reseña imagen mariposa

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ese al estatuto parcial y frag- mentario de las imágenes, pese a que la imagen es la cifra de la inadecuación entre imagina- ción e idea, su experiencia, esto es, el enfrentamiento constante con su propio límite —la tendencia inmemorial de tras- pasar el límite y no poder hacerlo—, apunta a una relación de las imágenes con lo real que, pese a todo, procura una posibilidad de libertad. Lejos de recupe- rar las tradicionales formas de iconocla- sia política, Didi Huberman da salida con La imagen mariposa a uno de los equívo- cos éticos y políticos más notables de nuestra modernidad: la entronización de lo inimaginable y lo irrepresentable como categoría rectora de lo visible. Dada a pensar en este marco, esta admirable y cuidada edición no sólo huye de los efec- tos totalitarios de la sospecha radicali- zada hacia la imagen, sino que se abre a un proyecto poético que se aproxima a lo inefable como el “sentido común” de una nueva experiencia. Detrás la triunfante imposibilidad de integrar lo real en lo visible se esconde, según Didi-Huberman, una sospechosa operación por la cual la imagen sólo adquiere sentido si es capaz de sostener “todo” lo real y de ese modo constituirlo. Sin embargo, la comparación con el todo es siempre estéril: reduce lo que compara a nada sin atender la aglomeración de impurezas, lo confuso e indeterminado con lo relevante, cuando es precisamente en esa extrañeza donde surge el juego de apariciones y desapariciones, de con- sumación y deseo, de pasado y futuro que caracteriza la feno- menología descrita de la vida de las mariposas. En este marco, la clave para situar la imagen mariposa es pensarla reconociendo su ambivalencia. Como sucede en el batir de alas de una mariposa, el obstinado y felizmente errá- tico movimiento de la imagen da testimonio de una hendidura esencial. Dejándose llevar por la exigencia que trata de apro- piarse lo que acaba de aparecer sin considerar el lugar ya vacío de la aparición, el sujeto cree fijar ese instante fugaz allí donde sólo existe una coexistencia virtual. El “penoso camino” de esta toma de conciencia ha quedado retratado en la imagen del cazador con la que Walter Benjamin da cuenta de su experien- cia infantil en los jardines de Postdam: persuadido por su belleza, el niño —en este caso Benjamín—, al tratar de captu- rar la mariposa en movimiento, destruye aquello que le fas- cina. De una manera similar a nuestro protagonista, el viviente que se sitúa ante una imagen debe enfrentarse a una trágica pero a la vez gloriosa aporía: aunque por un lado no deja de buscar obsesivamente la imagen que constituye su objeto de su deseo, por el otro, la imagen fijada en el recuerdo, que a la postre es también el emblema de la pérdida, se estrella ante el desencanto de la destrucción necesaria para su captura. Sin embargo, lejos de reducir este proceso a un contraste entre la fascinación por la belleza y la violencia implicada, Huberman entiende la experiencia de esta hendidura como una particular operación dialéctica. Sin la posibilidad de reunir los contrarios en una imagen fija, “el intercambio”, dice Blanchot, entre la mirada y el lugar eternamente vacío al que necesaria- mente nos expone al batir de las mariposas, desvincula parcial- mente a la imagen de sus obligaciones representativas. De este modo, liberada de la servidumbre de la representación, depu- rada de su especificidad utilitaria que contradice la vida que aspira a imitar, La imagen mariposa se enfrenta necesariamente al problema que vincula la imagen con la posibilidad de un saber que no nos debe llevar a afirmar un camino intermedio, consensuado, sino a reconocer en la ambigüedad de una ima- gen aquello que nos fuerza a pensar. Esta nueva gaya ciencia cuya vocación de ruina se hace presente en la forma de la diferencia, es decir, en su propia retirada, está atravesada por una experiencia corporal. Así como resulta obvio que, como señala Lacan, toda relación con su propio cuerpo expresa un valor de la imagen, de lo que se trata es preguntarse por la relación opuesta: indagar si ante la imagen lo que se impone es la experiencia del propio cuerpo. Por esta razón, la verdad del malestar provocado por la expe- riencia de la hendidura, ejemplificada por Didi-Huberman en su consideración sobre la simetría, no da sólo, como ha venido haciendo, un espacio a la cultura, sino que patentiza un verda- dero rasgo de destrucción, una nada que surge de golpe. Sometiendo este instante a un puro valor demostrativo del ser, la imagen mariposa no se muestra, sino que, como recuerda insistentemente el autor, literalmente aparece. Pero además de crear cierta conmoción, la aparición nece- sita de una operación que de cumplimiento a la vida en ese ins- tante. Una vez que se rechaza la correspondencia empírica y se impone el devenir metamorfósico del batir de alas, la exigencia propia de la aparición en el juego de las mariposas se carga de un tiempo incoherente y heterogéneo, cuya verdad acontece en el instante mismo de la interrupción. De acuerdo con esta expe- riencia del tiempo interrumpido, la fugacidad de la imagen que deja fuera la idea de duración recoge de esa carencia una potencia desde donde cabe pensar una ética de las imágenes. Si lo que ella se exige es interrumpir la aparición de la imagen 150 P GEORGES DIDI-HUBERMAN La imagen mariposa Traducción de Juan Jose Lahuerta, Mudito, Barcelona, 2007, 112 pp. ISBN 978-84-935921-1-0 (Essais sur l’apparition) Página 1/2 LIBROS La Torre del Virrey/Libros/ Cuarta serie/Otoño de 2009

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Page 1: Reseña Imagen Mariposa

ese al estatuto parcial y frag-mentario de las imágenes,pese a que la imagen es la

cifra de la inadecuación entre imagina-ción e idea, su experiencia, esto es, elenfrentamiento constante con su propiolímite —la tendencia inmemorial de tras-pasar el límite y no poder hacerlo—,apunta a una relación de las imágenescon lo real que, pese a todo, procura unaposibilidad de libertad. Lejos de recupe-rar las tradicionales formas de iconocla-sia política, Didi Huberman da salida conLa imagen mariposa a uno de los equívo-cos éticos y políticos más notables denuestra modernidad: la entronización delo inimaginable y lo irrepresentable comocategoría rectora de lo visible. Dada apensar en este marco, esta admirable ycuidada edición no sólo huye de los efec-tos totalitarios de la sospecha radicali-zada hacia la imagen, sino que se abre aun proyecto poético que se aproxima a loinefable como el “sentido común” deuna nueva experiencia.

Detrás la triunfante imposibilidad deintegrar lo real en lo visible se esconde,según Didi-Huberman, una sospechosaoperación por la cual la imagen sóloadquiere sentido si es capaz de sostener“todo” lo real y de ese modo constituirlo.Sin embargo, la comparación con el todoes siempre estéril: reduce lo que comparaa nada sin atender la aglomeración deimpurezas, lo confuso e indeterminado

con lo relevante, cuando es precisamente en esa extrañezadonde surge el juego de apariciones y desapariciones, de con-sumación y deseo, de pasado y futuro que caracteriza la feno-menología descrita de la vida de las mariposas.

En este marco, la clave para situar la imagen mariposa espensarla reconociendo su ambivalencia. Como sucede en elbatir de alas de una mariposa, el obstinado y felizmente errá-tico movimiento de la imagen da testimonio de una hendiduraesencial. Dejándose llevar por la exigencia que trata de apro-piarse lo que acaba de aparecer sin considerar el lugar ya vacíode la aparición, el sujeto cree fijar ese instante fugaz allí dondesólo existe una coexistencia virtual. El “penoso camino” deesta toma de conciencia ha quedado retratado en la imagen delcazador con la que Walter Benjamin da cuenta de su experien-cia infantil en los jardines de Postdam: persuadido por subelleza, el niño —en este caso Benjamín—, al tratar de captu-rar la mariposa en movimiento, destruye aquello que le fas-cina. De una manera similar a nuestro protagonista, el vivienteque se sitúa ante una imagen debe enfrentarse a una trágicapero a la vez gloriosa aporía: aunque por un lado no deja debuscar obsesivamente la imagen que constituye su objeto de sudeseo, por el otro, la imagen fijada en el recuerdo, que a lapostre es también el emblema de la pérdida, se estrella ante eldesencanto de la destrucción necesaria para su captura.

Sin embargo, lejos de reducir este proceso a un contrasteentre la fascinación por la belleza y la violencia implicada,Huberman entiende la experiencia de esta hendidura como unaparticular operación dialéctica. Sin la posibilidad de reunir loscontrarios en una imagen fija, “el intercambio”, dice Blanchot,entre la mirada y el lugar eternamente vacío al que necesaria-mente nos expone al batir de las mariposas, desvincula parcial-mente a la imagen de sus obligaciones representativas. De estemodo, liberada de la servidumbre de la representación, depu-rada de su especificidad utilitaria que contradice la vida queaspira a imitar, La imagen mariposa se enfrenta necesariamenteal problema que vincula la imagen con la posibilidad de unsaber que no nos debe llevar a afirmar un camino intermedio,consensuado, sino a reconocer en la ambigüedad de una ima-gen aquello que nos fuerza a pensar.

Esta nueva gaya ciencia cuya vocación de ruina se hacepresente en la forma de la diferencia, es decir, en su propiaretirada, está atravesada por una experiencia corporal. Asícomo resulta obvio que, como señala Lacan, toda relación consu propio cuerpo expresa un valor de la imagen, de lo que setrata es preguntarse por la relación opuesta: indagar si ante laimagen lo que se impone es la experiencia del propio cuerpo.Por esta razón, la verdad del malestar provocado por la expe-riencia de la hendidura, ejemplificada por Didi-Huberman ensu consideración sobre la simetría, no da sólo, como ha venidohaciendo, un espacio a la cultura, sino que patentiza un verda-dero rasgo de destrucción, una nada que surge de golpe.Sometiendo este instante a un puro valor demostrativo del ser,la imagen mariposa no se muestra, sino que, como recuerdainsistentemente el autor, literalmente aparece.

Pero además de crear cierta conmoción, la aparición nece-sita de una operación que de cumplimiento a la vida en ese ins-tante. Una vez que se rechaza la correspondencia empírica y seimpone el devenir metamorfósico del batir de alas, la exigenciapropia de la aparición en el juego de las mariposas se carga deun tiempo incoherente y heterogéneo, cuya verdad acontece enel instante mismo de la interrupción. De acuerdo con esta expe-riencia del tiempo interrumpido, la fugacidad de la imagen quedeja fuera la idea de duración recoge de esa carencia unapotencia desde donde cabe pensar una ética de las imágenes. Silo que ella se exige es interrumpir la aparición de la imagen

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P

GEORGES DIDI-HUBERMAN

La imagen mariposa

Traducción de Juan Jose Lahuerta,Mudito, Barcelona, 2007, 112 pp.

ISBN 978-84-935921-1-0(Essais sur l’apparition)

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dada y hacerla pasar de una nada a otranada; si haciendo caso a la sugerencia deGiorgio Agamben la rigidez mítica dela imagen se ha roto y ya no deberíahablarse de imágenes sino de gestos, delo que se trata es de articular (hacerpasar) esa nada y consignarla a su salva-ción en un ahora. Ese jetztzeit, es decir,el tiempo definido por el encuentro entreel viviente y la imagen mariposa, no secorresponde con un espacio sino que esun topos donde “es la diferencia lo quese diferencia”. El lugar de esta diferenciay, por tanto, el emblema de ese pasar esla imagen mariposa, la escritura que per-mite el intercambio entre los dos tiemposque componen el instante de cognoscibi-lidad, al que, pese al impulso iconoclasta,estamos invitados y en el que se imponeun vínculo entre imagen y verdad: un hasido y un ahora, un presente que pasa yun pasado recapitulado, desear que lametamorfosis ocurra.

José Miguel Burgos

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