieron como si volviera de una guerra.
Jimena no quiso saber nada de él, pero cambió de opinión cuando lo vio aseado y con ropa de domingo. Él explicó sin muchos detalles los motivos de su regreso. Nadie le preguntó más, ni siquiera por el bulto de la cabeza.
Sin nada mejor que hacer, se estrenó con unas cepas abandonadas, en una ladera inculta. “Si la tierra no me puede, el vino de esta viña correrá en muchas fiestas, y yo habré quemao la maleza de los peores tiempos”, se dijo ceremonioso, observando el fruto, a punto de cerner.
Con entusiasmo y los quehaceres fatigosos de sol a sol, elaboró la pri-mera cosecha en la vieja bodega familiar. Sus caldos se vendieron mejor de lo que esperaba, tanto que tuvo que ampliar viñedos y lagares.
La segunda añada ya mereció “Medalla de Plata”. Aprovechando la entrega del galardón, pagó una comida a sus amigos de Móstoles en un restaurante de lujo, en Madrid. A los postres, de pie, levantó la copa y dijo:
—¡Por vosotros! Vivo gracias al zapatazo que me dio la Magdalena, pero a esa ni mentarla. La Jimena y yo nos hacemos tilín. Ahora empiezan a desaparecer los nubarrones de marras, cuando el tren no andaba, aquel día que me achispé. Vuelvo a la tierra, nunca debí salir de ella”.
Emocionado, después de muchos aplausos y felicitaciones, se fue.
![Page 162: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/162.jpg)
![Page 163: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/163.jpg)
Alejandro Pérez García
![Page 164: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/164.jpg)
164
![Page 165: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/165.jpg)
165
Ezequiel, El Moliendas, estudió por libre el bachiller en su pueblo. El muchacho salió listo. Lo mismo calculaba, con sólo mirar, los sacos
necesarios para portear un muelo de trigo, que citaba de memoria a todos los soberanos de España y los hechos de sus reinados. Quizá por eso perdía el sueño cuando se imaginaba mayor sobre la esteva del arado, careando rebaños o consumiendo su vida al runrún cansino del molino familiar. Se propuso seguir estudiando, aunque para ello tuviera que salir de Villalpá-ramo.
Los padres, con pesar, accedieron a sus pretensiones. Juntaron trescien-tas pesetas, compraron el billete para el coche de línea y, casi llorando, despidieron al chico en la plaza. Era octubre. Las uvas ya estaban maduras.
Ezequiel llegó a Madrid con la ropa de los domingos y la eterna maleta de madera color caqui, atada con un cordel de bramante trenzado. Le dejó sin respiración el fuerte olor a humo de los coches y el mal aliento de las alcantarillas. Para bien, algunas señoras olían a perfumes y maquillajes, de esos que despiertan todos los apetitos. En los cines de estreno se anunciaba la película El calor de la noche, y pronto se hablaría del asesinato de Martin Luther King. Aquel Madrid le pareció grande, pero escaso de trato y lleno de apuros. Hasta los gatos miraban con deseo las sardinas pintadas en los escaparates de las pescaderías. En esa espesura tuvo que abrirse camino el recién llegado.
Él quería estudiar
![Page 166: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/166.jpg)
166
El libro de la biblioteca de Móstoles
Encontró una pensión en el Puente de Vallecas por tres mil pesetas, todo completo, pero sin ducha caliente ni brasero. No le importó. No esta-ba acostumbrado a bañarse, y cuando llegara el frío estudiaría como siem-pre, en la cama o arropado con una manta.
Al día siguiente recabó información en algunas academias. Las clases, los libros y la matrícula le iban a costar otras dos mil pelas. Cinco mil en total; aparte locomociones y más gastos. Era demasiado. Difícil conseguir tanto.
Después de mucho indagar, encontró trabajo en las oficinas de unos almacenes. Ocho horas, cuatro mil pesetas. Ya tenía para vivir, pero no para estudiar. Él quería ser perito mercantil. ¿Cómo ganar lo que faltaba? Intentando sacarse un sobresueldo a deshoras, de guarda o de lo que fuese, preguntó a los serenos y en las tahonas, en construcciones y discotecas, en cines y en casas de juego. ¡Nada! Sus pesquisas no hallaban respuesta. Em-pezó a sentirse mal. Perdió el apetito, el sueño y hasta la sonrisa.
Los días pasaban como trenes vacíos. El plazo para la reserva de matrí-cula llegaba a su fin. No olvidaba las recomendaciones que le hizo su madre antes de salir de Villalpáramo.
—Si necesitas algo, lo pides. No pases calamidades, hijo, que de eso ya tenemos aquí. Te vuelves y en paz.
“No. Eso nunca, aunque no caería en deshonra si volviera. Quizá... ¿Quién sabe?”, se dijo una tarde desapacible, harto de buscar. Luego se le saltaron las lágrimas al recordar la olla casera y los mantecados de su tía Basi.
Un compañero de trabajo, viendo cómo aquel muchachote arrastraba los zapatos sin ganas, se interesó por sus males. Ezequiel le puso al corrien-te de todo. No escondió la tristeza de su mirada, a punto de inundarse.
—Los de los pueblos sois la leche. Venís a comeros el mundo, pero no traéis cuchara. Ganarías una pasta vendiendo cacerolas o cosméticos o Bí-blias por las casas, pero si quieres algo rápido, aunque más chungo, vete a Legazpi. Allí puedes ganar cien duros, o más, en dos ratos.
—Y ¿qué hay que hacer? —preguntó Ezequiel, algo incrédulo.
![Page 167: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/167.jpg)
167
§Seg
—Descargar camiones, gilí ¿qué va a ser?Al día siguiente, El Moliendas estaba a las cuatro de la mañana en el
mercado de frutas y verduras. Tras muchos regateos, se puso de acuerdo con el señor Crispín, malagueño, con un Pegaso nuevo, lleno a reventar. Nunca había visto tantas uvas blancas: un envase, otro, otro más, muchí-simos; sobre un hombro, luego sobre el otro. Perdió la cuenta del pesado trajín entre el ir y venir, del vehículo a la pila, de la pila al vehículo.
A las ocho, según lo pactado, el camión ya estaba vacío, y las quinientas pesetas convenidas, en su poder. Quedaron en verse todos los jueves a la misma hora. Con aquellas perspectivas de continuidad y el dinero en el bolsillo, a Ezequiel ya no le molestaba tanto el humo de los coches; sólo olía a fruta fresca, a verde esperanza. Subiendo por Delicias se besó el puño que apretaba el billete. ¡Bendito billete! Pensó ponerlo en un cuadro de ébano con filigranas barrocas, pero qué va. Él no salió del pueblo para ser coleccionista.
Tan maravillado, no reparó en el dolor de sus brazos, de su espalda. Se dio cuenta en el metro, al sujetarse en la barra del techo. Sintió los mor-discos crueles de las trescientas cajas de moscateles que había descargado. Olvidó enseguida. Miró para arriba y adivinó el cielo a través de los fluo-rescentes del vagón. Vio que su luna estaba un poco más cerca; y al lado, una estrella, dulce como el arrope, iluminaba sus caminos preferidos.
![Page 168: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/168.jpg)
168
El libro de la biblioteca de Móstoles
Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la ejecu-ción de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.
—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.
Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.
Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.
Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.
Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear un rato, se acercó a las taquillas.
—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole
con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te
despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no
encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.
![Page 169: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/169.jpg)
169
Volver
Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la eje-cución de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el
sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.
—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.
Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.
Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.
Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.
Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear
![Page 170: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/170.jpg)
170
El libro de la biblioteca de Móstoles
un rato, se acercó a las taquillas.—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole
con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te
despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no
encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.
A última hora de la mañana, le sacó del primer sueño un tren en direc-ción contraria. Creyó que estaría cerca de Aranda, pero no. En duermevela, siguió alimentando sus vagos proyectos.
“Mi vecina, la Jimena, sigue soltera. Hace dos años, en la Fiesta del Vino, me dijo que por dar gusto a los viejos se habría casao conmigo. Ha-brá alguna viña libre. Dinero no nos sobrará, pero casa y trabajo no han de faltar”.
El peso de la cabeza y el olor de sus eructos, a bellotas podridas y uvas fermentadas, le obligaban a ocultarse detrás de la consciencia.
Cayendo la tarde, le descubrió un agente de seguridad. Costó hacer-le entender que aquel tren, sobre raíles muertos, no le llevaría a ninguna parte.
—¡Joder! ¿Qué muertos? Yo quiero ir a Quintanilla —dijo con dificul-tad.
Le pusieron en un tren que lo dejó en Atocha. Cuando llegó iba a salir el último mercancías con destino a Burgos. Saltó el torno y corrió al andén. Aturdido, alcanzó el vagón de cola con el convoy en marcha.
Por fin, después de una noche a la intemperie, entre dos contenedores: uno con el rótulo de “Naranjas Valencianas”, y de “Embragues Villaverde”, el otro, llegó a su Quintanilla natal. Los primeros rayos de un sol brillante,
![Page 171: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/171.jpg)
171
§Seg
y el Arlanza, con su cara vaporosa, despertaban para él nuevos horizontes. Los padres, ya mayores, lo recibieron como si volviera de una guerra.
Jimena no quiso saber nada de él, pero cambió de opinión cuando lo vio aseado y con ropa de domingo. Él explicó sin muchos detalles los motivos de su regreso. Nadie le preguntó más, ni siquiera por el bulto de la cabeza.
Sin nada mejor que hacer, se estrenó con unas cepas abandonadas, en una ladera inculta. “Si la tierra no me puede, el vino de esta viña correrá en muchas fiestas, y yo habré quemao la maleza de los peores tiempos”, se dijo ceremonioso, observando el fruto, a punto de cerner.
Con entusiasmo y los quehaceres fatigosos de sol a sol, elaboró la pri-mera cosecha en la vieja bodega familiar. Sus caldos se vendieron mejor de lo que esperaba, tanto que tuvo que ampliar viñedos y lagares.
La segunda añada ya mereció “Medalla de Plata”. Aprovechando la entrega del galardón, pagó una comida a sus amigos de Móstoles en un restaurante de lujo, en Madrid. A los postres, de pie, levantó la copa y dijo:
—¡Por vosotros! Vivo gracias al zapatazo que me dio la Magdalena, pero a esa ni mentarla. La Jimena y yo nos hacemos tilín. Ahora empiezan a desaparecer los nubarrones de marras, cuando el tren no andaba, aquel día que me achispé. Vuelvo a la tierra, nunca debí salir de ella”.
Emocionado, después de muchos aplausos y felicitaciones, se fue.
![Page 172: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/172.jpg)
![Page 173: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/173.jpg)
Alejandro Pérez García
![Page 174: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/174.jpg)
174
![Page 175: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/175.jpg)
175
Ezequiel, El Moliendas, estudió por libre el bachiller en su pueblo. El muchacho salió listo. Lo mismo calculaba, con sólo mirar, los sacos
necesarios para portear un muelo de trigo, que citaba de memoria a todos los soberanos de España y los hechos de sus reinados. Quizá por eso perdía el sueño cuando se imaginaba mayor sobre la esteva del arado, careando rebaños o consumiendo su vida al runrún cansino del molino familiar. Se propuso seguir estudiando, aunque para ello tuviera que salir de Villalpá-ramo.
Los padres, con pesar, accedieron a sus pretensiones. Juntaron trescien-tas pesetas, compraron el billete para el coche de línea y, casi llorando, despidieron al chico en la plaza. Era octubre. Las uvas ya estaban maduras.
Ezequiel llegó a Madrid con la ropa de los domingos y la eterna maleta de madera color caqui, atada con un cordel de bramante trenzado. Le dejó sin respiración el fuerte olor a humo de los coches y el mal aliento de las alcantarillas. Para bien, algunas señoras olían a perfumes y maquillajes, de esos que despiertan todos los apetitos. En los cines de estreno se anunciaba la película El calor de la noche, y pronto se hablaría del asesinato de Martin Luther King. Aquel Madrid le pareció grande, pero escaso de trato y lleno de apuros. Hasta los gatos miraban con deseo las sardinas pintadas en los escaparates de las pescaderías. En esa espesura tuvo que abrirse camino el recién llegado.
Él quería estudiar
![Page 176: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/176.jpg)
176
El libro de la biblioteca de Móstoles
Encontró una pensión en el Puente de Vallecas por tres mil pesetas, todo completo, pero sin ducha caliente ni brasero. No le importó. No esta-ba acostumbrado a bañarse, y cuando llegara el frío estudiaría como siem-pre, en la cama o arropado con una manta.
Al día siguiente recabó información en algunas academias. Las clases, los libros y la matrícula le iban a costar otras dos mil pelas. Cinco mil en total; aparte locomociones y más gastos. Era demasiado. Difícil conseguir tanto.
Después de mucho indagar, encontró trabajo en las oficinas de unos almacenes. Ocho horas, cuatro mil pesetas. Ya tenía para vivir, pero no para estudiar. Él quería ser perito mercantil. ¿Cómo ganar lo que faltaba? Intentando sacarse un sobresueldo a deshoras, de guarda o de lo que fuese, preguntó a los serenos y en las tahonas, en construcciones y discotecas, en cines y en casas de juego. ¡Nada! Sus pesquisas no hallaban respuesta. Em-pezó a sentirse mal. Perdió el apetito, el sueño y hasta la sonrisa.
Los días pasaban como trenes vacíos. El plazo para la reserva de matrí-cula llegaba a su fin. No olvidaba las recomendaciones que le hizo su madre antes de salir de Villalpáramo.
—Si necesitas algo, lo pides. No pases calamidades, hijo, que de eso ya tenemos aquí. Te vuelves y en paz.
“No. Eso nunca, aunque no caería en deshonra si volviera. Quizá... ¿Quién sabe?”, se dijo una tarde desapacible, harto de buscar. Luego se le saltaron las lágrimas al recordar la olla casera y los mantecados de su tía Basi.
Un compañero de trabajo, viendo cómo aquel muchachote arrastraba los zapatos sin ganas, se interesó por sus males. Ezequiel le puso al corrien-te de todo. No escondió la tristeza de su mirada, a punto de inundarse.
—Los de los pueblos sois la leche. Venís a comeros el mundo, pero no traéis cuchara. Ganarías una pasta vendiendo cacerolas o cosméticos o Bí-blias por las casas, pero si quieres algo rápido, aunque más chungo, vete a Legazpi. Allí puedes ganar cien duros, o más, en dos ratos.
—Y ¿qué hay que hacer? —preguntó Ezequiel, algo incrédulo.
![Page 177: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/177.jpg)
177
§Seg
—Descargar camiones, gilí ¿qué va a ser?Al día siguiente, El Moliendas estaba a las cuatro de la mañana en el
mercado de frutas y verduras. Tras muchos regateos, se puso de acuerdo con el señor Crispín, malagueño, con un Pegaso nuevo, lleno a reventar. Nunca había visto tantas uvas blancas: un envase, otro, otro más, muchí-simos; sobre un hombro, luego sobre el otro. Perdió la cuenta del pesado trajín entre el ir y venir, del vehículo a la pila, de la pila al vehículo.
A las ocho, según lo pactado, el camión ya estaba vacío, y las quinientas pesetas convenidas, en su poder. Quedaron en verse todos los jueves a la misma hora. Con aquellas perspectivas de continuidad y el dinero en el bolsillo, a Ezequiel ya no le molestaba tanto el humo de los coches; sólo olía a fruta fresca, a verde esperanza. Subiendo por Delicias se besó el puño que apretaba el billete. ¡Bendito billete! Pensó ponerlo en un cuadro de ébano con filigranas barrocas, pero qué va. Él no salió del pueblo para ser coleccionista.
Tan maravillado, no reparó en el dolor de sus brazos, de su espalda. Se dio cuenta en el metro, al sujetarse en la barra del techo. Sintió los mor-discos crueles de las trescientas cajas de moscateles que había descargado. Olvidó enseguida. Miró para arriba y adivinó el cielo a través de los fluo-rescentes del vagón. Vio que su luna estaba un poco más cerca; y al lado, una estrella, dulce como el arrope, iluminaba sus caminos preferidos.
![Page 178: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/178.jpg)
178
El libro de la biblioteca de Móstoles
Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la ejecu-ción de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.
—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.
Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.
Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.
Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.
Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear un rato, se acercó a las taquillas.
—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole
con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te
despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no
encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.
![Page 179: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/179.jpg)
179
Volver
Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la eje-cución de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el
sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.
—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.
Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.
Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.
Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.
Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear
![Page 180: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/180.jpg)
180
El libro de la biblioteca de Móstoles
un rato, se acercó a las taquillas.—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole
con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te
despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no
encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.
A última hora de la mañana, le sacó del primer sueño un tren en direc-ción contraria. Creyó que estaría cerca de Aranda, pero no. En duermevela, siguió alimentando sus vagos proyectos.
“Mi vecina, la Jimena, sigue soltera. Hace dos años, en la Fiesta del Vino, me dijo que por dar gusto a los viejos se habría casao conmigo. Ha-brá alguna viña libre. Dinero no nos sobrará, pero casa y trabajo no han de faltar”.
El peso de la cabeza y el olor de sus eructos, a bellotas podridas y uvas fermentadas, le obligaban a ocultarse detrás de la consciencia.
Cayendo la tarde, le descubrió un agente de seguridad. Costó hacer-le entender que aquel tren, sobre raíles muertos, no le llevaría a ninguna parte.
—¡Joder! ¿Qué muertos? Yo quiero ir a Quintanilla —dijo con dificul-tad.
Le pusieron en un tren que lo dejó en Atocha. Cuando llegó iba a salir el último mercancías con destino a Burgos. Saltó el torno y corrió al andén. Aturdido, alcanzó el vagón de cola con el convoy en marcha.
Por fin, después de una noche a la intemperie, entre dos contenedores: uno con el rótulo de “Naranjas Valencianas”, y de “Embragues Villaverde”, el otro, llegó a su Quintanilla natal. Los primeros rayos de un sol brillante,
![Page 181: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/181.jpg)
181
§Seg
y el Arlanza, con su cara vaporosa, despertaban para él nuevos horizontes. Los padres, ya mayores, lo recibieron como si volviera de una guerra.
Jimena no quiso saber nada de él, pero cambió de opinión cuando lo vio aseado y con ropa de domingo. Él explicó sin muchos detalles los motivos de su regreso. Nadie le preguntó más, ni siquiera por el bulto de la cabeza.
Sin nada mejor que hacer, se estrenó con unas cepas abandonadas, en una ladera inculta. “Si la tierra no me puede, el vino de esta viña correrá en muchas fiestas, y yo habré quemao la maleza de los peores tiempos”, se dijo ceremonioso, observando el fruto, a punto de cerner.
Con entusiasmo y los quehaceres fatigosos de sol a sol, elaboró la pri-mera cosecha en la vieja bodega familiar. Sus caldos se vendieron mejor de lo que esperaba, tanto que tuvo que ampliar viñedos y lagares.
La segunda añada ya mereció “Medalla de Plata”. Aprovechando la entrega del galardón, pagó una comida a sus amigos de Móstoles en un restaurante de lujo, en Madrid. A los postres, de pie, levantó la copa y dijo:
—¡Por vosotros! Vivo gracias al zapatazo que me dio la Magdalena, pero a esa ni mentarla. La Jimena y yo nos hacemos tilín. Ahora empiezan a desaparecer los nubarrones de marras, cuando el tren no andaba, aquel día que me achispé. Vuelvo a la tierra, nunca debí salir de ella”.
Emocionado, después de muchos aplausos y felicitaciones, se fue.
![Page 182: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/182.jpg)
![Page 183: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/183.jpg)
Alejandro Pérez García
![Page 184: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/184.jpg)
184
![Page 185: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/185.jpg)
185
Ezequiel, El Moliendas, estudió por libre el bachiller en su pueblo. El muchacho salió listo. Lo mismo calculaba, con sólo mirar, los sacos
necesarios para portear un muelo de trigo, que citaba de memoria a todos los soberanos de España y los hechos de sus reinados. Quizá por eso perdía el sueño cuando se imaginaba mayor sobre la esteva del arado, careando rebaños o consumiendo su vida al runrún cansino del molino familiar. Se propuso seguir estudiando, aunque para ello tuviera que salir de Villalpá-ramo.
Los padres, con pesar, accedieron a sus pretensiones. Juntaron trescien-tas pesetas, compraron el billete para el coche de línea y, casi llorando, despidieron al chico en la plaza. Era octubre. Las uvas ya estaban maduras.
Ezequiel llegó a Madrid con la ropa de los domingos y la eterna maleta de madera color caqui, atada con un cordel de bramante trenzado. Le dejó sin respiración el fuerte olor a humo de los coches y el mal aliento de las alcantarillas. Para bien, algunas señoras olían a perfumes y maquillajes, de esos que despiertan todos los apetitos. En los cines de estreno se anunciaba la película El calor de la noche, y pronto se hablaría del asesinato de Martin Luther King. Aquel Madrid le pareció grande, pero escaso de trato y lleno de apuros. Hasta los gatos miraban con deseo las sardinas pintadas en los escaparates de las pescaderías. En esa espesura tuvo que abrirse camino el recién llegado.
Él quería estudiar
![Page 186: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/186.jpg)
186
El libro de la biblioteca de Móstoles
Encontró una pensión en el Puente de Vallecas por tres mil pesetas, todo completo, pero sin ducha caliente ni brasero. No le importó. No esta-ba acostumbrado a bañarse, y cuando llegara el frío estudiaría como siem-pre, en la cama o arropado con una manta.
Al día siguiente recabó información en algunas academias. Las clases, los libros y la matrícula le iban a costar otras dos mil pelas. Cinco mil en total; aparte locomociones y más gastos. Era demasiado. Difícil conseguir tanto.
Después de mucho indagar, encontró trabajo en las oficinas de unos almacenes. Ocho horas, cuatro mil pesetas. Ya tenía para vivir, pero no para estudiar. Él quería ser perito mercantil. ¿Cómo ganar lo que faltaba? Intentando sacarse un sobresueldo a deshoras, de guarda o de lo que fuese, preguntó a los serenos y en las tahonas, en construcciones y discotecas, en cines y en casas de juego. ¡Nada! Sus pesquisas no hallaban respuesta. Em-pezó a sentirse mal. Perdió el apetito, el sueño y hasta la sonrisa.
Los días pasaban como trenes vacíos. El plazo para la reserva de matrí-cula llegaba a su fin. No olvidaba las recomendaciones que le hizo su madre antes de salir de Villalpáramo.
—Si necesitas algo, lo pides. No pases calamidades, hijo, que de eso ya tenemos aquí. Te vuelves y en paz.
“No. Eso nunca, aunque no caería en deshonra si volviera. Quizá... ¿Quién sabe?”, se dijo una tarde desapacible, harto de buscar. Luego se le saltaron las lágrimas al recordar la olla casera y los mantecados de su tía Basi.
Un compañero de trabajo, viendo cómo aquel muchachote arrastraba los zapatos sin ganas, se interesó por sus males. Ezequiel le puso al corrien-te de todo. No escondió la tristeza de su mirada, a punto de inundarse.
—Los de los pueblos sois la leche. Venís a comeros el mundo, pero no traéis cuchara. Ganarías una pasta vendiendo cacerolas o cosméticos o Bí-blias por las casas, pero si quieres algo rápido, aunque más chungo, vete a Legazpi. Allí puedes ganar cien duros, o más, en dos ratos.
—Y ¿qué hay que hacer? —preguntó Ezequiel, algo incrédulo.
![Page 187: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/187.jpg)
187
§Seg
—Descargar camiones, gilí ¿qué va a ser?Al día siguiente, El Moliendas estaba a las cuatro de la mañana en el
mercado de frutas y verduras. Tras muchos regateos, se puso de acuerdo con el señor Crispín, malagueño, con un Pegaso nuevo, lleno a reventar. Nunca había visto tantas uvas blancas: un envase, otro, otro más, muchí-simos; sobre un hombro, luego sobre el otro. Perdió la cuenta del pesado trajín entre el ir y venir, del vehículo a la pila, de la pila al vehículo.
A las ocho, según lo pactado, el camión ya estaba vacío, y las quinientas pesetas convenidas, en su poder. Quedaron en verse todos los jueves a la misma hora. Con aquellas perspectivas de continuidad y el dinero en el bolsillo, a Ezequiel ya no le molestaba tanto el humo de los coches; sólo olía a fruta fresca, a verde esperanza. Subiendo por Delicias se besó el puño que apretaba el billete. ¡Bendito billete! Pensó ponerlo en un cuadro de ébano con filigranas barrocas, pero qué va. Él no salió del pueblo para ser coleccionista.
Tan maravillado, no reparó en el dolor de sus brazos, de su espalda. Se dio cuenta en el metro, al sujetarse en la barra del techo. Sintió los mor-discos crueles de las trescientas cajas de moscateles que había descargado. Olvidó enseguida. Miró para arriba y adivinó el cielo a través de los fluo-rescentes del vagón. Vio que su luna estaba un poco más cerca; y al lado, una estrella, dulce como el arrope, iluminaba sus caminos preferidos.
![Page 188: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/188.jpg)
188
El libro de la biblioteca de Móstoles
Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la ejecu-ción de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.
—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.
Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.
Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.
Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.
Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear un rato, se acercó a las taquillas.
—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole
con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te
despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no
encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.
![Page 189: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/189.jpg)
189
Volver
Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la eje-cución de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el
sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.
—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.
Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.
Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.
Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.
Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear
![Page 190: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/190.jpg)
190
El libro de la biblioteca de Móstoles
un rato, se acercó a las taquillas.—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole
con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te
despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no
encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.
A última hora de la mañana, le sacó del primer sueño un tren en direc-ción contraria. Creyó que estaría cerca de Aranda, pero no. En duermevela, siguió alimentando sus vagos proyectos.
“Mi vecina, la Jimena, sigue soltera. Hace dos años, en la Fiesta del Vino, me dijo que por dar gusto a los viejos se habría casao conmigo. Ha-brá alguna viña libre. Dinero no nos sobrará, pero casa y trabajo no han de faltar”.
El peso de la cabeza y el olor de sus eructos, a bellotas podridas y uvas fermentadas, le obligaban a ocultarse detrás de la consciencia.
Cayendo la tarde, le descubrió un agente de seguridad. Costó hacer-le entender que aquel tren, sobre raíles muertos, no le llevaría a ninguna parte.
—¡Joder! ¿Qué muertos? Yo quiero ir a Quintanilla —dijo con dificul-tad.
Le pusieron en un tren que lo dejó en Atocha. Cuando llegó iba a salir el último mercancías con destino a Burgos. Saltó el torno y corrió al andén. Aturdido, alcanzó el vagón de cola con el convoy en marcha.
Por fin, después de una noche a la intemperie, entre dos contenedores: uno con el rótulo de “Naranjas Valencianas”, y de “Embragues Villaverde”, el otro, llegó a su Quintanilla natal. Los primeros rayos de un sol brillante,
![Page 191: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/191.jpg)
191
§Seg
y el Arlanza, con su cara vaporosa, despertaban para él nuevos horizontes. Los padres, ya mayores, lo recibieron como si volviera de una guerra.
Jimena no quiso saber nada de él, pero cambió de opinión cuando lo vio aseado y con ropa de domingo. Él explicó sin muchos detalles los motivos de su regreso. Nadie le preguntó más, ni siquiera por el bulto de la cabeza.
Sin nada mejor que hacer, se estrenó con unas cepas abandonadas, en una ladera inculta. “Si la tierra no me puede, el vino de esta viña correrá en muchas fiestas, y yo habré quemao la maleza de los peores tiempos”, se dijo ceremonioso, observando el fruto, a punto de cerner.
Con entusiasmo y los quehaceres fatigosos de sol a sol, elaboró la pri-mera cosecha en la vieja bodega familiar. Sus caldos se vendieron mejor de lo que esperaba, tanto que tuvo que ampliar viñedos y lagares.
La segunda añada ya mereció “Medalla de Plata”. Aprovechando la entrega del galardón, pagó una comida a sus amigos de Móstoles en un restaurante de lujo, en Madrid. A los postres, de pie, levantó la copa y dijo:
—¡Por vosotros! Vivo gracias al zapatazo que me dio la Magdalena, pero a esa ni mentarla. La Jimena y yo nos hacemos tilín. Ahora empiezan a desaparecer los nubarrones de marras, cuando el tren no andaba, aquel día que me achispé. Vuelvo a la tierra, nunca debí salir de ella”.
Emocionado, después de muchos aplausos y felicitaciones, se fue.
![Page 192: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/192.jpg)
![Page 193: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/193.jpg)
Alejandro Pérez García
![Page 194: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/194.jpg)
194
![Page 195: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/195.jpg)
195
Ezequiel, El Moliendas, estudió por libre el bachiller en su pueblo. El muchacho salió listo. Lo mismo calculaba, con sólo mirar, los sacos
necesarios para portear un muelo de trigo, que citaba de memoria a todos los soberanos de España y los hechos de sus reinados. Quizá por eso perdía el sueño cuando se imaginaba mayor sobre la esteva del arado, careando rebaños o consumiendo su vida al runrún cansino del molino familiar. Se propuso seguir estudiando, aunque para ello tuviera que salir de Villalpá-ramo.
Los padres, con pesar, accedieron a sus pretensiones. Juntaron trescien-tas pesetas, compraron el billete para el coche de línea y, casi llorando, despidieron al chico en la plaza. Era octubre. Las uvas ya estaban maduras.
Ezequiel llegó a Madrid con la ropa de los domingos y la eterna maleta de madera color caqui, atada con un cordel de bramante trenzado. Le dejó sin respiración el fuerte olor a humo de los coches y el mal aliento de las alcantarillas. Para bien, algunas señoras olían a perfumes y maquillajes, de esos que despiertan todos los apetitos. En los cines de estreno se anunciaba la película El calor de la noche, y pronto se hablaría del asesinato de Martin Luther King. Aquel Madrid le pareció grande, pero escaso de trato y lleno de apuros. Hasta los gatos miraban con deseo las sardinas pintadas en los escaparates de las pescaderías. En esa espesura tuvo que abrirse camino el recién llegado.
Él quería estudiar
![Page 196: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/196.jpg)
196
El libro de la biblioteca de Móstoles
Encontró una pensión en el Puente de Vallecas por tres mil pesetas, todo completo, pero sin ducha caliente ni brasero. No le importó. No esta-ba acostumbrado a bañarse, y cuando llegara el frío estudiaría como siem-pre, en la cama o arropado con una manta.
Al día siguiente recabó información en algunas academias. Las clases, los libros y la matrícula le iban a costar otras dos mil pelas. Cinco mil en total; aparte locomociones y más gastos. Era demasiado. Difícil conseguir tanto.
Después de mucho indagar, encontró trabajo en las oficinas de unos almacenes. Ocho horas, cuatro mil pesetas. Ya tenía para vivir, pero no para estudiar. Él quería ser perito mercantil. ¿Cómo ganar lo que faltaba? Intentando sacarse un sobresueldo a deshoras, de guarda o de lo que fuese, preguntó a los serenos y en las tahonas, en construcciones y discotecas, en cines y en casas de juego. ¡Nada! Sus pesquisas no hallaban respuesta. Em-pezó a sentirse mal. Perdió el apetito, el sueño y hasta la sonrisa.
Los días pasaban como trenes vacíos. El plazo para la reserva de matrí-cula llegaba a su fin. No olvidaba las recomendaciones que le hizo su madre antes de salir de Villalpáramo.
—Si necesitas algo, lo pides. No pases calamidades, hijo, que de eso ya tenemos aquí. Te vuelves y en paz.
“No. Eso nunca, aunque no caería en deshonra si volviera. Quizá... ¿Quién sabe?”, se dijo una tarde desapacible, harto de buscar. Luego se le saltaron las lágrimas al recordar la olla casera y los mantecados de su tía Basi.
Un compañero de trabajo, viendo cómo aquel muchachote arrastraba los zapatos sin ganas, se interesó por sus males. Ezequiel le puso al corrien-te de todo. No escondió la tristeza de su mirada, a punto de inundarse.
—Los de los pueblos sois la leche. Venís a comeros el mundo, pero no traéis cuchara. Ganarías una pasta vendiendo cacerolas o cosméticos o Bí-blias por las casas, pero si quieres algo rápido, aunque más chungo, vete a Legazpi. Allí puedes ganar cien duros, o más, en dos ratos.
—Y ¿qué hay que hacer? —preguntó Ezequiel, algo incrédulo.
![Page 197: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/197.jpg)
197
§Seg
—Descargar camiones, gilí ¿qué va a ser?Al día siguiente, El Moliendas estaba a las cuatro de la mañana en el
mercado de frutas y verduras. Tras muchos regateos, se puso de acuerdo con el señor Crispín, malagueño, con un Pegaso nuevo, lleno a reventar. Nunca había visto tantas uvas blancas: un envase, otro, otro más, muchí-simos; sobre un hombro, luego sobre el otro. Perdió la cuenta del pesado trajín entre el ir y venir, del vehículo a la pila, de la pila al vehículo.
A las ocho, según lo pactado, el camión ya estaba vacío, y las quinientas pesetas convenidas, en su poder. Quedaron en verse todos los jueves a la misma hora. Con aquellas perspectivas de continuidad y el dinero en el bolsillo, a Ezequiel ya no le molestaba tanto el humo de los coches; sólo olía a fruta fresca, a verde esperanza. Subiendo por Delicias se besó el puño que apretaba el billete. ¡Bendito billete! Pensó ponerlo en un cuadro de ébano con filigranas barrocas, pero qué va. Él no salió del pueblo para ser coleccionista.
Tan maravillado, no reparó en el dolor de sus brazos, de su espalda. Se dio cuenta en el metro, al sujetarse en la barra del techo. Sintió los mor-discos crueles de las trescientas cajas de moscateles que había descargado. Olvidó enseguida. Miró para arriba y adivinó el cielo a través de los fluo-rescentes del vagón. Vio que su luna estaba un poco más cerca; y al lado, una estrella, dulce como el arrope, iluminaba sus caminos preferidos.
![Page 198: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/198.jpg)
198
El libro de la biblioteca de Móstoles
Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la ejecu-ción de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.
—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.
Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.
Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.
Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.
Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear un rato, se acercó a las taquillas.
—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole
con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te
despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no
encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.
![Page 199: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/199.jpg)
199
Volver
Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la eje-cución de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el
sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.
—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.
Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.
Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.
Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.
Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear
![Page 200: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/200.jpg)
200
El libro de la biblioteca de Móstoles
un rato, se acercó a las taquillas.—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole
con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te
despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no
encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.
A última hora de la mañana, le sacó del primer sueño un tren en direc-ción contraria. Creyó que estaría cerca de Aranda, pero no. En duermevela, siguió alimentando sus vagos proyectos.
“Mi vecina, la Jimena, sigue soltera. Hace dos años, en la Fiesta del Vino, me dijo que por dar gusto a los viejos se habría casao conmigo. Ha-brá alguna viña libre. Dinero no nos sobrará, pero casa y trabajo no han de faltar”.
El peso de la cabeza y el olor de sus eructos, a bellotas podridas y uvas fermentadas, le obligaban a ocultarse detrás de la consciencia.
Cayendo la tarde, le descubrió un agente de seguridad. Costó hacer-le entender que aquel tren, sobre raíles muertos, no le llevaría a ninguna parte.
—¡Joder! ¿Qué muertos? Yo quiero ir a Quintanilla —dijo con dificul-tad.
Le pusieron en un tren que lo dejó en Atocha. Cuando llegó iba a salir el último mercancías con destino a Burgos. Saltó el torno y corrió al andén. Aturdido, alcanzó el vagón de cola con el convoy en marcha.
Por fin, después de una noche a la intemperie, entre dos contenedores: uno con el rótulo de “Naranjas Valencianas”, y de “Embragues Villaverde”, el otro, llegó a su Quintanilla natal. Los primeros rayos de un sol brillante,
![Page 201: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/201.jpg)
201
§Seg
y el Arlanza, con su cara vaporosa, despertaban para él nuevos horizontes. Los padres, ya mayores, lo recibieron como si volviera de una guerra.
Jimena no quiso saber nada de él, pero cambió de opinión cuando lo vio aseado y con ropa de domingo. Él explicó sin muchos detalles los motivos de su regreso. Nadie le preguntó más, ni siquiera por el bulto de la cabeza.
Sin nada mejor que hacer, se estrenó con unas cepas abandonadas, en una ladera inculta. “Si la tierra no me puede, el vino de esta viña correrá en muchas fiestas, y yo habré quemao la maleza de los peores tiempos”, se dijo ceremonioso, observando el fruto, a punto de cerner.
Con entusiasmo y los quehaceres fatigosos de sol a sol, elaboró la pri-mera cosecha en la vieja bodega familiar. Sus caldos se vendieron mejor de lo que esperaba, tanto que tuvo que ampliar viñedos y lagares.
La segunda añada ya mereció “Medalla de Plata”. Aprovechando la entrega del galardón, pagó una comida a sus amigos de Móstoles en un restaurante de lujo, en Madrid. A los postres, de pie, levantó la copa y dijo:
—¡Por vosotros! Vivo gracias al zapatazo que me dio la Magdalena, pero a esa ni mentarla. La Jimena y yo nos hacemos tilín. Ahora empiezan a desaparecer los nubarrones de marras, cuando el tren no andaba, aquel día que me achispé. Vuelvo a la tierra, nunca debí salir de ella”.
Emocionado, después de muchos aplausos y felicitaciones, se fue.
![Page 202: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/202.jpg)
![Page 203: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/203.jpg)
Alejandro Pérez García
![Page 204: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/204.jpg)
204
![Page 205: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/205.jpg)
205
Ezequiel, El Moliendas, estudió por libre el bachiller en su pueblo. El muchacho salió listo. Lo mismo calculaba, con sólo mirar, los sacos
necesarios para portear un muelo de trigo, que citaba de memoria a todos los soberanos de España y los hechos de sus reinados. Quizá por eso perdía el sueño cuando se imaginaba mayor sobre la esteva del arado, careando rebaños o consumiendo su vida al runrún cansino del molino familiar. Se propuso seguir estudiando, aunque para ello tuviera que salir de Villalpá-ramo.
Los padres, con pesar, accedieron a sus pretensiones. Juntaron trescien-tas pesetas, compraron el billete para el coche de línea y, casi llorando, despidieron al chico en la plaza. Era octubre. Las uvas ya estaban maduras.
Ezequiel llegó a Madrid con la ropa de los domingos y la eterna maleta de madera color caqui, atada con un cordel de bramante trenzado. Le dejó sin respiración el fuerte olor a humo de los coches y el mal aliento de las alcantarillas. Para bien, algunas señoras olían a perfumes y maquillajes, de esos que despiertan todos los apetitos. En los cines de estreno se anunciaba la película El calor de la noche, y pronto se hablaría del asesinato de Martin Luther King. Aquel Madrid le pareció grande, pero escaso de trato y lleno de apuros. Hasta los gatos miraban con deseo las sardinas pintadas en los escaparates de las pescaderías. En esa espesura tuvo que abrirse camino el recién llegado.
Él quería estudiar
![Page 206: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/206.jpg)
206
El libro de la biblioteca de Móstoles
Encontró una pensión en el Puente de Vallecas por tres mil pesetas, todo completo, pero sin ducha caliente ni brasero. No le importó. No esta-ba acostumbrado a bañarse, y cuando llegara el frío estudiaría como siem-pre, en la cama o arropado con una manta.
Al día siguiente recabó información en algunas academias. Las clases, los libros y la matrícula le iban a costar otras dos mil pelas. Cinco mil en total; aparte locomociones y más gastos. Era demasiado. Difícil conseguir tanto.
Después de mucho indagar, encontró trabajo en las oficinas de unos almacenes. Ocho horas, cuatro mil pesetas. Ya tenía para vivir, pero no para estudiar. Él quería ser perito mercantil. ¿Cómo ganar lo que faltaba? Intentando sacarse un sobresueldo a deshoras, de guarda o de lo que fuese, preguntó a los serenos y en las tahonas, en construcciones y discotecas, en cines y en casas de juego. ¡Nada! Sus pesquisas no hallaban respuesta. Em-pezó a sentirse mal. Perdió el apetito, el sueño y hasta la sonrisa.
Los días pasaban como trenes vacíos. El plazo para la reserva de matrí-cula llegaba a su fin. No olvidaba las recomendaciones que le hizo su madre antes de salir de Villalpáramo.
—Si necesitas algo, lo pides. No pases calamidades, hijo, que de eso ya tenemos aquí. Te vuelves y en paz.
“No. Eso nunca, aunque no caería en deshonra si volviera. Quizá... ¿Quién sabe?”, se dijo una tarde desapacible, harto de buscar. Luego se le saltaron las lágrimas al recordar la olla casera y los mantecados de su tía Basi.
Un compañero de trabajo, viendo cómo aquel muchachote arrastraba los zapatos sin ganas, se interesó por sus males. Ezequiel le puso al corrien-te de todo. No escondió la tristeza de su mirada, a punto de inundarse.
—Los de los pueblos sois la leche. Venís a comeros el mundo, pero no traéis cuchara. Ganarías una pasta vendiendo cacerolas o cosméticos o Bí-blias por las casas, pero si quieres algo rápido, aunque más chungo, vete a Legazpi. Allí puedes ganar cien duros, o más, en dos ratos.
—Y ¿qué hay que hacer? —preguntó Ezequiel, algo incrédulo.
![Page 207: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/207.jpg)
207
§Seg
—Descargar camiones, gilí ¿qué va a ser?Al día siguiente, El Moliendas estaba a las cuatro de la mañana en el
mercado de frutas y verduras. Tras muchos regateos, se puso de acuerdo con el señor Crispín, malagueño, con un Pegaso nuevo, lleno a reventar. Nunca había visto tantas uvas blancas: un envase, otro, otro más, muchí-simos; sobre un hombro, luego sobre el otro. Perdió la cuenta del pesado trajín entre el ir y venir, del vehículo a la pila, de la pila al vehículo.
A las ocho, según lo pactado, el camión ya estaba vacío, y las quinientas pesetas convenidas, en su poder. Quedaron en verse todos los jueves a la misma hora. Con aquellas perspectivas de continuidad y el dinero en el bolsillo, a Ezequiel ya no le molestaba tanto el humo de los coches; sólo olía a fruta fresca, a verde esperanza. Subiendo por Delicias se besó el puño que apretaba el billete. ¡Bendito billete! Pensó ponerlo en un cuadro de ébano con filigranas barrocas, pero qué va. Él no salió del pueblo para ser coleccionista.
Tan maravillado, no reparó en el dolor de sus brazos, de su espalda. Se dio cuenta en el metro, al sujetarse en la barra del techo. Sintió los mor-discos crueles de las trescientas cajas de moscateles que había descargado. Olvidó enseguida. Miró para arriba y adivinó el cielo a través de los fluo-rescentes del vagón. Vio que su luna estaba un poco más cerca; y al lado, una estrella, dulce como el arrope, iluminaba sus caminos preferidos.
![Page 208: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/208.jpg)
208
El libro de la biblioteca de Móstoles
Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la ejecu-ción de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.
—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.
Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.
Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.
Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.
Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear un rato, se acercó a las taquillas.
—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole
con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te
despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no
encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.
![Page 209: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/209.jpg)
209
Volver
Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la eje-cución de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el
sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.
—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.
Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.
Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.
Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.
Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear
![Page 210: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/210.jpg)
210
El libro de la biblioteca de Móstoles
un rato, se acercó a las taquillas.—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole
con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te
despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no
encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.
A última hora de la mañana, le sacó del primer sueño un tren en direc-ción contraria. Creyó que estaría cerca de Aranda, pero no. En duermevela, siguió alimentando sus vagos proyectos.
“Mi vecina, la Jimena, sigue soltera. Hace dos años, en la Fiesta del Vino, me dijo que por dar gusto a los viejos se habría casao conmigo. Ha-brá alguna viña libre. Dinero no nos sobrará, pero casa y trabajo no han de faltar”.
El peso de la cabeza y el olor de sus eructos, a bellotas podridas y uvas fermentadas, le obligaban a ocultarse detrás de la consciencia.
Cayendo la tarde, le descubrió un agente de seguridad. Costó hacer-le entender que aquel tren, sobre raíles muertos, no le llevaría a ninguna parte.
—¡Joder! ¿Qué muertos? Yo quiero ir a Quintanilla —dijo con dificul-tad.
Le pusieron en un tren que lo dejó en Atocha. Cuando llegó iba a salir el último mercancías con destino a Burgos. Saltó el torno y corrió al andén. Aturdido, alcanzó el vagón de cola con el convoy en marcha.
Por fin, después de una noche a la intemperie, entre dos contenedores: uno con el rótulo de “Naranjas Valencianas”, y de “Embragues Villaverde”, el otro, llegó a su Quintanilla natal. Los primeros rayos de un sol brillante,
![Page 211: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/211.jpg)
211
§Seg
y el Arlanza, con su cara vaporosa, despertaban para él nuevos horizontes. Los padres, ya mayores, lo recibieron como si volviera de una guerra.
Jimena no quiso saber nada de él, pero cambió de opinión cuando lo vio aseado y con ropa de domingo. Él explicó sin muchos detalles los motivos de su regreso. Nadie le preguntó más, ni siquiera por el bulto de la cabeza.
Sin nada mejor que hacer, se estrenó con unas cepas abandonadas, en una ladera inculta. “Si la tierra no me puede, el vino de esta viña correrá en muchas fiestas, y yo habré quemao la maleza de los peores tiempos”, se dijo ceremonioso, observando el fruto, a punto de cerner.
Con entusiasmo y los quehaceres fatigosos de sol a sol, elaboró la pri-mera cosecha en la vieja bodega familiar. Sus caldos se vendieron mejor de lo que esperaba, tanto que tuvo que ampliar viñedos y lagares.
La segunda añada ya mereció “Medalla de Plata”. Aprovechando la entrega del galardón, pagó una comida a sus amigos de Móstoles en un restaurante de lujo, en Madrid. A los postres, de pie, levantó la copa y dijo:
—¡Por vosotros! Vivo gracias al zapatazo que me dio la Magdalena, pero a esa ni mentarla. La Jimena y yo nos hacemos tilín. Ahora empiezan a desaparecer los nubarrones de marras, cuando el tren no andaba, aquel día que me achispé. Vuelvo a la tierra, nunca debí salir de ella”.
Emocionado, después de muchos aplausos y felicitaciones, se fue.
![Page 212: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/212.jpg)
![Page 213: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/213.jpg)
Alejandro Pérez García
![Page 214: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/214.jpg)
214
![Page 215: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/215.jpg)
215
Ezequiel, El Moliendas, estudió por libre el bachiller en su pueblo. El muchacho salió listo. Lo mismo calculaba, con sólo mirar, los sacos
necesarios para portear un muelo de trigo, que citaba de memoria a todos los soberanos de España y los hechos de sus reinados. Quizá por eso perdía el sueño cuando se imaginaba mayor sobre la esteva del arado, careando rebaños o consumiendo su vida al runrún cansino del molino familiar. Se propuso seguir estudiando, aunque para ello tuviera que salir de Villalpá-ramo.
Los padres, con pesar, accedieron a sus pretensiones. Juntaron trescien-tas pesetas, compraron el billete para el coche de línea y, casi llorando, despidieron al chico en la plaza. Era octubre. Las uvas ya estaban maduras.
Ezequiel llegó a Madrid con la ropa de los domingos y la eterna maleta de madera color caqui, atada con un cordel de bramante trenzado. Le dejó sin respiración el fuerte olor a humo de los coches y el mal aliento de las alcantarillas. Para bien, algunas señoras olían a perfumes y maquillajes, de esos que despiertan todos los apetitos. En los cines de estreno se anunciaba la película El calor de la noche, y pronto se hablaría del asesinato de Martin Luther King. Aquel Madrid le pareció grande, pero escaso de trato y lleno de apuros. Hasta los gatos miraban con deseo las sardinas pintadas en los escaparates de las pescaderías. En esa espesura tuvo que abrirse camino el recién llegado.
Él quería estudiar
![Page 216: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/216.jpg)
216
El libro de la biblioteca de Móstoles
Encontró una pensión en el Puente de Vallecas por tres mil pesetas, todo completo, pero sin ducha caliente ni brasero. No le importó. No esta-ba acostumbrado a bañarse, y cuando llegara el frío estudiaría como siem-pre, en la cama o arropado con una manta.
Al día siguiente recabó información en algunas academias. Las clases, los libros y la matrícula le iban a costar otras dos mil pelas. Cinco mil en total; aparte locomociones y más gastos. Era demasiado. Difícil conseguir tanto.
Después de mucho indagar, encontró trabajo en las oficinas de unos almacenes. Ocho horas, cuatro mil pesetas. Ya tenía para vivir, pero no para estudiar. Él quería ser perito mercantil. ¿Cómo ganar lo que faltaba? Intentando sacarse un sobresueldo a deshoras, de guarda o de lo que fuese, preguntó a los serenos y en las tahonas, en construcciones y discotecas, en cines y en casas de juego. ¡Nada! Sus pesquisas no hallaban respuesta. Em-pezó a sentirse mal. Perdió el apetito, el sueño y hasta la sonrisa.
Los días pasaban como trenes vacíos. El plazo para la reserva de matrí-cula llegaba a su fin. No olvidaba las recomendaciones que le hizo su madre antes de salir de Villalpáramo.
—Si necesitas algo, lo pides. No pases calamidades, hijo, que de eso ya tenemos aquí. Te vuelves y en paz.
“No. Eso nunca, aunque no caería en deshonra si volviera. Quizá... ¿Quién sabe?”, se dijo una tarde desapacible, harto de buscar. Luego se le saltaron las lágrimas al recordar la olla casera y los mantecados de su tía Basi.
Un compañero de trabajo, viendo cómo aquel muchachote arrastraba los zapatos sin ganas, se interesó por sus males. Ezequiel le puso al corrien-te de todo. No escondió la tristeza de su mirada, a punto de inundarse.
—Los de los pueblos sois la leche. Venís a comeros el mundo, pero no traéis cuchara. Ganarías una pasta vendiendo cacerolas o cosméticos o Bí-blias por las casas, pero si quieres algo rápido, aunque más chungo, vete a Legazpi. Allí puedes ganar cien duros, o más, en dos ratos.
—Y ¿qué hay que hacer? —preguntó Ezequiel, algo incrédulo.
![Page 217: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/217.jpg)
217
§Seg
—Descargar camiones, gilí ¿qué va a ser?Al día siguiente, El Moliendas estaba a las cuatro de la mañana en el
mercado de frutas y verduras. Tras muchos regateos, se puso de acuerdo con el señor Crispín, malagueño, con un Pegaso nuevo, lleno a reventar. Nunca había visto tantas uvas blancas: un envase, otro, otro más, muchí-simos; sobre un hombro, luego sobre el otro. Perdió la cuenta del pesado trajín entre el ir y venir, del vehículo a la pila, de la pila al vehículo.
A las ocho, según lo pactado, el camión ya estaba vacío, y las quinientas pesetas convenidas, en su poder. Quedaron en verse todos los jueves a la misma hora. Con aquellas perspectivas de continuidad y el dinero en el bolsillo, a Ezequiel ya no le molestaba tanto el humo de los coches; sólo olía a fruta fresca, a verde esperanza. Subiendo por Delicias se besó el puño que apretaba el billete. ¡Bendito billete! Pensó ponerlo en un cuadro de ébano con filigranas barrocas, pero qué va. Él no salió del pueblo para ser coleccionista.
Tan maravillado, no reparó en el dolor de sus brazos, de su espalda. Se dio cuenta en el metro, al sujetarse en la barra del techo. Sintió los mor-discos crueles de las trescientas cajas de moscateles que había descargado. Olvidó enseguida. Miró para arriba y adivinó el cielo a través de los fluo-rescentes del vagón. Vio que su luna estaba un poco más cerca; y al lado, una estrella, dulce como el arrope, iluminaba sus caminos preferidos.
![Page 218: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/218.jpg)
218
El libro de la biblioteca de Móstoles
Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la ejecu-ción de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.
—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.
Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.
Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.
Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.
Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear un rato, se acercó a las taquillas.
—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole
con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te
despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no
encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.
![Page 219: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/219.jpg)
219
Volver
Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la eje-cución de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el
sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.
—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.
Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.
Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.
Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.
Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear
![Page 220: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/220.jpg)
220
El libro de la biblioteca de Móstoles
un rato, se acercó a las taquillas.—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole
con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te
despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no
encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.
A última hora de la mañana, le sacó del primer sueño un tren en direc-ción contraria. Creyó que estaría cerca de Aranda, pero no. En duermevela, siguió alimentando sus vagos proyectos.
“Mi vecina, la Jimena, sigue soltera. Hace dos años, en la Fiesta del Vino, me dijo que por dar gusto a los viejos se habría casao conmigo. Ha-brá alguna viña libre. Dinero no nos sobrará, pero casa y trabajo no han de faltar”.
El peso de la cabeza y el olor de sus eructos, a bellotas podridas y uvas fermentadas, le obligaban a ocultarse detrás de la consciencia.
Cayendo la tarde, le descubrió un agente de seguridad. Costó hacer-le entender que aquel tren, sobre raíles muertos, no le llevaría a ninguna parte.
—¡Joder! ¿Qué muertos? Yo quiero ir a Quintanilla —dijo con dificul-tad.
Le pusieron en un tren que lo dejó en Atocha. Cuando llegó iba a salir el último mercancías con destino a Burgos. Saltó el torno y corrió al andén. Aturdido, alcanzó el vagón de cola con el convoy en marcha.
Por fin, después de una noche a la intemperie, entre dos contenedores: uno con el rótulo de “Naranjas Valencianas”, y de “Embragues Villaverde”, el otro, llegó a su Quintanilla natal. Los primeros rayos de un sol brillante,
![Page 221: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/221.jpg)
221
§Seg
y el Arlanza, con su cara vaporosa, despertaban para él nuevos horizontes. Los padres, ya mayores, lo recibieron como si volviera de una guerra.
Jimena no quiso saber nada de él, pero cambió de opinión cuando lo vio aseado y con ropa de domingo. Él explicó sin muchos detalles los motivos de su regreso. Nadie le preguntó más, ni siquiera por el bulto de la cabeza.
Sin nada mejor que hacer, se estrenó con unas cepas abandonadas, en una ladera inculta. “Si la tierra no me puede, el vino de esta viña correrá en muchas fiestas, y yo habré quemao la maleza de los peores tiempos”, se dijo ceremonioso, observando el fruto, a punto de cerner.
Con entusiasmo y los quehaceres fatigosos de sol a sol, elaboró la pri-mera cosecha en la vieja bodega familiar. Sus caldos se vendieron mejor de lo que esperaba, tanto que tuvo que ampliar viñedos y lagares.
La segunda añada ya mereció “Medalla de Plata”. Aprovechando la entrega del galardón, pagó una comida a sus amigos de Móstoles en un restaurante de lujo, en Madrid. A los postres, de pie, levantó la copa y dijo:
—¡Por vosotros! Vivo gracias al zapatazo que me dio la Magdalena, pero a esa ni mentarla. La Jimena y yo nos hacemos tilín. Ahora empiezan a desaparecer los nubarrones de marras, cuando el tren no andaba, aquel día que me achispé. Vuelvo a la tierra, nunca debí salir de ella”.
Emocionado, después de muchos aplausos y felicitaciones, se fue.
![Page 222: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/222.jpg)
![Page 223: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/223.jpg)
Alejandro Pérez García
![Page 224: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/224.jpg)
224
![Page 225: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/225.jpg)
225
Ezequiel, El Moliendas, estudió por libre el bachiller en su pueblo. El muchacho salió listo. Lo mismo calculaba, con sólo mirar, los sacos
necesarios para portear un muelo de trigo, que citaba de memoria a todos los soberanos de España y los hechos de sus reinados. Quizá por eso perdía el sueño cuando se imaginaba mayor sobre la esteva del arado, careando rebaños o consumiendo su vida al runrún cansino del molino familiar. Se propuso seguir estudiando, aunque para ello tuviera que salir de Villalpá-ramo.
Los padres, con pesar, accedieron a sus pretensiones. Juntaron trescien-tas pesetas, compraron el billete para el coche de línea y, casi llorando, despidieron al chico en la plaza. Era octubre. Las uvas ya estaban maduras.
Ezequiel llegó a Madrid con la ropa de los domingos y la eterna maleta de madera color caqui, atada con un cordel de bramante trenzado. Le dejó sin respiración el fuerte olor a humo de los coches y el mal aliento de las alcantarillas. Para bien, algunas señoras olían a perfumes y maquillajes, de esos que despiertan todos los apetitos. En los cines de estreno se anunciaba la película El calor de la noche, y pronto se hablaría del asesinato de Martin Luther King. Aquel Madrid le pareció grande, pero escaso de trato y lleno de apuros. Hasta los gatos miraban con deseo las sardinas pintadas en los escaparates de las pescaderías. En esa espesura tuvo que abrirse camino el recién llegado.
Él quería estudiar
![Page 226: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/226.jpg)
226
El libro de la biblioteca de Móstoles
Encontró una pensión en el Puente de Vallecas por tres mil pesetas, todo completo, pero sin ducha caliente ni brasero. No le importó. No esta-ba acostumbrado a bañarse, y cuando llegara el frío estudiaría como siem-pre, en la cama o arropado con una manta.
Al día siguiente recabó información en algunas academias. Las clases, los libros y la matrícula le iban a costar otras dos mil pelas. Cinco mil en total; aparte locomociones y más gastos. Era demasiado. Difícil conseguir tanto.
Después de mucho indagar, encontró trabajo en las oficinas de unos almacenes. Ocho horas, cuatro mil pesetas. Ya tenía para vivir, pero no para estudiar. Él quería ser perito mercantil. ¿Cómo ganar lo que faltaba? Intentando sacarse un sobresueldo a deshoras, de guarda o de lo que fuese, preguntó a los serenos y en las tahonas, en construcciones y discotecas, en cines y en casas de juego. ¡Nada! Sus pesquisas no hallaban respuesta. Em-pezó a sentirse mal. Perdió el apetito, el sueño y hasta la sonrisa.
Los días pasaban como trenes vacíos. El plazo para la reserva de matrí-cula llegaba a su fin. No olvidaba las recomendaciones que le hizo su madre antes de salir de Villalpáramo.
—Si necesitas algo, lo pides. No pases calamidades, hijo, que de eso ya tenemos aquí. Te vuelves y en paz.
“No. Eso nunca, aunque no caería en deshonra si volviera. Quizá... ¿Quién sabe?”, se dijo una tarde desapacible, harto de buscar. Luego se le saltaron las lágrimas al recordar la olla casera y los mantecados de su tía Basi.
Un compañero de trabajo, viendo cómo aquel muchachote arrastraba los zapatos sin ganas, se interesó por sus males. Ezequiel le puso al corrien-te de todo. No escondió la tristeza de su mirada, a punto de inundarse.
—Los de los pueblos sois la leche. Venís a comeros el mundo, pero no traéis cuchara. Ganarías una pasta vendiendo cacerolas o cosméticos o Bí-blias por las casas, pero si quieres algo rápido, aunque más chungo, vete a Legazpi. Allí puedes ganar cien duros, o más, en dos ratos.
—Y ¿qué hay que hacer? —preguntó Ezequiel, algo incrédulo.
![Page 227: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/227.jpg)
227
§Seg
—Descargar camiones, gilí ¿qué va a ser?Al día siguiente, El Moliendas estaba a las cuatro de la mañana en el
mercado de frutas y verduras. Tras muchos regateos, se puso de acuerdo con el señor Crispín, malagueño, con un Pegaso nuevo, lleno a reventar. Nunca había visto tantas uvas blancas: un envase, otro, otro más, muchí-simos; sobre un hombro, luego sobre el otro. Perdió la cuenta del pesado trajín entre el ir y venir, del vehículo a la pila, de la pila al vehículo.
A las ocho, según lo pactado, el camión ya estaba vacío, y las quinientas pesetas convenidas, en su poder. Quedaron en verse todos los jueves a la misma hora. Con aquellas perspectivas de continuidad y el dinero en el bolsillo, a Ezequiel ya no le molestaba tanto el humo de los coches; sólo olía a fruta fresca, a verde esperanza. Subiendo por Delicias se besó el puño que apretaba el billete. ¡Bendito billete! Pensó ponerlo en un cuadro de ébano con filigranas barrocas, pero qué va. Él no salió del pueblo para ser coleccionista.
Tan maravillado, no reparó en el dolor de sus brazos, de su espalda. Se dio cuenta en el metro, al sujetarse en la barra del techo. Sintió los mor-discos crueles de las trescientas cajas de moscateles que había descargado. Olvidó enseguida. Miró para arriba y adivinó el cielo a través de los fluo-rescentes del vagón. Vio que su luna estaba un poco más cerca; y al lado, una estrella, dulce como el arrope, iluminaba sus caminos preferidos.
![Page 228: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/228.jpg)
228
El libro de la biblioteca de Móstoles
Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la ejecu-ción de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.
—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.
Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.
Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.
Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.
Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear un rato, se acercó a las taquillas.
—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole
con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te
despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no
encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.
![Page 229: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/229.jpg)
229
Volver
Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la eje-cución de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el
sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.
—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.
Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.
Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.
Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.
Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear
![Page 230: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/230.jpg)
230
El libro de la biblioteca de Móstoles
un rato, se acercó a las taquillas.—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole
con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te
despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no
encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.
A última hora de la mañana, le sacó del primer sueño un tren en direc-ción contraria. Creyó que estaría cerca de Aranda, pero no. En duermevela, siguió alimentando sus vagos proyectos.
“Mi vecina, la Jimena, sigue soltera. Hace dos años, en la Fiesta del Vino, me dijo que por dar gusto a los viejos se habría casao conmigo. Ha-brá alguna viña libre. Dinero no nos sobrará, pero casa y trabajo no han de faltar”.
El peso de la cabeza y el olor de sus eructos, a bellotas podridas y uvas fermentadas, le obligaban a ocultarse detrás de la consciencia.
Cayendo la tarde, le descubrió un agente de seguridad. Costó hacer-le entender que aquel tren, sobre raíles muertos, no le llevaría a ninguna parte.
—¡Joder! ¿Qué muertos? Yo quiero ir a Quintanilla —dijo con dificul-tad.
Le pusieron en un tren que lo dejó en Atocha. Cuando llegó iba a salir el último mercancías con destino a Burgos. Saltó el torno y corrió al andén. Aturdido, alcanzó el vagón de cola con el convoy en marcha.
Por fin, después de una noche a la intemperie, entre dos contenedores: uno con el rótulo de “Naranjas Valencianas”, y de “Embragues Villaverde”, el otro, llegó a su Quintanilla natal. Los primeros rayos de un sol brillante,
![Page 231: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/231.jpg)
231
§Seg
y el Arlanza, con su cara vaporosa, despertaban para él nuevos horizontes. Los padres, ya mayores, lo recibieron como si volviera de una guerra.
Jimena no quiso saber nada de él, pero cambió de opinión cuando lo vio aseado y con ropa de domingo. Él explicó sin muchos detalles los motivos de su regreso. Nadie le preguntó más, ni siquiera por el bulto de la cabeza.
Sin nada mejor que hacer, se estrenó con unas cepas abandonadas, en una ladera inculta. “Si la tierra no me puede, el vino de esta viña correrá en muchas fiestas, y yo habré quemao la maleza de los peores tiempos”, se dijo ceremonioso, observando el fruto, a punto de cerner.
Con entusiasmo y los quehaceres fatigosos de sol a sol, elaboró la pri-mera cosecha en la vieja bodega familiar. Sus caldos se vendieron mejor de lo que esperaba, tanto que tuvo que ampliar viñedos y lagares.
La segunda añada ya mereció “Medalla de Plata”. Aprovechando la entrega del galardón, pagó una comida a sus amigos de Móstoles en un restaurante de lujo, en Madrid. A los postres, de pie, levantó la copa y dijo:
—¡Por vosotros! Vivo gracias al zapatazo que me dio la Magdalena, pero a esa ni mentarla. La Jimena y yo nos hacemos tilín. Ahora empiezan a desaparecer los nubarrones de marras, cuando el tren no andaba, aquel día que me achispé. Vuelvo a la tierra, nunca debí salir de ella”.
Emocionado, después de muchos aplausos y felicitaciones, se fue.
![Page 232: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/232.jpg)
![Page 233: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/233.jpg)
Alejandro Pérez García
![Page 234: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/234.jpg)
234
![Page 235: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/235.jpg)
235
Ezequiel, El Moliendas, estudió por libre el bachiller en su pueblo. El muchacho salió listo. Lo mismo calculaba, con sólo mirar, los sacos
necesarios para portear un muelo de trigo, que citaba de memoria a todos los soberanos de España y los hechos de sus reinados. Quizá por eso perdía el sueño cuando se imaginaba mayor sobre la esteva del arado, careando rebaños o consumiendo su vida al runrún cansino del molino familiar. Se propuso seguir estudiando, aunque para ello tuviera que salir de Villalpá-ramo.
Los padres, con pesar, accedieron a sus pretensiones. Juntaron trescien-tas pesetas, compraron el billete para el coche de línea y, casi llorando, despidieron al chico en la plaza. Era octubre. Las uvas ya estaban maduras.
Ezequiel llegó a Madrid con la ropa de los domingos y la eterna maleta de madera color caqui, atada con un cordel de bramante trenzado. Le dejó sin respiración el fuerte olor a humo de los coches y el mal aliento de las alcantarillas. Para bien, algunas señoras olían a perfumes y maquillajes, de esos que despiertan todos los apetitos. En los cines de estreno se anunciaba la película El calor de la noche, y pronto se hablaría del asesinato de Martin Luther King. Aquel Madrid le pareció grande, pero escaso de trato y lleno de apuros. Hasta los gatos miraban con deseo las sardinas pintadas en los escaparates de las pescaderías. En esa espesura tuvo que abrirse camino el recién llegado.
Él quería estudiar
![Page 236: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/236.jpg)
236
El libro de la biblioteca de Móstoles
Encontró una pensión en el Puente de Vallecas por tres mil pesetas, todo completo, pero sin ducha caliente ni brasero. No le importó. No esta-ba acostumbrado a bañarse, y cuando llegara el frío estudiaría como siem-pre, en la cama o arropado con una manta.
Al día siguiente recabó información en algunas academias. Las clases, los libros y la matrícula le iban a costar otras dos mil pelas. Cinco mil en total; aparte locomociones y más gastos. Era demasiado. Difícil conseguir tanto.
Después de mucho indagar, encontró trabajo en las oficinas de unos almacenes. Ocho horas, cuatro mil pesetas. Ya tenía para vivir, pero no para estudiar. Él quería ser perito mercantil. ¿Cómo ganar lo que faltaba? Intentando sacarse un sobresueldo a deshoras, de guarda o de lo que fuese, preguntó a los serenos y en las tahonas, en construcciones y discotecas, en cines y en casas de juego. ¡Nada! Sus pesquisas no hallaban respuesta. Em-pezó a sentirse mal. Perdió el apetito, el sueño y hasta la sonrisa.
Los días pasaban como trenes vacíos. El plazo para la reserva de matrí-cula llegaba a su fin. No olvidaba las recomendaciones que le hizo su madre antes de salir de Villalpáramo.
—Si necesitas algo, lo pides. No pases calamidades, hijo, que de eso ya tenemos aquí. Te vuelves y en paz.
“No. Eso nunca, aunque no caería en deshonra si volviera. Quizá... ¿Quién sabe?”, se dijo una tarde desapacible, harto de buscar. Luego se le saltaron las lágrimas al recordar la olla casera y los mantecados de su tía Basi.
Un compañero de trabajo, viendo cómo aquel muchachote arrastraba los zapatos sin ganas, se interesó por sus males. Ezequiel le puso al corrien-te de todo. No escondió la tristeza de su mirada, a punto de inundarse.
—Los de los pueblos sois la leche. Venís a comeros el mundo, pero no traéis cuchara. Ganarías una pasta vendiendo cacerolas o cosméticos o Bí-blias por las casas, pero si quieres algo rápido, aunque más chungo, vete a Legazpi. Allí puedes ganar cien duros, o más, en dos ratos.
—Y ¿qué hay que hacer? —preguntó Ezequiel, algo incrédulo.
![Page 237: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/237.jpg)
237
§Seg
—Descargar camiones, gilí ¿qué va a ser?Al día siguiente, El Moliendas estaba a las cuatro de la mañana en el
mercado de frutas y verduras. Tras muchos regateos, se puso de acuerdo con el señor Crispín, malagueño, con un Pegaso nuevo, lleno a reventar. Nunca había visto tantas uvas blancas: un envase, otro, otro más, muchí-simos; sobre un hombro, luego sobre el otro. Perdió la cuenta del pesado trajín entre el ir y venir, del vehículo a la pila, de la pila al vehículo.
A las ocho, según lo pactado, el camión ya estaba vacío, y las quinientas pesetas convenidas, en su poder. Quedaron en verse todos los jueves a la misma hora. Con aquellas perspectivas de continuidad y el dinero en el bolsillo, a Ezequiel ya no le molestaba tanto el humo de los coches; sólo olía a fruta fresca, a verde esperanza. Subiendo por Delicias se besó el puño que apretaba el billete. ¡Bendito billete! Pensó ponerlo en un cuadro de ébano con filigranas barrocas, pero qué va. Él no salió del pueblo para ser coleccionista.
Tan maravillado, no reparó en el dolor de sus brazos, de su espalda. Se dio cuenta en el metro, al sujetarse en la barra del techo. Sintió los mor-discos crueles de las trescientas cajas de moscateles que había descargado. Olvidó enseguida. Miró para arriba y adivinó el cielo a través de los fluo-rescentes del vagón. Vio que su luna estaba un poco más cerca; y al lado, una estrella, dulce como el arrope, iluminaba sus caminos preferidos.
![Page 238: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/238.jpg)
238
El libro de la biblioteca de Móstoles
Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la ejecu-ción de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.
—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.
Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.
Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.
Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.
Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear un rato, se acercó a las taquillas.
—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole
con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te
despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no
encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.
![Page 239: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/239.jpg)
239
Volver
Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la eje-cución de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el
sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.
—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.
Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.
Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.
Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.
Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear
![Page 240: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/240.jpg)
240
El libro de la biblioteca de Móstoles
un rato, se acercó a las taquillas.—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole
con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te
despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no
encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.
A última hora de la mañana, le sacó del primer sueño un tren en direc-ción contraria. Creyó que estaría cerca de Aranda, pero no. En duermevela, siguió alimentando sus vagos proyectos.
“Mi vecina, la Jimena, sigue soltera. Hace dos años, en la Fiesta del Vino, me dijo que por dar gusto a los viejos se habría casao conmigo. Ha-brá alguna viña libre. Dinero no nos sobrará, pero casa y trabajo no han de faltar”.
El peso de la cabeza y el olor de sus eructos, a bellotas podridas y uvas fermentadas, le obligaban a ocultarse detrás de la consciencia.
Cayendo la tarde, le descubrió un agente de seguridad. Costó hacer-le entender que aquel tren, sobre raíles muertos, no le llevaría a ninguna parte.
—¡Joder! ¿Qué muertos? Yo quiero ir a Quintanilla —dijo con dificul-tad.
Le pusieron en un tren que lo dejó en Atocha. Cuando llegó iba a salir el último mercancías con destino a Burgos. Saltó el torno y corrió al andén. Aturdido, alcanzó el vagón de cola con el convoy en marcha.
Por fin, después de una noche a la intemperie, entre dos contenedores: uno con el rótulo de “Naranjas Valencianas”, y de “Embragues Villaverde”, el otro, llegó a su Quintanilla natal. Los primeros rayos de un sol brillante,
![Page 241: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/241.jpg)
241
§Seg
y el Arlanza, con su cara vaporosa, despertaban para él nuevos horizontes. Los padres, ya mayores, lo recibieron como si volviera de una guerra.
Jimena no quiso saber nada de él, pero cambió de opinión cuando lo vio aseado y con ropa de domingo. Él explicó sin muchos detalles los motivos de su regreso. Nadie le preguntó más, ni siquiera por el bulto de la cabeza.
Sin nada mejor que hacer, se estrenó con unas cepas abandonadas, en una ladera inculta. “Si la tierra no me puede, el vino de esta viña correrá en muchas fiestas, y yo habré quemao la maleza de los peores tiempos”, se dijo ceremonioso, observando el fruto, a punto de cerner.
Con entusiasmo y los quehaceres fatigosos de sol a sol, elaboró la pri-mera cosecha en la vieja bodega familiar. Sus caldos se vendieron mejor de lo que esperaba, tanto que tuvo que ampliar viñedos y lagares.
La segunda añada ya mereció “Medalla de Plata”. Aprovechando la entrega del galardón, pagó una comida a sus amigos de Móstoles en un restaurante de lujo, en Madrid. A los postres, de pie, levantó la copa y dijo:
—¡Por vosotros! Vivo gracias al zapatazo que me dio la Magdalena, pero a esa ni mentarla. La Jimena y yo nos hacemos tilín. Ahora empiezan a desaparecer los nubarrones de marras, cuando el tren no andaba, aquel día que me achispé. Vuelvo a la tierra, nunca debí salir de ella”.
Emocionado, después de muchos aplausos y felicitaciones, se fue.
![Page 242: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/242.jpg)
![Page 243: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/243.jpg)
Alejandro Pérez García
![Page 244: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/244.jpg)
244
![Page 245: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/245.jpg)
245
Ezequiel, El Moliendas, estudió por libre el bachiller en su pueblo. El muchacho salió listo. Lo mismo calculaba, con sólo mirar, los sacos
necesarios para portear un muelo de trigo, que citaba de memoria a todos los soberanos de España y los hechos de sus reinados. Quizá por eso perdía el sueño cuando se imaginaba mayor sobre la esteva del arado, careando rebaños o consumiendo su vida al runrún cansino del molino familiar. Se propuso seguir estudiando, aunque para ello tuviera que salir de Villalpá-ramo.
Los padres, con pesar, accedieron a sus pretensiones. Juntaron trescien-tas pesetas, compraron el billete para el coche de línea y, casi llorando, despidieron al chico en la plaza. Era octubre. Las uvas ya estaban maduras.
Ezequiel llegó a Madrid con la ropa de los domingos y la eterna maleta de madera color caqui, atada con un cordel de bramante trenzado. Le dejó sin respiración el fuerte olor a humo de los coches y el mal aliento de las alcantarillas. Para bien, algunas señoras olían a perfumes y maquillajes, de esos que despiertan todos los apetitos. En los cines de estreno se anunciaba la película El calor de la noche, y pronto se hablaría del asesinato de Martin Luther King. Aquel Madrid le pareció grande, pero escaso de trato y lleno de apuros. Hasta los gatos miraban con deseo las sardinas pintadas en los escaparates de las pescaderías. En esa espesura tuvo que abrirse camino el recién llegado.
Él quería estudiar
![Page 246: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/246.jpg)
246
El libro de la biblioteca de Móstoles
Encontró una pensión en el Puente de Vallecas por tres mil pesetas, todo completo, pero sin ducha caliente ni brasero. No le importó. No esta-ba acostumbrado a bañarse, y cuando llegara el frío estudiaría como siem-pre, en la cama o arropado con una manta.
Al día siguiente recabó información en algunas academias. Las clases, los libros y la matrícula le iban a costar otras dos mil pelas. Cinco mil en total; aparte locomociones y más gastos. Era demasiado. Difícil conseguir tanto.
Después de mucho indagar, encontró trabajo en las oficinas de unos almacenes. Ocho horas, cuatro mil pesetas. Ya tenía para vivir, pero no para estudiar. Él quería ser perito mercantil. ¿Cómo ganar lo que faltaba? Intentando sacarse un sobresueldo a deshoras, de guarda o de lo que fuese, preguntó a los serenos y en las tahonas, en construcciones y discotecas, en cines y en casas de juego. ¡Nada! Sus pesquisas no hallaban respuesta. Em-pezó a sentirse mal. Perdió el apetito, el sueño y hasta la sonrisa.
Los días pasaban como trenes vacíos. El plazo para la reserva de matrí-cula llegaba a su fin. No olvidaba las recomendaciones que le hizo su madre antes de salir de Villalpáramo.
—Si necesitas algo, lo pides. No pases calamidades, hijo, que de eso ya tenemos aquí. Te vuelves y en paz.
“No. Eso nunca, aunque no caería en deshonra si volviera. Quizá... ¿Quién sabe?”, se dijo una tarde desapacible, harto de buscar. Luego se le saltaron las lágrimas al recordar la olla casera y los mantecados de su tía Basi.
Un compañero de trabajo, viendo cómo aquel muchachote arrastraba los zapatos sin ganas, se interesó por sus males. Ezequiel le puso al corrien-te de todo. No escondió la tristeza de su mirada, a punto de inundarse.
—Los de los pueblos sois la leche. Venís a comeros el mundo, pero no traéis cuchara. Ganarías una pasta vendiendo cacerolas o cosméticos o Bí-blias por las casas, pero si quieres algo rápido, aunque más chungo, vete a Legazpi. Allí puedes ganar cien duros, o más, en dos ratos.
—Y ¿qué hay que hacer? —preguntó Ezequiel, algo incrédulo.
![Page 247: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/247.jpg)
247
§Seg
—Descargar camiones, gilí ¿qué va a ser?Al día siguiente, El Moliendas estaba a las cuatro de la mañana en el
mercado de frutas y verduras. Tras muchos regateos, se puso de acuerdo con el señor Crispín, malagueño, con un Pegaso nuevo, lleno a reventar. Nunca había visto tantas uvas blancas: un envase, otro, otro más, muchí-simos; sobre un hombro, luego sobre el otro. Perdió la cuenta del pesado trajín entre el ir y venir, del vehículo a la pila, de la pila al vehículo.
A las ocho, según lo pactado, el camión ya estaba vacío, y las quinientas pesetas convenidas, en su poder. Quedaron en verse todos los jueves a la misma hora. Con aquellas perspectivas de continuidad y el dinero en el bolsillo, a Ezequiel ya no le molestaba tanto el humo de los coches; sólo olía a fruta fresca, a verde esperanza. Subiendo por Delicias se besó el puño que apretaba el billete. ¡Bendito billete! Pensó ponerlo en un cuadro de ébano con filigranas barrocas, pero qué va. Él no salió del pueblo para ser coleccionista.
Tan maravillado, no reparó en el dolor de sus brazos, de su espalda. Se dio cuenta en el metro, al sujetarse en la barra del techo. Sintió los mor-discos crueles de las trescientas cajas de moscateles que había descargado. Olvidó enseguida. Miró para arriba y adivinó el cielo a través de los fluo-rescentes del vagón. Vio que su luna estaba un poco más cerca; y al lado, una estrella, dulce como el arrope, iluminaba sus caminos preferidos.
![Page 248: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/248.jpg)
248
El libro de la biblioteca de Móstoles
Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la ejecu-ción de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.
—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.
Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.
Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.
Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.
Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear un rato, se acercó a las taquillas.
—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole
con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te
despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no
encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.
![Page 249: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/249.jpg)
249
Volver
Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la eje-cución de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el
sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.
—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.
Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.
Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.
Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.
Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear
![Page 250: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/250.jpg)
250
El libro de la biblioteca de Móstoles
un rato, se acercó a las taquillas.—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole
con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te
despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no
encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.
A última hora de la mañana, le sacó del primer sueño un tren en direc-ción contraria. Creyó que estaría cerca de Aranda, pero no. En duermevela, siguió alimentando sus vagos proyectos.
“Mi vecina, la Jimena, sigue soltera. Hace dos años, en la Fiesta del Vino, me dijo que por dar gusto a los viejos se habría casao conmigo. Ha-brá alguna viña libre. Dinero no nos sobrará, pero casa y trabajo no han de faltar”.
El peso de la cabeza y el olor de sus eructos, a bellotas podridas y uvas fermentadas, le obligaban a ocultarse detrás de la consciencia.
Cayendo la tarde, le descubrió un agente de seguridad. Costó hacer-le entender que aquel tren, sobre raíles muertos, no le llevaría a ninguna parte.
—¡Joder! ¿Qué muertos? Yo quiero ir a Quintanilla —dijo con dificul-tad.
Le pusieron en un tren que lo dejó en Atocha. Cuando llegó iba a salir el último mercancías con destino a Burgos. Saltó el torno y corrió al andén. Aturdido, alcanzó el vagón de cola con el convoy en marcha.
Por fin, después de una noche a la intemperie, entre dos contenedores: uno con el rótulo de “Naranjas Valencianas”, y de “Embragues Villaverde”, el otro, llegó a su Quintanilla natal. Los primeros rayos de un sol brillante,
![Page 251: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/251.jpg)
251
§Seg
y el Arlanza, con su cara vaporosa, despertaban para él nuevos horizontes. Los padres, ya mayores, lo recibieron como si volviera de una guerra.
Jimena no quiso saber nada de él, pero cambió de opinión cuando lo vio aseado y con ropa de domingo. Él explicó sin muchos detalles los motivos de su regreso. Nadie le preguntó más, ni siquiera por el bulto de la cabeza.
Sin nada mejor que hacer, se estrenó con unas cepas abandonadas, en una ladera inculta. “Si la tierra no me puede, el vino de esta viña correrá en muchas fiestas, y yo habré quemao la maleza de los peores tiempos”, se dijo ceremonioso, observando el fruto, a punto de cerner.
Con entusiasmo y los quehaceres fatigosos de sol a sol, elaboró la pri-mera cosecha en la vieja bodega familiar. Sus caldos se vendieron mejor de lo que esperaba, tanto que tuvo que ampliar viñedos y lagares.
La segunda añada ya mereció “Medalla de Plata”. Aprovechando la entrega del galardón, pagó una comida a sus amigos de Móstoles en un restaurante de lujo, en Madrid. A los postres, de pie, levantó la copa y dijo:
—¡Por vosotros! Vivo gracias al zapatazo que me dio la Magdalena, pero a esa ni mentarla. La Jimena y yo nos hacemos tilín. Ahora empiezan a desaparecer los nubarrones de marras, cuando el tren no andaba, aquel día que me achispé. Vuelvo a la tierra, nunca debí salir de ella”.
Emocionado, después de muchos aplausos y felicitaciones, se fue.
![Page 252: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/252.jpg)
![Page 253: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/253.jpg)
Alejandro Pérez García
![Page 254: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/254.jpg)
254
![Page 255: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/255.jpg)
255
Ezequiel, El Moliendas, estudió por libre el bachiller en su pueblo. El muchacho salió listo. Lo mismo calculaba, con sólo mirar, los sacos
necesarios para portear un muelo de trigo, que citaba de memoria a todos los soberanos de España y los hechos de sus reinados. Quizá por eso perdía el sueño cuando se imaginaba mayor sobre la esteva del arado, careando rebaños o consumiendo su vida al runrún cansino del molino familiar. Se propuso seguir estudiando, aunque para ello tuviera que salir de Villalpá-ramo.
Los padres, con pesar, accedieron a sus pretensiones. Juntaron trescien-tas pesetas, compraron el billete para el coche de línea y, casi llorando, despidieron al chico en la plaza. Era octubre. Las uvas ya estaban maduras.
Ezequiel llegó a Madrid con la ropa de los domingos y la eterna maleta de madera color caqui, atada con un cordel de bramante trenzado. Le dejó sin respiración el fuerte olor a humo de los coches y el mal aliento de las alcantarillas. Para bien, algunas señoras olían a perfumes y maquillajes, de esos que despiertan todos los apetitos. En los cines de estreno se anunciaba la película El calor de la noche, y pronto se hablaría del asesinato de Martin Luther King. Aquel Madrid le pareció grande, pero escaso de trato y lleno de apuros. Hasta los gatos miraban con deseo las sardinas pintadas en los escaparates de las pescaderías. En esa espesura tuvo que abrirse camino el recién llegado.
Él quería estudiar
![Page 256: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/256.jpg)
256
El libro de la biblioteca de Móstoles
Encontró una pensión en el Puente de Vallecas por tres mil pesetas, todo completo, pero sin ducha caliente ni brasero. No le importó. No esta-ba acostumbrado a bañarse, y cuando llegara el frío estudiaría como siem-pre, en la cama o arropado con una manta.
Al día siguiente recabó información en algunas academias. Las clases, los libros y la matrícula le iban a costar otras dos mil pelas. Cinco mil en total; aparte locomociones y más gastos. Era demasiado. Difícil conseguir tanto.
Después de mucho indagar, encontró trabajo en las oficinas de unos almacenes. Ocho horas, cuatro mil pesetas. Ya tenía para vivir, pero no para estudiar. Él quería ser perito mercantil. ¿Cómo ganar lo que faltaba? Intentando sacarse un sobresueldo a deshoras, de guarda o de lo que fuese, preguntó a los serenos y en las tahonas, en construcciones y discotecas, en cines y en casas de juego. ¡Nada! Sus pesquisas no hallaban respuesta. Em-pezó a sentirse mal. Perdió el apetito, el sueño y hasta la sonrisa.
Los días pasaban como trenes vacíos. El plazo para la reserva de matrí-cula llegaba a su fin. No olvidaba las recomendaciones que le hizo su madre antes de salir de Villalpáramo.
—Si necesitas algo, lo pides. No pases calamidades, hijo, que de eso ya tenemos aquí. Te vuelves y en paz.
“No. Eso nunca, aunque no caería en deshonra si volviera. Quizá... ¿Quién sabe?”, se dijo una tarde desapacible, harto de buscar. Luego se le saltaron las lágrimas al recordar la olla casera y los mantecados de su tía Basi.
Un compañero de trabajo, viendo cómo aquel muchachote arrastraba los zapatos sin ganas, se interesó por sus males. Ezequiel le puso al corrien-te de todo. No escondió la tristeza de su mirada, a punto de inundarse.
—Los de los pueblos sois la leche. Venís a comeros el mundo, pero no traéis cuchara. Ganarías una pasta vendiendo cacerolas o cosméticos o Bí-blias por las casas, pero si quieres algo rápido, aunque más chungo, vete a Legazpi. Allí puedes ganar cien duros, o más, en dos ratos.
—Y ¿qué hay que hacer? —preguntó Ezequiel, algo incrédulo.
![Page 257: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/257.jpg)
257
§Seg
—Descargar camiones, gilí ¿qué va a ser?Al día siguiente, El Moliendas estaba a las cuatro de la mañana en el
mercado de frutas y verduras. Tras muchos regateos, se puso de acuerdo con el señor Crispín, malagueño, con un Pegaso nuevo, lleno a reventar. Nunca había visto tantas uvas blancas: un envase, otro, otro más, muchí-simos; sobre un hombro, luego sobre el otro. Perdió la cuenta del pesado trajín entre el ir y venir, del vehículo a la pila, de la pila al vehículo.
A las ocho, según lo pactado, el camión ya estaba vacío, y las quinientas pesetas convenidas, en su poder. Quedaron en verse todos los jueves a la misma hora. Con aquellas perspectivas de continuidad y el dinero en el bolsillo, a Ezequiel ya no le molestaba tanto el humo de los coches; sólo olía a fruta fresca, a verde esperanza. Subiendo por Delicias se besó el puño que apretaba el billete. ¡Bendito billete! Pensó ponerlo en un cuadro de ébano con filigranas barrocas, pero qué va. Él no salió del pueblo para ser coleccionista.
Tan maravillado, no reparó en el dolor de sus brazos, de su espalda. Se dio cuenta en el metro, al sujetarse en la barra del techo. Sintió los mor-discos crueles de las trescientas cajas de moscateles que había descargado. Olvidó enseguida. Miró para arriba y adivinó el cielo a través de los fluo-rescentes del vagón. Vio que su luna estaba un poco más cerca; y al lado, una estrella, dulce como el arrope, iluminaba sus caminos preferidos.
![Page 258: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/258.jpg)
258
El libro de la biblioteca de Móstoles
Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la ejecu-ción de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.
—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.
Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.
Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.
Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.
Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear un rato, se acercó a las taquillas.
—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole
con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te
despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no
encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.
![Page 259: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/259.jpg)
259
Volver
Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la eje-cución de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el
sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.
—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.
Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.
Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.
Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.
Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear
![Page 260: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/260.jpg)
260
El libro de la biblioteca de Móstoles
un rato, se acercó a las taquillas.—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole
con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te
despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no
encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.
A última hora de la mañana, le sacó del primer sueño un tren en direc-ción contraria. Creyó que estaría cerca de Aranda, pero no. En duermevela, siguió alimentando sus vagos proyectos.
“Mi vecina, la Jimena, sigue soltera. Hace dos años, en la Fiesta del Vino, me dijo que por dar gusto a los viejos se habría casao conmigo. Ha-brá alguna viña libre. Dinero no nos sobrará, pero casa y trabajo no han de faltar”.
El peso de la cabeza y el olor de sus eructos, a bellotas podridas y uvas fermentadas, le obligaban a ocultarse detrás de la consciencia.
Cayendo la tarde, le descubrió un agente de seguridad. Costó hacer-le entender que aquel tren, sobre raíles muertos, no le llevaría a ninguna parte.
—¡Joder! ¿Qué muertos? Yo quiero ir a Quintanilla —dijo con dificul-tad.
Le pusieron en un tren que lo dejó en Atocha. Cuando llegó iba a salir el último mercancías con destino a Burgos. Saltó el torno y corrió al andén. Aturdido, alcanzó el vagón de cola con el convoy en marcha.
Por fin, después de una noche a la intemperie, entre dos contenedores: uno con el rótulo de “Naranjas Valencianas”, y de “Embragues Villaverde”, el otro, llegó a su Quintanilla natal. Los primeros rayos de un sol brillante,
![Page 261: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/261.jpg)
261
§Seg
y el Arlanza, con su cara vaporosa, despertaban para él nuevos horizontes. Los padres, ya mayores, lo recibieron como si volviera de una guerra.
Jimena no quiso saber nada de él, pero cambió de opinión cuando lo vio aseado y con ropa de domingo. Él explicó sin muchos detalles los motivos de su regreso. Nadie le preguntó más, ni siquiera por el bulto de la cabeza.
Sin nada mejor que hacer, se estrenó con unas cepas abandonadas, en una ladera inculta. “Si la tierra no me puede, el vino de esta viña correrá en muchas fiestas, y yo habré quemao la maleza de los peores tiempos”, se dijo ceremonioso, observando el fruto, a punto de cerner.
Con entusiasmo y los quehaceres fatigosos de sol a sol, elaboró la pri-mera cosecha en la vieja bodega familiar. Sus caldos se vendieron mejor de lo que esperaba, tanto que tuvo que ampliar viñedos y lagares.
La segunda añada ya mereció “Medalla de Plata”. Aprovechando la entrega del galardón, pagó una comida a sus amigos de Móstoles en un restaurante de lujo, en Madrid. A los postres, de pie, levantó la copa y dijo:
—¡Por vosotros! Vivo gracias al zapatazo que me dio la Magdalena, pero a esa ni mentarla. La Jimena y yo nos hacemos tilín. Ahora empiezan a desaparecer los nubarrones de marras, cuando el tren no andaba, aquel día que me achispé. Vuelvo a la tierra, nunca debí salir de ella”.
Emocionado, después de muchos aplausos y felicitaciones, se fue.
![Page 262: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/262.jpg)
![Page 263: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/263.jpg)
Alejandro Pérez García
![Page 264: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/264.jpg)
264
![Page 265: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/265.jpg)
265
Ezequiel, El Moliendas, estudió por libre el bachiller en su pueblo. El muchacho salió listo. Lo mismo calculaba, con sólo mirar, los sacos
necesarios para portear un muelo de trigo, que citaba de memoria a todos los soberanos de España y los hechos de sus reinados. Quizá por eso perdía el sueño cuando se imaginaba mayor sobre la esteva del arado, careando rebaños o consumiendo su vida al runrún cansino del molino familiar. Se propuso seguir estudiando, aunque para ello tuviera que salir de Villalpá-ramo.
Los padres, con pesar, accedieron a sus pretensiones. Juntaron trescien-tas pesetas, compraron el billete para el coche de línea y, casi llorando, despidieron al chico en la plaza. Era octubre. Las uvas ya estaban maduras.
Ezequiel llegó a Madrid con la ropa de los domingos y la eterna maleta de madera color caqui, atada con un cordel de bramante trenzado. Le dejó sin respiración el fuerte olor a humo de los coches y el mal aliento de las alcantarillas. Para bien, algunas señoras olían a perfumes y maquillajes, de esos que despiertan todos los apetitos. En los cines de estreno se anunciaba la película El calor de la noche, y pronto se hablaría del asesinato de Martin Luther King. Aquel Madrid le pareció grande, pero escaso de trato y lleno de apuros. Hasta los gatos miraban con deseo las sardinas pintadas en los escaparates de las pescaderías. En esa espesura tuvo que abrirse camino el recién llegado.
Él quería estudiar
![Page 266: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/266.jpg)
266
El libro de la biblioteca de Móstoles
Encontró una pensión en el Puente de Vallecas por tres mil pesetas, todo completo, pero sin ducha caliente ni brasero. No le importó. No esta-ba acostumbrado a bañarse, y cuando llegara el frío estudiaría como siem-pre, en la cama o arropado con una manta.
Al día siguiente recabó información en algunas academias. Las clases, los libros y la matrícula le iban a costar otras dos mil pelas. Cinco mil en total; aparte locomociones y más gastos. Era demasiado. Difícil conseguir tanto.
Después de mucho indagar, encontró trabajo en las oficinas de unos almacenes. Ocho horas, cuatro mil pesetas. Ya tenía para vivir, pero no para estudiar. Él quería ser perito mercantil. ¿Cómo ganar lo que faltaba? Intentando sacarse un sobresueldo a deshoras, de guarda o de lo que fuese, preguntó a los serenos y en las tahonas, en construcciones y discotecas, en cines y en casas de juego. ¡Nada! Sus pesquisas no hallaban respuesta. Em-pezó a sentirse mal. Perdió el apetito, el sueño y hasta la sonrisa.
Los días pasaban como trenes vacíos. El plazo para la reserva de matrí-cula llegaba a su fin. No olvidaba las recomendaciones que le hizo su madre antes de salir de Villalpáramo.
—Si necesitas algo, lo pides. No pases calamidades, hijo, que de eso ya tenemos aquí. Te vuelves y en paz.
“No. Eso nunca, aunque no caería en deshonra si volviera. Quizá... ¿Quién sabe?”, se dijo una tarde desapacible, harto de buscar. Luego se le saltaron las lágrimas al recordar la olla casera y los mantecados de su tía Basi.
Un compañero de trabajo, viendo cómo aquel muchachote arrastraba los zapatos sin ganas, se interesó por sus males. Ezequiel le puso al corrien-te de todo. No escondió la tristeza de su mirada, a punto de inundarse.
—Los de los pueblos sois la leche. Venís a comeros el mundo, pero no traéis cuchara. Ganarías una pasta vendiendo cacerolas o cosméticos o Bí-blias por las casas, pero si quieres algo rápido, aunque más chungo, vete a Legazpi. Allí puedes ganar cien duros, o más, en dos ratos.
—Y ¿qué hay que hacer? —preguntó Ezequiel, algo incrédulo.
![Page 267: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/267.jpg)
267
§Seg
—Descargar camiones, gilí ¿qué va a ser?Al día siguiente, El Moliendas estaba a las cuatro de la mañana en el
mercado de frutas y verduras. Tras muchos regateos, se puso de acuerdo con el señor Crispín, malagueño, con un Pegaso nuevo, lleno a reventar. Nunca había visto tantas uvas blancas: un envase, otro, otro más, muchí-simos; sobre un hombro, luego sobre el otro. Perdió la cuenta del pesado trajín entre el ir y venir, del vehículo a la pila, de la pila al vehículo.
A las ocho, según lo pactado, el camión ya estaba vacío, y las quinientas pesetas convenidas, en su poder. Quedaron en verse todos los jueves a la misma hora. Con aquellas perspectivas de continuidad y el dinero en el bolsillo, a Ezequiel ya no le molestaba tanto el humo de los coches; sólo olía a fruta fresca, a verde esperanza. Subiendo por Delicias se besó el puño que apretaba el billete. ¡Bendito billete! Pensó ponerlo en un cuadro de ébano con filigranas barrocas, pero qué va. Él no salió del pueblo para ser coleccionista.
Tan maravillado, no reparó en el dolor de sus brazos, de su espalda. Se dio cuenta en el metro, al sujetarse en la barra del techo. Sintió los mor-discos crueles de las trescientas cajas de moscateles que había descargado. Olvidó enseguida. Miró para arriba y adivinó el cielo a través de los fluo-rescentes del vagón. Vio que su luna estaba un poco más cerca; y al lado, una estrella, dulce como el arrope, iluminaba sus caminos preferidos.
![Page 268: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/268.jpg)
268
El libro de la biblioteca de Móstoles
Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la ejecu-ción de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.
—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.
Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.
Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.
Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.
Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear un rato, se acercó a las taquillas.
—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole
con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te
despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no
encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.
![Page 269: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/269.jpg)
269
Volver
Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la eje-cución de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el
sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.
—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.
Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.
Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.
Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.
Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear
![Page 270: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/270.jpg)
270
El libro de la biblioteca de Móstoles
un rato, se acercó a las taquillas.—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole
con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te
despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no
encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.
A última hora de la mañana, le sacó del primer sueño un tren en direc-ción contraria. Creyó que estaría cerca de Aranda, pero no. En duermevela, siguió alimentando sus vagos proyectos.
“Mi vecina, la Jimena, sigue soltera. Hace dos años, en la Fiesta del Vino, me dijo que por dar gusto a los viejos se habría casao conmigo. Ha-brá alguna viña libre. Dinero no nos sobrará, pero casa y trabajo no han de faltar”.
El peso de la cabeza y el olor de sus eructos, a bellotas podridas y uvas fermentadas, le obligaban a ocultarse detrás de la consciencia.
Cayendo la tarde, le descubrió un agente de seguridad. Costó hacer-le entender que aquel tren, sobre raíles muertos, no le llevaría a ninguna parte.
—¡Joder! ¿Qué muertos? Yo quiero ir a Quintanilla —dijo con dificul-tad.
Le pusieron en un tren que lo dejó en Atocha. Cuando llegó iba a salir el último mercancías con destino a Burgos. Saltó el torno y corrió al andén. Aturdido, alcanzó el vagón de cola con el convoy en marcha.
Por fin, después de una noche a la intemperie, entre dos contenedores: uno con el rótulo de “Naranjas Valencianas”, y de “Embragues Villaverde”, el otro, llegó a su Quintanilla natal. Los primeros rayos de un sol brillante,
![Page 271: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/271.jpg)
271
§Seg
y el Arlanza, con su cara vaporosa, despertaban para él nuevos horizontes. Los padres, ya mayores, lo recibieron como si volviera de una guerra.
Jimena no quiso saber nada de él, pero cambió de opinión cuando lo vio aseado y con ropa de domingo. Él explicó sin muchos detalles los motivos de su regreso. Nadie le preguntó más, ni siquiera por el bulto de la cabeza.
Sin nada mejor que hacer, se estrenó con unas cepas abandonadas, en una ladera inculta. “Si la tierra no me puede, el vino de esta viña correrá en muchas fiestas, y yo habré quemao la maleza de los peores tiempos”, se dijo ceremonioso, observando el fruto, a punto de cerner.
Con entusiasmo y los quehaceres fatigosos de sol a sol, elaboró la pri-mera cosecha en la vieja bodega familiar. Sus caldos se vendieron mejor de lo que esperaba, tanto que tuvo que ampliar viñedos y lagares.
La segunda añada ya mereció “Medalla de Plata”. Aprovechando la entrega del galardón, pagó una comida a sus amigos de Móstoles en un restaurante de lujo, en Madrid. A los postres, de pie, levantó la copa y dijo:
—¡Por vosotros! Vivo gracias al zapatazo que me dio la Magdalena, pero a esa ni mentarla. La Jimena y yo nos hacemos tilín. Ahora empiezan a desaparecer los nubarrones de marras, cuando el tren no andaba, aquel día que me achispé. Vuelvo a la tierra, nunca debí salir de ella”.
Emocionado, después de muchos aplausos y felicitaciones, se fue.
![Page 272: Maquetación Libro Móstoles Largo Interior(Prueba)](https://reader033.vdocuments.pub/reader033/viewer/2022051119/568c2c421a28abd8328ce542/html5/thumbnails/272.jpg)