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P EDRO V ALTIERRA : OJO PEREGRINO Por Óscar Estrada de la Rosa C U A D E R N O S E P Í G R A F A

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Texto de presentación del libro "Zacatecas" de Pedro Valtierra. Arte, A.C. Monterrey, N.L.

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Pe d r o Va lt i e r r a: o j o P e r e g r i n o

Por Óscar Estrada de la Rosa

C U A D E R N O S E P Í G R A F A

Pedro Valtierra. Cedros, Zac.

Pe d r o Va lt i e r r a: o j o P e r e g r i n o

En el Zacatecas que conozco tiempo hay de sobra, amigos a puños, ejércitos de palmas, cestos de dátiles, nubes sin agua, muros pétreos, nopaleras, jaulas, desolación, penurias y polvo, mucho polvo. En la casa de mis abuelos zacatecanos en Monterrey siempre había queso de cabra, queso enchilado, gordas de acero, música de armónica, refranes, esculturas y pinturas. Fiesta y arte, la combinación perfecta.

Hace poco tiempo, tuve la suerte de tener en mis manos todas las hojas de contacto de las fotografías que había tomado Mariana Yampolsky de los pueblos zacatecanos. En ese entonces existía la posibilidad de diseñar un libro artístico, por distintas causas finalmente no se pudo realizar, pero valió la pena ver “en crudo” el quehacer fotográfico de una artista como Mariana. Entre paréntesis, casualmente yo estaba con Pedro tomándonos un café el día que le avisaron de su muerte.

Parece una constante que el fotografo de nuestros tiempos se vuelva un errante, un desplazado. Como Koudelka y Salgado, Valtierra ha convertido múltiples rumbos y confines en su destino. Quien conoce un poco de Zacatecas sabrá que también la emigración es una característica propia de la tierra de la plata y el mezcal. Un “sol despiadado sobre el campo y una tierra muerta” (Pablo Emiliano de la Rosa) ha obligado a la gente –durante años– a salir a buscar mejores oportunidades, así el sol se convierte en un “nimbo de lágrimas”. Sin embargo, el hijo pródigo, condenado por siempre, regresará a la tierra que no le fue pródiga.

Pedro, junto a su cámara carga con arrogancia también su origen. Sus viajes han transformado su mirada. Nicaragua, Argelia, Cuba, España, Colombia y la República Democrática Arabe de Saharaui se encuentran entre algunos de los lugares donde él ha nutrido su ojo peregrino; paisajes y montes han sensibilizado el gatillo y han clarificado su horizonte. Benditas sean tus sandalias Santo Niño de Atocha.

Las imágenes de Pedro muestran plenitud de lo visto. Son un canto donde medra la añoranza, la foto de la portada de su libro “Zacatecas” es un claro ejemplo. Que mejor añoranza que la de volver a ser niño. Hay un flagrante celo y orgullo por las raíces, sean estas mineras, campesina o revolucionarias. Y si hablamos de la revolución, una duda subyace, ya no sé si la ganamos o la perdimos.

Las huellas del Zacatecas colonial y citadino son “casi” inexistentes, sin embargo, el Zacatecas rural aflora de manera elocuente. A diferencia de las imágenes que ví de Yampolsky, la mayoría de las fotografías de Pedro se centran en el retrato, en la gente.

La arquitectura y el paisaje están en un segundo plano, el hombre por encima del medio. Los retratos de Valtierra están alejados del Romanticismo del pintor zacatecano Julio Ruelas, aunque, comparte con él la seduccción y la preocupación por la muerte (como se puede ver en la foto que Pedro tomó de la puerta del camposanto de Fresnillo).

Su trabajo se acerca más al silencio franciscano de Goitia, frugalidad que solo otorga el desierto. El ranchero empedrado de Villanueva; el anciano con ramo vestido de negro entre las tumbas y, el anciano con overall que porta un sombrero con funda impermeable –de ese tamaño es la ilusión por la lluvia–; éstas imágenes son muestra clara del lenguaje personal de Pedro y del minimalismo profético goitiano. Denominación de origen zacatecana.

Mención aparte merece la mejor foto del libro, la abuela de Cedros. Sentada, adustamente ensimismada nos observa con su brazo apoyado en el bastón cual si fuera báculo. Las aves también posan; las del cuadro y las de las jaulas. Un pájaro rejego nos ofrece su espalda. En la parte superior derecha ligeramente se divisa lo que parece ser una imagen de San Martín Caballero; el santo de los comerciantes, cantinas incluídas. El piso fue preparado para la foto; esta recién barrido, aún se puede ver la punta de la escoba en la parte inferior derecha. A la izquierda de la abuela una silla vacía; no sabemos si es la del esposo ausente –muerto o vivo–, ciertos estamos de una sola cosa, esa ausencia se vuelve importante presencia.

Pedro Valtierra, piedra y tierra, de esta manera ayuda a labrar el gran rostro del altiplano y su luz germina en fruto y tributo.

Óscar Estrada de la RosaMonterrey, N.L. México. Junio 2005.

Texto original publicado en la Revista Posdata y leído en Arte, A.C.