palabras sueltas en torno a una conversación con andrés valenzuela, autor de el funeral del señor...
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Artículo-entrevista relativo a la obra del chileno Andrés Valenzuela Donoso, autor de las novelas El funeral de señor Maturana y Anarkía y rebelión.TRANSCRIPT
PALABRAS SUELTAS EN TORNO A UNA CONVERSACIÓN CON ANDRÉS
VALENZUELA, AUTOR DE EL FUNERAL DEL SEÑOR MATURANA Y ANARKÍA Y
REBELIÓN
Cristóbal Vergara Espinoza
Andrés Valenzuela Donoso (1981) es abogado. Estudió en la Universidad de Chile.
Se ha desempeñado en la docencia universitaria y ha ejercido su profesión en el sistema
procesal penal. Y, por cierto, ha escrito dos novelas. Parece una imagen tradicional. Un
prohombre quizás. Busco un poco en la web. Volodia Teiltelboim, Armando Uribe, Jorge
Edwards, Antonio de Undurraga, Juan Ignacio Correa, Jorge Biggs: todos miembros de la
cofradía de los abogados-escritores. Una tradición rutilante en la que todos, con mayor o
menor intensidad, son reconocidos o reconocibles. Hay algo interesante ahí, algo acerca de
lo que se podría escribir latamente. Pero no es el momento. Es el momento, en cambio para
escribir sobre Andrés y sobre la escritura de Andrés, una que parece contradecir esa imagen
pulcra que esperaríamos (o espero) que caracterice a la tradición de los abogados-escritores.
En El funeral del señor Maturana (2012), su primera, cinematográfica y extensa novela, se
lee “Que tu cuenta corriente ahora sea la prolongación de tu pene, y tu potencia sexual sea la
cantidad de billetes que puedes eyacular para comprar la millonada de estupideces que a
diario te ofrecen”. El fragmento brilla con el resplandor de un manifiesto. Le pregunto a
Andrés si es que esa es su intención, si es que considera que sus novelas pueden ser leídas
como diagnósticos provocativos del Chile actual: “No creo ser yo el que esté llamado a dar
diagnóstico de nada”, aclara. “Lo que puedo entregar es una opinión que tengo sobre las
cosas”, agrega con sincera humildad.
A la ya mencionada El funeral del señor Maturana, se suma Anarkía y rebelión
(2014). Esta segunda publicación narra en clave novelesca la historia de Los Fiskales Ad
Hok, la mítica banda de punk rock chileno. En ambas novelas, desde la primera vez que
fueron leídas, llamó mi atención su marcado inclinación hacia la narración de la colectividad:
en Maturana… es un grupo de abogados quienes deciden llevar a cabo una estafa de
proporciones inverosímiles; en Anarkía…, el devenir de la banda punk, concebido casi como
un colectivo, es narrado desde sus estrategias de resistencia en dictadura hasta el momento
en el que alcanzan su legendario reconocimiento. Lo que ambas parecen realizar es una
aproximación a lo múltiple a partir de unas individualidades movilizadas como cúmulos de
fuerzas dispersas. A propósito, recuerdo las palabras de Thomas Munk en El camino de Ida,
de Ricardo Piglia: “el anarquismo niega la falsa distinción entre lo uno y lo múltiple: el
individuo, para empezar y contrariamente a la etimología de la palabra, es múltiple. El
Príncipe [se refiere a Kropotkin] lo llamaba un compuesto de potencia, cada individuo es un
colectivo de fuerzas y cada colectivo puede ser concebido como un individuo”. Desconozco
si es que Andrés ha leído al Príncipe. Creo que sí. Solo intuyo que bajo la costra pop que
envuelve sus relatos, se delata una posición ideológica de parte del autor, una creencia que
va más allá de la provocación. Al respecto le pregunto acerca de las aspiraciones utópicas,
de la anarquía y su salud. “No creo que la utopía este muerta”, afirma, “lo que sí, no goza de
las mejores saludes”
En Maturana… la estafa llevada a cabo por los protagonistas es tan disparatada que
resulta irrefutable. Lo que opera ahí es la lógica del embuste y el juego con las expectativas
de ascenso social, instituciones que son condenadas tras el estallido del Castillo Hidalgo que
corona el Cerro Santa Lucía. En un pasaje inicial de la novela se habla acerca del valor que
en Chile adquieren “imagen, fama, status, renombre, pleitesía, páginas sociales, programas
de farándula”, sobre los que se sostiene que si “antes solo te morías de hambre, ahora, si no
estás en onda, además te corren del mundo”. Con respecto a ello Andrés me comenta que en
Maturana… “los personajes buscaban representar las distintas facetas de la mediocridad y el
fracaso, siendo el narrador la peor, ya que pasa tres cuartas partes del libro desmarcándose y
creyendo que es menos malo que el resto. Y claro, a los tres abogados los unía su afán por el
dinero. El narrador en cambio buscaba devolver el golpe. Por ahí puede que si bien no haya
un proyecto emancipatorio concreto, al menos hay una voluntad de hacer que un estado
terrible e injusto de las cosas cambie”. Y claro, su respuesta me hace pensar. ¿Dónde están
las utopías, las posibilidades de emancipación que él considera aún vivas? ¿Todo es la rabieta
de un grupo que no ha sido capaz de mamar lo suficiente de la teta del sistema y el régimen
de expectativas? “No siempre se puede destruir un sistema”, agrega, “pero siempre se le
puede ensuciar un poco”.
Su segunda publicación, Anarkía y rebelión, es un trabajo extraño. Se combinan ahí
los materiales de la escritura documental con la ficción novelesca en una tensión que lejos de
interferir en lo narrado, termina por constituir a Anarkía… en una bella épica del margen y
la resistencia, un relato acerca de la posibilidad de construcción de alianzas, espacios y
estrategias cuando las circunstancias parecieran no permitirlo. La disidencia es la premisa de
lo relatado, una disidencia que termina por configurar una épica violenta y sucia alrededor
de la banda punk. Lo narrado termina por servir como rescate de unas subjetividades ancladas
por gusto a los márgenes y que devienen no-héroes producidos por un sórdido contexto. Y
todo, por supuesto, condimentado con el aderezo del punk rock. Con respecto a los Fiskales
y la novela, Andrés opina que “a ellos les tocó la dictadura en su máximo esplendor. Ser
distinto en los ochentas ha de haber sido una cosa muy complicada. De esto me enteré en
más detalle en la investigación previa a escribir Anarkía…”. En efecto, como se narra en la
novela, el punk no gozó de la mejor recepción en estas tierras: “¿No te das cuenta de que
estamos hasta el pico con estos milicos reculiaos?”, pregunta Álvaro España en los momentos
fundacionales de la banda y luego de una de tantas palizas ofrecidas gratuitamente por
carabineros. “Somos el jamón del sándwich”, agrega, “Entre los jipis culiaos de chaleco
hediondo que cantan su mierda de protesta y los pacos y los milicos”.
El recuerdo de la violencia dictatorial, o el relato de ese recuerdo, es eso que termina
por constituirse en el núcleo profundo de Anarkía…. Pero también sus consecuencias
exhibidas a través de los intentos de re-cohesión democrática que le han sucedido. “Desde
que a los militares se les ocurrió, con acuerdo y anuencia de muchos que hoy callan, que era
buena idea bombardear La Moneda y tomarse el poder, este país se partió para siempre”,
afirma Valenzuela. No obstante, aclara: “Anarkía… tiene varios pasajes en dictadura, aunque
la mayor cantidad de disparos del libro se los lleva la concertación y su traición disfrazada
de transición”. En efecto, conmovedor resulta el capítulo en que la banda realiza una tocata
para los reos de la Cárcel de Alta Seguridad, episodio que opera como un hito que refuerza
una perspectiva ideológica de rebeldía que permea la completitud de una obra en la que
claramente se lee un Chile que desde la Dictadura de Pinochet y compañía no ha cambiado
tanto, un Chile donde aún resuena el eco de la alegría que no llegó para todos.
Para nadie es un misterio que de un tiempo a esta parte el circuito editorial se ha
diversificado. Una gran cantidad de pequeñas editoriales disputan en la actualidad con las
grandes y tradicionales casas, democratizando no solo la publicación sino que además el
acceso al libro. De ahí que no sea un sorpresa que ambas novelas de Andrés hayan sido
publicadas por sendos proyectos independientes: Chancakazo y LaFiskalía Editores, esta
última al amparo de la banda punk y su proyecto de autogestión alejado de los grandes
círculos comerciales. Le pregunto finalmente a Valenzuela acerca de su vínculo con estos
proyectos, acerca de la posibilidad de leer en ello algún gesto hacia el circuito comercial:
“No”, responde con prontitud. Y aclara: “En este punto prefiero ser insoportablemente
franco. La realidad respecto a por qué uno aterriza en estas editoriales es menos idealizable:
son las que están dispuestas a publicar, o a alguien que no ha publicado nada y es un completo
desconocido sin contactos que lo lleven a los anaqueles de las librerías”. Todo, entonces, se
reduce a una economía de las posibilidades y la necesidad de construir espacios no
considerados por las grandes editoriales. Si bien el autor agradece a las pequeñas editoriales
por la posibilidad de haber puesto atención a su trabajo, agrega: “A lo mejor me equivoco, a
lo mejor el asunto ya no es así, pero si mucha gente publica libros en editoriales no tan
masivas es porque la lupa de las más grandes está puesta en otros lados. Puede que haya gente
que lo tome como una posición ideológica. En mi caso, no es así. Es simplemente porque
Chancacazo u otras editoriales de ese tipo se atreven con gente distinta. Si tuviera la
posibilidad de publicar con editoriales más grandes, al menos yo no tengo reparo alguno.
¿Negarse a la posibilidad de llegar a más lectores? Es para lo que vinimos, ¿no?”.
Andrés Valenzuela ha publicado las novelas El funeral del señor Maturana
(Santiago de Chile: 2012. Chancakazo. 447 págs.) y Anarkía y rebelión (Santiago de Chile:
2014. LaFiskalía Editores. 399 págs.). Sus relatos pueden leerse en el blog
www.andresvalenzuelatextos.blogspot.com