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1 Delegación de Pastoral Educativa ProFE-ERE: Módulo 8 ESCATOLOGÍA Teología Fundamental

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Delegación de Pastoral Educativa

ProFE-ERE: Módulo 8

ESCATOLOGÍATeología Fundamental

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Delegación de Pastoral Educativa

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Escatología:Escatología viene del griego "éskhatos" último y "logos" tratado (o verbo, palabra viva, inteligencia

o enseñanza). Es la rama de la teología que estudia las enseñanzas bíblicas concernientes al final de

los tiempos, en particular del período relacionado con la Parusía o segunda venida de Jesucristo y los

acontecimientos relacionados.

Entre los capítulos predominantemente escatológicos del N.T. están Mateo 24, Marcos 13, Lucas 17 y 21,

1 Corintios 15, 1 Tesalonicenses 4-5, 2 Tes 1-2 y 2 Pedro 3.

Dos aspectos inseparables han de ser tenidos en cuenta cuando se habla de escatología desde el punto

de vista cristiano:

por una parte, la revelación plena de Dios que ha tenido lugar en Jesús, la aparición de Dios en el

mundo que constituye el acontecimiento decisivo que

imprime a la historia su orientación definitiva; con

Cristo ha irrumpido en el mundo "lo último", o, tal

vez mejor todavía, él es "el último". Por otra parte,

y siempre en relación con este primer aspecto, se ha

de considerar el contenido concreto de la esperanza

cristiana, no solamente "lo último", sino también "las

cosas últimas", aquello que espera al hombre, sea al fin

de la historia (escatología colectiva o final), sea al

término de su vida mortal (escatología personal o

"intermedia"). También este segundo punto de vista tiene que ver directamente con Cristo. En efecto,

la esperanza cristiana no puede tener otro objeto último que no sea Dios mismo, que se nos manifiesta

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en Cristo. La escatología cristiana no nos habla, por tanto, de un futuro intramundano superable en

principio por cualquier otro acontecimiento, sino del futuro absoluto, que es Dios mismo. Jesús como

acontecimiento escatológico nos abre el sentido de las ultimidades del mundo y del hombre. Lo que en

él ha acontecido ya de modo aún velado, lo que desde su resurrección es realidad en él que es la cabeza,

espera la manifestación plena en todo su cuerpo.

La orientación cristológica de la escatología

cristiana determina sus características

fundamentales. En primer lugar, no podemos

pretender una "descripción" del mundo futuro.

Jesús nos manifiesta al Padre, al que nadie ha

visto (cf Jn 1,18). La revelación de Dios en su

plenitud no sólo es mucho más de lo que el ojo

ha visto o el oído ha oído, sino que va mucho más

allá de lo que nuestra mente puede imaginar

(cf 1Cor 2,9). El mismo intento de describir lo que esperamos sería, por tanto, destructor de la misma

esperanza cristiana; significaría reducir a nuestro ámbito mundano lo que por definición lo sobrepasa.

La escatología cristiana es, en segundo lugar, un mensaje de salvación. Nos anuncia la realización plena

de la salvación acontecida en Jesús. Si todo el acontecimiento de Cristo es salvador, no puede dejar de

serlo su manifestación definitiva. Es verdad que la fe cristiana afirma con toda seriedad la posibilidad

de la condenación del hombre, de su rechazo de la gracia que a todos se ofrece (porque sólo así se

afirma su auténtica libertad, y por tanto el carácter verdaderamente humano de la adhesión a Dios y a

su invitación a la comunión amorosa); pero es igualmente claro que esto no puede constituir el centro

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de su mensaje. La escatología cristiana es un aspecto del anuncio de salvación, es "evangelio" en el más

puro sentido del término. Así lo entendieron los primeros cristianos, que deseaban ardientemente la

plena manifestación de Jesús en la gloria.

Por último, la escatología cristiana es consciente de tener que afirmar la realidad ya presente de "lo

último" a la vez que el futuro de "las cosas últimas". Por una parte, Jesús ya ha venido, ha muerto y ha

resucitado; pero, por otra, nosotros no participamos todavía plenamente de su gloria. El señorío de

Cristo sobre todo es real desde su resurrección (! Misterio pascual), pero todavía no ha sido plenamente

manifestado. Jesús ha vencido ya al pecado y a la

muerte, pero nosotros experimentamos todavía su

peso. Es la paradoja del presente y del futuro, de la

continuidad y de la ruptura entre este mundo y los

nuevos cielos y la tierra nueva. El futuro absoluto

está realmente anticipado en Jesús (de otro modo

no podríamos decir absolutamente nada de él), es

ya relevante para nosotros y, a la vez, sigue siendo

la novedad radical que va incluso más allá de nuestros deseos. En la gran mayoría de los escritos

neotestamentarios hallamos esta tensión entre presente y futuro, que, naturalmente, admite diversas

acentuaciones de uno u otro aspecto. Creo que, como regla hermenéutica, puede valer el principio de

afirmar a la vez ambos extremos, sin contraponer el uno al otro. La realidad de la salvación en Jesús no

puede ser minimizada; el bautismo significa una participación en su muerte y en su resurrección. Por

otra parte, la plena participación en su gloria presupone también la participación en su muerte, no sólo

sacramentalmente anticipada. Todo lo que somos y es el mundo que nos rodea ha de ser sometido al

juicio de la cruz de Cristo.

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Los contenidos concretos de la escatología cristiana (en cuyo

detalle no podemos entrar) llevan también el sello de Jesús,

muestran que son el desarrollo del acontecimiento escatológico

que con su presencia en el mundo ha tenido lugar. En el credo

niceno-constantinopolitano se proclama la fe en la venida

gloriosa de Cristo para juzgar a vivos y muertos, y se añade que

su reino no tendrá fin. La manifestación gloriosa de Jesús ha

sido el objeto de la esperanza de los primeros cristianos. Si en

la resurrección Jesús ha sido entronizado como Señor, este

dominio ha de manifestarse plenamente. La parusía del Señor

es, por tanto, la consecuencia de su resurrección, la plena

realización de la salvación, cuyo fundamento está en la

victoria que Jesús ya ha obtenido. Pablo ha expresado el

contenido teológico de este acontecimiento en 1Cor 15,23-

28: Cristo es la primicia de la resurrección, a la que seguirá,

en su venida, la resurrección de todos (enseguida volveremos

sobre este aspecto). La venida o parusía de Cristo significa el "fin", y con él la destrucción de todas

las potencias enemigas de Dios y del hombre, incluida la muerte, contemplada aquí, sin duda, en su

relación íntima con el pecado (cf 1Cor 15,54-56). En este momento final todo queda sometido a Cristo, su

dominio sobre el mundo se hace realidad. Entonces Jesús entrega el /reino al Padre, por cuya iniciativa

se ha realizado toda la historia de la salvación, que en este momento concluye. La referencia de Jesús al

Padre, constante en todos los instantes de su vida, encuentra también aquí su expresión. Con su pleno

dominio sobre toda su creación, Dios será "todo en todas las cosas".

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La manifestación plena del

dominio de Dios significa la

plena salvación del hombre. En

el pasaje a que nos acabamos

de referir y en otros lugares (cf,

p.ej., Flp 3,21; 1Tes 4,1418) se

señala la conexión entre parusía

y resurrección. Esta última, como

plenitud del hombre, viene a ser

el correlato de la aparición de

Jesús en su gloria. El dominio de Cristo sobre todo significa nuestra plena salvación. La resurrección

equivale, por tanto, a la plenitud del hombre en todas sus dimensiones, personales, cósmicas y sociales.

La configuración con Cristo resucitado es la única vocación definitiva del hombre. Él es la primicia, a

partir de la cual se hace realidad la resurrección de todos los que son de Cristo (cf 1Cor 15,20-23); es

también el primogénito de entre los muertos (cf Col 1,18); y, por consiguiente, "del mismo modo que

hemos revestido la imagen del hombre terreno, revestiremos también la imagen del celestial" (1Cor

15,49). La resurrección en el último día significa también la plenitud del cuerpo de Cristo, de la Iglesia

celeste. No se puede olvidar cuando se trata de la escatología la dimensión social de la vida cristiana

que en otros campos teológicos se pone tan de relieve. El capítulo VII de la constitución LG, del concilio

Vaticano II, es suficientemente claro al respecto.

La perfecta configuración con Cristo resucitado y la participación de su vida constituye precisamente

la "vida eterna", el "cielo". La salvación del hombre no puede ser más que Dios mismo, ya que desde el

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momento de la creación estamos hechos para él. Sólo en él puede hallar descanso el corazón humano

(cf SAN AGUSTIN, Confesiones 1,1). Por ello la tradición de la Iglesia, con una clara base bíblica (ICor 13,12;

1Jn 3,2), ha hablado de la visión de Dios, intuitiva y "cara a cara", como el contenido fundamental de

la recompensa de los justos. Una visión que no hay que entender en el sentido meramente intelectual,

sino en el de comunión plena de amor con el Dios uno y trino en la realización total de nuestra filiación

divina. La condición del hombre salvado es para otros muchos pasajes del Nuevo Testamento "estar

con Cristo" (cf Lc 23,43; ITes 1,17; Flp 1,2; Jn 17,24; etc.). En la inserción en el cuerpo glorioso del Señor

alcanzaremos la plenitud de la vida.

Jesús como presencia definitiva de la salvación, y en este sentido acontecimiento escatológico, nos

abre a la esperanza de las cosas últimas; y éstas, en definitva, se concentran también en él, por quien

tenemos en el Espíritu acceso al Padre. En efecto, no tendría sentido que aquel que tenía que venir nos

remitiera a alguien o a algo distinto de él mismo.

La manifestación plena del dominio de Dios significa la plena salvación del hombre.