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La pieza del mes… Vitrina de joyería romántica Sala XV. BOUDOIR MARZO 2011 Mercedes Rodríguez Collado Técnico de Museos. Museo del Romanticismo

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La pieza del mes…

Vitrina de joyería romántica

Sala XV. BOUDOIR

MARZO 2011

Mercedes Rodríguez Collado Técnico de Museos. Museo del Romanticismo

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ÍNDICE

1. EL BOUDOIR EN LAS CASAS DEL SIGLO XIX 2. JOYERÍA FEMENINA DURANTE EL SIGLO XIX. LA

COLECCIÓN DEL MUSEO DEL ROMANTICISMO

2.1. JOYERÍA ELEGANTE 2.2. JOYERÍA DE USO COTIDIANO 2.3. JOYERÍA DE LUTO 2.4. OTROS: PEINETAS. CAJAS Y JOYEROS 3. BIBLIOGRAFÍA

La mujer va a alcanzar un gran protagonismo en el periodo romántico. Por un lado, ligada al ámbito doméstico en su papel de madre; por otro lado, como esposa, acompañando a su marido en los actos nocturnos, lujosamente ataviada y adornada con infinidad de alhajas, representando la riqueza familiar. Para ello, atesoraba una serie de adminículos que, a la vez que hacían resaltar su belleza, le permitían ser reconocida como miembro de una clase privilegiada que tenía acceso a este tipo de piezas tan importantes en el ajuar femenino Esta vitrina, ubicada en el boudoir, habitación donde la mujer decimonónica se refugiaba y centro de sus más íntimas actividades, nos muestra los objetos más característicos utilizados por las damas en el periodo romántico: miniaturas, joyas y cajas para guardarlas.

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La toillette Porcelana de Sèvres ca. 1865 Sala XV (Boudoir)

1. EL BOUDOIR EN LAS CASAS DEL SIGLO XIX La casa burguesa se presenta como un espacio donde se desarrolla no sólo la vida cotidiana de sus habitantes, sino que se muestra también como el reflejo de la posición social de la familia, manifestada en los cuadros, muebles, relojes, porcelanas, etc. La vivienda del siglo XIX se va a convertir en el escenario de la representación social. El hogar se va a compartimentar en multitud de estancias, cada una de las cuales tiene una función concreta que se corresponde con las diferentes actividades y actos sociales de la vida familiar. Nos encontramos con una clara delimitación zonal entre los espacios públicos (el salón, el comedor y el gabinete) y los espacios de carácter privado: unos en la esfera masculina (despacho y fumoir) y otros dentro del ámbito femenino (alcoba y boudoir). El boudoir tiene su origen en el siglo XVIII, cuando surge el concepto de privacidad y confort en las casas de la burguesía. Esta estancia aparece como la habitación principal de las pequeñas casas o petites maisons donde los aristócratas viven sus amores clandestinos. A estas casitas se les solía llamar también folies (locuras). Por tanto el boudoir, que aparece en la Francia Rococó como un espacio para la ocupación femenina, se empieza a asociar a las relaciones sexuales ilícitas. El marqués de Sade en su obra Philosophie dans le boudoir, lo define como un lugar para las intrigas eróticas. En el siglo XIX cambia totalmente el concepto de esta habitación que pasa a ser el autentico santuario de la intimidad femenina, y el reflejo de sus actividades. En esta estancia, reservada a aquellas personas que gozaban de la estrecha confianza de la dueña de la casa, la mujer intercambiaba confidencias con las amigas a las que hacía participes de sus secretos, leía, cosía y bordaba, respondía a la correspondencia y planeaba su agenda. Es asimismo el espacio donde la coqueta desplegaba todas sus artes para agradar y estar bella. Aquí la dama se encontraba a sus anchas; podía quedarse en elpeinador y proceder tranquilamente a su

toilette matinal, arreglarse para el teatro o una fiesta con ayuda de su doncella. En esta habitación guardaba asimismo sus ropas y sus joyas.

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La mujer en este momento se convierte en “el ángel del hogar” y queda relegada al ámbito doméstico: cuidado de los hijos y de la residencia familiar. La casa, por tanto, aparecería como un feudo en el que la dama alcanza un papel relevante en la decoración de los interiores, encargándose del ornato de la vivienda familiar. El boudoir, ubicado generalmente entre la sala de los niños y la alcoba, solía ser una estancia muy amplia y una de las habitaciones más ornamentadas de toda la casa.

Nadie podía penetrar en ella sin el consentimiento de su dueña que elegía los objetos más suntuosos y las telas más lujosas como el damasco de seda o el raso. De esta forma, el espacio femenino se convierte en un lugar lleno de encanto, perfumado y decorado con gran armonía y suaves colores. En este sentido todo el protagonismo recae en los tejidos aplicados a cortinas, alfombras, tapicerías o recubrimiento de las paredes, totalmente coordinados, de color claro y de un solo matiz. Dammenzimmer Wasmuth, E. (G. y E.L) y Curton, E. (D.) ca. 1875 Cromolitografía

En este ámbito privado el mobiliario y los objetos que acompañan a sus moradores en la vida diaria cumplen funciones concretas, tal es el caso de los muebles que decoran el boudoir del Museo del Romanticismo. Aquí encontramos junto a una sillería y un velador de influencia filipina , de madera lacada con incrustaciones de nácar, un entredós de estilo chinesco y un bonheur du jour en papel maché con incrustaciones de nácar, que combina las funciones de escritorio, contador, caja de costura y mesa de ajedrez. Estas piezas, de carácter eminentemente femenino, se pueden asociar a las funciones que cumplía esta estancia: recibir visitas de confianza (sillería), tomar el té (velador), leer, escribir cartas y coser (bonheur du jour) o guardar sus más preciados objetos (entredós).

Sala XV (Boudoir). Museo del Romanticismo

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2. JOYERÍA FEMENINA EN EL ROMANTICISMO Durante el periodo romántico van a coexistir diversos tipos de joyas: una joyería elegante, elaborada con finos materiales y gemas; otra de uso cotidiano, realizada con materiales más corrientes y una joyería de luto o sentimental. Todas ellas están representadas en esta vitrina. La rígida etiqueta decimonónica estipulaba las prendas que la mujer debía lucir en cada momento del día, utilizando un determinado traje en función de la actividad que se fuera a realizar. Asistir a una comida, una cena, un baile o una visita, requería un tipo de indumentaria diferente. De la misma forma, las joyas que acompañaban a cada uno de los trajes, en consonancia con aquél, eran también enormemente variadas. Surge así una joyería utilizada para los actos diurnos, mucho más sencilla, y otra para lucirla por la noche, realizada con perlas, brillantes, diamantes y otras piedras preciosas. Por otro lado, tanto la edad como el estado civil de la dama establecían los modelos de indumentaria y adornos que debía llevar. Según este protocolo, las mujeres solteras habían de presentarse con un atuendo y unas joyas sencillas y discretas. Las casadas, por el contrario, podían llevar alhajas más lujosas, realizadas en oro y adornadas con brillantes o diamantes, que solían ser un regalo del marido. Por tanto, las lucían cuando aparecían con él, es decir, en cenas, fiestas, bailes salidas al teatro o a la ópera. Francia, centro de la moda durante todo el siglo XIX, es el país que marca las tendencias en la joyería de este momento y donde vamos a ver aparecer las principales novedades en este campo, que posteriormente seguirán el resto de países europeos. En 1853 el matrimonio de Napoleón III con Eugenia de Montijo inaugura una nueva edad de oro en el comercio de la joyería. La emperatriz, gran amante de la moda y las joyas, impulsa una renovación de la orfebrería que se llevará a cabo durante la segunda mitad del siglo XIX. Ante la gran solicitud de piezas de todo tipo, los orfebres y joyeros se vieron en la necesidad de buscar nuevos materiales con que satisfacer esta demanda. El oro, la plata y las piedras preciosas siguieron utilizándose en la fabricación de joyas, pero frente a ellas, se emplearon nuevos materiales como la ebonita, que sustituyó al azabache, el celuloide, para imitar el marfil, los cristales coloreados o el strass en vez de las piedras preciosas. Asimismo, veremos surgir infinidad de innovaciones técnicas que se aplicarán a la fabricación de joyas, como las prensas manuales que troquelaban el dibujo en la lámina de oro, así como la técnica de cannetille, tipo de filigrana que forma una fina malla en la que se insertan pequeñas esferillas. Las Exposiciones Universales que se sucedieron durante todo el siglo XIX contribuyeron a difundir todos estos avances técnicos, que tanto afectaron a las artes decorativas y, en concreto, a la joyería Respecto a la tipología, hay que destacar el uso de los aderezos, compuestos por collar, pendientes, broche, anillo, brazalete, tiara o diadema y de los semiaderezos

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(collar, anillo o brazalete y pendientes). Por otro lado, los constantes cambios en la toilette femenina, derivados de su intensa vida social, lleva a los orfebres a realizar joyas que se puedan transformar según la ocasión; así podremos ver diademas desmontables que se convierten en broches o pulseras que al usarse juntas forman un collar. 2.1. JOYERÍA ELEGANTE La joyería aparece en el periodo romántico como un claro distintivo de prestigio social. Las damas se esfuerzan por llevar las joyas más espectaculares, realizadas con materiales ricos como el oro, brillantes, diamantes y otras piedras preciosas de colores que se lucían por la noche, cuando su brillo se reflejaba a la luz de las velas.

La pesadez del vestido femenino de los años 30 y 40, hace que las alhajas, como complemento indispensable de aquél, sean también pesadas y recargadas. Los trajes que las mujeres llevaban en este periodo van a contribuir a la exhibición de este tipo de joyas. De esta forma, los vestidos de noche, sin mangas y con grandes escotes, permitieron mostrar collares y pulseras de gran vistosidad. Por otro lado, los llamativos peinados que las damas lucían en este periodo se resaltaban mediante diademas colocadas en lo alto de su tocado. Ángel María Cortellini Rita Romero 1863 Óleo / lienzo Inv. 0559 Escalera

El tema floral marcó el gusto en la joyería de la segunda mitad del siglo XIX. Las nuevas técnicas y materiales permiten imitar infinidad de flores que, como veremos, aparecen en la decoración de joyas femeninas de forma repetitiva. Las alhajas del período romántico se van a caracterizar por reflejar la naturaleza a través de multitud de diseños, hecho propiciado por un creciente interés por la botánica. Este naturalismo, claramente relacionado con la influencia goticista a la que asistiremos en este momento, tuvo su reflejo en una gran diversidad de joyas compuestas a base de flores y hojas, realizadas de forma más realista y con una mayor tridimensionalidad. Muchas de ellas se adornaron con piedras preciosas como los diamantes, dando como resultado unas piezas espectaculares. Una de las características de la joyería romántica es su interés por dotar de movimiento a las alhajas. Esto se consiguió con la técnica de montura en tembladera,

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Broche-tembladera Oro y diamantes Mediados del siglo XIX Inv. 2659 Sala XV (Boudoir)

consistente en el ensamblaje de la joya sobre un resorte que producía en las flores y hojas un balanceo natural que se acrecentaba cuando la mujer caminaba o bailaba. El Romanticismo es la verdadera época de desarrollo del lenguaje de las flores, empleado como un sistema de comunicación entre los amantes. De esta manera, enviar un ramo de rosas rojas simbolizaba un amor apasionado; las rosas blancas, por su parte, significaban la virtud y la castidad. Las lilas encarnaban las primeras emociones del amor y la margarita expresaba inocencia y pureza. En este sentido, fueron muy populares los manuales que explicaban el significado propio de cada flor y que se publicaron durante todo el siglo XIX. Las alhajas representativas de la joyería elegante, que se muestran en esta vitrina, corresponden a un broche-tembladera, un brazalete y un magnífico aderezo. Todas estas piezas se caracterizan por estar realizadas con materiales de gran riqueza como el oro y los brillantes, así como por su elaborada ejecución técnica.

Realizado en oro amarillo y blanco, este broche, ejecutado con técnica en tembladera, para que pudiera vibrar con el movimiento del cuerpo, tiene forma de rama articulada en cuatro partes, compuesta por un tallo de hojas de acanto y flor central de cinco pétalos con diamantes talla rosa engastados. Cierre de bisagra y alfiler. Una particularidad de esta joya es la posibilidad de desmontarse, permitiendo utilizarla con más o menos piezas según el momento en que fuera a lucirse.

Asimismo, presenta un carácter polivalente ya que podía convertirse en adorno de cabeza. Esto posibilitaría a la dama usarlo en numerosas ocasiones de forma diferente.

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El brazalete tuvo una gran difusión entre los adornos femeninos del siglo XIX. Las mujeres nunca lo llevaban como única alhaja, sino que se lucían en grupos de dos o más en cada brazo.

Esta joya, realizada en oro y brillantes, está compuesta por tres eslabones

rectangulares articulados, con una flor central superpuesta, que podía montarse o desmontarse según la ocasión en que fuera a lucirse. Asimismo, este apéndice podía utilizarse como broche o colgando del cuello ensartado en una cadena. Brazalete Oro y piedras preciosas Mediados del siglo XIX Inv. 6252 Sala XV (Boudoir)

Este espectacular aderezo, concebido para lucirse con un traje de fiesta, está realizado en oro de varios tonos y compuesto por diadema, collar, pendientes y broche. El capullo de la rosa, alternando con otros motivos vegetales, conforma la decoración principal de este conjunto. El empleo de los tres tonos en el oro contribuye a acentuar la riqueza de estas joyas. Una particularidad destacada es el sentido de movilidad presente en los distintos elementos del aderezo, tal es el caso de la diadema y el broche, fabricados con montura en tembladera. Muchas de las novedades que surgen en el campo de la joyería en los años 30, periodo en que pueden fecharse estas alhajas, están presentes en este aderezo. Entre todas ellas destaca la aplicación de la técnica de cannetille, tipo de filigrana que forma una fina malla en la que se insertan pequeñas esferillas. Mediante este procedimiento, se conseguía imprimir a las piezas un mayor volumen, empleando una menor cantidad de oro.

Aderezo Oro ca. 1830 Inv. 2053/1-5 Sala XV (Boudoir)

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2.2. JOYERÍA DE USO COTIDIANO Durante el día, para las actividades cotidianas, la mujer se ataviaba de forma más sencilla y recatada, con trajes cerrados de manga larga y la cabeza siempre cubierta por una capota. Este tipo de indumentaria propiciaba que las damas lucieran unas joyas más discretas. Del mismo modo, las alhajas que utilizaba, menos espectaculares, estaban realizadas en materiales más corrientes como el oro bajo o la plata y adornadas con esmalte, aljófares, perlas o piedras semipreciosas. Max Von Bohen en su extraordinaria obra sobre la indumentaria y sus complementos, al hablar de la joyería decimonónica comenta: “Se llevaban alhajas de noche pero también de día, sin considerar nunca que fueran excesivas. El ámbar, el cristal de roca, las perlas de cristal veneciano, las labores hechas con cabellos y las perlas romanas se consideraban como adornos propios para lucirlos durante el día… Se utilizaron con acierto los efectos de los esmaltes policromos” (BOHEN, 1944: 288). Las piezas expuestas, ejemplo de alhajas de uso cotidiano, corresponden a un conjunto de joyas en esmalte que presentan como motivo principal un busto femenino, unos sencillos pendientes de oro y perlas, así como diversas piezas representativas de la joyería de luto. CONJUNTO DE JOYAS DE ESMALTE Y ORO Hacia 1830 los orfebres dan rienda suelta a su imaginación reinterpretando los modelos góticos o renacentistas. Inspirándose en estos estilos, realizarán una serie de joyas, compuestas con un gran virtuosismo, que utilizan técnicas como el esmalte, representando a mujeres o animales fantásticos afrontados a la forma de los ornamentistas del siglo XVI. Estos modelos se aplicarán a un gran número de piezas. En esta vitrina se exhibe una muestra de alhajas compuesta por dos brazaletes, dos pares de pendientes y dos broches, realizados en oro, esmalte e incrustaciones de aljófar y brillantitos. Todas ellas presentan como motivo principal un busto femenino de perfil. Este tipo de piezas en esmalte pintado y decoradas con bustos femeninos, se pusieron muy de moda en el siglo XIX, principalmente en Suiza, desde donde se extendieron hacia el resto de Europa. El esmalte proporcionaba a las joyas un gran colorido, permitiendo realizar alhajas muy decorativas en las que la mujer aparece como única protagonista.

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Brazalete Oro, esmalte y perlas Mediados del siglo XIX Inv. 2660 Sala XV (Boudoir)

Broche Oro, esmalte y perlas Mediados del siglo XIX Inv. 2678 Sala XV (Boudoir)

Broche Oro, esmalte y perlas Mediados del siglo XIX Inv. 2680 Sala XV (Boudoir)

Pendientes Oro, esmalte y perlas Mediados del siglo XIX Inv. 2661 Sala XV (Boudoir)

Brazalete Oro, esmalte y perlas Mediados del siglo XIX Inv. 2679 Sala XV (Boudoir)

Pendientes Oro, esmalte y perlas Inv. 2681 Sala XV (Boudoir)

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PENDIENTES DE ORO Y PERLAS Estos pequeños pendientes, decorados con motivos naturalistas cincelados y calados, presentan una roseta de seis pétalos con pequeña perlita central sobre fondo de hojas y un segundo cuerpo colgante semiesférico con decoración calada y botón con perla central.

Esta joya, que puede fecharse en pleno periodo romántico, muestra un carácter más sencillo que la hace idónea para lucirla con un discreto traje como los que las mujeres llevaban durante el día. Estos pendientes, que se exhiben en su estuche original, proceden según su etiqueta impresa, de la joyería madrileña Pérez Gómez, ubicada en la calle del Carmen nº 21. Pendientes Oro y perlas Mediados del siglo XIX Inv. 481 Sala XV (Boudoir)

2.3. JOYERIA DE LUTO Durante el siglo XIX el duelo por la muerte de un ser querido se manifestaba en la utilización de una serie de prendas de indumentaria y sus correspondientes complementos. Todos ellos tenían unas características muy concretas, siendo la principal el empleo del color negro en el traje, o el uso de determinados materiales como el azabache, la ebonita o el cabello de los difuntos. En esta vitrina se presentan diversas joyas empleadas en el periodo de luto: una pulsera de pelo con broche de oro y una caja de cartón con una fotografía en su tapa, representando a una dama que luce una pulsera similar, así como un broche también de pelo en forma de serpiente, que, como símbolo de la eternidad, es un animal asociado a la muerte desde tiempos inmemoriales.

El culto de los cabellos como recordatorio de un familiar difunto está documentado ya desde el Renacimiento, cuando se conservaron pequeños mechones que se guardaban en la parte posterior de las joyas u otros objetos. Posteriormente, en el siglo XVIII, se comienza a practicar una artesanía de objetos confeccionados con cabellos. Los primeros gremios de artesanos de cabello se crean en Francia en esta época. Durante el siglo XIX en Gran Bretaña se hicieron muy populares a raíz de la muerte del príncipe Alberto, en 1861. La reina Victoria, desolada por la muerte de su marido, se impuso un riguroso duelo que incluía el adorno con este tipo de alhajas. A imitación de la soberana, un gran número de mujeres adoptaron los adornos

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realizados con cabellos del difunto como ejemplo de joyería de luto, viviéndose durante el Romanticismo la época de apogeo de las joyas de pelo. Los modelos para estas labores se presentaban en cuadernos litografiados que alcanzaron gran divulgación. Uno de los primeros fue el que se editó en París en 1859, firmado por M. Carné, conteniendo 522 muestras. Pulsera Oro y cabello natural Inv. 6238 Sala XV (Boudoir)

Estos objetos eran ejecutados por artesanos que se especializaron en trabajar el cabello. Para ello primero se lavaba el pelo. Una vez limpio se pasaba a una paleta donde se manipulaba. En primer lugar, se dividía en mechones, trabajándose con unas pinzas con las que se trenzaba o se le daba la forma deseada según fuera a ser utilizado para realizar una composición o a una joya. En el caso de las joyas realizadas con cabello, su fabricación se realizaba a partir de mechones trenzados. Estas trenzas, una vez terminadas se sumergían en agua hirviendo con el fin de que se pusieran rígidas. Posteriormente se pasaban a manos de los joyeros, los cuales las montaban según fuesen a ser empleadas para un tipo de joya determinado, poniéndoles un broche o guardapelo si iban a ser utilizadas como collar pulsera, o bien engarzándolas en oro u otro metal como ocurría con las sortijas, broches o pendientes. El escritor español Benito Pérez Galdós en su obra La de Bringas, hace alusión a la costumbre de realizar, con el cabello de los familiares difuntos, piezas decorativas que recordaran a la persona fallecida: “…Un año antes se había llevado de este mundo, para adornar con ella su gloria, a la mayor de las hijas de Pez, interesante señorita de quince años. La desconsolada madre conservaba los hermosos cabellos de Juanita y andaba buscando un habilidoso que hiciera con ellos una obra conmemorativa y ornamental.” (PÉREZ GALDÓS, 1997:58.)

Broche Oro y cabello natural Inv. 6239 Sala XV (Boudoir)

Caja Cartón y fotografía Inv. 1155

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Otro material presente en la joyería de luto fue la ebonita. Mezcla de caucho, azufre y aceite de linaza, fue un material surgido en 1839 de la mano del inventor americano Charles Goodyear (1800-1860). Su presentación en sociedad tuvo lugar en la exposición de Londres de 1851. Ante la demanda de piezas de azabache, imprescindibles en la joyería de luto femenino, Goodyear inventó un material mucho más barato, y también de color negro, que se elaboraba mediante la técnica del

moldeado, permitiendo una fabricación masiva de piezas. Las joyas realizadas con este nuevo material, que se exponen en esta vitrina, corresponden a un broche y unos pendientes representando una mano que sujeta una rosa. Su significado simbólico “no me olvides”, hacía alusión al recuerdo constante del difunto. Conjunto de broche y pendientes Ebonita y metal ca. 1860 Broche: Inv. 1161 Pendientes: Inv. 6275 Sala XV (Boudoir)

COLGANTE GUARDAPELO Este colgante, depósito del Museo Nacional de Artes Decorativas, es un ejemplo de joyería sentimental. Este tipo de joyas, originarias de la Inglaterra victoriana, se difundieron por toda Europa. Realizado en oro, está compuesto por una cadena articulada de la que pende el colgante- guardapelo de forma ovalada que contiene en su interior un mechón de

pelo. Exteriormente va decorado por una cabeza de ángel con alas, y a la izquierda tres estrellas, que son diamantes facetados embutidos. En la parte de arriba aparece una paloma en esmalte. Esta alhaja puede ponerse en relación con la joyería de luto, alusiva en este caso a la muerte de un niño, simbolizado en la cabeza de angelito. El mechón de pelo, que contiene en su interior el guardapelo, sería un recuerdo del infante muerto. Colgante-guardapelo Oro, esmalte y diamantes Inv. DE170 Depósito del Museo Nacional de Artes Decorativas

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Sala XV (Boudoir) 2.4. JOYAS MINIATURA En el siglo XIX la miniatura va a tener una gran importancia. Muchas veces ejecutadas por mujeres, su pequeño tamaño las hacía idóneas para aplicarlas a joyas, generalmente broches o colgantes. Sus temas se basaban principalmente en el retrato, paisaje o escenas de diverso tipo: históricas, religiosas, mitológicas, etc. Las cuatro joyas miniaturas que se exponen en esta vitrina (un alfiler, un colgante y tres medallones), representan escenas variadas: La primera (Inv. 1119) tiene como protagonista a Juana de Arco, heroína medieval muy admirada en el periodo romántico. Un colgante y un medallón (Inv. 1134 e Inv. 1151) con escenas de carácter amoroso: una de ellas con Cupido portando un corazón sangrante y la otra con una representación del altar del amor. La cuarta miniatura (Inv. 1167) es un medallón con una escena de interior figurando unos jugadores en una taberna, siguiendo modelos del pintor flamenco David Teniers el Joven.

Alfiler Metal, esmalte y perlas Inv. 1119 Sala XV (Boudoir)

Medallón Gouache y acuarela / marfil y strass Inv. 1167

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Colgante Acuarela / marfil, plata y strass Inv. 1134 Sala XV (Boudoir)

Todas estas miniaturas aparecen con un marco de strass, material inventado y patentado en 1730 por el joyero alsaciano Georg Friedrich Strass (1701-1773). Este tipo de piedras sintéticas, realizadas a base de pasta de vidrio con un alto contenido en plomo, fueron utilizadas en el siglo XIX para imitar los caros y exclusivos diamantes. 2.5. OTROS: JOYAS PARA EL CABELLO. CAJAS Y JOYEROS

JOYAS PARA EL CABELLO PEINETAS La peineta, adorno típicamente hispano, tiene unos orígenes que se remontan a los curiosos adornos que, según Estrabón, empleaban las mujeres de Iberia en el siglo I para sujetar la toca. Posteriormente, el Arte Ibérico nos ha dejado abundantes muestras del empleo de este utensilio para sostener tocas y velos tal y como se presenta en la famosa Dama de Elche. Durante los siglos XVI y XVII, las joyas del tocado alcanzan gran importancia, pero no será hasta el siglo XVIII cuando estos adornos para el pelo lleguen a su máximo apogeo. Se realizarán en los más variados materiales: oro, plata, concha y principalmente el carey, con el que se fabricaron las famosas peinetas de teja.

Medallón Esmalte, plata y strass Inv. 1151 Sala XV (Boudoir)

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Con la moda Imperio asistiremos a un gran desarrollo de esta joya femenina que pervivirá durante todo el siglo XIX, debido principalmente a la forma del peinado con una gran variedad de moños y recogidos que hicieron imprescindible el uso de peinetas para sujetarlos. Compuestas por una serie de púas y una cabeza, muchas veces de carácter movible, las más lujosas solían ir adornadas por piedras preciosas o de imitación como el strass o bien por camafeos. En esta vitrina se presentan dos peinetas: la primera (Inv. 473) está realizada en azabache francés, material de imitación creado en el siglo XIX, consistente en una mezcla de vidrio negro y plomo, y empleado en la joyería de luto, como sería el caso de esta pieza. Se compone de seis púas curvilíneas, unidas a un rosetón de forma helicoidal adornado con motivos semiesféricos y cuadrados facetados.

Peineta Azabache Mediados del siglo XIX Inv. 473 Sala XV (Boudoir)

La segunda peineta (Inv. 6245), empleada por la dama para llevarla con un traje de noche, se compone de veinticuatro púas de carey, unidas a una orla de oro en forma de roleos vegetales, rematada en nueve zafiros engastados.

También en relación a las joyas para la cabeza se presentan dos agujas para sujetar el sombrero, realizadas en metal y amatista. Estos adminículos se van a popularizar en el último tercio de siglo, cuando desaparecen las capotas que se anudan por medio de cintas y se ponen de moda los pequeños sombreros femeninos que deben sujetarse mediante este tipo de agujas.

Agujas para sujetar el sombrero Metal y amatistas Último tercio del siglo XIX Inv. 2827 Sala XV (Boudoir)

Peineta Oro, zafiros y carey Mediados del siglo XIX Inv. 6245 Sala XV (Boudoir)

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CAJAS Y JOYEROS Para almacenar sus joyas, las mujeres emplearon una gran cantidad de cajas realizadas en los más variados materiales: cristal, cerámica, porcelana, papel maché, etc. Estos joyeros solían ser un regalo, generalmente del caballero a su dama, bien como objeto único o bien como contenedor de una joya. Los joyeros tienen su origen en los cofres que desde la Antigüedad se realizaron para guardar los más preciados enseres: monedas, joyas, reliquias, etc., combinando generalmente lo útil con lo bello. La fabricación de cajas realizadas con materiales lujosos tuvo su culminación en la Francia del siglo XVIII, bajo el reinado de Luis XIV, utilizándose como joyero, bombonera, caja de lunares, caja de rapé, etc. Durante el siglo XIX se continuaron realizando contenedores de todo tipo: bomboneras, tabaqueras, polveras, joyeros o cajas para guardar el colorete y demás productos para el embellecimiento femenino. Muchos de ellos van a estar fabricados en serie, lo que posibilitó que pudieran llegar a manos de un mayor número de mujeres. En esta vitrina se presenta una significativa muestra de estas cajas. Joyero Esmalte, metal y seda Inv. 1874 Sala XV (Boudoir) En la vitrina del boudoir encontramos varias de estas cajitas: Dos joyeros de esmalte azul (Inv. 1874 e Inv. 1933), decorados exteriormente con motivos florales y forrados en su interior con tela de raso en muaré trabajada con técnica del capitoné. Con este tipo de recubrimiento se conseguía una mayor protección para las joyas que descansaban en una base mullida resguardándolas de los golpes.

Joyero Cristal y metal Inv. 1875 Sala XV (Boudoir)

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Joyero Plata y pasta Inv.1876 Sala XV (Boudoir) Un joyero de cristal biselado (Inv. 1875), de base rectangular, con montura en bronce dorado, que permitía ver las joyas que la caja contenía en su interior. Por último, un joyero (Inv. 1876) de plata repujada, ovalado y tapa con relieve de pasta, imitando marfil, decorado con una escena de carácter pastoril-amoroso. Esta pieza se caracteriza porque el interior de su tapa se convierte en un espejo que permitía a la dama mirarse mientras observaba como lucían sus joyas.

Joyero Esmalte, metal y seda Inv. 1933 Sala XV (Boudoir)

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BIBLIOGRAFÍA ARANDA HUETE, A, “Panorama de la joyería española durante el reinado de Isabel II.”, Boletín del Museo e Instituto “Camón Aznar”, 1997, LXVIII: 5-23. ARBETETA MIRA, L., (cat. exp.) La joyería española de Felipe II a Alfonso XIII en los museos estatales, Madrid, Nerea, Dirección General de Bellas Artes, 1998. BOHEN, M V, Accesorios de la moda. Encaje, abanicos, guantes, bastones, paraguas, joyas, Barcelona, Salvat, 1944 BURY, S., Jewellery. The International Era 1789-1910, Woodbridge, Antique Collector’s Club, 1991. PÉREZ GALDÓS, B., La de Bringas, Madrid, Cátedra, 1997. RYBCZYNSKI, W., La casa: historia de una idea. Madrid, Nerea, 1989. BEBER, H., French Jewelry of the Nineteenth Century, London, Thames & Hudson, 2001

Coordinación Pieza del Mes: Mª Jesús Cabrera Bravo Fotografías: Pablo Linés, Miguel Ángel Otero, Ana Belén García, Archivo Museo del Romanticismo, Archivo Museo Nacional de Artes Decorativas. Diseño y maquetación: Ana Belén García

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LA PIEZA DEL MES. CICLO 2011 Enero Carolina Miguel Arroyo EL CARNÉ DE BAILE EN EL MUSEO DEL ROMANTICISMO Febrero Carmen Linés Viñuales WILLIAM FINDEN (G), GEORGE SANDERS (P), LORD BYRON A LOS 19 AÑOS, aguafuerte y buril, ca. 1830 Marzo Mercedes Rodríguez Collado LA JOYERÍA EN EL MUSEO DEL ROMANTICISMO Abril Paloma Dorado Pérez UN VIAJE DE NOVIOS. EMLIA PARDO BAZÁN 1882 (Ed.88) Mayo Gema Rodríguez Collado MARIANO SALVADOR MAELLA, SAN ISIDRO LABRADOR Y SU ESPOSA SANTA MARÍA DE LA CABEZA, óleo sobre lienzo, ca. 1790 Junio Sara Rivera Dávila RETRATOS FOTOGRÁFICOS Septiembre Carmen Sanz Díaz MARÍA CRISTINA E ISABEL II, PIERRE LEVEQUE, 1836 Octubre Isabel Ortega Fernández FUENTE CON LAS BODAS REALES, WILLIAM ADAMS & SONS, loza estampada, ca, 1846 Noviembre Laura González Vidales BEBÉ STEINER, porcelana, vidrio, cabello humano, ca. 1889