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Los laicos en la Iglesia y en el mundo

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  • 86 AO 29 SETIEMBRE-DICIEMBRE 2013

    Los laicos en la Iglesia y en el mundo

    El laicado a los XXV aos de Christifideles laici

    Identidad y vocacin de los laicos

    Cristianos y musulmanes: hay terreno en comn?

    Sobre la pacienciay la imitacin de Cristo

  • 3setiembre-diciembre de 2013, ao 29, n. 86

    Ha escrito el Papa Francisco, en la reciente exhorta-cin apostlica Evangelii gaudium, que en los ltimos tiempos ha crecido la conciencia de la identidad y la misin del laico en la Iglesia1. No es la primera vez que se manifiesta la importancia que el actual Pontfice otorga a los laicos. De hecho, a fines de este ao ha subrayado el Santo Padre que, como amaba recordar el Beato Juan Pablo II, con el Concilio ha so-nado la hora del laicado, y nos lo confirman cada vez ms los abundantes frutos apostlicos... La aportacin y el testimonio de los fieles laicos cada da se constata ms indispensable2. Esta ltima referencia a los laicos y al pronto San Juan Pablo II la realiz el Papa Francisco precisamente veinticinco aos despus de la promulgacin de uno de los documentos ms im-portantes del magisterio pontificio sobre el laicado: la exhortacin apostlica Christifideles laici del Papa Juan Pablo II. En la estela de las enseanzas concilia-res, tanto de Lumen gentium como de Apostolicam actuositatem, Christifideles laici signific un hito en el impulso dado por los Pontfices al compromiso de los laicos en la vida de la Iglesia. El vigsimo quinto

    1. Francisco, Evangelii gaudium, 102. 2. Francisco, Discurso a los participantes en la plenaria del

    Pontificio Consejo para los Laicos, 7/12/2013.

    Editorial

    Los laicos en la Iglesia y en el mundo

  • Editorial

    4

    aniversario de su publicacin es una gran oportunidad para destacar su importancia, as como su actualidad en el marco de los tiempos que vivimos.

    Por el Bautismo, llamados a la santidad y a la evangelizacin

    Uno de los aportes fundamentales de Christifideles laici fue el nfasis en la definicin del laico por va positiva, en atencin a la perspectiva abierta por Lumen gentium. Superando definiciones por va ne-gativa, que describan al laico como aquel que no es religioso o clrigo, la exhortacin post-sinodal ofreci una riqusima meditacin sobre el Bautismo como fuente de la identidad laical: En Cristo Jess, muer-to y resucitado, el bautizado llega a ser una nueva creacin (Gl 6,15; 2Cor 5,17) Slo captando la misteriosa riqueza que Dios dona al cristiano en el santo Bautismo es posible delinear la figura del fiel laico3.

    Se trata de una visin que tiene, pues, su punto de partida en el ser del laico y no, primariamente, en su quehacer ni menos an, en su funcin o en su protagonismo. Del ser del laico se deriva su misin, y es desde ah como se comprende mejor su lugar en la Iglesia y en el mundo: Los fieles laicos no son simplemente los obreros que trabajan en la via, sino que forman parte de la via misma: Yo soy la vid; vosotros los sarmientos (Jn 15,5), dice Jess4. Citando a Po XII, se enfatiz an ms que los laicos deben tener conciencia, cada vez ms clara, no slo

    3. All mismo, 9. 4. All mismo, 8.

  • 5Editorial

    de pertenecer a la Iglesia, sino de ser la Iglesia5, y por ello aada ms adelante el documento los laicos en cuanto cristianos incorporados a Cristo por el Bautismo han de manifestar la santidad de su ser en la santidad de todo su obrar6.

    La bellsima y exigente descripcin de Lumen gentium acerca de la misin evangelizadora del laico, a partir de su participacin, por el Bautismo, en el triple oficio sacerdotal, proftico y real de Jesucristo, es retomada por la Christifideles laici, aunque enfatizando an ms el modo propio como los laicos participan en estos oficios, subrayndose, as, en el oficio sacerdotal, el ofrecimiento de s mismos y de todas sus actividades... incluso el descanso espiritual y corporal; en el oficio proftico, el estar llamados a hacer que resplandezca la novedad y la fuerza del Evangelio en su vida coti-diana; y, en el oficio real, el estar llamados de modo particular para dar de nuevo a la entera creacin todo su valor originario, ordenando lo creado al verdade-ro bien del hombre7.

    Todo ello no es sino una renovacin en continuidad del modo de ser autnticamente cristianos tal como se verific en los inicios histricos de la evangeliza-cin. Existe una vocacin universal a la santidad8 y, consecuentemente, todos los laicos estn llamados a la evangelizacin y al apostolado9. Testimonio de ello

    5. All mismo, 9. 6. All mismo, 16. 7. All mismo, 14. 8. Ver Lumen gentium, 39-42 y Juan Pablo II, Christifideles

    laici, 17.9. Ver Apostolicam actuositatem, 2-3.

  • Editorial

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    lo tenemos, por mencionar dos figuras de los primeros aos de la Iglesia, en la Virgen Mara y San Jos, que fueron laicos casados; o tambin en San Juan Diego y Santa Rosa de Lima, laicos determinantes en los inicios de la evangelizacin en Amrica Latina; y en los muchos santos y apstoles laicos contemporneos recordemos, por sealar slo un par de ejemplo, elevados juntos como esposos a los altares, al matri-monio de Luigi y Maria Beltrame Quattrocchi y a los padres de Santa Teresita del Nio Jess, Luis Martin y Celia Gurin que han sido reconocidos como mo-delos sobre todo por los ltimos Pontfices.

    Superando tentaciones

    Sin dejar de lado el inmenso horizonte positivo que el magisterio reciente ha sealado para los laicos, y precisamente en miras a un despliegue que respon-da a su identidad especfica, no deben ser olvidados algunos de los desafos que existen en este aspecto. No se trata de tener una visin negativa, pero s de procurar responder mejor a la luz de una de las tentaciones sealadas por el Papa Francisco a los retos que ofrece nuestro tiempo para un compromiso ms fecundo por parte de los fieles laicos. Adverta el actual Pontfice que una de las tentaciones actuales contina siendo el clericalismo, en donde el cura clericaliza y el laico le pide por favor que lo clerica-lice, porque en el fondo le resulta ms cmodo. El fenmeno del clericalismo explica, en gran parte, la falta de adultez y de cristiana libertad en parte del lai-cado latinoamericano10. No es un diagnstico nuevo.

    10. Francisco, Discurso al Comit de Coordinacin del CELAM, 28/7/2013.

  • 7Editorial

    Benedicto XVI consideraba el clericalismo como una tentacin de los sacerdotes de todos los siglos11, y Juan Pablo II afirmaba que este clericalismo se en-cuentra en formas de liderazgo laico que no tienen suficientemente en cuenta la naturaleza trascendente y sacramental de la Iglesia, ni su papel en el mundo12.

    De hecho, el Papa Juan Pablo II, en una lnea seme-jante a la tentacin del clericalismo resaltada por el Papa Francisco, sealaba en la Chistifideles laici dos tentaciones que han afectado el camino posconci-liar de los laicos: La tentacin de reservar un inters tan marcado por los servicios y las tareas eclesisticas, de tal modo que frecuentemente se ha llegado a una prctica dejacin de sus responsabilidades especficas en el mundo profesional, social, econmico, cultural y poltico; y la tentacin de legitimar la indebida sepa-racin entre fe y vida, entre la acogida del Evangelio y la accin concreta en las ms diversas realidades temporales y terrenas13.

    Estas tentaciones quizs pueden categorizarse sint-ticamente como clericalismo y laicismo, respec-tivamente. Como queda claro por las palabras de los ltimos Pontfices, no han afectado ni han sido impul-sadas nicamente por unos clrigos o por otros laicos, sino muchas veces por ambos y, particu-larmente, por quienes han terminado apartndose de la eclesiologa de comunin y de la comprensin de la

    11. Benedicto XVI, Dilogo con los sacerdotes en el Encuentro internacional de sacerdotes, 10/6/2010.

    12. Juan Pablo II, Discurso a la Conferencia Episcopal de las Antillas, 7/5/2002, 2.

    13. Juan Pablo II, Christifideles laici, 2.

  • Editorial

    8

    vocacin universal a la santidad y a la evangelizacin subrayadas por el Concilio Vaticano II. Son, por otro lado, dos caras de la misma moneda. Una moneda adulterada que refleja la ruptura o la falsa antinomia entre la fe cristiana integralmente considerada y la vida humana con todas sus riquezas y complejidades.

    La primera cara de la moneda el clericalismo se-para la fe y la vida entregando al clero la responsabi-lidad exclusiva de la evangelizacin, y, as, aparta el Evangelio del mundo porque lo encierra en el mbito clerical o lanza el Evangelio al mundo pero con el riesgo de diluirlo al no contar con quienes conocen y estn ms en el mundo, es decir, los laicos. La segunda cara de la moneda el laicismo rompe tambin el vnculo entre la fe y la vida encerrando las actividades temporales del laicado en s mismas, excluyndolas de la iluminacin del Evangelio y del aporte de los clrigos, o lanzando al laico a reivindicar protagonis-mos en las jerarquas eclesisticas y en las labores es-pecficamente pastorales, evidenciando as una visin deformada de la Iglesia, apartada del mundo.

    Encarnados en el mundo

    Estas tentaciones, quizs en nuestro tiempo de las manifestaciones ms importantes aunque no las nicas de una falta de madurez en la comprensin del lugar de los laicos en la Iglesia, requieren con cada vez mayor urgencia la vivencia de una recta eclesiologa de comunin. De hecho el Papa Juan Pablo II afirmaba que la Iglesia necesita un sentido de complementariedad ms profundo y ms creativo entre la vocacin del sacerdote y la de los laicos. Sin l, no podemos esperar ser fieles a las enseanzas del

  • 9Editorial

    Concilio14. Por su parte Benedicto XVI sealaba que se necesita un cambio de mentalidad, en particular por lo que respecta a los laicos, pasando de consi-derarlos colaboradores del clero a reconocerlos realmente como corresponsables del ser y actuar de la Iglesia, favoreciendo la consolidacin de un laicado maduro y comprometido15.

    La superacin del clericalismo y del laicismo requiere la plasmacin de la rica eclesiologa de comunin y reconciliacin impulsada por el Concilio y alentada por el reciente magisterio pontificio. La toma de con-ciencia del don y de la responsabilidad que todos los fieles laicos y cada uno de ellos en particular tiene en la comunin y en la misin de la Iglesia16 se debe plasmar en una vida consecuente con la Encarnacin. Precisamente, la identidad y misin del laico en la Iglesia y en el mundo se comprende adecuadamente a partir del dinamismo encarnatorio de la fe cristiana, tal como se manifiesta en la Iglesia, que contina y expresa la misma lgica del Plan de Dios que quiso que el Verbo Eterno no slo se hiciese presente, sino que se encarnase, asumiendo la condicin humana, en un tiempo y en un lugar concretos. En ese senti-do, cada miembro de la Iglesia est llamado a vivir la fe de modo vital y existencial, es decir, de modo encarnado, conforme a su vocacin, en los lugares y circunstancias concretas en que le toca vivir. Ello es, bsicamente, una cuestin de sentido comn, de

    14. Juan Pablo II, Discurso a la Conferencia Episcopal de las Antillas, 7/5/2002, 2.

    15. Benedicto XVI, Discurso durante la inauguracin de la asam-blea eclesial de la dicesis de Roma, 26/5/2009.

    16. Juan Pablo II, Christifideles laici, 2.

  • Editorial

    10

    conciencia de la realidad, de aceptacin de la propia condicin humana, de confianza en que Dios habla en las circunstancias personales de cada uno y, en ltima instancia, de autenticidad y de coherencia en la vida cristiana, que evita que uno se pierda en actitudes artificiosas o desencarnadas, que olvidan la realidad concreta en donde cada uno est especficamente lla-mado a ser cristiano y que terminan generando tantas y tan lamentables rupturas entre la fe y la vida.

    Christifideles laici recuerda en unos de sus nmeros ms luminosos, citando a Pablo VI, este dinamismo encarnatorio del Verbo y seala que, en razn de ello, la misma Iglesia tiene una autntica dimen-sin secular. Pero enfatiza hacindose eco del Concilio que esta encarnacin de la Iglesia en el saeculo, es decir, en el tiempo o en el mundo, se realiza de formas diversas y, en el caso de los laicos, su modo de actividad en medio del mundo es propia y peculiar, habiendo sido designada en el lenguaje conciliar como ndole secular.

    Entrelazando diversos pasajes de Lumen gentium y Gaudium et spes, se explica esta ndole secular de los laicos como el lugar en que les es dirigida la llamada de Dios, y, por ello, los fieles laicos viven en el mundo, esto es, implicados en todas y cada una de las ocupaciones y trabajos del mundo en donde su existencia se encuentra como entretejida. Esta condicin no es un dato exterior y ambiental, sino una realidad destinada a obtener en Jesucristo la ple-nitud de su significado. As, el mundo se convierte en el mbito y el medio de la vocacin cristiana de los fieles laicos, pues el Bautismo no los quita del mundo... sino que les confa una vocacin que afecta

  • 11

    Editorial

    precisamente a su situacin intramundana. Los laicos son, pues, llamados por Dios para contribuir, desde dentro a modo de fermento, a la santificacin del mundo. Es en ese sentido que la condicin eclesial de los fieles laicos se encuentra radicalmente definida por su novedad cristiana y caracterizada por su ndole secular17.

    Comprometidos con la evangelizacin

    El laico tiene, pues, su lugar en la Iglesia y en el mundo como signo vivo y encarnado del propio dilogo entre la Iglesia y el mundo y, as, aparece como un ade-lantado en la evangelizacin del propio saeculo. No comprender la misin del laicado, o restarle espacios, obstaculiza ese dilogo evangelizador, pues el laico no va al mundo por un encargo del clero, sino porque es sa su vocacin especfica y su mbito natural de vida. Pero, por otro lado, la falta de una mayor pre-sencia del laicado catlico en la Iglesia y en el mundo opera, fundamentalmente, como una denuncia y un llamado a una mayor conciencia y coherencia en la vida propia de muchos laicos, esto es, de los muchos bautizados que se han alejado de la propia fe o que la viven de modo desencarnado.

    Haber descubierto y, sobre todo, haber vivido intensa-mente la riqueza de la vocacin del laico, esto es, del bautizado o simplemente del cristiano sin adjetivos, es lo que llevaba a San Agustn, ya siendo obispo, a proferir estas palabras recogidas por Lumen gentium: Si me asusta lo que soy para vosotros, tambin me consuela lo que soy con vosotros. Para vosotros soy

    17. Ver all mismo, 15.

  • Editorial

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    obispo, con vosotros soy cristiano. Aquel nombre expresa un deber, ste una gracia; aqul indica un peligro, ste la salvacin18. El horizonte comn de todo bautizado, que manifiesta la misma grandeza, dignidad y vocacin ltima de todo miembro de la Iglesia, es la perfeccin en la caridad, indesligable del compromiso apostlico.

    Juan Pablo II recordaba que los padres conciliares destacaron simplemente la profunda complementa-riedad entre los sacerdotes y los laicos que entraa la naturaleza sinfnica de la Iglesia... Los laicos estn invitados a vivir su vocacin bautismal, no como con-sumidores pasivos, sino como miembros activos de la gran obra que expresa el carcter cristiano19. A lo que ha aadido por su parte el Santo Padre Francisco: La Iglesia somos todos: desde el nio recin bauti-zado hasta los obispos y el Papa: todos somos Iglesia y todos somos iguales a los ojos de Dios. Todos es-tamos llamados a colaborar en el nacimiento a la fe de nuevos cristianos, todos estamos llamados a ser educadores en la fe, a anunciar el Evangelio. Todos participamos de la maternidad de la Iglesia, todos somos Iglesia, para que la luz de Cristo llegue a los extremos confines de la tierra20.

    18. San Agustn, Sermn 340, 1; citado en Lumen gentium, 32.19. Juan Pablo II, Discurso a la Conferencia Episcopal de las

    Antillas, 7/5/2002, 2. 20. Francisco, Catequesis durante la audiencia general,

    11/9/2013.

  • 13setiembre-diciembre de 2013, ao 29, n. 86

    El laicado a los XXV aos de la Christifideles laici

    Pedro Morand Court

    Tuve el honor de participar como auditor en el Snodo de los Obispos de 1987, dedicado al estudio del papel de los laicos en la Iglesia y en el mundo, a cuyas conclusiones sigui, un ao despus, la exhortacin apostlica Christifideles laici de S.S. Juan Pablo II. Pude ser testigo directo, en consecuen-cia, de que tanto el Snodo como la posterior exhortacin confirmaron en toda su hondura y extensin la eclesiologa del Vaticano II, con su definicin de la santidad como la vo-cacin universal de todo ser humano, con la valorizacin del mundo, y especialmente de los pueblos, como el lugar donde acontece el drama de la libertad humana que se abre a la gracia o se sumerge, por el contrario, en la esclavitud de la idolatra, con el redescubrimiento del Bautismo como el sa-cramento mediante el cual los hombres pertenecen al Pueblo de Dios y se insertan en la historia de ese acontecimiento de gracia iniciado con la Encarnacin del Verbo de Dios en el hombre Jess de Nazaret y continuando cada da, hasta el fin de los tiempos, segn su propia promesa, en la Iglesia que es su cuerpo.

  • Pedro Morand Court

    14

    Es en esta dimensin eclesiolgica donde se interpreta ca-balmente lo que el Concilio llam la ndole secular de los fieles laicos, quienes han sido llamados a trabajar en la via del Seor en los mismos lugares habituales en que desempean sus funciones laborales, profesionales y sociales. Son, por decir as, el otro pulmn, junto al que representa la vida consagrada, con que respira la Iglesia en medio del mundo y de la historia. La ndole secular caracterstica de su vocacin pertenece en propiedad a la Iglesia misma, que es sacramento para el mun-do, pero queda confiada de modo particular al conjunto de los bautizados que, en comunin con sus pastores y con la inmensa variedad de los carismas suscitados por el Espritu en la comuni-dad eclesial, dan testimonio en el mundo de la libertad de los hijos de Dios en sus particulares circunstancias.

    En un gesto muy significativo, durante la celebracin del Jubileo de los laicos en noviembre del 2000, el Santo Padre entreg solemnemente a laicos venidos de los cinco continen-tes los textos de las Constituciones del Concilio Vaticano II, indicndoles que, a pesar del tiempo, no han perdido en nada su valor ni su actualidad y exhortndolos, por ello, a volver sus ojos al Concilio, que es la gran gracia que la Iglesia ha recibido en el siglo XX1. En un discurso posterior, el Papa seal que los laicos tienen la tarea de llevar el Evangelio a todos los mbitos de la existencia humana y dar la contribucin original y siempre actual de la doctrina social de la Iglesia. Deben preocuparse constantemente por no ceder a la tentacin de reducir las co-munidades cristianas a agencias sociales y, al mismo tiempo, por rechazar decididamente la tentacin, no menos insidiosa, de practicar una espiritualidad intimista, que no est en sintona con las exigencias de la caridad, con la lgica de la Encarnacin

    1. Juan Pablo II, Novo millennio ineunte, 57.

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    El laicado a los XXV aos de la Christifideles laici

    y, en definitiva, tampoco con la misma tensin escatolgica del cristianismo2.

    Estas palabras ofrecen un criterio de discernimiento bas-tante preciso sobre la presencia cristiana en el mundo, la cual ha sido ampliamente confirmada por los dos Pontfices que le sucedieron. Por una parte, el anuncio cristiano no es mera promocin social, como hacen los gobiernos y muchas otras agencias no gubernamentales, por cuanto es la plenitud del misterio de Dios el que se ha manifestado a los hombres con la Encarnacin de Cristo, misterio de caridad y misericordia que desborda y sobrepasa toda medida que la inteligencia humana pueda concebir para administrar sus asuntos sociales. Por otra, previene igualmente contra la tentacin de signo contrario, que denomina espiritualidad intimista, la cual no tiene en cuenta que el ser humano es unidad sustancial de cuerpo y espritu y, por tanto, le es consustancial su mundani-dad e historicidad. Cuando se desconoce esta dimensin, se pierde tambin la perspectiva de la Encarnacin y se oscurece la percepcin de la naturaleza sacramental de la Iglesia, signo e instrumento de la unidad del gnero humano3. En ambos casos, se desfigura la consideracin debida a la tensin escato-lgica del acontecimiento cristiano.

    Por ello, resulta conveniente recordar en qu consiste esta tensin entre lo ya acontecido y el cumplimiento futuro de las promesas de Dios. Por una parte, recordaba el Papa Juan Pablo II la plenitud definitiva y total acaecida en Jess de Nazaret en un texto de una hermosura inigualable: El tiempo se ha cumplido por el hecho mismo de que Dios, con la Encarnacin, se ha introducido en la historia del hombre. La eternidad ha entrado en el tiempo: qu cumplimiento es mayor que ste? Qu

    2. Juan Pablo II, Mensaje a la Conferencia Episcopal de Sicilia, 31/3/2001, 7.3. Ver Lumen gentium, 1.

  • Pedro Morand Court

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    otro cumplimiento sera posible?4. Sin embargo, esta plenitud es el inicio de una historia dentro de la historia, que se ofrece como don so-breabundante a la libertad humana, que puede ser acogi-do o rechazado, encontrar las puertas del corazn abiertas o cerradas. Con cada genera-cin que viene al mundo, la historia, en cierto sentido, co-mienza de nuevo. No es que desaparezcan la tradicin ni el testimonio de las obras que

    perduran, pero ellas deben llegar a ser lugar de pertenencia de quienes libremente las asuman como parte de s mismos, de su propia bsqueda de significado. Por ello, seal tambin el Papa Juan Pablo II, esta vez en Fides et ratio, que la historia es para el Pueblo de Dios un camino que hay que recorrer por entero, de forma que la verdad revelada exprese en plenitud sus contenidos gracias a la accin incesante del Espritu Santo (cf. Jn 16,13)... As pues, la historia es el lugar donde podemos constatar la accin de Dios a favor de la humanidad. l se nos manifiesta en lo que para nosotros es ms familiar y fcil de verificar, porque pertenece a nuestro contexto cotidiano5.

    Vivimos, en consecuencia, la tensin entre una plenitud de gracia que ha entrado en la historia para dar cumplimiento sobreabundante a todos los anhelos y esperanzas que la mente humana haba buscado realizar durante siglos, y una historicidad opaca, no siempre inteligente ni abierta a dejarse sorprender

    4. Juan Pablo II, Tertio millennio adveniente, 9. 5. Juan Pablo II, Fides et ratio, 11-12.

    Juan Pablo II seal que los laicos tienen la tarea de llevar el Evangelio

    a todos los mbitos de la existencia humana.

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    El laicado a los XXV aos de la Christifideles laici

    por lo extraordinario, que ignora a profetas y testigos, y que busca la mayor parte de las veces medir la calidad de la vida con criterios circunstanciales de conveniencia y de poder, con mezquindad de alma y mediocridad moral. Y no obstante, es a esa especfica historia humana a la que se le ofrece levantar la mirada para descubrir la sabidura que procede del autor de la vida y del cosmos, y que se ofrece en plenitud al gnero humano para ser una compaa segura hacia su destino.

    El magisterio social de la Iglesia debe ser comprendido, en este contexto, ms que como un cuerpo terico-sistemtico de principios ticos relativos al ordenamiento de la sociedad, como una porcin significativa de esa tradicin sapiencial que la presencia cristiana en el mundo ha ido cultivando a travs de los siglos, desde la misma poca apostlica y patrstica hasta el presente, al considerar los acontecimientos humanos desde la perspectiva de esta tensin escatolgica entre la victoria pas-cual de Cristo que revela al hombre la plenitud de su vocacin y la ceguera voluntaria o involuntaria con que los hombres perseveran en el gobierno de los asuntos seculares como si nada extraordinario hubiese sucedido y todo dependiese en su finalidad del poder social de coaccin. Por ello, como ha planteado reiteradamente el Papa Francisco, para pasar de las formulaciones de principios al testimonio vivo de la miseri-cordia en medio del mundo hay que partir de la experiencia de la libertad cristiana, haciendo el debido discernimiento de espritus, sabiendo que el protagonista de la evangelizacin es el Espritu de Jess Resucitado y no la planificacin estratgica de los seres humanos.

    Tengo la impresin de que la exhortacin apostlica post-sinodal Evangelii gaudium del Papa Francisco ha planteado un nuevo marco de referencia para poner en prctica el espritu y las recomendaciones de la Christifideles laici. En el n. 102 de ella, el Papa hace un balance del tema del laicado, en que aun reconociendo los avances en la participacin y compromiso de los laicos en la Iglesia, echa de menos que en lugar de tener

  • Pedro Morand Court

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    como horizonte su participacin ad intra, lo tenga ms bien en el conjunto de las actividades sociales, haciendo suya la nica gran misin de la Iglesia que es evangelizar. En lugar de poner la atencin en la diferenciacin de roles, preguntndose qu es lo que corresponde a los laicos y qu a los consagrados y sacerdo-tes, seala que es el Pueblo de Dios como un todo quien evan-geliza, guiado por la riqueza y variedad de carismas y culturas que se desarrollan en su interior. Y agrega, de un modo que me resulta muy original, que si el Evangelio se ha inculturado adecuadamente en los pueblos, aun quienes no son creyentes, pero participan de la cultura de su pueblo, sin saberlo, esparcen tambin las semillas del Evangelio6.

    En este contexto, ya no es el tradicional tema del laica-do el que cobra relevancia, sino la ndole secular de toda la Iglesia, de la que participan, por tanto, todos los bautizados. Son ellos quienes conforman el Pueblo de Dios que evangeliza. Recuerdo bien la frecuencia con que se escuch en el aula del Snodo de 1987 la frase de San Agustn, que recoge tambin la exhortacin postsinodal: Para ustedes soy obispo, pero con ustedes soy cristiano. Mons. Luigi Giussani, invitado tambin al Snodo, lo formul as: Laico, es decir, bautizado. Por su parte, la Conferencia de Aparecida acu la frmula discpu-los misioneros, la que recoge tambin el Papa Francisco en su exhortacin apostlica, que se aplica a todos y cada uno de los bautizados.

    Me parece que los nuevos movimientos apostlicos, naci-dos del carisma que el Espritu Santo hizo florecer en sus funda-dores, religiosos o laicos, son una prueba elocuente de lo que le pide el Papa Francisco a la Iglesia en su tarea evangelizadora. Ellos han mostrado que la evangelizacin en medio del mundo no slo es factible y eficaz, sino que han renovado tambin la profundidad y madurez de la experiencia cristiana y la libertad

    6. Ver Francisco, Evangelii gaudium, 122.

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    El laicado a los XXV aos de la Christifideles laici

    de las personas que han encontrado en su camino. Ms que una defini-cin de funciones ministeriales y laicales, ellos encarnan la realidad de un pueblo formado por varones y mujeres, jvenes y adultos, sacerdo-tes, consagrados y no consagrados, que se apoyan recprocamente en la educacin a la libertad y a la mo-ralidad de la convivencia. Lo mismo que realizan hacia adentro, lo hacen tambin en todas las obras pastora-les y sociales en que estn presentes. Por ello, pueden inculturar la fe en los diversos ambientes en que echan

    races, haciendo patente el significado de una vida humana creada para la comunin, para la donacin recproca.

    Desde el punto de vista sociolgico es razonable plantear la hiptesis de que una de las principales razones por las que el laicado catlico no ha desarrollado suficientemente su pre-sencia en el conjunto de las interacciones que constituyen el tejido social es la an notoria desproporcin entre varones y mujeres en el mbito del trabajo, de la cultura y de las artes, de las comunicaciones, de los espacios pblicos y de la propia Iglesia, como lo ha reconocido el Papa Francisco. Sabido es que uno de los aportes ms geniales del magisterio de Juan Pablo II consisti en la formulacin de una antropologa comunional del varn y la mujer, creados ambos, en su donacin recproca, a imagen y semejanza de Dios, la que aplic de modo particular a la familia. Sin embargo, esta misma antropologa es vlida para todos los mbitos de la convivencia humana. Pero es necesario aplicarla. En el encuentro mundial de Benedicto XVI con las familias en Miln durante el 2012, tuve la oportunidad de re-cordarlo a propsito de la relacin entre la familia y el trabajo. Pero tambin es necesario ir ms lejos y considerar todos los

    Los nuevos movimientos

    apostlicos son una

    prueba elocuente de

    lo que le pide el Papa

    Francisco a la Iglesia en

    su tarea evangelizadora.

  • Pedro Morand Court

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    mbitos de la convivencia social. Siguiendo esta antropologa, ya no se trata de reivindicar el genio femenino frente al tradicio-nal machismo occidental, sino de comprender el conjunto de la vida social desde el paradigma antropolgico de la comunin que nace de la recproca donacin de varn y mujer.

    Aunque no hay una referencia explcita a ello, pienso, al menos, que esta visin es perfectamente coherente con lo que el mismo Juan Pablo II llam la subjetividad de la sociedad7, refirindola a la familia y a las organizaciones intermedias que forman lo que habitualmente se llama la sociedad civil. Se pue-de hablar de subjetividad de la sociedad slo si se reconoce la connaturalidad que existe entre la persona, la familia, la na-cin y los restantes grupos intermedios de los que forma parte, porque la finalidad y vocacin humana, inscrita en su misma naturaleza creatural, es vivir en y para la comunin. En su impresionante discurso ante la UNESCO de 1980, Juan Pablo II afirm con particular fuerza el vnculo que une siempre a la persona humana con su sociedad y su tradicin: El hombre vive una vida verdaderamente humana gracias a la cultura... La cultura es un modo especfico del existir y del ser del hom-bre. El hombre vive siempre segn la cultura que le es propia, y que, a su vez, crea entre los hombres un lazo que les es tambin propio, determinando el carcter inter-humano y social de la existencia humana8.

    Esta comprensin de la cultura desvanece toda artificial contraposicin entre individuo y sociedad, como tambin entre cultura y naturaleza, como ha sido tantas veces planteado por la filosofa y las ciencias sociales contemporneas. El principio constitutivo de la sociedad no es el dominio, la coaccin, la instrumentalizacin mutua o el pacto para evitar la lucha de to-dos contra todos. Es el hombre mismo, con su inteligencia y su

    7. Juan Pablo II, Centesimus annus, 13. 8. Juan Pablo II, Discurso a la UNESCO, 2/6/1980, 6.

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    El laicado a los XXV aos de la Christifideles laici

    conciencia, con su capacidad de descubrir el significado propio de cada cosa y los vnculos objetivos que le unen a la naturale-za, a su pueblo, a sus tradiciones culturales y a los dems hom-bres, quien se constituye en un principio de sntesis, capaz de administrar con justicia la relacin entre las criaturas. Por ello, slo a l es aplicable la categora de sujeto. No a su inteligencia, a su voluntad o a su sensibilidad, arbitrariamente consideradas o aisladas, sino a esa unidad integrada que le permite decir de s mismo yo y que le descubre su participacin en el ser, como acontecimiento y como vocacin. Por ello, agregaba el Papa: El hombre, que en el mundo visible, es el nico sujeto ntico de la cultura, es tambin su nico objeto y su trmino9.

    Si el modo propio del existir humano es el de un sujeto y no el de un producto, entonces en la cultura se expresa tanto la subjetividad como la responsabilidad humana que surge del hecho de ser la causa de sus actos. As, continuaba el Papa ante la UNESCO: Este hombre, que se expresa en y por la cultura y es objeto de ella, es nico, completo e indivisible... Segn esto, no se le puede considerar nicamente como resultante de todas las condiciones concretas de su existencia... No se puede pensar una cultura sin subjetividad humana y sin causalidad humana; sino que en el campo de la cultura, el hombre es siempre el hecho primero... y lo es en su totalidad: en el con-junto integral de su subjetividad espiritual y material10. Quisiera llamar la atencin sobre esta ltima afirmacin, puesto que el Papa no habla de la subjetividad humana slo en relacin a la subjetividad espiritual, como es comn en muchos discursos contemporneos en que prcticamente se la identifica con el ensimismamiento y el narcisismo, sino tambin en relacin a la dimensin corporal del hombre, que es inseparable de su subjetividad y no un mero instrumento. La condicin de sujeto

    9. All mismo, 7. 10. All mismo, 8.

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    es la condicin misma del ser humano, unidad de cuerpo y alma11, nico, completo e indivisible.

    El ser humano es indisponible porque es portador de la trascendencia de la persona. Si recordamos que el concepto de persona fue elaborado en la teologa y en la filosofa por Boecio para referirse a la persona de Cristo, simultneamente verda-dero Dios y verdadero hombre, para describir la unidad sin confusin de sus dos naturalezas, podremos comprender ms profundamente el sentido cristolgico que tiene la afirmacin del Papa cuando se refiere al ser humano como sujeto portador de la trascendencia de la persona. La subjetividad no radica en el olvido de la finalidad y su sustitucin por preferencias indivi-duales de libre eleccin, sino por el contrario, en ser portador de un designio trascendente que remite a Dios mismo, como autor de la vida humana y como redentor del hombre. En este mismo sentido, Von Balthasar habla de la persona como reali-zacin de una vocacin, de una misin, de un destino. Si falta la finalidad, falta la persona y el ser humano queda reducido a objeto, a producto social.

    De esta visin se desprende que la subjetividad de la per-sona y la subjetividad de la sociedad no pueden entenderse separadamente, sino que ambas remiten a la misma naturaleza humana. Por ello puede decirse que la cultura de la nacin, al igual que la familia y que otros grupos intermedios, constituye una realidad social de inmediata connaturalidad con la per-sona. La cultura no se elige a voluntad, sino que se pertenece a ella. Todo ser humano nace en el seno de una tradicin, formada por la lengua, el imaginario colectivo y la memoria histrica de sus progenitores y de las generaciones precedentes, sin las cuales no podra desarrollar su inteligencia, su percep-cin del mundo ni su juicio acerca de la experiencia. A su vez, este inmenso patrimonio espiritual se recrea cuando nuevas

    11. Ver Gaudium et spes, 14.

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    personas y generaciones confrontan su libertad y su inteligencia con la experiencia histrica que viven y buscan dar razn ante s mismos, ante sus coetneos y ante sus descendientes de las opciones que han asumido y del aprendizaje que han experi-mentado en su existencia.

    A travs del concepto de subjetividad de la sociedad y del concepto de cultura se pone de manifiesto, por todo lo dicho, de modo ms inmediato, la dimensin antropolgica presente en el fenmeno social, sin la cual no puede comprenderse su verdadero significado. As, no slo cada historia individual, sino tambin la historia de los pueblos y de las naciones puede ser comprendida con la dramaticidad del destino de gracia y sal-vacin que se juega en ella, y con las exigencias morales propias de la libertad humana que se orienta a la bsqueda de la verdad objetiva del significado de la vida.

    La cultura tiene para cada persona, desde este punto de vista, la dimensin de un acontecimiento, es decir, de la expe-riencia de la inmediatez de lo absoluto, como lo ha llamado Paul Ricoeur, puesto que la persona no escoge hipottica o especulativamente cmo podra haber realizado su existencia y su significado de la mejor manera imaginable o concebible, sino que debe aceptar la vida y buscar su significado en el modo histrico especfico en que ella acontece. La cultura expresa, de esta manera, la historicidad y concretitud de la vida de cada su-jeto humano. Esta presencia del absoluto en cada vida humana y en el tejido cultural que la hace cada vez ms humana slo puede comprenderse adecuadamente desde la experiencia que transmitimos a otros como testimonio.

    En un cierto sentido, un testimonio no es ms que un relato de una historia significativa, puesto que el testigo se ve en la necesidad de narrar a otros lo que vio u oy, lo que experimen-t. Lo propio hacen los historiadores, los literatos, los polticos, los cientistas sociales, los comunicadores: cuentan historias edificantes e historias que valdra la pena evitar en el futuro. Sin embargo, no basta considerar un relato como ejemplar

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    o arquetpico para determinar que lo narrado corresponde a algo acontecido. El testimonio trasciende la tipicidad y obliga a considerar la persona del testigo inseparablemente unida a su testimonio, sabiendo que lo que expresa a travs de un relato no slo tiene la coherencia analizable de cualquier discurso, sino ese misterio de la inmediatez de lo absoluto que corres-ponde a lo irreversiblemente acontecido y vivido. Como mostr la encclica Fides et ratio, el ser humano no slo busca la verdad a travs de la mente especulativa, sino tambin a travs de la certeza moral que da la experiencia de encontrar personas que han podido contemplar la verdad, el bien y la belleza de la vida que les pertenece. As, mientras el pensamiento postmoderno quiere reducir la historia humana a los relatos que sobre ella se hacen, y declara que vivimos la poca de la fragmentacin y del trmino de los metarrelatos crebles, la Iglesia nos recuerda que la conciencia humana busca confrontar la significacin del discurso y del smbolo con la dimensin absoluta de la expe-riencia irreversible de sus testigos. Por ello, en una expresin verdaderamente notable y justa, Fides et ratio seala que cada hombre es al mismo tiempo hijo y padre de la cultura a la que pertenece12.

    Debido a la existencia de esta dimensin absoluta en la vida y en la cultura de los pueblos, la convivencia social se estructura desde la autoridad moral que surge de los testigos y se desarrolla en el seno de una tradicin que va formando la sabidura de cada pueblo. Quien quiera estudiar y describir una cultura par-ticular tendra que preguntarse, antes que cualquier otra cosa, cmo se reconoce en ella la autoridad moral desde la cual los miembros de esa cultura se dejan educar para ser ms, para discernir cules son las voces interesadas en instrumentalizar la experiencia y cules las que encaminan desinteresadamente a la verdadera finalidad de la vida, al conocimiento y realizacin

    12. Juan Pablo II, Fides et ratio, 71.

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    El laicado a los XXV aos de la Christifideles laici

    de la vocacin de cada persona como un fin en s misma. La filiacin y la paternidad no terminan en el acto biolgico de la procreacin, sino que abarcan la totalidad del significado cultural de la existencia humana. Cuando se vuelve evidente la presencia de una sabidura y autoridad moral en medio de la sociedad, ella genera espontneamente una dinmica de con-vergencia y de libertad donde florecen la solidaridad y la paz.

    La novedad del Evangelio no es la ley, ni tampoco una elaboracin ms fina y delicada de las normas y de las virtu-des necesarias para una sana convivencia pacfica que ayude a todos a desarrollar sus capacidades personales, aunque muchos cristianos hayan realizado notables contribuciones en este plano. La novedad que anuncia la Iglesia es que el amor incondicionado es el cumplimiento de la ley, su plenitud, y que este cumplimiento se ha realizado en Jesucristo y seguir realizndose todos los das hasta el fin de la historia si existen personas libremente dispuestas a aceptarlo en sus vidas y a dar

    La segunda tarea social es

    la participacin activa y

    diligente de cada persona

    en todos los mbitos de la

    realidad a que su vocacin lo

    invita, para reconocer en ella

    el Misterio de Dios presente y

    operante en la historia.

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    testimonio de ello a todos aquellos que objetivamente le estn vinculados. sta es la sabidura de la fe que sale al encuentro de la razn, no para suspenderla o sustituirla, sino para mostrarle el cumplimiento de lo que ella misma anhela y busca para la convivencia humana. Es la gracia que asume la naturaleza y la conduce a la realizacin de la verdad de s misma.

    El testimonio de la comunin cristiana, fruto del aconteci-miento de la salvacin, genera en la sociedad la presencia de un sujeto social totalmente distinto del que la cultura nihilista permite. Lo que diferencia a este sujeto nuevo es la conciencia de la gratuidad de la vida recibida, de la gratuidad de su signifi-cado, y de la gratuidad de la excelsa vocacin a la que ha sido llamado. La medida de su criterio de juicio frente a la realidad no es por tanto el propio esfuerzo o la propia voluntad sino la sin medida del amor gratuito.

    Por ello, desde el horizonte del Concilio Vaticano II y del magisterio pontificio, la primera tarea social de los cristianos es la conformacin de su propia persona con el vnculo de gratitud y solidaridad que lo une a su comunidad de pertenencia: a su familia, a su nacin, a su memoria histrica e identidad cultu-ral, a la Iglesia. Nada hay ms digno para el hombre que esta pertenencia que Dios mismo ha dispuesto para la realizacin de su vocacin a la santidad. La pertenencia agradecida hace posible transformar el testimonio de los cristianos en un criterio de sabidura, en una luz que ilumina cada circunstancia de la vida mostrando su sentido y su verdad.

    La segunda tarea social es la participacin activa y diligente de cada persona en todos los mbitos de la realidad a que su vocacin lo invita, para reconocer en ella el Misterio de Dios presente y operante en la historia y manifestar a todos cul es la libertad de los hijos de Dios.

    La construccin de esta autntica cultura de la libertad es la gran vocacin y misin que tienen todos los cristianos de esta poca, pero de modo particular los laicos, que han sido llamados a consagrar el mundo, en todos los variados campos

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    El laicado a los XXV aos de la Christifideles laici

    de su presencia y de su accin: la familia, la escuela, el trabajo, la ciencia, el arte, la economa, la poltica. De esta libertad, es-tn llamados a dar testimonio, como lo ha repropuesto nueva-mente el Papa Francisco en su exhortacin apostlica Evangelii gaudium, pero sin olvidar nunca que es la Iglesia entera quien evangeliza, quien por la fuerza del Espritu del Resucitado re-cibe el don de la comunin en la donacin recproca de todos sus miembros. Si esta experiencia de gracia es capaz de incul-turarse, como seala el Papa Francisco, ser la misma dinmica cultural de las naciones la que har que el Evangelio se difunda y sea conocido por todos los pueblos.

    Pedro Morand Court, socilogo chileno, es Decano de la Facultad de Ciencias Sociales de la Pontificia

    Universidad Catlica de Chile. Es tambin miembro de la Pontificia Academia de Ciencias Sociales

    y consultor del Consejo Pontificio de la Cultura. Entre sus numerosos escritos se pueden mencionar:

    Cultura y modernizacin en Amrica Latina; Ritual y palabra: aproximacin a la religiosidad popular

    latinoamericana; Familia y sociedad; Iglesia y cultura en Amrica Latina.

  • 29setiembre-diciembre de 2013, ao 29, n. 86

    Una mirada a la identidad y vocacin de los laicos

    a la luz de Christifideles laici

    Jos Ambrozic Velezmoro

    El trmino laico en la historia

    Desde los primeros tiempos de la Iglesia hasta hoy se ha ido abriendo camino el trmino laico y el contenido que im-plica. Al principio el universo de los fieles era slo uno, los cristianos. Incluso el nombre de cristiano fue propagndose desde su primer uso en Antioqua, hacia el ao 44. Pero este honroso ttulo era usado ms como una identificacin hacia fuera. Hacia dentro esto es, en la comunidad eclesial, en las relaciones o referencias internas se hablaba ms bien de creyentes (ver Hch 2,44; 4,32; 5,14; Ef 1,18; 1Pe 2,7), san-tos (Ef 1,1; Flp 1,1), fieles (Ef 1,1), hermanos o hermanos santos (Heb 3,1), santos por vocacin (Rom 1,7) y otros trminos, algunos de los cuales se usan comnmente hasta hoy. De algunos, como creyente, se ha olvidado su rico

  • Jos Ambrozic Velezmoro

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    contenido de adhesin, creencia y fidelidad1. El fiel, por su parte, es aquel que profesa una lealtad a toda prueba2, hasta la muerte (ver Ap 2,10), mientras que los santos son los miembros del Pueblo santo de Dios. Por el Bautismo la perso-na es introducida en la santidad de Dios, en Cristo. El bautizado realmente participa de la santidad de Cristo Jess, y en ese sentido queda separado de lo profano: Si fuerais del mundo, el mundo amara lo suyo; pero, como no sois del mundo, porque yo al elegiros os he sacado del mundo, por eso os odia el mundo (Jn 15,19). Se est en el mundo pero con la conciencia de ser viandantes, peregrinos en marcha al estado definitivo, a la Comunin de Amor. Por ello en la Carta a los Hebreos se subraya: hermanos santos, partcipes de una vocacin celestial (Heb 3,1). Por otro lado, al correr del tiempo palabras como santo han adquirido un uso comn diferente. Y as poco a poco ha ido quedando la expresin fieles para de-signar a los miembros de la Iglesia. se es su uso ms afortunado, y no cuando se le contrapone a sacerdotes o consagrados. Todos los miembros del Pueblo de Dios son los fieles.

    Ahora bien, y entonces el laico, quin es? Aqu se pre-senta un problema. La palabra laico viene del griego laos, que quiere decir pueblo, muchedumbre, nacin3. En San Lucas

    1. Ver Ceslas Spicq, Vida cristiana y peregrinacin segn el Nuevo Testamento, BAC, Madrid 1977, pp. 5-6.

    2. Ver all mismo, p. 7. 3. Para esta parte seguiremos la versin abreviada del Kittel por Geoffrey

    W. Bromiley, Theological Dictionary of the New Testament, Eerdmans, Grand Rapids 2000.

    Todos los miembros del Pueblo de Dios son fieles.

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    Una mirada a la identidad y vocacin de los laicos a la luz de Christifideles laici

    se constata una contraposicin entre el Sanedrn y el pueblo (ver Lc 22,2), y entre los lderes y el pueblo (ver Hch 3,15). En 1Pe 2,9-10 y en otros lugares como Hch 15,14; Rom 9,5-26; 2Cor 6,16 se encuentra una referencia a la comunidad cris-tiana. As, por ejemplo: Simen ha referido cmo Dios ya al principio intervino para procurarse entre los gentiles un pueblo para su Nombre (Hch 15,14). Estas palabras pronunciadas por Santiago ponen el concepto de pueblo en una dimensin to-talmente inexistente en el antiguo o nuevo judasmo. Creyentes judos y gentiles juntos constituyen el nuevo Pueblo de Dios. La Iglesia es el nuevo las Theo, Pueblo de Dios: Y o una fuerte voz que deca desde el trono: sta es la morada de Dios entre los hombres. Pondr su morada entre ellos y ellos sern su Pueblo y Dios en persona estar con ellos y ser su Dios (Ap 21,3). Nueva Alianza, nuevo Pueblo de Dios, nuevo laos, y sus integrantes, los laicos. De aqu se sigue que laicos ser una designacin para todos los miembros de la comunidad cristiana, los fieles, los consagrados a Dios por el Bautismo.

    Con el correr del tiempo, sin embargo, se van dando dos sentidos que coexisten: en primer lugar, la contraposicin entre los consagrados al ministerio del altar, por un lado, y los no consagrados, por el otro, a los que se designara como laicos; y, en segundo lugar, todo el conjunto de fieles pertenecientes al Pueblo de Dios. Todos los seguidores del Seor Jess en la Iglesia tienen una nota comn y ella se expresa en la pertenen-cia al mismo Pueblo. Fieles, christifideles, discpulos, cristianos, catlicos, son algunas de las denominaciones de orden comn ms usadas.

    No obstante esta nota comn, ya desde el principio algunos fueron designados para una funcin especfica. Los Apstoles, que formaban el Colegio apostlico, con su cabeza San Pedro, eran los lderes de la comunidad cristiana primitiva; junto a ellos estaban los discpulos. Ms adelante surgirn los dico-nos, con una funcin especializada. Y luego, como sucesores de los Apstoles, los obispos, y posteriormente los presbteros.

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    Tambin ya desde el principio, por accin del Espritu, surgieron los ministerios carismticos en orden al servicio y edificacin de la comunidad. Junto a todos ellos exista el fiel sencillo, sin con-sagracin al altar, sin ministerio carismtico. Esta situacin no es como la que se ve hoy, que es una evolucin coherente de ella.

    Una comprensin existencial de la Iglesia de los primeros tiempos se puede ver en lo que ensea San Pablo en la primera Carta a los Corintios 12. En esta visin eclesial paulina se incluyen los ministerios ordenados y los de los carismticos no ordenados: Hay diversidad de carismas, pero el Espritu es el mismo; hay diversidad de ministerios, pero el Seor es el mismo; diversidad de operaciones, pero es el mismo Dios que obra en todos. A cada cual se le otorga la manifestacin del Espritu para provecho co-mn (1Cor 12,4-7). Y con ellos los fieles sin carismas especficos, sin ministerios ni funciones, los comunes miembros de la Iglesia. De alguna manera se fue dando esta manera de expresarse hasta llegar al siglo IV, en que empieza a darse una nocin distintiva sobre los clrigos y los dems fieles.

    Por el uso de algunos autores y con el correr de los aos el sustantivo laico alcanza una canonizacin lingstica. Ms que razones propiamente teolgicas, son las situaciones socio-lgicas las que van influyendo en el uso de este trmino para designar a todos los miembros de la comunidad cristiana que no han recibido la imposicin de manos. Con esto el concepto predominante de unidad del Pueblo de Dios no se pierde, pero el elemento sociolgico de unos ordenados a unos ministerios para servir a la comunidad en las cosas de Dios los distingue de los dems; sin embargo conviene precisarlo, no en cuanto a la fe ni a la responsabilidad de una vida cristiana, ni tampoco en cuanto a la meta la santidad ni en cuanto a la actividad y participacin en la vida de la Iglesia, lo que es comn a todos. Para finales del siglo V la palabra laico se hace de uso comn, mas solamente en el sentido social que se ha sealado.

    Por razones histricas y de funcin surge la categora social de clrigo en contraposicin a la de laico. Se trata de una

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    Una mirada a la identidad y vocacin de los laicos a la luz de Christifideles laici

    situacin ms especializada a la que van adjuntos privilegios concedidos por la autoridad civil, aunque en los niveles de funciones inferiores no es tan sencillo establecer una diferen-cia. Hay, an hoy, mucho que inves-tigar, como la condicin real de los oblatos que a muy tierna edad eran incorporados a la clereca.

    El monacato trae una nueva dimensin, pues en sus diversas variantes est abierto a ministros ordenados y a laicos piadosos, que son los ms. El monje era aquel que quera vivir una entrega intensa de s mismo a Dios. No se trataba de una categora jurdica, sino tambin de un fenmeno sociolgico y espiri-tual. En esos tiempos a los cristianos que no eran clrigos ordenados se les llamaba laicos, y ello obvia-

    mente inclua a los monjes. Nuevamente una lenta evolucin llevar a que surja la categora intermedia de religiosos, a la que empezaron a ser asimilados los monjes, y de a pocos cuan-tos laicos se encontraban en una situacin cualificada. Todo esto se sigue moviendo en el orden lingstico y sociolgico.

    Paulatinamente se fue produciendo una evolucin por la que la clereca pas a ser una categora tanto sociolgica como teolgica y jurdica. Se ha dicho que el concepto de unidad como Pueblo de Dios fue dejando lugar mediante la forja de estamentos a la distincin entre clrigo y laico. El laico ir ad-quiriendo la condicin de persona entregada a los negocios del siglo, esto es, temporales. Por supuesto que, al correr de los siglos, en la edad mal llamada media, la diferenciacin de mbitos no es tan clara, pues hubo eclesisticos muy metidos

    Por su regeneracin

    en Cristo, se da entre

    todos los fieles una

    verdadera igualdad en

    cuanto a la dignidad y

    accin, en virtud de la

    cual todos, segn su

    propia condicin y oficio,

    cooperan a la edificacin

    del Cuerpo de Cristo.

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    en cosas seculares, as como gobernantes seculares con un sor-prendente influjo en materias eclesisticas. Tericamente haba distincin, pero como lo ensea la historia con claridad, en la realidad concreta exista mucha movilidad. Lo que queda claro es que el laico es el fiel cristiano no clrigo. El resto es complejo y necesitar an de siglos para esclarecerse.

    El Cdigo de Derecho Cannico vigente presenta unas lu-ces que resumen admirablemente las enseanzas del Concilio Vaticano II: Por su regeneracin en Cristo, se da entre todos los fieles una verdadera igualdad en cuanto a la dignidad y accin, en virtud de la cual todos, segn su propia condicin y oficio, cooperan a la edificacin del Cuerpo de Cristo4. En este canon se ve garantizado el principio de unidad y el de distincin alu-dido con las palabras propia condicin y oficio.

    Ms adelante el Cdigo seala: Todos los fieles deben es-forzarse segn su propia condicin, por llevar una vida santa, as como por incrementar la Iglesia y promover su continua santificacin5, resaltando de esta manera la vocacin universal a la santidad. Y aade: Todos los fieles tienen el deber y el derecho de trabajar para que el mensaje divino de salvacin alcance ms y ms a los hombres de todo tiempo y del orbe entero6, garantizando as el derecho y haciendo recordar el de-ber al apostolado, esto es, a evangelizar. No se puede dejar de anotar que en el ttulo De las obligaciones y derechos de todos los fieles (cc. 208-223) se produce una autntica declaracin de derechos que es un ejemplo que fluye de la dignidad del ser humano y cristiano. Valdra la pena estar muy familiarizados con ella.

    El mismo Cdigo de Derecho Cannico establece otra cate-gora de derechos y deberes: De las obligaciones y derechos de

    4. C.I.C., c. 208. 5. C.I.C., c. 210. 6. C.I.C., c. 211.

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    Una mirada a la identidad y vocacin de los laicos a la luz de Christifideles laici

    los fieles laicos (cc. 224-231), puesto que los laicos, que son la inmensa mayora de los miembros de la Iglesia, tienen obliga-ciones y derechos que son comunes a todos los fieles cristianos, pero adems tienen otras obligaciones y derechos7.

    Sintetizando lo hasta ahora expuesto, como categora diferencial que de un modo u otro ha recorrido los siglos, el Cdigo establece: Por institucin divina, entre los fieles hay en la Iglesia ministros sagrados, que en el derecho se denominan tambin clrigos; los dems se denominan laicos8. As queda canonizada la divisin del Pueblo de Dios en dos grandes gru-pos humanos, los que no son clrigos, la gran mayora, y los que s lo son.

    El Concilio y Christifideles laici

    Las citas del Cdigo de 1983 nos han permitido abreviar el abordar el tema del laico y del laicado en el Concilio Vaticano II, pues en l se recogen sintticamente sus ense-anzas. Entre otras calificaciones positivas, se le puede llamar al Vaticano II un hito clave en el recorrido del pensamiento eclesial sobre el lugar del laico en la Iglesia, ya que en diversos documentos ense sobre la identidad, misin y espirituali-dad de los laicos. No se puede dudar de que los Padres con-ciliares, guiados por el Espritu, han acometido una tarea de esplndida y profunda maduracin recogida en su enseanza sobre el esclarecimiento de la misin del laico en la Iglesia y en el mundo. Tambin cabe destacar la continuada reitera-cin y homogneo desarrollo de la enseanza conciliar en el Magisterio del Papa Pablo VI, as como en el de Juan Pablo II al que hay que sumar el de Benedicto XVI y el de Francisco. Igualmente es de notar el eco de la significativa importancia de

    7. C.I.C., c. 224. 8. C.I.C., c. 207 1.

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    la identidad eclesial del laico en las reflexiones de sucesivos Snodos de Obispos, en Medelln y en Puebla9, en Santo Domingo y Aparecida.

    Qu duda cabe que la Iglesia est viviendo un tiempo especial. Al pontificado del prximamente San Juan Pablo II, que nos invit a remar mar adentro, sigui el luminoso paso de Benedicto XVI, y hoy, tras su inesperada renuncia al ministerio petrino, la barca de Pedro es guiada con nuevos bros evangelizadores por el Papa Francisco, que la va conduciendo hacia las periferias existenciales con el afn de hacer llegar a to-dos la luz de Jesucristo. Todos ellos han contribuido de manera persistente al esclarecimiento de la identidad del laico y de su misin eclesial.

    Este ao conmemoramos los 25 aos de la promulgacin de la exhortacin apostlica Christifideles laici. Dentro del ri-qusimo magisterio del Papa Wojtyla, la Christifideles laici ocupa un lugar destacado, con aportes muy significativos a la teologa y espiritualidad del laico. Los 25 aos transcurridos desde su promulgacin nos comienzan a ofrecer la perspectiva adecuada para evaluar, aunque con sencillez, sus alcances.

    Una mirada y un diagnstico

    Lo primero que cabra destacar es el ttulo de la exhortacin del Papa. ste ya nos indica una toma de posicin sobre el lugar de los laicos, quienes alguna vez fueron considerados como de

    9. Luis Fernando Figari, El laico y la Nueva Evangelizacin, Lima, FE 1986, pp. 2-3.

    La Christifideles laici

    ocupa un lugar destacado,

    con aportes muy

    significativos a la teologa

    y espiritualidad del laico.

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    Una mirada a la identidad y vocacin de los laicos a la luz de Christifideles laici

    segunda clase en la Iglesia. Christifideles, como todos los hijos e hijas de la Iglesia, pero calificados como laicos. Se trata de un detalle significativo que ver su explicitacin constantemente en el documento. Se vuelve as a la nocin universal de la unidad eclesial, al sentido de que todos los miembros de la Iglesia son fieles de Cristo Jess, y a la especificidad entre los christifideles de los que son laicos. El laico es, ante todo, un Christifideles, un fiel de Cristo, pues mediante la fe y los sacramentos de la iniciacin cristiana, ha sido configurado con Cristo, ha sido injertado como miembro vivo en la Iglesia10.

    La exhortacin apostlica comienza haciendo una sucinta revisin de los ltimos aos en cuanto a la vida laical se refiere. Destaca el Papa que la meta de la santidad y la participacin de los laicos se puede ver por un nuevo estilo de colaboracin entre sacerdotes, religiosos y fieles laicos; por una ms activa partici-pacin en la liturgia, por el anuncio de la Palabra de Dios y por la parte activa de numerosos laicos en la catequesis. Igualmente hay hoy mltiples servicios que son confiados a laicos. El deber y el derecho de evangelizar y de vivir una vida cristiana en for-ma asociada se expresa en el florecimiento de asociaciones y movimientos de espiritualidad y de compromiso de cariz laical. Destaca tambin la participacin de la mujer tanto en la vida de la Iglesia como en el desarrollo de la sociedad.

    Los aos transcurridos no han hecho sino confirmar una maduracin en la conciencia de lo que significa el laico, esas nuevas formas de participacin suya en la vida y misin ecle-siales, por lo que todos estos signos y muchos otros que han aparecido en el panorama tienen que ser motivo de una profunda esperanza para el Pueblo de Dios. Por mencionar slo un acontecimiento, cabe recordar los encuentros con los movi-mientos eclesiales y las nuevas comunidades en la Solemnidad de Pentecosts que impulsaron tanto Juan Pablo II (30/5/1998)

    10. Juan Pablo II, Christifideles laici, 3.

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    como Benedicto XVI (4/6/2006), y que incluso el Papa Francisco, en sus cortos meses de pontificado, ha ya replicado (19/5/2013). l mismo constata, por cierto, que ha crecido la conciencia de la identidad y la misin del laico en la Iglesia, y que hoy se cuenta con un numeroso laicado... con arraigado sentido de comunidad y una gran fidelidad en el compromiso de la caridad, la catequesis, la celebracin de la fe11.

    Como en todo, hay luces y sombras al contemplar el mundo en el que los laicos estn llamados a desempear su vocacin. La dilucin de la conciencia de lo que significa ser discpulo de Cristo y de la irrenunciable misin evangelizadora ha merecido la atencin de la Conferencia de Aparecida. Ciertamente en es-tos cinco lustros ha cambiado mucho el paisaje mundial, pero, salvando las distancias, el diagnstico ofrecido por Christifideles laici mantiene su vigencia, sobre todo en lo que nos dice acer-ca del secularismo y la difusin de la indiferencia religiosa, la exaltacin y los atentados contra la dignidad de la persona y la bsqueda de la paz en medio de un mundo signado por el conflicto12.

    Frente a este panorama en todo lo que tiene de positivo y de problemtico se alza el Seor Jess, ya sea como res-puesta plena13 a cada una de las dificultades y contradicciones causadas por las limitaciones humanas o el pecado, ya sea ma-nifestndole plenamente el hombre al propio hombre y des-cubrindole la sublimidad de su vocacin14, pues Jesucristo mismo es la noticia nueva y portadora de alegra que la Iglesia testifica y anuncia cada da a todos los hombres15.

    11. Francisco, Evangelii gaudium, 102. 12. Ver Juan Pablo II, Christifideles laici, 4-6. 13. All mismo, 7. 14. Gaudium et spes, 22. 15. Juan Pablo II, Christifideles laici, 7.

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    Una mirada a la identidad y vocacin de los laicos a la luz de Christifideles laici

    Identidad del laico

    Es precisamente el mismo Jesucristo el que nos da la clave para comprender la identidad del fiel laico. Como el ttulo del docu-mento ya lo indica, el laico como todo cristiano tiene en el Seor Jess la raz, el centro y la meta que define su ser. Con el lenguaje plsti-co de una de las parbolas bblicas que hacen de hilo conductor a la exhortacin, Juan Pablo II sealar que Jess es la vid verdadera, y los laicos, sus discpulos, los sarmientos de esa vid, a la que estn vitalmente unidos (ver Jn 15,1ss). La vid es, al mismo tiempo, smbolo y figura de la Iglesia. Por ello el Santo Padre in-siste en que slo dentro de la Iglesia como misterio de comunin se revela la identidad de los fieles laicos, su original dignidad. Y slo dentro de esta dignidad se pueden definir su vocacin y misin en la Iglesia y en el mundo16.

    Esta unin vital con el Seor Jess y la pertenencia a Su Iglesia nacen por medio del Bautismo, sacramento que nos hace, adems, hijos en el Hijo y templos del Espritu Santo. l constituye nuestra ms profunda fisonoma, la que est en la base de todas las vocaciones y del dinamismo de la vida cristiana de los fieles laicos17.

    Establecidas claramente estas premisas, podemos ahora pre-guntarnos: entonces, quin es el laico? Para responder a esta

    16. All mismo, 8. 17. All mismo, 9.

    El Vaticano II ha sido el primer Concilio Ecumnico

    de la historia que se ha ocupado explcitamente de los laicos.

  • Jos Ambrozic Velezmoro

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    interrogante la exhortacin apost-lica recurre al Concilio Vaticano II, el primer Concilio Ecumnico de la historia que se ocupa explcitamen-te de los laicos18. En la Constitucin Lumen gentium se nos da una primera delimitacin: Son los cristianos que estn incorporados a Cristo por el Bautismo, integrados al Pueblo de Dios y hechos partcipes, a su modo, de la funcin sacerdotal, proftica y real de Cristo19. Como hace notar el Beato Juan Pablo II, al dar una respuesta al interrogan-te quines son los fieles laicos, el Concilio, superando interpretacio-

    nes precedentes y prevalentemente negativas, se abri a una visin decididamente positiva, y la misma Christifideles laici ofrece tambin una descripcin positiva de la vocacin y de la misin de los fieles laicos20.

    Los laicos no son, pues, una vocacin de segunda clase, cristianos disminuidos o limitados que requieren un cuidado

    18. Ver el captulo IV de la Constitucin Lumen gentium, que lleva como ttulo justamente De laicis (nn. 30-38). Esta preocupacin de los padres conciliares por la identidad y la misin de los laicos, sin em-bargo, va ms all de esta seccin de la Constitucin dogmtica sobre la Iglesia, y en cierto sentido se encuentra en la raz de la mirada del Concilio mismo a la realidad. En la intencin de la Iglesia de dar una respuesta renovada a nuestro tiempo, los laicos ocupan un papel central. Es preciso mencionar asimismo el texto completo del decreto Apostolicam actuositatem, sobre el apostolado de los laicos.

    19. Lumen gentium, 31. 20. Juan Pablo II, Christifideles laici, 9.

    Los laicos no son, pues,

    una vocacin de segunda

    clase... La mirada positiva

    a la identidad laical

    supone su integracin

    total en la vida y misin

    de la Iglesia.

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    Una mirada a la identidad y vocacin de los laicos a la luz de Christifideles laici

    paternalista de la jerarqua. La mirada positiva a la identidad lai-cal supone su integracin total en la vida y misin de la Iglesia.

    Recogiendo unas palabras del Papa Po XII, Christifideles laici an insistir: Los fieles, y ms precisamente los laicos, se encuentran en la lnea ms avanzada de la vida de la Iglesia; por ellos la Iglesia es el principio vital de la sociedad humana. Por tanto ellos, ellos especialmente, deben tener conciencia, cada vez ms clara, no slo de pertenecer a la Iglesia, sino de ser la Iglesia21. Inmensa bendicin, y al mismo tiempo inmensa responsabilidad.

    La ndole secular

    El laico est en el siglo, en el mundo, su ndole es secular22. Al fiel laico le corresponde, pues, sumergirse en el mundo como la levadura en medio de la masa, para fermentarlo desde dentro y hacer que germine en l el Evangelio. Tarea suya ser entonces implicarse en todas y cada una de las ocupaciones y trabajos del mundo y en las condiciones ordinarias de la vida familiar y social23 para insuflarlos con el espritu evanglico. La condi-cin de fiel de Cristo debe marcar la presencia del laico en el mundo, con la conciencia de que l es un peregrino que con su vida y sus actos debe siempre anunciar el Evangelio de Cristo en las diversas dimensiones de la vida secular. De esta forma el mundo se convierte en el mbito y el medio de la vocacin cristiana de los fieles laicos, porque l mismo est destinado a dar gloria a Dios Padre en Cristo24. Es ciertamente todo un desafo, porque a la par de que han de vivir en el mundo y

    21. Po XII, Discurso a los nuevos Cardenales, 20/2/1946, cit. en Juan Pablo II, Christifideles laici, 9.

    22. Ver Lumen gentium, 31. 23. Lug. cit. 24. Juan Pablo II, Christifideles laici, 15.

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    desarrollar all su labor, no deben dejarse absorber por el mun-do, sino ser siempre una luz que irradie el Evangelio a todos, empezando por s mismos.

    Hay otra dimensin importante en el laico: la identidad de hombre de Iglesia en el corazn del mundo y de hombre del mundo en el corazn de la Iglesia25. De aqu se sigue tambin otra de las tareas propias que se deriva de su ndole secular: El estado de vida laical tiene en la ndole secular su especificidad y realiza un servicio eclesial testificando y volviendo a hacer presente, a su modo, a los sacerdotes, a los religiosos y a las religiosas, el significado que tienen las realidades terrenas y temporales en el designio salvfico de Dios26.

    Llamados a la santidad en el mundo

    En medio de la complejidad del mundo moderno y de los re-tos que supone para la vida cristiana y la misin de la Iglesia, el Concilio Vaticano II consider oportuno recordar de modo enftico la vocacin universal a la santidad27. Los laicos estn incluidos en esta meta que es la de todo fiel cristiano. La ndole secular propia de su estado no debe oscurecer que la dignidad de los fieles laicos se nos revela en plenitud cuando considera-mos esa primera y fundamental vocacin, que el Padre dirige a todos ellos en Jesucristo por medio del Espritu: la vocacin a la santidad28. Este camino puede sufrir y debilitarse si el laico no est atento a su identidad cristiana y no vive su vida como cristiano. El mundo y su construccin segn el Plan de Dios es una tarea, pero tambin es ocasin de muchas distraccio-

    25. Puebla, 786. 26. Juan Pablo II, Christifideles laici, 55. 27. Ver Lumen gentium, 39-40. 28. Juan Pablo II, Christifideles laici, 16.

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    Una mirada a la identidad y vocacin de los laicos a la luz de Christifideles laici

    nes y prdidas de ruta, como lo muestra fehacientemente el secularismo.

    Los laicos, precisa el Concilio, viven en el mundo (in saeculo), donde reciben y llevan a cabo el llamado a santificar ese mundo desde dentro, ocupndose de las realidades temporales y ordenndolas segn Dios29. En una dinmica de consagracin del mundo a Dios los fieles laicos, para que puedan responder a su vocacin, deben considerar las actividades de la vida co-tidiana como ocasin de unin con Dios y de cumplimiento de su voluntad, as como tambin de servicio a los dems hombres, llevndoles a la comunin con Dios en Cristo30.

    As, pues, las ocupaciones del mundo no deben entender-se como contrapuestas al llamado a la santidad de los laicos, sino como parte del camino especfico a travs del cual estn llamados a alcanzarla y vivirla. La vocacin a la santidad en la vida laical no se da a pesar de su ndole secular o como una excepcin a su insercin en el mundo, sino precisamente en medio de las realidades temporales.

    Retos para la recta comprensin de la identidad laical

    El desafo para lograr que la esplndida teora sobre el laica-do expresada por el Concilio llegue a ser una autntica praxis eclesial31 no ha sido fcil.

    El Papa Francisco manifiesta su preocupacin por el pa-pel del laicado en la misin de la Iglesia en el discurso dado al Comit de Coordinacin del CELAM, especialmente en el examen de conciencia en que se pregunta: Hacemos par-tcipes de la Misin a los fieles laicos? Ofrecemos la Palabra de Dios y los Sacramentos con la clara conciencia y conviccin

    29. Ver, por ejemplo, Apostolicam actuositatem, 4. 30. Juan Pablo II, Christifideles laici, 17. 31. All mismo, 2.

  • Jos Ambrozic Velezmoro

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    de que el Espritu se manifiesta en ellos?32. Seala entre otros riesgos el del clericalismo como una tentacin muy actual en Latinoamrica, y que en la mayora de los casos, se trata de una complicidad pecadora: el cura clericaliza y el laico le pide por favor que lo clericalice, porque en el fondo le resulta ms cmodo. El fenmeno del clericalismo explica, en gran parte, la falta de adultez y de cristiana libertad en parte del laicado latinoamericano33.

    Qu es este clericalizar? Pues que se impone al laico prcticas propias de los cl-rigos, ejercicios espirituales propios de la clereca, acti-vidades y devociones que, siendo supererogatorias para el laico, son presentadas por algunos miembros del clero como obligatorias o tan convenientes que aparecen como impera-tivas para ellos. As pues, se debe sealar como terriblemente errnea la tendencia a clericalizar o religiosar la accin y la espiritualidad del laico, con grave perjuicio para la comunidad eclesial toda, hasta el punto segn sealan los Lineamenta para el Snodo de 1987 que compromete su credibilidad y, an ms, amortigua su eficacia pastoral34. En relacin al tema de la clericalizacin, cabe sealar tambin el monopo-lio clerical de ciertas responsabilidades que de suyo no exigen

    32. Francisco, Discurso en el encuentro con el Comit de Coordinacin del CELAM, Ro de Janeiro, 28/7/2013

    33. Lug. cit. 34. Luis Fernando Figari, ob. cit., p. 14.

    El Papa Juan Pablo II, en la estela del Concilio, es uno de los que ms ha ayudado

    con su magisterio en la profundizacin de la identidad y misin de los laicos.

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    Una mirada a la identidad y vocacin de los laicos a la luz de Christifideles laici

    el estado clerical ni la profesin religiosa, y que suelen ser sistemticamente ocupadas por quienes pertenecen a aquellos estamentos, excluyndose a los laicos35.

    El primer problema parece ser, pues, el de la identidad y la conciencia de la misma. A ste se sumarn, por un lado, la falta de responsabilidad de muchos laicos para con su misin y vida cristiana propia en el seno de la Iglesia y, por otro, la avidez de un cierto clero que quiere extender su dominio sobre reas propias de la vida del laico. La laicizacin de ciertos clrigos vendra a ser, en este sentido, la otra cara de la moneda.

    Una visin positiva

    Una valiosa contribucin para la superacin de esta problemti-ca es la inteleccin de la Iglesia como comunin. La comunin eclesial es, por tanto, un don; un gran don del Espritu Santo, que los fieles laicos estn llamados a acoger con gratitud y, al mismo tiempo, a vivir con profundo sentido de responsabilidad. El modo concreto de actuarlo es a travs de la participacin en la vida y misin de la Iglesia, a cuyo servicio los fieles laicos contribuyen con sus diversas y complementarias funciones y carismas36. Hay una corresponsabilidad y una complementa-riedad del clero y del laicado en la vida y misin de la Iglesia, cada cual desde sus propias caractersticas.

    Cabe recordar que el apostolado es una tarea de todos los cristianos, clero y laicado. Hoy, sin embargo, la conciencia de esta tarea est muy debilitada en gran parte del laicado. Por ello Christifideles laici recuerda que los fieles laicos son llamados personalmente por el Seor, de quien reciben una misin en fa-vor de la Iglesia y del mundo37, de donde se sigue, en palabras

    35. All mismo, p. 13. 36. Juan Pablo II, Christifideles laici, 20. 37. All mismo, 2.

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    de Lumen gentium, que incumbe a todos los laicos la preclara empresa de colaborar para que el divino designio de salvacin alcance ms y ms a todos los hombres de todos los tiempos y en todas las partes de la tierra38. A pesar de las exhortaciones claras del Concilio y de los Santos Padres, hay muchsimo ca-mino por recorrer en la dimensin misionera del laico, en su conciencia de ser evangelizador abierto a ser continuamente evangelizado. Pero, tambin hay que decirlo, no pocas veces miembros del clero contribuyen a que esta dimensin no crezca y hasta atrofian iniciativas evangelizadoras de los laicos. Quede destacado que el derecho y deber evangelizador deriva del Bautismo, en cuanto sacramento que llama a todos los fieles laicos a participar activamente en la comunin y misin de la Iglesia39.

    Restauracin del orden temporal

    Como hemos anotado, al laico le corresponde de manera propia la animacin cristiana del orden temporal40. Lo sintetiza con mucha claridad Apostolicam actuositatem: Todo lo que constituye el orden temporal, a saber, los bienes de la vida y de la familia, la cultura, la economa, las artes y profesiones, las instituciones de la comunidad poltica, las relaciones interna-cionales, y otras cosas semejantes, y su evolucin y progreso... tienen un valor propio, que Dios les ha dado, considerados en s mismos, o como partes del orden temporal... Es preciso, con todo, que los laicos tomen como obligacin suya la restauracin del orden temporal... de forma que, observando ntegramente sus propias leyes, est conforme con los ltimos principios de la

    38. Lumen gentium, 33. 39. Juan Pablo II, Christifideles laici, 29. 40. All mismo, 36.

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    Una mirada a la identidad y vocacin de los laicos a la luz de Christifideles laici

    vida cristiana41. Ha de quedar claro que los fieles laicos deben promover una labor educativa capilar, destinada a derrotar la imperante cultura del egosmo, del odio, de la venganza y de la enemistad, y a desarrollar a todos los niveles la cultura de la solidaridad42.

    La hora de los laicos?

    Siempre ha sido la hora de los laicos. No slo porque son la mayora de los cristianos, y sin ellos no se realiza la misin de la Iglesia ni el designio divino de salvacin, sino porque sin los lai-cos no es posible ni transformar el mundo ni instaurarlo todo en Cristo. Es ms fcil ver obras que corazones, pero el Reino crece no en las obras sino en los corazones; en cada corazn que se convierte. Para que el Reino de Dios llegue a hacer discpulos a todos los pueblos se necesita la activa y entusiasta participacin de los laicos.

    Problemas urgentes como la pobreza, el hambre, la en-fermedad, la falta de educacin e inclusin, los ataques a la vida, el matrimonio y la familia, la existencia de ambientes y disciplinas acadmicas totalmente sustradas a la luz de la fe y la carencia de una recta antropologa reclaman la iluminacin y energa de la Iglesia que debiera venir sobre todo por la accin de los laicos. El proceso de globalizacin ha facilitado la co-municacin entre pueblos lejanos, pero tambin ha acentuado situaciones de secularizacin, individualismo e indiferencia por las que muchas personas viven alienacin, soledad, sinsentido, sufrimiento y falta de Dios. Es urgente y necesaria la presencia de laicos comprometidos, y de comunidades de laicos que en su vida y cultura den testimonio de la fe que ilumina y el amor que reconcilia. Los nuevos movimientos y comunidades

    41. Apostolicam actuositatem, 7. 42. Juan Pablo II, Christifideles laici, 42.

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    eclesiales suscitados por el Espritu Santo43, as como la libertad laical a travs de experiencias de pueblo... que se expresa fundamentalmente en la piedad popular44 son signos esperanzadores de esta respuesta.

    Juan Pablo II es enftico: El fruto ms valioso deseado... es la acogida por parte de los fieles laicos del llamamiento de Cristo a trabajar en su via, a tomar parte activa, consciente y responsable en la mi-sin de la Iglesia en esta magnfica y dramtica hora de la historia Nuevas situaciones, tanto eclesiales como sociales, econmicas, polti-cas y culturales, reclaman hoy, con fuerza muy particular, la accin de los fieles laicos. Si el no comprometerse ha sido siempre algo inaceptable, el tiempo presente lo hace an ms culpable. A nadie le es lcito permanecer ocioso45.

    Para que esta hora del laico no sea slo un eslogan, es necesario el concurso de todos, que en espritu reconciliado y haciendo concreta la comunin eclesial contribuyan a que los laicos tomen conciencia de su identidad como discpulos de

    43. Ver Aparecida, 214. 44. Francisco, Discurso en el encuentro con el Comit de Coordinacin

    del CELAM, Ro de Janeiro, 28/7/2013. 45. Juan Pablo II, Christifideles laici, 3. Ms adelante aade: Cada dis-

    cpulo es llamado en primera persona; ningn discpulo puede esca-motear su propia respuesta: Ay de m si no predicara el Evangelio! (1Cor 9, 16) (n. 33), y aun insiste: La accin de los fieles laicos... se revela hoy cada vez ms necesaria y valiosa (n. 35).

    Dentro del riqusimo

    magisterio del Papa

    Wojtyla, la Christifideles

    laici ocupa un lugar

    destacado, con aportes

    muy significativos a la

    teologa y espiritualidad

    del laico.

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    Una mirada a la identidad y vocacin de los laicos a la luz de Christifideles laici

    Cristo, asuman una vida cristiana vigorosa y contribuyan a la evangelizacin de todos, empezando por los ms cercanos, as como a la transformacin de la sociedad y el mundo para que se ajusten ms al Plan de Dios.

    Jos Ambrozic Velezmoro, laico peruano, es integrante del Sodalicio de Vida Cristiana.

    Es actualmente Presidente de Creatio y miembro del Consejo Editorial de la revista Vida y Espiritualidad.

  • 51setiembre-diciembre de 2013, ao 29, n. 86

    EntrEvista

    La misin de los laicos en la construccin

    de la civilizacin del amor

    Entrevista a Jonathan Reyes Director ejecutivo del Departamento de Justicia, Paz y Desarrollo

    Humano de la Conferencia de Obispos Catlicos de los Estados Unidos

    Alfredo Garland

    En su reciente exhortacin apostlica Evangelii gaudium el Papa Francisco ha renovado la invitacin a todos los bautizados a que salgan al encuentro del prjimo en un anuncio alegre y comprometido del Evangelio. Como ha resaltado el Santo Padre en este documento y en otras intervenciones a lo largo de los primeros meses de su pontificado, los laicos tienen un papel fundamental en la tarea apostlica. Junto a su llamado a una ma-yor participacin en la evangelizacin, Francisco ha destacado tambin la urgencia de un compromiso profundo y decidido con los ms necesitados. Sobre estos y otros temas tuvimos ocasin de dialogar con el norteamericano Jonathan Reyes, quien nos ofrece sus sugerentes reflexiones desde la perspectiva de un laico. Casado y padre de familia, Reyes ha sido durante muchos

  • Jonathan Reyes

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    aos Director de las Caridades Catlicas de la Arquidicesis de Denver, y actualmente se desempea como Director ejecutivo del Departamento de Justicia, Paz y Desarrollo Humano de la Conferencia de Obispos Catlicos de los Estados Unidos.

    En el ao 2012 usted fue nombrado Director ejecutivo del Departamento de Justicia, Paz y Desarrollo Humano de la Conferencia de Obispos Catlicos de los Estados Unidos. Entre sus tareas se encuentra promover la enseanza social catlica y generar oportunidades para vivir de modo concreto el llamado a amar a Dios y al prjimo que brota del Bautismo. Qu nos podra contar de su trabajo?

    Efectivamente, como has sealado, mi labor en la Conferencia Episcopal incluye la promocin de la enseanza social catlica, as como alentar modos concretos en que las personas puedan vivir su llamado a servir a quienes viven en las periferias y avan-zar de esta manera hacia un cambio social. Estamos tambin involucrados en los esfuerzos polticos en los Estados Unidos, as que trabajamos para alentar a miembros del gobierno a que desarrollen y apoyen polticas que ayuden a los ms necesitados y abran oportunidades para que las personas salgan de la po-breza. Procuramos asimismo financiar directamente a quienes se encuentran en los lugares marginales de los Estados Unidos, sea en las fronteras, en las ciudades del interior o en las zonas de gran pobreza rural.

    He sido testigo de testimonios impresionantes acerca del impacto que una comunidad puede tener en su propio desarro-llo. Que las comunidades se unan para solucionar sus proble-mas manifiesta dos de los temas de la enseanza social catlica: la solidaridad y la subsidiariedad. En la retrica poltica de los Estados Unidos con frecuencia se contrapone estos dos temas, pero cuando uno visita esas comunidades puede observar lo plenamente integrados que estn. Las personas se unen como comunidad, y actan con iniciativa propia. Creo que el mejor

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    La misin de los laicos en la construccin de la civilizacin del amor

    argumento acerca de la verdad de la enseanza social catlica es el xito de estos esfuerzos basados en la comunidad.

    La enseanza social catlica es fundamental en la transformacin del mundo en miras a la construccin de la civilizacin del amor. Pero, cmo difundirla y vivirla mejor?

    La clave en la difusin de la enseanza social de la Iglesia es doble: En primer lugar, debemos asegurarnos de que tenga un lugar seguro en nuestras instituciones de enseanza, de que estemos continuando con la gran obra de reflexin y ensean-za de la tradicin; y, en segundo lugar, que se est viviendo concretamente en lugares particulares. Cuando ambas cosas se unen, nos dan una gran oportunidad para manifestar el impac-to de la visin social catlica. A veces puede suceder que las instituciones que reflexionan sobre la profundidad y riqueza de la enseanza terminan un tanto alejadas de las realidades concretas que caracterizan a las multiformes comunidades en este pas. Pero la reflexin se ve reforzada con la experiencia, y podemos hacer la vida mejor cuando comprendemos con mayor claridad la enseanza. Quizs otro modo de decirlo es que debemos procurar que lo intelectual y lo prctico vayan de la mano.

    Muchos laicos en verdad no

    saben que estn llamados a ser

    evangelizadores, y se sienten

    poco preparados para ello.

  • Jonathan Reyes

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    Con esto se logran muchos frutos. En primer lugar, da lugar a una mejor enseanza y a mejores comunidades. En segun-do lugar, permite un mejor testimonio al mundo acerca de la belleza de la reflexin social de la Iglesia y de la fuerza del Evangelio. La historia de una comunidad transformada, atrada desde las periferias, es uno de los mejores testimonios del amor de Dios en nuestra sociedad. En tercer lugar, en la medida en que estos ejemplos se multiplican, la sociedad se va transformando poco a poco, de modo ms amplio, en una en la que lo poltico y lo econmico son informados y mol-deados por las verdades fundamentales del Evangelio, como la dignidad inherente de la persona humana, la gratuidad, como el Papa Benedicto XVI la llam, y una genuina compren-sin del bien comn y su bsqueda. Por cierto, hay muchos ejemplos de comunidades marginadas que viven de acuerdo a la enseanza social catlica, y es necesario realzarlas y ha-cerlas ms visibles. Actualmente el dilogo poltico nacional se enfoca con frecuencia, como debe ser, sobre las grandes interrogantes nacionales, pero podra mejorar y profundizarse si damos atencin a las expresiones locales de transformacin social, econmica y cultural exitosa basadas en la inherente dignidad de la persona humana y en una comprensin real del bien comn.

    En mi opinin, en el corazn de la enseanza del Papa Francisco sobre estos asuntos est la idea del encuentro. No es una palabra que se utilice mucho en ingls; encontrarse con alguien suele entenderse como una reunin casual, sin mucha importancia en trminos profundos. En castellano, en cambio, la palabra encierra un sentido ms hondo, de verdadero inter-cambio entre dos personas, en el que un corazn habla a otro corazn, donde se afirma la plena dignidad y valor de la otra persona. La enseanza social catlica va ms all de la lgica del intercambio o de transacciones polticas meramente ins-trumentales. Requiere una reunin genuina con el otro. Una vez que verdaderamente vemos al otro, somos capaces de ver

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    La misin de los laicos en la construccin de la civilizacin del amor

    su dignidad y, en ltima instancia, que es Cristo mismo, como nos lo ensea Mateo 25. Eso cambia todo.

    El Papa Francisco es el Papa del encuentro, y podemos ver la diferencia que est haciendo. Se me vienen a la memoria muchas imgenes suyas tocando a una persona o hablando per-sonalmente con alguien y la fuerza que tienen esas imgenes para todo el mundo. Ciertamente sa es la fuerza de una Madre Teresa o de un San Francisco tambin. No es nuevo para l. Pero en un mundo en el que muchas de nuestras interacciones de unos con otros son instrumentalizadas o institucionalizadas, tener un encuentro real con una persona completamente dis-tinta a nosotros es un testimonio claro y fuerte de que el amor de Cristo es poderoso y transformador. Recuerdo las siguientes palabras del Papa Benedicto XVI: Esta fraternidad, podrn lograrla alguna vez los hombres por s solos? La sociedad cada vez ms globalizada nos hace ms cercanos, pero no ms her-manos. La razn, por s sola, es capaz de aceptar la igualdad entre los hombres y de establecer una convivencia cvica entre ellos, pero no consigue fundar la hermandad.

    Hay muchas cosas que podemos hacer para promover la enseanza de la Iglesia y de ese modo ir construyendo la ci-vilizacin del amor. Entre ellas estn las obras de caridad, los cambios polticos y econmicos, as como una reflexin profun-da en los ms altos niveles intelectuales. Pero en el corazn de todo ello est el autntico encuentro. Es se el punto de partida y el punto de llegada, porque l se enfoca en el valor infinito de la persona humana.

    Tanto en su labor previa en la Arquidicesis de Denver, como en su servicio actual, usted ha estado muy comprometido en la evangelizacin. El Papa Francisco acaba de sealar en la Evangelii gaudium que ha crecido la conciencia de la identidad y la misin del laico en la Iglesia, pero tambin que muchos laicos sienten el temor de que alguien los invite a realizar alguna tarea apostlica. Cmo ve usted el panorama

  • Jonathan Reyes

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    del compromiso de los laicos en la evangelizacin, sobre todo a partir del llamado que ha hecho el Concilio Vaticano II a fin de que participen de una forma ms activa?

    Creo que tiene un significado enorme el que buena parte de la reciente exhortacin apostlica del Papa Francisco est dedicada a la evangelizacin. Muchos co-mentarista