pensamiento y acción - moisés lebensohn

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INTRODUCCION La primera se refiere a la figura de Lebensohn como hombre de pueblo, dirigente

humilde y honesto La segunda idea se refiere a la reivindicación de un hombre cabalmente

yrigoyenista que bajo los adustos y nobles ideales intransigentes y revolucionarios, nos marca un camino a seguir, a nosotros, los militantes del presente, aún a varias décadas de su muerte, en esta dura tarea de forjar, como él mismo decía, una “Argentina soñada” en un “mundo nuevo”. Para ello es que nos sirve su ejemplo de voluntad, de pensamiento crítico y sagaz, de intransigencia en sus actos y actitudes, pero a la vez de una sublime sensibilidad hacia los más humildes, hacia el pueblo todo.

Un tercer aspecto íntimamente unido a los dos primeros, es el referido a la nítida concepción elaborada por Lebensohn sobre posibilismo e intransigencia.

La decadencia moral de la Argentina en la década del 30 y lo que sucedió dentro del radicalismo es una de las causales del quiebre partidario que se produce años más tarde. En ese entonces, la UCR deja de tener fe en sus propias concepciones doctrinarias y morales y pasa a hacer el juego al régimen. Esto produce la formación de una camada de políticos “corcho”, como los definió el propio Lebensohn, personajes del establishment y del status quo que no deciden ni conducen ni orientan, sino que arrían las banderas tradicionales de la intransigencia y buscan la oportunidad para seguir a la corriente del momento.

Al tener contacto con el régimen, estos políticos creen que pueden influir en las decisiones y esto los conduce a no irritar y por lo tanto a complacer.

El mismo Moisés Lebensohn decía: “No sabemos en virtud de que milagro íbamos a conseguir que la oligarquía nos

cediera el poder. ¿Negociando? Los intransigentes sabemos desde el ‘90 que la democracia en ningún lugar del mundo, pero menos en la Argentina, se consigue sin pelearla, lucharla y conquistarla.”

Desde que nació la UCR existieron dos formas de interpretarla. Estas formas, ideas y conductas variaron a lo largo de la historia pero en esencia y concepción doctrinaria siguen siendo las mismas. Hoy como ayer, aunque los tiempos cambien y las metodologías también, el problema crucial en la Argentina esta dado por la lucha por la hegemonía entre una concepción radical y otra conservadora.

El posibilismo, tal como lo definió Lebensohn, es aquel que parte de la idea que la política es el arte de lo posible y se contrapone a la intransigencia, que partiendo de la idea sobre la capacidad transformadora del hombre, llega a poseer una nítida conciencia de la propia identidad y de nuestra historia, o sea, de donde venimos y hacia donde vamos.

Nada más oportuno para ejemplificar la noción de intransigencia que citar la famosa frase de Alem, quien respondiéndole a Roca afirmaba que “En política no se hace lo que se puede o lo que se quiere, se hace lo que se debe.”

Moisés Lebensohn(1908 -1953) nace en el seno de una humilde y trabajadora familia de inmigrantes judíos en el pueblo bonaerense de Junín. Su vida transcurrirá en su pueblo natal, en La Plata y en Avellaneda, sede del comité provincia por esos años.

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Sin embargo, así como en su vida no se detuvo ante la lucha, tampoco detendrá su marcha militante y cabalgando contra su propia miseria económica y en nombre de la honestidad y la austeridad, recorrerá pueblo por pueblo, en los vagones de los trenes que cruzaban de N a S y de E a O la provincia, para estar con la gente, escucharla y palpar sus realidades. Será de este modo, donde comenzará a imaginar la creación de un nuevo movimiento yrigoyenista desde el cual otro radicalismo debía volver al pueblo, donde el peso de la concreción de los hechos cotidianos, como comer, educarse y forjarse un porvenir, valiesen más que la mera crítica a las formalidades democráticas, máxime proviniendo de aquellos que hacían el juego al régimen.

Así, dos frentes yrigoyenistas se gestarían en la década del 30. El primero, marginal de las estructuras partidarias, pero combativo y revolucionario, bajo el nombre de FORJA, aglutinó a yrigoyenistas de la talla de Scalabrini Ortiz, Dellepiane, Homero Manzi, Gabriel del Mazo y Arturo Jauretche entre otros.

El segundo, consolidado en 1942, es aquel que bajo las directivas de Lebensohn toma forma bajo el apelativo “Movimiento de la juventud” basado en la doctrina expuesta en el programa del 38, pero que a diferencia de FORJA, aunque se desarrollará dentro de los mismos cánones intransigentes, seguirá su curso dentro del ámbito partidario.

Partiendo desde la concepción que el radicalismo es la fuerza formadora de la nacionalidad argentina frente al europeísmo conservador, es que crea el MIR (Movimiento de Intransigencia Radical) en 1948 a través del cual convoca al pueblo, capaz de recoger “el aliento de la época y de elevar el contenido moral de nuestra vida pública”, y a la juventud, que incontaminada de los tradicionales vicios del acuerdo y de la transigencia llegaría a “forjar los tiempos del pueblo” en una nueva patria.

Desde 1940 en la Provincia de Buenos Aires comienza a gestarse un movimiento llamado “Revisionista” claramente opositor a las autoridades partidarias.

Hacia fines del año 44 y comienzos del 45 el principismo radical comienza a hacerse sentir en el seno de la UCR. El carácter político, social y moral del radicalismo debía volver a los carriles originarios de los cuales nunca debió haberse desviado. Para cumplir los reales ideales radicales es que se fundó el MIR.

Lebensohn marcó el rumbo yrigoyenista al partido al desarrollar las Bases de acción política, que finalmente aprobará la Convención Nacional de la UCR. Las Bases de acción política, la Profesión de fe doctrinaria y la Declaración de Avellaneda fueron la culminación del pensamiento lebensohniano ya plasmado en los congresos de la juventud y en el programa fundacional del MIR en el año 1945: reforma agraria, federalismo, democratización cultural, nacionalización de los servicios públicos, reforma financiera, defensa de la soberanía política, económica y espiritual del país.

Estos manifiestos demuestran a las claras que, lejos de lo que muchos historiadores y politicólogos critican como un plagio y una radicalización del programa social peronista, fueron verdaderamente radicales, intransigentes y revolucionarios. Basta con leer las declaraciones y manifiestos del año ’38 al ’48 para observar como los documentos de Avellaneda no son más que el lúcido reflejo de una concepción ideológica, filosófica y política cada vez más clarificada y determinante ante los sucesos que vivía el país. Tal fue su actitud dentro del Bloque de diputados nacionales radicales donde la Intransigencia era mayoritaria.

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Como plantea Alejandro Gómez, Lebensohn “penetra en el drama argentino e interpreta el sentido de la lucha entre el ser o no ser de nuestro país y redescubre los valores que afirman la existencia nacional”.

Para Lebensohn, desde 1943 el retorno oligárquico era imposible. Sin embargo, aunque valora el carácter social del peronismo y critica al partido por haberse alejado de la gente, lo que posibilitó el encumbramiento de Perón, plantea que la revolución no llegaba con el peronismo ya que no hay revolución posible sin cambios en la estructura económica de una nación. Creyó firmemente en que a sus adversarios políticos de entonces los vería años más tarde forjando una revolución no radical, sino del pueblo todo.

La muerte lo encontró a los 45 años de edad, rodeado de su esposa y de su pequeño hijo, sumergido en la pobreza material pero en la grandeza de su alma.

Lebensohn fue espíritu, ejemplo, lucha, honestidad, mística militante y patriotismo. Vaya entonces nuestro homenaje no sólo en este prólogo sino en nuestras acciones cotidianas dentro y fuera del radicalismo afirmando nuestra esencia yrigoyenista, intransigente y revolucionaria.

Marisa A. Gorzalczany El Radicalismo que no baja las banderas.

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I EL RADICALISMO

1. Problemas del Radicalismo Discurso inaugural del V Congreso de la Juventud Radical de la Provincia de Buenos Aires, pronunciado en Chivilcoy el 24 de mayo de 1940.

Nos hallamos reunidos en momentos solemnes. En todos los horizontes, hombres y mujeres luchan y perecen, en mares y campos de batalla, por la pervivencia del ideal de la libertad y en las silenciosas retaguardias extenúan sus esfuerzos para posibilitar la resistencia. Los pueblos americanos oyen, vivas y rotundas, las voces de sus fundadores y escuchan su llamamiento en defensa de los principios que agitaron al continente en la hora inicial de su emancipación. En este concierto del mundo que se estremece entre los dolores de un alumbramiento; en este concierto en que aun las propias potencias agresoras mueven a sus multitudes alucinadas por falsos ideales, pero ideales al fin para los seres anónimos que las forman, solo nosotros, los argentinos, contemplamos en la inacción y en la despreocupación como los otros combaten y como del resultado de este combate surgirá la estructura económica y social que condicionará nuestra existencia futura. Como argentinos, nos contrista esta realidad. Nos agobia y avergüenza ver a nuestro país debatiéndose en pugnas minúsculas; con lideres políticos, educacionales y económicos, carentes de impulso creador y valiente; sin ansiedad quemante de justicia; exhibiendo en sus luchas no el coraje abnegado por colocar a nuestra patria en el clima histórico de la época, sino la apetencia del poder como medio de disfrute. Mientras el mundo penetra en una aurora impregnada de sentido heroico de la vida, en los círculos directivos de la Argentina - en todos los círculos directivos- priva el sentido del goce sensual de la vida. Pareciéramos un país secular, entrando en decadencia, describiendo el descanso de la parábola, sin conciencia nacional ni conexión con las fuerzas espirituales que animaron a muchos padres, sin respetabilidad en la forjación del porvenir ni sensibilidad para conmovernos ante el drama humano.

Y somos, sin embargo, una joven nación, que aún tiene los huesos blandos y debiera vivir los sueños de la adolescencia.

Y somos sin embargo un pueblo joven, predispuesto a las empresas del desinterés y el sacrificio por su tendencia emocional y porque no es en balde, en cada uno de nosotros

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- hijos cercanos o lejanos de la inmigración-, bulle el recuerdo del antecesor arrojado que rompió las ataduras más sólidas del hombre, aquellas que lo unen a su tierra, la del trozo de suelo en que yacen sus padres, la del trozo de cielo que contemplaron absortos los ojos infantiles, la del dulce idioma en que los labios maternos modularon las canciones de cuna, las ligazones de la sangre y del pasado, para cruzar el océano y llegar a lo desconocido, a este asilo de ilusión, en búsqueda de bienestar y libertad.

Un país poblado por un pueblo así, en cada uno de cuyos hombres alienta tan íntima y tan valiosa herencia espiritual, no puede ser un país silencioso ante la injusticia, un país indiferente ante las exigencias de su deber, un país que no quiera igualarse en ideales y afanes con aquellos que marcan la excelencia de estas jornadas.

Como aires de fronda. Es un viento que hace crujir las viejas ramas. Es un viento que no encuentra fronteras. A sus ecos, despiertan en los hombres de todas las razas y altitudes ideas nuevas y voluntad de darse íntegramente en la acción para librar a las generaciones futuras de las angustias que oprimen a la actual, con tanta intensidad, que sentimos orgullosos el privilegio de vivir el trance en que la humanidad verifica dolorosamente su reordenamiento, quizás por siglos.

El drama profundo de la política argentina. Este viento cruza también sobre nuestras pampas. Agita las conciencias de millares

y millares de argentinos. Y palpita en el escepticismo de las últimas promociones juveniles, escepticismo fecundo, porque señala la insurgencia ante un presente que abochorna y encierra en si, grávidas, las posibilidades del mañana. No lo han advertido, únicamente, quienes tienen la función natural de actuar como antenas sutiles de las ansiedades y requerimientos del medio social y como conductores de su pueblo. Solo los políticos argentinos en su casi totalidad, no han percibido el angustioso reclamo que importa el retraimiento de la juventud. Y si esta ineptitud pudiera entenderse en cierto modo explicable en los dirigentes de las derechas, hombres de círculos e intereses limitados, implica un verdadero suicidio en quienes militan en el Radicalismo, expresión política de ese inconcreto pero firme ensueño de justicia y renovación que anima el pueblo argentino.

Es que nuestros partidos viven con la mentalidad de principios de siglo y sus planas dirigentes, con los incentivos morales y materiales de principios de siglo. Desde hace mucho, sus cuadros activos no definen la orientación ética ni el pensamiento politicón de las corrientes populares que deberían representar. Ese es el drama profundo de la política argentina. Y sin que se llegue a la solución de ese drama, aunque se salve el escollo del fraude, no habrá más que ser apariencia de un juego democrático auténtico. Que ello suceda en las derechas tiene justificación. Desde 1930 el pueblo que no le es adicto no elige; es mandado. La elección de sus dirigentes carece de base popular. Pero en nuestro partido, ¿qué ocurre?

Hasta 1916 la máquina partidaria sirvió con eficacia los propósitos que le dieron origen. Había una idea central, dominante: el sufragio libre, causa motor del partido y aspiración vehemente de una época. Fueron sus lideres quienes con mayor tesón, con mayor pureza, lucharon por esa aspiración, contribuyendo a crear una conciencia del derecho en el pueblo argentino. Llegó el triunfo en 1916. Desalojó a las oligarquías políticas de las provincias. Y quedo como girando en el aire. No se atrevió a consumar la

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revolución radical - como gustaba decir Yrigoyen - destruyendo los privilegios de la oligarquía económica. Se limitó a una política social oportunista, actuando solo bajo el apremio de las circunstancias, Detrás de los acontecimientos y no antes, en prevención de los acontecimientos.

La política del servicio personal. La eficiente máquina política y sus cuadros directivos, formados en treinta años de

lucha, quedaron un tanto sin los motivos galvanizantes de su acción. La gran bandera que congregó a la masa popular, el sufragio libre, era conquista lograda. El proselitismo, función inherente e inseparable a la política, debió acudir a otros resortes. Y se descendió del plano idealista, a la «política del servicio personal», la conquista de voluntades no por motivos atinentes al país, al orden público, sino por servicios, atenciones, empleos, favores lícitos o ilícitos, efectos, amistades... En lugar de enaltecer el espíritu cívico de cada ciudadano, se involucionó, trastocando las razones cívicas, por otras de tipo personal que implicaban una corrupción encubierta del voto, función eminente de la ciudadanía, para ser ejercida con la visión exclusiva del interés nacional. El partido nació para obtener, purificar y prestigiar el sufragio. La política del servicio personal desjerarquiza y desprestigia al sufragio y desjerarquiza todo lo que de ella parte. Los ciudadanos dejan de ser tales, en el concepto cabal del vocablo, para transformarse en meros votantes. La ciudadanía pasa de ser la alta dignidad de una democracia, a un bien intercambiable por otros, efectivos o afectivos. Se ha dicho que la teoría democrática reposa en la ficción del desdoblamiento de la persona en el hombre y en el ciudadano. El primero, con una voluntad individual dirigida por sus intereses y sentimientos de índole personal; el otro, con una voluntad general, inspirada en el bien colectivo. El entrelazamiento de esas «voluntades generales» es la esencia de la ciudadanía y su exteriorización y motivación, el método de la democracia política. Los cuadros activos del partido, en su gestión preponderante, no se dirigieron a la «voluntad popular» de los argentinos, sino a su «voluntad individual», subversión y negación democrática.

Declinación de los cuadros partidarios. Las consecuencias de esta política, realizada muchas veces de buena fé, sin

analizar sus resultados corruptores, fueron extraordinarios y precipitaron la caída del partido. A sus puestos directivos llegaron en mayor proporción quienes disponían de «capital político» con prescindencia de su autenticidad radical, de sus cualidades morales e intelectuales y de la aptitud para el ejercicio de la función a discernirse. El plantel dirigente se fue inferiorizando, los militantes que desplegaban mayor actividad en recorrer los campos, apadrinar bautismos, prestar su colaboración a los humildes en los instantes difíciles, gestionar ventajas en la administración, curar a los enfermos, defender a los procesados, conquistaban múltiples y cálidas adhesiones que les permitían realizar una carrera política, al margen de causales realmente políticas. Y entre ellos llegaron, como es suponible, muchos que no actuaban movidos por la pasión pública sino por el cálculo de obtener un capital político, traducido en honores o canongias.

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No es exacto que el partido se haya engrandecido numéricamente por actividades de este género. Los radicales se hicieron por temperamento, por sentimiento democrático, por irradiación del prestigio místico que rodeaba la personalidad de Yrigoyen. Pero, dentro del partido, por simpatías o servicios, apoyaban a tal o cual dirigente. Muchos los prestaron impulsados por un sentido generoso de solidaridad, y muchos no trabajaron para el radicalismo sino para sí. Lentamente, los cuadros activos fueron perdiendo su fervor cívico. El partido dejó de ser un medio de promover «la revolución» en la República y se convirtió en un fin en sí mismo y para sus militantes. Cayó en la deformación electoralista. Cualquier enunciación de ideas, cualquier solución a un problema nacional que, por justa que fuese, pudiera suscitar oposición en algún grupo de la masa heterogénea que votaba al partido, era apartada por los dirigentes de esa mentalidad, que creían, sinceramente, que lo fundamental era ganar adhesiones y no perder una sola. Los reclutadores de votos ocuparon el sitio de los políticos, dejando vacante la función política.

El descanso del nivel partidario no fue visible en toda su magnitud porque los dirigentes de ese tipo de política no tenían el comando efectivo del partido, que se hallaba en manos de Yrigoyen. No bien los achaques de la vejez comenzaron a obstruir las pesadas tareas políticas y administrativas del lider, se vió crudamente cuan resentida se hallaba la armazón partidaria. Parecía poderosísima, más cuando se produjo el motín de septiembre, no pudo movilizar un solo núcleo ciudadano. Los millares de argentinos que antes estaban dispuestos a entregar la vida al partido, cuando se les incitaba en nombre de ideales, solo entregaron el voto a quienes les invocaban amistades.

El movimiento de septiembre, y más que el movimiento de septiembre las amenazas implícitas en las palabras y actos del Gobierno Provisional, trajeron una revitalización del Radicalismo, que tuvo exteriorización en la incorporación de grandes contingentes juveniles, la victoria del 5 de abril y la Carta Orgánica de 1931, cuyos principios básicos sobre el voto directo y representación de las minorías se violan religiosamente en todos los distritos, con excepción de Córdoba; se trata de implantarlos en la Capital después del contraste electoral y nosotros en nuestro ultimo Congreso peticionamos infructuósamente que se cumplan en la Provincia.

La historia política de todos los países nos demuestra que los partidos se corrompen y debilitan en el poder; que tras las ventajas que comporta, audaces e inescrupulosos trepan hasta inficionar su organismo y que, a su vez, las minorías desposeídas del poder se fortifican en el llano. La falta de ventajas materiales, el desarrollo de la aptitud crítica, el fuerte grado de tensión de las masas, llevan lentamente a su frente a conjuntos capaces, abnegados e idealistas, adecuados en sus ideas a su tiempo, que conducen a su partido al éxito.

Este proceso, en lo que corresponde al oficialismo, fue cumplido con exceso. ¿Por qué, en la parte que nos toca, no se verificó con perfiles nítidos? Porque nunca fuimos un partido sin posibilidades de llegar al poder. Siempre estuvimos «virtualmente en el poder». Al menos en la imaginación de la mayoría. Si el 5 de abril hubiésemos sido derrotados, corvirtiéndonos en un minoría real, aquellos elementos con psicología o finalidad oficialista, o sin aptitud para la recia batalla cívica que debiéramos haber realizado, habrían abandonado sus ubicaciones internas. El partido hubiera seleccionado sus valores de lucha, manteniendo con ellos una conducta férreamente combativa y ya estaría derribada la oligarquía.

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El partido ganó el 5 de abril. Y la decantación no se produjo. De donde, en tren de humorismo paradojal, pudiera escribirse un ensayo a la manera de Chesterton, titulado: «De cómo, en el 5 de abril, fue derrotada la democracia...» Después del 5 de abril el clima oficialista, sin oficialismo, fue casi permanente. Siempre estuvimos a tres meses del gobierno. La revolución era un hecho. La mayor parte de los cuadros dirigentes no tenían fervor revolucionario; pero temían ceder la organización revolucionaria en su distrito, por la revolución triunfante. Claro que, salvo honrosas excepciones y episodios heroicos que reverenciamos, se redujeron a agrupar un estrecho y seguro conjunto de amigos y adictos, aguardando que la revolución venciese por sí sola, por la acción de fuerzas extrapartidarias o ejércitos procedentes del planeta Marte, para entonces, sí, tomar la comisaría y gozar del privilegio y beneficios emergentes de la conducción revolucionaria local.

Con esta tónica revolucionaria se terminó por desarmar el espíritu revolucionario. Comenzó la concurrencia electoral y el juego de promesas de próximas elecciones libres. Primero fue Justo; luego Ortiz, con la interrupción de su presidencia y la ascensión del vicepresidente Castillo; y las esperanzas subsiguientes; empréstito a cambio de elecciones libres; el retorno del doctor Ortiz y el final de la guerra, cuando millones de seres habían muerto para entregarnos a nosotros, los radicales, quietos y cómodos, las libertades democráticas que no sabemos ni intentamos reconquistar.

Siempre hubo, siempre hay una ilusión pendiente; siempre estamos contenidos porque nos hallamos en vísperas de obtener el poder. Y la oligarquía, con mucho tino, renueva periódicamente esas ilusiones, para mantener adormecida a la masa radical y colaborar en la perduración, en las posiciones partidarias, de ciudadanos sin vocación de lucha, tan útiles a sus intereses. En síntesis: los cuadros dirigentes partidarios no reflejan fielmente el pensamiento del Radicalismo y los acontecimientos de los últimos años, están acentuando la desconexión entre ellos y éste, porque no son elegidos en función de problemas políticos, de criterios sociales o económicos - como cuadra a una agrupación democrática- sino de simpatías, servicios o intereses; vale decir que no constituyen, en la mayoría de los casos, la expresión política de sus afanes e inquietudes cívicas - con las que pueden o no coincidir-, sino el resultado de una tarea de captación de voluntades.

Estructuración provincial del radicalismo. La estructura del Radicalismo favorece la falta de correspondencia entre el

pensamiento político de los afiliados y el de sus presuntos representantes. En un único momento son llamados a intervenir en la vida del partido. Cuando se eligen los Comités de distrito y, conjuntamente, los Convencionales provinciales y seccionales.

La elección gira en torno de una persona u otra: de los candidatos a presidente. Los afiliados prácticamente no pueden modificar las nóminas oficializadas, porque se aplica la ley provincial de elecciones de lista completa. Según ella, el sufragante no puede incluir candidatos y, para eliminar uno incluido, hay que tacharlo en la mitad de los votos de la lista. Este sistema se fundamenta en la restricción de la libertad de los ciudadanos para fortificar a los partidos ¿Para fortificar que cosas se restringe la libertad de los afiliados? ¿Cuál fue la intención de los adaptadores del sistema? En estas condiciones, la lucha se subalterniza y se reduce a una puja personal. Se vota en favor o en contra de alguien, por vinculaciones de carácter individual y sin ninguna orientación general. Aunque no se piense

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como el candidato, los lazos creados por la vida civil o partidaria y el aspecto ingrato de la convocatoria, por el mantenimiento o el reemplazo de la situación política local, hacen difícil la posibilidad del debate dignificador por ideas o propósitos superiores. A pesar de que los afiliados no concuerden con las determinaciones políticas del presidente, que es casi invariablemente el convencional, y las cuales también casi invariablemente se ignoran, la continuaran votando, porque esa divergencia no alcanza a inmiscuir el afecto personal que le dispensan. La contienda adquiere una fisonomía que la desconceptúa y aleja de ella a la mayor parte de los ciudadanos radicales. Las minorías solo tienen representación en los Comités de distrito, que no desempeñan ningún rol orientador, en las Convenciones seccionales y, en dos partidos, en la Convención Provincial.

Electos él o los convencionales, éstos tienen plena potestad en la vida interna. Gobiernan el partido a su ciencia y conciencia, sin consultar, en otra instancia y en ningún asunto, las determinaciones populares. Eligen los miembros del Comité Nacional, del Comité de la Provincia, los convencionales y los candidatos a funciones electivas. Tampoco en estas elecciones actúan en función de un criterio lógico. La tradición quiere que las posiciones se distribuyan geográficamente. Las bancas o cargos se asignan en candidatos iguales a cada sección. Dentro de estas se adjudican a distintos distritos. Y exige la tradición, por ejemplo, que un convencional de la sección tercera, enérgico y apasionado adversario del latifundio, deba votar para miembro de la Convención Nacional por un candidato de la sección quinta, impermeable y enceguecido latifundista. Y lo mismo ocurre con legisladores o miembros del Comité de la Provincia. Así lo imponen las prácticas imperantes. Una ciudad, verbigracia, tiene asignado un convencional nacional. Con igual indiferencia, canónicamente, los delegados de su sección propondrán y la Convención elegirá a quien señale el respectivo convencional, ya sea un hombre de la extrema izquierda partidaria o un ultra reaccionario. Con idéntica desaprensión o irresponsabilidad designarán un ignorante y pospondrán un valor. Y ese convencional irá a la asamblea soberana del partido a dictar su programa... Todos estos no son pronunciamientos democráticos; de tales no tienen mas que la apariencia, porque no gravita ninguna razón, ningún juicio frente a los problemas a resolver en un momento dado. Son, simplemente, el resultado de un automatismo reparto de cargos.

La norma vigente de elección de candidatos dispone la presentación a los afiliados de una lista de doble número al que deba elegirse. Los precandidatos son designados por dos tercios de votos de las convenciones. En realidad, la opinión de los afiliados es nula o muy restringida, pues en la mayoría de los casos los convencionales que reúnen los dos tercios de los votos, o de los grupos seccionales que entre quince o veinte personas realizan la elección real, se encargan de formar la nómina con ciertos candidatos posibles «al firme» y otros preestablecidos «de relleno», cuidando de que, entre éstos, no se infiltre alguno con «chance» peligrosa para los primeros. Desde el punto de vista de las finalidades democráticas del sistema, nos hallamos ante su desvirtuación deshonesta, puesto que su espíritu es el ofrecimiento de candidatos de mayoría y minoría al veredicto de los afiliados para que decidan, y no el espectáculo de una elección en la que no hay elección. Si los candidatos son exclusivamente los de la mayoría de la Convención, más vale que esta los designe.

Y en efecto, para evitarse las molestias, en los últimos años, con razones a veces y otras con pretextos, fueron elegidos sin esta simulación de intervención popular.

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Con semejante amplitud discrecional de atribuciones, reforzada por reelecciones indefinidas, tendrían que estar ungidos de santidad los convencionales para que en sus actitudes no influyesen los lazos de amistad o intereses recíprocos, que el curso de los años consolida y son consubstanciales con la naturaleza humana. Sólo seres ungidos de santidad no reeditarían aquél ambiente de solidaridad personal, por encima de todo, promotor de la «debacle» parlamentaria y política francesa, descrito magistralmente hasta en el titulo de «La República de los Camaradas».

¡Ah! No podemos parafrasear, en su genuina acepción el concepto de Churchill en el Congreso Norteamericano: «En nuestro partido, diríamos los hombres políticos están orgullosos de ser servidores del partido y se avergonzarían de ser sus amos». Nos falta bastante camino aún para llegar a este aserto.

La exclusión del pueblo de las decisiones partidarias tiene honda repercusión, hasta en el propio subconsciente popular. Un afiliado de fila no se pregunta - ¿Que haremos?», como quien se siente parte de un todo, ni se responde:- «Los radicales queremos tal o cual cosa». Considera las determinaciones de su partido extrañas a la gravitación de su pensamiento y resoluciones, como en efecto lo son, y formula la pregunta que siempre oímos: Y... ¿que dicen los radicales?». Así, en tercera persona. Para quien analice el mecanismo mental de este interrogatorio, su colocación, en posición ajena, es síntoma de un naciente y gravísimo apartamiento espiritual. La falta de participación en la fijación de las directivas del partido, sumada al desfile de esperanzas ubicadas al margen de su acción, hacen que los afiliados no se sientan vinculados al éxito de esas directivas y pierdan la conciencia colectiva de responsabilidad, esencial en una fuerza democrática.

Consecuencias del sistema. El sistema tiene consecuencias manifiestas en el alejamiento de valores que no se

allanan de sus modalidades; en la declinación de la calidad cívica de los cuadros activos y de la aptitud promedio de los representantes. Una comparación será definitiva. Nuestra provincia tiene tres millones y medio de habitantes. El Uruguay dos y medio y posee una cultura cívica equivalente. Allí el Partido Colorado Batilista juega un «rol» semejante al nuestro, pero comprende a un porcentaje menor de ciudadanía. Cuenta no obstante, con cinco o seis figuras presidenciales y con más de medio centenar de excelentes competencias legislativas. De nuestra escuela partidaria provincial no nació una figura presidencial y los legisladores con capacidad para sus funciones no exceden de una docena. El fracaso en la formación de los valores es un signo del resquebrajamiento. Es el Régimen de la política del servicio personal y de exclusión del pueblo en la vida partidaria que realiza una selección a la inversa, elimina los hombres con vocación política y frustra a los que quedan, aniquilando sus aristas ponderables. Sus exponentes parecen fortísimos y son, en verdad, tan débiles, que constantemente deben claudicar en el ejercicio de su ministerio político. Son víctimas de su origen. No constituyen la expresión de corrientes de pensamiento claro. No hay identidad entre su opinión y la de sus mandantes. Su respaldo no nace de la coincidencia de sus puntos de vista y los de sus comitentes, sino de una serie de relaciones sin motivación política. Cuando se plantean problemas económicos o sociales serios, no afectan y dividen a la población, razones primarias de conservación les incitan a eludir actitudes concretas, porque dentro del electorado que los apoya, en el que no cumplieron su

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función rectora y en el que coexisten los criterios más dispares, su decisión los malquistaría con algún sector. Optan por la inacción. Sería habilidosa si fuese única. Pero como esos dirigentes son al mismo tiempo legisladores o convencionales o miembros de cuerpos ejecutivos y gran parte de sus colegas actúan del mismo modo o, mejor dicho, no actúan, el resultado final es que todos esos organismos no son ágiles frente a la realidad argentina y el partido no se agita más que para elecciones o cuestiones provocadas por elecciones. Y no porque el partido sufra perjuicio alguno. Muy al contrario, ese desentendimiento de aspectos substanciales de su misión esta acrecentando la decepción popular; sino porque perjudica conveniencias o intereses particulares.

Así ha nacido un tipo característico en la psicología de la vida publica. Nuestro político no es ya el escultor del alma nacional y de la estructura de su país. No es conductor de masas que se lanza hacia adelante y frente a cada necesidad y a cada contingencia señala un camino para que el partido, en su base, el pueblo, lo siga o lo rechace. No. Su habilidad consiste en ocultar su pensamiento, simular o disimular, flotar sobre las corrientes contradictorias como madero sobre el mar, al que agita el oleaje, pero nada lo separa de la superficie. He ahí su ideal. Permanecer en la superficie.

Esta categoría de seudo-políticos, que pululan en nuestro partido ha retardado el ritmo del progreso argentino. Los organizadores de la Nación lucharon entre si, a brazo partido, para moldear, según sus convicciones, la patria del futuro. No aguardaron el acaecimiento de dificultades ni las peticiones de grupos interesados. En ardoso combate cívico, crearon las condiciones del porvenir. Estos, a que me refiero, no marchan, como aquellos, delante de la columna. Van detrás esperando que la columna por si sola determine su rumbo. Hasta ha aparecido una palabra aplicable. Su función es «auscultar» lo que piensa el pueblo. No tienen que promover soluciones. Ese era oficio de Sarmiento, que no contaría ahora con capital político. Las decisiones del pueblo ante sus angustias deben producirse por generación espontánea. Y cuando la opinión publica, en lerdo proceso por falta de directores, llega a definiciones, ellos, entonces, magníficamente, conceden. Así se invierte y anula la misión creadora de la política. Menos «auscultadores» y mas lideres auténticos reclama el radicalismo.

Ocupan las jerarquías internas y los cargos representativos e invaden los cuerpos altos o pequeños, impulsados por la finalidad de conquistar el poder, entendido no como órgano realizador de justicia y medio constructor de una Nueva Argentina, sino como fuente de beneficios y preeminencias personales y desdeñan y se desinteresan de cualquier actividad, por imperiosa que sea, juzguen no conducente a su propósito central.

Recuerdo una triste experiencia. Durante el gobierno de Fresco, se implantó la enseñanza religiosa en la provincia. En una ciudad se pidió al comité de distrito una declaración de protesta. Se aprobó, pero hubo una firme minoría adversa, no por que no estuviese de acuerdo, sino porque no convenía disgustar al cura del pueblo. En el resto de la provincia, quizás ni una declaración se publicó ¿Cuántas encendidas arengas, que inflamados manifiestos, que actos emocionales realizó el radicalismo para defender la libertad en la escuela bonaerense? No los conozco. Así, ante nuestra indiferencia, se inicio el despojo de un conquista por la cual la humanidad libró guerras seculares y se desangró en mil encuentros. Así hemos dilapidado nosotros, ante las actuales generaciones, ese acervo glorioso de luchas por la liberación espiritual del hombre, del cual somos herederos y continuadores.

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No quiero ni recordar tantas actitudes cobardes como hubo ante la guerra civil española, que conmovió la conciencia de los hombres libres del mundo. Ni la displicencia, salvada por dos o tres discursos parlamentarios y una recia carta a Alvear, con que la máquina partidaria permaneció ante la clausura de las fronteras a los perseguidos de Europa, efectuada por la reacción en aras de bárbaros prejuicios políticos, raciales o religiosos, clausura que traicionó la traición argentina y los verdaderos intereses de la Nación, que pudo avanzar con la afluencia de intelectuales, técnicos y obreros de valía.

Los cuadros militantes no sintieron herida su sensibilidad ante tales hechos. Ni causas tan humanas y justas los movieron a la acción. Ni estas ni otras equivalentes. Pero si alguien trata de ocupar los cargos en que no luchan sino esperan, ¡con que ímpetu infatigable golpean puertas, recorren campos y movilizan, desesperados, sus adherentes. Las conclusiones del contraste son harto penosas.

En otros paises el nivel medio de los equipos políticos es superior al del pueblo. Son su levadura, su capa esclarecida, sus órganos de excitación y dinamización. En el nuestro, la relación es a la inversa. Nuestra política es inferior a nuestro pueblo. Nuestro partido es inferior a nuestro Radicalismo.

Infiltración de tendencias conservadoras. Una vida interna sin planteo de ideas, subalternizada en la conquista de capital

político, ha llevado a gran parte de las posiciones partidarias a ciudadanos de espíritu legalista, orgánicamente conservadores, por temperamento y tendencia. Se hallan diseminados en todos los cuerpos ¡y en cuantos primarán! Desde el subcomité de barrio hasta el Comité Nacional; desde los modestos Concejos Deliberantes hasta el Parlamento. Son un freno y una traba difícil de vencer. Han arrinconado en un folleto los principios de democracia social del programa partidario, que no se agitan ante el pueblo ni provocan lucha tesonera por su implantación. Hablamos mucho de Roosevelt, pero no creamos en la masa apetencia peor por las realizaciones de Roosevelt, ni imitamos su guerra contra los núcleos de capital financiero, ni proponemos los altos impuestos sobre el privilegio, indispensables para costear los servicios sociales del New Deal. Quien instara a un despliegue de todas las fuerzas partidarias para lograr su establecimiento, aquí, - un New Deal argentino-, seria mirado sonrientemente y calificado de utopista e impolítico. ¡Cuantos mirarían como herético o demente a quien tuviera la osadía de proponer, no ya los impuestos a la renta y a las sucesiones del radical Roosevelt, sino aquellos con los cuales se gravó a si mismo el gran capital ingles, cuando gobernaba por intermedio del conservador y reaccionario Chamberlain! Sufrimos la inflación de un espíritu cerradamente conservador. Contemplemos un asunto de estricta actualidad. Somos el único partido democrático del mundo que no ha propugnado todavía destinar al país las sobre ganancias provocadas por la guerra. Mientras el interior agrícola en la miseria y en nuestra dieta se excluye el alimento tradicional, los ganaderos enriquecen vertiginosamente. Un derecho de exportación sobre las carnes, en magnitud suficiente, que entregue a la comunidad el sobreprecio traído por el conflicto bélico, proporcionaría ingentes recursos para impulsar el trabajo y subsidiar aquellas actividades nacionales de anteguerra. Yo concibo el país como una unidad orgánica, de componentes solidarios y unidos entre si, en la buena y mala fortuna. Así lo es

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para el Radicalismo; pero su máquina política no se atrevió a reclamar aún esta elemental medida de justicia. ¡Sigue siendo intocable la clase social de los ganaderos!.

Yo no creo que los ganaderos verdaderamente radicales se opongan a estas soluciones. Su espíritu radical les impulsará a anteponer el sentido de justicia de los intereses superiores de la Nación a conveniencias particulares. Si no lo hicieran, dejarían de ser radicales. Y el partido ganaría en fortaleza moral lo poco que perdiera en cantidad. El Radicalismo no es un etiqueta que se coloca sobre un hombre como sobre un frasco en una droguería. Es un contenido. Quien no alienta pasión de justicia y a su influjo gobierna su vida, no es radical por más que así se titule y por alta que sea su ubicación en el escalafón partidario. Radicalismo no es una mera adscripción a un partido. Cual la democracia, es una norma de conducta, un estilo de vida.

Hemos estado pendientes de posiciones personales y perdido el nexo con los grandes ideales y con la historia dolorosa en que se constituyó la concepción democrática de vida, que no es una mecánica eleccionaria, sino un orden de existencia. Esos ideales, que son la bandera y la razón de ser de nuestro partido, no encontraron en sus cuadros activos los miles de corazones inflamados en su grandeza, defensores y predicadores, fervientes y tenaces, que los sostengan y difundan con fé ardosa, excitando en todos y cada uno de los argentinos, esa reserva de idealismo, ese afán de justicia que late en cada ser humano, dignificándolo y ennobleciéndolo.

En 1886, en la gran aldea que era Buenos Aires, cuarenta mil personas se lanzaron a la calle, jubilosas, celebrando como victoria propia la abolición de la esclavitud en el Brasil. En la Capital de hoy, diez veces mayor, no veríamos ni lejos esa multitud. El año pasado en Montevideo, convocados por los partidos democráticos, cien mil ciudadanos dieron la bienvenida a un barco estadounidense, en homenaje a la solidaridad americana. Para ese fin, los radicales no lograríamos reunir la décima parte.

Esa es, en gran parte, la obra de los cuadros entregados a la política del servicio personal, que alejaron a la masa radical de sus inquietudes idealistas y cultivaron en ella preocupaciones superiores. Las situaciones partidarias, en sus manos, no fueron instrumentos de acción y educación popular. El adoctrinamiento en los ideales democráticos llega al pueblo argentino de la prensa, de la tradición o de otros factores y no, desgraciadamente, de la organización política destinada a ese objetivo. Tal abandono es una de las causas principales de su letargo.

La reorganización próxima. La reorganización que se anuncia fracasaría si se realiza como si fuese una simple

operación formal. Encasillada en las normas actuales, se frustrarían las clamorosas exigencias de la opinión publica. Restringida la participación de los afiliados a la elección de distrito, se obtendrá, a lo más, dado lo inmediato del dilema personal, una ratificación o rectificación de simpatías a dirigentes locales, por parte de pequeñas minorías. Sería cerrar los ojos a la crisis profunda que afecta al partido, crisis que no vió la luz el 7 de diciembre, sino que se viene gestando desde hace muchos años; que no es crisis de un comité ni dimana de una resolución, sino que es crisis de un sistema, crisis de cuadros activos que se niegan a asumir el «rol» asignado al partido por su historia y exigido por el desarrollo nacional, crisis que lo mismo hubiera acontecido y con mayor gravedad, si hubiéramos

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llegado al Gobierno. Una obligación de lealtad democrática debe inducir a quienes tienen la facultad pertinente, a organizar los medios que posibiliten el pensamiento y a las directivas políticas de la masa radical, sin deformaciones de carácter personal, hallar las vías de su expresión auténtica. Yo creo que el primer paso debe consistir en la modificación de la estructura partidaria provincial mediante la adopción generalizada del voto directo y la representación de las minorías. Elijamos con estas normas todos nuestros cargos y candidaturas. Levantada la mira sobre la visión del campanario, sin la subalterna pugna de grupos de aldea, se podran plantear los debates de fondo que impongan las circunstancias y se elevará el nivel cívico al sufragarse por la orientación, y no por hombres. Los afiliados podrán ser actores con conciencia y responsabilidad, y no espectadores pasivos de la definición de las direcciones que comprometen el destino del partido. Los hombres de vocación política hallarán un escenario, y los jóvenes, campo para la brega dignificante en favor de sus puntos de vista. Tengo fé en la capacidad de nuestro pueblo, medularmente sano, para el ejercicio integral del procedimiento democrático. Si no la tuviera, miliaría en una agrupación que proclama ese descreimiento, y no en la nuestra. La estructura vigente es, en sus esencias, la misma del 90. Intentar la subsistencia de sus bases es pretender que medio siglo ha corrido en vano.

En un partido que levanta la bandera de la Ley Saenz Peña, que consagra la representación de las minorías, es inmoral la invalidez de ese principio en su vida interna. En víspera de la transformación de todas las instituciones que traerá la post-guerra, son indispensables la representación minoritaria, porque, ademas de efectos vigorizantes de crítica y control, permitirá la evolución gradual del radicalismo; la elección general que superiorizara nuestra masa y nuestra vida interna mediante el debate enaltecedor de ideas y líneas de conducta; las incompatibilidades, que, al cumplir la descentralización fijada por la Carta Orgánica Nacional, evitarán el entrelazamiento de afectos e intereses que engendra el espíritu de aparcería. Una reforma de fondo semejante, que convierta al pueblo radical en dueño de si mismo; una prédica perseverante contra las desviaciones de la «política del servicio personal», en favor de la selección de valores humanos y de la primacía de valores cívicos, y el planteamiento constante, ante los afiliados y para su resolución, de los problemas del país y del Radicalismo, colocaran a nuestro partido y a sus adherentes a la altura de las exigencias y deberes de esta hora definitiva. No concibo un demócrata sincero que pueda oponerse a estas aspiraciones. Y ya que se estila el «auscultar» el pensamiento popular, consultese a cien afiliados, y cien dirán que las comparten. ¿Qué es lo que decorosamente puede impedir su sanción?

Esta es la era del hombre del pueblo. El será el factor decisivo de la victoria, dijo, los otros días, el vicepresidente Wallace. Si es que queremos alcanzar la victoria, no temamos la participación dominante del hombre del pueblo, que es nuestra única fuerza. Que él sea la figura central de nuestro partido. Démosle voz en las asambleas primarias de distrito, que no se realizan, para que opine en los asuntos locales y en los generales; Démosle el poder de decisión en las cuestiones fundamentales, que el Radicalismo, para retomar el fervor idealista de los años luminosos en que surgió como una emancipación de las virtudes nacionales, necesita volver a su raíz, al hombre del pueblo.

Me he ocupado extensamente del exámen de fallas de la vida partidaria. No me he referido a hombres. He analizado un sistema cuyos errores congénitos están destruyendo al Radicalismo y dañando al país. O el partido concluye con este sistema del caudillismo, o

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este concluirá con el partido. Esta es mi convicción, y yo no seria leal con mi propia vida, al servicio del partido y con mis correligionarios, si no dijera tal como la siento.

En política hay que tener el coraje de ver las cosas como son y de decirlas sin subterfugios. «Tanta franqueza - decía recientemente Josué Gollán, comentando un discurso de Hutchins- no traduce desaliento; al contrario, es una forma inteligente de estimular, de sacudir fuertemente a los que, inadvertidos o confiados no aprecian debidamente la gravedad del momento».

Este es el sentido de mis palabras. Quiero terminar este capitulo con un pensamiento del presidente Benes: «El

colapso definitivo del régimen democrático se producirá inevitablemente - sostuvo en su ultimo libro- si no se revisan a fondo las debilidades y deficiencias del presente sistema de partidos y de sufragio; si no se armoniza mejor el funcionamiento de sus órganos - partidos, prensa, opinión publica y elementos directivos- y si tales órganos no son más apropiados a los verdaderos intereses del Estado y de la Nación de lo que han sido hasta ahora». Y quien formula esta predicción no es un ciudadano de una democracia incipiente, sino el lider de una que fue magistral.

Las fallas de la vida interna se reflejan sobre la acción partidaria. Las fallas y debilidad de la vida interna se proyectan sobre la acción exterior del

partido. Sin decisión, sin fervor y sin aptitud para la lucha, se cayó en una política posibilista. En lugar de asumir con entereza la noble tarea impuesta por las circunstancias, y de enfrentar a los acontecimientos, el partido se colocó a su zaga. Aguardó la restauración de las instituciones libres, por sucesos eventuales y ajenos a su propio esfuerzo. Confió en la «buena voluntad» y el «patriotismo» de gobiernos surgidos de la entraña oligárquica. Procuró no irritar los intereses del privilegio económico y social, soslayando la guerra contra estos, para centrar sus fuegos contra las camarillas políticas oficialistas, que son meros y serviles instrumentos de aquellos. Así, impremeditadamente, facilitó el juego de la oligarquía al llevarse al ánimo popular confusionismo peligroso sobre la trascendencia de la batalla entablada por el bienestar, la felicidad y la libertad de los argentinos, reduciéndola al aspecto de simple contienda entre grupos disputantes de posiciones. No se movilizó la capacidad potencial del pueblo con soluciones concretas, de temple y sentido radical, ante los problemas que entenebrecen la nacionalidad. Se prefirió eludirlos, intentando vanamente ganar buena voluntad de los círculos privilegiados, con la absurda demostración de que sus intereses opresores no serían afectados con el acceso de las masas populares a la dirección efectiva del Estado. Anhelando la tolerancia de las fuerzas del privilegio para que concedieran, en acto de gracia, el poder que detentan, se comprimió la acción legislativa a términos inofensivos; se abandonó la organización de la reacción del pueblo ante los atentados cometidos contra sus intereses materiales o sus tradiciones espirituales; se omitió la agitación candente y arrolladora contra las injusticias que están clausurando el derecho a una vida digna a las capas laboriosas de nuestra población, actuándose con intensidad unidamente en los procesos electorales.

Tales errores trajeron en las masas la progresiva decadencia de su fé, al tiempo que aumentaron la jactanciosa confianza de los usufructuarios del gobierno, que perdieron el

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respeto y hasta el temor de un despertar nacional, controlado por quienes, en obsequio a su tranquilidad y bienandanza, introducían reiteradamente gérmenes de conformismo. Ante cada fracaso se levantó un nuevo miraje, siempre ajeno a la propia acción y al pueblo, siempre providencial y justificativo de la quietud partidaria. ¡Cuantas veces reeditamos la escena de Chamberlain, al descender del avión después de la claudicación de Munich, mostrando, alegre e ingenuo, el papelito de Hitler!. Aún esperamos nuestro discurso de Churchill, el discurso de «sangre, sudor y lágrimas», el discurso de la verdad y el honor, del sufrimiento y la lealtad.

Nos hemos circunscripto, en los últimos años, a levantar como consigna fundamental la libertad de sufragio. ¿Por que el pueblo, si es que quiere votar por la libertad de sufragio, no pelea por ella?... ¿Por que nosotros no peleamos? ¿Por que basta el dedo de un vigilante para defraudar a una población? ¿El pueblo argentino esta formado, acaso, por cobardes? ¿Somos, acaso, cobardes todos los militantes y dirigentes del partido? ¿Por qué hace cuarenta o cincuenta años, los argentinos peleaban y morían por defender el sufragio? ¿ Y por que ahora no lo hacemos?...

El sufragio no es la consigna obsesionante de la hora. Los hombres del 90 o del 900 creían sinceramente que lo único que faltaba para

integrar la nacionalidad y realizar la felicidad de los argentinos era el sufragio, la verdad institucional. Era la concepción obsesionante de esa época, y porque así creían, por ella se sacrificaban. Estaban dispuestos a la entrega de la vida, porque, de acuerdo a sus convicciones, valía la pena perder la vida en encubrir el tramo final hasta «la grandeza de la patria y la dicha y el honor de sus habitantes», según decían y pensaban.

Nosotros no creemos eso, y cuando el momento de enfrentar la carabina policial, el argentino siente que no vale la pena perder la vida por el sufragio. Siente que si llega a morir en la empresa del triunfo radical, de sus consecuencias inmediatas y visibles no nacerá una Argentina nueva, tan justa, libre, grande y feliz, que sus hijos justifiquen la perdida de sus padres. Siente que las transformaciones profundas de su patria no van a ser tan hondas que valga la pena morir por ellas. Por eso no afronta la muerte. Y sin decisión de morir, no hay combate. Y el propio dirigente siente que no vale la pena; lo siente sin pensarlo, sin raciocinio, porque la vocación de sacrificio no nace de un proceso intelectivo, sino de un proceso preconsciente. Y porque este le ordena que no vale la pena, le aflojan los brazos cuando llega el momento de la acción. No existe la convicción intima indispensable.

Es que el sufragio libre, aislado, por sí solo, no es la conexión obsesionante de esta época. No lo es la Argentina ni en el resto del mundo. Hace poco, leía un ensayista ingles: «La lucha en el siglo pasado fue por el sufragio; en este, por el pan». Es decir, por la justicia social. Cambiaron los tiempos, los conceptos y los móviles determinantes de la resolución humana.

Ese mismo argentino, si sintiera que el gobierno radical cambiará a fondo el panorama de la vida nacional; que reestructurará el país sobre nuevos cauces de verdadera justicia; si sintiera que para sus hijos, en sustitución del clausurado horizonte actual, se abriría un porvenir luminoso, y que él y todos los habitantes de esta tierra y los innúmeros

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que quisieran poblarla se librarían de las angustias que oprimen el corazón; si sintiera que nosotros luchamos por banderas tan altas y nobles, que ninguna consideración de interés ni persona interceptará nuestra ruta a una Argentina soñada y frente a ese salto hacia el futuro se interpone la muralla de privilegios e injusticias amparadas por el fraude, ese mismo argentino no vacilará un segundo en ofrendar su sacrificio por una patria mejor. Y como él, millares y millares, tantos, que instantáneamente habría elecciones libres, no por respeto a la legalidad, sino porque el camino de la legalidad sería el camino de retirada menos riesgoso para la oligarquía.

Solo al influjo de grandes ideales habrá capacidad combativa. La clase gobernante no entregará el poder graciosamente. Sin conciencia

revolucionaria en el pueblo que amenace su estabilidad, los gobiernos usurpadores no daran paso a las fuerzas populares. Y no habrá conciencia revolucionaria en el pueblo sino al influjo de los grandes ideales de construcción de una nueva Argentina.

¿Qué es lo que impide que nuestro partido, que es el de las masas populares, pueda recoger el aliento íntimo que late en las masas populares?

Dos cosas. Primera: De orden moral. No se desprende de su vida interna y de la pública y privada de sus dirigentes, grandes y pequeños, ese hábito de grandeza moral; ese impulso apasionado de justicia en lo personal, partidario y colectivo; esa voluntad encendida de imprimir existencia y obras, categoría ejemplar; ese sentido místico de consagración a una causa, que llevan a los hombres a la admiración, la devoción y el sacrificio.

Segunda: De orden programático. Los elencos predominantes se niegan a sostener, en los hechos, reformas que lesionen intereses económicos de cierta gravitación electoral, y no puede haber realizaciones vitales de justicia social sin afectar intereses económicos y en especial en nuestro país, los de la tierra. Se niegan porque su mentalidad política no concibe la perdida posible de apoyo eleccionario, dentro del partido, y para sus personas, de sectores pudientes que viven en un clima anacrónico. Defienden con ahínco las reivindicaciones de los obreros ferroviarios; pero ni por asomo se atreverían a sostener un justiciero régimen de vida paralelo para los obreros de las estancias, casi sin excepción explotados miserablemente, porque los estancieros votan y mueren muchos votos.

De donde las fallas políticas y psicológicas del sistema de acción caudillesca, que yo denomino del servicio personal, alejan al partido de su función insigne, lo uncen a intereses subalternos, frustran la evolución nacional y colaboran, en grado principal, y muy a pesar de sí mismas, en la subsistencia de los gobiernos fraudulentos.

El problema central del partido es, pues, ante todo, problema de reajuste de la maquina partidaria, de su adecuación a las circunstancias y exigencias presentes, de un nuevo espíritu y de nuevos métodos de lucha, de ideas y de valerosa lealtad a esas ideas.

La experiencia extranjera. Dije hace unos instantes, que el sufragio libre, solo, no es la concepción dominante

de la época. El hombre contemporáneo - tal es la dolorosa realidad- ha devaluado los

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aspectos políticos de la democracia. Resigna su libertad de sufragio y todas las libertades civiles y políticas, con tal de suprimir la angustia que dimana de la inseguridad de su futuro. Esta es la lección del fascismo. El joven que encuentra ocupados los lugares de la vida; el hombre que ignora si al día siguiente llevara un trozo de pan a su hogar, ni que será de él y de los suyos al sobrevenir la desocupación, enfermedad o muerte; el hombre que se siente ante el duro existir de una sociedad sin piedad, que rodea con pulso trémulo el temblequeante pedacito de carne humana que es carne de su carne y se estremece al pensar que será de él si falta su brazo para acorazarlo de las inclemencias de la vida; ese joven y ese hombre entregaron sus libertades a los regímenes totalitarios a cambio de la eliminación de esas incertidumbres.

Recojamos y adoptemos la enseñanza europea. El presidente Roosevelt probó como puede eliminarse la inseguridad humana en el

régimen democrático. El «New Deal» reorganizó la vida nacional, cuidó la niñez, abrió perspectivas a la juventud, dió trabajo y seguridad a los hogares ante los eventos del porvenir, devolvió la confianza en sus ideales a un gran pueblo y Alejó, como dice la Declaración del Atlántico, «el miedo a la vida». Pero el «New Deal» tuvo que vencer a inmensos, poderosísimos intereses, y contó con una férrea oposición aún dentro de la máquina política del propio partido demócrata, que padecía de muchos de los vicios del nuestro y estaba muy influenciado por el capital financiero. Con el apoyo de la opinión pública y la colaboración de la Organización de la juventud del partido Democrático, promovida y estimulada por el Presidente Roosevelt, los «new-dealers» fueron venciendo en las elecciones primarias a los viejos dirigentes sordos a los reclamos de los tiempos. Y, en ocasiones, cuando triunfaron en su partido candidatos contrarios al New Deal, el presidente Roosevelt se dirigió públicamente, en cartas abiertas, incitando a los electores demócratas a votar por candidatos del partido adversario, sostenedores de las reformas sociales. Por sobre el espíritu de facción primaba en el gran lider su solidaridad con el destino nacional. Con esa valentía impuso Roosevelt el New Deal. Con igual valentía cuidó el orden moral. Frente a los candidatos municipales del Comité Central de su partido, en Nueva York, la ciudad más grande del mundo, con presupuesto superior al nuestro nacional, apoyó decididamente a un candidato opositor, a Fiorello, por repugnancia a los métodos corruptores de Tammany Hall.

Así se salvó Estados Unidos de un cataclismo. Así se salvó, para la esperanza del mundo, la gran democracia del Norte. Sepamos, también, recoger su enseñanza.

La lucha por el sufragio auténtico. Defendamos, sí, el sufragio, instrumento insustituible de la democracia, arma de

una permanente e incruenta evolución. No se le defiende con solo garantir la emisión del voto. En ese momento se opta entre una lista y otra. Protéjasele antes y después, en el seno de las agrupaciones que canalizan las corrientes cívicas. Que en ellas, sea el pueblo y no pequeños círculos, quien elija a los gobernantes y fije los rumbos primordiales. Frente a cada cuestión decisiva haya un pronunciamiento de la ciudadanía, garantido por la ley en el comicio general y en el seno de los partidos, cuyo funcionamiento debe condicionarse a las exigencias del régimen. Pero este pronunciamiento debe ser honrado, inspirado en razones de orden público. Digamos a quienes ejercen sus derechos cívicos conducidos por motivos personales, con prescindencias de los dictados de su conciencia, que miren solo el interés

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colectivo; que de no ser un traidor a la función de la ciudadanía. Y quien procura adquirir sufragios de tal modo, un enemigo de la democracia.

Que la armazón administrativa no corrompa a los ciudadanos. Apartémosla del juego de partidos. Provéanse los cargos por concurso, suprimiendo el favoritismo que degrada y envilece, conforme a las normas de justicia y equidad, sin las cuales el sentimiento republicano es una ficción. Sean los empleados del Estado servidores del pueblo, amparados por un estatuto legal que señale los procedimientos de provisión de puestos, ascensos y estabilidad y no los sirvientes incondicionales de caudillos que los condenan al hambre si no acatan sus ordenes. Y propiciemos la implantación de ese estatuto desde ahora mismo, con lo que depuraremos nuestras filas de exitistas, daremos prenda al pueblo de la sinceridad de nuestros propósitos y se desmoronará el aparato del fraude, que no hallará empleados que lo sirvan - pese a su íntima reprobación- por falta de independencia.

Los verdaderos horizontes del partido. Los hombres de la juventud radical queremos una política de ideales, clara y

definida, como fue la política argentina en las grandes épocas de nuestra historia. Ansiamos que nuestro partido luche por la democracia, considerada no cual mero régimen electoral, sino como ideal de vida; que se convierta en instrumento de liberación espiritual, forjando conciencias libres; que no eluda ninguno de los problemas del trabajo, la cultura y el bienestar y consagre su preocupación a la formación y futuro de la juventud; que batalle por una Argentina justiciera, libre y humanista, sin hijos y entenados, en la que cada ser humano encuentre amplias e iguales posibilidades de desenvolvimiento de su personalidad, y en la que el hombre, en su unidad, el argentino y el extranjero incorporado a nuestra tierra, sea el centro de donde irradien los impulsos y la finalidad vital y última de las actividades nacionales.

Los hombres de la juventud radical juzgamos que las libertades civiles y políticas deben integrar el clima de dignidad humana con una efectiva democracia económica, y ansiamos que el partido imponga un orden de justicia que garantice el derecho igual de todos a la libertad, el derecho de todos al trabajo, a la cultura, a un standard de vida correcto, a la alegría de vivir, a un hogar confortable. Proclamamos objetivo eminente del Estado el cuidado de las nuevas generaciones, su desarrollo y educación, que muestre idénticas perspectivas de pleno desenvolvimiento físico, cultural y moral a los hijos de todos los argentinos, en comunidad de condiciones e igualdad de oportunidades. Proclamamos que esta etapa de la historia debe concluir aquí, como en el resto del mundo, con la abolición de la angustia humana, de la inseguridad del hombre ante su porvenir, ante los riesgos de la desocupación, de la enfermedad y de la vejez y ante la incertidumbre de la existencia de sus descendientes.

Para llegar a este estado de justicia social estamos dispuestos a luchar contra todas las situaciones de privilegio y contra todas las injusticias que oprimen la vida argentina.

Nuestra tarea.

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Arde en nosotros la voluntad de reconstruir al país. Ansiamos en reforma política y una valiente, justiciera y abnegada reforma social, fundamentada necesariamente en la reestructuración de su economía sobre bases renovadas. Y solo podremos iniciar esta trayectoria, con una honda reforma moral de la vida pública y de las finalidades individuales. Frente a la moral del éxito, del goce y del poder, representada en nuestra sociedad por la conquista del dinero y de las posiciones políticas y sociales, perecida con el fracasado mundo de ante-guerra, alcemos el tono moral de una generación que sintoniza los reclamos profundos de la hora y quiere ennoblecer sus días consagrándolos al servicio de un ideal nacional, confundido en un ideal de superación y dignificación de la condición humana.

Hace pocos días Harold Laski escribía: «No libramos esta guerra para retornar a la Gran Bretaña de 1939, a la Europa de 1939 o al mundo de 1939. Los conceptos con arreglo a los cuales estaba organizada la civilización de preguerra, pertenecen ya a la historia antigua. Lo han comprendido instintivamente así los pueblos de todo el mundo».

No luchemos nosotros por la Argentina de 1939 y menos por la de 1930. Que lo sepan. No nos conforma el país que nuestros ojos divisan. Ni el que ambicionan nuestros hermanos mayores y satisface a los actuales directores de la política, la economía y la cultura. La humanidad entra en un Mundo Nuevo. Trabajemos para una Argentina Nueva en la cual tenga su lugar bajo el sol, la felicidad de todos los hombres que deseen compartir nuestro techo y nuestro pan. Una Nueva Argentina en un Mundo Mejor. Desde aquí, seguimos, con el corazón anhelante los avances y retrocesos de este mundo nuevo que rubrican con sus vidas los hombres jóvenes de la libre Gran Bretaña, la heroica Unión Soviética, de los potentes Estados Unidos y de la Legendaria China. En esta guerra horizontal que se libra en todos los ámbitos de la Tierra por la futura liberación del hombre, queremos, debemos tener participación. Sera una lucha amarga, una lucha por años, una lucha para una generación, una lucha que se librara a pesar de los pequeños intereses de los pequeños hombres refugiados en las trastiendas de los comités. Los hombres jóvenes que la asuman sufrirán muchos trabajos, pero cuando cierren los párpados en el sueño eterno, una sonrisa florecerá en sus labios.

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2. EL PROGRAMA DE 1944

Programa aprobado por la Junta Ejecutiva de la Juventud Radical de la Provincia de Buenos Aires, el 20 de febrero de 1944. Su autor fue Moisés Lebensohn.

La Juventud Radical de Buenos Aires reclama el restablecimiento de las libertades

públicas, el cumplimiento de los pactos de solidaridad americana, la depuración de la administración de los elementos adversarios del orden constitucional o complicados con el fraude, la revisión de los decretos-leyes dictados y la derogación de aquellos que, como el de enseñanza religiosa, lesionan el patriotismo espiritual de la nación.

Propugna la creación de las condiciones de normalidad democrática mediante: a) Estatuto de partidos, que garantice la intervención directa, la fiel expresión de la

voluntad y el control de los ciudadanos en su vida interna. Régimen de elecciones primarias.

b) Estatuto de funcionarios públicos que establezca designaciones por concurso, escalafón y estabilidad, con el fin de apartar la administración del juego de partidos.

c) Plan de represión de la venalización de conciencias y de gravitación de factores no cívicos en la ciudadanía.

Para afrontar con dignidad y eficacia esta nueva etapa, requiérese la reconstrucción del Radicalismo conforme a las exigencias de la época, con la unión de todos los radicales, la renovación de valores en los cuadros directivos y la reestructuración del partido sobre bases que conviertan al hombre del pueblo en actor y no espectador de las decisiones partidarias; voto directo y representación de las minorías en todos los casos y asambleas de afiliados.

Postula un programa de construcción nacional, a cumplirse planificadamente en el primer período constitucional, destinado a lograr las siguientes finalidades:

a) Reforma agraria inmediata y profunda, que abra a todos los trabajadores del campo el acceso a la tierra, transformándola de valor de renta a especulación en instrumento de trabajo.

b) Reforma educacional, que imponga la obligatoriedad de la enseñanza media, técnica o agraria e integre un sistema que asegure a las nuevas generaciones, bajo la tutela efectiva del Estado, idénticas posibilidades de pleno desarrollo físico, cultural y moral, en comunidad de condiciones e igualdad de oportunidades.

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c) Régimen de organización y seguridad social que otorgue a todos los habitantes las perspectivas ciertas de trabajo, de un standard de vida decoroso, de cultura y de un porvenir liberado de las angustias de la desocupación, de la enfermedad, de la vejez y de la incertidumbre sobre el futuro de los descendientes.

d) Política de recuperación económica. Monopolio del Estado, ejercido por sí o delegado en su caso a cooperativas, de servicios públicos, combustibles, energía, seguros, movilización y comercialización de los sectores esenciales de la producción.

e) Reforma financiera que ubique el peso de la carga impositiva sobre las grandes rentas y la valorización ganada por el trabajo colectivo.

f) Política destinada a lograr la unidad económica con los paises y progresivamente con el resto de América, rindiendo a la cooperación económica mundial.

La Juventud Radical aspira a una democracia económica sobre fundamentos renovados, a la cual concurran con sus contingentes de post-guerra. Con su aporte podremos vencer al desierto y alcanzar la población necesaria para la edificación de un libre, justo y fuerte país. Este ideal será inaccesible si no se destruye la red de intereses creados que pretende mantener los actuales moldes y en todos los órdenes, en lo político, económico y cultural, sofoca la existencia de la República y clausura los horizontes de la juventud. Al defender nuestro derecho a la vida, defendemos el derecho del país a la vida y al porvenir. Traicionan la función histórica del Radicalismo, expresión Política de las clases populares, aquellos núcleos actuantes que, con pensamiento conservador, procuran la subsistencia de tales intereses creados. Constituyen los mejores aliados de las tendencias totalitarias, pués privan al pueblo de fe en los objetivos democráticos, así como quienes ensayan el resurgimiento de la politiquería caudillesca, responsable de la desgracia nacional. El país no está dispuesto a regresar a etapas superadas, ni a aceptar ficciones que cubren con grandes palabras fines inferiores.

Se intenta un sinuoso planteo: O vieja Política o fascismo seudo-nacionalista. Afirmamos la falsedad del dilema, que sólo nos conducirá a una encrucijada. Ni lo

uno ni lo otro. Sostengamos en los hechos la voluntad de crear una democracia auténtica, con hondo sentido humano; un Régimen de verdadera libertad y verdadera justicia al servicio de la nacionalidad; un Régimen que subordine la economía al hombre y movilice los recursos naturales, no en el limitado beneficio de sus poseedores, sino del desarrollo nacional y el bienestar social. Esta tarea demanda el esfuerzo de todos los radicales, sin exclusiones, más únicamente podrán encausarla hombres nuevos, con una nueva mentalidad, sin responsabilidad en los errores pasados.

Las jóvenes generaciones argentinas no se sienten ligadas a una clase dirigente que omitió su deber social y vivió absorbida en la conquista de situaciones personales, insensible a las angustias del pueblo y a los requerimientos de nuestra realidad.

Con la determinación de trabajar en grandes y mejores días para la Argentina, definimos nuestra fervorosa adhesión a la causa de las Naciones Unidas, de cuya victoria depende la perduración de la libertad. Estamos con el pueblo de Estados Unidos, pero no con Wall Street y sus proyecciones imperialistas; con el de Gran Bretaña, más contra la City. Estamos con los soldados que luchan por nuestro ideal de vida, y, a su lado, contra las fuerzas del Mundo Viejo que los oprimen en sus propios países, decididos, cual ellos, a forjar en nuestra tierra un Mundo Nuevo.

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3. El radicalismo ante una definición vital.

Discurso inaugural del VI Congreso de la Juventud Radical de la Provincia de Buenos Aires, pronunciado en la ciudad de Avellaneda, el 30 de noviembre de 1946.

Hace cuatro años el Congreso de Chivilcoy señaló la crisis profunda de la política

Argentina, «cuyos conjuntos militantes no definían, desde hace mucho, la orientación ética ni el pensamiento político de las corrientes populares que debieron representar». Estudió el proceso de formación de sus comandos políticos en razón de «capitales electorales», con exclusión de causales cívicas, y demostró como esa desvirtuación del sentido democrático conducía inexorablemente al partido a la ineptitud para la lucha por ideales, a la restricción de sus objetivos al campo puramente político y formal, al quietismo frente al privilegio económico y social y al abandono del impulso emocional que le asignaba la tarea forjadora de la nacionalidad; es decir, a la cancelación de su función histórica.

La república vivía en trance pre-revolucionario. El país real y el país político eran dos mundos ajenos entre sí. Las esperanzas populares no encontraron cauce en los canales partidarios. Las últimas promociones juveniles se mantenían alejadas de las fuerzas políticas.

La «máquina política», la superestructura de los partidos, actuaba con fines propios. Sus intereses no coincidían con los intereses ideales que debía servir. Y sin partidos que reflejen las corrientes profundas de la ciudadanía, el juego institucional se convierte en juego de ficciones. En 1942, el pueblo de Buenos Aires no intentó votar. No fue necesario el fraude. Bastó el espectáculo parlamentario; su repulsa ante las maniobras de enfeudamiento económico, la distancia entre las aspiraciones públicas y los procedimientos prevalecientes; los cuadros cerrados; el apartamiento del pueblo de las deliberaciones y decisiones internas; el antagonismo entre el clima histórico de la época, que penetraba en las conciencias argentinas, y los móviles inferiores de las planas dirigentes.

Mientras tanto, la «vieja política dominante en el partido actuaba tras un esquema muy simple. La ciudadanía debía optar: o gobiernos del fraude o del Radicalismo. Alguna vez, por mediación de vaya a saber que factores providenciales, el régimen gobernante

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consentiría en ceder graciosamente el ejercicio del poder, retornando a la legalidad. Y en ese momento, las posiciones internas habrían de traducirse en jerarquías públicas. Lo importante era conservarlas a todo costo, y eludir cualquier acción divergente de esta linea central o que pudiere debilitar la base heterogénea en que se sustentaba cada «situación política». De ahí la ausencia del planteamiento de los problemas substanciales de nuestra tierra y la esterilidad de la Cámara de Diputados, que tuvo durante tantos años mayoría opositora y el deber moral de sancionar una legislación valiente, de reforma a fondo de las condiciones de vida del país, para promover el enfrentamiento revolucionario del pueblo con el Senado y los Ejecutivos del fraude. La realidad fue otra bien distinta y amarga, y a medida que fue alcanzando al pueblo fue generando el escepticismo y la desazón.

El grito de Chivilcoy pretendió sacudir la adormecida conciencia de responsabilidad de los titulares del aparato partidario. Reclamó el establecimiento de una interrelación fluída, constante, entre los cuerpos directivos y las capas populares, y la promoción de una lucha ardiente por la reestructuración del país sobre nuevas bases de autentica justicia. Con voto directo, representación de las minorías y régimen de incompatibilidades, el espíritu de insurgencia habría dado al Radicalismo un nuevo acento, y el estado de revolución - que ya existía en el país- hubiera encontrado su cauce en el partido. Nuestra voz fue una voz más, clamante en el desierto.

Los cuadros de la vieja política se hallaban en tránsito hacia la disolución. Una nueva postergación de la perspectiva burocrática - el vínculo primordial de sus adherentes- hubiera sido fatal al sistema. Su falta de fé en la capacidad de acción del pueblo, el temor a la disgregación de su respaldo político y la situación internacional, les insinuaron caminos de extravíos. Comenzó a tejerse sutílmente la coincidencia en torno a la candidatura presidencial del gran corruptor de la civilización política Argentina; del militar que organizó el régimen de la mentira institucional y habría de aparecer como el rehabilitador del sufragio libre. Tenía fuertes puntos de apoyo en las facciones gobernantes. Se hallaba definido abiertamente en favor de las Naciones Unidas. Contaba con la colaboración exterior y su influencia interna. Era bienvisto entre las fuerzas del privilegio nacional e internacional, que florecieron durante su período. Disponía de ubicaciones estratégicas en la administración; el ministro de Guerra era su amigo y en el Ejército le sostenía el entrelazamiento de afectos e intereses anudados en el curso de su vida castrense.

A la luz de la experiencia actual es indudable que, de no haberlo interferido la muerte, el plan hubiera logrado el éxito con la participación final de gran parte de los núcleos dirigentes de nuestro partido. Trastabilló un tanto cuando el ministro de la Guerra, amigo del ex presidente, fue substituido por otro general, que en el pensamiento del doctor Castillo habría de realizar un adecuado reajuste de los comandos, y concluyó abruptamente cuando una mañana el país se enteró de la muerte repentina del general Justo.

La tónica radical quedó tan resentida después de este proceso penoso, que la Convención Provincial de Buenos Aires llegó a votar una declaración en favor de la formula presidencial extrapartidaria, vale decir, de ciudadanos cuya despreocupación por la suerte de la República los mantuvo alejados de la militancia cívica. Castigábase así la firme lealtad radical del doctor Pueyrredón, candidato virtual a la Presidencia. Esto ocurría hace solo cuatro años, en el Radicalismo de Buenos Aires, en el Radicalismo de Hipólito Yrigoyen.

Reunióse la Convención Nacional; votó la Unión Democrática; fracasó la tentativa de formula extra-partidaria; un delegado de Buenos Aires propuso la adopción de métodos

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democráticos - voto directo y representación de las minorías- al cuerpo que acababa de votar el acuerdo de partidos para salvar la democracia: la Comisión de Carta Organica, por sugerencia de esta provincia, se negó a formular despacho; se suscito un conflicto en la Comisión inter-partidaria, y de pronto se produjo una prolongada «impase». A su término el país supo que altas figuras del Radicalismo habían mantenido entrevistas vinculadas a la candidatura presidencial con el ministro de Guerra del doctor Castillo, el general escogido para montar la maquina favorable a la política «de la unanimidad de uno» y que en el ejercicio de la cartera resultó montando otra máquina... Pidió el general Ramirez setenta y dos horas para consultar a sus camaradas; se enteró el presidente; destruyó al ministro y las tropas de Campo de Mayo avanzaron sobre la Casa Rosada. Sonaron las sirenas de los diarios; los comités dispararon bombas de estruendo, convocando a celebrar la caída del fraude. El pueblo pasó frente a los comités y se detuvo ante los diarios; era ya un pueblo que no se sentía ligado al partido.

Dejemos de lado la pugna entre las camarillas internas militares, su contienda aviesa y despiadada por el poder, su desprecio por los derechos de la dignidad humana, su convicción del triunfo de las armas agresoras y el oportunismo amoral que inspiraba su determinación de mantener la dirección del Estado hasta la definición de la guerra; todo cuanto la dictadura vejó y humilló a la República. Ocúpenos el pueblo y el Radicalismo.

La caída del régimen del fraude marcó el afloramiento de las grandes aspiraciones, de los grandes anhelos que trabajaban silenciosamente el espíritu de los argentinos. El país ansiaba una vida nueva; la identificación de sus costumbres políticas; la eliminación de los vicios y fallas que habían subalternizado la existencia pública. El desprecio envolvía al pasado. Un nuevo sentido moral y un «elan» nacional surgían de la ciudadanía. Se hallaba apartada de los organismos del partido; pero se sentía vinculada a la tradición histórica del Radicalismo. Era el momento de las ideas creadoras, de la rectificaciones fecundas, de la sintonización de los reclamos nacionales. Y fue, desgraciadamente, un momento que ahondó la escisión entre el pueblo y la máquina del partido. Divorciada de la realidad, permaneció insensible a la gran emoción de la hora. No pudo ser de otro modo. En sus métodos, educación y fines pertenencia a un tiempo superado. En sus manos el partido carecía de contenido actual.

Quisimos llevar nuestro sentir al escenario partidario. El 20 de febrero de 1944 la Junta Ejecutiva concretó en un programa las aspiraciones de la Juventud. Reforma política: estatuto de partidos y de la administración pública, que asegure su neutralidad alejándola del juego de partidos; el régimen de represión de la venalización de sufragios. Plan concreto de construcción nacional. No una simple plataforma: un plan, es decir, la exhibición precisa de los arbítrios, recursos y etapas a cubrir escalonadamente en el primer período constitucional, destinado a lograr, con la «intervención, la deliberación y decisión del pueblo», las finalidades esenciales de la transformación revolucionaria de nuestra sociedad: Reforma agraria. inmediata y profunda; reforma educacional, que abra efectivas e iguales oportunidades a todos los argentinos; régimen de organización y seguridad social; política de recuperación económica, con el monopolio del estado, ejercido por sí o delegado en su caso a cooperativas de consumidores o productores, de servicios públicos, combustible, energía, seguros, movilización y centralización de los sectores esenciales de la producción; reforma financiera; política económica, etc. Y para ser órgano de acción ciudadana, la reconstrucción del partido, la renovación de valores en sus cuadros directivos y su reestructuración que convierta al hombre del pueblo en actor y no espectador de las

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decisiones partidarias. Esta tarea- dijimos- demanda el esfuerzo de todos los radicales, sin exclusiones, más únicamente podrían encauzarla hombres nuevos con nueva mentalidad, sin responsabilidad en los errores del pasado. La agitación apasionada de un plan delineado sobre bases semejantes hubiera proporcionado al partido las grandes consignas de la movilización popular y cohesionado la difusa voluntad de reformas en un movimiento arrollador.

El sistema caudillesco dormitaba confiado en sus efectivos electorales. Había estado veinte años corroyendo el sentido cívico y sumando sufragios en función de afectos, intereses o servicios, de pequeñas conveniencias de personas o grupos. El régimen dictatorial no tuvo más que ensanchar o intensificar el sistema, con todos los resortes del Estado, para recoger los mismos beneficios. La armazón partidaria levantaba sobre estos cimientos civicamente deleznables, reedito el mito del gigante de los pies de barro. La lucha por los ideales fundamentales constituía una gimnasia para la cual no tenía vocación ni entrenamiento la mayor parte de ese ejército electorero. El destino le deparo una suerte paradojal. La paciente tarea de deformación cívica solo le valió al adversario. Y en la hora de la prueba, lo único fértil fue precisamente lo que siempre se descartó: la capacidad de actuar, con prescindencia de los intereses personales, al servicio de principios.

La dictadura utilizó una fraseología revolucionaria, declamó su demagogia anticapitalista y atacó a la clase dirigente, beneficiandose con su merecido desprestigio popular. No era un movimiento revolucionario, sino contrarrevolucionario. Solo intentaba frenar el impulso de transformación social, que es el signo de la época, con reajustes que mantuvieron inalterables las relaciones de producción capitalista; una amortiguación en el régimen del privilegio tendiente a fortalecerlo y a identificarlo con el Estado. Su propio lider no se recato en confesarlo en su discurso de la Bolsa de Comercio. Nuestra maquina, aferrada a sus contradicciones de origen, no quiso comprender que estábamos viviendo la dinámica de una revolución - el episodio argentino de la revolución mundial-, de la cual la de Junio era una fase negativa, la «revolucion-contra», que llamara Mac Leish, pero una fase, en fin, del proceso revolucionario. La defensa de sus intereses creados condujo a nuestra máquina política a la defensa conjunta del sistema de intereses creados que en todos los órdenes de la vida Argentina, en lo cultural, en lo económico y social, clausura los horizontes de la República. De representar a la «causa» en oposición dialéctica contra el «régimen», pasó a ser un sector del «régimen», de la clase dirigente.

En las democracias en lucha, las fuerzas conservadoras pretendieron diferir las reformas económicas y sociales hasta la derrota del nazismo. «Nada debe interponerse hasta eliminar la amenaza contra la civilización». Pero el canto de sirena no sugestionó a los lideres progresistas que sufrieron la experiencia de la otra conflagración. La guerra debió liberarse con un sentido revolucionario, como condición de victoria. Inglaterra, en pleno combate por la existencia nacional, libró combate contra el privilegio nacional; nacionalización de los yacimientos de carbón. Plan Beverdige, reforma educacional. Aquí la solución fue opuesta. Privó el pensamiento conservador, reincidente en su táctica suicida de blandir grandes palabras y eludir la lucha contra la injusticia economía. Su gran preocupación consintió en atraer a los estancieros conservadores, mientras las peonadas, carne del Radicalismo, siguieron otros caminos. No se trata de errores. A cierta altura de la vida y de la experiencia universal no se cometen tales errores. Fue una actitud coherente y consciente, que nacía de una identificación de intereses y de criterios.

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La dictadura y la dirección opositora complementaron su juego. Encerraron mañosamente al pueblo en un dilema irreal. Justicia social, por una parte; poder constitucional por la otra, cual si fueran términos antitéticos. Una engendró su justicia social en la abominación de la libertad; la otra, pospuso para un incierto y brumoso mañana la respuesta a los interrogantes populares. Se refugió en la legalidad, trinchera del «status quo» económico y social, y debió fracasar porque el «status quo» era indefendible. Así abandonó al continuismo, que las agitó como señuelos, sin sentirlas, las banderas del mundo naciente y las consignas tradicionales del partido: la lucha contra la oligarquía y los imperialismos. En febrero de 1944 - dos años antes-, la Juventud Radical exponía: «Se intenta un sinuoso planteo: o vieja política o fascismo pseudo-nacionalista. Afirmamos la falsedad del dilema, que solo nos conducirá a una encrucijada dramática». La previsión se cumplió, infortunadamente, y el 24 de febrero el hombre de la calle, absorto y confuso, debió escoger su futuro en el centro de esa encrucijada.

Dentro del cuadro post-eleccionario alienta un factor confortante. La mayoría de

los ciudadanos que entregó sufragios al continuismo tiene nuestros mismos ideales. Se nutre de nuestras mismas aspiraciones nacionales. No podía conocer la magnitud del proceso de revitalizado del Radicalismo que está recuperando al partido. Fracasaron las tácticas, los comandos, el sistema: no los ideales. Pronto comprenderá que corrió tras un espejismo. Quería una revolución democrática, nacional, de trabajadores. Le ensordeció el redoble de las consignas históricas de liberación económica y social. Pero la realidad le está demostrando como respaldan al gobierno todas las fuerzas reaccionarias; cómo, con las elecciones, concluyó el pregón de reforma agraria; cómo se arrojo el disfraz antiimperialista, en la negociación telefónica y en el pacto Miranda - Eady; el sistema ferroviario permanece bajo el control extranjero, la nacionalización de los servicios públicos, antes declamada, se reduce a la trivialidad de «una moda» y los feudos del capital internacional restan intocables. El régimen gobernante descubre su verdadera índole. A la oligarquía terrateniente sustituyó otra, financiero-industrial. El planeamiento propuesto tiende, ante todo, a intensificar su desarrollo e influencia. Sus hombres de empresa ejercen poderes de dictadura económica, apuntaban sus privilegios y ubican sus beneficios, asociándose al Estado en sociedad mixta. Al gremialismo dirigido sigue una cultura dirigida y constantemente se advierte la confusión totalitaria del Estado y el partido. Asoma el ideal prusiano de potencia.

Mientras el gobierno descubre su juego, el Radicalismo enfrenta una definición vital. Esta en marcha la «revolucion-contra», destinada a desarrollar y consolidar nuestra estructura capitalista. El nuevo régimen se afianza, pactando entendimientos con los sectores oligárquicos argentinos y extranjeros y tejiendo su propia red de intereses.

El orden de privilegios superado era estático, conservador, quietista, partidario de la libre iniciativa y la libre concurrencia. El nuevo, dinámico, agresivo, se liga al Estado, usufructúa su respaldo y se expande bajo las seguridades de su protección.

El partido puede combatir la gestión oficial en nombre de la libertad económica, señalar sus despilfarros, sus agresiones institucionales dentro del arsenal de palabras y de ideas de fin de siglo, reduciéndose a un simple movimiento opositor. Y entonces trabajará directamente en favor del tipo de política que acaba de derrotar a la columna, sin jefe, del New Deal. Se convertiría en el partido conservador argentino, en la fuerza política de las derechas, que tanta gravitación ejercieron en su dirección en los últimos años. Se trastocará

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en fuerza contrarrevolucionaria, en la equivalencia Argentina del partido republicano de Estados Unidos o del conservadorismo británico, legalista, institucionalista, amigo de la libertad en cuanto esta coincida con los intereses de los sectores que tienen la realidad del poder. A esa posición tiende naturalmente, por inclinación congénita, el sistema de intereses creados en el partido y fue la que prevaleció en la última década. Este partido podrá usar su nombre, pero no será la Unión Cívica Radical, tal cual la siente y entiende el pueblo.

A este gobierno de oposición seudo-democratica fustigó Benes a analizar los factores del triunfo transitorio de las tendencias totalitarias. «No basta - dijo el lider checo- con oponerse al autoritarismo, con predicar la democracia o hablar laudatoriamente de la libertad de los hombres y de las naciones. Debe tenerse una recta concepción de la democracia como teoría y, a la vez, el valor de poner esa teoría en practica, recta, justa y valerosamente. De otro modo, todas esas palabras pomposas sobre la democracia no son más que palabras vanas, palabras y nada más que palabras, para encubrir los vulgares egoístas intereses de las clases, los partidos e individuos dirigentes».

Se dirá, con entonación romántica, que el partido no puede apartarse de la trayectoria demarcada por sus fundadores. Los partidos no son otra cosa, en cada época, sino lo que quieren sus equipos activos. Pueden colocarlos a contramano de la historia o de su origen. Evolucionan o se extinguen. El partido republicano, con Lincoln fuerza progresista, ocupa ahora el polo reaccionario. Y en nuestro país, agrupaciones tradicionales que fueron instrumento de avance ideológico, terminaron diluyéndose en el conservadorismo. Esta divergencia entre los fines del partido y su sentido popular constituyó el drama reciente del Radicalismo. Como sus cuadros activos no reflejan el pensamiento del pueblo radical exigimos voto directo y representación de las minorías. El hombre del pueblo hubiera mantenido la linea tradicional y el país no habría sufrido las dolorosas alternativas que derivaron de su desviación.

Puede el partido, en cambio, combatir la gestión oficial, señalando las lesiones que infiere a los intereses eminentemente populares, la falacia de su obrerismo, sus contradicciones intimas, sus negaciones de las libertades políticas y culturales mas no como un mero movimiento de oposición, sino como una fuerza constructora de la nacionalidad que tiene su propio camino y sus propios fines, y que actúa con objetivos nítidos, con claro sentido revolucionario, con pasión de pueblo, propendiendo a la transformación fundamental de las instituciones.

¿Fuerza revolucionaria o contrarrevolucionaria? Detrás de todos los eufemismos, ahí reside el problema. Si en lo futuro privara el pensamiento conservador, el pueblo habría de perder definitivamente al órgano fundamental de su expresión política y una nueva perspectiva sombría se levantará en el país. Si se afirma su sentido histórico, los días serán de lucha, pero inevitablemente victoriosos para la causa del pueblo. Plantear el problema en sus verdaderos términos no implica afectar la unidad, como pretenden quienes quieren cubrir con un manto de palabras la realidad radical. Dos fuerzas antitéticas no se suman, se restan. No existe unidad sin unidades de doctrina y conducta, ni puede combatirse al continuismo de la dictadura sin combatirse al continuismo del sistema que trajo la dictadura.

No hay mejor favor al régimen gobernante que el mantenimiento de las condiciones que debilitaron al partido ni peor daño que la supresión de esas condiciones. El Radicalismo no sera una fuerza orgánicamente revolucionaria si no las extirpa de su seno.

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No es una lucha contra hombres o grupos de hombres. Es una lucha contra un modo de pensar, contra un modo de actuar, contra procedimientos y fines que han intentado desnaturalizar las esencias del Radicalismo, frustrando sus inmensas posibilidades y provocando sufrimientos irreparables al país. Pero es una empresa seria y difícil. La resistencia de los intereses creados es tenaz, sutil y poderosa, adopta mil formas cambiantes, se enlaza con todas las formas de la vida conservadora Argentina, es implacable cuando dispone de los resortes del poder - dos generaciones radicales fueron trituradas entre los engranajes de la maquina- y en la hora del contraste que sus contradicciones intrínsecas gestaron, se agazapa en los vericuetos reglamentarios, se viste con la túnica de las grandes palabras y clama en su auxilio por los sentimientos de solidaridad, como si se tratara de un insignificante problema de personas. Levantó como única bandera, la bandera de la legalidad, para no herir los caros intereses del privilegio y acudió al comicio decisivo, después de haber violado, en la mayor parte del país, los principios substanciales de la legalidad interna. Las normas democráticas de la Carta Orgánica de 1931, a quince años de sanción, no tuvieron plena vigencia, ni tampoco el compromiso contraído ante la historia y ante el país de la Organización Nacional de la Juventud dictadas en 1939. Siete años después, la ley del partido no rige en el partido.

Es una lucha seria y difícil. Es una lucha que debe comenzar por librarse dentro de cada uno de nosotros, pero es la lucha indispensable para la pervivencia del Radicalismo, el paso previo para dotar al país de la fuerza forjada de su porvenir. La caducidad de la iniciación de una nueva etapa, solo abre una posibilidad. Necesitamos un nuevo espíritu, que no es otro sino aquel viejo espíritu con la virtud esencial del civismo; nuevos procedimientos que solo exciten en la ciudadanía los sentimientos de responsabilidad nacional; una nueva estructura, que otorgue siempre el poder de decisión, clara y concretamente, al hombre del pueblo, en quien creemos y confiamos; y una permanente decisión de lucha contra todos los intereses y todos los privilegios, por la creación de las condiciones del desarrollo nacional y del bienestar social, de la liberación política, económica y cultural de nuestros hombres y mujeres: una democracia humanista y militante en la tierra de los argentinos. Es una gran tarea para un gran partido. Vive en la gesta de sus fundadores; en los sacrificios de los millares de combatientes abnegados y anónimos que consagraron sus vidas al servicio de este ensueño de redención nacional; en la esperanza de los seres humildes que pueblan nuestros campos y ciudades. Con fé profunda en su futuro y en la prevalencia final de nuestros ideales, con la voluntad encendida de consumar los duros trabajos de un país, levantemos al viento la vieja bandera radical y marchemos hacia el porvenir.

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4. Introducción a los mensajes de Yrigoyen

Prólogo al tomo II de la obra «Hipólito Yrigoyen, pueblo y gobierno». Editorial Raigal, Buenos Aires 1951.

En sus mensajes inaugurales del Congreso, Yrigoyen refleja cabalmente su espíritu

y su concepción política. No se siente conductor ni inspirador de su partido, sino de un supremo esfuerzo de la nacionalidad por constituirse definitivamente. Había nacido en el año de Caseros y participado, en su mocedad, en las luchas políticas de su tiempo. Las posibilidades y los objetivos inmediatos atraparon en los vericuetos del camino a casi todos los hombres dirigentes de esa etapa de existencia nacional; mas él permaneció firme, fielmente adherido al gran propósito de organizar la República, no en sus formas y ritos, sino en sus esencias e ideales. Así llego hasta nosotros, como una proyección del espíritu de las horas iniciales. Sin comprender a este espíritu, que es la clave de interpretación histórica Argentina, no comprenderemos a Yrigoyen ni al Radicalismo.

¿Quisieron los fundadores de la nacionalidad segregarse de España para crear simplemente un país más? Otra es, por fortuna, la magnitud de nuestra revolución. Su grandeza reside en el aliento universal que la posee, en la decisión de confundir en un ideal nacional, el ideal de enaltecer la condición del hombre. En el conflicto milenario que enfrenta al mundo de las cosas, y del poder de la fuerza que le son ajenas, con el mundo moral de los hombres y su ansiedad y angustia de justicia, el pensamiento de Mayo alza las banderas de una vida nueva, en la que resplandece límpida la dignidad del hombre, y despliega un proceso paralelo de emancipación nacional y de emancipación humana. Por eso no se detiene en los confines del país y se lanza hacia otras latitudes para combatir por la misma esperanza. Nadie revela el latido íntimo de la voluntad revolucionaria, con tanto vigor expresivo como San Martín, que proclama la independencia de Chile ante «la confederación del genero humano» y define, en Perú, la causa Argentina como «la causa del genero humano».

Esta identificación con una causa, erigida en móvil de la nacionalidad, nos caracteriza y distingue de los paises europeos, que fueron preexistentes a los ideales que prevalecen en su seno. Un europeo puede contrariarlos, sin dejar de ser patriota, porque su patrimonio fluye ante todo, de su amor a su tierra natal. Un francés sigue siendo buen

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francés al margen del legado de la Gran Revolución, pues Francia, antes del 89, era ya Francia con propia significación, por su desarrollo histórico y sus aportes a la cultura y al progreso de la civilización.

La situación Argentina es distinta. Un argentino no puede ser buen argentino en oposición a las inspiraciones que promovieron nuestra formación nacional, porque la patria Argentina se constituye precisamente para realizar la concepción de vida formada en esas inspiraciones. El patriotismo argentino no es sólo el sentimiento que nos vincula al rincón del mundo en que vimos la luz primera y nos liga en un haz indestructible a sus tradiciones, recuerdos, perspectivas y emociones. Es todo eso, pero fundamentalmente a los principios de justicia y libertad que dieron nacimiento a esta tierra, a «las finalidades de la Nación», al decir de Yrigoyen. Antes de esos principios no existía la Argentina; existía la Colonia. Suprimidlos; suprimiréis el origen y la razón de ser de nuestra patria. Regresaría el sentido de la vida contra el cual ella insurgió; es decir, la negación de la Argentina.

A través de las generaciones frustrase el destino argentino; ora los mirajes europeizantes de quienes desconocen la índole de nuestro pueblo; ora el rebrotamiento de las raíces coloniales en la contrarrevolución agazapada o convertida en tiranía. En los pródromos del 80 concluye el ciclo de los partidos que contienden desde la caída de Rosas, y se consolidan en un régimen los grupos oligárquicos, - «variantes de una misma ignominia»-, que, preválidos de los resortes del poder, privan al pueblo de su derecho y desvían a la comunidad de sus fines. Como una bandera ensangrentada por el sacrificio de tres generaciones queda la Constitución, que condensa la filosofía política de Mayo y delinea en su preámbulo y en su ordenamiento jurídico las direcciones y los métodos de la República. Pero es una ficción más, en el conjunto de ficciones grato al «régimen falaz y descreído», que gusta enmascararse con el ropaje de las instituciones y recita las formulas de la Constitución, mientras la torna en cuerpo inanimado vedando al pueblo el ejercicio de la soberanía.

Con el 90 comienza la misión de Yrigoyen. Siente el clamor defraudado de la historia y concibe la Unión Cívica Radical no como un partido más: como la congregación de los argentinos en defensa de los ideales de la nacionalidad, con el espíritu religioso y romántico de una cruzada. Retorna el cauce originario y reasume la empresa constituyente de la Nación, en la Causa, en la acepción certera del Libertador.

He aquí trazadas las lineas divisorias. Por una parte, el «Régimen», con sus «figuraciones y desfiguraciones», con el aparato del Estado en sus manos, con todo lo que significa riqueza, fuerza, goce y usufructo; de la otra, «la Causa», el esfuerzo de los radicales que se apartan del poder y sus grandezas, se repliegan en su conciencia histórica y ratifican en la abstención, o en la apelación heroica a las normas, su fé en la Argentina, que no es un mero país, sino un programa y un sentido de vida, cuyo protagonista debiera ser el pueblo redimido en su personalidad.

Este ideal del Radicalismo, como concitación de las fuerzas morales en un movimiento nacional, que es la predica permanente de Yrigoyen, alienta en cada uno de sus mensajes. No es su llegada al gobierno lo que subraya en el de 1917. Es la reafirmación de la República «que ha conquistado sus poderes» y «acaba de culminar un magno esfuerzo reparatorio con el primer gobierno legitimo surgido del comicio que fuera conculcado durante más de un tercio de siglo».

Señala el cambio esencial en una contraposición definitiva: «La Nación ha dejado de ser gobernada para gobernarse por sí misma, en la integridad augusta de sus preceptos

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fundamentales». Yrigoyen abriga la convicción profunda sobre la aptitud y el derecho del pueblo a reconstruir su destino. Basta remover los obstáculos que la constriñen, liberando las energías latentes en la sociedad; en tanto que las oligarquías de todos los matices pretenden mantenerlo bajo tutoría, rigiéndose con la imposición de su propio criterio, resguardado «en la integridad augusta de los preceptos fundamentales», es uno de los dogmas que Yrigoyen infundió al Radicalismo.

Habían transcurrido más de cien años de la Revolución; se necesitó medio siglo para concertar la Constitución, columna vertebral de la República, y recién al cabo de otro tanto, la Carta Fundamental habría de adquirir validez al constituirse el pueblo en sujeto activo de la vida nacional. Se cerraba el proceso histórico abierto en 1810 y cumplíase la promesa inicial. Yrigoyen se vuelve hacia el amargo panorama: «Hemos llegado así a la plenitud de nuestros ensueños patrióticos». Y en el mensaje de 1921, repite: «No terminará el actual período sin que contemplemos plenamente realizado el ideal republicano con que soñaron los fundadores de la nacionalidad».

Ese era el sueño de Yrigoyen, definido en una palabra: la Reparación, es decir, «la reintegración de la nacionalidad sobre sus bases fundamentales». Para esa función eminente, que predicó como un alucinado, «para dignificar ante todo la vida Argentina», se sabe titular de una «magistratura» o de un «mandato histórico». Es el concepto que corresponde a la doctrina de la Reparación y que subraya en 1921: «Se bien que no soy un gobernante de orden común, porque en ese carácter no habría poder humano que me hiciese asumir el cargo».

No venía a realizar un gobierno, Así fuese un gran gobierno desde el punto de vista normal; venía al cumplimiento de una misión superior enraizada en los orígenes de la nacionalidad. «La nueva época se caracteriza por una renovación de todos los valores éticos y constitutivos», dirá el mensaje de 1917. La Reparación será ante todo moral, - «desagraviada la Nación en su honor y restaurada la soberanía»-, institucional en sus formas, y cultural, económica y social en su contenido, para que el pueblo fuere dueño de sí mismo y organizase su vida en función de justicia. Bajo su égida la causa sanmartiniana, «la causa del genero humano», encontraraáámbito geográfico y mundo moral.

Ni la oligarquía ni la clase dirigente creen en esta empresa nativa de contornos históricos, ni piensan en la Argentina como un mensaje tendido hacia la humanidad. No creen sino en el orden material de nuestro suelo, ni perciben las vibraciones de nuestro espíritu. Habían venido cantando las voces del Himno y repicando con las palabras de la Revolución, más despojándolas de contenido hasta convertirla en odres vacíos y un ritmo maquinal. Cuando comenzaron a oirlas, restituidas a su autenticidad, transfiguradas por el dolor y la esperanza, siguieron sonando en sus oídos a vagas abstracciones. Por eso ni la oligarquía ni la clase dirigente entendieron el espíritu de los mensajes de Yrigoyen y ridiculizaron su lenguaje. Pero el pueblo los comprendió, y sintió en su convocatoria, sublimada por los sufrimientos de la lucha, el despertar de los anhelos inexpresos y comprimidos que alientan y moran en el corazón de los hombres.

En sus mensajes inaugurales Yrigoyen plantea los grandes temas de su gobierno. El pueblo, como fuente de los poderes; el concepto radical del Estado y de la democracia; el sentimiento de la solidaridad nacional y la preservación «en el alma del pueblo del amor y el respeto hacia lo que constituye nuestro patrimonio histórico»; su posición ante la Sociedad de Naciones «para asegurar la paz de la humanidad», «la energía con que sostiene los derechos inalienables de la soberanía Argentina, reconocidos y respetados en su altiva

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neutralidad» y «la identidad de origen e ideales de los pueblos de América», «cuya armonía será resultante de la independencia de criterio»; la defensa de la salud moral y de la salud física, y de «la condición moral y económica de los hogares», «elementos primordiales y factores constitutivos del bienestar de las sociedades y de la grandeza de los pueblos»; la educación popular y el «espíritu nuevo» del régimen universitario; las nuevas exigencias de la «justicia social y común» que deben erigir nuestra «Constitución social»; la subdivisión del suelo y la radicación de los colonos; la defensa de la producción y de la industria, «puntos capitales del programa de este gobierno, que cifra en la actividad fabril la independencia economía que el país anhela conquistar», en suma, las grandes lineas de una construcción nacional de valor humano que enmarcan la transformación querida por la Unión Cívica Radical.

Junto a estas preocupaciones, que hacen al porvenir argentino, adviértense, tratados en primer plano, dos cuestiones vinculadas al proceso de reordenamiento institucional: la significación de las intervenciones enviadas a las Provincias para reconstruir sus gobiernos sobre la base del sufragio popular y la obstrucción del Congreso a la legislación proyectada por el Poder Ejecutivo. Las dos preocupaciones tienen un mismo origen: el ingreso del Radicalismo a la legalidad ficticia del régimen.

Este ingreso no se encontraba en el plan ni en las ideas que Yrigoyen fue madurando a medida que el curso de los acontecimientos esclarece su juicio. Su mente era la revolución radical; el pueblo organizando la legalidad autentica, al reparar el origen de los poderes, para promover «la reconstrucción fundamental de su estructura moral y material, vaciada en el molde de las virtudes originarias». Este pensamiento guía la conducta de la Unión Cívica Radical y mueve la gestión revolucionaria que la caracteriza. En 1910 se producen las entrevistas entre Yrigoyen y el presidente electo, Roque Saenz Peña, que provocan el cambio sustancial del cuadro político. Saenz Peña ofrece la coparticipación en el gobierno para afrontar las reformas postuladas por el Radicalismo. Yrigoyen rehúsa el poder y acepta colaborar en el examen de las medidas necesarias a la protección de las libertades cívicas. Se establecen las bases de una nueva era de pacificación y legalidad; reforma electoral con el padrón militar e intervención a todos los Estados, para garantir los comicios. De las sucesivas renovaciones partiría la legitimidad de los futuros gobiernos provinciales y la representación nacional. Yrigoyen logra la demanda previa del Radicalismo: el rescate de la soberanía popular, sin sacrificios de sangre. Saenz Peña desarma la revolución radical y le abre un cauce institucional.

La reforma electoral se sancionó, pero las intervenciones no se dictaron. Encastilladas en sus feudos las oligarquías provinciales les habrían de reincidir en el fraude. Interviénese Santa Fe, por un conflicto interno. La Unión Cívica Radical debe determinar su conducta. Yrigoyen sostiene la abstención. No se ha cumplido en su armoniosa integridad el plan previsto para afianzar los derechos del pueblo. Pero la Convención Nacional, en la que habíase hecho fuerte la tendencia posibilista, resuelve la concurrencia. De ésta decisión, que tuerce la línea del Radicalismo, nacen consecuencias que configuran el drama argentino de las últimas décadas. Los cuarenta años grávidos de sucesos, transcurridos desde 1911 hasta ahora, muestran la claridad política de Yrigoyen. Desde la perspectiva actual resulta evidente que el régimen hallábase en trance de caducidad cuando la Convención Nacional cedió a la atracción electoral, y que, en pocos años más, - un breve lapso en el tiempo histórico- habríase impuesto el concepto revolucionario y el país hubiera ahorrado el cortejo de vicisitudes sobreviniente.

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El Presidente Yrigoyen pudo cumplir el mandato del «veredicto nacional» enviando las intervenciones que se establecieran con Saenz Peña, para «restaurar la legitimidad de las representaciones públicas». Pudo asegurar las libertades políticas y la verdad del sufragio en todo el territorio de la Nación, pero no pudo efectuar la reivindicación económica y social del pueblo, sino en los limites del poder presidencial. Desde sus reductos legislativos las expresiones políticas del privilegio traban el desarrollo de la gestión renovadora. En 1918 el Radicalismo obtiene mayoría de la Cámara joven, pero el Senado del «Régimen» sigue bloqueando la transformación de Yrigoyen, a fin de conservar intacta la armazón jurídica representativa de sus intereses económicos y sociales.

La convivencia entre el poder legitimo y los poderes espurios no se ajusta al pensamiento de Yrigoyen, pero debió consentirla, ante la decisión de los órganos superiores de la Unión Cívica Radical. «Todo lo que sea de orden ilegitímo, tiene necesariamente que derrumbarse», había de decir, fijando su concepto, en el mensaje de 1919. Y en el decreto de intervención de La Rioja, reafirma su tesis revolucionaria sobre la invalidez jurídica de los actos de los «gobiernos de hecho», como les llama repetidamente. «En cuanto a las autonomías provinciales - expone-, ellas son atributo de los pueblos, y no de los gobiernos, y menos de los que detentaron la representación publica y su derecho soberano. No se puede argumentar, pues, moral ni jurídicamente, con la autonomía de los Estados, para sostener la aplicación actual de las leyes de su pasado. La autonomía es lo que recién ahora se ha de consagrar; y cuando ello se consiga, habrá llegado el momento de amparar a sus gobiernos y respetar sus leyes». Este habría sido su criterio.

El Senado del «Régimen» y del Frente Unico fue el reducto infranqueable de la oligarquía durante sus dos gobiernos. Cuando encontrábase en vísperas de obtener una mayoría que permitiría sanciones esenciales, se produce el golpe de 1930. Desde entonces regresa el «Régimen», con nuevas modalidades, ofreciendo el cambio alternativo de los términos de un mismo binomio: libertades publicas sin sufragio, o sufragio sin libertades públicas.

El jaqueo a las reformas de Yrigoyen fue implacable. Constituyó la expresión despiadada de una clase que se aferra al statu quo y permanece insensible ante los padecimientos del pueblo y de la nacionalidad. El daño inferido al desarrollo nacional surge de la sola enunciación de los proyectos orgánicos de Yrigoyen, frustrados por la oposición legislativa. Problemas del trabajo: reglamento del trabajo ferroviario; asociaciones profesionales; contratos colectivos, con los consejos de tarifas; de conciliación y arbitraje; salario mínimo; Código de Trabajo; fomento de la vivienda; jubilaciones y pensiones de empleados y obreros del comercio, la industria, el periodismo, etc., convertido en ley Nº 11.289, que derógase en el período siguiente. Problemas agrarios: Banco Agrícola Nacional, presentado en 1916, modificado en 1919 y reproducido en 1921; fomento y colonización mixta agricolo-ganadera; cooperativas agrícolas; locación agraria y juntas arbitrales del trabajo Agrícola. Problemas educativos: ley general de enseñanza, cuya necesidad señala Yrigoyen en cada mensaje; plan de edificación escolar para toda la República; asociaciones cooperadoras de educación. Problemas económicos: régimen de explotación del petroleo, presentado en 1916, modificado en 1919 y reiterado en 1921; creación de la Marina Mercante Nacional y astilleros navales; navegación fluvial y costera; plan de vinculación ferroviaria de las Provincias del norte y del oeste, al cual refiérese el mensaje de 1922, en una emocionante apelación a la solidaridad nacional. Problemas financieros: creación del Banco de la República, destinado a estimular la producción y el

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desarrollo económico, en cuyos fundamentos afirmase que el primer deber del Estado es afrontar la construcción económica y que a la moneda y al régimen bancario están supeditados la vida, el desarrollo y el valor de la producción nacional; impuesto a los réditos; reforma impositiva, con la desgravación de los territorios de La Pampa, Chaco y Misiones.

En el segundo gobierno malógranse la nacionalización del petroleo, como pieza fundamental del proceso de industrialización y emancipación económica; el convenio de créditos recíprocos con Inglaterra; la reforma a la ley de arrendamientos agrarios y al Banco Agrícola Nacional, reclamado desde 1916 para subdividir la tierra y prestar colaboración económica a los productores agrarios.

Cuál no había sido de justa, próspera y ejemplar la situación Argentina se desde hace treinta y cinco años, rigiese esa legislación, junto a aquella que se aprobó ante la presión popular, y a las decisiones que el Poder Ejecutivo adoptó dentro de sus facultades, que bastaron, sin embargo, para promover una transformación fecunda en las condiciones de la existencia nacional. ¿Revestiría acaso su candente gravedad el problema de la tierra si en 1916 hubiera comenzado el proceso nacional de subdivisión y colonización, aún no iniciado sino en dosis homeopáticas? ¿ A que justicieras e insospechadas renovaciones asistiríamos en el campo social, si desde 1919 funcionasen los mecanismos institucionales rectores del contrato colectivo de trabajo y de la conciliación y arbitraje, que debieran actuar, por exclusiva virtualidad de los derechos obreros, y si desde 1921 se aplicare el Código de Trabajo y desde 1922, el régimen general de Jubilaciones y pensiones?

Yrigoyen ocúpase en sus mensajes de la contumacia obstruccionista con elevación y serenidad sorprendentes. Responde con el planteamiento público de grandes cuestiones, y cuando la actitud del Senado llega a detener el funcionamiento normal del gobierno, proyecta someter las divergencias entre los poderes políticos al arbitraje de la Suprema Corte, a tal punto prevalece en su animo la razón de Estado, aún sobre sus más caras aspiraciones de gobernante: «No tuve nunca una palabra de reproche en ningún sentido - dirá en uno de los memoriales de Martín García-, sino de las más altas concitaciones para el bien de la Nación», y «nunca tomé medidas ni envié al Congreso proyectos o mensajes que no llevaran impreso el sentimiento de la solidaridad nacional». Agrega que jamás se sintió inducido a invadir las esferas de los otros poderes ni a buscar su concurso por medios artificiosos, «prefiriendo el vacío o la negativa a la labor común, porque toda mi acción fue siempre de enseñanza en principios y doctrinas».

Desde el Senado y la Cámara de Diputados, desde la prensa y la judicatura, desde las posiciones clave del mundo económico y de la «inteligencia, la oligarquía le combate acerbamente, perturba su obra, agota los recursos de agitación. Todo el país es un ágora inmensa. Nueve décimas partes del periodismo le ataca con saña, le zahiere, le tuerce sus palabras y retuerce sus propósitos. Caricaturistas y revisteros afilan sus lápices e intenciones. La ofensiva alcanza su máxima cuando se pretende la participación Argentina en la guerra. La neutralidad de Yrigoyen, de genuino corte sudamericano, irrita a los sectores del privilegio nacional e internacional y a quienes miran desde el país hacia afuera, y no a su jugosa intimidad, a sus sueños y a su destino. El Presidente calla. En cada uno de sus mensajes ensalza la función insigne del poder judicial. Escoge interventores entre los jueces, que ya lo eran antes de ejercer el gobierno. No se enturbiará con una represalia. No adoptará una medida represiva, ni siquiera intentará defenderse. Conoce al pueblo y confía en el pueblo. Prisionero en Martín García, podrá decir que «nunca, ni en ningún caso o

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circunstancia alguna, se arrestó a nadie, ni se suspendió un diario ni se tomó medida coercitiva alguna, no obstante el maremágnum de rebeldías, diatribas y procacidades».

Yrigoyen calla. Confía en el pueblo. En la hora de la opción había preferido la conciencia de su apostolado a la fugacidad del poder, apenas «una realidad tangible». No seria el pueblo quien habría de impedir la consumación de su obra. En las sombras movíanse otros factores, en la lucha eterna como los días del hombre, entre quienes estrujar y quienes quieren extender el radio de la libertad y de la dignidad humana. En el pueblo quedarían su vida; su modo de concebir a la República Argentina, la causa que alentó sus sueños, como una grande y límpida bandera de redención y de esperanza, «como una espiritualidad que perdura a través de los tiempos».

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II EL PAIS Y EL PUEBLO

1. El Primer Deber Editorial publicado en el periódico «Intransigencia», año 1 número1, 15 de mayo de 1955.

Nuestro primer deber como radicales consiste en definir nítidamente qué tipo de

país queremos construir, pues sólo al aliento de los grandes móviles de una justiciera realización nacional el pueblo aceptara los duros sacrificios impuestos por la lucha que libramos. Que no haya un argentino, por humilde que sea, que no sienta con certeza como serán los perfiles de la sociedad que edificaremos; como la organización de la economía, del trabajo y la cultura; como será la vida de los hombres, que tienen el derecho y el deber de saber que será de su destino. Problema de doctrina y de conducta; sin aquella, no se nos comprenderá; sin esta, no se nos creerá.

Mientras ese objetivo vital no se alcance, y la perspectiva argentina se desnaturalice en la lucha en favor o en contra del régimen, el país seguirá corriendo los riesgos de permanecer en la demagogia o de caer en las asechanzas de la reacción. O de lo que sería aun peor para su futuro, en la desvirtualización del Radicalismo, que es un peligro mayor, porque de la demagogia o de la reacción podrá la república liberarse tarde o temprano si la Unión Cívica Radical, fiel a su origen y a su entraña popular, conserva la esperanza del pueblo, pero si esta se pierde, todo será sombras y confusión, como aconteció en los días cercanos que trajeron tan dramáticas consecuencias.

¿Quienes se benefician con el desdibujamiento de las finalidades concretas del Radicalismo? En primer término, las tendencias totalitarias, porque la imprecisión de los fines priva al pueblo de fe en los propósitos creadores de la democracia y facilita las falacias de aquellas. En segundo lugar, las fuerzas de la reacción económica y social, que sueñan, que con la expansión sin frenos de sus privilegios; y por último, y por qué no decirlo, aquellos correligionarios cuyo espíritu conservador elude compromisos con el mañana, que pretenden consciente o inconscientemente apartar al Radicalismo de su deber

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histórico y de su médula popular para convertirlo en un partido más, que defienda a la libertad sin contenido profundo y a la democracia restringida a sus aspectos formales, sin advertir que por ese camino tantas democracias cayeron en la ciénaga dictatorial. Y si esto es valido cuando se intenta soslayar definiciones, lo es mucho más, cuando se ensaya la adopción de posiciones reñidas con el desarrollo nacional y el bienestar social.

En esta red mañosa de intereses antiéticos, que se combaten entre sí, pero que se integran y complementan en el esfuerzo de trabar el avance del verdadero Radicalismo, la que oscurece los horizontes de nuestro país y mejor contribuye al mantenimiento de la situación actual. De ahí que sea ineludible el examen de nuestra realidad a la luz de la doctrina radical y que el debate interno para esclarecer el pensamiento radical constituya el más alto servicio a la democracia argentina.

Debemos mirar ante todo hacia adentro, hacia la Unión Cívica Radical, en el convencimiento de que para salvar a la Argentina es necesario templar previamente el gran instrumento cívico de su redención política y social. Creemos en el poder de las ideas y confiamos plenamente en la capacidad de nuestro pueblo y del Radicalismo para elevarse a las responsabilidades de la construcción nacional. Con estas convicciones plantearemos ante su conciencia las cuestiones que hacen al porvenir de la República y de la Unión Cívica Radical.

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2. En la Línea de Yrigoyen

Editorial publicado en el periódico «Intransigencia», año 1 número2, 15 de junio de 1955.

Dos son las conductas que se plantean en el partido. ¿Debe limitarse a la critica de

los actos oficiales, o la denuncia de las agresiones que cometen contra los derechos y libertades del pueblo, debe acompañarse de la nítida expresión de nuestras proposiciones acerca de los problemas fundamentales de la República? La cuestión toca en su medida misma a la función de la Unión Cívica Radical. ¿Puede reducirse a ser la oposición, es decir, un partido más, en negación del concepto de Yrigoyen, o su «mandato histórico» es la construcción de la nacionalidad, conforme a los rumbos trazados por los fundadores? ¿Es un simple movimiento negativo de este régimen o de otros anteriores, o una concepción afirmativa de la vida argentina? En torno de este dilema, que suele presentarse en distintas formas, originóse el debate en los episodios de la existencia partidaria.

La primera posición es la ansiada por el pensamiento conservador. Elude definiciones de futuro; no implica compromisos con el pueblo. Oposición y nada más que oposición, y sólo en los temas que no provoquen discrepancias. Bajo nuevas formas, implica la reedición de la Unión Democrática, esta vez sin pactos entre partidos, por agrupamiento espontáneo de ciudadanos coincidentes en su actitud opositora. Con ciertas apariencias seductoras encubre sus proyecciones autenticas. En primer termino, para ese objetivo se hace indispensable la exclusión de los problemas esenciales, aquellos que suscitan divergencias por afectar la estructura social. Así se les pretende alejar de la conciencia política del pueblo, a fin de que no encuentre obstáculos la prevalencia de los intereses creados, fuertes, coherentes, entrelazados entre sí, más poderosos que el pueblo cuando este se halla disperso en la confusión ideología.

Yrigoyen jamas aceptó semejante política. Después de su muerte, ella se impuso con las nefastas consecuencias que ha sufrido la República. La lucha formal contra el fraude y nada más que contra el fraude pospuso las reivindicaciones económicas y sociales, desarmó al espíritu del hombre del común y al desdibujar los horizontes de la batalla política, facilitó el advenimiento de los discrecionalismos que se turnaron en el control del

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país. Luego, en 1946, al constreñir la acción a la defensa del orden constitucional, abandonó las banderas del mundo naciente al continuismo, que las utilizó gozoso como la mejor contribución para el éxito de sus designos. Una tercera experiencia sería una tercera inevitable derrota, pués sin los grandes móviles de una justiciera construcción nacional no habría en la resistencia la voluntad de sacrificio indispensable para superar los recursos de la fuerza. A menos que se confiara en factores extraños al pueblo, en cuyo caso el resultado sería azaroso o igualmente deleznable porque aquellos factores con su obrarían propia mentalidad, y no con la del pueblo.

Supongamos por un instante, por reducción al absurdo, que esa política pudiere llevar al poder. Sin haberse formado una conciencia colectiva en torno a los asuntos vitales, recién entonces se suscitaría un debate turbulento, nada menos que sobre las cuestiones que configuran la crisis de nuestra época. En ausencia de una opinión organizada sobre ideas concretas, lo que solo puede lograrse en la paciente labor del tiempo, se abrirán las perspectivas ciertas del caos y del predominio final de los intereses conservadores, que ejercen el poder económico y retienen posiciones clave que permiten un rápido despliegue de su gravitación social. En cortejo inexorable llegarían, como ya llegaron en otra oportunidad, la decepción popular y la subsecuencia demagógica. Otros veinte años de frustración de la Argentina; otros veinte años de vigencia del privilegio. Contra esta tentativa antirradical combatiremos con todas las potencias de nuestra alma.

La grande e ineludible tarea consiste en el adoctrinamiento del pueblo, en ligarlo al espíritu y a las ideas del Radicalismo, en «realizarlo», en formar cuadros de militantes con convicciones íntimas sobre las transformaciones postuladas, para que el pueblo y conjuntos directivos emanados de una plena identificación, solidarios hoy en la lucha, al asumir las responsabilidades del país, realicen la revolución radical, el reordenamiento de la vida argentina en función de justicia y libertad, que constituye la promesa histórica de la Unión Cívica Radical.

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3. Los Agrarios.

Discurso pronunciado en la ciudad de Tandil, el 11 de noviembre de 1950, al inaugurar el Primer Congreso Agrario organizado por el Comité de la Provincia de Buenos Aires de la Unión Cívica Radical.

Este primer Congreso Agrario del Radicalismo de Buenos Aires se reúne en un

momento excepcional. Se hallan en crisis las viejas estructuras morales y materiales del país, como parte del proceso revolucionario que es signo de la época y muestra el fracaso de las escalas de valores y de los fines de vida que no se ajustan a «la causa del genero humano», conforme a la expresión magnífica del Libertador, que bien puede constituir el lema de nuestra tierra.

Esta crisis no ha sorprendido a los argentinos identificados con el sentido de nuestra patria en el querer de los fundadores: ámbito de la libertad y de la dignidad del hombre; ni encuentra desarmado el espíritu de los radicales que concebimos a nuestra milicia cívica como la fuerza formadora de la nacionalidad así entendida. Si para nosotros esos fines son indeclinables, los medios pueden variarse, pues son instrumentos y, cual sostiene nuestra Profesión de Fe Doctrinaria, «variables son las condiciones sociales de la realización nacional». Y he aquí a los representantes de los radicales de la campaña de Buenos Aires, que han interrumpido los duros menesteres de la producción agraria, para congregarse y examinar como puede organizarse en justicia y decoro la existencia del hombre del campo y como movilizarse plenamente los recursos del sector vital de nuestra economía en cumplimiento de los grandes objetivos nacionales y humanos de nuestro pueblo.

Frustración de inmensas posibilidades. Vivimos una realidad agraria que denuncia un pronunciado desequilibrio

económico y social y exhibe la frustración de las inmensas posibilidades de nuestro suelo. Se inició con la dilapidación y apropiación de la tierra pública, que era fundamentalmente riqueza argentina. «Su historia desastrosa mantiene una acusación ilevantable sobre los

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gobiernos del pasado» - dijo Yrigoyen-, y agregó «que fue enajenada a precios viles, sin plan ni concierto, sufrayéndola a sus convenientes destinos económicos para hacerla servir a los extraordinarios enriquecimientos privados que se obtuvieron a expensas de la fortuna nacional».

La acumulación de la tierra en pocas manos selló nuestro destino. El país pagó sacrificadamente, durante varias generaciones aún y seguirá pagando el precio del rescate para el trabajo de los argentinos de aquellas vastas extensiones, que debieron ser patrimonio del pueblo para el desarrollo nacional y el bienestar social y fueron, en cambio, fuente del privilegio económico de minorías casi siempre vinculadas a las expresiones turnantes del poder político.

La afluencia de los inmigrantes, las necesidades del cultivo de los campos, el propósito de utilizar el valor creado por el esfuerzo colectivo, el pródigo de las rentas y el orden jurídico hereditario, promovieron la subdivisión y dieron aspectos nuevos al régimen agrario, más no alteraron sus bases originarias, que influyeron decisivamente en la deformación de nuestra economía.

La nueva colonización. Las característica de la evolución ganadera, y posteriormente de la agrícola, la

insuficiencia de población, la reducida actividad manufacturera, legado de la Colonia y de las luchas por la organización nacional, orientaron la producción a la demanda extranjera de corto número de materias primas. A los cueros y sebos sucedió la carne salada, y después del ensayo de Tellier y de la instalación del frigorífico de Terrason en San Nicolás, se impuso la carne congelada. Mientras tanto se interpusieron las corrientes exportadoras de ganado en pié a los paises vecinos, y quedamos supeditados a mercados lejanos, nuestros únicos compradores de carnes y cereales. Desde las nuevas metrópolis la expansión capitalista forjó la nueva colonización. Transportes, concesiones, créditos, inversiones, monopolios comercializadores e industrializadores dieron coherencia e integración al sistema, apuntalado por una clase dirigente copartícipe de sus beneficios.

Dentro de la órbita capitalista universal y de acuerdo a la teoría, grata al imperialismo, de la división internacional del trabajo, teníamos «rol» asignado. Debíamos ser exportadores de materias no elaboradas, a bajo costo, y de rendimientos seguros a los inversores extranjeros, y debíamos ser compradores de los elementos industrializados que nos permitieran satisfacer las exigencias suscitadas por la civilización y el progreso técnico.

El nuevo espíritu del radicalismo. La gesta emancipadora de la Unión Cívica Radical promovió en todos los frentes

la lucha por la recuperación nacional. Oyóse un nuevo idioma. «No escapa al Poder Ejecutivo - dice Yrigoyen- que puede pretenderse que la resolución de estos fenómenos debe dejarse al libre juego de los propios intereses que los rigen. Pero el espíritu nuevo que guía al gobierno de la República, considera que uno de los primordiales deberes de la alta razón de Estado es la seguridad, en cuanto sea posible, de todos los intereses nacionales». «No solo debe ayudarse al colono en las horas angustiosas. Debe también resguardársele de los monopolios expoliadores».

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El Estado reivindica la tierra pública no enajenada, crea condiciones sociales y económicas para un más alto standard de vida, actúa en el servicio de los productores y les garantiza colocación a sus cosechas y precios mínimos remuneradores sin apropiarse de los frutos del trabajo ni exaccionar a los pueblos europeos, que restañaban las heridas de la primera guerra mundial. En el Congreso se bloquea al Presidente y quedan sin sanción los proyectos sobre Banco Agrícola, Marina Mercante y Astilleros Nacionales.

Retorno de la política colonialista. El golpe de septiembre impide el cumplimiento del plan de Yrigoyen que tras la

nacionalización del petroleo había resuelto enfrentar radicalmente el problema de la tierra, como piezas maestras de la transformación agraria y de la industrialización, que no son términos opuestos, como cuando se quiere edificar a la una sobre los despojos de la otra, sino que se articulan y complementan en el proceso creador y liberador de nuestro país. No en balde coinciden la oligarquía terrateniente y las fuerzas del imperialismo. Regresó la política colonialista y su color de asegurador la venta de las carnes se formalizó en Londres el sometimiento concretado en pactos y leyes lesivas a nuestra soberanía y a nuestro desarrollo económico.

Dentro de esas grandes líneas se fue desenvolviendo la clase agraria. Necesitábase producir cereales y carnes. Interesaba la ganancia inmediata y no el establecimiento de una ecuación economico-humana eficiente y digna. Se clavaba el arado sin consultar las condiciones de productividad y sin otro incentivo que la perspectiva de lucro. La mayoría de los productores tienen comprometida gran parte de su labor en el sostenimiento del privilegio de una clase rentista formada por el usufructo de los arrendamientos. Toneladas de humus desintegrado por las aguas corren al mar y son arrastradas por el viento. Las sales minerales llevadas por las cosechas no se reponen y ha comenzado el agotamiento de campos que no se explotan para organizar la vida, sino para extraer la renta. Un monocultivo extenuador evidencia la prevalencia de lo precario y transitorio en una existencia rural ausente del arraigo y de la fe en el porvenir que la embellece cuando media entre el hombre y la tierra la relación que nace del trabajo y del amor.

El régimen de junio. El régimen surgido del movimiento de 1943 se distinguió por su desprecio a los

derechos de los hombres del campo y a su capacidad de juicio y discernimiento. Midió las dimensiones de su drama y de su angustia y levantó como señuelos las grandes aspiraciones postergadas. Declamó estrepitósamente una revolución agraria, mas cuando la algarabía advirtióse que la estructura del régimen de la tierra permanencia intacta. Las perspectivas de colonización se diluyen por la inflación monetaria y únicamente se cumplen en dosis pequeñas para justificar el despliegue de propaganda. El sistema oficial de defensa de la producción funciona como sistema de despojo de la producción. Al viejo monopolio capitalista substituye el novísimo monopolio burocrático. Con técnicas modernas recréase la condición medioeval del siervo adscripto a la gleba, pués el régimen atribuye a los frutos del trabajo el estricto valor de costo, a fin de que el productor solo pueda seguir sobreviviendo y reproduciéndolos.

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Sin embargo, jamás la Argentina había contado con una coyuntura semejante. Los grandes saldos exportables y las elevadas cotizaciones de guerra y de postguerra acumularon reservas de oro y divisas que aseguraban el acceso a un pleno gobierno de nuestra economía. Quienes la controlaban discrecionalmente pudieron conquistar nuestra autonomía de combustible como requisito previo para asegurar el desarrollo pleno e independiente de nuestra industrialización. Requeriérase la nacionalización del petróleo y la plena explotación del potencial energético y, en un primer plano, de nuestras posibilidades hidroeléctricas, como bases de un plan de reordenamiento de la economía nacional. Pudo haberse provisto al país del utilaje necesario para establecer industrias transformadoras que cubriesen los renglones esenciales y para dar principio a la industria pesada. Pudieron recuperarse las instalaciones de comercialización y elaboración de carnes. Pudo erigirse la red integral de elevadores de granos que eliminase la sangría anual de la bolsa. Pudieron levantarse fábricas de maquinarias agrícolas suficientes para nuestras necesidades e importarse los equipos reclamados para la inmediata mecanización de nuestro campo.

El caudal constituido por el oro y divisas provenientes del trabajo de los agricultores y ganaderos fue despilfarrado vertiginosamente e invertido, en su mayor parte, en fines ajenos a las verdaderas exigencias nacionales. Lo que debió haber sido el comienzo de una nueva era en la vida y la economía argentina, se tornó desdibujada y maltrecha ilusión. Sin industrias básicas que superen la etapa colonial, sin combustibles y desguarnecido de reservas, el país navegaba a la deriva, más dependiente que nunca. Sigue en la misma órbita del capitalismo internacional, reducido a la provisión de materias primas no elaboradas o semielaboradas, producidas a bajo costo. La situación provocada por la ineptitud y desviaciones del régimen le obliga a retacear el nivel de vida del campo, mediante artificios monetarios que aparentan aumentos de precios de la producción mientras rebaja en realidad su valor adquisitivo. En el orden interno el régimen se apodero de los márgenes de ganancia del trabajo agrícola y los manejo a su arbitrio. El país ignora su destino. Siente que se intensificó la carga pesada de la burocracia, sabe que proliferaron los gastos improductivos y que se han creado condiciones tendientes a la formación de una nueva oligarquía financiero-industrial, que como la anterior terrateniente, ha surgido entrelazada y al amparo del poder político.

La política de esquilmación del campo. La política oficial de esquilmación del campo tuvo nefastas consecuencias

espirituales y materiales. La falta de compensación del trabajo y la evidencia del despojo; las dificultades de la reposición de maquinarias y la carencia de mano de obra, el contraste entre los precios exteriores de la producción y la mezquina cuota abonada, agotaron la capacidad de resistencia de grandes sectores de la clase agraria. En millares de hogares se rompió la unidad familiar, reeditándose las amarguras de la separación que vivieron los abuelos inmigrantes. Allá fueron los hijos hacia las grandes ciudades, en demanda del derecho a la vida que les negaba el régimen y la tierra, feraz y ajena. En millares de explotaciones se redujo la superficie sembrada. Millares de chacras se liquidaron y millares de familias vinculadas al trabajo rural, desde generaciones, cortaron sus amarras con el pasado y se transplantaron a los medios urbanos, enfilando hacia nuevos derroteros en el comercio, en las fábricas o en la administración pública. Podrá la producción agraria recuperar aquellas vías que se desgajaron del campo, en una triste emigración hacia la

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ciudad. Esta despoblación rural es una de las grandes derrotas a nuestro país por el régimen actual.

El problema de la tierra se mantiene en los mismos términos. Quienes se enriquecieron favorecidos por la orientación económica y por la inflación monetaria temen por la suerte de sus beneficios y procuran fijarlos en inmuebles. Las posibilidades plutocráticas son mayores que las del hombre del campo y este retrocede impotente ante precios excesivos que no guardan relación con los valores de la producción. Así se van reestructurando latifundios; Así las sociedades anónimas continúan absorbiendo propiedades, Así prosigue destruyéndose el vínculo de sangre y trabajo que liga al hombre con la tierra en una comunidad forjadoras de bienestar y cultura. Sólo resta a los chacareros el recurso de aferrarse al predio arrendado en una situación de emergencia que les concede estabilidad precaria, para eludir los riesgos del nomadismo, contrario a su voluntad de progreso, a sus esperanzas y deseos.

El retorno al campo. El régimen ha vuelto ahora sus ojos al campo. No lo mueve el sentimiento de

justicia ni el propósito de crear condiciones de bienestar, sino la quiebra del comercio exterior. Tuvo oídos sordos al clamor agrario mientras efectuaba la gran concentración capitalista que latía en su entraña. El déficit de la balanza comercial amenazaba sus base de sustentación y la subsistencia de los propios intereses que generó. Apela a toda suerte de convenios internacionales que desmedran nuestra soberanía y nuestra economía y regresa al campo. Regresa recién cuando agoto las reservas nacionales y cuando la explotación de productos agrícolas descendió de 3265,3 millones de pesos en 1948, a 1673,4 millones el año pasado.

La búsqueda de divisas impulsa a la nueva batalla por la producción. Se propende al monocultivo. En la preocupación de lograr más trigo actuará en los hechos la decisión de servir los designios y los compromisos del régimen y no la economía del país y la economía agraria. Tierra y hombres quedarán esquilmados por igual.

Persiste la explotación del trabajo agrario. ¿Acaso los nuevos precios importan el establecimiento de soluciones estables que

tiendan a suprimir el desequilibrio entre los precios industriales y agropecuarios? Por el contrario, la cotización vigente es muy inferior en su entidad real, en valor adquisitivo, a la del año pasado. Se abonará con pesos depreciados dos veces en pocos meses; en primer término, él acompañar en su devaluación a la libra inglesa y recientemente en la nueva desvalorización cubierta bajo el eufemismo de reajuste de cambios.

Veamos la realidad. La compra de una cocechadora automotriz exige aproximadamente 2500 quintales de trigo, a un promedio de 24 pesos el quintal de trigo en chacra. En Estados Unidos, esa misma máquina se compra con 500 quintales de trigo. Si con anterioridad a la guerra hubiera debido invertirse la misma cantidad de trigo en la adquisición de una cosechadora, hubiera resultado aquél a un precio de $ 2,95 el quintal. Por consiguiente - dice un documentado análisis- el precio del trigo a $ 28 el quintal, puesto en dársena, representa un valor real con relación a los costos actuales en maquinarias agrícolas, equivalente al de $ 2,95 por quintal comparado con los valores de preguerra. Esta

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comparación del valor adquisitivo actual de nuestra moneda se aplica no solamente al trigo, sino a todos los productos del agro con relación a los elementos imprescindibles, como ser maquinarias, repuestos, instalaciones, útiles y herramientas necesarias para la producción.

Esta relación de valores muestra el cuadro real de la situación agraria, que adquiere aún mayor nitidez si examinamos como se efectúa la distribución de beneficios. El agricultor recibe por tonelada de trigo, puesta sobre dársena, 280 pesos. El I.A.P.I. efectuó las últimas ventas a 400 pesos. Al cambio básico comprador de cinco pesos por dólar recibió 80 dólares, que el Banco Central vendió a su vez al cambio de $ 7,50 el dólar, es decir, en 600 pesos. En síntesis: la tonelada de trigo representa para el gobierno, mediante el juego de las diferencias de precio y de cambios, 600 pesos, asignados en la siguiente forma: Para el productor 280; para el gobierno (IAPI más Banco Central) 320 pesos. Vale decir que se mantiene, con todas sus características de despojo, el sistema de apropiación del trabajo agrario. Nada significa que los precios se anuncien con anticipación si en el intervalo entre la siembra y la recolección el gobierno devalúa dos veces la moneda en el orden internacional y en el interno practica un emisionismo sistematizado, con virtiendo en ilusoria toda noción de valor.

Las cooperativas oficiales La política agraria se integró en últimos días con nuevas expresiones. La

concepción totalitaria de gobierno exige la tenencias de las posiciones llave de la vida social a fin de imprimir a todas las manifestaciones nacionales el rumbo querido por el centro conductor. El régimen cumple metódica y paulatinamente este plan. A él obedece la creción de las cooperativas oficiales en nuestra provincia, destinadas a constituirse en agentes de coacción sobre los agrarios y a lograr el sometimiento del cooperativismo libre.

La Unión Cívica Radical, que en el gobierno o en el llano jamás pretendió desviar a las cooperativas de su alta función social, expresa su solidaridad con el esfuerzo de los hombres que forjaron este instrumento extraordinario de progreso y de convivencia y luchan para mantener con decoro e independencia los principios que hicieron grande y fecundo a este noble movimiento humano.

El Radicalismo denuncia en esta tentativa a un aspecto más de la política atipatriótica de división de los argentinos que practica el régimen al querer escindir a nuestro pueblo de acuerdo con su espíritu de autonomía o de sumisión frente a los dictados de poder. Denuncia también las maniobras de corrupción cívica que se quieren relizar en la distribución de equipos de laboreo y recolección. El favoritismo en esta materia importa un retroceso humillante y al concertarse con el fomento de la aventura, y llevará nuevos motivos de desasosiego, morales y materiales, a la sacrificada vida del campo.

La intervención del estado democrático. En la lucha contra este régimen participan sectores que abrigan el propósito de

restablecer, en nombre de la libertad económica, la prevalencia de las antiguas situaciones de injusticia. No existe libre juego económico cuando las grandes concentraciones capitalistas actúan sobre los productores librados a sus propias fuerzas. Nadie lo ignora y quien aparenta ignorarlo se inspira en los intereses de los fuertes. En materia económica y social tenemos que optar entre el poder económico del privilegio o el poder político del

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pueblo, ejercido a través del Estado democrático. La intervención del Estado democrático que el radicalismo sostiene como instrumento insubstituible de transformación social, no puede confundirse, como se intenta, con la acción del grupo que se ha apoderado de los resortes del Estado y actúa en permanente violación de las normas éticas y jurídicas de la democracia constitucional. Para los radicales no existen vacilaciones. Estamos contra las viejas y las nuevas formas de la injusticia y el privilegio, con la firme decisión de organizar mediante los métodos de la democracia política, una democracia económica y social, una libre sociedad de productores y trabajadores en la que los derechos y los fines de la comunidad se concilien con los fines y los derechos del hombre y en la que tengan libertad de expansión todas las actividades creadoras de bienes que no lesionen los intereses colectivos.

El plan agrario de la Unión Cívica Radical. El Radicalismo ha expresado su pensamiento sobre los problemas agrarios en el

plan que sancionó la Convención Nacional y analizó el Congreso de Rosario. El plan emerge de nuestra historia y de nuestra doctrina, contempla los distintos aspectos económicos y los factores sociales y humanos - los problemas de la vida del hombre del campo- pués el concepto radical considera a la tierra sólo en función del hombre, en relación indisoluble con el hombre.

El plan tiene una idea madre. La tierra debe ser privada de su carácter de mercancía, de objeto en mercado, susceptible de proporcionar rentas o ganancias de especulación. Define la tierra como el elemento básico de la producción nacional y afirma la determinación de promover la transformación inmediata y profunda de su régimen jurídico que la coloque al servicio de la sociedad y del trabajo. En consecuencia, postula la abolición del régimen de arrendamientos mediante un plan de colonización que asegure la radicación de todos los productores rurales y de todos los hombres que quieran incorporarse al trabajo rural. Sostiene, para la tierra pública, como una meta de futuras transformaciones, el arrendamiento vitalicio que conservando el dominio eminente para la sociedad entrega la tendencia de la tierra al productor y le garantiza su estabilidad permanente, transmisible por herencia. La prohibición de ser propietarios rurales a las sociedades anónimas - agregación despersonalizada de capitales- es corolario obligado de la concepción radical de la función de la tierra.

La mecanización agraria. La mecanización intensiva y racionalizada es imperativo de la organización

democrática del campo argentino. Encuentra obstáculos en la ausencia de fábricas nacionales de implementos, en la crisis del intercambio internacional provocada por la ineptitud de nuestro gobierno y en la extenuadora desvalorización de nuestro signo monetario. Ofrece problemas especiales a los pequeños productores que no pueden adquirir máquinas de precio actualmente inaccesible a los más, ni asegurar una amortización e intereses razonables a quienes puedan comprarlos. Al país interesa económica y socialmente que la mecanización alcance a todos, para evitar que el progreso técnico beneficie sólo a los pudientes. De ahí que se haga necesario preveer la formación de asociaciones cooperativas subsidiadas por el Estado, como en Holanda, para la explotación de máquinas agrícolas. Deberá reglarse adecuadamente la realización en común de las

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tareas en que interviene el equipo mecánico, de tal modo que sean compatibles con la subsistencia independiente de cada chacra.

Deben ser previstas igualmente asociaciones similares que permitan al asalariado rural organizarse y realizar cooperativamente las labores que efectúa en servicio de terceros. Estas y otras formas nuevas de trabajo cooperativo deberán abrir el cauce de futuras transformaciones que realizadas en la campaña correrán paralelas con el proceso de democratización industrial.

La insensata desforestación y el castigo del suelo por una explotación imprudente han erosionado vastas zonas. Es imprescindible asumir como una gran empresa de emergencia nacional la restauración de las condiciones de fertilidad de aquellas tierras, a fin de que puedan retribuir el esfuerzo humano y de que su fecundidad sea parte de nuestra esperanza económica.

Comercialización e industrialización. Queremos que la producción agraria integre con las etapas de comercialización e

industrialización, un proceso continuo regido por los productores. Que estos asuman las actividades derivadas, a fin de eliminar el lucro de terceros y de que el trabajo creador tenga el máximo de rendimiento. Que el ganadero venda carne industrializada; el fruticultor y hortelano conservas; el cosechador de lino o girasol, aceite, y el tambero, queso.

Los sistemas de movilización - de transporte y almacenaje- y las plantas elaboradoras, bases del régimen de comercialización, deben ser recuperados y dirigidos por los productores organizados o por entes autárquicos en los que aquellos tengan personería económica y responsabilidad administrativa. Queremos la nacionalización de los grandes frigoríficos, de los molinos y elevadores para entregarles a ese régimen, que deberá levantar sus equipos de transformación industrial en los propios centros de producción para corregir la deformación económica del país y repoblar y reactivar el interior. Así se superarán las deficiencias de ejecución estatal y se anulará la interposición de factores innecesarios que tiendan naturalmente a formar «carteles» o monopolios, y se garantizará la vigorosa expansión de las actividades agrarias fortalecidas con el goce de sus auténticos beneficios.

El control del Estado - del Estado que vive en la libertad- es indispensable para asegurar el valor de la producción y para la defensa del consumo interno y de los intereses nacionales, que por su propia índole no puede ser abordada por una parcialidad de productores. No es posible, por ejemplo, que por exigencias de la exportación o por mayor precio se industrialice una cantidad de leche que invada la cuota necesaria a nuestra población. Esta coordinación de los factores económicos y sociales, debe efectuarse con intervención de las fuerzas económicas y sociales, de las representaciones de la democracia económica actuando en absoluta libertad y bajo el contralor de la opinión pública, y debe ser resuelta en sus lineamientos fundamentales por los órganos de la democracia constitucional.

Normas de la política agraria. Quiero reiterar estos conceptos subrayando que el radicalismo postula la

intervención directa de los productores, de sus representantes elegidos, con voz y voto, en las instituciones económicas, técnicas y sociales responsables del estudio y del

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cumplimiento de la política agraria. Y debo complementarlos afirmando que sostenemos la reinversión proporcional de la riqueza creada en el campo en obras y servicios tendientes a elevar el nivel de la vida rural y a defender, mejorar y estimular la producción agropecuaria.

En nuestro país no puede diseñarse una política agraria desconectada de sus proyecciones internacionales. Orientemos nuestro comercio hacia exterior aquellas corrientes de intercambio que nos provean de utilaje agrícola e industrial, ya que si no logramos autonomía en los abastecimientos esenciales nunca alcanzaremos seguridad en la producción agraria. Orientemos nuestro comercio exterior hacia la apertura de nuevas posibilidades de absorción de nuestros productos, a fin de sustituir con la demanda amplia al mercado único, a quien sigue el inesperable cortejo de implicaciones políticas y económicas.

La futura vida agraria. Sobre una economía próspera y trabajo remunerado con justicia se asentará la

sociedad agraria que quiere el Radicalismo. La deserción hacia las ciudades cesará cuando el hombre acaricie la tierra como a lo mejor amada, sintiéndola suya; cuando sepa asegurada su existencia, de las inclemencias del tiempo, por un amplio seguro, y de las alternativas de los precios, por un fondo estabilizador; cuando se dote a la vida rural de las comodidades de la civilización urbana; cuando la vivienda sea confortable; la cultura y la recreación estén al acceso de todos los habitantes; la electricidad cruce la campaña llevando a hogares y galpones su mensaje liberador de claridad y energía; cuando la educación especializada abra las perspectivas del pleno y libre desarrollo de la personalidad humana, muniéndola de institución general y de capacidad técnico-práctica y habilitándola para iniciar la marcha con fé en las fuerzas propias; cuando se organice con eficiencia la protección de la salud, y la población rural deje de ser el único sector de nuestro pueblo desprovisto de un régimen de seguridad social, sin resguardo ante los riesgos de la vida ni tranquilidad ante el incierto futuro de los descendientes.

Construiremos la Argentina soñada. Esta sociedad agraria pudo haberse construido en las actuales circunstancias.

Nunca el país tuvo una oportunidad semejante. Los acontecimientos desvanecieron esta suerte de los argentinos, pero la Unión Cívica Radical afirma la decisión de luchar en el seno del pueblo para edificarla, juntamente con la edificación de una nación libre, donde el hombre pueda contemplar su destino en la paz y la seguridad que otorga el respeto de la dignidad humana.

Vosotros, delegados de los trabajadores del campo radicales de la provincia de Buenos Aires, habéis dejado vuestros hogares y vuestros pueblos. Hace aproximadamente sesenta años, hombres de toda la provincia se reunían para realizar una revolución política. Era en 1893. En 1950 nos reunimos nosotros para reafirmar los objetivos de nuestra revolución económica y social, porque sabemos que la libertad argentina no podrá lograrse

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sino asentada sobre las sólidas bases de las garantías económicas y sociales, sin las cuales la personalidad del hombre es arrasada por las dictaduras y las demagogias.

Frente a los que simulan levantar la bandera de la justicia en abominación de la libertad y frente a los que declaman el restablecimiento de la libertad en el sueño insensato de recuperar sus viejos privilegios, anunciamos el propósito de trabajar incansablemente hasta construir la Argentina soñada, de la justicia y de la libertad, la Argentina de Mayo, la Argentina de la Revolución, la Argentina de la Unión Cívica Radical.

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4. La malversación de nuestra gran oportunidad.

Discurso pronunciado en la ciudad de Bahía Blanca, el 21 de julio de 1951, al inaugurar el segundo Congreso Agrario organizado por el Comité Provincia de la Unión Cívica Radical.

Nos reunimos en momentos en que el régimen, después de dilapidar las

extraordinarias posibilidades de la coyuntura económica, apela a los recursos de violencia para cubrir su sometimiento a las fuerzas internacionales que mediatizaron nuestra economía. El país sufrirá largos años las consecuencias de la malversación de su mejor oportunidad. La acumulación de divisas producida durante la guerra y la postguerra permitía realizar la transformación profunda de nuestra estructura económica. Pudimos levantar las industrias básicas proveedoras de los abastos esenciales y forjar nuestra autonomía energética; pudimos cumplir el sueño de Yrigoyen, nacionalizando el petróleo y realizar la explotación a fondo del potencial hidroeléctrico, creando las condiciones del desarrollo industrial paralelamente al proceso de democratización o intensificación agraria, que se integran y complementan en la creación de un país próspero y libre.

Estas perspectivas se desvanecieron y nos hallamos ante un duro panorama; la subsistencia y agravación de las condiciones de deformación de nuestra economía y de injusta distribución de la riqueza; el agotamiento del campo y la sumisión política y económica a los dictados internacionales que procuran imponer en una «paz romana» la vigencia indefinida del actual ordenamiento mundial y del sistema de privilegios que afrenta a la humanidad. Como en las jornadas iniciales, el Radicalismo siente en su dramática intensidad el «mandato histórico» a que referíase Yrigoyen y asume la empresa patriótica de liberar la tierra y los hombres argentinos.

Sabemos cuáles son nuestros objetivos y sabemos también cuales son los obstáculos que los traban en el campo agrario: la concentración de la propiedad raíz, que sustrae al trabajo su elemento fundamental; el lucro de minorías gravitando como factor decisivo en la explotación de la riqueza natural y la orientación y transformación de la producción conforme a designios ajenos al destino nacional. Esta armazón del viejo régimen persiste intacta bajo el nuevo régimen y constituye la expresión material de las fuerzas que pugnan por frustrar la revolución argentina.

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La formación de la estructura jurídico - económica. Su influencia se advierte con absoluta nitidez en los aspectos vinculados con la

ganadería. En nuestra gran pradera pampeana procrearon las haciendas y fueron el sustento del naciente poder económico. Una distribución de la tierra basada en el favoritismo o en las exigencias fiscales desposeyó al pueblo de su patrimonio natural. El bárbaro aprovechamiento de los cueros fue sustituido por el saladero, y el monopolio español por la explotación del tasajo. Con la industria del frío y la enajenación de los primeros ferrocarriles se hizo presente la influencia británica que reguló el desarrollo de nuestra economía según sus necesidades. La capitalización de Buenos Aires, en la misma época, cierra el ciclo de las fuerzas cívicas históricas, e inicia con el «régimen» el predominio de los grupos oligárquicos. A la centralización política en la Capital coresponde la concentración económica en el pueblo. Concesiones, trazados ferroviarios que rompen la armonía del país, fletes diferenciales, ruptura de las corrientes comerciales continentales, subordinación de la nación a los enriquecimientos privados, monopolios, dependencia económica de las metrópolis, desviaron hacia la «minoría selecta» los beneficios del progreso y fijaron la estructura juridico-economica que aun prevalece.

En el proceso deformativo de nuestra economía perecieron los sentimientos de la solidaridad nacional. «Entre los hondos males causados a la Nación por el predominio que acaba de terminar - dijo Yrigoyen- figuran los inferidos a las provincias y territorios nacionales, que sin duda alguna abrán malogrado para siempre en mucha parte el natural y expansivo desenvolvimiento de la nacionalidad en las proporciones verdaderas de su poderosa naturaleza y de la justa amplitud de su espíritu. Desde gran parte de sus tierras - agrega-, las más feraces, y de sus riquezas, las más productivas, hasta sus instituciones y libertades indispensables a la normalidad de la vida, sufrieron y soportaron todas las devastaciones posibles y todas las perturbaciones imaginables».

Mientras tanto, habíase encauzado la ganadería hacia el suministro de carnes seleccionadas para Gran Bretaña e instituido prácticamente el comprador único; un solo país consumidor, una sola calidad impuesta y la exportación controlada por el «pool» de los frigoríficos norteamericanos e ingleses que surgió de las conferencias de fletes.

La gestión reparadora del radicalismo. La gestión reparadora del radicalismo inició la obra de rectificación. El ferrocarril

a Huaytiquina, como palanca para promover el intercambio intercontinental debía revitalizar al norte y acercarnos a los mercados del Pacífico; la política de vinculación con los paises limítrofes tendía a una unidad económica en la cual latiera el acento de la epopeya emancipadora; la extensión de los ferrocarriles del Estado, en función de fomento de la Marina Mercante Nacional, para liberarnos, entre otras cosas, del sojuzgamiento a las conferencias de fletes; los bancos proyectados de la República y Agrícola Nacional; el acuerdo de trueque D’Abernon-Oyhanarte; la recuperación de los yacimientos petrolíferos, fueron hitos de una política coherente que consideraba a la economía argentina y a la

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situación de la ganadería en sus verdaderas raíces. Esta política fue jaqueada por el Senado del régimen y a veces por la incomprensión de los propios partidarios. A la distancia se advierte la justeza de la concepción histórica de quien pasó, para tantos, como un visionario, porque quiso construir en su Argentina contemporánea el país soñado por los fundadores de la nacionalidad.

¿No advertimos un anticipo de las soluciones de nuestro tiempo en el anteproyecto de nacionalización de frigoríficos que redacta, por su encargo, el ministro de Agricultura Vargas Gómez, en agosto de 1922, proyecto que autoriza al Estado a expropiar plantas industrializadoras y a elaborar las carnes en los establecimientos oficiales por cuenta de los productores, que debían percibir su integro valor? En los fundamentos se analiza la acción del monopolio y se fijan directivas que siguen vigentes: «precios retributivos para el ganadero; carne barata para el consumidor nacional».

De nada valieron los esfuerzos de la Unión Cívica Radical ante la obstrucción parlamentaria de las derechas, que querían colocarnos, «en materia de carnes, en situación de colonia inglesa». Las leyes de 1923 fueron simples paliativos. Se concretaron a la ley de peso vivo y a las de precio mínimo, de fugaz aplicación, y de contralor de empresas frigoríficas, cuestionada judicialmente.

Los debates de 1928 exhibieron la posición conservadora, y ante la pretensión de sometimiento a la fiscalización sanitaria del Reino Unido, el Radicalismo defendió nuestra soberanía y denunció la política de los frigoríficos, que nos subordinaba al mercado de Smithfield.

Retorno de la oligarquía. El movimiento de 1930 restableció a la oligarquía en la dirección del Estado. A la

solución de los problemas argentinos dentro de nuestra tierra, la minoría fraudulenta prefirió el camino de la entrega. Así llego a Londres, en 1933, declarando que económicamente éramos parte del imperio británico. Para asegurar una cuota de importación de carnes, liberada de gravámenes, signó pactos lesivos de nuestra soberanía y de nuestro porvenir. Régimen profesional para las importaciones británicas, cargas aduaneras para la introducción en el Reino Unido de productos agrícolas industrializados en nuestro país; protección para las inversiones británicas (Banco Central, Coordinación de Transportes y Corporación de Transito), paralización del desarrollo de los yacimientos petrolíferos, que luego habría de concretarse en los acuerdos; reconocimiento al Reino Unido del derecho a prorratear las cuotas de nuestra exportación de carnes entre los frigoríficos extranjeros instalados en el país argentino, todo esto constituye un borrón indeleble de nuestra historia.

Bajo la presión de los productores, el gobierno se vió obligado a tender una cortina de humo. La Junta Nacional de Carnes debía fiscalizar las actividades de los frigoríficos, más se la integró con representantes directos de estos, de los grandes invernaderos en estrecha comunidad con aquellos, y del gobierno, igualmente allegados a los mismos intereses. Esta Junta Nacional trabó el funcionamiento de la Corporación Argentina de Productores de Carnes, postergando su constitución, restringiendo sus recursos, limitando su cuota de exportación y otorgamiento a los grandes invernaderos una situación de privilegio en la dirección de los organismos.

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Los debates de 1934 y su dramático desenlace en 1935, revelaron el clima de entrega que reinaba en las esferas oficiales; el «respeto a las situaciones creadas», según la pintoresca calificación del ministro de Agricultura; los beneficios que estas situaciones reportaban al núcleo de los grandes ganaderos y la acción corruptora de los frigoríficos.

La requisitoria del senador Lisandro de la Torre forzó a la constitución de la CAP, hasta entonces detenida. La nueva organización ampara a los pequeños productores tratando de salvaguardar a los mercados de concentración de haciendas; extendió su acción a la Patagonia y a la Mesopotamia, impulsando su economía ganadera, y trató de adquirir una red de frigoríficos y de aumentar su cuota de exportación. No pudo alcanzar la plenitud de su eficacia por el bloqueo de la Junta Nacional de Carnes, asistida del Poder Ejecutivo, y por los conflictos internos que tramaron los grandes invernaderos. No obstante sus fallas de constitución, el funcionamiento de la CAP probó la capacidad de los productores para efectuar la comercialización y transformación industrial de las carnes y probó también que las dificultades se exageraban artificialmente para favorecer la pervivencia de los intereses internacionales de las «situaciones creadas».

En la línea de dependencia. Los gobiernos emergidos de la revolución del 4 de junio siguieron un camino

zigzagueante cuyo saldo fue el fortalecimiento del monopolio de los frigoríficos, del favoritismo a los grandes invernaderos y de la dependencia de los productores. La intervención de la CAP suprimió la competencia dinámica en los precios de exportación. Durante años el pueblo argentino pagó en subsidios acordados a los frigoríficos el aumento de salarios a los obreros de la carne. Los extranjeros y de los sectores nacionales del privilegio quedaron intocables y afianzados.

El gobierno evidenció su incapacidad para concretar una auténtica política emancipadora. La gravitación del déficit energético provocado por el aumento de consumo derivado del progreso general y de la extensión de una industria liviana desprovista de su previa base de combustible, y la dilapidación de las reservas monetarias, le condujeron a la línea de dependencia heredada de sus predecesores y le llevaron a la concertación de convenios ruinosos. Debió entregar en 1949, la producción de carnes a los precios y condiciones impuestas por el único proveedor posible de petróleo y carbón en las duras circunstancias de indefensión económica y financiera creadas por su propia responsabilidad. La persistencia en errores fundamentales de su propia orientación económica le forzó a aceptar la inconvertibilidad de la libra esterlina que obstruye la provisión de elementos reproductivos - maquinarias industriales e implementos agrícolas-, estancando así la fecundidad creadora del país. Y si en los últimos meses ensayó una resistencia frente a Gran Bretaña, fue cediendo en cambio a las exigencias políticas y económicas de los Estados Unidos: ratificación de los pactos de Río de Janeiro y garantías para las inversiones norteamericanas, entre las que se encuentran, en primer plano, los frigoríficos de ese capital. Así el gobierno comenzó por consentir en el traslado de la sede de la Swift a Norte América. A pesar de ello y de la prolongada pugna, el resultado final marca una nueva declinación y una nueva contracción en los valores que se incorporan al país. El aumento de 32.5 libras esterlinas por tonelada larga de carne no compensa la devaluación de la moneda inglesa, que requería un aumento de 45 libras por tonelada para

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alcanzar la paridad con el precio anterior. Convirtiendo los precios a la moneda universal de la hora, el dólar, no existe aumento, sino una disminución de veinte dólares por tonelada. Y si computamos valores económicos, en la contrapartida de petróleo, tenemos que en 1949, hasta la devaluación de la libra, recibíamos 17.5 kilos de combustible por cada kilo de carne y ahora sólo quince, es decir, 14.3 por ciento menos. Claro está que esta rebaja del precio real se encubre con un aumento del precio nominal en pesos papel, siguiendo el ritmo de la inflación que el régimen pretende postergar las consecuencias del desequilibrio económico. Y claro esta también que el régimen sigue sustrayendo a los productores una parte substancial de su trabajo mediante las diferencias del control de cambios.

Consolidación de los frigoríficos. Secuela de las exigencias internacionales es la consolidación de los frigoríficos,

uno de los motivos propulsores del Instituto Ganadero Argentino. La nueva legislación anula a la CAP, instituye un sistema que costean los productores, pero dirige la burocracia oficial, que tendrá manos libres en su orientación y en la aplicación de cuotas para el consumo interno y la explotación; elimina la competencia para esta última; permite imputar al fondo de reserva los quebrantos que sufran los frigoríficos, como acaba de ocurrir con el decreto que ayer se publicó, y les abre las puertas del dominio del mercado interno al establecer que «podrán desarrollar su actividad y proyectar hacia el interior del país».

La vieja pretensión de los frigoríficos de llegar al control del consumo, que les llevo hasta las actividades de «dumping» denunciadas en el debate parlamentario de 1935, encuentra ahora respaldo legal y ya se concretan ordenanzas tendientes a instituir monopolios locales, como ocurre en Bahía Blanca. El gobierno resguarda la concentración en la zona portuaria y protege a frigoríficos anticuados cuyo carácter antieconómico incide sobre el rendimiento de la producción en el orden provincial las tentativas han sido frustradas. No se ha instalado el frigorífico de Quequén, cuya construcción se dispuso en el Plan Trienal, y la planta de Trenque Lauquen fracasa por la ineptitud burocrática. El cumplimiento de los compromisos contraídos absorbe el saldo exportable y traba la apertura de nuevos mercados que permitan una futura autonomía al comprador único. La industrialización integral de los subproductos en el país no interesa a los frigoríficos, garantizados en sus ganancias. Las vísceras se exportan en bruto para el servicio de la industria química inglesa o norteamericana, perdiéndose así trabajo y divisas. El mal estado de la red ferroviaria encarece los costos y aísla a las provincias, dificultando el desarrollo del consumo interno.

En plena involución agraria. Los caracteres generales de la situación agraria señalan una involución que

condena al gobierno que la promueve. Sigue intangible el régimen de la tierra. Por cada latifundio que se divide, se reconstruyen varios, donde se fijan y asientan los oligarcas de nuevo cuño. Los grandes capitales pujan por el dominio de la tierra, y los productores, por las buenas o las malas, son arrojados hacia los pueblos y ciudades. Desaparecen las explotaciones tamberas, surgiendo serias dificultades para la alimentación de nuestro pueblo. El área sembrada con trigo, maíz y lino se ha reducido en diez años de 4.370.000

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hectáreas, o sea el; 37%. El aumento de avena, cebada y centeno y de los cultivos industriales llega solo a 1.238.000 hectáreas. La superficie no sembrada y restituida a la ganadería es superior, en consecuencia, a los tres millones de hectáreas. Pero la capacidad productiva del campo ganadero también. Por falta de máquinas, de hombres y de estimulo, de las praderas artificiales se regresa a las naturales.

En ese vasto panorama se afirma la preponderancia económica de los grandes invernaderos. Los pequeños criadores, que no pueden completar el ciclo de la explotación con la invernada, por falta de recursos o de campo apto, se hallan limitados por las medidas oficiales que regulan el mercado interno, restringiendo la venta de terneros. Sin un plan que equilibre a los distintos factores de la ganadería y la transforme de extensiva en intensiva las medidas oficiales favorecerán aún más a los sectores del privilegio. Asistimos a una nueva devaluación del esfuerzo humano. Bajo los signos de la revolución justicialista sigue imperando la vieja realidad y recogen la parte del león las expresiones criollas de la gran propiedad y las internacionales del capital monopolista.

El nuevo régimen ha puesto al hombre al servicio de la estructura forjada al calor de la injusticia. Sigue en el cauce del viejo régimen, sin un plan de fondo ni una idea madre, cuando nuestro país esta grávido de una empresa de aliento patriótico que coloque a la economía y a la estructura social al servicio de la Nación para exaltar la condición del hombre.

Una nueva construcción económico - social. Tengamos el valor de romper la falsa aureola de los intereses creados y de penetrar

en el clima histórico de la época, yendo al fondo de nuestros problemas. Quebremos su raíz, el latifundio, la injusta distribución de la tierra. Recojamos la bandera que Yrigoyen nos legó en las vísperas de su caída como un mandato para las futuras generaciones. «Las riquezas de la tierra, como la del subsuelo mineral de la Nación - dijo-, no puede ni debe ser objeto de otras explotaciones que las de la Nación misma». Coloquemos la tierra al servicio de la sociedad y del trabajo como elemento fundamental de la producción nacional. Que la haya para la radicación de todos los productos y de las expresiones del trabajo rural.

Sobre esta nueva base, ha de remodelarse la explotación agropecuaria, tendiendo a sus formas mas evolucionadas; que se substituya en nuestra provincia, en las zonas climáticas adecuadas, la explotación extensiva en la que prevalece el factor inmóvil de la propiedad, por la intensiva, que liga al hombre a la tierra, acrecienta la capacidad de nuestros campos, de vida y extiende las posibilidades creadoras del trabajo humano.

Yo concibo a la Buenos Aires del mañana, como un emporio de granjas, en que se diversifique y vincule entre si a las distintas ramas de la producción, para asegurar el amplio desarrollo económico del país y el bienestar de la familia agraria. Que nuestra riqueza pecuaria sirva de base a la potente industria lechera, que debiera constituir el renglón esencial de nuestra exportación. Que cese el envió de forrajes en bruto hacia el exterior, que en otros países se convierten en carnes y productos competidores con los nuestros, cuando esta transformación puede y debe realizarse dentro de nuestras fronteras. Que los productores y el país tengan el control de los órganos de comercialización e industrialización de las carnes. Habrá que nacionalizar a los grandes frigoríficos, a lo que se opuso el régimen en el último debate en la Cámara; desmantelar aquellos anticuados y

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reestructurar el sistema. A la concentración de los frigoríficos, que obedecía a una concepción semicolonialista, y al faenamiento primitivo y antieconómico, debemos reemplazar con un plan armonioso, que contemple la industrialización en las grandes regiones productoras, el transporte de las reses hacia los centros del consumo interno y del excedente hacia el exterior, y la utilización exhaustiva de los subproductos, hasta en sus aspectos más avanzados, como en la industria química o en la apoterápica.

Habrán de ser los productores quienes administren el sistema, con la participación de sus empleados, obreros y técnicos, Así como del Estado para defender el consumo y asegurar el interés nacional. Nadie mejor que los propios interesados podrán garantizar el valor del trabajo y el más alto índice alimenticio de nuestro pueblo.

Esta construcción económico-social expandirá la economía nacional y afirmará la prevalencia de los derechos del género humano sobre los intereses del privilegio, en cumplimiento de la promesa sanmartiniana. Requiere la realización simultánea de una política energética e industrial que nos proteja de la coacción internacional de los monopolios proveedores y una conducción exterior que afiance nuestra soberanía, para defendernos de la coacción internacional de los monopolios compradores. Un país libre en su destino y en su economía, que organice sus bienes para la justicia y su vida para la dignidad y la libertad de su pueblo. Esta es nuestra meta y nuestro pacto con la historia y el porvenir de los argentinos.

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5. Los Obreros

Discurso pronunciado en Avellaneda el 11 de agosto de 1951, al inaugurar el Primer Congreso Gremial organizado por el Comité Provincia de Buenos Aires de la Unión Cívica Radical.

Desde todos los rincones de Buenos Aires, hombres del trabajo en todas sus

expresiones, dejaron sus hogares, el sitio de sus afectos, en lugar de su preocupaciones, para reunirse aquí en uno de los momentos mas graves de la existencia nacional.

Los vientos amargos de la época, aquellos que creíamos que no podían cruzar la vastedad del océano, han llegado hasta nuestra tierra y nos plantean los problemas dramáticos de la hora.

Aún la Argentina no se había organizado en la vigencia de su democracia política, aún estábamos combatiendo por la verdad institucional y los principios de la constitución, cuando las limitaciones de la democracia restringida al campo político, que habíanla quebrantado en Europa, trajeron su debilidad y falencia a nuestro país, donde todavía era una aspiración inalcanzada.

El desarrollo de las ideas revolucionarias de la Francia del 89 difundió el régimen del capitalismo liberal: la economía libre, la separación de los poderes y las libertades civiles y políticas del hombre. Más la expansión de las fuerzas de la economía liberada, condujo a la gran concentración capitalista, a los monopolios, y en su vinculación con el poder político a la lucha declarada por los mercados y al imperialismo, es decir, a la creación de las fuerzas nuevas del sometimiento de los hombres y de los pueblos.

Concluida la guerra del 14-18, la crisis del mundo contemporáneo se hizo más intensa. Con la caída de las últimas dinastías absolutistas creíase llegada la hora del triunfo de los ideales de la libertad, igualdad y fraternidad proclamado por la Revolución Francesa.

Los pueblos luchaban por extender las funciones de la democracia en sus realizaciones de felicidad y justicia. En el viejo imperio de los zares anunciábase el rojo resplandor de una nueva Revolución. El recuerdo de los viejos despotismos parecía sumergirse en la sombra de los tiempos. Pero en Italia rebrotó su antigua y maldita planta.

El nuevo despotismo.

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¿Como apareció el moderno despotismo? ¿Acaso invocado la pretensión de un

hombre o de un grupo para regir a su arbitrio los destinos de la colectividad y llevarla a las aventuras de su esperada vanidad de mando? Si así hubiera sido, no habría encontrado un solo italiano que le prestase apoyo. El despotismo pudo resurgir en sus nuevas formas y tomar ambiente popular alzando como banderas los sufrimientos y esperanzas de los hombres humildes, el sentimiento nacional y el clamor revolucionario, que es el signo de la época. En nombre del trabajo y sus derechos y denunciando la falla de la democracia liberal para eliminar las angustias del hombre, pudo llegar al poder y desde allí iniciar la paulatina destrucción de las libertades esenciales. El triunfo del fascismo fue posible, fundamentalmente, porque las fuerzas democráticas no supieron recoger las aspiraciones profundas del pueblo y abrir, dentro de la libertad, horizontes claros a sus ansiedades de justicia. La dictadura se nutrió en la desesperanza de los hombres olvidados y levantó como estandarte la reivindicación de los derechos obreros, ¿cual fue el lema permanente de Mussolini? Italia proletaria y fascista. ¿Cual su gran cartel de propaganda? La carta del laboro, nuestros «derechos del trabajador». ¿Cual su órgano de conducción de masas conforme a la voluntad del estado totalitario que constituyo? La confederación general del trabajo italiano.

Siempre recuerdo la denominación del partido que asoló la noble tierra alemana: partido obrero socialista nacional alemán. Cuando Hitler tomo el poder, su primer cuidado fue copar los sindicatos y organizar las masas obreras en el «frente de trabajo» que dirigió el Dr. Ley. Es decir, que el tipo de organización política y social que esta padeciendo la Argentina tiene sus antecedentes inmediatos en los totalitarismos que afligieron a Europa y que en una hora decisiva amenazaron sedar las raíces de nuestra cultura y las más altas expresiones de nuestra civilización.

El cuadro argentino. La lucha esta en Argentina. Es un balde que no queramos comprenderlo. llega a

nuestra tierra en 1943, cuando padecíamos, en muchos aspectos, condiciones similares a las que contribuyeron al nacimiento de los regímenes de Italia y Alemania. El pueblo había perdido con el sufragio el resorte de su gravitación política. Los gobiernos surgidos del fraude vivían en estado de inaccesibilidad social. Hallábase latente la voluntad de emancipación nacional frustrada por los grupos oligárquicos que tenían sus ojos fijos en las centrales económicas y espirituales de Europa y del norte del continente. ¿Que hizo la sedicente Revolución? Levanto como señuelos las aspiraciones de nuestro pueblo, los sueños de la nacionalidad. Las grandes banderas que concitaban las mejores esperanzas Argentinas fueron usadas como tema de la propaganda oficial, en servicio de un régimen incompatible con la dignidad del hombre. Pero son las grandes banderas de la república.

La técnica de captación popular fue idéntica a la utilizada en los experimentos precursores. En 1944 nuestros trabajadores vivían en una situación económica sin alicientes, sofocante y aun suburbana para una gran parte. El régimen resolvió reivindicaciones inmediatas, agitando sus decisiones de emergencia como recursos de seducción, al tiempo de declamaba una antisotante fraseología revolucionaria. Nunca critique a quienes le creyeron. Conozco al país y a sus gentes. Vivo en una zona agraria e

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industrial y he sentido las amarguras de los juntadores de maíz en los años duros y tristes de 1932 a 1937. He visto el fracaso de los hombres y de las cocechas. Levantaban una tienda improvisada bajo una chapa de zinc, junto a los pródigos maizales del norte y del oeste chacareros. Allí iba el hombre, la mujer y los hijos en que retoño el amor, en los meses inclementes de las lluvias y el frío, del granizo y las heladas, sin vivienda ni vestimentas adecuadas, sin alimentos suficientes. Tres meses de trabajo de sol a sol, en condiciones primitivas, que hace tiempo debió sustituir el progreso técnico, y cuando, con ropa raídas, regresaban al rancho, al borde del pueblo, solo quedaba lo necesario para el cambio en sus ropas, que ya no podían cubrir la desnudez por otras que habrían de usarse hasta las nuevas cocechas.

La gran migración. Mientras tanto, comprimidos en las escasas e intermitentes perspectivas de trabajo,

¡qué incertidumbre para alcanzar el sustento diario y proveer a las necesidades primarias del hogar! Eso fue hasta 1939. La guerra mundial trajo un avance de la incipiente industrialización. Un día, el muchacho mayor trepó en un tren de carga y fue hacia lo desconocido, hacia las luces de la gran ciudad. Encontró trabajo y regresó en búsqueda de sus padres. Se radicaron aquí, en esta agregación de cosas que esta fabril y pujante Avellaneda, o en medio de la acumulación gregaria de hombres y mujeres que rodean a Buenos Aires. El maicero bonaerense se encontró con el peón de la estancia correntina y el hachero de Santiago. Vivían mejor. Eran los obreros improvisados de una industria improvisada. Llego la Revolución. Mejoró su sueldo. Excitó sus resentimientos y describió el cuadro de una modificación sustancial. ¿Por que no habrían de entrergarle su esperanza? Comparaban sus niveles de vida, del 32 al 39, bajo los gobiernos de la oligarquía conservadora, cuando el resultante de su mayor salario y con las perspectivas de un futuro entrevisto con optimismo. Yacían apiñados, promiscuamente, casi en pocilgas, pero vestían y comían y gozaban de paseos, que también forman parte de la vida. Creyeron en la palabra dorada de la Revolución y le entregaron el mandato de realizar la soñada transformación de la existencia Argentina, que había sido la empresa libertadora del Radicalismo, impedida por el fraude y la fuerza, que distorcionaron el rumbo del país a partir de 1930.

No hay mayor injusticia que inculpar a esos compatriotas. Son carne de nuestra carne. Merecen nuestro respeto. Fueron siempre la parte más sufrida y doliente del pueblo argentino. Yo les tiendo la mano en sus errores, que son el resultado de los errores de la comunidad, en sus aspiraciones fecundas y nobles a una existencia digna, que son las aspiraciones por las cuales el Radicalismo luchó una lucha que tiene más de medio siglo de sacrificio. Quien así no piense olvida la trayectoria radical, y aunque se titule argentino, luche por la libertad y se coloque sobre el pecho una gran escarapela partidaria, esta ajeno al sentimiento intimo de fraternidad que alienta en nuestra emoción nacional.

El apoderamiento de los gremios.

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La adhesión de grandes sectores populares al Régimen, se creó al calor de los conceptos revolucionarios, de ventajas inmediatas y del monopolio informativo - arma predilecta de las dictaduras-, que logró sembrar la confusión acerca del Radicalismo y de sus realizaciones, sobre todo bajo la égida de Yrigoyen. ¿Por qué hemos de culparles del desconocimiento de Yrigoyen, si hasta se le ignora en nuestras filas? Releía días pasados sus documentos inaugurales del congreso y sentí el drama del orientador del Radicalismo, incomprendido por sus opositores y tanta veces por sus mismos partidarios. Ahí están sus mensajes, su idioma, impregnado de hondo sentido humano, sus concepciones de revolucionario intuitivo que entrevé nuevos panoramas para la civilización; su lucha contra el senado, último bastión de la oligarquía, que resiste los embates del espíritu nuevo que él representaba. Nosotros podemos levantar como emblema esa lucha y sus móviles, su sentido moral, que no se detiene en la moral formal de las costumbres, sino penetra en la moral profunda de la justicia. ¡Cuantos trabajadores, sobre todo jóvenes, que creen ser adversarios nuestros, quedarán sorprendidos de esta ejecutoria del Radicalismo, concebida como una concitación de las fuerzas morales para la construcción de un país justo, digno y libre! ¡Cuantos trabajadores que se encuentran todavía al otro lado de la trinchera, no tardarán en comprender en la firmeza, reciedumbre y perseverancia de sus compatriotas radicales descansó la salvación de la república y su propia salvación! Como en Italia y Alemania, el régimen consagró una preocupación central al apoderamiento de los sindicatos. La satisfacción de reclamaciones inmediatas le sirvió para disolver en el triunfo aparente del minuto la desazón por una organización social que no se ajusta a fundamentales requerimientos humanos. Así efectuó sus primeras conquistas, en adhesión espontánea a veces, y forzadas otras. El poder sindical, organizado verticalmente, constituyó el soporte principal de aquella dictadura. Del mismo modo, en la Argentina es la base del régimen. La tarea previa para el restablecimiento de la democracia consiste, pués, en la recuperación de la autonomía gremial, en el desarme del gran aparato sindical de conducción totalitaria, que ahoga la espontaneidad creadora de la organización obrera y la coloca en el campo de la opresión y de la injusticia..

El Radicalismo ha venido cumpliendo una función de esclarecimiento popular en medio de dificultades extraordinarias. De nada valdrá, sin embargo, sin una organización adecuada que transforme ese estado de conciencia en acción tendiendo a establecer las condiciones indispensables para la vigencia del espíritu y de las instituciones democráticas. Esta organización es urgente. En los años 1951 y 1952 se pondrá a prueba la vitalidad del sistema, ya que las circunstancias económicas le obligarán a exhibir su verdadera naturaleza y su trabazón de intereses con la oligarquía financiera e industrial que engendró.

Las dos oligarquías. El patrimonio natural del pueblo argentino consistía en sus tierras, vasta y fecunda. En la segunda década de nuestra historia independiente planeóse un régimen

agrario que reservaba su dominio como garantía del futuro. Llegó Rosas y se le cancelo. Comenzó la dilapidación de la tierra pública, asignándose la porción del león a los corifeos de la dictadura. Acentuada la oligarquía, bajo Roca, que simbolizo la prevalencia de los intereses materiales, se consuma el despojo, enajenándose inmensas extensiones de tierra. Nuestro país, durante tres generaciones, y vaya a saber cuántas más tendrá que sacrificarse

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en el rescate para el trabajo de la tierra Argentina, que fue convertida en la base económica del privilegio bajo los signos de Rosas y Roca.

En el curso de nuestro desarrollo nacional llega la etapa industrialista y el país sufre la reedición de la misma deslealtad. Por el uso discrecional del crédito, las manipulaciones monetarias, el control de la política económica y la disposición de los resortes políticos y administrativos se acelero en términos impresionantes el proceso de concentración económica y se ha constituido una oligarquía financiera industrial, surgida al amparo del régimen y asentada en las posiciones llave del nuevo ordenamiento. Rosas, Roca y Perón. Tres nombres distintos, pero una sola realidad: la subordinación de los derechos del pueblo y de las exigencias del porvenir nacional al privilegio de minorías protegidas por el poder político.

La verdadera índole del régimen. En los años propicios de la postguerra un aluvión de oro se volcó sobre el país. El

régimen pudo encubrir su entraña capitalista distribuyendo a los trabajadores parte de los saldos del proceso económico, en tanto se formaba a ritmo vertiginoso la nueva estructura oligarquiaca, hacia la cuál canalizó los valores de la producción y las expensas de los consumidores. Ahora han cesado los sobreprecios en el mercado internacional; de las reservas de oro y divisas solo queda el recuerdo y la nostalgia de todo lo que pudo haber sido; se acentúa la desorganización económica y la carestía de materias primas; la esquilmación del campo llevó a la involución agraria y a la crisis de la producción, cuyas consecuencias presionan junto a la crisis del transporte y de la energía. Se configura el cuadro de una crisis general provocada por la conducción económica del gobierno, por sus errores e ineptitud. ¿Como resuelve el gobierno la situación? Con una persistente desvalorización monetaria arroja el peso de la crisis sobre las espaldas de los trabajadores. ¿En qué terminan las supuestas conquistas obreras? Se diluyen en la inflación, que corroe día a día el nivel de vida de nuestros hombres y mujeres.

La actitud frente a la moneda define a un régimen. Gobierno de tipo popular, identificado con los hombres de trabajo, es aquél que se esfuerza en mantener el valor del signo monetario porque influye en el valor de la vida humana. Cuando no se tiene otro recurso que el trabajo del músculo o de la inteligencia, nuestra cuota de bienestar se halla en relación con la capacidad adquisitiva del sueldo o del salario. Gobierno que la rebaja es gobierno que esta al servicio de los poseedores. Quien tiene la máquina, la casa o el campo, en la misma medida que disminuye el valor de la moneda, ve acrecentado el valor de la máquina, de la casa o del campo. A la luz de estos conceptos resalta la caracterización del régimen y se comprende donde concluirá su decantada política obrerista. Cada día se arroja al torrente circulatorio entre 8 y 10 millones de pesos. Así se mantendrá un estado artificial de euforia hasta los próximos comicios generales. Llegarán después las consecuencias de un desequilibrio total en el proceso económico y en el proceso financiero, pero habrá pasado el trance electoral. Sera el canto del cisne de un régimen que agoniza en la mentira y en el engaño de los contingentes de los más sufridos, que debieran serle los más respetables, aquéllos que le entregaron la fe y el poder para realizar sus esperanzas de redención.

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La resistencia obrera. Yo saludo en nombre de la Unión Cívica Radical a los trabajadores que resistieron

la ofensiva del régimen para ocupar los últimos islotes de la libertad sindical; a los trabajadores portuarios, a la federación obrera de construcciones navales, que dictan alto ejemplo de dignidad obrera al mantener durante meses una huelga en solidaridad con sus compañeros del puerto; a los gráficos, cuyo combatividad no se ha extinguido, porque la tradición universal de este gremio esta enraizada con la historia de las reivindicaciones humanas; a los ferroviarios, que tan brillante ejemplo están ofreciendo; a los hombres de la Unión ferroviaria de filiación radical, que están sentados en esta asamblea y padecieron la cárcel de Villa Devoto por defender el decoro y los derechos de los trabajadores del riel; a los hombres de la fraternidad, la vieja asociación, honra de la organización obrera; a los viejos maquinistas que en vísperas de su jubilación dejaron sus puestos; no en reclamo de mejoras económicas sino en defensa de principios de libertad, del derecho de seguir siendo fraternales, hermanos, en una institución que era modelo para el gremialismo de América. A los cientos de fraternales que en estos momentos yacen en las cárceles, en los destacamentos de gendarmería o hacinado en vagones ferroviarios, cruzando campos o trasponiendo fronteras, yo los veo regresar a sus hogares, a su trabajo, triunfantes y orgullosos, porque dieron lo mejor de sí en una hora crítica de la existencia nacional. Los veo, piloteando a sus máquinas, mirando con la frente altiva a sus hermanos, porque en la hora de las decisiones revelaron estar templados en los ideales que ennoblecen a la especie humana. Volverán a pilotear sus organizaciones. Volverán los hombres de la Unión ferroviaria y de los demás gremios no a hacer política radical - eso seria caer en la falacia y en las mentiras del régimen- sino a defender la causa del trabajo.

Las exigencias de la hora. Frente a esta realidad, el radicalismo debe examinar las nuevas exigencias de la

hora. ¿Puede seguir luchando con sus antiguos métodos, cuando la contienda se circunscribía a al terreno cívico? ¿Es posible que frente a un sistema que libra una guerra total, nos limitemos a actuar en el escenario político, como si no rigieran nuevas condiciones forjadas por esta expresión criolla del fascismo?

La democracia procura poner en movimiento a las energías creadoras de la sociedad; parte desde el hombre, y las encausa y coordina a través de los partidos políticos y de los grupos representativos de la actividad social. El estado es la resultante último, el agente de la comunidad para realizar el destino nacional. El régimen tiene otra filosofía política, que identifica su médula totalitaria. Intenta imprimir su rumbo a todos los aspectos de la existencia nacional. Las direcciones se irradian desde un centro conductor. El Estado se transforma en dueño de la comunidad, que pretende conformar, en su cultura, en su economía, en sus estructuras sociales, el arbitrio del grupo que ejerce el control. Para ello necesita disponer de los centros de gravitación en la vida social; sindicatos, prensa, escuela, cine, radios, universidad, instituciones culturales, deportivas, cooperativas, todo cuanto interviene en la formación del espíritu del hombre y en la orientación de la actividad común.

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¿Es posible que consiéntamos pasivamente la captura de los centros del poder social y creamos - aceptando las formas falaces de una seudo-democracia que cumplimos nuestra responsabilidad ciñéndolos a la fase electoral? O tenemos el deber, antes de que se ahonde la huella de las técnicas de captación social, no solo de denunciarlas, sino de combatirlas en el terreno de la acción, en el sindicato, en el deporte, en la formación espiritual? Si toleramos que el régimen tome posesión plena de la vida nacional, el acto electoral, aunque se realice en libertad no será reflejo de la conciencia pública, sino de los factores de poder que la encasillan y dominan. Sería algo así como quien en un partida de ajedrez aceptara que el contender ubicase las piezas a su placer; quedaría irremisiblemente derrotado. Lo mismo ocurre en el complejo tablero de la república.

La batalla actual no es por el sufragio, es por el alma de la gente y el control del país. No se detiene en el marco de los poderes clásicos de la organización política, sino incluye a los poderes reales de la sociedad contemporánea. No se juega en las vísperas electorales, sino en cada minuto del año y en cada trozo de nuestra tierra. El teatro de nuestra lucha es el espíritu de cada hombre. Para defenderle en su dignidad tenemos que combatir en todos los sectores y en todos los lugares, con una estrategia adecuada a la naturaleza de los hechos.

La lucha por la autonomía gremial. En los estados totalitarios los sindicatos no son órganos de expresión de los

trabajadores, sino el mecanismo de conducción de las masas obreras conforme a los dictados del gobierno. Este es el «rol» que cumplen en la Argentina. Por eso la lucha por la libertad sindical es uno de los aspectos sustanciales de la lucha del radicalismo por la creación de un orden democrático. No pretendemos transformar a los sindicatos actuales en sindicatos radicales: seria hacer peronismo al revés. Nosotros queremos que los trabajadores radicales actúen en la vida sindical para conquistar una de las condiciones fundamentales de la democracia: la autonomía gremial.

Esa lucha no puede cumplirse aisladamente; debe disputarse organizadamente. No comprender el momento decisivo que estamos viviendo, es caer en ceguera. Se están jugando batallas que afectan a los principios esenciales de la nacionalidad y esta gran fuerza Cívica representativa del espíritu argentino no puede seguir ausente del curso de las acciones.

Recuerdo un episodio vinculado a mis funciones en la dirección del Radicalismo provincial. Un día me visitaron los representantes de uno de los sindicatos principales del país. Eran peronistas, su organización adhería solícitamente a los personajes y consignas oficiales, pero no habían querido ceder su independencia. Más el régimen, en su plan de absorción, negó a sus propios parciales que dirigieran con autonomía uno de los sectores fundamentales del trabajo. Era preciso englobarlos a todos bajo la férula «cegetista», y mediante recursos de toda índole se impuso el allanamiento. Recién entonces descorrióse la venda que cubría los ojos de esos compatriotas. Disponían de una gran fuerza que asomaba la comprensión y a la realidad y quisieron defender a su viejo sindicato, Necesitaban la acción de todos los trabajadores. Cuando llegaron al Radicalismo tuvimos que bajar los brazos, impotentes, porque carecíamos del menor instrumento que posibilitase un esfuerzo coordinado de nuestros afiliados y simpatizantes.

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Nuestra tarea. Esta no es una tarea que se improvisa. Debe hacerse lenta y paulativamente. Hay

que formar los cuadros; despertar el espíritu de confianza; formar la conciencia y la responsabilidad. En los propios ambientes del trabajo y en cada sindicato hay que plantear los problemas, aquilatar los valores humanos y probar, en el esfuerzo cotidiano, la firmeza de nuestros hombres en la defensa de las aspiraciones obreras y de los intereses superiores del país. Esto no es obra de un día, ni de una semana. Requiere previamente una clara concepción de las nuevas exigencias de la lucha, de sus objetivos y de los métodos impuestos por las circunstancias que aflijen a la Argentina.

Cuando se sucedían las grandes contiendas de este año y del pasado y parecían los últimos baluartes del trabajo libre, pese a una resistencia muchas veces heroica, nos limitamos a nuestra adhesión y a nuestra denuncia, como si se tratara de conflictos gremiales de orden común y no de episodios salientes en el avasallamiento del derecho. Por falta de la indispensable organización el Radicalismo no puede seguir contemplando como un espectador los acontecimientos que definen el sentido sindical y cierran el cerco de nuestro pueblo. Si nos mantuviéramos en la misma conducta demostraríamos ignorar lo que ocurre a nuestro alrededor. Si no comprendiéramos la naturaleza y métodos del fascismo habrían caído en vano millones de hombres y mujeres en los campos de batalla y en las retaguardias de Europa; revelaríamos nuestra ineptitud para impedir que los mismos sucesos promuevan aquí las mismas trágicas consecuencias. Resulta inconcebible que no advirtiéramos esta realidad y no coloquemos a nuestra fuerza obrera en el plano de organización y de lucha reclamado para resistir con eficacia las enbestidas del régimen y rescatar progresivamente a las grandes organizaciones sindicales, a fin de que cumplan su función autentica al servicio de la dignificación obrera.

Este es el gran tema del congreso: señalar sus puntos de vista con respecto a la construcción nacional, pero señalar, ante todo, el tipo de lucha que debemos desplegar para contemplar nuestros objetivos políticos con nuestros objetivos sindicales, que son específicos para las agrupaciones que han designado a los delegados reunidos esta tarde. Esta concepción de lucha coincide con los grandes postulados del Radicalismo. No constituiréis cuerpos corporativos. En el partido, las decisiones emanan de sus órganos políticos, de sus asambleas y comicios; cada afiliado es un ciudadano igual en sus derechos. Pero el partido, fijada su linea política, nececita organismos de acción adecuada a las circunstancias de tiempo y lugar. No contemplamos la organización social escindidas en estamentos. Para nosotros no existe sino el hombre, la criatura humana, como punto de partida y finalidad suprema. Su causa es la causa del Radicalismo. Cuando tenemos que definir el sentido de nuestra patria y la filiación de nuestros ideales repetimos el lema de San Martín y afirmamos que nuestra causa es la causa del genero humano. En servicio de esta causa debemos ubicar a nuestras ideas y técnicas en el clima candente de nuestro tiempo.

La Argentina del mañana.

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Queremos que la organización de la Argentina del mañana, conforme al «nuevo espíritu», de que hablaba Yrigoyen, el hombre este revestido de su plena dignidad. Que «el dulce dogma de la igualdad», aquel que canta el himno que acabamos de entonar con tanta unción, sea una verdad, más no lo es cuando desde el propio seno materno queda demarcado un horizonte de desigualdad entre la vida que se gesta en mujer que sufre las privaciones de la miseria, de la restricción económica o de la ficción moral, y aquella otra que se forma en mujer acariciada por todas las bienaventuranzas. Que el acceso a la cultura no dependa de la condición económica de los ascendientes, lo que implica la injusticia de un privilegio asentado desde el punto de partida, sino de los valores individuales de la vocación y la capacidad para que sean ciertas las esencias de la democracia y el camino de la vida ofrezca amplia e iguales posibilidades a fin de que cada ser humano desarrolle en plenitud sus potencias morales, intelectuales y físicas. Que se extinga el miedo a la vida, el temor a la incertidumbre del futuro y rija una organización social que no coloque al hombre como una apéndice de la economía, sino subordine los factores económicos a los derechos fundamentales de la existencia humana.

Estamos asistiendo a una crisis de esta civilización, a una encrucijada de los tiempos. Desde el derecho romano llega la voluntad de dominio de los hombres por las cosas. El Radicalismo, desde sus orígenes quiso supeditar las cosas a los hombres. Alem sostuvo que siempre existían dos programas: el de los desposeídos y el de los poseedores. Cuando Yrigoyen realizaba la reorganización nacional sobre fundamentos democráticos dijo, en histórico mensaje, que habíamos conquistado la verdad política, pero debíamos conquistar los principios de la constitución social. En la primera etapa luchamos por derribar el poder político de la oligarquía criolla; en esta, por reabrir el cauce de mayo, derribar el poder económico de la nueva oligarquía enraizada, bajo los auspicios del régimen, con las expresiones de la vieja oligarquía y cumplir la promesa inicial promoviendo un porvenir liberado de todo injusticia y de toda opresión.

Una nueva época. En esta nueva época de la historia radical, los trabajadores tendrán una función

eminente. Aquí estáis vosotros, hombres del trabajo de Buenos Aires: decid vuestra palabra, organizad vuestros esfuerzos. Contribuyereis a la elaboración de los principios de esa constitución social aportando vuestros conceptos a la organización política del radicalismo y llevareis sus ideales y su espíritu a los lugares del trabajo donde se está librando tan dura y áspera lucha por la preservación de la condición humana. Yo os saludo con emoción, como quien recibe con vuestra presencia un abrazo de los tiempos que vendrán. Examinaréis las soluciones creadoras del Radicalismo y regresaréis a vuestros pueblos. Llevad este mensaje: decid a nuestros compatriotas que habéis diseñado la Argentina del mañana. Mientras en Europa, Asia y Africa, las concepciones que niegan la libertad y los derechos del hombre están debatiéndose en planos ajenos a la vida nueva ansiada por la esperanza universal, nosotros estamos aquí, bajo los signos adversos del presente, pero con ojos y corazón puesto en la azul lejanía, trabajando con fervor, con serenidad y con seguridad por organizar una Argentina digna del mundo nuevo que sueña la humanidad.

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6. La Mujer

Discurso inaugural del primer congreso femenino organizado por el comité de la UCR de la provincia, pronunciado en Lanus el 16 de agosto de 1951.

Contemplo esta sala con emoción. Desde distancias lejanas mujeres

representativas del Radicalismo de Buenos Aires han cruzado la vasta extensión de la provincia y llegado hasta aquí para acordar esfuerzos comunes y empeños patrióticos en la gran tarea de nuestra milicia cívica por la construcción de la nacionalidad.

En días inciertos la mujer se incorpora a la acción política; no a los derechos políticos, pues el ejercicio del sufragio en las condiciones vigentes no implica el ingreso a los derechos políticos. Sólo existen, en substancia, cuando rigen la libertad de expresión en sus diversas formas, la libertad de participación en todos los procesos de la vida republicana, la libertad de asociación, la libertad sindical, la libertad de formar el espíritu del hombre sin las trabas y coacciones del poder; y este conjunto de libertades, que hacen el clima de la dignidad humana, está ausente de la realidad Argentina. Por eso el sufragio, desprovisto de su basamento de libertades, es una ficción más, privada de su «rol» creador en la democracia constitucional.

Es un privilegio de la mujer vigorizar las fuerzas de la resistencia en momentos tan difíciles. Ha querido el destino que no llegase a la paridad, en el campo político, en horas de bonanza. Nosotros aspirábamos a que las instituciones nacionales siguieran un curso progresivo y en una jornada de afianzamiento de la cultura y de ascenso democrático, la mujer viniese a integrar la organización política de la República. No ha sido así. El Régimen pretende utilizar la presencia femenina para colocarla junto al hombre en el mismo plano de infortunio cívico, de negociación de los derechos esenciales, a fin de formar con ella un sector más de las muchedumbres que intenta manejar a su arbitrio con los artificios de la propaganda totalitaria. El Régimen recuerda el ejemplo clásico de las mujeres de Alemania, que en los comicios de 1933 determinaron el destino de aquel pueblo y la suerte del mundo, al consagrar con su voto el acceso de Hitler al poder, alcanzadas por las técnicas sociales en que era maestro el nazismo. Yo tengo la seguridad de que esa situación no ha de repetirse en la Argentina. No es verdad que la tortura implacable de la radio oficial haya logrado imprimir un sello definitivo en el alma de la mujer. Hay grandes energías que nacen del sentido profundo de nuestros hogares y del afán de libertad que esta

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vivo en el sentimiento nacional, que se oponen a los propósitos de quienes quieren destruir la capacidad de juicio autónomo en el espíritu de los hombres y mujeres de nuestra tierra.

La acción femenina en la Unión Cívica Radical. Con esta convicción el Radicalismo esta articulando, frente a la maquina

totalitaria, una organización humana que se adapta a las exigencias de nuestro tiempo y de nuestra lucha y móviles a los hombres y mujeres con conciencia de su responsabilidad. A ustedes corresponde una tarea trascendente: promover la intervención en la ardua gestión del partido. El Radicalismo no contempla el agrupamiento independiente de la mujer, sino la organización conjunta de todos los radicales, hombres y mujeres, porque ansia la plena realización de la doctrina democrática que considera al hombre, en su acepción genérica, como el objetivo y finalidad última y fundamental, al ser humano, en su unidad, con presidencia de su origen, confesión religiosa, condición económica o sexo.

Formamos estos organismos para facilitar el ingreso de la mujer Argentina a la vida política y no para separarla en su actividad cívica. Tienen una función transitoria, constituyen una etapa de tránsito y aprendizaje, impuesta por nuestras costumbres, y habrán de desaparecer luego de un período cuya duración señalará la propia experiencia.

Las mujeres se incorporan en una gran fuerza histórica que constituye un ejemplo democrático. En los duros años en que el país soportaba el gobierno de facto, el Radicalismo reestructuró sus instituciones, colocándolas a la altura de los grandes partidos que en el mundo marcan la excelencia de la hora. Afiliados de filas participan de nuestros comicios y asambleas; eligen a nuestras autoridades y candidatos y fiscalizan el cumplimiento de su mandato en las responsabilidades de la dirección partidaria o en el ejercicio de la representación pública ante los cuerpos políticos de la Nación, de la provincia o de la comuna. Las mayorías internas gobiernan, las minorías realizan el contralor y se hallan presentes en todos los cargos y candidaturas. El Radicalismo es la expresión colectiva de la voluntad de sus afiliados, cada uno de los cuales mantiene vivos los poderes de deliberación, de elección y de fiscalización. El partido es la gran herramienta de trabajo nacional, mediante la cual cada ciudadano proyecta su propio ensueño en la conformación de la sociedad Argentina. He aquí la democracia, la dignificación política del hombre y de la mujer. Cada uno vale en la medida de su valor moral, de su capacidad y de su vocación para la lucha.

Una experiencia precursora. Enfrente, como para acreditar el carácter del Régimen, se ha formado una inmensa

congregación de mujeres. Vale la pena que nos detengamos en su análisis porque es una de las experiencias más concretas del sistema totalitario que pretende edificarse. Vale la pena que examinemos a la luz de los episodios precursores de Europa. Esos ejemplos tienen que servirnos de lección permanente, a fin de ayudarnos a preservar a nuestra patria de los padecimientos que provocaron. ¿Como se formo el partido nazi? Un grupo de hombres acepto un conductor, un «fuhrer». Este designo en cada estado del Reich a un conductor regional, un «gauleiter» provincial, y este, a su vez en cada distrito, a un conductor local.

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Construida la pirámide con sus jerarquías establecidas se reclutaron adherentes. ¿Por que? ¿Para gobernar al partido nazi? De ningún modo. Para acatar las decisiones y actuar como un engranaje inanimado dentro de la máquina política erigida para el cumplimiento de la voluntad el «führer, del conductor preexistente, que ya dirigía antes de agruparse la fuerza deshumanizada que habría de ser el soporte del poder.

¿Como se ha manifestado en la Argentina, en el orden femenino la equivalencia del totalitarismo? Si ustedes evocan el ejemplo alemán y dirigen la mirada hacia lo que esta aconteciendo cerca de nosotros, en este momento, observarán una extraordinaria similitud. Una conducción nacional femenina del partido político oficial, preexistente, designa en cada provincia a su «gauleiter». Aquí se le llama delegada censista, para vincular su gestión en el juicio menos informado a funciones de Estado. La delegada censista nombre para cada pueblo a una subdelegada censista y esta, secretarias de unidades básicas. Recién entonces, constituida la vasta armazón, toma contacto con el pueblo en búsqueda de ciudadanas. ¿De mujeres que procuran imprimir con su voluntad política un rumbo al partido que integran? De ningún modo. Constituirán algo así como un rebaño humano que marcará el paso y será conducido en la forma que determine la dirección preestablecida. No se las congrega para afirmar el sentido de su dignidad cívica en el ejercicio de su querer político, sino para cumplir órdenes y realizar planes en cuya formación no intervienen, para transformarlas en muchedumbres sometidas, destinadas a dar viso democrático a un poder político de estructura dictatorial: no deliberan, no eligen, no fiscalizan.

El sentido de la nacionalidad. Tenemos el honor de resistir en nuestra tierra al traslado de los sistemas que

forjaron al horror de nuestro tiempo. De ese modo se gestaron en Europa los lúgubres sucesos que hicieron crujir los cimientos de nuestra civilización. Los mismos métodos se están empleando en la Argentina. Es un modo más grave en sus proyecciones que el de la época de Rosas. Abriga el mismo propósito de emplazamiento de un poder personal ilimitado, pero despliega técnicas más sutiles y actúa con mayor agilidad y capacidad de penetración. Es la tentativa de regreso a la Colonia, de disolución de las esencias nacionales fundadas en el respeto a la dignidad del hombre, que se realiza con su mayor eficacia y organicidad desde la Revolución de Mayo. En nosotros descansa no solo una fuerza política, sino el sentido nacionalista y más allá del sentido de la nacionalidad, la continuidad y gerencia de la lucha del género humano por dignificar y ennoblecer la condición del hombre. He aquí, opuestos, a los dos conceptos: aquel que quiero encasillar a la criatura humana, subordinándola al capricho del poder para moldear su alma y reducirla a resorte económico, a instrumento de acción, incluso en los planes siniestros vinculados con la disputa por la hegemonía del mundo. Y el otro concepto que viene enalteciendo al genero humano desde que el hombre se empinó sobre sus dos pies, desde que la cultura fue extendiendo los horizontes de su espíritu, desde que fue conquistando al precio de su sangre y del sacrificio de generaciones cada una de las libertades que integran el ámbito de dignidad que sueñan nuestras mejores esperanzas.

Estamos en medio del combate. No sentimos a veces su fragor. Nos volvemos a los recuerdos de hace pocos años y no advertimos la vecindad de los acontecimientos que ayer conmovieron, quizás porque la cercanía del bosque nos permite ver los arboles pero

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nos quita la perspectiva de la ofrenda que esta obscureciendo nuestro porvenir. Leíamos noticias de Alemania. Un niño denunciaba a sus padres ante la Gestapo. El pequeño retoño, erguido en sus siete u ocho años, ofrece a su padre o a su madre a la vindicta del Régimen. No alcanzábamos a concebir esta extinción de los sentimientos más puros, y sin embargo eran tan sencillo, lógico y explicable. Ese muchachito concurre a una escuela en la que el gran legado humanista de Alemania fue por la enseñanza política del nazismo. El maestro, la radio, la prensa, el cine, le enseñan que su patria estuvo postrada y avasallada por fuerzas internacionales en convivencia con despreciables aliados internos, hasta que un día apareció un salvador milagroso que rescató al pueblo alemán, y restableció su honor y felicidad. En blanda arcilla modela el Régimen. Una noche ese niño sorprende a su padre o a su madre copiando en mimógrafo o distribuyendo palabras de acusación a la tiranía o de exhortación a la resistencia. Con ánimo sobrecogido ve a sus seres queridos incursos en deslealtad a la patria, de acuerdo a la concepción impregnada en su espíritu. ¿Los denuncia, conforme a su deber, , o se complica en el encubrimiento? La mayor parte mantenía reserva, más con la conciencia desgarrada. Otros consumaban el sacrificio sublime, cantada por la leyenda, de entregar la sangre caliente de sus padres en holocausto al amor a la patria.

La lucha del genero humano. He ahí al proceso alemán. Ese proceso se está gestando en la vida Argentina. Lo

sentiréis mejor que nadie vosotras, que sois mujeres, consagrados ante todo a la formación del cuerpo y del alma de los hombres. La escuela politizada, la prensa, el cine y la radio difunden la misma semilla fratricida de división y de persecución con que se envenenó el alma del pueblo alemán. También en nuestras escuelas se enseña que nuestra patria estuvo sometida hasta la aparición providencial del libertador que le devolvió bienes y decoro., También, como Alemania, la propaganda oficial presenta a los argentinos adversos a sus designios como traidores, al servicio foráneo. Esa propaganda deja su huella aviesa. No creáis que sus consecuencias sean remotas. Pueden estar cerca. En el país no existen las condiciones de la democracia; el juego libre de opiniones que forja la conciencia pública. Se practican solo algunas formas en su última etapa: la emisión del sufragio. Si a pesar de todo el sufragio amenazare su estabilidad, el Régimen no suprimirá la urna - el espectáculo democrático le es útil-, pero intentará la aniquilación de la Unión Cívica Radical, acusándola, como ya lo hizo, de colaborar en fines antinacionales. Si se intentare disolverlo, el Radicalismo será más vigoroso que nunca. Podrán cerrarse sus casas y detenerse a sus dirigentes, más el sentimiento radical quedará indemne y fortalecido en el corazón del pueblo argentino. Veremos, entonces, trabajar el hombre al lado de la mujer, en el silencio de la ilegalidad, por mantener viva la trabazón orgánica de esta gran fuerza Argentina y cruzar las sombras de la noche para difundir el panfleto o el periódico que lleven la verdad o alienten la esperanza, afrontando las sanciones del decreto-ley de delitos contra la seguridad del Estado, estudiando con meticulosa previsión por los teóricos de la fuerza. Veremos como el conflicto que desgarraba el espíritu del niño alemán se traslada al niño argentino. ¡Y cuántos hijos señalarán a sus padres en la dramática convicción de salvaguardar la seguridad de la Patria! Ese crimen contra los sentimientos más tiernos no será la expresión de ese momento. Será la obra de estos momentos. Simplemente, el resultado final. La fractura del espíritu hasta malear su aptitud del resintió, el arrasamiento

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de la sensibilidad hasta quebrar los vínculos más sagrados no se logra en un instante; se elabora en el curso lento de los años. Nosotros estamos combatiendo a este proceso desde sus inicios, porque en nuestra lucha, no la de un partido político, sino la del género humano, resueltos a que en la Argentina no perezcan los ideales superiores que hacen noble y llevadera la vida.

Vosotros sentiréis esta lucha con más energía y fervor que los hombres, porque toca las cuerdas más intimas de la condición femenina. A veces los hombres declinan ante pequeñas ventajas inmediatas. Las mujeres no cederán un palmo cuando tengan sensación cabal de la índole de la batalla, cuando comprendan que está en juego el alma de sus propios hijos. ¡Guay del Régimen cuando nuestras madres quieran defender en la tibia carne en que florece la vida, con el escudo de sus brazos y el escudo de su civismo, al espíritu libre de la Argentina del mañana! Vosotras tenéis que llevar este sentido de la lucha a vuestros hogares. No necesitaréis discursos ni impresos, sino sentíros herederas del esfuerzo de centenares de generaciones que han sufrido para que la criatura de nuestros amores viva un mundo humano, distinto de aquél, bárbaro, en que imperaba la ley brutal de la fuerza.

Por una democracia. La recidiva de los antiguos despotismos encontró terreno fértil en las limitaciones

de la democracia política. Los dictadores pudieron enmascarar sus intenciones agitando banderas queridas a la esperanza del pueblo. Nuestra lucha contra el Régimen debe ser una lucha paralela contra las condiciones de injusticia económica y social que provocaron el surgimiento del Régimen. Luchamos por una democracia integral, concebida como ideal de vida, que contemple al ser humano como el objetivo supremo de la organización., Que tenga acceso en igualdad de oportunidades a todos los campos de la existencia individual y colectiva. Que desaparezca el miedo a la vida. Que la cultura no constituya un privilegio sino el derecho de la capacidad del trabajo y de la vocación natural, asegurando para todos, con prescindencia de la situación económica del hogar. Que la económica este organizada no en beneficio de los poseedores, sino del pueblo, centro de una comunidad que garantice plenamente los derechos de la vida, al trabajo, a la salud y al bienestar de todos los habitantes. Estos son los grandes conceptos del Radicalismo que implican una renovación de la democracia. Con esas banderas derrotaremos a nuestro episodio en la tentativa totalitaria de dominación mundial.

Las reivindicaciones femeninas. Si vosotras llegáis a esta lucha en un momento definitivo defendiendo

reivindicaciones comunes a hombres y mujeres, traéis también un conjunto de reivindicaciones que os son propias. Hace unos instantes me refería al comienzo de la lucha por la libertad. Un hombre, el más fuerte, dominaba una comarca, imponía su ley, su capricho, su designación. En lucha incesante se fue creando un estado de derecho y una organización social de justicia. Vosotras sois las últimas en llegar a tal situación de equidad. Sujetas a prejuicios y a la supeditación económica, sin derechos políticos para influir en la conformación social, habéis ocupado un sitio inferior en el desarrollo de la

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humanidad. Ahora llega el momento de las grandes luchas en la Argentina. Pero las mujeres argentinas luchan simultáneamente por sus derechos específicos; por todo lo que hace a la familia, al hogar y al futuro de los descendientes; por sus derechos civiles, que aún se encuentran retaceados; por sus derechos económicos, en parte nominales, porque no se tasa el trabajo femenino en el mismo valor que el masculino; por su legítimo lugar en el medio social, ya que, como muy bien se ha dicho, los hombres ceden el paso a la mujer junto a la pared, más no le ceden el paso a las posiciones directivas de la política, la cultura y la economía, obedeciendo a resabios feudales que aún subsisten en la Argentina. Vosotras sabéis bien que habrá que vencer un conjunto de factores de tipo espiritual que actúan sobre nuestras costumbres y aún sobre nuestras ideas, impidiendo la igualdad anhelada en todos los órdenes, sea el cívico, el económico o el social.

Con el acceso al trabajo las mujeres conquistaron una gran responsabilidad en la vida económica. Con su incorporación a la actuación política ascienden al plano superior de esa responsabilidad. Tendréis que definir en este Congreso las medidas concretas que aseguren una verdadera equiparación, para que la igualdad de sexos sea una realidad afianzada en la firme determinación de organizar nuestra tierra al servicio de sus hombres y mujeres, sin diferencias ni restricciones. El triunfo del Radicalismo será igualmente el triunfo de la mujer Argentina, que en la plenitud de sus derechos asumirá sus más altos deberes y alcanzará la mayor dignidad que puede conferir una democracia: haber contribuido con el pensamiento y la acción, con el sacrificio y la perseverancia, a construir la República bajo los signos iniciales de la justicia y la libertad.

En el cauce de los fundadores. Hace sesenta años, en estos días - el 14 de agosto de 1891- reuníase delegados de

los pueblos de Buenos Aires y constituían el Comité de la Provincia, eligiendo como presidente a Hipólito Yrigoyen. Desde ese Comité los radicales de Buenos Aires trazaron rumbos creadores a la existencia nacional y definieron el sentido del Radicalismo que nosotros profesábamos, concibiendo no como una fracción más de la política del partido, sino como la organización política de nuestro pueblo para la realización de los ideales de la nacionalidad. Ese fue el Radicalismo de Buenos Aires la mente de Yrigoyen y en la voluntad de los fundadores, cuya memoria evocamos con emoción de argentinos y orgullo de radicales al declarar inauguradas las deliberaciones de este Congreso Femenino.

Estamos trabajando en el mismo cauce por un gran propósito nacional, por una causa universal, y vosotras daréis un gran aporte. Yo siento en mi corazón la Argentina que avanza. Está más próxima de lo que suponen los detentadores del poder. Es la Argentina siempre defraudada y siempre postergada. Ciento cuarenta años han pasado sin que pueda cumplirse la promesa de Mayo. Pero esta generación verá la Argentina soñada, la Argentina de la justicia y el trabajo, de la libertad y la paz. Esta generación la verá y la hará. Será su gloria y su honor.

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7. Los Partidos Políticos

Contestación a una encuesta del diario "Critica", publicada el 1º de julio de 1943.

Hace más de un año, sostuve que nuestros partidos estaban en crisis; que vivían

con la mentalidad de principios de siglo y sus planas dirigentes con los incentivos morales y materiales de aquél entonces. Sus cuadros activos, dije, no definen la orientación ética ni el pensamiento político de las corrientes populares que debieran representar. Ese es el drama profundo de la política Argentina. Y sin que se llegue a la solución de ese drama, agregaba, aunque se salve el escollo del fraude, no habrá más que la apariencia de un juego democrático auténtico.

¿De dónde nació ese drama? El país luchó por el sufragio libre, por la verdad democrática, médula de nuestras instituciones. Sáenz Peña dio una solución parcial. Garantizó el sufragio en el instante de colocarlo en la urna. Pero en aquel instante el ciudadano no elige. Se limita a escoger entre una nómina y otra nómina. Omitió garantirlo antes y después de la emisión del voto, en el seno de las agrupaciones que canalizan las corrientes populares y en los factores que pueden presionar en la conciencia de cada ciudadano.

Declinación de la política. Del proceso democrático se contempló un único aspecto. Y en aquellos que

escaparon a la previsión legal comenzó la declinación de nuestra política. Los equipos dirigentes, en su gestión preponderante, acudieron al proselitismo personal basado en métodos subalternos. No se erigieron en función de problemas políticos, de criterios económicos o sociales, de razones de orden público, sino de simpatías, favores o ventajas, incompatibles con el sentido de la ciudadanía. La gravitación del espíritu cívico, del interés colectivo, fue pospuesta a las conveniencias o los sentimientos individuales, subvirtiéndose y negándose así la esencia democrática. Para las funciones políticas, las jerarquías internas o los cargos representativos, como excepción contaron los valores morales e intelectuales,

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la existencia de una vocación política servida con abnegación, ni la ennoblecedora pasión pública. Solo pesaron los «capitales políticos». ¿Y cómo se obtuvieron? En nueve casos sobre diez, mediante una actividad sistemática de servicios, atenciones, de actos lícitos o ilícitos ajenos a lo político en la cabal acepción del vocablo, destinados a desviar la conciencia cívica, apartándola del móvil exclusivo del interés público, para seducirla y usufructuarla. El auge de este sistema provocó la corrosión de la estructura democrática, relajo la dignidad del sufragio, alejó a la juventud de la militancia política e inferiorizó la calidad promedio de los cuadros partidarios, que son, en gran parte, en la actualidad, agentes y resultado de esa tarea disolvente.

Sufragio libre. El primer paso en la depuración de los partidos debe consistir en la eliminación, en

la medida de lo posible, de los procedimientos de la «política del servicio personal», para asegurar sufragio libre y sufragantes libres de otras finalidades que el bien colectivo. La exaltación constante del sentido de responsabilidad de la ciudadanía, en el comicio general y en la indispensable participación en los partidos; una legislación contra actos de corrupción, similar a la de Estados Unidos; justicia de instrucción en todas las provincias, para substituir en la función sumarial y concluir con el degradante proselitismo de las policías del interior, que manejan vida, honor y bienes y reprimen o amparan el delirio según la voz de mando de nuestros «bosses»; y, sobre todo, el apartamiento absoluto, y perfectamente lograble, de la administración, del juego de partidos; de la administración pública en todos los ordenes del país, que no terminan en el Riachuelo. Sus recursos, presentes o en expectativa, constituyen el soporte principal de la acción caudillesca y el arma eficiente de los reclutadores de votos que han humillado nuestra política.

Privadas del objetivo de su adhesión recuperarán su autonomía cívica y se dispersarán sus clientelas electorales

Estatutos de los partidos. La Ley Sáenz Peña debe ser intangible; pero corresponde integrarla recogiendo la

experiencia trabajada con el sufrimiento argentino. No basta asegurar voto libre; no basta asegurar sufragantes libres, porque los ciudadanos no actúan aisladamente, sino en acciones colectivas organizadas por los partidos. La democracia es una simulación si, en los partidos, pequeñas minorías en posesión de sus engranajes señalan las soluciones y la inmensa mayoritaria del país se ve constreñida a optar entre una y otra, y a votar no por la que prefiere, sino contra la que más teme. Lo atinente a ellos, pues, no es su menester privado. Es cuestión vital para el régimen. De ahí que su funcionamiento deba condicionarse a las exigencias del sistema democrático y que la garantía del sufragio libre tenga como base la garantía de la intervención directa y permanente, de la fiel expresión y del control de la ciudadanía dentro de los partidos. Protegidos del amaño, de la viveza criolla, los ciudadanos de preocupaciones superiores que se sentían indefensos ante procedimientos sinuosos, acudirán prestos a este alto servicio nacional.

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Reconstrucción política. Los ciudadanos - acabamos de decirlo- no actúan como unidades, sino ligados en

partidos. No puede verificarse la reconstrucción de las instituciones, conforme al nuevo espíritu de la superación que anima a la República, sino con partidos reconstruidos desde sus bases al influjo de ese nuevo espíritu. Se depurarán al suprimirse los factores que posibilitaron su declinación, y aún su corrupción. Si aquellos subsisten, el simple rechazo de hombres no impedirá la contaminación de los nuevos y resurgimiento de las características repudiadas. Y la amarga historia se reeditará. La eliminación de tales factores dará sentido creador y fecundidad histórica a la Revolución. ¿Por qué no colocar a nuestra patria al nivel de las naciones que marcan la excelencia de la hora? Una organización del Servicio Civil, como la inglesa; un régimen de elecciones primarias que libere a la ciudadanía de las maquinaciones que infieren los pronunciamientos partidarios, como el norteamericano. ¿Que es lo que decorosamente puede oponerse a que la Argentina se inspire en los más altos ejemplos? La República aguarda esperanzada una nueva era política; una moderna y constructiva política de ideas. Sólo ingresará en esta nueva etapa con la exclusión de las fallas que oscurecieron las últimas décadas de su vida. El camino es claro y sencillo, ineludible e impostergable: Regímenes de funcionarios, en todo el país, y estatuto de partidos, y, con la vigencia de las nuevas condiciones, que depurarán a la actividad política de móviles ajenos al bien público, reorganización de los partidos controlada por la justicia para realizar sobre fundamentos renovados, limpios y esclarecidos la reconstrucción de las instituciones. Esta es la vehemente aspiración nacional. Esta es la función eminente de la Revolución y de su cumplimiento concreto dependerán su victoria o su fracaso en el porvenir.

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III LA JUVENTUD

1. ¡Esta es tu Hora, Muchacho de Buenos Aires!

Mensaje a la juventud, publicado en 1950.

Argentina, 1889. Crisis del carácter y del idealismo. El éxito es la única meta, no

importa cómo. Es la época de la riqueza fácil, de las rodillas blandas y del sometimiento sin tasa. El Presidente ejerce el poder sin límites. Unge gobernadores; fabrica diputados. Su palabra es orden para quienes sienten como lastre nuestra gran tradición de altivez. Una ola sensual y dorada envuelve al país. El dinero, emitido en cantidades fabulosas, crea ilusión de prosperidad. Como ahora. Y como ahora, la corrupción de los negociados y un coro inmenso de adulaciones cubriendo la tierra de los argentinos.

Desmayan los varones, envejecidos en la lucha por los principios de la República, y la soberbia posee al Presidente, cuyo poder parece infinito.

Y, sin embargo... El 22 de agosto reunióse un grupo de jóvenes. Proclama en banquete «su adhesión

incondicional» al presidente de la República y lo erige en «jefe único». Esa mañana se publicó un artículo periodístico, un simple artículo periodístico. «¡Tu quoque, juventud! En Tropel al Exito». Las frases vibrantes de Barroetaveña, conmueven el espíritu juvenil. En réplica al banquete de los incondicionables, nace la Unión Cívica de la Juventud. Ocho días después una multitud clamorosa responde, en el Jardín Florida «para proclamar con firmeza la resolución de los jóvenes de ejercitar los derechos políticos animados de grandes ideales, con entera independencia de las autoridades constituidas, y para provocar el renacimiento de la vida Cívica Argentina». Allí, en ese sitio, esos muchachos iniciaron el despertar del civismo.

La Unión Cívica de la Juventud - que constituyeron- fue el órgano fundador del Radicalismo. Su punto de partida como movimiento organizado, pero no su origen, que se

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enraíza en los grandes movimientos históricos por la emancipación del hombre y la creación de la nacionalidad. El Radicalismo es un modo de sentir la vida y de concebir la función de la Argentina. Su fervor alienta la pasión republicana de Moreno, late en la visión de patria de la Asociación de Mayo, mueve el sueño profético de Sarmiento, agita al pueblo que rodea al Alsina de los grandes momentos, y que sigue a Alem cuando en él se refugió el sentimiento autonómico de Buenos Aires. Cual lo define la Profesión de Fe de la Unión Cívica Radical, «es la corriente orgánica y social de lo popular, del federalismo y de la libertad apegada al suelo e interprete de nuestra autenticidad emocional y humana, reivindicatoria de las bases morales de la nacionalidad; es el pueblo mismo en su gesta para constituirse como nación dueña de su patriotismo y de su espíritu»’

El 90, el 93 y el 95. Del esfuerzo de aquel grupo de muchachos surge el reencuentro de los argentinos

con el alma de la República. Alem alza la bandera reivindicatoria de los grandes ideales. Julio de 1890. Revolución del Parque. Pueblo y soldados, mas no pueblo siguiendo a soldados, sino soldados con amor de pueblo, sirviendo con sus armas al movimiento de la civilidad Argentina, en la consigna inmortal de San Martín. Y aquel Presidente, que ayer parecía omnipotente, debió acogerse a la soledad y el olvido.

1893. Revoluciones radicales. Yrigoyen, el jefe revolucionario rechaza como incompatible con su honor la gobernación provisoria de Buenos Aires. 1905, nueva Revolución. Y así, década tras década, el pueblo radical sigue fiel al propósito de permanecer en la lucha hasta la integración del pensamiento de Mayo, hasta la vigencia de las libertades fundamentales. Los triunfos de la oligarquía, respaldada en el fraude y en la ficción institucional - triunfos efímeros, como todos los de la fuerza-, encuentran al Radicalismo en la determinación insobornable de persistir hasta la prevalencia final de sus ideales.

Victoria del derecho. Y llego la victoria. La resistencia popular y la energía paciente e infatigable de

Yrigoyen trajeron la ley Saenz Peña y abrieron el camino del sufragio. 16 al 30. Barre las oligarquías políticas. El Radicalismo gobierna al país y desde él inicia la era de la transformación social; se afirman, cual patrimonio inolvidable de todos los argentinos, las libertades vitales sobre las cuales se asienta la dignidad del hombre; en la pugna de los imperialismos, la Argentina señala la más alta posición moral. Nuestra democracia se perfeccionó en el progreso social, la cultura política y el inmaculado respeto a los derechos del pueblo

1930, motín de septiembre. El Radicalismo promueve la nacionalización del petróleo, base de la

independencia económica y de la soberanía política. La Cámara de Diputados - de mayoría radical- vota la ley; mas el Senado - reducto reaccionario-, detiene su sanción. El 7 de septiembre deben celebrarse elecciones. Con los nuevos senadores habría de modificarse la

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mayoría del Senado. El día anterior, el 6, el gobierno constitucional cae derribado por la conjuración de un sector militar, Triunfa el complot imperialista. «Pasaron unos aviones - dijo Waldo Franck-, desfilaron unos cadetes, y por la noche los terratenientes argentinos bebieron Champagne de las mejores vendimias pagado por el oro de los petroleros yanquis». Y desde entonces, el petróleo argentino sigue sin nacionalizarse...

Calvario popular. Uriburu intenta la reforma constitucional. Tiende al establecimiento de un orden

totalitario. Su plan naufraga en los históricos comicios del 5 de abril de 1931. Comienza, entonces, la vigencia del fraude, la perduración de las formas institucionales, en tanto se altera su esencia: la voluntad del pueblo. Imposición del privilegio y entrega económica. Régimen de coloniaje material y espiritual, dirigido por dictaduras de turno, todas las cuales recibieron el apoyo de los núcleos militares actualmente gobernantes.

Cuatro de junio. Mientras tanto prosigue la tentativa de avasallamiento de orden civilizado, de

deshumanización del hombre. Hitler y Mussolini. Cae la democracia española y aquellos imponen otro dictador: Franco. El gobierno de Castillo mantiene una seudo-neutralidad, tras la cual se disfraza la colaboración con los nazis. Aquellos círculos militaristas que participaron en el plan frustrado del 30 retoman la iniciativa. No representan al ejercito. La mayoría de sus cuadros de jefes y oficiales es leal a la gran tradición sanmartiniana. Es una minoría, pero minoría ágil. Cree incuestionable la victoria de los enemigos de la libertad, y forma el poder para jugar su propia partida en la hora definitiva del éxito totalitario. Más la suerte de la guerra le es adversa y, ante la presión de los acontecimientos, tiene que regresar a las consignas de democracia y libertad, proscriptas en el primer momento, como último camino de retirada. Levanta, entonces, cual señuelos, las banderas históricas del Radicalismo, la lucha contra el privilegio nacional e internacional, y con todo el aparato de propaganda, logra introducir la confusión en gran parte del pueblo.

Nuevas formas totalitarias. La experiencia impuso correcciones. Ya no se realizó, como en 1930, una

exhibición descarnada de los propósitos perseguidos. Aquel fracaso y las derrotas europeas enseñaron la necesidad de proceder paulatina y progresivamente. Declámanse las sagradas palabras revolucionarias para conquistar el corazón del hombre del pueblo, y ofrecésele, como gracia, algunas mejoras transitorias, mientras se estructura sigilosamente un orden de opresión, en el que estarán ausentes las libertades esenciales. ¡Guay del pueblo argentino, si no lo advierte a tiempo, si no reacciona antes de que el dogal se cierre sobre su cuello! ¡Guay si cae, como los infelices pueblos aniquilados, en deslumbramiento ante los artificios de los dictadores! En aquellos desgraciados paises - al igual que aquí- se monopolizaron los medios de expresión; se deformó la mentalidad del niño en la escuela, para uniformar mañana el alma del hombre; se anuló la independencia de los sindicatos, convirtiéndolos en satélites del gobierno; se reguló la economía y las finanzas en beneficio de nuevas

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oligarquías industriales y en sacrificio de consumidores y productores. allí, como aquí, la radio y la prensa oficiales, se encargaron de moldear a su arbitrio el pensamiento de la ciudadanía, manejando al son de la única campana que puede oírse; y Allí como aquí, plebiscitos o elecciones configuran una simulación democrática al impedirse el cotejo de hechos e ideas indispensables para el libre pronunciamiento popular.

Quedaba una última garantía de la vida republicana: la rotación de gobernantes, que si no restringe la arbitrariedad del poder, las limita en el tiempo, poniéndole término en plazo cierto. La supresión del articulo 77 de la Constitución, que prohibía las reelecciones, como último remedio para impedir la consolidación de un sistema dictatorial, fue el motivo real y la única finalidad de la reforma, que se encubrió con un manto de solemnes palabras.

El régimen desnudo. El sistema puede ocultar su naturaleza mientras dispuso de las grandes diferencias

de los precios de los cereales que substrajo a los agricultores. Su prodigalidad le creó un clima de transitoria popularidad. Normalizados los mercados, la corrupción y el despilfarro agotaron las reservas del trabajo argentino, despojando al país de su garantía monetaria. Solo atina a sobrevivir emitiendo papel moneda, en tanto aguarda el estallido de una nueva guerra para la cual pactó la participación Argentina, en los convenios de Río de Janeiro. El pueblo paga el derroche oficial con la carestía de la vida. La inflación agobia a quienes trabajan o producen, y enriquece a los poseedores, cada vez más ricos. El régimen teme que el pueblo advierta la realidad: expulsa a diputados, clausura diarios, persigue a los trabajadores libres. Más la verdad se está abriendo paso. Lo dicen los últimos escrutinios. Lo dirá Buenos Aires en marzo, convocatoria de lealtad con los principios de la larga lucha por la dignidad del hombre.

Hora de la juventud. Esta es la batalla por la república, por los ideales que dieron origen y sentido a

nuestra patria; batalla de juventud, de muchachos que no tienen el alma vencida, que quieren servir al porvenir construyéndolo con sus propios brazos, con sus desvelos y sus sacrificios. Eran un puñado los estudiantes que gestaron hace sesenta y un años el gran movimiento civil del Radicalismo. Parecían insignificantes ante el poderío del gobierno. Y sin embargo, aquel gobierno cayó y ellos escribieron la historia de medio siglo, pues reencendieron al civismo en el corazón de los argentinos. Este es ese mismo pueblo, del cual estamos orgullos, aún en sus errores. Hagamos un grupo compacto en cada pueblo y en cada ciudad de nuestro Buenos Aires y levantemos fervorosamente la voluntad de combatir por la liberación política, social y económica de nuestros hombres y de nuestras mujeres. Es lucha para muchachos de corazón templado, que sientan su responsabilidad ante el destino nacional. Es lucha para muchachos dignos del honor de ser argentinos y de la emoción de ser radicales. Es nuestra lucha. Alcemos las banderas de la Juventud Radical, digamos nuestra palabra con autonomía dentro del Radicalismo, la fuerza histórica de la democracia Argentina, y marchemos al encuentro del porvenir.

Tienes tu puesto en nuestras filas, en la Organización de la Juventud Radical. Acércate, muchacho de Buenos Aires, a los compañeros de tu generación, que formamos esta columna. Irá engrosando día a día, hasta reunir a todos los hombres jóvenes.

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Combatiremos y sufriremos juntos, y juntos obtendremos nuestra victoria en la construcción de la patria del mañana: la Argentina soñada del trabajo, la justicia y la libertad.

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2. El Primer Deber es Defender el Programa

Discurso inaugural del IX congreso de la Juventud Radical de la Provincia de Buenos Aires, pronunciado en la Ciudad de Mercedes, el 8 de septiembre de 1951.

Señores delegados: no voy a hacer uso de la palabra como un presidente del

Comité de la Provincia de Buenos Aires que habla a los congresales de la juventud, sino como un militante de la juventud que está ejerciendo la presidencia del Comité de la Provincia.

Esta tarde, en esta asamblea, se cumple un ciclo histórico. La juventud se organiza oficialmente; se constituye en cuerpo autónomo dentro del partido; ha dictado sus propios estatutos y sois vosotros los primeros elegidos de acuerdo con las normas que ella ha instituido para regir su propia acción dentro de la Unión Cívica Radical.

Es éste un momento histórico para la juventud y para nuestra gran fuerza cívica. También lo es para el porvenir de la República. ¡Cuántas desazones, trabajos y angustias costó este proceso a cuya culminación asistimos! Vinculado a él desde su iniciación. Hoy rememoró los años transcurridos, en los que fueron quemándose las energías y los mejores años de tantos hombres jóvenes que ya peinan canas. Dirijo mi mirada hacia los años siguientes a 1930, cuando los primeros muchachos de la juventud radical ansiaban que esto se realizara; que hubiera una entidad representativa de las nuevas generaciones; que dentro de la vieja casa de la Unión Cívica Radical existiese el campo propicio para que cada generación, como diese, como su mejor aporte, el nuevo matiz, la nueva visión en que va transformándose el sentido permanente y eterno de la libertad y de la dignidad humana.

¡Ah! Señores delegados. Si esto hubiese existido hace veinte años, otra seria la historia de la Unión Cívica Radical y otra sería la historia de los argentinos.

¡Cuánto se trabajó y cuánto se anduvo para que este ideal cristalizara! No es un cuerpo frío, no es una estructura más lo que aquí se elige. Es el alma siempre cambiante, siempre renovada de la juventud que acaba de encontrar su cauce dentro del partido, para rejuvenecer a la Unión Cívica Radical e impedirle que envejezca, y para dar a su gesta ese nuevo sentido que expresan, mejor que nadie, aquellos que por estar cerca de la tierra oyen los llamamientos de la tierra con mayor intensidad.

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¡Ah! ¡Que distinta hubiera sido la vida argentina! ¡Cuántas desdichas y zozobras no hubieran acontecido si los muchachos del 30, del 35, del 40, hubiesen tenido su lugar dentro de la vida del partido, para poder decir su palabra, su juicio, su pensamiento, su verdad, no desvinculados sino enrolados en un gran movimiento que les permitiese transmitir al país y al Radicalismo sus puntos de vista sobre la realidad y el drama de la Argentina y sobre la función eminente y creadora de la Unión Cívica ‘Radical!

Yo recuerdo aquellos años. ¡Cómo vanamente golpeábamos las puertas! ¡Cómo asistíamos, con desazón tremenda en los espíritus. Al alejamiento de los jóvenes! ¡Años del 35 del 36! Aquellos grupos de jóvenes, pujantes en la alborada del 5 de abril, fueron empequeñeciéndose; y no se incorporaban muchachos nuevos. nosotros nos dirigíamos a los cuerpos centrales del partido señalando la grave significación que tenía el alejamiento de las nuevas generaciones. Más nadie escuchaba nuestro clamor.

Yo recuerdo también los años transcurridos desde el 50 al 90, cuando ningún hombre joven se acercaba a los viejos partidos que habían concluido su misión con la capitalización de Buenos Aires, y habían cerrado su ciclo histórico, a tal punto que estaban desvinculados de las ansiedades profundas del país. Aquel infatigable luchador que fue Leandro N. Alem cuando un grupo de muchachos fue a verlo a su casa en 1889, dijo aquellas palabras - «Yo no creo en la juventud»-, que poco más tarde, en 1890, consideró necesario rectificar. Era que él sentía en sus brazos la imposibilidad, la impotencia que durante diez años le impidió reunir el esfuerzo de los hombres jóvenes para resistir y vencer la embestida de las fuerzas oligárquicas que estaban torciendo el curso de la vida argentina.

Nosotros asistimos a una etapa similar desde 1935 a 1943. Afirmábamos que, así como se había clausurado la existencia de los viejos partidos del 80 al 90 merced a un acontecimiento que cumplió la función de factor catalítico - la revolución del 90-, así había resurgido, en nuestro tiempo, la fuerza cívica contenida en la entraña de la Unión Cívica Radical, cuyo nombre nos emociona y cuyo sentido incita a la gran lucha que todavía debe librarse por la liberación argentina.

Desde el 80 al 90 aquellos partidos no consultaron los requerimientos íntimos de nuestro pueblo. ¿Qué pasó de 1935 a 1943? Que también las fuerzas políticas argentinas estaban alejadas del sentimiento y del destino de nuestro pueblo. La crisis se fue elaborando lentamente. Los padecimientos de ahora no son el resultado de un hecho fortuitamente producido en la tierra argentina. El largo proceso comenzó a gestarse cuando los partidos políticos viciaron su deber fundamental de estructurar la nacionalidad y, en vez de servir a las fuerzas históricas del país, sirvieron al interés de grupos minoritarios y de los dirigentes que aparecían a su frente.

La crisis de la política argentina que estalló el 4 de junio, tuvo su causa inmediata en los acontecimientos de 1935, cuando la Unión Cívica Radical abandonó su función en el país y, en lugar de seguir siendo la fuerza de construcción de la nacionalidad al servicio del pueblo y de la dignidad humana, y en lugar de ser el dique de contención del privilegio económico, de la oligarquía nacional y de la penetración imperialista, redujo su acción al planeamiento y a la defensa de los aspectos formales de la democracia. De esta manera pretendió ganar, en acto de gracia, la libertad, que sólo se gana con la lucha, con el sufrimiento y con el sacrificio llevado a la suma lealtad.

Los muchachos, cuyo espíritu es una película sensible, se retraen ante una política que no esté destinada a cumplir fines trascendentales y nacionales. Por eso desde el 80 al 90 hicieron crisis los viejos partidos argentinos; por eso desde el 35 al 43 hizo crisis la

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democracia argentina. Y si la Unión Cívica Radical pudo sobrevivir, fue tan sólo porque su patrimonio histórico, su asilo en el corazón de los hombres del pueblo argentino le permitió resistir sus propias desviaciones. Y si resurgió en el alma del pueblo de Buenos Aires, ofreciendo el magnífico ejemplo de recuperación de enero de 1946, fue porque desde aquí, desde muchos sectores de la juventud, se inició la grande empresa de reconstruir el Radicalismo, empresa que ha de dotar a la nacionalidad de sus instrumentos de liberación y de redención, cuyo empleo asegurará al pueblo jornadas de triunfo que significarán la culminación de los grandes anhelos de Argentina.

Esto es, más que nada, obra de ustedes, hombres de la juventud radical; de ustedes, muchachos de 1951, que son los mismos muchachos de 1890 y de 1935.

La juventud radical de Buenos Aires, que vivió al margen de la estructura oficial del partido, señaló en cada momento, con claridad y energía, las desviaciones que se cometían. No se enroló en ningún aspecto de la lucha interna, porque su aspiración no fue vincularse a las fracciones que actuaron dentro de la vida del partido, sino convertirse en herramienta para la construcción futura y definir, ante los grandes problemas del país y del Radicalismo, el pensamiento que tienen los hombres nuevos. Esta misión fue cumplida con altura, dignidad y limpieza frente a las circunstancias de cada instante.

Al comenzar la movilización de la juventud radical, en 1942, se habló en un congreso, al que asistió el presidente que acabáis de elegir, de la proximidad del colapso de la democracia argentina. Después, al iniciarse la organización efectiva de la juventud radical, en 1944, se afirmó que la dictadura, que había sobrevenido por la pérdida de la fe del pueblo en los organismos rectores de nuestra política, sólo podría ser abatida levantando contra ella un programa de consignas claras y limpias, para que el pueblo reencontrará su camino. El programa que la Unión Cívica Radical acaba de sancionar hace pocos días, es, en síntesis y en su esencia, el programa que la juventud radical de la provincia de Buenos Aires alzó en 1944 como estandarte para la reconstrucción del Radicalismo. Es éste un gran honor y una gran responsabilidad.

Vosotros tenéis el deber de defender el programa que dice, en el idioma y con el acento emocional del Radicalismo, las consignas revolucionarias que son el signo de nuestro tiempo. Vosotros sois los portaestandartes actuales de esa gran bandera humana. Tendréis que marchas con ella hasta asegurar su prevalencia en todos los ámbitos de la vida argentina.

Creo, ante todo, en vosotros. No confío para el porvenir de la Argentina más que en vosotros, Sólo hombres jóvenes sin vinculación con el pasado podrán consumar la gran revolución que exige la Argentina. Sólo hombres jóvenes capaces de comprender que el problema que estamos viviendo es transitorio y accidental, y que pese a él se realizará la Argentina soñada de Mayo, podrán concretar la magna empresa. Sólo hombres jóvenes de vuestro temple, con convicción radical y autenticidad emocional, podrán alcanzar la meta que desde hace tantos años aguarda, esperanzado el destino de nuestra patria.

Tenemos que derribar la dictadura actual, derribando las causas que le dieron origen. Los hombres del pueblo argentino no habrían perdido su fe si no hubiesen actuado con tanta impunidad las fuerzas del privilegio económico; si la trama sutil del imperialismo no hubiese extendido su estructura y sus raíces sobre la vida argentina, si no se hubiese desarmado el espíritu combativo del hombre del pueblo, aniquilando mediante la «política del servicio personal» las fuerzas civiles y la voluntad emancipadora que estaban

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consustanciadas con el origen del Radicalismo. Aunque derribemos el gobierno actual, la dictadura reaparecerá si subsisten las causas que le dieron origen.

Salvemos la Argentina eliminando para siempre la injusticia económica, la insensibilidad social, los métodos primarios de organización política, la frustración cultural de nuestro pueblo, liberando a nuestra patria de la presión internacional y de los factores económicos y sociales que la configuran. Si logramos hacerlo, veremos entonces cómo en Argentina no habrá más fraude, ni dictadura, ni iniquidades que se cometan contra la dignidad del hombre y del pueblo.

Este es el gran programa del Radicalismo y de la juventud: Liberar a la patria. Debemos cumplir esta misión en momentos en que cruje la estructura del mundo;

en que Argentina, patria ideal del sueño americano, deserta de su deber y de su destino históricos; en que hace crisis el sistema capitalista; en que insurgen, en todos los horizontes de la tierra, los pueblos sometidos a dominación colonial; en que las fuerzas del privilegio internacional luchan por mantener el «status quo» en todas las áreas que controlan y sin reparar en medios ni formas.

Debería ser éste el momento en que los argentinos habláramos el idioma de San Martín y conquistáramos nuestra independencia total ante todas las naciones del mundo, repitiendo palabras de Yrigoyen, según quien la vida de los hombres y de los pueblos debe ser sagrada para los hombres y para los pueblos.

Y, sin embargo, es en estos momentos que el Régimen, adueñado de los poderes y estructuras del Estado argentino, traiciona el destino de nuestra patria y se somete a las empresas internacionales que pretenden mantener las viejas y fracasadas normas que arrastran la humanidad a los desastres de la explotación, del fascismo y de la guerra.

Tenemos el deber patriótico de despertar a Argentina para el cumplimiento de su función eminente en el mundo. Y también tenemos un deber nacional que afrontar. Hay que realizar el sueño argentino en su plenitud moral, espiritual y económica. Esta nuestra tierra, bendecida por todos los dones de la providencia, prolongada a lo largo de la parte meridional del continente, tiene ante si todas las posibilidades: sus riquezas podrían asegurarle invencible fortaleza material; sus potencias espirituales deberían concederle el derecho, hasta hoy burlado, de vivir una vida justiciera y autónoma. Con este pueblo de dieciocho millones de habitantes, ¡que patria podríamos construir!

Debemos construirla, haciéndola libre y creando las bases económicas necesarias para asegurar emancipación política. Y después de que ella -por ser soberana en los aspectos políticos y económicos- realice su destino, debemos lograr que su organización y sus poderes internos no estén al servicio de ninguna minoría, sino al servicio de los hombres del pueblo, para cumplir de este modo el lema de San Martín, que quiso que la causa argentina fuese la causa del género humano.

Para esto lucha la Unión Cívica Radical. El de ahora es el momento en que ceden los andamiajes del mundo viejo y en que, sin embargo, la dictadura argentina quiere mantener el sistema de expoliación que pone a los hombres al servicio de los poseedores. He aquí las dos grandes fuerzas que hoy se enfrentan: la que defiende la vida de los hombres y la que defiende el privilegio de las cosas. Gracias a la intuición genial y al pensamiento lúcido de Yrigoyen, la Unión Cívica Radical tiene rumbo trazado. Allí donde entre en conflicto el privilegio de las cosas o los derechos del dominio con los reclamos de la vida humana, la Unión Cívica Radical está y estará con los reclamos de la vida humana enfrentando al interés de todos los poseedores de la tierra.

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Sé que decir esto es fácil, pero difícil realizarlo. Sé que hay inmensas fuerzas - representativas de casi todo lo que significa poder material en la vida de los hombres y de los pueblos- que conspiran contra nuestro propósito. Hace miles de años que se inició esta lucha y se dijeron palabras iguales o parecidas a las que hoy pronuncio. Allí está, en defensa del mismo interés humano, el pensamiento de los filósofos, de los apóstoles, de los fundadores de las religiones. Y sin embargo, con formas cambiantes, la vieja injusticia sigue perdurando. Frente a ella, yo afirmo que la transformación liberadora se acerca: que está próximo el día en que será posible una mejor organización de la vida humana; y que, en nuestra patria, el privilegio de esta generación consistirá en finalizar la obra de 1810, en concluir la grande empresa, en realizar el sueño argentino, en concretar la gesta del Radicalismo.

Si estáis a la altura de los acontecimientos, vosotros construiréis el porvenir. Vosotros pisaréis la Argentina de mañana, la Argentina ansiada desde hace ciento cuarenta años. ¡Poned vuestros corazones en la empresa!

No sé si el destino querrá que nosotros veamos esa Argentina aun irrealizada. No sé si el destino querrá que, como el profeta del pueblo israelita podamos tan sólo ver desde lo alto la tierra prometida. Pero vosotros la pisaréis si afrontáis la empresa con patriotismo. ¡La grande causa de la argentinidad está depositada en vuestras manos!

Las jornadas próximas serán difíciles, las jornadas próximas serán angustiosas. Nos estamos debatiendo entre dos grandes peligros: el peligro del mantenimiento del régimen actual, y el peligro de que en nombre de la libertad se restablezcan las condiciones que trajeron el régimen actual. Con pulso de acero triunfaremos de esos peligros, sepultaremos las posibilidades de reanudar la injusticia social y terminaremos con el Régimen. Esta debe ser la consigna de la juventud y de la Unión Cívica Radical.

Pienso que si en 1946 el noventa por ciento de la juventud trabajadora argentina estaba enrolada bajo las banderas de la dictadura, en 1951 la juventud argentina ha vuelto sus espaldas a la dictadura.

De vosotros depende el cumplimiento del «rol» fundamental que pertenece a la juventud radical, a fin de que los muchachos del pueblo argentino, nuestros hermanos, nuestros compañeros en la consumación de la obra del mañana, encuentren en al radicalismo un hogar y un sitio en que realizar sus sueños revolucionarios, que al fin y al cabo no son otros que los sueños revolucionarios a los cuales hemos entregado la mejor sangre de nuestros corazones y la mejor parte de nuestras esperanzas.

Tenemos que reconstruir la unión argentina para el cumplimiento de los ideales de la República. De vosotros, que no tenéis responsabilidades ni complicidades con el pasado, que tenéis toda la vida por delante, depende que la Argentina se realice por fin o que, para desgracia de nuestra patria, asistamos a una nueva postergación de la victoria final.

Mayo alzó sus banderas. El Radicalismo las recogió y, al entornar el himno de su esperanza, ofreció la promesa de un futuro de felicidad para nuestro pueblo. La lucha nos aguarda. Emprendedla con fe en el destino, en vuestra patria, en vuestros ideales y en la humanidad.

Estoy seguro de que en Argentina y en el mundo sobrevendrán grandes tormentas, inmensas tempestades. Estamos asistiendo a la declinación de una cultura. Una nueva civilización surgirá de los escombros. Nosotros no somos espectadores de esta lucha, sino sus actores, sus soldados. Cada uno es dueño de su alma; puede encerrarse en el silencio de su egoísmo o puede entregarse apasionadamente a la lucha por consignas humanas. Suya es

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la calificación y la elección de su destino. Ninguna duda tengo acerca de vosotros. Sé que sois fieles a las grandes consignas de la humanidad. Sé que consagraríais la vida al servicio de ellas, derrotando esta dictadura y comenzando al día siguiente la lucha más difícil, mucho más difícil que la de derrotar esta dictadura, que es la de reconstruir la patria en la justicia, en el trabajo y en la verdadera liberación del espíritu humano.

Para ello, allí está el programa del Radicalismo, surgido de las filas de la juventud: el rescate de la dignidad, el bienestar social, el desarrollo de la economía, la expansión y la autenticidad de la cultura; y en su base, la afirmación de que la libertad es destruida no sólo por la dictadura, sino también por la opresión del privilegio. La existencia de cada ser humano depende de la condición económica de su hogar. Es necesario que termine la inicua injusticia que marca una trayectoria de desigualdad desde el seno materno, puesto que la existencia del niño que se está gestando en el seno de la madre desnutrida, despojada de protección, que ve la vida con amargura y miedo, no es igual a la existencia del niño que está gestando en el seno de madre que mira la vida con alegría, con alborozo y sin temores. El Radicalismo quiere que la organización política, la cultura, la economía, estén al servicio de la creación humana sin desigualdades ni opresiones, y permitan el desarrollo de todas las potencias morales, físicas e intelectuales del individuo. Sólo cuando esto cobre realidad, la Argentina llegará a ser el solar en que los hombres vivan liberados y redimidos; sólo entonces quedarán cumplidos la promesa de Mayo y el compromiso que el Radicalismo ha contraído ante la historia y ante el pueblo.

En esta tarea estamos. Y cuando vosotros la hayáis realizado, después de que las grandes tormentas hayan pasado sobre la tierra, adivino que vuestras miradas han de ser nubladas por las lágrimas de la victoria. Serán las aguas tranquilas luego del encendido batallar. No sé cuándo será esto: si dentro de pocos días o de muchos años. Vale la pena que una generación entregue sus energías a esta esperanza. Si en el curso de la lucha nos sorprende la muerte, podremos plegar los ojos con la sonrisa en los labios, con la serenidad del deber cumplido. Y si llegamos al final, cuando las aguas estén tranquilas, en el barco del destino humano veremos a la eterna pareja, mirando hacia el futuro, con las frentes altas y las manos entrelazadas, porque se habrá iniciado para Argentina, América y el mundo un futuro de amor y de dignidad, de paz y de trabajo, de justicia y de honor.

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3. El Mensaje de Cada Generación

De una conferencia sobre los deberes de la juventud.

Ocupo con verdadera emoción esta tribuna, rodeada por un cuerpo de muchachos

y muchachas, junto a hombres de vieja actuación en el Radicalismo, atraídos por un tema específicamente juvenil.

Como dijo quién me honró al presentarme, es una vieja preocupación mía esta de promover y organizar la acción de la juventud. No tuvo nunca un sentido político, en la acepción común de la política argentina. Tuvo un sentido profundamente humano. Mirando al panorama de la humanidad en sus vastas perspectivas, era evidente que después de la guerra del 14-16 asistíamos a la crisis de una civilización. Aquí, en la Argentina, la marejada debía llegar un tanto más tarde, pero llegaría. Nuestra acción política inicial se vinculó a los esfuerzos del radicalismo de Yrigoyen por mantener sus perfiles originarios en la gran lucha que, primero sorda y después abiertamente, se libró desde 1922 hasta 1928. Pero tuvo expresión definida cuando los hombres de mi generación, que eran apenas muchachos, afrontaron el rigor y el fragor de la lucha después de 1930. Habían llegado los tiempo amargos, y nosotros, que vivíamos los años de la mocedad, sentimos el estremecimiento de nuestra tierra y salimos a la acción. Esa juventud desconocida y desconectada que asomó el 5 de abril en todo Buenos Aires, fue el factor fundamental de aquel episodio extraordinario que demostró la voluntad democrática de nuestro pueblo, oponiéndose a las primeras tentativas de organizar el fascismo en el país argentino.

Comprendimos, enseguida, cómo debíamos colocarnos a la altura de la época. Los hombres jóvenes actuábamos en organizaciones locales, dependientes y accesorias de los comités de distrito, que, por sus propias limitaciones, no podían cumplir el papel creador que correspondía a una joven generación en el momento en que se encontraban en revisión y en crisis las estructuras del mundo

Sostuvimos el derecho y el deber de la juventud de organizarse. en un cuerpo de generación. En el ambiente pequeño, los esfuerzos no se orientan hacia una empresa nacional ni contemplan sus proyecciones mundiales. Quedan sepultados, casi siempre, en los choques secundarios de la política de campanario. Era necesario ligar la acción de los

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hombres jóvenes con sus responsabilidades provinciales y nacionales. Era necesario crearles su propio escenario para que dieran, con autenticidad, el mensaje que cada generación trae como aporte propio e intransferible a la evolución de las ideas, por encima de la gravitación del pensamiento y de los intereses predominantes. Un hombre joven está más cerca de la tierra, más apegado al suelo, e interpreta con mayor fidelidad los reclamos nuevos de cada época. El común de los hombres se vincula por vida a las ideas que prevalecían en su adolescencia. Nos asomamos a la arena política, recogemos un sentido de la vida y, salvo excepciones, ese sentido sigue imprimiendo su rumbo a nuestros actos.

Es un momento de revisión de profunda de valores era indispensable que la joven generación no estuviera encasillada en conceptos que habían hecho fracasar la organización del mundo. Podría, de este modo, revitalizar el tronco añoso del partido, trayendo su propio acento a la vieja lucha argentina y radical para la creación de un orden guiado por los móviles de la justicia y de la libertad.

Concebimos así esta organización de la juventud radical, que tiene antecedentes y paralelos en la juventud radical chilena; en los clubs de la juventud Democrática, en Estados Unidos, que fueron el valuarte del New Deal, la grande empresa renovadora de la democracia, del presidente Roosevelt; en las juventudes republicanas de España, que evocamos con emoción porque fueron las que en nuestro tiempo dijeron el mensaje de la libertad con mayor fuerza, juventudes que ya no existen, juventudes que murieron sirviendo nuestro anhelo de un mundo nuevo frente al cuartel de la Montaña o en las cumbres del Guadarrama y entregaron sus vidas para contener el ímpetu fascista, mientras su sacrificio tocaba a somatén en la conciencia de los pueblos libres.

Quisimos adoptar este tipo de organización, y radicales de todo el país reunimos en Córdoba, en 1938, para concretar esta aspiración: crear un sitio de lucha para las nuevas formaciones y, al mismo tiempo, un lugar donde cada hombre joven que tuviera juicio propio y definición autónoma, pudiese ascender de las restricciones lugareñas a los planos provinciales y nacionales, para considerar los problemas de la República y cotejar y ensamblar su juicio con el de sus compañeros, señalando los requerimientos de la inquietud común. Era la salvaguardia de un Radicalismo en permanente renovación, que debía recoger, en cuajo, el aliento creador de cada etapa.

Nosotros seguimos la norma, pero no su práctica. Quiso el destino que al inductor de la ley escrita le correspondiese la responsabilidad de imponer su vigencia en la provincia de Buenos Aires y de lograr en muchos distritos, y precisamente en éste, que los hombres jóvenes tuviesen la posibilidad de ofrendar en la acción lo mejor de sus espíritus.

Quienes entendemos que el Radicalismo es un camino abierto hacia el porvenir, no tenemos temor ante el juicio de los hombres jóvenes. Lo queremos vehemente, enérgico y decidido, como tiene que ser la juventud.

Quienes no tenemos miedo al futuro ni complicidades con el pasado, queremos una juventud que pronuncie su mensaje con valor y vigor, no una juventud adocenada que cumpla con mansedumbre bovina las órdenes que llegan desde arriba.

Bienvenida su palabra para juzgar y para criticar. Bienvenida su palabra para acertar o para errar, porque vivimos en crisis y si alguna opinión vale es la de un hombre joven que no está sumergido en los sistemas de ideas que condujeron a la humanidad a la encrucijada en que se debate.

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IV EL REGIMEN

1. Enjuiciamiento.

Discurso pronunciado en el seno de la Convención Nacional Constituyente durante la sesión del 3 de marzo de 1949.

El presidente de la República ha definido el proyecto de reforma que dio a conocer

en su carácter de jefe del partido oficial como el coronamiento y la consolidación de la obra revolucionaria. Y en su discurso pronunciado en este recinto señaló el cuadro pre-revolucionario y la gestión y tendencias de su movimiento. Nosotros también creemos que la reforma constituye la etapa última del plan presidencial y consideramos indispensable, también, establecer qué orden se intenta consolidar, porque sólo del exámen de los hechos obtendremos su clave de juicio e interpretación.

El signo fundamental de este momento reside en la coexistencia, en el ánimo público, de dos revoluciones. Parecen coincidir en su idioma y aún en sus consignas, más discrepan profundamente en su esencia y sentido. Hay una revolución que ansiaba el pueblo y otra que proclama el gobierno. He aquí la médula del problema político argentino. La revolución que quería el pueblo constituía la realización de la promesa argentina de crear un ámbito nacional en que resplandeciese la dignidad del hombre. Vivió en el rumbo trazado por los fundadores y en la esperanza que alentó generación tras generación al empeño de construir la Argentina aún irrealizada. El servicio de esta causa fue la razón de ser del Radicalismo, persiguiendo una continuidad histórica quebrantada en 1930.

El espíritu de la revolución impulsó la lucha contra el régimen impuesto y contra sus características; el apartamiento del pueblo en la formación de los gobiernos, la preeminencia de los factores de injusticia económica y social y la defección de las capas dirigentes, que, en su mayoría, persiguen sus propios fines y desertaron de su función nacional. Contra ese sistema y esas tendencias se batió el Radicalismo, en contienda

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desigual, abnegadamente, y en sus filas una generación quemó sus mejores años en la lucha contra el privilegio nacional e internacional.

Cuando vino el golpe de estado del 4 de junio, el clima de insurgencia espiritual poseía al país. La caída del régimen conservador marcó el afloramiento de las grandes aspiraciones contenidas por la mentira electoral, de los grandes anhelos de renovación de la argentina y de afirmación del contenido moral de la vida pública, de enaltecimiento de los métodos de nuestra democracia y de una profunda transformación económica y social que afianzare las libertades esenciales.

La revolución-mito. Hay otra revolución, aquella que apareció en el gobierno «de facto», que titubió en

sus primeros pasos y restableció las palabras proscriptas de libertad y democracia cuando la guerra mundial tuvo decisión; que alzó las consignas populares que ya formaban la conciencia pública, en tanto bloqueaba la expresión de su pensamiento a quienes las predicaron y sustentaron en la larga Batalla contra las direcciones políticas y económicas enseñoreadas en el país desde 1930.

Entre esta revolución - mito, creada por la propaganda oficial, que semeja por mimetismo a la revolución querida por el pueblo, y el régimen que tiene su sede en la Casa de Gobierno, existe una distancia inmensa. Podrá mantenerse la confusión mientras se trabe la libre información por el control de los grandes medios de publicidad y mientras de cada diez argentinos, nueve viva en la penuria totalitaria de escuchar únicamente la voz del amo; la voz del gobierno.

Han transcurrido seis años desde la toma del poder y tres desde los comicios que le dieron ratificación popular. El país confronta la consolidación constitucional de lo que el Régimen ha denominado su revolución nacional, aunando dos palabras mágicas: la que designa el sentido revolucionario de la época y la que afirma el fervor con que los hombres se sumergen en la empresa colectiva de superar la grandeza de la Nación.

Otros movimientos contemporáneos se ampararon bajo el nombre de revolución nacional. En países socialmente resentidos por el sufrimiento de la guerra y de la desilución de la paz, con estructuras políticas inestables, aparecieron seductoras las perspectivas de jugar la gran aventura de la conquista del poder. Usóse una fraseología revolucionaria y se declamó una exuberante demagogia revolucionaria alternada con el régimen del requiem liberal. El adversario no era el capitalismo en cuanto tenía de lesivo a la economía popular, pues los grandes monopolios se ligaron a las nuevas expresiones políticas, cuando no las financiaron previsoramente. Fue contra el liberalismo espiritual, contra las libertades civiles y políticas, que se libraba la revancha del renaciente absolutismo.

¿Quién realizó la revolución nacional en Alemania? El partido socialista nacional alemán. ¿Cuál fue su organización básica para la dominación del pueblo alemán? El Frente del Trabajo. ¿Qué estructura forjó en Italia la revolución nacional? El Estado proletario y fascista. ¿Cuál fue su instrumento de propaganda? La Carta del Lavoro. Tienen su filiación las denominaciones que aparecieron últimamente en la Argentina.

¿Qué hizo el señor Mussolini cuando capturó el poder? Mantuvo las instituciones constitucionales del reino italiano; no suprimió el parlamento, pero lo desjerarquizó; no suprimió la oposición, pero la humilló. Existía un régimen electoral de representación proporcional y lo reemplazó en 1923 por otro que otorgaba dos tercios a la mayoría. No

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estableció la censura, pero creó un sistema de coacción económica y moral que le permitió ir dominando paulativamente a la prensa. Sólo quedaron los pequeños periódicos de provincias y enhiesto en la cumbre de su prestigio internacional «Il Corriere della Sera», hasta que en el curso de los años la presión del régimen sofocó al noble vocero que mantenía el ideario del «risorgimiento».

Y cuando el hombre de la calle en Italia quería enterarse de los acontecimientos de su patria y del mundo, ¿que leía? Sólo podía formarse juicio de acuerdo con las directivas del Ministerio de Propaganda. Toda la prensa estaba sometida al contralor de la organización oficial.

El controlador de la prensa. ¿Qué de distinto pasa en la Argentina? De los once diarios de mayor circulación en

la Capital Federal, nueve forman parte del sistema oficial de la prensa dirigida, cuyas líneas señala desde la Casa de Gobierno el secretario administrativo de la Presidencia de la Nación, que se sienta en esta convención. Constituyen la propiedad privada de los personajes del Régimen o están fiscalizados por los bancos oficiales. Sobre los dos únicos grandes diarios libres que quedan penden las amenazas del control de cambios y del destino de «Il Corriere della Sera».

Los periódicos representativos de los partidos políticos adversos al Régimen han desaparecido. El vocero oficioso del Radicalismo fue clausurado por decreto del Poder Ejecutivo. Sancionó una caricatura relativa a la gravitación imperialista de los Estados Unidos en la política latinoamericana, caricatura que ofendió el sentimiento de solidaridad continental tan sensible en nuestras esferas oficiales cuando era embajador de la gran nación del norte el señor Messerschmidt, amigo dilecto del presidente y presidente del «holding» que controla a la C.A.D.E.

-Hablan simultáneamente varios convencionales y suena la campana. Visca. - Mussolini daba aceite de ricino y Perón da de comer al pueblo. -Hablan simultáneamente varios convencionales y suena la campana. Lebensohn. - En Italia fue necesario dar aceite de ricino porque no había jueces

dóciles. -Hablan varios señores convencionales a la vez y suena la campana. Presidente (Mercante). - Continúa con la palabra el señor convencional de

Buenos Aires. Lebensohn. - Parece el parlamento fascista: los mismos gritos cuando una voz

libre describe la realidad del Régimen. -Hablan varios señores convencionales a la vez y suena la campana. Lebensohn. - La Constitución establece que el Congreso dicta la legislación penal,

y el Poder Ejecutivo se atribuyó el derecho de crear por decreto una nueva figura delictual. La Constitución establece que el Poder Ejecutivo no puede arrogarse funciones judiciales, y

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el Poder Ejecutivo aplicó «per se» la penalidad que él mismo instituyó. La Constitución confiere al Poder Judicial la protección de las libertades públicas y el Poder Judicial, en ninguna de sus instancias, tan abundantemente representadas en el sector del partido político oficial, encontró modo de pronunciarse sobre tales violaciones constitucionales. Más digna fue la conducta de la Suprema Corte alemana. Dos veces clausuró Hitler al órgano oficial de la socialdemocracia, y dos veces la Suprema Corte ordenó su reapertura hasta la asunción de los plenos poderes por el régimen nazi.

Por otros procedimientos encubiertos, mediante decisiones de carácter municipal que ningún juez argentino se atreve a revocar, o ejerciendo intimidación sobre los talleres gráficos, se eliminó de la Capital al resto de la prensa opositora, relegada al interior, donde los pequeños tirajes no inquietan al Régimen, mas donde tampoco está exenta de amenazas como lo demuestra la clausura de «El Norte», de San Nicolás, y el atentado criminal contra «El Clarín», de Chacabuco, incendiado en pleno día con bombas igníferas por un piquete de «gangsters» enviado desde la Capital Federal.

Sin libertad de prensa no existe democracia. «Es uno de los grandes baluartes de la libertad», estableció la declaración de los derechos de Virginia, «y sólo podrá ser restringida por un gobierno despótico». Por la libertad de prensa, suprimida en la Argentina, el pueblo de París inició una de sus tres gloriosas revoluciones, y al regar con su sangre las barricadas que derribaron a la opresión, no defendió sólo el derecho de unos hombres a publicar sus ideas, sino su propio derecho a decidir su destino, con pleno conocimiento de todas las ideas.

Identidad del régimen fascista. ¿Qué pasaba en Italia con el obrero de las ciudades industriales del norte o con el

campesino del sur que deseaba una hora de esparcimiento y se dirigía al cinematógrafo? En el noticiario que obligatoriamente debíase pasar, aparecían a diario las figuras del régimen en actividades tendientes a promover la atracción general. Y cuando regresaba a su casa y quería informarse de cuanto ocurría en el país o en el mundo, en balde giraba el dial de la radio. Sólo escuchaba la voz del Duce o de sus corifeos y las informaciones organizadas sistemáticamente en el Ministerio de Informaciones para reformar el juicio del pueblo, seleccionando con cuidado noticias y comentarios para justificación y gloria del régimen.

¿Qué de distinto pasa en la Argentina? Waite Figueroa. - Que no les damos aceite de castor. Lebensohn. - Es lo único que faltaba, porque no lo necesitan, pero lo van a aplicar

cuando la resistencia popular crezca contra ustedes. Además, ustedes ya tienen mentalidad para aplicar el aceite de recino, lo que es previo para cumplir la acción.

También aquí, como en Italia, obligatoriamente todos los días los cines tienen que exhibir noticiarios confeccionados sin disimulo bajo el contralor de la Subsecretaría de Informaciones, para exaltar las bondades y figuras del gobierno. Y si el hombre del común desea enterarse a través de la radio de cuanto ocurre en el país o en el exterior, podrá girar el dial de la radio cuanto quiera que jamás oirá la voz de un hombre que no pertenezca al

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Régimen, y siempre deberá atenerse a las mismas informaciones meticulosamente preparadas bajo la dirección oficial.

- Hablan varios señores convencionales a la vez, y suena la campana. Lebensohn. - ¿De quiénes son las estaciones de radio? En este mismo recinto, en la

Cámara de Diputados, fue denunciada la adquisición de las radios por la dirección de Correos y Telecomunicaciones. En la Comisión de Reglamento nuestros representantes quisieron investigar en vano quiénes son sus propietarios actuales. Yo voy a decir que fueron adquiridas por el Estado sin autorización legislativa, concediéndose su uso a sociedades anónimas, tras las cuales se esconden jerarcas del Régimen para obtener grandes ganancias y para controlar ese elemento vital para la información y juicio del pueblo.

La radio es un instrumento esencial en la formación de la conciencia pública, a tal punto que su libertad es signo definitorio de un régimen. Donde la oposición tiene libre acceso, en un plano de igualdad con el gobierno, se vive el decoro de la libertad, y donde es monopolio del partido oficial, como arma sin réplica para la sugestión de las multitudes, se sufre la humillación de una dictadura.

La libertad de radio es más importante todavía que la libertad de prensa. La lectura de la palabra escrita requiere un acto de decisión: la palabra radiada se impone, penetra en la intimidad del hogar y en el fuero de nuestros sentidos y tiene un poder de convicción que sólo el acento humano puede proporcionar.

Son democracias, desde Inglaterra hasta Estados Unidos, desde Francia a Canadá, todos aquellos países donde las corrientes de la opinión pública pueden propalar sus ideas, en función de pensamiento y de crítica. O las pequeñas naciones como Uruguay, donde no existe para los partidos políticos fiscalización de ningún género, donde cualquier ciudadano puede emitir sus más enérgicos juicios contra el gobierno, porque allí no actúa otro juez que la conciencia del hombre del pueblo, soberano para escuchar y decidir.

Un crimen contra la ley natural. Y sigamos el paralelismo entre los comienzos de la revolución nacional de Italia y

de la Argentina. Regresaba el niño italiano a su hogar. ¿Qué traía? Las consignas políticas del régimen. Así, la revolución nacional dogmatizaba las conciencias desde la infancia. ¿Qué de distinto ocurre en nuestro país? El gobierno utiliza al niño como vehículo de penetración en el hogar y encasilla su espíritu para deformar el alma del hombre del mañana. Los «slogans» de la propaganda oficial son temas de clase y de exámen, y sus planes y propósitos políticos, incluso éste de la reforma constitucional, objeto de las composiciones infantiles. Ya en muchas escuelas, a imagen y semejanza de los procedimientos del fascismo, se incluye en las lecciones de escritura frases vinculadas a las figuras del Régimen. Así se destruye la alta función unificadora de la escuela argentina. Así pretende anular, desde su formación, al espíritu crítico de la futura ciudadanía; y así se comete el crímen totalitario, contra la ley natural, de despojar al padre del amor de su propio hijo.

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Los sindicatos. Como en Italia, los sindicatos organizados verticalmente por una dirección

centralizada que destruye la estructura federativa argentina, constituyen el soporte principal del Régimen.

Como en Italia, fueron ganados uno a uno por voluntad espontánea o por artes de seducción o coacción. Cuando mantienen independencia y rehusan someterse a los designios oficiales, se eclipsa la libertad constitucional de asociación y aparece interviniéndolos el secretariado de la CGT, con el respaldo de la Secretaría de Trabajo y la Policía Federal actuando de consuno. Y si el espíritu de libre decisión permanece, las intervenciones quedan indefinidamente, como ocurre con los telefónicos y los obreros municipales.

Los sindicatos han dejado de ser los órganos de expresión autónoma de los trabajadores en defensa de sus intereses gremiales. Han quedado reducidos al «rol»de instrumentos de control, dirección y movilización de la clase obrera, según las determinaciones de la Casa de Gobierno. Y no es que se mantenga a estos fines en recato. El actual presidente de la Nación, en discurso pronunciado en la Bolsa de Comercio, al referirse a los objetivos de creación de la Secretaría de Trabajo, definió su propósito de que «pudiera ser un organismo que dirigiese al movimiento sindical argentino en una dirección, lo organizase e hiciese de esta masa inorgánica y anárquica una masa organizada que procediese racionalmente de acuerdo a las directivas del Estado».

Visca. - ¿Por qué no explica el 17 de octubre? Presidente (Mercante). - No interrumpa el señor convencional al orador que está

en el uso de la palabra. Lebensohn. - Se lo diré, señor convencional. La repetición de frases estereotipadas

en el cine, la radio, la prensa, la escuela, el cuartel, el sindicato dirigido, la reiteración de estados conmocionales provocados con artificiosa habilidad, permitió a las dictaduras europeas crear el clima de sugestión que hipnotizó a inmensas muchedumbres. ¿Qué de extraño tiene, pues, el éxito de esas mismas técnicas en nuestra tierra, si la regulación de las libertades públicas impidió contraponerles el conocimiento de los hechos y las ideas que posibilitaran el libre juicio de la ciudadanía?

Los partidos. Y llego, señor presidente, a uno de los aspectos definitorios de la situación

argentina. La vida de los partidos políticos no es cuestión particular de cada partido: es un problema substancial de la democracia. En la democracia los ciudadanos no actúan aislados, sino agrupados en grandes corrientes cívicas, y el sistema fracasa si en cada una no se aplica lealmente y el pueblo no puede deliberar, elegir y fiscalizar a sus representantes.

Como argentino que aspira a la dignificación de los métodos políticos, tengo derecho a examinar la forma como los ciudadanos adheridos al partido oficial realizan su voluntad política a través de sus organismos. Del mismo modo tengo el deber de ofrecer al

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resto de la ciudadanía la seguridad de los procedimientos mediante los cuales los afiliados al Radicalismo deciden de su conducta política.

El partido oficial se ha convertido en órgano del Estado. No se ha dictado una ley, como la alemana del 1º de diciembre de 1933, que establezca la unión indisoluble entre el partido y el Estado; pero la carta orgánica del partido establece que el afiliado que ejerza la presidencia de la Nación posee el derecho de control de la vida partidaria, lo que resulta exactamente lo mismo, puesto que la fusión entre el Estado y el partido se realiza, por encima de la Constitución, entre la jefatura del Estado y la jefatura del partido.

En la democracia, las jerarquías nacen desde abajo hacia arriba y las responsabilidades se plantean desde arriba hacia abajo. En los partidos totalitarios se aplica el «Fuehrer prinzip»; la jerarquía parte desde la cúspide hacia abajo, y las responsabilidades se rinden desde abajo hacia arriba. La dirección nacional designa la dirección regional y ésta a la local. La dirección local es responsable no ante el pueblo, sino ante la dirección regional, y ésta ante la nacional, donde reside la fuente del poder.

Por primera vez en la historia de los partidos políticos argentinos, la estructura que está rigiendo al partido oficial es exactamente la misma de los partidos totalitarios, y en ella y en su vinculación con el Estado naufragan todas las instituciones constitucionales argentinas y los principios históricos de la organización nacional.

No existe separación de poderes cuando el consejo superior del partido oficial que actúa bajo la jefatura del presidente de la Nación designa los candidatos a diputados nacionales que han de formar el otro poder del Estado, y hasta los propios convencionales que están ejerciendo el poder eminente de modificar la Carta Fundamental.

-Varios señores convencionales hablan simultáneamente, y suena la campana. Presidente (Mercante). - Continúa en el uso de la palabra el señor convencional

por Buenos Aires. Lebensohn. - No existe separación de poderes cuando esos constituyentes son

nombrados por el cuerpo político representativo del régimen y entre ellos se encuentran cuatro de los cinco jueces de la Corte Suprema integrando las listas y el sector del partido oficial que reconoce la jefatura omnímoda del titular del Poder Ejecutivo de la Nación.

El régimen federal se ha extinguido cuando ese cuerpo, que representa una unidad de comando incompatible con la democracia y con los principios del federalismo, designa los candidatos a gobernadores, a miembros de las Legislaturas provinciales, y hasta a los senadores nacionales que han de investir la delegación del pueblo de las provincias de la Cámara representativa en la autonomía de los Estados.

-Hablan varios señores convencionales a la vez, y suena la campana. Las estructuras reales. Lebensohn. - Si a través de los resortes del partido oficial se ha suprimido en los

hechos la separación de poderes y el federalismo, y por su intermedio el presidente de la república ejerce la dirección de los cuerpos políticos del país, también controla a su arbitrio los demás aspectos de la vida nacional. El presidente de la República, que personifica en

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los hechos al Estado, dirige la cultura oficial, mediante los rectores de las universidades, que él designa; a los sindicatos obreros, por conductores gremiales que son los portavoces y ejecutores de sus decisiones.

Borlenghi. - ¡Está fuera de la cuestión! - Hablan varios señores convencionales a la vez, y suena la campana. Lebensohn. - Regula el nivel de vida de la inmensa mayoría del pueblo argentino,

autorizando la inflación sin límites del circulante, que desquicia la economía nacional, reduce el valor adquisitivo de los sueldos y salarios y enriquece a los poseedores.

Borlenghi. - ¡El señor convencional no está en la cuestión! Presidente (Mercante). - La presidencia ruega al señor convencional que se ajuste

a la cuestión en debate. Lebensohn. - Estoy en la cuestión. Borlenghi. - ¡No está en la cuestión! - Hablan varios señores convencionales a la vez, y suena la campana. Presidente (Mercante). - Continúa en la palabra el señor convencional por

Buenos Aires. Lebensohn. - Advierto, señor presidente, que el Radicalismo va a realizar su

examen de la Constitución real que está viviendo el pueblo argentino de acuerdo con su propio concepto y con su propia responsabilidad histórica. Vamos a hablar con absoluta libertad en este recinto.

El señor presidente de la República ha analizado la estructura del Estado argentino tal como él la ve. La Unión Cívica Radical tiene el derecho de analizar desde estas bancas del recinto de la Convención Constituyente las estructuras reales del pueblo argentino tal como ella las advierte.

El señor presidente de la República determina las orientaciones económicas a través de la burocracia del Consejo Económico Nacional que de él depende; los artículos que pueden ingresar en el país y las zonas de privilegio, verdaderos feudos industriales que se establecen al amparo de las restricciones que él impone; regla el rendimiento del trabajo de los agricultores, fijando el precio que recibirán por su producción...

Correa. - Señor presidente; el señor convencional está fuera de la cuestión. Lebensohn. - Estoy determinando las estructuras que se quieren consolidar

constitucionalmente. - Hablan varios señores convencionales a la vez, y suena la campana. Presidente (Mercante). - Sírvanse no interrumpir los señores convencionales al

orador que está en el uso de la palabra.

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Lebensohn. - El señor presidente encauza la dirección del crédito y dirige la política internacional sin que la Cámara de Diputados, única en que actúan legisladores radicales, haya tenido posibilidad de considerar los pactos en ejecución que lesionan nuestra libertad política y económica en la lucha contra los imperialismos.

El señor presidente ejerce una potestad irrestricta en el orden político y en los campos económicos, financiero, sindical y cultural; controla a su arbitrio los rumbos de la vida nacional. Por otros caminos, con otros procedimientos usando sus mismas técnicas, ha alcanzado la finalidad totalitaria.

Ahí está instalado el Régimen en sus realidades, dispositivos y orientaciones. Se ha desarrollado en el quebrantamiento de la estructura constitucional y en la regulación de las libertades públicas; ha centralizado las direcciones del país y pretendido imprimir su concepción en todos los aspectos de la existencia argentina. No puede consolidarse sin la permanencia indefinida del conductor que constituye el centro de las decisiones. De ahí la necesidad de la reelección presidencial. Sin continuidad del jefe, no existe continuidad del sistema y no se concibe al jefe sin la total concentración del poder.

La reelección. El artículo 77 de la Constitución es la garantía suprema de las libertades populares

y la última valla contra la arbitrariedad. Puede un gobernante avasallar todos los derechos. Su poder tiene límite cierto, plazo infranqueable, en la prohibición dictada por el sufrimiento de dos generaciones argentinas. Su remoción es el objeto de la reforma, y el Radicalismo se opone a ésta «in totum», en su conjunto, en defensa del orden democrático y de las libertades fundamentales, y en lealtad con la historia y el destino de nuestra Patria. Votará contra la reforma porque entraña el propósito de consolidar, fortificar y perpetuar al absolutismo gobernante y persigue la única finalidad de legalizar el establecimiento del sistema que está destruyendo esencias republicanas y precipitando a nuestra Patria en la abyección del despotismo.

En el curso de nuestra organización constitucional, la vida republicana, casi siempre fue amarga, pudo desarrollarse evolutivamente. Los presidentes solían ejercer influjo decisivo; su poder era inmenso, incontrolado dentro del lapso en que ejercían la dirección de la República. Imponían a sus sucesores, pero éstos, conscientes de la fuerza que reúne el poder presidencial, jamás se resignaron a ser meros ejecutores de directivas ajenas. Y en esa renovación de fuerzas, de procedimientos y de hombres, la democracia argentina se salvó y la República subsistió aun en las épocas dolorosas del fraude.

A este gran recaudo constitucional, los círculos de intereses que siempre rodean al poder personal quieren suprimirlo, no en interés del país, sino en su propio interés. No tienen la responsabilidad histórica del presidente, sino la oportunidad de enturbiarse con el fango de los negociados y de beneficiarse con el usufructo de su influencia, operando a la sombra del poder presidencial.

- Hablan varios señores convencionales a la vez, y suena la campana. Lebensohn. - Con plena responsabilidad digo que aún cuando el presidente fuese

un hombre de mi partido, tal es el conjunto que concentra el poder presidencial que podría

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lograr su reelección indefinida, aunque no representara a las corrientes más cuantiosas de la opinión pública. Esta situación iría socavando el régimen republicano y abriendo una fisura profunda entre el gobierno y el país, y su consolidación habría de provocar en esta tierra, que siempre ha sido tierra de resistencia a la opresión, las reacciones que son condignas a los pueblos que aman y defienden su libertad. A la primera reacción, el Régimen está muerto. Si triunfa, no tiene otro remedio que la huída, pero si logra la victoria, la sangre derramada...

Visca. - Estamos frente a una cuestión ajena al debate... - Hablan varios señores convencionales a la vez, y suena a campana. Presidente (Mercante). - Continúe en el uso de la palabra el señor convencional

por Buenos Aires. Lebensohn. - Hablar de la reelección es estar fuera de la cuestión. Ese es el

drama... - Hablan varios señores convencionales a la vez, y suena la campana. Lebensohn. - Pero si logra la victoria, la sangre derramada convierte al presidente

en su prisionero para siempre; no puede volver a ser un hombre común, desfilar por la calle, porque los odios despertados le obligan a permanecer en el poder y a rodearse de la vigilancia que protege al poder. Podría huir al extranjero, pero sus parciales se lo impedirían, porque necesitan la continuidad para su defensa...

- Hablan varios señores convencionales a la vez, y suena la campana. Los antecedentes de latinoamerica. Lebensohn. - Esta es la trágica historia de todos los dictadores latinoamericanos.

Esta es la historia de Rosas. - Hablan varios señores convencionales a la vez, y suena la campana. Lebensohn. - Esta es la historia de los presidentes latinoamericanos que

convocaron a asambleas constituyentes con el propósito de modificar la Constitución a fin de posibilitar sus reelecciones...

- Hablan varios señores convencionales a la vez, y suena la campana. Presidente (Mercante). - No interrumpan los señores convencionales al orador

que está en el uso de la palabra. Lebensohn. - Tengo aquí una cantidad de antecedentes que demuestran hasta que

punto el dolor de los pueblos de Latinoamérica ha necesitado crear exigencias constitucionales como las del artículo 77 para defender su derecho a la libertad.

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En Guatemala, pequeño país que estuvo sometido a dictaduras, el presidente no pudo ser reelecto, sino después de doce años del cese de su ejercicio.

- Hablan varios señores convencionales a la vez, y suena la campana. Lebensohn. - La Constitución de México expresa que por ningún motivo y nunca

podrá volver a desempeñar ese cargo después de concluir su mandato; en Nicaragua no pueden ocupar la primera magistratura ni los parientes dentro del cuarto grado de consanguinidad o segundo grado de afinidad del presidente de la República o del que ejerza la presidencia durante cualquier tiempo de los últimos seis meses anteriores a la elección; el militar que hubiese estado en servicio activo sesenta días antes de la elección se halla en la misma situación; en Panamá...

Un convencional. - Panamá, ¿qué país es? Lebensohn. - Se ve que es convencional de la mayoría. Lo mismo ocurre en

Panamá respecto de los parientes del presidente dentro del cuarto grado de consanguinidad o segundo de afinidad. Y así en toda Latinoamérica, salvo Santo Domingo y Paraguay.

¿Qué son los veinte años de reelección de Estrada, en Guatemala; qué son los trece años de reelección de Ubico, en el mismo país? ¿Qué es el Trujillo, en Santo Domingo y las reformas constitucionales de 1929, 1932 y 1934 introducidas por él? Cuanto más despreciable en un régimen, tanto más reformas constitucionales.

En Cuba, en 1925, se produce al advenimiento de Machado al ejercicio del poder, y ya en 1927 reforma la Constitución para conectar su prolongación indefinida, hasta que en 1933, después de haber martirizado a ese pueblo con sus torturas y sus «porristas», después de haber ensangrentado la hermosa isla del Caribe, huyó a Estados Unidos, donde pasó sus últimos días en el desprecio de su patria. ¿Qué es de Venezuela, que tuvo desde 1908 hasta 1935 el mismo dictador, Juan Vicente Gómez, de quien sólo se liberó el país con su muerte? El día de la muerte de Gómez el pueblo se abalanzó contras las puertas de la cárcel «La Rotunda» y aserrando los barrotes extrajo engrillados a combatientes de la juventud, a universitarios, a los mejores hombres de Venezuela que habían estado enfrentando el régimen despótico.

En México, desde 1877 hasta 1911, durante treinta y cuatro años que podríamos calificar con adjetivo de Yrigoyen. «años seculares», la sangre cubrió los caminos de la tierra mejicana al grito de «no reelección», y el pueblo estuvo despojado de su libertad y el país de su adelanto moral durante medio siglo por la ambición de mando de un presidente y de sus corífeos, que disponían de todos los resortes del poder para la permanencia en el gobierno. Es Leguía, en el Perú, que en 1919, apenas llegado al poder, convocó a una convención constituyente. Pretextaba también la inclusión de garantías sociales, más su propósito real era posibilitar su permanencia en el poder, que mantuvo hasta 1931, en que fue derribado después de catorce revoluciones; cayó preso y murió en la cárcel.

Giovanelli. - ¿Cómo terminó Yrigoyen? - Hablan varios señores convencionales a la vez, y suena la campana. Presidente (Mercante). - Continúa en el uso de la palabra el señor convencional

por Buenos Aires.

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López Sanson. - Ustedes lo invocan a Yrigoyen cuando les conviene. - Hablan varios señores convencionales a la vez, y suena la campana. Presidente (Mercante). - Continúa el señor convencional por Buenos Aires en el

uso de la palabra. Lebensohn. - En el Brasil Getulio Vargas llegó al gobierno en 1930 y permaneció

en el poder hasta 1944. Miel Asquía. - Yo pregunto, señor presidente... Presidente (Mercante). - No interrumpa el señor convencional al orador que esta

en el uso de la palabra. Lebensohn. - De 1930 a 1934 fue presidente provisional. En 1934 se dictó la nueva

Constitución democrática brasileña, y en 1938, concluido el período presidencial, el jefe de Estado, que no podía ser reelegido, de acuerdo con la Constitución, por acto de fuerza personal promulgó una Constitución corporativa -que, por singular paradoja, es la única Constitución corporativa del mundo, pues la italiana y la alemana nunca existieron- y permanece en el poder hasta 1943, en que fue derribado por un golpe de Estado.

La reforma de la constitución de Estados Unidos. Es la historia trágica de América latina, es la historia trágica de la Argentina. Y a

mi me extraña que un hombre tan culto como el señor informante del sector de la mayoría, que invocó en abono de su tesis, en favor de la reelección presidencial, la opinión de Hamilton, centralista y conservador, en los comienzos de la organización constitucional norteamericana, no haya invocado las actuales corrientes constitucionales norteamericanas., En Estados Unidos -después de la histórica presidencia de Roosevelt, salvador de la humanidad-, en Estados Unidos, donde el federalismo garantiza los derechos del pueblo y evita la omnipotencia del Estado Federal...

Miel Asquía. - Perón, salvador del pueblo argentino. - Hablan varios señores convencionales a la vez, y suena la campana. Presidente (Mercante). - Continúa con la palabra el señor convencional por

Buenos Aires. Lebensohn. - A pesar de que en Estados Unidos las libertades públicas gozan de

una total garantía... Perazzolo. - Y hay reelección de presidente también. Lebensohn. - A eso voy, señor convencional. Se ha promovido la reforma constitucional, y el Congreso Federal ha encarado, por

el procedimiento de enmiendas, la reforma constitucional prohibiendo que ningún presidente pueda permanecer más de ocho años en el poder. Esta decisión fue adoptada en 1947 por más de dos tercios de votos constitucionales de la Cámara de Representantes y del

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Senado de la Unión, y notificada a la secretaría de Estado el 21 de marzo de 1947. Establece esta resolución que tiene que ser ratificada en el término de siete años para convertirse en reforma constitucional. Y asómbrese el señor presidente y el informante de la mayoría: rápidamente veintidós Estados ratificaron la enmienda, a pesar de que faltan más de cinco años, y estos Estados no son los representativos de una corriente política. Tengo los últimos cuatro, que lo han hecho en el curso de los últimos meses del año pasado. Son: Virginia, controlado por el Partido Democrático; Mississipi, controlado por el Partido Democrático; Nueva York, cuya Legislatura tiene una representación mixta democrática-republicana, y South Dakota, republicano.

Es decir que en la democracia norteamericana, en la que el ejemplo de Washington fue regla moral imperativa que contuvo las reelecciones pasado el término de los ocho años -regla moral que únicamente no rigió cuando circunstancias históricas exigen una reelección- cuando se vió que había un peligro para el futuro, se puso en movimiento la máquina constitucional para impedir que en función de esa posibilidad pudiera construirse un gobierno fuerte que fuera opresor de las libertades norteamericanas.

La confesión de la mayoria. Sampay. - Estados Unidos pudo elegir por tercera vez a su presidente Roosevelt

en un caso en que era necesario para la salvación del país. Lebensohn. - Eso abona mi tesis, señor convencional, porque si habiendo existido

un solo caso, un caso tan evidente de necesidad, la conciencia del pueblo norteamericano resolvió suprimir las reelecciones, eso demuestra cuál es el sentido y la fuerza de los principios constitucionales.

Sampay. - Como allí, también aquí podría ocurrir que después de la reelección de

Perón tuviéramos que poner otra vez la prohibición de reelegir. Lebensohn. - Es decir, que se trata de una reforma constitucional que no es

permanente, sino que se adecúa a las necesidades del presidente de la República, que nos está presidiendo desde ese sillón.

Borlenghi. - Porque es un caso excepcional, como el de Roosevelt. Lebensohn. - A confesión de parte, relevo de prueba. La mayoría, por la voz de su

miembro informante, ha declarado que la reforma de este artículo se hace para Perón, que era lo que nosotros sosteníamos ante el pueblo argentino.

Waite Figueroa. - Perón es el San Martín de esta época. Lebensohn. - El elogio del señor convencional es pequeño. A Leguía lo llamaban

el Júpiter americano...

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Presidente (Mercante). - Ruego a los señores convencionales que no interrumpan al orador.

Ayer y hoy. Lebensohn. - Lo más extraordinario es que el propio actual presidente de la

República y el presidente de la Comisión Revisora de la Constitución han tenido un concepto tan cerrado de lo que debe ser el mecanismo que impida las reelecciones en la vida argentina por sus efectos en la moral cívica, que cuando subscribieron en calidad de ministros del gobierno de facto el decreto de los partidos políticos, establecieron en función de dignidad política, que no podían ser reelectos, por ningún concepto, ni por ninguna mayoría, los presidentes, los vicepresidentes y los secretarios de hasta los subcomités de barrio. Y ahora quieren la reelección del presidente de la Nación.

La actitud radical. El Radicalismo adjudica a esta reforma constitucional la única que acaba de

confesarse públicamente. Su actitud no puede ser modificada por la existencia de algunas disposiciones que contemplan anhelos sostenidos por nuestro partido. Han sido expuestos, en general, en forma de simples enunciados teóricos, desprovistos del sistema de garantías indispensable para su eficacia por el moderno constitucionalismo, y repiten el arsenal de frases creado para desorientar a la opinión pública y levantar una cortina de humo sobre el objetivo de la reforma. La negativa del sector radical, impuesta por las circunstancias en que vive el país, no implicará definición sobre ningún principio particular en sí, sino considerándolos en su carácter de partes inseparables de un plan destinado a sofocar las libertades argentinas.

Reelección presidencial, constitucionalización de la legislación represiva del Régimen, culminación del proceso de centralización. He ahí la reforma. Todos sus demás aspectos estaban en la legislación o podía alcanzarse mediante la legislación: derechos del trabajador, incompletos y falseados; los derechos de la familia, imprecisos e innocuos; disposiciones atinentes a servicios públicos que en parte se acercan a nuestro programa. Todo cabía como desarrollo dentro del gran encuadre orgánico de la Constitución del 53. Lo único que no podía lograrse era la remoción del infranqueable obstáculo a la ambición de mando de los gobernantes. De ahí y sólo de ahí nació la reforma.

Un plan progresivo. Quién siguió atentamente los acontecimientos ocurridos en los últimos años pudo

creer que muchos, lesivos a nuestros pensamiento democrático, constituían simples expresiones del azar, reacciones temperamentales ante episodios de carácter personal, devaneos teóricos de asesores extraños a nuestro ambiente. Más si dirigimos la mirada hacia atrás advertimos que todos estos hechos aparentemente aislados se integran como piezas de una estructura coherente y orgánica y se advierte que un hábil estratego ha venido cumpliendo progresivamente un plan que arriba a su meta. Destrucción del sindicalismo

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independiente, avasallamiento de las universidades, humillación del régimen parlamentario, monopolio de la radio y del cine, restricción de la libertad de prensa, manejo discrecional de los fondos públicos y de los inmensos recursos sustraídos a la producción, absorción burocrática del control económico y financiero, reelección indefinida del jerarca.

El aparato represivo. Ya están dadas las condiciones totalitarias. Y también dado el aparato represivo

del Régimen para ahogar la insurgencia del pueblo cuando se aperciba de la realidad de su destino. ¿Qué otra cosa significa la revalidación del decreto ley de seguridad del Estado, merced a la jurisprudencia de la Suprema Corte?, de ese decreto ley de corte y mentalidad fascista, que establece que las huelgas declaradas ilegales -y las declara el organismo administrativo dependiente del presidente de la República-, constituyen delitos y que quienes los estimulan reciben pena no excarcelable.

¿Qué otra cosa significa el registro general de personas, que dará al gobierno la noción precisa de todas las actividades y movimientos de los habitantes del país, habilitándolo para la vigilancia característica de los Estados policiales? ¿Qué otra cosa significa la sanción de la ley de organización del país para la época de guerra, que rige en época de paz, que permite al arbitrio del presidente de la Nación declarar estados de conmoción interna o de emergencia grave y reemplazar a las autoridades políticas y administrativas normales por autoridades militares, y substraer a los ciudadanos de la jurisdicción de los jueces de la ley civil para someterse al juicio sumario de la ley militar?

¿Qué significa esto? Es el terror; es el ejército que avanza sobre un país conquistado. En su despliegue, las tropas llegan a una localidad, se apoderan de personas y cosas y disponen de su destino. Es la ley de la guerra, la ley indispensable para que detrás de los ejércitos no existan retaguardias enemigas. ¿Quién ha pensado eso para que rija dentro de su propio país, con relación a sus propios nacionales, como instrumento de dominación que sólo es concebible en esos Estados extraordinarios en que la ley suprema es la victoria en el terreno de las armas?

¿Qué otra cosa importa la reforma del Código Penal, que cancela prácticamente el último medio de emisión del pensamiento, la tribuna callejera, puesto que su concepto del desacato instituye el delito de opinión en sus términos más altos?

-Suena la campana indicadora de que ha vencido el término de que dispone el

orador para hacer uso de la palabra. Presidente (Mercante). - Ha vencido el plazo para hacer uso de la palabra, señor

convencional por Buenos Aires. Albarracín Godoy. - Hago indicación de que se prorrogue el término. Presidente (Mercante). - Se va a votar si se acuerda al orador prórroga del

término para usar de la palabra. - Resulta afirmativa de 109 votos; votan 138 señores convencionales. Presidente (Mercante). - Continúa en el uso de la palabra el señor convencional

por Buenos Aires.

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Lebensohn. - ¿Para qué y en previsión de qué ha sido sancionado este aparato represivo que coloca un dogal sobre el cuello del hombre del pueblo y somete el honor, la libertad, el pensamiento y el nivel de vida de los argentinos al arbitrio del presidente de la República? No somos nosotros quienes hemos despertado pasiones con la ley del odio, de la división y de la persecución. La nuestra es la prédica de la tolerancia en el respeto de la opinión ajena, de la paz en la dignidad del derecho y de la igualdad en el ejercicio común de la libertad. Triste destino de nuestro país seguir el camino que los otros recorrieron sin que su experiencia ni final sirvieran de lección. Con los mismos métodos, con las mismas técnicas, aquellos conductores dominaron a sus pueblos y les enseñaron a idolatrar, a odiar y hasta a morir conforme a la voz de mando que descendía entre el coro alucinante de las grandes multitudes organizadas.

La revolución-contra. Rotas aparentemente las coyunturas del fraude, el país debía ingresar en el orden

dinámico de la libertad y debatir en la agitación fecunda de la democracia las formas de superación política y de transformación económica y social reclamadas por el espíritu popular, sostenidas por el Radicalismo y postergadas por la coacción electoral. Fue necesario copar la revolución que maduraba en las conciencias, conquistar la adhesión de los sectores populares satisfaciendo sus reivindicaciones más inmediatas y mantener la disposición del poder del Estado para impedir cualquier modificación de estructura que afectase al orden impuesto. No fue un movimiento progresista, fue una fase negativa ‘la revolucion-contra’ que llamara ‘Mac Leish’, pero una fase, en fin, del proceso revolucionario que se esta desarrollando en la humanidad. Sólo intentó frenar el impulso de transformación social, que es el signo de la época, con reajustes que mantuvieron inalterables las relaciones de producción capitalista una amortiguación del régimen del privilegio tendiente a fortalecerlo y a confundirlo con el Estado.

A la preeminencia de la oligarquía terrateniente formada al amparo del poder político, en la época de la afirmación de los valores agropecuarios, sucedió la de las expresiones financiero-industriales vinculadas al poder revolucionario, que facilitó así el tránsito de nuestra estructura capitalista a las nuevas formas impuestas por el desarrollo económico. Al servicio de esta evolución se colocó a los recursos del país, entregando los dispositivos del control económico-financiero de la Nación a representantes conspícuos de la nueva oligarquía.

Los hechos probarán a nuestros amigos obreros, en su debido tiempo, que la justicia social no fue un fin en sí mismo, sino un medio de lograr el apoyo popular para conquistar el poder y luego realizar desde él los otros objetivos de quienes se embarcaron en la gran aventura de dominar al país.

Fué la misma estrategia social de Napoleón, figura histórica grata al espíritu del presidente, que proclamó los ideales de la Revolución en tanto sofocó su espíritu, alejó a los hombres que le eran leales y recreó el absolutismo para su mayor gloria imperial. Fué, en otro sentido, la experiencia de Bismarck, cuyo ideal prusiano de potencia inspira al oficialismo. El Canciller de Hierro no hizo sancionar las primeras leyes sociales alemanas movido por sentimientos de justicia, sino guiado por la voluntad de atraer a los trabajadores para dominarlos y forjar con su apoyo una economía y un ejército adecuados a sus planes

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imperiales. Y fue también la reciente experiencia de los pueblos subyugados por el fascismo que entregaron su libertad y su vida en la ilusión fugaz de suprimir su inseguridad económica.

El poder personal. La finalidad de fortificar y perpetuar el poder adquiere plena evidencia en la

reforma. La experiencia de casi un siglo señaló las deficiencias de la Carta del 53 en las limitaciones del poder personal de los presidentes, origen de gran parte de nuestros males políticos. Más el proyecto no recoge esa experiencia. El régimen de intervenciones, del estado de sitio, de provisión de cargos públicos y de gastos ilegales permanece con sus fallas actuales. Se aclara la imprecisión de conceptos en cuanto a la prórroga de sesiones del Congreso, pero en sentido desfavorable a la buena doctrina. No se contemplan garantías efectivas para el resguardo de la autonomía de las provincias y prácticamente se las ha colocado en situación de dependencias del poder central al condicionarse su autonomía a cooperaciones que las privan de seguridad política.

No se prevé la convocatoria automática del Congreso para juzgar la pertinencia del estado de sitio que puede declarar el Poder Ejecutivo durante el receso, o en su defecto, la creación de una comisión parlamentaria permanente que lo substituye en esa función. Se incluye, en cambio, el estado de prevención y alarma, al que se califica de intermedio con el de sitio. Más puede ser declarado al arbitrio del Poder Ejecutivo, aún durante el funcionamiento del Congreso, y excluye la opción del abandono del país a los detenidos.

La ley de residencia, sancionada por la oligarquía para reprimir el movimiento obrero, cuya derogación comprometieron los diputados gremialistas, no solamente queda, sino que se incorpora al texto constitucional. Aparecen bases constitucionales igualmente para el decreto-ley de delitos contra la seguridad del Estado, y para la vigencia, en época de paz, de la ley de organización del país para la época de guerra, al establecerse, en expresión de estudiada ambigüedad, la aplicación del Código de Justicia Militar a los civiles asimilados.

Absolutismo económico al servicio del privilegio. Podrá tener el Poder Ejecutivo presupuestos por períodos de tres años, sellar

moneda y fijar su valor y negarse a contestar verbalmente las interpelaciones a sus ministros. En el campo económico se constitucionaliza el actual monopolio de exportaciones e importaciones, sin prever recaudos que eviten la formación de un absolutismo económico al servicio del privilegio. Nosotros queremos el contralor social de la economía, pero con un Estado dirigido democráticamente, en forma tal que todas las fuerzas de la sociedad intervengan, sin interferencias deformadoras, en la expresión de la voluntad colectiva y tengan al Estado como agente y no como dueño de la comunidad.

Este monopólio en los últimos años, ha significado el manejo sin publicidad, sin fiscalización de la opinión pública ni del Parlamento, de recursos muy superiores a los del presupuesto nacional y la regulación discrecional del rendimiento del trabajo del campo argentino. El presidente de la República, por intermedio de sus funcionarios, ha dispuesto discrecionalmente de miles de millones de pesos. Ni aún hoy en día el país puede enterarse

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de la naturaleza de las operaciones de compra o de venta realizadas, de su conveniencia ni del destino de esas inversiones.

- Hablan varios señores convencionales a la vez, y suena la campana. Lebensohn. - De lo que es el monopolio tal como lo incorpora el proyecto de

reforma constitucional, sin ningún recaudo y sin tener en cuenta lo que aconseja la experiencia argentina, pueden dar fe dos hechos actuales.

Primero la mayor parte de la cosecha de maíz del año pasado se encuentra acumulada en los sitios de producción, semiinvadida y destruída por los parásitos.

- Hablan varios señores convencionales a la vez, y suena la campana. Visca. - Sinceramente, es lamentable que el señor convencional... Lebensohn. - Me faltan pocos minutos y ruego a los señores convencionales me

permitan examinar la realidad del régimen que se quiere constitucionalizar. - Hablan varios señores convencionales a la vez, y suena la campana. Presidente (Mercante) - Continúa en el uso de la palabra el señor convencional

por Buenos Aires. Lebensohn. - En segundo lugar, la carencia de divisas fuertes está creando una

crisis en nuestro intercambio internacional. Faltan elementos imprescindibles para la reposición del utilaje industrial y los que se hallan se cotizan a precios de exacción.

- Hablan varios señores convencionales a la vez, y suena la campana. Presidente (Mercante) - Ruego a los señores convencionales no interrumpan al

orador que está en el uso de la palabra. Lebensohn. - El presidente y sus asesores dispusieron de centenares de millones de

pesos para la adquisición de barcos. Nos parece muy bien pero en su mayor parte fueron acordados a grupos navieros particulares y no destinados a la adquisición de barcos para la Flota del Estado. Con el dinero del país, con sus divisas, por las cuales la Nación sacrifica su economía...

- Hablan varios señores convencionales a la vez, y suena la campana. Lebensohn. - ...el señor Dodero adquirió una gran flota. Transportan sus barcos la

producción nacional, los inmigrantes y gran parte de las importaciones, en situación de privilegio, pués se los prefiere para evitar las demoras que existieron hasta hace poco tiempo en el puerto de Buenos Aires. Con los dineros del Estado se adquirieron los barcos; con los contratos del Estado se les paga; pero los barcos no son propiedad del Estado, sino propiedad privada del Señor Dodero, el gran amigo del presidente de la Nación.

- Hablan varios señores convencionales a la vez, y suena la campana.

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Oscuros presagios. Lebensohn. - La reforma se consuma bajo oscuros presagios. Los discursos del

presidente ofrecen, alternativamente, la paz de la sumisión o amenazan encender en guerra al país. El presidente necesita crear un clima conmocional. Es la característica de estos regímenes, para los cuales es fatal la tranquilidad que permita reflexionar. Tiene sus razones. Recibió el gobierno en condiciones económicas afortunadas que jamás se dieron. Desde el comienzo de la guerra, Argentina entregó su producción y sus importaciones se restringieron al mínimo. Los países proveedores estaban absorbidos por el esfuerzo militar. Nuestra industria naciente debió multiplicarse para atender a las necesidades nacionales. Floreció el espíritu de empresa y la capacidad técnica. El trabajo argentino, el trabajo de nuestros despojados productores agropecuarios, acumuló los grandes saldos en oro y divisas que se atribuyó la jactancia del régimen. La coyuntura económica hizo pasar a la Argentina de país deudor a acreedor y, en consecuencia, de economía independiente. Ese inmenso caudal ofrecía las perspectivas más halagadoras para el porvenir nacional. Pero en pocos meses ha sido dilapidado y nuestro país se encuentra en extraordinarias dificultades para satisfacer sus exigencias de importación. Se sienten los pródromos de la crisis. El derroche oficial pudo ser posible extrayendo a la producción las grandes diferencias entre el precio interno y el externo de que el gobierno se apropiaba. En baja los precios mundiales, el peso de nuestra máquina burocrática extenúa a la economía. La ineptitud y el despilfarro trasladan su incidencia al aumento del costo de la vida. La inflación avanza vertiginosamente. El Régimen comprende que tendrá que mostrar su verdadera índole. Cuando los vientos de la prosperidad cubrían nuestra tierra, pudo aumentar salarios que no afectaban las ganancias impresionantes de los grandes consorcios, pero para cuando la utilidad merme, está decidido a arrojar el peso de la crisis sobre los hombros obreros. A la desvalorización monetaria que restringe el salario real, seguirá una política de congelación de sueldos que los volverá, en su capacidad adquisitiva, al nivel de 1943, en los tiempos de la oligarquía conservadora.

En nombre de la lucha contra la agresión extranjera requerirá sacrificios al país, y descalificará como traidores a cuantos se opongan a sus agresiones contra las libertades argentinas.

Hará rápidamente elecciones en las provincias intervenidas, e inmediatamente iniciará la nueva política, el viraje hacia la derecha, apretando el torniquete extorsivo.

La prorroga de mandatos. Presume la reacción popular, y para evitarla está urdiendo un inaudito atentado

contra la democracia: la suspensión de las elecciones que debían verificarse en 1950, para la renovación parcial de la Cámara de Diputados y la elección de la mayor parte de los gobiernos provinciales. Se prorrogan los mandatos de los diputados y se convertirá a las legislaturas provinciales en constituyentes «sui generis «para prorrogar a su vez el mandato de gobernadores, legisladores municipales. El Régimen aspira a un interregno de tres años

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para aplastar al espíritu de independencia popular y someter a los argentinos al orden silencioso de los oprimidos sin esperanza.

Perspectivas dramáticas son éstas. Errado está el Presidente si presume la mansedumbre de este grande y generoso pueblo. Escuche las inspiraciones del patriotismo por encima de los círculos de intereses que rodean al poder. Aún es tiempo para detener esta marcha que conducirá al país al despeñadero. ¡Que Dios inspire a su espíritu y salve a la Nación!.

Seguiremos la lucha. Nosotros seguiremos nuestra lucha, dispuestos siempre a tender la mano de la

cordialidad argentina en el decoro hoy ausente de la libertad. No nos sentimos adversarios del hombre del pueblo que votó en contra nuestra. Sus aspiraciones nacionales son nuestras aspiraciones nacionales. Cree, a través de los dispositivos oficiales de información, que son los únicos que hasta él llegan, que se quiere operar una grande y justiciera modificación del panorama argentino y le presta el aporte sincero de su devoción. El Régimen sólo podrá subsistir mientras pueda mantener a ese hombre en el desconocimiento de la realidad nacional; más, a medida que transcurran los acontecimientos, el tiempo, que es el gran maestro de la vida, irá probando quiénes estuvieron lealmente al servicio de esta causa revolucionaria, por la que hemos luchado con sangre de nuestros corazones.

En balde será la armazón de fuerza que se pretende erigir. Como todo lo edificado sobre cimientos de arena, caerá ante el primer soplo de la adversidad.

- Hablan varios señores convencionales a la vez, y suena la campana. Lebensohn. - No es ésta la nueva Argentina; ésta es la última etapa de la vieja

Argentina, de aquella que fue frustrando a través de mil formas cambiantes a la Argentina irrealizada que quisieron forjar los creadores de la nacionalidad. Tiene su mismo sentido de goce sensual de la vida, su misma moral de éxito y del poder.

- Hablan varios señores convencionales a la vez, y suena la campana. Lebensohn. - Frente a este régimen que intenta reducir a nuestro pueblo a la

categoría de masas semejantes y moldeables al redoble de las consignas de propaganda, confiriéndole la justicia como dádiva y la solidaridad como soborno, afirmamos nuestra absoluta convicción en la lealtad del hombre del pueblo con el destino nacional, y en su aptitud para elevarse a los grandes fines y a las grandes responsabilidades, en el libre albedrío negado por los mecanismos de comprensión espiritual que caracterizan a la actual dictadura. Desválidos de poder material, sin prensa, sin radio, sin aulas y sin armas, sin bancos ni gobiernos, libramos esta batalla...

- Hablan varios señores convencionales a la vez, y suena la campana. Lebensohn. - ...con victoriosa confianza en la prevalecían final de los ideales que

nutrieron la historia argentina, serenos y seguros, porque son nuestros la razón y el futuro.

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- Suena la campanilla indicadora de que ha vencido el plazo de que disponía el

orador. Presidente (Mercante). - Señor convencional; ha vencido el plazo de que disponía

para su exposición. Lebensohn. - El propio miembro informante de la mayoría ha confesado ante la

conciencia argentina que la Constitución se modifica en el artículo 77 para Perón, con el espíritu de posibilitar la reelección de Perón.

- Hablan varios señores convencionales a la vez, y suena la campana. Lebensohn. - La representación radical desiste de seguir permaneciendo en este

debate, que constituye una farsa. - Hablan varios señores convencionales a la vez, y suena la campana. - Varios señores convencionales abandonan sus bancas. Lebensohn. - Volveremos, volveremos a dictar la constitución de los argentinos.

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2.Posición Combatiente

Discurso pronunciado en el seno de la Convención Nacional de la Unión Cívica Radical, el 25 de abril de 1953.

Señores Convencionales: Si fuera necesario acreditar ante la conciencia del

mundo, mediante un testimonio gráfico e irrevertible, la presente situación argentina, bastaría describir este cuadro. He aquí, delante de nosotros, los escombros que trajo la barbarie argentina revivida en el Régimen que humilla la nacionalidad. Y he aquí también, bajo el mismo techo, la Unión Cívica Radical, expresión civil y viríl de la conciencia argentina, dispuesta a restaurar las condiciones de libertad que constituyen la dignidad y el decoro del hombre.

El precio de la sangre. Nunca mejor que en estos momentos podremos iniciar nuestras deliberaciones bajo

el eco de las notas de nuestro himno. El habla de la larga lucha, que no nace con el nacimiento de nuestra patria, sino que se remonta a miles de años atrás, cuando el primer hombre comenzó a erguirse contra el despotísmo para afianzar la dimensión y la latitud de sus derechos.

En un desfiladero, alguien tenía un garrote para imponer su ley -la ley de la fuerza, del poder-, y alguien, nuestro antepasado primitivo y remoto en la lucha por la libertad, se irguió sobre sus dos plantas y afirmó su derecho a ser, él, una criatura humana. Han pasado millares de años, todo el tránsito de la historia. Y cada sector de esa libertad, que constituye el decoro del hombre contemporáneo, se conquistó al precio de la sangre y del sufrimiento de generaciones íntegras.

Nadie conoce el nombre ni el pensamiento concreto de los primitivos en la lucha que nosotros representamos en esta hora grave de la vida argentina. Sin embargo, paso a paso, en todo el desarrollo de esta hazaña histórica que es la conquista de la libertad, se fueron jalonando los triunfos y las derrotas, y gracias a ellos advino un mundo humano; un mundo del siglo XX, un mundo en que la criatura humana estaba protegida en sus fueros y revestida de todo lo que constituye la dignidad de nuestra época.

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El hombre, trabajosamente, al cabo de siglos, fue elaborando las estructuras sociales, políticas y económicas que lo liberaban de la coacción y de la fuerza. El ingenio del hombre libró durante esos siglos la lucha para resguardar la libertad de conciencia, y logró que el alma, la tierna alma naciente del fruto de sus amores, se realizara conforme a la ley de su hogar, y no conforme a la imposición del poder.

¡Cuántas gentes murieron en el cadalso! ¡Cuántos fueron quemados en la hoguera! ¡Cuántos perecieron en guerras seculares para afirmar los principios de la libertad de conciencia!

Nosotros somos los merecedores de ese patrimonio. Y he aquí que en la Argentina la lucha de nuestros antepasados remotos por dar libertad al espíritu del hombre, se está frustrando. Y he aquí que estamos nosotros para responder a la sangre y a la memoria de nuestros antepasados y para recrear las condiciones de la libertad de conciencia.

La división del poder. El ingenio del hombre fue dividiendo el poder. No quiso que el estuviera

concentrado en la sola mano del discrecionalismo, que representa la manifestación concreta del régimen despótico. Quiso que hubiese un cuerpo que sancionase las normas que rigen la vida colectiva, y que hubiese otra entidad de derecho público que aplicase esas normas, y que hubiese otra, en fin, cercana en magnitud a la divinidad misma, que se encargara de dar a cada uno el sector de justicia que le corresponde. Y así el hombre dividió los poderes.

Y he aquí que en la tierra argentina todos los poderes han sido resumidos en una sola persona. Existe un Poder Legislativo, pero es la ficción y el fantasma del Poder Legislativo, porque no es más que el ejecutor de las órdenes del Ejecutivo. Existe un Poder Judicial -ese poder que he señalado como cercano a la divinidad misma, porque debe proteger nuestra vida, nuestro honor, nuestro nombre, todo nuestro ser-, pero ese poder, que los hombres deben desempeñar como un sacerdocio, está ligado, vinculado, subordinado para los más viles menesteres de la represión, a las decisiones del Ejecutivo.

El resguardo institucional de la libertad. El hombre no se conformó con dividir los poderes. Quiso que hubiese muchas

entidades de derecho público y concibió, dentro de nuestro sistema institucional, que frente al poder nacional, en cada sector de la vida argentina, hubiese una unidad histórica resguardada en su autonomía política y en su autonomía económica. Y el hombre reconoció las provincias e instituyó el régimen federal. Y dentro de cada provincia, quiso también que se dividiesen los poderes, porque en ese balance y en esa limitación residía la libertad del hombre.

Y no se conformó con esto. En su lucha de siglos concibió que hubiese otra entidad apegada a él; el poder municipal. Quiso que en cada sitio existiese una autoridad local que fuese expresión del pensamiento y estuviera ligado a su propia vida; e incluso dividió esa autoridad en tres sectores -un legislativo, un ejecutivo y aun un judicial- porque así garantizaba la libertad.

Y quiso por encima de todo eso, que rigiesen normas escritas capaces de movilizar los esfuerzos de todos los individuos que actuaran concertadamente, conforme a los

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principios que constituyen la ley de la nacionalidad. Y sancionó todos los códigos que prescriben las reglas fundamentales de nuestro derecho positivo.

Y no se detuvo allí. Quiso también que en la base de su organización estuviese la conciencia pública, el país, el hombre, vigilante, atento, actuando como recipiendario de todas las impresiones, escuchando todos los juicios y decidiendo, con los plebiscitos cotidianos de la opinión pública, cuál debía ser la marcha de todos los organismos que había previsto y creado el ingenio humano, a través de los sacrificios de millares de años, para liberar esa cosa frágil y tan falible que es una criatura humana.

Y todo eso, compatriotas, ha perecido en la tierra argentina. No existe división de poderes, ni federalismo, ni vida comunal. No existe la constitución, porque su vigencia ha sido suspendida y actúan poderes de guerra emplazados contra los propios nacionales, cuya libertad es superior y anterior a la constitución. No existen las corrientes vivificantes de la opinión pública, porque la prensa ha sido monopolizada por el Régimen y los medios técnicos de expresión del pensamiento popular están cancelados.

La lucha por los ideales de la nacionalidad. Estamos los argentinos como hace miles de años. Un desfiladero, la fuerza bruta, y

un hombre que se pone de pie para iniciar esta marcha eterna hacia la liberación y la expansión de la dignidad humana.

Este es nuestro papel, el altísimo papel que está desempeñando la Unión Cívica Radical. Yo no veo ya la bandera de nuestro partido con los colores del 90. No la veo siquiera con los colores que en nuestras Provincias encabezaban las columnas revolucionarias del 93, colores que aun permanecen en nuestros distintivos para señalar nuestra militancia política. Los olvido, diluyo esos colores y no veo más que la bandera de la nacionalidad.

La Patria no existe. En cualquier otro sitio la Patria puede ser una mera expresión geográfica, pero en la Argentina es, no una porción de tierra, sino un contenido moral y un sentido histórico ligado a la idea fundamental de la libertad. Los forjadores de nuestra nacionalidad no quisieron crear un país más. Cuando el Gran Libertador descendió con sus tropas en las playas de Pisco, dijo una frase que es el lema de los argentinos: «Nuestra causa es la causa del género humano». Argentina se concibió como ámbito que sirviera de base a esta Patria del género humano.

Nosotros estamos en la lucha y en la pelea por realización de los fines y los ideales de la nacionalidad. Nuestra bandera en este momento es la bandera de la República y quienes se alzan contra el sentido de libertad y contra los contenidos profundos que dieron nacimiento a nuestra Patria, son perjuros del sentimiento de la Argentina.

La cita con el destino. Esta de ahora tiene un sentido superior a la lucha de la emancipación nacional.

Nuestros predecesores pelearon contra las presiones del despotismo que habían nacido en tierras extrañas, cuando aún reinaba en el mundo una concepción política que no era concepción política elaborada durante siglos, pero implantada después, con el sufrimiento y

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la esperanza de los hombres. Los que ahora quieren recrear el despotismo son, desgraciadamente, los hombres en este suelo y en este siglo, cuando cabría esperar que nuestro país cumpliera su cita con el destino alumbrando la esperanza de todos los desvalidos de libertad en el mundo, y no negando ni clausurando de este modo las más altas vivencias de la historia argentina.

Argentina ha tenido una cita con el destino. Vivimos el momento de la crisis de la conciencia argentina y de la conciencia universal. Hay una gran rebelión en el mundo. El proceso, que se inicia en América con la emancipación, alcanza hoy a los pueblos extendidos sobre todas las latitudes. Allí, en África y en Asia, cientos de millones de hombres que estaban relegados a una condición subhumana, ganan su independencia y cumplen un siglo después que nosotros la gran lucha por construir unidades nacionales. El mundo debate la contextura del futuro, hace crisis un sistema económico y se alzan dos grandes banderas. Una es la bandera que pretende afirmar las libertades políticas en el mantenimiento del régimen colonialista que, para satisfacer las necesidades del imperialismo económico, condena al sufrimiento a millones de criaturas humanas, que son tan hombres como nosotros pese a la distinta pigmentación de su piel. Y hay también otra bandera, que pretende instaurar una economía al servicio del hombre, pero en abominación de las libertades políticas y civiles, sin las cuales la vida no merece ser vivida.

Frente a la fuerza económica del privilegio y frente a los zares rojos del Kremlin, Argentina tenía una cita con el destino. Desde aquí debió lanzarse una gran bandera para la humanidad: la economía al servicio de los hombres, los pueblos libres, las nacionalidades realizándose en plenitud y hermandad, y la Argentina peleando como un adalid de la conciencia universal para impulsar esta marcha del mundo.

Pero, para desgracia nuestra, en el momento de nuestra cita con el destino, he aquí que las estructuras del Estado argentino están en manos de hombres que no sienten el ideal nacional de dignificación de la criatura humana, que están manejando tendencias e ideales extraños al sentimiento nacional, que hablan de Estado potencia y pretenden someter a los pueblos hermanos a la dictadura y a los desvaríos de quienes detentan la cosa pública argentina. Y así están naufragando las grandes banderas. Y así se están quemando las grandes etapas. Y así Argentina está violando los sueños de los fundadores de la República y desertando de la que nuestro gran conductor -Hipólito Yrigoyen- señaló como función eminente de la Unión Cívica Radical y de la Argentina misma: la construcción del mundo de mañana.

Integración latinoamericana. Debemos encabezar la marcha del continente americano. Para liberarnos de los

procesos de la opresión económica, necesitamos integrarnos en una unidad económica con los países vecinos. Pero, con un régimen como el actual, ¿cómo puede la Argentina realizar este proceso de integración económica, si la integración económica está vinculada a la integración espiritual? ¿Cómo los hombres de estos países, que ven y que conocen mejor que nosotros los padecimientos de nuestra tierra, pueden aceptar conexiones íntimas y profundas con nuestra economía, si por ser nosotros el país más fuerte entre los países vecinos, habrían aquellos de caer también en condiciones de dependencia espiritual frente al régimen antiargentino y antiamericano que, levantándose en las orillas del Plata, pretende

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extender sobre las naciones hermanas, no ya el predominio de su economía, sino hasta el predominio de su concepción antinacional de la vida?

Y cuando era llegado el momento de lograr la vinculación profunda de nuestras economías, y de crear un gran mecanismo gracias al cual nuestro país y los países vecinos pudieran enfrentar la crisis mundial con las fuerzas de una economía potente, he aquí que la negación de los ideales argentinos debilita el papel americano de nuestro país y frustra, quizá por esta generación, el cumplimiento de una gran aspiración que lanzada por Bolívar, constituye uno de los grandes objetivos de la Unión Cívica Radical: la unión de los países latinoamericanos, para que ellos, organizados sobre la base de la comunidad espiritual y de una comunidad económica al servicio de la dignidad del hombre, creen un subcontinente en el que la esperanza del nuevo mundo tenga asiento y su expresión, y donde se reflejen las ilusiones, la dicha y la fe de todos los desvalidos de la tierra.

La economía desarmada. Las grandes frustraciones no consisten sólo en esto. El país esperaba una profunda

reforma agraria. Y basta dirigir la mirada hacia el campo: Una economía desarmada y el mantenimiento del régimen de injusta e irracional distribución de la tierra. Muchos hombres dejaron sus hogares ante la privación económica creada por los mecanismos del Régimen y afluyeron hacia las grandes ciudades. Por cada latifundio que se ha dividido, como expresión homeopática destinada a la propaganda, se han recreado varios latifundios que son el patrimonio donde vierten sus capitales los oligarcas de nuevo cuño, nacidos al abrigo de las ventajas proporcionadas por el régimen. Y he aquí que nuestros campos despoblados están esperando la realización de su gran esperanza.

Si dirigimos la mirada al contorno industrial de Buenos Aires -centro de la macrocefalía que destruye la armonía de la vida argentina-, en el que se suman seis millones de habitantes, vemos el quebrantamiento de una industria, que no se realizó sobre bases serias, sino como una empresa de aventura.

En los años de prosperidad, del 47 al 49, aumentan los salarios y suben los índices de nivel de vida. Pero, debido al proceso de inflación, los hombres no pueden invertir sus economías en el ahorro, que constituye el depósito de las épocas florecientes. Y tampoco pueden levantar su casa, su hogar, porque las condiciones de la edificación de viviendas están perturbadas en la Argentina por el desarrollo fantasioso del programa de construcciones oficiales. Los hombres apenas si pueden comprar las pequeñas cosas que sirven para ornar su vida. De este modo, al abrigo de la necesidad inmediata, se forma una pequeña industria de quincallería, en la que trabajan 200, 300, 400 mil hombres. No es la industrialización seria, recia, que exige el país. Creada sobre el sacrificio de todos los argentinos, es una industria oportunista, porque sus capitales provienen del dinero emitido por el Banco Central y de los préstamos del Banco Industrial. Y ahora, esa industria, que ya no puede vivir y que se está extinguiendo lentamente, plantea un dramático problema: el problema de la reconvención del trabajo de esos 200, 300 o 400 mil hombres, de ese millón de habitantes de Buenos Aires, que tendrán que marchar hacia el campo o trabajar en nuevas industrias cuya creación no se advierte como será posible en el estado de depresión económica y social en que se sume el país.

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Esta es la gran crisis que afronta la Argentina. No existe una industrialización seria. El Radicalismo no se opone a la industrialización. El ansia como proceso indispensable para el logro de la emancipación económica argentina. Pero nuestra industrialización tiene que apoyarse sobre dos bases fundamentales: transporte y la autosuficiencia energética.

Si examinamos el problema del transporte, encontramos que existe una crisis profunda de estructura, derivada no de la nacionalización de los ferrocarriles, sino de la peronización de los ferrocarriles, que ha subvertido su organización interna, que ha entregado los puestos de comando a militantes políticos y que ha privado a la red ferroviaria del necesario proceso de renovación mediante la incorporación de nuevas máquinas, porque las divisas que constituyen la garantía del poder adquisitivo argentino en el exterior, fueron despilfarradas por un Régimen que no tenía vueltos los ojos al país.

Y si dirigimos la mirada hacia la energía, comprobamos que la provisión argentina de combustible ha disminuído y el aprovechamiento integral de la energía hidroeléctrica -que debió realizarse con carácter de epopeya- apenas se encuentra en su comienzo. El país, en consecuencia de ella, ha tenido que intensificar su importación de combustibles, al extremo de que el año pasado debió invertir más de mil millones de pesos en comprar el petróleo y el carbón de piedra indispensables para el sostenimiento precario de su industria y de su energía termoeléctrica.

La nacionalización de los yacimientos de petróleo, esa bandera radical que concibió Yrigoyen con acierto preciso y visión clara de las necesidades del porvenir, fue arriada en 1930, cuando el gobierno nacional cayó por la acción de columnas militaristas de las que formaba parte el actual Presidente de la República, quien acaba de confesar esta verdad en un momento de desconcierto y desasosiego. Y continúa arriada. Desde 1930 hasta ahora, en los yacimientos de petróleo argentino no está la bandera de nuestra Patria, sino las banderas extranjeras, que marcan el sometimiento del combustible básico para el desarrollo nacional a las exigencias y a los intereses de los grandes monopolios internacionales.

Una mano tendida hacia los trabajadores. Este proceso se integra con el sometimiento de los sindicatos. El señor Presidente

de la República acaba de dirigir su palabra a un grupo de militantes sindicales, pretendiendo enlazar la suerte del sindicalismo argentino a la suerte del Régimen que él encabeza.

Saben los trabajadores argentinos que en los gobiernos de la Unión Cívica Radical existieron las garantías, el aliento de la organización sindical y el impulso de todas las fuerzas políticas de la República, necesarios para asegurar el pleno desarrollo de sus defensas profesionales.

Saben los trabajadores argentinos que éste es el partido de Hipólito Yrigoyen, quien supo gobernar con una mano puesta sobre el libro de la Constitución, para cumplirla y hacerla cumplir, y la otra extendida para estrechar la mano cálida de todos los trabajadores de nuestra tierra.

Saben los trabajadores que éste es el partido en cuya lucha se expresan todas las reivindicaciones sociales y económicas de la nacionalidad. Cuando nuevamente gobierne la

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Unión Cívica Radical, los sindicatos argentinos serán más fuertes que nunca. No dependerán del poder político. Podrán visitar al Presidente de la República de igual a igual, como la expresión del poder sindical, sin que el Presidente de la República elegido por la Unión Cívica Radical jamás pretenda uncirlos ni someterlos al vilipendio de ninguna expresión de baja política.

La Unión Cívica Radical no dice que va a respetar las actuales conquistas otorgadas a los sectores obreros, porque ellas están colocadas sobre las bases falibles de un régimen monetario que se maneja de acuerdo con los caprichos del poder. La Unión Cívica Radical va a crear las condiciones sociales y económicas de fondo para que el trabajo argentino tenga posibilidades de plena redención, y para que la economía argentina esté al servicio, no de los poseedores, sino de las exigencias del desarrollo nacional y del bienestar.

Saben los trabajadores argentinos que nuestras «Bases de Acción Política» enuncian un derecho que es para nosotros un compromiso de observancia ineludible. Los queremos a ellos, a los trabajadores, actuando en el primer plano de la conducción de la economía, es decir, no sólo beneficiándose con la participación en las utilidades, sino también interviniendo en la codirección de todas las empresas. De esta manera los hombres del trabajo emergerán de la supeditación en que hoy se encuentran, por no disponer de los medios de producción, y estos últimos serán puestos al servicio de la República y al servicio de la condición humana de todos los habitantes del país.

La vida del hombre argentino. Estas no son meras palabras. Estos no son compromisos de carácter electoralista.

Esta es la historia vivida y sufrida por los hombres de la Unión Cívica Radical en una larga lucha que tiene más de sesenta años. Esta es nuestra prédica sacrificada y éstas son las banderas que hemos sostenido con sangre de nuestros corazones. Nosotros no hemos esperado estar en el gobierno para defender esta causa, ni la defendemos tampoco por pertenecer a un sector social determinado. La defenderemos porque nuestra bandera suprema es la vida de los hombres. Queremos que todo en la Argentina -economía, estructura social, estado político- esté subordinado a la vida del hombre argentino como supremo objetivo, como finalidad suprema de la existencia nacional.

Somos una permanencia histórica. Con estas grandes banderas enfrentamos el retorno del despotismo, que está

delante nuestro en expresiones y en actos que revelan la ausencia de toda serenidad. Frente a la tentación del odio, frente al mandato de la violencia, la Unión Cívica

Radical responde con serena y reflexiva energía. Si nos lanzáramos a la contestación del ataque, desataríamos la guerra civil en la vida argentina. Si fuéramos un episodio transitorio, podríamos disputar esa guerra civil. Pero nosotros somos una permanencia dentro de la vida argentina. Cuando no exista sino el recuerdo de estas épocas nefastas, estará la Unión Cívica Radical como contextura y la estructura fundamental de nuestra Patria.

Porque representamos una comunidad histórica, tenemos que cuidar la solidaridad, la unión, la concordia entre los argentinos. Debemos fortalecer los vínculos que pueden

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arraigar en nuestra Patria, y no los factores de disociación, de humillación, de persecución que pueden debilitar a la Argentina en el concierto interno y en el orden internacional. Por eso dirigimos un llamamiento supremo. ¿Cómo es posible que se hayan extinguido hasta el último reflejo de patriotismo en los hombres que tienen la responsabilidad de la conducción del país? Al plantear este angustioso interrogante no me refiero sólo al Presidente de la República. El Régimen actual se ha apartado del derecho y ha colocado los poderes del estado en el terreno de la fuerza y de la violencia. Quienquiera represente una fuerza en el país tiene la responsabilidad de este trágico momento argentino.

La Unión Cívica Radical no conspira, porque su prédica, su posición y su historia no la vinculan a episodios que necesiten disimularse en las sombras de la noche. La Unión Cívica Radical cumplirá su deber serenamente, reflexivamente. Aunque se cierren los caminos, esta fuerza histórica sabrá realizar todos los sacrificios que sean imprescindibles para que de la tierra argentina no desaparezcan los caracteres, ni los símbolos ni los fines que dieron origen a la nacionalidad. Lo hará seria y responsablemente, porque la Unión Cívica Radical, cuando asumió la suprema responsabilidad de la protesta armada, supo hacerlo, no en las sombras de la noche, sino por la acción valerosa y pública de sus autoridades constituidas, como ocurrió en todos los episodios históricos que jalonan su trayectoria cívica.

Somos una comunidad política al servicio de la nacionalidad. Estamos armando nuestras filas, armando nuestra moral. Y podemos mirar hacia adelante con fe en el porvenir. Porque nosotros tenemos fe en nuestro papel y en el hombre argentino. Hasta en el hombre argentino que cree ser nuestro adversario. Sabemos que nos bastará acercarnos a él y estrecharnos contra la palpitación de su corazón, para que él se sienta radical como nosotros. Como nosotros nos sentimos, junto con él, parte necesaria para la realización de la Patria.

Las tareas urgentes. Tiempos nuevos imponen nuevos deberes. El Radicalismo no es una fuerza

política. Es una fuerza nacional. En nombre de las angustias del hombre contemporáneo, los poderes fascistas

tomaron la conducción del Estado, exactamente en la Argentina como en Europa, y su primera tarea, una vez que el hombre hizo la opción, la misma opción del 24 de febrero, entre la libertad y la justicia social, fue incomunicar totalmente a los seres humanos.

Cada hombre está aislado en sí mismo y sólo tiene conexión con los centros del poder. Nuestra tarea inmediata, urgente, candente, consiste en recrear los vínculos que permiten a los hombres comunicarse entre sí. Este es uno de los grandes papeles de la Unión Cívica Radical. Su primera tarea es el acercamiento de los argentinos, cada uno de los cuales constituye un mundo apartado. Hay que ligarlos entre sí. Tenemos que extender vertiginosamente la organización partidaria a lo largo y a lo ancho del país. Tiene que haber, en cada centro de población urbana o rural y en cada barrio de cada ciudad, una organización representativa de nuestra función nacional. Tiene que haber en cada actividad social una organización del partido. Tiene que haber, dondequiera que las personas convivan en la comunidad del trabajo, un hombre que esté vinculado a la organización del partido, para que, en el momento de la gran crisis que pueda avecinarse, no dependamos de

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la restricción ni de la supresión de los medios de comunicación, sino que estemos ligados en el conocimiento, en la información, en la decisión de los organismos que el partido tiene que crear, como deber imperioso, en esta época.

Y tenemos que tener presente otra consigna fundamental, que a veces olvidamos explicablemente.

Estos fenómenos de regresión, esta reaparición del despotismo, se viste con ropaje moderno y toma como cobertura los sufrimientos y las esperanzas de los hombres del trabajo. Ellos no creen que en la democracia puedan realizarse la eliminación de sus angustias. Tenemos que probar, con todos los medios posibles, cómo en la democracia puede construirse un deseo muy humano de justicia y de respeto para la condición de los hombres, afirmándose entre todos los sentimientos el de la libertad. Si nosotros no cumplimos esa tarea y nos dejamos sobrellevar por la apariencia ventajosa de ciertos aliados circunstanciales, habremos incurrido en la peor deserción, y habremos favorecido, en el terreno en que el régimen ansía más, las aspiraciones del sistema que está humillando a la Argentina.

Nuestra lealtad con los hombres del trabajo, nuestra claridad doctrinaria, nuestra penetración en los puntos de vista para la construcción de un mundo, de un mundo mejor en la Argentina, son condiciones fundamentales para la victoria. Tenemos que ligar nuestra lucha por la libertad a la lucha por la supresión de las causas de fondo que trajeron ésta y las anteriores dictaduras: la pobreza, la incultura, la falta de desarrollo económico y social, la gravitación de los factores nacionales e internacionales del privilegio. Estos son nuestros enemigos, porque detrás de esos enemigos de fondo aparecieron las expresiones políticas del conservadorismo pasado y del fascismo presente, que están rigiendo la vida argentina. Tenemos que eliminarlos de cuajo y para siempre, combatiendo no sólo sus consecuencias, sino también las causas que las provocaron, y creando las condiciones económicas, políticas, sociales y culturales de una auténtica democracia con hondo sentido humano. Este es el gran papel de la Unión Cívica Radical.

La unidad nacional. Yo quisiera terminar. Pero antes me siento en el deber de señalar, como causa

profunda de nuestra acción, la necesidad de lograr la unidad de nuestra Patria, proclamada y reclamada siempre por el Régimen.

Hay dos tipos de unidades nacionales, dije ya alguna vez. La primera es la unidad que implica el sometimiento de todos los hombres a la voluntad del poder. La unidad nacional de Hitler: un pueblo, un Estado, un conductor. La unidad de Mussolini: una multitud aborregada, ocho millones de camisas negras, un hombre que habla desde un balcón creando un imperio artificioso. La unidad nacional de Rosas: las cartas encabezadas por un lema, un cintillo en todos los pechos, un luto en todos los sombreros.

Y hay otra unidad nacional. La unidad nacional de las grandes democracias contemporáneas, que nace de la convivencia armónica, del amor fraterno a ideales que son expresión del genio nacional. La unidad nacional de Inglaterra, que peleaba contra las fuerzas del mal y soportaba estoica la agresión de los Stukas y de las bombas Zeta, en tanto que su parlamento deliberaba y demostraba, en su vivencia de la libertad, cómo las instituciones de ese pueblo admirable, aún en ese momento, estaban funcionando con

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regularidad, al tiempo que realizaba una profunda reforma en las condiciones de la vida social inglesa. La unidad nacional del pueblo norteamericano, que, mientras enviaba millones de sus hijos a morir en los campos de batalla de Europa y desplegaba el máximo de esfuerzo en sus fábricas, poniendo en tensión toda su economía, realizaba elecciones, discutía y debatía en comunidad todos los problemas de la República.

Escoja el Sr. Presidente la unidad nacional que quiera para la Argentina: la unidad nacional de la humillación, del aplastamiento de todas las circunstancias, del arrasamiento de todas las voluntades libres, o la unidad nacional que constituye la grandeza y el honor de los pueblos que marcan la máxima excelencia de la civilización contemporánea. Nosotros tenemos tomada nuestra posición. Queremos la unidad que nace del respaldo de todas las opiniones de la vivencia de los ideales que dieron forma y sentido a nuestra nacionalidad.

Pero advierta el Presidente de la República cuál fue el final trágico y azaroso de todos los regímenes que quisieron fundar la unión sobre la fuerza. Recuerde cuál fue el final del dictador de Alemania, cuál fue el final del dictador de Italia, cuál fue el final del dictador de la Argentina. Si traemos este recuerdo, no es con un carácter personal. Frente a los grandes procesos históricos, la suerte de un hombre poco interesa. Pero para que cayera Hitler, Alemania tuvo casi que perecer, y en cada casa, semidestruída, una cruz negra tuvo que recordar que uno de sus hijos entregó su vida por los desvaríos de quien detentaba la suma del poder.

No alzamos palabras fuertes, alzamos palabras firmes. Nosotros luchamos por el sentido argentino de la vida, con fé profunda en nuestra

causa y con una decisión inquebrantable. Mientras el Régimen revela su impotencia, no puede gobernar sino por la fuerza, y no se atreve a enfrentar un sólo acto público de la Unión Cívica Radical, nosotros estamos más serenos y seguros que nunca. No alzamos palabras fuertes, alzamos palabras firmes, porque la nuestra es una decisión que proviene de la historia y del convencimiento de que estamos cumpliendo un deber superior a nuestras vidas y un mandato que viene de más allá de las tumbas de nuestros antepasados.

Trabajaremos, lucharemos y sufriremos juntos, compatriotas radicales, compatriotas argentinos. El esfuerzo no será estéril. De ese sacrificio está naciendo una vida nueva. Todo parto es laborioso, demanda sangre, requiere sufrimiento. Ahora está produciéndose en la Argentina el nacimiento de la Patria soñada, siempre irrealizada, de la Patria que nosotros legaremos a nuestros hijos como una esperanza para toda la humanidad.

Lucha Integral en Todos los Frentes

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3. Resolución de la convención nacional de la

Unión Cívica Radical, aprobada el 27 de abril de 1953. El día 27 de abril de 1953, la Convención Nacional de la Unión Cívica Radical fijó

la línea política del partido mediante la sanción de un proyecto de resolución que había sido redactado por Moisés Lebensohn. Ese pronunciamiento, que define lo que ha dado en llamarse la posición política combatiente del Radicalismo, y que en la actualidad posee pleno vigor imperativo, está concebido en los siguientes términos:

«CONSIDERANDO: Que en la declaración del 8 de diciembre de 1952, cuyos términos reitera, la Unión Cívica Radical dirigió una apelación solemne al sentimiento de responsabilidad nacional para restablecer la unión de los argentinos sobre la base de la vigencia de la Constitución;

Que el sistema gobernante, lejos de escuchar ese llamamiento patriótico, acentuó su política fratricida de división, persecución y humillación, con el mantenimiento indefinido del estado de guerra interno, la supresión de las libertades esenciales, la degradación de la escuela, que utiliza como instrumento político alzando el alma del hijo contra su propio padre, el encarcelamiento sin juicio de civiles y militares, la desaparición de la justicia, el enclaustramiento del pueblo en la ignorancia de su destino y la ejercitación desembozada de las demás técnicas totalitarias, hasta culminar con los recientes episodios, que traen el aliento de otros regímenes nefastos y muestran la extinción de las garantías mínimas del orden civilizado;

Que el Régimen no vacila en precipitar al país a la quiebra de sus cimientos morales, institucionales, económicos y sociales en el empeño de consolidar un absolutismo que someta la vida, el espíritu y los derechos de los hombres a la sujeción discrecional del poder, en negación de los ideales y de los fines de la nacionalidad;

Que los planes del oficialismo ponen en riesgo la existencia de la Patria, que no es en la Argentina una mera expresión geográfica, sino un contenido histórico y moral consustanciado con el sentimiento de la libertad y los más altos ideales de dignificación. Ese riesgo obliga a todos y a cada uno de los argentinos a asumir una posición combatiente en defensa de los móviles de nuestra formación nacional y a desplegar los esfuerzos que demande su lealtad con los sacrificios de las generaciones fundadoras.

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Que la lucha por el restablecimiento de la libertad está ligada indisolublemente a la lucha por la eliminación de las causas de fondo que trajeron a éste y a los anteriores discrecionalismos: la pobreza, la incultura, la inseguridad social, la falta de desarrollo económico y la gravitación de los factores nacionales e internacionales del privilegio, y la lucha por la creación de las condiciones políticas, sociales, económicas y culturales que organicen, en forma definitiva, una democracia de hondo sentido humano.

Por ello, la Convención Nacional de la Unión Cívica Radical,

RESUELVE: 1º Reafirmar la decisión de persistir en la lucha y de afrontar todas las

contingencias en defensa de los principios de libertad y dignidad del hombre que guiaron a la Revolución de la Independencia, jalonan la trayectoria de la Unión Cívica Radical y se encuentran cancelados por el sistema que domina al país.

2º La Unión Cívica Radical librará esta lucha en todos los frentes de la vida nacional, con un sentido afirmativo, sin pactos, acuerdos ni cesiones de ninguna naturaleza, conforme a su tradición, a fin de asegurar la reconstrucción de la República, la democracia y el federalismo, de resguardar la soberanía política y espiritual de la Nación, y de organizar en justicia y libertad, un régimen de convivencia humana que afiance las garantías sociales de la libertad y los derechos del pueblo a la cultura, al bienestar y a la seguridad económica, de acuerdo con los postulados de su Profesión de Fe, sus Bases de Acción Políticas y su Plataforma Electoral, que ratifica expresamente.

3º Para el cumplimiento de los deberes eminentes que impone esta hora decisiva: a) Las autoridades partidarias extenderán la organización de la Unión Cívica

Radical a cada sector del país y a cada actividad social, de modo de mantener vinculación directa, constante e inmediata con todas las expresiones de la vida popular; adoptarán las medidas necesarias para romper la incomunicación en que yace nuestro pueblo e informarle cuál es nuestra realidad y en que consiste y qué quiere el radicalismo; darán solidaridad a todos los perseguidos por su fidelidad a los ideales de la República y promerán una acción orgánica, combatiente y sin tregua para fortalecer la determinación de resistir a la opresión en los órdenes políticos, cultural y sindical, así como en los demás aspectos de la existencia argentina.

b) Las representaciones públicas del Radicalismo permanecerán en sus funciones para enjuiciar el índole antiargentino del Régimen y sus transgresiones morales e institucionales y concretar en sus votos e iniciativas del desarrollo nacional y del bienestar social y los objetivos de liberación política, económica, cultural y social del Radicalismo.

c) Los afiliados y simpatizantes prestarán su servicio al país ocupando su puesto de lucha en la acción organizada del Radicalismo por el esclarecimiento de la conciencia pública y la reconquista de las libertades; participarán en el movimiento gremial para sostener su independencia y su funcionamiento libre y democrático; ayudarán a las víctimas del oficialismo como pertenecientes a una misma hermandad y propugnarán con actitud militante los derechos de libre formación y libre expresión del espíritu humano y los sentimientos de concordia y fraternidad como requisitos de la unidad argentina, cultivando -en todo momento- en el campo y en el taller, en la escuela y en el hogar, con ejemplo,

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prédica y energía llevados hasta el sacrificio, la vivencia en los ideales de emancipación del hombre.

4º Bajo la advocación de estos propósitos superiores, la Unión Cívica Radical se dirige a todos los hombres y mujeres convocándolos a la indeclinable lucha y resistencia patriótica hasta la recuperación del decoro y el honor de los pueblos libres».

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4. La Fundamentación

Articulo periodístico escrito por Lebensohn en "Intransigencia", año II, numero 4, 31 de marzo de 1953.

La Convención Nacional del 5-8 del diciembre* fijó una nueva línea política, que

ha sido definida con acierto como combatiente, pues señala los contornos de una lucha activa y sin tregua en todos los terrenos. La posición anterior del partido se limitaba al campo electoral. Se circunscribía a los mecanismos políticos de la organización institucional. Correspondía a circunstancias normales, de vigencia de las garantías de la Constitución. El partido encauzaba en el sufragio estados de conciencia pública, que contribuía a formar mediante su propaganda oral o escrita: la prensa o la tribuna popular. Ahora las vías de expresión del pensamiento se hallan bloqueadas y los resortes totalitarios intentan las esencias nacionales en la pretensión de aniquilar la autonomía de los hombres. A la guerra total desatada por el Régimen correspondía oponer la lucha, también total, por salvaguardar los principios que dieron origen y sentido a nuestra Patria. Ese es el camino que marcó la Convención.

Lucha total, en todos los frentes y utilizando todos los recursos, sin declinar de ninguno. Es el acto cívico, la conferencia o la reunión cultural, cuando logra efectuarse; es el periódico, cuando logra circular; es la acción de nuestros representantes, desde el Parlamento hasta la modesta Municipalidad de aldea, para denunciar los desmanes de la arbitrariedad y concretar en hechos, en sus proyectos y votos, el sentido creador del Radicalismo y su lealtad con los intereses del pueblo, dando así rotundo mentís a la pretensión de colocarnos en planos adversos a las aspiraciones del trabajo. Todo eso, que ya se realiza, pero llevando la lucha, con reciedumbre, a todos los demás terrenos en que deba plantearse para crear e intensificar una militancia popular arrolladora en servicio de las libertades argentinas. Si se prohíbe la edición de periódicos, imprímanse folletos y volantes, que hiendan las murallas de la incomunicación en que el Régimen pretende sumir al pueblo; si no se consienten mitínes, promuévanse reuniones informativas o de organización, de las que nazca el encuadramiento de los afiliados en las mil entidades que establezcan el contacto directo e inmediato del partido en cada rincón de nuestro país y cada expresión de la actividad social. Y así, trasládese la acción al ámbito gremial, cuyo sometimiento constituye el soporte principal del Régimen, a fin de restablecer en su

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independencia una de las exigencias básicas de la democracia sindical; defiéndase, en una tarea orgánica, la autonomía de los centros de influencia de la sociedad: cooperativas, entidades culturales, deportivas, cuya captura planea el Régimen; elévese a la dimensión de un esfuerzo heroico aquél que resguarde la libre formación del; espíritu humano y proteja los frutos de la cultura fundada en la libertad, fortaleciendo en cada alma la vigencia de los ideales de la dignidad del hombre.

Lucha total en el frente político y en todos los frentes, con todos los medios accesibles, sin abandonar ninguno, puesto que la misión del Radicalismo, en esta hora histórica, abarca todos los aspectos en que se fundan el sentido y el porvenir de la República. Movilización patriótica de todas las energías del pueblo argentino para la defensa y recuperación de las libertades abolidas, expresa la declaración del alto cuerpo partidario, movilización patriótica en una batalla heroica, sin descanso, para salvar el honor y el decoro de nuestra tierra. La consigna es una orden de marcha. No está comprimida por una táctica. Es de acción en todos los campos. No tiene límites. Tiene sólo una meta.

No dió la Convención únicamente la voz de partida. En resolución inspirada en el acervo histórico del partido, de acento y temple radical, determinó las condiciones que modelarán el triunfo de la causa popular.

PRIMERA: Esta movilización no debe ser parcial. Es una convocatoria de «todas las energías del pueblo argentino»; pero organizada y dirigida bajo la responsabilidad expresa de las autoridades partidarias. La Unión Cívica Radical -sin pactos ni cesiones- asume el cumplimiento de su mandato histórico. Es el principismo intransigente, iniciado por Alem e Yrigoyen y restituido el cauce partidario luego de la dramática experiencia que epilogó 1946.

SEGUNDA: Debe realizarse en un esfuerzo permanente y combativo, que mantenga vivo y actuante al espíritu de la resistencia popular». Vale decir, que si en esa movilización se utilizan medios a la instrumentación institucional y a los procesos electorales, es únicamente como uno de los tantos resortes de acción que deben desplegarse en conjunto, sin prescindir de ninguno, en la tensión de excitar y acuciar la comprensión del pueblo, para «mantener viva y actuante» a su resistencia en la empresa de reivindicar las libertades abolidas.

TERCERA: La tarea a cumplir no será meramente opositora, ni caerá en el antiperonismo», forma intencional de llevar la confusión al pueblo, colocando indiferenciadamente en un mismo común denominador al Radicalismo, fuerza representativa del sentimiento argentino, junto a aquéllas negatorias de las esperanzas populares. No debe tender simplemente a cualquier solución, sino a la solución que impida la reedición de defraudaciones, y asegure la realización del país soñado, consumando la voluntad histórica de nuestra milicia cívica. Por eso nuestro esfuerzo tendrá que estar impregnado de contenido afirmativo, debiendo señalar -dice la declaración- «las soluciones creadoras de la Unión Cívica Radical para la construcción del futuro argentino».

He aquí las grandes líneas orientadoras, sancionadas por el cuerpo soberano del partido. Quiso, sin embargo, marcar otros aspectos substanciales, definiendo enfáticamente el carácter totalitario del Régimen, que se perfecciona con la perduración limitada del inconstitucional estado de guerra interno», y subrayó que había perdido sus fundamentos de derecho, para reposar en la fuerza. En tal situación las representaciones públicas del Radicalismo no participan en el ejercicio del gobierno, ni lo convalidan. Su presencia es una acusación permanente, un medio de combate, una herramienta y un arma «para llevar a

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un terreno más la lucha de la Unión Cívica Radical por la libertad y los derechos del pueblo argentino».

Precisado nítidamente este carácter, la resolución concluye con una solemne invocación. Va dirigida a los radicales y a los demás ciudadanos que discrepan con el Régimen, como así al propio Régimen y a todas las fuerzas de la nacionalidad. Es una angustiosa apelación al sentimiento de responsabilidad argentina. Levanta la visión de la Patria. Y ante el intento fratricida de dividir al país y de torcer su rumbo, proclama como bandera suprema: la unión de los argentinos, la convivencia entre los argentinos en la libertad y en el derecho. Es un llamamiento al retorno a la Constitución -prenda de unión, de paz y de concordia-, pero al retorno real, sin ficciones ni imposturas, a la vigencia de las garantías que configuran el clima de la dignidad humana. Allí reside la garantía de la permanencia del país. Es la más alta enseña de lucha. Así el Radicalismo diseñó, no una posición política, sino una posición patriótica, y concitó al combate abnegado y sacrificado, definido, por sustentarla e imponerla, como una expresión de fe en los fundamentos morales que hicieron la grandeza argentina.