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La Reconciliación Ignaciana C l aves para la Pri m e ra Semana de los Ejercicios Espiri t u a l e s Piet van Breemen, SJ S E C R E TARIADO DE ESPIRITUA L I D A D / CO M PAÑÍA DE JESÚS EN EL ECUA D O R

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La ReconciliaciónIgnaciana

C l aves para la Pri m e ra Semanade los Ejerc ic ios Esp iri t u a l e s

Piet van Breemen, SJ

S E C R E TARIADO DE ESPIRITUA L I D A D / CO M PAÑÍA DE JESÚS EN EL ECUA D O R

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Ejercicios Espirituales - Primera Semana[45] PRIMER EXERCICIO ES MEDITACIÓN CON LAS TRES POTENCIAS SOBRE EL 1º, 2º Y 3º PECADO; CONTIENE EN SI,

DESPUÉS DE UNA ORACIÓN PREPA R ATORIA Y DOS PREAMBU L O S, TRES PUNTOS PRINCIPALES Y UN COLOQU I O.

[46] Oración. La oración preparatoria es pedir gracia a Dios nuestro Señor, para que todas mis intenciones,acciones y operaciones sean puramente ordenadas en servicio y alabanza de su divina majestad.

[47] 1º preámbulo. El primer preámbulo es composición viendo el lugar. Aquí es de notar, que en lacontemplación o meditación visible, así como contemplar a Christo nuestro Señor, el qual es visible, lacomposición será ver con la vista de la imaginación el lugar corpóreo, donde se halla la cosa que quierocontemplar. Digo el lugar corpóreo, así como un templo o monte, donde se halla Jesu Christo o nuestraSeñora, según lo que quiero contemplar. En la invisible, como es aquí de los pecados, la composiciónserá ver con la vista imaginativa y considerar mi ánima ser encarcerada en este cuerpo corruptible ytodo el compósito en este valle como desterrado; entre brutos animales. digo todo el compósito deánima y cuerpo.

[48] 2º preámbulo. El segundo es demandar a Dios nuestro Señor lo que quiero y deseo. La demanda ha deser según subiecta materia, es a saber, si la contemplación es de resurrección, demandar gozo conChristo gozoso; si es de passión, demandar pena, lágrimas y tormento con Christo atormentado. Aquíserá demandar vergüenza y confussión de mí mismo, viendo quántos han sido dañados por un solopecado mortal y quántas veces yo merescía ser condenado para siempre por mis tantos peccados.

[49] Nota. Ante todas contemplaciones o meditaciones, se deben hacer siempre la oración preparatoria sinmudarse y los dos preámbulos ya dichos, algunas veces mudándose, según subiecta materia.

[50] 1º punto. El primer punto será traer la memoria sobre el primer pecado, que fue de los ángeles, y luegosobre el mismo el entendimiento discurriendo, luego la voluntad, queriendo todo esto, memorar yentender, por más me envergonzar y confundir; trayendo en comparación de un pecado de los ángelestantos pecados míos, y donde ellos por un pecado fueron al infierno, quántas veces yo le he merescidopor tantos. Digo traer en memoria el pecado de los ángeles; cómo siendo ellos criados en gracia, no sequeriendo ayudar con su libertad para hacer reverencia y obediencia a su Criador y Señor, veniendo ensuperbia, fueron conuertidos de gracia en malicia, y lanzados del cielo al infierno; y así, consequenter,discurrir más en particular con el entendimiento, y consequenter moviendo más los afectos con lavoluntad.

[51] 2º punto. El segundo: hacer otro tanto, es a saber, traer las tres potencias sobre el pecado de Adán yEva; trayendo a la memoria cómo por el tal pecado hicieron tanto tiempo penitencia, y quántacorrupción vino en el género humano, andando tantas gentes para el infierno. Digo traer a la memoriael 2º pecado, de nuestros padres, cómo después que Adán fue criado en el campo damaceno, y puestoen el paraíso terrenal, y Eva ser criada de su costilla, siendo bedados que no comiesen del árbol de lasciencia, y ellos comiendo, y asimismo pecando, y después vestidos de túnicas pellíceas, y lanzados delparaíso, vivieron sin la justicia original, que habían perdido, toda su vida en muchos trabajos y muchapenitencia; y consequenter discurrir con el entendimiento más particularmente, usando de la voluntadcomo está dicho.

[52] 3º punto. El tercero: asimismo hacer otro tanto sobre el tercero pecado particular de cada uno que porun pecado mortal es ido al infierno, y otros muchos sin cuento por menos pecados que yo he hecho.Digo hacer otro tanto sobre el 3 pecado particular, trayendo a la memoria la gravedad y malicia delpecado contra su Criador y Señor, discurrir con el entendimiento cómo en el pecar y hacer contra labondad infinita, justamente a sido condenado para siempre, y acabar con la voluntad, como está dicho.

[53] Coloquio. Imaginando a Christo nuestro Señor delante y puesto en cruz, hacer un coloquio; cómo deCriador es venido a hacerse hombre, y de vida eterna a muerte temporal, y así a morir por mis pecados.Otro tanto, mirando a mí mismo, lo que he hecho por Christo, lo que hago por Christo, lo que debohacer por Christo; y así viéndole tal, y así colgado en la cruz, discurrir por lo que se offresciere.

[54] El coloquio se hace propiamente hablando, así como un amigo habla a otro, o un siervo a su Señor;quándo pidiendo alguna gracia, quándo culpándose por algún mal hecho, quándo comunicando suscosas, y queriendo consejo en ellas; y decir un Pater Noster.

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En cierta ocasión, una mujer que participaba en el programa de encuentros matrimoniales confesó an-te un grupo pequeño: «Cuando mi marido me mira, soy mucho más importante y valiosa que cuan-

do yo me miro a mí misma. Siento en mí un potencial mucho mayor». Y su marido añadió: «Cuando sien-to la mirada amorosa de mi mujer, experimento una sensación de crecimiento interior que no me pareceexperimentar cuando me miro en el espejo».

No se trata de experiencias insólitas. De hecho, Jean Vanier caracteriza el amor como «lo que revela a al-guien su propia belleza». En el reconocimiento de que necesitamos a otra persona para que nos ayude adescubrir nuestra propia belleza hay una profunda intuición. San Ignacio recurre a ella cuando sugiereque comencemos nuestra oración deteniéndonos brevemente y meditando sobre cómo nos mira Dios:«Un paso o dos antes del lugar donde tengo de contemplar o meditar, me pondré en pie, por espacio deun Pater Noster, alzado el entendimiento arriba, considerando cómo Dios nuestro Señor me mira, etcéte-ra; y hacer una reverencia o humillación» (Ejercicios Espirituales [=EE], 75).

La manera concreta de llevar a cabo este breve ritual será diferente para cada persona, pues es algo abier-to a la creatividad y la devoción personales. Hay muchos modos de revitalizar la consciencia de la mi-rada amorosa de Dios. Una pequeña liturgia privada en la que tanto el cuerpo como el alma entren en es-tado de oración puede ser de gran ayuda en la profundización de la autenticidad y la quietud de nuestraplegaria. Entre otras ventajas, ese rito nos ayudará a reducir las distracciones. La mirada de Dios, llenade amor y afirmación, ha de estar en todo momento en el núcleo de esta pequeña liturgia personal abier-ta; del mismo modo, también debe siempre formar parte de ella una sincera expresión corporal de reve-rencia y respeto. Ése es el acierto de la sabia sugerencia de san Ignacio.

De vez en cuando, conviene dedicar un mayor tiempo a centrarse simplemente en la tierna y amorosa mi-rada de Dios. Todo cuanto brote —mis alegrías y mis deseos, mis éxitos y fracasos, mis sueños y planes,mis ansiedades y deseos ocultos— lo dejo fluir libremente, confián-dolo todo a Dios. La esencia de esta oración consiste únicamente enque Dios me mira con amor y gozo y se alegra de mi presencia. Laspalabras del profeta Sofonías lo expresan magníficamente: «El Se-ñor, tu Dios, es dentro de ti un soldado victorioso que goza y se ale-gra contigo, renovando su amor, se llena de júbilo por ti, como en díade fiesta» (3, 17-18).

El profeta evoca la imagen de Dios bailando de alegría (como dice latradición bíblica) por nuestra causa. Y nuestra oración, por tanto, con-siste en saborear este jubiloso amor de Dios, en disfrutar de ese cáli-do amor. Pedimos la gracia de estar en la presencia divina sin temory, sin embargo, con un profundo sentido de reverencia.

En Génesis 16, Sara maltrata tanto a su sirvienta Agar, que ésta, de-

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1. Mírame, oh Dios, para que pueda amarte ............... 3

2. Hacer frente al mal...................... 8

3. «Metanoia».................................10

4. Vivir del perdón.........................13

5. La consumación del amor ..........18

Indice

Piet van Breemen, SJ

La Reconciliación IgnacianaC l aves par a la Pr i m e ra Se ma na de lo s E jerc ic io s E sp ir i t u a l e s

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LA RECONCILIACIÓN IGNACIANA

sesperada, huye al desierto. Allí, en circunstancias muy dramáticas, Yahvé se le aparece y le promete queresponderá generosamente a todas sus plegarias. Entonces Agar llama al Señor «Dios que me ve», y ex-clama con júbilo: «¡He visto al que me ve!». Puede que nosotros no estemos en una situación tan difícilcomo la de Agar y no seamos capaces de ver a Dios como ella; pero sí podemos estar seguros de queDios nos ve en nuestra necesidad y en nuestra prosperidad. También para nosotros el Santo es el «Diosque nos ve».

En el Salmo 80 rogamos a Dios tres ve c e s , como si fuera un estri b i l l o : « A l u m b ra tu ro s t ro y nos salva re-mos» (vv. 4.8.20). Son palab ras en las que no hay temor, sino simplemente la certeza de que la mirada deDios nos pro p o rcionará auxilio. De manera similar, el Salmo 33 ex p resa la convicción fundamentada enla fe de que Dios quiere que v iva m o s: « M i ra : el ojo del Señor sobre sus fi e l e s , que esperan en su miseri-c o rd i a , p a ra librar su vida de la mu e rte y mantenerlos en tiempo de hambre» (vv. 18-19). En el Salmo 139se describe la mirada viv i ficante de Dios de manera más íntima: «Tú has creado mis entra ñ a s , me has te-jido en el seno mat e rno. Te doy gracias porque me has distinguido con portentos y son maravillosas tuso b ras. Conoces perfectamente mi aliento, no se te oculta mi osamenta. Cuando me iba fo rmando en looculto y entretejiendo en lo profundo de la tierra» (vv. 13-15).

Estos salmos —como muchos otros— expresan un conocimiento profundamente arraigado que se ha idodesarrollando durante generaciones de orantes, y se resumen en que la mirada de Dios realiza la bondaddivina, y morar bajo su mirada es saludable. Meditar sobre estos salmos nos ayudará a superar el temornegativo de Dios que podrían habernos imbuido y que tan fácil es de eliminar.

San Agustín ora con total confianza: Aspice me ut diligam te: «Mírame para que pueda amarte». No tie-ne ninguna duda acerca de la serenidad de la mirada de Dios y de que sacará a la luz lo mejor de noso-tros: el amor de Dios.

Una monja cisterciense flamenca, la beata Beatrice de Nazaret (†1268), ruega en una de sus sencillas pe-ro profundas oraciones:

«Oh, Dios, enséñame a orar.tú que todo lo ves,tú que todo lo oyes,tú que todo lo sabes,tú que todo lo experimentas en mí y conmigo,porque eres mi compañero y mi amado.Nada se te oculta.Tu amor para mí es luz,y a esta luz tu lo ves todo»

S í , Dios lo ve y lo sabe todo, p e ro siempre a la luz de su amor infinito. ¡Cuántas personas se sientens o l a s , ab a n d o n a d a s , i g n o ra d a s , ni miradas ni escuch a d a s , y sin nadie con quien compartir su vida…!Tremenda iro n í a , p o rque al mismo tiempo hay alguien que «está llamando»; alguien que quiere en-t rar y compartir la comida (cf. Ap 3,20). Y ese alguien lo sabe todo sobre ellas a la cálida luz de sut i e rno amor.

En 1835, John Henry New m a n , por entonces vicario de la parroquia anglicana de Santa María Vi r-ge n , en Oxfo rd, p ro nunció una ex c epcional y todavía famosa homilía sobre «La providencia part i c u-lar tal como se revela en el eva n gelio». Decía hacia el final del serm ó n : «Seas quien seas, Dios se fi-ja en ti a título individual. Te “llama por tu nombre”. Te ve y te comprende tal como te hizo. Sabe loque hay en ti, conoce todos los pensamientos y sentimientos que te son pro p i o s , todas tus disposicio-nes y gustos, tu fuerza y tu deb i l i d a d. Te ve en tus días de alegría y también de tristeza. Se solidari-za con tus esperanzas y tus tentaciones. Se interesa por todas tus ansiedades y re c u e rd o s , por todoslos altibajos de tu espíritu. Ha contado hasta los cabellos de tu cabeza y ha medido los codos de tu

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S E C R E TARIADO DE ESPIRITUALIDA D COM PAÑÍA DE JESÚS EN EL ECUA DOR

e s t at u ra. Te rodea con sus cuidados y te lleva en sus bra zos; te alza y te deposita en el suelo. Ve tuauténtico sembl a n t e, ya esté sonriente o cubierto de lágri m a s , sano o enfe rmo. Vi gila con ternu ra tusmanos y tus pies; oye tu vo z , el latido de tu corazón y hasta su re s p i ración. Tú no te amas a ti mis-mo más de lo que Él te ama»1

Siento espontáneamente la necesidad de añadir a esta última frase que para Dios no es nada difícil amar-nos más de lo que nosotros nos amamos a nosotros mismos. En realidad, la mayoría de las personas nose aman tanto a sí mismas; necesitan la constante afirmación ajena, así como mimarse mucho, para com-pensar esa falta de amor; pero les sería de mayor ayuda hacerse conscientes de que la mirada amorosade Dios está siempre sobre ellas.

Dios también lo sabe todo acerca de nuestras tinieblas, y su mirada amorosa asimila ese conocimiento.Esto, a su vez, puede ayudarnos a aceptar e integrar nuestro lado oscuro. Entonces, con gran sorpresa,descubriremos, como C.G. Jung observó, que el 90% es oro puro. Verdaderamente, «alumbra tu rostro ynos salvaremos» (Sal 80).

N o rmalmente sentimos angustia si tenemos que ex p o n e rnos al ri e s go de no ser comprendidos. Este te-m o r, que es nat u ra l , puede inducirnos a jugar un juego con el que esperamos pro t ege rn o s : e s c o n d e r-nos detrás de una máscara que creemos nos dará una cierta seg u ri d a d. Pa ra nosotro s , el mensaje libe-rador en este momento es que, ante Dios, no necesitamos máscara , p o rque el Santo ya nos conoce, n o sc o m p rende y nos acepta. «Tu amor para mí es luz, y a esta luz tú lo ves todo» Con Dios podemos sercompletamente honestos sin ninguna re s e rva. Ésa es una de las gracias de la ora c i ó n : no necesita serp i a d o s a , p e ro puede y deb e ser honesta. Es vital que en mi oración lo ponga todo ante Dios: lo bu e n o ,lo malo y lo mediocre; todo ello ha de quedar expuesto a la mirada de Dios. Esa honestidad aseg u rasu integridad.

Cuando nos sentimos confusos e indecisos, podemos obtener un gran consuelo de nuestra certeza de quealguien «lo sabe todo acerca de nosotros», que ve realmente a través nuestro con absoluta claridad y quenunca nos decepcionará, sino que siempre, con una fidelidad inconmovible, nos apoyará tal como somos(no como deberíamos ser). Cuando los demás nos sobreestiman, nos sentimos incómodos, y un reto quesupere nuestra capacidad puede desanimarnos. Por otro lado, cuando nos subestiman, nos sentimos in-sultados y deseamos afirmarnos. ¡Qué pocas veces se nos valora con exactitud!

Cuando Dietrich Bonhoeffer estuvo encarcelado en la infame prisión nazi de Berlin-Tegel, expresó estalucha interior en forma de poema. La mayoría de las cartas y demás escritos que redactó en prisión po-nen de manifiesto su profundo, y a veces innovador, pensamiento. Este poema, sumamente personal, re-vela, no obstante, alguno de sus más íntimos sentimientos. En su último verso alude con discreción alfundamento de su fuerza interior mientras sigue soportando su penosa prueba.

¿QUIÉN SOY?

«¿Quién soy? Me dicen a menudoque salgo de mi celdasereno, risueño y firme,como un noble de su palacio.

«¿Quién soy? Me dicen a menudoque hablo con los carceleroslibre, amistosa y francamente,como si mandase yo.

1. Parochial and Plain Sermons, Longman,Green and Co.,London/ NewYork 1907, vol. III, sermón 9, 5-4-1835, pp. 124s.

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«¿Quién soy? Me dicen tambiénque soporto los días de infortuniocon indiferencia, sonrisa y orgullo,como alguien acostumbrado a vencer.

¿Soy realmente lo que los otros dicen de mi?¿O bien sólo soy lo que yo mismo sé de mí?Intranquilo, ansioso, enfermo, cual pajarillo enjaulado,pugnado por respirar, como si alguien me oprimiese la garganta,hambriento de colores, de flores, de canto de aves,sediento de buenas palabras y de proximidad humana,temblando de cólera ante la menor arbitrariedad o agravio,agitado por la espera de grandes cosas,impotente y temeroso por los amigos en la infinita lejanía,cansado y vacío para orar, pensar y crear,agotado y dispuesto a despedirme de todo.

¿Quién soy? ¿Éste o aquél?¿Seré hoy éste, mañana otro?¿Seré los dos a la vez? ¿Ante los hombres un hipócrita,Y ante mí mismo un ser despreciable, quejumbroso y débil?¿O bien lo que aún queda en mí semeja el ejército batidoque se retira desordenado ante la victoria que tenía segura?¿Quién soy? Las preguntas solitarias se burlan de mí.Sea quien sea, tú me conoces, tuyo soy, ¡oh Dios!»2

La mirada amorosa de Dios no sólo nos otorga el sentido de nuestro auténtico valor, sino que tambiéncrea en nosotros un sentimiento de seguridad que nos permite cruzar una y otra vez nuevas fronteras pa-ra llegar a una vida eterna cada vez más rica y plena. La mirada de Dios, que todo lo abarca, intensificanuestros dones y nuestras capacidades, que, de no ser por ella, permanecería en estado latente.

Nuestro ejemplo más inspirador es Jesús mismo. La seguridad que experimentaba en su unión con el Pa-dre le hizo extremadamente abierto y le permitió relacionarse con los demás amorosamente, y a vecesdiscrepar de ellos (y mantenerse firme en el conflicto). Todos sus encuentros tenían el propósito de sa-car a la luz lo mejor de las personas.

La mirada de Dios es creativa en el más estricto sentido de la palabra. Romano Guardini ora de la si-guiente manera:

«Me recibo continuamente de tus manos.Ésa es mi verdad y mi alegría.Tus ojos me miran constantementey yo vivo de tu mirada.Mi creador y mi salvación,enséñame en el silencio de tu presenciaa captar el misterio que yo soy.Y que soy por ti, ante ti y para ti»3

2. Resistencia y sumisión, Sígueme, Salamanca 1983, pp. 243-244.3. Theologishe Gebete, Josef Knecht Verlag,Frankfurt a.M. 1960, p. 14.

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En la mirada de Dios encontramos amor: el amor de Dios, que nos llamó a ser; y nuestro amor, que Diosdesea avivar cada vez más para colmar nuestras vidas. Lo que el Antiguo Testamento dice sobre la Alian-za entre Yahvé y el pueblo elegido, el Nuevo Testamento lo extiende a cada persona individual. Todosnosotros podemos explicárnoslo de modo muy personal. Veamos el ejemplo de Ezequiel: «Pasando denuevo a tu lado, te vi en la edad del amor» (16,8); y el Cantar de los Cantares: Yo soy de mi amado, y elme busca con pasión» (7,11). Al comienzo de un retiro, los participantes a veces emplean varias horas,o incluso varios días, simplemente con la segunda parte de este último verso. Abrirse con fe a estas pa-labras, asumirlas de una manera muy personal, nos conduce a una amplitud y profundidad que propor-cionan plenitud y liberación.

Otro ejemplo bien conocido es el texto de Oseas en que Yahvé dice: «Mira, voy a seducirla, llevándome-la al desierto y hablándole al corazón» (2,16). La palabra «seducir» significa «hacer todo lo posible pa-ra suscitar el amor de la otra persona, pero sin coaccionarla». ¡Dios quiere conseguir nuestro amor! A susojos, somos muy valiosos y deseables. Para Dios significamos muchísimo.

El Santo no usa la violencia, ya que el verdadero amor no se puede forzar; pero Dios hace todo lo posi-ble para expresar su amor divino y para suscitar el nuestro: «Me casaré contigo para siempre, me casarécontigo a precio de justicia y de derecho, de afecto y de cariño. Me casaré contigo a precio de fidelidad,y conocerás al Señor» (Os 2,21-22). La alianza que Dios desea y nos ofrece se retrata con imágenes degran intimidad.

Jesús hace visible el modo de mirar de Dios. Al mirar al joven rico, Jesús le amó (Mc 10,21). La mujerpecadora, antes de que Jesús le dirigiera una sola palabra, sólo por sus ojos, supo que no la condenaba yque ante él podía quitarse su máscara, y eso fue lo que libremente hizo (Lc 7, 36-50). Cuando Jesús lepreguntó a la mujer sorprendida en adulterio si alguien la había condenado, y después añadió «Tampo-co yo te condeno», ella debió ver en sus ojos la imagen del propio cielo (Jn 8, 1-11). La mirada de Jesústambién puede desencadenar el arrepentimiento. Judas, desgraciadamente, se hizo insensible a esa mira-da; pero Pedro encontró en ella su salvación: «El Señor se volvió y miró a Pedro; éste recordó lo que lehabía dicho el Señor: antes de que cante el gallo, me negarás tres veces. Salió fuera y lloró amargamen-te». (Lc 22,61-62).

Un agudo comentario a esta última cita del inolvidable Tony de Mello pone fin a este capítulo:

«Yo he tenido unas relaciones bastante buenas con el Señor. Le pedía cosas, con-versaba con Él, cantaba sus alabanzas, le daba gracias…

Pero siempre tuve la incómoda sensación de que Él deseaba que le mirara a losojos…, cosa que yo no hacía. Yo le hablaba, pero desviaba mi mirada cuandosentía que Él me estaba mirando.

Yo miraba siempre a otra parte. Y sabía por qué: tenía miedo. Pensaba que ensus ojos iba a encontrar una mirada de reproche por algún pecado del que no mehubiera arrepentido. Pensaba que en sus ojos iba a descubrir una exigencia; quehabía algo que Él deseaba de mí.

Al fin, un día, reuní el suficiente valor y miré. No había en sus ojos reproche niexigencia. Sus ojos se limitaban a decir:‘Te quiero’. Me quedé mirando fijamen-te durante largo tiempo. Y allí seguía el mismo mensaje: ‘Te quiero’.

Y, al igual que Pedro, salí fuera y lloré»4

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Dios a cierta distancia

El relato de Anthony de Mello conmueve el corazón de la mayoría, porque expresa con gran precisiónlo que todos sentimos: experimentamos un profundo anhelo de auténtica intimidad con Dios y, co-

mo san Agustín, decimos:«Nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en ti» Todos ansiamos seramados incondicionalmente; y Dios ES Amor, precisamente por ese amor incondicional por el que nues-tros corazones suspiran.

Pero también aparece la tendencia opuesta; tememos a Dios y evitamos correr el riesgo de acercarnos de-masiado a él. En lugar de entrar a una verdadera intimidad, tendemos a limitarnos a «una relación bas-tante buena». Nos autoconvencemos de que basta con eso. Muchas personas devotas mantienen a Dios auna cierta distancia. De algún modo, establecemos un equilibrio entre nuestro anhelo de Dios y nuestrorechazo de él. «Le pedimos cosas, hablamos con él, le alabamos, le damos gracias»… y mantenemos lasdistancias. Ansiamos el amor de Dios y, no obstante, huimos de él, porque no es fácil dejarse amar deverdad de un modo tan ilimitado. Lo buscamos y, al mismo tiempo, lo evitamos.

Sin embargo, ambos impulsos no actúan en el mismo nivel de la conciencia. Parto de la base de que pa-ra la mayor parte de los lectores de estas páginas el impulso de huir de Dios está bastante oculto, repri-mido, y es fundamentalmente subconsciente, mientras que el impulso hacia Dios se cultiva y es muchomás deliberado. Para muchas personas, esta relación puede ser la inversa; pero, en tal caso, no es muyprobable que reparen en un libro como éste. Lo opuesto al amor no es tanto el odio cuanto la indiferen-cia. Y es precisamente en esta apatía donde se instala nuestra resistencia contra Dios.

Incluso los buenos cristianos con frecuencia ordenan sus vidas de tal modo que, de hecho, Dios desem-peña en ellas un papel muy limitado. Es indudable que muchos no son concientes de ello y que experi-mentarían un gran sobresalto si pudieran observar su propio comportamiento de modo realista. Puede quenos consideremos personas devotas que hablan de Dios con frecuencia (¡o quizá no!), que participan enlas actividades religiosas, que están dispuestas a prestar sus servicios donde sean necesarios, que dedi-can tiempo a la oración y hasta asisten diariamente a misa. Sin embargo, nuestras vidas están mucho másdominadas por la huida de Dios de lo que estamos dispuestos a admitir. Aunque nuestras vidas puedenestar rebosantes de espiritualidad, dejamos poco espacio para Dios. Lo verdaderamente lamentable esque no seamos conscientes de que nuestras ocupaciones religiosas nos sirven para evitar a Dios. Connuestras actividades piadosas nos construimos un sistema defensivo muy eficaz contra el amor incondi-cional de Dios, que, como presentimos de manera intuitiva, finalmente nos conducirá a la rendición in-condicional. Por tanto, la religión puede convertirse en un dique contra Dios.5

Si queremos permitir que honradamente Dios entre en nuestras vidas y dejarle ser verdaderamente Dios,muchos de nuestros pensamientos y acciones deben cambiar. Si no admitimos esto explícitamente (tal-vez incluso insistimos en lo contrario), es posible que no estemos preparados para el cambio. Por consi-guiente, con toda nuestra piedad, mantenemos a Dios a una distancia segura. Cuánto más cerca estemosde Dios, con mayor claridad descubriremos qué inmensa muralla que hemos levantado para ocultarnosdel Santo. Nos aferramos a nuestras actividades, relaciones, convicciones, carrera, reputación, aspecto ysalud. En estas cuestiones encontramos nuestra seguridad y nuestro valor, y en ellas nos atrincheramos.Perdemos nuestra libertad interior para dejar verdaderamente a Dios ser Dios y para hacer de su reinonuestra prioridad fundamental.

4. El canto del pájaro, Sal Terrae, Santander 1994,p. 148.5. Algunos teólogos protestantes, como Karl Barth, consideran la religión intrínsecamente como la antítesis de la fe. En esta tradición, Dietrich

Bonhoeffer pretende un «cristianismo sin religión»

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Arrepentirse

Jesús, durante su ministerio, atacó frontalmente esta actitud. Las primeras palabras que pronuncia en elevangelio de Marcos son: «Se ha cumplido el plazo y está cerca el reinado de Dios: arrepentíos y creedla buena noticia» (1,15). Este mensaje, en conjunto, es ciertamente alentador; sin embargo, la concisa pa-labra «arrepentíos» en su centro es menos aceptable, dado que reclama de modo terminante un profun-do cambio de corazón y de conducta. Se puede intentar explicarlo diciendo que este era precisamente elcomienzo de la predicación de Jesús, y todo el mundo sabe que los principiantes tienden a cometer erro-res. No obstante, la pura verdad es que, a lo largo de toda su vida pública, Jesús no dejó de insistir unay otra vez en la necesidad del arrepentimiento. Hizo de ello un tema recurrente. El arrepentimiento siguesiendo la primera exigencia del evangelio, y no sólo en el orden cronológico.

Por ejemplo, si nos fijamos en el eva n gelio de Lucas, o b s e rva remos que re l ata como un grupo de pers o-nas muy alteradas fueron a ver a Jesús porque Pilato había ordenado la mu e rte de unos galileos y hab í am e z clado su sangre con la de los animales destinados al sacri ficio. Pa ra los judíos, la sangre es sagra d a ,por ser port a d o ra de vida (cf Lv 17,14). El libro del Levítico da unas reglas muy detalladas que pre s c ri-ben como tratar la sangre. Pa ra ellos, con su suscep t i b i l i d a d, m e z clar la sangre humana —y no diga m o sjudía— con la de los animales era un sacri l egio espantoso. Las personas que, llenas de ira , se pre s e n t a-ron ante Jesús pro b ablemente pensaban que ésa era la gota que hacía desbord a rse el va s o , y que había lle-gado la hora de la revolución contra los romanos. Jesús reaccionó de modo muy distinto. Él llamaba a larevo l u c i ó n , cl a ro que sí; pero no contra el dominio ex t ra n j e ro del mal en cada pers o n a , que era —y es—una revolución más radical. «Pensáis que aquellos ga l i l e o s , dado que sufri e ron aquello, e ran más pecado-res que los demás galileos? Os digo que no; pero , si no os arrep e n t í s , a c abaréis como ellos» (Lc13, 2 - 3 ) .

Después Jesús añadió: «O aquellos dieciocho sobre los cuales se derrumbó Siloé y los mató, ¿pensáisque eran más culpables que el resto de los habitantes de Jerusalén? Os digo que no; pero, si no os arre-pentís, acabaréis como ellos» (Lc 13, 4-5)

La consoladora parábola de la higuera en el huerto es la siguiente en la secuencia de Lucas. El jardineroruega por su árbol estéril: «Señor, déjala todavía este año; cavaré alrededor, la abonaré, a ver si da fru-to». Pero, a pesar de su cariño, no pudo menos añadir: «Si no, la cortas el año que viene» (Lc 13, 6-9).

Lucas, en su profunda construcción, recoge a continuación la curación de una mujer que llevaba tullidadieciocho años y estaba completamente encorvada. El principal mensaje de este relato es que el sábadose hizo para las personas, y no las personas para el sábado, y que el Hijo del Hombre es el señor del sá-bado. Aunque lo relevante es que el hijo del hombre rompe la intolerante y poco caritativa interpretacióndel sábado precisamente realizando esta curación concreta. La mujer encorvada durante tantos años ha-bía vivido en un mundo restringido que la había dejado de sin perspectivas. Sólo podía ver sus pies. Alos ojos de los demás, era siempre inferior, apenas capaz de contacto visual, y ella había sido siemprequien laboriosamente había tenido que intentar mirar hacia arriba—por no hablar del dolor físico quehabía soportado durante esos dieciocho años—. La tradición, desde muy pronto, interpretó su desgracia-da situación como una imagen del pecado: la persona encorvada, limitada y retorcida sobre sí misma6. Elarrepentimiento, pues, significa —y ése es el sutil mensaje de Lucas en este contexto— restaurar la rec-titud y la dignidad humana de la persona. De este modo, Lucas indica de una manera muy sugestiva yelocuente la liberación y plenitud que proceden del arrepentimiento.

Esta triple secuencia del evangelio de Lucas no es en absoluto el único pasaje que acentúa el arrepenti-miento, o la metanoia, como se denomina en griego. Cuando Jesús entra en Jerusalén el Domingo de Ra-mos en medio del júbilo y las aclamaciones de la multitud, comienza de pronto a lamentarse por la ciu-

6. Por ejemplo, san Agustín: Cor incorvatum in seipsum (un corazón entusiasmado); san Buenaventura: Libertas recurvada in seipsam (libertadencerrada en sí misma); Martín Lucero: Homo incurvatus in seipsum (una persona curvada sobre sí misma).

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dad, porque no sabe «lo que conduce a la paz» (Lc 19, 41-44). Cinco días después, cuando Jesús iba car-gando con su cruz, fue llevado al exterior de la ciudad, al Gólgota, para culminar su pasión «fuera de laspuertas» (Hb 13, 12). En el camino dijo a las mujeres que no lloraran por él, sino por ellas mismas y porsus hijos, y llamó una vez más al arrepentimiento (Lc 23, 27-31). Con una conmovedora apelación a lametanoia, entró Jesús en la ciudad al principio de la Semana Santa; el día de su muerte, dejó la ciudadcon una súplica similar. Si meditar sobre el camino de la cruz no cuestiona nuestro modo de vida y nonos mueve al arrepentimiento, es que nuestra piedad es demasiado blanda y falta de compromiso. ¡Ahon-dar sin reservas en la memoria de Jesús es una aventura arriesgada!

Justo antes de su ascensión, Jesús resucitado encarga por última vez la misión a sus discípulos, y de nue-vo el tema del arrepentimiento está en el núcleo de su mensaje: «Así está escrito: que el Mesías tenía quepadecer y resucitar de la muerte; que en su nombre se predicaría penitencia y perdón de los pecados a to-das las naciones, empezando por Jerusalén» (Lc 24, 46-47).

En los Hechos de los Apóstoles hay va rios discursos muy importantes de Pe d ro y de Pablo. La concl u-sión de cada uno de ellos es siempre una llamada al arrepentimiento para obtener el perdón de los peca-dos. Esto demu e s t ra con cuánta seriedad se tomaron los apóstoles la última misión que les encargó Je s ú s .

Pablo dice en su carta a los Romanos: «¿O desprecias su tesoro de bondad, su paciencia y aguante, olvi-dando que su bondad quiere conducirte al arrepentimiento?» (2,4). Es la bondad de Dios, no su ira, loque nos conduce al arrepentimiento, pues la metanoia no es un castigo o un despojamiento, sino unavuelta a la vida, y nos hace desplegar e intensificar la propia dignidad y el valor personal, como expresacon gran fuerza la curación de la mujer tullida. La bondad de Dios nos conduce al verdadero arrepenti-miento en Jesús; ahí radica la clave para entender su misión.

Nuestra espontánea reacción negativa a la metanoia no es más que la punta del iceberg. Nuestra resisten-cia está profundamente arraigada, y normalmente hace falta mucho tiempo para superarla. Poco a poco,tenemos que ir interiorizando el poder liberador del arrepentimiento bíblico.

En la Escritura hay muchas citas que pueden alimentar nuestra reflexión sobre la metanoia, pues setrata de una auténtica palabra clave de la Buena Noticia que se repite una y otra vez. Pero también

hay en nosotros numerosos mecanismos de defensa que contrarrestan e intentan diluir la llamada bíbli-ca. Por ejemplo, tratar de representarnos la metanoia como una experiencia que ocurre una sola vez enla vida y situarla en nuestro pasado remoto, o considerarla como algo de vital importancia… ¡para losdemás! Estos subterfugios no son en absoluto raros.

Algunas veces se tiene la impresión de que la creencia común menos ambigua que comparten conserva-dores y liberales es la santa convicción de que el que tiene que arrepentirse es el otro.

Demasiadas discusiones se reducen a la afirmación de que la otra persona o grupo debería reformarse,lo que parece una base excesivamente exigua para una cooperación fructífera en la construcción de laiglesia. Un proverbio del África oriental dice: «El mal es como una montaña; cada cual está en la suya yseñala a la otra». ¡Cuántas veces, de entre la enorme variedad de artículos y conferencias teológicas y es-pirituales, elegimos precisamente los que nos tranquilizan y confirman nuestro modo de pensar y nos es-timulan en absoluto a la convicción auténtica…! El rabino Bunam tenía razón cuando observaba: «Lagran culpa de los seres humanos no la constituyen los pecados que cometemos; después de todo, la ten-tación es tan fuerte, y nuestra fuerza tan débil… La gran culpa reside en que podemos arrepentirnos encualquier momento, y no lo hacemos». En el pasado una espiritualidad malsana en ocasiones ha intro-

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yectado en las personas sentimientos de culpa inauténticos y, al hacerlo, ha causado un gran daño y mu-cho sufrimiento. Sin embargo, la represión de la culpa y de nuestra necesidad de metanoia parece ser hoyel mayor peligro, e incluso puede provocar más sufrimiento en el mundo que el desencadenado por elfuego y el azufre de los sermones del pasado.

I n d u d abl e m e n t e, el arrepentimiento nos ex i ge sacri ficios. Pe ro , pese a ello, no debemos olvidar que, s ihacemos oídos sordos al arrep e n t i m i e n t o , con frecuencia damos lugar a un dolor mayor que el que noscausaría la m e t a n o i a. En ocasiones nos imponemos a nosotros mismos una presión incre í ble sólo paraevitar una conve rsión necesaria y libera d o ra. De hech o , al dar la espalda a la m e t a n o i a , nos infl i n gi-mos a nosotros mismos y provocamos a los demás un sufrimiento innecesario. La m e t a n o i a no suponeque tengamos que rep rimir nu e s t ra pers o n a l i d a d, sino todo lo contra rio. La m e t a n o i a implica dejar quenu e s t ra identidad alcance su pleno desarrollo con la fuerza del eva n ge l i o , puesto que nos ayuda a supe-rar de modo defi n i t ivo nu e s t ra timidez y a ser ve rd a d e ramente las personas que estamos destinadas as e r, conectando con el ori gen mismo de la vida. Dios no quiere que nos contenga m o s , pues le glori fi-camos dando mu cho fruto (Jn 15,8) mediante una vida ve rd a d e ramente útil. Dios, que tiene una opiniónde nosotros mu cho mejor que la nu e s t ra , q u i e re que nu e s t ros dones más valiosos resplandezcan (cf. Mt5 , 1 4 - 1 6 ) .

Nuestro creador nos llamó a la existencia con un deseo y un amor inmensos, no a desgana o con indife-rencia. El arrepentimiento es el medio de suscitar en nosotros un nuevo sentido de grandeza y de valorpersonal, por no mencionar los positivos efectos que tiene sobre la familia y la comunidad: incrementode la comprensión, de la capacidad de perdón, de la amabilidad y el entusiasmo…

El amor tiene muchos nombres; metanoia es uno de ellos.

La topografía de la «metanoia»

En el paisaje de nuestra personalidad, pueden esbozarse tres estratos dentro del proceso de conversión:

En primer lugar, se encuentra el núcleo más interno de nuestro ser. Hay dos citas del Génesis que lo de-finen: la frase repetida cuatro de los días: «Y vio Dios que era bueno» (que falta el segundo día de lacreación), y la frase del sexto día: «Y vio Dios que era bueno» (Gn 1, 4 ss.31). Este núcleo interno es ellugar en que conservamos la palabra de Jesús; por consiguiente, es el lugar en el que él y el Padre habi-tan (cf. Jn 14, 23). Es la cúspide del alma7, en la que Dios es para nosotros Padre y Madre, donde el amorde Dios no encuentra obstáculos y donde, siguiendo el ruego de Jesús, deberíamos permanecer (cf. Jn 15,9). En este núcleo interno de nuestro ser, el reino de Dios está dentro de nosotros (cf. Lc 17, 21). En élreinan la paz y la serenidad fecunda.

Este núcleo está rodeado por un segundo estrato, que es una zona de espinas y cardos, de esfuerzo y do-lor, de vacío y soledad. En este estrato imperan el hastío y el sin sentido, la ira, la angustia, el malenten-dido propio y ajeno y la incomprensión. Es el reino de la culpa, la amargura y el odio.

En tercer lugar, la naturaleza humana construye sobre el segundo estrato un escudo protector para defen-derse del dolor y de la angustia. Esta zona está muy acolchada por las riquezas y el consumo, la carreray el beneficio, el honor y el prestigio. Con frecuencia, esta cubierta protectora incorpora una buena do-sis de religión. También pueden formar parte de ella la hiperactividad, el alcohol, y las drogas. De hecho,la mayoría de los elementos de esta tercera zona son ambivalentes: pueden conducirnos hacia nuestroverdadero ser y hacia Dios o mantenernos a salvo de ellos.

7. Que en el misticismo francés se denomina «La fine pointe de l’âme»

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Es el reino de la ambigüedad: ni frío ni calor, ni un sí incondicional ni un no decidido. Algunas personasoptan deliberadamente por vivir sólo en este tercer estrato.

La m e t a n o i a supone el viaje desde este estrato superficial hasta el núcleo interno. Todos sabemos que set rata del viaje más largo que puede realizar una persona. Después de la alegría inicial por hab e rnos decidi-do felizmente a re a l i z a rl o , el camino conduce pronto a la zona de dolor y de angustia. Es necesaria una fuer-te determinación de no huir del sufrimiento (como Jesús no re t rocedió ante su pasión cuando resultó ser unap a rte esencial de su misión) si se quiere alcanzar el núcleo interno. No puede haber ni ve rd a d e ra conve rs i ó nni ve rd a d e ra redención sin estar dispuesto a sufri r. Jesús dijo a sus discípulos: «Quien quiera seg u i rm e, q u ese niegue a sí, c a rgue con su cruz y me siga. Quien se empeñe en salvar la vida la perderá; quién pierda lavida por mí la alcanzará» (Mt 16, 24-25). No obstante, la cruz sólo es fecunda en nu e s t ra vida si la acep t a-mos. Si no lo hacemos, c rea una sensación de descontento, de autocompasión y, en mu chas ocasiones, d ea m a rg u ra. Por eso, las palab ras de la Última Cena, repetidas en cada Eucari s t í a , son tan signifi c at iva s : « E s-te es mi cuerp o , que será e n t rega d o por vo s o t ros».Quien carga con su cruz de este modo sigue a Jesús a sut e rre n o : allí donde él vive en nosotro s , donde también nosotros somos uno con el Pa d re y donde mana lafuente de la vida. Entonces podremos sintonizar nu e s t ra afe c t ividad —ese valioso talento que Dios ha de-positado en nu e s t ros cora zones— de modo que instintivamente nos at ra i ga el bien y evitemos el mal.

¿Qué es, pues, la «metanoia»?La teología bíblica nos dice que la m e t a n o i a es un cambio profundo de corazón y mente; una re o ri e n t a c i ó ntotal hacia Dios cuyo resultado es una nu eva pauta para nu e s t ras acciones y reacciones. Consiste en re n d i r-nos ante Dios incondicionalmente, con la fi rme determinación de cumplir en todo su vo l u n t a d.

Vamos a concretar ahora de un modo más práctico esta descripción. Todos los días adoptamos un grannúmero de decisiones. La mayoría son pequeñas; de vez en cuando se presenta alguna más importante;y en muy escasas ocasiones se trata de una decisión de gran alcance. No obstante, las pequeñas opcionesson significativas, puesto que, en conjunto, determinan nuestro estilo de vida, que expresa nuestra acti-tud básica mucho mejor que nuestras palabras y acciones. En nuestro estilo de vida está en juego nues-tra integridad esencial; aunque es preciso añadir que gran parte de nuestra vida no responde a una opciónpersonal: sencillamente, no somos capaces de cambiarla. Sin embargo, incluso en estos casos, la reac-ción ante lo inevitable sigue estando en nuestras manos; es una opción que siempre nos corresponde anosotros. Por otra parte, con frecuencia actuamos siguiendo una cierta rutina o de un modo espontáneoe impulsivo, de modo que muchas opciones no son realmente deliberadas.

No obstante, sea cual sea el modo en que las adoptemos, las elecciones son decisivas en la vida. SanAgustín las comparaba con las cuerdas de un arpa: les es indispensable un marco, aunque son las cuer-das las que producen la música. John C. Haughey, SJ, plantea la cuestión de modo más gráfico:

«Pese a que vaya en contra de las apariencias, un individuo no se convierte en persona cre-ciendo físicamente hacia arriba, espacialmente hacia el exterior o reflexivamente hacia el in-terior. A la ‘yoeidad’ se llega fundamentalmente por elección. Es en el acto de elegir dondemás se afirma y se encarna el espíritu de la persona. Nuestras opciones expresan nuestra au-tocomprensión y, al mismo tiempo, la posibilitan. Por contraste, los que no optan o lo hacena medias viven en la inmadura condición de quienes quieren ‘tocar de oído’. Bailan cuandootro toca y se lamentan cuando otro decide que ha llegado el momento del canto fúnebre. Unindividuo que no es lo bastante autosuficiente verá como su entorno su familia, sus apetitos,o cualquier otra fuerza externa a sí mismo, usurpan el lugar y la función que deberían asu-mir su propio espíritu. El hombre ha luchado durante siglos contra la esclavitud con la firmeconvicción de que su forma involuntaria de determinismo es mala. La ironía de la presenteépoca es que haya tantas personas que, aunque son libres para obrar de otro modo, consien-ten que se las someta a la voluntaria esclavitud de la indeterminación»8

8. Should Anyone Say Forever, Loyola University Press, Chicago 1977, pp.21-23

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El hecho es que todas nuestras decisiones, pequeñas o grandes, deliberadas o tácitas, las adoptamos deacuerdo con un conjunto de prioridades que hemos interiorizado. Cuando nos encontramos ante una op-ción, decidimos consultando nuestra escala de valores (por muy implícita que sea esta consulta). Cual-quier cambio en nuestra escala de prioridades conduce de inmediato a decisiones diferentes y, en conse-cuencia, a un estilo de vida distinto. Sin pretender ser irrespetuosos, podemos comparar este proceso conun programa informático en el que el más ligero cambio modifica de inmediato el resultado.

Por tanto, la metanoia es una revisión de nuestras prioridades. Un coche, o cualquier otro instrumentodelicado, necesita ser revisado periódicamente. Con mayor motivo es preciso poner de vez en cuando apunto nuestra conciencia, esa «suave voz interior» que regula toda nuestra vida. A lo largo de los años,nuestras prioridades van cambiando sin que nos demos cuenta. Podemos con toda honestidad creer quedeterminados valores tienen una gran importancia en nuestra vida, cuando, de hecho, han bajado muchospuestos aunque nosotros sigamos pensando que figuran en los primeros lugares. Análogamente, podemoscreer que determinados valores no significan mucho para nosotros y, sin embargo, de un modo imper-ceptible, han ido adquiriendo una gran relevancia en nuestro modo de elegir y de actuar. Quien lleve cier-to tiempo sin hacer frente a este problema se encontrará con algunas sorpresas grandes, y probablemen-te desagradables.

Las falsas prioridades nos apartan del amor y de la voluntad de Dios y son tanto más efectivas cuantomenos conscientes seamos de ellas. Levantan en nosotros ese mecanismo de defensa a través del cual laPalabra de Dios apenas puede penetrar. La esencia del pecado es que no nos dejemos amar por Dios; enotras palabras, y dado que Dios ES amor, no dejamos a Dios ser Dios. Normalmente, esta negativa a de-jar a Dios ser Dios, a dejarle ser amor, no se manifiesta de modo explícito, sino a través de nuestro esti-lo de vida, que, a su vez, está determinado por el orden de nuestras prioridades. Por consiguiente, lametanoia consiste en afrontar este orden y corregirlo. Es algo que, aunque puede parecer inocuo, afectaa los esquemas básicos de nuestro comportamiento, que nos pueden resultar gratificantes y podemos ra-cionalizar en gran medida.

Jesús, que nos llama constantemente a esta metanoia, hace de ella la condición para nuestra fe en él ypara ser discípulos suyos.

¿Cómo llegar al arrepentimiento?

La llamada al arrepentimiento puede llegarnos en cualquier momento, porque «la palabra de Dios esviva y eficaz y más cortante que espada de dos filos; penetra hasta la separación del alma y espíri-

tu, articulaciones y médula, y discierne sentimientos y pensamientos del corazón» (Hb 4, 12). Sin em-bargo, normalmente la palabra de Dios, y de modo especial su llamada a la metanoia, nos afecta en lamedida en que nuestros corazones estén abiertos. Una sensación de descontento o un hambre interiorpueden aumentar la apertura de nuestros corazones. Sentimos que algo no va bien; experimentamos unaincomodidad y una angustia que son bastante corrosivas, que minan nuestra energía y nuestra alegría, y,sin embargo, no podemos identificar su origen. Si somos honestos, tendremos que admitir que en reali-dad no nos falta nada…, excepto la felicidad. Tenemos cientos de razones para estar contentos y, sin em-bargo, no lo estamos.

Lo que experimentamos no es el dolor que se sufre por una pérdida, sino más bien una vaga depresióntan profundamente arraigada que nada valioso puede despertar nuestro interés. El alma se siente parali-

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zada, hastiada, descorazonada… Toda la alegría se ha evaporado; todo el vigor ha desaparecido. No ha-cen falta grandes dosis de honestidad para darse cuenta de que la causa de todo ello no se encuentra enlas circunstancias externas, sino en el interior de uno mismo. La salida más fácil consiste en negarse aafrontar la situación y escapar por medio de la comida, el sueño, la charla, la bebida, la televisión o lahiperactividad. Lo que hoy solemos criticar etiquetándolo como «consumismo» es muchas veces un sín-toma de esta infelicidad profundamente arraigada. Nuestras falsas prioridades bloquean el acceso a nues-tro corazón. Sólo cuando afrontamos nuestra vida con valor y sinceridad, podemos identificar y atacarel problema real. Una pregunta certera sería: «¿Qué me impide vivir plenamente del modo en que quie-ro vivir?»; u otra pregunta incluso más básica: «¿Qué es lo que quiero en realidad?».

La primeras palabras que Jesús pronuncia en el evangelio de Juan son precisamente una pregunta: « ¿Québuscáis?»(1, 38). Y al final de este evangelio reaparece la misma pregunta, ligeramente modificada: «¿Aquién buscas?» (20, 15). Ésta es la pregunta del Jesús joánico. El cuarto eva n gelio se resume en esta cues-tión vital: ¿cuáles son nu e s t ros deseos más auténticos?; unos deseos que se toman muy en serio. La Bue-na Noticia es que nu e s t ros deseos más sinceros son justamente lo que Dios quiere. La voluntad de Dios esp recisamente que seamos de ve rdad nosotros mismos. La «yoeidad» es sagra d a , dado que Dios es el Fun-damento más profundo de nu e s t ro ser. En el núcleo de nu e s t ra personalidad no hay oposición entre Diosy nosotros; esa tensión surge sólo en la superfi c i e, en la medida en que nos vamos alejando de nu e s t ro au-téntico ser. Cuando eludimos la cuestión de qué es lo que más profundamente anhelamos, es inev i t abl eque comencemos a buscar cosas que en realidad no quere m o s .

Tres preguntas, que básicamente son una y la misma, pueden ayudarnos a enfocar con precisión todosnuestros esfuerzos hacia esa cuestión vital:

1. ¿Hasta qué punto domina el egoísmo nuestra vida? No en el sentido de egocentrismo craso, sino másbien de un sutil buscarnos a nosotros mismos en todo lo que hacemos. Externamente nuestras accio-nes y motivaciones parecen sumamente nobles y sinceras (¡bien nos aseguramos de ello!), pero en lomás profundo de nuestros corazones sabemos que siempre estamos buscando nuestro propio benefi-cio. El servicio que proporcionamos es más un modo de codiciar reconocimiento y afecto que una ex-presión de amor.

2. ¿Hasta qué punto somos incapaces de amar de verdad al otro? Hay ocasiones en que logramos deverdad amar auténticamente. Pero después nos retractamos de lo que previamente hemos dado y nosreplegamos sobre nosotros mismos. Nuestro ego ocupa el centro de la escena, y los demás quedan re-ducidos a satélites que giran alrededor del centro de nuestro ego. ¡Y lo sabemos!

3 . Detrás de nu e s t ra incapacidad de amar ¿hay quizás un re ch a zo de algunas pers o n a s ? Po d e m o sser capaces de vivir con ellos, p e ro en lo más profundo de nu e s t ro corazón (a tanta pro f u n d i d a dque no nos at revemos a dejarlo ascender a la superficie) consideramos al otro una carga o una ame-naza. Pre fe riríamos un mundo sin esa persona; o —en nu e s t ros momentos más ge n e rosos— pue-de que le permitamos viv i r, p e ro en tal caso…, por favo r, en otro continente. Y como este senti-miento es demasiado miserable para admitirl o , lo rep ri m i m o s , y se manifiesta en fo rma de ansie-dad y antipat í a .

La maravilla del perdón

Si ahondamos con un mínimo de seriedad en la cuestión básica, no podemos eludir el reconocimiento denuestra propia culpa. Pero es duro. Es casi imposible imposible afrontar la culpa personal si no se estáseguro de ser aceptado y amado después de haberla confesado. O, dicho de otro modo, una persona queno puede admitir su culpa es una persona insegura. Uno de los secretos de Jesús era que siempre creaba

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una atmósfera en la que era posible afrontar la culpa. Esta actitud liberadora, más que cualquier otra co-sa, le hacía ser la imagen verdadera de su Abba, la reproducción perfecta de la naturaleza de Dios (cf. Hb1, 3). Con este comportamiento liberador también cumplía con las exigencias de su propio nombre, talcomo lo interpretaba Mateo: «Él salvará a su pueblo de sus pecados» (1,21) 9

Adaptemos la historia de Zaqueo a nuestro modo de vida cotidiano para poder captar lo extraordinariaque es realmente la actitud de Jesús . Zaqueo era un importante recaudador de impuestos de Jericó quehabía hecho una fortuna como colaborador del odiado ocupante romano. Obviamente, era culpable detraición, a costa de su propio pueblo y en su propio y nada desdeñable beneficio.

Y ahora este hombre quería ver a Jesús. Pero, gracias a Dios, Jesús era lo bastante profeta como para co-nocer su juego. Cuando Zaqueo le planteo su petición, Jesús le reprochó de modo claro y cortante «¿Có-mo tú, un recaudador de impuestos y un traidor, te atreves a invitarme a mí el profeta?». No obstante, ac-cedió a considerar su invitación siempre que se dieran estas dos condiciones que restituyera el cuádruplede lo que había defraudado y que diera la mitad de todo cuanto poseía a los pobres. Jesús añadió:«A noser que cumplas estás condiciones, no serás digno de recibirme». Una vez que Zaqueo cumplió tales exi-gencias, Jesús fue a visitarle a su casa.

Quizás esta versión revisada de la historia no nos resulte extraña. Puede que éste sea el modo de respon-der a una petición en nuestro mundo. Aunque, del mismo modo, nos pone claramente de manifiesto loinusual que era, y sigue siendo la actitud de Jesús. Su amor es siempre incondicional; y precisamente por-que acepta a los otros sin reservas, les permite cambiar con libertad.

Los fa riseos difundían el espíritu opuesto. Su comportamiento consistía en santurronería y juicio y con-dena de los demás, lo que, por supuesto, no incitaba a reconocer las fa l t a s , sino que, por el contra ri o ,favo recía la rep resión. Sin embargo , lo que se rep rime continúa ejerciendo pre s i ó n , p e ro de un modoo s c u ro y subconsciente. La rep resión nunca puede ser una solución dura d e ra; huele a falsedad y a hi-p o c re s í a .

El contraste entre la actitud de Jesús y de los fariseos se ve con claridad en el relato evangélico de la pe-cadora que se acercó a Jesús mientras estaba cenando como invitado de Simón el fariseo (Lc 7, 36-50).Estigmatizada y rechazada como pecadora, buscaba protección refugiándose tras una dura máscara. An-tes incluso de que Jesús le dirigiera la palabra, aquella mujer supo que él la aceptaba. Sus ojos y todo suser transmitían ese mensaje de forma inequívoca. Ella supo de modo intuitivo que él la aceptaba a pesarde su pecado. Ante Jesús no necesitaba máscara; podía llorar y dar rienda suelta a su dolor y a su amor.El perdón de Jesús, pese a que aún no se había formulado en palabras, había liberado su afecto. No esque su amor conquistara el perdón; al contrario, el gran amor de aquella mujer era fruto de haber sidoperdonada.

Simón, el anfitrión, fue un testigo privilegiado de aquella conmovedora transformación, pero fue incapazde captar el profundo cambio y se mantuvo tercamente en su condena a la mujer. Entonces Jesús utilizóuna parábola para mostrar a Simón que a quién más se le perdona, como consecuencia, más ama.

No solo la confesión de la culpa, sino incluso la conciencia de ella, depende de la certeza interna de quese es de verdad amado, incluso con el propio pecado. Sólo las personas que saben que son completa y

9. En esta interpretación literal,el evangelista va más allá de la traducción literal del nombre de Jesús,o Joshua,que significa simplemente «Dios sal-va»,e identifica su significado con la salvación «de sus pecados». Jesús significa no solo la salvación en general,sino específicamente la salvaciónde nuestros pecados. Para ser coherente con esta interpretación,Mateo hace decir a Jesús:«No vine a llamar a justos,sino a pecadores» (Mt 9,13).

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auténticamente amadas pueden experimentar de verdad una culpa plena. Después de todo, el pecado, esprecisamente el abuso de ese amor. Pero sólo cuando creemos, o al menos presentimos, que ese amor esmayor que cualquier culpa que pudiéramos tener, podemos afrontarla con valor.

No obstante, incluso en circunstancias tan favorables, una gran parte de nuestra culpa permanece ocultaa nuestra conciencia. El noventa por ciento de un iceberg está siempre bajo el agua es una ley de la na-turaleza basada en la gravedad específica del hielo. De modo análogo, un gran porcentaje de nuestro pe-cado permanece siempre subconsciente. No se nos pide que saquemos el iceberg de nuestra culpa fueradel agua; basta con que observemos con honestidad lo que ya flota por sí mismo por encima de la líneade flotación de nuestra conciencia. ¿No hemos experimentado todos en nuestras confesiones sinceras queno somos capaces de expresar con claridad plena toda nuestra culpa? Ello concuerda con la naturalezade la misma.

A lo largo de los siglos, la tradición cristiana ha insistido en una gracia vital mediante la cual la perso-na se hace sinceramente consciente de ser un verdadero pecador y, al mismo tiempo, profundamente ama-do por Dios. Esta gracia es más rara de lo que cabría esperar. Hay muchas personas que son muy cons-cientes de su culpa y de sus fracasos morales, pero a la mayoría le falta en gran medida el conocimientode que, pese a todo, Dios las ama de verdad. Por otro lado, afortunadamente hay muchas personas queen lo más profundo de su corazón saben que Dios las ama real y plenamente, y ello las hace vivir perotambién es posible que muchas de ellas puedan confesar con labios que son pecadoras, aunque en lo másprofundo de sus corazones no sea una convicción realmente viva. Cuando oran por la conversión de lospecadores, de modo espontáneo piensan en los demás. Las personas que no pierden de vista ninguna delas dos realidades —que son amadas por Dios de manera personal y sin reservas, al mismo tiempo quesiguen siendo pecadoras en el pleno sentido de la palabra— escasean mucho.

En los Ejercicios Espirituales de san Ignacio, esta gracia del reconocimiento íntimo de ser un pecadoramado por Dios es fruto de lo que él llama «la primera semana». Esta gracia es tan vital para el ejerci-tante que Ignacio no quiere que éste siga adelante si parece faltarle. No es suficiente para comenzar lasegunda semana que los ejercitantes se arrepientan y confiesen sus pecados con la impresión tácita deque la pecaminosidad se ha superado por este intermedio. La auténtica gracia de esta fase de los Ejerci-cios es el conocimiento en lo más profundo del corazón de que nuestros pecados son perdonados; segui-mos siendo pecadores y, no obstante, en cuanto tales, somos realmente amados por Dios. Cuando en losaños 1974/1975 la Compañía de Jesús, a través, de su órgano más representativo es decir, su Congrega-ción General, en este caso la trigésimo segunda se preguntó a sí misma qué significaba exactamente serjesuita, la respuesta comenzó con las siguientes palabras «Reconocer que uno es pecador y, sin embar-go, llamado a ser compañero de Jesús, como lo fue San Ignacio». Esta frase resume de modo conciso lagracia de la primera semana.

El versículo 4 del Salmo 130 se podría traducir del siguiente modo: «En ti está el perdón, y de él vivi-mos». La absolución no es un acontecimiento irrepetible, sino que vivimos continuamente en el perdón.Cuando lo suprimimos de nuestra dieta durante cierto tiempo, enfermamos, del mismo modo que enfer-mamos cuando determinadas vitaminas nos faltan demasiado tiempo. Vivir del perdón es un arte cristia-no vital. Quien domina este arte encuentra el perdón continuamente y en muy distintas formas, todas lascuales culminan en el sacramento de la reconciliación. Quien haya encontrado un modo personal de ac-ceder a este sacramento, también buscará y encontrará la reconciliación en la vida cotidiana. La personaque, día a día viva del perdón recibirá con regularidad la remisión de Dios de modo sacramental. Unaacción complementa y refuerza la otra.

El perdón tiene que ser dado y recibido. Nosotros mismos no podemos generarlo. Es una perogrulladabásica en los evangelios: nadie, sino sólo Dios, puede perdonar los pecados. Estamos tocando el inacce-

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sible misterio del mal, con sus muchos estratos de impenetrabilidad. «Aquello que tuve la fuerza de ha-cer, me falta la fuerza de deshacerlo. Aquello que fui demasiado débil para evitar hacer, seguiré siendoincapaz de borrarlo por completo. Lo peor quizá es no ser incapaz de cambiar nuestros actos, sino quenuestros actos nos cambian hasta el punto de que ya no podemos cambiarnos a nosotros mismos»11 Nues-tra impotencia más radical consiste en que no hay modo alguno de que podamos borrar nuestros peca-dos contra Dios; sólo él puede perdonarlos. Esa dependencia es probablemente el aspecto del perdón másdifícil de vivir, La mayoría de nosotros tenemos tan profundamente arraigado el «hágalo usted mismo»que nos resulta de lo más desagradable encontrarnos en una situación en la que somos meros receptores.Nuestra tendencia natural hace que nos sintamos mejor cuando tenemos nosotros el control.

Acerca de san Jerónimo hay una leyenda muy sugerente que nos hace comprender esta verdad de un mo-do muy profundo y claro.12 La mayoría de los lectores saben que san Jerónimo vivió en sus últimos añosuna vida eremítica cerca de Belén. Pero es menos conocido que en su juventud intentó también llevar unavida recluida, en esta ocasión en el desierto sirio. Durante su primer intento, el joven Jerónimo cayó enun estado de grave depresión, que evidenciaba que en aquel momento todavía no era llamado a aquellavida. Mientras estaba tocando fondo, se dice que se le apareció Jesús crucificado. Jerónimo cayó de in-mediato de rodillas, se inclinó profundamente y, con un gesto ostensible, se golpeó el pecho. Jesús des-de la cruz, le sonrió amablemente y le preguntó: «Jerónimo ¿Qué tienes para ofrecerme?». Jerónimo sesintió encantado y respondió de inmediato: «Todo ,Señor, y especialmente la soledad de este desierto quees tan dura» El Señor le dio las gracias bondadosamente y le preguntó otra vez: «¿Qué más, Jerónimo,tienes para ofrecerme?» Sin vacilar, Jerónimo replicó: «Mi ayuno, mi hambre y mi sed», y añadió inclu-so una pequeña aclaración, explicando que no comía ni bebía antes de la puesta de sol. Jesús, desde lacruz, le manifestó su profundo aprecio y empatía; después de todo, él mismo tenía alguna experiencia deayuno en el desierto. Jesús repitió su pregunta varias veces: « ¿Qué más me ofreces, Jerónimo?». Y a és-te nunca le faltó respuesta, algunas veces incluso bastante locuaz: sus noches de vigilia, la oración de lossalmos, la lectura de la Escritura… En cada ocasión, el crucificado Jesús le dio las gracias con una son-risa y continuó repitiendo la pregunta. Jerónimo se las arregló para encontrar nuevas respuestas: «El ce-libato, que trato de vivirlo, lo mejor que puedo; la falta de comodidades en este árido lugar; el calor deldía y el frío de la noche»… Pero finalmente agotó su ingenio y renunció, completamente frustrado por-que el Señor aún no estuviera satisfecho con una lista de sacrificios heroicos tan impresionante. Enton-ces se produjo un profundo silencio en el eremitorio y en todo el desierto sirio, cuando Jesús miró amo-rosamente a Jerónimo y le dijo: «Has olvidado una cosa, Jerónimo. Dame también tus pecados para quepueda perdonártelos»

Todo lo que Jerónimo había mencionado eran realizaciones propias. Olvidó lo que no podía hacer por símismo. No es extraño que estuviera deprimido. En toda su respuesta, él era siempre el autor. Pero en elperdón de los pecados, la persona de Jesús y la Buena Noticia de su redención era el elemento central, yJerónimo un mero receptor.

Si Jesús nos hiciera a nosotros la misma pregunta, no hay duda de que nuestra lista de respuestas seríabastante distinta; pero probablemente cometeríamos el mismo error que Jerónimo. También nosotros ol-vidar que debemos dejarnos conceder el don que sólo Dios puede dar: el perdón de nuestros pecados. Mi-queas dice que a Dios le encanta ser misericordioso (7, 18). No le privemos de ese placer.

11.Maurice BLONDEL, L´Action (1893),Presses Universitaries de France, Paris 1950, pp.330s.12.Cf. Andre LOUF, Inspelen op Genade; Lannoo, Tielt 1983, pp. 194-196.

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Recibir el don del perdón no es un acontecimiento privado, sino que tiene dimensión universal. Jesús,con su muerte y resurrección, reconcilia a toda la humanidad con Dios y abre para todos el camino

hacia la luz y la paz. «Dios os arrancó del poder de las tinieblas y os trasladó al reino de su Hijo queri-do, por el cual obtenemos el rescate, el perdón de los pecados» (Col 1, 13-14). Yo mismo soy siempre laparte más cercana del mundo que necesita reconciliación. De este modo progresa la redención en nues-tro mundo y crece el reino de Dios en medio de nosotros. La confesión de nuestros pecados es un actoprofundamente personal y, por consiguiente, tiene un impacto universal.

El perdón divino es un proceso que encuentra su expresión más clara en el sacramento de la reconcilia-ción. En este proceso, de modo natural podemos distinguir tres fases:

En primer lugar se encuentra la preparación, en la que dejamos que los pecados afloren a la superficieen la medida en que sea razonablemente posible. El mejor enfoque no es la introspección, sino contem-plar a Jesús, especialmente en su pasión. De este modo podemos evitar también regodearnos en una po-bre autoimagen («no valgo nada») y seremos capaces de aceptar de un modo sano y maduro nuestra pro-pia responsabilidad por lo que hayamos hecho o dejado de hacer. Por otra parte, es bueno tener siemprepresente que no hay modo de que podamos expresar plenamente nuestra culpa (pensemos en la imagende un iceberg); pero ni Dios ni la iglesia nos lo exigen. Una parte importante de la preparación consisteen que abramos nuestros corazones a la gracia del arrepentimiento; y, una vez más es preferible que lohagamos centrándonos en Jesús crucificado. La siguiente oración nos puede servir de ejemplo:

«Dime, Jesús,mi Maestro y Señor,clavado en la cruzentre criminales;dime, Jesús,qué amor por míte ha transformado a ti, mi Creador,en ese hombresin apariencia ni belleza,que está muriendo por mis pecados,ese hombre crucificado,que entrega su vidacomo una ofrenda por mí.Dime, Jesús,cómo puedesdar asítu vida por mí.

Dime, Jesús,mi Maestro y Señor,clavado en la cruzentre criminales;

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Dime, Jesús,qué amor por time transformará a mí, un pobre pecador,en una persona con corazón contrito y humilladoque llore por sus pecados,una persona que ha sido perdonaday quiere vivir para ti.Dime, Jesús,cómo puedo yo también dar mi vidapor ti»13

Después de la preparación viene la parte central del proceso: la confesión propiamente dicha de nues-tra culpa a Dios a través de su representante, y la absolución de nuestros pecados pronunciada en nom-bre de Dios.

La última y muy importante parte del proceso es el tiempo que pasamos absorbiendo y saboreando elperdón de Dios. Dios perdona de modo infinitamente rápido, pero nosotros necesitamos mucho tiempopara asimilar por completo ese perdón y para permitirle que nos impregne de todos sus efectos curati-vos. Entonces experimentaremos una ligereza de corazón, una sensación de que se nos han caído los gri-lletes. Si tenemos en cuenta que el perdón es una forma extrema de amor, no debe sorprendernos que es-ta tercera parte requiera bastante tiempo. Tenemos que dejar que ese perdón impregne todo nuestro ser ypenetre incluso en los rincones más oscuros de nuestra inquietud y nuestra represión. Me temo que he-mos desdeñado mucho este paso en nuestra práctica tradicional de la confesión, y ello ha privado al sa-cramento de una parte vital de su belleza. El proceso de reconciliación no se completa mientras no noshayamos reconciliado con nosotros mismos y seamos capaces de perdonarnos. Hasta ahí llega de mara-villa el perdón de Dios.

El padre del hijo pródigo experimentó una alegría enorme y muy profunda cuando abrazó a su hijo per-dido y retornado y le cubrió con su amor como si fuera una vestidura festiva. Jesús dice: «Nadie conoceal Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo decida revelárselo» (Mt 11, 27). En las tres parábolas deLucas 15, Jesús nos revela algo esencial de Padre: su tremenda alegría al perdonar.

En uno de los re l atos breves 1 4, We rner Berge n grün incl u ye esta profunda fra s e : «El amor pru eba su au-tenticidad con la fi d e l i d a d, p e ro alcanza su consumación con el perdón». Cuando leí estas palab ra s , s egrab a ron de inmediato en mi memoria y las he repetido con frecuencia. La pri m e ra imagen que me tra-j e ron a la mente fue la de una tierna pareja de ancianos, c u yo enamoramiento de juventud fue evo l u-cionando a través de los años hasta conve rt i rse en un amor maduro que probó su autenticidad dura n t edécadas de fi d e l i d a d. No obstante, el amor alcanza su consumación cuando se es capaz de perdonar alc ó ny u ge una falta muy grave. Más tarde me di cuenta que esas palab ras de Berge n grün también se pue-den aplicar a Dios. También el amor de Dios pru eba su autenticidad mediante la fi d e l i d a d, p e ro alcan-za la máxima consumación con el perdón. Dado que Dios ES, a m o r, podemos decir que el ser esencialde Dios llega a su plenitud con el perdón. Entonces, en cierta medida, podemos comprender por qué

13. Poema tomado del oratorio Vigiles de St. Ignace, 1991,presentado con ocasión del jubileo ignaciano 1990/91. El texto es de Didier RIMAUD, SJ,y este pasaje concreto está basado en EE,53.

14. Werner BERGENGRÜN, Der spaniche Rosenstock, Rainer WunderlichVerlag, Tübingen 1957, p. 59.

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Dios encuentra una alegría tan desbordante en el perdón. Sofonías re t rata esta alegría en un conocidot ex t o :

«¡Grita, ciudad de Sión;lanza vítores, Israel; festéjalo exultante, Jerusalén capital!Que el Señor ha expulsadoa los tiranos,ha echado a tus enemigos;el Señor dentro de ti es el rey de Israely ya no temerás nada malo.Aquel día dirán a Jerusalén:No temas, Sión, no te acobardes;el Señor, Tu Dios,es dentro de tiun soldado victoriosoque goza y se alegra contigo,renovando su amor,se llena de júbilo por ti,como en día de fiesta» (So 3, 14-17)

En la parábola del padre re e n c o n t ra d o , esta alegría se ex p resa con mayor profundidad aún. El momen-to cumbre del perdón divino es cuando esta alegría del Pa d re se desborda sobre nosotros y llena nu e s-t ros cora zones. El vo c abu l a rio del padre incl u ye las palab ras «alegr í a » , « c e l eb ra c i ó n » , « fi e s t a » , « nu evav i d a » , «ser encontrado» ...La term i n o l ogía del hijo es: « h a m b re » , « m i s e ri a » , « b e l l o t a s » , « c e rd o s » , « i n-d i g n i d a d » , « j o rn a l e ro»… El hijo es tra n s fe rido al mundo de su padre, de la oscuridad y la tristeza a laluz y la paz.

«Alguiendebe venir a nosotros del futurocon prodigalidad,con anillos, vestiduras y besos,y lanzarse sobre nuestro remordimientocon lágrimas de bienvenida»(John Shea).

Durante el Sínodo de los obispos de 1983, cuyo tema era la penitencia y la reconciliación, un grupo deobispos africanos subrayó la importancia de la alegría en la celebración de la reconciliación. El rito de lapenitencia y el sacramento de la reconciliación no deberían soportarse, sino celebrarse. Ya san Agustín,en sus famosas Confesiones, transformó la confesión de sus pecados en una confessio laudis (un himnode alabanza).

Una nueva intimidad

Al compartir la alegría de Dios, nos acercamos más a él, como le sucedió al hijo pródigo cuando se su-mergió en la felicidad de su padre. Antes de que el hijo menor volviera a casa, ambos hermanos sabíanque su padre era buena persona; sin embargo, sólo el hijo menor descubrió hasta que punto era bueno, ylo comprobó precisamente al ser perdonado. En ese momento surgió una intimidad entre padre e hijo que

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alcanzó una enorme profundidad y duró toda la vida. Ante la alegría del padre, el hijo cayó en la cuentade cuánto le había amado y aún le amaba aquel hombre.

El cántico de Sofonías expresa perfectamente que, mediante el perdón de los pecados, Dios da a las per-sonas un conocimiento (experiencial) de la salvación. Un aspecto asombroso de la Buena Noticia es quela experiencia de una nueva vida tiene lugar cuando estamos más perplejos, y que la gracia de Dios nospenetra más profundamente cuando nuestra pecaminosidad nos hace más vulnerables. Antes de la expe-riencia de la reconciliación, nuestra imagen de Dios era vaga y sólo teníamos un concepto muy remotodel amor divino; pero en el perdón la gracia de Dios nos resulta mucho más real. Nuestra infidelidad noagota el amor de Dios, sino que revela sus dimensiones incondicionales e ilimitadas. Cuando nos presen-tamos ante Dios con los fragmentos de nuestra vida, no nos rechaza y nos condena, sino que nos acogecon gran ternura.

Decir que el amor de Dios no se basa en nada, que es insondable, es muy fácil; pero lo experimentamos(en la medida humanamente posible) mediante el perdón. En el evangelio, Jesús nunca minimiza el pe-cado; lo perdona. Su gracia es lo suficientemente grande como para hacerle frente en toda su maldad;puede abordarlo con seriedad. En cuanto a nosotros, necesitamos valor, honestidad y paciencia para asi-milar esta tremenda realidad en sus dos inmensas dimensiones.

Dios se toma completamente en serio nuestro pecado. Es el polo opuesto al ser de Dios, que es amor.Nuestra libertad para rechazar el amor divino, así que debemos nuestra misma existencia, es uno de losmisterios más asombrosos de la creación. Es como tener la posibilidad de serrar la rama sobre la que nossentamos y, pese a ello, sobrevivir. Meditar este misterio en profundidad produce vértigo. Es lógico, porconsiguiente, que Dios no deseche el pecado con un gesto anodino. El Santo se enfrenta a él con toda suimplacable y atroz realidad, precisamente porque el Altísimo nos toma a nosotros los humanos —tam-bién en nuestro pecado— muy en serio. El Dios de la alianza y de la fidelidad responde por la culpa delos que quienes no fueron fieles. Esto, para el Dios amante, se convierte en el tormento de amor por lapasión de su Hijo: «Al que no supo de pecado, por nosotros lo trató como pecador, para que nosotros,por su medio, fuéramos inocentes ante Dios» (2 Co 5,21).

El perdón es asombroso. El precio de la reconciliación era infinitamente alto, y Dios lo pagó. En el per-dón se manifiestan tanto la misericordia como la omnipotencia divinas. Una oración clásica del misal ro-mano dice: «Oh Dios, que manifiestas especialmente tu poder con el perdón y la misericordia, derramaincesantemente sobre nosotros tu gracia».15

Un rabino usaba como imagen una simple cuerda. Cada persona está conectada a Dios por un «hilo».Cuando pecamos, el hilo se ro m p e. Al re c o n c i l i a rn o s , Dios ata los dos ex t remos con un nudo. Así sere s t a u ra el vínculo y…el hilo ha quedado más corto. En este pro c e s o , nos hemos acercado más a Dios.Con el pro feta Miqueas, podemos pro clamar llenos de asombro : «¿Qué Dios como tú perdona el pe-cado y ab s u e l ve la culpa al resto de la heredad? No mantendrá siempre la ira , pues ama la miseri c o r-dia» (7, 1 8 ) .

En cierta ocasión, una participante en unos ejercicios espirituales me contó un sueño que refleja de for-ma muy expresiva el mensaje clave de este capítulo. Me alegra mucho que me permita compartirlo. «Meencontré en el patio de recreo del colegio de mi infancia. Había varios cestos llenos de unos fragmentosde cerámica marrón oscuro que yo tenía que extender por el suelo mientras una gran multitud me obser-

15.Domingo vigésimo sexto del tiempo ordinario.

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vaba. Aquellas gentes sabían perfectamente que aquellos cascotes eran los pedazos rotos de mi vida, to-do lo que yo había echado a perder. Me agaché y saqué los fragmentos de los cestos. Eran de todos lostamaños y formas: pequeños y grandes, planos y curvos. Muchos tenían bordes afilados con los que, enalgunas ocasiones, me corté la mano. Profundamente avergonzada, me puse muy colorada y me sentí de-primida y humillada a la vista de todas aquellas personas, pero seguí exponiendo todos los fragmentos.

«De repente, se produjo un cambio. Los feos trozos marrones se transformaron en piezas de cristal lle-nas de color: rojas, azules, amarillas y verdes, naranjas y púrpuras: un conjunto de todos los colores. Laluz del sol brillaba a su través. Me puse en pie para verlos mejor.

Yo estaba deslumbrada por la sorpresa. Todas las piezas formaban un exquisito mosaico de una bellezaextraordinaria e imprevista. Me levanté y me quedé mirando asombrada y absolutamente extasiada».

«Te amoporque me estás ayudando a hacercon la tosca madera de mi vidano una taberna,sino un templo;de mis trabajos cotidianosno un reproche,sino una canción»(Roy Croft)

Texto ofertado por Ediciones Sal Terrae.Para uso privado de ejercitantes.

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CUESTIONARIO

PARA UN TRABAJO PERSONAL Y EN GRUPO:

1. “Tú no te amas a ti mismo más de lo que Él te ama”• ¿Creo realmente que esta frase es verdadera para mí?• ¿Cuál es mi nivel de auto-estima?

2. “Es la bondad de Dios, no su ira, lo que nos conduce al arrepentimiento”• ¿Me arrepiento de algo?• ¿Qué cambia en mi vida el Amor* de Dios?

3. “El perdón divino es un proceso”• ¿Qué lugar ocupa en mi vida el perdón?• ¿Por dónde me lleva la Providencia-Misericordia de Dios?

* El Amor que Él me tiene .

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“Tú no te amas a ti mismomás de lo que Él te ama”

J. H. Newman

MATERIAL DE ANIMACIÓNS E C R E TARIADO DE ESPIRITUA L I D A DCO M PAÑÍA DE JESÚS EN EL ECUA D O R

H e rnández de Girón 293 y Av. R e p ú blica - Quito(Telf: 224 79 82) [email protected]

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