motivación de la actuación administrativa y principio de interdicción

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1 Motivación de la actuación administrativa y principio de interdicción de la arbitrariedad: Legitimación democrática de las Administraciones Públicas Prof. Ernesto Jinesta L. 1 Introducción Las administraciones públicas, en el contexto del Estado democrático y constitucional de Derecho, están más necesitadas que nunca de explicarse y darse a entender frente a los ciudadanos. Los administrados, por su parte, ante los privilegios posicionales de los poderes públicos, esperan que, al tomarse una decisión, sea lo suficientemente fundada y razonada, para comprender los verdaderos fines y propósitos de la misma y, eventualmente, hasta para prestar su colaboración en su debida implementación o ejecución (gobierno y administración por consenso). 1 www.ernestojinesta.com . Catedrático de Derecho Administrativo Universidad Escuela Libre de Derecho –UELD-; Director y profesor programa doctorado en Derecho Administrativo UELD; Doctor en Derecho Administrativo Universidad Complutense de Madrid; Presidente Asociación Costarricense de Derecho Administrativo; Miembro de la Asociación Internacional de Derecho Administrativo, la Asociación Iberoamericana de Derecho Administrativo, del Foro Iberoamericano de Derecho Administrativo; Presidente Academia Costarricense de Derecho y Magistrado de la Sala Constitucional de la Corte Suprema de Justicia República de Costa Rica.

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1

Motivación de la actuación administrativa y principio de

interdicción de la arbitrariedad: Legitimación democrática

de las Administraciones Públicas

Prof. Ernesto Jinesta L.1

Introducción

Las administraciones públicas, en el contexto del Estado democrático y

constitucional de Derecho, están más necesitadas que nunca de explicarse y

darse a entender frente a los ciudadanos. Los administrados, por su parte, ante

los privilegios posicionales de los poderes públicos, esperan que, al tomarse

una decisión, sea lo suficientemente fundada y razonada, para comprender los

verdaderos fines y propósitos de la misma y, eventualmente, hasta para prestar

su colaboración en su debida implementación o ejecución (gobierno y

administración por consenso).

Las administraciones públicas deben ser casas de cristal, traslúcidas y

transparentes, de tal manera que el ojo fiscalizador ciudadano pueda penetrar y

escrutar todos sus intersticios y, si es necesario, demandar mayores

explicaciones de las actuaciones tomadas, así lo imponen principios

constitucionales de gran importancia como los de transparencia y publicidad2.

Pero, por sobre todo, las decisiones administrativas deben ser y, no solo

aparentarlo, producto de un procedimiento razonablemente pausado en el que

se ponderen todos los presupuestos fácticos y jurídicos que concurren en su

adopción, de manera que sea un verdadero producto de la reflexión y la

deliberación para garantizar su pleno acierto.

1 www.ernestojinesta.com. Catedrático de Derecho Administrativo Universidad Escuela Libre de Derecho –UELD-; Director y profesor programa doctorado en Derecho Administrativo UELD; Doctor en Derecho Administrativo Universidad Complutense de Madrid; Presidente Asociación Costarricense de Derecho Administrativo; Miembro de la Asociación Internacional de Derecho Administrativo, la Asociación Iberoamericana de Derecho Administrativo, del Foro Iberoamericano de Derecho Administrativo; Presidente Academia Costarricense de Derecho y Magistrado de la Sala Constitucional de la Corte Suprema de Justicia República de Costa Rica.

2 V. JINESTA LOBO (Ernesto), Transparencia administrativa y derecho de acceso a la información administrativa, San José, Editorial Juricentro, 2006, in totum.

2

En la medida en que las administraciones públicas expliquen,

racionalmente, sus decisiones contaran, más fácilmente, con la aceptación o

aquiescencia de la ciudadanía, con lo que se fortalecerán y legitimarán

democráticamente3. Los poderes públicos se deben a los ciudadanos y no

deben tomar decisiones antojadizas o carentes de fundamentación e

imponerlas autocráticamente, el Derecho Administrativo y, en particular, la

Teoría General del Acto Administrativo, ha creado una serie de instituciones

para garantizar el derecho de los ciudadanos a conocer las razones que

mueven a las administraciones públicas para la adopción de una determinada

resolución, tales como el motivo y la motivación, entendidos como elementos

del acto administrativo. Incluso, a partir del fenómeno de la

constitucionalización del Derecho Administrativo4, hoy día, en materia de

procedimiento administrativo –parte especial del Derecho Administrativo-, se

estudia, con particular esmero, la motivación de las resoluciones

administrativas como un componente más del contenido esencial del derecho

fundamental y humano al debido proceso y a la defensa. Por último, siempre

desde la perspectiva, apuntada –constitucionalización del Derecho

Administrativo- han surgido un entramado de valores y principios de rango

constitucional que obligan, fuertemente, a las administraciones públicas en la

dirección apuntada, tales como el pluralismo, de interdicción de la arbitrariedad,

de la transparencia y la publicidad, el democrático, el de participación y los de

objetividad e imparcialidad.

Los poderes públicos, ante tales obligaciones y deberes, de rango

constitucional, deben convencer, razonablemente, a los administrados de los

fundamentos, motivos y circunstancias que los impelen a tomar una decisión

específica para la satisfacción del interés general. Consecuentemente, el

3 “(…) la idea de legitimidad concierne ante todo y sobre todo al derecho de gobernar. La legitimidad es el reconocimiento del derecho de gobernar. En este sentido, trata de aportar una solución a un problema político fundamental, aquel que justifica simultáneamente el poder político y la obediencia” COICAUD (Jean-Marc), Legitimidad y política. Contribución al estudio del Derecho y la Responsabilidad Política, Homo Sapiens Ediciones, Rosario, 2000, p. 21.

4 V. JINESTA LOBO (Ernesto), La construcción de un Derecho Administrativo Común Interamericano. Revista Iberoamericana de Derecho Público y Administrativo, No. 11, 2011, pp. 112-120, también publicado en El Derecho, No. 12.969, año L, Buenos Aires, 30 de marzo de 2012, pp. 1-5.

3

motivo, la motivación del acto administrativo, la obligación de motivar las

resoluciones administrativas de gravamen y los principios constitucionales

democrático, participación, objetividad e imparcialidad, interdicción de la

arbitrariedad, transparencia y publicidad, tienen, hoy, no solo una vertiente

reaccional o negativa, que, desde luego, habilitan al administrado para

impugnar la resolución carente de tales requisitos o que infringe tales principios

generales, sino, también, un rol positivo para persuadirlo sobre las virtudes de

una decisión y obtener así el consenso ciudadano, su participación en su plena

ejecución y lograr que los poderes públicos se legitimen democráticamente.

Pese a los ingentes esfuerzos de la dogmática del Derecho

Administrativo por racionalizar a las administraciones públicas, es todavía

posible hoy escuchar el clamor de algunos juristas valientes, por razones

coyunturales ocasionalmente prolongadas en el tiempo, en contra de la

injusticia notoria, la arbitrariedad y la irrazonabilidad de los poderes públicos, al

dictar decisiones administrativas fundamentales carentes de motivación o

sustento, de ahí que, particularmente, en el entorno latinoamericano, el tema

siempre tendrá plena actualidad y vigencia.

1.- Motivo del acto administrativo: Elemento sustancial objetivo5

El motivo del acto administrativo son los antecedentes, presupuestos o

razones jurídicas (derecho) y fácticas6 (hechos) que hacen posible o necesaria la

emisión del acto administrativo y sobre las cuales la Administración Pública

entiende sostener la legitimidad, oportunidad o conveniencia de éste. El motivo, o

como también se le denomina causa o presupuesto, está constituido por los

antecedentes jurídicos y fácticos que permiten ejercer la competencia

5 V. JINESTA LOBO (Ernesto), Tratado de Derecho Administrativo (Tomo I, Parte General), San José, Iusconsultec S.A. y Editorial Jurídica Continental, 2ª. Edición, 2009, pp. 505-506.

6 El artículo 214, párrafo 2º, Ley General de la Administración Pública (LGAP) de 1978 dispone que el objeto "más importante" del procedimiento administrativo es la "verificación de la verdad real de los hechos que sirven de motivo al acto final. Por su parte el ordinal 221 ibidem establece que "En el procedimiento administrativo se deberán verificar los hechos que sirven de motivo al acto final en la forma más fiel y completa posible...".

4

casuísticamente, su ausencia determina la imposibilidad de ejercerla,

exclusivamente, para el caso concreto.

Desde luego, que tales antecedentes, además de ser legítimos, deben

concurrir al momento de dictar el acto administrativo, en tal sentido el artículo

133, párrafo 1º, LGAP establece que el motivo deberá "... ser legítimo y existir tal

y como ha sido tomado en cuenta para dictar el acto". Consecuentemente, habrá

ausencia de motivo o causa cuando los hechos invocados como antecedentes y

que justifican su emisión son falsos, o bien, cuando el derecho invocado y

aplicado a la especie fáctica no existe –v. gr. si la ley o el reglamento que le dan

sustento se encuentran derogados, modificados, reformados o anulados por

inconstitucionales-. El acto administrativo, sea reglado o discrecional, debe,

siempre, fundamentarse en hechos ciertos, verdaderos y existentes, lo mismo

que en el derecho vigente, de lo contrario faltará el motivo.

Esos antecedentes pueden asumir una naturaleza diversa, veamos:

a) Puede tratarse de un hecho simple que debe constatarse, mediante

reglas empíricas -cognoscible mediante los sentidos-, como la "noche" para

prohibir el funcionamiento de un establecimiento industrial.

b) Un hecho técnico o constatable mediante apreciaciones técnicas

efectuadas por un perito en la materia, como el "estado infeccioso" del ganado

para ordenar su sacrificio, la “marea roja” para impedir la pesca de ciertos

moluscos, el "estado ruinoso" de una edificación para demolerla.

c) Una cualidad jurídica o indeterminada de una cosa, un acto, un

comportamiento o un sujeto, como la calidad de "terreno de utilidad pública" para

una expropiación, "persona jubilable" para otorgarle una pensión.

d) Una situación histórico-ambiental, conjunto de hechos enfocados

unitariamente por la ley pero a través de conceptos indeterminados que requieren

precisión y apreciación de parte del funcionario, como el "estado de emergencia",

clausura de un negocio de expendio de licores en caso de "escándalo notorio".

El motivo puede clasificarse, desde otros puntos de vista, de la siguiente

manera:

5

a) De mera constatación cuando la ley lo define mediante palabras de

sentido común o técnico, sin vaguedades o polisemia alguna, implican una

unidad de comprensión o de medida del motivo mismo, como los supuestos de

"noche", "epidemia", etc.

b) De apreciación, cuando la ley los define mediante palabras con sentido

vago e impreciso, que alude a valores y cuya precisión depende de la concepción

objetiva que tenga de éstos el funcionario público, como las hipótesis de los

conceptos indeterminados de "escándalo público", "orden público", "urgencia",

"emergencia", etc.

Los motivos constatables son reglados en tanto que los indeterminados

discrecionales. Sobre este particular, el artículo 133, párrafo 2º, de la LGAP indica

que cuando el motivo no esté regulado "deberá ser proporcionado al contenido",

esto es, debe existir una relación de proporcionalidad entre la situación de

urgencia, necesidad o la petición de particular y el contenido del pronunciamiento

declarativo. Este mismo numeral indica que cuando el motivo esté regulado de

forma imprecisa "deberá ser razonablemente conforme con los conceptos

indeterminados empleados por el ordenamiento", al respecto, es preciso recordar

que los conceptos jurídicos indeterminados que los hay de tipo empírico y

axiológico, otorgan una margen de apreciación positivo y negativo (aunque

siempre queda un "halo de incertidumbre"), por lo que al ser empleados el órgano

debe arribar a una única solución justa y válida, con lo que constituyen un

importante elemento para controlar la discrecionalidad administrativa.

Son motivos subjetivos, los referidos a las cualidades del administrado

destinatario del acto (la edad y el tiempo de servicio para el otorgamiento de una

pensión, el estado socioeconómico para concederle un beneficio como podría ser

una beca municipal o un bono para vivienda de interés social, etc.) y son

objetivos los referidos a las características de los actos, comportamientos o

cosas, como la necesidad o utilidad pública de un inmueble para efectos de

expropiación, la “calamidad pública” o “conmoción interna” para el estado de

necesidad o urgencia, etc.

6

No se debe confundir el motivo del acto administrativo con los actos

procedimentales preparatorios (de trámite) del acto final, cuya función radica en

hacerlo posible y representan la condición pero no la causa que determina la

emisión del mismo. Tales actos de trámite (v. gr. dictamen o simple providencia

administrativa), son presupuestos formales o adjetivos del acto administrativo

pero no sustanciales.

La relevancia del motivo es capital, puesto que, es el antecedente

inmediato del acto administrativo, que crea la necesidad pública o particular, y lo

hace posible o necesario. Desde tal perspectiva, la adecuación del acto

administrativo al fin depende de la verificación del motivo, por lo que la ausencia

del último determina la ausencia del fin del acto administrativo. El motivo está

coordinado, también, con el contenido, por lo que a un motivo determinado

corresponde, normalmente, un contenido específico y viceversa. Por ejemplo,

ante una vacante corresponde un nombramiento interino y no un recargo de

funciones, frente a un desorden público –motín- una orden de dispersión y no la

de detener a todos los presentes. Sobre este tema particular, cobra vital

importancia el principio de proporcionalidad que debe mediar entre los elementos

constitutivos materiales del acto administrativo7.

Por lo general, el motivo contiene la enunciación implícita de un fin

secundario o conexo al principal, así en el caso de la orden de dispersión de los

manifestantes se supone que debe intentarse respetar los derechos de los que

no incurren en la irregularidad, y aún frente a éstos, sólo debe efectuarse por la

inminencia de un mal mayor. El respeto al derecho de reunión y de los derechos

de los particulares ajenos, es un fin secundario agregado al primario de mantener

el orden público.

2.- Motivación del acto administrativo: Elemento formal8

7 V. JINESTA LOBO (Ernesto), Tratado de Derecho Administrativo (Tomo I, Parte General), pp. 291-294.

8 V. JINESTA LOBO (Ernesto), Tratado de Derecho Administrativo (Tomo I, Parte General), pp. 533-536.

7

Nos referimos, en este apartado, a la motivación como elemento formal del

acto administrativo y no al motivo como elemento material-objetivo, aunque

existe una conexión evidente. Nótese, incluso, que el legislador les da un

tratamiento separado, puesto que, para regular el motivo está el artículo 133

LGAP y para normar la motivación encontramos el numeral 136 LGAP.

La motivación se traduce en una declaración formal y por escrito de cuáles

son las circunstancias de hecho y de derecho que han llevado a la respectiva

administración pública al dictado o emanación del acto administrativo. La

motivación es la expresión formal del motivo y, normalmente, en cualquier

resolución administrativa, está contenida en los denominados “considerandos” –

parte considerativa-. La motivación, al consistir en una enunciación de los hechos

y del fundamento jurídico que la administración pública tuvo en cuenta para emitir

su decisión o voluntad, constituye un medio de prueba de la intencionalidad de

esta y una pauta indispensable para interpretar y aplicar el respectivo acto

administrativo.

La Sala Constitucional, en diversos y reiterados pronunciamientos ha

señalado que la debida motivación del acto administrativo final y de los de trámite

forma parte del debido proceso. Así, en el Voto No. 15-90 de las 16:45 hrs. del 5

de enero de 1990, indicó que el debido proceso comprende la “notificación

adecuada de la decisión que dicta la administración y de los motivos en que ella

se funde”. El principio general es la obligación de motivar todos los actos

administrativos, dado que, la misma dimana de la observancia y aplicación del

principio de legalidad por parte de los entes y órganos públicos. Desde la

perspectiva del administrado, la motivación supone una mayor protección de sus

derechos, puesto que, del cumplimiento efectivo de la obligación de motivar por

parte de la respectiva administración depende que conozca, con precisión, los

antecedentes y razones que justificaron el acto administrativo para efectos de su

impugnación. La motivación del acto administrativo, como bien lo ha apuntado la

Sala Constitucional, constituye una manifestación concreta y específica de los

derechos constitucionales al debido proceso y de la defensa (artículos 39, 41 y 49

de la Constitución Política), esto es, forma parte de su contenido esencial.

Consecuentemente, si la motivación falta habrá un vicio de forma y de

8

arbitrariedad en el acto administrativo. En realidad, los actos administrativos que

pueden prescindir de la motivación son pocos, lo que depende de su naturaleza y

de las circunstancias en que se adopte (los actos tácitos, implícitos, expresados

en forma verbal o simbólica no requieren de motivación, precisamente, por su

naturaleza y las circunstancias en que se adoptan).

La Sala Constitucional en el Voto No. 18472-06 de las 10:53 hrs. de 22 de

diciembre de 2006, expuso lo siguiente:

“III.- SOBRE LA MOTIVACIÓN DEL ACTO ADMINISTRATIVO. La declaración de cuáles son las

circunstancias de hecho y de derecho que han llevado a

la Administración pública al dictado o emanación del acto

administrativo es una exigencia del debido proceso y del

derecho de defensa. Al consistir en una enunciación de

los hechos y del fundamento jurídico que la administración

pública tuvo en cuenta para emitir su decisión o voluntad,

constituye un medio de prueba de la intencionalidad de

ésta. Precisamente, por lo anterior es que la debida

motivación del acto forma parte del debido proceso,

puesto que “la notificación adecuada de la decisión que

dicta la Administración y de los motivos en que ella se

funde”, forma parte de esas garantías fundamentales. El

principio general es la obligación de motivar todos los

actos administrativos, dado que, dimana de la

observación y aplicación de principio de legalidad por

parte de los entes y órganos públicos. Desde la

perspectiva del administrado, la motivación supone una

mayor protección de sus derechos, puesto que, del

cumplimiento efectivo de la obligación de motivar por

parte de la respectiva administración depende que

conozca los antecedentes y razones que justificaron el

acto administrativo para efectos de su impugnación.” (Ver

en similar sentido los Votos Nos. 6080-02 de 21 de junio

9

de 2002, 1664-03 de 28 de febrero de 2003, 4230-04 de

23 de abril de 2004, 913-05 de 31 de enero de 2005, 891-

06 de 31 de enero de 2006, 301-07 de 12 de enero de

2007, 7777-07 de 31 de mayo de 2007 y 10794-07 de 27

de julio de 2007).

La motivación del acto administrativo debe ser auténtica y satisfactoria, es

decir, una explicación de las razones que llevaron a su emisión, por lo que no se

trata de un mero escrúpulo formalista que pueda ser cumplido con la fabricación

“ad hoc” de los motivos. La motivación debe ser concomitante con el acto

administrativo, excepcionalmente, se admite la motivación previa si surge de

informes y dictámenes que sean expresamente invocados como sustento y

comunicados. Si no se da una motivación concomitante o previa, el acto

administrativo se encuentra viciado por falta de motivación, salvo que se admita,

excepcionalmente, que sea suplida por una motivación ulterior suficientemente

desarrollada y razonada.

Sobre el particular, el artículo 136, párrafo 1°, de la LGAP establece que

“Serán motivados con mención, sucinta al menos, de sus fundamentos” los

siguientes actos administrativos:

a) Los actos que impongan obligaciones o que limiten, supriman o

denieguen derechos subjetivos (actos administrativos desfavorables o

de gravamen).

b) Los que resuelvan recursos, esto es, las denominadas resoluciones

administrativas (artículo 121, párrafo 3°, LGAP).

c) Los que se separen del criterio seguido en actuaciones precedentes o

del dictamen de órganos consultivos –en este último caso siempre y

cuando el dictamen sea facultativo y no obligatorio-.

d) Los de suspensión de actos que hayan sido objeto de recurso. Se trata

de la medida cautelar que puede ser decretada bajo los supuestos del

artículo 148 LGAP.

e) Los reglamentos y los actos discrecionales de alcance general; y,

f) Los que deban serlo en virtud de ley.

10

El párrafo 2° del artículo 136, admite la denominada “motivación previa” a

que hemos hecho referencia al indicar que “La motivación podrá consistir en la

referencia explícita o inequívoca a los motivos de la petición del administrado, o

bien a propuestas, dictámenes o resoluciones previas que hayan determinado

realmente la adopción del acto, a condición de que se acompañe su copia”.

Evidentemente, la LGAP no admite la llamada “motivación ulterior” o a

posteriori, razón por la que queda descartada en nuestro ordenamiento jurídico.

3.- Derecho a la motivación de las resoluciones administrativas:

Componente del debido proceso9

Con el propósito de garantizar la interdicción de la arbitrariedad y la

transparencia en el ámbito del procedimiento administrativo, las resoluciones

administrativas deben ser suficientemente motivadas, de modo que la carencia

o ausencia de motivación constituye un vicio grave del debido proceso y la

defensa –al ser un “elemento integrante” o “exigencia” de éstos derechos

fundamentales (Votos Sala Constitucional Nos. 7390-03 de las 15:28 hrs. de 22

de julio de 2003 y 7924-99 de las 17:48 hrs. de 13 de octubre de 1999)-, por lo

que puede ser amparable ante la Sala Constitucional.

La Sala Constitucional en el Voto No. 6535-06 de las 11:34 hrs. del 12

de mayo del 2006, sostuvo lo siguiente:

“(…) V.- SOBRE LA MOTIVACIÓN DE LAS RESOLUCIONES ADMINISTRATIVAS. La

motivación de las resoluciones administrativas, al

incidir en los derechos de los administrados, es

necesaria en el tanto constituye un parámetro de

legalidad de la actuación administrativa y su

ausencia restringe o limita las posibilidades de su

tutela judicial. En el contexto constitucional, el

9 V. JINESTA LOBO (Ernesto), Tratado de Derecho Administrativo (Tomo III, Procedimiento Administrativo), San José, Iusconsultec S.A. y Editorial Jurídica Continental, 2007, pp. 121-125.

11

requerimiento de motivación de los actos y

resoluciones administrativos, implica imponer una

limitación al poder público, en el tanto, se le obliga a

apegarse al principio de legalidad, reconocido en el

artículo 11 de la Constitución Política y a la

necesidad de invocar un criterio razonable en la

toma de sus decisiones. Sobre el particular, este

Tribunal Constitucional ha sostenido que:

"En cuanto a la motivación de los actos

administrativos se debe entender como la

fundamentación que deben dar las autoridades

públicas del contenido del acto que emiten, tomando

en cuenta los motivos de hecho y de derecho, y el fin

que se pretende con la decisión. En reiterada

jurisprudencia, este tribunal ha manifestado que la

motivación de los actos administrativos es una

exigencia del principio constitucional del debido

proceso así como del derecho de defensa e implica

una referencia a hechos y fundamentos de derecho,

de manera que el administrado conozca los motivos

por los cuales ha de ser sancionado o por los cuales

se le deniega una gestión que afecta sus intereses o

incluso sus derechos subjetivos" (resolución número

07924-99 de las 17:48 del 13 de octubre de 1999).”

Incluso, con relación a la motivación por referencia a dictámenes,

opiniones consultivas o resoluciones anteriores a que se refiere el artículo 136,

párrafo 2°, LGAP, la Sala Constitucional (Votos Nos. 9240-04 de las 15:48 hrs.

de 25 de agosto de 2004 y 7561-06 de las 12:22 hrs. del 26 de mayo de 2006)

ha estimado que se debe aportar copia de tales documentos, so pena de ser

vulnerado el derecho de defensa y el debido proceso.

Cabe advertir que la motivación guarda una relación estrecha con el

12

principio de la interdicción de la arbitrariedad, así en el Voto No. 6078-99 de las

15:30 hrs. de 4 de agosto de 1999, la Sala Constitucional consideró lo

siguiente:

“(…) IV.- Sobre la motivación del acto administrativo: Reiteradamente ha dicho la Sala en

su jurisprudencia que la motivación de los actos

administrativos es una exigencia del debido proceso

y del derecho de defensa, puesto que implica la

obligación de otorgar al administrado un discurso

justificativo que acompañe a un acto de un poder

público que -como en este caso- deniegue una

gestión interpuesta ante la Administración. Se trata

de un medio de control democrático y difuso,

ejercido por el administrado sobre la no arbitrariedad

del modo en que se ejercen las potestades públicas,

habida cuenta que en la exigencia constitucional de

motivación de los actos administrativos se descubre

así una función supraprocesal de este instituto, que

sitúa tal exigencia entre las consecuencias del

principio constitucional del que es expresión, el

principio de interdicción de la arbitrariedad de los

actos públicos.

V.- El concepto mismo de motivación desde la

perspectiva constitucional no puede ser asimilado a

los simples requisitos de forma, por faltar en éstos y

ser esencial en aquélla el significado, sentido o

intención justificativa de toda motivación con

relevancia jurídica. De esta manera, la motivación

del acto administrativo como discurso justificativo de una decisión, se presenta más próxima a la

motivación de la sentencia de lo que pudiera

pensarse. Así, la justificación de una decisión

conduce a justificar su contenido, lo cual permite

13

desligar la motivación de "los motivos" (elemento del

acto). Aunque por supuesto la motivación de la

sentencia y la del acto administrativo difieren

profundamente, se trata de una diferencia que no

tiene mayor relevancia en lo que se refiere a las

condiciones de ejercicio de cada tipo de poder

jurídico, en un Estado democrático de derecho que

pretenda realizar una sociedad democrática. La

motivación del acto administrativo implica entonces

que el mismo debe contener al menos la sucinta

referencia a hechos y fundamentos de derecho,

habida cuenta que el administrado necesariamente

debe conocer las acciones u omisiones por las

cuales ha de ser sancionado o simplemente se le

deniega una gestión que pueda afectar la esfera de

sus intereses legítimos o incluso de sus derechos

subjetivos y la normativa que se le aplica.” Queda, de esta manera, en evidencia que la actividad formal de las

administraciones públicas no puede surgir por generación espontánea, se precisa

de un procedimiento previo pautado en fases concatenadas en el que sea posible

verificar la verdad real de los hechos, sea constatar de forma exhaustiva, fiel y

completa los hechos determinantes –antecedentes fácticos- y las razones

jurídicas que constituyen el motivo de la decisión administrativa final, lo que

constituye su objeto más importante (artículos 214.4, 221, 297.1 y 321.1 LGAP).

De ahí que, de acuerdo con los principios de la verdad material y de la instrucción

que rigen en los procedimientos administrativos, el órgano director puede ordenar

prueba pertinente y necesaria aún de oficio si no ha sido propuesta por las partes

interesadas o, incluso, en contra de la voluntad de las últimas (artículo 221

LGAP). El debido proceso, entonces, le permitirá al respectivo ente público

recabar y verificar fiel y exhaustivamente los antecedentes de hecho y de derecho

que justifican el dictado de una resolución administrativa, lo que le permite al

administrado, a través del derecho a recibir comunicación de ésta, conocerlos sea

para compartirlos o impugnarlos.

14

4.- Principio de interdicción de la arbitrariedad10

La Sala Constitucional, estableciendo un nexo indisoluble entre

racionalidad de la actuación administrativa, el motivo y la motivación del acto

administrativo y el principio de interdicción de la arbitrariedad, en el Voto No.

14421-04 de las 11:00 hrs. de 17 de diciembre de 2004, señaló lo siguiente:

“Redacta el Magistrado Jinesta Lobo; y,

CONSIDERANDO:

(…) IV.- PRINCIPIO DE INTERDICCION DE LA

ARBITRARIEDAD, RAZONABILIDAD Y

PROPORCIONALIDAD DE LOS ACTOS

ADMINISTRATIVOS. La regulación de los elementos

constitutivos de carácter sustancial objetivos (motivo,

contenido y fin) o subjetivos (competencia, legitimación e

investidura) y formales (procedimiento y motivación) del

acto administrativo, tienen por objeto racionalizar la

función o conducta administrativa y, sobre todo, dotarla de

logicidad o razonabilidad, evitando que las

administraciones públicas sorprendan a los administrados

con actos contradictorios, absurdos, desproporcionados o

irracionales. Un aspecto de primer orden en todo acto

administrativo es la proporcionalidad en sentido estricto

entre los medios empleados por la administración pública

respectiva y los fines que se pretenden lograr con éste,

así como la idoneidad o necesidad de su contenido y,

desde luego, cuando resulta aflictivo o de gravamen, la

ponderación de su intervención o impacto mínimo.

10 V. JINESTA LOBO (Ernesto), Fundamentos constitucionales de la nueva jurisdicción contencioso-administrativa. Revista de Derecho Público (Asociación Costarricense de Derecho Administrativo), No. 6, Julio-Diciembre 2007, pp. 21-23.

15

Precisamente por lo anterior, ha surgido en el Derecho

Constitucional contemporáneo, como uno de los principios

rectores de la función administrativa el de la interdicción

de la arbitrariedad, de acuerdo con el cual la conducta

administrativa debe ser suficientemente coherente y

razonablemente sustentada en el bloque de legalidad, de

modo que se baste y explique por sí misma. En nuestro

ordenamiento jurídico constitucional tal principio dimana

de lo establecido en la primera parte del artículo 11 de la

Constitución Política al preceptuar que “Los funcionarios

públicos son simples depositarios de la autoridad. Están

obligados a cumplir los deberes que la ley les impone y no

pueden arrogarse facultades no concedidas en ella (…)”.

No sobra, por lo demás, advertir, que la arbitrariedad no

debe ser confundida con la discrecionalidad

administrativa, esto es, con la posibilidad que tiene todo

ente u órgano público de escoger entre varias opciones o

soluciones (contenido), todas igualmente justas, ante el

planteamiento de una necesidad determinada (motivo) y

el uso de conceptos jurídicos indeterminados para atender

un problema (motivo) los cuales suponen un margen de

apreciación positiva y negativa y un halo de incertidumbre,

pero que, en último término, admiten una única solución

justa.

Ulteriormente, la Sala Constitucional en el Voto No. 11155-07 de las 14:49 hrs.

de 1° de agosto de 2007, también, estableció una relación inescindible, en aras

de la razonabilidad de la actuación administrativa, entre el principio de interdicción

de la arbitrariedad y la potestad reglamentaria, al puntualizar lo siguientes:

“Redacta el Magistrado Jinesta Lobo; y,

Considerando:

16

(…) V.- PRINCIPIO DE INTERDICCIÓN DE LA ARBITRARIEDAD Y EJERCICIO DE LA POTESTAD REGLAMENTARIA. El principio de interdicción de la

arbitrariedad fue concebido por el jurista alemán Leibholz

en 1928 como un criterio para ponderar el respeto del

principio de igualdad por el legislador. Según esta

formulación, el principio de interdicción de la arbitrariedad

supone la prohibición de la arbitrariedad, esto es, de toda

diferencia carente de una razón suficiente y justa. El

principio es retomado por la doctrina española,

concretamente, por García de Enterría a finales de la

década de los cincuenta (1959) con un sentido más

extenso –no circunscrito al principio de igualdad- al

propuesto por Leibholz. Ulteriormente, el principio con ese

sentido más amplio, fue acogido por la Constitución

Española de 1978 en su artículo 9.3, a propuesta del

senador Lorenzo Martín-Retortillo, quien justifico su

iniciativa en la necesidad de tener el principio de

interdicción de la arbitrariedad como una técnica o

mecanismo más de control o fiscalización de los poderes

públicos inherente al Estado de Derecho.

Consecuentemente, el principio de interdicción de la

arbitrariedad no está contenido en el de igualdad ante la

ley, por cuanto la ruptura de ésta, ciertamente, es un caso

de arbitrariedad pero no el único. Arbitrariedad es

sinónimo de injusticia ostensible y la injusticia no se limita

a la discriminación. La actuación arbitraria es la contraria

a la justicia, a la razón o las leyes, que obedece al mero

capricho o voluntad del agente público. La prohibición de

la arbitrariedad lo que condena es la falta de sustento o

fundamento jurídico objetivo de una conducta

administrativa y, por consiguiente, la infracción del orden

material de los principios y valores propios del Estado de

17

Derecho. En esencia, el principio de interdicción de la

arbitrariedad ha venido operando como un poderoso

correctivo frente a las actuaciones abusivas y

discriminatorias de las administraciones públicas cuando

ejercen potestades discrecionales (abuso o exceso de

discrecionalidad). En lo que se refiere a la aplicación del

principio de interdicción de la arbitrariedad en el ámbito de

la potestad reglamentaria, debe indicarse que al ser ésta,

naturalmente, discrecional, el principio prohibitivo de la

arbitrariedad cumple un papel de primer orden. En primer

término, debe señalarse que salvo las materias que son

reserva de reglamento –organización interna y relación

estatutaria o de servicio- y en las que resultan admisibles

los reglamentos autónomos o independientes –de la ley-,

un primer límite de la potestad reglamentaria lo constituye

la sujeción a la ley que se pretende desarrollar o ejecutar,

extremo que obviamente, tiene conexión con principios

constitucionales como el de legalidad, reserva de ley y

jerarquía normativa. El poder reglamentario es, salvo los

casos señalados, expresión de una opción o alternativa

predeterminada por el legislador ordinario en ejercicio de

su libertad de configuración, de la cual no puede

separarse el órgano competente para ejercer la potestad

reglamentaria. Entre los límites formales de la potestad

reglamentaria se encuentra, también, la competencia, de

acuerdo con el cual solo los órganos autorizados

expresamente por el ordenamiento jurídico pueden

ejercerla, lo que denota el carácter esencial de norma,

material y formalmente, subordinada que tiene todo

reglamento. El quebranto de los límites señalados al

dictarse un reglamento produce, irremisiblemente, una

actuación arbitraria prohibida, carente de validez y

18

eficacia, tanto a la luz del Derecho de la Constitución

como del ordenamiento jurídico infraconstitucional.”

5.- Legitimidad y afirmación democrática de las administraciones

públicas

De la regulación prolija, por la legislación ordinaria, del motivo –elemento

sustancial objetivo- y de la motivación –elemento formal- resulta evidente la

aspiración universal de legitimar democráticamente a las administraciones

públicas cuando ejercen sus potestades o competencias frente a los

administrados. Se trata de dos figuras de la tradicional Teoría General del Acto

Administrativo que tienen plena raigambre en una serie de valores y principios

de carácter constitucional como el pluralismo, el democrático, de interdicción de

arbitrariedad, imparcialidad y objetividad, de participación, transparencia y

publicidad y de juridicidad o legalidad o la cláusula del Estado de Derecho11.

Por su parte, el principio de la interdicción de la arbitrariedad, en particular, sea

que se encuentre expresamente plasmado en una cláusula constitucional como

que sea recogido o desarrollado por una jurisprudencia constitucional

progresista y sanamente activista, también, representa el último eslabón en

procura de someter, sustancialmente, a los poderes públicos a la ley y el

Derecho, en general al ordenamiento jurídico, y de que se den a entender ante

los ciudadanos cuando ejercen sus prerrogativas y competencias.

Los administrados, como la parte más vulnerable e inerme frente al

ejercicio de las prodigiosas potestades públicas, tienen el derecho de conocer

la razones que impulsan a los poderes públicos a tomar una decisión

administrativa, primero, por cuanto, pueden quedar convencidos de los

argumentos y, segundo, por tener el pleno derecho de impugnar, tanto en sede

administrativa como jurisdiccional (tutela judicial efectiva), los fundamentos

fácticos y jurídicos que adopta una administración pública específica para

tomar una determinación. Se trata de una regla elemental dentro de un Estado

11 V. el excelente enfoque sobre la trascendencia de tales principios constitucionales en MEILÁN GIL (José Luis), Administración pública para la democracia. Anuario da Facultade de Dereito da Universidade da Coruña (Revista Jurídica Interdisciplinar internacional), No. 11, 2007, pp. 493-506.

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democrático de Derecho que no puede ser soslayada, bajo ningún concepto o

circunstancia.

Los poderes públicos, dentro del contexto marcado por los fenómenos

de la gobernanza democrática12, la sociedad de la información o del

conocimiento y de la globalización jurídica13, deben convencer a los

administrados y no imponerse a éstos. Convencer, significa exponer con detalle

las razones que conducen a tomar una determinación, haciendo ver que son

racionalmente objetivas y no obedecen a un mero capricho o veleidad de un

funcionario público. Esta labor de persuasión, significa que las administraciones

públicas, para legitimarse y afirmarse democráticamente, en su labor de

ejecución de la ley y de regulación, deben acudir a argumentos razonables y

aceptables que convenzan a los ciudadanos de la toma de una decisión.

Significa que los poderes públicos no pueden cometer injusticias notorias,

tomando una resolución administrativa sin exponer sus razones, habida cuenta

que la injusticia notoria no es Derecho y constituye una clara arbitrariedad.

En definitiva, el Derecho Administrativo y, en particular, la Teoría

General del Acto Administrativo, ha ido acuñando una serie de figuras

suficientemente decantadas y asentadas, como lo son los elementos

sustanciales o materiales, entre los que destaca el motivo, y los formales,

donde descuella la motivación, para procurar que los poderes públicos se den a

entender ante los ciudadanos, logrando una menor resistencia y,

correlativamente, una mayor aceptación en la ejecución de sus

determinaciones y obteniendo una gestión administrativa más democrática a la

que los administrados decidan someterse libre y voluntariamente, todo lo cual

garantiza un mayor acierto (principios constitucionales de eficacia y eficiencia)14

en el ejercicio de la función administrativa. A lo anterior, se agrega, de manera

12 V. AGUILAR VILLANUEVA (Luis F.), Gobernanza y gestión pública, México, Fondo de Cultura Económica, 3ª. Reimpresión, 2009, in totum.

13 V. MEILAN GIL (José Luis), Una aproximación al Derecho Administrativo Global, Sevilla, Global Law Press, 2011, in totum; CASSESE (Sabino), La globalización jurídica, Madrid, Marcial Pons-INAP, 2006, in totum; ALLI ARANGUREN (Juan-Cruz), Derecho administrativo y globalización, Navarra, Thomson Civitas-Garriguez Cátedra –Universidad de Navarra-, 2004, in totum y TWINING (William), Derecho y globalización, Bogotá, Universidad de los Andes, Pontificia Universidad Javeriana y Siglo de Hombre Editores, 2003, in totum.

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más reciente, el desarrollo del principio de la interdicción de la arbitrariedad con

un rango y jerarquía constitucional que obliga, fuertemente, a los poderes

públicos para darse a entender y ser razonables y, en suma, para evitar

actuaciones injustificadas o arbitrarias.

Por su parte, el novedoso derecho a una buena administración15, de los

que son titulares los administrados o ciudadanos, también le impone a los

poderes públicos darse a entender y explicar, con razonabilidad suficiente, las

razones para adoptar una decisión administrativa.

Parece que ante el principio democrático incorporado, expresa o

razonablemente implícita en casi todas las constituciones rígidas y escritas

contemporáneas, debe replantearse la tesis kelseniana según la cual las

Administraciones públicas deben operar según criterios autocráticos16. Es

evidente que la “cláusula constitucional de Estado democrático”, también,

permea y proyecta su eficacia, sin excepción, respecto de las Administraciones

Públicas17. Lo anterior significa que si la soberanía reside en el pueblo –

conglomerado de ciudadanos o administrados- los poderes públicos

administrativos se deben a éste. Si las administraciones públicas son

organizaciones vicariales o al servicio de las instancias políticas que

representan al titular formal de la soberanía –pueblo-, deben, entonces,

convencer y explicarse razonable y fundadamente para afirmar su legitimidad

democrática indirecta. 14 V. JINESTA LOBO (Ernesto), Los principios constitucionales de eficacia, eficiencia y rendición de cuentas de las Administraciones Pública. En Constitución y Justicia Constitucional, San José, Colegio de Abogados-Sala Constitucional y Escuela Judicial, 2009, pp. 133-144.

15 V. RODRÍGUEZ-ARANA MUÑOZ (Jaime), El buen gobierno y la buena administración de instituciones pública, Navarra, Thomson-Aranzadi, 2006, pp. 33-49; PONCE SOLÉ (Juli), Procedimiento administrativo, globalización y buena administración en Derecho Administrativo Global, Madrid, Marcial Pons-INAP, pp. 79-190; MARTÍN-RETORTILLO BAQUER (Lorenzo), De los derechos humanos al derecho a una buena administración; RUIZ-RICO RUIZ (Gerardo), El derecho a una buena administración: Dimensiones constitucional y estatutaria; SOUVIRÓN MORENILLA (José María), Sentido y alcance del derecho a la buena administración, todos en El Derecho a una buena administración y la ética pública, Valencia, Tirant lo Blanch, 2011.

16 KELSEN (Hans), Esencia y valor de la democracia –Trad. Rafael Luengo Tapia y Luis Legaz Lacambra-, Granada, Editorial Comares, S.L., 2002, pp. 77-84 y 127-129.

17 V. SANTAMARÍA PASTOR (Juan Alfonso), Fundamentos de Derecho Administrativo –Volumen I-, Madrid, Editorial Centro de Estudios Ramón Areces, S.A., 1991, p. 235.