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Memoria Americana 19 C UADERNOS DE ETNOHISTORIA Buenos Aires 2011 (1 y 2) ISSN 0327-5752 (versión impresa) ISSN 1851-3751 (versión en línea) Instituto de Ciencias Antropológicas

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Memoria Americana19Cuadernos de etnohistoria

Buenos Aires 2011

(1 y 2)

ISSN 0327-5752 (versión impresa)ISSN 1851-3751 (versión en línea)

Instituto de Ciencias Antropológicas

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FACULTAD DE FILOSOFIA Y LETRASUNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES

DecanoHugo Trinchero

VicedecanaLeonor Acuña

Secretaria AcadémicaGraciela Morgade

Secretaria de Supervisión AdministrativaMarcela Lamelza

Secretaria de Extensión Universitaria y Bienestar EstudiantilSilvana Campanini

Secretario GeneralJorge Gugliotta

Secretario de Investigación y PosgradoClaudio Guevara

Subsecretaria de BibliotecasMaría Rosa Mostaccio

Subsecretario de PublicacionesRubén Mario Calmels

Prosecretario de PublicacionesJorge Winter

Coordinadora EditorialJulia Zullo

Consejo EditorAmanda Toubes Lidia R. Nacuzzi Susana Cella Myriam Feldfeber Silvia Delfino Diego Villarroel Germán Delgado Sergio Gustavo Castelo

Diseño interior y tapa: Beatriz BellelliE-mail: [email protected]

© Editorial de la Facultad de Filosofía y Letras Universidad de Buenos Aires-2011Puán 480, Ciudad Autónoma de Buenos Aires República ArgentinaISSN: 0327-5752 (versión impresa) ISSN: 1851-3751 (versión en línea)

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MEMORIA AMERICANACUADERNOS DE ETNOHISTORIA

Número 19 (1 y 2)

Directora Editora Científica Ingrid de Jong Cora V. Bunster

Editoras asociadas Secretarias de Redacción Carina P. Lucaioli Lorena Barbuto María Paula Irurtia Aylén Enrique Alejandra RamosComité EditorialAna María Lorandi, Universidad de Buenos Aires (UBA) / Consejo Nacional de In-vestigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), Argentina; Lidia Nacuzzi, UBA / CONICET, Argentina; Roxana Boixadós, Universidad Nacional de Quilmes / CONI-CET, Argentina; Mabel Grimberg, UBA / CONICET, Argentina; Sara Mata, Univer-sidad Nacional de Salta / CONICET, Argentina; José Luis Martínez, Universidad de Chile, Chile; Alejandra Siffredi, UBA / CONICET, Argentina.

Comité Académico AsesorRossana Barragán, Universidad Mayor de San Andrés, La Paz, Bolivia; Martha Bechis, Instituto de Investigaciones Gino Germani, UBA, Argentina; Guillaume Boccara, Ecole des Hautes Études en Sciences Sociales, Centre National de la Recherche Scientifique CNRS, París, Francia; Antonio Escobar Ohmstede, Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS), México D.F., México; Noemí Goldman, Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. E. Ravignani”, UBA/ CONICET, Argentina; Jorge Hidalgo Lehuedé, Universidad de Chile, Chile; Scarlett O’Phelan Godoy, Pontificia Universidad Católica del Perú, Perú; Silvia Palomeque, Universidad Nacional de Córdoba / CONICET, Argentina; Ana María Presta, Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. E. Ravignani”, UBA/CONICET, Argentina; Mónica Quijada, Centro de Estudios Históricos, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), Madrid, España.

Sección Etnohistoria del Instituto de Ciencias Antropológicas. Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires. Puán 480, of. 405. C1406CQJ Buenos Aires, Argentina. Tel. 54 11 4432 0606, int. 143. Fax: 54 11 4432 0121.E-mail: [email protected] (canje) [email protected] (Comité Editorial)Envío de artículos: http://ppct.caicyt.gov.ar

Memoria Americana – Cuadernos de Etnohistoria es una publicación semestral que edita la Sección Etnohistoria del Instituto de Ciencias Antropológicas de la Universidad de Buenos Aires. Publica artículos originales de investigación de autores nacionales y extranjeros en el campo de la etnohistoria, la antropología histórica y la historia colonial de América Latina, con el objetivo de difundir ampliamente los avances en la producción de conocimiento de esas áreas disciplinares. Sus contenidos están dirigidos a especialistas, estudiantes de grado y posgrado e investigadores de otras disciplinas afines.

ISSN: 0327-5752 (versión impresa) ISSN: 1851-3751 (versión en línea)

Memoria Americana está indizada en Anthropological Index of the Royal Anthropological Institute (aio.anthropology.org.uk) y DOAJ (Directory of Open Access Journals, www.doaj.org) de Lund University Libraries. Electrónicamente se encuentra en SciELO (Scientific Electronic Library Online, www.scielo.org.ar) y en Sistema Regional de Información en Línea para Revistas Científicas de América Latina, el Caribe, España y Portugal (Latindex- Catálogo, www.latindex.unam.mx). Números 1 (1991) a 19 (2011) disponibles en nuestra página web:

www.seccionetnohistoria.com.ar/etnohistoria_memoam.htm

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FE DE ERRATAS

En la edición pasada de Memoria Americana. Cuadernos de Etno-historia nº 18 (1 y 2) del año 2010, omitimos citar a la Dra. Roxana Boixadós como organizadora del Dossier “Simposio itinerante sobre sociedades indígenas y sistemas de dominación desde una perspec-tiva etnohistórica. Desde el Tawantinsuyu hasta la crisis del sistema colonial español” al que fue dedicado el número completo de la revista. Lamentamos este error involuntario y esperamos subsanarlo parcialmente mediante este aviso.

Comité Editorial de Memoria Americana

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MEMORIA AMERICANA 19 (1)enero-junio 2011

ÍNDICETABLE OF CONTENTS

Catherine Julien. In Memoriam, por Ana María Lorandi 9-10

Meinrado Hux. In memoriam, por Ingrid de Jong 11-12

ArtículosArticles

Raízes e rotas da terra. Formação de um território negro no sul do BrasilRoots and routs of the land. The Formation of a Black Territory in Southern Brazil

Marcelo Moura Mello 15-36

“Otorgo que debo y me obligo”: obligación, honor y mercado en las prácticas crediticias entre íbero-criollos, Buenos Aires, 1640. El caso de Juan de Tapia de Vargas“Otorgo que debo y me obligo”: Obligation, Contract and Honor in Credit Practices among Iberian-Creoles, Buenos Aires 1640. Juan de Tapia de Vargas, a Case Study

Martín Leandro Wasserman 37-67

Territorialidad e Identidades. Los tinogasta en Belén, Catamarca, durante el siglo XVIIITerritoriality and Social Reproduction. The Tinogasta in Belén, Catamarca, during the 18th Century

Federico Ignacio Vázquez 69-92

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El frustrado proyecto de avance territorial del Estado Nacional entre 1869-1872Frustrated Project of Territorial Entrance of National State between 1869 and 1872

Silvia Ratto 93-119

La misión pentecostal escandinava en el Chaco Argentino. La etapa formativa: 1914-1945Scandinavian Pentecostal Mission in the Argentine Chaco. First stage: 1914-1945

César Ceriani Cernadas 121-145

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MEMORIA AMERICANA 19 (2)julio-diciembre 2011

ÍNDICETABLE OF CONTENTS

ArtículosArticles

El “Castillo de Senta” y la frontera. Continuidades y discontinuidades en el espacio, en el tiempo y entre disciplinas“Castillo de Senta” and the border. Continuities and discontinuities across time, territory and between disciplines

Mariel A. López, Clara E. Mancini y Gabriela Nacht 149-171

El abordaje de “La Conquista” en dos autores mestizos: Garcilazo dela Vega y Ruy Díaz de Guzmán, un estudio comparativoA comparative approach about ‘La Conquista’ in the work of two mestizo authors: Garcilaso de La Vega and Ruy Díaz de Guzmán

Sebastián Eduardo Pardo 173-195

Política y suciedad. Concepciones y prácticas gubernamentales en torno a la limpieza y la salubridad en el Buenos Aires colonial (1740-1776)Politics and dirt, governmental conceptions and practices regarding cleanliness and salubrity in colonial Buenos Aires (1740-1776)

Bettina Sidy 197-217

Prácticas sociales y control territorial en el caribe colombiano (1750-1800): el contrabando en la península de la GuajiraSocial practices and territorial control in the Colombian Caribbean (1750-1800): Smuggling in the Peninsula of Guajira

Ruth Esther Gutiérrez Meza 219-240

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ReseñasReviews

Lucaioli, Carina P. y Lidia R. Nacuzzi (comps). 2010. Fronteras. Espacios de interacción en las tierras bajas del sur de América. Buenos Aires, Sociedad Argentina de Antropología.

Leonardo Canciani 243-245

Galante, Mirian. 2010. El temor a las multitudes. La formación del pensamiento conservador en México, 1808-1834. México, Universidad Autónoma de México.

Mónica Quijada 246-248

Zanolli, Carlos, Alejandra Ramos, Dolores Estruch y Julia Costilla. 2010. Historia, representaciones y prácticas de la Etnohistoria en la Universidad de Buenos Aires: Una aproximación antropológica a un campo de confluencia disciplinar. Buenos Aires, Antropofagia.

María Vivardo 249-252

Tamagnini, Mónica y Graciana Pérez Zavala. 2010. El Fondo de la Tierra. Destinos errantes en la Frontera Sur. Río Cuarto, Universidad Nacional de Río Cuarto.

Ingrid de Jong 253-256

Normas editoriales e información para los autoresInstructions for Article Contributors 257-260

Envío de artículos: http://ppct.caicyt.gov.arPortal de Publicaciones Científicas y Técnicas (PPCT) -Centro Argentino de Información Científica y Tecnológica (CAICYT) - Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)

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9Memoria Americana 19 (1) - Año 2010: 9-10

CATHERINE JULIEN. In memoriam

Con profundo dolor anunciamos el fallecimiento de nuestra colega, la Doctora Catherine Julien, notable investigadora de la historia y la cultura incas, ocurrido el 27 de mayo de 2011, a los 61 años.

En 1978 Cahterine completó su Ph.D. en Antropología, en la Universidad de California, Berkeley bajo la dirección de John Rowe, convirtiéndose en su destacada discípula. Llevó a cabo su consulta de archivo principalmente en Perú, y también en España y Alemania. Entre 1989 y 1995 se incorporó a la Universidad de Bonn mientras continuaba sus investigaciones sobre la estructura de la sociedad andina, la historia y la cultura de los incas y sobre los primeros siglos de la conquista, conjugando una perspectiva interdis-ciplinaria entre arqueología, etnohistoria y lingüística. En 1996 se trasladó al Departamento de Historia de la Western Michigan University donde fue profesora hasta el momento de su fallecimiento.

Una breve síntesis de su producción explica el lugar destacado que Catherine Julien ocupa entre los investigadores del mundo andino. Escribió diez libros, y se anuncian dos importantes contribuciones póstumas, una apa-recerá en Perú próximamente, la otra es una obra en varios volúmenes sobre el explorador y escritor español Cabeza de Vaca y será completada por el Dr. Pablo Pastrana-Pérez, su colaborador en este proyecto. Publicó numerosos artículos y capítulos de libros y ofreció conferencias en importantes reuniones científicas. Sus publicaciones se focalizaron en tratar de comprender los me-canismos utilizados por los Incas para controlar su imperio y en desentrañar las fuentes disponibles para entender la historia inca, su cosmovisión y las interacciones con otros pueblos indígenas y con los españoles recién llega-dos. Sus contribuciones se distinguen por la originalidad y la profundidad de sus interpretaciones, las que le permitieron ganar una sólida reputación internacional y pueden consultarse en las más prestigiosas revistas de la es-pecialidad, en diferentes idiomas -inglés, italiano, alemán y español. Diversas instituciones internacionales financiaron sus investigaciones, la National Academy de Gran Bretaña, la Humboldt Fellowship, la National Endowment for the Humanities Fellowships, la Fulbright Fellowships y la Guggenheim Fellowship, entre otras, lo cual refleja el reconocimiento de la excelencia de sus aportes científicos.

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10 Obituario

El libro publicado en 2000, Reading Inca History, fue merecedor de dos importantes distinciones, el premio de la Modern Language Association’s Katherine Singer Kovacs al mejor trabajo sobre historia y cultura de América Latina y el premio de la Ermine-Wheeler-Voeglin de la American Society for Ethnohistory destinado al mejor trabajo de etnohistoria sobre cualquier tema. En 2002 obtuvo un importante reconocimiento del College of Arts and Sciences Faculty Achievement Award in Research and Creative Activity, en 2004 la Western Michigan University le otorgó el título de Distinguished Research Scholar, honor generalmente reservado a profesores de tiempo completo, cuando Catherine era aún profesora asociada. En 2001 - 2002 fue Directora de Estudios de Grado y en 2007 Directora de Estudios de Posgrado en la misma Universidad.

En suma, Catherine Julien fue un modelo como profesora e investiga-dora por la dedicación para con sus estudiantes y la generosidad con la que entregaba su tiempo y sus conocimientos a los colegas e instituciones a las que perteneció. Sus amigas y amigos de América Latina lamentamos profun-damente su pérdida y agradecemos la sabiduría que nos ha legado a través de sus contribuciones.

Ana María Lorandi*

* Directora de la Sección Etnohistoria del Instituto de Ciencias Antropológicas, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires.

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11Memoria Americana 19 (1) - Año 2010: 11-12

MEINRADO HUX. In memoriam

Queremos aquí hacer un homenaje a quien por fuera de los ámbitos aca-démicos ha contribuido como pocos al conocimiento de la historia indígena de las regiones pampeana y patagónica. En los primeros días de noviembre, el Padre Meinrado Hux falleció en la ciudad de Los Toldos, en la provincia de Buenos Aires, lugar en el que vivió desde 1948, cuando arribó al país desde su Suiza natal. Formado como sacerdote bajo la Orden Benedictina en el Monasterio de Einsiedeln, le fue encargado colaborar en la creación de un nuevo Monasterio en nuestro país, que finalmente fue fundado como la Abadía de Santa María de Los Toldos. Además de sus actividades religiosas, dedicó muchos de sus largos 90 años de vida a la investigación histórica del pasado local, centrándose en la historia de los indígenas que se asentaron en las tierras de lo que entonces era la frontera entre el estado argentino y los diferentes grupos que habitaban en las pampas y norpatagonia. Gracias a su empeño en buscar documentos guardados en distintos archivos históricos y militares así como otros desconocidos y fuera del alcance público, Hux lo-gró reconstruir la historia de la tribu del cacique Coliqueo, desde su partida desde la región de Boroa, al sur de la Araucanía, hasta su asentamiento en las tierras de la frontera de Buenos Aires como “indios amigos”, conformando así el primer núcleo poblacional de lo que ahora es Los Toldos. Al hacerlo reconstruyó aspectos significativos de estos espacios sociales de frontera y dio profundidad histórica al presente de una población que desconocía o se distanciaba de una pertenencia indígena estigmatizada. Libros como Coliqueo, el Indio Amigo de Los Toldos (1966) y Memorias de un pobre diablo (1983), así como la creación del Museo del Indio son algunas de las obras por las que el Padre Meinrado Hux ha obtenido el reconocimiento de la comunidad indígena y no indígena de Los Toldos.

Pero el Padre Hux expandió sus intereses de investigador hacia la búsqueda y lectura de fuentes documentales bajo el objetivo de reconstruir las trayectorias históricas, y fundamentalmente políticas, de los principales líderes indígenas que se vincularon con los agentes del estado argentino a lo largo del siglo XIX. Sus principales obras en esta dirección fueron Caciques Pampas y Ranqueles (1991), Caciques Pehuenches (1991), Caciques Huilliches y Salineros (1991), Caciques Borogas y Araucanos (1992), Caciques Puelches, Pampas y Serranos (1993). Estas constituyen un voluminoso conjunto de notas biográficas acerca los principales caciques que dejaron su huella en los documentos, en gran parte militares, derivados de la gestión de las relacio-

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12 Obituario

nes fronterizas. Tras la confección de estas biografías se adivinan las horas infinitas dedicadas a la lectura de documentos en distintos archivos del país y se revela una intuitiva y certera obsesión por entender las circunstancias y las decisiones políticas de estos actores históricos en las coyunturas que les tocó vivir.

Entre otras de sus numerosas obras, no queremos dejar de mencionar la recopilación de las Memorias del ex cautivo Santiago Avendaño (2004) y Usos y costumbres de los indios de la Pampa (2000) –también en base a los escritos de este excepcional intermediario étnico que fue Avendaño–, ambas fuentes increíblemente ricas, que habían permanecido entre los papeles personales de Estanislao Zeballos en el Archivo E. Zeballos de Luján. Su edición permitió ampliar su circulación y utilización como fuentes entre los historiadores y antropólogos. Así también, los dos tomos de la guía bibliográfica El indio en la Llanura del Plata (Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires, 1984) muestran las dimensiones admirables que alcanzaron el conocimiento y consulta bibliográfica del Padre Hux, constituyendo para quienes investigan la historia colonial y nacional de estas regiones una herramienta indispensable.

No estuvo en los horizontes de Meinrado Hux cuestionar el proceso de dominio estatal sobre las tierras y poblaciones indígenas, al que entendió como un paso inevitable en la conformación del estado argentino. Pero sí fue un atento observador del desarrollo de las relaciones establecidas entre agentes del estado y los grupos y líderes indígenas, y conservó un fuerte espíritu crítico hacia los dobles discursos comunes entre el personal militar que administraba las fronteras, hacia las distancias entre lo actuado y las versiones “oficiales” de muchos documentos. En este sentido, y en su admirable capacidad de reconstruir la dimensión de las acciones indígenas a partir de la consulta de innumerables fuentes de archivo, creemos que Hux ha ampliado notable-mente los recursos con los que seguir investigando y construyendo nuestra memoria histórica. Muchos de quienes lo conocimos, de quienes supimos de él, nos hemos quedado con ganas de concretar esa próxima charla en la que le formularíamos tantas preguntas pendientes y en la que le manifestaríamos nuestro el agradecimiento por haber dado más visibilidad al panorama de la política y las acciones indígenas durante el siglo XIX.

Ingrid de Jong*

* Directora de Memoria Americana. Cuadernos de Etnohistoria. Instituto de Ciencias Antropológicas, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires.

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Memoria Americana19(1)

Cuadernos de etnohistoria

Buenos Aires 2011

Instituto de Ciencias Antropológicas

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15Memoria Americana 19 (1), enero-junio 2011: 15-36

* Programa de Pós-Graduação em Antropologia Social/Museu Nacional/Universidade Federal do Rio de Janeiro, Brasil. E-mail: [email protected]

RAÍZES E ROTAS DA TERRA. FORMAÇÃO DE UM

TERRITÓRIO NEGRO NO SUL DO BRASIL

ROOTS AND ROUTS OF THE LAND. THE FORMATION OF A

BLACK TERRITORY IN SOUTHERN BRAZIL.

Marcelo Moura Mello *

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16 Marcelo Moura Mello

RESUMO

Amparado em fontes escritas e orais, o texto trata da trajetória histórica da comunidade negra rural de Cambará, que se localiza no Rio Grande do Sul, estado situado no extremo sul do Brasil que possuí fronteiras com a Argentina e com o Uruguai. Longe de remeter a um processo homogêneo, a formação histórica desse grupo cobre um longo período temporal, envolvendo a interação de indivíduos provenientes de distin-tos grupos étnicos. A partir deste caso, objetiva-se fazer confluir a análise das estratégias acionadas pelos antecessores dessa comunidade para garantirem o acesso à terra em distintos contextos com dois conjuntos de discussões: aqueles suscitados pela historiografia brasileira acerca da escravidão e aqueles decorrentes da emergência de novos sujeitos de direito no Brasil, os remanescentes de quilombos.

Palavras chave: territórios negros - remanescentes de quilombos - escravidão

ABSTRACT

The text deals with the historical trajectory of the black rural community of Cambará, in Rio Grande do Sul, a state located in southern Brazil, which shares borders with Argentina and Uruguay and it is based upon written and oral sources Far from referring to a homogeneous process, the historical formation of this group covers a long period of time, involving the interaction of individuals from different ethnic groups. From this case, the objective is to conflate the analysis of strategies used by the predecessors of the community to ensure access to land in different contexts with two sets of discussions: those posed by the Brazilian historiography about slavery and those arising from the emergence of new subjects of rights in Brazil, the maroons - remanescents of quilombos.

Key words: black - territories - maroons - slavery

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17Memoria Americana 19 (1), enero-junio 2011: 15-36

INTRODUÇÃO1

O texto trata da trajetória histórica da comunidade negra rural de Camba-rá, situada entre os municípios de Cachoeira do Sul e Caçapava do Sul, região central do Rio Grande do Sul, estado localizado no extremo sul do Brasil e que possui fronteiras com o Uruguai e com a Argentina; a pesquisa se ampara em fontes escritas e orais Longe de remeter a um processo homogêneo e coeso, a trajetória histórica deste grupo e a formação de seu território cobrem um longo período temporal, envolvendo a interação de distintos grupos étnicos. A partir deste caso, objetiva-se fazer confluir a análise das estratégias acionadas pelos antecessores dessa comunidade para garantirem o acesso à terra com dois conjuntos de discussões: aqueles suscitados pela historiografia brasileira acerca da escravidão e aqueles decorrentes da emergência de novos sujeitos de direito no Brasil, os remanescentes de quilombos -ou quilombolas.

Os quilombos, ou mocambos, eram agrupamentos de escravos fugidos cujos equivalentes em outros países das Américas foram os maroons, os cimarrones, os cumbes e os palenques. Desde o estabelecimento efetivo dos portugueses no Brasil, a partir de 1530, até os últimos anos de vigência do regime servil, que foi abolido em 1888, a formação de quilombos foi inerente ao escravismo. Esses agrupamentos caracterizaram-se por sua heterogeneidade: eles variaram em tamanho e quantidade populacional, em padrões de mobili-dade e de estacionalidade, perduraram ora por poucos meses ora por dezenas de anos e por vezes abrigaram membros de diferentes grupos étnicos.

Os quilombos sempre povoaram o imaginário da nação, despertando os mais variados sentimentos e emoções. No Brasil o mais conhecido deles foi o de Palmares, que abrangia diversos núcleos de povoamento formados a partir da segunda metade do século XVII, que resistiram às expedições punitivas por mais de um século, contando com milhares de habitantes. O principal líder de Palmares, Zumbi, tornou-se, ao longo dos anos, o principal símbolo da resistência negra do país e é na data de sua morte -20 de novembro de 1695- que se comemora o Dia da Consciência Negra.

1 Parte do material aqui apresentado foi exposto, em comunicações publicadas nos Anais do IV Encontro Escravidão e Liberdade no Brasil Meridional (Curitiba 2009) e nos Anais do 33° Encontro Anual da Associação Nacional de Pós-Graduação em Ciências Sociais (Caxambu 2009).

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18 Marcelo Moura Mello

Embora tenham despertado grande atenção durante todo o século XX sendo apropriados enquanto emblema político desde a década de 1920; foi no contexto de mobilização contra a ditadura militar (1964-1985) que os discursos sobre os quilombos constituíram um plano no qual se cruzaram análises acadêmicas, anseios e questionamentos políticos, símbolos étnicos e culturais e ideários de resistência. Findo o regime autoritário, as discussões sobre a nova Constituição, promulgada em 1988, contaram com a intensa participação de vários setores da sociedade civil organizada, assim como de intelectuais. Essa mobilização resultou na criação de direitos constitucionais voltados a segmentos historicamente marginalizados, como a população negra, por exemplo.

A promulgação da Carta Magna coincidiu com o centenário da aboli-ção. Além da proliferação de estudos acerca das relações raciais no Brasil, o movimento negro denunciou sistematicamente a marginalização social imposta aos ex-cativos na pós-emancipação, salientando que a liberdade não havia sido dada mas sim conquistada. Concomitantemente, ganhou força a campanha para que se celebrasse o dia 20 de novembro, data de morte de Zumbi, ao invés de 13 de maio, data da abolição. Nesse período, já existiam associações de comunidades negras rurais nos estados do Pará e do Maranhão, mas pode-se dizer que a questão agrária não estava no centro das demandas dos movimentos negros.

Assim, foi sem grande repercussão que se aprovou o artigo 68 do Ato das Disposições Constitucionais Transitórias (ADCT), com a seguinte redação: “Aos remanescentes das comunidades dos quilombos que estejam ocupando suas terras é reconhecida sua propriedade definitiva, devendo o Estado emitir-lhes os títulos respectivos”. Nessa época, estimava-se serem raros os agrupa-mentos que se adequariam à legislação e que poderiam pleitear direitos sobre suas terras -daí a aprovação desse artigo não ter encontrado grande resistência entre os constituintes (Arruti 2006). Isso se deveu, em grande medida, a um entendimento literal do termo designativo desses novos sujeitos de direitos “remanescentes”. De fato, imaginava-se que as comunidades quilombolas contemporâneas seriam formas intactas dos quilombos passados.

Todavia, os efeitos do artigo 68 no mundo social foram em direção opos-ta. Atualmente, estimativas extra-oficiais dão conta da existência de mais de quatro mil comunidades quilombolas em todo o país, sendo que 1523 delas são oficialmente reconhecidas pelo governo2. Ao invés de ocorrer uma delimitação, na qual somente grupos que descendessem de escravos fugidos

2 Segundo dados da Fundação Cultural Palmares, órgão do Ministério da Cultura, em setembro de 2010. http://www.palmares.gov.br/_temp/sites/000/2/download/dpa/crqs-certificadas.pdf

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19Memoria Americana 19 (1), enero-junio 2011: 15-36

pudessem reivindicar direitos, comunidades com as mais variadas origens históricas têm postulado seu reconhecimento enquanto remanescentes de quilombos bem como os direitos que lhes são garantidos em lei. Diversos fatores concorrerem para esse quadro e não é minha intenção reconstituir em minúcias isto -algo -por si só demandante de um artigo. Por ora, chamo a atenção para o recurso a outros dispositivos constitucionais, a ação de me-diadores e militantes do movimento social, a adesão a essa identificação por diversos grupos e a re-conceituação desta categoria.

No que concerne ao último ponto destacado acima o papel da antropo-logia foi determinante. Em um cenário no qual ainda havia pouca clareza sobre quem seriam aqueles a quem se referia o artigo 68, o grupo de trabalho Comunidades Negras Rurais da Associação Brasileira de Antropologia (ABA), instigado por consultas de órgãos do Estado, enunciou uma nova definição na qual se propunha a “ressemantização” do termo quilombo (O’Dwyer 1995). Afastando uma série de definições e atributos -as comunidades referidas pela legislação não se caracterizam pela homogeneidade populacional e pelo isolamento, nem sempre se constituíram através de atos de insurreição, não derivam sua identidade da ocupação temporal ininterrupta ou de traços biológicos-, concebeu-se os remanescentes como grupos que “desenvolve-ram práticas cotidianas de resistência na manutenção e reprodução dos seus modos de vida característicos e na consolidação de um território próprio”, cuja identidade se define pela “experiência vivida” e pelas “versões compar-tilhadas de sua trajetória”. Nesse sentido, eles constituem “grupos étnicos”, conforme a acepção de Fredrik Barth, ou seja, “um tipo organizacional que confere pertencimento por meio de normas e meios empregados para indicar afiliação ou exclusão” (O’Dwyer 1995: 1). Propôs-se, também, um abandono da noção “arqueológica” de quilombo -que se encerra na definição daquilo que foi, não do que é no presente-, respeitando, ao contrário, aos “auto-defi-nições” dos sujeitos em face dos grupos e agências com quem interagem (Al-meida 2002). Não obstante a adoção, pelos órgãos governamentais, da versão “ressemantizada” da categoria, da elaboração de novas leis sobre o assunto e da formulação de diversas políticas públicas desde então várias disputas em torno dessa identidade surgiram, em especial sobre a largueza do conceito; i.e., que grupos ele abarcará ou excluirá (Arruti 2008: 316).

As origens desta pesquisa estão justamente relacionadas às questões e debates concernentes aos remanescentes de quilombos. Desde o início desta década, a comunidade com a qual realizei pesquisas vem reivindicando a identidade quilombola e a regularização fundiária de seu território. Após participar de um projeto de extensão da Universidade Federal do Rio Grande do Sul (UFRGS) no local (em 2003) fiz parte de uma equipe, composta por antropólogos, historiadores e geógrafos, que elaborou um relatório histórico

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-antropológico (Anjos et al. 2006) cujo objetivo era oferecer subsídios ao Instituto de Colonização e Reforma Agrária (INCRA), órgão governamental vinculado ao Ministério de Desenvolvimento Agrário responsável pela titu-lação dos territórios quilombolas no processo de regularização fundiária da comunidade3. Foi nesse contexto de produção de uma peça técnica -que visava coligir elementos para fundamentar a reivindicação e o reconhecimento de direitos- que se realizaram pesquisas mais aprofundadas sobre a história do grupo, sobretudo através das narrativas orais e dos documentos depositados em arquivos. Finda esta pesquisa prossegui com minhas investigações his-tórico-etnográficas.

Localizada na zona limítrofe entre os municípios de Cachoeira do Sul e Caçapava do Sul, a comunidade negra de Cambará é composta por aproxima-damente quarenta famílias distribuídas em quatro núcleos territoriais (Rincão, Irapuá, Cambará e Pinheiros) que possuem estreitas relações de parentesco entre si. Cada família possui uma trajetória própria e se estabeleceu na re-gião em distintos períodos, solidificando os laços com aqueles que já viviam no local através de relações de parentesco. Ao longo dos anos, sucessivas espoliações fragmentaram e diminuíram consideravelmente a extensão do território e várias áreas foram apropriadas ilicitamente.

Tanto as narrativas orais como os documentos depositados em arquivos históricos assinalam a presença de uma miríade de agentes em interação ao longo da história de Cambará. Os primeiros a se estabelecerem no local foram dois ex-escravos, e suas respectivas famílias, por meio da compra de pequenas glebas nos anos de 1835, 1845 e 1855. No decorrer do século XIX, essas duas famílias firmaram relações de parentesco e de compadrio com escravos, ex-escravos, libertos, indígenas e livres que viviam na região.

Os membros de Cambará dificilmente traçam uma linha genealógica superior a duas gerações ascendentes. Na ocasião na qual a busca por docu-mentos em arquivos teve início, dispunha-se de um rol de nomes apontados como os primeiros a se estabelecerem no local. A versão comum ao grupo é de que os “antigos” fixaram residência ali em virtude de uma “sobra de campo” de uma medição judicial. Com esta informação, fez-se uma consulta na qual foi possível localizar a medição de uma sesmaria, da Palma, transcorrida entre 1886-1888, na mesma região onde hoje a comunidade se localiza4.

3 Uma das etapas necessárias para a regularização dos territórios quilombolas é a elabo-ração pelo INCRA do Relatório Técnico de Identificação e Delimitação (RTDI) do território que deve conter, dentre outras peças técnicas, um relatório sócio-antropológico. 4 APERS. Medições. Cachoeira do Sul. Cartório Cível e Crime, N°699, Maço 18, Estante 54 (1886).

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A leitura deste documento revelou a existência de uma faixa de terras no interior da sesmaria da Palma ocupada por indivíduos com o mesmo nome de alguns dos antecessores de Cambará. Para sanar dúvidas, informa-ções adicionais foram compulsadas e cruzando-se os dados teve-se a certeza da ocupação daquela área pelos negros desde o século XIX. Ocorre que ao contrário da versão corrente no local, aquelas terras não foram doadas, e sim compradas por ex-escravos em 1835, 1845 e 1855. Por meio dos vínculos familiares descobertos nesta fonte foi possível ter certeza da descendência de duas famílias de Cambará, justamente as apontadas pelos atuais moradores como as “mais antigas”, para com dois ex-escravos que compraram quinhões nas datas acima referidas.

Além deste documento, foram consultados inventários, cartas de liber-dade, registros paroquiais de terras, autos de legitimação de posse, medições judiciais, assentos de batismo e registros de casamento e de óbito. Sempre se buscou uma interlocução com as narrativas orais, elas não só constituí-ram o ponto de partida das pesquisas, oferecendo valiosas pistas em muitas ocasiões, como exerceram efeitos de conhecimento na leitura e manejo das fontes escritas.

Após reconstituir, nas próximas quatro seções, a história de Cambará enfocando as estratégias de territorialização e de salvaguarda do território empregadas pelos antecessores do grupo, especialmente no período compreen-dido entre 1830-1930, busca-se estabelecer conexões entre o caso de Cambará com o conhecimento produzido pela recente historiografia da escravidão no Brasil. Não se objetiva reconstituir os meandros do processo de identifica-ção quilombola no local, algo que fiz alhures (Mello 2008: 51-100), mas sim pensar a formação histórica de Cambará à luz, e para além, das discussões concernentes às chamadas “comunidades remanescentes de quilombos”.

OCUPAÇÃO DA SESMARIA DA PALMA

A origem da sesmaria da Palma, local onde se formou o território de Cambará, remonta às disputas dos invasores europeus pela posse de territó-rios no sul da América. Desde 1630 os espanhóis incentivaram a catequese de indígenas e a formação de reduções; na mesma época os portugueses financiaram bandeiras pelos sertões do Brasil. Em 1680 fundaram a Colônia do Santíssimo Sacramento, entreposto luso no seio dos domínios espanhóis. Em 1737, erigiram o Presídio Jesus, Maria e José, em Rio Grande. Segundo Aurélio Porto (1926), em 1733, portanto antes mesmo da fundação do Presídio em Rio Grande, já percorriam a região onde se fundou dita sesmaria diversos indivíduos tendo alguns deles se apossado de faixas de terras.

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A Colônia de Sacramento, fonte de inúmeras discórdias entre as Coroas Ibéricas, estimulou a assinatura de diversos tratados de limites. Em 1750 as-sinou-se o Tratado de Madrid, ficando os espanhóis com a posse da Colônia do Sacramento e os portugueses com os sete povos missioneiros. Já neste momento foram concedidas sesmarias para a povoação das terras ao norte do Rio Jacuí, quando se deu a fundação de Rio Pardo -município que teve um papel geopolítico decisivo na definição das fronteiras do Rio Grande do Sul- pois ali se deu a construção do Forte Jesus, Maria e José em 1752, e o povoamento por açorianos em 1753.

A demarcação dos limites estabelecidos no Tratado de Madrid encontrou resistência entre a maior parte dos indígenas que, após se negarem a aban-donar as Missões, investiram contra Rio Pardo. Os sangrentos combates da Guerra Guaranítica (1754-1756), na qual alguns negros escravizados lutaram nas fileiras dos invasores europeus, resultaram no massacre dos indígenas e na morte de seu principal líder, Sepé Tiaraju. De volta da guerra, trouxe Gomes Freire de Andrade, general líder das campanhas militares contra os missioneiros, diversos índios que foram arranchados nas proximidades de do que viria a ser Cachoeira do Sul. Em 1769, outro aldeamento surgiu na mesma região; a constituição de aldeamentos se deu em pontos estratégicos e a ‘assi-milação’ de indígenas, especialmente através de casamentos, foi estimulada pelos portugueses com o intuito de agregar contingentes populacionais para a salvaguarda e a conquista de territórios (Garcia 2009).

Após o Tratado de Santo Ildefonso, de 1777, foram distribuídas sesmarias ao sul de Rio Pardo. Segundo Porto (1926), dezessete oficiais e soldados vindos da campanha contra os índios missioneiros se estabeleceram no território que deu origem a Cachoeira do Sul, entre eles Manoel Gomes Porto agraciado com a sesmaria denominada Palma em 1784 -onde se estabeleceu com família, gados e escravos5. Após sua morte a propriedade foi fragmentada entre seus onze herdeiros, dando margem à instalação de outras famílias no local. É neste processo de compra e venda de terras, que caracterizou a fragmentação da antiga sesmaria, no qual as aquisições de ex-escravos, antecessores dos moradores de Cambará, estiveram inseridas bem como o estabelecimento de outras famílias escravocratas no local.

Os dados compulsados nesta pesquisa revelaram a existência de uma ampla rede de relações entre os indivíduos que compunham os plantéis das famílias escravocratas. O parentesco entre cativos, libertos e livres, confor-mou um espaço inscrito no seio de grandes fazendas; os laços familiares

5 Trecho da carta da sesmaria concedida a Manoel Gomes Porto apensa à medição da sesmaria da Palma APERS. Medições. Cachoeira do Sul. Cartório Cível e Crime, N°699, Maço 18, Estante 54, fl.125 (1886).

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alimentados durante o período escravista foram imperativos na decisão de permanência de ex-escravos na localidade e no seu acolhimento por famílias negras que já viviam ali. Antes disso, me ocuparei da estrutura fundiária da região e da formação territorial de Cambará por meio da reconstituição do parentesco entre os ex-escravos que adquiriram seus quinhões.

TEIAS DE PARENTESCO

Por meio da leitura da medição da sesmaria Palma foi possível descobrir que pelo menos quatro ex-escravos adquiriram faixas de terras no interior desta propriedade. Os dados à disposição até o momento indicam a descendência genealógica dos atuais moradores de Cambará para com dois ex-escravos, João Antonio e Joaquim Antonio, que compraram quinhões nos anos de 1835 e 1845-1855 respectivamente. Acompanhemos brevemente a trajetória de cada um deles, começando com João.

O senhor de João era Manoel Antonio Ruivo, que se estabeleceu na re-gião no final do século XVIII6. Falecido em 1827, teve por inventariante seu genro, Inácio Machado da Silva. Este dado é importante pois os sucessores de Ruivo, assim como seus ex-escravos, adotaram, durante o século XIX o sobrenome Machado7. No testamento de Ruivo, apenso ao inventário, foi disposto que a escrava Rita, 35 anos e casada com o “escravo idoso de nome João”, ficasse liberta após a morte do testamentário, assim como metade do valor deste último fosse descontado. Talvez aproveitando a divida de 550.000 réis legada por Ruivo, ou talvez por algum acordo prévio, o escravo João, 50 anos, avaliado em 100.000 réis, requereu sua liberdade após pagar metade de seu valor. Obteve sucesso no seu intento e na libertação de sua filha, Libânia de dois anos de idade, após pagar 60.000 réis ao inventariante. De alguma maneira, João e sua família conseguiram acumular uma considerável quantia de dinheiro. Sete anos após pagarem 110.000 réis por duas libertações adqui-riram um pedaço de campo8.

Joaquim, escravo de Antonio Gonçalves da Trindade, era africano, nas fontes é classificado ora como “benguela” ora como “da Costa”, tendo con-traído matrimônio com a escrava Florência, natural de Rio Pardo. Em 1835,

6 AHRS. Medições Judiciais. Medição Judicial da Fazenda de Santa Bárbara. Cachoeira N°482.7 APERS. Inventários (Manoel Antonio Ruivo). Cartório de Órfãos e Ausentes. Cachoeira, Maço 2, Estante 52, N°34 (1827).8 APERS. Medições. Cachoeira do Sul. Cartório Cível e Crime, N°699, Maço 18, Estante 54, fl.745 (1886).

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foi alforriado por seu senhor com a condição de acompanhá-lo até a morte, não se tem certeza de quando exatamente ele gozou do estatuto de livre. Cer-tamente antes de 1845, pois foi nesta data que comprou uma pequena gleba, no ano de 1855 adquiriu outro terreno contíguo ao que já possuía; sabe-se que Joaquim morreu em 1874, enquanto Florência em 18789.

Existem elementos que indicam a confluência dos projetos de liberdade dessas famílias não só por elas compartilharem trajetórias semelhantes, mas também por elas terem estabelecido relações de parentesco, simbolizadas pela união matrimonial entre um neto de João e Rita e uma neta de Joaquim e Florência10. Há indícios de que o apadrinhamento entre as duas famílias foi recorrente, mas dado o caráter fragmentário das informações disponíveis neste tipo de fonte é impossível ter absoluta certeza dessas ligações. Com efeito, além dos casamentos, o compadrio oferece pistas interessantes para se traçar os vínculos entre escravos, ex-escravos, livres e libertos.

Inexistem estudos aprofundados sobre a família escrava na região durante todo o século XIX, com exceção da pesquisa de Petiz (2009) que analisou sua incidência nas freguesias de Rio Pardo, Encruzilhada, Cachoeira do Sul e Ca-çapava do Sul entre 1755-1835. Dos 6395 escravos nascidos na região, mais de 45 % deles tiveram escravos por padrinhos, enquanto que 12,28 % foram apadrinhados por forros (Petiz 2009: 208). Não obstante o fato dessa pesquisa se deter em 1835 há indícios de que o apadrinhamento foi uma importante instância na construção de laços mais profundos entre a escravaria durante todo o século XIX. No caso de Cambará, o compadrio foi fundamental e esse tipo de relação construiu-se não só com outros escravos, mas também com livres, fossem eles de cor, indígenas ou brancos.

Localizei um batismo de 1811 no qual os padrinhos da filha de uma escrava -de propriedade do tio do senhor de Joaquim- eram indígenas. A localização, até o momento, de uma única ocorrência dessas não indica uma singularidade. Pelo contrário, na formação histórica de Cambará, as relações “afro-indígenas” foram uma constante. Suspeito que alguns dos padrinhos dos escravos que viviam no entorno da sesmaria da Palma, designados como pardos ou livres, eram descendentes de indígenas11. Não por acaso, atualmente

9 APERS. Inventários (Joaquim Antonio Gonçalves e Florência Joaquina das Mercês). Cartório Cível e Crime. Cachoeira. Maço 3, Estante 54, n°105 (1886).10 APERS. Livro de Transmissão e Notas 3° Distrito. Cachoeira. Livro 8, Fundo 11, Estante 26, fls.62v-63; 57-58.11 Com o decorrer dos anos, as categorias “pardo” e “china” -indígena cujo pai era branco- suplantaram a categoria índio. As políticas de integração dos índios incentivadas pelos portugueses (Garcia 2009) explicam, em parte, a designação de pardo. Do mesmo modo, pode-se considerar essa classificação como uma tentativa de aproximar os indígenas “do

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um acampamento de índios Mybá-Guarani está localizado a menos de três quilômetros de um dos núcleos residenciais de Cambará. Os relatos dos pró-prios Mybá apontam sua presença na região durante os séculos XVIII e XIX, retornando ao local em meados de 1970 onde se encontram continuamente até hoje (Sá e Santos 2008: 9).

As narrativas de homens e mulheres de Cambará, sobretudo dos mais velhos, salientam a ascendência indígena de algumas pessoas do grupo fazen-do referência à “mistura de bugre”. A própria fundação de um dos núcleos territoriais teria se dado quando três “chinas”, após a Revolução Federalista de 1893, se apossaram de partes de campo no local, sendo definitivamente acolhidas quando contraíram matrimônio com os negros. Em resumo, con-quanto a maior parte das informações disponíveis careça de minúcias, pode-se depreender que as interações “afro-indígenas” foram fundamentais ao longo da história de Cambará. Disto isto, voltemos ao apadrinhamento entre os antecessores do grupo.

Nos arquivos eclesiásticos localizei os assentos de batismo de oito filhos e netos de João e Rita Maria, nascidos entre 1851-1881. Em quatro casos os padrinhos escolhidos eram libertos, em dois escravos e em outros dois não se pôde precisar exatamente o estatuto social de nenhum dos dois padrinhos. No caso da família de Joaquim e Florência foram encontrados somente quatro batismos de filhos do casal, realizados entre 1839 e 1846. Ao que tudo indi-ca, três deles tiveram brancos por padrinhos enquanto um casal de escravos apadrinhou o outro12.

Além dos descendentes de João e Joaquim, localizei 63 batismos, que se deram entre 1818-1881, de escravos que pertenciam aos principais estan-cieiros da região13. Em 25 casos, ou 39,68 %, pôde-se concluir, sem margem de dúvida, que ao menos um dos padrinhos era escravo (a) e/ou liberto (a). Entretanto, creio que esse número foi significativamente maior, pois os as-sentos de batismo são fontes imprecisas. Não necessariamente todos os nas-cimentos eram registrados, além do fato de recorrentemente a mesma pessoa ter o nome grafado de distintas maneiras e/ou com supressões de sobrenomes. No caso de escravos e de seus descendentes, outras dificuldades se agregam a estas últimas; existia pouca preocupação em apresentar informações mais

mundo da escravidão, seja para mantê-los como cativos, seja para enquadrá-los em um lugar social específico e restritivo na hierarquia do mundo dos livres” Aládren (2009: 138-139).12 MDCS. Batismos. Paróquia de Caçapava (Livres). Livro 3b, fls.129, 207- 207v e 268. Livro 4, fls. 55v, 145v. (1849-1861). Livro 5, fl.39v. (1861-1863). Livro 8, fls.104, 128v. (1882-1887).13 Para mais detalhes, ver Mello (2008: 102-150).

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detalhados sobre eles, diversos homônimos e, no caso de libertos, variados sobrenomes eram-lhes atribuídos.

De qualquer maneira, o importante a reter é o fato de que os negros que já se achavam territorializados desde a primeira metade do século XIX -os filhos e netos de João e Rita e de Joaquim e Florência- alimentaram relações de parentesco com aqueles que ainda se achavam sob o jugo do cativeiro. No caso de Cambará o parentesco, efetivado seja pela união matrimonial seja pelo apadrinhamento, aproximou, em distintas épocas, escravos africanos e crioulos, negros e indígenas, livres e libertos. Não se trata de retratar algo idealizado e isento de conflitos, mas o fato é que entre 1880-1890 diversos indivíduos que recém haviam se tornado livres foram acolhidos no interior das glebas adquiridas por ex-escravos na primeira metade do século XIX, como pode se depreender dos relatos das famílias que vivem no local (Mello 2008: 188-197). E foi justamente nesse período que a estrutura fundiária da região se alterou profundamente, dificultando às camadas desfavorecidas, em especial às gerações do cativeiro, o acesso à terra.

INJUNÇÕES E DISJUNÇÕES TERRITORIAIS

A medição mencionada acima, na qual foi possível obter diversos ele-mentos sobre a trajetória histórica de Cambará, revela também os mecanismos de expropriação que incidiram sobre os negros. O requerente da medição foi um dos principais estancieiros da região, herdeiro de um cabedal composto por um grande número de cativos. Diversos lindeiros de dito estancieiro foram intimados a apresentar os meios comprobatórios de suas posses, como inventários, escrituras de compra e venda comprovantes de permuta. O agrimensor responsável pela medição partilhou aritmeticamente todas as áreas, com exceção de uma: aquela pertencente às famílias negras. Lê-se no documento que “desconhecem-se quem são” os proprietários desta área e isto porque os “proprietários não se fizeram representar nos autos”14.

Os descendentes de João e Joaquim apresentaram os meios comprova-tivos de suas propriedades após todas as outras áreas serem delimitadas. As posses das duas famílias eram frágeis em termos legais, pois as compras não foram lavradas em cartório, e sim em papéis de mão. No caso dos familiares de João a situação foi ainda mais dramática, dado que a escritura que continha as divisas discriminadas foi extraviada. O meio encontrado para assegurar a posse das terras foi solicitar quatro testemunhos, todos eles de grandes

14 APERS. Cartório Cível e Crime. Medição. Cachoeira do Sul. N°699, Maço 18, Estante 54, fl.595.

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proprietários de terras -dentre eles do requerente da medição- que confirmaram a posse “mansa e pacífica” desde 1835. Todas as testemunhas convocadas ressaltaram que João e seus familiares não sofreram oposição alguma por vi-verem no local. De fato, a “posse mansa e pacífica” dependia da anuência dos proprietários mais abastados da região; a liberdade e o usufruto de espaços autônomos estiveram diretamente condicionados à manutenção de laços de dependência para com as elites locais.

A medição da sesmaria da Palma deve ser vista enquanto extensão dos efeitos desencadeados pela Lei de Terras15. Ao interpor entre a terra e os pretendentes à sua apropriação legal toda uma série de codificações e procedimentos jurídicos, a Lei tendeu a excluir as camadas mais pobres da população. A imposição de uma linguagem burocrática privilegiou um número reduzido de indivíduos detentores do capital jurídico e econômico necessário para acessar os centros de jurisdição, fomentando o clientelismo como modalidade fundamental de acesso à terra.

Ao cabo, as áreas pertencentes aos herdeiros dos dois ex-escravos aludi-dos acima foram delimitadas, mas o requerente da medição cobrou judicial-mente os custos processuais. Situação peculiar esta: alheios a praticamente todo o procedimento demarcatório, os negros foram intimados a arcar com as despesas do processo, o que pode estar na origem dos conflitos entre negros e brancos que se desenrolaram posteriormente (ver abaixo).

A fundação de colônias de imigrantes italianos e alemães nos distritos rurais de Cachoeira do Sul a partir da segunda metade do século XIX deu uma nova configuração ao mercado de terras. A região onde ficava localizada a sesmaria da Palma não recebeu imigrantes desde o princípio, mas sim ao longo dos anos em especial no século XX16. Com o deslocamento de italianos e alemães para a região os espaços disponíveis foram se tornando cada vez mais escassos. A aquisição de glebas por João e Joaquim se deu em um contexto mais favorável àquele enfrentado por ex-escravos a partir de 1850.

Não obstante essas barreiras, mais duas famílias de ex-escravos, os Ramos e os Lopes, adquiriram terras durante a década de 1910 com recur-sos próprios, dando origem a dois núcleos familiares de Cambará, Irapuá e Cambará. Parece que a escolha por fixar residência justamente em terrenos contíguos àqueles pertencentes a outras famílias negras não é fortuita. Em

15 Promulgada em 18 de setembro de 1850, a Lei de Terras aboliu o regime de concessão de sesmarias, além de estabelecer a compra como única forma legítima de acesso à terra.16 Oficialmente a imigração de alemães para o Rio Grande do Sul começou em 1824, enquanto a de italianos em 1875. O papel reservado aos imigrantes incluía desde a res-ponsabilidade por produzir alimentos, passando pela segurança do território, até o bran-queamento da população (Seyferth 1996).

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pouco tempo, os casamentos estreitaram os laços entre os Ramos e os Lopes com os habitantes mais antigos da região (Anjos et al. 2006).

A territorialização de ex-escravos e seus descendentes se deu a partir da primeira metade do século XIX, mas esse processo não se circunscreveu a um período específico. Ao longo dos anos, relações de parentesco solidificaram a relação entre indivíduos que vivenciaram a experiência da escravidão. O período de transição entre a escravidão e liberdade foi particularmente mar-cante, pois ex-escravos foram acolhidos pelas famílias negras que já viviam no local e procedimentos de medição de terra e de perseguição policial inci-diram sobre o território de Cambará. A conquista e a manutenção de espaços autônomos se deram em uma arena marcada por disputas, solidariedades, favores e conflitos entre distintos agentes.

CONFLITOS E ESBULHOS

Na mesma época da medição da sesmaria da Palma, fazendeiros e cria-dores de Cachoeira do Sul reuniram-se no local denominado Irapuá -região próxima a Cambará- a 11 de novembro de 1897. Deliberam em casa de um subdelegado a respeito da formação de uma polícia particular, seguindo recomendação do presidente da Província. Em ata, expressaram queixas ao Poder Legislativo e anunciaram medidas que tinham o fim claro de atrair a atenção das autoridades públicas, que não estariam resguardando os interes-ses do povo dado os atos de “rapinagem, abusos e crimes” de uma “multidão de indivíduos desventurados sem a mais leve idéia dos deveres inerentes ao seu novo estado17” -ou seja libertos. O encontro resultou na criação de uma força policial particular sob responsabilidade dos cidadãos ali presentes que se comprometeram a subsidiá-la.

As pilhagens de libertos pareciam ser uma constante por toda provín-cia, a julgar pelo relatório do presidente da Província18. Essa conjuntura tem particular importância não só pela formação de uma milícia para-estatal para conter as rapinas na região onde hoje se localiza Cambará, mas também porque o roubo de gados foi impetrado por antecessores do grupo. Quase vinte anos depois de finda a escravidão, o abigeato foi a principal causa do assassinato de Manoel Thomé da Silva por José Martimiano Machado, antecessores diretos de dois troncos familiares de Cambará. A relação entre Thomé e Martimiano

17 AHMCS. Delegacia de Polícia de Cachoeira. Avulsos, fl.1 18 Relatório passado pelo. Dr. Rodrigo de Azambuja Vilanova à administração da Província de S. Pedro do Rio Grande do Sul ao Sr. Barão de Santa Tecla, 1o vice-presidente, no dia 9 de agosto de 1888. Porto Alegre, Oficinas tipográficas do Conservador (1889).

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deteriorou-se em função do tipo de interação estabelecido por cada um deles com os grandes proprietários de terra da região

Enquanto Thomé era capataz dos fazendeiros Martimiano, juntamente com alguns de seus irmãos e primos, impetrava saques às fazendas. Os relatos e o processo-crime de José Martimiano Machado19 atestam que a iminente delação de Thomé sobre o abigeato resultou no crime. Tal fato, ocorrido em 1905 resultou na condenação de Martimiano por 24 anos. Esse assassinato é um fato marcante na história do local não só pelo seu desfecho trágico, mas também por estar diretamente relacionado -segundo os narradores- à chegada de Otacílio José de Castilhos ao local.

Nascido em 1876, natural de Dom Pedrito20 (RS), não se tem certeza de como e quando Otacílio José de Castilhos chegou a Cachoeira do Sul, mas se sabe que em 1916 assumiu o posto de subdelegado do 3° distrito de Cachoeira do Sul21. Segundo os relatos, Otacílio tinha por incumbência “pôr ordem nos roubos”, o que fica evidente pela localização de seu posto policial: no seio do território de Cambará, nas proximidades da residência da família Macha-do, responsável pelos furtos. Passados quase quinze anos da prisão de José Martimiano Machado o abigeato teve continuidade pois diversos indivíduos foram processados em 1919, sob a acusação de constituírem “uma quadrilha de ladrões de gado, sendo numerosos e repetidos os furtos que praticaram”22.

Todos os acusados foram absolvidos em razão de irregularidades con-tidas no auto de corpo de delito, realizado por Otacílio Castilhos. Um dado interessante é que nem todos os denunciados eram negros, dos oito denuncia-dos três eram brancos. Como notou Weimer (2008: 167) em seu estudo sobre pós-abolição na Serra do Rio Grande do Sul, existem elementos que indicam a atuação interétnica no furto de gado. Note-se, entretanto, que no processo aludido acima somente os negros prestaram depoimento. Esse processo ar-rastou-se até 1921 em virtude da promotoria ter recorrido da decisão, mas os réus novamente foram absolvidos. Livres da prisão, não ficaram livres da pecha. Otacílio logrou outra maneira de conter os furtos.

A perseguição policial se tornou mais insidiosa com a criação de uma polícia rural sustentada pela municipalidade, a cargo de Otacílio Castilhos. A milícia por ele comandada certamente teve a região de Cambará como local privilegiado de atuação. Segundo os relatos de alguns membros do grupo,

19 APERS. Processos-Crime (José Martimiano Machado). Cartório do Júri. Cachoeira do Sul; Maço 02, Estante 09, N°31 (1919-1922).20 APERS. Registro de Nascimentos e Óbitos Cachoeira do Sul. Livro 54, p. 93. 21 AHMCS. Relatório da Intendência de Cachoeira do Sul. 1917. Fundo Intendência. 22 APERS. Processo-Crime e outras. Júri. Cachoeira. M 39. Caixa 181. N° 3694, fl. 86.

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como Orcindo Machado e Geraldo da Silva, agindo em nome da tranqüilidade pública Otacílio invadia os espaços domésticos e espancava os negros para reprimir os furtos. De acordo com algumas narrativas23, Otacílio se ofereceu para regularizar a situação fundiária das famílias negras, mas acabou por expropriar mais de 50 hectares da família Machado, ludibriando-a por meio de procedimentos ilegais. Apesar das relações clientelísticas estabelecidas, da proteção de pessoas poderosas e até mesmo da formação de um grupo interétnico que praticava o abigeato os esbulhos tiveram um caráter marca-damente racial.

Desde então, o território de Cambará diminuiu consideravelmente em decorrência de vendas, de apropriações ilícitas e de transações desfavoráveis aos negros. Na década de 1960, uma rodovia federal foi construída repartindo o território ao meio. Apesar de alguns membros de Cambará terem trabalhado nessa construção, nenhuma família negra foi indenizada (Anjos et al. 2006). Poucos anos depois um grande posto de gasolina, que existe até hoje, foi construído no local e boa parte das terras pertence hoje à descendentes de imigrantes italianos e alemães. Neste decênio, a plantação de soja e de eu-caliptos pelos vizinhos tornou-se mais intensa, causando danos ambientais em Cambará. Com a reivindicação da identidade quilombola o grupo visa recuperar suas terras, mas o processo de regularização fundiária, até agora, foi moroso.

BRECHAS, ESTRATÉGIAS E TERRITORIALIZAÇÃO NEGRA

Mencionou-se na seção introdutória que a amplitude do conceito de remanescentes de quilombos é um dos eixos a partir do quais se questiona essa identidade, bem como a legalidade dos pleitos desses novos sujeitos de direito. Se, de um lado, a “ressemantização” do conceito de quilombo foi fruto de injunções políticas; de outro, os encontros com esses grupos têm gerado um corpo de conhecimentos sobre uma realidade praticamente ignorada até então24. No plano propriamente histórico, o material acumulado acerca da formação territorial dessas comunidades vai de encontro aos resultados obtidos pela recente historiografia sobre a escravidão, em especial aquela

23 As narrativas completas sobre esse tema podem ser encontradas em: Mello (2008: 180-188).24 No Brasil, a produção bibliográfica sobre relações raciais e sobre manifestações culturais afro-brasileiras é avultada, mas realizaram-se pouquíssimas pesquisas acerca das condi-ções de vida dos negros no meio rural, onde se localizam a grande maioria dos grupos que aspiram à identidade quilombola.

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produzida desde a década de 1980, que propôs uma série de deslocamentos para com as perspectivas teóricas então vigentes.

Às idéias de Gilberto Freyre, que defendia o caráter “brando” do sistema escravista brasileiro e a vigência de uma “democracia racial25”, seguiu-se a partir da década de 1950 uma leva de estudos que se opôs às abordagens de -e inspiradas por- Freyre. Enfocou-se a resistência escrava, sobretudo aque-las coletivas, como a formação de quilombos, acentuou-se o caráter brutal e violento da escravidão no Brasil, questionou-se o pressuposto de que a escravaria era dócil e servil, argumentou-se que a “democracia racial” nada mais era do que um mito. Embora dotadas de importância teórica, empírica e política esses estudos, como notou Gomes (2003: 15-16), romantizaram a resistência escrava, além de tratarem as ações dos cativos ou como meras reações às imposições das classes dominantes, ou como reflexos da “coisifi-cação social” inerente ao regime.

A partir da década de 1980, sem negar a violência e a assimetria do regime escravista, uma série de estudiosos foi além das denúncias, alisan-do as ações dos escravos em sua forma multifacetada, sem circunscrever a resistência às insurreições. De um lado, o foco analítico deslocou-se para a agência escrava, para as formas cotidianas de resistência e como isso se refle-tiu na conquista de brechas de autonomia, para as “visões” (Chalhoub 1990) e os “significados” (Mattos 1998) da liberdade segundo o ponto de vista dos próprios escravos. De outro, desenvolveram-se pesquisas acerca de temas relativamente negligenciados até então, como a família, o campesinato negro e as brechas camponesas, a cultura, as tradições religiosas, a sociabilidade, as políticas de manumissões, etc.26.

As investigações acerca de comunidades de escravos fugidos igualmente propuseram novas perspectivas teóricas. Neste tocante, a obra de Flávio Gomes (2005; 2006) introduziu uma série de inovações; este autor questionou a visão dos quilombos como espaços marginais e isolados, ao destacar as complexas relações sociais, econômicas e políticas entretidas pelos quilombolas com a sociedade envolvente. Para além do eixo analítico ancorado na díade forma-ção-destruição, sua obra perscruta as variadas formas de aquilombamento e o impacto que as comunidades de fugitivos tiveram na vida daqueles que permaneceram escravos -e também na vida dos outros setores da sociedade

25 Em seus primeiros estudos Freyre falava em “democracia social”. Somente a partir da década de 1950 é que emprega o conceito de “democracia racial”. Para um histórico minucioso desta noção ver Guimarães (2002). 26 Evidentemente que este é um sobrevôo que carece de maior detalhamento. Revisões sobre a historiografia da escravidão podem ser encontradas em Gomes (2005) e Schwartz (2001).

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escravista- alcançando a pós-emancipação (Gomes 2005: 32-35). Os contatos entre diversos agentes representavam, em suas palavras, um “campo negro”, ou seja:

uma complexa rede social permeada por aspectos multifacetados [...] que constituiu-se placo de lutas e solidariedade conectando comunidades de fugitivos, cativos nas plantações e nas áreas urbanas vizinhas, libertos, lavra-dores, fazendeiros, autoridades policiais e outros tantos sujeitos que viven-ciaram os mundos da escravidão” (Gomes 2006: 45 [grifos no original]).

A rentabilidade do conceito de “campo negro” não se circunscreve às comunidades de fugitivos. Através desta noção pode-se pensar a dimensão relacional entre distintas espacialidades dos mundos da escravidão e da pós-emancipação. Dito de outra forma, indivíduos e famílias que adotaram dife-rentes estratégias para se territorializar, via arranchamento, doações, compra de terras, fuga, apossamento, etc., não formaram territórios isolados mas sim conectaram espaços e pessoas. Através do conceito de campo negro podem-se estabelecer aproximações para com esta recente historiografia da escravidão em pelo menos três níveis: das famílias escravas, da brecha camponesa e do caráter multifacetado das ações dos cativos.

Como notou Slenes (1999), a constituição de famílias escravas contribuiu para a transmissão e compartilhamento de memórias, afetos, valores e projetos de liberdade. Parece evidente que a constituição de um “nós” foi condição fundamental para a territorialização étnica em Cambará. Foi o parentesco, forjado durante todo o século XIX, que imprimiu sentimentos de pertenci-mento, influenciando no acolhimento, na pós-emancipação, de indivíduos egressos do cativeiro pelas famílias de João e Rita e Joaquim e Florência. Como notaram Rios e Mattos (2005), as opções de deslocamento ou de permanência nas décadas que se seguiram à abolição dependeram do nível de informação dos libertos sobre onde poderiam ir e como seriam acolhidos.

De igual modo, o caso de Cambará incita a pensar as formas camponesas durante a escravidão e suas conseqüências na pós-abolição, bem como aquilo que Cardoso (1978), apropriando-se das idéias de Sidney Mintz (1973), cha-mou de “brecha camponesa”. Por este termo o autor designa as atividades agrícolas realizadas pelos escravos nas parcelas de terras concedidas para este fim no interior das grandes plantações (Cardoso 1978: 137). Não obstante os benefícios angariados pelo senhorio ao concederem pequenas parcelas de terras, no sentido de aplacar os desejos de seus plantéis e de reduzir os custos com alimentação, foi comum que essas “concessões” se transformas-sem em direitos podendo, até mesmo, estar na origem de alguns territórios negros. A bibliografia especializada aponta que a conquista da terra, finda a

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escravidão, poderia significar uma tentativa de preservar espaços conquis-tados enquanto se era escravo. (Gomes e Motta 2007: 160). Quer pensemos nos roçados, quer nas posses formalizadas ou nos arranchamentos, pode-se supor que a experiência “camponesa” pôde ter se dado durante a escravidão. A ocupação por anos -e até mesmo por gerações- dessas porções de terras pôde estar na origem de diversos conflitos envolvendo ex-escravos e seus antigos senhores, especialmente após 1888. Ao mesmo tempo, a perda ou o enfraquecimento das redes de proteção dos antigos senhores esteve na origem de diversas espoliações.

Rubert e Mello (2011) demonstraram que no caso das comunidades rema-nescentes de quilombos localizadas no Rio Grande do Sul, a territorialização negra teve um caráter multifacetado. Independentemente da forma pela qual se teve acesso à terra, deve-se tratar a territorialização étnica a partir dessa ênfase da recente da historiografia da escravidão, segundo a qual as ações dos escravos -e aquilo que se poderia chamar de “resistência”- tiveram um caráter multifacetado. Assim como diversas comunidades remanescentes de quilombos espalhadas pelo Brasil, a origem de Cambará não remonta à fuga ou à insurgência de escravos. Isso não significa, entretanto, que os antecedentes do grupo não tenham se deparado com uma série arbitrariedades. Diante de situações adversas distintas estratégias foram acionadas: como o socorro à indivíduos dotados de maior capital, o estabelecimento de relações amisto-sas com o senhorio, a formalização das posses e o saque aos rebanhos dos estancieiros. Assim, correr-se-ia o risco de simplificar a história de Cambará si se reduzisse as estratégias de seus integrantes a uma única forma de “resis-tência”. A conquista de espaços autônomos não dependia, necessariamente, de oposições abertas, de fugas ou de insurreições.

HISTÓRIAS QUILOMBOLAS

Este texto acompanhou a formação histórica da comunidade negra de Cambará, enfatizando as distintas estratégias acionadas pelos antecessores do grupo para terem acesso -e garantirem- à posse da terra. Os quatro núcleos territoriais de Cambará e as diversas famílias que se sentem como pertencentes a uma mesma comunidade foram forjados ao longo dos anos, principalmente através do parentesco que aproximou escravos de origem diversa, escravos e livres, libertos e livres, indígenas e negros. As relações de parentesco per-mitiram o acolhimento de diversas famílias justamente nos anos imediatos à escravidão, marcados pela dispersão de ex-cativos (Anjos et al. 2006; Mello 2008). Foi através do entrelaçamento entre determinados espaços, como senzalas e pedaços de campo de propriedade de negros livres, que esteve na

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base da constituição do território de Cambará, e só através do contato entre esses espaços -bem como pela circulação de distintos agentes nesses locais- é que podemos entender a maneira pela qual se deu a formação do território e de um sentimento de comunidade.

Se a discussão acerca das chamadas comunidades remanescentes de quilombos envolveu um esforço de adequação às injunções políticas, é bem verdade também que para compreender a história de comunidades como Cambará é preciso se “adequar” aos recentes desdobramentos da historiografia acerca da escravidão no Brasil, que reviu lugares-comuns e debateu temáticas negligenciadas até então. A emergência de comunidades remanescentes de quilombos redefiniria as visões acerca dos fenômenos históricos por motiva-ções meramente políticas ou o conhecimento produzido nos encontros com essas coletividades poderia estabelecer relações de conhecimento para com a historiografia? Não se possuem respostas absolutas, mas o atual cenário indica a última opção.

Fecha de recepção: 15 de setembro 2010Fecha de aceitassem: 14 de março de 2011

ABREVIATURAS

AHMCS: Arquivo Histórico Municipal de Cachoeira do Sul AHRS: Arquivo Histórico do Rio Grande do SulAPERS: Arquivo Público do Estado do Rio Grande do SulMDCS: Mitra Diocesana de Cachoeira do Sul

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* Becario Doctoral. Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas/ Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, Universidad de Buenos Aires, Argentina. E-mail: [email protected]

“OTORGO QUE DEBO Y ME OBLIGO”: OBLIGACIÓN,

CONTRATO Y HONOR EN LAS PRÁCTICAS

CREDITICIAS NOTARIADAS ENTRE IBERO-CRIOLLOS.

BUENOS AIRES 1640

“OTORGO QUE DEBO Y ME OBLIGO”: OBLIGATION, CONTRACT

AND HONOR IN NOTARIZED CREDIT PRACTICES AMONG

IBERIAN-CREOLES. BUENOS AIRES 1640.

Martín Leandro Wasserman *

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RESUMEN

El presente artículo se inscribe en una investigación en curso sobre las prácticas crediticias notariadas en Buenos Aires durante el siglo XVII. Abordando estas prácticas contractuales algunos actores, como Juan de Tapia de Vargas, se revelan sobresalientes y atraen nuestra atención, conduciéndonos a rastrear el desenvolvimiento estratégico desplegado mediante este recurso. La reconstrucción de las interacciones sostenidas por los actores mediante distintas prácticas relacionales puede conducir a profundizar el conocimiento de la dinámica interna de la estructura social. Así este abordaje puede ofrecer vías para reconocer los instru-mentos de movilidad y ampliación de recursos relacionales empleados estratégicamente en el seno del sector ibero-criollo, permitiéndonos saldar, aunque parcialmente, la falta de estudios sobre relaciones de poder en la sociedad rioplatense colonial temprana.

Palabras clave: crédito - honor - Buenos Aires - siglo XVII

ABSTRACT

This article is part of an ongoing research about notarized credit prac-tices in Buenos Aires during the 17th century. By addressing these contractual practices some agents, as Juan de Tapia de Vargas, being salient, attract our attention and lead us to trace the strategy deployed through this credit resource. The reconstruction of the interactions established by different social actors, by means of different relational practices, can lead us to a deeper understanding of the internal dyna-mics of the social structure. In other words, this approach allows us to recognize mobility tools and resources to broaden relational ties used strategically within the Iberean-Creole social segment, allowing us to compensate, although partially, the vacancy of studies about power relations in Río de la Plata early colonial society.

Key words: credit - honor - Buenos Aires - 17th century

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INTRODUCCIÓN

A diferencia de lo conocido sobre tratos crediticios en los que la adminis-tración local intervenía institucionalmente en cuanto parte, como los censos tomados de las cajas de las comunidades durante el siglo XVII (Andrien 1981: 10), en la práctica contractual que abordaremos no participaron comunidades de indios y, hasta el momento, no se han registrado sujetos de las mismas que interviniesen como partes. Considerando entonces que personajes ibéricos y criollos protagonizaron estos vínculos, tampoco se detectó entre ellos un patrón de enlaces determinados por el paisanaje que permitiese suponer la primacía del vínculo étnico como estructurante de estos lazos crediticios. La riqueza de esta práctica notariada, en la que priman vínculos bipolares dispersos y en la que los actores intervienen con una frecuencia relativa-mente baja, reside entonces en comprender qué relación sostuvo con los tratos apuntalados sobre las tramas interpersonales, fundadas en confianzas y lealtades determinadas por distintas afinidades y unidades colectivas de acción que permitían entablar tratos por fuera de la formalización jurídica. En suma, qué rol cabía a esta práctica contractual en una sociedad reticular e interpersonalmente estructurada, en la cual los lazos étnicos, familiares y corporativos proveían de afinidades para configurar los circuitos de comer-cialización y de transferencias de recursos dentro del segmento europeo y criollo de la sociedad hispanoamericana de Antiguo Régimen1.

Ofreceremos, en primer lugar, un panorama general de las prácticas mencionadas y de su comportamiento ante la coyuntura de 1640, punto de inflexión en la economía porteña. Sólo después de ello, en segundo lugar, estaremos en condiciones de ubicar en estas prácticas a un actor, Juan de Tapia de Vargas, recorriendo su trayectoria a lo largo de una década para evaluar

1 En este sentido, el problema de investigación aquí presentado puede inscribirse en los intentos por suplir la vacancia de estudios sobre las relaciones de poder en la sociedad rioplatense colonial temprana (Barriera 2003); no porque se aborde aquí el problema desde una lectura política del poder, sino porque se busca interpretar el rol y el significado de una práctica socioeconómica que permitió hilvanar lazos sociales para atravesar el conjunto de cuerpos sociales y la pluralidad de órdenes normativos inherentes a una sociedad hispa-noamericana de Antiguo Régimen (Imízcoz Beunza 1996, Tau Anzoátegui 1999).

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el significado de la apelación a estos instrumentos notariados, intentando reconocer la lógica social de estos mecanismos crediticios.

ESTRUCTURA DE LA PRÁCTICA Y SU DESENVOLVIMIENTO DURANTE LA DÉCADA 1635-1644

La obligación crediticia notariada actuó como un dispositivo contractual en el que se interrelacionaba capital económico y capital simbólico, habili-tando a la consecución de recursos relacionales susceptibles de reinversión económica y social. Buena parte de las operaciones económicas que en Buenos Aires anudaban a los circuitos de larga distancia podían sostenerse sobre redes de relaciones interpersonales, configuradas por una yuxtaposición de vínculos familiares, étnicos y corporativos. Pero un segmento de aquellas operaciones corría por fuera o en los márgenes de esas mallas de correspondencia funda-das en la confianza y la lealtad. Los instrumentos contractuales empleados para estructurar socialmente tales operaciones, contaron sin embargo con un lenguaje formal que dejaba las puertas abiertas para transformar ese vínculo (hasta entonces no necesariamente sostenido por la confianza mutua) en un recurso relacional que potencialmente prescindiese de la apelación al instru-mento jurídico formal. Utilizando las categorías de un original estudio sobre Brasil colonial, podemos sugerir que nos encontramos aquí ante el universo escrito de la palabra empeñada como forma de acceso al crédito, mientras el empeño oral de la palabra como medio circulante discurre por mallas de confianza prescindentes de la formalización jurídica (ver Espírito Santo 2003). Actores como Juan de Tapia de Vargas, inscriptos en –y protagonistas de– tramas densas, podían apelar a estos instrumentos escritos para continuar ampliando sus recursos relacionales con menores riesgos.

Con la mediación del escribano, el deudor asumía la obligación del reintegro estipulando que “debo y me obligo de dar y pagar” al acreedor una cantidad determinada de pesos “por razón de otros tantos que me prestó por hacerme amistad y buena obra, sin interés”2. La amistad, la buena obra y el desinterés del acreedor se enuncian como los móviles del anticipo de valo-res que suscita la obligación. A ellos podían adjuntarse la gracia y el ánimo de hacer placer presuntamente detentado por el acreedor. Estos elementos, inherentes a una correspondencia fundada en la confianza o en la lealtad,

2 Para ilustrar la tipología apelamos a la escritura de deuda ubicada en Archivo General de la Nación (Argentina) -en adelante AGN-, IX, 48-3-7, ff. 379r-380v (Luis Romero con Diego de Herrera, 9/9/1636).

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podían no estar presentes en la dimensión relacional del vínculo documen-tado, que probablemente estaba creándose en el instante de su formalización escritural. Pero se volvía necesario volcar tales elementos en el discurso del instrumento jurídico para tornarlo ejecutable y crear entonces una efectiva correspondencia obligatoria en cuanto vínculo de derecho, dadas las trabas para exponer el ánimo de lucro en un instrumento crediticio3. Expresión documentada de una cultura en la que toda donación implica un derecho de gratitud obligada (Garriga 2006: 112) y en la cual la correspondencia era obli-gatoria en la medida en que respondiera a la gracia y la libertad (Clavero 1991: 201, 203), se presume un acto desinteresado por parte del acreedor (Bourdieu 2007: 182). El lenguaje de la gratitud obligada se revela condicionante para que la correspondencia obligatoria sea efectiva aún como vínculo de dere-cho mediado contractualmente. Vemos entonces en esa cultura antidoral al cúmulo de constricciones que conducían a transfigurar simbólicamente, en el discurso del documento jurídico, al acto interesado en acto desinteresado, al trato mercantil en vínculo de amistad, a la estrategia comercial en gracia y a la voluntad de desplegar recursos relacionales en una vocación de hacer placer4. Transfiguraciones que configuran la semántica de un discurso que vuelve ejecutable al contrato, otorgándole carácter vinculante a la obligación así entablada. El reconocimiento de virtudes personales en el acreedor como móviles de su acto crediticio es condicionante para habilitar al reclamo del reintegro, aún cuando la realidad de tales virtudes sólo se restringiese al acto discursivo de reconocimiento5. Atribuciones reconocidas formal y jurídica-mente pasan entonces a constituir un capital simbólico (Bourdieu 1997: 108, 152) que opera con eficacia y efectividad: el modo de invertir económica y socialmente dicho capital simbólico consiste, precisamente, en volver eje-cutable al contrato de deuda y en emplearlo como una válvula para evaluar las capacidades del deudor para incorporarse a las redes interpersonales prescindentes de formalización jurídica. Con independencia del retorno

3 Los tabiques impuestos al pacto y percepción de interés -o de réditos que pactados pre-cedentemente dejarían de postularse como resultado de una obligación remuneratoria libre (Clavero 1991: 116, 124)- constituyen restricciones cuya transgresión socavaría el carácter ejecutivo del contrato y consecuentemente la efectividad del vínculo de obligación.4 Adviértase que esta constricción antidoral no opera al excederse los márgenes sociales ibero-criollos, tal como sucede en los vínculos entablados interétnicamente con comunida-des locales. Así parece sugerirlo Moutoukias (2001/6), por ejemplo, al mencionar los meca-nismos desplegados al tomar dinero de las cajas de las comunidades en juros y censos.5 Recuérdese que, aún a través de su formulismo y ritualización, los actos simbólicos en el orden colonial expresan a la vez que revierten sobre los elementos de la estructura social (véase Garavaglia 1996).

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económico diferido en el tiempo, el acreedor reporta entonces un beneficio en el acto mismo de la formalización del vínculo obligatorio: aparte de con-cretar transacciones mercantiles, obtiene una fuente de potenciales recursos relacionales y patrimoniales. También en el sector ibero-criollo del suburbio colonial, dar obliga (Mauss 1991; Godelier 1998).

¿Cuándo encontramos estos vínculos crediticios en los protocolos notariales? A través de los siete tomos del registro notarial que atraviesan nuestra década (1635-1644), una heterogeneidad de tipologías contractuales -escrituras de deuda, obligación, censo, recibos, arriendos y ventas- nos ha permitido reconocer en 46 casos el anticipo de metálico acuñado (crédito monetario), mientras que en 47 casos hemos detectado el anticipo de va-lores mercantiles no monetarios cuya consistencia material es discernible en la escritura (crédito en bienes discernibles). El grueso de las operaciones crediticias sin embargo no se correspondió con estos dos tipos de operatoria: en 261 operaciones el deudor alude a la recepción de moneda por parte del acreedor, pero el numerario aludido no cambia de manos delante del notario, quien consecuentemente tampoco puede dar fe de la existencia de moneda en la transacción (como hacía en las operaciones de crédito monetario). Llamaremos a esta última operatoria crédito indiscernible6. El núcleo de la práctica de crédito notariado se compone entonces de tres operatorias: crédito monetario, crédito en bienes discernibles y crédito formalmente indiscernible (algunos derivados de éstas, como la cesión y la sustitución de deuda, no serán abordadas aquí). Si en los márgenes de las redes se despliegan estas prácticas socioeconómicas contractuales, ello nos conduce a interrogar qué lugar ocupan, con relación a las mallas de confianza y lealtad, las operacio-

6 El contraste entre la exigüidad de operaciones en las que la moneda está efectivamente presente durante la transacción y esta gran cantidad de contratos en los que la plata acuña-da sólo está presente en la voz del deudor y en la pluma del notario, se corresponde bien con la escasez de numerario disponible y con las diferencias sociales de su posesión. Un trabajo en curso que realizamos sugiere que la consistencia material del anticipo en estas escrituras de crédito indiscernible pudo corresponderse con productos y, principalmente, esclavos, cuya introducción en el espacio económico interregional estuviese vedada por distintas normativas legales formalmente instituidas, conduciendo a una invisibilización jurídica de los hombres y mujeres esclavizados para poder incorporarlos, como una suma abstracta de dinero, en un recaudo contractual adaptado a la legalidad institucional vigente y disminuir, con ello, el riesgo del reintegro económico de su puesta en circulación (ante la carencia de instituciones formales a las que apelar por el reintegro de valores cuya puesta en circulación mercantil estuviese vedada). Así como para otras latitudes y socialidades del mundo colonial se han reconocido tácticas de ausentismo anti-fiscal (Saignes 1987: 125), aquí los documentos revelan una habitual evaporación de humanos y productos mercan-tilizados realizada mediante su transfiguración como una abstracta suma de reales.

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nes de crédito que recogemos en los protocolos notariales de Buenos Aires durante esta década.

Tabla IParticipación de los actores en las distintas operatorias crediticias

notariadas (Buenos Aires, 1635-1644)

OperatoriaCantidad de operaciones

Deudores AcreedoresRelación Deudor/

Acreedor

Crédito Monetario 46 36 34 1,05

Crédito En Valores Discernibles

47 40 41 0,97

Crédito Indiscernible 261 148 104 1,42

Fuente: elaboración propia en base a AGN, IX, Escribanías Antiguas, Protocolo I, Tomos XXI, XXII, XXIII, XXIV, XXV, XXVI y XXVII.

La distribución de actores y su frecuencia de intervención pueden in-dicarnos algo. Para 354 operaciones recogidas contamos con 304 actores, lo que demuestra una elevada dispersión o baja concentración de operaciones en pocos actores (Tabla I). A su vez es elevada la proporción de actores que intervienen sólo una vez en alguna de estas operatorias a lo largo de la década (Tabla II), primando por ello una multitud de lazos bipolares.

Tabla IIFrecuencia de intervención de los actores en las distintas operatorias

crediticias notariadas (Buenos Aires, 1635-1644)

OperatoriaIntervienen sólo una vez

Deudores Acreedores

Crédito Monetario 80,50% 76,50%

Crédito En Bienes 85% 95%

Crédito Indiscernible 65,40% 58,60%

Fuente: elaboración propia en base a AGN, IX, Escribanías Antiguas, Protocolo I, Tomos XXI, XXII, XXIII, XXIV, XXV, XXVI y XXVII.

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Estos dos parámetros (dispersión y baja frecuencia de intervención) nos indican que el grueso de las operaciones llevadas a cabo con la mediación notarial pudo consistir en transacciones cuyos actores o bien no estaban mu-tuamente vinculados por relaciones interpersonales preexistentes al momento de concretar la operación, o bien estaban mutuamente vinculados por nudos ubicados en los límites de las redes7. Operar en estas condiciones implicaba desventajas en la información (agudizando la asimetría informacional carac-terística de este mercantilismo) y, principalmente, ausencia o debilidad de aquella legalidad interna al lazo de afinidad, garante de una correspondencia económica sobre la base reciprocal. A una confianza disminuida pero insos-layable y a un riesgo incrementado aunque ineludible, le corresponderá la necesaria apelación a la obligación como vínculo de derecho, aún cuando éste se expresase bajo la forma de una gratitud obligada. La correspondencia obligatoria encuentra su instrumento contractual ejecutable ante la debilidad de la confianza o de lealtades aún no construidas o sospechadas: un seg-mento de intercambios externo a las mallas interpersonales o en sus límites marginales.

La historiografía ya ha dado cuenta de la inflexión ocurrida en torno a 1640. En diciembre de dicho año ocurre el levantamiento luso contra la corona castellana, provocando la ruptura de la unidad que ambos reinados sostenían desde 1580 (Ceballos 2008: 253). La proclamación del duque Joâo IV de Bragança como rey de Portugal hizo que entre febrero y marzo de 1641 prácticamente todo Brasil se sumase al levantamiento bragancista (Valladares Ramírez 1993: 155). A estos acontecimientos le seguiría el avance de los holandeses sobre Luanda en agosto de 1641, dejando al mercado de esclavos de Angola fuera del control castellano y portugués. Durante el primer semestre de 1641 la noticia de la secesión portuguesa llega a Buenos Aires, tal como lo muestran los acuerdos del Cabildo porteño8. La conjunción de estos sucesos obstaculizó considerable aunque no totalmente el comercio porteño con la costa brasilera, dando lugar en Buenos Aires a un desmoronamiento del tráfico

7 Límites temporales correspondientes al momento de configuración o desintegración de la red, o límites morfológicos correspondientes a nudos constituidos sobre la base de confianzas débiles o lealtades receladas. Véase Scott (2000: 83) y Requena Santos (1989: 145-147).8 Acuerdos del Extinguido Cabildo de Buenos Aires (edición dirigida por José Juan Biedma) -en adelante AECBA- IX: 135 y 138-139. Luego, En 1643 el gobernador Gerónimo Luis de Cabrera intentará el desarme y expulsión de la población portuguesa residente y afincada en Buenos Aires, tentativa de destierro que explicitará una cristalización de lazos internos en la capa social dominante de Buenos Aires, complejizando para esta altura del siglo la simplificada imagen del binomio “beneméritos” versus “confederados” (Trujillo 2009).

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atlántico a partir 1641 y “obligando al sector mercantil a intentar el dominio de la producción rural” (González Lebrero 2002: 90)9. Desde entonces, las actividades de la ciudad-puerto parecen reorientarse hacia este sector, que adquiere primacía como actividad económica para la inserción de Buenos Aires en el espacio económico peruano (Moutoukias 1988: 56). Serán las economías rurales y el comercio interregional los que pasen a protagonizar el mantenimiento de las personas, carretas y animales imprescindibles para la circulación, siendo desde entonces “el vaivén intercolonial el que mantenía la actividad comercial de Buenos Aires” (Moutoukias 1988: 68). Si el movimiento portuario había comenzado a decaer desde la década de 1620, el quiebre de 1640 viene a dar comienzo a la finalización del período de primacía portuguesa en el abastecimiento atlántico a Buenos Aires, que a partir de la década de 1650 tendrá en los holandeses a uno de sus principales protagonistas, reactivándose de su mano el tráfico portuario10.

Como puede observarse en el Gráfico I, cierta correlación entre el mo-vimiento del crédito y el de las importaciones legalizadas11 nos permite, por un lado, corroborar la amplitud con que fue instrumentado el crédito nota-riado y, por otro, sugerir que el movimiento del crédito seguía con bastante correlación interanual al movimiento de las importaciones, lo que habla de operaciones crediticias ajustadas a las oscilaciones que el tráfico marítimo experimentase en el período anual previo. Si para 1639-1640 las importaciones no dejan de crecer (lo hacen un 86,52% con relación al período anterior), el crédito notarial anticipado para 1640-41 caerá sin embargo un 78,38%: esta interrupción en la relativa correlación que veíamos sostenerse quizás tenga que ver, antes que con la experiencia reciente ofrecida por el movimiento de las importaciones (que aún no se habían derrumbado), con la incertidumbre disparada por las noticias que llegan a Buenos Aires. La ruptura con Portugal preveía dificultades para el reintegro del crédito sostenido en el mercado de

9 La historiografía sobre el tema es amplia y excede al marco porteño, pero podemos mencionar a Moutoukias (1988: 65-67, 207), Scheuss de Studer (1958: 71), Saguier (1987: 124), Fradkin y Garavaglia (2009: 60-61), Crespi (S/A: 2).10 Casi como una alternancia cíclica, cuando a comienzos de la década de 1650 el tráfico ultramarino consolide su reactivación, el sector agropecuario sufrirá contratiempos que detendrán el impulso adquirido desde 1640: la epidemia de 1651 arrasará con buena parte de la fuerza de trabajo, constituida por indios encomendados y negros esclavos, muriendo dos tercios del servicio de los vecinos porteños en el lapso de tres años. La sequía de 1654 terminará promoviendo la fuga masiva del ganado (Birocco 2003). 11 Es decir, tanto aquellas importaciones realizadas por los cauces legales, como aquellas blanqueadas con los mecanismos tradicionales de comiso y remate en Real Almoneda, de las que consecuentemente hay registros en los libros de la Real Hacienda en Buenos Aires.

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esclavos y productos ultramarinos (dificultades que se traslucen en el flore-cimiento de reclamos, pleitos y ejecuciones trasladadas en los protocolos). En este contexto, algunos actores con capacidad económica, como Juan de Tapia de Vargas, intentarán esgrimir estrategias instrumentando el crédito notariado.

Gráfico IMovimiento del crédito notariado y de las importaciones legalizadas

(Buenos Aires, 1635-1644)

ImportacionesTotales

Fuentes: elaboración propia en base a AGN, IX, Escribanías Antiguas, Protocolo I, Tomos XXI, XXII, XXIII, XXIV, XXV, XXVI y XXVII; Trelles (1867: 22-27 y 1869: 5-24); Latzina (1909: 564-565). A los efectos de contar con un mejor reflejo del movimiento portuario, los valores de mercancías comisadas han sido asignados al año de la introducción y no al año en que fueron imputados en el Libro de la Real Hacienda (ej.: si un valor fue introducido en 1641 pero imputado como comiso en el libro de 1642, aquí lo asignamos al año 1641).

UN ACTOR DE INTERVENCIÓN FRECUENTE: JUAN DE TAPIA DE VARGAS

Recordando la baja concentración de operaciones en pocos agentes que caracterizaba a este segmento de transacciones sostenidas por la escritura protocolizada, es dable sin embargo encontrar actores como Tapia de Vargas, que apelaban con mayor frecuencia a estos instrumentos y resaltaban entre los demás agentes aún sin romper aquel patrón de dispersión. Treinta y una

Crédito NotariadoTotales

Crédito Monetario

Crédito en ValoresDiscernibles

Crédito Indiscernible

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operaciones de crédito notariado lo tienen por acreedor durante la década, volviéndolo el más frecuente de los habilitadores para esos diez años12. Cuatro operaciones nos lo muestran en calidad de tomador de valores13. Las treinta y cinco operaciones que lo tienen por deudor y acreedor habrán movilizado para esta década -entre créditos y débitos- unos $28.804,3 (Tabla III)14.

Tapia de Vargas había pasado a América en 1608 con veinticuatro años. Granadino y proveniente de una familia hidalga, en 1613 llegó a Buenos Aires para avecindarse en ella en 1618 (Molina 2000: 728), ubicándose con el tiem-po en el reducido grupo de los mayores comerciantes porteños de esclavos (Gelman 1987: 94). Hacia 1619 fue designado capitán de “ligeros lanzas para la guardia y defensa de la ciudad” (Molina 2000: 728), año en que también es electo para representación en Cortes, viaje que por enfermedad no pudo realizar. En 1633, se casa en segundas nupcias con Isabel de Frías Martel, insertándose entonces como yerno en la poderosa familia del ex-gobernador Manuel de Frías. En 1624 y 1632 se desempeñó como Alcalde de Primer Voto en el Cabildo porteño, ocupando hacia 1631 el cargo de Teniente de Gober-nador en reemplazo de Francisco de Céspedes. Sería Alférez Real entre 1631 y 1639 y, como un hilo conductor a lo largo de buena parte de este período, sirvió como Alguacil Mayor del Santo Oficio entre 1630 y 1642 (Saguier 1985: 154). Los libros de la Real Hacienda lo muestran oficiando como Contador para la Caja Real de Buenos Aires a partir de 164315. Desde temprano supo entablar vínculos comerciales con personajes reconocidos de la sociedad porteña, como Diego de Vega y Juan de Vergara (Saguier 1985: 150), pasando a formar parte de un segmento no portugués en la sólida trama confederada. Para la década que nos ocupa, inscripta en una coyuntura de cambios, el repositorio notarial ofrece un panorama de los movimientos económicos que Tapia llevó adelante durante la última etapa de su vida, siendo que fallece en 1646 con sesenta y dos años.

12 Tres de dichas operaciones como prestamista monetario, una operación como acreedor de esclavos que se explicitan en la escritura y las veintisiete restantes como habilitador de valores mercantiles menos determinables en la formalidad del documento.13 De ellas, cuatro consisten en préstamos monetarios a los que Tapia de Vargas accede. Si encontramos otra escritura en la que aparece obligándose, esta responderá a su compromiso de restituir una suma de pesos de la dote a su yerno -contrato cuya naturaleza crediticia, como veremos, no está ausente-.14 Toda vez que nos refiramos a la unidad de cuenta pesos ($) estaremos aludiendo a pesos corrientes de a ocho reales el peso.15 AGN, XIII, XLIII-1-10-198, f. 379r.

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En el crédito monetario, Tapia de Vargas opera como tomador en cuatro ocasiones: a censo redimible en una de ellas16, y mediante obligaciones sin garantía hipotecaria en las tres restantes17. En las cuatro operaciones, sus acree-dores radican en Buenos Aires (siendo que el censo redimible es contratado con el Convento de San Pedro Telmo). Entre tanto, otras tres operaciones nos muestran a Tapia extendiendo moneda: cuando se trataba de deudores no afin-cados en Buenos Aires, el metálico se destinaba al avío necesario para “salir desta ciudad” y/o para “saldar deudas”, pero no se ofrecía detalle sobre el destino económico cuando el deudor era vecino porteño18. Resulta de interés que nos detengamos en una de las operaciones, concretada en septiembre de 1637, que tiene por deudor a Pedro Juan Landín, a quien Tapia de Vargas ya había fiado como pasajero arribado en el navío “San Miguel”, llegado desde Angola con registro de la Casa de Contratación a cargo del maestre Diego de Ayala19. El tomador destinaría los reales de plata “para mi abio, salir desta ciudad y pagar mis deudas”, estipulándose que Landín realizaría el reintegro en Buenos Aires, aunque éste aceptaba que “si me pidieren por su parte y por quien en su poder y derecho ubiere en el reino de Angola, Brasil o otra parte fuera desta ciudad, los dare e pagare dentro de cinco meses”20. Resulta difícil no sugerir que en casos como éstos el crédito monetario estuviese estructu-rando socialmente un vínculo comercial orientado a la obtención de retornos consistentes en esclavos y efectos: dada la prohibición de exportar plata y la veda para importar esclavos y productos por fuera de los cauces controlados por la Corona, el vínculo crediticio se ofrecía como alternativa eficaz de cara a los riesgos imperantes para configurar el trato mercantil de larga distancia atlántica. La plata no se exporta: se acredita, originando la obligación de un retorno que, simultáneamente, dejase abierto un cauce de intercambios fre-cuentes, condicionando al tomador del metálico al cumplimiento del contrato para mantener su acceso a la preciada economía porteña.

En las operaciones de crédito en las que no es discernible la naturaleza del valor anticipado, Tapia de Vargas opera siempre como acreedor. El 74% de sus deudores consisten en personajes no radicados en la ciudad (y entre los actores sobre los que conocemos su inscripción espacial, cuentan con

16 AGN, IX, 48-4-1, fs. 601 a 607v (22/02/1639).17 AGN, IX, 48-4-2, fs. 525r-525v (04/08/1640) y fs. 430r-430v (09/08/1640); 48-4-3, fs. 224v a 225v (17/10/1641).18 AGN, IX, 48-3-8, fs. 481v a 482v (10/09/1637) y fs. 522r-522v (20/09/1637); 48-4-2, fs. 479r a 481r (18/06/1640).19 AGN, IX, 48-3-8, fs. 202v a 203v (07/05/1637).20 AGN, IX, 48-3-8, fs. 481v a 482v (10/09/1637).

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primacía los personajes cuyanos -Santiago de Chile y Mendoza-, seguidos por cordobeses y potosinos). El restante 26% está compuesto por moradores y, en menor medida, vecinos porteños. Si bien un 37% de estas operaciones no ofrece detalles con respecto al destino económico que se dará al crédito, un 44% especifica que se destinará al avío “para salir desta ciudad” o para abonar los despachos necesarios a tal efecto. Un 11% de operaciones serán destinadas a saldar deudas y necesidades, mientras el 8% restante se compo-ne de dos operaciones que ofrecen mayores detalles y especificaciones: una consiste en el anticipo para el retorno de 50 yeguas corraleras21, mientras que la otra se destina a la adquisición en Buenos Aires de mercancías para llevar a Paraguay22.

Así, considerando esta primacía de tomadores de crédito indiscernible no afincados en la ciudad y conjugando esto con los destinos económicos que figuran formalmente en las escrituras, puede vislumbrarse la direccionalidad principal que caracterizó a los circuitos anudados por Tapia de Vargas des-de Buenos Aires mediante estos instrumentos contractuales, que permitían movilizar recursos monetarios y no monetarios sin el condicionamiento de la inscripción del vínculo en una malla de relaciones interpersonales. La clarificación de esa direccionalidad nos la provee la única operación de cré-dito no monetario discernible en la que interviene Tapia de Vargas para esta década, haciéndolo como acreedor: Cosme Rodríguez, mercader residente en Buenos Aires y encaminado “al Peru”, se obliga en junio de 1639 con Tapia de Vargas por $1550

21 AGN, IX, 48-4-1, fs. 464r a 465r (29/11/1638). El teniente Francisco Ramos Cabral, vecino en Buenos Aires, se obligaba el 22 de febrero de 1640 con Tapia en $70 “que son y proceden de una venta de yeguas que le hice (...) y no tubo efeto su entrega” (AGN, IX, 48-4-2, fs. 321r-321v). El trabajo de González Lebrero (2002: 129) nos recuerda que en 1638 Tapia de Vargas había comprado a Francisco Ramos cincuenta yeguas mansas, que recibiría en el transcurso de dos meses y por las que pagó 75 pesos. Si bien no se hacía mención a burros hechores, puede aquí haber un indicio de la orientación a la producción mular que crecientemente atraía a buena parte de los vecinos porteños en este entonces. A cuenta de la nueva obligación que ahora entablan por valor de $70 en yeguas, Ramos Cabral garantiza su deuda afirmando que entregará a Tapia de Vargas “dies yeguas corraleras y mansas, que se pueda andar en ellas, a raçon de peso y medio cada una, y se me an de rebajar de los dichos setenta pesos desta obligacion” (AGN, IX, 48-4-2, fs. 321r-321v). Este vendedor, endeudado con la entrega del producto, se ve compelido por Tapia de Vargas a realizar un descuento y a renovar el vínculo de obligación: el precio de la yegua baja entonces de $1,5 a $1,4 a favor de Tapia de Vargas, quien mediante una obligación crediticia logra mejorar sus términos de intercambio, descargando en su proveedor los costos derivados de posibles contratiempos inherentes a la naturaleza estocástica de la producción rural.22 AGN, IX, 48-4-3, fs. 801r y 801v (28/07/1642).

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que proçeden y se los devo del preçio de çinco piesas de esclavos de Gui-nea, barones y hembras, con sus despachos para poder salir al Peru y otras partes, que me bendio y del conpre en la dicha cantidad de los nombres siguientes: Miguel, Alexandro, Pablo, Elena y Maria (AGN, IX, 48-4-1, fs. 712r a 713r, 19/06/1639).

Si para esta operación los esclavos son discernibles en la formalidad del contrato, es porque cuentan “con sus despachos para poder salir al Peru y otras partes”. Cancelándose once meses después de los doce pactados, esta operación viene a corroborar cuál es el móvil y el itinerario principal del grueso de aquellas operaciones en las cuales la consistencia de sus valores anticipados se nos presentaba formalmente indiscernible en el documento, ratificándonos asimismo el empleo principal que Tapia de Vargas daría al crédito monetario como acreedor. Empleando la moneda como objeto de crédito para participar con mejores términos de intercambio en la importa-ción de esclavos y efectos atlánticos, el contrato notariado servía asimismo para redistribuirlos en el espacio económico interregional, dada la capacidad de ese instrumento para invisibilizarlos jurídicamente mediante el crédito indiscernible (ante los distintos obstáculos normativos que dificultaban su circulación). Ofreciendo un recaudo contractual que disminuyese los riesgos imperantes en las transacciones de larga distancia y permitiendo, simultánea-mente, instrumentar al resguardo escritural como válvula para la ampliación del patrimonio relacional.

LOS CRITERIOS DE ASIGNACIÓN

Los criterios de asignación crediticia parecen diferenciarse según el nivel cualitativo de crédito. Un nivel, correspondiente al crédito moneta-rio, nos muestra a Tapia de Vargas accediendo a la moneda en función de su reconocimiento público y su posicionamiento socialmente jerárquico. Si ello podría dar lugar a operaciones por fuera del instrumento formal del contrato, algunas operaciones como el censo consignativo debían pasar de todos modos por los cauces notariales (Martínez López-Cano 1993: 38). Es así como la concesión a censo de $1600 a Tapia de Vargas por el Convento de San Pedro Telmo, muestra la reputación personal como pauta para la evaluación social del crédito monetario: fray Jacinto de Bracamonte, de la orden de Santo Domingo, habiendo heredado de sus padres aquel monto en reales, lo impone a censo a través del Convento con el objeto de que éste perciba los réditos anuales de 5%. La aceptación de Tapia de Vargas como

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tomador de los mismos se deriva de su reconocimiento como “persona rica y hazendada”, lo cual hacía de sus garantías unas “hipotecas baliosas”.23 Si la riqueza permitía el acceso al crédito monetario, se vuelve condicionante el reconocimiento social de la misma. Entre tanto, la frecuencia de intervención y el cumplimiento de los contratos permitirán a Tapia de Vargas construir una solvencia como prestatario que le permitirá acumular una reputación crediticia para permanecer en el nivel monetario del crédito: todas las ope-raciones en las que adeuda reales en plata son saldadas y con cierta pun-tualidad. Ahora bien, si ya nos hemos aproximado al reconocimiento social de la riqueza como pauta evaluativa no ya para la permanencia sino para el acceso al crédito monetario, debemos recordar la implicación existente entre recursos económicos y patrimonio simbólico-estamental que signaba a esta sociedad de Antiguo Régimen: la “obvia relación entre honor, crédito de la persona y acceso al crédito” (Moutoukias 2000: 137) parece constatarse en su itinerario curricular. Si en efecto una de las principales fuentes de honor consiste en la obtención de cargos -en cuanto fuentes de renta que suponen fuero o justicia (ibídem), materializando el reconocimiento público que el Rey hace de las virtudes personales-, encontramos entonces una clave para interpretar las ventajas comparativas de acceso al crédito monetario por parte de actores como Tapia de Vargas. Rescatemos como nota saliente la presentación en el Cabildo porteño de su título como Teniente General, el 28 de julio de 1631. Allí se ratificaban los fundamentos de su reconocida solvencia personal: ante amenazas de que al puerto de Buenos Aires “bienen a tomarle ochenta navios fraçeses y es necesario acudir personalmente a la fortificaçion, rreparos y defensas que con el se han de hazer”, el gobernador Francisco de Céspedes reconoce “necesario nombrar persona de suficiençia y calidad que en mi lugar acuda al despacho y expediente de los pleitos y causas que estan pendientes y adelante se traten”, entendiendo que es en el capitán Juan de Tapia de Vargas en quien “concurren las dichas partes”, instituyéndolo entonces con “vara alta de la Real Justicia” para que “le use y exerça segun y como yo uso y exerço la administraçion de la dicha justi-cia”24. La resolución se fundaba tanto en sus servicios meritorios de armas para la Corona, como en las funciones hasta el momento desempeñadas en Buenos Aires, recordándose y asentándose formal y públicamente tanto los

23 Recordemos que el censo se consignaba sobre bienes del tomador, que en este caso consistirán en un “pedaço de solar que tengo e poseo en la trasa desta çiudad”. AGN, IX, 48-4-1, fs. 601r a 607v (22/02/1639).24 AECBA VII: 208-209, énfasis nuestro.

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unos como las otras25. He aquí un acervo de recursos sociales y simbólicos que el sujeto detenta como derivación del mérito, susceptibles de inversión económica mediante la apelación a las prácticas del crédito notariado26. Ob-jetivado el honor en el cargo, aquel censo confirmaba que el sujeto portó una acreditación social y económica que le brindaba un acceso privilegiado al crédito monetario27. Asimismo, ciertos privilegios funcionales solidificaban su posicionamiento: como Alguacil del Santo Oficio (cargo que hace valer en la mayoría de las transacciones que lo tienen por acreedor), gozará de una serie de amparos y fueros que lo vuelven muy atractivo como prestata-rio, es decir, como sujeto obligado a la reciprocidad28. Es que agentes como Tapia de Vargas pondrán a disposición de sus potenciales acreedores un conjunto de recursos relacionales, económicos y simbólicos, en la medida en que entable con ellos un vínculo de obligación29. El honor ingresa al trato

25 Había servido a la Corona “especialmente en la villa de Potossi en plazas de Capitan de ynfanteria y Maesse de Campo para las entradas de las fronteras de los yndios chiriguanaes” y en la “sediçion y tumultos que por el año de dose ubo en la dicha Villa salio a su costa con gente haziendo escolta al rreal tessoro que della se despacho a Su Magestad hasta el puerto de Arica”, continuado en ese puerto “el rreal serviçio en mar y tierra en plazas de capitan de ynfanteria y de cavallos y a usado ofiçio de Alcalde Hordinario y otros a satis-fazion de los superiores”, todo lo cual “consta e parece por sus titulos e certificaçiones” (AECBA VII: 209).26 El honor puede comprenderse para este siglo XVII como el “resultado de una inque-brantable voluntad de cumplir con el modo de comportarse a que se está obligado por hallarse personalmente con el privilegio de pertenecer a un alto estamento” (Maravall 1989: 32). Distinción pública que, como “premio”, resulta del cumplimiento de unos deberes inherentes al status (reconocimiento de atributos que nos conduce a la noción de capital simbólico). La honra derivada del servicio al Rey confirmará el honor del sujeto, correspondiente a su estado.27 Otorgando un significado posible a la solicitud de mercedes que este granadino realiza durante el trienio: Tapia de Vargas apodera el 07/07/1640 a Francisco Crespo (jesuita residente en la Corte de Madrid) y a Juan de la Vega (agente de negocios en la Corte) para que, en su nombre, “parescan ante Su Magestad y su Real Consejo de Indias y pidan y su-pliquen me agan qualesquier merced y mercedes. Y para las alcansar, presenten qualquier memoriales, peticiones, probanças” (AGN, IX, 48-4-3, fs. 51r-52v).28 Recuérdense algunas de las Leyes de Indias, como la Ley II, Tít. XIX, Libro I, en la que Felipe II en 1570 y Felipe III en 1610 disponían, para el amparo de los miembros del Santo Oficio en Hispanoamérica, “que ninguna persona de qualquier estado, dignidad, ó condicion que sea, directamente, ni indirectamente, sea ossada á los perturbar, damnificar, hazer, ni permitir que les sea hecho daño, ó agravio alguno, so las penas en que caen, é incurren los quebrantadores de salvaguardia, y seguro de su Rey y Señor natural”.29 El 10/09/1641 una sentencia del gobernador Andrés de Sandoval favorece a Juan Mexía Calderón en la causa ejecutoria que como acreedor puso contra los bienes de Domingo

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económico mediante el dispositivo contractual del la obligación crediticia notariada.

Hasta aquí, hemos avizorado las condiciones que Tapia de Vargas cumplía para acceder al crédito notariado. ¿Cuáles eran las pautas que él imponía para extenderlo? Dada la elevada dispersión de sus deudores en el crédito indiscernible es posible que el conocimiento de la reputación social y económica del grueso de dichos tomadores, siendo importante, no haya sido condicionante como criterio para la extensión del crédito a través de estos cauces notariados. Un criterio más general y simple se revela medular: la necesidad de disminuir los riesgos. Habíamos detenido la mirada en una operación llevada a cabo con Cosme Rodríguez en junio de 1639; dos años antes, en agosto de 1637, Rodríguez y Duarte (ambos mercaderes no afinca-dos en Buenos Aires) se habían obligado con Tapia de Vargas por $1100 a pagar en diez meses en Buenos Aires, con declaración de que si la paga “la hizieremos fuera della hemos de pagar con el prinçipal lo que puede costear y costar el flete de la dicha plata desde donde hizieremos la dicha paga hasta esta çiudad”30. El mismo día, Rodríguez declaraba que “el dicho Luis Duarte no reçebio plata alguna y yo recibi” (aún cuando esa plata no pasó ante el escribano), explicando que

el obligarse juntamente comigo el dicho Luis de Duarte e de mancomun fue por hazer amistad y buena obra e porque el dicho general Juan de Tapia de Vargas me diese la dicha plata, que de otra manera no me la queria dar. Y quede con el dicho Luis Duarte de que haria esta declarasçion y me obligaria a sacalle a paz y a salvo de la dicha escriptura (AGN, IX, 48-3-8, fs. 431r a 432r, 26/08/1637).

Esta escritura, datada en 1637, sería cancelada en junio de 1639, fecha en la cual Rodríguez -como hemos visto más arriba- volvería a obligarse con

Jorge, actor que desapareció de la escena porteña estallado el conflicto. Se condicionaba la ejecución de la sentencia a que el beneficiado obtuviese fianzas, de acuerdo a la Ley de Toledo (AGN, IX, 48-4-3, fs. 143r a 144r). No será otro que Tapia, que había recibido de Mexía $3761 en dos de las operaciones de crédito monetario, quien otorgue dicha fianza. Tapia no sólo habilitaba con el cobro de lo ejecutado a Domingo Jorge: especulaba, seguramente, con resarcir parcialmente un crédito que él mismo había concedido a Do-mingo Jorge el 24/10/1640 (AGN, IX, 48-4-2, fs. 560v a 561r) pero, sobre todo, aseguraba la retroalimentación crediticia con este frecuente prestamista de metálico. Vislumbramos cómo, ante la coyuntura, los acreedores que Tapia sostenía en el nivel monetario de crédito logran capitalizar de múltiples maneras el recurso relacional que implica el vínculo con el granadino.30 AGN, IX, 48-3-8, fs. 430r y 430v (26/08/1637).

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Tapia de Vargas, explicitándose esta vez en la escritura la materialidad de los valores anticipados. Ahora, en el anticipo de esclavos realizado por Tapia de Vargas a Cosme Rodríguez en 1639, ya no será necesario que éste ofrezca se-mejantes garantías: el cumplimiento del contrato de 1637 permite al acreedor mensurar la fiabilidad del tomador para volverlo a habilitar, facultándole con ello la continuidad del acceso a una economía como la porteña. El instru-mento de la obligación, aparte de operar como mecanismo de resguardo ante el riesgo del reintegro, funciona entonces como válvula para la construcción de potenciales recursos relacionales que, en un mediano plazo, puedan sos-tenerse sobre vínculos prescindentes de la apelación a la formalidad de la normativa jurídica. Permite a actores como Tapia de Vargas proyectar una ampliación de sus tramas interpersonales y, a sujetos como Cosme Rodríguez, demostrar sus condiciones para incorporarse en los circuitos preexistentes e intentar transformar al lazo contractualmente establecido en una relación activa (Bertrand 2000: 76). Un instrumento contractual, en fin, que promueve la apertura condicionada de las redes preestablecidas, proveyendo un recaudo eficaz para la ampliación de los recursos relacionales.

Para conceder crédito a sujetos no inscriptos en sus redes interpersonales o a personajes ubicados aún en los márgenes de éstas, Tapia parece haber esgrimido entonces un criterio de asignación consistente, ni más ni menos, que en la apelación al notario y a su capacidad como social broker (Burt 2005: 55), quien cubría la necesidad de disminuir el riesgo mientras ahorraba al acreedor la evaluación directa sobre la reputación personal del tomador. Para participar en economías en las que la información se tornaba considerablemen-te asimétrica por fuera o en los márgenes de las redes preestablecidas, podía volverse imprescindible acudir a un actor como el escribano, que portaba de manera privilegiada un acervo informacional inigualable y permitía, con ello, disminuir el riesgo prescindiendo de la confianza mutua31. Aún cuando el notario no constituía una institución con capacidad para hacer ejecutar los contratos, su mediación social permitía atenuar los riesgos implicados en entablar contactos socioeconómicos con agentes no necesariamente vin-culados por la afinidad: su conocimiento relativamente aventajado de las actividades, patrimonios y conductas y necesidades de los actores a conectar, se conjugaba con su capacidad para proveer un instrumento susceptible de ejecución. A estas ventajas que la práctica crediticia notariada poseía para lanzar valores a la circulación de larga distancia en manos de sujetos no necesariamente vinculados por la afinidad personal, se agregaba su utilidad

31 En relación al rol del escribano como actor central en los flujos de información: Herzog (1996: 30-32) y Hoffman y Postel-Vinay (1999: 90-91).

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como válvula para incorporar, potencialmente, a esos sujetos en las tramas interpersonales e incrementar así los recursos relacionales ya activados en las redes de relaciones sostenidas por la confianza o la lealtad. De manera que si en estas operaciones contractuales la asignación de recursos podía no estar absolutamente determinada por el juego de los precios, tampoco estaba estructuralmente configurada por un vínculo de mutua confianza o de lealtad: podemos estar ante un priceless market32, en el cual un actor como el Escribano Público y de Cabildo de Buenos Aires, portador privilegiado de información, entablaba contactos entre agentes cuando éstos precisasen lanzar a la circulación valores comercialmente capitalizables por fuera o en los límites de las redes confiables preexistentes. La obligación crediticia no-tariada vehiculizará esta práctica, empleando el necesario lenguaje del lazo interpersonal para transfigurar en atributos honoríficos el trato mercantil y, entonces, otorgar también carácter ejecutable a la escritura. Sociedades como la porteña, ubicadas en los márgenes del imperio y de su legalidad, encontra-rán en estas prácticas una herramienta de utilidad polivalente.

LA OBLIGACIÓN CREDITICIA NOTARIADA: DISPOSITIVO POLIVALENTE PARA LA AMPLIACIÓN POTENCIAL DE LOS RECURSOS RELACIO-NALES

Hemos recorrido casos en los cuales la ampliación potencial de recur-sos relacionales discurría por los circuitos conocidos del comercio porteño seiscentista (redistribución interregional, importación y exportación atlán-tica). Otros casos confirman esta función social de la obligación crediticia notariada, al demostrar que su instrumentación podía atravesar diversas dimensiones de la vida social hilvanadas en el accionar del actor: la coop-tación y tensión de intereses entre confederados y beneméritos, las prácticas de sujeción por endeudamiento en las relaciones sociales de producción, o la incorporación de socios mediante lazos matrimoniales, consistían en instancias de sociabilidad en las que era viable ampliar los recursos relacio-nales y económicos, con miras al incremento de un capital social susceptible de reinversión económica. Tenían por ello su expresión como vínculos de obligación crediticia.

Francisco Muñoz de la Rosa, vecino y criollo natural de Buenos Aires, tomaba de Tapia de Vargas $260 en moneda en junio de 1640, hipotecando una estancia de ganado vacuno en el pago de Magdalena y “las casas de nuestra

32 Tomamos el concepto de Hoffman y Postel-Vinay (2000).

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morada” que fueron del capitán Francisco Muñoz, su abuelo, “de que me hiço donacion Margarita de Escobar”, su abuela, “con carga de cierta memoria que tengo de hacer en cada un año”33. Sacrificado el blasón benemérito con la hipoteca de los bienes que corporizaban la genealogía, la sujeción me-diante el vínculo crediticio se revela efectiva: un año y un mes más tarde, con el derrumbe del tráfico marítimo helando el precario paisaje urbano, Muñoz se ve compelido a duplicar la fuerza de la obligación que lo vincula al granadino, pues “entendiendo que tratava de me executar, se le a pedido e rogado por mi parte lo suspenda y me de alguna demora para le poder pagar. Y contandole al dicho General no lo poder hazer de presente” éste accede y, “por me hazer amistad, me quiere hazer espera de siete meses, con que le de fiador y aviendose de quedar la dicha escriptura en su fuerça e vigor”34. Ante la inminente pérdida del patrimonio familiar, Muñoz vuelve entonces a fundar jurídicamente su vínculo de obligación con Tapia de Vargas en julio de 164135. Finalmente, en octubre de 1641 Tapia de Vargas adquiere mediante escritura de venta la propiedad de Muñoz, cargada con $20 de réditos anuales derivados de un censo por $500 de principal. Muñoz dice vendérsela en $250 a Tapia de Vargas: si recordamos que ese es el monto adeudado y tenemos presente el principal que cargaba la propiedad (a descontarse de su valor), esta venta del inmueble habría implicado la simple cesión de la propiedad sin reembolso alguno por parte de Tapia de Vargas36.

Una escritura de finiquito y obligación datada el 24 de julio de 1640 muestra a Tapia de Vargas como acreedor por endeudamientos de Francisco Juan, administrador de sus estancias y chacras, a quien suponemos portu-gués37. Decía Tapia de Vargas que “en su poder an entrado muchas cosas de

33 AGN, IX, 48-4-2, fs. 479r a 481r.34 AGN, IX, 48-4-3, fs. 68r y 69v.35 Se rebajan diez pesos (de 260 a 250), flexibilizando la unidad de cuenta (de pesos en plata doble a pesos corrientes), estipulando un nuevo plazo de siete meses y condicionando al deudor a incorporar un fiador, que resulta ser Francisco de Rivadeneyra.36 AGN, IX, 48-4-3, fs. 258r a 260v.37 El registro levantado en 1643 por el gobernador Gerónimo Luis de Cabrera para censar y desarmar a la población portuguesa muestra a Francisco Juan en Santa Fe de la Vera Cruz con 35 años de edad (Lima González y Lux-Wurm 2001: 29). Se reconoce portugués y afirma haber entrado en América por el puerto de Buenos Aires en un navío de permisión en torno a 1617. Estas identificaciones étnicas vuelven más complejo al vínculo entre españoles peninsulares, criollos y portugueses, que aquel panorama ofrecido por la circunscripción al binomio benemérito-confederado: buena parte de los portugueses afincados en el Río de la Plata devolvían “una imagen muy alejada de la del mercader usurero enriquecido gracias al comercio ilícito” (Trujillo 2009: 341). La presencia de Francisco Juan en Santa

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los frutos de las dichas estancias y chacara y otras cosas de que me devia dar quenta. Y la he hecho con el y me la dio cierta y verdadera”, de modo que “me satisfiço lo que entro en su poder”38. Contra este reconocimiento, Francisco Juan “confeso estar pagado y satisfecho de todo el salario que le devia el dicho general Juan de Tapia de Vargas de los dicho catorze años”, dándose “por contento y pagado a su voluntad”. El endeudamiento permitió a Tapia de Vargas imponer una relación de dependencia durante catorce años. Ahora, liquidadas las deudas asimétricamente mutuas entre patrón y mayordomo, Francisco Juan, que está camino a Paraguay, se obliga con Ta-pia de Vargas por $400. Si esta obligación resulta indiscernible en términos crediticios, es clarificadora la escritura de poder que a continuación otorga Francisco Juan a Tapia de Vargas para que éste reciba y cobre de cualquier persona “qualesquier contias de maravedis, pesos de oro, plata, reales y otras cosas que le ymbiare del Paraguay”39. Es probable que desde allí sólo pudie-ra enviarle yerba, algodón, azúcar, tabaco, cera, miel o vino, por ejemplo. Pero este poder y aquella obligación prefiguraban el camino a seguir por los productos que Francisco Juan pudiese remitir desde Paraguay (adquiridos mediante la venta de los valores apreciados en aquellos $400). Productos que ahora delinearían, a través del circuito litoral, la nueva cartografía de un viejo vínculo de obligación. Si muta la geografía del vínculo, antes cir-cunscripta a las relaciones entabladas dentro de las unidades productivas40, es porque han mutado las prácticas crediticias que lo sostienen: del trabajo por deudas que ataba a la tierra, al anticipo de bienes para su comercializa-ción interregional, mediado por una obligación notariada que jurídicamente sigue manteniendo el lazo. Catorce años de vínculo interpersonal sostenidos por el endeudamiento en las propias unidades productivas se presentan a los ojos de Tapia de Vargas como un criterio adecuado para hacer del admi-nistrador de su producción un potencial y leal agente itinerante. Si por un lado esto demuestra la movilidad social que un actor podía adquirir gracias

Fe quizás encuentre explicación a continuación.38 AGN, IX, 48-4-2, fs. 520r-521r.39 AGN, IX, 48-4-2, fs. 572r-572v.40 Tapia había construido hacia 1630 un molino de abatanar en su chacra (asociándose para tal efecto con el carpintero Antonio Márquez), mientras que de los 59 trabajadores esclavos declarados en su testamento de 1645, 13 se vinculaban a la producción textil -1 cardador, 1 sastre, 3 tejedores y 8 hilanderos- (González Lebrero 2002: 130). Los textiles se conjugaban en sus unidades productivas con el ganado: contaba con licencia para exportar cueros en 1622 (Lima González y Lux-Wurm 2001: 200), poseía cría de ovejas (Gelman 1987: 106) y lo vimos comprar yeguas para una posible producción mular.

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a su capacidad para soportar años de sojuzgamiento mediante un vínculo de dependencia fundado en el endeudamiento, también demuestra que el vínculo de obligación, sostenido alternativamente sobre distintas prácticas crediticias, ofrece un recurso relacional movilizable en distintas direccio-nes y sentidos, maleable por la correlación asimétrica de fuerzas de un lazo que, mediado por una tensión de intereses inherentes a la relación social de producción, detentaba una lealtad nutrida de desconfianzas.

La relación entre obligación crediticia y construcción familiar también puede observarse. En agosto de 1640 Tapia de Vargas recibía $2200 en mo-neda sin ofrecer garantía hipotecaria, pero colocaba como fiador a su yerno, Felipe de Herrera y Guzmán41. A los cinco días vuelve a endeudarse por metálico, recibiendo $3300 del ya mencionado Mexía Calderón. Si aquí Tapia de Vargas tampoco ofrece garantía hipotecaria, ahora su yerno ha pasado de fiador a deudor de mancomún e insoludim, estrechando su participación en los riesgos asumidos por su socio. Las interacciones sociales entre los actores incluyen y construyen a la familia, aún sin identificarse con ésta (Moutoukias 2000: 150): el contrato matrimonial entre Herrera e Isabel, hija de Tapia de Vargas, viene a reforzar mediante el lazo familiar las garantías necesarias para la organización societaria de los negocios, un reaseguro, para Tapia de Vargas, del vínculo con un socio que pasa a compartir los riesgos asumidos; un costo, para Herrera, que condiciona y posibilita el ingreso a la trama crediticia con la llave de su suegro. Dos meses antes Tapia de Vargas contraía una obligación con su yerno, a quien reconocía deberle $2000 de los 14000 a que ascendía la dote; afirmaba Tapia de Vargas que “me bolvio dellos los dichos dos mil pesos con cargo que le yziese esta escriptura”42. Este recorte documental nos brinda un panorama de obligaciones mutuas y jurídicamente formalizadas que permiten a estos actores asociarse eco-nómicamente sin carecer de garantías recíprocas. Vínculos de obligación crediticia que ofrecen a los actores instancias óptimas para estructurar, al menos inicialmente, redes de relaciones y unidades colectivas de acción, entre las que puede contarse la familia.

Queda en evidencia la utilidad de este instrumento para estructurar socialmente tratos económicos sin renunciar a una proyección de largo aliento, consistente en ampliar los recursos relacionales existentes no sólo en los circuitos comerciales de larga distancia, sino en las múltiples facetas de la vida social que determinaban al posicionamiento del actor.

41 AGN, IX, 48-4-2, fs. 525r-525v.42 AGN, IX, 48-4-2, fs. 486r-486v.

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ALGUNAS CONCLUSIONES

Sólo diez de las treinta y una operaciones que lo tenían por acreedor fue-ron canceladas, obteniendo Tapia de Vargas el reintegro de al menos 32,25% de los valores anticipados43. Ocho de esas diez operaciones fueron concretadas antes de diciembre de 1640, momento de la secesión portuguesa. Luego de ello y de la toma de Luanda por los holandeses disminuye la cantidad de operacio-nes crediticias en Buenos Aires y se incrementa la falta de correspondencia. En efecto, veintiséis de las treinta y una operaciones acreditadas por Tapia de Vargas en esta década fueron realizadas antes de los sucesos transcurridos entre diciembre de 1640 y mediados de 1641. Luego de ello, Tapia de Vargas comienza a sentir en persona aquella falta de correspondencia tanto desde el espacio atlántico como desde los mercados regionales que se retroalimentaban de aquél44. Intentará aprovechar las nuevas oportunidades brindadas por la comercialización local y la redistribución interregional mediante tiendas y pulperías45, así como por el creciente negocio del fletamento de ganado al

43 Ocho de esos diez contratos cancelados consistían en créditos indiscernibles acreditados por Tapia, uno consistía en crédito monetario por él extendido y el restante consistía en la única operación en la cual los esclavos entregados a crédito se explicitaban en el contrato por poseer sus despachos (crédito discernible). El retraso promedio fue de 8,95 meses con relación al plazo estipulado, que para estas operaciones promediaba los 9,25 meses (para efectivizar el reintegro debió aguardar, en fin, un promedio de 18,2 meses desde la realización del contrato).44 El 15/09/1644 apodera a Juan Pastor (procurador de la Cía. de Jesús, camino a España) y a Juan de Vega (agente de negocios en el Consejo de Indias), para que cobren del Licen-ciado Juan de Mena, de dicho Consejo, 2500 “y tantos pesos que estan en su poder que me pertenecen” (en rigor, $2554) compuestos de cuatro partidas, entre las que se cuentan $1054 por “una barra que de la villa ymperial de Potosi le remitio don Felipe de Herre-ra y Guzman, my yerno, entregandola al licençiado Alonso de Carrion Cabeza de Baca, teniente de corregidor de la dicha billa, y dos cartas del dicho don Felipe de Herrera en que dava abiso al dicho señor licençiado del embio de la dicha barra, la qual costo un mil y cinquenta y quatro pesos” (AGN, IX, 48-4-4, fs. 617v a 619r). El 14/09/1643 apodera a Laureano Sobrino (rector del Colegio de la Cía. de Jesús en Asunción) y al alférez Pedro Gómez (residente en Asunción) para que cobren del alférez Luis Gómez Pacheco $2000 que le debe por escritura, más $1614 y costas de una fianza que le hizo y está lastando, “todo en plata doble” (AGN, IX, 48-4-4, fs. 288v a 290r), insistiendo en ello el 11/05/1644 cuando vuelve a otorgar poder -esta vez a Diego de Vega y Frías, Justicia Mayor en Santa Fe- para el mismo efecto (AGN, IX, 48-4-4, fs. 674r a 675r).45 El 20/02/1642 otorga fianza a Luis González “de que dara a cuenta con pago del vino, pan, yerba, velas, y demas cosas que le dieren a bender en la pulperia” (AGN, IX, 48-4-3, fs. 512r a 513r); el 08/02/1643 lo hace con Miguel de Luna, para tener tienda de pulpería “y en ella venda vino y mantenimientos y otras cosas de la tierra permitidas” (AGN, IX,

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norte46. Ex post, lo dicho constituye resultados. Nos interesa su estrategia, los mecanismos relacionales instrumentados para ponerla en práctica y las racionalidades posibles que ella expresa.

La estructuración social de sus operaciones, objetivada en esta multipli-cidad de contratos dispersos, distancia a Tapia de Vargas de personajes como el limeño Juan de la Cueva, que llegó a disponer para este mismo período de una verdadera estructura bancaria con sede en Lima y de amplio alcance regional (Suárez 2001). Las sumas involucradas en sus transacciones credi-ticias lo diferencian también de grandes comerciantes novohispanos, como Juan Pérez de Rivera (Martínez López-Cano 2001: 177 y ss.), quienes al igual que los limeños contaban con intensos canales de intercambio promovidos y sostenidos por el sistema dispuesto desde la metrópoli. Es que el vínculo de derecho provisto por la obligación notariada se adecuaba a las singularidades que el contexto institucional de Buenos Aires imprimía sobre las actividades económicas desplegadas por fuera o en los límites de las mallas de confianza mutua. Buenos Aires, que hacia mediados del siglo XVII conformaba una so-ciedad en la frontera del Imperio y de su legalidad formalmente establecida, se insertaba desde esa doble marginalidad en los circuitos interregionales. Clandestinas, semiclandestinas o legalizadas mediante el comiso y aún legales en su origen, las introducciones de esclavos y productos sufrían una multitud de obstáculos normativos para volcarse a la circulación interregional. Se ad-juntaba a la caracterización de esta aldea porteña la intervención de agentes de distintos espacios y de actores ocasionales. Tales elementos hacían del instrumento notarial y de las prácticas crediticias por éste vehiculizadas un herramental adecuado a la singularidad de esta comarca rioplatense, trascen-diendo al universo de la circulación comercial para proveer, asimismo, un instrumento de estructuración relacional en otras dimensiones sociales.

Así, la apelación a estos instrumentos escritos no sólo respondió a la habitual necesidad de concretar operaciones por fuera o en los márgenes de las mallas de correspondencia interpersonal, fundadas en confianzas y lealtades: también respondía a la necesidad de ampliar los recursos relacio-nales que las conformaban. Es que tales instrumentos notariales permitían suplir ambas necesidades pues, al constituir mecanismos contractuales eje-cutables, funcionaban como válvula para la admisión de nuevos vínculos, condicionándoles su incorporación a las redes de confianza o, aún, su acceso a la economía porteña. Por ello, el lenguaje de sus fórmulas era simbólico

48-4-4, fs. 95r a 96r).46 Véase por ejemplo el fletamento fechado el 06/01/1644 en AGN, IX, 48-4-4, fs. 370r a 372r.

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a la vez que sintomático: si por un lado cubría discursivamente la falta de afinidad personal en la relación (configurando con ello el carácter ejecutivo del contrato), por otro lado prefiguraba las posibilidades y condiciones para que ese vínculo se sostuviese, en el mediano plazo, sobre una reciprocidad efectivamente fundada en la gracia obligatoria y la correspondencia a la buena obra, prescindente ya de formalización jurídica. Lo simbólico operaba entonces con eficacia: en efecto, el reconocimiento de atributos honoríficos que el formulismo discursivo ofrecía a acreedores como Tapia de Vargas cuando extendían crédito mediante el notario, viene a expresar en el plano simbólico la reinversión o capitalización social y económica de inversiones en mérito, honor y público reconocimiento que sujetos como él podían reali-zar, en cuanto tomadores, en el nivel monetario del crédito. Una reinversión expresada en obligaciones (jurídicamente configuradas mediante ese discurso de reconocimiento honorífico) que permitían proyectar la ampliación de un capital social propio con menores riesgos, retroalimentando con ello las cartas credenciales para el acceso al crédito monetario. De esta manera, mientras algunos actores públicamente reconocidos podían hacer uso de su reputación personal y del reconocimiento social para acceder a la estrecha retícula del crédito monetario (y, una vez en ella, construir un historial de solvencia para permanecer), quienes podían extender crédito en este contexto pero, sobre todo, quienes tenían la posibilidad y la necesidad de hacerlo frecuentemente por fuera de las redes interpersonales preestablecidas, esgrimieron un criterio de asignación consistente en el empleo de la mediación social del notario, en quien podía delegarse el establecimiento de conexiones con menores riesgos y la provisión de aquel instrumento ejecutable.

El Antiguo Régimen proveía al actor con un sistema estructural de dis-tinciones y diferencias. Sujetos como Tapia de Vargas podían instrumentar al honor y a la honra, al cargo y a los privilegios, para un posicionamiento social favorable y una potencial centralidad en las retículas interpersonales. El avance de las relaciones de mercado ponía límites al privilegio y a la distin-ción como engranajes predilectos del posicionamiento social para los actores ibero-criollos de un suburbio colonial como Buenos Aires: la adversidad sufrida por el sector que se hizo valer como benemérito da cuenta de ello. La vigencia de aquellas distinciones estructuralmente prefiguradas condicionó, no obstante, los alcances de la sola práctica comercial para brindar movilidad social. Ello informó los modos de racionalizar la realidad en actores como Tapia de Vargas, que advertían el mutuo condicionamiento entre mérito reconocido y economía comercial. La práctica crediticia notariada permitía poner en circulación obligando, haciendo valer económicamente al honor e incorporándolo operativamente a los tratos económicos, para capitalizarlo

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tanto económica como relacionalmente, con miras a la constitución y am-pliación estratégica de un capital social propio.

Fecha de recepción: 30 de noviembre de 2010Fecha de aceptación: 16 de marzo de 2011

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* Licenciado en Historia. Facultad de Filosofía y Letras - Universidad de Buenos Aires, Argentina. E-mail: [email protected]

TERRITORIALIDAD Y REPRODUCCIÓN SOCIAL.

LOS TINOGASTA EN BELÉN, CATAMARCA,

DURANTE EL SIGLO XVIII

TERRITORIALITY AND SOCIAL REPRODUCTION. THE

TINOGASTA IN BELEN, CATAMARCA. 18TH CENTURY

Federico Ignacio Vázquez *

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RESUMEN

Este trabajo se propone analizar las prácticas de territorialización desplegadas por los Tinogasta en Belén durante el siglo XVIII. Se analizaran los mecanismos jurídicos coloniales a partir de los cuales los Tinogasta buscaron “reterritorializar” su espacio, para recomponer sus condiciones de reproducción social. En este sentido, se observará cómo, frente a diversas prácticas de dominación, algunas poblaciones indígenas implementaron estrategias de resistencia, negociación y/o alianza para reinterpretar la realidad colonial y operar sobre ella. Así, lejos de ser meros espectadores pasivos de su dominio se transformaron en agentes de su reproducción social en un contexto de asimetría.

Palabras clave: territorio - reproducción social - Tucumán colonial

ABSTRACT

This paper analyzes the practices of territorialization deployed by the Tinogasta in Belen through the 18th century. It will analyze how, through colonial legal mechanisms, the Tinogasta looked for “re-territorialize” their space in order to rebuild their conditions of social reproduction. We intend to observe how some Indian populations implemented multiple resistance, negotiation and/or alliance strategies against diverse domination practices in order to reinterpret -and operate on- the colonial reality. Then, far from being mere passive spectators of their dominance they became agents of their own social reproduction in an asymmetrical context.

Key words: territory - social reproduction - colonial Tucumán

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INTRODUCCIÓN

Gran parte de los primeros estudios sobre el período colonial en la Gobernación del Tucumán, que han tenido como punto de partida el trabajo de Nathan Wachtel titulado Los vencidos. Los indios del Perú frente a la conquista española (1976), han hecho hincapié en la fuerte desestructuración generada por el dominio colonial sobre las poblaciones indígenas1. Posteriormente, estas perspectivas de análisis han sido matizadas por nuevas interpretaciones que, frente a tal proceso de desestructuración, han puesto en primer plano las estrategias de adaptación y resistencia desplegadas por las poblaciones indígenas ante la conquista española2. De esta manera, como señala Lorena Rodríguez (2008: 52-54), en los últimos años los trabajos sobre el Tucumán colonial han tendido a suavizar la idea de la desestructuración en términos absolutos, incorporando nuevos elementos al análisis como el concepto de “estrategia” y diversos estudios de caso y escalas temporales.

Este trabajo se propone analizar algunas de las estrategias de reproducción social desplegadas por las poblaciones indígenas ante una situación de dominio colonial, dando cuenta de su papel como sujetos activos frente a ese dominio. Particularmente, estará centrado en el análisis de las prácticas de “reterritorialización” desplegadas por los Tinogasta en Belén, frente a la apropiación y reorganización territorial planteada a partir del dominio colonial. En este contexto se analizará cómo, ante la creación de una espacialidad colonial, algunos grupos indígenas han buscado “reterritorializar” su espacio y construir una espacialidad alternativa para recomponer sus condiciones de existencia y reproducción social, a partir de la defensa de tierras como espacio social -material y simbólico- dinámico y creador de representaciones comunes.

El análisis de los discursos y argumentos jurídicos desplegados por la parcialidad3 Tinogasta -perteneciente a la encomienda de Juan de Vega y

1 Al respecto pueden consultarse los trabajos pioneros de Ana María Lorandi (1983, 1988 a, 1988 b) y de Lorandi y Sosa Miatello (1991).2 Lorandi (1997), Farberman y Gil Montero (2002), Zanolli (2005), Farberman y Boixadós (2006), De la Orden de Peracca (2008), Rodríguez (2008), entre muchísimos otros.3 Cruz (1997) al analizar el caso de los amaichas y tafíes entiende a la categoría parcialidad

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Castilla y trasladada a Belén en 1680 por el encomendero- ha sido el punto de partida para extraer la voz de los indígenas con el objetivo de identificar sus estrategias de resistencia y negociación en condiciones de dominio y asimetría4.

EL DOMINIO COLONIAL Y LA REORGANIZACIÓN TERRITORIAL

La instauración del dominio colonial sobre las poblaciones indígenas de la Gobernación del Tucumán implicó la implantación de una nueva estructura política y económica; es decir, la imposición de un sistema de “control político y explotación económica” (Quiroga 2005: 97) que llevó a la subordinación de los sistemas políticos preexistentes y a la reorganización del trabajo, el intercambio y la extracción del excedente (Zanolli 2005: 45).

Esta nueva estructura se vio atravesada por una dinámica particular en lo que respecta a la apropiación de los recursos de la región -principalmente la tierra y la mano de obra-, en forma de mercedes y encomiendas. El carácter “privado” de la conquista (Assadourian 1986), pues involucró actores específicos con un cierto grado de autonomía con respecto a las decisiones y políticas de la Corona española, y la relativamente débil inserción de los mecanismos de control estatal fueron terreno fértil para la existencia de una fuerte ilegalidad en esas prácticas de apropiación de recursos.

Con respecto a las mercedes, el avance ilegal sobre las posesiones indígenas se materializó de diversas formas. Por un lado, mediante la ocupación o solicitud por los españoles de tierras que, aunque podrían ser objeto de un cultivo estacional o una ocupación discontinua por parte de los indígenas, eran alegadas como vacas o realengas -es decir, sin dueño- y, por

como una construcción colonial de límites étnicos, empleada en los documentos de la época para hacer referencia a unidades sociopolíticas individuales y dependientes de una unidad sociopolítica mayor. Más allá de estas consideraciones resulta una categoría interesante para dar cuenta de grupos indígenas que, aún cuando están en relación con una unidad similar o mayor, presentan rasgos políticos, sociales, culturales e identitarios propios. 4 El principal documento de archivo utilizado en el presente trabajo es una demanda en reclamo de las tierras de Belén y el Potrero de Ampujaco iniciada en el año 1752 por el cacique de la parcialidad Tinogasta en Belén, Joseph Cusapa, contra Pedro Miguel de Andrada, vecino de San Fernando del Valle de Catamarca y residente en Salta. Archivo y Museo Histórico de Catamarca (en adelante AHCa), Caja 5, Expediente 774, Año 1753. Tomando como base el listado de documentos para la región publicado por González Rodrí-guez (1984) también se utilizó documentación relevada en el Archivo Histórico Provincial de Córdoba (en adelante AHPCo) relativa a la encomienda de Tinogasta, Asabgasta y Ascala perteneciente a la familia Vega.

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consiguiente, despobladas (Rubio Durán 1997: 101; Sosa Miatello et al. 1997: 140-141). Además, resultaba frecuente la ocupación de las tierras comunales indígenas por parte del encomendero (Assadourian 1986: 66). Por otro lado, la existencia de tierras con escasa población indígena facilitaba su expulsión y relocalización en otras propiedades, a lo que se sumaba la presión o coacción para obligar a los indígenas a vender (Rubio Durán 1997: 95)5.

En el caso de la encomienda, igual que con la merced, también fueron frecuentes las prácticas ilegales de apropiación de la mano de obra. La usurpación de las tierras de los indígenas encomendados -con la consecuente pérdida de los derechos comunales- o el traslado a las tierras de propiedad del encomendero eran prácticas habituales que implicaron la progresiva “desterritorialización” del indígena encomendado. Asimismo, el servicio personal, entendido como trabajo gratuito y compulsivo, se convirtió en el rasgo sobresaliente y la práctica ilegal por excelencia de la institución de la encomienda en la Gobernación del Tucumán (Lorandi 1988 b)6.

De esta manera, el dominio colonial se vio atravesado por diversas prácticas de dominación políticas, sociales y económicas -además de culturales y simbólicas7- que cobran relevancia, entonces, como mecanismos de “reestructuración de las organizaciones sociales en el nuevo marco colonial de dominación” (Abercrombie 1991: 204).

RELACIÓN DE PODER, ESTRATEGIAS DE LUCHA

La dinámica planteada por el campo de dominio colonial -siguiendo el concepto de Bourdieu (1983) quien lo entiende como espacio estructurado de posiciones en el cual los agentes ocupan relaciones de dominación o subordinación- implica no solo una relación de poder asimétrica, por la cual existe un “otro” sobre el que se ejerce el poder sino además todo un campo de respuestas (Foucault 1995: 189) y estrategias que pueden involucrar acciones

5 Para un análisis profundo de la merced en el Tucumán, véase Mercado Reynoso (2003). 6 Para un análisis completo de la encomienda, véase González Rodríguez (1984).7 Como señala Palomeque (2000: 90), el dominio colonial en el Tucumán se caracterizó por una visión estática y ahistórica de la realidad indígena, con un fuerte componente de fragmentación, a la vez que de homogeneización de las diferencias sociales y culturales indígenas. Por ejemplo, la “construcción” de etnias a partir de la reorganización territorial de identidades étnicas llevó a la creación de denominaciones comunes para unidades sociopolíticas diferentes, como es el caso de la denominación calchaquí o diaguita para identificar a los pueblos rebeldes de la región (Cruz 1997: 257-280).

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de resistencia y negociación (Bourdieu 2003: 91). Si el dominio entraña una relación asimétrica de poder, entonces, existirá “al menos en potencia una estrategia de lucha” frente a esa relación (Foucault 1995: 187).

Según Susan Seymour (2006: 305), las estrategias de resistencia desplegadas por los sectores dominados no sólo están determinadas por las estructuras económicas y políticas, y los discursos culturales y simbólicos dominantes, sino también por la forma en que las relaciones de poder son internalizadas, entendidas y modificadas por los individuos o grupos en sus prácticas diarias. En ese sentido, por ejemplo, ante los mecanismos de reorganización territorial sobre los cuales se sustentó el proyecto de colonización, algunas poblaciones indígenas apelaron a prácticas de recuperación del territorio, como estrategia de reproducción social.

Para el caso analizado en este trabajo, la territorialidad surge como un elemento central en las estrategias de reproducción social. Así, frente a las prácticas de apropiación de sus tierras algunas poblaciones indígenas desplegaron prácticas de “reterritorialización” estrechamente relacionadas, además, con cuestiones identitarias y de representación como grupo. La concepción colonial de apropiación territorial encontró su contrapartida en la recreación, por parte de algunas poblaciones indígenas, de un nuevo sentido de lugar como espacio social y factor de reproducción social.

LOS TINOGASTA EN BELÉN: LA DEFENSA DE UN TERRITORIO COMO ESPACIO DE REPRODUCCIÓN SOCIAL

La construcción de espacios sociales por parte de los sectores dominantes, desde los niveles más amplios de creación de “paisajes oficiales” destinados a reproducir un orden social asimétrico y jerárquico (Acuto 1999: 33) hasta las prácticas de dominación espacial a nivel cotidiano (Quiroga 1998: 76), pone en primer plano, precisamente, la importancia del dominio territorial como factor de control social. En este sentido, la espacialidad como estrategia oficial “para imponer nuevas relaciones y prácticas sociales sobre las poblaciones locales” (Acuto 1999: 60) se ve atravesada por relaciones de poder y conflicto que, al igual que otras prácticas de dominación, generan respuestas en los sectores dominados -en este caso también de tipo “espaciales”. De esta manera, la espacialidad es también un campo de conflicto entre el dominio colonial y las estrategias de reproducción de algunas poblaciones indígenas.

Frente a esa coyuntura, centrada en la creación de lo que se podría llamar una espacialidad colonial de dominio -a partir de la reorganización

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territorial que acompañó al dominio colonial en el Tucumán en la forma de mercedes, desnaturalizaciones, traslados, pueblos de indios- se erigen estra-tegias orientadas a crear una espacialidad alternativa8, basadas en la defensa del territorio como espacio material y simbólico donde tienen lugar prácticas y relaciones sociales específicas. Como señalan Manríquez y Sánchez (2003: 45), estas prácticas implicaron “la construcción de espacios de pertenencia e identidad junto, y muchas veces entreverado, con el sistema colonial im-plantado por los españoles”.

Al respecto, el Tucumán y, particularmente, el oeste catamarqueño no solo se caracterizaron por los intentos legales de crear pueblos de indios9 sino también por la existencia de poblaciones indígenas que desplegaron diver-sas prácticas territoriales de reproducción. Tal fue el caso de la parcialidad Tinogasta, en el oeste catamarqueño, la cual frente a la situación de dominio colonial implementó diversas prácticas para recomponer sus condiciones de reproducción social a partir de la recuperación de un territorio, dando fuerza a su pervivencia como sujeto colectivo frente a un contexto de dominio y asimetría.

8 Esta espacialidad alternativa no es entendida como una espacialidad externa al dominio colonial sino como prácticas de reconstrucción de espacios territoriales surgidas a partir del contexto de dominio pero en tensión con las prácticas de reorganización territorial planteadas desde los sectores dominantes. 9 Aunque el pueblo de indios, como categoría legal y modelo de organización social para la región, data de 1612 -cuando Alfaro elabora las Ordenanzas para el Tucumán por mandato de la Audiencia de Charcas- su origen se remonta a las reformas toledanas de 1570. Estas institucionalizaron las reducciones indígenas como forma de garantizar tanto la residencia de los indígenas y la producción como las tierras comunales para que cada comunidad se hiciera cargo de su reproducción. En 1612, con el objetivo de regular la tributación de los indígenas, proteger sus tierras y evangelizarlos, las Ordenanzas de Alfaro establecieron la constitución de pueblos de indios con una fisonomía común en lo relativo a sus límites, la presencia de una planta urbana formada por una capilla y una plaza, la conservación de tierras comunales, la obligación del empadronamiento y la existencia de una estruc-tura política basada en autoridades indígenas particulares -como el cacique y el alcalde (Boixadós 2002: 51). Según De la Orden de Peracca (2006: 101) el oeste catamarqueño se caracterizó por la pervivencia de algunas poblaciones indígenas organizadas como pueblos de indios -como los casos de Colpes y Mutquín-, las cuales lograron subsistir gracias a una mayor capacidad de negociación con los encomenderos y al despliegue de prácticas que posibilitaron su conservación y, en algunos casos, el incremento de sus tierras.

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Los Tinogasta, los Vega y la encomienda “segmentada”

Durante los siglos XVI y XVII, las parcialidades de Tinogasta, Asabgasta y Ascala, en el oeste catamarqueño, formaron parte de la encomienda per-teneciente a la familia Vega10. La dinámica de esta encomienda en los siglos XVI y XVII, así como durante gran parte del siglo XVIII, puede ser observada en el siguiente cuadro:

1592 Melchor de Vega (h) recibe la encomienda de las parcialidades de Colomba, Gayacami, Aguayucan, Quilmisquicha y Ascalagasta.

1607 Melchor de Vega (h) recibe la encomienda de Tinogasta.

1642 La encomienda, identificada como Tinogasta, Asabgasta y Ascala, pasa a manos de Nicolás de Vega, hijo de Melchor de Vega (h).

1646 Pleito entre Nicolás de Vega y su hermano, Juan de Vega y Abreu, residente en Chile, por la posesión de la encomienda.

1648 Tras la muerte de Nicolás de Vega, en 1647, la encomienda pasa a Ana de Nieva y Castilla como madre, tutora y curadora de Juan de Vega y Castilla. El 13 de enero de 1648, el gobernador Don Gutierre de Acosta y Padilla otorga la encomienda en tercera vida a Juan de Vega y Castilla.

1693 Juan de Vega y Castilla renuncia a la encomienda de Tinogasta, Asabgasta y Ascala.

Cuadro. Cronología de la encomienda de Tinogasta, Asabgasta y Ascala hasta 1792. Elaboración en base a; AHCo, Escribanía 1, Legajo 90, Expediente 3, Año 1648; González Rodríguez (1984); Cuello (2006 y 2007) y De la Orden de Peracca (2008).

El oeste catamarqueño había sido una de las principales áreas afectadas por los alzamientos rebeldes, en particular por el gran alzamiento calchaquí

10 En 1592, la encomienda es otorgada en primera vida a Melchor de Vega (h), hijo de un conquistador español llegado a la región con Juan Ortiz de Zárate, adelantado del Río de la Plata y Paraguay entre los años 1574 y 1576 (Assadourian 1986: 44). Melchor de Vega (p) también participa junto a Gonzalo de Abreu, gobernador del Tucumán entre los años 1574-1580, en fundaciones y pacificaciones en el Valle Calchaquí y Salta y, según las cédulas de encomienda, muere en una campaña de pacificación en Casabindo, Jujuy. Luego de la muerte de su padre, Melchor de Vega (h) acompañó a Juan Ramírez de Velazco, gobernador del Tucumán en 1586-1593, en las primeras campañas de pacificación del Valle Calchaquí entre 1587 y 1591. En 1642, la encomienda pasa a su hijo Nicolás de Vega, casado con Ana de Nieva y Castilla, hija de Francisco de Nieva y Castilla, y en 1648 la recibe su nieto Juan de Vega y Castilla.

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de 1630 (Montes 1961); con la pacificación final de 1666 comienzan a surgir nuevas condiciones para el repoblamiento de la región, por ejemplo en áreas como Belén11.

En el acto de fundación de Belén se encontraba presente Juan de Vega y Castilla -último encomendero perteneciente a la familia Vega que toma posesión de la encomienda de Tinogasta, Ascala y Asabgasta en 1648-, quien poseía tierras allí, en la orilla izquierda del río, a las cuales había trasladado a un grupo de indígenas perteneciente a su encomienda en 168012, dando cuenta de una práctica de desarraigo y desarticulación de parcialidades que, como señala De la Orden de Peracca (2008), también había tenido lugar bajo los encomenderos anteriores13. El traslado a este sector de indígenas de la parcialidad Tinogasta fue explicado, principalmente, a partir del fuerte pro-ceso de desarraigo y explotación laboral vivido por las poblaciones indígenas involucradas14.

Esta división de la encomienda llevada adelante por Juan de Vega y Castilla -a partir de la cual algunas parcialidades siguieron habitando en sus tierras mientras otras fueron trasladadas a las del encomendero- también se vio reflejada en los empadronamientos y visitas de fines del siglo XVII: específicamente en los empadronamientos de indios de 1688 y 1689/1690 en el oeste catamarqueño, y en la visita general del oidor Luján de Vargas realizada en1693.

Al respecto, el empadronamiento de 1688 reflejaba la división en parcialidades de dicha encomienda -es decir, Tinogasta, Ascala y Asabgasta-

11 Al respecto, véase Hermitte y Klein (1972: 3), Cuello (1992: 26) y De la Orden de Peracca et al. (1996). 12 Así lo señalan Hermitte y Klein (1972: 10), De la Orden de Peracca et al. (1996), Boixadós (2002: 40-42), entre otros.13 Según De la Orden de Peracca (2008: 144) el traslado de indios a tierras del encomen-dero fue un proceso habitual en la encomienda de los Vega, ya que los tres encomenderos de la familia -Melchor, Nicolás y Juan- eran propietarios de tierras en Belén y Tinogasta, donde instalaron a los indígenas pertenecientes a la encomienda.14 En base a la información obtenida a partir de la visita del oidor Luján de Vargas de 1693 Boixadós (2002: 40-50) explica que el traslado fue motivado por la imposibilidad, por parte de los indígenas, de cultivar las sementeras de comunidad debido a la escasez de tierras y aguas en el lugar donde residían al momento de la movilización. Por su parte, De la Orden de Peracca et al. (1996) también resaltan los aspectos laborales del traslado forzoso de este grupo indígena a la estancia del encomendero para cultivar maíz y cuidar ganado mientras De la Orden de Peracca (2008: 144) señala que hacia 1693 algunos indígenas de la encomienda también se encontraban en La Rioja, debido a la cesión de territorio de la antigua jurisdicción de Londres a esa provincia - a cambio de Capayán que pasó a formar parte de San Fernando.

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según las cédulas otorgadas a Nicolás de Vega en 164215, y a Juan de Vega y Castilla, en 164816. A su vez, menciona el traslado de un sector de la encomienda que estaba prestando servicios en las tierras del encomendero en Belén, mientras el resto de los encomendados residía en tierras que se encontraban en el área de Tinogasta. Como se señala en el padrón: “el Capitán Juan de Vega y Castilla, vecino feudatario de los pueblos de Tinogasta, Ascala y Asabgasta, [tenía] alguna porsión de indios en su servisio [en Belén], estando los restantes con sus caciques en el pueblo de Tinogasta”17.

Del documento de 1688 se desprende que el traslado habría involucrado a las parcialidades Asabgasta y Ascala, aunque no en su totalidad sino a sectores de las mismas mientras el resto continuaba residiendo en el área de Tinogasta. Para el caso de Asabgasta, la etapa de empadronamiento realizada en Belén señala que “todos los contenidos arriba son de la parsialidad y pueblo de Asabgasta, sujetos de dicho casique, y los restantes a esta dicha parcialidad se hallan asistentes en las tierras y pueblo antiguo de Tinogasta” y menciona además a “la parsialidad Ascala, cuio casique es don Antonio, que está en dicho Tinogasta”18. Por su parte, el empadronamiento de 1689/90 también señala que la mencionada encomienda se dividía en tres sectores distintos: Tinogasta, Ascala y una tercera parcialidad que fue empadronada en Belén19.

Esta división y el traslado de sectores de la encomienda a diferentes tierras del encomendero también son señalados en la visita general a cargo del oidor Luján de Vargas, realizada en 1693 con el objetivo de constatar el cumplimiento de las ordenanzas promulgadas por Francisco de Alfaro (Boixadós y Zanolli 2003: 21). Al respecto, la visita menciona que la encomienda de Tinogasta, de Juan de Vega y Castilla, fue inspeccionada en la jurisdicción de La Rioja -sitio al cual habría sido trasladado un sector de los indígenas de la encomienda (De la Orden de Peracca y Parodi 2008: 74 y 85). Según lo declarado en la visita, De la Orden de Peracca (2008: 139-143) señala que los indígenas pertenecientes a la encomienda estaban distribuidos de en tres sitios diferentes y del siguiente modo: las parcialidades Tinogasta

15 AHCo, Escribanía 1, Legajo 90, Expediente 3, Año 1648, f. 269v.16 AHCo, Escribanía 1, Legajo 90, Expediente 3, Año 1648, f. 281r.17 AHCa, Caja 1, Expediente 5, Año 1688, f. 3v.18 AHCa, Caja 1, Expediente 5, Año 1688, fs. 4r-5v.19 Con algunas diferencias respecto a ambos padrones, De la Orden de Peracca (2008: 142) señala que la única parcialidad empadronada en Belén, en la estancia del encomendero Juan de Vega y Castilla, fue la parcialidad de Ascala mientras que las parcialidades Tinogasta y Asabgasta lo fueron en tierras del encomendero, en el área de Tinogasta.

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y Asabgasta en tierras del encomendero, en la jurisdicción de La Rioja -posiblemente en Aimogasta; un grupo de indígenas de Ascala en las tierras del encomendero en Belén, y el cacique de Ascala, Antonio Sacaba, y otros cuatro indios, en Tinogasta. Esta propuesta da cuenta de la persistencia de un proceso de desarticulación de la encomienda en diferentes sitios: La Rioja, Tinogasta y Belén.

Como se ha visto hasta aquí, el traslado por parte de Juan de Vega y Castilla de un sector de su encomienda a sus tierras de Belén ha sido destacado por va-rios autores -y con cierta base documental. Además este contexto de desarraigo dio lugar a la existencia de estrategias de reproducción social específicas de las poblaciones indígenas, relacionadas directamente con estos traslados. Entre estas estrategias de reproducción, De la Orden de Peracca (2008: 158) señala que la “que surge con mayor fuerza […] es su radicación en lugares diferencia-dos”; es decir, la preservación de tierras en Tinogasta, su lugar de reducción, y en Belén, en las tierras de su encomendero. Sin embargo, cabría preguntarse si la estrategia es la radicación en sitios diferentes o si, como analizaremos a continuación, la estrategia de reproducción social surge como respuesta a una práctica de dominio particular que es, precisamente, su radicación forzosa en otras tierras a partir del traslado por parte del encomendero.

El expediente de 1752. Tierras españolas, tierras indígenas

El traslado de las poblaciones encomendadas por Juan de Vega y Castilla al área de Belén es, justamente, una circunstancia histórica que atraviesa el expediente del año 1752, eje de nuestro análisis de las prácticas implementadas por los indígenas residentes en Belén con el objetivo de recuperar sus tierras20. Este expediente contiene los trámites legales

20 Como se señala en el cuadro mencionado anteriormente, luego de estar en posesión de la familia Vega, la encomienda de Tinogasta, Asabgasta y Ascala pasa a manos de Prudencio de Aybar (h), vecino de Todos Santos de la Nueva Rioja y mayordomo del san-tuario de Belén. Luego de su muerte es otorgada al teniente de gobernador de la ciudad de Belén, Esteban de Nieva y Castilla, casado en segundas nupcias con Ignacia Carrizo, viuda de Juan de Vega y Castilla. Luego del fallecimiento de Esteban de Nieva y Castilla su yerno, Francisco de Cubas y Palacios, aparece en 1734 pagando la media anata de la encomienda de indios de Colpes, Famayfil y Tinogasta, cuyo titular en segunda vida era su hijo Esteban de Cubas y Palacios, nieto de Esteban de Nieva y Castilla. Hacia fines del siglo XVIII, los pueblos de Tinogasta, y Fama y Fee (Famayfil o Belén) seguían siendo encomienda de Esteban de Cubas en última vida. En 1792, por intereses fiscales, el pue-blo de Tinogasta habría pasado a cabeza del rey (De la Orden de Peracca 2006, 2008). No obstante estas circunstancias, el expediente únicamente hace referencia a la pertenencia

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iniciados ese mismo año por el cacique de Tinogasta -Joseph Cusapa- quien, a través del Protector de Naturales, solicita a las autoridades coloniales el reconocimiento de su derecho a fundar pueblo en Belén, así como sobre las tierras del potrero de Ampujaco (Mapa).

El proceso legal, desde la solicitud hasta la restitución final de las tierras a los indígenas, atravesó diferentes etapas. Según el expediente, previamente a la solicitud legal de restitución de las tierras, los indígenas habrían hecho frente a la situación de usurpación territorial a través de una ocupación. Ello se desprende de lo declarado por Pedro Miguel de Andrada, quien solicita que los indígenas desocupen las tierras en litigio, “dexándonos libres las tierras y potreros que emos poseydo con justo título y derecho que consta, asiéndose la restitución” a los interesados en dichas tierras21.

La ocupación aparece, entonces, como la estrategia inicial desplegada por los indígenas para recuperar sus tierras. Ante el fracaso de esta estrategia, producto del fallo judicial solicitando que las desocupen, surge un pedido de restitución de las tierras por vía legal. Durante este proceso ambas partes buscan sustentar su derecho a las tierras principalmente a través de argumentos “territoriales”, estrechamente vinculados a la pertenencia histórica de la parcialidad Tinogasta a la encomienda de los Vega y a la existencia de un litigio anterior por esas tierras -entre el encomendero y los encomendados. Resulta interesante observar cómo, a partir de estos puntos “en común”, ambas partes presentan argumentos diametralmente opuestos relacionados con consideraciones diferentes sobre la antigüedad de la ocupación de la tierra por parte de los indígenas.

En la demanda incluida en el expediente las tierras reclamadas por Cusapa en 1752 también son mencionadas como parte de un litigio anterior, lo que estaría dando cuenta de una situación que -lejos de ser excepcional- se repitió durante todo el proceso de apropiación de las tierras indígenas realizado por españoles y criollos durante los siglos XVII y XVIII. Según el documento, aquel primer litigio -que también habría involucrado las tierras de Belén y el potrero de Ampujaco- tuvo lugar entre un actor individual -el encomendero Juan de Vega y Castilla- y otro colectivo -las parcialidades trasladadas a Belén, pertenecientes a su encomienda. Por lo tanto, este litigio

de la parcialidad Tinogasta a la encomienda de la familia Vega y, particularmente, a la de Juan de Vega y Castilla.21 AHCa, Caja 5, Expediente 774, Año 1753, f. 6r. Según el expediente, la posesión de las tierras estaba en manos de Ignacio de Herrera Ibáñez -sargento mayor de Belén-, Don Pedro Miguel de Andrada -en representación de otras personas- y Don Santiago de Aybar. AHCa, Caja 5, Expediente 774, Año 1753, fs. 9v-9r.

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Mapa. Localización actual de Tinogasta, Belén y Ampujaco, Provincia de Catamarca. Fuente: Instituto Geográfico Nacional (IGN)

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tendría que haber ocurrido entre los 1680 -año del traslado de los indígenas a Belén, en base a los datos señalados- y 1693 -año en que Juan de Vega y Castilla renuncia a la encomienda22.

Además, los principales actores involucrados en el litigio de 1752 -Pedro Miguel de Andrada por la parte demandada y el Protector de na-turales por la parte demandante- reconocieron una relación directa entre aquellas parcialidades trasladadas y los actuales indígenas que entablan la demanda. Al respecto, ante la solicitud del Protector de Naturales para que el demandado Pedro Miguel de Andrada diga si conocía esta relación, así como la existencia del litigio, éste señala que:

sabe fueron encomendados de los Vegas el dicho Casique Don Joseph Cus-apa i los demás sujetos desde sus antepasados del pueblo de Tinogasta […] tubieron litigio sobre las tierras que a la sasón poseen, las que se hallan en actual litigio […] i que se les señaló a los dichos indios por la justicia desde una puntilla que está enfrente de la iglesia del santuario de Belén, río abajo, dejándoles libres al dicho Juan de Vega i a sus coerederos sus tierras23.

De esta manera, se estaba haciendo referencia a tres cuestiones cen-trales: primero, a la pertenencia histórica de la parcialidad Tinogasta a la encomienda de los Vega, particularmente, a la de Juan de Vega y Castilla; se-gundo, a una posible relación de parentesco entre aquella parcialidad y los indígenas que realizan la demanda en 1752 y, finalmente, al señalamiento de tierras en Belén para la parcialidad. Anteriormente se hizo mención a la situación de traslado a las tierras en Belén sufrida por las parcialidades de la encomienda en 1680. El demandado, Pedro Miguel de Andrada, se refiere a este traslado expresando como causa “que dicho Juan de Vega los abía cita-do en aquel lugar por su propia utilidad y conveniencia”24. A partir de este punto, comienza a hacerse presente en el expediente una cuestión central: las diferentes consideraciones respecto al lugar del cual habrían sido “origi-narios” los indígenas que entablan la demanda en Belén, en 1752.

Durante el período en que se produjo el expediente de 1752 las partes involucradas presentaron posiciones contrapuestas respecto al “lugar de origen” de las parcialidades trasladadas: el área de Tinogasta para los demandados; el pueblo de Famayfil-Belén para los indígenas que presentan la demanda. Más allá de las diferencias, ambas posturas representan en

22 Según el listado de encomiendas publicado por González Rodríguez (1984: 294).23 AHCa. Caja 5, Expediente 774, Año 1753, f. 12r.24 AHCa. Caja 5, Expediente 774, Año 1753, f. 19v.

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definitiva una lucha por el control de un espacio -las tierras- desde una posición de dominio o subordinación a partir de la cual se busca negociar. En este sentido, para los indígenas las tierras de Famayfil -topónimo que habría designado al área donde se fundó Belén en 1681- aparecerán como el fundamento de su estrategia de reproducción social

Como se mencionó, para Pedro Miguel de Andrada, representante de la parte demandada en el litigio de 1752, los indígenas que residían en ese momento en Belén anteriormente lo habrían hecho en el área de Tinogasta, como parte de la encomienda de Juan de Vega y Castilla. De este modo, su postura coincide con lo señalado anteriormente, respecto de la segmentación de la encomienda por parte de este encomendero y el traslado de sectores de las parcialidades de Asabgasta y Ascala a las tierras de Belén en 1680, al señalar que “dichos indios an abitado en el territorio que se les señaló por estar connaturalizados, puéstolos en el territorio de su propio encomendero”25.

Para fundamentar con mayor fuerza la idea de que los indígenas pertenecientes a la parcialidad trasladada eran “originarios” del área de Tinogasta Andrada señalaba que, previamente a la fundación de Belén en 1681, no había evidencias de que en el área de fundación hubiera existido el pueblo de Famayfil, al cual reconocían su pertenencia los indígenas. Al considerarlos como “indios intrusos” y negar la preexistencia de tal pueblo Andrada negaba los derechos de los indígenas sobre las tierras reclamadas, afirmando que esas tierras siempre pertenecieron a la estancia de Juan de Vega y Castilla.

Así la parte demandada, representada en el litigio por Andrada, buscaba sustentar su posición de defensa de las tierras rechazando los argumentos sobre la preexistencia del pueblo de indios de Famayfil en el área de Belén; es decir, desconociendo las formas en que los indígenas residentes en Belén se habían representado durante el litigio. Esto implicaba, en consecuencia, poner en primer plano el traslado de las parcialidades indígenas desde el área de Tinogasta como un aspecto central de este grupo, lo cual, a los ojos de la parte demandada, lo imposibilitaba para reclamar derechos sobre tierras de las cuales no eran “originarios”26. Esta postura se contraponía con

25 AHCa. Caja 5, Expediente 774, Año 1753, f. 17r.26 En este sentido, el empleo del término “originario” por parte de Andrada parecería no estar haciendo referencia al lugar geográfico de origen de las parcialidades sino a su pertenencia a un pueblo de indios constituido legalmente; en otras palabras, al negar la existencia del pueblo de indios de Famayfil negaba el carácter “originario” de los indígenas respecto del área.

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los argumentos presentados por los indígenas a través de su representante, el Protector General de Naturales, los cuales apuntaban a señalar al área de Belén como su lugar de origen y de residencia “inmemorial”.

Juan Asencio de Vera y Sánchez, protector de naturales que inter-viene en el litigio para justificar el derecho de los indígenas a las tierras reclamadas, aporta una visión sustancialmente diferente con respecto al lugar donde habrían residido los indígenas, la antigüedad de la ocupación de las tierras reclamadas y, por ende, la relación particular entre el enco-mendero y los encomendados. Al respecto, reconoce la pertenencia de la parcialidad Tinogasta a la encomienda de los Vega, así como la existencia de un litigio previo con el encomendero -que se constituye en el centro de su argumentación. Precisamente, para el Protector la resolución de aquel primer litigio a favor de los indígenas -es decir, el hecho de que no fueron desposeídos de las tierras de Famayfil y Ampujaco, en conflicto- resultaba un argumento de peso, no solo para sustentar el reclamo de las tierras en el siglo XVIII sino como prueba irrefutable de que los indígenas residían en esas tierras antes de que fueran otorgados en encomienda a Juan de Vega y Castilla27.

El reclamo a las tierras apelando a la posesión desde “tiempos inmemoriales” aparece como el punto central a partir del cual la parcialidad Tinogasta, en Belén, busca posicionarse en la pugna territorial. No obstante, la referencia al carácter “inmemorial” de los tiempos alude mucho más que cuestiones cronológicas; puede invocar un pasado histórico lejano en el tiempo o, por el contrario, tiempos coloniales más próximos en los cuales existieron cambios profundos en las relaciones sociales y políticas, así como en las condiciones de reproducción social (Zanolli 2005: 204). Más allá de esta consideración “cronológica” lo que aquí interesa es su importancia no sólo simbólica sino como forma jurídica de argumentación, que da sustento a la búsqueda de un pasado que legitime reclamos del presente.

El proceso de “construcción de espacios de pertenencia e identidad dentro de la lógica del sistema colonial” (Manríquez y Sánchez 2003: 45) por parte de los indígenas está, en este caso, signado por una fuerte im-bricación entre los lugares de origen y residencia. El grupo indígena que reclama la restitución de su territorio entre 1752 y 1753 presenta argu-mentos que lo arraigan al área de Famayfil/ Belén incluso antes del 1680 cuando, según la bibliografía y la documentación mencionada, fueron trasladados allí los indígenas de los cuales se reconocen como descen-dientes en la demanda.

27 AHCa. Caja 5, Expediente 774, Año 1753, f. 13r.

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La presentación del Protector de Naturales en el litigio niega que los indígenas hayan residido en algún momento en el área de Tinogasta, desde donde se realizó el traslado de las parcialidades y en el marco de la segmentación de la encomienda llevada adelante por Juan de Vega y Castilla. Para el Protector, la sentencia favorable a los indígenas en el primer litigio por tierras en Famayfil era una prueba irrefutable de que aquel era su territorio “inmemorial”, sustentando su argumento, de esa manera, sobre una “cosa juzgada”28. El mismo Protector señala que como sus representados habían entablado litigio con sus encomenderos sobre las tierras del pueblo de Famayfil y el potrero de Ampujaco: “es consecuente que la poseción de mis partes es de tiempo inmemorial, lo cual no necesita mas prueva a que se agrega que en aquel tiempo no fueron desposeídos mis partes del derecho que tuvieron”29.

Así, para solicitar la restitución de sus tierras en Belén, en 1752, la parcialidad indígena, a través de su Protector de Naturales, se reconoce como “originaria” de Famayfil y, por lo tanto, con legítimo derecho sobre las tierras en litigio. Una extensa cita del expediente aclara la argumentación sostenida por el Protector de Naturales:

es evidente que cuando mis partes no lo tuviesen [derecho sobre las tierras] y le huviesen introducido a su encomendero tan quimérica contienda, los huviese expulsado y écholes reconoser su legitimo pueblo, porque en ese tiempo no le seria menos fázil al dicho su encomendero el aclarar su dere-cho y juntamente el de mis partes. Y no es de persuadirze que por sola la conbeniencia de tenerles consigo avía de tolerar a mis partes la existencia en dichas tierras, exponiéndose a maiores inquietudes de la pretención de mis partes, que tenía facultad de encomendero huviera hecho que sus encomendados se fuezen a su territorio nativo de Tinogasta, como dize el dicho don Pedro que de allí eran oriundos e originarios mis partes […] no menos conbiniendo al encomendero (cuando fuesen mis partes del pueblo de Tinogasta) es el tenerlos congregados en dicho pueblo, donde desfrutaría sus tributos y chacras de comunidad, y privado este vesino de estos tan grandes beneficios, fue evidentemente porque tierra y potrero sobre que se litiga fueron ligitimamente de mis partes adjudicadas como a ligitimos dueños30.

28 AHCa. Caja 5, Expediente 774, Año 1753, f. 22v.29 AHCa. Caja 5, Expediente 774, Año 1753, f. 13r.30 AHCa. Caja 5, Expediente 774, Año 1753, f. 13r.

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Estrategias, “reterritorialización” y reproducción social

El litigio de 1752-1753 llega a su fin con un acuerdo entre ambas partes por el cual el sargento mayor Diego Gusmán, alcalde ordinario de segundo voto y como representante del Cabildo, otorga a Cusapa y la parcialidad indígena “más territorio del que tenían y poseían en tiempos antecedentes, donde puedan tener y tengan su abitación y labranzas, y para los demás desendientes que pudieran resultar”31.

Las tierras otorgadas a los indígenas fueron “desde la avitación de dichos indios y casique para el norte, río arriba, asta una puntilla […] que conprende todo el territorio que poseía Juan de Vega, encomendero que fue de dichos indios”; hacia el sur, “todo lo que puedan labrar y pastar sus ganados”, y hacia el oeste, “asta una aguada nombrada la Aguadita, con el campo libre con sus usos y costumbres”32. De esta manera, como señala De la Orden de Peracca (2008: 154), “quedó legalizada la propiedad de la tierra en Belén de una parcialidad que formaba el pueblo indio de Tinogasta y que residía allí desde épocas muy antiguas”.

Desde el pedido de restitución por parte de los indígenas hasta el otorga-miento final de las tierras por vía judicial se desarrolló un proceso en el que las tierras ocuparon un lugar central. La parcialidad Tinogasta en Belén apeló a diversas estrategias para recuperar un territorio reconocido como suyo desde sus antepasados. Tanto con una ocupación de hecho de esas tierras como a través de mecanismos legales, las estrategias desplegadas por los indígenas buscaron “reterritorializar” su espacio para, de esa manera, frenar el avance de los estancieros sobre tierras indígenas y recomponer sus condiciones de reproducción social.

Las formas de representación que los indígenas desplegaron en este liti-gio, a través de su Protector de Naturales, estuvieron estrechamente vinculadas con el lugar de origen/ residencia y la territorialidad. Su reconocimiento como originarios de las tierras en disputa desde tiempos “inmemoriales” definió sus prácticas de representación y sustentó sus reclamos territoriales. La apelación a un pasado que señala a Famayfil como lugar de residencia “inmemorial” de la parcialidad aparece, entonces, como una construcción cultural que, en un contexto de dominio, fue empleada como estrategia para reconstruir las formas de cohesión social a partir de una pertenencia territorial.

31 AHCa. Caja 5, Expediente 774, Año 1753, f. 28v.32 AHCa. Caja 5, Expediente 774, Año 1753, fs. 28v-28r

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A MODO DE CIERRE

A través de la utilización de mecanismos jurídicos coloniales, el poder de negociación del cacique y la resistencia a abandonar sus tierras, las prácticas de la parcialidad Tinogasta, en Belén, fueron un reflejo de la capacidad de los sectores dominados por recomponer sus condiciones de existencia. En este sentido, ante el progresivo proceso de apropiación de tierras por parte de los actores hispano-criollos se contraponen prácticas indígenas de conservación de tierras, como estrategia de reproducción social en el marco de relaciones asimétricas propias de un dominio de tipo colonial.

En el contexto de reorganización territorial que tuvo lugar en el Tucu-mán durante el proceso colonial, a partir de las desnaturalizaciones luego de la pacificación, la creación de pueblos de indios, o el desmembramiento y el traslado de grupos de indígenas en el marco de una encomienda -como en el caso analizado en este trabajo-, las poblaciones indígenas apelaron a prácticas de “reterritorialización” que les permitieron conservar sus tierras y reconstituir una espacialidad alternativa propia.

La apelación a los “tiempos inmemoriales” surge como un elemento discursivo central en el proceso de sustento del reclamo territorial, donde se juegan cuestiones simbólicas, a la vez que históricas. De esa manera, como señala Hobsbawm (2002: 8), el reclamo “por parte de un pueblo de una tierra o un derecho común por costumbre desde tiempos inmemoriales a menudo no expresa un hecho histórico, sino el equilibrio de fuerzas” en una relación de poder que enfrenta a dominantes y dominados. Es así como, en los intersticios del sistema colonial, los indígenas pudieron crear espacios territoriales de pertenencia. Frente a la práctica colonial de reorganización territorial respondieron con una práctica territorial propia, sustentada en la conservación, defensa y/o recuperación de un territorio considerado eje de las relaciones sociales y políticas -y de sus representaciones simbólicas.

La “desterritorialización” de la parcialidad Tinogasta, a partir de su tras-lado a Belén por el encomendero en 1680, indudablemente pudo haber afec-tado las bases materiales y simbólicas sobre las cuales este grupo sustentaba sus formas de representación. Como respuesta a esa situación, la utilización de mecanismos jurídicos coloniales para “reterritorializar” su espacio fue una de las formas a través de las cuales -más de 70 años después, en 1752- esa población indígena pudo crear espacios de negociación desde los cuales reinterpretar la realidad colonial, posicionándose como sector dominado activos y como agente de su propia reproducción social.

En este sentido el proceso de dominio colonial, lejos de haber impactado sobre las poblaciones indígenas fuertemente impidiéndoles toda posibilidad

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de reacción y respuesta, se vio muy condicionado y contrarrestado por las estrategias de resistencia, alianza y negociación, desplegadas por los sectores dominados en función de su propia reproducción social en un contexto de dominio y asimetría.

Fecha de recepción: 12 de noviembre de 2010Fecha de aceptación: 9 de marzo de 2011

FUENTES DOCUMENTALES CITADAS

Archivo Histórico Provincial de Córdoba (AHCo)Escribanía 1, Legajo 90, Expediente 3, Año 1648

Archivo y Museo Histórico de Catamarca (AHCa)Caja 1, Expediente 5, Año 1688Caja 5, Expediente 774, Año 1753

BIBLIOGRAFÍA CITADA

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93Memoria Americana 19 (1), enero-junio 2011: 93-119

* Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas/ Universidad Nacional de Quilmes, Argentina. E-mail: [email protected]

EL FRUSTRADO PROYECTO DE AVANCE TERRITORIAL

DEL ESTADO NACIONAL ENTRE 1869 Y 1872

FRUSTRATED TERRITORIAL EXPANSION OF THE

NATIONAL STATE BETWEEN 1869 AND 1872

Silvia Ratto *

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94 Silvia Ratto

RESUMEN

El objetivo de este trabajo es analizar la coyuntura del período 1869-1872, cuando se intentó llevar a adelante la conquista militar del territorio indígena del sur prevista en la Ley 215 promulgada en 1867. El análisis propone una visión de conjunto sobre las discusiones que se llevaron a cabo en torno a su realización y la respuesta que provocó en los principales líderes étnicos. Integra dos sectores fronterizos sobre los que se proyectaba avanzar -la frontera sur de Córdoba, Mendoza y San Luis y la frontera bonaerense- y las agrupaciones nativas más cercanas a esos espacios: los ranqueles y los salineros dirigidos por el cacique Calfucurá.

Palabras clave: frontera - organización nacional - resistencia indígena

ABSTRACT

The aim of this paper is to analyze the context during 1869-1872 when the central government attempted to carry out the military conquest of the Southern Indian Territory established by Law 215, issued in 1867. An overview of the discussions taken place around war conduct and the resistance of ethnic leaders are presented. It integrates two main border areas on which the conquest was expected: the southern border of Córdoba, Mendoza and San Luis and Buenos Aires and the strategies of the indigenous groups closer to these spaces: the ranqueles and the salineros.

Key words: frontier - national organization - indigenous resistance

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INTRODUCCION

En 1867 con la promulgación de la Ley 215, estableciendo el avance del territorio nacional hasta el Río Negro, el Estado Argentino demostraba claramente su intención de incorporar amplios espacios en poder de pueblos indígenas soberanos. Sin embargo, la medida no pudo llevarse a cabo de manera inmediata, la guerra con el Paraguay y las luchas civiles contra las “montoneras” del Interior, concentraron la atención y los recursos del gobierno por muchos años. Durante esos años se firmaron tratados con las principales agrupaciones nativas, pero estas negociaciones no implicaron el abandono de la política de expansión y su reemplazo por una pacífica y consensuada en el gobierno sino que constituyeron un medio de “ganar tiempo” para un Estado carente aún de la organización y los recursos necesarios para someter por la fuerza a la población indígena. Como lo sostenía en dicho contexto el teniente de indios amigos Juan Cornell, era necesario “entretener la paz para ir conquistando la tierra” (de Jong 2007).

En 1870, el fin de la guerra del Paraguay liberó fuerzas militares y recursos económicos que permitieron al gobierno nacional pensar en la realización de ese proyecto. Inmediatamente se tomaron algunas medidas que mostraban el interés del gobierno por colocar el tema de las fronteras con los indígenas como un asunto prioritario. Una de las medidas más claras en ese sentido fue la tarea de reconocimiento encargada al ingeniero Juan F. Czetz con el objetivo de avanzar territorialmente sobre el espacio indígena. Ese mismo año se reorganizó la Comandancia General de Armas y las comandancias generales de frontera. Finalmente, a lo largo de 1871 desde el gobierno se planteó que era el momento propicio para realizar una expedición punitiva sobre los principales caciques de la pampa. No obstante, a principios del año siguiente el plan se abandonó y la provincia de Buenos Aires sufrió uno de los ataques indígenas más formidables, liderado por Calfucurá, que culminó con la batalla de San Carlos.

Pese a la importancia de esta etapa en la historia nacional, existe un hiato historiográfico muy evidente entre 1850 y 1870, momento de extrema y rica complejidad en el escenario diplomático interétnico, en virtud de la existen-cia de dos poderes, la Confederación Argentina y el Estado de Buenos Aires, que se disputarían la alianza con los principales jefes indígenas de Pampa

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y Patagonia y, más adelante, debido a la dificultad del Estado Nacional por llevar adelante la proyectada expansión territorial. En general, los estudios que desde casi tres décadas han renovado totalmente la visión de las relaciones interétnicas en el Río de la Plata se concentran en el período tardo colonial y en la primera mitad del siglo XIX y, más adelante, en los momentos previos y posteriores a la conquista militar realizada por Roca1.

Cabe mencionar como excepciones las investigaciones llevadas a cabo sobre la frontera sur cordobesa en las décadas de 1850 a 1870 (Tamagnini 2004, Olmedo 2006, Barbuto 2010) y el estudio puntual de Julio Vezub (2005) sobre el liderazgo de Sayhueque en el “país de las manzanas”. Pero hasta el momento los estudios realizados han tendido a mostrar de manera parcelada la historia de estas relaciones, circunscribiéndose a determinados espacios fronterizos y/o a líderes indígenas o criollos. Aunque este tipo de avance en el conocimiento fue inevitable como forma de cambiar las imágenes tra-dicionales fuertemente ancladas en la historiografía local, ahora se debería avanzar hacia una historia más global que integre los contactos interétnicos e intraétnicos. Es decir, habría que avanzar en un estudio que muestre las relaciones no solo al interior del territorio indígena sino también entre éste y los distintos sectores fronterizos con los que algunas agrupaciones se vin-cularon en relaciones tanto de paz como de enfrentamiento.

El objetivo de este trabajo entonces es analizar la coyuntura del período 1869-1872, durante el cual se intentó llevar a adelante la expansión territorial proyectada por la Ley 215. La elección del período se basa en que desde 1869 comenzaron a regresar las tropas que se habían destinado a la guerra con el Paraguay, encontrándose el gobierno nacional con disponibilidad de recur-sos para llevar adelante la conquista. Sin embargo, el estallido de la segunda guerra jordanista en 1873 volvió a distraer fuerzas militares hacia el Litoral sepultándose nuevamente los proyectos expansionistas. Durante ese período pueden observarse discusiones y desacuerdos en torno a la realización de la expansión militar conducentes a una alternancia de preparativos militares y concertación de paces; esta oscilante política estatal provocaría, a su vez, resistencias por parte de los principales líderes étnicos. El propósito del trabajo es brindar una visión de conjunto de esta problemática, integrando

1 Para ese último período los estudios se han centrado en las estrategias diseñadas por los líderes indígenas ante un escenario que, sin lugar a dudas, se mostraba francamente hostil al mantenimiento de cualquier tipo de independencia y en los proyectos integracionistas de Argentina y Chile en los que cobraba vital importancia la definición acerca del lugar que se le asignaría al indígena. Sin pretender ser exhaustivos con la bibliografía sobre estos temas, mencionamos a Lenton 1997; Poggi 1998; Mases 2002; Tamagnini y Pérez Zavala 2002; de Jong 2002; Delrio 2005; Durán 2000, 2006.

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los dos principales sectores fronterizos sobre los que se esperaba avanzar -la frontera sur de Córdoba, Mendoza y San Luis y la frontera bonaerense- e interpretando las relaciones entre las agrupaciones nativas más cercanas a esos espacios: los ranqueles y los salineros comandados por el cacique Cal-fucurá. Las fuentes utilizadas en el trabajo son, principalmente, los debates parlamentarios realizados en las cámaras de Diputados y de Senadores y el archivo del ministro de guerra del presidente Sarmiento, Martín de Gainza, existente en el Archivo General de la Nación.

DE LA UNIFICACION NACIONAL AL FIN DE LA GUERRA DEL PARAGUAY

Desde inicios de la unificación nacional en el ámbito parlamentario se hizo evidente la preocupación de los representantes por la cuestión fron-teriza. El primer proyecto presentado en torno a la expansión del territorio se discutió en la sesión del 3 de septiembre de 1863; este procedía de la comisión militar de la cámara de diputados y, llamativamente, proponía el avance de la frontera norte en Santa Fe y Santiago del Estero. La elección de ese sector tenía que ver con la procedencia de los representantes impulsores del proyecto, entre los que se destacaba Nicasio Oroño, ex-gobernador de la provincia de Santa Fe. El proyecto no fue aprobado y la diferente atención prestada por el gobierno nacional sobre la frontera norte y sur de la Repúbli-ca se plantearía de manera frecuente a lo largo del periodo estudiado2, los

2 El representante cordobés Martín Piñero fue una de las voces que más claramente denunció el desigual interés del gobierno por la frontera: “yo principio por censurar la manera con que el gobierno ha apreciado el servicio y la aplicación de la fuerza de línea de que disponía para servir toda la frontera de la Republica. Debió haber procedido como era natural hacerlo abriendo el mapa de la Republica y viendo en él en qué punto convergen mayor número de vidas, mayor número de intereses y de comercio para llevar allí mayor numero de fuerzas y de defensa […] Abriendo el mapa […] se verá que la provincia de Santa Fe es la llave principal para comunicarse con diez pueblos de la republica. Sigue la de Córdoba porque no se puede ir a ningún pueblo del interior sin atravesarla o por el sur o por el este y sin embargo esto es lo que más se ha descuidado […] la frontera de Córdoba está completamente abandonada. La memoria del señor Ministro de la Guerra da en la parte sur 50 leguas de territorio con 650 hombres y la parte este con 175, es decir, una vasta extensión de tierra que alcanza de 90 a 100 leguas que tiene para guardarla 825 hombres, esto es dando entero crédito a la Memoria. Paso ahora a la provincia de Buenos Aires. Esta tiene 103 leguas de distancia en una línea que está servida por 2.976 hombres fuera de las guarniciones de Bahía Blanca y Patagones” (Cámara de Diputados, sesión del 28 de junio de 1864).

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mismos presupuestos nacionales reflejaban claramente la mayor importancia dada a la segunda.

En 1863 el alzamiento del Chacho Peñaloza en La Rioja detuvo las dis-cusiones sobre la defensa y/o avance de la frontera y los recursos militares se concentraron en la lucha contra la montonera del Interior. Con el inicio de la guerra del Paraguay el tema de las fronteras desaparece prácticamente de los debates parlamentarios y de los mensajes presidenciales con los que se abrían las sesiones. Sin embargo, un acontecimiento de importancia en cuanto a la política estatal de expansión territorial marcó este período: la discusión y posterior sanción de la Ley 215 que establecía el avance de las fronteras hasta el Río Negro, en el año 18673. Desde fines de 1868, la cuestión de las fronteras había vuelto a instalarse con fuerza en la agenda política y puede observarse en los discursos presidenciales de apertura de sesiones4, en las frecuentes interpelaciones que se hicieron en el Congreso a los ministros de guerra sobre el estado de las fronteras, en la presentación de diversos pro-yectos por parte de congresistas y particulares relativos al avance territorial -tanto en lo referente al financiamiento de las expediciones militares como a las fuerzas más pertinentes para defender las fronteras- y, finalmente, en el envío de misiones de reconocimiento del territorio para avanzar la línea fronteriza.

La primera de las medidas que mostraron un interés creciente por la frontera fue el mejoramiento de la infraestructura de los fuertes que la gua-recían y el reconocimiento del territorio sobre el que se esperaba realizar el avance. Para ello se encomendó a Juan Cztez, militar húngaro radicado en Buenos Aires en la década de 1860 e incorporado al ejército argentino en la

3 Cabe resaltar que la ley establecía el avance de la frontera hasta el Río Negro y no con-templaba acciones de ocupación sobre el territorio chaqueño, lo cual marca claramente el desigual interés del estado por las dos regiones que se hallaban en poder de grupos indígenas soberanos.4 En su último mensaje de apertura del Congreso, Mitre señalaba que: “el ministro de la guerra os presentara el plano de una nueva línea de fronteras con las reformas que en la distribución y acantonamiento del ejercito han de adoptarse. Han llegado ya las armas de precisión que pedí a los Estados Unidos y que espantarán por sus estragos al salvaje del desierto” (1 de mayo de 1868, Cámara de Senadores). Al año siguiente, Sarmiento plan-teaba en su discurso la idea de una frontera interior dentro de la República considerando que: “Todo el territorio que desde la conquista hasta el presente ocuparon los cristianos y se fue abandonando en diversos tiempos a las depredaciones de los salvajes ha sido en el pasado año devuelto y sometido al dominio y protección de nuestras leyes. Se cuenta por miles las leguas de terreno reconquistadas a la industria y de un extremo a otro de nuestras dilatadas fronteras puede verse en los semblantes de los vecinos el sentimiento de que participan” (1 de mayo de 1868, Cámara de Senadores).

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División de Ingenieros, la realización de un informe de reconocimiento de todas las fronteras. Entre abril y junio de 1869 Czetz encabezó una misión de reconocimiento por el sur de Mendoza, San Luis, Córdoba y Santa Fe y a partir de agosto recorrió la frontera de Buenos Aires5. El extenso informe del ingeniero fue publicado dentro de las Memorias del Departamento de Guerra de 1870 y fue convenientemente alabado por el ministro, quien con-cluía que Czetz había logrado realizar “un mapa científicamente construido de esta región de la Republica” utilizando documentos de los archivos de la Universidad de Córdoba en el Departamento Topográfico de aquella capital, el itinerario de Luis de la Cruz en su viaje a las pampas realizado en 1806, el estudio de un camino entre Rosario y Mendoza realizado por el ingeniero Laverge en 1862, recientes estudios del ramal de Gran Ferro Carril Central y las indicaciones de baqueanos, además de contar con

planos y mapas levantados por Mansilla sobre el territorio comprendido entre el rio 4to y el 5to y un plano idea de la Tierra Adentro confeccionado según los datos de los baqueanos que después de comparados con datos más positivos, se probó como bastante aproximado para demostrar la geografía de los parajes desconocidos6.

Ese mismo año y en concordancia con el nuevo plan de fronteras, se reorganizó la Comandancia General de Armas y las comandancias generales de frontera que quedaron distribuidas en cuatro secciones: fronteras sur y sur-este de Córdoba, sur de San Luis y Mendoza a cargo de José Miguel Arredondo; frontera sur de Santa Fe, norte y oeste de Buenos Aires a cargo de Emilio Conesa; frontera sur y costa sur de Buenos Aires y Bahía Blanca a cargo de Ignacio Rivas y las fronteras norte de Santa Fe, norte de Córdoba y de Santiago del Estero a cargo de Manuel Obligado.

En ese momento las principales agrupaciones indígenas del espacio nor- pampeano, que tenían fluidos contactos con las poblaciones criollas fronte-rizas, eran los ranqueles y los salineros. Durante el siglo XIX los principales lugares de asentamiento de los ranqueles fueron Leubucó y Poitagué, donde

5 El informe de Czetz fue analizado en profundidad por Olga Gamboni (1994) y Rinaldo Poggi (2000).6 Memorias del Ministerio de Guerra, año 1870, p. 127. No fue igual la opinión que, dos años después, expuso el comandante de la frontera norte, Arredondo, al ministro de guerra Gainza: “Un consejo amigo, no haga caso de planos ni de datos de Mariscales. Examinado ayer varios mapas me he convencido de la inexactitud de ellos. Czets coloca el “Chahile-hu” en el Rio Colorado cuando es el Rio Salado y como esta he notado muchísimas faltas. (Arredondo a Gainza, Villa de Mercedes, 16 de enero de 1872. AGN, VII, Gainza, Leg. 42).

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tenían sus tolderías los caciques Mariano Rosas y Baigorrita respectivamente. La economía de estos grupos se centraba en el pastoreo de ganado, la reco-lección, la caza y la horticultura de diversas especies -como maíz, zapallo y sandías-; a esto se agregaba un fluido intercambio con otras agrupaciones indígenas del espacio pampeano y con poblaciones criollas que abarcaban un amplio arco que se extendía desde el oeste de la provincia de Buenos Aires hasta la cordillera mendocina y neuquina. Los ranqueles habían mantenido una política de constante enfrentamiento con el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas, durante su larga gestión en el cargo. En sus tolderías halló refugio el coronel unitario Manuel Baigorria, quien acompañó en varias ocasiones a los ranqueles en incursiones sobre estable-cimientos rurales bonaerenses.

Aunque la mayor parte de los caciques y los capitanejos ranqueles re-sidían en los asentamientos de Lebucó y Poitague, otros grupos se ubicaban en los campos que se extendían entre el río Quinto y el Cuero, distantes 40 leguas de Mariano y 50 leguas de Baigorrita, los que eran gobernados por varios capitanejos. Esta diferenciación no era solo espacial y llevó a Tamag-nini y Pérez Zavala (2007) a distinguir entre los caciques principales -más afectos a realizar paces con los gobiernos provinciales y el nacional- y los que denominan indios “de la orilla” -reticentes a subordinarse al mando de los caciques principales y a las obligaciones que querían imponerles las autoridades criollas.

Hacia el este de las pampas, las poblaciones rurales comprendidas dentro de las comandancias generales de las fronteras de Santa Fe y Buenos Aires se relacionaban principalmente con la agrupación del cacique Calfucurá, ubicada en las Salinas Grandes. La zona tenía una importancia estratégica fundamental, ya desde el período tardo-colonial, tanto para los grupos nativos como para el gobierno de Buenos Aires; para ambos significaba la posibilidad de apropiarse de sal y era la “puerta de entrada” a la frontera sur bonaerense. Para los indígenas, además, era un centro de intercambio tradicional donde se reunían grupos locales, partidas de comercio transcordilleranas y del interior pero, además, la región era sumamente propicia para el pastoreo de ganado y abundante en recursos animales y vegetales.

Desde que se asentó en Salinas el cacique empezó a armar una red de relaciones personales con distintos grupos, entre la que se destaca el contacto con los ranqueles. Este vínculo se selló mediante una alianza matrimonial, un hijo del cacique ranquel Pichuin se casó con una sobrina de Calfucurá, hija de su hermano Namuncurá. Ambas agrupaciones actuaron de manera conjunta en campañas de obtención de recursos a partir de la década de 1850 (de Jong y Ratto 2008 y de Jong 2009). Además, durante la etapa en que el

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Estado de Buenos Aires y la Confederación Argentina estuvieron separados Calfucurá desarrolló una política diplomática con ambos estados, logrando un importante prestigio y poder político que intentó ser reducido constante-mente luego de la unificación nacional (Ratto 2010).

NEGOCIACIONES DE PAZ Y PREPARATIVOS PARA LA GUERRA

En el contexto político reseñado, el primer acto concreto de avance terri-torial fue la expansión de la frontera cordobesa en 1869 desde su ubicación en el Río Cuarto hacia el Río Quinto. Como se dijo, la comandancia general de esa sección estaba a cargo de Arredondo y como comandante de la frontera cordobesa se desempeñaba como el coronel Lucio Mansilla. Ambos militares se convirtieron en importantes referentes de los caciques ranqueles pero, a diferencia de lo ocurrido en otros escenarios, aquí se destacaron unos actores que cumplieron un rol importante en las relaciones diplomáticas: los frailes franciscanos asentados en la frontera desde 18567.

Para reafirmar el avance territorial y tratar de separar a los ranqueles de los grupos salineros de Calfucurá se buscó concertar un tratado de paz con los principales caciques ranqueles. Según Levaggi, Sarmiento había delegado en el prefecto de la orden franciscana, Marcos Donati, la realización de las tratativas de paz pero este religioso no había aceptado el encargo “para evitar que se confundieran los planos: el espiritual, propio de su misión, con el político, inherente a la gestión diplomática que se le ofrecía” (Levaggi 2000: 394). Por su parte, desde Mendoza fray Miguel Burela intentaba recuperar cautivos de los indios.

Lo cierto es que a fines de 1869 habían comenzado las tratativas de paz a través de una misión conjunta, realizada entre Mansilla y los padres Donati y Alvarez quienes acompañaron al militar. El borrador del tratado fue enviado

7 En 1856 se había establecido en la Villa de la Concepción de Río Cuarto un colegio de Propaganda Fide, a cargo de misioneros franciscanos que perduró hasta 1906. La ins-talación del Colegio respondía a los reclamos de vecinos que en 1853 habían elevado el pedido al Gobernador. La Legislatura Provincial aprobó el pedido y se autorizo el envío de doce franciscanos para iniciar el colegio en Río Cuarto, la fundación se concreto a los dos años y los vecinos tuvieron un rol decisivo en su creación -ya que fueron ellos “los que concretan la ayuda que necesitan los frailes para contar con un solar propio para levantar el convento, organizar la escuela y dedicarse a su misión entre los indios”. Mediante una suscripción de 4.550 pesos fuertes o bolivianos compraron una casa para su funcionamiento y ni el gobierno provincial ni el nacional parecen haber aportado ayuda económica alguna (Farías 2001).

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al presidente que lo devolvió con algunas modificaciones. Según informaba Mansilla el nuevo documento fue cuestionado por Mariano Rosas en “los puntos que hacían referencia a la venta de tierra, a la fundación de capillas, a la escolta de cristianos y a los sueldos de los capitanejos”; sobre este último el cacique pedía, en lugar de sueldos, una cantidad de yeguas para repartir entre los indios8. Aunque el tratado no había sido refrendado todavía la situación interétnica era de paz y eso se evidenciaba en las constantes y voluminosas comitivas indígenas que se acercaban a los principales fuertes de frontera. En enero de 1870 Mansilla notificaba al Ministro de Guerra que, mientras en Buenos Aires se discutían los términos del tratado,

tengo aquí el infierno pues la última comisión que ha venido se compone de cien personas entre indios e indias que me sacan el juicio. Mariano Rosas me escribe que como la paz esta hecha me manda esa gran comisión para dar una muestra de confianza. También me ha remitido seis cautivas a cuenta de las que debe entregar por el tratado9.

El tratado fue ratificado por el Presidente y su Ministro pero no fue tra-tado por el Congreso porque consideró que contradecía la Ley 215 de 1867 y, además, porque por esos días se había votado una fuerte suma para llevar adelante la campaña de expansión territorial. En efecto, el 28 de junio de 1870 se presentó y aprobó en el Senado un proyecto de ley autorizando al Poder Ejecutivo a gastar la suma de ocho millones de pesos para llevar a cabo la expansión territorial hasta el río Negro. En el debate surgido en la cámara alta se puso en evidencia que el proyecto había surgido de algunos representantes preocupados por la situación de inseguridad fronteriza pero no coincidía con los planes inmediatos del poder ejecutivo. En en la sesión de discusión estuvo presente el Ministro de Guerra, Martín de Gainza, quien consideró apresurado realizar la operación militar en ese momento. La argumentación de Gainza giraba en torno la inexistencia de un ejército profesional capaz de llevar a cabo la empresa10 y al desconocimiento que se tenía del territorio sobre el que se planeaba avanzar. Gainza planteaba:

¿sabemos acaso, Sr Presidente, si tomamos la línea del río Negro, si podemos abastecer ese ejercito con toda la regularidad que es necesario? Cuando mas podríamos hacerla hasta Choelechoel, es decir, hasta donde se conoce, pero

8 La transcripción del tratado puede consultarse en Levaggi 2000:399-404.9 AGN, VII, Gainza, Leg. 36.10 Recordemos que la guerra del Paraguay recién había concluido y el retorno de los efectivos se realizaba lentamente.

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mas adelante, quien conoce el Rio Negro? ¿Quién conoce ese territorio? Son cuentos, son invenciones de la imaginación de que se nos habla11.

Además, según Gainza no existía en el gobierno una política clara con respecto a las medidas a tomar con relación a los indígenas que fueran so-metidos.

después de eso [de tomado el río Negro] que haríamos con esos 8000 indios que quedan en este vasto territorio al norte del río Negro? Tendríamos que tener cuando menos una línea como la que actualmente tenemos y enton-ces resultaría un ejercito en el río Negro y otro ejercito en la línea actual de frontera12.

A pesar de esas objeciones el proyecto fue aprobado por lo cual, mien-tras en la frontera cordobesa se avanzaba en las negociaciones de paz, en la distante Buenos Aires se daban los primeros pasos para la organización de una expedición militar.

Ante la imposibilidad de obtener un aumento presupuestario que posibi-litara el cumplimiento del tratado Mansilla pidió autorización a su superior, Arredondo, para llevar adelante una misión a las tolderías ranqueles con el propósito de garantizar el cumplimiento de los acuerdos y obtuvo rápida-mente una respuesta afirmativa. Llevó a cabo su misión, la cual dio origen a la célebre novela Una excursión a los indios ranqueles, y consolidó momen-táneamente los vínculos de amistad entre los representantes de la autoridad nacional y los principales caciques ranqueles. Momentáneamente porque, como el mismo Arredondo reconocía en carta a Gainza, los indios se habían conformado con “recibir las raciones con arreglo a la cantidad asignada en el presupuesto pero están en la persuasión de que el gobierno obtendrá del Congreso que se les de todo lo que se les ha prometido en el tratado de paz”. Cabe aclarar que estos grupos venían recibiendo raciones desde el 186813, por lo cual el tratado, como deja entrever el comentario de Arredondo, im-plicaba un mejoramiento de los ingresos de la agrupación. Por tal motivo, el

11 Cámara de Senadores, sesión del 28 de junio de 1870.12 Cámara de Senadores, sesión del 28 de junio de 1870.13 Efectivamente, desde el año 1866 el presupuesto nacional contemplaba dentro del rubro “Gasto de indios” el pago de sueldos a piquetes de lanceros indígenas, las raciones a los grupos con los que se tenía tratados y una suma destinada a “relaciones pacíficas”; dentro de los caciques que se incorporaban al racionamiento figuraban Mariano Rosas y Baigorrita (Ratto 2008).

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comandante preveía posibles complicaciones: “si el gobierno no cumple por su parte lo estipulado, los indios se creerán autorizados para hacer lo mismo y entonces adiós tratados”14. A pesar de la constante insistencia de Arredondo sobre los peligros que conllevaba no cumplir con el acuerdo, el tratado no se discutía en el Congreso y por ello las partidas extra no aparecían.

La situación se complicó más todavía cuando Mansilla fue desplazado de su cargo debido al extremo faccionalismo de la política criolla. Arredon-do y Mansilla habían apoyado la candidatura presidencial de Sarmiento y tenían fuertes expectativas de hacerse cargo de la cartera de guerra; la elec-ción de Gainza como ministro de esa área provocó un fuerte resentimiento en el segundo quien empezó a alejarse de esa alianza. El desplazamiento de Mansilla produjo un reacomodo en la diplomacia indígena ya que ni su sucesor, Antonino Baigorria, ni Arredondo lograron obtener la confianza de los caciques ranqueles15. Al menos, Mariano Rosas empezó a dirigirse con mayor frecuencia a los padres franciscanos, fundamentalmente para reclamar las raciones y los sueldos prometidos por el tratado y que no habían llegado a entregarse16.

Mientras en el norte se avanzaba en la frontera y se negociaban las paces con los ranqueles, el sur de la provincia de Buenos Aires se conmocionaba con dos fuertes ataques indígenas, el primero sobre Tres Arroyos y el segundo sobre Bahía Blanca17. Según expresaban los mismos pobladores de la región, los ataques se habían producido por las medidas tomadas por el comandante de Bahía Blanca, José Llano, sobre un grupo indígena que se hallaba en paz con el gobierno bonaerense. El comandante Llano consideraba que dentro de la agrupación de Cañumil, asentada en las cercanías del poblado, se hallaban algunos de los autores de los robos cotidianos de ganado que padecían algunos vecinos, por tal motivo decidió atacar las tolderías logrando apresar al cacique y su familia. Sin embargo el comandante, poco conocedor de las relaciones interétnicas y tal vez ignorando las relaciones de parentesco existente entre los indígenas, produjo con esa decisión la represalia indígena.

El cacique Calfucurá era suegro de Cañumil y para vengar a su pariente organizó un malón de cerca de 2000 indios, entre los que se contaban indios

14 AGN, VII, Gainza, Leg. 36.15 Cuatro años después de su desplazamiento, el cacique Manuel Baigorria se empeñaba con el padre Donati para que le entregara a Mansilla una carta que le había escrito pidiendo que le haga “el fabor de mandarsela adonde este”. Baigorria a Donati, Poitague, 23 mayo de 1874 (en Tamaginini 1994: 22).16 Arredondo a Gainza, 11 julio 1870, AGN, VII, Gainza, Leg. 37.17 Sobre estos episodios consultar los trabajos de Rojas Lagarde 1984 y 1995.

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ranqueles. Tradicionalmente se ha planteado que hacia mediados del del si-glo XIX Calfucurá había organizado una Confederación Indígena que incluía una gran cantidad de agrupaciones nativas, con la que frenó a los intentos de avance territorial hasta su muerte. Recientemente, con Ingrid de Jong hemos matizado esa idea planteando que la mentada Confederación no tuvo una existencia permanente sino que fue convocada por el cacique de Llaima en distintos momentos, y en cada uno su alcance, límites y contexto político in-terétnico en que se desarrolló fueron muy diferentes (de Jong y Ratto 2008).

El comandante general de la frontera sur, Ignacio Rivas, debió dirigirse en persona a Bahía Blanca donde censuró al comandante Llano por su acción e inmediatamente se enviaron comisionados para restablecer la paz; en dichas negociaciones dos puntos fueron los más discutidos: mientras los comisio-nados criollos insistían en el rescate de los cautivos tomados durante los dos ataques, los indígenas reclamaban las raciones prometidas por el gobierno que no habían sido entregadas. El tema del presupuesto volvía a hacerse pre-sente en este contexto fronterizo y los reclamos de los jefes salineros tenían sustento. Durante los años 1868 y 1869, de las sumas presupuestadas para el pago de las raciones mensuales pactadas con los principales jefes nativos18, solo se había gastado un 50,7 % y un 74 %, respectivamente.

Para los indígenas, la merma de las raciones pactadas incidía de manera directa en el rescate de cautivos, estos se hallaban dispersos en distintas tol-derías y Calfucurá argumentaba que para devolverlos debía comprarlos por las prendas que pidiera su poseedor y para ello era imprescindible contar con los obsequios que el gobierno le había acordado. Los pedidos de Calfucurá no terminaban ahí pues aunque reconocía la autoría de los ataques, los jus-tificaba “porque sus capitanejos estaban muy enojados por las picardias de Llanos”; su hermano Namuncurá iba más allá en su argumentación pidiendo que “seriamos muy agradecidos i los demas capitanes y casiques [si] pusiesen otro jefe bueno para vivir de una vez de armonia con todas las fronteras i no estar de enemigos y asi tendriamos que vivir sin cuidado ambos”19. En los hechos, Llano fue reemplazado por Julián Murga.

18 En las listas de racionamiento figuraban, entre otros, Catriel, Cachul, Millacurá, Coliqueo y Raninqueo en sus asentamientos fronterizos y Calfucurá, Mariano Rosas y Baigorrita en el territorio indígena (Ratto 2008).19 Salinas Grandes, 6 noviembre 1870. Ambas cartas en AGN, VII, Gainza, Leg. 40.

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LA PRIMERA GUERRA JORDANISTA Y LA SUSPENSION DE LA OFENSIVA MILITAR

La situación de extrema fragilidad interétnica que se vivía derivó en un temor concreto de ruptura ante el estallido de la primera guerra jordanista20. Ocurre que para reprimir el movimiento federal en el Litoral el gobierno na-cional pidió a todas las provincias el envío de contingentes militares, lo que dejaba bastante indefensas a las fronteras. La primera jurisdicción afectada fue el sur de Buenos Aires, espacio sobre el que cayó una invasión indígena. Según la lectura de Arredondo, la misma era previsible por haber salido fuerzas de esas fronteras y “Ud [Gainza] sabe que los indios están bastante al corriente de nuestras cosas”21. En su jurisdicción temía algo similar si enviaba las fuerzas solicitadas agravado por el hecho de que aún no se había dado cumplimiento a los compromisos del tratado firmado:

ud sabe que no se les ha cumplido sino a medias lo que se les prometio por el Tratado y aunque ellos [los indígenas] se manifiestan contentos con la resolución del gobierno soy de parecer que la cosa los ha contrariado […] seria conveniente que se me autorizara para darles lo que se les ha prome-tido no con arreglo a lo presupuestado sino con arreglo a lo convenido en el tratado22.

Para precaverse de una represalia de los caciques, el comandante in-tentó aplicar una estrategia ya probada en otros momentos y otras fronteras: crear una división entre los caciques. En este caso, concretamente, el coronel esperaba separar a Mariano Rosas y Baigorrita y lo expresaba de este modo:

las cartas que les dirijo a los caciques están dando sus frutos. Mariano abrió la carta que era para Baigorrita y la abrió mandándosela enseguida. El objeto que me proponía esta conseguido pues se ha introducido la guerra civil entre los señores del desierto. Baigorrita no hay querido ayudar a Mariano y este no ha vuelto a sus toldos, anda alzado por los montes con parte de su gente, habiéndosele ido otra parte a las tolderías de Calfucura”23.

20 Ricardo López Jordán fue un caudillo federal entrerriano que protagonizó tres levan-tamientos armados contra el gobierno nacional, los dos primeros ocurrieron durante el gobierno de Sarmiento y el último fue bajo la presidencia de Avellaneda, en 1876.21 AGN, VII, Gainza, Leg. 36.22 Abril de 1870, AGN, VII, Gainza, Leg. 36.23 Abril de 1870, AGN, VII, Gainza, Leg. 36.

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Aparentemente la división parecía cierta. Mientras Baigorrita mantenía buenas relaciones con Arredondo, a quien pedía las raciones y los sueldos que le correspondían por el tratado y le ofrecía situarse donde le dijera el militar, Mariano Rosas comenzaba a mostrar gran desconfianza. En una carta al fraile Donati, fechada en noviembre de 1870, el cacique reconocía que algunos in-dios gauchos -sin pertenencia- habían atacado establecimientos fronterizos pero que él les había quitado la hacienda robada y “también tengo dada la orden amis indios que toda persona que encuentre de malón se los quiten y se los entreguen al jefe que corresponde”. Para el cacique;

si estos indios salen es debido a Arredondo por no ha cumplido de aser sus entregas de raciones completas es con que los indios se disculpan que es lo que salen a robar y están pobres y llo mismo beo que no me alcansa las lleguas para racionar” (en Tamagnini 1994: 34).

La guerra jordanista no solo implicó el desplazamiento de contingentes militares sino que el propio Arredondo debió presentarse allí y fue reempla-zado por José Olegario Gordillo. La desprotección de la frontera y la ausencia del principal referente militar para los caciques posibilitaron un nuevo ataque indígena al fuerte Sarmiento. El Presidente vio con alarma este hecho ya que según informaba a Gainza:

Los indios invadieron el fuerte Sarmiento y les arrebataron los caballos. Parece que la guarnición salio a recuperarlos y la han exterminado. Seis oficiales y sesenta muertos!!! Hoy me telegrafían que ya van en fuga para los toldos y que Baigorria24 los sigue con esperanzas de alcanzarlos en el Cuero con 350 hombres25.

El nuevo conflicto civil del estado volvió a agitar el temor de una alian-za entre ranqueles y “montoneros”, temor que no era nuevo ni infundado. La captación de fuerzas indígenas para dirimir conflictos internos fue una práctica bastante común desde el período revolucionario en el espacio que analizamos, las montoneras del Chacho Peñaloza y de Felipe Varela, entre otras, habían contado con el apoyo de grupos indígenas. Sarmiento se refería al tema en los siguientes términos:

24 Antonino Baigorria era el comandante de la frontera sur de Córdoba que había reem-plazado a Mansilla.25 Sarmiento a Gainza, s/f. AGN, VII, Gainza, Leg. 40, destacado en el original en cursiva.

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Los indios han sido movidos desde aquí por los secuaces de Jordan o por los picaros que Ud. conoce. Se deduce esto de las notas cambiadas antes con Gordillo e Iseas en que Mariano Rosas le dice que si los cristianos no le invaden es porque saben que están contra el Gobierno Nacional el Entre Ríos, que Varela invade a Córdoba, Guayama a San Juan y el Paraguay y el Brasil le han declarado la guerra […] Mariano pues ha contado con ponernos en aprietos cuando volviese Jordan de Corrientes. La combinación era buena. En fin nos hemos salvado26.

La situación de la frontera bonaerense, entretanto, mostraba condiciones muy similares. Mientras se recuperaban los cautivos el incumplimiento en la entrega de raciones se mantenía. En febrero de 1871 se informaba desde Patagones que “peligran las buenas relaciones que a costa de tantos sacrifi-cios mantiene el superior gobierno con los indios. Reuque Cura fue a buscar raciones vencidas pero no había hacienda para entregar y se los demoro por varios días luego de lo cual los indios amenazaron con irse”27.

Además, como había sucedido en el interior, el reemplazo del coronel Rivas -enviado al Litoral a propósito del levantamiento de López Jordán- por Francisco de Elía agregó un elemento de conflicto. El nuevo comandante intentó, como Arredondo, incentivar los enfrentamientos al interior de las tribus amigas asentadas en Tapalqué. El comandante de Elía, a diferencia de su antecesor, se acercó al cacique Catriel con quien firmó un acuerdo de paz que lo convertía en el cacique general de los grupos asentados en ese espacio fronterizo a quien todos debían obediencia. Esta acción no hizo más que agravar los conflictos entre grupos catrieleros y tapalqueneros y culminó con el enfrentamiento armado entre el cacique principal Cipriano Catriel y caciques menores cuyas tolderías fueron saqueadas28.

Sin embargo, al igual que le sucediera a Arredondo, la estrategia de dividir a los indígenas no tuvo un resultado exitoso. Entre los caciques derrotados había algunos ligados a Calfucurá quien, como había hecho el año anterior, logró convocar una fuerza de 2000 indios y amenazaba atacar la frontera. En esta situación se decidió reemplazar a de Elia por Francisco Borges, este comentaba con temor la reunión de indios chilenos en las tol-derías de Salinas Grandes29.

26 Sarmiento a Gainza, AGN, VII, Gainza, Leg. 40.27 Patagones, 14 febrero 1871. AGN, VII, Gainza, Leg. 39.28 El episodio conocido como la batalla en la Laguna de Burgos y que enfrentó al cacique principal Cipriano Catriel con otros jefes que no aceptaron subordinarse a su mando ha sido analizada por varios autores, para una síntesis sobre las distintas interpretaciones ver de Jong 2011. 29 Pillahuinco, 19 julio 1871. AGN, VII, Gainza, Leg. 40.

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EL RETORNO A LOS PROYECTOS EXPANSIONISTAS

A fines de abril de 1871 Arredondo volvió a la frontera con ideas muy diferentes a las sostenidas hasta el momento:

El abandono en que estaba la frontera ha hecho que las gentes anden por allí poseídas del pánico […] Cuando llegue a la frontera trataré de darle un golpe a los indios. Pienso mandar un Batallón y al 9 de caballería para que se vayan hasta el Cuero de una trasnochada y traten de sorprender a los indios30.

La expedición se realizó sobre las tolderías de Mariano Rosas en el mes de junio y produjo una gran mortandad, la captura de 70 cautivas y el arreo de gran número de haciendas. Envalentonado con el éxito, Arredondo decidió preparar una nueva expedición y realizar otro avance territorial desde San Rafael a Malargüe y de Salto al río Diamante31.

Pero la organización de esta nueva empresa contaba con obstáculos muy serios que se repetían en todas las fronteras: escasez de armamento y caballos y resistencia del Parlamento a incrementar los gastos. Mientras en Buenos Aires se debatía el tema, los ranqueles de Mariano reaccionaron ante el ataque de Arredondo hostigando la frontera cordobesa. La situación parecía fuera de control y el ministro Gainza urgía al comandante a que resolviera el tema:

no solo los diarios gritan, el presidente me ha dicho: “la verdad es que los indios entran hasta donde quieren y salen por donde les da la gana y esto a pesar de tener un ejercito en todas fronteras”. Es necesario, es urgente que Ud haga un esfuerzo para clamar la grita general32.

En efecto, la opinión pública era particularmente crítica de la gestión de gobierno en cuanto a su política de fronteras y el Ministro de Guerra estaba obsesionado con mostrar resultados triunfantes:

El país nos mira, muy particularmente a Ud [Rivas], a Arredondo y a mi y es necesario que unidos le contestemos con un esplendido triunfo, tomando posesión de Choelechoel, Salinas y Nembucu que en mi opinión nos ha de dar resuelta la cuestión fronteras33.

30 Arredondo a Gainza, Villa María 21 abril 1871. AGN, VII, Gainza, Leg. 39.31 Villa Mercedes 6 junio 1871, AGN, VII, Gainza, Leg. 40. 32 Gainza a Arredondo, 5 diciembre 1871, AGN, VII, Gainza, Leg. 39.33 Gainza a Rivas, 21 de septiembre de 1871. AGN, Gainza, Leg. 39. Ignacio Rivas compartía

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En julio, con el regreso de Rivas al cuartel general de Azul se intentó distender las relaciones pero para ello era esencial que se cumpliera con las raciones adeudadas a Calfucurá. Como esto no sucedía una serie de pequeños ataques hostigaban constantemente la frontera sur. A partir de septiembre de 1871, Rivas comenzaba a pensar en la conveniencia de romper “defini-tivamente con aquel cacique impotente y falso quizás que no puede ya, se dice, contener a sus subordinados”34. Mientras Gainza coincidía en que “es necesario empezar a ser duros con estos malvados porque el sistema de la contemplación no nos ha dado ni nos dará resultados”35.

Este cambio de actitud se trasladó a la misma correspondencia con Calfucurá, a quien el Ministro de Guerra contestaba su pedido de raciones en tono de amenaza diciendo que el Presidente y él:

pensábamos darle no solo lo que Ud nos pide ahora sino algo si fuese necesa-rio pero las ultimas invasiones hechas por sus indios y muy particularmente la que trajeron sobre la Blanca Grande en la que llevaron una caballada del gobierno […] y cuanto encontraron a mano nos han desanimado porque […] Ud o no es un leal amigo del gobierno o cuida muy poco a sus indios que invaden… Tanto el Presidente como yo lamentamos que descuidos de Ud pongan en duda nuestra buena amistad pero creemos que Ud en lo sucesivo tratara de impedir las invasiones probándonos asi su lealtad y haciéndose acreedor a toda nuestra protección y consideración36.

A fines de 1871 la tensión llegó a su punto máximo cuando Rivas co-menzó a organizar una expedición sobre las tolderías de Salinas pero los preparativos fueron conocidos por Calfucurá, quien amenazó con tomar me-didas al respecto. La expedición se suspendió momentáneamente37 pero no dejo de pensarse en ella. En diciembre de 1871, el Presidente y los ministros acordaron llevar adelante una expedición general sobre Pampa y Patagonia

la mirada de Gainza sobre las “injustas” críticas de que eran objeto. En la carta fechada en noviembre de 1871 expresaba al ministro que “Yo veo con pesar […] y con indignación algunas veces que muchos desocupados, sin duda, se entretienen en rebuscar datos y hasta en inventarlos cuando no los encuentran con el solo y señalado objeto de desacreditar la administración, calumniando a los servidores que tiene en estas fronteras. Unas veces ha-cen un boulevard de la Pampa, otras unos ángeles de los contingentes que vienen y todos unos tiranos de los Gefes de las fronteras que parece que vivieran y prosperaran con el sacrificio de esas simuladas víctimas que son las que sacrifican al Erario y entorpecen el mejor servicio y orden posibles establecidos. (AGN, Gainza, Leg. 39, el resaltado es nuestro).34 Rivas a Gainza, 21 de septiembre de 1871, AGN, VII, Gainza, Leg. 40.35 Gainza a Rivas, 29 septiembre 1871. AGN, VII, Gainza, Leg. 39.36 10 octubre 1871, AGN, VII, Gainza, Leg. 41.37 29 noviembre 1871, AGN, VII, Gainza Leg. 41.

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y los preparativos desde la Comandancia del Interior se aceleraron. Las dis-cusiones sobre la política fronteriza no enfrentaban solamente al gobierno y la oposición sino que, dentro del gobierno, también existían voces encon-tradas. El Ministro de Guerra, se refería a la reacción del Presidente expre-sando: “cada despacho que le presento [sobre el tema fronterizo] le causa una incomodidad. Es por esta razón que tengo que hacerlo con mucho tino y mucha prudencia”. A pesar de ello, y luego de mucha insistencia, Gainza obtenía el acuerdo de Sarmiento y los ministros para hacer los aprestos de la expedición militar38.

En abril del año siguiente, el coronel Roca le escribía a Gainza dicien-do que esperaba avanzar sobre los toldos de Mariano a fines de ese mes o principios del siguiente y que contaba con tener a Baigorrita de su lado para hacerlo39. A fines de mayo partió la campaña con un total de 1.400 hombres y el optimismo de Arredondo era tal que no dejaba lugar para el fracaso:

Antiayer les mande una comisión [a los indios de Mariano] compuesta de un pariente de Mariano y otro indios que le llevan al cacique propuestas de paz, compra de cautivas y tambien regalos de aguardiente con el objeto e devanecerles cualquier sospecha que tenga. Espero sorprenderlos40.

El comandante estaba seguro de haber conseguido el objetivo de enemis-tar a Mariano y Baigorrita y de haber logrado que “la indiada del segundo les sera favorable en la expedición”41. Un mes más tarde, derrotado y engañado por Baigorria que no acompañó la expedición y se unió a Mariano Rosas, Arredondo regresaba a la frontera42.

En este contexto de fuertes críticas, resultaba urgente para el gobierno mostrar resultados exitosos. En el discurso de apertura de sesiones del año 1872, Sarmiento exaltaba la realización de una expedición ordenada por el general Arredondo que “acaba de llevar el espanto a los toldos mismos de los ranqueles”. Pero, como vimos, estos “éxitos” militares no eran tales y según comentaba el mismo ministro de guerra, Martín de Gainza, a Arredondo, se recibían constantes “noticias de las invasiones diarias que esta sufriendo la frontera de Córdoba y que entran por la retaguardia de la línea”43.

38 Gainza a Rivas, Buenos Aires, 10 de diciembre de 1871. AGN, VII, Gainza, Leg. 41.39 Roca a Gainza, 3 de febrero y 12 abril de 1872. AGN, VII, Gainza, Leg. 41. 40 Villa Mercedes 21 mayo 1872. AGN, VII, Gainza, Leg. 42.41 Villa Mercedes 21 mayo 1872. AGN, VII, Gainza, Leg. 42.42 AGN, VII, Gainza, Leg. 42.43 Gainza a Arredondo, Buenos Aires, 5 diciembre 1871. AGN, VII, Gainza, Leg. 41.

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En el Interior, el fracaso de la expedición de Arredondo puso en eviden-cia la necesidad de retornar las negociaciones de paz pero bajo un cambio de dirección. Donati aconsejaba que los caciques verían con mayor agrado a otro interlocutor que no fuera Arredondo, por ello el mismo Gainza le transmite la idea de que sea Roca el encargado. Aunque Arredondo aceptó la sugerencia no dejó de señalar su crítica:

Fray Donati cree que con medios mas dulces se han de engolozinar los indios y obtener ventajas en la paz sobre ellos pero el padre no sabe lo que dice […] y la prueba de ello es que a pesar de sus tentativas para grangearse el afecto de los salvajes éstos lo han mirado siempre en menos […] Sería algo ridículo que siendo yo el comandante general de estas fronteras fuese otro quien se encargase de estos asuntos pero Ud. con el Gobierno puede arreglar lo que mas le convenga44.

Pero la opinión del Comandante no fue tenida en cuenta y en octubre una misión dirigida por los franciscanos Moisés Alvarez y Tomás María Ga-llo parlamentó con los caciques ranqueles llegándose a la firma de un nuevo tratado que Gainza aceptó y, a pesar de la ratificación del Presidente, no fue tratado por el Parlamento, como el anterior 45.

En el oeste las cosas no iban mejor, a comienzos de marzo de 1872 una nueva coalición dirigida por Calfucurá y con más de 3.000 indios atacó la frontera centro y norte de la provincia y luego de enfrentamientos parciales culminó en la batalla de San Carlos46. La facilidad con que los indígenas en-traron y permanecieron en territorio provincial mostró claramente las deficien-cias del sistema defensivo y aumentaron las opiniones sobre un cambio hacia posiciones más ofensivas. Mientras los preparativos de la campaña militar se aceleraban llegaron a Buenos Aires los resultados de la fallida expedición de Arredondo. Gainza se dirigió a Azul para supervisar los preparativos pues no confiaba demasiado en el éxito ya que, según reconocía en carta a Arredondo, “Prevenidos y desconfiados como están los indios y mucho mas con el ataque que acaba Ud. de hacerles a sus mismas tolderías imposible será sorprender-

44 Arredondo a Gainza, Río Cuarto, 17 de agosto de 1872. AGN, VII, Gainza, Leg. 43.45 Gainza a Arredondo, 15 octubre 1872. AGN, VII, Gainza, Leg. 42.46 No existe acuerdo entre los historiadores sobre el resultado de dicha batalla, para algu-nos significó el fin del poderío de Calfucurá debido a que las fuerzas nacionales lograron recuperar gran cantidad de ganado arreado por los indios; para otros, el cacique demostró su capacidad de convocatoria en esta campaña y las exigencias posteriores al enfrentamiento no permiten constatar un declive en su relación con el gobierno.

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los”47. Esta opinión era compartida por el Presidente para quien:

Después de la primera expedición de Arredondo los indios no serán sor-prendidos […] Nada me atrevo a decir de la expedición del sur tan deseada por el gobierno y los hacendados. Si se necesitan dos lecciones tomémoslas y preparemos caballos para la ida y para la vuelta […] Espero que me de detalle o confirmación sobre la expedición intentada y si esperando estación mas propicia no seria mejor abrir negociaciones de paz con Calfucurá pues esa es ahora la idea popular48.

Esta vez fue Calfucurá endureció el tono en las cartas dirigidas al Mi-nistro de Guerra. A fines de julio de 1872 reclamaba que hacía cuatro años que no cumplían con las raciones prometidas, solo las entregaban una vez al año, sus chasques eran detenidos y lo único que recibía eran insultos. De reiniciarse las negociaciones le pedía a Gainza “le hable con el corazón” para que no suceda lo mismo que con Mariano y Baigorria “del que le vinieron a pisar el poco campo que le queda como que abra sido por su orden pero oy Dios no lo ade permitir”. También comparaba el desorden actual con la situación durante la presidencia de Mitre, “cuando tenia mi papel de tratado con el que en ocasiones reclamaba y recibia “todo lo que pedia” en Azul y en Bahía Blanca”49.

El Ministro reconocía que mientras estaban en tratativas con Calfucurá y recibían algunas cautivas como muestra de amistad “al mismo tiempo nos han invadido por Tapalqué y felizmente no han llevado nada pero mataron cuatro hombres al interior de la línea”50. A principios de septiembre las negociaciones parecían estar en un punto muerto y Gainza se lamentaba de este modo:

Aun no se ha hecho nada con Calfucurá. Manda dos o tres cautivas y pide sus raciones y que se le pongan en libertad a los indios que le tenemos pri-sioneros. Se le mandan algunos regalos y se le contesta que para hacer la paz, darle sus raciones y poner en libertad a los prisioneros es necesario que mande todos los cautivos y prohiba las pequeñas invasiones que manda hacer al sur y al norte. Mi impresión es que no se ha de hacer nada con este indio y que será necesario en octubre invadirlo y tomar posesión de Salinas51.

47 Gainza a Arredondo. AGN, VII, Gainza, Leg. 42. 48 Sarmiento a Gainza, julio de 1872. AGN, VII Gainza, Leg. 42.49 Calfucurá a Gainza (en Pavez Ojeda 2008: 505-507 y 508-510).50 Gainza a Arredondo, 19 agosto 1872. AGN, VII Gainza, Leg. 42. 51 Gainza a Arredondo, 2 septiembre 1872. AGN, VII Gainza, Leg. 42.

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Sin embargo, el estallido de la segunda guerra jordanista en Entre Ríos provocó la suspensión de los preparativos y concentró las fuerzas militares en el norte de la república, la realización de campañas ofensivas no se volvió a plantearse hasta 1874.

CONCLUSIONES

Al finalizar la guerra del Paraguay, el tema de la defensa de la frontera volvió a ocupar un lugar prioritario en la agenda estatal pero, mientras se definía el medio adecuado para garantizar la seguridad de las propiedades rurales y se analizaba la factibilidad de llevar a cabo la Ley 215, se trató de lograr la neutralidad de los principales caciques mediante negociaciones de paz. En los dos espacios fronterizos analizados surgieron serias dificultades por consolidarlas y en los ambos casos los motivos fueron similares. Resu-mamos lo planteado en el trabajo en torno a estos temas.

Por un lado, se ha observado que dentro del gobierno no había una opinión unánime con respecto a la política de fronteras e indígena a seguir. Al respecto, Navarro Floria (2004) señala que, “hasta mediados o fines de la década de 1870 los imaginarios distaban aun de ser monolíticos y la política estatal hacia el mundo fronterizo no mostraba aun la militarización generali-zada después de 1876”. Esta dificultad por consensuar un curso de acción se repitió durante todo el período analizado con respecto a los llamados “gastos de indios”. Según se ha analizado en este trabajo, mientras en la frontera cordobesa se firmaba un tratado que prometía acrecidas raciones para los ranqueles, en Buenos Aires se desconocía el acuerdo52. De igual manera, no se logró un acuerdo sobre el modo y los tiempos para llevar a cabo la expansión territorial diseñada por la Ley 215. Mientras en el Parlamento se avanzaba en la idea de iniciar una expedición militar, el Ministro de Guerra era consciente de las falencias que existían para llevarla a cabo, tales como desconocimiento del territorio a conquistar o inexistencia de un ejército profesional apropiado para la empresa.

52 Esta resistencia a incrementar los gastos para la negociación pacífica se mantuvo en el tiempo. A modo de ejemplo, en la discusión del presupuesto para 1872, el diputado Civit proponía concretamente anular la partida presupuestaria destinada a raciones consideran-do que proveer a los indígenas de yerba, aguardiente y tabaco por valor de 200.000 pesos fuertes no hacía sino aumentar su haraganería, en vez de “civilizarlos”, y preguntaba al Ministro de Guerra que había asistido a la sesión cuál era su opinión sobre el tema. Para Gainza la anulación de la partida implicaba directamente un rompimiento con las tribus del río Negro, Norte y Sur, con quienes había tratados de amistad. La partida se mantuvo pero nunca se logró aumentarla (Diario de Sesiones de la Cámara de Diputados, 1872).

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Otro aspecto que conspiró contra el éxito de la política defensiva fue el accionar de algunos personajes que demostraron una escasa habilidad para estar a cargo de la diplomacia interétnica, pues desconocían la profundidad de los vínculos parentales y las alianzas entre los líderes étnicos. Los casos relatados mostraron de manera clara los errores cometidos por Arredondo y de Elía en su afán de contar con aliados indígenas provocaron conflictos al interior del mundo indígena.

Desde mediados del año 1871 las críticas, cada vez más frecuentes so-bre la escasa efectividad de la defensa fronteriza, impulsaron al gobierno a tomar decididamente un curso ofensivo en sus relaciones con los indígenas de Pampa y Patagonia. En ambos casos el resultado fue un fracaso y derivó en una marcha atrás y en el reinicio de las negociaciones tratando, esta vez, de realizarlas de manera general con Calfucurá y los caciques ranqueles. La experiencia había demostrado la existencia de fuertes relaciones entre las agrupaciones, en los dos últimos ataques a la frontera bonaerense Calfucurá habían contado con un número apreciable de lanzas ranqueles y el mismo cacique reclamaba por los ataques sufridos por aquellos. A pesar de esta aparente unión de intereses que llevaba a Calfucurá a reclamar por el ataque sufrido por los caciques ranqueles Mariano y Baigorria y a pedir paces gene-rales- el cacique huilliche estaba ante un callejón sin salida. Ante el pedido de Gainza de que convocara a Mariano Rosas, Baigorrita y Reuquecura para tratar paces generales, el cacique contestaba “yo no puedo llamar a estos caciques son de otro mando yo no me entiendo con ellos porque ellos tienen sus indios en el mando en separación así es que no puedo ponerme en este compromiso”53.

La búsqueda de la paz por separado era bastante lógica, desde hacía años era evidente que el gobierno nacional no cumplía con la política de racionamiento pactada en los tratados. La unificación de las negociaciones hacía prever que se buscaría reducir más las ya exiguas cantidades de bie-nes que llegaban a las tolderías. La estrategia indígena había sido siempre la inversa: el desgajamiento de líderes menores que, desprendidos del cacique principal, se acercaban a las autoridades para formalizar tratados particulares (de Jong 2007).

Las anteriores fueron características comunes en los dos espacios ana-lizados pero es necesario remarcar una importante diferencia entre ambos. En el norte, los ranqueles se encontraron mucho más involucrados en los conflictos civiles de la sociedad nacional que los salineros. La búsqueda de refugio y de colaboración militar de los ranqueles fue una alternativa muy

53 Calfucurá a Gainza, 22 de julio de 1872. AGN, VII, Gainza, Leg. 42.

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común para los opositores al gobierno de turno. En el período rosista, el ge-neral unitario Manuel Baigorria vivió varios años en las tolderías ranqueles llegando a establecer lazos parentales en la agrupación y organizando malones “mixtos” que hostigaban a las provincias federales. Luego de 1862, el cambio de signo político no impidió que fueran ahora los federales, opositores del gobierno nacional, quienes buscaran la alianza de los líderes ranqueles. Es que la opinión política de los criollos no era un elemento a tomar en cuenta a la hora de decidir una alianza como claramente expuso el cacique Maria-no Rosas: “yo no me alusino por nada benga federal o unitario yo no alludo ninguno por ami no me alluda nadie”54.

La presidencia de Sarmiento se caracterizó, entonces, por esta dualidad de políticas defensivas y ofensivas. Esta oscilación fue producto de la escasez de recursos por parte del gobierno nacional para encarar el avance territorial decretado por la Ley 215 y las presiones que pudieron llevar a cabo los prin-cipales líderes étnicos de pampa y patagonia. El siguiente presidente, Nicolás Avellaneda, gobernó en un contexto muy diferente, acallada definitivamente la resistencia de los caudillos federales fue posible contar con mayores recursos materiales para decidir un curso más agresivo. Del lado indígena, la muerte de Calfucurá en junio de 1873 significaba la desaparición del único líder que había sido capaz de convocar contingentes impresionantes de lanceros indios para hacer frente a los intentos de avance territorial. A partir de entonces, la posibilidad de los grupos nativos de Pampa y Patagonia de mantenerse soberanos tuvo los días contados.

Fecha de recepción: 30 de noviembre de 2010Fecha de aceptación: 20 de mayo de 2011

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54 Mariano Rosas a Marcos Donati, 26 marzo 1872 (en Tamagnini 1994: 52).

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* Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas/ Universidad de Buenos Aires, Argentina. E-mail: [email protected]

LA MISIÓN PENTECOSTAL ESCANDINAVA EN EL

CHACO ARGENTINO. ETAPA FORMATIVA: 1914 - 1945

SCANDINAVIAN PENTECOSTAL MISSION IN THE

ARGENTINE CHACO. FIRST STAGE: 1914-1945

César Ceriani Cernadas *

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RESUMEN

El trabajo propone una etnografía histórica sobre la misión pentecostal escandinava entre los aborígenes del Chaco Argentino durante su pe-ríodo formativo. Fue el misionero noruego Berger Johnsen (1888-1945) quien se instaló en el pueblo de Embarcación (provincia de Salta) en 1914 con el objetivo de organizar una base misionera para el trabajo evangélico. La indagación pretende sumar conocimiento sobre esta corriente olvidada en los estudios sobre evangelización protestante en la región chaqueña tomando en cuenta cuatro ejes: 1. los valores, el imaginario y las prácticas del misionero nórdico; 2. la recepción aborigen del mensaje pentecostal, observada en los dirigentes y la memoria de los habitantes; 3. la coyuntura regional, religiosa, política y económica, que enmarcó estructuralmente el emprendimiento; 4. la realidad cultural sui generis de la misión de Embarcación, conformada por diversos grupos étnicos del corazón chaqueño y establecida en un naciente pueblo criollo.

Palabras clave: misionalización - pentecostalismo - Chaco Argentino - aborígenes

ABSTRACT

This paper proposes an historical ethnography of the Scandinavian Pentecostal mission among the aboriginal people of the Argentinean Chaco focusing on its former period. In 1914 a Norwegian missionary, Berger Johnsen (1888-1945), established a Pentecostal base in Embarcación (Province of Salta) in order to embrace evangelical work. This study tries to add knowledge to this neglected trend in the studies about Protestant evangelism in the Chaco region. This will be done taking into account four topics: 1. the values, representations and practices of the Nordic missionary; 2. the aboriginal appropriation of the Pentecostal message; 3. the regional context, in terms of religion, politics and economy, framing the missionary enterprise; 4. the sui generis cultural reality of Embarcación mission, characterized by the presence of different ethnic groups from the central Chaco and a novel criollo town.

Key words: missionalization - Pentecostalism - Argentine Chaco - aborigines

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PRESENTACIÓN1

Prácticamente desconocida en la literatura antropológica local es la experiencia misionera de pentecostales escandinavos entre los aborígenes del Chaco Argentino, cuyo inicio se remonta a 1914. La misma tuvo su epicentro en el pueblo de Embarcación, al norte de la provincia de Salta, bajo la figura del misionero noruego Berger Johnsen (1888-1945), quien llegó al país en 1910 radicándose cuatro años después en dicha localidad. Hacia fines de la década comenzará la difusión del mensaje evangélico entre los aborígenes de la zona y en las proximidades del ingenio San Martín del Tabacal, punto de notable concentración de indígenas durante la zafra. En la década de 1930 realizará, con colegas nórdicos e intérpretes wichí, un viaje de evangelización hacia el Pilcomayo, en los límites fronterizos con Bolivia y Paraguay. A raíz del éxito del mismo, y en el medio de la infausta Guerra del Chaco (1932-1935), migrarán hacia Embarcación varios grupos de la región, especialmente familias wichí y toba de ambos lados del Pilcomayo, para nuclearse en una misión evangélica multiétnica en el pueblo.

Este trabajo constituye un ensayo de etnografía histórica sobre los años fundantes de dicho emprendimiento misionero, localizados entre 1914 y 1945, observando cuatro ejes centrales: 1. los valores, el imaginario y las prácticas del pionero Berger Johnsen respecto a los pueblos indígenas de la región; 2. La recepción aborigen del mensaje pentecostal, inquiriendo en las experiencias de los primeros dirigentes y en las memorias actuales de los habitantes del pueblo; 3. la coyuntura regional, religiosa, política y económica, que enmarcó estructuralmente el establecimiento de la misión de Embarcación; 4. la realidad cultural sui generis de la misión, conformada por diversos grupos étnicos del corazón chaqueño y establecida en un pueblo criollo neonato.

El corpus empírico del estudio se sostiene en base a fuentes históricas y material etnográfico, fruto de la propia investigación de campo en la zona

1 Una versión previa de este trabajo fue presentada en el III Simposio Internacional sobre Religiosidad, Cultura y Poder (Buenos Aires, agosto de 2010), agradezco los comentarios realizados por María Bjerg, Hugo Lavazza y demás participantes de la mesa “Misiones y Fronteras, siglos XIX y XX”.

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iniciada en el 2009. Las fuentes involucran cartas y diarios de los misioneros y también diversos registros de la misión -como listas de bautismos, registros de visitas, y periódicos religiosos de la época, donde Johnsen publicaba breves crónicas de su experiencia. A estas se agregan documentos históricos, diarios y crónicas, pertenecientes a otra de las experiencias de misionalización más trascendentes en la región chaqueña, la menonita, los cuales ofrecen referencias importantes sobre lo ocurrido en Embarcación. En este sentido, el trabajo pretende abrir el juego a una sociología comparada de las misiones protestantes en el Chaco Argentino. La observación participante de la vida social y la dinámica religiosa en los barrios indígenas de la ciudad de Embarcación -como La Loma, Cristo Arriba, Cristo Abajo, El Tanque- y en pueblos circundantes -como Hickman y Morillo-; la residencia en la antigua base misional construida por Johnsen y las largas conversaciones con creyentes indígenas y criollos conforman el núcleo fundamental de la indagación etnográfica.

EL CHACO COMO TERRITORIO UTÓPICO PARA LA EVANGELIZACIÓN

Históricamente el Chaco Argentino se constituyó en un laboratorio sociorreligioso en pos de la conversión al cristianismo de los grupos indígenas. La genealogía se inicia con las empresas jesuitas del período colonial, asentadas sobre poblaciones abipones y mocoví del sureste. Desde mediados del siglo XIX la presencia misionera católica fue sostenida en las provincias de Salta, Chaco y Formosa, fundamentalmente, por la orden franciscana. La acción de esta última tuvo un impacto diferencial entre los aborígenes chaqueños, teniendo en cuenta las coyunturas políticas provinciales y las actividades económicas que desarrollaron. En este sentido, su presencia fue más continuada hasta la actualidad en los límites occidentales y australes del territorio, entre chiriguanos y wichí en la provincia de Salta y mocoví del norte de Santa Fe respectivamente (cf. Giordano 2003; Teruel 2005). Mientras las reducciones en el interior chaqueño -como Nueva Pompeya, Laishí y Taccaaglé- fundadas en la primera década del siglo XX estuvieron sujetas a tensiones que precipitaron su cierre hacia mitad de la centuria, encaminándolas a una progresiva reconfiguración en pueblos criollos y desplazando a la población indígena hacia sus periferias.

Las corrientes del genéricamente denominado protestantismo comenzaron a establecerse en los inicios del siglo XX, en primer término por la acción de los ingleses anglicanos de la South American Missionary Society (SAMS). Luego de asentar una misión entre los enxet del Chaco boreal

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paraguayo hacia 1907, desde 1914 organizaron una red de emplazamientos misionales en poblaciones wichí, toba y pilagá, entre el extremo oriental de Salta y el oeste de Formosa. En un contexto de cambio social, atravesado por la violencia del ejército nacional y las complejas experiencias de migraciones estacionales a los ingenios, las misiones produjeron relaciones ambiguas entre anglicanos e indígenas, entre la contención y el control social, la confianza y la sospecha. En la literatura etnográfica de la región es bien conocido el impacto que causaron los emplazamientos misionales anglicanos en el espacio social chaqueño y las historias orales indígenas también dan cuenta de la rápida difusión de noticias en el territorio sobre “gringos que ayudaban a los paisanos”, hecho que motivó numerosos emprendimientos en búsqueda de pastores que instalaran una misión (cf. Gordillo 2004: 71-77; Ceriani Cernadas 2007).

Continuando con la trama histórica, en las décadas de 1930 y 1940 se gestaron otras influyentes misiones protestantes en la región: la Emmanuel, evangélica de origen británico y radicada en el centro de Chaco y este de Formosa -por entonces Territorios Nacionales- y la Menonita, de procedencia estadounidense y también organizada en el primero de ellos, respectivamente. Un complejo entramado de tensiones con las comunidades aborígenes, los gobiernos locales y nacionales, unido a giros radicales en las políticas misioneras conducirán, diferencialmente, al cierre de ambos emprendimientos hacia fines de 1940 y principios de 1950 (Miller 1979; Ceriani Cernadas 2009).

El caso de la misión menonita es especialmente significativo por dos motivos. En primer lugar, por la remarcada influencia que sobre ella tuvo la empresa realizada por Berger Johnsen en Embarcación -aunque invisibilizada en las genealogías históricas del protestantismo entre los pueblos chaqueños-, tema sobre el cual volveremos. En segundo término, por el hecho de que la voluntaria clausura de la misión en 1954 se debió a una circunstancia clave advertida por los misioneros: la masiva apropiación por parte de los toba del Chaco central de la religiosidad pentecostal (Reyburn 1954; Miller 1979). Este tipo de experiencia religiosa, de fuertes contenidos extáticos y emocionales, había llegado al conocimiento de los aborígenes por la acción del evangelista norteamericano John Lagar de la Misión Go Ye en la ciudad de Resistencia, Chaco, durante los primeros años de la década de 1940. Denominado Evangelio por los propios actores, el movimiento adquirió fuerza institucional y numérica durante la década de 1960 a partir de la organización de la Iglesia Evangélica Unida (IEU), primera iglesia indígena legalmente independiente del país, deviniendo en las décadas sucesivas en un campo sociorreligioso autónomo y con dinámicos procesos de fusión y fisión de denominaciones (cf. Wright 2002; Citro 2003; Ceriani Cernadas y Citro 2005).

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126 César Ceriani Cernadas

Sin embargo, en el extremo occidental del territorio chaqueño, provincia de Salta, otra vertiente pentecostal comandada por un misionero noruego había logrado una fuerte repercusión en las poblaciones indígenas de la región desde la década de 1920. En las próximas páginas intentaremos dar cuenta de esta experiencia.

BERGER JOHNSEN, MISIONERO Y COLONO

Originario del pequeño poblado de Ekeland, Noruega, Berger Johnsen nació el 13 de febrero de 1888 y, al igual que sus familiare, fue miembro de la Iglesia Libre Evangélica, de tradición inconformista y orientada a la reforma moral. Otras características centrales de esta corriente, que allanaron el camino a su futura conversión pentecostal, fueron la rígida separación entre iglesia y estado, la democratización de la praxis religiosa -institucional y experiencialmente- y el énfasis en la santidad personal del creyente. Siguiendo el camino de su padre, Berger se hizo marino mercante y en 1906 arribó a Los Ángeles, Estados Unidos, donde trabajó hasta marzo de 1910.

La experiencia en Los Ángeles fue decisiva para el noruego por dos razones. Primero, porque allí participará del mítico -por su calidad de narrativa fundante- “reavivamiento de la calle Azusa” de 19062, donde recibirá el “bautismo en el Espíritu Santo”, experiencia pentecostal seminal que certifica el nuevo “renacimiento” del creyente y su llamado a evangelizar. Segundo, porque se relacionará con las emergentes congregaciones autónomas de las Asambleas de Dios que ya estaban organizando las misiones mundiales.

Debe subrayarse el inherente énfasis evangelizador del naciente movimiento, asentado en creencias que abrevaban en expectativas milenaristas y en la necesidad de difundir por el orbe los renovados dones del Espíritu Santo otorgados a los Apóstoles en el bíblico día de Pentecostés y, de modo especial, la sanidad y el hablar en lenguas. A esto se suma el sentido práctico del llamado misionero, accesible a todo creyente y encarnado -en palabras de Alvarsson (2003: 226): “en una teología popular ‘abierta’”, donde la Biblia se interpretaba de manera flexible, situacional y bajo la única guía del Espíritu Santo. Sin embargo, esto no implicó que los modernos medios de comunicación, en sus orígenes el periódico y la radio, hayan sido instrumentos importantes para la difusión del movimiento y su construcción como

2 Bajo el liderazgo del pastor afroamericano William Seymour el Azusa Street Revival se extendió entre 1906 y 1909 inaugurando un patrón propio del movimiento: el énfasis emocional y su llamado igualitarista a la conversión.

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“comunidad imaginada”, generando así una progresiva red de conexiones entre personas que tenía su correlato material en los emprendimientos misioneros de los percibidos como confines de la civilización -India, Oceanía, África subhariana y América Latina particularmente.

Así, la experiencia en Los Ángeles pone a Johnsen en contacto con la misionera canadiense Alice Wood, que llegará a Argentina en 1910 permaneciendo unos años en Gualeguaychú (Entre Ríos) para radicarse luego en la localidad de 25 de Mayo (Provincia de Buenos Aires), donde fundará la primera congregación de la Unión de las Asambleas de Dios en el país (Stokes 1968: 14). Influido por ella, Berger volverá a su tierra por apenas tres meses para luego emprender su viaje hacia Argentina. Entre 1910 y 1914 vivirá en Entre Ríos con la misionera Woods, aprendiendo el castellano y entrenándose en la labor evangélica con fondos propios y sin apoyo formal (Iversen 1946: 3).

Pero el ideal de este hombre, de contextura mediana, bigote y frente amplia según atestiguan las fotos, era difundir el cristianismo pentecostal entre los pueblos indígenas del extremo norte del país. Así lo confirman las continuas notas que escribió durante 1914 y 1919 en la sección de misiones mundiales de los periódicos pentecostales más importantes de la época -el Word and Witness (W&W), The Christian Evangel (CE) y Weekly Evangel (WE)3 -todos editados en Saint Louis, Missouri, Estados Unidos. Se trata de breves crónicas sobre lo que acontecía en su experiencia misionera en Embarcación donde describe, entre otros temas que luego observaremos, la alegría ante la compra de unos terrenos en un lugar propicio para establecer una base misionera entre los indígenas (W&W 7/1914: 4); el retorno a Noruega de un joven acompañante dada la extenuante fiebre en aquel “dreadful climate” (WE 9/6/1917: 13); el inicio de la construcción de la estación misionera más allá de los recurrentes problemas de salud que lo atormentaran durante el resto de su vida (WE 14/7/1917: 12) y la fascinación ante la cantidad de aborígenes, “del tipo salvaje y desnudos, con tatuajes rojo, azul y amarillo”, que pasan por el pueblo camino a los ingenios (CE 29/6/1918: 10).

Sin duda fueron variados los motivos que llevaron al noruego a instalarse en el reciente pueblo del norte salteño, destacándose la factibilidad para adquirir tierras y su ubicación medular como punto de acceso a las

3 Los periódicos citados en este trabajo son: Word and Witness: “Berger Johnsen”, 7/1914; “Missionary to South America”, 14/8/1915. The Christian Evangel: “Bro. Berger N. Johnson writes”, 29/6/1918; Weekly Evangel: “Testing days in Argentina”, 9/6/1917; “Bro. Johnsen recovers from fever”,14/7/1917; “Brother Berger Johnsen sails in September”, 22/7/1916. Saint Louis, Missouri, Estados Unidos.

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comunidades indígenas en la cambiante geografía chaqueña. Desde el último cuarto del siglo XIX Embarcación constituía un asentamiento agrícola conocido como Finca Tres Pozos, adquirido en 1909 por la Compañía Limitada

Leach Hermanos4 y devenido en pueblo con la llegada del ferrocarril en 1914, cuya importancia fue central en la economía capitalista de la región fronteriza (Desalín Gomez 1999). Según me contó Marcos Delgado, actual pastor principal de la obra en la zona, una consonancia simbólica entre el antiguo oficio de marino del noruego y el nombre otorgado al pueblo parece haber tenido relevancia:

Berger Johnsen estaba en Entre Ríos y le viene la palabra “Embarcación” y pensaba que Dios lo llamaba a él para subirle a un barquito para ir a pre-dicar. Después lee que en 1914 se inauguró el puente y que el ferrocarril llegó hasta un pueblo que recién se formaba que se llamaba Embarcación. Entonces se vino acá y compró este terreno y otros dos o tres más (Marcos Delgado 27-7-09).

Luego de comprar los lotes Jonhsen regresó a Noruega a pedir fondos en las diversas iglesias, cuestión que le permitió retornar unos meses después a Embarcación, luego de una breve parada en New York, e iniciar la construcción de la estación misionera (WE 22/7/1916: 12). Es de subrayar que en toda la península escandinava el pentecostalismo estaba ganando numerosos adeptos y generando aquellos momentos de efervescencia colectiva que la tradición protestante denomina avivamiento espiritual -revival, en su versión anglo. Esto dio un renovado impulso a Berger para comunicar a sus coterráneos, según escribió en Word and Witness, la “necesidad de los pobres indios de Sudamérica” y cómo la propiedad comprada iba a transformarse en una “casa misionera” que sería “una estación de recepción para los nuevos misioneros entre los pobres, abandonados, indios”, que suman “338 tribus” y “solo 7 tienen un misionero” (W&W 14/8/1915: 6). Asimismo, expone en dicha nota su atracción por la obra del reputado etnógrafo sueco Erland Nordenskiöld,

4 Durante las tres últimas décadas del siglo XIX los siete hermanos Leach -seis varones y una mujer- llegaron a Jujuy y Salta, originarios de Rochdale, Inglaterra. Se dedicaron enteramente a la producción de azúcar y a la expansión del mercado en la región. En 1884, luego de instalar nuevas máquinas de extracción en los principales ingenios de Salta, se asocian con los Cornejo y los Uriburu, reputadas familias de la provincia, fundando el ingenio La Esperanza en San Pedro, Jujuy, el cual adquirirán por completo dos años des-pués (Desalin Gómez 1999). Junto a sus numerosas actividades productivas y comerciales tendrán también un rol fundamental en el establecimiento de las misiones anglicanas en el territorio chaqueño (Gordillo 2004).

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fruto de sus “dos años de viaje entre los indios de Bolivia”, y aventura la posibilidad de misionar desde Embarcación hasta el límite de Bolivia y Brasil, donde el Barón refería la existencia de aborígenes que “aún practican el canibalismo” (W&W 14/8/1915: 6).

Como señalamos, el naciente pueblo se ubicaba en un sector estratégico desde el punto de vista de la configuración económica de la región, a unos 40 km de San Ramón de la Nueva Orán y su célebre ingenio San Martín del Tabacal y en conexión férrea con Ledesma en Jujuy, con Ingeniero Juárez en Formosa y con Salvador Mazza en la frontera norte, lindante con Bolivia. Esto implicó que varios migrantes, criollos de la región y familias de sirio-libaneses, españoles y alemanes, se radicaran en el transcurso de las décadas posteriores -años importantes en el proceso de modernización salteño- dedicándose a actividades comerciales, agrícolas y relativas a la extracción petrolera y al trabajo ferroviario.

Una característica singular del proyecto de Johnsen, teniendo en cuenta una mirada comparativa sobre las misiones cristianas en la zona, es el carácter amateur de su ejercicio misionero, hecho que también podemos vincular al señalado ethos del pentecostalismo originario. En efecto, en una elemental tipología podemos establecer dos tipos de misioneros: el formal, que estudia en alguna asociación y recibe credenciales y títulos correspondientes, y el autodidacta que a fuerza de convicción personal emprende un proyecto de misionalización sin estudios o legitimaciones formales. Para el caso chaqueño, tanto los anglicanos de la SAMS, John Church de la Misión Emmanuel, John Lagar de la Go Ye, y los diversos misioneros de la Mennonite Board of Missions de Eckhart, Indiana corresponden al primer tipo. También Per Perdersen, Oloff Johnson y Gustav Flood, misioneros escandinavos que tras la muerte de Johnsen afianzarán institucionalmente su obra en Embarcación, Tartagal y Villa Montes (Bolivia) respectivamente -aunque estos últimos también fueron formados en Embarcación. Como ejemplo del segundo caso, en el panorama estudiado, hay reconocidos misioneros aborígenes como Juan Fernández, Aurelio López y Guillermo Flores -en el centro y oriente chaqueño- y Santos Aparicio, Daniel Torres y Juan Nayot -en el extremo occidental y el alto Pilcomayo. Pero hasta el momento no se registra la presencia de un misionero pentecostal y colono extranjero en el Chaco del tipo de Berger Johnsen.

Al edificarse la casa en 1920, Johnsen dejó un espacio en el sótano para realizar cultos religiosos pues su afán evangelizador ya había tenido algunos resultados entre los criollos del pueblo, no así entre los aborígenes de la zona cuya interacción era todavía especialmente dificultosa. Junto a esto, realizaba trabajos de construcción y cultivaba su granja para mantenerse, dado que los fondos enviados desde Noruega eran magros. Los servicios religiosos bajo

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el piso de su casa tuvieron repercusión pero el hecho resultaba ciertamente extraño para las conciencias tradicionales, acostumbradas a espacios y experiencias religiosas diferentes a las pregonadas por el noruego. Esta situación de alteridad cultural abrió el juego, a la vez explicativo y valorativo, del rumor (Ceriani Cernadas 2008) dando curso a historias de abusos sexuales y pactos demoníacos liderados por el “gringo”.

De acuerdo a lo anotado por Selena Shank en su diario de viaje junto a su marido, el misionero menonita Josephus Shank5, Jonhsen le refirió que después de aquel episodio ”estuvo solo en los cultos durante ocho meses” hasta que un “grupo de jóvenes indios llegó después con intereses” y, luego de escuchar la prédica del noruego, volvieron al monte para regresar al poco tiempo con un grupo mayor “buscando que se les enseñe” (Shank 1943: 2). Además agrega: “Sí ellos empezaron a venir. Ellos llenaron el hall. Gente sucia y enferma. Un olor terrible en el cuarto. La multitud sigue creciendo” (Shank 1943: 2). A partir de estos episodios don Berger dedicará sus esfuerzos a la obra de evangelización indígena, entendida simultáneamente como proyecto civilizatorio y de redención moral.

CAMBIO CULTURAL Y CONVERSIÓN RELIGIOSA

Organizada como estación misionera durante la década de 1920, numerosos varones y mujeres escandinavos pasarán por Embarcación en sus derroteros misionales entre aborígenes y criollos. Una de ellas será la sueca Hedvig Berg, con quien don Berger se casará y tendrán tres hijos. De acuerdo a los relatos compilados a partir de la comunicación epistolar que Johnsen mantuvo con Gustav Iversen, un compatriota que recaudaba las ofrendas para la misión, la preocupación por las condiciones de vida de los aborígenes fue central, remarcaba siempre la doble “esclavitud” a la que estaban sometidos, la laboral de los ingenios y la moral “del aguardiente y la cocaína” (Iversen 1946: 3)6.

5 Shank conoció a Johnsen en 1912 en Gualeguaychú mientras éste trabaja con Alice Wood y “estudiaba español para prepararse para el trabajo entre los indios” (Shank 1944: 1). Casi cuarenta años después, mientras don Berger descansaba en Córdoba dada su avanzada tuberculosis, fue invitado a predicar en un servicio menonita donde habló de su trabajo entre los indígenas del norte del país. “El testimonio de Johnsen fue como un fósforo en una pila de madera” -relataría Shank años después (Shank 1950: 9). A raíz de esto, el misionero y su mujer se alojaron en la misión de Embarcación durante los primeros meses de 1943 para estudiar la región chaqueña e iniciar otra experiencia de misionalización que, luego de algunas relocalizaciones, se concretará en Aguará, Chaco, hacia fines de aquel año. 6 Según declara Iversen en el prefacio: “El avivamiento entre las tribus indígenas en el

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En este contexto Berger conoce a Santos Aparicio, wichí de la zona cercana al pueblo, descendiente de caciques por línea materna y con una fuerte predisposición hacía el estilo de vida criollo pero versado en el mundo simbólico indígena. Esto quedó demostrado porque fue el referente indígena principal en los años pioneros de la obra, en su carácter de intérprete y mediador cultural - aparte del wichí y el español conocía bien los idiomas toba y chorote aprendidos de joven cuando migraba a El Tabacal- viajaba con el noruego en sus misiones al Pilcomayo siendo un reconocido evangelista en la zona.

Este lenguaraz del espíritu también se destacó en la década de 1940 como informante clave del antropólogo vernáculo pionero Enrique Palavecino, y luego del lingüista español Antonio Tovar. El primero realizó estudios de campo entre los aborígenes de la misión en Embarcación durante la década de 1940, la cual se transformó en un laboratorio etnográfico donde se podía recopilar mitos e historias indígenas y, tema no menor en las narrativas antropológicas de la época, explorar las formas del contacto cultural y la adecuada integración del indígena a la vida nacional7. Así lo dejó atestiguado en el libro de visitas a la misma8 y en un artículo publicado en la revista Runa hacia fines de la década de 1950, que luego citaremos. El segundo le dedicó

Gran Chaco en Argentina, donde Dios ha usado al misionero noruego Berger Johnsen como su herramienta, es uno de los milagros grandes de los últimos tiempos y es otra confirma-ción de lo que Dios puede hacer también en nuestro tiempo. Este libro se ha hecho en base a cartas mandadas por el misionero Johnsen desde el campo misionero al autor y algunas otras fuentes” (1946: 2). Publicado en noruego un año después de la muerte de Johnsen, 35 años entre los indígenas -pequeña obra de 20 páginas- pudo el año pasado tener su primera traducción al español gracias a la labor de la Licenciada Rakel Ystebø. 7 Las históricas relaciones entre misioneros y antropólogos en el Chaco Argentino consti-tuyen un tema aún vigente para explorar desde una mirada comparativa. Es bien conocido el caso de Métraux y las misiones anglicanas durante la década de 1930 (Métraux 1933: 205-109). Otro ejemplo lo conforman Osvaldo Paulotti y Luis Gonzalez Alegría, antropólo-gos físicos de la escuela de Imbelloni, quienes hacia fines de la década de 1940 realizaron estudios antropométricos en la Misión Emmanuel de John Church, escribiendo también notas en periódicos de la región sobre la importancia de las misiones como vía civilizatoria hacia la inclusión nacional (Ceriani Cernadas 2009). 8 Dado el carácter autopercibido de las misiones, en tanto mojones de la civilización, los registros de visita constituían auténticas cartas de legitimidad social siendo una práctica común en la tradición protestante y, particularmente, en las experiencias chaqueñas. La nota escrita por Palavecino en el humilde cuaderno, de tipo escolar con tapa blanda, firmada el 17 de abril de 1942 declaraba: “De todo cuanto se ha hecho en el Norte Argentino por la elevación espiritual y material del indio, la obra de Berger Johnsen se destaca como la más eficaz y duradera. Por ello merece el bien de la Nación Argentina y su gobierno”.

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a Aparicio su libro Relatos y Diálogos de los Matacos (Tovar 1981), donde también describe una breve historia de su vida. Allí lo define como hombre “inteligente y culto”, remarcando el conocimiento que poseía de los “relatos tradicionales de su gente”. También refiere que fue “educado por misioneros pentecostales escandinavos” y que trabajó durante décadas como jardinero de Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF) en el Campamento de Vespucio, a pocos kilómetros al sur de Tartagal (Tovar 1981: 31-33).

Desde el punto de vista de Berger, el capital simbólico de Aparicio, dado “su conocimiento de toda la nigromancia y baile diabólico de los indígenas que un brujo debe conocer” (Iversen 1946: 14), fue fundamental no solo en la labor de evangelización sino en su propia economía de conversión. Aquí encontramos otro relato fundante de esta historia, narrado por el misionero noruego en una carta de 1935 y relativo al último encuentro entre Aparicio y su pariente “brujo”:

El sábado por la noche el fuego estaba encendido, habían empezado a mas-ticar la cocaína y puesto la semilla del ceibo en la nariz para que el efecto de esto vaya directo al cerebro - y así las visiones vendrían cuando el baile diabólico empezara. Pero Jesús paró todo esto y la victoria fue suya. El brujo gritó, se alejó del fuego y dijo: “No quiero tener nada que ver contigo. Veo a un hombre en ropa blanca a tu lado y con él no quiero saber nada. Tu Jesús es fuerte. Esto no se puede hacer”, y se fue corriendo en la noche. Aparicio no lo ha visto desde ese día. El brujo era uno de los parientes de Aparicio. Aparicio fue salvo en forma maravillosa, y es hermoso escucharle cuando cuenta cómo Dios lo ha liberado del poder del diablo. A los argentinos y a los indígenas les gusta escucharlo dar testimonio (Iversen 1946: 15).

Una versión similar de esta historia también fue trasmitida oralmente por la familia de Aparicio, tal es el caso del citado Marcos Delgado, nieto por línea materna de don Santos.

Cuando entró al Evangelio resulta que un tío de él que era curandero de la tribu tuvo una visita de un ángel, y este le dijo “mira mañana va a venir a visitarte un sobrino y si vos le curás yo te voy a matar”. Y al día siguiente fue al visitarlo. Y cuenta después el tío que detrás del abuelo estaba el ángel grandote, con la espada en la mano. Y el curandero le dijo, “sabes que vos ya te has entregado a la iglesia ahí, y vos ya no sos más de nosotros, yo ya no te puedo curar” (Marcos Delgado 27-7-09).

Ambos relatos son iluminadores, tanto por lo que comparten como por sus variaciones. La denominada guerra espiritual es su tema clave, como

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también uno de los tropos más recurrentes en la ideología pentecostal, pero en la narración oral transmitida por el nieto de Aparicio parece prevalecer un imaginario shamánico, atravesado por sueños, amenazas y combates mortales entre entidades poderosas. No obstante, este también se integra en una narrativa cristiana donde se enfatiza la ruptura radical con la propia cultura, “y vos ya no sos más de nosotros”, algo no muy lejano a la realidad cotidiana de Aparicio y su familia, con hijos educados en escuelas públicas, casados con criollos y que -según remarcaba el señalado lingüista español- abandonaron por completo el idioma y la forma de vida aborigen.

Sin embargo, la vida religiosa de Aparicio seguía ligada al mundo indígena, aunque bajo nuevas figuraciones culturales dada su misión de evangelizar entre la gente. Junto a Santos se sumaran, entre las décadas de 1920 y 1930, otros importantes creyentes devenidos en evangelistas, como Juan Villafuerte, Anselmo, Fermín, Erasto, Ricardo Torres, Juan Nayot y Daniel Torres. Estos iniciaron su prédica entre las parentelas indígenas que migraba estacionalmente a trabajar en El Tabacal, asentándose en las zonas periféricas de Orán y de pueblos cercanos como Tartagal, Gral. Ballivián, Campichuelo y Pichanal. A partir de la inclusión de los evangelistas nativos la obra comenzó a asentarse hacia mediados de 1920. Fue allí cuando Berger Johnsen sintió que podía llevar a cabo su deseada campaña misionera en el “corazón de las tinieblas” chaqueñas, algo que hizo durante la década de 1930 cuando acompañado por sus intérpretes indígenas y otros misioneros nórdicos se iniciaron los viajes desde Embarcación hacia el Pilcomayo.

EL “GRAN AVIVAMIENTO” DE 1930 EN EL PILCOMAYO

El giro decisivo en la historia de la misión pentecostal de Johnsen fue la experiencia evangelizadora entre bandas toba y wichí del alto Pilcomayo, en el límite fronterizo con Bolivia y Paraguay, durante el primer lustro de la década de 1930. Este hecho se cristalizó fuertemente en la memoria oral de los fieles como un acontecimiento fundador, como un mito de origen de la misión y mojón central en la historia de numerosas familias indígenas chaqueñas.

Afín a la perspectiva de otros misioneros y colonos de la época, desde la mirada del noruego el “carácter de los indios” estaba signado por una carencia ontológica. Según describe Selena Shank en su diario de campo, Berger le advirtió “que son gente que han vivido sin ninguna ley de cualquier tipo”, que “no tienen ley familiar, ley moral ni ley civil”, donde cada uno “hace siempre lo que se le da la gana” (Shank 1943: 4). Esta carencia se expresaba

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asimismo en uno de los puntos centrales que, como notamos en el caso de Santos Aparicio, encaminaban el discurso misionero: el combate contra las prácticas shamánicas, definidas siempre como “brujería” o “curanderismo”. Para la visión protestante, e intensamente para la pentecostal, dichas acciones representaban un nefasto símbolo dominante que condensaba el señalado estado de vacío moral que -por contagio metonímico- sumía a toda la vida indígena en la anarquía, la pobreza, los vicios y las constantes guerras. En su breve síntesis epistolar, Iversen dedica todo un apartado, titulado “Los espíritus malos tienen que ceder”, al tema de la batalla espiritual del noruego contra los “brujos. Allí relata diversas escenas, como el caso de la maldición que le confirió “un brujo gigantesco” antes de morir:

Dijo que iban a caer muertos los dos y también muchas otras personas. Había mucha ansiedad por este tema y el evangelista dijo: “Esto es algo parecido a cuando la serpiente mordió a Pablo y la gente esperaba que se iba a caer muerto, pero vivía a pesar de esto”. Jesús ganó victoria esta vez también, y hubo mucha alegría y alabanzas. Al ver esto muchos más se convirtieron y fueron salvos. Varios de ellos habían alabado al diablo (Iversen 1946: 11).

En 1934 Johnsen se instala en un paraje conocido como “Hito 1”, ubicado entre los poblados de Santa María y La Curvita, en el límite noreste de Salta sobre el margen argentino del río Pilcomayo. Allí predica numerosos días en un contexto que describe como hostil y poco interesado, dado los constantes conflictos entre parcialidades wichí y toba que con seguridad -debido a las dislocaciones espaciales y sociológicas producidas por la Guerra del Chaco en pleno curso- se vieron impulsados a habitar en un mismo asentamiento9. El trabajo de Johnsen consistía en predicar la palabra por intermedio de sus intérpretes, como también ayudarlos con víveres y remedios. Fue entonces cuando, ya desilusionado, el misionero decide dar la última predicación y volver hacia Embarcación (Iversen 1946). Según me comentó Delgado, siguiendo los relatos que su abuela materna le había transmitido, en esa última noche uno de los caciques de las parcialidades pasó al frente y llorando de

9 Sobre las complejas implicancias de la Guerra del Chaco en los pueblos indígenas de la región consultar la obra colectiva compilada por Nicolas Richard (2008). Córdoba y Brauns-tein, en el trabajo allí publicado sobre los aborígenes que habitaban el Pilcomayo medio expresan: “Para los toba-pilagá, en particular, la guerra significó el abandono definitivo de las tierras al norte del cauce del Pilcomayo. Antiguamente habitaban ambas márgenes del río; sin embargo, con la consolidación de la presencia regional de los Estados-nación se vieron cada vez más empujados hacia el sur” (2008: 135).

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rodillas pidió perdón, siendo después imitado por su tribu y seguidamente -hecho central en esta narrativa- por el cacique enemigo y su gente, creándose así un clima generalizado de llanto, oración y éxtasis. En un ejemplo notable de narrativa pentecostal, donde las emociones y la creencia ocupan un lugar medular, Johnsen describió su experiencia de esta manera:

Yo lloraba y reía, asombrado y dando gracias a Dios. Era imposible hablar ahora. Las lágrimas caían sin parar. Se sintió como si las lágrimas limpiaban a los ojos y al alma, haciendo bien al corazón. Imagínate: cientos y cientos de indígenas parados con sus manos levantadas al cielo y alabando a Dios, gritando con toda su fuerza y todo su corazón. Sonaba como el viento tro-pical cuando dobla a los árboles y la lluvia cae con toda fuerza, casi como una tormenta […] ¿Por qué tuve la gracia de ser parte de esto? Sólo tengo una respuesta: no fue por mi santidad y tampoco por mi trabajo. Sólo fue porque yo creí en Dios y fui cuando Él me llamó. Y Él me dio la gracia de ser parte de esto y poder ver su gloria” (en Iversen 1946: 9).

Luego refiere: “por lo menos 500 fueron salvos y cientos más tocados por Dios”, destacando que alrededor de “50 brujos y magos” le entregaron “3 bolsas de harina llenas de pipas de tabaco y artefactos de brujería” que junto a collares y otros elementos fueron arrojados al río (Iversen 1946: 9). Unido a esto, el misionero describe que el éxtasis colectivo llamó la atención del destacamento militar boliviano fronterizo que envió una comitiva a investigar. Al ver al “gringo” en el medio de ellos, los militares le preguntaron si no tenía miedo de estar entre aquella gente, cosa que el noruego negó con énfasis sosteniendo que “ahora no son más peligrosos. Dios ha cambiado sus corazones y sus mentes” (Iversen 1946: 10). Estamos en presencia de una macro-narrativa común a toda la experiencia evangélica entre los aborígenes chaqueños y que trasciende las pertenencias misionales: la certeza de que “el Evangelio” puso fin a las ancestrales contiendas interétnicas, inaugurando así una nueva época de paz y purificación cultural.

Los relatos coinciden en afirmar que la guerra entre Bolivia y Paraguay fue el factor clave que incidió en la migración hacia Embarcación de muchas familias aborígenes, motivadas por una ideología religiosa que se transformaría progresivamente en el idioma a partir del cual estos grupos redefinirían su identidad colectiva y su visión del cambio cultural. Este cambio fue decisivo en la vida de estas poblaciones, que habitaban al interior o en las fronteras de los territorios nacionales, como los ‘weenhayek -“mataco boliviano” en la antigua clasificación- de Villa Montes, los tobas-pilagás del Pilcomayo, los guaraníes de Campo Duran, los chulupíes y chorotes del Paraguay y Argentina. Pero también fue una experiencia trascendental para la misión Pentecostal

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de Embarcación y para la propia configuración sociocultural del pueblo, lo cual nos lleva al último punto a repasar en estas exploraciones.

UNA MISIÓN MULTIÉTNICA EN UN PUEBLO CRIOLLO

Las misiones protestantes en el Chaco constituyeron para los indíge-nas, aparte de espacios de colonización moral, la puerta de entrada a la vida sedentaria, la atención médica, la alfabetización, la incorporación de los símbolos nacionales y la contradictoria inclusión en la actividad económi-ca regional. En este mismo contexto, la misión de Johnsen presentaba tres particularidades.

La primera es que lo acontecido en Embarcación fue fruto de un éxodo de población indígena, de territorios distantes hasta 400 kilómetros, que se asentó en algunos terrenos que Berger poseía en el límite este del pueblo. En la memoria contemporánea de muchos habitantes de los interconectados barrios de La Loma, Cristo Arriba, Cristo Abajo y El Tanque, personas de aproximadamente 60 años, se mantiene vivo el recuerdo de aquellas épocas y de las migraciones que sus abuelos, padres y tíos hicieron hasta radicarse en Embarcación. Los relatos remarcan la dificultad de aquellos tiempos y cómo el éxodo les permitió radicarse en un lugar donde, además de sentirse protegidos, podían estar cerca de los ingenios -fuente principal del trabajo indígena hasta la década de 1960. Adelio Gallardo, también en sus 60 años, describía así el derrotero de su familia.

El papá de mi papá era toba y la mamá era ‘weenhayek. Primero mi papá llegó a Tartagal desde Villa Montes y se quedaron un poco tiempo, después siguieron a Ballivian, y después llegaron para acá. Eran muchos los que vinieron a acá, la mayor parte vinieron de Bolivia, después otros vinieron del Pilcomayo. Mi mamá vino con sus hermanos desde “El Traslado”, a 90 kilómetros de Tartagal, y se conocieron con mi papá aquí en Embarcación por la misión (Adelio Gallardo 26-7-09).

Precisamente, la segunda particularidad es que se encontraba en el límite de un pueblo criollo, aunque refundado, con más de veinte años de asentamiento estable. En efecto, a diferencia de las anglicanas, como Misión Chaqueña en Salta y El Toba en Formosa, la de Church en Laguna Blanca, la de los menonitas en Aguará, y antes las de los jesuitas y franciscanos que organizaron nuevos territorios misionales netamente indígenas, “la misión de los noruegos” se encontraba al interior de un espacio social criollo en

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expansión. El misionero menonita Shank señala que el hecho ciertamente preocupaba a Johnsen, el cual les dio instrucciones explícitas a los indígenas “sobre cómo construir las casas para que así pudieran cuidar el aseo y la limpieza y no causaran escándalos a los habitantes blancos del pueblo” (Shank 1950: 18).

La tercera singularidad en el mapa misional chaqueño era su fuerte carácter multiétnico, competidores grupos indígenas convivían y disputaban al interior de la vida en la misión y en la iglesia. El grueso originario de la población era de “tobas bolivianos”, de “tobas argentinos” y de “matacos bolivianos” -según fueron registrados en los libros años después- llegados a causa del “gran avivamiento en el Pilcomayo”. Luego se acrecentó con familias wichí de parajes cercanos a Embarcación, como también con grupos guaraníes y chorotes. Esto determinó que la mayoría de los pobladores actuales de los mencionados barrios aborígenes periféricos sean descendientes de los matrimonios cruzados de ambos grupos, siguiendo el patrón de unión preferencial entre varones tobas y mujeres wichís.

Entre las décadas de 1930 y 1950, el grueso de la población criolla de Embarcación se asentaba en las cercanías de la estación del ferrocarril, mientras el templo y la casa de Johnsen se ubicaban en una zona por entonces apenas habitada. El barrio evangélico indígena, denostado por los criollos como “la misión de los indios”, se ubicaba a unos 300 metros de la base misionera e iglesia central, entre las actuales calles Entre Ríos y Salta. La disposición espacial de la misma se organizó de acuerdo a las normas dadas por el misionero; es decir, las familias indígenas se establecían en terrenos contiguos de acuerdo a sus afinidades parentales y culturales. De acuerdo a lo descripto por Modesto Villa: “ahí en el campamento había una calle que era toba, otra chulupi, otra wichi” (Modesto Villa 31-7-09).

Johnsen mantenía un control estricto de lo que acontecía en dicho espacio social y también se encargaba especialmente de ubicar a las nuevas familias aborígenes que siguieron llegando durante la década de 1940. Como en otras misiones protestantes emplazadas en las autopercibidas fronteras de la civilización, la reforma moral que se esperaba inculcar en los indígenas se expresó fundamentalmente en prácticas corporales, como el énfasis en la higiene, el uso de ropa occidental, la contención de las emociones -salvo en el contexto ritual- y la reacomodación del espacio doméstico (Comaroff y Comaroff 1992). Así, una vez que llegaban los indígenas del monte, el noruego les entregaba un jabón, los hacía bañarse, les cortaba el pelo, les daba ropa nueva -o limpia- y los anotaba en un registro.

Mientras realizaba sus estudios de campo en el pueblo, Palavecino fue testigo de la llegada “de un grupo de neófitos matacos venidos del río

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Pilcomayo”, los cuales fueron calurosamente recibidos por sus paisanos de la misión “que se apresuraron a imponerles el uso de pantalones regalándoles esas prendas” para que así se deshagan de sus indecorosos chiripas. “Los matacos se sintieron cristianos integralmente”, remarca el sagaz etnógrafo, “recién cuando vistieron pantalones” (Palavecino 1958-1959: 385). Dentro de los marcados hábitos higienistas de Johnsen, se destacan la campaña de extirpación de mates que emprendió hacia fines de 1930 -también referida por Palavecino en la citada nota- por temor al contagio de tuberculosis, abogando por el consumo de mate cocido. También el control estricto de los perros, otra fuente de contagio de enfermedades, fue una práctica que continuó durante años: permitía uno solo por familia y a los demás se los mataba. La rigurosidad de don Berger en estos asuntos de higiene social, según me comentó Delgado, parece haber sido muy fuerte, al punto de molestar a los otros colegas escandinavos que llegaron a Embarcación.

El siguiente relato de Modesto ilustra con claridad la condición liminal de la misión, ubicada cada vez más en las márgenes culturales, y no tanto territoriales del poblado, junto a su propia percepción de la reforma moral en clave higienista:

La gente estaba muy cerca, los criollos, la gente blanca, entonces era muy difícil este tiempo, nosotros la raza indígena era muy difícil tener amistad, cambia mucho con el tiempo en que estamos nosotros. Ahora es un poco más civilizado, un poco más organizada la casa, cambia mucho con lo que vivía mi viejo antes. Entonces ahí la gente indígena, la raza, no le preocu-paba nada absolutamente, no lavaban los trapos, no barrían la casa, nada, para ellos era cosa común, no sabían lo que era, no sabían que esto quedaba mal. Entonces con el Evangelio viene cambiando, de escuchar al pastor, los pastores vienen corrigiendo, corregían a la gente: “ustedes tienen como aborigen que lavar la ropita, tienen que limpiar las cosas”, y de a poco se va cambiando (Modesto Villa 31-7-09).

Junto a las referidas actividades, el noruego se encargaba también de tramitar las libretas de enrolamiento de los varones aborígenes, de organizar la primera escuela para niños indígenas del pueblo y de asistirlos en cuestiones de enfermedad. Para gestionar las libretas, don Berger presentaba unas listas donde se detallaban los nombres “adoptados” en castellano, en muchos casos elegidos por el mismo misionero y sus ayudantes, el lugar de nacimiento y la fecha probable del mismo. En tres folios de la época aún mantenidos, escritos a máquina y numerados, se consignan 151 aborígenes para su enrolamiento, provenientes en su mayoría de parajes de la “Banda Pilcomayo”, como San Antonio, Morillo, El Algarrobal y Laguna, entre muchos otros. Los restantes,

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que suman 18 personas, provenían de pueblos de Salta, como Orán, Ledesma, Campo Durán, Monte Carmelo, constituyendo probablemente grupos de ava-guaraníes (o chiriguanos) y de Chaco.

Como señalamos, el trabajo en el ingenio El Tabacal era la actividad prin-cipal de los aborígenes durante los meses de la zafra -desde abril a noviembre aproximadamente. Los mismos que recuerdan el éxodo hacia Embarcación también evocan con precisión la “época del ingenio” y las percepciones ambivalentes sobre la misma, donde “se sufría mucho” pero también “se ganaba una buena platita” y -en palabras de Adelio- “las razas se juntaban y divertían mucho” (Adelio Gallardo 7-7-10). Junto a esto, el trabajo en las fincas y obrajes cercanos al pueblo, como también la venta de artesanías en Orán, constituían otras formas de manutención de los aborígenes.

La vida religiosa, por su parte, se centraba en las actividades realizadas en el templo, siendo los cultos regulares y los bautismos los eventos más destacados. Tenía un cielo raso alto, de quince metros aproximadamente, y gruesas paredes de ladrillos; las fotos de la época registran escenas del templo llenas de aborígenes donde, acorde a buena parte de la tradición pentecostal del sur norteamericano, las mujeres -siempre con amplias polleras y tul sobre sus cabellos- se ubicaban a la izquierda y los varones -en general con camisas blancas- a la derecha. El mismo Johnsen describe en sus cartas la dinámica de los servicios religiosos: la prédica del pastor, los testimonios de los fieles, el llamado al arrepentimiento y la entrega a Cristo, todo intercalados por los momentos preferidos por la membresía: el canto y la oración -puerta de entrada al éxtasis espiritual. Este último presentaba las características singulares de los cultos emocionalistas que, como señalaba Arthur Hocart hace muchos años, son “al mismo tiempo individualistas y gregarios”, donde “todos necesitan compañía para excitarse pero cada uno se excita por sí mismo” ([1939]: 1985: 83). Veamos cómo los describe el propio Berger:

[U]no tiene que tener paciencia por qué la oración les gusta mucho. Entienden lo que es la oración. Les encanta orar. Uno tras otro oran. A veces oran dos a la vez. Por lo menos veinte personas oran antes de que nos podemos levantar de vuelta. Es imposible antes porque oran y oran [...] Después pedimos a los que nunca han aceptado a Dios pasar al frente para poder orar por ellos. Oramos para que sean salvos. Todos los que quieren dar su corazón a Jesús tienen que pasar al frente. Si, ahí vienen más, vienen muchos. Pero después los hermanos que están hace tiempo empiezan a preocuparse de que no van a ser parte de esto y pasan todos al frente. Nadie los puede parar y mientras hay lugar siguen pasando. Todo el lugar se llena al entrar la gente que estaba afuera también (citado en Iversen 1946).

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Los bautismos constituían otros momentos clave de la vida religiosa y aquí Johnsen realizaba una práctica heterodoxa que le valió también la antipatía de los colegas escandinavos. Siguiendo el patrón anabaptista de inmersión total del neófito, el noruego agregaba una particularidad: los sumergía tres veces, invocando el orden trinitario -Padre, Hijo y Espíritu Santo-, algo ciertamente desconocido para la tradición pentecostal de las Asambleas de Dios y que a la muerte de Johnsen fue rectificada por los sucesivos pastores de la misión con una única inmersión.

PALABRAS FINALES

De manera general, el trabajo pretendió avanzar en el estudio de las experiencias de misionalización cristiana en pueblos indígenas tomando en consideración sus complejas tramas de discursos y prácticas sociales, una área renovada en la discusión antropológica e histórica de las últimas décadas (cf. Comaroff y Comaroff 1991; Siffredi 2001; Torres Fernández 2006; Keane 2007; Araujo 2008). De manera específica, la indagación buscó sumar conocimiento sobre una corriente olvidada en los estudios sobre la evangelización protestante y el cambio sociorreligioso entre los aborígenes del Chaco Argentino. Dado que dichas investigaciones se centraron en lo acontecido en las misiones anglicanas, y especialmente en el movimiento pentecostal entre los toba del centro y este del territorio, este estudio se encaminó a ampliar el cuadro comparativo focalizandose en la sociogénesis de la misión escandinava en la margen occidental del mismo.

En la figura de Berger Johnsen encontramos a una personalidad com-pleja, carismática, autoexigente, despótica y heterodoxa, donde se fusionan rasgos comunes del pionero colonizador y el misionero pentecostal, como la voluntad férrea y el ethos puritano. Dentro del mapa misionero chaqueño, su emprendimiento presentó muchas características afines al imaginario y praxis protestantes, como el ideal civilizatorio, la incorporación a la vida nacional -escolaridad, documentos de identidad, trabajo-, y la reforma moral como práctica corporal. También tenía aspectos propios, encarnados en la cosmo-logía y habitus pentecostal -sueños, éxtasis, emocionalidad- y en la guerra espiritual anti-brujería. Pero en dicha geografía lo más atípico de su empresa evangelizadora fue el haber instalado una misión indígena en un pueblo criollo, hecho factible por la situación coyuntural del poblado en proceso de reciente organización. Pese a las tensiones interétnicas y su traslado en 1962 a un predio de 80 hectáreas a dos kilómetros de distancia, bautizado como misión La Loma, el emprendimiento logró mantenerse y continúa formando parte de la compleja historia de los aborígenes del norte argentino.

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No es extraño entonces que con la muerte de Johnsen, acontecida el 5 de agosto de 1945, finalizara un tipo particular de estilo misional, de carácter autodidacta y escasamente institucionalizado, sino la asociación misma entre noruegos y suecos. En efecto, y considerando la larga historia de rivalidades entre ambos países, la muerte de don Berger puso en escena un conflicto de sucesión pues misioneros de sendos países reclamaron la exclusividad en la dirección de toda la misión aborigen en el Chaco Argentino, cuyo centro misionero estaba en Embarcación. Los noruegos argumentaron la nacionalidad del fundador; los suecos hicieron lo propio con la misionera fundadora -esposa de Johnsen. El conflicto fue fuerte y se necesitó la visita especial del máximo líder pentecostal de la península escandinava, el sueco Lewi Pethrus, para su arbitrio. Este dirimió la lucha de modo radical, institucionalizando un cisma étnico nórdico en la misma hacia 1952. Bajo la argumentación de que la misión de Embarcación estuvo apoyada económicamente por fondos provenientes de iglesias noruegas, la sede misionera y el territorio a evangelizar sobre el río Bermejo y hacia el interior del Chaco corresponderían a dicho país, mientras los suecos instalarían una sede en Tartagal y se ocuparían de la zona lindante al Pilcomayo. Así la Misión Evangélica Asamblea de Dios -nombre por el cual se anotó en el Registro nacional de cultos en el año 1947- de Embarcación iniciará su segunda etapa bajo el liderazgo durante tres décadas de Per Pedersen, mientras la Misión Aborigen Asamblea de Dios hará lo propio en Tartagal, de la mano de Oloff (“Ule”) Johnson, teniendo asimismo una importante experiencia de evangelización comandada por Gustav Flood entre los ‘weenhayek de Villa Montes, Bolivia (Johansson 1992, Alvarsson 2003). El crecimiento más destacado de ambas instituciones será a partir de 1970, cuando la obra se extenderá hacia el noreste de Formosa y Chaco. Actualmente, las dos misiones continúan con vitalidad, transitando cambios importantes desde la última década cuando se asentó una política de nacionalización del liderazgo, descentralización y autonomización de las congregaciones -llamados anexos. Pero esa es otra historia.

Fecha de recepción: 12 de noviembre de 2010Fecha de aceptación: 10 de febrero de 2011

AGRADECIMIENTOS

Expreso un sincero agradecimiento a los interlocutores indígenas y criollos de la zona de Embarcación por las experiencias compartidas. De

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manera especial extiendo el agradecimiento al pastor Marcos Delgado, por su interés en la investigación y la generosa comunicación de los archivos de la misión como también por la cálida hospitalidad brindada por su familia.

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* Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas / Instituto de Arqueología, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires, Argentina. E-mail: [email protected]

** Instituto de Arqueología, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires, Argentina. E-mail: [email protected]

*** Instituto de Arqueología, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires, Argentina. E-mail: [email protected]

EL “CASTILLO DE SENTA” Y LA FRONTERA.

CONTINUIDADES Y DISCONTINUIDADES EN EL ESPACIO,

EL TIEMPO Y ENTRE DISCIPLINAS

“CASTILLO DE SENTA” AND THE BORDER.

CONTINUITIES AND DISCONTINUITIES IN SPACE,

TIME AND BETWEEN DISCIPLINES

Mariel A. López *Clara E. Mancini **Gabriela Nacht ***

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RESUMEN

En este trabajo presentamos y analizamos documentación inédita procedente del Archivo General de Indias que fecha la construcción de un “castillo fortaleza” en el “Valle del Senta”, a mediados del siglo XVII. Su localización, aproximadamente “a diez leguas” del pueblo de Humahuaca, es coincidente con el emplazamiento de un yacimiento arqueológico reconocido académicamente como una fortaleza incai-ca. A partir de este caso de estudio, examinamos las continuidades y discontinuidades en la región oriental de la Quebrada de Humahuaca a través del tiempo y del territorio. Tomamos como eje de análisis el concepto de frontera pues nos permite pensar en la relación entre Historia y Arqueología en lo que concierne al estudio de los primeros siglos de la conquista española en nuestra región de estudio.

Palabras clave: frontera oriental de Humahuaca - Castillo de Senta - Arqueología e Historia - territorio

ABSTRACT

In this paper we present and analyze unpublished sources from Archivo General de Indias related to the construction of a “castillo fortaleza” in the “Valle de Senta” by mid-17th century. Its location, about ten “leguas” from the town of Humahuaca, coincides with the archaeological site academically recognized as an Inka fortress. Based on this case study we examine the continuities and discontinuities in the eastern region of Quebrada de Humahuaca, through time and territory. The concept of frontier enables us to rethink the relationship between History and Archaeology, regarding the study of the early centuries of the Spanish conquest in the region under study.

Key words: Humahuaca eastern border - Castillo de Senta - Archaeo-logy and History - territory

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INTRODUCCIÓN1

Investigadores anteriores han localizado y estudiado en la frontera orien-tal de Humahuaca, Provincia de Jujuy, Argentina (Mapa), una “fortaleza”, denominada oportunamente “Fortaleza de Puerta de Zenta” (Fernández Distel 1983), “Fortaleza de Cianzo” o “Fortaleza de Puerta de Zenta” (Fernández Distel 1983-1984) y “Puerta de Zenta” (Nielsen 1997; Raffino 1993). Este sitio se encuentra en la confluencia del arroyo Zenta con el río Cianzo, dentro del departamento de Humahuaca. El emplazamiento del sitio es sobre un cerro, posee una traza triangular y está protegido por una muralla continua que resguarda los flancos oeste y norte, los dos sectores vulnerables de la instala-ción. El flanco oriental posee un muro bajo y discontinuo pero es inaccesible, dado que la barranca cae verticalmente. La muralla perimetral es doble, de piedra, fijada con barro y ripio; sus laterales norte y oeste poseen quiebres que forman una especie de “balcones”. Al interior de las murallas hay recintos de adobe y piedra y la defensa está reforzada por un foso. A juzgar por las características de excelente visibilidad, baja posibilidad de acceso y ataque, así como por su ubicación estratégica entre la Quebrada de Humahuaca y el acceso a través del Abra de Zenta a las tierras bajas orientales, se trata de una construcción defensiva. Fernández Distel (1983, 1983-1984) se basó en las características ar-quitectónicas de la planta del sitio y en documentación de la región para fundamentar que era un sitio de tipología europea, realizado posiblemente en época de las guerras de independencia del siglo XIX. En efecto, los quiebres observados en la muralla perimetral han sido interpretados por esta autora como “almenados”, aunque consideramos que el término apropiado sería baluartes2 (figura 1). Para ella, los escasos hallazgos superficiales de cerámica

1 Este trabajo constituye una versión revisada y ampliada de una ponencia discutida en el Simposio de Arqueología y Colonialismo, XVII Congreso Nacional de Arqueología Ar-gentina realizado en Mendoza, en octubre de 2010. Agradecemos los comentarios de los coordinadores, participantes y, en especial, los de la relatora Dra. Alicia Tapia.2 Su forma típica es pentagonal, formado por dos caras, dos flancos y una gola. La fortifi-cación que emplea el baluarte, o frente abaluartado, lo hace en respuesta a los problemas que ocasionaban los “ángulos muertos” en las murallas -de todas formas, los quiebres de este sitio no presentan la forma típica pentagonal. Por su parte, el almenado es un elemento arquitectónico utilizado para rematar la parte superior de muros y torres (Blanes 2001).

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prehispánica de tipo Humahuaca tardío no entraban en contradicción con su interpretación cronológica. Algunos años más tarde los trabajos de Raffino y Nielsen fecharon al mismo sitio en tiempos de la dominación incaica, las interpretaciones de ambos se basaron, en parte, en datos cerámicos -tanto superficiales como de excavación. Además, a partir de los rasgos arquitec-

Mapa. El “Castillo de Senta”. El círculo lleno representa aproximadamente la ubicación actual del sitio arqueológico que se encuentra a unos 50 km, no lineales, al este de la ciudad Humahuaca.

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tónicos Raffino (1993) cuestionó la interpretación de Fernández Distel pues los quiebres observados en la muralla constituyen para él “balcones” (figura 2) similares a los de los sitios incaicos de Pucara de Angastaco (Salta, Argen-tina) y de Pambamarca (Ecuador). Asimismo, según el mencionado autor, la ausencia de materiales de tipología u origen netamente europeos funcionaba como otro indicador de la asignación del sitio a tiempos incaicos. Por último, a partir del único fechado radiocarbónico (438 ± 48 AP) realizado por Nielsen (1997, figura 3) sobre un fragmento de marlo de maíz3, esta asignación temporal fue aceptada prácticamente por toda la comunidad científica. No obstante, si consideramos las distintas calibraciones de dicho fechado publicadas por el mismo autor en 1997 (1 ds 1444-1621 y 2 ds 1431-1640) y en 2001 (Cal 68% 1431-1478 y Cal 65% 1410-1621) dicha asignación temporal se vuelve algo ambigua porque alcanza momentos post-conquista. Es interesante observar que las diferencias en los enfoques mencionados se reflejan también en la forma de representar “lo real” de un mismo sitio arqueológico, como puede observarse en los distintos planos.

3 Cabe destacar que la muestra fechada no proviene del piso ocupacional que se describe sino de un pozo relleno con carbón, una sustancia no identificada y guano asociado a un fragmento de ají (Nielsen 1997).

Figura 1. Planta del sitio según Fernández Distel (1983: 45)

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Figura 2. Planta del sitio según Raffino (1993: 227)

Figura 3. Planta del sitio según Nielsen (1997: 76)

Por su parte, si nos remitimos a la documentación hallada en el Archivo General de Indias (en adelante AGI)4 encontramos que la construcción de un “castillo fortaleza” en el “Valle del Senta5 para la defensa de los indios enemigos de la Provincia del Chaco6” se fecha en 1649. Este se encontraría

4 AGI, 1657. Informaciones. Pablo Bernardez de Ovando. Lima 249, N 17; AGI 1666. In-formaciones. Pablo Bernardez de Ovando. Charcas 97, N 13.5 Para referirnos tanto al castillo como al valle, y respetando la documentación, utilizaremos el término Senta aunque en ocasiones se menciona al valle como “Valle de los Centas”. Para referirnos al territorio geográficamente conocido con esa voz; es decir, a la micro región conocida actualmente con dicho nombre utilizaremos, en cambio, el término Zenta.6 De acuerdo con Lozano ([1733] 1941: 17-18), Chaco es la voz española de Chacu, cuya etimología remite a la idea de “muchedumbre” de indios cuando salen a cazar vicuñas y guanacos. Espacialmente la voz Chaco se refiere a los que habitan en varias “provincias” -Paraguay, Río de La Plata, Tucumán, Chichas, Charcas y Santa Cruz de la Sierra- pobladas de “naciones infieles”, tanto en las serranías como en los llanos contiguos que se extienden por muchas leguas hasta los ríos Salado y Pilcomayo y hasta las costas del río Paraná.

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distante “del pueblo de omaguaca diez leguas”7, por lo que coincide aproxi-madamente con la distancia entre la actual ciudad de Humahuaca y el sitio al que nos referimos arriba. Estos datos abren una interesante perspectiva de trabajo que permite plantear la hipótesis de la ocupación colonial de ese sitio y, además, nos obliga a explorar sobre una tradición en la investigación arqueológica, aún persistente en el Noroeste Argentino (NOA), que ha llevado a invisibilizar la continuidad en el tiempo de la ocupación del paisaje y las tecnologías, y a la simplificación del proceso de conquista y colonización españolas. En parte, esto ha sido consecuencia de la delimitación tradicional del objeto de estudio arqueológico a lo indígena y pre-colonial (Haber 1999). Entonces, revisaremos los supuestos que hasta ahora han guiado las investigaciones antecedentes y contextualizaremos el problema y la docu-mentación, considerando el valor de las distintas líneas de evidencia. Así, a partir del caso del “Castillo de Senta” examinaremos las continuidades y discontinuidades de la ocupación de este territorio a través del tiempo. Para ello tomaremos como eje de análisis el concepto de frontera pues nos permite, a su vez, pensar la relación entre Historia y Arqueología. Las tradicionales barreras disciplinares han hecho que esta relación sea especialmente discon-tinua en lo que concierne al estudio de los primeros siglos de la conquista española en nuestra región de estudio.

TRADICIÓN DE LA INVESTIGACIÓN ARQUEOLÓGICA EN EL NOA

En la Quebrada de Humahuaca, al igual que en el resto del NOA, la Arqueología de fines de siglo XIX y primera mitad del siglo XX cedió a la Historia todo lo referido al estudio de la ocupación post-conquista europea. Así, se inició la barrera disciplinar en torno a la delimitación del objeto de estudio que perduraría por largo tiempo (Haber 1999). Mientras la Historia se ocupó de trabajar los “períodos históricos” a partir de los documentos escritos, la Arqueología se limitó al estudio de lo indígena y pre-colonial en base al análisis de la cultura material. De acuerdo con Quiroga (2005: 2) esta discontinuidad “responde a una concepción evolucionista y occidental de la cultura y el desarrollo”. Dicha concepción condujo, asimismo, al uso de categorías dicotómicas de modo que mientras lo indígena siempre estaba asociado al otro, a lo prehistórico, bárbaro o ahistórico destinado a perecer; lo colonial se asociaba a la historia, la civilización y el progreso, cuyo des-

7 AGI 1657. Lima 249 N 17, 11v.-12r. Las medidas de longitud utilizadas para el reparto de tierras en Jujuy establecía que la legua equivalía a 5000 varas castellanas, correspondientes a 4,33 Km en el sistema métrico decimal (Conti 1992).

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tino era triunfar por sobre las poblaciones aborígenes. Como es propio del pensamiento dicotómico, estas categorías impidieron pensar los “grises” que presenta el período de conquista y colonización en toda su complejidad. Bajo esta tradición, los pueblos viejos o antigales y pukaras de la Que-brada de Humahuaca fueron los primeros en ser explorados debido a su loca-lización y alta visibilidad arqueológica (Nielsen 1997). Antes de la existencia de los fechados radiocarbónicos, estos sitios fueron vinculados al momento de ocupación pre- conquista o “pre-histórica”, en base a las características de la arquitectura visible y los materiales de superficie y excavación. Entre estos últimos, de acuerdo con el conocimiento arqueológico regional, los restos cerámicos de tradición local funcionaron como “fósiles guía” dentro de una secuencia temporal relativa. En estos contextos, los escasos materiales hallados de supuesta procedencia europea fueron explicados como elementos intrusivos producto de los primeros contactos con el conquistador europeo, época hasta la cual llegaba la Arqueología con sus estudios. Ya en los trabajos fundacio-nales de Debenedetti (1918a) en la Quebrada de Humahuaca, se observaban claramente los pares de opuestos barbarie-civilización e indígena-europeo. Esta oposición reflejaba, a su vez, la concepción dicotómica de la cultura material -indígena vs. europea- y la idea del “empobrecimiento tecnológico” que habría caracterizado al llamado “Período de Contacto Hispano-Indígena”. Desde entonces este período fue definido por la situación de rebelión contra la dominación española y caracterizado como una época de decadencia y aculturación gradual pero inexorable (Haber 1999; Quiroga 2005). Un buen ejemplo que ilustra el trabajo arqueológico en la Quebrada de Humahuaca desde la categoría “hispano- indígena” es el caso de los análisis de las cuentas de vidrio de supuesta procedencia europea. El hallazgo de este tipo de cuentas dentro de contextos funerarios de sitios indígenas (Debenedetti 1918a, 1918b) funcionó, de forma simplificada, como indicador cronológico del “contacto”8, sin cuestionar la forma en que esos objetos circulaban y el significado que poseían para las sociedades indígenas. Este esquema de trabajo se mantuvo por muchos años y aún sigue vigente para algunos autores -como Hernández Llosas 1991; Nielsen 1996; Palma 1998; Mendonça, Bordach et al. 1997; Mendonça, Bordach y Grosso 2003; Mamani y Seldes 2010). Esta tradición en la investigación comenzó a revertirse parcialmente a partir de estudios de Etnohistoria regional y de la revisión de documentos

8 Sólo muy recientemente se ha comenzado a investigar con nuevas técnicas de análisis las cuentas de vidrio para determinar fehacientemente su procedencia (cfr. López 2011). Además, como en América también habría existido un centro productor de cuentas de vidrio (Siracusano 2005), el uso de estas como indicador cronológico y de “contacto” es mucho más complejo que el planteado por la literatura arqueológica tradicional.

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a la luz de problemas arqueológicos. En la década de 1970, por ejemplo, apareció un sugestivo trabajo de Raffino (1973) planteando que los estudios etnohistóricos del NOA, además una finalidad histórica, podían tener una interesante “finalidad arqueológica”. De hecho, en la Quebrada de Huma-huaca los trabajos liderados en la década de 1980 por Lorandi9 incluyeron datos arqueológicos en sus estudios sobre fuentes escritas -como crónicas y diversos papeles coloniales. Esta perspectiva permitió pensar no solo en las discontinuidades sino también en las continuidades que implicó el tránsito de las llamadas sociedades prehispánicas a las sociedades post-hispánicas. Asimismo, permitió avanzar en la complementación de los distintos enfoques disciplinares: histórico, antropológico y arqueológico. En algunos casos, los documentos serían útiles a la hora de corroborar hipótesis arqueológicas (Raffino 1973; Tarragó 1984) mientras en otros la situación sería inversa (Sánchez y Sica 1990; Zanolli 1995a y b, 2000, 2005; Zanolli y Lorandi 1996; Palomeque 2006, entre otros). Más recientemente, algunos trabajos (López 2006; Albeck y Palomeque 2009; López, Acevedo y Mancini 2010 y López Mancini y Nacht 2011) muestran el potencial de las investigaciones encara-das interdisciplinariamente. Este tipo de trabajos no implica sólo el uso de diversas líneas de evidencia y metodologías sino también la construcción interdisciplinaria de un nuevo e integrado objeto de estudio.

UN TERRITORIO DE FRONTERA AL ORIENTE DE HUMAHUACA. NUEVOS DATOS DOCUMENTALES DEL SIGLO XVII

De acuerdo con nuestro problema de investigación, es fundamental par-tir de un concepto de territorio que nos permita dar cuenta de un objeto de estudio no escindido por barreras disciplinares, ni discontinuo en el tiempo. En este sentido, consideramos que el territorio está inmerso en relaciones de dominación, o apropiación del espacio, en un continuum que va desde la dominación política-económica más concreta a la apropiación cultural-sim-bólica. El espacio se convierte así en territorio a través de diversos procesos de apropiación (Haesbaert 2005, Bixio y Berberián 2007); en otras palabras, se construye un territorio cuando se logra influir, afectar o controlar a las personas, fenómenos y relaciones que en él se dan (Sack 1986). Por ello, es fundamental percibir la historicidad del territorio y su variación conforme se van sucediendo los distintos contextos. Además, según Corboz (1983) el territorio es un proceso, un producto y un proyecto. Como proceso el territorio se forma, independientemente de

9 Para una síntesis de su producción ver Lorandi y Wilde 2000.

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la acción humana, en un tiempo largo y a diferentes escalas -por ejemplo, geomorfológicas. Como producto, desde el momento en que una población se asienta sobre el territorio establece una relación de ordenación y planifi-cación que posee efectos recíprocos. En tal sentido, el territorio es objeto de construcción: una clase de artefacto. Además, el conocimiento y gestión de las sociedades sobre el territorio lo convierten en un proyecto. El territorio cobra así una dimensión semántica que lo hace susceptible de un discurso. Por su parte, el territorio sobre el que se genera un sentido de pertenencia necesariamente confronta con el de otros (Zambrano 2001), de manera que se puede distinguir una pluralidad de territorios que están en disputa. Haesbaert (2005) denomina multiterritorialidad a esa coexistencia y superposición de apropiaciones materiales y simbólicas del territorio. Por último, dada la dimensión histórica del territorio existen marcas y huellas que se acumulan y superponen. Así, podemos imaginar al territorio como un palimpsesto formado por capas delgadas e incompletas de territorios que se borran, desdibujan y hasta suprimen (Corboz 1983). En suma, cada territorio es único en tanto ha sido ideado, proyectado y recreado, desde ciertos intereses y relaciones sociales. En el intento por reconstruir y conocer cada uno de estos territorios no debemos olvidar ningún tipo de fuente de información que evidencie territorios de otras épocas, productos de proyectos pasados que involucraron distintos agentes e intereses. Ahora bien, no sólo debemos considerar el concepto general de territorio sino también las particularidades específicas de un territorio de frontera. Por un lado, y dada su naturaleza paradójica, la frontera separa pero al mismo tiempo une. Por el otro, la frontera es un contexto especialmente activo y dinámico, al margen de lo institucional en términos relativos, con mayor diversidad y libertad social y propicio para el cambio y la agencia (Rice 1998). En este trabajo, considerando el yacimiento arqueológico en cuestión, nos remitimos a dos episodios de invasión y ocupación del territorio fronterizo de la Quebrada de Humahuaca con las tierras bajas orientales: el incaico, al cual aluden la mayoría de las explicaciones académicas, y el español, sobre el cual hacemos especial referencia a partir de la documentación trabajada. El interés por la apropiación y dominación incaica de la región del Zenta habría sido custodiar la frontera con los territorios no-conquistados del Chaco y la explotación de distintos recursos metalíferos y/o agrícolas. Sánchez (2003), basándose en documentación escrita, sostuvo que los inkas recurrieron al tras-lado de mitimaes que cumplían distintas tareas -militares (ocloyas), mineras (gaypetes), agrícolas y ganaderas (paypayas y ossas)- a la ladera oriental de la serranía del Zenta. Por su parte Raffino (1993), a partir del análisis de la arquitectura y los restos cerámicos del sitio, planteó que “Puerta de Zenta”

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habría sido una guarnición construida y ocupada, con cierta permanencia, por grupos étnicos trasplantados por el Tawantisuyu desde Potosí para defender enclaves productivos, como los campos de cultivo de Coctaca. Al momento de la ocupación colonial es posible que este sitio, o empla-zamiento, y su entorno también hayan sido objeto de apropiación. De hecho, según López (2009 y 2010), esta micro región fue transitada por los jesuitas quienes partían en “misiones campestres” al Chaco desde Salta, Jujuy y desde los pueblos de Humahuaca y Uquía. Estas “misiones rurales” implicaron el traslado de personas y objetos destinados al ritual, estrategias de circulación y de establecimiento en sitios a lo largo del camino. Adicionalmente, Sánchez y Sica (1990) plantean que la frontera incaica con el Chaco comenzó a des-componerse a partir de la conquista española. Los vínculos entre el oriente y el occidente siguieron existiendo, era una situación no definida estrictamente por la cual algunos indios de esa zona se subordinaban a los españoles pi-diéndoles “protección” contra otros grupos indígenas del Chaco. En este contexto territorial, la construcción de una fortaleza en la zona del Zenta puede haber sido crucial, tanto para los inkas como para los espa-ñoles. Aunque no tenemos aún suficientes datos para dirimir la cronología del sitio, “Fortaleza” o “Puerta” de Zenta, debemos destacar la continuidad en la ocupación de la frontera oriental de Humahuaca como lugar de transforma-ciones y contexto activo. Además, más allá de las diferentes interpretaciones arqueológicas del sitio queda claro en todas que su rol siempre se asoció a la fortificación para el control de un punto estratégico, dentro de un territorio fronterizo. Con todo, la probanza de méritos de Pablo Bernárdez de Ovando, miem-bro prominente de la élite jujeña durante el siglo XVII10, da cuenta de su presencia en esta frontera oriental. La documentación menciona que él había construido un castillo en “sus tierras”11 y se refiere a Ovando como “castellano del castillo de Senta”12. Ahora bien, para abordar la documentación y para

10 La riqueza patrimonial que Pablo Bernardez de Ovando acumuló a lo largo de su vida constituyó, en manos de su heredero, el Marquesado de Tojo (Ferreiro 2010). Muchos autores han trabajado con documentación o problemas relativos a este personaje (Madrazo 1982; Gentile 1994 y 1998; Ferreiro 2002, 2006 y 2010; Zanolli 2005; Palomeque 2006; Albeck y Palomeque 2009, entre los principales).11 AGI 1657. Lima 249 N 17, 4v., 12v., 13v. Puede llamar la atención el encontrar aquí a este personaje porque la mayor parte de su patrimonio se encontraba al norte de Humahuaca (Albeck y Palomeque 2009; Palomeque 2006). No obstante, Ovando fue tutor de su primo, Pedro Ortiz de Zárate encomendero de los Omaguaca, cuando era menor de edad. De la misma manera, su padre Gutierre Velasquez de Ovando había sido tutor del padre de Pedro, Juan Ochoa (Zanolli 2005).12 AGI 1657. Lima 249 N 17, 3r. Cuando se le hace la “merced” de este título se menciona

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interpretar la pretensión de este personaje sobre las tierras y el “castillo de Senta” debemos analizarla en una perspectiva regional. Esto implica tener en cuenta que el Tucumán Colonial presenta características propias de un territorio de frontera por varias razones. En primer lugar, el NOA tuvo una prolongada fase de conquista, los indígenas resistieron la invasión y colo-nización mediante el enfrentamiento armado o la negativa a tributar a los encomenderos. Los focos de rebelión fueron intermitentes pero constantes en toda la región, y a lo largo de gran parte del siglo XVII (Lorandi 2002). En particular, resaltamos aquí las dos grandes rebeliones en las que participó Ovando: la Gran Rebelión de 1630 a 1643 y la liderada en la década de 1650 por el falso inka Bohórquez. Aunque estas rebeliones tuvieron su foco en los Valles Calchaquíes afectaron, directa o indirectamente, a todo el Tucumán porque alentaron la resistencia de los indígenas en toda la región. En segundo lugar, el Tucumán aparece como una región pobre en relación a otras áreas del Virreinato (Quarleri 1997; Boixadós 2000), sobre todo en lo relativo a la riqueza material anhelada por los conquistadores y colonizadores españoles: la mano de obra indígena y los recursos mineros. Por último, la provincia colonial del Tucumán estaba limitada al oeste por la cordillera y al este por territorios no conquistados y carecía de una Audiencia propia -motivo por el cual estaba bajo la jurisdicción de la Audiencia de Charcas-, características que habrían contribuido a su situación fronteriza. Dicha situación reforzó el lugar de poder que, en general, los personajes de la elite colonial ocupaban en la configuración de los escenarios locales (Elliot 1990; Rice 1998; Zanolli 2005). Quizás, también por ello la encomien-da en el Tucumán tuvo fuerte vigencia a lo largo del siglo XVII (Zanolli y Lorandi 1996). De hecho, esto contrastaba con el resto del Virreinato donde, ya hacia fines del siglo XVI, era una institución en decadencia por haber sido fuertemente combatida desde la metrópoli (Elliot 1969). La similitud de la encomienda con la dinámica señorial de explotación del campesinado generaba una fuerte oposición de la Corona pero, por el mismo motivo, era la institución que mejor se adaptaba a las pretensiones que tenía la élite de convertirse en una suerte de nobleza. En este contexto, Ovando obtuvo una encomienda en la Puna jujeña a mediados del siglo XVII. Esto es relevante ya que, entre otras cosas, las encomiendas dieron un sustento “real” a la pretensión que tenía la élite colonial de mirarse en el espejo de la nobleza peninsular (Presta 2000; Ferreiro 2002), algo insoslayable en el análisis de

que es para “la entrada del Valle y puerta de senta de la jurisdicción de la dicha ciudad de Xuxui” (AGI 1666. Charcas 97 N 13, N 4, 1v.). Es de suponer que la denominación “Puerta de Zenta” dada al sitio arqueológico en cuestión por los arqueólogos que lo trabajaron fuera producto de su supervivencia en la memoria oral de las comunidades locales.

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un documento en el que un encomendero se dice “castellano” de un “casti-llo”13. En cuanto a la documentación, parte de la dinámica por la cual las élites construían su poder -lo que implicaba, a veces, obtener una encomienda- era la elaboración de informes o probanzas de méritos y servicios. Se trataba de una práctica de origen medieval que suponía un pacto de reciprocidad entre un señor y su vasallo; quien exponía los servicios brindados y pedía la compensación correspondiente. En el nuevo ámbito del imperio colonial estas probanzas sostuvieron aquella vieja concepción de justicia, sociedad y vínculo recíproco, entre la élite y el rey, a la vez que se convirtieron en un procedimiento muy burocratizado14 (Quarleri 1997; Mcleod 1998 y Gamboa 2002). Precisamente, en la probanza de Ovando se adjuntaron diferentes “constancias” o “certificados” de méritos que este personaje habría juntado a lo largo de su vida. Por ello, y en cuanto al tema que nos toca, al preguntamos qué quieren decir Ovando y los testigos por él presentados cuando hablan del “Castillo de Senta” y del título de “castellano” debemos tener en cuenta la matriz medieval y peninsular de sus representaciones, actualizadas por la situación de conquista en el Tucumán. El largo período de conquista y la per-sistencia del enfrentamiento armado con los indígenas en el siglo XVII habría permitido a la élite del Tucumán colonial -cuya aspiración era convertirse en una aristocracia inspirada en la nobleza peninsular- mantener vigente, e incluso renovar, el “antiguo ideal del honor basado en méritos militares” (Lorandi 2002: 201). Podemos afirmar, en ese contexto, que estos personajes se refieren a la presencia de un sitio militar, defensivo, amurallado, con alta visibilidad y emplazado en un territorio de frontera pero, en la referencia a

13 Es interesante observar que la referencia a castillos y al título de castellano aparece en otros documentos del siglo XVII relativos a otras zonas de frontera; por ejemplo en las provincias del Río de La Plata (AGI 1632. Carta de gobernadores. Charcas 28 R 4 N 49); el Tucumán (AGI 1671. Méritos de Alonso Mercado y Villacorta. Indiferente 121 N 148 y 123 N 51), el Reino de Chile (AGI 1618. Informaciones Pedro Ramírez de Velasco. Chile 42 N 3; AGI 1625. Informaciones Alonso Narváez y Valdelomar. Chile 43 N 12 y AGI 1678. Informaciones Diego de Lara y Escobar. Chile 49 N 3) y territorios peruanos (AGI 1662. Informaciones Pedro Vélez de Guevara. Lima 254 N 6).14 El proceso de una probanza era el siguiente: el interesado solicitaba a las autoridades coloniales que se investigara sobre los servicios prestados al Rey. Él mismo escribía sus méritos y pedía el “premio”. La investigación consistía en interrogar a varios testigos pre-sentados por el interesado, las preguntas formuladas por las autoridades formaban parte de un cuestionario que incluía temas generales -las informaciones de oficio: las generales de la ley, si había servido o “deservido” al Rey, si había sido compensado o no por eso-, así como cuestiones más específicas acerca de los méritos y hazañas del interesado. Además, debían incluirse los antecedentes familiares destacables (Levillier 1919-1920; Elliot 1969; Quarleri 1997; Mcleod 1998; Gamboa 2002, entre otros).

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esta frontera oriental, también subyace un proyecto de territorio que es ne-cesario comprender. Los colonizadores tomaban posesión intelectual o simbólica del territo-rio aún antes de la apropiación política-económica concreta. Este es el caso, por ejemplo, de las encomiendas no-efectivas de las jurisdicciones fijadas de derecho, antes que de hecho, o de la temprana cartografía jesuítica (Romero [1976] 2001; Bixio y Berberián 2007 y López 2009 y 2010 para el caso espe-cífico de Humahuaca). Esa apropiación intelectual implicaba un proyecto de territorio cuya imagen predominante fue la de un “continente vacío”, que debía ser reclamado por la simple voluntad y el derecho “natural” de aquellos moral y materialmente más desarrollados (Romero [1976] 2001). La documentación aquí presentada da cuenta de esta imagen, así como de la apropiación simbólica del territorio de la frontera oriental de Humahuaca por parte de Ovando y, a través de él, del sistema colonial al que representaba. Además, la documentación menciona también que la construcción del “Castillo de Senta” delimitaba un territorio “de paz”15, permitiendo controlar las vinculaciones con el territorio indómito del Chaco. Este territorio fron-terizo se representa dividido en pares de opuestos: paz vs. guerra, cristianos vs. infieles o indios amigos vs. indios enemigos16. Sin embargo, también nos permite entrever que esa construcción dicotómica del territorio no era efectiva en la práctica. En primer lugar, se advierte que algunos indios pueden pare-cer “amigos” sin serlo porque en verdad sólo llevan “capa de amistad”17. En segundo lugar, mientras se prohíbe a los soldados el traspaso de la frontera resulta evidente que se cruzaba al territorio de los infieles a realizar inter-cambios18. En tercer lugar, podemos preguntarnos si el territorio “de paz”, concebido necesariamente como cristiano, estaba libre de resistencia o en qué sentido los “indios amigos” eran cristianos. Por último, la documenta-ción se refiere a la naturaleza paradójica de los territorios de frontera, ya que menciona elementos de la cultura material netamente europeos19 en manos de los indígenas. De acuerdo con muchas de las características mencionadas en el trabajo, la zona del Zenta, situada al oriente de Humahuaca, funcionó como frontera geográfica, ambiental, cultural y política dentro de la región del Tucumán Colonial. El concepto de frontera permite comprender este territorio que se

15 AGI 1657. Lima 249 N 17, 12v., 13r., 15v. y 17r.16 AGI 1657. Lima 249 N 17, 4v. y 43v.17 AGI 1657. Lima 249 N 17, 13v.18 AGI 1657. Lima 249 N 17, 41r. y v.19 AGI 1657. Lima 249 N 17, 22r. y 37v.

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pretendía dicotómico aunque hubiera sido plural. Por un lado, porque existen distintas territorialidades en pugna; por el otro, porque esos territorios perdu-ran en el tiempo y se superponen a nuevas territorialidades. En consecuencia, la frontera oriental de Humahuaca no puede pensarse como un límite preciso entre un territorio de paz y otro de guerra sino como un continuum y un proceso (Rice 1998) en un lapso de larga duración que abarca, por lo menos, desde el período de la dominación incaica hasta la conquista y colonización española.

A MODO DE CONCLUSIÓN

En este trabajo intentamos presentar un caso que escapa a los límites dis-ciplinares y que, por lo tanto, debe ser abordado transdisciplinariamente. En efecto, esto implica que para verificar cualquier hipótesis sobre la ocupación del sitio arqueológico en cuestión deberíamos: a) fechar el sitio contemplan-do la zona de su emplazamiento como frontera oriental de la Quebrada de Humahuaca dentro de un proceso histórico continuo, antes y después de los límites temporales que los campos tradicionales de las disciplinas proponen; b) usar varias líneas de evidencia, no sólo la material; c) superar los razona-mientos lineales y simplistas en el estudio de la cultura material mediante distintas técnicas y herramientas conceptuales complejas y no dicotómicas que permitan profundizar el análisis. Nuestro trabajo actual se orienta en ese sentido; a partir de la documentación inédita hallada consideramos que tenemos algo más que aportar al análisis del sitio “Fortaleza de Puerta de Zenta” que asociamos al “Castillo/Fortaleza” de Senta. Sin embargo, no se trata de fechar el sitio nuevamente sino de poder comprender la complejidad del problema revisando los supuestos que han guiado las investigaciones anteriores. Así, buscando ajustar las herramientas metodológicas hemos considerado fundamental el eje conceptual de frontera como proceso que, en sus diversas dimensiones -fronteras disciplinares, espacio-temporales y culturales- permite contemplar las continuidades y discontinuidades. Para finalizar, y en relación al “Período de Contacto Hispano-Indíge-na”, podemos sostener ahora que esta categoría surgió de la necesidad de estudiar un período que, en apariencia, no estaba enteramente dentro del campo de la Arqueología ni de la Historia, entendidas ambas en su forma tradicional o más restringida. Por ello pensamos que hablar del “Período de Contacto Hispano-Indígena” conlleva varios problemas; en primer lugar, la palabra “contacto” deja afuera la violencia que caracterizó a la conquista y parece despojada de relaciones de poder; en segundo lugar, asume la inevi-table aculturación de los indígenas fundándose en una idea evolucionista

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según la cual la cultura europea occidental estaba destinada a vencer; en tercer lugar, es difícil determinar cuándo termina ese período y comienza la colonia propiamente dicha. Tradicionalmente se lo define por el estado de rebelión o resistencia abierta de los indígenas hacia la dominación colonial; sin embargo, a lo largo de los siglos XVI y XVII los focos de rebelión en el NOA que surgen y terminan son varios y diversos geográficamente. Entonces, aún cuando quisiéramos sostener la existencia de dicho período en la región sería muy extenso y su propia definición no sería coherente con los procesos que busca comprender. Por último, y en relación con la dificultad anterior, esa periodización implica una visión dicotómica y estrecha que no permite visualizar la relación colonial como un proceso complejo, presentando el paso abrupto de la total rebelión a la sujeción absoluta. Por ejemplo, para la región que estudiamos, suele tomarse la fundación de la ciudad de Jujuy (1593) y/o la captura del cacique Viltipoco (1595) como un corte que da inicio a la plena dominación colonial. En realidad, desde mucho antes los españoles penetraron en el territorio y establecieron diferentes relaciones de dominación con los habitantes del lugar, tanto desde Salta como desde Charcas. Además, aún después de aquella fecha de corte el grado de control efectivo de los territorios que se encontraban dentro de la jurisdicción de Jujuy debe ser estudiado detenidamente y no debe ser asumido20. Entonces, ¿qué categoría podemos utilizar para referirnos a los procesos ocurridos entre los siglos XVI y XVII en el NOA?, ¿cuándo termina el período de conquista y comienza el de colonización?, ¿tiene sentido separar los dos procesos?, ¿cómo contemplar la diversidad de situaciones y los cambios de la relación colonial a lo largo del tiempo sin perder de vista la continuidad del proceso? La formación del campo disciplinar de la Arqueología en torno al estudio de lo indígena y pre-colonial construyó un objeto de estudio que, por su propia definición, se extingue al momento de la conquista luego de un evanescente “Período de Contacto Hispano-Indígena”. Como resultado, no sólo se invisibilizó la continuidad de la ocupación del paisaje, las tecnolo-gías y las costumbres, sino que, además, se generaron algunos puntos ciegos donde ninguna disciplina pareció tener, aisladamente, la posibilidad de com-prender la totalidad y complejidad del problema de estudio. Por ese motivo, consideramos que es fundamental realizar un trabajo transdisciplinario; esto no solamente implica una cuestión metodológica; es decir, la utilización de diferentes líneas de evidencia sino que también alude a una postura teórica: la de concebir un objeto de estudio no escindido por barreras disciplinares.

20 Al respecto, Palomeque (2006) relativiza la fundación de la ciudad de Jujuy y la cap-tura de Viltipoco situando esos hechos en un contexto histórico complejo no exento de contradicciones.

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En suma, no se trata de apoyarse en varias disciplinas para corroborar datos, o llenar los vacíos de información de una con datos provenientes de otra, sino realmente de asumir el compromiso que implica el estudio de un problema que supera los límites que se fueron instalando entre disciplinas con la intención de reconstruir la complejidad de los procesos ocurridos.

AGRADECIMIENTOS

Agradecemos las observaciones realizadas por la Dra. Laura Quiroga y dos evaluadores anónimos a una versión anterior de este trabajo y cambie al CONICET que, mediante el subsidio PIP- CONICET 242 (2010-2012), financió esta investigación.

Fecha de recepción: 12 de noviembre de 2010Fecha de aceptación: 29 de abril de 2011

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* Becario doctoral, Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica, Argentina. E-mail: [email protected]

EL ABORDAJE COMPARATIVO DE ‘LA CONQUISTA’ EN

DOS AUTORES MESTIZOS: GARCILASO DE LA VEGA

Y RUY DÍAZ DE GUZMÁN

A COMPARATIVE APPROACH ABOUT ‘LA CONQUISTA’ IN THE

WORK OF TWO MESTIZO AUTHORS: GARCILASO DE LA VEGA

AND RUY DÍAZ DE GUZMÁN

Sebastián Eduardo Pardo *

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174 Sebastián Eduardo Pardo

RESUMEN

El artículo propone analizar la representación del proceso de domina-ción colonial, coloquialmente conocido como “La Conquista”, en los trabajos de dos autores pertenecientes a las primeras generaciones de mestizos de principios del siglo XVII: Garcilaso de la Vega y Ruy Díaz de Guzmán. La elección responde a dos cuestiones fundamentales; por un lado, ambos expresan un fuerte sentido de pertenencia regional al autodenominarse “naturales” de las áreas culturales sobre las cuales escriben; por la otra, ambos mantienen una relación compleja pero bien diferenciada con respecto a la problemática del mestizaje adscribiendo a identidades étnicas opuestas: mientras Garcilaso se presenta como inca, Ruy Díaz de Guzmán lo hace como español. En este sentido se discutirán las trayectorias de los mencionados autores para llevar a cabo el análisis comparado de sus vidas, sus ideologías y sus obras.

Palabras clave: mestizaje - conquista - adscripción étnica - biografía - historia americanista

ABSTRACT

This paper analyses the representation of colonial domination, pro-cess commonly known as “The Conquest”, in the work of two writers belonging to the first half-breed generations of the early 17th century: Garcilaso de la Vega and Ruy Díaz de Guzmán. The selection is based on two fundamental criteria: on the one hand both declare themselves as “naturales” and reveal a strong sense of belonging regarding the cultural areas they describe; on the other hand, both attach themselves to opposite ethnic identities, thus maintaining a different relationship with the complex problems of mestizaje and miscegenation -while Garcilaso claims to be an Inca, Ruy Díaz de Guzmán introduces himself as a Spaniard. Therefore, the biographies of both authors are discussed in order to understand their life trajectories, ideologies and work from a comparative point of view.

Key words: miscegenation - conquest - ethnic adscription - biography - American History

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INTRODUCCIÓN

A principios del siglo XVII concluye el período de consolidación del estado colonial, tanto en la región del Río de La Plata como en el Perú. Fue el resultado de un proceso de más de ocho décadas caracterizado por choques bélicos, alianzas y desplazamientos de poblaciones tanto europeas como americanas. En los documentos de la época, tales como las crónicas y las relaciones, así como también en las construcciones historiográficas poste-riores, este proceso fue denominado “La Conquista”. El uso de este término fue importado desde la Península Ibérica, donde se acuñó en el contexto de la expansión de los reinos cristianos del centro-norte de dicha Península hacia los dominios musulmanes del sur con el fin de legitimar la invasión1.

En América, el uso del término Conquista se extendió como una conti-nuación de aquel proceso comenzado casi un siglo antes; a manera de última cruzada legitimaba el sometimiento de la población nativa ante la pujante expansión del cristianismo. En este sentido, el desarrollo del concepto de conquista aludía a un mundo social que se imaginaba binario, en el cual un grupo de guerreros encarnado por los españoles se imponía -a través de sus armas y gracias a la Fe cristiana- sobre una enorme población designada genéricamente como “indios”. Asimismo, la diferenciación entre el con-quistador y el conquistado servía como justificación ideológica, tanto para el reordenamiento geográfico y étnico como para la profundización de las relaciones de estratificación social, puesto que la dominación se explicaba como resultado de la superioridad militar, cultural y religiosa de los “con-quistadores”. Además, aunque existía una clara noción de las particularidades lingüísticas, económicas, políticas y étnicas del heterogéneo mosaico cultural que presentaba el continente americano la denominación “indios” siguió apli-cándose a todos los originarios, aun pasado el momento del encuentro, pues no sólo operaba en el plano ideológico sino que funcionaba como categoría diferenciadora -desde el punto de vista racial, jurídico y tributario-, de los españoles. En este contexto, la existencia de mestizos creaba interrogantes

1 Para ser exactos, en la Península Ibérica se utilizó el término “reconquista” puesto que la legitimación se apoyaba en la supuesta recuperación de tierras pertenecientes a prín-cipes cristianos. Este cariz religioso resultó fundamental para el proceso de constitución ideológica de la unidad hispánica.

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acerca de su pertenencia social dado que se encontraban a media agua entre dos sociedades diferentes -por más que a la vez fueran los principales ejemplos de la interacción y amalgama entre ambas (Bernand 2000: 83).

En el presente trabajo se analizarán comparativamente los trabajos histó-ricos referidos al tema de la “Conquista” escritos por ilustres autores mestizos de principios del siglo XVII: Garcilaso de la Vega y Ruy Díaz de Guzmán. Aunque provenían de regiones distintas, hasta con sistemas sociopolíticos diferentes, compartieron características comunes que vuelven pertinente su comparación. En primer término, sus obras son consideradas los primeros ejemplos de historiografía americana puesto que la mayoría de las crónicas y las relaciones conocidas hasta ese momento habían sido escritas por au-tores peninsulares. En segundo lugar, porque caracterizan históricamente a sus respectivos lugares de origen describiendo tanto la geografía como las particularidades de sus habitantes y las costumbres. En este sentido, ambos presentaron sus obras como una respuesta a la necesidad de hacer conocer mejor el pasado y combatir la ignorancia o las lecturas equívocas del mismo. Asimismo, debe tenerse en cuenta que al pertenecer a las primeras genera-ciones de mestizos ambos gozaron de ciertas prerrogativas que les fueron negadas a muchos de su misma condición durante los siglos posteriores (Bernand 2001: 105-130). También es cierto que ambos autores asumieron adscripciones étnicas opuestas dentro de la concepción binaria del mundo colonial; mientras Garcilaso de la Vega se reconocía y reivindicaba como “indio”, Ruy Díaz lo hacía como “español”. Por estos motivos, pensamos que un estudio comparativo de los mencionados autores, enfocado en las lecturas que hacen sobre el tema de “la Conquista” y a partir de las particularidades de sus respectivos orígenes y contextos de producción, es relevante.

LA CONDICIÓN MESTIZA

En primer lugar, debemos tener en cuenta que al hablar de “los espa-ñoles” estamos refiriéndonos a una construcción ideológica surgida de la consolidación de uno de los primeros estados burocráticos europeos. En tal sentido la idea de una pertenencia común sólo pudo concebirse bajo el sím-bolo de la unión de las coronas de Castilla y Aragón -con la preeminencia castellana. Aunque las “compañías conquistadoras” estaban compuestas por grupos heterogéneos bajo el mando de capitanes en la práctica la cohesión al interior de dichos grupos, o bandos, se fundaba sobre alianzas y vínculos clientelares tejidos sobre los sentidos de pertenencia común a reinos, regiones y localidades. En otras palabras, las “patrias chicas” se sobreponían muchas veces a la identidad hispánica.

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Por su parte, como se mencionó anteriormente, la categoría de “indio” se extendía genéricamente a todos los originarios del continente americano, desde los habitantes de las Antillas hasta los pueblos de Tierra del Fuego. Sin embargo dentro de esa unidad general, construida en oposición a la mo-nolítica e ideal categoría de “españoles”, se señalaban diferencias concretas entre las “naciones de indios”2. De esta manera, las crónicas y las relaciones exhibían distinciones referentes a las particularidades económicas -cazadores o labradores-, políticas -república con orden y policía o behetrías- y étnicas -naciones o generaciones. Un ejemplo arquetípico de este tipo de clasificación se encuentra en la obra del jesuita José Acosta [1590] 1979), Historia Natural y Moral de las Indias, en la cual plasmó la distinción entre las “naciones de indios” a través de una clasificación valorativa de sus culturas y cuyo nivel de barbarismo fue caracterizado según el tipo de organización política. En esta clasificación los incas y aztecas fueron concebidos como las naciones más civilizadas debido a la complejidad de sus instituciones y cultos. En segundo lugar figuraban las organizaciones en behetrías y, por último, los nómadas cazadores recolectores, a quienes Acosta consideraba como arquetipos del salvaje3. Este trabajo tuvo una gran influencia en su época, especialmente en los escritos de Garcilaso quien -según Porras Barrenechea- contaba con un ejemplar del mismo en su biblioteca (Porras Barrenechea 1955: 10)4. Sin embargo, pese a este conocimiento sobre la multiplicidad de identificaciones, así como de la falta de homogeneidad al interior de las categorías “españo-les” e “indios”, la representación de la sociedad colonial continuaba, en lo fundamental, siendo binaria; es decir apoyándose en la idea recurrente de dos grandes bloques contrapuestos.

En este contexto la condición del mestizo era conceptualizada como el fruto de la mezcla entre los dos grandes bloques ideales. Más allá del amor o de las pasiones carnales de la naturaleza humana la existencia misma de mestizos era la expresión de una instancia de negociación y de alianza entre ambos grupos; así, el nacimiento de mestizos constituía la confirmación tá-cita de la unión entre los conquistadores con las familias políticas indígenas

2 Tanto el término “nación” como “generación”, derivado de la palabra “género” según el diccionario de Sebastián Covarrubias (Covarrubias 1615), son los más utilizados en las fuentes del período para referirse a las diferentes sociedades nativas.3 Acosta describe al grupo más bajo como “los indios sin ley ni rey, ni asiento, sino que andan a manadas como fieras y salvajes” (Acosta [1590] 1979: 304-305).4 Cabe señalar que más allá del etnocentrismo cultural propio de toda sociedad tanto los quechuas, de quienes descendía Garcilaso, como los guaraníes, de quienes descendía Ruy Díaz de Guzmán, se consideraban diferentes y superiores respecto de otros pueblos indígenas, principalmente por su calidad de conquistadores.

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de sus concubinas. Por este motivo, las circunstancias que dieron lugar a la concepción de nuestros autores son paradigmáticas; en ambos casos las uniones les sirvieron a sus padres como medio para asegurar tanto alianzas con las elites nativas como ascenso social en el marco de las transformaciones propias del desarrollo de la sociedad colonial.

El primero de nuestros autores, Garcilaso de La Vega, nació el 12 de abril de 1539 en la ciudad de Cuzco y fue bautizado con el nombre de Gómez Suárez de Figueroa, como su bisabuelo paterno5. Era hijo del capitán español Sebastián Garcilaso de la Vega y de la ñusta6 Chimpu Ocllo, perteneciente a la panaca de Tupac Yupanqui -de hecho Garcilaso lo menciona como su bisabuelo-, luego bautizada con el nombre de Isabel Suárez7. El papel que jugó la madre en la formación del futuro escritor fue muy importante ya que lo educó en lengua quechua y lo puso en contacto con los miembros de la antigua nobleza cuzqueña8.

Por el lado paterno, Gómez estaba ligado a una rancia familia de Ex-tremadura; años más tarde esos parientes recibieron y albergaron a nuestro autor en España pese a su estatus de “hijo natural”9 (Porras Barrenechea 1955: 3-5). Por proceder de la misma región de Extremadura que los Pizarro su padre estaba íntimamente ligado con ese bando, conservando fuertes lazos de alianza con Francisco Pizarro. Este hecho da cuenta de la preeminencia de las “patrias chicas” al momento de sentar posición ante las alianzas que se tejían durante las luchas facciosas.

A los diez años del nacimiento de Gómez, el capitán Garcilaso de la Vega deja a Isabel para contraer matrimonio legítimo, por recomendación de la Corona, con una adolescente criolla de pura ascendencia española; mientras hace casar a Isabel con otro soldado español de menor rango. Como fruto de su nuevo matrimonio el padre de Gómez tuvo otras dos hijas a quienes reco-

5 El tema del cambio de nombre se tratará más adelante.6 Grado de jerarquía dentro de la nobleza incaica, su referencia nos llega únicamente a través de los escritos de Garcilaso sin que el dato esté confirmado en ninguna otra documentación.7 La traducción literal de panaca es “hermandad” y denomina a grandes rasgos al linaje estructurado en torno del culto de la momia del Inca. Según Rostworoski (1988), este vínculo de parentesco -real o ritual- sigue un patrón matrilineal, lo cual explicaría el rol jerárquico de la madre de Garcilaso y que éste le asignase el estatus de “princesa” a fin de autolegitimarse en términos del sistema representación europeo. 8 Aparentemente Garcilaso habló el quechua hasta su muerte, ya que en la redacción de su testamento figura la participación de un traductor (Porras Barrenechea 1955).9 La denominación de “natural” fue común para la mayoría de los mestizos; al respecto, era la misma ilegitimidad de su origen -el no provenir de un matrimonio formal- y no el carácter “mixto” de su sangre lo que los privaba del ejercicio pleno de los derechos castellanos.

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noció como “legítimas”, a diferencia de Gómez quien siempre fue considerado “hijo natural”. A pesar de esta diferenciación en su testamento el capitán de la Vega le legó cuatro mil pesos, una fuerte suma para la época, con el fin de que fuera a estudiar a España (Varner 1968; Brading 1986).

El otro autor, Ruy Díaz de Guzmán, nació entre 1558 y 1560 en Asunción del Paraguay. Su padre fue el capitán español Alonso Riquelme de Guzmán quién llegara al Paraguay integrando la comitiva del adelantado Alvar Núñez Cabeza de Vaca. Su madre fue doña Úrsula de Irala, mestiza hija de “la india” Leonor y de Domingo de Irala -este ejerció el cargo de gobernador del Paraguay tras la deposición de Alvar Núñez quien fue trasladado a España encadenado10. Las circunstancias que rodearon la unión de los padres de nuestro autor nos brindan otro ejemplo de la práctica social de las alianzas estratégicas sobre la base del parentesco. Tras la deposición y expulsión del Adelantado, el padre de Guzmán fue descubierto urdiendo un plan para derrocar a Irala junto a otros españoles que llegaron con el contingente de Cabeza de Vaca. Por este motivo se los condenó a la horca pero el mismo Irala le ofreció casarse con su hija, de tan solo trece años, a fin de conmutar la pena de muerte por la alianza; evidentemente este ofrecimiento respondía a la necesidad del cau-dillo de sumar aliados entre los deudos de Guzmán. Su táctica se basaba en la combinación de dos instituciones con orígenes diferentes: por un lado, la institución guaraní del cuñadazgo con la cual se tejían alianzas, a través de la unión con hijas, sobrinas o hermanas, entre los núcleos indígenas y los españoles; por otro lado, la institución del casamiento cristiano que, más allá de las connotaciones religiosas, era la manera de establecer alianzas a través del registro en el correspondiente libro parroquial.

CONTEXTO SOCIOPOLÍTICO Y DE FORMACIÓN

Tanto Garcilaso de La Vega como Ruy Díaz de Guzmán nacieron y cre-cieron en los asentamientos españoles más importantes de la época para sus respectivas regiones. Ambos siguieron la tradición paterna desarrollando sus carreras militares en tierras distantes; pese a lo cual la noción de “patria” que forjaron en sus respectivas obras está vinculada con las regiones donde nacieron y se criaron. Repasemos, entonces, dónde se genera esa noción de pertenencia así como las respectivas adscripciones étnicas que asumieron y plasmaron en sus obras.

10 Si bien Guzmán a lo largo de su obra trata de desligar a Irala -su abuelo- de estos sucesos diciendo que en ese momento estaba enfermo, fue Irala uno de los principales instigadores de este hecho para recuperar el cargo de Gobernador.

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El Cuzco era la antigua capital administrativa y religiosa del Tawantisu-yu, pese a su ocupación por parte de los españoles y de la erección de Lima como capital del Virreinato, continuó siendo la ciudad más importante del Perú; no en vano la lucha por su control fue el principal objeto de las disputas entre los almagristas y los pizarristas durante las guerras civiles. A lo largo del proceso de ocupación el capitán Sebastián de la Vega demostró gran talento a la hora de tejer y destejer alianzas, un ejemplo fue su unión con Chimpu Ocllo, quien por pertenecer a la panaca de Huascar era comúnmente visitada por parientes de la nobleza muy relacionados con el sistema administrativo incaico. Además, pese a formar parte del bando pizarrista enfrentado a la Corona durante las guerras civiles en la última batalla el capitán de la Vega terminó uniéndose al bando realista, lo cual le valió el dudoso mote de “el leal de tres horas” (Porras Barrenechea 1955). Esta lucidez a la hora de forjar alianzas le sirvió para incrementar ostensiblemente tanto su prestigio como su patrimonio y le permitió a su hijo, Gómez, llevar una vida bastante aco-modada, dedicada a los juegos ecuestres y a la exploración de las calles de Cuzco -aun en constante cambio y transformación- junto a sus amigos. Varias décadas más tarde, en efecto, mencionaba dichos cambios al hablar sobre su infancia en la antigua capital imperial.

A partir de 1551, tras la separación de sus padres, Gómez pasó a vivir en el hogar paterno donde comenzó a ser educado en el idioma español y en las primeras letras por Juan de Alcobaza, un amigo de su padre. A partir de este momento comenzó la segunda parte de su educación, correspon-diente al mundo cultural español. Años más tarde, y junto a otros mestizos, estudió bajo la tutela del canónigo Juan de Cuéllar quien soñaba con enviar a sus mejores alumnos a la célebre Universidad de Salamanca. Así, Gómez fue progresivamente educado en las dos culturas a las que pertenecían sus padres: durante sus primeros años aprendió la lengua materna así como los usos, historias y costumbres de su ascendencia quechua y en una segunda etapa se empapó de la cultura española y sus letras. El conocimiento de ambas culturas le fue de gran utilidad para convertirse en intermediario; un ejemplo es referido por el mismo Garcilaso, cuenta que cuando nombraron a su padre Corregidor y Justicia mayor del Cuzco además de escribir sus cartas era él quien llevaba la contabilidad de la tributación indígena por entender el uso de los quipus, cumpliendo, como da cuenta su discurso autobiográfico, el rol de “mediador cultural”.

Al otro lado del continente sudamericano, en 1537 Juan de Salazar fundaba el fuerte de Nuestra Señora de la Asunción sobre un puerto natural ocupado por una población guaraní, conocida como “carios”, constituyendo el núcleo de irradiación desde el cual se expandió la presencia española a lo

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largo de todo el Río de La Plata11. El asentamiento de los primeros españoles fue posible gracias a las alianzas establecidas con la población local a través del cuñadazgo (Susnik 1965). Con respecto a esta institución, el propio Ruy Díaz señalaba que “ha quedado hasta ahora el estilo de llamar a los indios de su encomienda con el nombre de tobayá, que quiere decir cuñado” (Guz-mán [1612] 1986: 145). En efecto, durante las primeras décadas de presencia hispánica la extensión de esta práctica constituyó la causa de la tan mentada “poligamia” que caracterizó a Asunción como “el paraíso de Mahoma”. Cabe señalar que Domingo de Irala, abuelo de Ruy Díaz Guzmán, supo comprender de inmediato los mecanismos sociopolíticos de las tradiciones indígenas y aplicó inteligentemente la combinación de las pautas e instituciones de am-bas culturas; así mientras engrosaba su Teyupa, o “casa grande”, con mujeres portadoras de alianzas y clientes -tanto españoles como indígenas- se hacía reconocer dentro de las instituciones de la legislación hispánica, legitimando dichas alianzas bajo la forma del casamiento cristiano. Entre 1558 y 1560 de la unión forzosa nació Ruy Díaz de Guzmán; lamentablemente conocemos poco de su juventud más allá de que vivió con ambos junto a sus cuatro her-manos hasta su adolescencia, cuando acompañó a su padre en las campañas de fundación y “pacificación” (Quevedo 1979)12. Este aspecto de la vida del autor es importante pues permite tener una idea cabal de la centralidad de las campañas bélicas en la dinámica que adquirió la expansión hispánica en la región. Por su parte, marca una diferencia con respecto a la situación en el Perú ya que si bien no faltó la guerra esta tuvo la misma intensidad en los enfrentamientos entre “españoles” e “indios” que entre las diversas faccio-nes de los primeros. En general, los conquistadores articularon sus intereses con los de las altas jerarquías nativas, propias de un sistema sociopolítico estratificado de tipo estatal; no obstante en el Paraguay la organización po-lítica locsal se basaba en familias extensas caracterizadas por su alto grado de autonomía política y económica. Por lo tanto, las alianzas en términos de parentesco tuvieron un papel central en la expansión de la presencia euro-pea. No obstante a partir de 1556 Necker (1983: 7-29) destaca que hubo un progresivo aumento de los movimientos de rebelión ante las transformaciones

11 En 1537 funda el puerto de Nuestra Señora de Asunción con un fuerte homónimo y en 1541 Domingo de Irala refunda la ciudad, erigiendo un nuevo sitio para el cabildo y convirtiéndola así en una ciudad en pleno derecho jurídico (Sánchez Quell 1964: 55).12 “Pacificación” era el término legal utilizado en buena parte de la documentación de la época para denominar las campañas de represión sobre los grupos indígenas que se negaban a pagar tributo o cuyos fines eran esclavistas. También se utilizaba el término “malocas” para referirse a la caza de esclavos, sin embargo como era una práctica condenada por las Leyes de Indias solo aparece en papeles que la denuncian.

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sociales que conllevaban la aplicación de instituciones coloniales como el repartimiento, el yanaconazgo y la encomienda. Durante la década de 1570 las revueltas, acompañadas por una marcada caída demográfica indígena, favorecieron el proceso de fundación de nuevas ciudades por parte de la población no-indígena -compuesta por criollos y mestizos excluidos de los repartimientos- como medio para disminuir las tensiones internas. En este contexto de cambios, resistencia y traslación, se desarrolló la juventud de Guzmán y fueron estas circunstancias las que dejaron una impronta en su concepción de la “Conquista”.

En cuanto a la educación de Guzmán no contamos con datos certeros acerca de cómo aprendió a leer y escribir pero en su obra él menciona una escuela donde “más de 2000 personas” recibía su educación (Guzmán [1612] 1986: 217). En referencia a su escritura, ésta presenta rasgos arcaicos y con-servadores con respecto a las normas y usos literarios de la época (Granada 1979). Esta característica puede estar asociada al relativo aislamiento del Paraguay y el Tucumán, regiones en las que vivió el autor, con respecto a la metrópoli; o al estilo imperante en la escritura de tipo administrativa -como las cartas, los informes, las probanzas y las denuncias judiciales. En ese sentido cabe destacar que aunque no quedan muchos registros de sus documentos, con excepción de su probanza de méritos y servicios, las sentencias a favor de éste en los diferentes procesos y las denuncias que se le establecieron dan cuenta de un buen manejo de la pluma en los contextos burocráticos y legales. Con relación a su conocimiento del idioma guaraní, no sólo puede inferirse a partir del supuesto de que la mayor parte de los mestizos criados en Asunción lo dominaban sino también porque durante su campaña contra los chiriguanos -pueblos de habla guaraní- en 1616 nuestro autor pronunció un discurso en esta lengua en el pueblo de Charagua (Guzmán [1617-1618]) 1979). En dicha ocasión el uso de la lengua guaraní resultó clave en el esta-blecimiento de una alianza con los pobladores de la comunidad de Charagua para combatir a sus enemigos de las poblaciones de los ríos Pilcomayo y Parapití. No obstante, Thierry Saignes en su lúcido trabajo sobre el papel de los mestizos entre los chiriguanos sostiene que Guzmán, a pesar de hablar esa lengua, no logró jamás comprender la dinámica de las alianzas y las rup-turas entre capitanías que caracterizaba al sistema sociopolítico chiriguano (Saignes [1982]: 2007: 185-205)13.

13 Esta afirmación puede objetarse dado que fueron precisamente las agudas descripciones de Guzmán, insertas en los informes elevados a la Audiencia de Charcas, las que permi-tieron tener una referencia directa de la dinámica de alianzas y rupturas entre las capita-nías. Además aunque Saignes reconoce la sensibilidad de Guzmán respecto a la dinámica política de los chiriguanos, termina relativizándola debido al fracaso en el que culminó la empresa de sostener un fuerte en pleno territorio chiriguano (Saignes [1982] 2007: 202).

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LAS TRAYECTORIAS

Los dos autores seleccionados tienen en común el haber desarrollado tanto su vida militar como sus trabajos escritos fuera de sus ciudades de origen. En este aspecto podemos encontrar ciertos paralelismos entre ambas trayectorias de vida.

Tras la muerte de su padre Gómez viajó a España para estudiar y cono-cer a su familia paterna, poseía derecho a la renta de una chacra de coca en Havisca, provincia de los Andes, cuyo usufructo legó a su madre14. Al des-pedirse del corregidor Polo de Ondegardo cuando partía, éste le enseñó las cinco momias incaicas recién descubiertas y amontonadas en una habitación. Este suceso llevó a Gómez a pensar en el triste destino de la grandeza de sus antepasados y a tomar conciencia de la dimensión de las transformaciones del momento; posteriormente la desazón que expresó sobre este acontecimiento en sus escritos excedió a la indignación por la profanación realizada -dado que consideraba a las momias como símbolos de su noble linaje y llegó a identificar a una como la de su abuelo15.

En España vivió con su tío Alonso Suárez de Figueroa en la villa andaluza de Montilla, entre 1561 y 1563 se radicó en Madrid para reclamar mercedes ante el Consejo de Indias por los servicios prestados por su padre en Perú. No tuvo éxito en su cometido ya que el licenciado Lope García de Castro ar-gumentó, como antecedente negativo, la antigua amistad y servicios que su padre había prestado a Pizarro durante las guerras civiles siguiendo la Historia general de las Indias de Francisco López de Gómara [1555]16. Por esta razón Garcilaso trató de desmentirla a lo largo de toda su obra, aunque también procuró justificar la rebeldía de los Pizarro por considerarlos verdaderos conquistadores17. Aparentemente, ese mismo año pretendía regresar al Perú, había conseguido una Cédula Real que lo autorizaba para hacerlo pero desistió pues supo que el licenciado García de Castro, miembro del Consejo que había

14 Cabe recordar que la producción de coca fue una de las actividades económicas más rentables de la época, solo superada por la actividad minera y los acarreos. 15 Para una interesante interpretación sobre las connotaciones del descubrimiento de estas momias en el seno de la elite indígena cuzqueña puede consultarse el trabajo de Gonzalo Lamana (1997: 119-141). 16 Según Miro Quesada, en el ejemplar del libro de Gómara [1555] poseído por Gracilaso éste había anotado: “Esta mentira me a quitado de comer”, junto al pasaje que mencionaba el préstamo de un caballo realizado por su padre a Pizarro -acto por el cual se lo acusaba de traición (Miró Quesada 1971: 88).17 Ruy Díaz realizó la misma operación estratégica, en su relato sobre la deposición del gobernador Alvar Núñez aleja a su abuelo Irala de la escena al mencionarlo como “enfermo”.

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abogado en contra de su derecho a las mercedes de su padre, viajaba a Perú designado como nuevo Virrey. A partir de ese año cambió su nombre por el de Garcilaso de la Vega, como lo atestigua el estudio de Porras Barrenechea sobre su vida en Montilla (Porras Barrenechea 1955: 8). Durante la década de 1560 realizó su paso por la carrera militar, sirviendo en Navarra e Italia (1564), más tarde participó de la represión de los moros levantados en las Alpujarras de Granada (1568-1570). Su actuación le valió el nombramiento de Capitán, en 1574 firmó los poderes que efectuó para la administración de sus chacras de coca en el Cusco utilizando el título de “Capitán” (Porras Barrenechea 1955: 9).

Sin embargo, pese a acceder a este título las exigencias de “limpieza de sangre”, sumadas a su estatus de “hijo natural”, le vedaban toda posibilidad de ascenso en la carrera militar y decidió abandonarla. Esta circunstancia fue trascendental para su futura trayectoria ya que le impuso un cambio de ocupación: pasó de la carrera militar a administrar las propiedades y rentas de su familia paterna, actividad que acompañó con la cría de caballos y la literatura. Siguiendo este nuevo rumbo, en 1586 termina la traducción, del toscano al castellano, de Los diálogos de amor de León el Hebreo. Se publicó cuatro años más tarde, con una dedicatoria a Maximiliano de Austria, bajo el título “La traduzión del indio de los tres diálogos de amor de León Hebreo, hecha de italiano en español por Garcilasso Inga de la Vega, natural de la gran ciudad del Cuzco, cabeza de los reynos y provincias del Pirú” (Gracilaso de la Vega [1590] 1947). Es en esta publicación donde se asumió públicamente, y por primera vez, como “indio”. En esos años también envió cartas, tanto a Maximiliano de Austria como al propio Rey Felipe II, solicitando protección y mercedes para seguir con sus escritos y apelando al alto valor simbólico que tendría para los indios, los españoles y los mestizos del Perú, como de toda América. Aunque el título de “Inca” parecería servirle para resaltar su pertenencia a un linaje real en el contexto una sociedad estamental como la española sólo lo empleaba en las portadas de sus libros, ya que en los documentos públicos firmaba como Garcilaso de la Vega. En los trabajos si-guientes, dedicados al Perú, la reivindicación de su noble linaje tomó cada vez más fuerza.

Por su parte, Ruy Díaz de Guzmán comenzó la carrera militar en la década de 1570, cuando asistió a la fundación de la Villa Rica del Espíritu Santo. Su participación en la empresa, tal como consta en su Relación de Méritos y Servicios [1605], fue a su costa y con sus propias armas. Luego actuó en nu-merosas entradas, llegando hasta los confines del Brasil en compañía de Díaz Melgarejo. En 1580 formó parte de la represión del llamado “Levantamiento de Los Siete Jefes” en la recientemente fundada Santa Fe la Vieja. A lo largo de veinte años desfiló por las florecientes ciudades del Tucumán actuando bajo

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diferentes cargos y logrando su ascenso desde el escalafón de soldado hasta el de Capitán. Al respecto, participó en la fundación de la ciudad de Salta (1582), en la mudanza de Villa Rica (1590) y tres años después desempeño un importante papel como fundador de Santiago de Jerez (1593), cuando se erigió como Gobernador de la Provincia Nueva Andalucía18. En 1602 se le ordenó dirigirse a Buenos Aires para trabajar en su fuerte, permaneció tres años allí y en varias oportunidades chocó con Hernandarias -primer criollo con cargo de Gobernador- viéndose compelido por éste a dirigirse fuera de la jurisdicción. Esto lo llevó a la ciudad de La Plata en 1605, donde levantó su Probanza de Méritos y Servicios. Aquí tenemos un testimonio de su buen manejo de la pluma en los contextos administrativos, ya que gracias a sus informes consiguió el título de Contador de la Real Hacienda en Santiago del Estero, ejerciendo la tarea de fiscal de contrabando (Molina 1998). Pese a todo, al poco tiempo volvió a chocar con las autoridades: esta vez con el Gobernador de Tucumán por lo que debió regresar a La Plata, donde escribió un extenso memorial en contra de éste esperando conseguir una encomienda en la ciudad de Talavera de Esteco. Aunque nunca se le asignó tal encomienda fue justamente en La Plata donde comenzó a escribir sus Anales de la historia del Río de la Plata, obra que culminaría en 1612.

LAS OBRAS

La de Garcilaso es la más extensa de las dos y, en un sentido literario, la más ricamente elaborada. A diferencia de Guzmán, Garcilaso alcanzó a ver publicadas sus obras aunque por falta de apoyo en España debió hacerlo en Portugal. En 1605 se editó La Florida del Inca donde describe la campaña de conquista realizada por Hernando de Soto en la Florida y la región del Mississippi. La obra está dividida en seis libros, correspondientes a cada año de aquella conquista. Aunque el marco geográfico al que se refiere escapa a las noticias de primera mano que nos pueda dar Garcilaso en relación con la perspectiva indígena, en ella aparecen algunos elementos que permiten entender la visión que construye sobre “la Conquista”. En 1609 se editó la Primera parte de los Comentarios Reales, considerada su obra más impor-tante. Allí describe minuciosamente el origen del imperio Incaico, las leyes, las costumbres y la modalidad de gobierno de los Incas del Perú. En cambio, la Segunda parte o Historia General del Perú fue publicada tras su muerte

18 Este acto reviste importancia porque le permitió tomar posesión de tierras en los con-fines de las últimas provincias guaraníes y porque lo hizo en nombre del Rey, llamándolo “nuestro rey e señor natural”.

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en 1617. Allí cuenta la historia del descubrimiento del Perú y de cómo “lo ganaron” los españoles, incluyendo el período conocido como guerras civi-les. Esta obra, generalmente considerada de menor calidad que la anterior; contiene sin embargo interesantes datos sobre los pormenores de las guerras civiles hasta el arribo del Virrey Francisco de Toledo.

En el caso de Ruy Díaz de Guzmán su obra recién conoció la imprenta en el siglo XIX, cuando fuera publicada por Pedro de Angelis en 1835. Se sabe que su manuscrito fue copiado muchas veces y que sirvió como fuente para numerosos historiadores de renombre, como los jesuitas Pedro Lozano, José Guevara y el comisionado de límites Félix de Azara. La obra remite ex-clusivamente a la historia de la Gobernación del Río de La Plata, puesto que utiliza términos como “provincias comarcanas” para referirse al Tucumán mientras que para referirse al Perú utiliza la expresión “aquel reino” como bien señala Molina (1998).

LA ADSCRIPCIÓN ÉTNICA DE LOS AUTORES

En cuanto al tema de la identidad étnica de ambos escritores, aun cuan-do se forjó en el marco del binomio que dividía a “indios” y “españoles” se trató de una operación llevada a cabo abiertamente; es decir, asumiendo la pertenencia desde el principio de sus obras, ya fuera en los títulos o en las introducciones. Al respecto, un análisis de las estrategias argumentales utilizadas permite apreciar ciertos matices dentro de la perspectiva binaria.

Ruy Díaz de Guzmán se representa a sí mismo como “español” y desde las primeras páginas se dedica a trazar su linaje español por el lado paterno, remarcando la participación de sus antepasados ilustres y con abolengo en diversas conquistas. Deja en el más completo silencio cualquier referencia al linaje de su línea materna, limitándose a mencionar a su abuelo Irala por sus expediciones de “conquista” y su cargo de Gobernador. En este punto cabe realizar una reflexión sobre el origen de Guzmán y su condición: el hecho de ser hijo de una mestiza y un español lo convertía en un “cuarterón”. Este dato no es menor si se tiene en cuenta que, en la expresión de las identida-des, la distancia que separa a un individuo de un pariente “otro” desempeña un papel importante en la autoidentificación; y sumado a su condición de “hijo legítimo”, debieron ser los principales factores que influyeron en su adscripción como “español”.

En lo referente a la representación de “los indios”, el trabajo de Guz-mán distingue una amplia variedad de “naciones”. El primer aspecto de su caracterización, y el principal para Guzmán, refiere al tipo de relación que las “naciones de indios” tenían con los “españoles”, distinguiendo a los

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“indios amigos” de los “indios de guerra”. Tras esta distinción describe las “naciones” como las regiones en que las mismas habitan, mencionando las lenguas que habla cada una. También hace una diferenciación más palpable entre los pueblos agricultores y los cazadores-recolectores, para quienes la mayor parte de los adjetivos que utiliza son despectivos. Por último, resalta la existencia de pueblos indígenas que “viven en república”, como los xarayes o jarayes, a quienes distingue por su “gran orden y concierto” (Guzmán [1612] 1986: 82). Cabe señalar que sus territorios eran colindantes con la ciudad de Jerez, fundada por él mismo. A pesar de estas distinciones, en la mayor parte de la obra “el indio” aparece como una categoría general, siendo calificado generalmente como traidor o enemigo.

Con respecto a los mestizos, cabe destacar que al mencionarlos sobre-sale el uso de la tercera persona, como si tratara de tomar distancia a través de esa operación gramatical. Describe a las mujeres mestizas como afables, discretas y honradas, mientras los méritos de los varones consisten en ser “buenos soldados, diestros con la escopeta y con los caballos” y, sobre todo, “muy obedientes y leales servidores de su majestad” (Guzmán [1612] 1986: 146). Lo más interesante de esta referencia es su descripción sobre el origen de los mestizos, ya que introduce el problema a raíz del sofocamiento de un intento de traición de los indios; en otras palabras, tras la represión del levantamiento “los caciques les dieron a los españoles a sus hijas y herma-nas, en señal de alianza y amistad” (Guzmán [1612] 1986: 145). Finalmente remarca el servicio que prestan a la corona a cambio del otorgamiento de mercedes, cargos públicos y hasta encomiendas19. En este punto no puede dejar de mencionarse el papel protagónico que tuvieron los mestizos en la antigua sociedad asuncena puesto que conformaban un grupo que superaba en número a los españoles.

En el caso de Garcilaso, debe considerarse, en primer lugar, la transfor-mación de su nombre; aunque representaba una práctica común en el siglo XVI revela con claridad el cambio que se estaba gestando en su interior. Al principio fue un joven aristócrata con pretensiones a las mercedes que le correspondían por los servicios prestados por su padre, luego se dedicó a una carrera militar que muy pronto le mostró sus límites y recién en su madurez, lejos de su tierra, comenzó a reivindicar su ascendencia indígena. En este contexto asumió su identidad étnica en sus escritos; a pesar de sus

19 Gandía (1932) cita un “Memorial” de 1575 escrito por el padre Martín González donde denuncia que los mestizos aliados con “los naturales que son sus tíos y parientes han querido alzarse con la tierra”. Esta denuncia no es aislada, varias fuentes hablan del gran número de mestizos de forma despectiva destacando el temor que despertaban tanto por las relaciones de fuerza como por la lealtad hacia sus parientes indígenas.

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ropas, su forma de vida, o simplemente el idioma con el cual escribe Garci-laso comenzó a crearse a sí mismo como “indio”, hurgando en los trabajos de historiadores europeos las acalladas palabras de su pueblo para tratar de darles voz a través de su pluma. Con todo debemos subrayar que su adscrip-ción, más allá de cómo la presenta, queda parcializada en el sentido de que no engloba a todo el universo indígena. En efecto, Garcilaso sólo se reconoce como “indio” en referencia a los Incas y a la gente de su linaje -es decir, a la elite prestigiosa y legitimada por el derecho de conquista de sus antepasados. En cambio, cuando se refiere a otras naciones, o a los “indios del común”, lo hace en tercera persona y los desmerece por su función de informantes de los españoles. Esta reivindicación de pertenencia a la elite indiana no le impide defender su condición de mestizo puesto que cuando alude a los miembros de este grupo les asigna un papel importante, describiéndolos como sagaces, incansables y fieles para con la Corona. Los representa como en definitiva se considera a sí mismo: una especie de síntesis mejorada de la conjunción de ambos pueblos.

En definitiva, tenemos dos mestizos que siguieron caminos diferentes a la hora de definir su etnicidad y que, sin embargo, comparten algunos puntos en sus discursos. En primer lugar, aun cuando reproducen la visión hegemónica de su época basada en la idea de dos sociedades diferentes se refieren a las mismas como entidades dinámicas, superpuestas y en constante interacción. En segundo lugar, ambos reconocen la soberanía de los reyes de España sobre América y, más importante aún, sobre sus patrias como garantía última de orden social y político.

CONCEPCIONES DE LA “LA CONQUISTA” EN LA HISTORIA

En Garcilaso encontramos el trabajo maduro de un historiador completo pues además de apoyarse en los relatos de testigos, como sucede en el caso de las crónicas, los contrasta con otra información -tanto oral como escrita. En el siglo XIX su obra fue tomada erróneamente como literatura utópica pero durante el siglo XX, a partir de denodados estudios, recuperó el lugar que merece dentro de la historiografía americanista. Según sus propias palabras vertidas en La Florida del Inca ([1605] 1986) Garcilaso se declara “enemigo de las ficciones”, como las novelas de caballería tan comunes de la época. En esta misma línea remarca la necesidad, quizás algo idealista, de “escribir las cosas como son y como pasaron”. Por este motivo trata de tener en cuenta opiniones de terceros o de extranjeros, a fin de reducir los peligros de caer en fábulas. En cambio, Ruy Díaz de Guzmán se limitó a tratar de contar las cosas tal cual le fueron narradas ofreciendo su buena fe como garantía del

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testimonio de quienes han visto y oído. Garcilaso recurrió al mismo recurso para reafirmar su relato; sin embargo, contaba con la ventaja de disponer de crónicas producidas 50 años antes sobre la materia que él trataba. Precisa-mente, uno de los principales motores de su obra fue la necesidad de corregir los errores y confusiones que surgieron respecto a su pueblo. En este sentido planteó numerosas correcciones a la mala interpretación que diversos autores europeos hicieron sobre las palabras en quechua y sus deformaciones20. No se puede dejar de lado la influencia ejercida por La historia de los Incas [1572] de Pedro Sarmiento de Gamboa, confeccionada por mandato del Virrey Fran-cisco de Toledo. La mencionada obra construye una “leyenda negra” sobre la legitimidad de los incas, a quienes describe como usurpadores de los pueblos que los precedieron. En cambio, el acceso de Ruy Díaz de Guzmán a otros trabajos relacionados con el suyo -con excepción de La Argentina de Martín del Barco Centenera [1602], con quien cohabitó varias veces en la misma ciudad- es cuestión de especulación pues aclara que el motivo de su obra es “que hasta ahora no haya habido quien por sus escritos nos dejase alguna noticia de las cosas sucedidas en 82 años en que comenzó esta conquista”.

En Garcilaso, el hecho mismo de “La Conquista” genera una contradic-ción porque lamenta el mundo que se derrumbó tras el arribo de los espa-ñoles pero reconoce la legitimidad de estos últimos y resalta la llegada del catolicismo como una mejora concreta para las almas de los “indios”. Esta contradicción es resuelta de forma inteligente al colocar a los españoles como continuadores y garantes de la obra civilizadora comenzada por los incas. Al respecto, los primeros capítulos de los Comentarios Reales (Garcilaso de la Vega [1609] 1996) describen la barbarie y el desorden que reinaban antes de la llegada de los incas. Este desorden se refleja en la diferencia de lenguas, en las “malas costumbres” y en los cultos dirigidos a diversos dioses y cosas -como la luna o las montañas- pero a partir de sus conquistas los incas co-menzaron a dar un orden al caos. En referencia a esta lectura puede apreciarse la influencia del trabajo del padre José de Acosta ([1590] 1979); en el marco de una perspectiva de progreso Garcilaso considera la adoración de un solo dios como el aporte más importante de las conquistas incaicas; hecho que permitió una mejor acogida del cristianismo -el cual, como sucede también con Guzmán, resulta el principal aspecto positivo a destacar.

20 Otro testimonio de esta práctica revisionista queda reflejado en un ejemplar de edición príncipe de La Historia General de Indias de Francisco López de Gómara [1555] encon-trado por Porras Barrenechea en 1948, en cuyos márgenes Garcilaso anotó: “y Dios nos de su gracia y algunos años de vida para que con su [...] nos enmendemos los muchos yerros que hay en esta historia principalmente en las costumbres de los naturales de la tierra y señores della” (Porras Barrenechea 1954).

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Por su parte, aun cuando Garcilaso compara al Tawantisuyu con el Imperio Romano y al Cuzco con Roma no puede considerarse que lo haga por mera emulación sino porque esta operación retórica le permite elevar la historia de los incas al nivel de los grandes referentes de civilización co-nocidos hasta el momento. Para lograr este fin enumera a los incas y a sus conquistas, intercalándolas con sus logros en el campo de las ciencias y con sus ingeniosas instituciones. Entre los beneficios de las conquistas los más celebrados son las leyes y, particularmente, la unidad en la lengua aportada por el quechua, al que otorga el calificativo de “cultura”.

No obstante, pueden apreciarse dos instancias distintas en el relato histórico de Gracilaso sobre el Perú; en la primera los protagonistas son los incas que reinaron hasta los comienzos de “la Conquista”, cuando se conoce la llegada de los españoles y se produce la caída del imperio -incluso antes de que esto efectivamente ocurriese. En este punto debe reconocerse el mérito de una estrategia narrativa que reduce el protagonismo hispánico propio de todas las crónicas anteriores; de hecho, Garcilaso explica la rapidez de la con-quista porque, de algún modo, los incas estaban esperándola. En un segundo momento, sin embargo, el mismo autor reconoce que dicha conquista es el fruto del esfuerzo y del sacrificio, reproduciendo los paradigmas comunes a otras historias contemporáneas. En resumen, al apoyarse en los ideales del esfuerzo y el sacrificio con que se caracteriza a los conquistadores justifica las acciones de Pizarro sosteniendo su independencia frente a los agentes reales y, de esta forma, legitima indirectamente a su padre.

Por último cabe mencionar las diferentes lecturas que hacen los autores sobre dos aspectos de “La conquista”, tales como la duración temporal y su carácter de ruptura. Con respecto a la duración temporal, la rapidez con la que Garcilaso la describe difiere de la lectura de Guzmán. Para Garcilaso la misma se reduce a la toma del Cuzco, a partir de este episodio toda la existencia ulterior es descrita como “rebelión”. Mientras Guzmán entendía y describía “La Conquista” como un proceso largo, progresivo, lento y trabajoso que, lejos de encontrarse definitivamente consumado, tenía un carácter contemporáneo.

En referencia a la noción de “ruptura” que significó “la Conquista” Garcilaso la relativizó, describiéndola como una nueva fase dentro de la se-cuencia del progreso cultural hacia el desarrollo de las letras y la adopción del cristianismo. Además advirtió sobre la necesidad de encarrilar la acción de los conquistadores, a través del control de la iglesia, para no perder los logros alcanzados. En este aspecto vuelve a notarse la influencia de las ideas presentes en la obra de Acosta ([1590] 1979).

En cambio, Ruy Díaz de Guzmán remarcaba el carácter de ruptura res-pecto del sistema sociocultural indígena como una característica inherente de “la Conquista”. En este sentido, no sólo pensaba en la sociabilidad indígena

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como un suceso pasado sino también como una realidad constante, contem-poránea; de hecho en su obra la concepción de “la Conquista” no se limita a la guerra sino que además va unida a la fundación de ciudades, al control de las tierras y al sometimiento de sus “naturales”. La fuerza de esta con-cepción se evidencia en que, a pesar de llevar una vida colmada de trabajos en las guerras de conquista, Guzmán siguió buscando la gloria, el sustento y el afianzamiento de su ascenso social; es decir continuó persiguiendo el ideal arquetípico del “conquistador”. Una muestra de ello fue su expedición a los chiriguanos, emprendida en 1615 a una edad muy avanzada. A pesar de su apología de “la Conquista” también reconoció sus aspectos negativos, particularmente la merma demográfica de los indígenas provocada por “las continuas molestias, trabajos y servidumbre ordinaria que le dan los espa-ñoles” (Guzmán [1612] 1986: 203). En efecto, además de advertir los abusos y las masacres perpetradas por los conquistadores muchas veces denunció a los vecinos de las fronteras de Charcas que compraban esclavos a los chiri-guanos, fomentando su codicia y su soberbia.

PALABRAS FINALES

A través de sus obras tanto Garcilaso de la Vega como Ruy Díaz de Guzmán buscan llenar explícitamente lo que consideran un vacío en el conocimiento historiográfico de su época. Ambos sintieron que la historia y la descripción de sus tierras no había sido tratada apropiadamente hasta ese momento Sin embargo, a la hora de proponer una solución escriben sus trabajos asumiendo diferentes posicionamientos, pese al hecho de compartir una condición social que fue producto del encuentro, del choque y de la interacción intercultural entre europeos y americanos. En el caso de Garci-laso, al considerarse mestizo buscaba darle voz a su pueblo indígena, sólo descrito a través de la pluma de autores europeos. Guzmán, por su parte, se reconocía plenamente español, negando o callando todo vínculo con sus raí-ces indígenas. En los discursos estas adscripciones diversas se reflejan en la valoración diferencial que ambos hacen de los cambios sociales que supone el proceso de la conquista. Aunque los dos autores recalcan los beneficios de la evangelización, Garcilaso trata de rescatar, en todo momento, la riqueza cultural de la sociedad que está siendo continuamente transformada por la presencia y el gobierno de los españoles.

Podrían arriesgarse dos hipótesis sobre la toma de posición diferencial de estos autores en relación con sus respectivas trayectorias personales. La primera, relativa a su procedencia de corrientes conquistadoras diferentes, los liga con sociedades indígenas con bases políticas y económicas distin-

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tas. Mientras Garcilaso tiene como referente indígena a la sociedad estatal encarnada en la figura imponente del Tawantisuyu, la sociedad guaraní con la que se vincula Guzmán jamás conformó una unidad política homogénea a pesar de considerarse como una misma “nación”.

La segunda hipótesis se relaciona con la inserción social de cada uno de los autores. Garcilaso encontró trabas a su ascenso social en España por su condición de hijo “natural”, esto lo llevó a construir su hidalguía a través de su componente indígena. Mientras Guzmán en el desarrollo de su carrera tuvo más posibilidades de crecimiento y ascenso social como mestizo que como español -al menos en lo relativo al aspecto formal de su escritura. Am-bos remarcan la importancia de la fe católica como el gran aporte y el soporte espiritual que da legitimidad a la conquista. Sin embargo, las alusiones al cristianismo en sus obras son el reflejo de concepciones diametralmente di-ferentes. Guzmán respeta los cánones medievales, como las apariciones de Santiago y San Blas en medio de las batallas para torcer el resultado de las mismas a favor de los españoles. También explica las presuntas características negativas de los indígenas, como su carácter traicionero por falta de fe cristiana -aunque ensaya una autocrítica cuando menciona las atrocidades que cometen muchos cristianos. Garcilaso, en cambio, representa una concepción mucho más humanista puesto que no describe la expansión del cristianismo como una imposición fruto del triunfo de las armas. En este sentido, explica la rá-pida aceptación de la religión española como resultado de la obra precedente de los incas, uno de cuyos logros fue la introducción del monoteísmo entre los indios del Perú porque los preparó para la adopción de la “fe verdadera”.

Finalmente, no puede olvidarse la aparición crucial de un nuevo elemen-to, común en las obras de ambos autores: la idea de “patria”. Tanto Garcilaso de la Vega como Ruy Díaz de Guzmán encuentran en este elemento inédito su verdadero sentido de pertenencia. Son súbditos españoles pero su patria no es España sino la provincia, o el reino, donde nacieron y crecieron; sus obras, pues, están impulsadas por el amor que profesan a esas tierras y, en ese sentido, “la Conquista” no deja de desempeñar, en mayor o menor medida, el papel narrativo del momento de génesis de las mismas.

Fecha de recepción: 29 agosto de 2010Fecha de aceptación: 18 abril de 2011

AGRADECIMIENTOS

El trabajo fue realizado en el marco del proyecto PICT 1681. Agradezco a Pablo Sendón, Isabelle Combès y especialmente a Diego Villar por la lectu-

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ra, las correcciones y los comentarios a las versiones preliminares del texto. Extiendo el agradecimiento a los evaluadores de Memoria Americana cuyos comentarios y sugerencias permitieron enriquecer el trabajo.

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* Becaria del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas / Instituto de Altos Estudios Sociales, Universidad Nacional General San Martín, Argentina. E-mail: [email protected]

POLÍTICA Y SUCIEDAD. CONCEPCIONES Y PRÁCTICAS

GUBERNAMENTALES EN TORNO A LA LIMPIEZA Y LA

SALUBRIDAD EN EL BUENOS AIRES COLONIAL (1740-1776)

POLITICS AND DIRT. GOVERNMENTAL CONCEPTIONS AND

PRACTICES REGARDING THE CLEANLINESS AND THE

SALUBRITY IN THE COLONIAL BUENOS AIRES (1740-1776)

Bettina Sidy *

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RESUMEN

En este trabajo analizamos las medidas que se intentaron implementar en Buenos Aires entre 1740 y 1776 para ordenar el aseo urbano. El tema será abordado tanto desde los lineamientos ideológicos y científicos que le dieron una forma específica a las órdenes emitidas, como desde los distintos dispositivos implementados para lograr su cumplimiento. Analizando estas cuestiones, será posible repensar sobre las diversas representaciones existentes en torno a la forma y la organización que una ciudad ideal del siglo XVIII debía alcanzar; además las medidas enunciadas podrán insertarse dentro de una trama más amplia de in-tereses de tipo político que se evidenciaron en la organización de la vida cotidiana.

Palabras clave: Buenos Aires colonial - aseo urbano - gobierno

ABSTRACT

This paper analyzes the measures civil servants tried to implement in the city of Buenos Aires during 1740-1776 in order to improve the urban cleanliness. The subject will be approached taking into account the ideological and scientific positions that shaped the orders issued, and also the different devices implemented to enforce them. By studying these topics, we will be able to rethink the different representations an ideal city should reach in the eighteenth century. Additionally, the measures taken could be placed in a larger scenario of political interests to observe their impact in daily life.

Key words: Colonial Buenos Aires - urban cleanliness - government

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INTRODUCCIÓN

La colonización hispanoamericana tuvo un carácter urbano desde sus inicios. Las ciudades se constituyeron en los focos de concentración del po-der y en los elementos que asegurarían la presencia de la cultura europea y dirigirían los procesos económicos, sociales y políticos en las colonias. Sin embargo, tanto a un lado como al otro del Atlántico, la vida urbana generó, por la misma concentración que implica, problemas y conflictos que debieron ser tomados en cuenta por los encargados de gobernar y administrar dichos espacios.

En este trabajo, ahondaremos en las medidas elaboradas con relación al aseo urbano en Buenos Aires a mediados del siglo XVIII. A lo largo de aquellos años, la ciudad conoció un crecimiento sin precedentes tanto a nivel poblacional1 como en relación con las prerrogativas que le fueron otorgadas por parte de la Corona española que lentamente la fueron acercando al estatus político alcanzado previamente por ciudades como Lima o México2. En este sentido, aquellos que gobernaban la ciudad no solo tuvieron que afrontar ciertos problemas higiénicos vinculados al crecimiento demográfico y de-rivados de la falta de infraestructura, sino también en relación con ciertas formas que la ciudad debía adquirir o cuidar en función del nuevo estatus que paulatinamente se le estaba otorgando.

Las pobres condiciones higiénicas eran un común denominador en las ciudades del siglo XVIII, ya fueran europeas (Corbin 1982, Frías Núñez 2003, Vigarello 1991) o americanas (Clement 1983, Rípodas Ardanaz 2003) y tanto a un lado como al otro del Atlántico se desarrollaron imaginarios y represen-taciones en torno al aseo urbano y sus vinculaciones con el par salud/enfer-

1 En 1720 la ciudad de Buenos Aires contaba con 8908 habitantes (Besio Moreno 1939). Según el padrón realizado en 1744 y los posteriores análisis llevados a cabo por Socolow en aquellos años la población había crecido a 11.600 habitantes (Johnson y Socolow 1980: 330-331). Para 1770, Concolorcorvo ([1773] 1997: 40-41) nos advierte que la cifra había aumentado a un total de 22.007 personas. 2 En 1695 Buenos Aires adquiere el rango de capital de la gobernación, como reacción de la Corona, ante la fundación de Colonia de Sacramento, por parte de los portugueses. En 1716 el Rey le otorgó a Buenos Aires el título de “muy noble y muy leal ciudad” por las campañas militares contra los portugueses en la banda oriental del Río de la Plata (Bernand 1997: 54-55).

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medad que, sin dejar de retomar antiguas tradiciones, fueron incorporando nuevos avances científicos (Corbin 1982, Vigarello 1991). Con la llegada del pensamiento ilustrado de la mano de la dinastía borbónica para el caso espa-ñol, los imaginarios en relación con el aseo urbano fueron agregando nuevos planteos. En este sentido, diversos autores han analizado la implementación de dichos lineamientos en diferentes ciudades hispanoamericanas, así como sus repercusiones concretas en cada ámbito (Amodio 1997, Bustios Romaní 2002, Punta 1997 Ramón 1999, Walker 2007, Zarate Cárdenas 2006). En cuanto al Buenos Aires colonial, la relación que se estableció entre las condiciones higiénicas y los conflictos derivados fue en su mayor parte abordada en rela-ción con el marco general en el que se desenvolvía la vida urbana y el ejercicio de su gobierno (Bernand 1997, Cicerchia 1998, De La Fuente Machain 1946, García Belsunce 1977, Gutiérrez 2004, Torre Revello 1945).

Retomando a estos autores, examinaremos las problemáticas derivadas del aseo urbano en Buenos Aires, para advertir desde qué perspectivas fueron comprendidas y poder dar cuenta del tipo de soluciones a las que se apeló desde los ámbitos gubernamentales entre 1740 y la constitución del virreinato del Río de la Plata. En particular nos interesa repensar las diversas represen-taciones existentes en torno a la forma en que una ciudad ideal debía alcanzar en el siglo XVIII, así como insertar las medidas orientadas a la organización de la vida cotidiana en una trama más amplia de intereses y preocupaciones de tipo político No pretendemos analizar en detalle los mecanismos que se pusieron en marcha en torno al desarrollo de las enfermedades que asolaron a la sociedad porteña3. Nos interesa analizar a la enfermedad dentro de un gru-po de variables que fueron conformando los discursos esbozados en relación con ciertas problemáticas urbanas concretas, relativas al aseo de las calles4, la calidad del agua y el tratamiento otorgado a los muertos y a sus bienes.

Para ello, indagaremos fundamentalmente, en los bandos publicados por los gobernadores, las actas del Cabildo porteño y los memoriales con los que los Procuradores Generales de la ciudad5, repetidas veces, llamaron la

3 En relación con los brotes epidémicos, que en 1621 se erigió en la ciudad, la ermita de San Roque -abogado celestial de las pestes- con la intención de refrenar el brote de 1620. En 1654 y 1664 la viruela reapareció, entre 1717 y 1718 las epidemias se cobraron 5.000 víctimas y el siguiente rebrote violento fue entre 1734 y 1739. Los documentos también hablan de muchas muertes debido a la viruela en 1742, 1747 y 1769 (De La Fuente Machain 1946). 4 No analizaremos aquí los mandatos emitidos en relación con la composición de las calles o el curso que debían llevar las aguas en la ciudad. Sin embargo, señalaremos que estas cuestiones fueron una preocupación constante sobre la que se regularon las acciones que los vecinos y demás habitantes debían llevar a cabo para ordenar y componer estos espacios compartidos de la ciudad. 5 Los Bandos de Gobierno son textos de extensión reducida, las disposiciones están

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atención en torno a lo que percibían como un problema a ser sancionado por dichas autoridades. Debemos advertir que, las jurisdicciones correspondien-tes a estos tres sujetos políticos se encontraban superpuestas y relacionadas entre sí, lo cual generó conflictos entre ellos que pudieron afectar el efectivo cumplimiento de las disposiciones a lo largo de los años. El tema al que nos abocaremos –el aseo urbano- estuvo por lo tanto inmerso, junto con las demás disposiciones referentes al gobierno urbano, dentro de conflictos en torno a primacías políticas.

Hemos organizado la exposición en dos etapas. La primera comienza en 1740 -cuando los gobernadores porteños comienzan a emitir con mayor asiduidad bandos destinados a ordenar la vida urbana- y finaliza en 1766. Cuando llega a la ciudad con el cargo de gobernador don Francisco de Paula Bucarelli y Ursúa a quien señalamos como el primer representante de los inte-reses borbónicos en el Río de la Plata6. Bucarelli y Ursúa inicia un importante conjunto de reformas buscando un control más estricto de la organización política y administrativa en la ciudad, que llega a un punto clave con la ele-vación de Buenos Aires a capital virreinal en 1776.

MIASMAS, OLORES, IMÁGENES (1740-1766)

En 1742, don Domingo Ortiz de Rozas, llegó a la ciudad de Buenos Aires con el cargo de gobernador del Río de la Plata y señaló a través de un bando el estado sanitario de la ciudad:

He visto que por las calles y en las orillas del río arrojan los animales muer-tos y ropas de difuntos lo mismo en los huecos inmediatos de las iglesias y

formuladas de manera sencilla y recurrente y se refieren a situaciones cotidianas de la comunidad urbana (Tau Anzoategui 2004). Las actas capitulares registraban las reuniones periódicas de los cabildantes y consignándose los acuerdos a los que llegaban en cada caso. El Cabildo también se ocupaba de la justicia en primera instancia; sus autoridades eran electas anualmente -aunque los cargos de regidores podían ser adquiridos en rema-te- y solo los vecinos podían ser escogidos (Zorraquín Becú 1952). Los memoriales de los procuradores eran remitidos tanto al cuerpo capitular como al gobernador, “describían las situaciones planteadas a través de las quejas de clamorosos vecinos, o a través de su propia observación, o de planes o propuestas de mejoramiento, que de diferentes ángulos, les llegaban” (Seoane 1992: 15).6 Bucarelli representa un hito dentro de los intereses borbónicos porque llevó a cabo la expulsión de los Jesuitas, también debemos tener en cuenta algunas de las ordenanzas del gobernador y futuro virrey don Pedro de Cevallos al finalizar su gestión en 1766.

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porque esto es en perjuicio de la salud infectando el aire y el agua del río que es de la que se mantiene la ciudad por no haber otra7.

Estas palabras no solo dan cuenta de ciertas prácticas cotidianas de los porteños, sino de un bagaje de representaciones y saberes en torno a la salud con los cuales podemos intuir que el funcionario estaba familiarizado. Durante la transición entre el siglo XVII y el XVIII, en Europa comenzó a considerarse que las enfermedades eran causadas por factores procedentes del medio am-biente; desde el XVI se desarrolló la noción de teoría miasmática, entendida como “un estado de corrupción particular de la atmósfera que produce ciertas enfermedades que se difunden en la extensión que dicho estado atmosférico se prolonga y lo permiten” (Bustios Romaní 2002: 33). Los miasmas podían aparecer después de lentas impregnaciones -como en los muros y pisos- o de manera más inmediata, ya fuera por los olores de excrementos, por los cadáveres y carroñas o por la pestilencia del espacio público (Corbin 1982). Es probable que a partir de estas ideas Ortiz de Rozas sancionara a aquellos que echasen desechos en las calles o en el río y les ordenara remitirlos al ejido de la ciudad8.

Sin embargo, el crecimiento poblacional había traído aparejada la ocupación de ciertos espacios, teóricamente reservados al pastoreo de los animales. Debido a la imposibilidad para asentarse dentro de la traza de la ciudad, muchos de los recién llegados comenzaron a ocupar tierras en el ejido9 -en gran medida con licencia del Cabildo-. Este espacio había sido elegido por Ortiz de Rozas para la deposición de los residuos lo que evidencia una brecha, en particular, entre las intenciones del gobernador y las soluciones implementadas por el Cabildo en relación con los pro-blemas creados por la ocupación del suelo urbano y, en general, entre las disposiciones oficiales y las prácticas concretas que el propio crecimiento urbano ahondaba. Se volvía imposible la demarcación de un límite fijo en

7 Archivo General de la Nación (en adelante AGN) -A-, Bandos de los gobernadores del Río de la Plata, IX-8-10-1 fs. 7-8.8 Las actividades cotidianas de los porteños representaban un peligro para las autoridades y la condición de ciudad-puerto de Buenos Aires implicaba la posibilidad de contacto con bienes y personas “contaminados” (Acuerdos del extinguido Cabildo de Buenos Aires -en adelante AECBA- 1930a: 515). 9 Según Favelukes (2004), el proceso de ocupación del ejido fue conflictivo por la trans-gresión que implicaba para la estructura jurídica de la ciudad y porque la periferia creció desordenadamente rompiendo los patrones morfológicos establecidos. En 1734, el Alcalde de Hermandad denunció ante el Rey las licencias otorgadas por el Cabildo, abriéndose un proceso que duró alrededor de treinta años y que finalizó con la aceptación de parte de la Corona de la ocupación del mismo como un hecho consumado.

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el espacio urbano de manera tal que los desechos y los miasmas quedasen por fuera de él10.

El crecimiento demográfico y la escasez de suelo urbano no solo plan-teaban problemas en relación con la deposición de las basuras por fuera los límites de la traza sino también al interior de la misma. Entre 1738 y 1741 se desarrolló un litigio entre don Juan de Salinas y la orden de Santo Domingo por el curso de las aguas servidas originadas en un albañal proveniente de la casa del primero11. Dicha morada había sido recientemente subdividida, quedando la parte delantera –con salida a la calle principal- en propiedad de la Orden, por oblación de la antigua propietaria (tía política de Salinas). Apa-rentemente Salinas continuaba drenando el albañal de su corral a través de la casa de la Orden y de allí a la calle Real comprometiendo el aire de las mismas con su “podredumbre”. Por tal motivo el procurador del convento solicitaba que “el albañal debe desaguar en un callejón al patio de dicha casa”12. Sin embargo, el alcalde de segundo voto falló a favor del demandado, ordenando que las aguas servidas continuasen desaguando a través de las casa y de allí a la calle Real, “por haber corrido así las aguas muchos años a esta parte”13.

Estos conflictos nos muestran de alguna manera que más allá de los planteos en torno a la higiene propuestos por el Gobernador, persistían pro-blemáticas concretas de fondo, que fueron solucionadas con los elementos disponibles en cada caso -ya sea de acuerdo a lo acostumbrado, como otor-gando licencias para la ocupación del ejido. En este sentido podemos observar la brecha que se establecía entre los bandos, en tanto discurso jurídico que pretendía construir un cierto orden, y las disposiciones concretas a las que el Cabildo apelaba para resolver los conflictos que iban emergiendo en el devenir cotidiano. Debemos recordar también, que el incremento demográfico se dio de manera paralela a la lenta elevación del estatus de Buenos Aires como ciudad importante dentro del planteo imperial14 y, en este sentido, los

10 Hacia 1768 los capitulares aun discutían los límites de la traza de la ciudad (AECBA 1927).11 Para más información sobre el litigio consultar AGN -A-. Autos obrados por el procurador del convento de predicadores sobre cierta servidumbre que sale del albañal contra Juan de Salinas 1740. Sala IX, Tribunales leg. C: 5, expediente 1, (en adelante Autos obrados).12 AGN -A- Autos obrados… f. 22. Según Punta (1997: 181) a partir de 1784 en Córdoba, el gobernador intendente Sobremonte ordenaba construir sumideros en el interior de las viviendas o en las calles, tanto a los vecinos como a las órdenes religiosas, debido al “in-decente uso de albañales con salida a la calle, cuya fetidez, inmundicia y deformidad en muy contraria a la buena policía de un pueblo formal…”.13 AGN -A- Autos obrados…f. 33.14 Morse (2003) plantea que durante el siglo XVIII, al fundar nuevos centros y/o conferir prerrogativas y poder en ciudades o aldeas preexistentes la Corona española buscaba disol-

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representantes del poder político vieron como necesario dotar a la ciudad de una imagen que reflejase dicha posición.

El poder que se muestra: la actuación de los Procuradores Generales

Como consecuencia de la interacción que se produjo entre un crecimiento demográfico y ocupacional desordenado y un aumento en las prerrogativas políticas de la ciudad, los procuradores porteños apelaron a los gobernado-res en pos de la consecución de un cierto orden en los espacios urbanos. En 1748, el Procurador General llamaba la atención del gobernador Andonaegui con estas palabras:

Conviene a la salud y utilidad pública, que siendo de estilo y estatuto de las ciudades imperiales, ante el desorden y descuido de las calles, llenas de inmundicias y eses de las casas y oficios mecánicos con que se ensucian y manchan los vestidos y ofenden los sentidos y lo que más es que a cada cuadra se encuentran animales muertos y cosas fétidas y albañales pestilentes de lo que suele proceder corrupción y peste15 .

La descripción del funcionario nos provee de indicios para entender a qué tipo de orden se apelaba con estas medidas. Cabe destacar que esta sociedad percibía al agua como un elemento nocivo capaz de transmitir en-fermedades, la limpieza y el aseo no eran entendidos desde una perspectiva del cuidado personal sino desde un sentido de decoro exterior. Lo que se valoraba era la apariencia. Así como la limpieza personal tenía como símbolo la limpieza de la ropa, los mismos preceptos fueron transferidos al cuidado de los espacios compartidos (Vigarello 1991). El memorial menciona la salud, pero en relación con la forma en la que una ciudad del estatus de Buenos Aires aspiraba y debía alcanzar, sobre todo, cuando sus funcionarios la pensaban como un espejo de las grandes ciudades del imperio. No obstante, Buenos Aires buscaba alcanzar un ideal de ciudad imperial que en los hechos no existía. Las imágenes de Lima, México o aun de la capital francesa16, no pre-sentaban un panorama más alentador. Así describía un observador de la época la plaza mayor de México: “Los puestos de venta con techos precarios donde alternan harapos de todo jaez con zapatos viejos, son también dormitorios y

ver y fragmentar las jerarquías emergentes en el nuevo mundo como medio para aumentar el poder real a expensas de las corporaciones y de los privilegios personales. 15 AGN -A- Bandos de los gobernadores del Río de la Plata, IX-8-10-1 f. 163.16 Ver entre otros, Bustios Romaní (2002), Corbin (1982), Rípodas Ardanaz (2003).

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retretes; en el suelo, se mezclan la basura con los excrementos, el lodo con las mondaduras” (Rípodas Ardanaz 2003: 197).

Sin embargo, tanto Lima como México contaban con edificios y cons-trucciones que ornamentaban el espacio a la vez que señalaban y mostraban el poderío económico y político de la ciudad. Buenos Aires, impedida del comercio legal con Potosí, alejada de los centros administrativos y caracte-rizada por la “cortedad de sus propios”, vio limitada sistemáticamente la finalización de ciertas obras esenciales para la vida urbana de la época, como las casas capitulares y la catedral. Balandier (1994: 24) nos plantea que el poderío político, no solo es pasible de ser desplegado en situaciones excep-cionales, sino que también “se quiere inscrito en la duración, inmortalizado en la materia imperecedera, expresado en creaciones que hagan manifiesta su `personalidad´ y esplendor”. Frente a las imposibilidades materiales que atravesaba Buenos Aires, el aseo cobraba preeminencia en tanto indicador hacia afuera de la calidad de la ciudad, quedando así profundamente vin-culado a operaciones tendientes a evidenciar el poder, tanto de los sujetos como del espacio que ocupaban. En este sentido, cabe preguntarnos cuáles estrategias y/o elementos fueron utilizados por los gobernadores a la hora de transmitir estas necesidades de decoro urbano a la población en general y de implementar dispositivos para su efectivo cumplimiento.

Las responsabilidades de los vecinos, estantes y habitantes.

Como ya mencionamos, a partir de la década de 1740, los gobernado-res porteños emitieron con mayor frecuencia bandos destinados a ordenar los diversos aspectos de la vida urbana. Estas ordenanzas gozaban de una amplia llegada al público en general -por el modo en que eran publicadas y pregonadas- y se apelaba a la reiteración de los mandatos para lograr su cumplimiento. A su vez, los bandos indicaban la responsabilidad que cabía a cada uno de los habitantes de la ciudad. Por ejemplo, en cuanto al aseo de las calles: “ninguna persona eche basuras a la calle ni otra cosa alguna […] si no es que todo lo arrojen en las zanjas o barrancas teniendo cada uno sus pertenencias limpias pena de que a su costa se limpiarán”17.

Cabe preguntarnos en qué medida estas ordenanzas y sanciones fueron efectivamente acatadas por la población y en este sentido si se revelaron útiles a la hora de sanear el aire y los espacios urbanos. Aquellos que visitaron la ciudad a lo largo del siglo nos entregan una imagen vívida de Buenos Aires y de las prácticas cotidianas de sus habitantes. En 1729 el padre Cattaneo

17 AGN -A- Bandos de los gobernadores del Río de la Plata, IX-8-10-1 f. 165.

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se mostraba preocupado por la enorme cantidad de perros cimarrones que atestaban la ciudad comiendo todo lo que encontraban a su alcance, de modo que las calles quedaban colmadas de huesos de los animales que dejaban (Buschiazzo 1941). Casi medio siglo después, el padre Mesquita señalaba la despreocupación que los porteños mostraban en el mantenimiento de sus calles: “la misma falta de cuidado hay en el aseo de la ciudad; si cae muerto un caballo o un buey, queda en el mismo lugar hasta que el tiempo lo consuma […] que todos quedan por las calles y causa su pudrición un insoportable olor” (1980 [1778]: 48-49).

Así, más allá de la reiteración de las ordenanzas y las apelaciones al vecindario, los problemas continuaron. Los gobernadores no lograron en-contrar soluciones legítimas dentro del acelerado crecimiento, las arraigadas costumbres y la pobre infraestructura. En esta etapa, el cuidado por el cum-plimiento de los mandatos recaía en los miembros del Cabildo; sin embargo, y seguramente debido a la imposibilidad para lograrlo, en 1748 se nombraron Comisarios de Barrio a instancia del gobernador, por un breve período. La misión principal de estos funcionarios sería la de “velar por el orden público, la seguridad, higiene y moral de la población” (Zorraquín Becú 1952: 80), aunque cabe aclarar que la insistencia de Andonaegui para que se realizase el nombramiento se prolongó durante meses mientras los capitulares, día tras día, posponían la resolución.

En los meses siguientes, los comisarios comenzaron a ser acusados por el Cabildo de excederse en sus funciones “incomodando al vecindario”18, en consecuencia el cargo no se mantuvo y el cuidado por el cumplimiento volvió a recaer sobre los capitulares. Podemos intuir la resistencia de parte de estos funcionarios frente a lo que probablemente consideraron como una intromisión en sus funciones básicas relativas al gobierno de la ciudad dado que, como hemos observado, las soluciones que implementaron en función de las problemáticas concretas no siempre coincidían con lo indicado en los bandos. De todos modos, para los capitulares la tarea de cuidar y velar por el aseo de la ciudad resultaba sumamente difícil, como ellos mismos indicaban hacia 1753, momento en que ordenan una nueva publicación del bando de 174819. Aunque los capitulares pugnaron por mantener sus prerrogativas como cuerpo político, limitando la incidencia de funcionarios intermedios en sus jurisdicciones, no elaboraron nuevos dispositivos para el cumplimiento de las órdenes. Más allá del grado de efectividad alcanzado por los bandos como instrumento jurídico de control, los mandatos contenidos en ellos se

18 AECBA 1930a: 326-329 y 367-370.19 AECBA 1930b: 309.

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volvieron, más puntuales al señalar a los responsables por la ejecución de ciertas actividades nocivas al medio urbano.

ASEO, SALUD Y URBANIDAD: LOS GOBERNADORES ILUSTRADOS (1766-1776)

A partir de la segunda mitad de la década de 1760, notamos que se van produciendo algunos cambios en las ordenanzas relativas al aseo urbano. Por aquellos años, se comenzó a sentir en las colonias americanas la impronta de los nuevos funcionarios borbónicos, que buscaron un funcionamiento más eficiente, tanto desde el punto de vista administrativo como edilicio. Uno de los medios utilizados en este sentido consistió en ordenar los espacios públicos de las ciudades hispanoamericanas de manera que se lograra trans-mitir un mensaje civilizador (Ramón 1999). Al considerar al progreso como equivalente al crecimiento poblacional, los ilustrados persiguieron la sanidad y la higiene como medios para el desarrollo de una población saludable. El llamado reformismo borbónico intentó institucionalizar y controlar las nue-vas ciencias al ponerlas al servicio del proyecto político del Estado (Amodio 1997). Esto promovió las pretensiones por mejorar la circulación del aire y el suministro de agua, ya que la ciudad ilustrada implicaba “una traza pulcra y edificios simétricamente” dispuestos (Ramón 1999: 320). El interés estuvo puesto básicamente en rechazar el amontonamiento más que en el ejercicio de limpiar, el agua seguía considerándose un elemento peligroso, portador de enfermedades.

Lo esencial era evacuar el suelo trasladando la basura hacia afuera de los espacios compartidos de la ciudad. Sin embargo, la ausencia de pavimento, la anarquía de los desagües, la estrechez de las calles y los costos que implicaban reformarlas, sumado a la ignorancia que opuso el bajo pueblo a las medidas implementadas para modificar sus conductas cotidianas, dificultaron enor-memente la tarea (Walker 2007). En el caso de Buenos Aires, se destacan las tensiones producidas entre el gobernador Bucarelli y el Cabildo en función del avance del primero sobre las tradicionales jurisdicciones del ayuntamiento

La cuestión urbana: el aseo que oculta y remueve

En el Buenos Aires pre-virreinal, al menos a partir de 1766, los goberna-dores Cevallos, Bucarelli y Vértiz fueron claros portadores de los discursos borbónicos tendientes a transformar más eficientemente las pautas higiénicas de la población en relación con sus espacios y actividades, y de los intereses

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metropolitanos cuyo objetivo era una mayor centralización política. En es-tos años, las referencias al aseo en función de la forma que la ciudad debía adquirir por su estatus en relación con otras; es decir, el ideal de decoro im-perante, fue desplazado de la documentación para dejar paso a un discurso más preocupado por las actividades concretas en el espacio que por aquello que se debía mostrar; a esto se suman ordenanzas más rigurosas y detalladas en torno al aseo urbano. A comienzos de 1766 y reiterando un mandato de 175520, el gobernador Cevallos en su último bando de buen gobierno ordenaba:

que todos los corrales en que se mata ganado para el abasto de esta ciudad que están en el bajo del río se suban arriba pues estando inmediatos a la orilla del río con las corrientes se lleva todas las bascosidades de que puede resultar una epidemia21.

Aquí por primera vez se vuelve evidente no solo la necesidad de sepa-rar los desperdicios del ámbito de la ciudad, sino también la de segregar y remover, tanto del espacio como de los recursos básicos para la vida urbana -en este caso el agua- las actividades que pudieran perjudicarla. Cevallos ordenaba además matar a los animales destinados a la venta en el mercado dentro de la ciudad “sino que los traigan muertos […] y los que venden las perdices y otras aves, no las pelen en la plaza ni en las calles dejando las plumas y si quieren pelarlas, las recojan y arrojen fuera de la ciudad”22. Vemos cómo lentamente se iban ajustando las intenciones de control tanto sobre las personas como sobre los espacios y cómo el eje de la argumentación se iba desplazando de un sentido de decoro exterior, donde la responsabilidad recaía sobre las personas y sus pertenencias y desechos, a otro más pormenorizado y vinculado, aunque todavía de manera tímida, con cuestiones relativas a la salud en el interior del recinto urbano.

Además, al menos en lo ideológico, la propuesta sanitaria comienza a aparecer, ya no como respuesta episódica frente a situaciones disruptivas, una epidemia ya declarada o llamados de atención de los Procuradores, sino que comienza a operarse, en términos de Corbin (1982), una síntesis que coordina sus decisiones dentro de una perspectiva edilicia. Se inventa así, la “cuestión urbana” que se manifiesta en la limpieza de las calles y el acondicionamiento de los sitios de relegación (Corbin 1992: 105). De hecho, aunque correspondió a Vértiz el mérito por su construcción definitiva (Torre Revello 1945: 23), tanto

20 Al respecto consultar AGN -A- Bandos de los gobernadores del Río de la Plata, IX-8-10-2 f. 93-95.21 AGN -A- Bandos de los gobernadores del Río de la Plata, IX-8-10-3 f. 78.22 AGN -A- Bandos de los gobernadores del Río de la Plata, IX-8-10-3 f. 78.

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Cevallos23 como Bucarelli propusieron la construcción de una alameda para embellecer y ordenar la ciudad durante sus mandatos.

Entre 1768 y 1770, el gobernador Bucarelli protagonizó una disputa con parte del cuerpo capitular al emprender -sin el consentimiento del Ca-bildo- el allanamiento de las bajadas del río por detrás del fuerte, con lo que iniciaba la obra de la alameda24. El gobernador buscaba brindar a la ciudad un espacio de “comodidad y lucimiento” que, a su vez, facilitara la circula-ción del comercio creando un acceso más directo desde el Riachuelo hacia la plaza mayor25. La mayoría de los regidores opuso una enorme resistencia al proyecto del gobernador, fundamentalmente, porque Bucarelli pretendía terminar las obras con el producto de un impuesto sobre el ejido que el rey había otorgado a la ciudad con el objetivo de finalizar las casas capitulares, fondos que evidentemente el Cabildo no estaba dispuesto a ceder26. Así, ha-bía emprendido la demolición de las casas situadas en las bajadas del río, en terrenos que originalmente correspondían al ejido de la ciudad. Las casas que se demolieron se habían construido sin un patrón de regularidad generando, según los promotores de las obras, “un defecto muy notable para la ciudad [el] tener la principal parte de su frente llena de barrancones y zanjas”27, siendo su demolición necesaria para “poderse celar con menos dificultad el contrabando y las ofensas de dios”28. Las obras propuestas por Bucarelli favorecerían el “lucimiento” de la ciudad y la contención de los delitos29 pero además buscaban evitar la acumulación de basuras e “inmundicias” en dichas zanjas. El gobernador pretendía lograr una cierta regularidad en el entramado urbano que mejorara la circulación de bienes, personas y aire. Sin embargo, estas intenciones chocaron con la realidad y las costumbres hispanoamerica-

23 AECBA 1926: 183-211.24 Sobre las discusiones entre Bucarelli y el Cabildo, ver AECBA 1927: 587-589 / 593-594 / 594-602 / 618-628 / 628-630 / 644-655 / 660-663.25 Documentos y planos relativos al período edilicio colonial de la ciudad de Buenos Aires 1910 (en adelante Documentos y planos).26 En 1760 tras aceptar la ocupación del ejido, la Corona otorgó al Cabildo el derecho al cobro de un impuesto a sus ocupantes (Favelukes 2004); para 1768 el impuesto aún no se había implementado (AECBA 1930b: 478-480 y 497-501). Sobre el conflicto entre Bucareli y el Cabildo ver Sidy (2011). 27 Documentos y planos 1910: 266.28 Documentos y planos 1910: 267.29 Los bandos de gobierno ordenando a los dueños de los “huecos” dentro de la ciudad que construyeran o vendieran, ya que representaban espacios marginales propicios para la transmisión de enfermedades y cometían “ofensas contra dios” imposibles de controlar se repetían año tras año (Bando 9-8-10-1 fs. 7-8, Bando 9-8-10-2 f. 38 y 91-92).

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nas, el Cabildo no solo defendió su derecho a utilizar el arbitrio sobre el ejido frente al Consejo de Indias30 sino que apeló a los reclamos de los dueños de las casas demolidas a la hora de ordenar la suspensión de las obras. Frente a una disputa de tipo económico-política, en la cual el cuerpo capitular veía amenazadas sus prerrogativas, los intentos por cuidar del aseo, el “lucimiento” y la regularidad de la ciudad fueron cuestionados e impugnados31.

En su segundo bando de buen gobierno (Tau Anzoategui 2004: 270), Bucarelli renovó y amplió los mandatos previos en torno a la higiene. Los zapateros fueron sumados al resto de los oficiales mecánicos en el mandato que los compelía a no arrojar los residuos de sus actividades en las calles. El uso y cuidado de las calles era un tema particularmente complicado de regular dado que las mismas estaban integradas a los usos domésticos de gran parte de los porteños. Como explica Otero (2009), las casas de los sectores medios y bajos de la población -que incluían los talleres- se caracterizaban por ser espacios abigarrados, en los que el baño y la cocina se hallaban interconec-tados y las habitaciones cumplían múltiples funciones, a lo que se sumaba la deficiente ventilación y la escasez de agua, ya fuera para higiene personal o para la limpieza de los cuartos. Por este motivo, los espacios compartidos de la ciudad -en este caso la calle- eran incorporados a los propios ámbitos de uso cotidiano.

Retomando el bando publicado por Bucarelli vemos que, por primera vez, se ordena a los médicos y cirujanos informar sobre las personas “éthicas”32 que muriesen y la expulsión del recinto urbano de aquellos que padeciesen la enfermedad de San Lázaro33 (Tau Anzoategui 2004: 271). Una de las razones que fundamentaban la necesidad de colaboración por parte de los médicos estuvo vinculada con el destino de los bienes de los difuntos. Se suponía que se evitaría el contagio impidiendo su venta o reutilización. Hacía más de un siglo que en Europa se sostenía que el aire no era el único responsable por la transmisión de enfermedades. El contagio podía también producirse por mero contacto, tanto con personas como con objetos contaminados -vestidos, ropa de cama, etc.- que albergarían lo que fue nombrado como “semillas”. Aunque no existían elementos científicos y/o técnicos para explicar esto de otro modo, se fue perfilando la teoría del contagium vivum que postulaba que la enfermedad era transmitida del portador al infectado a través de partículas

30 Documentos y planos 1910.31 Las relaciones entre el ayuntamiento y el gobernador Bucareli se vieron seriamente afectadas por este conflicto que se incrementó con el correr del tiempo, algunos alcaldes ordinarios fueron encarcelados en 1770 (Documentos y planos 1910: 271-274).32 Vocablo utilizado para referirse a la tuberculosis (Santos, Lalouf y Thomas 2010).33 Expresión utilizada para aludir a la lepra (Bustíos Romaní 2002).

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vivas creadas espontáneamente por la corrupción de los humores (Bustios Romaní 2002).

En 1770, al asumir la gobernación, Vértiz recordó mediante un bando los mandatos precedentes ampliando la expulsión del recinto urbano a todos los que padeciesen enfermedades contagiosas. Además agregó “que no arrojen a la calle las almohadas y otros muebles con que llevan a enterrar a los muertos” (en Tau Anzoategui 2004: 276). De esta manera -y retomando los mandatos de Cevallos y Bucarelli ya reseñados-, el discurso tendiente a ordenar el aseo de las calles confluye en este punto, con el cuidado de la salud urbana. Las nociones de aseo se amplían trascendiendo los límites de lo que se muestra y comienza a cobrar relevancia aquello que debe ocultarse y removerse de los espacios compartidos.

El ordenamiento de las responsabilidades

Con respecto al cumplimiento de las órdenes relativas al aseo de la ciudad, en 1766 el gobernador Bucarelli confirmaba el nombramiento de comisarios menores cada cuatro cuadras para que “vigilen sobre el cumpli-miento de las disposiciones que se han tomado para el aseo de la ciudad” (Tau Anzoategui 2004: 271-272). Retomaba así la implementación de funcionarios especializados en el control y cuidado de las órdenes en un intento por lograr su efectivo cumplimiento y alcanzar una mayor centralización política que restara autonomía al cuerpo capitular. En el bando de buen gobierno publicado por Vértiz en 1774, el gobernador especificaba de manera precisa la forma en que se deberían cuidar y limpiar los nuevos faroles instalados en las calles, tras aclarar las responsabilidades que competían a cada uno de los vecinos, agregaba “que los comisarios de cada cuadra celarán puntualmente el cum-plimiento de la obligación de los individuos que viven en la de su cargo, y los alcaldes de barrio igualmente vigilarán sobre la de los comisarios” (Tau Anzoategui 2004: 288).

Si recordamos la ratificación de los nombramientos de comisarios llevada a cabo por su predecesor, la incorporación de funcionarios con cate-gorías distintas - destinados a velar por el cumplimiento de las órdenes en un espacio dividido y luego designado a cada uno- nos indicaría al menos tres cuestiones. La primera es la conciencia en relación con el crecimiento urbano y demográfico, que volvía necesario tomar medidas para un control más eficaz, que evidentemente escapaba a los capitulares. La segunda es el avance en la centralización política que experimenta el gobierno urbano y, la tercera -y como corolario- nos deja la impresión de que el Gobernador buscaba fortalecer la capacidad de los bandos, en tanto elementos jurídico-pedagógicos

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a la hora de ordenar la ciudad y sus habitantes. En este sentido retomamos las reflexiones de Antonio Hespanha, quien advierte que “la división políti-ca del espacio es también un instrumento de poder. Es un `aparato político´ que tanto sirve para organizar y estabilizar el poder de determinados grupos sociales como para desvalijar políticamente a otros” (Hespanha 1993: 88-89).

A MODO DE CONCLUSIÓN

Hemos analizado, las medidas que se intentaron implementar en el Bue-nos Aires de mediados del siglo XVIII para ordenar el aseo urbano a lo largo de dos etapas consecutivas. Para ello reflexionamos, en torno a las órdenes emitidas y a los lineamientos ideológicos y científicos que pudieron darles una forma específica. Asimismo, buscamos exponer cuáles fueron los dispositivos que se utilizaron para lograr la efectiva implementación de dichas órdenes y los obstáculos que surgieron en el entramado político colonial.

En los discursos enunciados por las autoridades porteñas respecto al aseo urbano del siglo XVIII, podemos ver cómo se entrecruzaban dos tipos de concepciones. La primera pensaba al aseo como decoro, como actividad dirigida hacia la mirada exterior -aunque también preocupada por la calidad del aire y el agua-; la segunda estaba más vinculada a las nociones de higiene y salud urbana que empezaban a avanzar en el pensamiento europeo34. En la documentación estudiada aparecen estas dos cuestiones estrechamente vinculadas, pero a lo largo del siglo la primera va perdiendo peso en las explicaciones y argumentaciones para dejar paso a la segunda, se evidencia, desde la perspectiva gubernamental, el pasaje de un ideal urbano a otro.

Las preocupaciones sobre el aseo urbano se complejizan, no solo por el crecimiento demográfico de la ciudad, que incrementa los conflictos, sino también por una transformación en la manera en que los ilustrados se repre-sentaban al espacio urbano y su función en él. Las medidas implementadas se respaldaban en interpretaciones y representaciones de larga data en torno a la salud -la teoría miasmática y la del contaguim vivum-. Sin embargo, estas fueron resignificadas bajo la impronta de la Ilustración para constituirse en los pilares filosóficos sobre los que se asentaron las nuevas nociones de “salud pública” que se quisieron implementar, mostrándonos así: “cómo los viejos cánones de higiene y salud podrían aplicarse y adaptarse a poblaciones más que a individuos” (Cicerchia 1998: 126).

34 Según Foucault (1996), en las ciudades europeas la higiene pública se posicionó como el elemento central del control político-científico en el discurso de las autoridades urbanas.

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Poco a poco la ciudad deja de ser entendida como el espacio en el que el supuesto esplendor de una sociedad barroca debía reflejarse -más allá de que en los hechos Buenos Aires no representara dicho ideal- y en el que cada habitante era responsable de sus desechos para convertirse en un sitio cuyos problemas debían ser solucionados por un complejo entramado de funciona-rios. Según Punta (1997), en el caso cordobés, por estos años se registra un paulatino paso de actividades de orden privado a un incipiente orden público vigilado por el Cabildo. Los gobernadores borbónicos bregaron por lograr un control político-administrativo más eficiente. Para ello tuvieron que lidiar y disputar -con limitado éxito-, con una Corona que no estaba dispuesta a realizar grandes inversiones, con la resistencia de las corporaciones locales para mantener sus privilegios, con las prácticas y las costumbres estableci-das en las colonias y con un sistema jurídico local que no fue modificado y cuya propuesta de control estaba basada en la repetición de las normativas elaboradas. Los movimientos modernizantes, entre los cuales se encontra-ban las nuevas formas de organización de los espacios urbanos, no lograron sobreponerse a estos obstáculos en lo inmediato.

Fecha de recepción: 27 de noviembre de 2010Fecha de aceptación: 31 de agosto de 2011

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* Programa de Historia, Universidad de Cartagena, Colombia. E-mail: [email protected]

PRÁCTICAS SOCIALES Y CONTROL TERRITORIAL

EN EL CARIBE COLOMBIANO (1750- 1800): EL

CONTRABANDO EN LA PENÍNSULA DE LA GUAJIRA

SOCIAL PRACTICES AND TERRITORIAL CONTROL IN THE

COLOMBIAN CARIBBEAN (1750 - 1800): SMUGGLING IN THE

PENINSULA OF GUAJIRA

Ruth Esther Gutiérrez Meza*

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RESUMEN

El presente estudio se centra en la manera como el control territorial y la disputa por el poder sobre la circulación mercantil dinamizaron las relaciones sociales de los individuos que habitaron el Caribe colom-biano en la segunda mitad del siglo XVIII, más específicamente en la península de la Guajira. Se mostrará como los pobladores de esta pe-nínsula se favorecieron de la geografía de un territorio cuyos accidentes a lo largo de su litoral -puertos naturales- les permitieron vincularse a las dinámicas comerciales de la región mediante la ejecución del contrabando con los extranjeros del Caribe insular.

Palabras clave: península de la Guajira - contrabando - territorio

ABSTRACT

This study focuses on how the territorial control and power struggle over commodity circulation energized social relations of individuals who lived in the Colombian Caribbean in the second half of the eighteenth century, more specifically, in the peninsula of La Guajira. It will show how the inhabitants of this peninsula were favored by the geography of a territory whose accidents along the coastline -natural harbors- allow them to link the business dynamics of the region through smuggling activities with aliens.

Key words: Guajira peninsula - smuggling - territory

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INTRODUCCIÓN

El siglo XVIII se abre como una época singular para el Caribe. España sostenía un régimen prohibitivo que impedía el libre comercio en el Mar Caribe y había pasado a ser una potencia de segundo orden. Siglos atrás la explotación del oro y la plata en regiones como Potosí y el Perú habían res-tado importancia a las riquezas minerales y agrícolas del estratégico espacio caribeño. Sin embargo, a partir del siglo XVII y aún más en el siglo XVIII, el Caribe se convierte en el centro de los intereses y conflictos de los imperios colonialistas.

A finales de este período, el Caribe Neogranadino se erigió como un espacio dinámico a nivel social, político y económico (Múnera 1994: 11-149). Las Reformas Borbónicas habían implantado medidas administrativas tendientes a reforzar el control sobre la Nueva Granada y a sacar provecho de los recursos; sin embargo, dichas reformas enfrentaron grandes dificultades (McFarlane 1997: 577). Estas se enmarcaron, en su mayoría, en el contexto de la apropiación de dinámicas surgidas de la práctica y la interacción mer-cantil por parte de algunos actores sociales que empezaron a crear formas particulares de asumir el orden impuesto por el gobierno Colonial con el fin de vincularse libremente a los negocios asociados al contrabando. El anhelado “orden” que los gobernadores, alcaldes y regidores intentaban implantar en el Caribe debió enfrentar la existencia de unos sistemas socioculturales alternos que determinaban las prácticas cotidianas de la población.

En ese sentido, se hace referencia al hecho de que la ocupación es-pañola en contacto con la población del Caribe originó nuevas relaciones económicas, políticas y socioculturales. Estas no obedecieron directamente a la normatividad establecida por la corona sobre los territorios americanos, sino a la construcción de unos entramados cuya funcionalidad pedagógica serviría de eje a las relaciones entre blancos e indígenas y, con el pasar de los años, consolidaría unas prácticas y códigos propios en espacios como el de la península de la Guajira.

Desde una época temprana, las costas del Caribe neogranadino fueron vinculadas a las lógicas del mercantilismo europeo. De esta manera, los principios de reciprocidad en los que se basaban los intercambios de géneros entre los pueblos prehispánicos, fueron reemplazados paulatinamente por un sistema de intercambio desigual donde se abrió camino a operaciones

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que canjeaban riquezas nativas por abalorios (Tovar 1997:17). En efecto, las dinámicas de la circulación mercantil se definen en el marco de los inter-cambios desiguales que determinaron el comercio internacional durante el periodo colonial.

En el caso de la península de la Guajira, las dinámicas de la circulación mercantil permitieron a los nativos adquirir sus géneros en un marco más favorable gracias a la activa conexión e interacción económica, social y cultu-ral con los extranjeros que circundaban esa frontera ofreciéndoles productos que la norma comercial española no les permitía tener. Los puertos del litoral guajiro fueron espacios activos y dinámicos donde a diario se intercambiaban mercancías y se escenificaban alianzas y negociaciones entre nativos, hispanos y extranjeros franceses, ingleses y holandeses.

Los intereses de la metrópoli española alrededor de la explotación del oro y el comercio de esclavos habían convertido a la Guajira en un espacio olvidado, con poca y en algunos casos ninguna presencia del orden colonial por no poseer las características para ese tipo de actividades (McFarlane 1971: 78). A esto se sumaron problemas relacionados con la fuerte resisten-cia de los nativos, que dificultaban las labores de sujeción y “pacificación” que las autoridades reales intentaron llevar a cabo en este espacio. Esta crí-tica dimensión en la relación de la frontera de la Guajira con la metrópoli española, constituyó un factor determinante para el ejercicio de la práctica contrabandista como forma de organización económica propia de esta zona (Kuethe 1993: 9- 17).

Durante este periodo la Guajira se percibe como uno de los espacios fronterizos dentro del territorio neogranadino, caracterizado por su movilidad y porosidad social, política y económica (Weber 1994: 27)1. Evidencia de ello es que a lo largo del siglo XVIII su cotidianidad está marcada por su estrecha vinculación con el contexto Caribeño y la configuración de relaciones sociales con intereses particulares dentro de la península, los cuales originaron tradi-ciones y prácticas socioculturales en el marco de la búsqueda de beneficios económicos particulares.

En ese sentido, el contrabando en la Guajira figura como una de las tantas prácticas sociales de sus habitantes comprensibles a partir de lo que Pierre Bourdieu considera como habitus colectivos.

Sistemas de disposiciones duraderas y transferibles, estructuras estructura-das predispuestas para funcionar como estructuras estructurantes, es decir,

1 Según este autor “las fronteras son zonas de interacción entre dos o más culturas dife-rentes, como lugares en que estas culturas contienden entre sí y con su entorno físico para producir una dinámica única en el tiempo y en el espacio” (1994:27).

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como principios generadores y organizadores de prácticas y representacio-nes que pueden estar objetivamente adaptadas a su fin […], objetivamente reguladas y regulares sin ser el producto de la obediencia a reglas […] pero acompañadas de un cálculo estratégico (Bourdieu 1991: 92-93).

En este orden, la práctica contrabandista sugerida no es definida como una mera desobediencia a la norma o edicto, sino como una costumbre en-tendida bajo principios de cambio y de contienda, una palestra en el que los intereses opuestos producen reclamaciones contrarias (Thompson 1995: 19). Una estructura generadora de prácticas sociales y representaciones que en su momento otorgaron trazos de identidad entre los actores sociales del Caribe y de la península de la Guajira.

Esta concepción del contrabando muestra cómo estos actores sociales de forma consciente recurren al uso de estrategias sociales que los aproxi-man a esta práctica-costumbre. Tales estrategias deben entenderse como el despliegue de relaciones de poder donde cada parte involucrada antepone sus intereses sobre aquello que le represente menos poder (De Certau 2004: 214-260). Las luchas entre funcionarios, jefes de parcialidades y nativos pueden considerarse como ejemplos claros de este aspecto, pues cada actor busca la imposición de sus intereses sin advertir el desafío a nociones como justicia, norma y relaciones sociales contenidas en la legislación hispana y que no les otorgaba beneficios.

A nuestro juicio, la condición geográfica de la Guajira ha sido considerada como una característica fundamental para explicar la práctica del contraban-do. La península de la Guajira se caracterizó por su diversidad geográfica y la existencia de comunidades nativas que se relacionaron de manera desigual con el hábitat que ocuparon. En efecto, las fuentes historiográficas nos permiten pensar que durante el siglo XVIII en la Guajira se escenificaron constantes alianzas y conflictos relacionados con la lucha por el manejo de los recursos, la circulación mercantil y el control territorial. Es por esto que en el presente estudio se analizará cómo los pobladores de la península de la Guajira se favorecieron de la geografía de su territorio para vincularse a las dinámicas de la circulación mercantil mediante el contrabando, entendida esta última como una práctica social que respondió a las necesidades de la vida cotidiana y no a la racionalidad económica del sistema colonialista (Barrera 2000: 35).

Durante la época colonial el relieve de la provincia de la Guajira favo-reció la práctica contrabandista. Los numerosos accidentes geográficos de su litoral propiciaron el frecuente arribo de embarcaciones de diferentes tipos y, en consecuencia, dificultaron y desafiaron la labor de los guardacostas. El mismo efecto fue producido por la existencia del gran corredor de playas, la presencia de algunas áreas de montañas y las extensas zonas desérticas

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que también dificultaban el control de las autoridades sobre el espacio y los nativos. Asimismo, el límite con el mar Caribe -uno de los espacios en torno al cual se desarrollaron dinámicas comerciales vinculadas al contrabando- favoreció el establecimiento de sólidos circuitos de intercambio mercantil entre nativos y extranjeros que traían géneros desde sus bases en las Antillas para comerciarlos en la península de la Guajira (Pichón 1947: 85).

Analizar el espacio guajiro implica acercarse a las dinámicas que dis-tinguían las prácticas en cada zona de la península y que se escenificaban en las relaciones de alianzas, conflictos, vecindad y alejamiento. Es importante destacar que geográficamente la península de la Guajira es percibida por sus habitantes como dos zonas diferenciadas, la Alta y la Baja (Vásquez y Correa 1993: 215-218). La diferenciación entre ambas depende de varios factores. Por un lado los geográficos, y por el otro, los vinculados al orden, las formas de organización y los niveles de resistencia y negociación con los nativos.

EL CONTRABANDO EN LA ALTA GUAJIRA

La Alta Guajira comprende la parte oriental y nororiental de la península, que se extiende desde el cabo de la Vela hasta el Cerro de Epits (Teta). Esta parte del territorio respondió durante el periodo colonial a un foco de resis-tencia que dificultó las campañas de “pacificación” que buscaban reducir a los nativos que abiertamente hacían el contrabando con los extranjeros en los puertos de esta zona. Los accidentes de su litoral, es decir, los puertos forma-dos naturalmente en sus costas, fueron fundamentales para el contrabando. Entre el cabo de la Vela y Tucacas la costa acantilada permitió la formación de bahías y ensenadas que fueron usadas como puertos que favorecían el atraco de embarcaciones extranjeras (Polo Acuña 2009: 58).

El siguiente mapa muestra los rasgos fundamentales de la geografía de la península y la distinción entre la Alta y la Baja Guajira, así como la ubicación de poblados en los que frecuentemente se realizaban intercambios mercantiles vinculados al contrabando.

Los habitantes de la península asumieron la posesión de su territorio como parte inherente a su autonomía frente al orden español y como base para desarrollar una economía alterna mediante el contrabando. Tales acti-vidades se fortalecieron gracias a la autonomía de las llamadas parcialidades o clanes en los que se agrupaban las familias indígenas nativas con el fin de organizarse social, política y económicamente (Polo Acuña 2009: 79- 100). En la península de la Guajira los actores sociales retradujeron la toma de posicio-nes a través del espacio de disposiciones propuestos por Bourdieu, es decir, la noción de orden, legalidad y vida cotidiana (habitus) de los nativos que

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dominaban esta parte del territorio obedeció más a sus intereses particulares (disposiciones) que a cualquier otro tipo de orden o principio existente en la península (Bourdieu 1991: 16). En este contexto los nativos fortalecieron la resistencia al control de las autoridades, así como su independencia social, política y económica del orden hispano. Esta independencia se alimentó en gran medida de las estrechas relaciones y los frecuentes intercambios mer-cantiles mantenidos con los extranjeros que venían de las islas del Caribe a comerciar diversos géneros con ellos, manteniéndolos, de esta manera, provistos de lo necesario para sobrevivir (Grahn 1985: 23).

Los puertos de la Alta Guajira fueron descritos por varios funcionarios, visitantes y “pacificadores” que llegaron a la Guajira durante la época colonial y registraron el frecuente contrabando en los puertos de la Cruz, Bahia Honda, Cabo de la Vela, entre otros. Antonio de Arévalo, por ejemplo, anotaba que en:

toda la costa de Sotavento y Barlovento de la ciudad se dan fondo las ba-landras, tanto las extranjeras como las españolas, como es la Enea, Puerto

Mapa1. Península de la Guajira y Zonas de Dominio Nativo

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de la Cruz Vieja, en el Pajar, Almidones, Manaure, Tucuraca, en la Uñama, en el Carrizal, Rincón del Carpintero, Cabo de la Vela, Yguanari, Bahía Hondita, Puerto Taroa, Punta Gallina, Paraujita y en toda las partes que le conviene, pero las más frecuentados para mantener el trato ilícito han sido en la Enea, en la rada del Río del Hacha […] y camino real del Valle de Upar y tierra adentro2.

Uno de los puertos de mayor importancia para el ejercicio del contra-bando fue Bahía Honda, situada “a treinta leguas marítimas al Nordeste del puerto de Riohacha con unas dimensiones de quince kilómetros de este a oeste y diez de norte a sur” según la descripción de Francisco Pichón. A esta bahía llegaban los tratantes ingleses y holandeses, quienes comerciaban con los guajiros ganado vacuno, mular, cueros y palo de tinte, a cambio de cuchi-llos, fusiles, pólvora, lienzo, aguardiente y tabaco (Pichon 1947: 18-19). Los tratantes extranjeros encontraron en Bahía Honda un puerto “natural” que acogía los bergantines de gran envergadura gracias a la profundidad de sus aguas (Julian 1980: 277). En una propuesta de pacificación enviada al virrey en 1723, Miguel de Villanueva pidió que se armaran balandras con el fin de controlar el comercio “ilícito” realizado en esta parte del litoral guajiro:

para atajar los socorros que por Bahía Honda, y otros parages puedan dar-les [a los indigenas] los holandeses con quienes tienen general frecuente amistad, y comercio, como para que reconociéndose hallarse contados por allí y con mayores fuerzas a la vista hagan menos resistencia [….] para que inmediatamente le sobraran los bastimentos a la tropa de la conquista, de las haciendas de los dichos indios3.

Antonio de Arévalo sugirió en uno de sus informes la importancia estratégica que tendría el hecho de que en las costas de Bahía Honda se mantuvieran dos balandras guardacostas que evitaran que a través de los caminos que comunicaban a los nativos contrabandistas con las poblaciones circunvecinas, se siguieran comerciando “ilegalmente” los frutos del país a cambio de armas, como tradicionalmente se había venido haciendo4. Antonio de La Torre y Miranda, informó sobre el contrabando que se llevaba a cabo con los ingleses en el puerto de Bahía Honda. En el presente caso, se registra la conexión de los puertos de la Alta Guajira con tratantes ingleses prove-

2 Archivo General de la Nación de Colombia (en adelante AGN), Milicias y Marina (en adelante MM), Tomo 119, fs. 453r.-468v.3 AGN, Caciques e Indios, Tomo 13, fs. 524r. ss.4 AGN, MM, Tomo 119, fs. 452v. ss.

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nientes de Jamaica, los cuales fortalecían la resistencia nativa por medio de la provisión de municiones y armas:

En estos días se han visto por estas costas algunas embarcaciones, la que naufragó por Sabana del Valle, y las dos fondeadas en la costa de Sotavento y ahora me dice un oficial que acaba de llegar de Bahia Honda que allí han sabido que por las costas de Barlovento habia habido otras dos o tres, y entre ellas una mandada por un ingles que llaman el jorobado, mui cono-cido por esos payses por el trato que siempre ha mantenido con los yndios proveyendoles de armas y municiones si los yngleses incitan a los indios y nosotros al mismo tiempo avivamos mas sus resentimiento [….] es natural que presten a los consejos de aquellos y sigan lo que les influyen5.

El interés que tenían los tenientes de gobernadores y alcaldes que ejer-cían dominio sobre el puerto de Bahía Honda y la comunidad de nativos que lo habitaba, se relacionaba con la vinculación de este poblado a la práctica contrabandista y la abierta resistencia que Juan Jacinto y su parcialidad le ofre-cían a las formas de sujeción española. Esta parcialidad se había convertido, por un lado, en una unidad indígena de significativa importancia entre los nativos gracias a las riquezas que en hacienda y ganado poseía su jefe (Polo Acuña 2009:108); por el otro, en un eje de resistencia de gran preocupación para las autoridades dado el sólido control de los nativos sobre el puerto de Bahía Honda, frecuentado por extranjeros que les facilitaban armas de fuego.

Juan Jacinto fue el jefe nativo que logró controlar la zona entre el Puerto de Bahía Honda y el estrecho de Parauje, cerca de la Laguna de Sinamaica. Este nativo se convirtió en un personaje importante que ocupaba una posi-ción estratégica para las comunicaciones y negociaciones que se realizaban en esta parte del territorio, y sobre todo de las actividades que implicaran el uso del puerto. Las autoridades se vieron obligadas a trazar alianzas con él para tener acceso a los beneficios resultantes del dominio sobre este puerto que le había permitido a Juan Jacinto acumular haciendas, ganado y mucho prestigio (Polo Acuña 2009: 32).

El grado de resistencia de los indígenas de Bahía Honda desafió abier-tamente cualquier forma de control hispano sobre la circulación mercantil, de modo que pese a los frecuentes intentos de “pacificación” y erradicación de la “práctica ilícita”, los nativos de Bahía Honda antepusieron su interés por el contrabando a las intenciones de las autoridades reales. Es importante resaltar que los puertos de la Alta Guajira deben inscribirse en el marco de un espacio social donde sus habitantes se distribuyeron en función de sus

5 AGN, Miscelánea (en adelante M), Tomo 162, fs. 567v.-575r. (Cursivas nuestras).

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intereses. En ese sentido, cada parcialidad ubicada en las inmediaciones de un puerto estaba traduciendo en el espacio físico sus características intrínse-cas y relacionales de una posición en un estilo de vida, donde ciertos bienes y prácticas determinaban las dinámicas del territorio (Bourdieu 1999: 19).

En la Alta Guajira también figuran pequeñas serranías que surgen en la garganta de la península en dirección del nordeste, de formación volcánica pero con poca altura. Durante el siglo XVIII, este tipo de relieve dificultó la accesibilidad y los intentos de dominación por parte de las autoridades lo-cales, mientras que contrariamente facilitó la resistencia y autonomía de los nativos que habitaban estos parajes y que practicaban el contrabando con las balandras extranjeras provenientes de las islas del Caribe (Fidalgo 1999: 108).

Otro de los poblados de la geografía guajira que se convirtió en un pun-to importante para entender el contrabando en la península fue Chimare. La comunidad nativa que residía en este punto, gozaba de los beneficios de un terreno fértil por el que corrían las aguas del río Chimare y en el que se encontraban decenas de corrales de ganado pertenecientes a indígenas ca-bezas de parcialidades. En este puerto los extranjeros habían establecido un sólido intercambio con los nativos proporcionándoles aguardiente, pólvora y balas. Las autoridades locales buscaban la manera de poder evitar el avance del contrabando, responsable en gran medida de la abierta resistencia de los nativos de esta zona (Polo Acuña 2005: 36-37). Gobernadores, alcaldes y regidores expresaron con frecuencia las dificultades de limitar esta práctica. En su informe, Joseph Galluzo manifestó su preocupación por el intercambio de ganado por armas y material de guerra entre indígenas y extranjeros:

A dos leguas del pueblo de Chimare está el puerto de este nombre; de di-fícil entrada, pero bastante frecuentado por extranjeros, como también la ensenada de Tora, en donde pagan de anclaje algún aguardiente, pólvora y balas. Y últimamente estuvo en Tora el capitán Yampar que llevo 10 mulas, 10 burros, 12 reses y 9 mantas y hamacas… y dejo a Paredes por una Mula, una escopeta, 30 libras de balas y un barrilito de pólvora6.

El jefe de parcialidad de esta población fue el nativo conocido como Paredes, uno de los más ricos y poderosos de la Guajira, lo que se reflejaba en el considerable número de cabezas de ganados que poseía. Don Joseph Galluzo en una carta al virrey, refiriéndose a Antonio Paredes, informaba que

por ser este indio el más rico de toda la nación guajira los tiene a todos aco-bardados, porque cuando se le antoja llama a muchos de los indios pobres

6 AGN, MM, Tomo 124, fs. 735v. 737r. (Cursivas nuestras).

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que habitan en Chimare y les quita todo su ganado, por lo que son contrarios suyos (aunque no declarados) los demás indios7.

El Jefe de esta parcialidad no sólo dominaba Chimare, sino que también tenía conexiones en Macuira y Sabana del Valle. Este nativo había estable-cido alianzas con algunas parcialidades cercanas a su zona de dominio, de manera que desafiaba abiertamente a quien quería, pues en momentos de guerra contra clanes enemigos o contra las autoridades reales, convocaba a sus parcialidades aliadas para obtener la victoria8. Antonio Paredes se negó a la formación de un pueblo y a la construcción de la iglesia en la zona de su dominio, lo cual reflejaba su desinterés por el cumplimiento del orden hispano, siempre y cuando éste no le proporcionara algún beneficio. De este modo, podría pensarse que la “pacificación” de los nativos de la Alta Guajira debió llevarse al plano de los acuerdos y las renegociaciones de los elemen-tos vinculados al orden y a la organización en el espacio étnico guajiro. El general Joseph Galluzo registró en su diario la muerte de Paredes, quien antes de morir reafirmó su posición como jefe poderoso, garante de un “orden” en las inmediaciones donde estaba ubicada su parcialidad y con unos intereses que lo alejaron de la normatividad hispana y no siempre lo unieron al resto de parcialidades ubicadas a lo largo del territorio étnico:

El nominado yndio embio palabra al gobernador del hacha pr el capitán del pueblo de Orino avissandole haver llegado el día de su muerte pero que llevaba el consuelo q lo mismo sucedía a los reyes y gobernadores que el motivo de no haber admitido pueblo ni cura havia sido la guerra, que tenía con Juan Jacinto, y que este enviendo sus indios juntos en pueblo hubiera procurado destruirlo; por lo que encargava al citado gobernador los asistiese y mirase con buenos ojos defendiéndolos siempre que algún otro indios quisiera ofenderlos9.

Es en este contexto que debemos entender la relación de la adminis-tración local criolla con la geografía y la población de la Alta Guajira. Por ejemplo, la resistencia de los nativos que dominaban los poblados del norte de la península tenía una estrecha relación con los intereses alrededor del contrabando y la funcionalidad que adquiría el espacio para realizar tal prác-tica. Es decir, en la medida en que se le disputara el poder a las autoridades locales sobre el territorio étnico, se facilitaría la autonomía para comerciar

7 AGN, MM, Tomo 124, fs. 735v. 737r.8 AGN, Historia Civil (en adelante HC), Tomo 20, f. 520r.9 AGN, MM, Tomo 128, fs. 776v. ss.

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clandestinamente con ingleses y franceses que llegaban a las costa de la Alta Guajira ofreciéndoles municiones y aguardientes a cambio de ganado y perlas.

EL CONTRABANDO EN LA BAJA GUAJIRA

La Baja Guajira se encuentra enmarcada en una línea imaginaria al occidente entre el Cabo de la Vela y el Cerro de La Teta. Está conformada casi en su totalidad por sabanas, que sufren un período de transformación considerable en los meses de octubre y noviembre. Durante estos meses -que suelen ser los más lluviosos- y los arroyos caudalosos arrastran todo tipo de animales que encuentran a su paso, los caminos se vuelven intransitables y no se pueden sacar los productos de subsistencia que los nativos cultivan. La costa de la Baja Guajira es uniforme, más o menos regularizada, no es propicia para puertos y, al contrario, sí apta para balnearios naturales.

Para el siglo XVIII el régimen borbónico buscaba que espacios del Caribe como la Baja Guajira se sujetaran a las disposiciones comerciales tendien-tes a controlar el intercambio mercantil y el fortalecimiento de la práctica contrabandista con los extranjeros del Caribe insular (McFarlane 1971: 90). Sin embargo, tales disposiciones no tuvieron relevancia para las autónomas poblaciones de nativos y criollos ubicadas en las inmediaciones de la Baja Guajira.

Uno de los poblados más reconocidos de esta zona era Carrizal, pues allí residían los nativos que se dedicaban a la extracción de perlas. El comercio de este género permitió que a su alrededor surgieran una serie de activida-des que dinamizaron las relaciones a nivel socio étnico y comercial en toda la península de la Guajira. En sus apuntes sobre la provincia de Riohacha, Francisco Silvestre anotaba que “lo que hace tener algún nombre a aquella ciudad es su pesca de perlas, que se estiman tener por su hermosura en se-gundo lugar después de las de Oriente” (Silvestre 1968: 50). Antonio Julián, quien estuvo en la Guajira en la primera mitad del siglo XVIII, señaló que “los criaderos de éstas se hallan en el mar, y junto a la embocadura de este río [de la hacha], llamado por eso de las Perlas” (Julián1980: 36).

El indígena que dominaba esta parcialidad era Francisco “Pacho” Gamez. Este jefe y de su parcialidad controlaban la actividad de extracción de perlas gracias a que eran ellos los que dominaban casi toda la costa. En efecto, la parcialidad de Pacho Gamez se impuso como fuerza fundamental del trato de perlas, en la medida en que fueron los nativos de esta comunidad quienes determinaban la cantidad de perlas que salían desde este puerto hacia el resto de la península, así como las dinámicas que dirigían los intercambios con criollos y extranjeros interesados en adquirirlas. En este marco cabe señalar

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que si bien es cierto que para esta época la actividad del peruleo estaba per-dida para la Corona, no se puede relegar el hecho de que los gobernadores, alcaldes y regidores mantenían acuerdos y negociaciones con el jefe de esta parcialidad de manera que pudieran participar del comercio de las perlas (Barrera 2000: 132). Cabe aclarar que las ganancias generadas por el intercam-bio de perlas no estaban asociadas al fortalecimiento del sistema fiscal de la Corona española en la península de la Guajira, pues la mayoría de veces los criollos no daban cuenta de sus ingresos, ni mucho menos pagaban el quinto. En uno de sus informes sobre la “pacificación” de los guajiros, Bernardo Ruiz planteaba lo siguiente:

De muchos años a esta parte no encontrara quien haya rendido el quinto de perlas ni aun de ochenta onzas, que corresponde a una arroba y como jamás hayan quintado lexitimamente, ni aun diezmado los peruleos de aquí es, que se temen, que como están los ostrales de la jurisdicción de mi pacificación[…] me dedicaré a quanto sea, y corresponda a su majestad10.

El “capitán Pacho Gamez” ocupaba una posición singular en la esfera de la circulación e intercambio de perlas. Podría decirse que como jefe de parcialidad logró establecer vínculos en diversas direcciones y con reglas diferenciadas. Desde esta parcialidad salían las perlas que dinamizaban gran parte del comercio en varios puntos de la península y era este jefe el encargado de mediar las relaciones tanto con los nativos de la Alta Guajira como con los criollos de la provincia de Riohacha. En un informe que el funcionario real Joseph de Enzio enviaba al virrey Manuel Guirior en 1772, explicaba la manera en que este jefe construía su relación con los criollos de la provincia:

Los indios que sacan perlas residen a Barlovento en la parcialidad del Capitán Pacho Gamez, afectísimo a los españoles con quienes nunca ha reñido, ygnoro el auxilio que se le de, pa. Coxer las perlas; y he oydo desir las cambian por maizes, lienzos bastos del Reyno, aguardientes, quesso y panela,en este particular no he tenido conocimiento. Alguno, y solo vasio en el papel lo que he oydo generalmente11.

Con la misma naturalidad y tranquilidad con que Pacho Gamez lideró la organización de tratos con los criollos de la Baja Guajira lo hizo con los nativos del norte de la península, quienes a su vez utilizaban estas perlas para intercambiarlas con los extranjeros por aguardiente y armas de fuego. En ese

10 AGN, MM, Tomo 124, fs. 224r.-252v.11 AGN, MM, Tomo 124, fs. 508r.-517v.

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sentido, eran los intereses particulares de la parcialidad de Pacho Gamez los que se imponían sobre el comercio de este género. Si bien era él quien decidía lo concerniente a la extracción y venta de las perlas, no se preocupaba por el uso que sus compradores pudieran darle luego de adquirirlas. El compor-tamiento de este jefe frente a cada “cliente” se fundamentaba en principios vinculados a la compra y venta del producto.

El intercambio y negociación de perlas en la península de la Guajira favoreció el comercio con los extranjeros ingleses y holandeses provenientes de islas del Caribe como Jamaica y Curazao, que se dedicaban a comerciar harina, aguardientes y armas con los nativos de la península. Pese a que ésta fue una de las mayores preocupaciones de la Corona y las autoridades crio-llas durante el periodo colonial, no pudieron tener éxito en el control sobre los intercambios con extranjeros. Para el caso de las perlas se debe destacar el hecho de que, gracias a que la explotación y venta de dicho género estaba bajo el mando y la autonomía de Francisco Gamez, fue imposible para las autoridades evitar que los nativos las cambiaran con los extranjeros por gé-neros como pólvora y armas de fuego. Antonio Julián describió la situación de la siguiente manera:

Los pescadores de tales perlas son los indios guajiros, que dominan en toda aquella costa de mar, desde el Río de el hacha, hasta cerca de la famosa laguna de Maracaibo. Ellos son los que las venden, los que las llevan al río de la Hacha, los que con ellas comercian singularmente con los extranjeros, que con los bergantines aportan a sus playas o recalan en la Bahía Honda. Por Perlas que dan reciben estos indios las armas de fuego, los aguardientes, vinos, y aun esclavos; de todo lo cual se van proveyendo para hacerse más insolentes, y menos conquistables (Julián 1980. 36-37).

Las manifiestas quejas por parte de tenientes de gobernadores, alcaldes y regidores no se hicieron esperar. La “desmedida” venta y despreocupación en la extracción de perlas para el comercio “legal” 12 por parte de Pacho Gámez, empezó a generar entre los criollos recelo y desconfianza sobre las actividades que este nativo desempeñaba. El comandante Gerónimo Mendoza se quejaba de la “Infidelidad y malicia” del capitán de la parcialidad de los perleros en los siguientes términos:

Pues habiéndose regresado el prenotado Gamez a su casa, falto en el todo a la confianza que de el se hizo para desempeño del encargo que llevaba a

12 En este caso, entiéndase por legal el comercio de perlas quintado en las cajas del cabildo municipal y que quedaba registrado en los libros de cuentas.

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su cuidado; procediendo con tanta infidelidad y malicia que assi los dipu-tados, como otros peruleros se vieron obligados a consumir sus efectos en solo tributar a el y a los demás de sus parcialidades […..] para ver si por este medio se dedicaban a su trabajo13.

A diferencia de las parcialidades del norte de la península de la Guajira, las ubicadas al sur -como las de Pacho Gamez- se relacionaban de manera más abierta con la sociedad criolla. En efecto, las dinámicas que determinaban las prácticas sociales al interior de este tipo de parcialidades estuvieron acorde con un tipo de disposiciones en las que primaban los intereses particulares. Es por esto que la relación y acercamiento existente entre la parcialidad de Carrizal y la sociedad criolla debe comprenderse en el marco de la interde-pendencia como base de la búsqueda de beneficios, donde la configuración de alianzas y negociaciones estructuraron las prácticas sociales de ambos grupos.

Porque sin sujeción, y solo a voluntad de los indios buzos, es cierto coger, o rescatar las perlas correspondientes a los pocos frutos, que les llevan con superior razón estando reducidos, y sujetos, se adelantara la pesquería y a correspondencia harán su rescate sin los recelos con que continuamente hasta el presente los han hecho, y en que dándose por mi las providencias más arregladas con segura el Rl Herario no solo el legitimo quinto sino el adelantamiento del que tengan los peruleros” [además los vecinos] “se verán libres con la sujeción de los yndios de los continuos hurtos que expe-rimentan cada día en sus haciendas haciéndose dueñas de ellas los yndios que se las cogen; y que tendrán la utilidad del libre peruleo de perlas sin la fatiga con que hoy lo hacen exponiendo sus vidas y haciendas a voluntad de los indios14.

El anterior fragmento del informe de la campaña militar de Bernardo Ruiz, nos muestra el estado de “insubordinación” en que vivían los indígenas perleros de Carrizal y las intenciones que éste tenía de lograr la reducción y pacificación de la población. Sin embargo, la campaña de Ruiz no tuvo éxito debido a que a las autoridades locales no les convenía la sujeción de los nativos, pues ello impedía el libre desarrollo del trato ilícito (Polo Acuña 2009:111). Es más, la autoridad local prefería la vía de la negociación y los contactos con los jefes de las parcialidades antes que entrar en confrontaciones económicamente poco rentables.

13 AGN, MM, Tomo 138, fs. 863v-868r.14 AGN, MM, Tomo 124, fs. 224r.-252v.

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El comercio de las perlas se erigía entonces como un espacio de negocia-ción que vinculaba los diferentes intereses de los extranjeros, las autoridades y los criollos, al igual que los de los indígenas y sus jefes. En un interrogatorio que se le hizo al Coronel Joseph Benito sobre su expedición a la Guajira en 1772, se señala lo siguiente:

De la conducta de estos vecinos, con quienes nada trato, no me consta otra cosa, sino que su subsistencia consiste, en las pulperias, que los mantienen y en los rescates de perlas, que todos hasen. No puedo asegurar con certeza, quienes son fieles vasallos del Rey, bien que a sus servidores ninguna volun-tad les manifiestan, y tambien se dise en el Pueblo, tienen secretos tratos, y comunicación., con los yndios reveldes, pues ban y bienen quando les acomoda, a buscarlos, y habitan con ellos, estoy informado hizo una pesquisa exacta de la conducta, propiedad., y costumbres, de todos estos vecinos15.

La esfera del contrabando permitió la confluencia de actores sociales con posiciones diferenciadas. Sin embargo, la cotidianidad de estos actores dio lugar a representaciones distintas a las contenidas en la norma al punto de construir complejos entramados basados en alianzas de amistad, negocia-ciones y compadrazgos alternos al sistema. Antonio de Arévalo referenció este tipo de dinámicas en su informe sobre los intentos de “pacificación” en la costa de Carrizal:

El rescate de Perlas que hacen los indios de la costa del Carrizal a cambio de géneros, víveres, tabaco y otras cosas semejantes, su beneficio y venta, la del ganado y mulas y el trato ilícito que ha tenido la provincia con extranjeros y los vecinos de la jurisdicción del Valle, ha mantenido a los españoles de ella establecidos en esta ciudad y sitios o lugares referidos arriba, comprando los géneros y demás, que han necesitado de ilícito trato con extranjeros, sacando estos los frutos de la provincia y los que han conducido del Valle de Upar, en lo cual se han empleado de muchos años a esta parte, haciendo ya naturaleza esta envejecida costumbre que han ejercitado sin freno y sin reconocimiento al soberano como sus vasallos, ni a la superioridad del virrey16 .

Para el caso de pueblos indígenas como Orino y La Cruz, erigidos por el Capitán Joseph Galluzo, está claro que el ejercicio del contrabando era parte de su cotidianidad. Sin embargo, debido a que eran los pueblos que se encontraban más cerca del centro del poder español en la península -de la

15 AGN, MM, Tomo 124, fs. 508v.r.-517v.16 AGN, MM, Tomo 119, fs. 455r. ss.

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ciudad de Riohacha y del control de las autoridades locales- el dominio que tenían los jefes de parcialidades no era tan estable como el de los jefes de la Alta Guajira, lo que no implicó necesariamente una desconexión entre estos últimos y las autoridades criollas locales.

El Capitán indígena “Blancote” que lideraba el pueblo nativo de Orino había logrado tejer estrechas relaciones con los criollos y autoridades locales, de manera que durante su mandato logró mantener cierta estabilidad en las relaciones con las autoridades de la provincia riohachera. Sin embargo, en el año de 1769 durante uno de los más terribles enfrentamientos entre nativos y criollos, este líder fue asesinado en venganza por la muerte que le había causado a uno de los comandantes de la provincia de Riohacha17. Luego del fallecimiento de Blancote, su sobrino Antonio Heredia ocupó el lugar de cabeza de la parcialidad al mando del grupo de nativos establecidos en este poblado que fue denominado Concepción Orino por su nueva ubicación18,19. Estos cambios estuvieron relacionados con la mayor cercanía que este nuevo jefe tuvo con las autoridades de la provincia de Riohacha, al permitir el or-denamiento de la parcialidad al modo de la organización implementada por las autoridades coloniales.

El pueblo y puerto de La Cruz tenía como jefe al nativo Félix Cigarroa. Geográficamente este pueblo se convirtió en una ruta importante y estratégica para internar los géneros contrabandeados a través del llamado “camino real del Valle de Upar y tierra adentro20. En uno de sus informes, Arévalo escribió acerca de los logros obtenidos por el gobernador de turno en relación al con-trol que se estaba ejerciendo sobre el frecuente contrabando que se llevaba a cabo por esta ruta:

con las diligencias que el interino gobernador don Joseph Galluzo había practicado para desterrar el trato ilícito de estas costas [...] (que introducen las referidas balandras y conducen los indios a la jurisdicción del Valle por el Camino del totumo, Calabazos y Potrero grande) se hallaban los indios sin pólvora y balas porque las balandras no se atrevían a arrimar a la costa21.

17 AGN, M, Tomo 152, fs. 567v.-575r.18 AGN, HC, Tomo 20, fs. 466v. ss.19 Después de que los indios habían quemado el antiguo pueblo de Orino, el nuevo fue erigido bajo el auspicio del Capitán Joseph Galluzo en el campamento que está entre el arroyo de la miel y el pueblo viejo de Orino.20 AGN, MM, Tomo 124, fs .226r., 228v.21 AGN, M, Tomo 142, fs. 527v. ss.

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No obstante, cabe señalar que el contrabando que se practicaba en este puerto entre los nativos y las balandras francesas y holandesas fue a lo largo del siglo XVIII una de las preocupaciones de las autoridades, de manera que éstas en repetidas ocasiones trataron de erradicar dicha práctica mantenien-do vigilada la costa de este poblado. Sin embargo, la sagacidad, resistencia y experiencia, producto de la costumbre con que los nativos realizaban el contrabando en este puerto, les permitió mantener la autonomía frente a los intentos de sujeción colonial.

Junto al comercio de las perlas, otro de los géneros que suscitó dinamis-mo en la península fue la tenencia de ganado. En la Alta Guajira así como en otras partes del litoral caribeño de tierra firme, el comercio de ganado con los extranjeros de las Antillas dinamizó la circulación mercantil a través del contrabando de ganado. Al respecto, cabe anotar que lo largo del siglo XVIII el ganado fue un género caracterizado por propiciar conflictos y también respaldar tratos comerciales, alianzas, acuerdos y diversos tipos de negocia-ciones al interior de la Península de la Guajira.

El sitio de La Soledad, por ejemplo, era importante gracias a que en sus inmediaciones se encontraban varias de las haciendas y hatos ganaderos, símbolos de poder y riqueza en la península de la Guajira. Hacer referencia al ganado en este contexto significa hablar de uno de los símbolos de riqueza, poder y autoridad para los nativos. Las disputas y negociaciones que surgie-ron en torno a este bien entre criollos, mestizos e indígenas fueron complejas debido a las implicaciones y connotaciones que revistió el intercambio del mismo.

En ocasiones, los criollos se enfrentaron con los guajiros por la obtención del ganado. El comandante Gerónimo de Mendoza haciendo referencia a los conflictos que se presentaban, señalaba que

es reciproco entre unos y otros en continuo quitarse el ganado que pueden, de donde resultarán muchos daños pues los yndios pr. cualesquiera vez que les quiten, luego vienen a insultar a los españoles y criollos, y estos con la misma facilidad a ellos matándose unos a otros sin ninguna razón, ni justicia22.

La importancia que para los indígenas representó la tenencia del ganado estuvo estrechamente ligada al poder y la posición socioeconómica, o en otros casos fue utilizado como medio para sellar alianzas o mostrar fidelidad a un acuerdo. Manuel Herrera de Leyva escribió en su diario sobre lo sucedido en la sublevación de nativos en el año de 1769, haciendo énfasis en el interés

22 AGN, MM, Tomo 124, f. 630v.

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primordial de los indígenas en tomar el ganado antes que otro tipo de bienes de las propiedades de los criollos:

El día 24 se dexaron venir gran porción de indios entre medio de dos ríos de Calancala y el de la ciudad en busca de alguna hacienda de ganado y bestias que se les había escapado y haviendolos centido las lavanderas avisaron, y salieron prontamente 25 hombres a resistirlos, y consecutivamente 60 mas pero el exorbitante numero de los contrarios consiguió el intento de llevarse el ganado [...] [asimismo, cuando fue incendiado al pueblo de Cayuz] salieron sus moradores con precipitación, con total perdida de los ganados menores que les havían quedado, siguiendo al mismo el incendio y rovo del hato de Don Joachin de Ybarra, nombrado la Mata y demás continuos a él23.

En torno a los negocios por el ganado los grupos étnicos establecieron relaciones que tensionaban los acuerdos entre el orden colonial y los nativos que compartían el territorio. En el caso anterior observamos cómo los nativos desafiaron y subvirtieron la correlación de fuerzas en la que criollos tenían jurisdicción “legal” y directo beneficio sobre el territorio y las riquezas que éste produjera.

CONCLUSIONES

Finalmente, consideramos que en la península de la Guajira el contraban-do se convirtió en una actividad usual y cotidiana para los actores sociales que compartieron este territorio. Esto gracias a que las características geográficas y la tradición de autonomía y resistencia de los nativos facilitaron la conso-lidación del contrabando como base de la economía y las relaciones sociales.

El análisis de las dinámicas que se dieron en torno al dominio de los espacios de la frontera Guajira y el consecuente acceso al contrabando, posibilita la comprensión de este fenómeno y su conexión con actividades económicas organizadas. El frecuente uso de las rutas del contrabando reflejó una articulación (alianzas) entre los actores que dominaban los espacios de la península y sus diversos intereses. En efecto, los intercambios de ganado y perlas entre la Alta, la Baja Guajira y el resto del Caribe se realizaron apo-yados en un comercio interno sustentado sobre una tupida red de caminos y rutas comerciales, y unos sectores productivos articulados (Barrera 246: 31).

No obstante, el intercambio de ganado y de perlas también incluyó enfrentamientos por la consolidación de economías particulares de jefes

23 AGN, MM, Tomo 138, fs. 857r.-862v.

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de los clanes nativos de la Alta y Baja Guajira, de alcaldes, gobernadores y de los extranjeros de las islas de Jamaica y Curazao. Es decir, el carácter de las relaciones entre los actores sociales con el fin de ejecutar las prácticas contrabandistas, puede considerarse como heterogéneo dadas las diversas implicaciones y los intereses particulares de cada individuo alrededor de las riquezas.

Así, bajo estos presupuestos, se concluye que prácticamente toda la península de la Guajira estaba vinculada a un comercio “ilegal” que desde nuestra óptica, y en aras de una comprensión histórica más pertinente, constituyó la instauración de un hacer consuetudinario: habitus colectivo (Bourdieu 1991: 92-93)24, que se realizaba gracias a las alianzas y acuerdos entre guajiros, autoridades locales y contrabandistas extranjeros que habían entretejido sus intereses alrededor de este trato. Una mención que vale la pena realizar al respecto de estas alianzas es el caso de lo sucedido –como bien se ha señalado- con los productos traídos por los extranjeros después de llegar a las costas de tierra firme. La garantía para que estos productos que eran dirigidos transitoriamente hacia el Valle de Upar llegaran a su destino en el interior de la Nueva Granada, era precisamente la existencia de circuitos mercantiles y los tratos entre los diferentes actores que contro-laban el territorio.

Fecha de recepción: 16 de septiembre de 2010Fecha de aceptación: 4 de junio de 2011

FUENTES DOCUMENTALES CITADAS

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24 Los habitus colectivos son concebidos en este análisis como prácticas que las socie-dades interiorizan a través del tiempo y vuelven parte de su cotidianidad. Estos habitus obedecen a los fines e intereses de los actores sociales sin ser el producto de obediencia a reglas institucionales, sino más bien a cálculos estratégicos que favorezcan dichos intereses.

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RESEÑAS

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Lucaioli, Carina P. y Lidia R. Nacuzzi (comps). 2010. Fronteras. Espacios de interacción en las tierras bajas del sur de América. Buenos Aires, Sociedad Argentina de Antropología. 253 p.

El libro reúne seis trabajos que, si bien difieren en la delimitación cronológica, tienen en común el haberse enfocado –desde una perspectiva antropológica–, en los espacios fronterizos en su aspecto más geográfico, aunque sin desconocer que en esos territorios interactuaban personas y que se conformaban, precisamente, por esas interacciones.

Los artículos compilados recorren una temporalidad que se extiende desde los inicios del período colonial hasta el comienzo del segundo tercio del siglo XX, y pueden agruparse en tres temáticas que, lejos de verse separa-das, aportan complementariamente a la discusión propuesta en el libro. Los dos primeros capítulos explican cómo se fueron conformando los espacios de frontera en el Chaco y en la cuenca del Río de la Plata, respectivamente, durante gran parte del período colonial. Lucaioli, en “Los espacios de fron-tera en el Chaco desde la conquista hasta mediados del siglo XVIII”, intenta comprender –partiendo de la división de la frontera chaqueña en tres regiones diferentes– por qué determinados grupos indígenas entraron tempranamente en contacto con los hispanocriollos mientras que otros se resistieron a la sujeción y mantuvieron su autonomía hasta mediados del siglo XVIII. En este sentido, la autora afirma que, si bien existen elementos comunes que permiten identificar la frontera chaqueña como un espacio fronterizo, tam-bién se desarrollaron procesos históricos particulares que “contribuyeron a la creación de espacios originales, diferenciados y únicos en función de los distintos recursos, grupos y estrategias puestas en juego” (p. 24).

Por su parte, en “Repensando la construcción de la cuenca del Plata como espacio de frontera”, Latini recorre las exploraciones más importantes de los europeos en la cuenca del Río de la Plata, desde inicios del siglo XVI hasta fines del siglo XVII. El autor plantea que se produjeron interacciones entre los primeros exploradores, sus descendientes y los indígenas que ge-neraron reestructuraciones y resignificaciones del espacio, así como de las características culturales y de las relaciones mismas. Afirma que las diversas sociedades “incorporaron bienes y elementos de la otra que le eran conve-

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nientes o necesarios” (p. 96), a la vez que, cuando se veían amenazados, no dudaron en enfrentarse.

La segunda temática del libro alude a las políticas y estrategias llevadas a cabo desde el estado argentino, en dos espacios de frontera distintos y al impacto y las resistencias provocadas por las mismas. Spota, en “Política de fronteras y estrategia militar en el Chaco argentino (1870-1938)”, propone describir los rasgos más relevantes del avance de la frontera militar sobre la región chaqueña, descubriendo los motivos que impulsaron tal ocupa-ción. Plantea, introduciendo una novedosa mirada de largo plazo, que la definitiva “pacificación del desierto verde” –lejos de haberse concluido con el establecimiento de fuertes en el Río Bermejo en 1884– recién pudo lograrse en 1938, luego de reducir las últimas resistencias de los aborígenes de la región y de establecer una línea de fuertes en la orilla meridional del río Pilcomayo.

Por otro lado, en “Desarticulando resistencias. El avance del estado en la frontera sur de Córdoba, 1860-1870”, Barbuto analiza el problema de la diversidad de actores en el espacio de frontera del sur de Córdoba y la forma en que el estado desplegó su creciente control sobre los grupos subalternos que resistieron el avance estatal. Para tal fin, recorre las respuestas de las monto-neras y de los indígenas a dicho avance, el régimen de Guardias Nacionales y las memorias de un estanciero inglés, llegando a la conclusión de que “los dispositivos de poder desplegados desde el Estado no deben comprenderse como parte de un proyecto homogéneo y con una intencionalidad única” (p. 152), pues involucraba una enorme diversidad de actores e intereses.

La tercera temática que puede construirse de la lectura de los últimos dos trabajos, se refiere a la visión que del mismo espacio territorial y sus ocu-pantes, tenían hispanocriollos y aborígenes, aunque en períodos diferentes. Enrique, en “Fronteras de negociación en el norte de la Patagonia a fines del siglo XVIII”, utilizando como fuentes relatos de funcionarios coloniales del siglo XVIII, aporta a la discusión de dos ejes temáticos. En primer lugar, analiza las diversas significaciones que los hispanocriollos otorgaban al es-pacio nor-patagónico que los rodeaba. En segundo lugar, analiza cómo tales significaciones –al vincularse entre sí y con diversos grupos de indígenas–, fueron reformuladas, considerando a la frontera como espacios de disputa y negociación a los cuales se les otorgaba diversos sentidos.

Por su parte, en “El avance de la frontera. La visión indígena respecto de los blancos en Pampa y Patagonia en el siglo XIX”, Irurtia afirma que la visión de los indios sobre los cristianos y la entrada de éstos en “sus” territorios –luego de renovadas negociaciones– fueron utilizadas por los primeros como argumentos estratégicos para obtener los recursos que necesitaban, aunque tales negociaciones fueron “socavando cada vez más el espacio tanto físico

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* Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas / Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires. E-mail: [email protected].

como social y político que posibilitaba la existencia de las agrupaciones indígenas” (p. 246).

En conclusión, el conjunto de trabajos que integra la compilación, contribuye a explicar cómo se gestaron y consolidaron distintos espacios de frontera en diversas regiones de lo que actualmente es nuestro país. Más allá de que el libro haya sido elaborado desde una perspectiva antropológi-ca, no sólo contribuye a la construcción de conocimiento en esta disciplina sino para el conjunto de las ciencias sociales. Todos los trabajos presentan mapas históricos que orientan y complementan la lectura, favoreciendo la articulación del espacio con el tiempo histórico, aspecto tan necesario en las ciencias sociales y humanas. Al tiempo que los autores toman recursos y conceptos de la antropología, la historia y la geografía, generan muy im-portantes aportes a estas ciencias ya que revelan nuevos datos empíricos y, fundamentalmente, porque repiensan antiguas problemáticas propias de las sociedades de frontera desde nuevas posturas y perspectivas de análisis. A su vez, se reconceptualiza la conformación de los espacios de frontera como producto de un proceso territorial y social que se desarrolló a través del tiempo y de forma particular en cada espacio geográfico. En definitiva, como plantea Lidia Nacuzzi en el “Prólogo” que acompaña esta obra, estos trabajos contribuyen a reflexionar sobre “la relación entre indígenas y colonizadores o agentes del Estado que estaban separados –y unidos– por un enclave, un límite o un espacio de frontera” (p. 17).

Leonardo CanCiani *

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Galante, Mirian. 2010. El temor a las multitudes. La formación del pensa-miento conservador en México, 1808-1834. México, Universidad Nacional Autónoma de México. 381 p.

Desde la independencia de México, su construcción nacional ha estado notoriamente vinculada al liberalismo. Más aún, es difícil comprender la identidad nacional mexicana sin tener en cuenta dicha tendencia política como uno de sus componentes básicos; y debido precisamente a esa pre-sencia axial, el liberalismo ha sido objeto de numerosos estudios a lo largo de más de un siglo. Sorprendentemente, o quizás precisamente por ello, el pensamiento conservador ha sido muy poco estudiado; tampoco han recibido gran atención por parte de la investigación mexicanista las prácticas políticas derivadas de dicha posición. El conservadurismo ha sido, por tanto, un gran desconocido, si no es por su conversión en el referente negativo de un polo político binario. Lo anterior hace doblemente bienvenido el libro de Mirian Galante que estamos reseñando. Libro que además, aunque publicado en México, ha sido escrito en España; país donde esa tendencia de pensamiento ha sido muchas veces vinculada por la historiografía, de forma más o menos excluyente, a la parte más integrista de sus raíces. Para entender esto basta con recordar el famoso y muy influyente libro de Javier Herrero, Orígenes del pensamiento reaccionario español.

Basada en una abundante y sólida documentación, Galante propone que el pensamiento conservador mexicano de la primera mitad del siglo XIX fue básica y profundamente liberal. No se refiere, claro está, a las formas especí-ficas a las que nos ha acostumbrado en las últimas décadas la tendencia que conocemos por el nombre de neoliberalismo, sino al liberalismo decimonó-nico de la libertad y de los derechos. En una investigación muy compleja, y de forma que considero convincente, la autora señala no sólo el cruce de ambas tendencias en la construcción del pensamiento conservador mexicano; prueba, además, que en algunos aspectos este último pudo ser más liberal que ciertas tendencias políticas que los liberales mexicanos han reivindicado siempre como parte inescindible de su propia tradición política, como es el caso del federalismo.

Como botón de muestra del encaje de bolillos que hace la autora en relación a ciertos desarrollos de su tema, voy a referirme al principio de

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representación sobre el que los conservadores cimentan todo el edificio de su construcción política, que es al mismo tiempo una defensa clarísima de la soberanía popular e incluso del individuo y de sus derechos. Junto a ello, se utiliza también como una forma de asegurar la primacía de la élite cons-triñendo los derechos políticos del soberano exclusivamente a la elección de sus representantes; y no de cualquier representante, sino de los miembros de esa élite. Pero es también –y esta es la originalidad primordial del aná-lisis de Galante– una contribución fundamental a la comprensión moderna de la representación, porque los conservadores la identifican con el ámbito nacional y con el mandato no vinculante, frente al mandato imperativo que los federalistas exigían para sus provincias.

Junto a este cruce complejo y difícil de estudiar de lo conservador y lo liberal, otra contribución importante de este libro es el hecho de que estudia el proceso de surgimiento y desarrollo del pensamiento conservador mexicano a lo largo de treinta años. Es decir, el análisis no se focaliza en la posición de un corpus ya configurado y más o menos completo, sino siguiendo el proceso mismo de su configuración. Y muestra cómo se van diversificando las propues-tas, hasta conformar un pensamiento conservador de raíz liberal que también está lleno de contradicciones en su propio seno. Este análisis basado en la diversificación de las propuestas es, a mi juicio, uno de los grandes aciertos del libro. No es fácil encontrar trabajos que hagan un seguimiento procesual tan cuidadoso y complejo de un pensamiento político, desde sus orígenes y a lo largo del tiempo. Sobre todo del pensamiento conservador, que ha sido desde siempre menos atractivo para la historiografía que otras corrientes.

Esta manera de presentar los conceptos y sus resignificaciones tiene otra consecuencia, ya que muestra la importancia de las paradojas políticas en la historia frente a la simplificación del pensamiento que, desgraciadamente, suele estar muchas veces presente en la historiografia. Y esto me lleva a lo último que quería señalar. Para ello debo recordar que en los últimos tiempos la historiografía latinoamericanista ha retomado el debate sobre la antigüedad o modernidad de la construcción política decimonónica hispana o hispano-americana. Es decir, la confrontación entre una tendencia interpretativa que defiende la permanencia del Antiguo Régimen en el siglo XIX a través de la continuidad de algunas instituciones y aquellos que abogan por la identifica-ción del período 1808-1830 como una etapa rupturista en materia de ideas y prácticas políticas que abre camino a la irrupción de la modernidad. Con este libro, Mirian Galante –posiblemente sin proponérselo– ha entrado de lleno en este debate, tomando partido claro por la modernidad. Y le ha hecho un gran favor a esa postura, porque ha mostrado con mucha claridad cómo la utilización de recursos y discursos del Antiguo Régimen, o el mantenimiento de prácticas e instituciones, estuvieron sujetos a la nueva contextualización

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que los dotó de nuevas significaciones. Particularmente expresivo en este sentido es el párrafo con que termina el libro: “…a menudo los modelos historiográficos jerarquizan unas tradiciones sobre otras impidiendo a la historia hablar libremente desde sus complejidades, matices, intensidades. Sólo ven contradicciones, insuficiencias, incapacidades especulares. Y, sobre todo, soterran las relaciones entre un antes y un después, de lo mismo y lo contrario, de lo dinámico y lo estático” (p.347).

Es posible que con este libro Mirian Galante sea asumida ante el pen-samiento conservador como lo que Charles Hale fue para el pensamiento liberal. Y digo bien: Charles Hale y no Reyes Heroles. Por muchas razones: porque se trata de una mirada desde fuera de México –y por eso mismo no es una visión nacionalmente comprometida–; porque es un análisis que rastrea con valentía en la complejidad de los procesos; porque lo hace incluso en aquellos aspectos que pueden generar disensiones y tensiones en los ám-bitos académicos. Y, porque de alguna manera, recoge el testigo de Charles Hale que mostró con maestría los dos momentos del liberalismo en México, desde el liberalismo fundado en la libertad de la primera mitad del siglo, al liberalismo fundado en el orden y el progreso, de la segunda.

Y esto no deja de ser sorprendente porque en muchos casos –que tienen nombres y apellidos– allí donde Hale veía liberales conservadores, Galante ve conservadores liberales. Que ciertamente no es lo mismo e introduce una perspectiva nueva. Adelanta, además, en varios años la cronología de Char-les Hale, porque el libro de Galante muestra cómo se va configurando en la primera mitad del siglo ese pensamiento conservador basado en el orden que más tarde va a ser retomado por muchos que se consideran a sí mismos, y son considerados, como liberales. En suma, se trata de un libro importante por su originalidad, cuidada documentación e interesante juego interpretativo.

MóniCa Quijada *

*Línea de Estudios Americanos, Instituto de Historia, Centro de Ciencias Humanas y Sociales, España.

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Zanolli, Carlos; Alejandra Ramos, Dolores Estruch y Julia Costilla. 2010. Historia, representaciones y prácticas de la Etnohistoria en la Universidad de Buenos Aires: Una aproximación antropológica a un campo de confluencia disciplinar. Buenos Aires, Antropofagia. 128 p.

La propuesta de los autores del libro Historia, representaciones y prácti-cas de la Etnohistoria en la Universidad de Buenos Aires: Una aproximación antropológica a un campo de confluencia disciplinar, resulta interesante ya que consiste en repensar sobre sus propias prácticas profesionales como antropólogos y como etnohistoriadores. Para ello, se posicionan desde sus propias experiencias de trabajo en la Sección Etnohistoria del Instituto de Ciencias Antropológicas de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. En este libro, reflexionan sobre el desarrollo académico, el estado actual y las discusiones relacionadas con la identidad de la Etno-historia, examinando las prácticas y representaciones que surgieron en el ámbito institucional, específicamente dentro de la carrera de Ciencias Antro-pológicas. Utilizan como recurso metodológico para rastrear tales prácticas y representaciones el análisis de fuentes escritas y la realización de entrevistas semiestructuradas. En cuanto a las primeras, trabajan con textos académicos e institucionales como los informes de trabajo y de avance de los proyectos vinculados o la página web de la Sección Etnohistoria, entre otros. Paralela-mente, las entrevistas fueron practicadas a dos grupos de profesionales: los pertenecientes a la propia Sección Etnohistoria y los profesores pertenecientes al Departamento de Ciencias Antropológicas de dicha facultad.

El libro ha sido estructurado en tres capítulos que se suman al “Pró-logo”, a la “Introducción” –en donde se presenta el tema de estudio y la metodología a realizar– y a las “Reflexiones finales”. En el primer capítulo, se aborda el análisis de los orígenes de la Etnohistoria a nivel internacional hasta su desarrollo y situación actual, considerando las relaciones entre la Antropología, la Arqueología y la Historia para su nacimiento y conformación. Se señala la presencia de dos líneas etnohistóricas –surgidas a mediados del siglo XX– que contribuyeron en posteriores estudios: la Etnohistoria andina y la Etnohistoria norteamericana.

A nivel nacional, los autores reconstruyen el proceso de institucionali-zación de la Etnohistoria en nuestro país y los debates entablados en torno

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al lugar que ocupan la Etnohistoria y la Antropología Histórica en el área de las Ciencias Sociales. Allí, sostienen que la creación de la Sección Etnohis-toria proveyó –en el ámbito de la Universidad de Buenos Aires– el espacio idóneo para la institucionalización de la disciplina. Asimismo, señalan que en el contexto de reorganización de la carrera de Ciencias Antropológicas se creó la cátedra “Sistemas Socioculturales de América II”, influenciada, desde un principio –al igual que la Sección– por la vertiente de la Etnohis-toria andina. Los autores rastrean las primeras investigaciones realizadas en el marco institucional de la Sección para analizar las unidades temáticas abordadas, la expansión de estos estudios con la incorporación de nuevos investigadores, los cambios en los objetivos propuestos, etc. A partir de esos datos, en el siguiente apartado proporcionan algunas definiciones de la Etnohistoria incorporando los debates ocurridos en cuanto a la teoría, al método y al objeto de la misma.

El segundo capítulo está dedicado al campo de la Etnohistoria nacional, su avance y consolidación dentro de la Universidad de Buenos Aires. Allí, realizan un minucioso recorrido sobre los proyectos de investigación gene-rados dentro de la Sección Etnohistoria –creada en 1985–, las cátedras de las dos materias vinculadas a ella –“Sistemas Socioculturales de América II” y “Seminario Anual de Investigación”– y la trayectoria de sus investigadores que, conjuntamente, fueron delineando la identidad de este espacio de co-nocimiento.

Asimismo, reconocen la importancia de las acciones de la Dra. Ana María Lorandi en la creación y constitución de esta área de investigación, señalando que ya en el primer proyecto de investigación –presentado junto a sus colaboradores al CONICET en 1985– se puede observar la pluralidad de temáticas que acompañaron a las investigaciones subsiguientes, coherente-mente atravesadas por un mismo eje o hilo conductor. Resaltan que los aportes de la Etnohistoria a la carrera de Ciencias Antropológicas, fueron de la mano de la materia “Sistemas Socioculturales de América II”. Asimismo, señalan que en 1989 se realizó en la Argentina el Primer Congreso Internacional de Etnohistoria, impulsado también por la Dra. Lorandi y, en 1991, se dio inicio a la publicación de la revista Memoria Americana. Cuadernos de Etnohistoria perteneciente a la Sección. Además, se mencionan los libros publicados y los seminarios internos y se analizan los cambios y continuidades dentro de la Sección en cuanto a proyectos, temáticas, objetivos, áreas de estudio y nuevos enfoques. Con respecto a estos nuevos enfoques, mencionan la aparición del término “Antropología Histórica” –tanto en proyectos de la Sección como en el programa de la materia Sistemas Socioculturales de América II– y, en la actualidad, como sinónimo de las prácticas de investigación en Etnohistoria dentro de la Sección. Es precisamente en relación a esto que observan una

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diferencia entre prácticas y representaciones en cuanto a la relación de la Etnohistoria y la Antropología Histórica.

En el tercer capítulo se analizan las relaciones entre la Etnohistoria, la Historia, la Arqueología y la Antropología y se precisan las definiciones de Etnohistoria que se desprenden de las entrevistas. A partir de un análisis minucioso de dichas entrevistas, los autores muestran que se evidencian tres posiciones en cuanto a la Etnohistoria: están quienes la consideran subordina-da a disciplinas mayores –como ser a la Antropología o la Historia–; quienes la ven como una disciplina independiente que cuenta con objetivos, acercamien-tos y objetos propios; y, por último, los que creen que es una interdisciplina, sobrepasando los límites tradicionales en las actuales investigaciones. Al observar que la Etnohistoria –como subdisciplina, disciplina independiente o interdisciplina– es relacionada por los entrevistados con la Antropología y la Historia, se señalan los aportes de ambas, enmarcados principalmente en la “mirada antropológica” y el “trabajo de campo” que aporta la primera y la “metodología de trabajo con fuentes” proveniente de la segunda.

Además, analizan las definiciones de Etnohistoria dadas por los colegas en relación a tres dimensiones: lo teórico-metodológico, el objeto de estudio y el aspecto político-académico. De ello concluyen que la diversidad de las conceptualizaciones propuestas fue condicionada por los anclajes discipli-nares en que están insertos estos investigadores, señalando, a su vez, que no se puede llegar a una definición consensuada de Etnohistoria dado que los objetivos de la misma se han ido modificando con el tiempo. No obstante, los autores marcan tres elementos que le otorgan consistencia y especificidad a la Etnohistoria. Estos son: el tipo de acercamiento que proponen sobre las fuentes documentales, el compartir categorías teóricas con la Antropolo-gía –permitiendo un abordaje antropológico– y el terreno donde se sitúa el investigador –entendido como el trabajo de campo de los etnohistoriadores.

En las “Reflexiones finales” se realiza una síntesis muy esclarecedora sobre los puntos principales del libro y las conclusiones arribadas. Y, por último, los autores en tanto “nativos” de la Sección Etnohistoria, se pregun-tan qué es lo que los define como etnohistoriadores. Aquí, concluyen que las trayectorias profesionales y las experiencias compartidas dentro de este espacio son, en definitiva, las que forman sus identidades variables, dinámicas y constantemente reconstruidas en el actuar cotidiano.

En síntesis, este libro es un aporte relevante para la Antropología –y específicamente, para la Etnohistoria– porque nos permite conocer la confor-mación y consolidación de esta disciplina en nuestro país y las inquietudes y reflexiones que surgieron dentro de los propios investigadores de la Sección. De esta forma, reconstruyendo los discursos de los profesionales encuestados, recuperaron los términos en que se autodefine el campo de conocimiento

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etnohistórico, así como también las representaciones que sobre ella circulan dentro de la Sección y, de manera más amplia, dentro de la carrera de Cien-cias Antropológicas.

Maria ViVardo *

*Profesora en Ciencias Antropológicas, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires. E-mail: [email protected]

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Tamagnini, Marcela y Graciana Pérez Zavala. 2010. El Fondo de la Tierra. Destinos errantes en la Frontera sur. Río Cuarto, Universidad Nacional de Río Cuarto.121 p.

La Frontera Sur, como muchas de las fronteras americanas, conformó un proceso de larga duración en el que los ritmos de avance del estado colonial y nacional, así como las reconfiguraciones económicas y políticas de las socie-dades indígenas crearon escenarios complejos y heterogéneos. Esta reciente publicación de Marcela Tamagnini y Graciana Pérez Zavala nos acerca a uno de estos espacios, el de la frontera sur de Córdoba y San Luis en las décadas previas a la ocupación nacional de los territorios pampeanos. Abordan así un período aún poco trabajado por la antropología histórica, apuntando a reconstruir las formas específicas que adquirió el avance estatal en la frontera de Córdoba y San Luis y las consecuencias que generó para sus pobladores.

Representada como “frontera interior” desde una concepción estatal que reclamaba para sí la soberanía de los territorios indígenas de Pampa y Patago-nia, los diversos espacios de la frontera sur –un amplio arco que atravesaba el actual territorio argentino desde las cordilleras hasta el Atlántico- fueron complejos espacios sociales, en los que la situación fronteriza había generado redes de relaciones y formas de subsistencia que vinculaban a pobladores “indígenas” y “cristianos” en dinámicas comunes. La organización y conso-lidación del estado nacional en la segunda mitad del siglo XIX dio lugar a la elaboración de políticas tendientes a incorporar territorios indígenas al ámbito productivo con destino al mercado internacional. Las autoras privilegian en este trabajo el análisis de las formas en que estas políticas impactaron sobre los diversos componentes, tanto ranqueles como cristianos de esta sociedad del “confín” (p.36).

En su primer capítulo, “De la Frontera a la Tierra Adentro: refugiados cristianos en las tolderías ranqueles”, las autoras ponen el foco en los pobla-dores de el territorio enmarcado por los ríos Cuarto y Quinto, indagando en sus vínculos económicos, políticos y sociales con los ranqueles y en aquellos factores que llevaron a muchos a buscar refugio en las tolderías indígenas. Ello conduce a reconstruir los dificultosos intentos de colonización y desa-rrollo agrícola iniciados durante la vigencia de la Confederación Argentina hasta la venta de tierras públicas bajo grandes extensiones realizadas por el

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gobierno posterior, con sus inversos efectos de exclusión de los tradicionales pobladores de estas zonas fronterizas. El frente de expansión estatal-capita-lista desarrolló así dos tipos de “obstáculos”: el indígena y el de los peones, puesteros y “vagos de la campaña”, fuerzas sociales subalternas a las que había que sujetar al control estatal. Es por ello que los territorios de “tierra adentro” albergaron no sólo a las poblaciones indígenas que defendían sus territorios, sino a aquellas fuerzas sociales que resistieron la unificación del estado, como las montoneras provinciales de extracción federal, así como a aquellos que, pertenecientes al sector marginalizado de la frontera, tenían dificultades ante la ley. Las alianzas que estos diferentes sectores de población desarrollaron durante la década de 1860 se generaron en un marco definido, en gran medida, por la oposición suscitada hacia las políticas excluyentes del gobierno nacional sobre la población de estos espacios.

“De la Tierra Adentro a la Frontera: movilidad territorial y conflictivi-dad”, el segundo capítulo, ofrece un panorama acerca de la conformación de los grupos ranqueles del sur de Córdoba y norte de la actual La Pampa y de los efectos críticos que sobre ellas tuvieron los avances de la línea militar en la década de 1870. Estos afectaron principalmente los territorios y ganados de aquellos grupos ranqueles “de la entrada” o “de la orilla”, más cercanos a la frontera cristiana, generando conflictos y provocando represalias que contradecían el curso de negociaciones que los caciques de las tolderías cen-trales intentaban mantener con las autoridades militares. El establecimiento de tratados de paz y las alianzas entre el gobierno y los caciques ranqueles de Lebucó y Poitague generaron, de esta manera, contradicciones en las rela-ciones entre grupos ranqueles, en la medida en que el intento de garantizar el compromiso con los cristianos llevó los caciques principales a apoyar medi-das de represión y control militar sobre los grupos y capitanejos “rebeldes”.

El tercer capítulo, “Hacia el fin de la Tierra Adentro. Ranqueles reducidos en el río Quinto”, proporciona un análisis particularmente novedoso acerca de la instalación de los misioneros franciscanos en la frontera y las dificulta-des creadas por los intereses económicos y militares para el desarrollo de las tres reducciones principales conformadas en la frontera: Las Totoritas, Villa Mercedes y Sarmiento. Estas reducciones coincidieron con el despliegue de las acciones de avance militar y sus integrantes fueron aquellos indígenas tomados prisioneros en las expediciones militares o caciques, capitanejos y familias que, dado el contexto de pobreza y represión generado por el avance militar en “tierra adentro”, decidieron acercarse voluntariamente a las mismas. Las restricciones sufridas por estas reducciones se vincularon al escaso apoyo económico recibido del gobierno, pero especialmente a la clara política de militarización de sus pobladores que sustentó Julio A. Roca, jefe de fronteras de Río Cuarto. El traslado de fuerzas indígenas y su empleo

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privilegiado en acciones militares contra los indios autónomos impidió el desarrollo de las reducciones franciscanas, que terminaron por desaparecer entre los años previos e inmediatamente posteriores a la “Conquista del Desierto”. Por otra parte, el asentamiento en las reducciones de frontera y la participación de los indígenas como milicianos del gobierno acentuaron y generaron nuevas fracturas políticas entre grupos ranqueles, estrechando sus recursos para resistir el avance del estado sobre sus territorios. Algunas situaciones, sin embargo, muestran los márgenes de resistencia que muchos de estos contingentes reducidos mantuvieron vigentes hasta las campañas de ocupación final.

Este análisis tiene la virtud de acercar el análisis a la reconstrucción finamente documentada de las acciones de los actores en los espacios lo-cales, revelando las contradicciones que frecuentemente mantuvieron la acción militar y misional. Pero al mismo tiempo ilumina desde perspectivas más amplias su lugar en un proceso de debilitamiento de la estructura po-lítica ranquel, en la medida que estas prácticas favorecieron la ruptura de los vínculos tradicionales y generaron nuevos conflictos intraétnicos entre “indios de las tolderías” e “indios de la orilla”, y entre “indios autónomos” e “indios reducidos”. Las reducciones, los tratados de paz y la militarización de los indígenas fueron prácticas paralelas que acompañaron la gestión de una nueva presencia estatal, que apuntaba a consolidar un orden productivo y de propiedad que requería el desplazamiento de los actores y actividades fronterizas. En este sentido, este nuevo orden afectó también la situación de numerosos pobladores cristianos de estos espacios frontera, con escasa visibilidad histórica, que se opusieron o resistieron los esquemas que acom-pañaban la instalación de un nuevo modelo económico en estos territorios.

El libro que aquí muy sintéticamente reseñamos se incorpora al ya nume-roso conjunto de publicaciones con que estas autoras vienen contribuyendo al conocimiento de la historia de la Frontera Sur en los últimos años. Que-remos señalar al menos tres aspectos que creemos deben destacarse en este trabajo: en primer lugar, constituye un panorama actualizado y sólidamente documentado sobre la historia fronteriza del sur de Córdoba y San Luis, que ofrece al mismo tiempo un enfoque novedoso acerca de las contradicciones generadas por los avances estatales en la situación de los pobladores de estos espacios fronterizos, en segundo lugar, valoramos la decisión de privilegiar el estudio de aquellos actores, marginados de los enfoques históricos, que formaron esta sociedad del “confín”, cuyas trayectorias colaboran a com-plejizar la visión de las fronteras como límites dados únicamente por el “conflicto étnico”. Finalmente, por contribuir a pensar en la especificidad de estos espacios sociales de frontera, ambiguos, dinámicos y de límites difusos, en los que no había distancias claras entre los órdenes sociales indígenas y

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estatales, alumbrando algo más la situación de la población subalterna frente a los proyectos desarrollados desde el estado nacional.

IngrId de Jong *

* Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas / Universidad de Buenos Aires / Universidad Nacional de La Plata. E-Mail: [email protected]

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MEMORIA AMERICANA. CUADERNOS DE ETNOHISTORIA

Revista de la Sección Etnohistoria del Instituto de Ciencias Antropológicas.Facultad de Filosofía de la Universidad de Buenos AiresPuán 480, piso 4°, of. 416. C1406CQJ Buenos Aires, Argentina.Fax: +54 11 4432 0121E-mail del Comité Editorial: [email protected] para canje: [email protected]ío de artículos para su publicación: htpp://ppct.caicyt.gov.ar

NORMAS EDITORIALES E INFORMACION PARA LOS AUTORES

Memoria Americana – Cuadernos de Etnohistoria (MACE) es una revista cien-tífica que publica la Sección Etnohistoria del Instituto de Ciencias Antropológicas de la Universidad de Buenos Aires, Argentina. Aparece semestralmente en línea y una vez al año en papel. MACE recibe: a) artículos originales que sean resultados de investigaciones científicas originales o de discusiones y puestas al día sobre diversos temas referidos a la etnohistoria, la antropología histórica o la historia colonial de América (de una extensión de hasta 25 páginas), b) reseñas de libros cuya temática esté relacionada con las de la revista y se hayan publicado en los dos años previos a la edición del número (de una extensión de hasta 3 páginas), c) discusiones sobre artículos aparecidos previamente en la revista (de una extensión de hasta 10 páginas). En todos los casos, el número de páginas incluye notas, cuadros, figuras y bibliografía.

Los manuscritos que se envíen para su eventual publicación a MACE, deben ser presentados en soporte informático en un procesador de textos compatible con Win-dows. Deberán ser subidos al portal on-line de edición de Memoria Americana en la dirección htpp://ppct.caicyt.gov.ar/index.php./memoria-americana. Para consultas rogamos dirigirse a nuestra dirección de e-mail: [email protected].

Los manuscritos serán sometidos a un proceso de evaluación que se desarro-llará en varias etapas. En primer lugar, los artículos recibidos serán objeto de una evaluación preliminar por el Comité Editorial y la Directora de MACE, quienes de-terminarán si cumplen con los requisitos temáticos y formales que se explicitan en estas instrucciones y decidirán su envío a dos pares consultores externos. Luego, le requerirá al autor la firma de un compromiso de originalidad, y los pares externos -que serán anónimos- determinarán si el manuscrito es: a) aceptado sin modificaciones, b) aceptado con modificaciones menores, c) aceptado con modificaciones de fondo, o d) rechazado. Finalmente, se le dará un plazo al autor para que introduzca las mo-dificaciones sugeridas y recién entonces el Comité Editorial de MACE se expedirá sobre su aceptación enviando una certificación a el/la autor/a o autores. En caso de discrepancia en las opiniones de ambos evaluadores, el manuscrito será enviado a un tercer par consultor para decidir o no su publicación. Los resultados del proceso de evaluación académica son inapelables en todos los casos.

Se explicitan a continuación los requisitos formales que indefectiblemente de-ben cumplir los manuscritos para ser considerados por el Comité Editorial de MACE.

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Todas las colaboraciones deberán ajustarse al siguiente formato:

- Deben estar escritas con interlineado 1 y 1/2 en todas sus secciones, en hojas numeradas de tamaño A4. La fuente debe ser Arial, tamaño 12 y los márgenes inferior y superior de 2,5 cm e izquierdo y derecho de 3 cm.

- Orden de las secciones:

1) Título en español (o portugués) y en inglés, en mayúsculas, centralizado, sin subrayar.

2) Autor/es, en el margen derecho, con llamada a pie de página (del tipo *) indicando lugar de trabajo y/o pertenencia institucional o académica y dirección electrónica.

3) Resumen de aproximadamente ciento cincuenta palabras en español (o portugués) y en inglés. Palabras clave en español (o portugués) y en inglés, hasta cuatro.

4) Texto, con subtítulos primarios en el margen izquierdo, en mayúsculas y en negrita, sin subrayar; subtítulos secundarios en el margen izquierdo, en minúsculas y cursiva.

Cada subtítulo estará separado del texto anterior y del que le sigue por inter-lineado doble. Se dejarán sangrías al comienzo de cada uno los párrafos. El margen derecho puede estar justificado o no, pero no deben separarse las palabras en sílabas. La barra espaciadora debe usarse sólo para separar palabras. Para tabular, usar la tecla correspondiente. La tecla “Enter”, “Intro” o “Return” sólo debe usarse al finalizar un párrafo, cuando se utiliza punto y aparte. No usar subrayados. Se escribirán en cursi-va las palabras en latín o en lenguas extranjeras, o frases que el autor crea necesario destacar. De todos modos, se aconseja no abusar de este recurso, como tampoco del encomillado y/o las palabras en negrita.

Las tablas, cuadros, figuras y mapas no se incluirán en el texto, pero se indicará en cada caso su ubicación en el mismo. Deben subirse al portal de edición numerados según el orden en que deban aparecer en el texto, con sus títulos y/o epígrafes presen-tados en archivo aparte. Las figuras y mapas deben llevar escala, y estar en formato jpg o tif en 300 dpi. No deben exceder las medidas de caja de la publicación (12 x 17 cm), y deben estar citados en el texto.

Las referencias bibliográficas irán en el texto siguiendo el sistema Autor año. Ejemplos:

* (Rodríguez 1980) o (Rodríguez 1980, 1983) o (Rodríguez 1980a y 1980b) o “como Rodríguez (1980) sostiene, etc.”.

* Se citan hasta dos autores; si son más de dos, se nombra al primer autor y se agrega et al. En la lista bibliográfica aparecerá el nombre de todos los autores.

* Citas con páginas, figuras o tablas: (Rodríguez 1980: 13), (Rodríguez 1980: figura 3), (Rodríguez 1980: tabla 2), etc.

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Nótese que no se usa coma entre el nombre del autor y el año.

Las citas textuales de hasta tres líneas se incluirán en el texto, encomilladas, con la referencia (Autor año: página). Las citas textuales de más de tres líneas deben escribirse en párrafos sangrados a la izquierda con un tabulado, y estarán separadas del resto del texto por doble interlineado antes y después, no se utilizan comillas al comienzo ni al final. Al finalizar la cita textual se mencionará (Autor año: páginas). No utilizar nota para este tipo de referencia bibliográfica.

En los casos en que las citas textuales provengan de fuentes documentales inéditas, las referencias sí deberán escribirse en nota al pié de página. Ejemplos:

1Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires (en adelante AHPBA). Juz-gados de Paz, Leg. 39-1-1, doc.385, f.2.

2Archivo y Biblioteca Nacionales de Bolivia (en adelante ABNB). Correspon-dencia Audiencia de Charcas 940, Carta del Gobernador Felipe de Albornoz al Rey. Salta, 17/3/1634.

Se sugiere el uso de la siguiente notación para este tipo de referencias: Legajo: Leg.; Expediente: Exp.; Documento: doc.; folio o foja/s: f. ó fs.

Se aconseja preservar la ortografía y redacción originales de los documentos citados. No obstante, indicar si se ha modernizado algún aspecto del documento en las citas transcriptas en los artículos.

Las notas al pie deben escribirse con el comando correspondiente del procesador de textos que utilice el autor. No deben aparecer al final del archivo de texto ni es necesario crear un archivo aparte para las mismas.

5) Agradecimientos.

6) Fuentes documentales citadas

Se indicarán aquí las fuentes no editadas que hayan sido referidas en el texto. Ejemplos:

Archivo y Biblioteca Nacionales de Bolivia (ABNB), Escrituras Públicas, Leg. 7, 8 y 9. La Plata, 1562-1569.Revisita al pueblo de Jesús de Machaca. Archivo General de la Nación, Sala XIII, Leg. 17-10-4, 1620.

7) Bibliografía citada. Todas las referencias citadas en el texto y en las notas deben aparecer en la lista bibliográfica y viceversa.

La lista bibliográfica debe ser alfabética, ordenada de acuerdo con el apellido del primer autor. Dos o más trabajos del mismo autor, ordenados cronológicamente. Trabajos del mismo año, con el agregado de una letra minúscula: a, b, c, etc.

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Se contemplará el siguiente orden:Autor/es[sangría] Fecha. Título. Publicación volumen (número): páginas. Lugar, Editorial.

Nótese: el punto después del año. Deben ir en cursiva los títulos de los libros o los nombres de las publicaciones. No se deben encomillar los títulos de artículos o capítulos de libros. No se usan las palabras “volumen”, “tomo” o “número” sino que se pone directamente el número de volumen, tomo, etc. Tampoco se usa la abrevia-tura “pp.” para indicar páginas sino que se ponen las páginas separadas por guiones.

Si el autor lo considera importante puede citar entre corchetes la fecha de la edición original de la obra en cuestión, sobre todo en el caso de viajes y/o memorias. Ejemplo de cita en el texto: Lista ([1878] 1975), lo que deberá coincidir con la forma de citar en la lista de bibliografía citada.

Ejemplo de lista bibliográfica:

Eidheim, Harald1976. Cuando la identidad étnica es un estigma social. En Barth, F. (comp.); Los grupos étnicos y sus fronteras: 50-74. México, FCE.

Ottonello, Marta y Ana María Lorandi1987. 10.000 años de Historia Argentina. Introducción a la Arqueología y Etno-logía. Buenos Aires, EUDEBA.

Presta, Ana María1988. Una hacienda tarijeña en el siglo XVII: La Viña de “La Angostura”. Historia y Cultura 14: 35-50.

1990. Hacienda y comunidad. Un estudio en la provincia de Pilaya y Paspaya, siglos XVI-XVII. Andes 1: 31-45.

Quevedo, Roberto1979. Ruy Díaz de Guzmán, el hombre y su tiempo. En Tres estudios sobre Ruy Díaz de Guzmán y su obra. Biblioteca Virtual del Paraguay.http://bvp.org.py/biblio_htm/guzman/notas_biograficas.htm

MACE requiere a los autores que concedan la propiedad de sus derechos de autor para que su artículo y materiales sean reproducidos, publicados, editados, fijados, comunicados y transmitidos públicamente en cualquier forma o medio, así como su distribución en el número de ejemplares que se requieran y su comunicación pública, en cada una de sus modalidades, incluida su puesta a disposición del público a través de medios electrónicos, ópticos, o de cualquier otra tecnología, para fines exclusiva-mente científicos, culturales, de difusión y sin fines de lucro.

El Comité Editorial

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Se terminó de imprimir en el mes de diciembre de 2011, en Altuna Impresores, Doblas 1968, (C1424BMN) Buenos Aires, Argentina.

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