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  • 8/10/2019 Revista El Correo. UNESCO 1954.pdf

    1/36

    Hc.Si .i..S

    UNESCO

    UNA

    VENTANA

    ABIERTA HACIA EL

    MUNDO

    N 10

    1954

    Ao Vil

    Precio: 3

    f

    Francia

    7

    pence

    G .

    B .

    centavos EE.UU.

    o su equivalente en

    moneda nacional.

    JAULAS

    P R HOMBRES

    os

    derechos humanos de los presos

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    El

    Correo

    Nmero

    10 -

    1954

    AO

    Vil

    SUMARIO

    PAG I N AS

    3

    EDITORIAL

    Los

    Derechos Humanos

    y el

    Infractor

    de la

    Ley.

    5 LA RED DE LA

    JUSTICIA

    Proteccin

    de

    las

    garantas

    individuales

    Po r Reginald Hemeleers

    9

    JAU LAS PAR A H O M BR ES

    No slo un habeas corpus sino

    un

    habeas

    animam

    P or Carlo Levi.

    I

    I

    HISTORIA

    D E LAS PRISIONES

    De

    la

    m a z m o rr a s u b te r r n e a

    a la

    P r is i n M o d e lo

    P or

    Ronald

    Fenton .

    12

    SIETE

    APOSTLES

    D E

    LA

    REFORMA PENAL

    20 REFLEXIONES CANDIDAS

    Sobre el derecho

    a

    la vida

    y

    la pena

    de

    muerte

    Por Georges Fradier.

    22 EL NIO CULPABLE ...

    A quien no

    supieron

    amar sus padres

    Po r J. R. Rees.

    25 BRECOURT

    Donde la puerta

    est siempre abierta

    Por G.

    Sinoir y D. Behrman.

    30 FRANCISCA, LA NIA DELINCUENTE

    Una tragedia que p ud o se r evitada

    P or S ir

    Cyril

    Burt.

    33

    LATITUDES

    Y LONGITUDES

    Noticias sobre educac in , c iencia y cultura.

    34 NUESTROS LECTORES NOS ESCRIBEN

    R edacc in y

    Administracin

    Unesco, 1 9 A v enue K lbe r, Paris, I 6, Francia.

    Director

    y Jefe

    de

    Redaccin

    Sandy Koffler

    Redactores

    Espaol

    : Jorge

    Carrera Andrade

    Francs

    :

    Alexandre Levantis

    Ingls : Rona ld Fenton

    Composicin grf ica

    Robert

    Jacquemin

    Los

    artculos publicados en el

    Correo

    pueden str

    reproducidos

    siempre que

    se mencione

    su

    origen de la siguiente manera

    :

    D el

    CORREO

    de l a Unesco** .

    Al

    reproducir los artculos f irmados deber hacerse constar el n om b re d el

    autor.

    Las

    colaboraciones no solicitadas no serin devueltas

    si

    n o v an acompaadas de

    un bono

    internacional

    p o r v a lo r de l porte de correos.

    Los art culos f i rmados expresan l a opinin

    de sus

    a ut or es y no representan

    forzosamente

    el

    punto

    de

    vista

    de la

    U ne sc o o

    de

    l os Ed ito res

    de l

    CORREO.

    Tarifa de

    suscripcin

    anual d el C OR RE O : 6 chel ines - S 1,50 30 0 francos

    franceses.

    M. C 54 . I, 82 , F.

    El Correo. N-

    10 .

    1954

    DICIEMBRE 10 (1954)

    DA DE LOS DERECHOS HUMANOS

    Parece parad ji co hablar de derechos humanos

    en relacin

    con

    hombres

    que han sido

    despo

    jados legalmentc

    de

    uno

    de los

    derechos

    ms

    fundamentales

    : la libertad.

    Pero, durante siglos,

    escritores y pensadores, hombres

    y

    mu|ercs

    animados

    de Ideas

    humanitarias,

    han

    luchado

    para

    que

    el preso

    pueda conservar al menos

    el derecho a se r tratado c om o un s er h um a no .

    O o lia

    llamado al crimen

    monstruo

    ele nmrlias cabezas, provisto

    de tentculos que alcanzan m uy le jos

    y

    hacen presa en toda clase

    de personas. Entre los innumerables problemas quo

    confronta la

    sociedad,

    en

    los

    t iempos

    modernos,

    p ro ba ble men te , b ay

    muy

    pocos

    que causen mayor impres in en el pblico

    qu e el problema

    referente

    a l

    criminal.

    El c rime n

    es

    un

    problema

    mundial

    dotado

    de una complejidad

    tremenda. No slo i nte resa d irectamente a la polica, al abogado

    y

    al juez,

    juntamente co n el

    hombro de

    la

    calle que tiene conoci

    miento

    de los

    hechos

    po r

    la lectura do

    su peridico, sino tambin

    al

    psiclogo,

    al psiquiatra

    y

    al funcionario

    de

    la

    asistencia

    social.

    A pesar

    de esto,

    sin embargo , muchos de nosotros

    no s

    hallamos

    inclinados a olvidar quo el

    crimen

    afecta

    igualmente al hombre

    que

    ha violado

    la

    ley y que ha s ido separado

    do la

    sociedad.

    No

    nos

    damos

    cuenta

    de

    ello,

    tal

    vez; pero

    el

    hecho exacto

    es

    que

    98 % de las personas condenadas

    a

    prisin regresan

    f inalmente

    a

    su c omu nida d y a la

    sociedad.

    Un a

    persona

    qu e ha infringido

    las

    normas legales o

    lia come

    tido un crimen

    tiene

    los

    mis inos sen timien tos , las

    mismas emo

    ciones

    y a mbic io ne s

    qu e

    los otros

    seres

    h uma no s. L a falta

    en qu e

    ha

    incurrido es

    acaso

    el resultado de u na p as i n

    ciega

    o de un a

    vida

    llena de

    puntos

    de

    vista

    equivocados,

    fuera de la

    va

    de l

    cumplimiento de aquello que el resto de la humanidad

    considera

    ju sto y normal, l 'ero el

    s lo hecho

    de

    que un

    hombre

    ha transgre

    d id o la

    ley y

    ha s ido encarcelado no extingue sus

    deseos y

    ambi

    ciones

    o

    le

    transforma

    en un ser m enos humano,

    aunque

    todos

    nosotros

    condenemos

    su

    acto.

    Desde la poca

    m s

    remota de la

    historia,

    los miembros de los

    grupos tribales tenan que obedecer ciertas leyes del tab. Cual

    quier

    infraccin

    de l tab era

    castigada automticamente,

    mu

    chas veces con

    la

    muer te. La sociedad

    primit iva

    no

    se

    preocu

    paba de l motivo

    po r el

    cual el criminal haba ejecutado su acto.

    nicamente

    se

    interesaba

    en

    castigar

    al

    culpable

    con

    el

    fin de

    dar

    satisfaccin a

    la

    tribu.

    En

    la actualidad lo

    admitamos

    o

    no la

    sociedad castiga

    todava por am or

    de l castigo

    en si

    mismo. La

    mayora de

    nuestras

    prisiones

    son an

    siniestras

    jaulas

    para

    hombres, circundadas de altas murallas

    inaccesibles,

    guardadas por

    centinelas

    armados y erizadas de medios defen

    sivos. Y, aunque se ha n hecho muchos progresos en los ltimos

    aos

    en

    lo que se refiere a la reforma de las

    prisiones,

    el pblico

    cree todava qu e

    encerrar a

    u n h om b re

    es suficiente

    para

    volverle,

    se ns ato y hacerle

    desear

    ser un

    individuo

    mejor. Empero, ordi

    nariamente sucede

    lo contrario. La

    mayor

    parte de los

    hombres

    salen de

    esos lugares de condenacin

    con un estado de

    nimo

    peor

    que

    el

    que

    tenan

    cuando entraron, colmados

    de amargura

    y an

    de odio contra

    la sociedad

    que

    los

    despoj de su libertad

    s in dar les un a oportunidad para mejorar su condicin.

    Desde

    l fl .' .S, las

    Naciones

    U nid as lia n a su mid o como si dijra

    m os

    la

    direccin

    de la s actividades

    internacionales referentes a

    la

    prevencin

    de l

    crimen y al

    tratamiento de los

    delincuentes,

    jvenes

    o

    adultos.

    Han

    continuado

    el

    trabajo

    realizado

    anterior

    mente por

    la

    Comisin Penal

    y

    Penitenciaria

    Internacional

    y

    han

    auspiciado reuniones per id icas de grupos regionales para reexa

    minar y fijar

    las formas prc ti cas

    de prevencin

    del

    crimen y

    tratamiento de los delicuentes. Se ha sea lado

    el

    ao de

    19. 3

    para

    la

    celebracin

    de

    un

    congreso

    mundial

    sobre esta materia.

    Desde

    1950,

    la Unesco ha dado su ayuda financiera a la Soc ie

    da d Internacional de Criminologa qu e

    agrupa

    c inco asoc iac iones

    internacionales dedicadas a l estudio cientfico de la conducta cri

    minal, y

    el

    ao pasado contribuy a sufragar los

    gastos

    de l Se

    gundo

    Curso

    Internacional Criminolgico que se

    llev

    a cabo en la

    Casa de la Unesco.

    Co n

    motivo

    de l

    sexto aniversario de la

    adopcin

    po r

    las

    Nacio

    nes

    Unidas de la Declaracin

    Universal

    de Derechos

    Humanos

    cuya fecha magna es

    el

    10 de

    diciembre

    El Correo de la U ne sc o

    dedica este

    nmero

    a

    la

    idea de qu e los presos son

    hombres,

    de

    que la persona que infringe

    la

    ley

    es

    un ser humano que tiene

    el

    derecho de ser tratado

    como

    tal, de

    que los

    presos

    deben

    se r

    devueltos

    a

    l a soc iedad

    co n

    una

    actitud

    menial

    mejor

    qu e

    la que

    tenan al entrar

    en

    la prisin

    y

    que

    se

    debe ensearles

    la dignitad

    de l

    trabajo

    y

    darles la oportunidad de adquirir

    nuevos

    conoci

    mien tos med ian te

    los

    cuales

    puedan

    vivir

    decentemente

    y volver

    a

    ser ciudadanos honorables.

  • 8/10/2019 Revista El Correo. UNESCO 1954.pdf

    4/36

    El

    respeto

    de las minoras y de las

    tradiciones

    locales

    impera

    en el

    Marruecos francs, en donde

    la

    jurisdiccin comprende

    varias

    cate

    goras

    de tribunales. Los tribunales

    cornicos

    y

    rablnicos

    tratan para

    los rabes po r una

    parte

    y los israe

    litas

    marroques

    po r

    otra de

    cuest iones re ligiosas y familiares

    como el

    matr imonio,

    la sucesin,

    la

    f i l iacin,

    etc. Los tribunales de l

    Pacha juzgan los delitos merece

    dores

    de una pena

    inferior a

    dos

    aos de prisin,

    mientras

    que los

    delitos ms graves son

    de

    la juris

    diccin

    de

    los

    tribunales

    de l

    Cherif.

    Finalmente, los

    tribunales franceses

    se

    ocupan de los

    casos

    en que una

    de

    las partes,

    po r

    lo menos, es

    francesa.

    Las

    fotografas

    de esta

    pgina muestran : arriba, un juez

    de l t r ibunal de l

    Pacha,

    un acusado

    y

    un

    abogado; abajo,

    un

    tribunal

    rablnico y

    un

    tribunal francs.

    (Fotos Copyright Paul

    Almosy.)

  • 8/10/2019 Revista El Correo. UNESCO 1954.pdf

    5/36

    El Correo. N ''

    10.

    1954

    LA RED

    DE

    IA

    JUSTICIA

    jDeja pasar

    al

    inocente

    y

    retiene

    al culpable

    por Reginald Hemeleers

    EL paci f ico

    ciu

    dadano,

    cuya

    conciencia

    es .

    irre pro ch ab le , n o

    h uy e cu an do

    se

    le

    acerca un

    agente de

    polica.

    M as

    bien,

    p or el contrario, esa

    presencia ,

    refuerza

    su

    seguridad,

    pues

    se siente protegido

    contra los

    peligros

    qu e

    pueden

    amena

    zarle y

    contra las

    Injusticias de

    las

    qu e

    p ue de se r vct ima.

    La funcin de la

    polica

    y de toda la

    estructura

    policial

    es

    af ianzar

    la seguridad

    del

    c iudadano. El pol ica no es un enemigo

    de la

    libertad

    sino su garante . Adems ,

    im pide a l m al

    c iu da da no la

    alterac in

    de l

    o rd e n p b lic o.

    Establecidas

    estas

    premisas admi t idas

    por

    todo el m u n d o podemos

    preguntarnos

    la razn por

    la cual

    h a n lu ch ad o

    los

    hom

    bres, e n

    el

    curso de la historia, contra los

    excesos de l p od er,

    y el

    motivo qu e hace

    considerar como la

    peor

    crt ica c on tra u n

    rgimen

    polt ico

    el

    calif icarlo de rgimen

    policaco.

    La

    razn es qu e si las instituciones no

    se hallan

    sl idamente establecidas

    y, so bre

    todo,

    si la s c o st um b re s caen

    en decadencia,

    la

    polica

    se

    convierte

    rpidamente en la

    m a y o r amenaza

    contra

    la

    libertad indiv i

    dual,

    de

    cuya proteccin

    est

    encargada.

    La

    polica en si misma es

    nicamente

    una

    fu erz a. S i esta fuerza

    se entrega

    s in con

    trol

    a un poder arbi trar io, puede volverse el

    instrumento cieg o d e tod os lo s excesos y

    to da s la s

    ignominias.

    Mas, es verdad qu e

    todos

    lo s

    regmenes autori tarios

    no

    han sido

    inhumanos. E l

    despot ismo pued e se r Ilus

    t rado.

    Acaso no

    dice

    Platn en e u Re p

    blica

    que

    Jos

    pueblos

    sern

    felices

    cuando

    los r eye s se an

    fi lsofos

    y los fi lsofos, reyes?

    Maquiavelo, Rousseau

    y

    muchos otros han

    meditado

    sobre

    el problema

    eterno

    de l

    buen tirano.

    Pero

    es

    una de

    la s

    caractersticas

    de

    la

    II D r. R e gi na ld H emel eers f u an te ri o rmen te abogado

    de

    la

    Corte de Apelacin

    de

    Bruselas.

    Fundador y

    editor de la Revue

    nouvelle

    y a n ti gu o d ir ec t or de l

    semanario belga La Relve, es igualmente

    autor de

    publicaciones sobre cuestiones

    jurdicos.

    Desde

    1953

    viene

    desempeando las funciones de Jefe de lo

    Divisin

    de P re ns a d e la

    Unesco.

    naturaleza

    de l

    h om bre n o q ue re r c on fia rs e

    a l azar

    y

    exigir

    garantas

    y d ere ch os E n

    muchos

    pases,

    los hombres han luchado, a

    travs

    de

    los

    siglos,

    p ara o bte ne r

    de l po

    d er la s

    garant as de la libertad individual.

    Habra qu e

    evocar aqu la

    historia de la s

    luchas que, en

    G ran B r et a a , c o nd u je ro n

    l a p r oc la m a c i n

    del

    Acta

    de

    Habeas

    Cor

    pus, votada durante el reinado de Carlos

    II,

    el 26 de

    mayo

    de 1C79, y qu e contiene

    ya

    en

    su raz las pr inc ipa les garan t as de

    la l ibe rtad ind iv idua l, af i rmadas despus

    en

    la m a yo r parte de las Const i tuciones mo

    dernas.

    La tom a de

    la

    Bastilla, en Pars qu e

    im pone un giro distinto

    a

    la historia

    de l

    Occidente no s ig n if ic a o tr a

    casa

    qu e

    la

    protesta

    p o pu la r c o nt ra

    el

    rgimen

    de

    la s

    detenciones

    arbitrarias mediante las

    fa

    mosas

    cartas selladas.

    Cuales

    so n

    en

    la

    actual idad la s garan

    tas

    de

    la

    l ibertad

    individual?

    Var an segn

    los pases.

    Se

    hal lan formuladas de manera

    diferente porque

    estn

    incorporadas en dis

    tintas

    estructuras Jurdicas,

    pero

    af i rman,

    genera lmente , idn ticos principios y se pre

    sentan e n to da s partes ba jo

    formas

    bastan

    te

    anlogas.

    Base legal de la

    condena

    EL pr imero

    de estos principios es

    qu e

    ninguna pena p ue de s er

    aplicada

    sino

    en vir tud de una ley. E l segundo prin

    cipio

    consiste en

    la separacin de

    los

    po

    deres qu e conduce

    a

    confiar

    la

    aplicacin

    de las penas a un a magistratura por

    completo

    independiente

    de l poder.

    E n la raz m i sm a del

    s is tema,

    tenemos

    pues un

    legis lador

    qu e describe

    antic ipada

    mente

    les actos

    prohibidos

    y las penas

    qu e

    podran

    aplicarse

    p a ra s an c io n ar esas

    pro

    hibiciones.

    La

    Declaracin Universal de

    Derechos

    H um an os, a do pta da p or la

    Asamblea

    Ge

    neral

    de la s

    Nac iones

    Unidas el 10 de

    D i

    ciembre de

    1948,

    d esp us de fo rmular

    el

    principio

    general

    de

    cue

    nadie

    podr

    se r

    arb i t rar iamente detenido,

    preso

    ni deste

    rrado, se

    detiene

    m u y p a rtic u la rm e n te

    sobre

    la

    necesidad

    de

    una

    base

    le ga l p ar a

    toda

    condena

    judicial.

    En

    efecto,

    explica en

    su

    Artculo

    11 , inciso

    2

    :

    Nadie s er c on de na do

    por

    actos

    u

    omisiones

    qu e

    en

    e l momento

    de co

    m ete rs e n o

    f ue ron de li ct ivos

    segn

    el

    Derecho

    nacional

    o Internacional. Tam-

  • 8/10/2019 Revista El Correo. UNESCO 1954.pdf

    6/36

    NO HAY JUSTICIA

    SIN

    INDEPENDENCIA DEL^

    DEL MAGISTRADO

    LA P OLIC A , A LO MO

    DE

    C AMELLO ,

    captura

    a un bandido

    sospechoso despus

    de

    una persecucin dramtica a travs del

    desierto de Siria (abajo). Arriba, el sospechoso

    es

    interrogado

    po r

    las autoridades de polica para establecer las inculpaciones formales

    (Copyright

    Paul

    Almasy).

    poco

    se

    impondr

    pena

    m s

    grave qu e

    la a plic ab le

    en

    el m o m e n t o de la

    co

    misin

    del del ito.

    Este

    texto

    af i rma, a l m is mo tie mp o, el

    principio de la no ret roact iv idad de la ley

    penal

    y

    e xig e q ue la base legal

    necesaria

    para la

    condena sea

    anter ior

    a

    la infrac

    cin.

    Esta es

    una garant a primordial , y su

    importancia es

    enorme.

    L a lis ta

    de las

    in

    fracciones claramente descritas y e l

    sea

    lam iento

    de la s

    penas

    so n e s ta b le c id o s an

    t ic ip a d am e n te y publ icados de manera qu e

    cada

    individuo pueda t en e r c on o ci m ie n to

    de

    ellos. Para inculpar

    a

    un ciudadano ya

    no

    ser posible inventar en

    el

    lt imo

    ins

    tante una

    infraccin imaginaria,

    como

    tan

    frecuentemente se hizo en el curso de la

    histor ia

    c o n tr a c ie rt as

    personas

    a

    quienes

    el

    poder

    quera hacer desaparecer.

    Enseguida salta a los ojos

    l a insufi c ienc ia

    de esta p rim e r a g a ra n t a

    la de la nece

    sidad

    de u n te xto

    legal

    si no est

    respal

    dada

    por una segunda,

    procedente de

    la

    persona

    encargada de apl icar la ley.

    Es menester

    qu e el

    juez, qu e

    deber

    pro

    nunciarse en

    definitiva

    sobre la existencia

    de

    la

    infraccin y qu e

    condenar

    llegado

    el caso,

    se a

    un

    hombre

    de

    conciencia,

    dotado de

    un a

    si tuacin

    slida

    qu e garan

    tice su independencia fr en te a l poder.

    E l s is tem a ing ls de la separacin

    de los

    poderes, ta n celebrado po r Montesquieu

    y

    luego

    imitado

    en

    tantos

    pases,

    asegura

    la

    independencia

    de l

    magis t rado,

    ya

    sea co n

    r es p ec to d e l

    poder e jec u ti vo ,

    ya

    sea

    de l

    le

    gis lat ivo.

    Es ta i nd e p en d e nc ia ,

    inscri ta ahora

    en la s leyes de c asi to do s lo s p as es del

    m u n d o ,

    exige de l

    magistrado un

    sent ido

    agudo

    de sus

    responsabilidades

    y una ele

    vada conciencia de

    su misin.

    Pues no ha

    bra

    n in g u na v e n ta ja en asegurar la inde

    pendencia

    de

    un

    juez serv i l o in teresado.

    E l

    Canci l ler d'Aguesseau ha pasado

    a

    la

    historia

    de Francia com o el ejemplo de l

    m ag is tr ado n teg ro -y

    c elo so d e su indepen

    dencia. En su famosa Instruccin

    a

    mis

    hijos ' en donde

    e xa lta la

    grandeza

    de

    su

    cargo no vacil en

    escr ibir

    esta mxi

    m a qu e permanece verdadera has ta nues

    tros das : E l magistrado

    qu e

    no

    es

    un

    hroe no

    es

    siquiera un hombre

    de

    bien.

    La

    libertad

    individual

    LOS D O S principios

    desarrollados

    ante

    riormente la

    legal idad

    de la pena

    y la

    independencia

    d e l m a g is tr ad o

    no

    so n

    prop iam en te garant as de la

    l ibertad

    individual sino

    tan

    slo

    dos de

    las

    condi

    ciones principales de

    una

    buena

    just ic ia.

    Estas condic iones p ro p or cio n an a l acusado

    l as m a yo re s posibi l idades

    para

    hacer valer

    sus d e re cho s . D e b en ,

    si n

    embargo, s er a a

    didas

    a otras

    condic iones qu e expondr des

    pus

    y

    qu e

    t ienden

    a evitar en lo posible

    qu e lo s

    inocentes

    se an co nd e na d os .

    Lo s

    do s

    principios

    descritos no resuelven

    el

    pro

    b lema

    de la libertad individual,

    pero estn

    vinculados tan estrechamente con l qu e er a

    necesario

    comenzar

    p o r e n u nc ia r lo s .

    E l problema de la l ibertad

    indiv idual se

    confunde prc t icamente co n

    el

    de

    la

    de

    tencin preventiva.

    Cuando un hombre ha cometido una in

    fraccin grave, como un

    asesinato, es

    evi

    dente qu e

    no se le p ue de

    dejar

    en

    l ibertad

    e n e sp era de l juicio.

    Se

    puede temer qu e

    trate

    de sustraerse a la justicia huyendo

    al

    ex t ran jero

    o e sc on di nd os e e n e l p as . A de

    ms, la s

    necesidades

    de

    la

    instruccin de l

    juicio

    exigen

    casi

    siempre,

    en

    un

    caso

    gra-.

    ve , qu e

    e l acusado

    se a puesto en segur idad,

    aunque

    fu ere nic am e nte p ara evitar qu e

    aproveche de su libertad

    destruyendo

    la s

    p ru eb as d e su c u lp a b ili da d . E l principio de

    la d ete n ci n p re ve n tiv a

    es a ce pta do u m

    versalmente.

    No

    se

    encuentra e n o p os ic i n

    co n

    la idea, reafirmada en la Declarac in

    Universa l

    de Derechos Humanos, de qu e

    to da p e rs o na a cu sa da de

    deli to

    t iene dere

    ch o

    a

    qu e se presuma

    su inocencia mient ras

    no

    se

    pruebe su culpabi l idad, conforme a

    la ley y

    en

    juicio pblico en el que

    se

    le

    hayan a se gu ra do to da s la s garant as ne

    cesarias para su

    defensa.

    (Art. 11, inciso 1) .

    La detencin preventiva

    PERO

    el

    peligro

    para

    la

    l ibertad

    indivi

    dual

    c on sis te e n

    qu e

    e l a cusad o ,

    una

    ve z

    detenido,

    se a guardado simple

    mente

    en

    la

    pris in si n qu e

    nunca

    se l legue

    a

    acusarle

    y

    si n

    darle

    ocasin

    de

    defenderse

    ante

    un

    tribunal.

    Lo qu e es meneste r

    evitar a cualquier

    precio es la

    ins taurac in

    de

    a lg o c om o

    un

    rgimen de detencin

    administrativa s in

    mot ivo

    declarado

    y

    si n

    limite de

    t iempo.

    D e qu servira

    tener

    u na m a gn fic a le

    gis lac in

    penal, si la autoridad estuv iera fa

    cul tada

    p a ra e n ca rc e la r a cualquier ciuda

    dano

    sin

    la

    o b li g a ci n d e indicar la le y qu e

    l ha violado? D e qu servi ra haber or

    ganizado un

    admirable

    cuerpo

    de

    magis

    t ra d o s n te g ro s e independientes si los ciu

    dadanos pudieran se r

    encarcelados sin qu e

    su

    caso

    se

    someta jams

    a

    la

    autoridad

    de

    esos magistrados?

    D e

    qu

    servi ran

    to

    da s

    la s

    garantias.de

    la

    defensa

    qu e

    va

    mos

    a explicar m s

    adelante

    si ,

    por falta

    de

    acusacin

    y de debates, no

    hubiera

    nin

    guna

    posibi l idad de defenderse?

    H e

    aqu, verdaderamente,

    el

    mismo r

    g imen de

    la s rd en es

    o cartas sel ladas

    co n el qu e creyeron acabar,

    para

    siempre los

    sitiadores

    d e

    la

    Bastilla

    P a ra r es po n de r

    a estas

    inquietudes

    y evi

    tar

    es tos abusos , se

    ha

    f or m u la d o u n a serie

    de

    reglas,

    idnt icas

    en

    su finalidad

    y en

    su

    principio pero diferentes

    en

    sus modalida

    de s

    de ejecucin, se g n l os pases,

    cuyo

    pro

    psito

    es reducir, la detencin

    prevent iva

    a

    su s proporciones justas y a rodearla de las

    garantas necesarias.

    En la m ayor parte

    de

    los

    pases,

    no pue-

    \:

  • 8/10/2019 Revista El Correo. UNESCO 1954.pdf

    7/36

    El

    Correo.

    N 10. 1954

    d e llevarse a

    cabo una detencin sino

    m e

    d ia nte la respectiva

    orden

    de prisin (e l

    clebre

    habeas

    corpus de los ingleses) fir

    m a d a por un ju e z i nd e pe n die n te d e l poder.

    Esa orden

    permi te

    l a d e te n c i n de l

    acusado

    ta n slo

    durante

    un

    perodo

    m u y c orto

    (ge-

    nera lmente algunos

    das)

    en

    el curso de l

    cua l los agentes de l poder deben obtener

    de la jurisdiccin

    de l tribunal

    l a c o nf ir m a

    cin de

    la orden. Tal

    confirmacin

    no se

    la

    obt iene

    sino despus de

    un

    debate,

    en

    el

    qu e

    la autor idad debe

    hacer conocer la

    na

    turaleza

    de la infracc in,

    lo s elementos de

    hecho

    qu e

    permi ten

    sospechar

    ser iamente

    de l acusado y la s

    razones

    por la s c ua le s se

    juzga necesario

    mantener

    la detencin

    preventiva. Tal exposicin se hace en pre

    se ncia de l acusado y de sus defensores

    qu

    pueden

    responder

    a la s

    conclusiones

    de l

    f iscal y pedi r la libertad inmediata

    del

    acu

    sado

    (lo qu e no

    impl ica de

    ninguna ma

    nera

    el abandono de las

    d il ig e n ci as j ud i

    ciales)

    .

    L a c on fir m ac i n

    de

    un a orden

    de

    pri

    sin se

    concede por un

    perodo

    m uy c orto

    (a lgunas

    semanas,

    generalmente) en

    el

    curso

    de l

    cua l

    debe p on erse e n marcha

    el

    proceso si

    las

    au to r idades qu ie ren guardar

    a l a cu sa do e n

    la

    prisin

    po r

    ms

    t iempo.

    Este es el

    mecanismo

    judicial hasta qu e se

    e xpid a un a sentencia def ini t iva, co n ple

    no

    conocimiento

    de

    causa

    y con todas las

    garantas

    necesarias.

    La

    seguridad

    d el c iu da da no

    ESTA

    breve descr ipc in, obl igadamente

    e lementa l ,

    no

    intenta h a ce r conocer

    la s

    inter ior idades

    de l

    sistema

    (y a qu e

    son, lo vuelvo

    a

    repetir,

    diferentes

    en cada

    pas)

    sino d ar u na i dea genera l

    de

    un a

    tc

    nica judicial que, a p oy a da s ob re un movi

    m ie nto p ro fu nd o de l espritu humano,

    t iende a m antener la

    segur idad

    de l

    ciuda

    dano pacf ico, frente al poder.

    A comienzos de este

    estudio,

    me refer a

    la t ranqui l idad de

    espr i tu

    co n la qu e un

    ciudadano

    debe ve r acercrsele un agente

    de

    polica.

    Es

    bueno

    recordar

    que no

    siem-

    pro

    ha sido as y que, durante varios si

    glos, honrados ciudadanos qu e no tenan

    nada. que reprocharse huan a nte la p ro xi

    midad

    de

    los

    gendarmes,

    y

    qu e apenas ha

    ce algunos aos,

    el

    r gim en n az i lle na ba

    sus prisiones y

    sus

    campos de

    concentra

    cin de mil lares de infelices qu e nunca

    ha

    ban s id o ju zg ad os

    y

    qu e deban

    mor ir

    en

    cond ic iones ignomin iosas , si n saber a

    veces

    de

    qu

    se les

    reprochaba.

    An

    en nuestros

    das, la s garantas fun

    damenta les

    de las l iber tades

    individuales

    proclamadas en la D ec la ra ci n

    Universal

    de

    Derechos

    Humanos

    no

    se c um p len to ta l

    mente

    en ciertos lugares

    de l

    mundo.

    No e st d em s

    que en

    este D a

    conme

    morativo de lo s D e re ch os H u m a n o s todos

    los

    pueblos

    de

    la

    tierra

    mediten

    algunos

    ins

    tantes

    sobre

    el

    largo

    camino

    recorrido

    por

    la

    humanidad hasta llegar a esta af i rma

    cin

    fo rmal

    y posit iva de l derecho a la

    libertad y

    a

    la

    segur idad

    de su

    persona

    qu e

    es

    primordial despus de l

    derecho

    a

    la

    vida.

    Las

    garantas de l acusado

    HASTA su condenac in,

    el

    acusado

    t iene derecho

    a

    qu e se presuma su

    inocencia.

    Le toca al Estado o

    a

    su

    representante

    qu e en cada pas l leva dife

    rente nom bre probar el fundamento de

    sus acusaciones.

    La condenacin d e

    un

    inocente

    no

    es tan

    slo

    una injusticia gravemente

    perjudicial

    pa ra un

    individuo sino qu e

    tambin

    es un a

    amenaza para todos.

    Desde el momento en qu e se sabe

    qu e

    hay el

    riesgo de

    se r

    c on de na do a un s ie nd o

    in oc en te , la

    justicia

    cesa de

    se r

    la

    guar -

    d iana

    de l a s eg u rid a d

    individual

    y se

    con

    vierte en

    u n e sp an ta jo . H ay,

    pues, la

    ne

    cesidad de mostrarse riguroso en lo qu e se

    refiere

    a

    la p ru eb a. P ero sta,

    en

    Derecho

    Penal, es mucho ms dificil de definir

    qu e

    en

    Derecho

    Civil, en el

    cua l

    puede

    exigirse

    un mecan ismo de pruebas

    formales.

    U n

    asunto

    civil

    se

    funda

    casi

    siempre

    so

    br e e s c ri tu r as , c o n tr a to s , correspondencias,

    actos

    notariales. Es

    m s difcil de

    establecer

    la p ru eb a

    de u n h o m ic id io .

    Generalmente

    se suele fundarse sobre t es t im o n ios , a n li

    sis realizados po r e x pe rt os , y

    ...presunciones.

    Habr a necesidad, co n todo, de exigir qu e

    sta s s ea n

    graves,

    p re c is as y c o nc o rd a nte s .

    Durante el periodo de la inst ruccin,

    so

    b re to do ,

    la s

    a u to r id a d e s d e b er a n

    recordar

    el principio

    de qu e

    se presume la inocen

    c ia de l acusado y que, aun en el

    caso de

    resultar culpable,

    sigue

    siendo

    un

    hombre

    y,

    por

    esta

    razn,

    m ere ce qu e se le

    trate

    humanamente.

    La Declaracin

    Universal

    de Derechos

    H um anos

    dispone

    co n t od a s e n ci ll ez : Na

    di e

    ser

    somet ido

    a torturas ni a

    penas o

    t ratos

    crueles,

    i nhum anos

    o degradantes.

    Habr a

    mucho

    qu e

    decir s ob re e sta

    breve

    frase

    q ue , en

    su

    laconismo, abre perspect i

    vas aterradoras

    sobre el

    infinito del dolor

    humano.

    La

    tortura no

    es solamente

    un

    fenmeno

    de la Edad

    Media .

    Desgrac iadamente su

    presencia

    se

    h a m a n ife sta do ,

    bajo

    formas

    d iv e rs a s y en

    grados diferentes,

    en

    todos los

    t iempos

    y

    pases.

    Existe

    siempre el caso

    irritante de l in cu lp a do a l qu e

    todas

    las

    cir

    cunstancias

    le

    acusan de

    culpabi l idad,

    si n

    qu e exista

    contra

    l una

    prueba

    formal . En

    tonces

    es cuando interviene e sta o bs es i n

    de

    casi

    todas las

    polic as

    de l mundo:

    la

    extorsin forzada

    de

    una confesin.

    Si en nuestros das ya no se

    uti l izan el

    caballete y

    el

    b o rc e gu , q u ed a n

    todava

    los

    interrogatorios interminables s in

    al imento,

    si n sueo

    r ep ar ad o r, y

    la s formas varias,

    m s

    o

    menos

    correctas,

    de

    lo

    que

    se

    lla

    m a en . la le ng ua popular

    de Franc ia

    pa s

    sage

    tabac o

    el

    maltrato

    de l detenido

    en

    el

    local

    de

    polica.

    S in duda alguna, la misin de buscar y

    perseguir a los cr iminales es del icada e im

    portante

    para

    la

    vida de la

    s oc ie da d. N o

    obstante, debe encontrarse un Justo equili

    brio

    entre las necesidades sociales

    y

    el res

    pecto elemental de l hombre a quien

    se

    presume inocente cuyo proceso se

    ln t ruye.

    La i ns trucci n

    es

    probablemente

    la

    fase

    ms

    delicada

    de la confrontacin del

    hombre

    co n

    l a j ust ic ia ,

    porque es

    la

    etapa m e n os reg la

    mentada

    por la ley

    y

    porque en ella

    intervienen en m uy alto

    grado

    la

    educacin

    y la

    conciencia

    d el p ers on al judicial de

    todas clases.

    Cuando, f inalmente, se

    termina

    la ins

    truccin, el acusado es e n v ia d o n u e va m e n te

    ante

    el

    t r ibunal

    qu e va a encargarse de

    j uz g ar le . Y a me

    refer

    antes

    hablar de

    la

    l ibertad individual a

    las

    dos

    principa

    les

    garantas d el a cu sa do , qu e so n

    la

    lega

    l idad

    de

    la

    pena

    y

    la

    independencia

    de

    los

    jueces,

    y

    no

    voy

    a

    insistir en este punto.

    Debo, *sin embargo, s e ala r la importancia

    fundamenta l

    de

    otras dos

    garantas

    qu e

    concurren a la realizacin de una buena

    justicia : la

    publ ic idad

    de lo s d e ba te s y

    la

    asistencia de un

    defensor.

    La

    justicia a

    la

    luz

    del

    so l

    LOS golpes

    aviesos se f raguan en la

    sombra .

    A la largo de

    la

    historia ve

    m os

    desf i lar procesos

    inicuos

    celebra

    do s

    a

    puerta

    c erra da , g en era lm e nte a nte

    tribunales de excepcin,

    y

    au n a veces ante

    un a

    jurisdiccin espec ia l c reada

    nicamente

    para un caso de te rm inado .

    L a p u blic id a d

    de los de bates es un a ga

    ranta

    de la justicia. Algunos

    cmplices en

    u na cm ara a is la da pueden nega r la

    evi

    dencia.

    Es ms difcil

    hacerlo

    en

    pblico,

    sobre

    todo

    delante de los

    representantes

    de

    la p re ns a qu e redactan las actas y las im

    pr imen en millones de ejemplares.

    No

    se

    trata

    de

    rendir la J us tic ia bajo el

    signo de

    la opinin p bl ic a , m u y

    frecuente

    mente

    ap as io na da y

    m al in fo rm a da . L a

    sentencia

    pertenece

    nicamente a la con

    ciencia

    de l magistrado que debe

    hacer

    abstraccin

    de

    todas

    la s influencias

    exte

    riores

    en lo qu e se refiere a bu

    conviccin

    nt ima.

    P ero , n o

    es

    menos

    cierto

    que , e n

    lo

    referente

    a

    la

    s er ie da d d el

    procedimiento,

    a la gravedad de l as p ru e b as , a

    la

    indepen

    dencia

    de l

    m is m o m a g is tr ad o

    y a l

    respeto

    de

    los derechos

    de

    la defensa, la

    publ ic idad

    de lo s d e ba te s es u n a g a ra n t a fundamen

    tal qu e no

    debe

    dejarse de lado sino cuan

    do hay

    el

    r iesgo de

    quebrantar la

    mo

    ralidad

    pblica.

    Lo importante es que los ciudadanos no

    pierdan

    confianza en su

    Justicia

    y no vuel

    va n a l r gim en a n rq uico

    de

    la

    venganza

    privada

    qu e significa la muerte

    de

    la liber

    tad,

    la

    o pr es i n d el dbil

    por

    el

    fuerte

    y

    la negacin

    d el d er ec ho .

    .

    **

    . >

    .J

    J l ri. - .

  • 8/10/2019 Revista El Correo. UNESCO 1954.pdf

    8/36

    GRANDES Y

    ANTIGUAS

    PRISIONES

    constituyen aun la generalidad

    antes

    que

    la

    excepcin

    en los

    sistemas

    penitenciarios

    de

    todos

    los

    pases.

    Los planos y la

    construccin

    de

    las prisiones

    no han

    seguido el

    paso del progreso obtenido

    en

    las doctrinas y mtodos penales. El resultado es que

    los

    convictos todava

    cumplen

    su

    sentencia en jaulas

    para

    hombres , como laque

    se ve

    en la parte superior,

    y

    estn obligados a

    ejecutar sus ejercicios en el limitado espacio

    de un

    patio

    de

    prisin. De

    los

    patios

    de

    ejercicio que

    aparecen

    en la

    parte

    inferior de la

    pgina,

    ha escrito un observador

    : Forman

    un

    laberinto

    de

    cemento, con

    tristes

    oasis de tierra, en donde algunas flores cubiertas de holln vuelven sus

    semblantes

    vencidos hacia el

    cielo.

    Aqu los presos marchan

    alrededor,

    siempre

    alrededor,

    y van hacia adelante y dan la

    vuelta

    en la

    direccin

    de las agujas

    del

    reloj

    y

    en

    la

    direccin

    opuesta, como en una jaula

    de ardillas enloquecidas .

  • 8/10/2019 Revista El Correo. UNESCO 1954.pdf

    9/36

    El Correo. N 10 .

    19S4

    ace ya algunos aos, en

    un

    atardecer de abril,

    m e encontraba sobre

    e l

    techo

    de

    una escuela en

    construccin, en los

    suburbios

    de Paris. Estaba

    yo en

    compaa del

    arquitecto de

    la obra uno

    i de los ms clebres

    de

    Francia y

    de

    un amigo

    italiano,

    escapado hace poco de los calabozos

    musolinianos, en

    donde

    haba sido encerrado po r

    j

    su campaa poltica antifascista. Habamos visi-

    i

    tado

    juntos el edificio que se estaba construyendo

    t y

    habamos admirado la be lleza de

    sus

    formas, la

    distr ibucin

    racional de

    su e str uc tu ra y e l c on ce pto de un

    mundo

    profundamente civilizado

    qu e inspiraba la creacin

    de

    esta

    escuela

    abierta a l s ol, a

    l a na tu ra leza , al

    trabajo

    humano

    y

    dedicada

    a

    un a

    infancia

    libre y

    mimada

    al mismo

    t iempo.

    Desde lo alto de

    ese

    techo

    qu e se elevaba

    como la af i rmacin

    de un a civilizacin nueva, no s detenamos

    a

    contemplar

    las

    viejas

    casas

    del

    arrabal y la c am pi a circundante. El

    arquitecto

    y

    el hombre

    poltico

    verifi

    caban y confrontaban sus

    impresiones.

    El dirigente

    italiano evocaba sus expe

    r iencias de

    la crcel. Opina.-

    ba

    que

    despus de

    la

    cada

    de l fascismo,

    el

    arquitecto

    habra debido contribuir a

    borrar la vergenza de

    las

    viejas prisiones mediante

    la

    construccin de nuevos edi

    ficios semejantes a esa

    es

    cuela, mo de rn os , h uma no s,

    abier tos sobre el mundo,

    do

    tados de todas

    las

    comodi

    dades

    necesarias.

    E l

    arqui

    tecto contest que nunca, y

    por

    ningn

    precio,

    aceptara

    construir un a prisin o

    un

    cuartel. Yo, que no haba te

    nido

    an la ocasin que

    ms

    tarde

    se me present

    en varias oportunidades-

    de conocer la

    vida

    de

    las pri

    siones, escuchaba

    en silencio

    y me

    pareca

    que, de

    modo

    diverso, m is am igos eran

    igualmente culpables del pe

    cado

    de utopa: el

    un o

    po r

    anarquismo y

    el

    otro

    po r

    humani tar ismo.

    Pero,

    si yo

    habra tenido

    que escoger

    entre las dos utopas, me

    habra inclinado

    f inalmente

    por la de l arquitecto

    que

    deseaba abolir las

    prisiones

    antes

    que po r

    la del

    poltico

    que

    intentaba simplemente

    volverlas m s

    cmodas.

    Cuando se suea m e deca

    mentalmente

    es

    preferible

    que

    el

    sueo sea lo ms

    perfecto

    posible.

    Esta

    conversacin

    acudi

    a m i memoria algunos

    aos

    ms tarde, c ua nd o y a

    consa

    grado para

    mi

    mal

    como

    experto

    en materia

    de de

    tencin, me

    encontraba en

    t rance de sufrir una vez m s

    un interrogatorio, formula

    do

    po r un funcionario

    de

    la

    Ovra, o sea

    de

    la polica fas

    cista, en un

    aposento de

    la

    prisin

    de

    Florencia. La

    pri

    sin me inspira siempre un

    sentimiento de

    absurdo

    profundo,

    el absurda

    de un lugar que

    no

    es lugar y de un tiempo que

    no

    es verdaderamente

    tiempo.

    Al entrar

    en ese

    aposento,

    percib que estaba en

    gran parte

    ocupado

    por

    una

    immensa

    jaula de

    hierro,

    parecida a las que

    se instalan

    en

    medio

    de los circos para mostrar al pblico las bestias feroces. La

    idea de

    que aquella

    jaula

    haba

    sido

    construida

    para en

    cerrar en

    ella

    a un

    hombre me

    pareci

    ridicula

    y no pude

    retener

    un

    breve

    gesto de risa.

    Estbamos en la

    primavera

    de 1943, y en esa poca, un interrogatorio llevado a cabo

    por

    un

    agente de

    la Ovra no tena ya

    nada

    de

    terrible, pues

    el

    fascimo

    haba muerto de agotamiento aunque, por des

    gracia,

    muy

    pocas personas se daban cuenta

    de

    ello

    y

    los

    nazis no haban llegado

    todava

    con

    sus

    inquisidores y

    sus

    verdugos.

    No

    tuve

    as reparo en explicar al funcionario poli

    cial

    que

    la

    prisin

    con

    esa

    jaula

    y

    el

    absurdo

    ritual de

    castigo

    loria d eia d etr s de ella y

    que la humanidad permite

    Despus

    de

    algunos

    meses

    o

    aos, e l

    preso

    pierde

    su

    sentido

    del

    tiempo

    hasta

    que la realidad de su propia existencia se borra y desaparece.

    de l

    que

    era smbolo, me

    parecan

    cosas perfectamente insen

    satas.

    El

    funcionario me laz un a

    mirada de

    estupefaccin

    y. do lstima y exclam,

    con los

    ojos brillantes de

    admirac in, c erc an a a l

    xtasis:

    Pero,

    seor doctor,

    esto y

    sealaba con

    el dedo la

    jaula es

    el

    fundamento del Estado.

    Qu

    Estado

    era ste, fundado sobre jau las , muros, cadenas,

    barrotes

    y

    grillos, es decir

    sobre

    la idolatra de la

    autoridad

    y

    sobre

    la

    rigurosa

    separacin

    do sus

    subditos, y

    ante el

    cual

    caa

    de rodillas mi agente de poli ca? Era el Estado fascista.

    Pero,

    hay

    que

    confesarlo,

    las

    jaulas para hombres

    no

    han s ido

    i nventadas por

    el Estado

    fascista.

    L a m a rc ha

    de

    la historia no

    consiste

    en borrar el pasado,

    sino

    po r el contrario, en la

    mayora

    de

    los

    casos, en

    incorporar

    a

    las

    n ue va s c re ac io ne s y

    a

    las

    obras

    de l progreso

    muchas

    secuo las del pasado.

    As se

    vuelven a

    encontrar ahora,

    an

    en las

    democracias

    evolucio

    nadas , m s de un a institucin me dio eval y

    muchas

    huellas de

    un

    autoritarismo caduco. Y

    me parece,

    precisamente,

    que la prisin constituye,

    aun en

    los paises

    mas

    civi

    lizado s, una supervivencia

    caracterstica de

    ciertos

    cul

    tos arcaicos y

    mieles, un o

    de esos residuos qu e la Ins

    oria

    deia

    detrs

    i

    pie

    la humanidad

    que subsistan casi po r iner

    cia o,

    a

    veces,

    porque los

    ignora.

    iQuo no se tergiverse el

    sentido

    de

    mis observac io

    nes

    Es

    evidente

    qu e

    el

    Estado cualquier Estado

    debe disponer do medios de

    defensa

    y de represin con

    respecto a los criminales de

    d ere ch o c om n y

    los

    delin

    cuentes

    p ol tico s. T a mbi n

    es evidente

    que

    el Estado

    debe

    poseer

    los medios,

    cuando se

    presento

    la

    nece

    sidad, de

    aislar los elemen

    tos realmente

    peligrosos.

    Y,

    finalmente,

    es indudable

    qu e

    todos

    lo s m ed ios

    ef icaces

    para

    alcanzar esta finalidad

    so n legt imos. I lav

    una sola

    condicin (pie debe

    cum

    plirse, pero sta es verdade

    ramente esencial:

    la

    de

    res-

    pelar

    plenamente

    en el cri

    minal la dignidad del hom

    b re . L os medios

    so n

    m uchos :

    vigilancia, encierro

    en

    un

    asilo

    en caso de enferme

    da d

    me n ta l, r es id e n ci a

    co n

    prohibicin de salida,

    des

    t ierro, colonia

    de

    trabajo y,

    por

    ltimo, prisin. Pcrb,

    desde el

    momento

    en qu e

    cualquiera

    de

    estos

    medios

    represivos se transforma, en

    ofensa

    contra la dignidad

    humana,

    no

    creo exagerar al

    af i rmar

    que entonces

    la

    pena

    se convierte

    a su vez

    en

    un delito.

    Si se

    examina de cerca

    la

    idea de l castigo qu e consiste

    en la

    segregacin

    de l

    indivi-

    Escritor

    y artista

    italiano de

    primera

    linea, Carlo Levi fu

    encarcelado

    y

    sufri la

    pena de confinamiento en

    el

    sur de Italia

    por

    su

    oposicin al Rgimen Fascista. Es

    autor de Cristo se detuvo en Eboli y otros libros.

    do, se

    puede

    comprobar

    que

    contiene dos

    nociones

    diferentes

    po r no

    decir

    heterog

    neas;

    po r

    un a

    parte

    la

    voluntad legtima de

    proteger

    el

    orden

    y la paz pblica, y, por o tra, una supervivencia de las concep

    ciones arcaicas

    que

    exigen

    que

    la

    culpa

    sea

    expiada y borrada

    mediante

    un

    sacri f icio ritual. En efecto ,

    en

    la

    sociedad

    primitiva,

    considerada

    po r sus miembros como un cuerpo

    orgnico, el individuo no constituye

    un a

    realidad

    sino

    en

    cuan

    to forma parte integrante del clan. Cuando se

    produce

    una

    infraccin a las normas de la

    v ida co lec tiva ,

    se mancil la al

    mismo

    t iempo

    el cuerpo

    social qu e debe, entonces, purificarse

    m e dia nte la

    expulsin o

    a n

    la destruccin de l miembro

    cul

    pable.

    Nuestro

    sistema penitenciario conserva, en la prisin,

    las huellas indelebles

    de

    esa mentalidad

    primitiva

    que exige

    que

    el culpable sea guardado

    y

    oculto

    a

    los ojos de los otros

    individuos con

    el

    fin

    de hacer

    desaparecer

    la

    mancha

    colectiva

    y

    dar

    a

    la

    conciencia

    pblica

    la

    posibi l idad

    de

    continuar

    sin

    tindose

    de

    acuerdo consigo misma. La t rad ic in c r is t iana ha

    aadido a

    la actitud

    arcaica sus

    nociones

    de

    pecado, de

    arre

    pentimiento y de

    redencin, concediendo

    as a la prisin el

    extrao carcte r

    qu e conserva hasta nuestros das deanl i -

  • 8/10/2019 Revista El Correo. UNESCO 1954.pdf

    10/36

    HABEAS CORPUS,

    HABEAS ANIMAM

    cipacin del infierno y

    de l purgatorio.

    Las escue las modernas

    de Derecho

    Penal

    han venido

    a in jertarse,

    a

    su vez, en ,1a

    concepcin

    cristiana

    y

    ha n agregado

    a

    todo

    ello

    la idea filan

    trpica do

    la re ed uc ac i n d el

    criminal. Naturalmente, esta

    reeducacin debera l levarse

    a cabo uti l izando medios ps ico l

    gicos y m ora le s antes

    qu e

    fsicos,

    ya que

    sera un a grave

    contradiccin obtenerla

    por la

    fuerza o

    la violencia.

    Pero,

    ya

    que la nocin de castigo fsico base de la pena

    de

    prisin

    no ha

    sido

    sometida a

    un a

    crtica radical

    c mo no

    observar

    qu a la idea do reeducacin sana por si misma

    corre

    el

    riesgo

    de

    aadir a

    la

    coaccin

    fsica un a justif icacin

    de la

    coaccin moral,

    excesivamente

    peligrosa desde el punto de

    vista

    del

    carcter inalienable de

    la libertad h u m a n a . '

    Estas consideraciones han impulsado

    a un

    joven

    s ab io ita

    l iano

    provisto po r el fascismo

    de l t er rible p r iv il eg io

    de

    quince aos

    de experiencia

    directa de la

    vida

    de l recluso a

    pedir ,

    en

    u na s erie de artculos de prensa, qu e se completara

    el

    habeas

    corpus

    mediante,

    el reconocimiento

    de l habeas

    ani-

    mam.

    E n un a sociedad fundada sobre

    el

    respeto de la p e rs on a

    humana

    expresa

    el insigne escritor

    a n

    el alma de l

    m s

    abyecto

    de

    los

    criminales

    debe

    e sta r p ro te gid a p or un

    tabeas

    aniwam es decir

    po r

    el

    derecho sagrado

    a no

    se r

    v io la da p or

    ningn

    juez o carcelero... La prisin,

    en la

    forma que existe

    actualmente, se

    ha ll a desprov is ta de toda e fi cac ia reden to ra

    porque

    el

    prisionero se acostumbra

    y

    se corrompe en ella. La

    prisin,

    convertida

    en laboratorio

    de* redencin y

    en

    sanatorio

    de

    las

    almas es

    u n m e ca nis m o qu e

    corrompe a todo

    el mundo:

    al que

    la gobierna, al que

    es

    tr i turado en

    ella

    y,

    finalmente,

    al

    qu e cre e en la

    eficacia de ese sistema.

    E n efecto, opino

    que mientras

    la

    pena de reclusin

    y

    segregacin gualdo el carcter de

    venganza

    s ag ra da , se r

    vana toda tentativa

    para

    concil iar la prisin con la

    idea

    de

    re ed uc ac i n y , po r lo lauto, de d ig nid ad h uma na qu e esta

    n o ci n p re su p on e.

    El problema qu e

    plantea

    para el hombre moderno la per

    sistencia

    en

    nuestras sociedades de l concepto pr imi t ivo

    de l

    cas

    tigo del que la prisin es

    u n s m b olo

    no se

    reduce

    a en

    contrar

    lo s

    medios

    de eliminar

    lo s sufrimientos

    fsicos,

    tales

    com o la

    falta

    de

    aire

    y

    de

    lu z, la s uc ie da d,

    la

    mala alimenta

    cin, la c rue ldad ocas ional

    de

    los carce le ros . Vale

    la pena,

    ciertamente, t ratar

    do

    reduci r

    todos

    estos

    inconvenientes; pero

    el

    mal

    esencial se

    encuentra en otra parte.

    Job,

    sentado sobre

    un montn de estircol y atacado por innumerables desgracias

    y desventuras, no

    pierde

    nada

    de

    su dignidad

    de

    hombre

    ni de

    su l ibertad

    esencial.

    En cambio,

    la

    prisin

    ms

    l impia y cien

    t f icamente organizada y la m s humana en

    apariencia,

    al

    pasar de ciertos l mites de t iempo, causa inevitablemente

    daos

    i rreparables

    en

    la personalidad

    de l

    prisionero. La razn

    es qu e la prisin vulnera al

    hombre en lo

    m s profundo de

    si

    mismo, en su conciencia

    del

    tiempo.

    Y, conciencia

    del

    t iempo

    y

    existencia

    del

    individuo son dos trminos que expresan

    un a

    misma real idad: la re alid ad v iv a y mo

    vible de

    las relaciones qu e vinculan al

    ind iv iduo con el

    mundo, en

    el seno

    de

    la

    duracin universal.

    Despus

    de

    cierto

    nmero de meses

    o

    de

    aos,

    el

    prisionero

    pierde,

    en

    efecto,

    el

    sentido

    de la duracin,

    hasta

    qu e

    la

    realidad

    de

    su

    existencia misma

    se

    con

    fundo y se desvanece. Salvo m uy

    pocas

    excepciones referentes en

    general a pre

    sos

    polticos que

    llegan

    a aceptar la pri

    sin

    por un acto de

    voluntad

    y a sobre

    ponerse

    as

    al proceso de desagregacin

    que

    sufren los dems

    detenidos

    el re

    cluso

    vivo en

    un

    mundo

    sin dimensiones,

    sin f ut ur o, s in .

    pasiones

    y, por lo tanto,

    hablando propiamente, s in h u man id a d.

    Otro intelectual

    i tal iano,

    provisto

    igualmente de u na la rg a experiencia per

    sonal

    de

    la

    vida

    de l

    preso, por causa de

    su oposicin al fascismo,

    ha

    intentado

    construir

    la imagen

    matemtica

    de lo

    qu e

    l

    l lama

    la e sp era del rec luso , despus

    de

    h ab er e stu dia do c uid ad os am e nte ,

    la

    desintegracin

    del tiempo

    y de la concien

    cia de los

    condenados

    a prisin: L a

    curva

    qu e

    he . podido

    establecer,

    sobre

    la

    base

    de los testimonios recogidos en

    el

    curso

    de

    un a

    larga invest igacin, indica que despus

    de

    cierto

    nmero

    de

    aos, todo adquiere,

    en

    la conciencia

    de l

    r ec luso, un

    extrao carcter

    como si

    la pena

    no

    fuera

    a terminar

    nunca.

    D esde este momento, toda

    reclusin

    se vuelve u na reclu

    sin a p e rp e tu id ad . E n

    la

    Metamorfosis de Kafka,

    cuando

    el

    joven

    Gregorio

    se

    da cuenta

    de

    que,

    cada vez qu e intenta

    le va nta rs e, u na fuerza

    desconocida

    le hace

    caer,

    decide

    abandonar

    toda

    esperanza.

    Sabe,

    desde ese momento, qu e ha

    perdido

    la

    dimensin humana, se desespera y

    m uere. U na

    metamorfosis

    anloga

    se

    opera,

    despus

    de

    cierto

    t iempo,

    en

    la

    personalidad de l preso: el

    t iempo

    des in tegrado y muerto qu e

    domina su destino le parece

    inagotable e interminable. Desde

    ese instante, todo condenado

    se

    convierte

    en

    un condenado a

    cadena perpetua.

    La

    conclusin de este autor es qu e

    nada

    puede

    justi f icar

    semejante mutilacin

    de l

    se r humano, que va a modif icar

    hasta la

    raz

    profunda de sus sensaciones y de su vida inte

    rior. No obstante, se apresura

    a

    aadir qu e

    la

    sociedad contem

    pornea probablemente

    no

    est

    pronta

    p ar a c on sid era r una

    supresin radical

    de

    las

    penas de reclusin.

    Pero,

    a ca so , s u

    l imitacin a u n p erio do de

    cinco

    aos no co ns tit uye u n sueo

    absurdo.

    En

    lo que

    a

    m i se

    refiere,

    creo

    que, en e l e sta do actual de

    la organizacin

    social,

    un a re fo rma radica l

    de l

    sistema de

    las

    penas

    sera una tentativa

    prematura,

    d estin ad a a l fraca so.

    P ero no por

    eso

    deja de

    existir el

    problema, y

    me

    p are ce q ue

    la difusin

    de

    la Dec larac in Universa l

    emprendida

    por la

    Unesco debera

    acompaarse

    de un

    esfuerzo qu e

    ayude

    a

    nuestros contemporneos

    a

    adquir ir un a

    clara

    conciencia

    de

    los

    problemas

    acerca de los

    cuales se

    plantea en

    el

    seno de

    nuestra sociedad

    la

    cuestin de lo s derechos de l

    hombre

    con un a

    agudeza particular. Segn

    m i o pin i n, el problema

    de

    las re laciones entre

    el

    sistema

    penitenciario

    moderno y nues

    tro concepto de

    la

    dignidad

    humana

    merece

    discutirse

    y

    medi

    tarse detenidamente.

    No

    puedo

    dejar

    de pensar

    qu e

    el sistema penitenciario

    actual

    como se lo

    practica

    en

    casi

    todas las nac iones del

    mundo

    est

    marcado con las caractersticas

    de

    crueldad,

    inhumanidad

    y degradacin,

    condenados

    por

    el Artculo

    5

    de

    la Declaracin

    Universal de

    D erec hos

    Humanos. Mientras

    subsistan

    esas ca

    ractersticas,

    el

    hombre no p od r p erm a ne ce r in se ns ib le al

    sentimiento que

    se

    expresa

    en

    l a lamentac in del condenado,

    que repiten los

    campesinos

    de Calabria:

    Cay un a piedra

    en

    el m ar

    Cuando

    entr en

    prisin,

    cautivo.

    Prisin,

    recinto

    profundo

    C o m o

    una tumba: en

    t

    vivo.

    Quisiera

    s ab er d el

    mundo:

    Mis amigos han

    fallecido?

    Oh, aire qu e

    gobierna

    e l m u nd o,

    Libertad bella, te

    he

    perdido

    10

  • 8/10/2019 Revista El Correo. UNESCO 1954.pdf

    11/36

    HISTORIA

    DE

    LAS PRISIO NES

    D e

    la mazmorra subterrnea

    a

    la

    Prisin

    Modelo

    por Ronald Fenton

    as prisiones decan los

    ro

    manos

    hace do s mil

    aos son

    l u ga re s d e s ti n ad o s a la custo

    dia

    y

    no

    a l

    castigo

    de - lo s c ul

    pables. E n n u es tr o t ie m p o, vol

    vemos lentamente a e sta an t igua de f in i c in ,

    ya que

    lo s penal istas

    m o de rn os c re en qu e

    la p ris i n no debe'

    se r

    ut i l izada

    para casti

    gar a l individuo

    privado

    de

    l ibertad sino

    p a ra g u ar da rlo y obtener

    su rehabilitacin.

    Signif ica

    esto que

    la h is to ria

    se

    repite?

    Solamente

    h as ta c ie rto

    punto,

    pues

    las

    ideas an imadoras de es a

    ant igua

    def in i

    cin

    y d el m o d er no

    concepto de l a f un ci n

    social de la prisin const i tuyen do s

    polos

    opuestos.

    En los t iem pos an tiguos, el

    hombre

    no

    e ra c on de na do por la ley a guardar

    varios

    aos de

    prisin; pero no poda al imentar

    muchas

    esperanzas mientras

    yaca

    en el

    fondo

    de

    alguna

    o sc ura y

    repugnante

    maz

    morra. P o d a a g on iz ar

    all

    durante aos y

    lustros

    aguardando

    comparecer ante la

    jus

    t icia, o

    s im p lem en te po r

    motivo de no

    ha

    ber podido pagar un a multa

    o

    un a deuda.

    S i ha b a

    sido

    d ec la ra d o c u lp a ble

    de . un

    crimen,

    la prisin

    era para l meramente

    un

    preludio de

    algn

    espantoso

    castigo

    corporal

    o

    de

    un a

    hor renda m uert e.

    En la a ctu alid ad , la

    esperanza ya no se

    queda

    afuera

    cuando

    se cierran las

    puertas

    de un a prisin detrs

    de l

    convicto. La

    so

    ciedad

    prcclama el

    derecho

    a

    castigar

    y

    utiliza

    la

    prisin como

    un i ns t rumento

    de

    propia

    defensa; pero, al m is mo t iempo,

    re

    co no ce e l d ere ch o d el preso a ser tratado

    como un

    se r h um a no . G r ad u alm e n te ,

    la

    humanidad

    ha

    hecho

    desaparecer el estig

    m a de

    odio

    y crueldad

    qu e

    caracter izaba

    a

    la pena. H a comenzado a

    mirar

    a l hom

    bre qu e ha y en todo cr iminal y a ve r la

    necesidad de ayudarle en l ugar de hacerle

    sufrir.

    As,

    la funcin primordial de la pri

    sin

    es dar

    a los

    hombres y m uje re s un

    t ra tamiento y o r ie n ta c i n q ue le s sirva

    para

    su

    reforma y les

    impida

    recaer en el cri

    m en cu an do o bte ng an

    su libertad.

    La prisin

    a travs

    de los siglos

    LAS personas se encuentran ta n

    acos

    tumbradas , en la actual idad, a la

    id e a d e l c as tig o

    del c o n v ic to m e d ia n te

    una

    sentencia de

    pris in, qu e t ienden a

    olvidar

    cuanto

    t iempo tardaron

    sus

    ante

    c es ore s e n aceptar esa misma

    idea.

    Olv idan

    tambin

    qu e

    no

    hace muchos a o s lo s h om

    bres y

    mujeres

    de

    varios

    pases

    participa

    ron en

    una de las

    cont iendas ms

    implaca

    bles en la historia de lo s

    derechos huma

    no s

    : la lu ch a p ara a ca ba r con el

    trato

    i nhumano y cruel de

    lo s p re so s.

    H ace m enos

    de un siglo y medio,

    casi

    todas

    la s

    penas

    prescr i tas

    por

    las

    leyes eran

    b ru ta le s y a n

    b rb a ra s . L a s penas se apli-

    El Correo. N 10. 1954

    VIEJOS

    CASCOS

    DE

    NAVES, como ste

    que se ve

    en

    el muelle de

    Portsmouth, In

    glaterra, fueron ut il izados

    como

    prisiones

    de

    delincuentes co m u n e s

    en

    la

    ltima mitad

    del siglo XVIII. Sucias,

    Insalubres y

    abarro

    tadas

    de

    convictos,

    estas prisiones

    flotantes

    estaban

    constantemente

    In fe c ta d as d e toda

    clase de enfe rmedades.

    EL P A N OP T I C ON , prisin circular con

    celdas alrededor de los muros cxterlores-

    fu ideado en

    1791

    po r Jeremas Bcntham,

    filsofo ingls, |urista y reformador social.

    Llam a este edif ic io Panopticon o

    Casa

    de Inspeccin po r la fa cilid ad con q ue

    podan

    observarse todas

    las

    celdas desde

    un punto de control situado en el

    centro.

    fi i t>.

    caban dentro de l

    espritu

    de

    la ley

    mosaica

    de l

    ta l ln :

    ojo

    por ojo

    y

    diente por

    diente.

    Lo s c ulp ab le s e ra n te nid os

    por

    seres inferiores a

    las

    bestias y

    t ratados

    como

    tales. Desde

    los t iempos

    ms

    primi

    tivos

    se

    utilizaba la tortura no solamente

    para obtener la confes in

    del

    crimen sino

    tambin

    como una fo rma de castigo. A n

    Aristteles, el gran filsofo

    griego,

    admi

    ta

    el sistema

    de

    la tortura,

    y su regla

    m entac in de ta ll ada

    dentro

    de

    la leg is lacin

    roman., sirvi de base para la voluminosa

    l eg is la c i n m e di oe va l en Italia,

    Espaa,

    Francia

    y

    Alemania.

    En

    Inglaterra,

    se

    prac

    t icaba la tortura a unq ue no autorizada

    por la le y co m n

    medame

    un

    re al p ri

    vilegio,

    en

    los

    das de los

    Tudores

    y los

    Estuardos.

    Lo s co nden ados a m u erte e ra n ejecuta

    dos de varias

    y

    espantosas

    maneras.

    Se

    les

    crucif icaba, se

    le s

    qjemaba vivos, se les

    lapidaba, se les descuartizaba valindose de

    potros

    salvajes o se les haca d ev or ar p or

    las

    f ie ras. H as ta

    el siglo

    XVIII,

    la

    persona

    d e clar a da c u lp a b le de c ie rtos crmenes ,

    co

    m o el de brujera, e ra c on de n ad a a morir

    en la s l lamas de la hoguera. E n la Ingla

    terra d el a o 1780 haba segn afirma un

    autor

    no

    menos

    de

    350

    cr menes cap i ta les ,

    en

    comparacin

    co n slo 17 en la p rim e ra

    parte de l

    siglo XV. Muchos de

    los

    crme

    ne s aadidos despus de

    1500

    eran delitos

    (Sigue

    en la

    pgina

    14)

    il

  • 8/10/2019 Revista El Correo. UNESCO 1954.pdf

    12/36

    EiV

    el uiigen

    de

    las reformas qu e

    gradualmente

    ha n

    hecho

    disminuir el

    horror

    de las

    prisiones, se encuentra

    la

    obra

    de los

    f il s o fo s y

    los juristas

    qu e ha n

    salido en

    defensa

    del

    respeto de

    la

    persona

    humana,

    de la

    igualdad

    profunda

    de

    los

    hombres,

    de lo s

    derechos

    de

    la razn contra la

    arbi

    t ra ri ed a d y

    los

    pre ju icios . Igualmente

    se encuentra el ejemplo

    de la c a rid a d que ha desaf iado

    las

    privaciones y

    lo s

    sufrimien

    tos. As, se d e be ra e v oc ar en estas

    paginas

    la

    humilde

    abne

    gacin de un

    Sa n

    Vicente de Paul como

    el

    genio de un Spinoza

    o de un

    Grocio.

    Pero,

    se

    ve con

    claridad

    meridiana

    qu e

    ha y u na ln ea de

    f i l iacin directa desde Locke

    y

    Voltaire, desde Montesquieu

    y C h ri st ia n

    Wolff, desde I lelvetius

    y

    Rousseau hasta c ie rtos

    reformadores

    especializados

    digmoslo as de

    quienes

    presentamos

    un a

    breve

    galera,

    en razn de qu e

    les

    debemos

    lo

    esencial

    de

    la s insliluciones

    penitenciarias de nuestro

    t iempo.

    Siete

    apstoles

    de

    los derechos

    del

    preso

    Csar

    Beccaria

    [1738-1790)

    Poc os libros han tenido

    tanta influencia como la

    gran

    obra.de Csar Becca

    ria. D e delitti e delle

    pene, publicado

    en 1764. E l

    xito

    fu inmediato en

    Ita

    lia

    y Franc ia,

    luego

    en toda

    E uropa y

    en

    Amr ica,

    y,

    lo

    qu e es m s an, su s

    ense

    anzas iban a

    inspirar

    algu

    nos aos m s tarde, la s

    C o ns titu cio ne s d ic ta da s p or

    varios Estados, y

    qu e

    a su

    ve z

    han servido de modelo a

    casi

    todas

    las

    naciones.

    Discpulo

    de Montesquieu,

    cuyas

    Cartas

    Pe rsas ha

    ba descubierto a lo s

    22

    aos

    de edad,

    amigo

    de D'Alem-

    4

    5

    vi o

    en

    Pr us ia , Sa jon ia ,

    Bohe

    mia, Austria, Italia, Dina

    marca, Suecia,

    R u s ia , E sp a a

    y

    P o rtu ga l, e xa m in an do p o r

    to da s p ar te s como inspector

    e scrup u lo so l as p r is io n e s , la s

    colonias

    penitenciar ias

    y

    los

    h o sp it al es . L ue go , se ocup

    de lo s lazaretos, destinados a

    la guarda

    de lo s

    enfermos

    atacados

    de

    peste.

    Visit los

    establecimientos de este g

    nero en

    Cons tant inopla

    y

    en

    Esmirna.

    Demostr su valor

    heroico cuando

    su navio

    fu

    atacado

    por

    lo s

    piratas,

    de

    sembarc

    en

    Venecia

    en

    donde

    pudo

    trabajar

    a

    sus

    anchas p or h ab er s id o p u e st o

    en cuarentena y, a l fin,

    atraves Viena

    para ir

    a p re

    dicar

    la

    re forma de la s

    pri

    siones a l E m p era do r

    Jos

    II.

    Le quedaban por estudiar los

    hospitales

    militares, y

    ese

    fu

    el

    objeto de su ltimo viaje

    a San Petersburgo,

    a

    Mosc

    y a K he rs on . E n este ltimo

    lugar

    intent

    curar

    a

    un a

    joven

    atacada de peste car

    c e la ria , p e ro a su

    ve z con

    trajo el

    terrible

    m al

    y

    el be

    nefactor muri

    el

    20 de

    enero

    d e 1790.

    Jeremas

    Bentham

    (1748-1832)

    C om o B e cc ar ia , J ere m a s

    Bentham

    profesaba el gran

    principio de l uti l i tarismo

    qu e

    consiste en considerar como

    justa

    la accin

    que

    propor

    ciona la felicidad del m ay or

    nmero.

    Esta fu-

    la

    base

    de

    su obra de

    moralista

    y de

    jurista, recibida co n

    admira

    cin y reconocim iento p or

    discpulos

    i lustres como M i

    rabeau, Th o m a s

    Paine,

    Ben

    jamn

    Rush y po r

    correspon

    sales lejanos como Mehemet

    Ali

    y

    un gran

    nmero

    de

    imitadores menos respetuo

    sos. Saqueado por todo el

    m undo

    deca Tal leyrand

    sigue s ie n do s ie m p re

    rico...

    A todos

    ense Bentham qu e

    el c as tig o e ra

    un m al

    en s

    y qu e

    no

    se

    lo

    puede

    admit i r

    sino' en. la -medida en que

    haga

    posible

    la e li m in a c i n

    de un

    mal

    m ay or

    .

    N o

    tuvo

    xito,

    s in embargo, en su

    afn de reformar completa

    mente

    la s

    prisiones, segn

    un p lan

    qu e

    hubiera

    cam

    biado

    su s

    costumbres,

    pre

    servado

    la

    salud,

    viv i f icado

    la industria

    y

    difundido la

    instruccin... .

    Manuel

    Montesinos

    (siglo

    XIX)

    Si

    en

    1835

    un

    viajero

    hu

    biera

    quer ido

    visitar la

    pri

    s in m s m oderna y m s

    p rogresista de l mundo,

    probablemente

    habr a

    tenido

    qu e dirigirse a Valencia, en

    Espaa. E n es a c iu da d, e n

    efecto,

    en el llamado

    Pre

    sidio, ' el

    Coronel

    M anue l

    Montesinos haba

    instaurado

    un rgimen firme

    y

    l iberal a

    la

    vez,

    se g n los principios

    qu e

    se reconocen hasta

    ahora

    como novedades . El

    viajero se

    habr a

    impresio

    nado con

    el

    aspecto de la

    pris in,

    la

    l impieza de

    la s

    celdas, de lo s refector ios y

    de los ta lle re s y

    el encanto

    de

    lo s

    jardines. Adems,

    habra admirado

    la

    diversi

    da d

    de

    ocupaciones

    que los

    reclusos podan e sco ge r: e n

    su m a se ejercan en la pri

    sin

    m s

    de

    cuarenta of ic ios.

    N o obstante, la gran inno

    v a c i n c o ns is t a

    en el t rata

    miento

    individual izado qu e

    haba

    implantado Montesi

    nos. Desde su l legada, el

    convicto

    era

    sometido a un

    examen

    cuidadoso

    de sus

    inst intos,

    su

    cultura, su edu

    cacin, su estado

    m ora l

    y

    religioso.

    T a l

    examen se

    prosegua hasta

    la liberacin

    de l

    preso.

    M o nt es in o s h a b a

    declarado :

    A la puer ta

    de l

    establec imiento qu ed a el de

    lito

    ; nuestra mis in

    es

    ree

    ducar al hombre .

    Philippe Pinel

    (1745-1826)

    Estudiante de medicina en

    Tolosa

    y d esp u s en Mont

    pel l ier ,

    P h ilip p e P in e l se

    re

    bel hacia

    1765

    contra

    lo s

    prejuic ios,

    la s

    t radic iones

    vetustas

    y

    la s

    doctr inas pu

    ramente

    l ibrescas.

    Quiso

    aplicar

    a

    la m ed ic in a

    u n

    12

  • 8/10/2019 Revista El Correo. UNESCO 1954.pdf

    13/36

    El Correo.

    N' ' 10.

    1954

    2 3

    ert, D iderot, H elvetius y

    qu e le invi taron

    y

    le

    triunfalmente en

    Csar Beccaria tuvo el

    de

    aplicar

    a l Derecho

    lo s

    principios

    esencia

    s

    d e

    la filosofa de las

    La

    fuente de

    su doc

    se

    encontraba en

    el

    S ocial, segn el

    el individuo cede volun

    a la sociedad

    n a parte

    de su l ibertad,

    lo

    s reducida

    posible.

    E l De

    cho Penal no t iene

    otra

    fi

    qu e

    la

    defensa

    de

    la

    y la

    co acc i n e je r

    sobre el

    cu lpa ble n o

    u ede e n

    ningn

    caso

    pasar

    los lmites absolutamente

    po r

    esta

    defensa.

    n cuanto

    a

    la pena

    de

    no la considera til

    n e ce s ar ia . A d em s ,

    afir

    a Beccar ia

    qu e esta

    pena

    nunca

    est

    fundada

    el derecho,

    pues ningn

    ha c o nf ia d o j am s

    a

    la sociedad el

    de

    decidir

    si l debe

    o morir.

    Pero Csar Beccaria no ha

    escr i to su libro, induda

    sin el apoyo de do s

    lo s

    hermanos

    ardientes reformado

    ' Alessandro Verri era

    protec tor

    de

    presos

    , en

    Miln, y

    cada da

    se le

    presentaba

    la

    ocasin de

    protestar contra

    la

    f recuen

    ci a de lo s errores jud ic ia les,

    la irregularidad

    d e l p ro c ed i

    miento,

    l a d e sp ro p o rc i n y la

    crueldad

    de

    la s

    penas,

    el

    abuso de

    la tortura, el

    infier

    no de la s prisiones. Los De

    litos y la s Penas fueron, de

    este modo, el

    fruto

    de medi

    taciones comunes sobre una

    documentac in de primera

    mano. En realidad,

    esta obra

    tuvo menos re so na nc ia p or

    su s

    principios qu e

    po r su

    certera crtica de los mto

    do s judic iales de la

    poca,

    generalmente

    caracter izados

    por

    la

    arbi t rariedad

    y la

    oarbarie.'

    Sus

    lectores de

    esos

    das

    (entre los

    cuales figur

    la E m p e ra tr iz

    de R usia ) n o

    pudieron seguir ese anlizis

    sin

    ave rgonza rse ,

    y

    es a ver

    genza

    fu

    saludable

    para

    la

    sociedad.

    John Howard

    (1726-1790)

    Juez

    de un

    tribunal ingls,

    John Howard

    tuvo

    la

    extra

    a curiosidad de

    visitar

    la

    prisin,

    a

    donde deba en

    principio

    enviar

    a

    lo s c on de

    nados. Esta visita le

    caus

    espanto, pues

    encontr

    la

    miser ia y la desesperac in.

    En

    particular,

    descubri

    qu e

    los

    ca rce le ros e s ta b an

    paga

    do s

    n ic a m en te p o r

    lo s pre

    sos,

    de

    suerte

    qu e

    un pobre

    h om b re , a n

    despus

    de

    ha

    b er s id o a bs ue lto , p od a

    per

    manecer encerrado hasta su

    muerte p o r imposibilidad de

    pagar su arr iendo. E l en

    carcelamiento

    no duraba, sin

    embargo, m u c h o ti em p o , pues

    el

    Infeliz

    convicto tenia

    to

    da s

    la s

    probabi l idades

    de pe

    recer rpidamente de

    ham

    bre o de

    enfermedad.

    Ho

    ward

    comenz

    inmediata

    mente su trabajo human i ta

    rio, y en 1774

    logr

    hacer

    aprobar

    u na le y

    qu e

    obligaba

    a

    las autoridades del

    distrito

    a remjnerar a lo s carceleros,

    a

    mantener en mejor estado

    sus prisiones

    y a dar

    vestidos

    y

    cuidar

    a lo s

    presos.

    Pero,

    John H o w a rd no

    se

    content

    co n tales reformas.

    E l p ro ble m a

    de

    las prisiones

    ejerca sobre l un a gran

    fascinacin, y a

    l

    Iba a

    con

    sagrar su s

    recursos,

    as i como

    Iba a

    dedicar

    toda

    su vida

    a l

    estudio

    lo

    m s

    completo po

    sible de

    los

    lugares

    en los

    cuales se

    sola

    encerrar a la s

    g en te s, ya se a p a ra c a st ig a r

    la s o, simplemente, para

    cu

    rarlas.

    De

    su pr imer viaje

    a

    Francia, Pases Bajos,

    Ale

    mania

    y

    Suiza,

    trajo

    docu

    mentos

    terribles,

    o

    est imu

    lantes para su p r dic a. E l

    e jemplo

    de las casas de

    reclusin de Gante

    y de

    Amsterdam, en donde

    lo s

    presos

    t rabajaban

    y donde

    eran muy raros lo s crimi

    nales

    le inspir

    las pginas

    de su

    libro State of

    Prisons

    in

    England

    and Wales (Es

    tado de las Prisiones en In

    glaterra

    y

    el Pas de

    Gales) .

    La accin

    benfica

    de este

    l ibro condujo

    a la

    aproba

    cin

    de

    un a segunda

    le y

    que

    institua el

    t rabajo

    obligato

    rio y la instruccin

    religiosa

    en las prisiones,

    lo qu e

    sig

    ni f icaba

    la pr im era t en ta ti

    va de

    reeducacin de los de

    lincuentes.

    Howard volvi a tomar el

    camino

    del extranjero.

    Se

    le

    6

    7

    todo anlogo al de

    la s

    ciencias fsicas.

    En

    sent ido

    trabaj toda su

    ;

    pero su m a y o r glor ia

    en haber

    sido

    un

    No

    dio

    libertad

    a

    criminales

    sino a lo s alie

    ad os, a qu ie ne s se trataba

    ese entonces (por lo me

    os en Occidente)

    como

    cri

    y aun

    co n

    m s r igor

    e

    a

    stos. Mdico del Hos

    de Bicetre, en

    1793, Pi

    e l no pudo soportar el es

    de esos

    seres

    m i

    dando alaridos en

    s

    jaulas,

    encadenados

    y

    y escr ib i

    a

    la s

    au

    : Los locos no son

    a los que

    es

    nece

    i o c a st ig a r, s in o enfermos

    penoso estado m erece

    d a s la s c o n sid e ra c io n e s

    de

    a la humanidad

    do

    L a s a u to r id a d e s

    du

    a ro n, y un o

    de

    lo s

    jefes de l

    se

    present en

    el

    p ic io p ar a

    darse cuenta

    :

    Pero,

    ciu

    ests loco

    t

    mismo

    querer

    desencadenar

    fieras ? . La

    res

    de Pinel acaso no

    aplica n icamente a

    lo s

    :

    Tengo la

    con

    de que son int rata

    porque se

    le s priva de

    Logr, a l

    fin,

    desencadenar les

    y, do s

    aos

    m s

    tarde,

    puso en l iber

    tad de la

    misma manera

    a

    la s mujeres

    encerradas

    en

    la S a lp tr i re .

    El libro qu e

    consagr Pinel a su s

    Ob

    servaciones y estudios

    sobre

    el tratamiento de los aliena

    dos

    difundi por todas

    partes su s ideas que pare

    cieron

    audac es , entre ellas

    l as s ig u ie n te s :

    N o

    se puede

    curar

    a los hombres

    sino re

    curriendo a la

    razn, a

    la

    sensibi l idad, a la

    persua

    sin; no se debe tratar

    a

    los alienados sino

    mediante

    un

    amor

    d e

    la

    humanidad

    suf ic ientemente

    grande

    para

    inspirar

    el

    valor

    de vencer

    la

    rutina

    y

    e l m ie do .

    Csar

    Lombrosso

    (1835-1909)

    Cuando se

    admiti que los

    locos no e ra n c r im in a le s , ha

    b a

    qu e preguntarse

    si

    lo s

    cr iminales

    no

    son, con fre

    cuenc ia ,

    anormales .

    Csar

    Lombrosso

    af i rm, en

    efecto,

    q ue el

    criminal es un en

    fermo

    ms

    qu e

    un culpable.

    Psiquiatra

    y antroplogo,

    Lombrosso

    pidi

    que, en lu

    gar

    de juzgar

    apresurada

    mente , se tratara

    de .

    estu

    diar l a accin humana

    llamada

    delito. Este estu

    dio, segn su

    opinin,

    no

    d eb a s er

    nicamenet

    la ex

    clusiv idad d e lo s magistrados

    sino

    qu e tambin

    deba

    confirselo a

    especialistas

    ca

    paces de examinar un hom

    br e

    e n

    razn

    del cl ima,

    la

    geograf a la raza, la densidad

    de

    p o b la c i n , l a

    natalidad,

    la

    alimentacin,

    el alcohol ismo,

    la

    instrucc in,

    la economa,

    la

    re lig in, la educacin y, fi

    n a lm e n te , l a prisin

    misma.

    E n

    verdad, este estudio cons

    titua u n p ro gra m a

    exigente.

    Pero, para Lombrosso, el de

    lito no era generalmente

    si

    no una- anomala o un acto

    mrbido,

    y el

    deber de la

    so

    ciedad,

    en

    lo qu e se

    r e fi er e a l

    crimen

    no

    deba consistir

    en

    el fondo sino en curar a l

    delincuente.

    Ya

    es

    tiem

    po deca

    de

    elevarse de

    la nocin de la

    defensa so

    cial a la de la

    regeneracin

    d e l cu lp a b le .

    Franz

    von Liszt

    (1851-1919)

    Una de las m s ilustres

    f iguras

    en

    el D e re c ho P e na l,

    ta n clebre

    en

    l a c ie n cia

    ju

    rdica como

    la

    fu su primo

    en

    la

    msica. E l trabajo

    cumpl ido

    por

    Liszt duran te

    toda su existencia consisti

    en dar una base cientfica a

    la legislacin penal, refor

    m ndo la al m ism o tiem po.

    Combat i

    el principio de

    la

    pena

    cerno

    represal ia e

    In

    trodujo el mtodo

    de la in

    vest igacin

    de la s ca usa s d el

    crimen.

    Juntamente con G.A.

    von

    H a m e l , de

    Amsterdam,

    y Ado lphe Prins, de Bruse

    las, establec i en 1889 la

    Unin Internacional de

    De

    recho Penal. Esta asociacin

    s os te na e l principio de que

    el

    c r imen

    y la

    frena

    deban

    ser examinados no slo

    desde

    el

    punto de v is ta J ud ic ia l si

    no

    tambin

    sociolgico

    y

    p re pu so u na serie

    de

    refor

    m as

    qu e const i tuyen el

    fun

    damento del

    moderno

    Dere

    cho

    Penal.

    Los esfuerzos

    de

    Liszt

    en

    favor

    de la senten

    c ia c on d ic io n al y

    d el p er d n,

    se l levaron t iempos despus a

    l a p r c tic a .

    13

  • 8/10/2019 Revista El Correo. UNESCO 1954.pdf

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    Ocaso de las