prisciliano y santiago · el mecanismo de la acusación de itacio contra prisciliano: una vez que...

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. . . . . . . ' . . '. . . . . . . . . . : .. - . ... ··). . . . PRISCILIANO Y SANTIAGO Luis Vázquez de Parga e uando Pedro de Natalibus, un hagiógra- fo veneciano del siglo XIV, consignaba en su Catalogus sanctorum el martirio en la Galia del español Latroniano, que bajo un tal Maximiano, tirano, había sido eje- cutado en Tréveris por la causa de la verdad y en defensa de la fe católica, junto con Prisciliano «Bapille episcopus», recogía a un milenio de dis- tancia lo que había sido la creencia casi unánime de la iglesia gallega en las últimas décadas del siglo IV, con respecto a la ejecución en Tréveris, bajo el usurpador Máximo, de Prisciliano, obisi?o de Avila y jefe de una secta religiosa, y varios de sus correligionarios, entre ellos una mujer, viuda de un célebre retórico de Burdeos, tras de haber sido convictos, después de unos interrogatorios, que sin duda habían sido llevados conveniente- mente con torturas, de los crímenes de mani- queísmo y de torpezas, que el propio Máximo decía no poder referirlas sin rubor al papa Siricio, prefiriendo enviarle el texto de las actas del pro- ceso donde figuraban esas confesiones. Pocos años después del 385, en que parece tu- vieron lugar las ejecuciones de Tréveris, derro- tado por Teodosio en el Norte de Italia y muerto Máximo, el retórico pagano Pacatus haciendo el panegírico de Teodosio recordaría entre las vícti- mas de los crímenes del «tirano» Máximo a «aque- llos, que ignorantes de los honores y de los prínci- pes, y solamente esclarecidos entre los suyos, ex- halaron sus nobles almas bajo el verdugo». Y en un giro retórico se preguntaba qué clase de odio- sas acusaciones excesivamente graves pudieron motivar que la esposa de un poeta esclarecido fuese llevada a la ejecución con el uncus. «Se le achacaba -dice- a una mujer viuda y se le incrimi- naba su religión excesiva y su demasiada diligen- cia en el culto de la Divinidad». Tenemos que suponer que, aunque en boca de un pagano, el muy católico emperador Teodosio no hubiera to- 82 lerado que en su panegírico se hubiesen exaltado las memorias de unas personas condenadas por prácticas repugnantes de maniqueísmo, que com- portaban ceremonias mágicas --castigadas con la muerte por la legislación civil- conventículos noc- turnos con mujeres, en los que se cometían exce- sos sexuales, y varias formas de doctrinas heréti- cas; crímenes éstos en los que se basaba la acusa- ción y sentencia de los ejecutados. ¿Quién era pues este personá je ambiguo al que unos detestaban como propagador disimulado de las peores herejías, mientras otros lo veneraban como santo y mártir? Sulpicio Severo, el cronista aquitano y biógrafo de San Martín de Tours, es el único escritor con- temporáneo que nos da un relato seguido de los hechos relacionados con el priscilianismo, escrito quince años después de la tragedia de Tréveris. Tenemos que advertir que se muestra totalmente hostil a la «herejía priscilianista» y que, en lo que se refiere a sus orígenes, depende sin duda de la «Apología», nada fiable, que había escrito el obispo Itacio sañudo perseguidor de Prisciliano y sus seguidores. Severo presenta a Prisciliano como de familia noble, muy rico en bienes, agudo, inquieto, elo- cuente, muy leído e instruido, muy pronto en la discusión, dotado de excelentes cualidades de alma y cuerpo; capaz de grandes vigilias y sufridor del hambre y la sed; nada deseoso de ganancias y muy parco en el uso de sus riquezas, pero al mismo tiempo muy envanecido y más hinchado de lo justo con su ciencia profana. Se creyó incluso que desde la adolescencia se había ejercitado en las artes mágicas. Esto último y lo que sigue diciendo Severo , procede indudablemente de Itacio, según el cuai Prisciliano habría sido instruido en la «infame he- rejía» de los gnósticos, importada a España por un egipcio de Menfis llamado Marco, cuyos oyentes Prisciliano

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Page 1: PRISCILIANO Y SANTIAGO · el mecanismo de la acusación de Itacio contra Prisciliano: Una vez que se ha convencido del carácter maniqueo de su doctrina, y puesto que ni en sus escritos

. . . ~ . . . . ' . . '. . . .· . . . . . . . : .. - . ... ··). . . .

PRISCILIANO Y SANTIAGO

Luis Vázquez de Parga

e uando Pedro de Natalibus, un hagiógra­fo veneciano del siglo XIV, consignaba en su Catalogus sanctorum el martirio en la Galia del español Latroniano ,

que bajo un tal Maximiano, tirano, había sido eje­cutado en Tréveris por la causa de la verdad y en defensa de la fe católica, junto con Prisciliano «Bapille episcopus», recogía a un milenio de dis­tancia lo que había sido la creencia casi unánime de la iglesia gallega en las últimas décadas del siglo IV, con respecto a la ejecución en Tréveris, bajo el usurpador Máximo, de Prisciliano, obisi?o de A vila y jefe de una secta religiosa, y varios de sus correligionarios, entre ellos una mujer, viuda de un célebre retórico de Burdeos , tras de haber sido convictos, después de unos interrogatorios , que sin duda habían sido llevados conveniente­mente con torturas, de los crímenes de mani­queísmo y de torpezas, que el propio Máximo decía no poder referirlas sin rubor al papa Siricio, prefiriendo enviarle el texto de las actas del pro­ceso donde figuraban esas confesiones.

Pocos años después del 385, en que parece tu­vieron lugar las ejecuciones de Tréveris, derro­tado por Teodosio en el Norte de Italia y muerto Máximo, el retórico pagano Pacatus haciendo el panegírico de Teodosio recordaría entre las vícti­mas de los crímenes del «tirano» Máximo a «aque­llos, que ignorantes de los honores y de los prínci­pes, y solamente esclarecidos entre los suyos, ex­halaron sus nobles almas bajo el verdugo». Y en un giro retórico se preguntaba qué clase de odio­sas acusaciones excesivamente graves pudieron motivar que la esposa de un poeta esclarecido fuese llevada a la ejecución con el uncus. «Se le achacaba -dice- a una mujer viuda y se le incrimi­naba su religión excesiva y su demasiada diligen­cia en el culto de la Divinidad». Tenemos que suponer que, aunque en boca de un pagano, el muy católico emperador Teodosio no hubiera to-

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lerado que en su panegírico se hubiesen exaltado las memorias de unas personas condenadas por prácticas repugnantes de maniqueísmo, que com­portaban ceremonias mágicas --castigadas con la muerte por la legislación civil- conventículos noc­turnos con mujeres, en los que se cometían exce­sos sexuales, y varias formas de doctrinas heréti­cas; crímenes éstos en los que se basaba la acusa­ción y sentencia de los ejecutados .

¿Quién era pues este personáje ambiguo al que unos detestaban como propagador disimulado de las peores herejías , mientras otros lo veneraban como santo y mártir?

Sulpicio Severo, el cronista aquitano y biógrafo de San Martín de Tours , es el único escritor con­temporáneo que nos da un relato seguido de los hechos relacionados con el priscilianismo, escrito quince años después de la tragedia de Tréveris. Tenemos que advertir que se muestra totalmente hostil a la «herejía priscilianista» y que , en lo que se refiere a sus orígenes, depende sin duda de la «Apología», nada fiable, que había escrito el obispo Itacio sañudo perseguidor de Prisciliano y sus seguidores.

Severo presenta a Prisciliano como de familia noble , muy rico en bienes, agudo , inquieto, elo­cuente, muy leído e instruido, muy pronto en la discusión, dotado de excelentes cualidades de alma y cuerpo; capaz de grandes vigilias y sufridor del hambre y la sed; nada deseoso de ganancias y muy parco en el uso de sus riquezas , pero al mismo tiempo muy envanecido y más hinchado de lo justo con su ciencia profana. Se creyó incluso que desde la adolescencia se había ejercitado en las artes mágicas.

Esto último y lo que sigue diciendo Severo, procede indudablemente de Itacio , según el cuai Prisciliano habría sido instruido en la «infame he­rejía» de los gnósticos , importada a España por un egipcio de Menfis llamado Marco, cuyos oyentes

Prisciliano

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fueron una mujer noble, Agape, y el retórico Elpi­dio , maestros ambos de Prisciliano. Este, dotado de cualidades personales de persuasión y de ha­lago, se atrajo a la vez a nobles y plebeyos , y sobre todo a mujeres, que -según Severo- acudían a él «en manadas». Presentándose con humildad en su gesto y en su atuendo, movía a todos a honor y reverencia de su persona. Incluso algunos obispos, especialmente Instancio y Salviano, titu­lares de sedes ignoradas , pero que debían estar en la Lusitania, se le unieron muy estrechamente.

No sabemos -nada dice de ello Severo- de dónde era Prisciliano, aunque parece que hay probabilidades de que fuese de la Galaecia; como tampoco dónde tuvo principio, ni cuánto tiempo duró lo que podríamos llamar la «vida oculta» de la comunidad, que por comodidad llamaremos priscilianista. Esta debía caracterizarse ya por ciertos rasgos: magisterio laico, participación de las mujeres con pleno derecho, incluso como en­señantes, estudio afanoso de la Escritura, con la práctica de una exégesis bíblica de un alegorismo · desbocado, siempre forzando una interpretación que impusiese o favoreciese el ascetismo; utiliza­ción de los Apócrifos como complemento y casi paridad con los escritos canónicos; reuniones en conventículos, a veces nocturnos y otras retirados en casas de campo o en las montañas, en determi­nadas épocas del año coincidentes con períodos de la liturgia, celebrados por el común de los fieles en las iglesias.

Después del descubrimiento, en 1885, de varios escritos priscilianistas anónimos, conservados en un manuscrito del siglo V al VI , cuya paternidad parece debe atribuirse, en todo o en parte, al propio Prisciliano, éste se nos presenta como un asceta con una teología muy simple: la oposición entre Cristo Dios y el Mundo, que está en poder de Satán, de modo que la amistad con el Mundo supone la enemistad con Dios. Prisciliano predica la continencia, pero no niega la esperanza de sal­vación para aquellos que, firmes en la fe, no sean capaces de romper los lazos familiares o sus com­promisos mundanos. Para obtener la santificación es indispensable el estudio de la Escritura, que está llena de secretos, la llave de cuya interpreta­ción es Dios Cristo. La exégesis de Prisciliano arranca de un alegorismo desenfrenado y arbitra­rio, puesto que a toda la Escritura ha de buscarle un sentido ascético. Por eso se encuentra tan a gusto en el teiTeno de los Apócrifos, que para él no han de rechazarse totalmente, aunque reco­nozca que han sido interpolados por los herejes. Prisciliano se muestra particularmente entusiasta con los Hechos apócrifos de los apóstoles, donde aparece la exaltación del celibato como leit motiv de las enseñanzas de Cristo. Y ésto le acercaba peligrosamente a los maniqueos.

Sin embargo ninguno de los escritos que cono­cemos y que se han atribuido a Prisciliano, o a

·Luis Vázquez de Parga

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seguidores suyos , permiten apoyar una acusación seria de maniqueísmo ni de gnosticismo. Puede haber herejías inconscientes , o mejor expresiones teológicas que revelan un desconocimiento de la técnica correcta, pero no cabe duda de que su intención era la de permanecer dentro de la es­tricta ortodoxia del credo católico.

Chadwick dice que « .. .los tratados de Würzburg no dejan duda de que Prisciliano .. . rechaza el ma­niqueísmo con gran vehemencia; y no existe la menor indicación de que detrás de la máscara de los anatemas se esconde un dualista radical que utiliza una cortina de humo para ocultar sus ver­daderas intenciones; pero -añade- al mismo tiempo se interesa por varios temas que le sitúan extraña e inquietantemente cerca de sus heréticos oponentes». Y después de enumerar varios «lla­mativos paralelismos», entre lo que dice Prisci­liano y las doctrinas de Manés , afirma que estos paralelismos «no permiten concluir que Prisciliano sea criptomaniqueo. Pero sí muestran lo genuina­mente vulnerable que resulta su posición ante las ansiedades ortodoxas».

Todo ello dio lugar en un momento determinado a excitar las sospechas de un anciano obispo, Hy­gino de Córdoba, que trató el asunto con el tam­bién obispo Hydacio de Mérida., Este de acuerdo con Itacio , obispo que conjeturalmente se ha su­puesto titular de la sede de Ossonuba (junto a Faro, en Portugal), empezó a pensar que se tra­taba de gnósticos y maniqueos, y como tales ca­paces de ocultar tras la disciplina del arcano las peores lascivias y las doctrinas más heterodoxas. Sin embargo el concilio reunido en Zaragoza en 380, cuyos cánones conservamos en la Colección Hispana de concilios no tomó ninguna medida contra personas, que se reflejasen en sus actas , aunque sí aparece en éstas la censura de prácticas determinandas practicadas por los priscilianistas o a ellos atribuidas.

Podemos representarnos con bastante seguridad el mecanismo de la acusación de Itacio contra Prisciliano: Una vez que se ha convencido del carácter maniqueo de su doctrina, y puesto que ni en sus escritos ni en la apariencia exterior de su vida encuentra confirmación para sus acusacio­nes, acude a la doctrina del arcano, que habrían practicado los priscilianistas, siguiendo su máxima «Jura, pe¡jura, pero no reveles el secreto». Y en este secreto se ocultarían tanto las orgías místicas como la teología extraviada, que iba de la doctrina trinitaria a todas las otras que forman el gnosti­cismo de Nicolás , Basílides, Marción y Manés recogidas de la exposición que hace de ellas el heresiólogo del siglo II, Ireneo. San Agustín , al final de su vida, escribirá bajo la influencia del español Orosio, que «el priscilianismo es una mezcla de doctrinas gnósticas y maniqueas, aun­que en ellas desembocaron en horrible confusión, como en una cloaca las inmundicias de otras here-

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jías». Muy probable es que la información de San Agustín pendiese, a través de Orosio su infor­mante, del libelo de Itacio.

De éste habría de decir Isidoro de Sevilla, en su De viris illustribus: «ltacio, obispo de las Espa­ñas, esclarecido (Clarus) por su apellido y por su lenguaje, escribió un libro en forma de Apología en el que pone al descubierto las detestables ense­ñanzas de Prisciliano, sus artes maléficas y sus infamias sexuales (Libidinum probra). Sulpicio Severo por otra parte no tenía un concepto muy elevado de la figura moral de ltacio: «Audaz, lo­cuaz, imprudente, derrochador, glotón y voraz (ventri et gulae plurimum impartiens), era «liviano y nada santo»; para él todo santo varón que se dedicase con afán al estudio de las Escrituras y al ayuno, era un discípul9 de Prisciliano, llegando en su atrevimiento a acusar abiertamente de herejía a San Martín de Tours, cuando éste le increpaba para que desistiese de su papel de acusador en el proceso civil de Tréveris, que implicaba la seguri­dad de condenas a muerte, al mismo tiempo que pedía a Máximo, el usurpador, «Que se abstuviese de la sangre de unos infelices , para los que ·era más que suficiente, que por sentencia de los obis­pos fuesen expulsados de sus iglesias después de ser juzgados herejes, pues era un crimen (nejas) «nuevo e inaudito el que un juez seglar juzgase una causa eclesiástica». Sin embargo Severo hace constar que no reprendería a Hydacio e Itacio su dedicación en atacar a la herejía si no combatiesen más de lo conveniente con un afán de vencer. 1

La tragedia de Prisciliano se desarrolla entre los años 380 y 385. Los datos que tenemos no son claros ni concluyentes. El resumen de lo ocurrido podría ser algo como lo que sigue: en 380 se reúne un concilio en Zaragoza al que concurren escasos obispos hispanos y dos aquitanos. Entre los espa­ñoles estaban Hydacio e ltacio en papel de acusa­dores. Otro era Simposio, obispo de Astorga y metropolitano de Galicia, que asistió sólo un día a las sesiones y después se insolidarizó con lo acor­dado en el concilio. Parece seguro que no se to­maron decisiones conciliares personalmente con­tra los priscilianistas, que estuvieron ausentes de las reuniones conciliares, aunque se condenan, sin atribuirlas a nadie expresamente, determinadas prácticas, que parece se consideraban propias de la secta. En el llamado Liber ad Damasum, se dice rotundamente que nadie «fue declarado cul­pable». En cambio Sulpicio Severo afirma que no habiendo asistido los incriminados al concilio de Zaragoza, se dio sentencia contra los ausentes, siendo condenados los obispos Instancio y Sal­viano, y los laicos Elpidio y Prisciliano, fulmi­nando igual pena al que los recibiese a comunión, encargando al obispo ltacio de dar publicidad al decreto de los obispos y excomulgar a Hygino , el obispo de Córdoba, quien habiendo sido el pri-

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mero en acusar a los herejes , después «turpiter deprauatus» los había admitido a su comunión.

Entre tanto , según el mismo Severo , Instancio y Salviano después de haber sido condenados por juicio de los obispos, elevaron al episcopado «in Labilensi opido» (Abila según el común sentir y de acuerdo con lo que dice San Jerónimo) a Prisci­liano, que siendo laico era sin embargo el cabecilla de todo los malos (Princeps malorum omnium).

El Liber ad Damasum se refiere, aunque no con suficiente claridad, a un intento de reconciliación o por lo menos, diríamos de clarificación de posi­ciones , por parte de los dirigentes priscilianistas con Hydacio de Mérida, pero el intento fracasó ya que partidarios de éste amotinados les impidieron el acceso al presbiterio y hasta los maltrataron de obra. Parece que siguió una guerra de panfletos y que Hydacio consigue un rescripto del emperador Graciano «Contra todos los herejes», a los que se destierra «extra omnes terras» y que tiene como resultado la desaparición momentánea de los pris­cilianistas , mientras los obispos Instancio, Sal­viano y Prisciliano deciden presentarse en Roma al papa Dámaso para sincerarse de las acusaciones de que eran objeto. Pasan por la Aquitania ha­ciendo nuevos prosélitos entre una «plebe hasta entonces buena y religiosa». En Burdeos son re­chazados por el obispo Delfín, y se detienen en la finca de Eucrocia, la viuda del retórico Delfidio. Con gran comitiva prosiguen ei camino y Severo recoge como «habladurías» (fuit in sermone homi­num), que Prisciliano había preñado a la hija de Eucrocia, Prócula, haciendo después que abortara con hierbas.

Los viajeros llegan a Roma e intentan sin resul­tado obtener audiencia del papa Dámaso, a quien dirigen un escrito de descargo de las acusaciones de Hydacio y piden ser confrontados con él en una audiencia eclesiástica y si fueran hallados ino­centes , dicen en su escrito los obispos priscilianis­tas, «estaremos dispuestos a perdonar sus peca­dos (los de Hydacio y sus seguidores) contra no­sotros». No desanimados por este primer fracaso en su intento de vindicar su ortodoxia, Instancio y Prisciliano -pues Salviano había muerto en Roma­marchan a Milán, donde encuentran a su obispo Ambrosio, sin duda prevenido de antemano por los adversarios de Prisciliano, en actitud hostil -no sabemos en qué · forma- por lo que Sulpicio Severo dice, que no habiendo conseguido engañar a los dos obispos entonces de mayor autoridad, cambiaron su estrategia tratando de arrancar al emperador Graciano las decisiones que deseaban, lo que consiguieron corrompiendo al Magister of­ficiorum Macedonio, nada amigo de Ambrosio, de quien obtuvieron un rescripto imperial por el que se anulaban las anteriores decisiones contra ellos y eran restituidos en sus iglesias . Con ello al llegar a España la situación se había vuelto del revés. Ahora eran Itacio y sus secuaces los que tenían

Prisciliano

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zado en vano por evitar el derramamiento de san­gre se negó a comulgar con aquellos obispos que lo hacían con Hydacio e ltacio, y así no quiso participar en la consagración de Félix, como obispo de Tréveris en sustitución del fallecido Britto, aunque se trataba de un hombre virtuoso. Más tarde, y a cambio de que Máximo hiciera retirar los tribunos que debían inquirir, y ejecutar en su caso, a los priscilianistas que encontrasen en España, se resignó a recibirlos a su comunión.

Pero otra vez un nuevo giro en la situación política iba a repercutir en la situación religiosa. Máximo inició la ocupación del Norte de Italia, y Teodosio, en una acción fulminante, lo venció y ejecutó en el verano del 388. La reacción contra el tirano usurpador y confiscador avaro alcanzó a Itacio, que fue depuesto en un concilio. Hydacio de Mérida lo había arrticipado dimitiéndose de su sede, lo que no le libró de ser excomulgado y desterrado, como ltacio, según una noticia de Próspero d~ Aquitania.

Debió ser por entonces cuando los cuerpos de Prisciliano y de sus compañeros de ejecución fue­ron trasladados a España, donde se les hicieron solemnes funerales. Prisciliano, venerado como mártir, hubo de tener su santuario en el que se hacían solemnes juramentos. «Muerto Prisciliano -dice Sulpicio Severo- no sólo no se reprimió la herejía, que había surgido iniciada por él, sino que se confirmó y se extendió más, pues sus seguido­res, que antes lo honraban como santo, después lo empezaron a venerar como mártir». Cuando, eQ' el año 400, Severo da fm a su Historia han pasado quince años de discordias episcopales y de sufri­miento y escarnio de la plebe de Dios.

Aunque no se nos dice dónde fue enterrado Prisciliano, es común sentir que sería en algún lugar de Galicia, ya que después de su muerte esta provincia se manifestó como priscilianista en su casi totalidad. Por otra parte, como dice Chad­wick, « ... en la reacción inmediata a la caída de Máximo [388] la opinión general de los observado­res laicos fue que Prisciliano y sus amigos habían sido las víctimas de un asesinato judicial».

En el mismo año 400, se reunía en Toledo un concilio, que debía ante todo acabar con el cisma priscilianista de la iglesia gallega. Allí abjuraron el anciano obispo de Astorga, Simposio y su hijo, y también obispo, Dictinio , con otros varios , entre ellos Paterno, obispo de Braga. Sin embargo , en el curso de las sesiones del concilio se produjo lo que Sotomayor no duda en calificar de «auténtica escena contestaría», cuando un grupo de clérigos, presumiblemente gallegos, «espontáneamente y sin haber sido interrogados proclamaron a gritos que Prisciliano era un mártir católico y santo, y que él mismo se había-. dicho católico hasta su muerte, habiendo padecido persecución por unos obispos». El obispo Herenias, a cuya iglesia per­tenecían los dichos clérigos, se alineó a su pare-

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cer, por lo que fue depuesto junto con los también obispos Donato , Acurio y Emilio, cuyas sedes, así como la de Herenias, no se consignan. Así quedó rota la unidad priscilianista gallega, que parecía haberse mantenido hasta entonces, bajo la autori­dad del anciano Simposio, obispo de Astorga du­rante mucho tiempo.

Entre tanto se preparaba un nuevo cambio en la escena política, con la entrada en la Península de pueblos bárbaros, que habían forzado los pasos del Pirineo en el año 406, y en el411 se repartían a suertes las provincias. En un primer momento, los vándalos asdingos y los suevos ocuparon Galicia, pero pronto estos últimos constituidos en reino quedaron como únicos ocupantes.

Así los priscilianistas gallegos quedarían fuera del alcance de las varias disposiciones imperiales que, a partir del año 407 , ponían fuera de la ley y amenazaban con severísimas sanciones a los miembros de su secta. Por otra parte, el obispo de Braga, ahora jefe de la iglesia gallega al serlo de la capital del reino suevo, no parece haberse mani­festado como hostil a los priscilianist:...s. Estos se habían acomodado a una situación de amplia tole­rancia, que escandalizaría al obispo Toribio , que ocupó la sede de Astorga hacia 440.

Habían de pasar más de cien años para que en el año 561 se reuniese el primer concilio braca­rense, al que asistió el panonio Martín, como obispo de Dumium, y que presidió Lucrecio de Bracara. El priscilianismo está aún presente en primer término, anatematizándose diez y siete proposiciones, que se atribuían a los priscilianis­tas.

En 572 se reúne en Braga un segundo concilio, que esta vez preside Martín como metropolitano; en él sólo se recuerda una práctica que puede considerarse de origen priscilianista. Después las alusiones que se encuentran en una carta de San Braulio a San Fructuoso, mediado el siglo VII, parecen apoyarse en datos de erudición literaria más que en la existencia por entonces de priscilia­nistas de carne y hueso.

¿Qué había sido entre tanto del sepulcro y san­tuario de Prisciliano? Probablemente había caído ya en el abandono y el olvido, salvo tal vez alguna reminiscencia local, avivada por el recuerdo de favores allí recibidos.

Entre tanto en el reino asturiano se había difun­dido la creencia de que el apóstol Santiago predi­cara en España. Un día, posiblemente de la pri­mera mitad del siglo IX, por una revelación mila­grosa, un eremita llamado Pela yo supo que un sepulcro abandonado, rodeado de otros muchos era el del apóstol Santiago. Teodomiro obispo de Iria, en cuya diócesis se encontraba el sepulcro, y Alfonso II , que reinaba entonces en Asturias y Galicia, aceptaron con júbilo la buena nueva.

Priscilian,o

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Luis Duchesne, autor de una Historia antigua de la Iglesia, cuya publicación hubo de interrum­pir por haber sido incluida en el Index librorum prohibitorum, publicó en 1900 un artículo en los Annales du Midi, con el título Saint Jacques en Galice, en el que se someten a una crítica impla­cable los supuestos testimonios sobre la venida y predicación en España de Santiago el Mayor; así como los que se refieren a su sepulcro en Com­postela. Tradiciones ambas, que si están enlaza­das tienen orígenes diferentes. Hipó lito Delehaye, el gran maestro de los estudios hagiográficos y presidente entonces de la Sociedad de los Bolan­dista, al reseñar el citado artículo en los Annalecta Bollandiana, el mismo año de su publicación, consideraba que en él quedaba definitivamente aclarado el origen de las tradiciones relativas al viaje y al sepulcro de Santiago. Para Duchesne, el origen de ellas habría que buscarlo en el Brevia­rium apostolorum, traducción latina de unos Catá­logos bizantinos, que en su texto original griego no mencionan la predicación de Santiago en Es­paña, la que aparece por primera vez en el Brevia­rium, el cual a su vez sería el origen de la noticia que figura en el De ortu et obitu sanctorum pa­trum, de supuesta paternidad isidoriana. Recien­temente se han introducido algunas precisiones a la tesis de Duchesne, especialmente por el bolan­dista de Gaiffier, para quien el Breviarium aposto­lorum sería una obra compuesta en Occidente ha­cia el año 600, la cual procedería a su vez de una

Luis Vázquez de Parga

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obra perdida, que pudo ser también la fuente de la noticia en la obra isidoriana.

El descubrimiento del sepulcro de Santiago en un lugar de la Amahía, territorio de la diócesis de Iria (actualmente Padrón) puede considerarse como una consecuencia de la creencia en la evan­gelización hispana por Santiago, popularizada en el reino asturiano por su inclusión en el Comenta­rio al Apocalipsis de Beato de Liébana.

El historiador que no se muestre dispuesto a aceptar el descubrimiento milagroso del sepulcro de Santiago, se planteará con Jacques Fontaine el interrogante de cuál era el cuerpo santo junto al cual se ha enterrado ad sanctos bajo la actual catedral de Compostela. Monseñor Duchesne, en el artículo anteriormente citado, insinuaba que pudiera tratarse del cuerpo de Prisciliano. Las ex­cavaciones iniciadas en el siglo pasado y las que se llevaron a cabo en éste han puesto de mani­fiesto la existencia de un cementerio de enterra­mientos modestos, sin inscripciones ni otros datos arqueológicos que permitan fecharlas con seguri­dad , aunque se ha dicho .que van del siglo IV al VII. Estas fechas irían bien con la anterior hipóte­sis, aunque ésta, sin más datos que los conocidos, no puede pasar de ahí: una hipótesis aventurada, atractiva para algunos y detestable para otros. Como historiadores hemos de suspender ~ nue.stro juicio hast~ que nuevas invest~- -gacwnes nos permitan una mayor prect- -sión.