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  • En septiembre de 1828 el matemtico ms excelso de Alemaniaabandon por primera vez desde haca aos su ciudad natal paraparticipar en el Congreso de Naturalistas de Berln. Evidente-mente no le apeteca ir. Se haba negado durante meses, pero Ale-xander von Humboldt no cej en su empeo hasta que, en unmomento de debilidad y confiando en que ese da no llegara nunca,dijo que s.

    De modo que ahora el profesor Gauss se esconda en la cama.Cuando Minna le exhort a levantarse, aduciendo que el carruajeesperaba y el trayecto era largo, se aferr a la almohada e intenthacer desaparecer a su esposa cerrando los ojos. Al abrirlos de nuevoy comprobar que Minna segua all, la llam pesada, mujer de pocasluces y desdicha de su vejez. Como tampoco eso sirvi, retir lamanta y puso los pies en el suelo.

    Malhumorado y tras una somera higiene, baj las escaleras. Enel cuarto de estar le esperaba su hijo Eugen con la bolsa de viajepreparada. Al verlo, a Gauss le entr un ataque de rabia: rompiun jarrn que estaba colocado sobre el antepecho de la ventana, ysolt patadas y puetazos en todas direcciones. Ni siquiera se calmcuando Eugen y Minna, uno por cada lado, pusieron las manossobre sus hombros y aseguraron que lo cuidaran bien, que prontoretornara a casa y todo transcurrira deprisa, igual que un malsueo. Slo se calm cuando su anciansima madre, sobresaltadapor el escndalo, acudi desde sus aposentos y, pellizcndole en lamejilla, pregunt qu haba sido de su valeroso hijo. Se despidide Minna sin afecto; acarici la cabeza de su hija y de su hijo menorcon aire ausente. Despus consinti en que le ayudaran a subir alcarruaje.

    El viaje

  • El viaje fue una tortura. Llam a Eugen fracasado, le arrebatel bastn e intent golpearle el pie con todas sus fuerzas. Duranteun rato acech por la ventanilla con el ceo fruncido, luego pre-gunt cundo se casara por fin su hija. Por qu nadie la quera,dnde radicaba el problema?

    Eugen se ech hacia atrs sus largos cabellos, estruj con ambasmanos su gorra roja y rehus responder.

    Sultalo ya, dijo Gauss.A fuer de sincero, repuso Eugen, su hermana no era lo que se

    dice bonita.Gauss asinti, la respuesta le pareci plausible. Pidi un libro.Eugen le entreg el que acababa de abrir: Gimnasia alemana, de

    Friedrich Jahn. Era uno de sus favoritos.Gauss intent leer, pero segundos despus alz la vista y se

    quej de la moderna suspensin de cuero del carruaje, que resul-taba peor de lo acostumbrado. Pronto, declar, las mquinas lle-varan a las personas de ciudad en ciudad a la velocidad de unproyectil. Entonces se llegara de Gotinga a Berln en mediahora.

    Eugen, dubitativo, mene la cabeza.Gauss afirm que era extrao e injusto, un verdadero ejemplo

    del lastimoso azar de la existencia nacer en una poca determinaday quedar atrapado en ella, quiraslo o no. Le procuraba a uno unaventaja indigna ante el pasado y lo converta en un payaso del futuro.

    Eugen asinti, somnoliento.Ni siquiera una inteligencia como la suya, dijo Gauss, habra

    fructificado en edades pretritas de la humanidad o en las orillasdel Orinoco, mientras que dentro de doscientos aos cualquiermentecato podra burlarse de l e inventar disparates absurdos sobresu persona. Medit, volvi a llamar fracasado a Eugen y se enfrascen su libro. Mientras lea, Eugen se esforzaba en mirar por la ven-tanilla del carruaje para ocultar su rostro deformado por la humi-llacin y la ira.

    Gimnasia alemana versaba sobre aparatos gimnsticos. El autordescriba de manera prolija los dispositivos que haba inventado parasuperarlos con esfuerzo. A uno lo llamaba caballo con arcos, a otrola barra, y a un tercero, el potro.

    6 DANIEL KEHLMANN

  • Ese tipo no estaba en sus cabales, afirm Gauss abriendo la ven-tanilla y tirando el libro.

    Eugen exclam que era suyo.Gauss replic que as le haba parecido, se durmi y no des-

    pert hasta el cambio de caballos vespertino en la posta fronteriza.Mientras desenjaezaban los animales y enjaezaban los de repuesto,

    tomaron sopa de patata en una posada. Un hombre delgado deluenga barba y mejillas hundidas, el nico cliente aparte de ellos,les diriga miradas furtivas desde la mesa contigua. Lo corporal, dijoGauss, que para enfado suyo haba soado con aparatos gimnsti-cos, era en verdad la fuente de toda degradacin. l siempre habaconsiderado caracterstico del mal humor de Dios que una inteli-gencia como la suya estuviera encerrada en un cuerpo enfermizo,mientras que un hombre de talento mediocre como Eugen prc-ticamente jams enfermara.

    Eugen precis que de pequeo haba padecido una grave viruelaque estuvo a punto de llevarlo a la tumba. An se perciban lascicatrices!

    Cierto, reconoci Gauss, lo haba olvidado. Seal a los caba-llos del correo ante la ventana. La verdad es que pareca un chisteque el viaje de los ricos exigiese el doble de tiempo que el de lospobres. Quien usaba caballos del correo, poda cambiarlos despusde cada etapa, pero el que usaba los suyos propios deba esperar aque descansaran.

    Bueno, y qu, replic Eugen.Como es natural, repuso Gauss, eso le pareca obvio a alguien

    no acostumbrado a pensar. Igual que la circunstancia de llevar bas-tn de joven y no de viejo.

    Un estudiante portaba bastn, contest Eugen. Aadi quesiempre haba sido as y lo seguira siendo.

    Es posible, dijo Gauss, con una sonrisa.Tomaron la sopa a cucharadas y en silencio hasta que entr el

    gendarme de la parada fronteriza pidiendo los salvoconductos. Eugenle entreg el suyo: un certificado de la corte en el que se lea quel, aunque estudiante, era inofensivo y poda pisar suelo prusiano encompaa de su padre. El gendarme, tras una mirada de desconfianza,examin el pase, asinti y se volvi hacia Gauss. l no lo tena.

    LA MEDICIN DEL MUNDO 7

  • Que no lo tena?, pregunt sorprendido el gendarme. Ni unasimple nota, ni un sello, nada?

    Nunca haba precisado nada semejante, contest Gauss. La ltimavez que cruz la frontera de Hannover haba sido veinte aos antes.Y no tuvo el menor problema.

    Eugen intent explicar quines eran, adnde se dirigan y pordeseo de quin. Que el congreso de naturalistas se celebraba bajoel patrocinio de la Corona. Que en cierto modo su padre era uninvitado de honor del rey.

    El gendarme quera un pase.Puede que no lo supiera, dijo Eugen, pero su padre era vene-

    rado en los pases ms remotos, era miembro de todas las acade-mias y lo llamaban prncipe de las matemticas desde su tempranajuventud.

    Gauss asinti. Dicen que Napolen haba renunciado a cao-near Gotinga por l.

    Eugen palideci.Napolen, repiti el gendarme.Cierto, dijo Gauss.El gendarme, con tono ms exaltado que antes, exigi un sal-

    voconducto.Gauss apoy la cabeza en los brazos y permaneci inmvil.

    Eugen le propin un codazo, pero sin xito. Le daba igual, mur-mur Gauss, deseaba irse a casa, le daba completamente igual.

    El gendarme se enderez la gorra, desconcertado.Entonces intervino el hombre de la mesa contigua. Todo eso

    terminara! Alemania sera libre y los probos ciudadanos viviran yviajaran sin ser molestados, sanos de cuerpo y alma, sin necesitarni un solo papel ms.

    El gendarme incrdulo, le exigi la documentacin.A eso precisamente se refera, grit el hombre rebuscando en

    sus bolsillos. De repente se incorpor de un salto, volc su silla ysali como una tromba. El gendarme clav la mirada unos segun-dos en la puerta abierta antes de reaccionar y salir corriendo tras l.

    Gauss levant despacio la cabeza. Eugen propuso reanudar elviaje de inmediato. La garita de los gendarmes estaba vaca, ambospolicas haban emprendido la persecucin del barbudo. Eugen y

    8 DANIEL KEHLMANN

  • el cochero levantaron la barrera con esfuerzo. Despus se adentra-ron en suelo prusiano.

    Gauss se mostraba animado, casi alegre. Hablaba de geometradiferencial. Apenas poda vislumbrar dnde desembocara el caminohacia los espacios curvos. l mismo slo lo comprenda a grandesrasgos, Eugen deba alegrarse de su propia mediocridad, a vecesuno senta un pnico cerval. Luego habl de las amarguras de sujuventud. Del padre tan duro que haba tenido, de lo afortunadoque poda considerarse Eugen. De que haba hecho clculos antesde pronunciar su primera palabra. En cierta ocasin su padre come-ti un error al calcular el salario mensual, y a continuacin lempez a llorar. Cuando el padre subsan el fallo, su hijo enmu-deci en el acto.

    Eugen simul estar impresionado, a pesar de saber que la his-toria no era cierta. La haba inventado y difundido su hermanoJoseph. Con el correr del tiempo el padre deba haberla odo tan-tas veces que haba acabado creyndosela.

    Gauss comenz a hablar del azar, enemigo de todo conoci-miento, al que siempre haba querido vencer. Visto de cerca, cadaacontecimiento trasluca la infinita sutileza del tejido de la causali-dad. Retrocediendo lo suficiente, se revelaban sus modelos a gran-des rasgos. La libertad y el azar eran una cuestin de distancia media,un asunto de distanciamiento. Lo entenda?

    Ms o menos, respondi Eugen, cansado, mirando su reloj debolsillo. No era muy preciso, pero deban ser entre las cuatro ymedia y las cinco de la maana.

    Sin embargo, las reglas de la probabilidad, prosigui Gauss pre-sionando con las manos su dolorida espalda, no eran obligatorias.Al no ser leyes fsicas, posibilitaban las excepciones: un intelectocomo el suyo, por ejemplo, o las ganancias en juegos de azar quecontinua e innegablemente cosechaba cualquier cabeza hueca. Aveces l sospechaba que hasta las leyes de la fsica se comportabande manera puramente estadstica, permitiendo por ende excepcio-nes: los fantasmas o la transmisin del pensamiento.

    Eugen le pregunt si bromeaba.Gauss repuso que ni l mismo lo saba, tras lo cual cerr los

    ojos y se sumi en un profundo sueo.

    LA MEDICIN DEL MUNDO 9

  • Llegaron a Berln al atardecer del da siguiente. Miles de casi-tas pequeas sin un punto central, erigidas sin orden ni concierto,un asentamiento desbordado en el lugar ms pantanoso de Europa.Justo entonces acababan de iniciar la construccin de edificios osten-tosos: una catedral, algunos palacios, un museo para albergar loshallazgos de la gran expedicin de Humboldt.

    Dentro de unos aos, coment Eugen, esto se convertir enuna metrpoli similar a Roma, Pars o San Petersburgo.

    Jams!, replic Gauss. Una ciudad repugnante!El carruaje traqueteaba por un empedrado deplorable. Los caba-

    llos se espantaron dos veces de perros que gruan, en las calleslaterales las ruedas casi se quedaban hundidas en la arena hmeda.Su anfitrin viva en el nmero cuatro de Packhof, en el centro dela ciudad, justo detrs de las obras del nuevo museo. Para que nose perdieran, l haba dibujado a plumilla un plano de la ubicacinmuy preciso. Alguien debi verlos de lejos y anunciarlos, pues, pocodespus de que hubieran entrado en el patio, la puerta de la casase abri de par en par y cuatro hombres se precipitaron hacia ellos.

    Alexander von Humboldt era un hombre bajo y viejo de cabe-llos blancos como la nieve. Le seguan un secretario con el bloc denotas abierto, un mandadero de librea y un joven con patillas queportaba un trpode con una caja de madera. Se colocaron en supuesto como si lo hubiesen ensayado. Humboldt alarg los brazoshacia la puerta del carruaje.

    Nada sucedi.En el interior del vehculo se oan palabras agitadas. No, grit

    alguien, no! Reson un golpe sordo, despus, un tercer No! Duranteun rato, rein el silencio.

    Al fin se abri la puerta y Gauss baj a la calle, cauteloso. CuandoHumboldt lo agarr por los hombros y exclam cunto honor, qugran momento para Alemania, para la ciencia, para l mismo, retro-cedi sobresaltado.

    Mientras el secretario tomaba notas, el hombre situado tras lacaja de madera dijo con voz contenida: Ahora!

    Humboldt se qued inmvil. se es el seor Daguerre, musitsin mover los labios. Un protegido suyo que trabajaba en un apa-rato que retendra el instante sobre una capa de yoduro de plata

    10 DANIEL KEHLMANN

  • sensible a la luz, arrancndoselo a la fugacidad del tiempo. Porfavor, no haba que moverse por nada del mundo!

    Gauss coment que quera irse a casa.Slo un momento, susurr Humboldt, unos quince minutos,

    ya haban progresado mucho. Poco antes costaba mucho ms, durantelos primeros ensayos haba pensado que su espalda no lo resistira.Gauss intent escabullirse, pero el menudo anciano lo sujet confuerza sorprendente murmurando: Informa al rey! Y el manda-dero se alej a la carrera. Despus aadi, evidentemente porquela idea acababa de pasarle por la cabeza: Toma nota, analizar laposibilidad de la cra de focas en Warnemnde, las condicionesparecen propicias, presentrmelo maana! El secretario as lo con-sign.

    Eugen, que bajaba del carruaje cojeando ligeramente, se dis-culp por lo tardo de su llegada.

    All no era temprano ni tarde, murmur Humboldt. All slohaba que trabajar. Por fortuna an haba luz. Nada de moverse!

    Un polica entr en el patio y pregunt qu ocurra.Luego, cuchiche Humboldt con los labios apretados.Eso era una revuelta, dijo el polica. O se dispersaban en el acto

    o procedera de acuerdo con las normas oficiales.Humboldt precis en voz baja que era chambeln.Perdn, cmo dice?, inquiri el polica inclinndose hacia

    delante.Chambeln, repiti el secretario de Humboldt. Miembro de la

    corte.Daguerre invit al polica a salir de la imagen.El polica retrocedi con el ceo fruncido. Primero, cualquiera

    poda afirmar eso, y segundo, la prohibicin de reunin rega paratodos. Y se de ah, seal a Eugen, era a todas luces un estudiante.La situacin se tornaba muy peliaguda.

    Si no se marchaba en el acto, dijo el secretario, se metera enun lo que ni siquiera poda imaginar.

    As no se le habla a un funcionario, respondi vacilante el poli-ca. Les doy cinco minutos.

    Gauss gimi y se solt.Oh, no, exclam Humboldt.

    LA MEDICIN DEL MUNDO 11

  • Daguerre pate el suelo. El momento se haba perdido parasiempre!

    Como todos los dems, repuso Gauss con calma. Como todoslos dems.

    Y era cierto: cuando Humboldt, esa misma noche, mientrasGauss roncaba tan fuerte en la habitacin contigua que se le oa entoda la casa, examin con una lupa la plancha de cobre impresio-nada, no distingui nada en absoluto. Pero instantes despus creyvislumbrar en ella una maraa de contornos fantasmales, el dibujoevanescente de algo que pareca un paisaje bajo el agua. En el cen-tro una mano, tres zapatos, un hombro, la bocamanga de un uni-forme y la parte inferior de una oreja. O no? Suspirando, arrojla plancha por la ventana y oy el golpe sordo contra el suelo delpatio. Segundos despus la haba olvidado, como todo lo que lehaba salido mal alguna vez.

    12 DANIEL KEHLMANN