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Rosa Valles Martínez Palabras para el recuerdo

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Palabras para el recuerdo es un relato que narra la madre de José Luís, un niño que perdió su vida a los 12 años en un trágico y fatal accidente.

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Rosa Valles Martínez

Palabras para

el recuerdo

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Palabras para el recuerdoRosa Valles Martínez

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© Rosa Valles Martí[email protected] 00/2010/7211 • D.L. AB-184-10

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ÍNDIce

Prefacio ........................................................ 7

Prólogo......................................................... 9

La muerte de mi hijo ................................. 13

Aprendiendo a vivir con su ausencia ........ 37

el proceso de duelo ................................... 51

enseñanzas sobre el mundo espiritual ...... 77

Recursos de ayuda para afrontarla pérdida de un ser querido ............... 90

Partida hacia un Mundo Nuevo ............... 115

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AgRADecIMIeNtoS

en memoria de mi hijo José Luis, a quien agradezco profundamente toda laenseñanza derivada de su muerte, que intento trasmitir a lo largo de este libro. también expreso mi más sincero agradecimiento a quienes han alentado en míel deseo de escribir y publicar esta obra: Ángela ortiz y Manuel Reyes; a RosaVillada por su asesoramiento profesional como escritora; a Fernando Bernabé,por su ayuda con los trabajos de maquetación y diseño gráfico; a carmencuervo-Arango, por su ayuda en la edición del texto; a la asociación talithapor su acogida durante nuestro proceso de duelo; y, en definitiva, a todos aque-llos, vecinos, compañeros, amigos y mensajeros, quienes con su presencia yacompañamiento, han compartido con nosotros el dolor de la pérdida y hanaligerado la carga emocional de nuestro duelo. Doy gracias a la Vida por el don de mis tres tesoros, que son mis tres hijos:Alba, clara y José Luis. A mis padres, Belén y Pedro, por su entrega y su cariño, por su perdón y porsu confianza. A mis hermanos y hermanas, por formar parte de nuestra almafamiliar. A mi marido, compañero de viaje, con el que comparto penas y alegrías, logrosy fracasos, proyectos y aspiraciones. Le doy gracias al Misterio de la Vida que nos mantiene siempre en el caminode la búsqueda espiritual, del crecimiento personal y de la evolución constantehacia el despertar de la consciencia.

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PReFAcIo

Hay algunas cosas en la vida que no podemos cambiar oevitar que sucedan, pero siempre tendremos la capaci-dad o el poder de elegir cómo queremos vivirlas y afron-

tarlas, bien desde el victimismo y la huída o desde la aceptacióny la transformación.

en nuestras vidas todo suceso sirve para aprender y evolu-cionar, de manera que hasta de los acontecimientos más lamen-tables y desafortunados se puede sacar provecho, por muyincreíble que parezca.

La pérdida de un hijo es una de estas circunstancias imprevi-sibles, inevitables y una de las más dolorosas y difíciles que tie-nen que afrontar algunos padres.

Pero así es la vida, un camino lleno de pequeñas y grandespérdidas que hemos de superar en nuestro proceso de creci-miento personal y de desarrollo espiritual.

en su obra “La vida no termina nunca”, el místico cristianoy maestro zen Willigis Jäger afirma: “perder para ganar”.

esta frase, breve y sencilla, pero cargada de un enorme y va-lioso significado, ha sido mi máxima en todo el proceso de duelotras la muerte de mi hijo pequeño José Luís.

¿Qué mayor desapego nos puede enseñar la vida que experi-mentar la muerte de un hijo y dejarle marchar sin retenerle?

¿Qué mayor sufrimiento para el ego que el de ver morir unhijo sin poder hacer nada para impedirlo?

el instinto maternal se resiste a ello y nos cuesta aceptar queno somos dueños de nuestros hijos, sino que son hijos de la Vida,como decía el poeta libanés Khalil gibran en su obra “el Profeta”.

La pérdida de un hijo es un suceso tremendamente desgarra-dor, que te golpea con fuerza y te deja conmocionada y aneste-siada durante un tiempo que varía según cada persona.trascurrido ese tiempo de somnolencia, comienza un periodo de

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despertar hacia una realidad distinta, cruel y desconocida, en elque te das cuenta de que ya nada será lo mismo.

Ahí es donde la ausencia se hace más palpable y sin embargo,es en ese momento, como ungüento para combatir el intensodolor, cuando surgen los recuerdos más bellos y especiales denuestro hijo. A través de ellos, fluyen los sentimientos más purosy profundos de nuestro Ser dando paso a una de las experienciasmás sagradas de nuestra vida como madres, solamente compa-rable al momento de su nacimiento.

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PRóLogo

Desde el momento que nos hacemos conscientes de nues-tra existencia, observamos que la vida tiene una facili-dad natural para engancharnos a ella. Nos gusta tanto, a

pesa r de conocer o experimentar lo que llamamos bueno o malo,que aún a sabiendas de que en cualquier momento se puede aca-bar, creemos que siempre vamos a permanecer aquí. Son pocoslos que, de forma natural consciente, aceptan su futura desapa-rición. Y ello es debido a que nos pasamos la vida tratando deesquivar la muerte. A diario oímos en los noticiarios que han fa-llecido múltiples personas, e incluso a veces, puede suceder quela noticia nos alcance directamente tras la defunción de un co-nocido o allegado nuestro. ese día le acompañamos en el sepelio,y puede que nos preocupemos un poco al pensar en lo frágilesque somos, y hasta que filosofemos expresando algunas frasesrelacionadas con la muerte. Pero al poco tiempo retomaremosnuestra cotidianeidad dejando al margen la experiencia vivida.

existen lugares en los que la muerte aparece como un acon-tecimiento social y cultural en el que todos participan, pero ennuestro mundo occidental no funcionamos así generalmente.Nos da miedo sólo pronunciar la palabra por la sobrecarga dedesconocimiento que conlleva y nos agarramos afanosamente atodo lo que nos resulta familiar. No nos damos cuenta que ac-tuamos como el pez que se muerde la cola. Nos da miedo porquela desconocemos, y la desconocemos porque nos da miedo saberde ella. Y nos pasamos la vida escondiéndonos de las múltiplesposibilidades de muerte que vivimos a diario, tanto de nuestrosseres queridos como de nosotros mismos.

Pero puede suceder que la muerte en algún momento de nues-tra vida nos pueda avasallar sin compasión. De hecho, si perde-mos a un padre, una madre, un hermano, un miembro de unapareja, un amigo etc. necesariamente estaremos obligados a

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hacer una valoración realista de nuestra propia existencia. Perosi la persona que fallece es un hijo, entonces no podemos ni si-quiera pensar en continuar viviendo. Ni siquiera existe un cali-ficativo como viudo o huérfano, que defina la situación de unospadres que pierden a un hijo. es una pérdida tan fuera de locomún, tan inesperada e inusual, que no existe ninguna palabraque la describa. Sin embargo, no solo es posible, sino que ade-más, sucede más veces de lo debido. Nuestros hijos puedenmorir antes que nosotros. Y ése ha sido el caso de Rosa. ella haconocido la muerte en la forma más dolorosa que un ser humanopuede conocerla: en su hijo José Luís. Y ha sido una de las pocaspersonas que conozco que ha sabido entender esa muerte de unamanera especial.

en su libro “Palabras para el recuerdo” quedan muy bien re-flejadas sus experiencias y las decisiones que fue tomando desdeel momento en que vio a su hijo abatido en un accidente sin sen-tido. Hasta ese momento, su familia era una de tantas que llevabauna vida normal, sin pensar que podía encontrarse con algo queenturbiase su manera de vivir. Pero los hechos le condujeron aun fatal desenlace. No obstante, según las conclusiones que ema-nan de este hermoso libro, ella supo estar desde el primer mo-mento en su lugar, y tomar las mejores decisiones en relación ala muerte y la manera de llevar el duelo. es muy probable quese sorprendiera a sí misma de sus propias reacciones. Lo comúnhubiese sido que el impacto le hubiese desencadenado estadosde desesperación, ira, rabia, depresión y todas esas emocionesincontroladas que surgen cuando no le encontramos sentido a loque nos está sucediendo; pero no ha sido ese su caso.

Rosa desde el primer momento ha tenido la certeza de quesu hijo tras su muerte continúa vivo en otro plano, que su energíano terminó en aquel instante fatal sino que sólo cambió de es-tado. Y esa convicción le ha servido en gran medida para enten-der mejor lo que parecía ser una sucesión de hechos

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incontrolados. eso no quiere decir que no haya vivido su duelo,sino que ha sabido canalizar su dolor dándole el sentido necesa-rio para poder reconvertir lo difícil en fácil. De hecho, en estaspáginas se refleja claramente su sufrimiento, pero también sugran aceptación al ser consecuente con los hechos y tomar her-mosas decisiones para poder vivir en paz. eso es algo que sólolo pueden llevar a cabo las personas que a pesar de todo, sabencomprender; aquellas que poseen una fuerza interior excepcionalpara poder salvar la cadena de sucesos trágicos que puedan llegara vivir.

No es fácil montarse en el tren del entendimiento. es unaardua tarea de búsqueda y encuentros, experiencias que Rosanos relata con una gran delicadeza. con sus vivencias se apreciaque a lo largo del periplo del duelo más profundo logra ponerseen comunión con la vida y la muerte de su hijo y con la suyapropia. ese estado especial de paz se refleja en el rostro de laspersonas que saben vivir con la sabiduría interior. es la expresiónque vi en el rostro de Rosa cuando la conocí meses después delfallecimiento de su hijo. ella cree y conecta, y eso le da sereni-dad, paz y confianza para ella misma y para los que convivencon ella.

Ángela ortiz y Manuel Reyes.

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LA MueRte De MI HIJo

LA NuBe oScuRA o eL tRÁgIco AccIDeNte

el sábado 14 de Junio del 2008 amaneció con un cielo claroy luminoso que prometía ser un día radiante y espléndido, anun-ciando la proximidad del equinoccio de verano. como yo notenía que acudir al trabajo, decidí aprovechar la mañana para darun paseo acompañada por mi perro “Puma”, antes de dedicarmea las tareas de la casa. Me retrasé algo más de lo previsto porqueme entretuve hablando con un vecino, que empezó a comen-tarme algunos de los problemas existentes, pues desde hace tresaños, soy miembro de la corporación Municipal de mi pueblo(elche de la Sierra), como concejala de un grupo político inde-pendiente. cuando volví a casa, había una nota en la mesa quedecía: “Mamá, me he ido con la bici a la Longuera, me llevo unbocadillo para comer, ya he limpiado mi habitación”. estaba es-crita por el más pequeño de mis tres hijos: José Luís, clara yAlba, de 12, 15 y 17 años de edad.

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A los tres les encantaba ir a La Longuera, pues era su lugarpreferido. el valle por donde discurre en su cuenca alta el ríoSegura, es uno de los rincones de mayor valor ambiental en lacomarca albaceteña, donde la intervención del hombre no ha su-puesto un impacto negativo en el entorno. A pesar de que ya novivíamos allí, solíamos ir casi todos los fines de semana, puesmi marido y yo éramos conscientes de que el contacto con la na-turaleza ayudaba a crecer felices a nuestros hijos, que jugabanalegremente junto a los niños que en la actualidad habitan aquelparaje de naturaleza virgen e intacta. Impregnados por esa be-lleza, llena de magia y armonía, habían crecido unidos por unaprofunda amistad, disfrutaban subiéndose a los árboles, co-rriendo descalzos, bañándose en el río de aguas limpias y frescas,o jugando a los indios descubridores y otros juegos inventadospor la imaginación de un niño, libre de límites y fronteras. Reíanconstantemente porque se sentían libres, como todos los anima-lillos que conforman la gran biodiversidad de aquel magníficoecosistema.

entre los trabajos de la huerta, había llegado el tiempo desacar las patatas y él se marchó con la bici para ayudar y diver-tirse con sus amigos. Pensaba quedarse toda la jornada, ya quepor la tarde un grupo de jóvenes habían planeado hacer una es-calada en La Muela, una de las montañas que conforman el pai-saje abrupto de la Sierra, rodeado de acantilados calizos yarcillosos que se elevan sobre el río. La víspera me dijo que que-ría ir a ver cómo escalaban, y aunque yo había intentado disua-dirle para que no fuera, él quiso tranquilizarme diciéndome quesólo iba a mirar, y me aseguró que él no escalaría, pues una vezque había hecho escalada con su padre, le habían temblado laspiernas y había sentido miedo. tratando de quitarle esa idea dela cabeza, le dije que sus compañeros del colegio le habían tele-foneado para ir esa misma tarde a cenar todos juntos, pero él in-sistió en que prefería ir a ver cómo escalaban. No encontré

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argumentos para impedirle que fuese, ya que el fin de semanaanterior, yo le había prohibido asistir a la fiesta de aniversario,que organizaba la familia que vive al otro lado del río, para ce-lebrar su llegada al valle diez años antes, estableciéndose en lamisma finca de La Longuera.

en sus fiestas, tenían la costumbre de realizar un ritual de pu-rificación, que las tribus de indios americanos llaman “temas-cal”. Yo no le había dejado asistir, pues sentía miedo de que élno soportara el excesivo calor húmedo, producido por el vaporde agua que desprenden las piedras, al ser calentadas en una ho-guera, para introducirlas a continuación en el centro del tipie,donde les echan agua a modo de sauna, al mismo tiempo querezan y cantan, sentados en círculo a su alrededor. Al finalizarcada ronda, la gente que no soporta más el calor, sale del tipie yse sumerge en el agua fría del río, que se encuentra a escasosmetros. Le dije que ese tipo de cosas no me parecían adecuadaspara niños; y entonces, se puso muy enfadado conmigo por nodejarle ir y decidió quedarse en casa toda la tarde sin salir. Poreso, el fin de semana siguiente, no tenía el valor de impedirle denuevo que disfrutara, que se divirtiera y fuera feliz.

con el fin de justificar mi decisión y relajarme, empecé a de-cirme que el peligro está en todas partes, que no podemos so-breproteger a nuestros hijos y cortarles su libertad cuandocomienzan a salir solos. Me repetía que no es bueno tener miedode que les ocurra algo, porque no es sano vivir con miedo cons-tantemente. como en otras ocasiones parecidas, me preguntabasi la mayoría de nosotros, acaso no hemos cometido mil trave-suras siendo niños, sin percibir los riesgos que conllevaban y aescondidas de nuestros padres y así es como todos hemos apren-dido y crecido de manera natural. convenciéndome por estos ra-zonamientos, decidí dejarle marchar. Al fin y al cabo, por la tarderegresaría a casa con su padre y sus hermanas, quienes teníanplaneado ir a La Longuera después de comer.

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Sin embargo y en contra de lo previsto, ya nunca más volve-ría a casa.

LA eScALADA

La primavera había sido más lluviosa de lo normal en estazona del sureste albaceteño, donde los años de sequía se sucedenhabitualmente, pero superando las predicciones anuales, éstahabía sido una estación generosa en agua, reverdeciendo losmontes y los cultivos, y almacenándose en las montañas. elgrupo de niños entre los que se encontraba mi hijo, se encontrabaen la ladera de la montaña observando la escalada. el primerode los escaladores había alcanzado la cumbre de la Muela, y elsegundo había comenzado la subida, cuando, de pronto, se pro-dujo un desprendimiento y las piedras se precipitaron hacia elvacío. en su recorrido, las piedras golpeaban las protuberanciasde la montaña, rompiéndose en pedazos cada vez más pequeñosy numerosos. Alertados por los gritos de los jóvenes escaladoresque avisaban: “¡cuidado piedras!”, los niños comenzaron a co-rrer para refugiarse y escapar del peligro. Pero José Luís nohuyó, se quedó quieto, solo, mirando hacia arriba, estático, pa-ralizado, sin prever el enorme peligro que le acechaba, quiénsabe si fue una cuestión de tiempo o de reflejos... o quizás sihabía llegado su hora de partir definitivamente de este mundo,quién sabe, quién lo puede saber con seguridad si atañe al granMisterio de la Vida.

Recibió un fuerte golpe en el lado derecho de la cabeza, ycayó inconsciente al suelo. Ninguna parte de su cuerpo derra-maba sangre, tan sólo mostraba un chichón producido por el im-pacto y algunos arañazos en el hombro y en el brazo. Susgrandes ojos estaban cerrados, parecía dormido, yacía inmóvilsin reaccionar ante los gritos de auxilio de sus compañeros.

Su padre y hermanas se encontraban en la finca, a una larga

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distancia de la Muela. ellas estaban algo más cerca, bañándoseen una poza del río cuando de pronto escucharon los gritos desocorro, entonces fueron corriendo a avisar a su padre, que es-taba en la huerta con Alfred, el padre de la familia que vive allí.

con el corazón encogido por el temor y la incertidumbre,todos juntos se dirigieron hacia la Muela para descubrir el mo-tivo de la llamada de socorro. Aunque intuían que algo gravehabía ocurrido, ni tan siquiera podían imaginar la tragedia delaccidente ni sus consecuencias hasta que vieron a José Luís,tumbado e inconsciente en el suelo. con mucho cuidado para noempeorar su estado, lo trasladaron con gran dificultad unos cuan-tos metros más abajo, hasta una zona más accesible para los ser-vicios sanitarios, que habían sido avisados de inmediato, ya queafortunadamente, uno de los escaladores llevaba móvil, y desdela cima había cobertura para telefonear al servicio de emergenciadel 112. todos permanecieron junto a él, desesperados, impo-tentes y asustados, sin saber qué hacer. Mi marido le abrazaba yle hablaba ante la mirada atónita e incrédula de nuestras hijas.Desconozco los detalles y el tiempo trascurrido esperando a quellegara el helicóptero del 112, que le trasladaría hasta el Hospitalde Albacete, porque yo no me encontraba allí.

esa tarde, yo estaba citada en mi condición de concejala, paratratar algunos problemas del suministro del agua por un vecinode Peñarrubia, una aldea de elche de la Sierra, que se encuentraa varios kilómetros y que no tiene buena cobertura para móviles.Por ello, a pesar de que mi marido intentó localizarme con elmóvil en numerosas ocasiones, no lo consiguió. Finalmente, unavecina que se había enterado del accidente de mi hijo, y que mehabía visto entrar en la casa donde yo estaba ajena a todo lo queestaba ocurriéndole a mi hijo en aquellos instantes, llamó a lapuerta y me trasmitió la noticia sin más detalles, pues ella solosabía que una piedra le había dado en la cabeza. Desde el telé-fono fijo de su casa, llamé a mi marido, que me dijo que fuera

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rápido a casa, porque debíamos ir al hospital de Albacete. Norecuerdo sus palabras exactas, ni me atreví a preguntarle nadamás, era cerca de las 21 h. y me dirigí con el coche todo lo rápidoque pude hasta allí. Al llegar, encontré a mi marido esperándomeen la puerta. Percibí el terror en la palidez y en la expresión desu cara. Sin para el motor del coche, ni esperar a que me expli-case lo sucedido, le pedí que montara en el coche, me dijo quedebíamos esperar a que nos llevara nuestro amigo Alfred, éltemía que no estuviéramos en condiciones de conducir, pero yoestaba tan preocupada y nerviosa que no podía esperar ni un se-gundo. Nos despedimos de nuestras hijas, intentando transmi-tirles serenidad a pesar de nuestra angustia y recorrimos los 90kilómetros de distancia hacia el Hospital de Albacete con el co-razón en un puño y el estómago en la garganta. Por el camino,me sentía tan furiosa y extraña que apenas podía hablar, inten-taba disimular el nerviosismo, y mantener el control al volante.Mi marido me contaba algunos detalles de lo ocurrido, me dijoque, a pesar de su insistencia, el médico no le había permitidomontar en el helicóptero para acompañar a nuestro hijo porqueno disponía de asiento para él. Yo seguía esforzándome en man-tener mi atención centrada en la carretera, eso me ayudaba a con-trolar mi ansiedad y no pensar en lo peor. Recuerdo que tambiénme dijo que nuestro hijo estaba inconsciente pero tranquilo, yque al llegar al lugar del accidente con sus hermanas había per-cibido alguna sutil reacción en el cuerpo de nuestro hijo, al es-cuchar su voz. Yo le escuchaba mientras conducía lo más rápidoque podía, pues quería llegar al hospital cuanto antes para poderver a mi hijo.

LA eSPeRA eN eL HoSPItAL

una hora más tarde llegamos al Hospital y nos dirigimosapresuradamente al puesto de recepción para preguntar dónde

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se encontraba José Luís. Nos comunicaron que estaban hacién-dole un tAc antes de trasladarle a la unidad de cuidados In-tensivos pediátrica, donde debíamos esperar para recibir lainformación de los médicos. Nos fuimos hasta allí llenos de an-gustia y miedo. Nunca olvidaré ese pasillo con un único peroamplio ventanal desde donde se podía contemplar la luna llena.era ya la medianoche y yo sólo deseaba ver a mi hijo cuantoantes. una hora más tarde, la enfermera abrió la puerta y nospidió que entrásemos al despacho donde nos recibieron dos jó-venes vestidos con batas verdes. Se trataba del neurocirujano yde la pediatra que se encontraban de guardia esa noche. Nosotrospensábamos que nos dirían que se trataba de una fuerte conmo-ción producida por el golpe, que habría algún coágulo en su ce-rebro. ¡cómo íbamos a imaginar la fatal noticia!

Las palabras de la pediatra salían de su boca como disparosde ametralladora que atravesaban nuestros cuerpos. el tiempoparecía haberse detenido, todo parecía transcurrir muy lento, sinembargo, ella hablaba rápido y sin pausas, su mensaje nos dejósin aliento: “Su estado es muy grave. Su hijo tiene un enormederrame que le produce una gran presión en el cerebro, lo únicoque podemos hacer es operar inmediatamente para intentar quela fuerte presión disminuya, pero hay poca esperanza, en el casode que saliera con vida de la operación, podría quedarse muymal, sin movilidad”...

Yo no podía seguir escuchando más su discurso, mi mentequería escapar de aquella situación desesperada y tímidamentele supliqué que se callara, creo que no me oyó, porque seguíahablándonos, pero yo ya no le escuchaba, cerré mis oídos parahuir de esa pesadilla, no podía ser verdad lo que nos estaba su-cediendo. ¡Mi hijo querido! ¡Mi tesoro! ¡No, a él no! ¡Por favor,Dios mío, esto no nos puede pasar a nosotros!. La conmociónme dejó paralizada, el bloqueo emocional no me permitía ni tansiquiera llorar para aliviar mi rabia y mi dolor, aterrorizados, la

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voz apenas salía de nuestra garganta. en aquel despacho acababanuestra dicha, el sentido de nuestras vidas, era el fin. La doctoraesperaba de pie junto al neurocirujano nuestro consentimientopara la intervención, teníamos mucho miedo de que nuestro hijono lograra salir vivo de ella, sin embargo ¿acaso teníamos otraalternativa? Sin pensarlo dos veces, nos abandonamos a nuestrodestino y al saber hacer de aquel médico joven, quien había sidoelegido para desempeñar un papel tan desafortunado en él. Ledijimos con voz débil que operara cuanto antes a nuestro hijo siesa era la única esperanza. Mientras preparaban el quirófano, laenfermera nos acompañó junto a nuestro José Luís, por fin po-dría verle. Su cama estaba al fondo de una larga sala en la quehabía varias incubadoras con bebés de corta edad. era el niñomás grande de toda la sala, me sorprendió gratamente que hu-bieran decidido internarle en la ucI pediátrica. el ambiente eramás acogedor y tranquilo. Al verle, desapareció de inmediato miansiedad y me invadió una gran calma, su rostro trasmitía muchapaz, aunque estaba conectado a un respirador y a un montón demonitores que indicaban el vaivén de sus constantes vitales. Mimarido y yo esperamos en silencio junto a su cama, a que vinie-ran a buscarle para conducirle al quirófano. Nos tranquilizabaestar a su lado, coger sus manos, besar su cara, acariciar su pelo,escuchar su respiración, todo ello nos aliviaba y borraba de lamente el terrible recuerdo de aquel mensaje tan desgarrador queacabábamos de oír.

LA INteRVeNcIóN QuIRúRgIcA

Recorrimos el pasillo siguiendo a los médicos que conducíanla camilla con nuestro hijo hasta el ascensor que le trasladaba alquirófano. Al cerrarse las puertas del ascensor, nos quedamos enmedio del inmenso pasillo, solos mi marido y yo. entonces, aldarnos la vuelta, nos dimos cuenta de que justo enfrente de nos-

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otros estaba la puerta de la capilla. Sin cruzar palabra, como sitelepáticamente compartiésemos el pensamiento, nos decidimosa entrar. A esas altas horas de la noche, no había nadie en su in-terior, era el mejor lugar para permanecer en intimidad duranteesa decisiva espera que nos abría las puertas de acceso hacia elabismo. Nada más entrar, aparecieron en mi mente dos escenasque se disolvieron fugazmente: la primera era el entierro de JoséLuis. Había un altar lleno de montones de ramos de flores y elféretro donde yacía su cuerpo estaba en el centro. era como siestuviera soñando despierta, y me sentí destrozada. No tuvetiempo de razonar, ni reaccionar a cerca de esta imagen, puesapenas duró unos instantes, y enseguida apareció otra en la queJosé Luís estaba vivo pero muy enfermo, inconsciente y ajenoal mundo que le rodeaba, su cuerpo yacía inmóvil en una cama.Desde mi posición de espectadora, observaba la escena en la queyo le cuidaba, lavándole y alimentándole. Me producía una in-mensa tristeza el verlo así. Después ya no se sucedieron másimágenes en mi mente, ninguna alusión que me trasmitiera unapequeña chispa de luz y esperanza, o que me ayudara a pensaren José Luis llevando de nuevo su vida normal, alegre y feliz,llena de energía. Mi mente regresó de nuevo a la capilla, junto ami marido. entonces, pensé que se trataba de una premoniciónespantosa y escalofriante y me dio un vuelco el corazón, las imá-genes significaban para mí un mal presagio. Miré la figura de laVirgen con su niño en brazos que estaba en un lateral del altar ydesconsolada le imploré que salvara a nuestro hijo. ella podíacomprender mi dolor como madre, pues había experimentado elamor maternal y el dolor por la pérdida de un hijo, le supliqué einvoqué su gracia y su misericordia para que protegiera a miniño. cogidos de la mano oramos, recitando plegarias y expre-sando nuestra angustia y desesperación, ante la presencia sa-grada de los únicos que tenían el poder de salvación de nuestropequeño. Parecía que el tiempo se había detenido de repente,

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que no existía nada más que el sufrimiento interminable y cruelque nos apresaba. Salimos de la capilla para estar alerta a cual-quier movimiento que nos indicara que la operación había ter-minado. una y otra vez recorrimos el pasillo, sin encontrardescanso de ninguna manera. No podíamos descansar, nos sen-tábamos y nos levantábamos continuamente sin dejar de andar,aunque en mis piernas sentía una debilidad increíble, más quecaminar era arrastrar las piernas. ¡Pesaba tanto la espera! Si mesentaba, me temblaban las piernas y me castañeteaban los dien-tes, nunca antes había sentido tanto miedo, a pesar de haber vi-vido momentos duros y difíciles en mi vida, jamás me habíaenfrentado al terror que sentía en esos momentos, tenía náuseas,ansiedad y frío. No sabía dónde refugiarme, ni tan siquiera mimarido podía ayudarme a tranquilizarme. Aunque yo hacía todolo posible por controlar mi mente, era incapaz de reprimir lo quesentía en mi interior, era insoportable, sentía sacudidas en mi in-terior, apretaba mis dientes porque deseaba gritar, gemir, dentrode mí había una energía movida por una tensión incontrolable,era como si hubiera estado dentro de una centrifugadora y hu-biera salido de golpe. en mi mente se instalaban miles de pen-samientos: cuánto afán por querer controlarlo todo y entoncesme daba cuenta de que no controlaba nada, cuánto había luchadopor defender principios en los que creía firmemente y ahora nopodía luchar por lo que más quería en el mundo. Pensaba en lavulnerabilidad y en la fragilidad de la condición humana. estoera una evidente prueba de ello. Mi pequeño se podía morir yyo no podía hacer nada por él. ¿Por qué Señor, por qué él? ¿Quéhabía hecho él para merecer esto?

Al cabo de dos horas, que nos parecieron interminables, porfin las puertas del ascensor se abrieron y vimos salir al neuroci-rujano. La operación había finalizado. ¿Qué nos diría? ¿Seguíavivo José Luis? ¿o por el contrario, habría muerto? con unafrialdad inexplicable y una mirada inexpresiva que no nos des-

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velaba ni lo más mínimo el resultado de la intervención, el hom-bre del que dependía nuestra máxima felicidad o nuestra peordesdicha andaba sin decirnos palabra, recorriendo el pasillohasta el despacho de la sala de la ucI pediátrica donde había es-tado antes José Luis. el pasillo parecía haberse alargado másaún, le seguimos en silencio con un único pensamiento en nues-tra mente: ¡Por Dios Señor, que nuestro hijo siga vivo!

Pensé en lo difícil que resulta entender el proceder de algunosmédicos, sobre todo de aquellos jóvenes que acaban de salir dela universidad, al terminar sus estudios y comienzan su expe-riencia en hospitales. Parece que carezcan de sensibilidad o quesu corazón esté acorazado. Me preguntaba si lo harían para au-toprotegerse del sufrimiento de sus pacientes. A veces, en situa-ciones tan desesperadas, algunos de ellos rozan lo inhumano.

Por fin, nos habló: “Su hijo sigue vivo, ha salido de la opera-ción, pero su estado es muy crítico. Según el resultado de las ex-ploraciones, tiene el nivel 3 en la escala de glasgow, lo querepresenta una mortalidad cerebral elevada. Si saliera adelante,quedaría como un vegetal para el resto de sus días. Ahora está muysedado y las horas que siguen serán claves para su evolución”.

Mi marido y yo nos quedamos helados, el mensaje no eranada esperanzador, pero al menos había superado la operación,seguía con nosotros y eso era lo que más deseábamos. Ya fueradel despacho, en ausencia del médico, nos abrazamos por fin,remplazando sus palabras tan penosas por un único pensamiento:¡gracias Dios mío! ¡gracias! ¡José Luís sigue vivo! ¡Lo ha con-seguido! Nos encontrábamos otra vez en el pasillo, los dos solosa la espera de poder ver a nuestro hijo de nuevo, de poder besarleuna y otra vez, y expresarle nuestra alegría por haber superadola operación.

Ahora, tenía que seguir luchando y nosotros le íbamos a ayu-dar con todo nuestro amor y nuestras fuerzas. Juntos lo conse-guiríamos, aunque el camino fuese largo y difícil. Yo dejaría todo

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por él, mi trabajo y todas mis demás ocupaciones, para cuidarley dedicarle todo mi tiempo y mi energía. Le llevaríamos a losmejores hospitales, a toledo, donde existe un centro especiali-zado en estas lesiones. empecé a sentirme mejor, con más fuerzay esperanza. Me decía a mí misma que teníamos que pensar enpositivo y trasmitir esa energía a nuestro hijo, que el pensa-miento tiene mucha fuerza y construimos la realidad a través deél. De pronto apareció la pediatra de guardia con la que había-mos hablado y nos dejó entrar a verle. Seguía entubado, incons-ciente y con cara de serenidad. Sus hermosos y grandes ojospermanecían cerrados y se los habían tapado con unas gasas paraevitar que se resecaran. estaba conectado a un respirador y supecho se movía con fuerza. era el único movimiento de sucuerpo. De vez en cuando, alguna de las máquinas de control delas constantes vitales empezaba a pitar porque éstas se desesta-bilizaban. Le supliqué a la doctora que nos dejara estar con éltodo el tiempo posible, era nuestro mayor deseo. Le prometí queno molestaríamos, adaptándonos a la situación en todo momentopara no alterar el orden. Asintió con la cabeza y nuestra alegríafue inmensa. Sentía que debía hablar a mi hijo para darle ánimos.estaba segura de que él podía escucharnos y que percibía nuestrapresencia y energía aunque estuviera inconsciente. Pero en sugrave estado, era importante hacerlo con gran sutileza y sensi-bilidad para no alterarle.

empecé a hablarle en susurros mientras le acariciaba: “JoséLuis, cariño mío, estamos contigo y te queremos mucho. eresmuy importante para nosotros y te vamos a ayudar a superar estasituación. tienes que luchar, tesoro mío, tienes que decirle a tucerebro que tu lugar está aquí con nosotros, con mamá y papá,con tus hermanas Alba y clara, con tus primos, tus amigos. Y,cuando te pongas bien, podrás ir de nuevo al río a pescar y a mon-tar en bici con ellos. No tengas miedo cariño, no te vamos a dejarsolo. tienes que luchar hijo mío, lo vamos a conseguir…”

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Mi marido también le hablaba con mucha delicadeza y le aca-riciaba lleno de compasión y lágrimas en los ojos. Los monitoresindicaban a través de sonidos y números luminosos y parpade-antes que sus constantes vitales seguían muy alteradas, sentadosjunto a su cama, los minutos y las horas pasaban sin que pudié-ramos sucumbir ni un momento al cansancio.

Ya de madrugada, comenzamos a pensar en nuestras familias.¿Qué debemos hacer? ¿cómo se lo decimos? La mayoría vivíafuera de la provincia de Albacete, estaban lejos y no conocían lanoticia. Ni tan siquiera nuestras hijas sabían de la extrema gra-vedad de su estado, ni los amigos del pueblo, a pesar de que allíya habían corrido los rumores del accidente. Pedimos consejo ala doctora y nos aseguró que en momentos como éste, el apoyode la familia es fundamental. Y prosiguió: “Además, si ocurrieselo peor, sus seres queridos querrían despedirse y estar a su lado”.Sus palabras nos dieron el impulso necesario para tomar tan im-portante decisión, que no podíamos postergar dando paso al co-mienzo de una cadena de interrogantes por resolver: ¿a quién selo decimos primero? ¿cómo encontrar el valor para darles unanoticia así? ¿con qué palabras? Por una vez más en la vida, te-níamos que dejar la inseguridad y el miedo a un lado y actuar.Bastó con un par de llamadas para que la noticia se expandiesecomo la pólvora.

en una sola noche, nuestra vida había dado un giro radical.Al día siguiente, domingo, el teléfono no dejaba de sonar. Fa-miliares, amigos y vecinos nos llamaban tras conocer lo ocurridopara darnos ánimos e interesarse por el estado de José Luis.Nadie podía dar crédito a nuestras palabras cuando explicába-mos la verdad de la situación tan crítica y penosa. una y otravez repetían: “No es posible”, “no me digas eso”, y siempre, alescuchar nuestro llanto, nos intentaban consolar y darnos espe-ranzas. toda la gente nos decía: “Los milagros existen ¿Por quéno puede ser José Luis uno de esos milagros?”.

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Por el contrario, el mensaje de los médicos era totalmenteopuesto, cruelmente realista y desgarrador. en ningún momentonos trasmitían una sola palabra de esperanza a la que aferrarnos,supongo que para no pillarse los dedos.

Las primeras en llegar al hospital fueron nuestras hijas Albay clara, acompañadas de Alfred, uno de nuestros mejores ami-gos, que las trajo en su coche. No podían imaginar lo que les te-níamos que decir, pero tampoco podíamos ocultarles la verdad.¡cuánto dolor!

Por primera vez conseguí soltar las lágrimas y rompí a lloraral verlas.

todo eran sollozos y abrazos. ¡Ya no podíamos guardar den-tro tanta pena!

entraron a la sala de la ucI y al ver a José Luis no podíandejar de llorar, ni hablar, aunque les decíamos que le besaran yle hablaran porque él sabía que estaban a su lado.

Me sentía tan desgraciada al ver así a mis niñas, ¿por qué te-nían que vivir una situación tan dura a su edad?

Sobraban las palabras, el silencio tan significativamente tristeexpresaba todo el dolor de nuestras almas. un par de horas mástarde, llegó la familia y nuestros rostros reflejaban mucho miedo,sufrimiento e impotencia.

con sus gestos nos expresaban todo su cariño y ternura, mos-trándonos una gran sensibilidad. el dolor de todos los que lle-gaban a vernos y a abrazarnos era uno, único e innombrable.Jamás antes me había sentido tan fraternalmente conectada atodos los seres, que intentaban apoyarnos y sostenernos con suspalabras de aliento, sus miradas de pena y sus sentimientos purosy sinceros.

el amor hacia nuestro José Luis nos unía en profunda cone-xión y los sentidos físicos no eran necesarios para compartir elsentimiento de nuestro corazón.

Nos consolaba y reconfortaba el sentirnos tan apoyados y

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queridos en esos instantes, eso nos daba fuerzas para aguantarel cansancio que empezaba a dejar su huella en nuestro cuerpo.

A lo largo del día, las constantes vitales se estabilizaron y elmédico nos comunicó que iba a retirar poco a poco la sedaciónpara poder realizar una segunda prueba, que sería decisiva, conel objetivo de evaluar si en su cerebro existía actividad o no. esosería al día siguiente, lunes a primera hora.

Al llegar la segunda noche, buscamos un poco de descansoen los sillones de la sala de espera. Las horas pasaban despacioy, aunque dormíamos a ratos, mi marido y yo nos turnábamos amenudo para ir a ver a nuestro hijo en la unidad pediátrica. Noqueríamos dejarle solo, sabíamos lo importante que era para élque estuviéramos a su lado, que le habláramos y acariciásemos.Lo hacíamos una y otra vez, con palabras de fuerza y de amor,siempre de forma positiva, para animarle a seguir luchando y re-sistiendo. Pero, al mismo tiempo, sentíamos una gran desespe-ración y resignación al ver que nada en él reflejaba ni un ápicede vida. Su estado, aunque estable no había cambiado en nada,no había ninguna señal que nos ayudara a mantener la esperanza.

La compasión y la comprensión de algo que no se puede en-tender con la razón nos hacían temer lo peor, a pesar de que noqueríamos ni hablar de ello.

Su MueRte

Lunes 16 de junio, 11 horas. Vimos salir de la ucI al pediatra que había sustituido al

equipo médico que hacía la guardia del fin de semana, venía deestudiar el resultado de la prueba practicada a nuestro hijo esamisma mañana, y la expresión de su rostro hablaba por sí sola.Nos temíamos lo peor. Nos pidió que le acompañásemos a sudespacho para comunicarnos en la intimidad el resultado deltec, que desgraciadamente era plano. Nos reveló su lado más

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humano, intentando encontrar palabras sensibles a nuestro dolor.Así, con cara de compasión y voz emocionada, nos dijo que,como padre que era y a pesar de ejercer su profesión durante nu-merosos años, nunca encontraba las palabras para comunicar alos padres una noticia tan terriblemente dolorosa: la muerte desu hijo. era lo que nuestra alma ya sabía, pero nuestra mentequería ignorar. Me quedé paralizada, anestesiada, llena de an-gustia y desesperación como nunca antes lo había experimentadoen mi vida. Me invadieron sentimientos y sensaciones descono-cidas por mí hasta entonces y muy difíciles de describir. Ya nohabía solución, lo peor había ocurrido. el sufrimiento abarcabapor entero nuestra nueva realidad, estaba indefensa, una partede mí había huido intentando escapar hacia ninguna parte, peroestaba acorralada y no tenía escapatoria. ¿Por qué Señor, por quémi pequeño? ¿cómo íbamos a vivir sin él? ¿cómo soportaría-mos su ausencia? ¡Por Dios, cuánto dolor! ¡cuánto dolor!

Hicimos pasar al despacho a nuestras hijas para trasmitirlesel fatal desenlace, se nos partía el corazón al escucharlas llorarrepitiendo ¡No, No, No...! ¡Deseaba tanto que sólo hubiera sidouna horrible pesadilla! ¡Qué lástima de mis hijas! ¿Por qué noshabía sucedido esto? ¿cómo podía ocurrirnos una cosa tan te-rrible? ¿con qué razón? ¿con qué sentido? Inmediatamente, va-rios médicos de la unidad de donantes del hospital hicieron suaparición y nos empezaron a hablar de lo que ya intuimos nadamás verles entrar en el despacho. Sin necesidad de pensarlo dosveces, y con la misma comunicación telepática de otras vecesentre mi marido y yo, les dijimos que sí. José Luis era un niñomuy sano y desgraciadamente ya no necesitaría nunca más sucuerpo, sin embargo ahora sus órganos podían dar mucha viday esperanza a otras personas, a otros niños y a otras familias…

Después llegó el momento de decidir acerca del modo de en-terrarlo y mi marido dijo que lo incineraríamos. Yo asentí con lacabeza sin reflexionar, confiando en él sin objeciones.

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No recuerdo en qué momento, comencé a sentir una protec-ción especial que me sumergía en un estado de paz y serenidad.Mi mente pasó a un segundo plano para dejar libre mi corazón,que estaba abierto de par en par. el dolor se había trasmutadoen un inmenso amor. De él surgía una fuerza interior que meguiaba y me sostenía, fluyendo a través de todo mi cuerpo. Asílo debieron sentir los que estaban junto a mí, porque percibíanmi serenidad y eso ayudaba a que todo fuera más fácil. Segura-mente, de la misma manera lo debió percibir el sacerdote queestaba recién llegado, pues apenas llevaba unos meses en nuestropueblo, cuando le llamé por teléfono para pedirle que prepararala misa de entierro para despedir a José Luís al día siguiente.

el tiempo de espera hasta que llegaron los distintos equiposde donación de varios lugares de españa, transcurrió entrando ysaliendo de la ucI acompañados por amigos, profesores y fa-miliares que deseaban despedirse de José Luis. La única personaque no sabía la triste noticia era mi madre, su única abuela convida. tres años antes, había muerto mi padre. Yo tenía la certezade que él había cogido de la mano a nuestro hijo y se lo habíallevado junto a él, como cuando era más pequeño, y le llevaba aver los encierros de toros en el pueblo, a montar en las atraccio-nes de la feria y comprarle almendras de turrón en los puestosde los vendedores. Ahora cuidarían el uno del otro y, juntos, detodos nosotros. Yo le miraba mientras pensaba en todo esto, y lebesaba, acariciando su cara, sintiendo la suavidad aterciopeladade su piel y de su pelo; le decía que se marchara tranquilo, quele queríamos mucho y le dejábamos volar libre y feliz. Ya no po-díamos retenerle a nuestro lado, porque él había decidido mar-charse a otro plano de la VIDA. Había elegido liberarse de uncuerpo inerte, sin futuro, y de ese modo decidía liberarnos tam-bién a nosotros de la prisión en que se habría convertido nuestravida de familia. Pensé que su decisión mostraba una vez más unalma sabia y generosa al optar por no quedarse atrapado en un

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cuerpo que ya no le serviría nunca más. casi a las 7 de la tarde, llegó mi madre desde Alicante, justo

a tiempo de despedirse, pues apenas unos instantes después lle-garon los equipos de donación. Me sentí muy aliviada y agrade-cida de que mi madre pudiera despedirse de su nieto antes deque le retirasen la respiración artificial.

Las paradojas de la vida nos mostraban una circunstancia ab-solutamente antinatural, ya que lo previsible, lógico e imaginablehubiera sido que sucediera al contrario y mi madre hubiesemuerto antes que mi hijo. como si adivinase mi pensamiento,así lo decía ella una y otra vez al verle en la camilla entubado einconsciente: “mi nene, tan precioso, tan guapo, tan hermoso,¿por qué él y no yo?” ella comenzó a recordar la visita que lehabíamos hecho tan sólo un mes antes, en aquella ocasión mihijo le había prometido que nada más acabar el colegio, iría apasar unos días con ella en su casa, cuando le dieran las vaca-ciones de verano. Le besó y le abrazó por última vez, muy emo-cionada pero sin derrumbarse, pues mi hermano le había dadoun tranquilizante antes de salir desde Alicante por miedo a quesu corazón no resistiera el enorme disgusto que iba a tener quesoportar. ella había sufrido una angina de pecho y estaba ope-rada del corazón, pues padecía desde hacía muchos años insufi-ciencia cardiaca y su corazón estaba cada vez más débil a sus78 años.

A pesar de todo esto, mi madre era una mujer muy fuerte,pues conocía el sufrimiento desde su infancia y había soportadogolpes muy dolorosos en su vida: la ausencia de su padre durantela guerra, el hambre y la escasez de la posguerra, la pérdida desu primer marido recién casada y embarazada de su primer hijo,su resistencia ante situaciones difíciles era admirable, quizás estolo hayamos aprendido de ella sus hijos, hijas y nietos.

Los médicos esperaban ya poder llevarle al quirófano paracomenzar con la intervención de extracción de órganos, pues

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todo estaba preparado. todo, menos nosotros. esa sería la últimavez que podríamos ver a nuestro hijo respirar. Había llegado elfatal y triste momento de decirle adiós a nuestro hijo. La muerteno se hacía esperar más.

Ahora que han pasado varios años, después de todo lo quehe experimentado tras la pérdida de nuestro hijo, me preguntopor qué en los hospitales no existe la persona que ayude en talesmomentos a aceptar la muerte de un hijo, por qué no hay unasección de acompañamiento del estilo a los grupos de apoyo enel proceso de duelo, por qué no se nos habla de lo que tantoscientíficos han contado en sus libros sobre las experiencias cer-canas a la muerte y lo que ocurre tras la muerte física. estoy ab-solutamente convencida que este tipo de mensajes nos haríanmucho bien a los padres y nos ayudaría a vivir esa tragedia enun estado de mayor paz interior.

como es habitual en estos casos, a nosotros nos ofrecieronla asistencia de un sacerdote, sin embargo los rechazamos ins-tantáneamente porque pensamos que nuestro hijo era un almapura y no lo necesitaba. Igualmente, rechazamos la ayuda psi-quiátrica, pues nosotros desconfiamos de lo que en medicinaconvencional se denomina ayuda médica, entendida como el su-ministro de calmantes que amortiguan tu consciencia y te dejanatontado. No era ése el tipo de ayuda que nosotros necesitába-mos ni deseábamos. Queríamos vivir la muerte de nuestro hijo,por muy duro que fuera, de manera absolutamente conscientes,al igual que le habíamos visto crecer feliz y alegre a nuestro lado.

La intervención duró algo más de 6 horas, desde las siete dela tarde hasta la una de la madrugada. Mi marido y yo estábamosagotados por la intensidad de todo lo que estábamos viviendo,pero la compañía de numerosos familiares y amigos nos hacíasentirnos arropados. esperábamos en la sala del hospital que ha-bían habilitado para que estuviéramos en mayor intimidad, ale-jados de la curiosidad de los familiares de otros pacientes.

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trascurrida la operación, los médicos nos comunicaron que po-díamos bajar a velar a nuestro hijo. Ya sólo permanecíamos en elhospital la familia más próxima y unos pocos amigos. en princi-pio, habíamos decidido velar su cuerpo en el tanatorio para estarmás cómodos y próximos a nuestro pueblo, pero finalmente, nosaconsejaron quedarnos allí por lo tarde que se había hecho. Labajada al mortuorio fue otro de los momentos más difíciles quetuvimos que soportar. todo mi ser se estremeció de nuevo al es-cuchar esa palabra: “mortuorio”, que indicaba el lugar de nombretan desagradable y poco acertado donde habían instalado el fére-tro con el cuerpo sin vida de nuestro hijo. Se podía percibir queel lugar había caído en desuso y no estaba muy adecuado para sufunción. Resultaba un lugar demasiado frío y descuidado para al-bergar el alma de un ser tan puro como el de nuestro pequeñoJosé Luís, sin embargo el cansancio y la tremenda tristeza erantan intensos que no nos molestábamos en pensar en ese tipo dedetalles. una sensación de extrañeza se instaló en mí, pues meparecía todo demasiado increíble como para ser cierto, estabaadormecida y aturdida, pero a medida que descendíamos las es-caleras y traspasábamos las puertas, un escalofrío recorrió cadaparte de mi cuerpo como un latigazo, como si quisiera desper-tarme para ver con total lucidez la imagen de mi hijo muerto.

¡Qué momento más cruel y duro! traspasamos varias puertascerradas que daban a las distintas salas, todas ellas desocupadas,nadie ocupaba aquel lugar a parte de nosotros. Por fin llegamosa aquella sala oscura donde estaba el féretro con nuestro ángel.en verdad que parecía un ángel. La expresión de su cara era se-rena, sus cejas perfiladas, sus pestañas largas, sus labios seguíanrosados y su nariz blandita, aunque comenzaba a estar frío. entrépara darle mi último beso y sentí un frío desolador. el mismofrío que, junto al cansancio, se apoderaban de nosotros a medidaque pasaban las horas, bien entrada la noche. era un lugar incó-modo y no pudimos dormir, de vez en cuando le observaba desde

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el cristal que le separaba de nuestra sala y aunque su cuerpoyacía delante de mis ojos sin vida, yo sabía que su alma seguíaviva en otro lugar rodeado de luz y de paz. con esa certeza, con-seguía a malas penas aliviar mi dolor.

eL eNtIeRRo

Martes 17 de junio. 11 h. de la mañana. en el pueblo, todos esperaban la llegada del coche fúnebre y

de todos nosotros. era un día radiante, lleno de una luz esplén-dida, como si las puertas del cielo se hubieran abierto de par enpar para dar paso a un alma tan pura e inocente. La iglesia, degrandes dimensiones, no podía albergar la pena y el calor detanta gente que deseaba despedir a José Luis. Mucha gente tuvoque quedarse en el exterior, esperando en la plaza, pues no habíaespacio suficiente a pesar de la amplitud del templo. Los amigosde nuestras hijas llevaron el féretro hasta el altar con una gransolemnidad y madurez a pesar de su juventud. Los amiguitos deJosé Luis les seguían con preciosos ramos de flores y el rostromuy apenado. en las primeras filas de bancos, junto al altar, seencontraban los niños y niñas que habían compartido sus añosde infancia, clases y juegos junto a él. Algunos no conseguíanreprimir las lágrimas.

A pesar de estar muy cansados tras los tres días de intensasemociones y de desgaste físico, hicimos el esfuerzo de recorrerla distancia de 90 kilómetros desde el hospital al pueblo para lle-var su cuerpo a la iglesia, antes de regresar de vuelta a Albacetepara proceder a su incineración. Sabíamos que para la gente delpueblo era difícil entender el entierro de un niño con una urnade cenizas. Además, José Luís merecía una hermosa y profundadespedida de todo su pueblo. era el momento preciso para ex-presarle unidos todo el amor que sentíamos por él y toda la penapor tener que decirle adiós para siempre.

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Nosotros así lo sentimos y agradecidos por ello subimos alaltar para compartir esos sentimientos que nos conectaban y nosunían fraternalmente. observando a los compañeros de colegiode mi hijo desde ese lugar sagrado, una imagen llegó a mi menteen ese instante: se trataba de la escena que esos mismos niños yniñas habían protagonizado tres años antes, cuando estaban sen-tados en el altar, para recibir su primera comunión. José Luísocupaba justo el lugar en el que nos encontrábamos su padre yyo en ese mismo instante, vestido con su traje de almirante, co-menzó a leer desde el púlpito con voz alta y segura para sorpresade todos. Fue durante el momento de agradecimiento. Él leía lafrase que seguramente había escrito su catequista o el sacerdotepara la ocasión, y que decía: te doy las gracias Señor por tenerunos buenos padres…..

un sentimiento de amor inmenso y de enorme tristeza me in-undó al compartir ese recuerdo en voz alta. todos nos emocio-namos mucho, yo no pude continuar y entonces mi maridoprosiguió con nuestro mensaje de agradecimiento. Reconforta-dos por esa energía de amor que se podía percibir como una luzdorada, que nos envolvía a todos para acompañar el alma denuestro hijo hacia el umbral del cielo, les pedimos a todos losasistentes acabar la ceremonia con un colectivo pésame, parapoder marcharnos cuanto antes a la incineración del cuerpo sinvida de José Luís.

Fue en ese momento cuando me hice consciente del sentidode pertenencia a este pueblo del que no éramos originarios, perodel que ya formábamos parte de su historia. Habíamos dejado desentirnos forasteros en él y nos sentíamos como miembros de unagran familia despidiendo a uno de los suyos. La gente expresó sucomprensión y gratitud en un ensordecedor aplauso tan fuertecomo conmovedor. Fuera de la iglesia, nos esperaba el coche fú-nebre para regresar al tanatorio de Albacete, contemplamos ató-nitos la multitud de gente que llenaba la plaza, entre la gente

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distinguimos a varios amigos que habían llegado desde ciudadeslejanas, como Bilbao, Madrid y Alicante. un largo viaje para nitan siquiera tener la oportunidad de abrazarnos, entre la multitudy la intensa emoción que nos paralizaba y bloqueaba. Sin em-bargo, su gran esfuerzo no fue en vano y obtuvo su reconoci-miento, pues gracias a su presencia y acompañamiento, nuestrashijas pudieron marcharse con ellos a La Longuera, apartadas detanta presión emocional y social, lo que les produjo mucho bien-estar al poder sentirse libres de nuevo. una vez allí, celebraronun ritual emotivo, sencillo y significativo en el que ellas fueronlas receptoras de la calidez de sus abrazos y de sus muestras decariño como representantes de nuestra familia.

A nosotros aún nos quedarían varias horas de viaje de ida yvuelta, arropados por la familia más íntima, haciendo un últimoesfuerzo para acompañar el féretro con el cuerpo sin vida denuestro hijo hasta el momento de su incineración. Al llegar altanatorio, una nueva decisión aguardaba nuestra llegada, elegirla urna para guardar sus cenizas. es increíble cómo en los mo-mentos más dolorosos aparece la fuerza interior, que nos guía ynos lleva a todas partes, hasta las más remotas e impensables.Impensables sí, pues cómo íbamos a imaginarnos unos pocosdías antes, que deberíamos experimentar una experiencia tan do-lorosa en nuestras vidas.

Durante el regreso a casa en el coche, de nuevo solos mi ma-rido y yo, con la urna entre mis brazos, me sentía agotada, perola tensión había desaparecido y mi mente estaba lúcida y cal-mada, reflexionaba sobre todo lo vivido con intensidad y cons-ciencia. Sumida en un sin fin de pensamientos, me decía quehabíamos perdido un hijo y nuestra vida ya nunca sería la deantes. un sinfín de interrogantes se amontonaba en mi cabeza:¿cómo se puede sanar una herida tan grande? ¿cómo lo íbamosa superar? ¿Qué ocurriría a partir de ahora? ¿Qué emocionesaguardaban en nuestro interior para ser liberadas y escuchadas?

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¿cómo reaccionarían nuestras hijas ante tanta pena? esa noche, caí dormida en un sueño profundo y reparador

que me devolvió a la realidad a la mañana siguiente.

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APReNDIeNDo A VIVIR coN Su AuSeNcIA

eN cASA SIN ÉL

Al despertar, me levanté y fui a la sala del comedor-cocina,al entrar imaginé que él estaba en pijama como tantos y tantosdías ociosos, en los que no había clase en el colegio, y me lo en-contraba acostado en el sofá viendo tranquilamente los dibujosde la tele con poco volumen para no molestar, como solía hacercada mañana. Le gustaban tanto los dibujos animados, que in-cluso algunas veces los miraba aunque fuera en otros idiomas,en el canal de alguna televisión extranjera, de las que se podíanver a través del canal satélite, eso me divertía y pensaba que, almenos, le servía para aprender idiomas. era el más pequeño ytambién el más madrugador de los tres. Siempre se levantabatemprano, incluso en el fin de semana, a pesar de no tener que ira la escuela.

Al ver el sofá vacío, pensé que él ya no estaría ahí nunca más.entonces me eché a llorar muy triste al pensar en ello.

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Las emociones de dolor, rabia y tristeza aparecían constan-temente en nuestros días, la casa era nuestro refugio. Improvi-samos a modo de altar un espacio para rezar y meditar en nuestrodormitorio, donde coloqué provisionalmente la urna con sus ce-nizas, junto a unas flores, una vela, incienso y la imagen de lavirgen con el niño que nos regalaron el día de nuestra boda. Allado, coloqué la foto de carné que le habíamos hecho para ma-tricularle en el colegio a los tres años, con su mirada inocente,su pelo rubio dorado y su preciosa sonrisa, rasgo tan caracterís-tico suyo. Los días que siguieron fueron los más dolorosos yduros de nuestra vida familiar y personal, a pesar de recibir lascontinuas visitas de amigos que se preocupaban de nuestro es-tado emocional. Mi marido y yo solamente encontrábamos lapaz interior al meditar y rezar en intimidad los dos juntos, esonos ayudaba a expresar libre y conscientemente nuestros senti-mientos, dejando salir el llanto, la amargura, la rabia por no en-tender, por no encontrar un sentido, un por qué.

Me preocupaba mucho que nuestras hijas se encerraran en supena, que cada uno de nosotros nos aislásemos en nuestro sufri-miento, aún mayor si lo vivíamos en soledad. Sentía que era muyimportante que habláramos y compartiéramos nuestros senti-mientos en profundidad, sabía que eso requería mucha paciencia,ternura y sensibilidad. era el tiempo para el lenguaje del corazón,había que facilitar que éste se expresase sin límites ni corazas. Élsabía cómo hacerlo, sólo había que permitírselo, evitando ponerletrabas ni obstáculos con la mente controladora y represora.

comenzar a comunicarnos a ese nivel fue un proceso deaprendizaje para mí y para toda la familia. cada uno teníamosnuestra singularidad y nuestras hijas eran muy distintas en supersonalidad y en su forma de relación, cada una requería unacercamiento diferente. con 16 y 17 años de edad cada una, la-mentaba como madre no haber dedicado tiempo a crear espaciosde intimidad en el núcleo familiar para expresar nuestras emo-

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ciones y sentimientos, para compartir nuestro mundo interior,cálido y precioso. Definitivamente, había llegado el momentode hacerlo: o ahora o nunca. era nuestra oportunidad.

con este pensamiento, y con el deseo de no perderlas, me in-troduje en su mundo interior con mucho tacto y un poco demiedo a que me rechazasen por invadir su intimidad. Pero todoresultó mucho más sencillo de lo que pensaba, porque no era yoquien hablaba, sino la voz interior de mi alma, donde residenuestra fuente de paz y sabiduría.

¡cuánto tiempo había tardado en darme cuenta de lo impor-tante que es el amor para poder crecer y aprender en la vida! ¡Yqué regalo tan maravilloso tomar consciencia de ello antes deque fuera demasiado tarde...!

Los padres pensamos que somos nosotros quienes educamosa los hijos, y es un proceso mutuo, porque nuestros hijos son es-pejos que nos ayudan a mirarnos en ellos para ver nuestras limi-taciones y conocernos mejor, nos empujan a enfrentarnos a ellasy a superarlas; nos enseñan a transformar nuestra parte de oscu-ridad en luz y nuestro egoísmo en entrega incondicional. Loshijos nos obligan a escuchar a nuestro corazón cuando la razónnos separa de ellos a base de juicios categóricos, de condiciona-mientos culturales y de análisis mentales. Mi hijo me estaba en-señando una gran lección sobre la vida y la muerte gracias a supérdida, él había pasado de ser mi hijo a ser mi mejor maestro.

APReNDIeNDo A VIVIR coN Su AuSeNcIA

Durante los días siguientes a su muerte, los recuerdos de mihijo llegaban de manera espontánea e involuntaria a mi mente,despertando en mí todo el amor y la ternura que sentía por él.

cerraba los ojos y volvía a percibir en mi rostro el tacto cá-lido y aterciopelado de su piel, cuando me daba un beso al des-pedirse cada mañana, era tan real como si lo sintiera de nuevo.

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Lo observaba irse hacia el colegio desde mi ventana con su mo-chila en la espalda, recordaba lo orgullosa y feliz que me sentíaal verle convertirse en un adolescente. Lo veía a través de loscristales de la puerta que daba al patio interior de nuestra casa,montado en su patinete o jugando con nuestro perro. ¡cómo dis-frutaba y cuánto se divertía con las pequeñas cosas! escuchabasu risa, tan viva como si la escuchara de nuevo. Los recuerdosdel pasado traían hacia mí sentimientos muy bellos y agradablespero el dolor por su ausencia me destrozaba por dentro. entoncesnecesitaba abandonarme a las emociones que surgían en mi in-terior, entraba en su habitación intentando recuperar algo de supresencia, me tumbaba a solas en su cama, buscando el rastrode su olor y descargaba todo mi llanto hasta quedarme aliviaday rendida. Así, en medio del llanto y del silencio, volvían a míel descanso y la calma.

toda mi energía se centraba en el proceso emocional tan pro-fundo e intenso que estábamos viviendo. comprendía que haríafalta mucho tiempo, compasión y paciencia conmigo mismaantes de volver a mis actividades cotidianas. Ni siquiera eracapaz de hacer otra cosa que cuidar de mí misma, de mis queri-das hijas y de mi marido. Ésa era mi prioridad más importante yno podía dedicar mi atención a nada más. Pero eso no me in-quietaba, porque afortunadamente sabía que todos en mi entornopróximo y en mi trabajo lo entenderían. eso me permitía llevarun ritmo tranquilo y no añadir más presión a mi proceso deduelo.

Día tras día, el pasado se situaba ante mí, las imágenes de lavida con mi hijo se sucedían, a pequeñas dosis, como si mi natu-raleza humana supiera hasta dónde era capaz de soportar. Apare-cían de forma regresiva, sucediéndose una tras otra dando marchaatrás en el tiempo, desde sus últimos días en casa hasta su naci-miento, como si se tratase de una película vista al revés, desde elfinal hasta el principio. Las observaba sorprendida por la inten-

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sidad y la claridad con la que aparecían desde los rincones es-condidos en mi memoria más profunda. Las acogía como unagran oportunidad de revivir los momentos compartidos con él,pero con la consciencia de saber que no volverían a repetirsejamás. Ahora, era tremendamente capaz de darme cuenta de todolo que él significaba en mi vida, del bienestar y de la felicidadque me aportaba, como quien come una fruta exquisita sabiendoque nunca más volverá a saborearla. A través de estos recuerdos,percibía y comprendía lo que es verdaderamente precioso y esen-cial en nuestra vida, en esta experiencia humana que tiene comopropósito crecer, evolucionar y sobre todo aprender a amar.

tomé consciencia de la cantidad y de la calidad de todo loque mi hijo me había enseñado en su breve paso por mi vida:gracias a él había crecido como madre, había aprendido a ser unpoco más paciente y flexible, a aceptarle tal y como era, con suslimitaciones, con sus rabietas, con sus caprichos. Me había en-señado a expresar mi ternura y el significado de la entrega y dela alegría de amar. Y también a conocerme mejor a mí misma,al descubrir a través de él mis actitudes, mis reacciones, mis de-bilidades y también mis dones: mi capacidad de superación, detransformación, de darme a los demás, de servir y de gozar.

José Luis fue un niño buscado y deseado conscientemente.esto es algo muy importante y aunque parezca exagerado, sé porexperiencia propia que la mayoría de los embarazos no suelenser así. cuando él nació, ya teníamos a nuestras dos preciosashijas, que tan sólo se llevaban catorce meses entre ambas. ellascontaban cuatro y tres años cuando despertó el anhelo de engen-drar otro hijo. Pensamos en el dicho popular que dicen las gentesdel terreno: “Si nace con luna creciente será diferente y si naceen menguante, será semejante”. Por si el dicho era certero, pla-nificamos el momento de su concepción según sus indicaciones,y puesto que ya teníamos dos niñas ¿por qué no intentar que estavez naciera un niño? Nuestro deseo se cumplió y nació un varón,

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no sé si por casualidad o porque el dicho popular tiene su sabi-duría ancestral.

José Luís llegó en uno de los momentos de nuestra vida fa-miliar y de pareja más maduros. Su nacimiento nos colmó dealegría y consolidó la unidad familiar, pues hasta entonces, mimarido había tenido que dedicar mucho tiempo a su trabajo pormotivos ajenos a su voluntad. Por ello, se podría decir que la lle-gada de nuestro hijo cerró el círculo y favoreció su integracióncomo padre, dando el soporte de equilibrio y solidez que tantonecesitaba nuestro núcleo familiar, además considero que el or-gullo de convertirse en padre de un varón también influyó, juntoa que en el trabajo había mayor estabilidad y prosperidad parapoder dedicar más tiempo a la vida en familia.

Así pues, su llegada al mundo nos colmó de bendiciones, yaque además José Luís era un niño fácil de educar, tranquilo, ale-gre y sano, como también lo fue el proceso de gestación y suparto, natural y sin complicaciones ni dificultades.

Yo me sentía mucho más preparada y madura para ser madre,y era mucho más consciente de lo que significaba tener un hijo,lo que resultaba normal, puesto que era el tercero. entre todoslo educamos y lo cuidamos porque era el pequeño, el más vul-nerable y el más inocente. Sus hermanas fueron como sus guar-dianas, ya que ni los abuelos ni tíos vivían en nuestro entornopróximo, así es que ellas se sentían responsables de él cuandoyo estaba ausente.

Ahora sé que él es quien cuida de todos nosotros desde elcielo, nos envía su energía de amor sutilmente y nos protege consu luz y su pureza. Nos ayuda en los momentos difíciles y nosguía cuando estamos confusos. Nos anima con su sonrisa espe-cial y única cuando estamos tristes. Siento que los lazos de uniónentre nosotros se han estrechado desde su muerte y está más den-tro de nosotros que nunca.

Aceptar su pérdida física ha significado tener que aprender a

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vivir sin verle ni escucharle con los sentidos físicos, sabiendoque su presencia espiritual permanecerá eternamente en lo másíntimo de nuestro ser.

LA cuLPABILIDAD Y eL PeRDóN eN eL PRoceSo De DueLo

Para resolver el duelo de manera sana y positiva es necesariopasar por varias etapas: la primera de ellas es la de atravesar eldolor. esta primera fase es la parte más dura y difícil, puesto quelas emociones son extremadamente intensas, profundas y duras.

es urgente sacarlas y observarlas de frente, sin intentar esca-par de ellas ni mirar para otro lado intentando disimular o repri-mirlas. Durante esta etapa, aparece también el sentimiento dearrepentimiento, por todo aquello que no le hemos expresado alser querido, por todo lo que no le hemos dicho o no hemos sidocapaces de darle y también el sentimiento irracional de culpa porno haberle protegido lo suficientemente como para haber evitadolo peor.

en mi caso, siempre he tenido el presentimiento de que lamuerte de nuestro hijo era algo inevitable porque estaba predes-tinada.

como ya sabréis, en las tradiciones orientales, se dice que elkarma es algo que se comparte y que está regido por la ley de lacausa efecto. Yo creo que es cierto y pienso que nadie puede afir-mar o desmentir si la causa de lo que nos sucede en esta vida esel karma acumulado en vidas anteriores o en esta vida.

Dicen que, antes de encarnar de nuevo, nuestra alma elije ellugar y a la familia en la que queremos nacer. Yo presiento queantes de venir a este mundo el alma de José Luís nos eligió comopadres para compartir con nosotros esa experiencia tan trágicay triste. como la intuición no pertenece a la mente racional,nunca podré argumentarlo, pero lo que sí puedo afirmar es queel accidente y la muerte de nuestro hijo tuvieron una repercusión

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más allá de nuestra comprensión racional. es imposible encon-trar una respuesta o una explicación, porque eso sería intentardescifrar el misterio de la vida y de la muerte, lo que en nuestracondición humana resulta imposible e inalcanzable.

Además, desde el punto de vista racional, la cantidad de pre-guntas y de pensamientos que nos bombardean en una situacióntan desgarradora como lo es la muerte de un hijo, nos podría lle-var a la locura si nos dejamos dominar por esa imparable mareaque nos aturde constantemente.

Preguntas sin respuestas: ¿por qué él y no otro?, ¿por qué ledejé ir?, ¿por qué se quedó quieto mirando para ver de dóndevenía el peligro en lugar de resguardarse como los demás? Ymuchas más…

Por otro lado, si empiezas a analizar las circunstancias querodearon el accidente y observas las imprudencias que se podríanhaber evitado, caes en un laberinto mental que no conduce anada, salvo a la culpabilidad y a la tortura. ¿Y de qué sirve ator-mentarse pensando en todo eso si ya nada puede devolverte lavida de tu hijo?

Ni mi marido ni yo pensamos en ningún momento en denun-ciar a los chicos que escalaban aquel día. Sin embargo, como encualquier accidente con resultado de muerte, automáticamente seabrió una investigación en la que la guardia civil llamó a decla-rar a los jóvenes y niños que habían sido testigos de lo ocurrido,excepto a los más pequeños. Afortunadamente para nosotros, nia mi marido, ni a nuestras hijas los llamaron a declarar. Por nues-tra parte, no queríamos añadir más sufrimiento al de haber per-dido a nuestro hijo. No queríamos enturbiar su recuerdo conacciones que eclipsaran el dolor por su pérdida. No queríamosdedicar atención a nada que no fuera llorarle, recordarle y sentirsu presencia para seguir conectados a él de otro modo.

Necesitábamos toda nuestra energía para nosotros, para nues-tro proceso de duelo, para curar la herida que se había abierto

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en lo más profundo de nuestro ser. eso es, debíamos mantenernuestra consciencia orientada hacia lo verdaderamente esencial:sanar nuestro dolor, aceptar su pérdida y ayudar al alma de nues-tro hijo a elevarse y proseguir su viaje. Además, yo presentía loimportante que era no dejar que la rabia y la culpa se instalaranen nuestro nuevo mundo. Para ello, era necesario prestarles aten-ción, escucharlas sin miedo y dejarlas salir. De lo contrario, iríanganándonos la partida y tomando fuerza sin piedad hasta acapa-rar toda nuestra energía y envenenarnos. esa rabia, tan normaly humana necesita ser canalizada hacia alguien o hacia algo.

Para nosotros, ese alguien fueron sin duda los muchachos quehabían organizado la escalada. era un pensamiento inconscientey visceral que nos costaba evitar. Aunque también pensaba lodifícil que debía ser para ellos superar un hecho tan duro. Mepreocupaba que cargaran con una culpa que no les correspondíay que eso les marcara para el resto de sus vidas.

consciente de todo esto, durante los días siguientes a su en-tierro, tuve la corazonada de que era importante reunirnos conellos para trasmitirles nuestro sentir. Intuía que era el momentoadecuado y que no debíamos posponerlo, pues de lo contrario lamente podría jugarnos malas pasadas más adelante y entoncesquizás ya no tendríamos la capacidad o la fuerza de hacerlo.

Me preocupaba que mi marido no lo viera como yo o que nocompartiera conmigo esa necesidad, pero tenía que hacerle com-prender que también se trataba del bienestar del alma de nuestrohijo. Presentía que nuestro hijo también lo deseaba así, porquede esta manera le ayudábamos a sentirse más libre, más feliz ya estar rodeado únicamente por una energía de luz y de amor.

Así pues, el sábado siguiente al accidente, por petición mía,mi marido y yo junto a nuestras hijas nos reunimos con todaslas personas que fueron testigos directos de lo ocurrido. A pesarde la tensión que me producía pensar en el encuentro y en lasposibles reacciones de cada uno, había una fuerza interior que

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me guiaba y me ayudaba a encontrar las palabras que expresaranlas razones por las que habíamos marchado hasta allí, pero, antetodo, me importaba el bienestar del alma de mi hijo, y que nadani nadie pudiera perturbar su descanso ni su tránsito. en la sala,el silencio era tan denso que aplastaba. en primer lugar, les ma-nifesté nuestro deseo de no hablar de los detalles de lo ocurrido.Nuestra intención y nuestro deseo no era interrogarles ni averi-guar datos sobre los hechos acontecidos. Les tranquilicé al de-cirles que lo único que nos movía era liberarles del peso decargar con una culpa que no les pertenecía. Les transmití nuestropresentimiento de que la muerte de José Luis aquel día era algopredestinado y que a cada uno nos trasmitía un mensaje lleno deenseñanza en nuestras respectivas vidas, el aprendizaje que cadacual ganase a través de lo ocurrido era diferente y dependía fun-damentalmente del tipo de relación vivida con José Luis, delgrado de afecto hacia él y del nivel de evolución o grado de ma-durez de cada persona para entender lo sucedido. Les afirmé quetodos habíamos perdido: un hijo, un amigo, un compañero o unhermano, pero habíamos ganado en sabiduría interior sobre lavida y la muerte, lo que nos serviría para valorar la vida y ver elmundo de otra manera más amplia y con mayor intensidad. Pro-seguí asegurándoles que sin duda, esta experiencia tan penosanos marcaría a todos para siempre, y a pesar del sufrimiento quenos producía, teníamos que sentirnos agradecidos hacia JoséLuís porque a través de su muerte ya nunca seríamos los mismos.

todos estábamos muy afectados, las miradas en los rostrosde los más jóvenes así lo reflejaban y no se atrevieron a hablar.Había mucho dolor y arrepentimiento, pero también compren-sión y mucho amor compartido hacia nuestro hijo. cada uno delos jóvenes nos abrazó mientras decían “lo siento mucho”. estegesto no sólo era necesario para nuestro proceso de sanación,sino también para que ellos se liberaran de toda culpa, pero,sobre todo, para que nada enturbiara el recuerdo de nuestro hijo

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y que las circunstancias de su muerte no estuvieran manchadaspor ninguna sombra de oscuridad ni de tragedia. Presentía que,a través de la reconciliación, ayudábamos a que su alma se ele-vara libremente, más y más en esa nueva dimensión en la queahora se encontraba. Les hablé de lo importante y necesario queera para el alma de José Luis, que nos perdonásemos y que noguardásemos ningún resto de sombra que enturbiara su espírituy que le impidiera alcanzar la Luz y la Paz.

Las lágrimas comenzaron a surgir espontáneamente, libe-rando la pena que llevábamos dentro y poco a poco nos fuimossintiendo aliviados y en calma.

Nos comunicamos a través de las miradas, con ojos tristes ypuros, que expresaban sentimientos sutiles y hermosos. Nos re-conciliamos por medio de sinceros abrazos que acariciabannuestras almas, uniéndolas y llenándolas de ternura y gozo. Nosfuimos de allí muy llenos de gratitud y satisfechos por habernosquitado un gran peso de encima, dejando espacio para la com-pasión y la comprensión. creo que gracias a este gesto de acer-camiento y perdón extrajimos un veneno cargado de culpa y derabia que infectaba la herida que desde lo más hondo de nuestrocorazón seguía supurando y que, de no haberla limpiado, noshubiera corrompido el alma entera por completo.

eL AMoR: uNgüeNto Que cuRA LAS HeRIDAS DeL coRAzóN

Las visitas de amigos y gente querida eran constantes, laforma en que se producían era fluida, respetuosa y tranquila, demanera que no nos sentíamos invadidos en nuestra privacidad.estábamos abiertos al acercamiento de quienes deseaban expre-sarnos su compasión de distintas maneras, según su sensibilidady la singularidad de cada uno. Nos gustaba recibir visitas, sobretodo de aquellas personas que habían mantenido una relacióncercana con nuestro hijo y con quienes podíamos recordarle y

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hablar de él, porque para mí era como recuperar aquellos mo-mentos de la vida de mi hijo que como madre me había perdido.Reíamos y llorábamos recordando algunas anécdotas de suniñez: como cuando aprendió a montar en bici y atropelló sinquerer a un hombre viejito que pasaba por nuestra calle, y llegóa casa con los pantalones mojados porque, con el susto, se lehabía escapado el pis. o aquella vez en la que siendo aún pe-queño, había mojado un trozo de pan en la sartén donde yo habíaasado sardinas, creyendo que era aceite, cuando en realidad, setrataba de lavavajillas mezclado con agua que yo le había echadopara dejarla en remojo y así limpiarla mejor más tarde.

¡cómo anhelaba escuchar todas esas cosas que me hablabande él, para recordarle, reír y llorar! era una necesidad tan im-prescindible para mí en esos días como comer, respirar y des-cansar. Sentía el cordón umbilical latente, que nos manteníaunidos y no podía ni quería cortarlo.

Pocos días después de su entierro, nos invitaron a participaren una misa que le querían dedicar en su colegio. Acudimos congratitud, a pesar de la profunda tristeza que nos recorría el cuerpoal atravesar los pasillos por donde él había paseado tantas veces.Llevábamos con nosotros su mochila, para devolver como cadaaño los libros que servirían para otro niño durante el curso si-guiente. La colocamos a los pies del altar, como símbolo de supresencia, en la misa que protagonizaban los compañeros, com-pañeras y profesores que tantos años habían compartido con él.

Mientras el sacerdote pronunciaba su sermón, mi mente es-capó de nuevo atrapando los recuerdos que llegaban a mí: tansólo unos días antes, él estaba estudiando para la última evalua-ción de la asignatura de conocimiento del medio, estaba a puntode acabar el primer curso de educación Secundaria.

Yo estaba en la cocina preparando la cena cuando, de re-pente, llegó allí y se sentó en el suelo colocando el libro sobresus piernas. empezó a lamentarse y a quejarse porque eran mu-

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chos temas y me decía que no podría estudiarlos todos. Sintién-dose muy enojado, protestaba y me decía: “es que la señoritaya se pasa porque nos ha puesto siete temas, ¿cómo me voy aaprender siete temas?”. Y rompía a llorar lleno de impotencia yfrustración.

Yo, que le conocía bien como madre, sabía que era mejor de-jarle sacar todas las emociones que tenía en esos momentos, car-gada de una paciencia que no tenía, le escuchaba llorardesconsolado. De vez en cuando, aprovechando los breves ins-tantes en que dejaba de llorar para limpiarse la nariz, intentabaconsolarle con palabras que le ayudaran a relajarse y le decía:“pero bueno, no te agobies tanto, has ido muy bien durante todoel curso y la profesora lo sabe. Si no puedes estudiártelos todos,haz lo que puedas, aunque sólo llegues a la mitad, al menos po-drás aprobar con un suficiente. Añadiendo a continuación: “sino dejas de llorar y te tranquilizas, no vas a poder estudiar naday entonces seguro que tendrás un suspenso. ¿No ves cómo tusamigos no lloran por esas cosas?”. Y entonces él me contestabaentre gemidos: “¡pues claro, porque a ellos no les preocupa sus-pender, pero a mí sí…!” y se echaba a llorar de nuevo. Yo noquería quitarle importancia al asunto para no aumentar su enojoy esforzándome en disimular mis ganas de reír para que no seenfadara, le escuchaba exclamar con gran efusividad: “¡Ah, puesno te creas que voy a ir a la universidad y pasarme toda la vidaestudiando!”.

Al recordar aquello, pensé en la forma tan fácil y natural enque todos, más tarde o temprano, nos proyectamos imaginandoel futuro. Él también lo hacía ya, a pesar de ser aún un niño de12 años. Probablemente fue por eso por lo que había marcadoen su agenda escolar el día 27 de junio, escribió “cumple mío”,para no olvidar su cumpleaños. ¡cómo imaginar un mes antesque, en lugar de una fiesta de cumpleaños, en esa fecha celebra-ríamos una misa de difuntos, tan solo diez días después de su

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entierro! Pensé que ya no sería posible volver a proyectar mi fu-turo sin él.

Me preguntaba si podría recuperar algún día la ilusión paraimplicarme en proyectos y actividades como hacía antes de sumuerte.

Mi mente regresó a la capilla del colegio, ahora sólo podíavivir del pasado y necesitaba aprender a aceptar el presente.

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eL PRoceSo De DueLo

La sensación que tenía durante todo ese tiempo era la de estarbajo los efectos de una fuerte conmoción que me mantenía enun estado de conciencia alterada, a pesar de que afortunadamenteno tuve que recurrir a calmantes, ni a tranquilizantes o antide-presivos en ningún momento.

gracias al poder evocador de la música, conseguía conectarcon mis sentimientos más profundos y sumergirme en mi mundointerior, dejándome llevar libremente por las emociones y los sen-timientos con tanta frecuencia e intensidad como necesitara micorazón. Él daba la señal y yo le escuchaba y me dejaba llevar.

en la oscuridad de las noches de verano, me dejaba guiarhasta la hamaca del patio interior de nuestra casa, para contem-plar las estrellas que resplandecían.

Permanecía en silencio mirando el cielo, esperando pequeñasseñales que me hablaran de mi hijo y de su continuidad allíarriba, en esa otra dimensión que yo no podía ver, por más quelo deseara.

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Por las mañanas, al despertar, me gustaba contemplar el solnaciente al amanecer, ofreciéndonos su energía vital y su calorreconfortante.

escuchaba el trino de los pájaros que se posaban a beber aguaen el charco que la tormenta del día anterior había dejado en lacalle, junto a la entrada de mi casa. Los observaba emprender elvuelo, libres y felices hacia el cielo azul inmenso e ilimitado.Así es como imaginaba el alma de mi hijo y eso me ayudaba aconectar con la calma y a sentir paz interior.

el cielo, la música y los pájaros atraían mi atención podero-samente, como si mi hijo me hablara a través de ellos.

La tristeza era la emoción predominante, estaba presente cadadía, cada instante, convirtiéndose en la eterna invitada.

La rabia, a pesar de hacerlo en menor grado, también se ma-nifestaba de vez en cuando, incluso el sentimiento de culpa porhaberlo dejado marchar ese fatídico día, por no haberle protegidolo suficiente.

Aunque en el fondo de mi corazón, algo me decía que notenía que atormentarme con ese pensamiento, ya que desde antesde nacer, nuestra alma conoce el día en que acaba su experienciahumana.

creo que hay cosas en la vida que no podemos cambiar, puesforman parte de nuestra evolución como almas y la muerte demi hijo ese día era inevitable.

como dicen los grandes yoguis: “Venimos al mundo con unnúmero determinado de respiraciones y, cuando acaban, es elmomento de partir de nuevo”.

eL AMBIeNte eN cASA

Más que mi propio bienestar interior, me preocupaba la formaen que mis hijas y mi marido pudieran afrontar el duelo. Me sen-tía la guardiana del ambiente familiar. esperaba el momento pro-

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picio para hablarles a solas cada día y para expresarles mis sen-timientos, buscando con ello que también ellos me abrieran sucorazón y me hablaran desde su interior. A veces les pedía conternura y calidez que lo hiciéramos todos juntos, finalmente ellosaccedían a mi deseo y siempre acabábamos satisfechos y alivia-dos por haber compartido lo que necesitábamos expresar. con-fieso que, en la mayoría de las ocasiones, era yo la que máshablaba, pero creo que a ellos les resultaba más fácil así. Sabíanque no era nada forzado y percibían el respeto y el amor con elque se comunicaba mi corazón.

un par de días después del entierro de José Luis, subí a lahabitación de la segunda de mis hijas. entré con suavidad y laencontré callada, parecía triste.

Le pedí que nos tumbáramos en su cama y comencé a hablarleen voz baja del momento de la muerte de mi padre al que querí-amos mucho. Sólo habían pasado tres años y estaba aún recienteel recuerdo de aquellos momentos en los que cometimos el errorde aislarnos y encerrarnos cada una con nuestra pena. Le dije quela pena no se puede esconder, ya que tarde o temprano empiezaa golpear en nuestro corazón, cada vez con más fuerza, insis-tiendo para ser escuchada y liberada. Yo había aprendido muchode esa experiencia de pérdida, a la que, por no dedicarle tiempoen su momento, tuve que enfrentarme dos años más tarde y noquería que volviera a ocurrir. esta vez estaba decidida a actuarcon más consciencia, más madurez y más sabiduría.

era necesario y muy importante que dedicáramos nuestraatención a la pena, que le diéramos su espacio y le permitiéramosexpresarse para que no nos hiciera más daño.

entonces clara, con su voz quebrada, intentando contener elllanto, me dijo que siempre estaba pendiente de él pero en sen-tido negativo, fijándose en lo que hacía o dejaba de hacer y quetemía que lo último que le hubiese dicho fuera algo malo.

enseguida caí en la cuenta del daño que este pensamiento in-

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consciente e irracional estaba causándole y de lo bueno que eraque lo dejara salir para que no le atormentara. Los pensamientosnegativos que no dejamos salir, crecen y tienen cada vez másfuerza y poder hacia nosotros.

Intentando encontrar las palabras de consuelo que la ayuda-ran a perdonarse a sí misma, a ser compasiva consigo misma ya no sentirse culpable, le dije:

“es normal que siempre estuvieras pendiente de él como her-mana mayor, igual que Alba está pendiente de ti por ser mayorque tú. eso significa que te sentías responsable de él porque lequerías y le cuidabas. Y él lo sabía. ¿Recuerdas cómo en suagenda firmaste: “de tu hermana preferida, clara”?

creo que este momento de encuentro fue muy liberador y sa-nador para ella. Le agradecí que me permitiera ver su tesoro. esetesoro sagrado y secreto que todos guardamos dentro, y que sólomostramos a quienes forman parte de nuestra vida de maneramuy especial, porque confiamos en ellos y sabemos que lo cui-darán como si fuera propio.

Pero, sin ninguna duda, la parte del proceso del duelo quemás preocupación, ansiedad e inquietud me producía, más alláde mi propio dolor, era ver a mi marido gemir desgarrado y sinconsuelo por el recuerdo del accidente y el dolor por su ausencia.cuando caía en ese estado, yo me sentía impotente al no encon-trar palabras de alivio para su agudo y extremo sufrimiento. Setumbaba en nuestra cama y retorciéndose de dolor preguntaba¿por qué? ¿por qué él? Lloraba y se atormentaba, diciendo unavez y otra vez: “él no se merecía esto”, “me hacía tan feliz”. Mesentía torpe y llena de miedo ante esa reacción suya tan nueva ydesconocida para mí hasta ahora. Jamás en el tiempo de nuestrarelación de pareja lo había visto así de infeliz y desgraciado.

Yo le abrazaba, le besaba y le decía: “Piensa lo importanteque ha sido para él estar en tus brazos en sus últimos momentosde vida, aunque ese recuerdo te haga daño”. Permanecía junto a

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él hasta que se relajaba y caía en un sueño que no solía durarmucho tiempo, pues sufrió bastantes trastornos del sueño quefue superando poco a poco con ayuda de las flores de bach, unremedio natural e inocuo. en cambio yo no sufrí ese tipo de tras-tornos, sin embargo la somatización que padecí se reflejó enforma de un dolor punzante que me quemaba en la zona del es-ternón, y que surgía espontáneamente durante varios días. Pararemediarlo, recurrí a una amiga homeópata que me recomendóun tratamiento que hizo efecto tras varias semanas.

RecuRSoS Que AYuDAN eN eL PRoceSo De DueLo

como una intuición, me vino a la cabeza la idea de que seríabueno hacer un tipo de terapia llamada “respiración holotró-pica”, para liberar la rabia y el dolor, además de aquellas emo-ciones que estaban bloqueadas por el trauma de lo sucedido. Larespiración holotrópica es una técnica de la psicología transper-sonal descubierta por el psicólogo checo Stanislav grof, que uti-lizando la música evocadora y la respiración circular nosconduce a un estado de consciencia no ordinaria y nos conectacon nuestro sanador interno, liberando así las emociones blo-queadas que hemos acumulado en el fondo de nuestro ser desdeincluso antes de nacer, cuando estábamos en el vientre de nuestramadre, durante el parto, nuestra infancia o en otros sucesos denuestra vida. No sabía si mi marido estaría abierto a hacer estaterapia, porque la mayoría de los seres humanos tenemos miedoa lo desconocido, pero algo en mi interior me decía que teníamosque empezar el proceso de sanación cuanto antes, ahora que todoestaba reciente y como se suele decir “a flor de piel”.

Yo ya conocía esa terapia porque la había realizado un añoantes, tras la muerte de mi padre, con el que tenía un vínculoafectivo muy profundo. tras su pérdida, no recuerdo con exac-titud en qué momento concreto comencé a tomar consciencia de

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que me sentía dolida por heridas de mi pasado que me impedíantener paz interior y que me hacían perder el equilibrio emocionalen muchos momentos de mi vida cotidiana. Al principio, nosabía identificar la causa de ese sufrimiento, pensaba que erancausas ajenas a mí, que provenían del exterior o de otras perso-nas con las que las relaciones no eran demasiado fluidas. Físi-camente, me sentía en tensión muy a menudo, lo que meproducía continuas contracturas musculares y un cansancio queme desgastaba y me dejaba sin energía.

Buscaba culpables y me sentía confusa, hasta que poco apoco descubrí que el problema era cómo vivía yo esas situacio-nes y así pude tomar consciencia de que algo estaba mal dentrode mí, y que una parte muy importante de ese sufrimiento pro-venía de no haber elaborado el duelo de mi padre en su mo-mento, la otra parte eran las heridas no curadas de mi pasado.el darme cuenta de esto fue crucial, pero no bastaba con darmecuenta, debía de dar el siguiente paso y tomar una decisión parasolucionarlo. Desde ese momento, elegí hacer un trabajo interiorcon ayuda de alguna terapia y sorprendentemente todo aquelloque yo necesitaba para avanzar se fue dando fácilmente y sintener que hacer un gran esfuerzo por encontrarlo, así fue comocomencé el camino de sanación.

tras la respiración holotrópica, y dejándome aconsejar porlos terapeutas que habían seguido mi proceso durante el fin desemana que duró la terapia, me animé a participar en un cursode constelaciones familiares para completar el trabajo de recon-ciliación con mi pasado. A continuación, realicé varias sesionesde terapia gestalt una vez al mes, y todo empezó a ir mejor. Mesentía cada vez mejor, más liberada, ligera y sin miedos. Lascontracturas fueron desapareciendo y mis relaciones personalesmejoraron, encontrando así el equilibrio interior que tanto nece-sitaba. Lo que no podía imaginar era que, además de sanar lasheridas de mi pasado y sin saberlo, me estaba preparando para

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poder afrontar la muerte de mi hijo, que sucedería apenas un mesmás tarde de la última sesión de terapia gestalt.

Reflexionando sobre los beneficios que esta terapia podíatener en nuestro proceso de duelo tras la pérdida de José Luís,me atreví a trasmitir a mi marido la propuesta de hacer un cursointensivo de respiración holotrópica y constelaciones familiaresen un pueblo de la Alpujarra, lejos de casa sería más fácil des-conectar de nuestro entorno y cerrar la etapa de despedida. Selo hice saber con mucha delicadeza, sin forzar su decisión yaceptando la posibilidad de obtener un no por respuesta. A pesarde mostrar ciertas resistencias y no estar muy seguro de quererhacerlo, él se sentía tan desesperado que asintió, Me alegrémucho al observar su reacción de apertura y confianza hacia estaposibilidad, y llamé a los terapeutas para explicarles lo ocurridoy pedirles consejo. La conversación con ellos me aportó la se-guridad que nos faltaba y nos inscribimos inmediatamente en elcurso, que comenzaría al día siguiente de la fecha en que tenía-mos previsto realizar la ceremonia del entierro de las cenizas deJosé Luis.

eL eNtIeRRo De SuS ceNIzAS

era sábado 26 de julio, cuarenta días después de la muertede nuestro hijo, cuando habíamos convocado a la ceremonia deentierro de sus cenizas, a todos nuestros queridos amigos y ami-gas del Arca de Lanza del Vasto en españa, que es nuestra fami-lia espiritual. era otro de los momentos más duros para nosotros.Pero, así como José Luis había tenido la despedida que se me-recía por parte de los amigos del pueblo y de nuestras familiasel día 17 de junio, ahora deseábamos vivir esta última despedidacon aquellas personas con las que también habíamos compartidotantos encuentros fraternales y felices de la vida de nuestro hijo.con esta última despedida, yo sentía que pasaríamos página en

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el capítulo más triste de nuestra historia familiar. cuidadosa y conscientemente, con mucho amor y tristeza,

fuimos preparando la ceremonia los días previos para que fuerala despedida más hermosa del mundo. como en otras ocasiones,una intuición trajo a mi cabeza la idea de realizar un ritual per-sonalizado, con una proyección de fotografías de la vida de JoséLuis que nos ayudara a recordarle y a compartir las emocionesque surgieran al verle de nuevo. Lo tuve que hacer en soledad,pues mi marido no tenía fuerzas para ello.

A lo largo de varios días, empecé a pasar las hojas de los ál-bumes de fotografías, mientras que las lágrimas recorrían micara y los recuerdos se sucedían en mi cabeza. Sin embargo, lanecesidad de seguir viéndole era más fuerte que la tristeza queme producía contemplarlas, y así seleccioné más de 50 fotogra-fías. No me resultó difícil elegir la música para la proyección,pues vino a mi memoria la canción que él había estado tarare-ando unos días antes de su muerte. Se trataba de la canción decéline Dion “I can’t live without you” (“No puedo vivir sin ti”),que seguramente habría escuchado en la radio.

esta canción nos conectaría con la tristeza, tan fuerte y pre-sente en esos momentos. otras dos canciones nos recordarían laalegría tan característica de nuestro querido José Luis y comple-tarían la duración del reportaje: “La Lavandeira” de carlosNúñez, que siendo más pequeño le gustaba tararear en el cochedurante nuestros viajes de visita a la familia. La última era unacanción que para mí tenía un significado especial, pues StevieWonder la compuso inspirado por la felicidad que le produjo elnacimiento de su hija.

el título de la proyección era: “La grandeza del amor”. en la gran sala común de La Longuera, vimos la proyección,

acompañados por casi un centenar de seres queridos, que a pesardel calor de esa tarde de finales de Julio, se apretaban para quehubiera espacio para todos.

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Las lágrimas al ver de nuevo las imágenes de José Luis, re-corrían las mejillas de niños y adultos, pero también hubo espa-cio para la risa, cuando una vez finalizada, pudimos recordar envoz alta aquellas anécdotas divertidas que formaban parte de suinfancia y que habíamos vivido juntos. Nuestro corazón estabaabierto de par en par y sentíamos la presencia de nuestro hijocomo uno más en la sala.

La víspera del entierro de las cenizas, mientras preparaba laceremonia, pensé que sería de gran ayuda que mis hijas y nosotrosdos escribiéramos una carta de despedida para leerlas ese día.

escribir es una terapia muy beneficiosa, ya que es un trabajode introspección que dirige nuestra mirada hacia dentro paraidentificar y expresar nuestros sentimientos más íntimos y pro-fundos. Fue fácil que lo comprendieran y lo aceptaran, lo difícilfue que las leyeran en público durante la ceremonia.

A clara apenas se le entendía, pues las lágrimas y los sollozoshacían que su voz temblara y las palabras le salieran entrecortadas.

Alba no tuvo el valor de leerla y le pidió a una amiga que lohiciera en su lugar.

tampoco a mi marido y a mí nos resultó sencillo, pues laspalabras escritas desde lo más hondo de nuestro corazón, des-pertaban en nosotros la inmensa tristeza que guardábamos den-tro. Superando el dolor que nos producía leerlas, lográbamosexpresar y compartir con los demás nuestros sentimientos, deesa forma, conseguíamos transformar esa carga tan pesada enun peso más ligero para quienes más estábamos sufriendo.

Para ellos fue un bello regalo, pues esta actitud de apertura,sirve para mostrarles nuestro amor y es un acto de generosidadhacia los seres que nos quieren, al darles la posibilidad de quenos acompañen y nos escuchen, permitiendo así la perfecta co-nexión entre nosotros, unidos en el sufrimiento por la muerte denuestro querido José Luis, amigo para unos, hermano, sobrino,hijo para otros.

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Carta a mi hijo José Luis26 de julio 2008; día del entierro de sus cenizas en La Longuera.

Querido José Luis:¡Qué difícil es encontrar las palabras exactas para expresar

todos los sentimientos confrontados que hay en mi interior!Si tu nacimiento fue uno de los momentos más hermosos de

nuestras vidas como padres, tu muerte ha sido, sin lugar adudas, el golpe más duro y doloroso, no sólo por la tristeza pro-funda que nos produce la separación, sino también por la formatrágica y cruel en que ha sucedido.

Nos consuela pensar que no sufriste y que tu cuerpo se su-mergió en un sueño eterno para dejar volar tu alma de niño contoda su luz y su pureza.

Con tu bondad y generosidad, nos concediste el tiempo sufi-ciente para despedirnos de ti todos los que pudimos estar cerca:tus padres, hermanas, familia, amigos y profesores, y quienesno pudieron hacerlo en esos días, se encuentran hoy aquí paramostrarte su amor y su amistad.

Poder estar contigo unos días más, besarte, abrazarte y ex-presarte nuestro amor, aún a pesar del dolor que nos producíaverte en ese triste estado, ha tenido para nosotros un gran podercurativo, que nos ayudará a encontrar más fácilmente el caminode sanación en este largo proceso de duelo, hasta conseguiraceptar tu muerte.

Gracias José Luis, por habernos colmado de felicidad y degozo compartiendo con nosotros tu alegría, tu simpatía y sensi-bilidad. Nuestra parte más humana añora y echa en falta tusbesos antes de irte al colegio por la mañana, tus juegos y paya-sadas, tus “buenas noches” antes de ir a la cama, tus risas acarcajadas o cuando te metías en la despensa a escondidas paracomerte el jamón.

Gracias, cariño mío, porque junto a Alba y Clara me habéis en-señado a ser madre y habéis llenado de sentido y de valor mi vida.

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Habéis sido el regalo maravilloso de la VIDA, frutos delamor y fuente de amor incondicional.

Si siempre hemos estado unidos los cinco, creciendo juntosen familia y como personas, ahora la unión se hace más íntimay estrecha a través de la vivencia de tu pérdida y la pena quecompartimos por la separación y la ausencia de tu presencia fí-sica, José Luis.

Si tu vida ha sido una enseñanza de amor para nosotroscomo padres, tu muerte nos ha recordado a todos nuestra con-dición humana y nos hace más conscientes de que somos seresespirituales que realizamos una experiencia humana.

Éste es el mensaje que nos lleva a la esperanza de que vol-veremos a estar juntos en la Eternidad, aunque el destino hayaquerido que nosotros continuemos el viaje en este mundo unpoco más que tú, que eras todavía un niño.

¡Qué difícil es comprender y aceptar tu pérdida, cuandonuestro mayor deseo era verte crecer y convertirte día a día enun adolescente primero, un joven después y más tarde en unhombre sano, íntegro, feliz y bueno!

¡Cuántos proyectos y sueños rotos!¡Cuánta pena! ¡Cuánto dolor! ¡Cuántas lágrimas por no

poder seguir besándote, abrazándote, amándote y cuidándote!¡Cuántas preguntas sin respuesta! ¿Por qué ha pasado esto?

¿Por qué él?; ¿Por qué tan pronto?Aún puedo ver tu cara tímida de niño con tus lindos ojos ale-

gres, castaños y grandes; con tus pestañas largas; tu nariz re-dondita y blandita; tu piel de niño clara y suave comoterciopelo; tus labios carnosos y rosados sonriendo; tus anchoshombros y largas piernas que empezaban a cambiar hacia uncuerpo de hombre, a pesar de tu cara y tu voz de niño.

Recuerdo con nostalgia cómo te ayudaba a ponerte el trajede la banda de tambores y cornetas; lo orgullosa que me hacíassentir al verte tocar la corneta, aunque sólo fuera de un pistón;

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te recuerdo sentado en el comedor de casa haciendo los debereso en el sofá repitiendo en voz alta la lección para el examen. Terecuerdo en el patio corriendo con el patinete o cascando al-mendras; jugando al ping pong con Clara; pescando en el ríocon Miguel; oliendo la comida que yo había cocinado cuandote gustaba. Te recuerdo durmiendo en tu cama plácidamente.¡Cuántos hermosos recuerdos contigo José Luis! ¡Cuánto amornos has dado!

Nos decía Mabel: “El cielo necesitaba ángeles y por eso seha llevado a José Luis”.

Tenemos la certeza de que sigues aquí vivo de otro modo,sentimos tu energía en todas partes y sabemos que tu alma estáen los brazos del Padre, convertida en un ser de luz, paz y amor.

Te queremos José Luis, siempre serás nuestro nene y estaráspresente en cada momento importante de nuestras vidas, porquetú siempre ocuparás un lugar muy importante en nuestro cora-zón y en nuestra familia.

Mamá

el ambiente de la ceremonia era aconfesional, pero de unagran espiritualidad.

Incluso aquellos jóvenes que se autodenominan ateos o ag-nósticos, así nos lo manifestaron. Porque no hay experiencia deDios más grande que la que es vivida con intensidad en momen-tos de gran dolor.

La participación de nuestros amigos fue de una calidad ex-quisita y sublime. uno de nuestros amigos preparó la lectura deun texto que pertenecía al poeta y clérigo inglés John Donne(1572-1631). en un sermón sobre la muerte (Meditation XVII),Donne compara a la humanidad con un libro: cada persona esun capítulo del libro. el capítulo de cada uno está escrito en ellenguaje vital, individual y específico de cada persona. Los len-guajes pueden ser cercanos, pero muy distintos. ¿Y qué ocurre

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cuando una persona muere? Su capítulo no es arrancado dellibro, dice Donne, sino que es traducido a un lenguaje nuevo, aun lenguaje mejor, que es el lenguaje universal del Amor. en-tonces, las diferencias desaparecen. Y nos convertimos en eluno. cuando acabó su lectura, nuestro amigo Félix prosiguió suintervención con un comentario propio que nos decía así: “elcapítulo de la vida de José Luis ha quedado completamente tra-ducido. Ha sido un capítulo más breve que otros, lo que noquiere decir menos intenso. Y creo que él nos está mirando,desde dónde está ahora; dirige su mirada, impregnada del len-guaje del Amor a todos y cada uno de nosotros, congregadosaquí y ahora alrededor de las cenizas de su cuerpo, y nos ama;nos ama más ahora que no le vemos que cuando le veíamos, ynos invita, invita a cada uno, a progresar en la traducción denuestros respectivos capítulos al lenguaje del Amor”.

una gran amiga, relató un precioso cuento para nuestro pe-queño José Luis.

Mª Jesús eligió para esa gran ocasión el cuento de un niño alque le gustaba divertirse y jugar, pero por encima de todas lascosas, le gustaban los caballos. cada día salía de su casa paracontemplar una manada de caballos salvajes, que corrían y pas-taban cerca de su casa. un día se acercó un caballo salvaje heridoy, con la ayuda de su padre, lo curaron hasta que pudo volver ala manada. todas las mañanas, el niño iba en busca del caballopara encontrarse de nuevo con él. Pero un día ocurrió algo sor-prendente: el caballo se agachó para que el niño pudiera mon-tarle y comenzó a trotar cada vez más rápido, llevándoselo a unlugar donde habían cientos de caballos salvajes. Al ver que pa-saban las horas y el niño no regresaba, los padres salieron en subusca; le llamaron sin cesar, pero el niño ya nunca más volvió acasa. cuentan las gentes del lugar que, en las noches de lunallena, se ve la silueta de un niño montado en un caballo feliz,libre y sonriente.

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también hubo espacio para la poesía, los cantos y el silencio. Los niños repartieron flores entre los asistentes mientras se

enterraba la urna de las cenizas. Los adultos cantábamos cogidosde la mano en perfecta comunión. Fue una tarde de luz esplén-dida y llena de intensas emociones.

Sé que a José Luis le llegó toda la energía de nuestro amor yle ayudó a elevarse más y más en esa nueva dimensión en la queproseguía su vida.

MeNSAJe De MI HIJo

Pero lo que no habríamos podido ni tan siquiera imaginar quesucedería esa misma mañana antes de salir de casa, fue algo paralo que no estábamos preparados, ni mi marido ni yo.

Sonó mi móvil y escuché la voz de una persona conocida,cuya identidad prefiero no desvelar por cuestiones que entende-réis. Me preguntó si me encontraba sola o acompañada y me dijoque era mejor que la escuchara atentamente yo sola, porque metenía que decir algo muy serio e importante.

Seguí su consejo y, cuando estuve sola, comenzó a hablar.No sabía cómo empezar y me dijo que había estado toda la nochesin pegar ojo pensando en cómo decírmelo. Añadió que su obli-gación era hacerlo porque ella actuaba tan sólo de “canal”. en-tonces, me comentó que tenía un amigo con capacidadesparapsicológicas que había recibido la visita de un niño.

ese niño le comunicaba que al día siguiente tendría lugar unacontecimiento relacionado con sus cenizas y le pedía que con-tactara con su madre para trasmitirle su deseo de que las cenizasse arrojaran en el agua del manantial, de un lugar concreto,donde a él le gustaba ir especialmente con su mejor amigo parameterse en el fango y luego bañarse.

era evidente que se trataba de mi hijo y me dijo que él dese-aba volver a la Madre tierra a través de ese lugar. también aña-

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dió que él estaba esperando ese momento para marcharse y quellevase un pañuelo rojo.

Yo quedé enmudecida sin saber qué decir. estaba sentada,pues en mis piernas y en todo mi cuerpo sentí que toda mi ener-gía me abandonaba y no podía reaccionar. Lo único que se meocurrió decir fue: “pero si hay casi un centenar de amigos quenos esperan y que han preparado todo para enterrar las cenizasjunto al pino. ¿Qué les vamos a decir?”

ella me sugirió que continuáramos como habíamos previstoy que guardásemos unas pocas cenizas en otro recipiente paraenterrarlas allí donde deseaba mi hijo, o que quizás bastaría conesparcirlas en ese lugar otro día.

Mi marido ya había entrado en la habitación y estaba sentadoa mi lado, aunque no sabía con quién hablaba ni de qué iba laconversación. con un gesto, le pedí que se sentara hasta queacabó la llamada. cuando le expliqué de qué se trataba se en-fadó, manifestando de nuevo su rabia.

Me sentía débil, confusa y sorprendida, apenas me salía lavoz por la conmoción. Le supliqué que se calmara y le afirméestar dispuesta a hacer lo que mi hijo deseaba, sin plantearme siera cierto o no lo que acababa de escuchar. ¿Acaso importaba?¿Por qué no iba a ser verdad? ¿cómo se las había ingeniadonuestro hijo para contactar con alguien que nos pudiera trasmitirel mensaje? No le daría más vueltas al asunto, para mí lo másimportante era ayudar a mi hijo como fuera, no iba a cuestio-narme nada, sólo iba a hacerlo sin más.

guardé en un tarro de barro varias cucharadas de cenizas ylo deposité en el lugar donde había permanecido antes la urnaque llevaríamos a enterrar según lo previsto. Al llegar a La Lon-guera, sentía necesidad de buscar al amigo de mi hijo para queme acompañara a ese lugar. el comienzo de la ceremonia era porla tarde y teníamos varias horas hasta ese momento.

tras hablar con el padre del amigo de mi hijo para confiarle

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nuestro secreto y pedirle su autorización para contarle a él lo su-cedido, me fui en su búsqueda.

el niño no andaba lejos y al verlo me alegré mucho y él tam-bién. Le pedí que me acompañara hacia ese lugar que yo sola-mente había visitado una vez hacía ya muchos años.

De camino, le dije: “Sé que José Luís sigue vivo, pero de otraforma”.

Él me contestó sin dudarlo: “Yo también.” Luego le pregunté acerca de si tenía pesadillas tras el acci-

dente y me contestó que no, porque a pesar del fuerte golpe enla cabeza, José Luis no tenía rastro de sangre ni de sufrimientoen su rostro, sus palabras fueron: “él estaba tumbado incons-ciente como si estuviera dormido, de la misma manera quecuando se quedaba en casa a dormir conmigo y parecía igual detranquilo”.

Sus palabras fueron para mí como un bálsamo, nos sentíamoscómodos hablando y caminado juntos en dirección hacia el ma-nantial. No pareció sorprendido al comunicarle la razón por la quele pedí que me acompañara hacia aquel lugar. La única sorpren-dida era yo, al ver con qué naturalidad aceptaba su mejor amigoque José Luis hubiera contactando con alguien después de muertopara decirnos dónde quería que esparciéramos sus cenizas.

entonces le dije que, a pesar de que cada ser es único e irrem-plazable y de que nunca encontraría a nadie igual que José Luis,él iba a necesitar otros amigos con quienes jugar y divertirse. Lemencioné a varios niños conocidos, pero me respondió que conninguno de ellos era lo mismo que con José Luis.

Las lágrimas recorrían su rostro y me alegré de que sacara sudolor, pues le conocía bien y sabía cuánto le costaba hacerlo ylo mucho que estaba sufriendo. Se había quedado muy solo alperder a su mejor amigo.

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coMIeNzA LA etAPA De SANAcIóN

Al día siguiente del entierro de las cenizas de nuestro hijo,mi marido y yo emprendimos el viaje hacia la Alpujarra de gra-nada para realizar el curso intensivo de Respiración Holotrópicay constelaciones Familiares.

el marco geográfico era incomparable, estábamos rodeadosde montañas desde las que podíamos contemplar el inmenso ho-rizonte que parecía no tener fin. era el sitio ideal para el des-canso de nuestro cuerpo físico y para la recuperación de la calmamental y emocional. La carga emocional era demasiado pesaday necesitábamos liberarla.

Allí nos encontramos con un grupo de 14 adultos que asistíanpor diferentes situaciones personales. Los terapeutas, de granexperiencia profesional y sensibilidad humana, nos esperabancon un ambiente de acogida cálido e íntimo. tras la llegada y lainstalación en nuestras respectivas habitaciones, nos reunimostodos en una gran sala, donde discurrirían todas las sesiones deterapia durante los 5 días de curso, en un ambiente de profundorespeto, casi sagrado. Durante la ronda de presentaciones, expli-camos al grupo por qué estábamos allí. Apenas nos salía la vozdebido a la tristeza que llevábamos dentro. Los rostros de laspersonas del grupo reflejaban su comprensión y empatía al es-cucharnos. No sólo habíamos perdido a nuestro hijo, puesto que,con él, también se había ido de nuestra vida la alegría de vivir,el entusiasmo y el dinamismo que formaba parte de nuestra vidaantes de lo sucedido. teníamos que empezar a reconstruir nues-tras vidas y queríamos comenzar de nuevo a partir de ese mo-mento, en ese lugar y con esa gente.

ese fue el comienzo de nuestro renacer. La terapia se hace todos juntos en la misma sala y situados

por parejas, en dos sesiones de tres horas y en días consecutivos. en la primera sesión, un miembro de cada pareja es quien

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respira, el otro hace de acompañante o cuidador. en la segundasesión, se cambia de rol y el que ha respirado hace de cuidadory viceversa. Mi marido y yo quisimos estar juntos.

tras un ensayo para aprender la forma en que hay que respi-rar, seguida de una relajación guiada, comenzamos la sesión enla que mi marido era el cuidador y yo era quien respiraba.

Quizás mi inconsciente ya iba predispuesto a vivir lo que su-cedería, pues de todo lo sucedido alrededor de la muerte de mihijo, lo que más me inquietaba era saber si él habría sufrido du-rante el accidente, cuando le golpeó la piedra.

A través de la música evocadora y de la forma de respiración,entré en un estado de consciencia alterada en varios momentos,a lo largo de las tres horas que duró la primera sesión. casi alfinal de ésta, comencé a visualizar como en un sueño lúcido laimagen de un grupo de niños entre los que se encontraba mi hijo.Marchaban por un camino en medio de un paisaje natural. Mien-tras caminaban, reían y disfrutaban con sus juegos infantiles.

De repente la imagen cambió y dio paso a otra en la que mihijo yacía tumbado en el suelo, estaba dormido y tranquilo. Nohabía nada más, ni gritos de socorro, ni imágenes trágicas, ninada dramático que perturbara la sensación de tranquilidad quese percibía.

Le sucedió otra imagen, pero esta vez más que una imagenera una sensación muy intensa y placentera.

Yo sabía que seguía allí tumbada y con los ojos cerrados res-pirando en aquella sala. Al mismo tiempo, tuve la sensación deque unas manos cogían las mías delicadamente elevándomehacia el cielo. enseguida fui consciente de que era mi hijo quienhabía venido a buscarme para mostrarme el lugar y el bienestaren que se encontraba y me dejé llevar por él.

No sentía mi cuerpo físico porque había salido de él, lo habíadejado allí tumbado en la sala. eran nuestros espíritus quienesvolaban por el cielo, planeando como dos almas libres que con-

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templan la inmensidad del mundo con una amplitud increíble-mente maravillosa. Sin hablar, me comunicaba sus sentimientosde inmenso gozo. Me invadía una sensación de libertad y pleni-tud difícilmente descriptibles con palabras. era como si él medijera: “¿Ves mamá, lo bien que estoy? No sufras más.”

tenía la impresión de que todo había sucedido muy breve-mente ó quizás no, no podría decir cuánto tiempo había duradoaquello, porque había traspasado la noción del tiempo en ese es-tado de consciencia no ordinaria.

Al desaparecer esa clase de “sueño lúcido”, volví a la cons-ciencia ordinaria y abrí los ojos. Las imágenes se habían borradode mi mente, pero observé con profunda gratitud que las sensa-ciones continuaban en mí con la misma intensidad. Me sentía li-gera, liberada y llena de una calma y de un gozo que metraspasaban los poros de la piel. con una sonrisa, miré a mi ma-rido que permanecía a mi lado. Le pedí que me acompañarafuera de la sala, pues ya no deseaba continuar con la respiración.

Mi único deseo era conservar el mayor tiempo posible esasensación física tan gozosa que me recorría todo el cuerpo. Pa-recía que flotaba y eso me hizo pensar en el agua y en un baño.

Nos dirigimos hacia la piscina, sentía mucho calor y, al su-mergirme en el agua, se intensificó más aún la sensación de pla-cer que sentía en toda mi piel.

Me sentía fusionada con todo el universo. No podía distin-guir dónde acababa mi cuerpo y dónde empezaba el aire o elagua que había a mi alrededor.

No había límites entre mi cuerpo y lo que le rodeaba. Flo-tando boca arriba, contemplaba el cielo totalmente despejado yresplandeciente en una tarde de verano, cuando de pronto ob-servé un águila que planeaba en lo alto, a lo lejos, por encimade nosotros. Para mí, ésta fue la señal que confirmaba que lo vi-vido no había sido fruto de mi imaginación, sino que mi hijo es-taba allí, cerca de nosotros. Y recordé que muchas tribus

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indígenas llaman al águila “el gran espíritu”. en esos momen-tos, no sentía ganas de hablar, sólo deseaba sentir y sentirme,plena y conscientemente.

unos minutos más tarde, le conté a mi marido mi experienciaal mismo tiempo que le señalaba en dirección al águila, que con-tinuaba allí planeando en círculo.

eL RegReSo A cASA

Recuerdo los días de verano en casa. Durante las horas demás calor, después de comer o al caer la tarde, me sumergía enla lectura de diversos libros sobre la muerte y el proceso de dueloque nos habían regalado algunas amigas durante sus visitas. Losprimeros que leímos hablaban de enfermos que habían sufridoexperiencias cercanas a la muerte, al estar clínicamente muertosdurante un breve espacio de tiempo.

en todos ellos se narra el proceso durante el cual su espírituabandona el cuerpo físico, incluso antes de que sus constantesvitales se paralicen. Hablan del túnel o pasillo en el que se in-troducen atraídos por una inmensa y cálida luz situada al fondodel mismo. también de los seres amigables que les reciben paradarles la bienvenida y del estado de paz y tranquilidad infinitasen el que se encuentran. Al regresar de nuevo al estado de cons-ciencia ordinario, algunos pacientes incluso recuerdan frases quehan pronunciado los médicos y el personal sanitario que se en-contraba junto a ellos para reanimarles. o de la conversación delos familiares que se encontraban el la habitación donde yacíasu cuerpo clínicamente muerto.

todos estos libros nos proporcionaron una ayuda muy nece-saria para comprender racionalmente lo que habíamos intuido alver el cuerpo sin vida de nuestro pequeño José Luis y de por quésentíamos en tantas ocasiones su presencia.

Nos confirmaban que su espíritu seguía vivo en otra dimen-

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sión, lo que muchos científicos y expertos afirmaban en sus nu-merosos libros:

“La muerte, un amanecer” y “La rueda de la vida”, de la doc-tora elisabeth Küble-Ross; “Viajeros en tránsito”, de la doctoraMª Isabel Heraso; “Déjame llorar” y “De oruga a mariposa”, dela doctora en metafísica Anji carmelo”, “Vida después de lavida”, del Dr. Raymond Moody...

Nuestra sed de comprensión no tenía límites. Sentíamos unanecesidad imperiosa de adquirir conocimiento acerca de lamuerte, de la evolución de la consciencia, del proceso de trans-formación del alma, del mundo espiritual y de la nueva dimen-sión en la que se encontraba ahora nuestro hijo.

Igualmente, gracias a otros libros que tratan el proceso delduelo y hablan sobre la pérdida, pudimos obtener ayuda para en-tender qué nos estaba ocurriendo, y tranquilizarnos al saber queera algo normal, que nuestro dolor y nuestra conducta no eranexagerados, irracionales, o incluso patológicos.

Y así trascurrieron los días de verano, entre meditaciones yoraciones al levantarnos, para conectar con la fuerza interior quenos proporcionaba el equilibrio y la serenidad para volver denuevo al trabajo, donde la rutina pretendía seguir como si nadahubiera ocurrido.

Las tareas profesionales resultaron duras de retomar, puestoque el único pensamiento y gran parte de nuestra atención secentraban en la muerte de nuestro hijo, su recuerdo constante,su ausencia física y su presencia espiritual.

Los compañeros y compañeras de trabajo seguían con sus ta-reas como si tal cosa, a pesar de que se mostraban sensibles anuestro dolor y se acercaban en muchos momentos, atentos anuestra expresión y gestos corporales, intentando averiguar a tra-vés de ellos nuestro estado de ánimo. Pero nadie en el mundo, másque quien haya sufrido la pérdida de un hijo, puede saber qué sesiente en esos momentos ni lo duro que resulta el mundo sin él.

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Ya en casa, nos sentíamos aliviados al poder expresar y dejarsalir las emociones libremente y así descansar. Resulta increíbleel cansancio físico que se llega a experimentar cuando el estadode ánimo es de profundo abatimiento y tristeza. Nuestro ritmovital había cambiado, todas nuestras actividades se habían ra-lentizado. era imposible pensar en algo distinto a lo que nos ocu-paba en cada instante, imposible pensar en hacer más de unacosa a la vez.

No sólo habíamos perdido un hijo, había cambiado nuestrarealidad inmediata, habíamos perdido el empuje y entusiasmo,la capacidad de concentración y de proyección en el futuro, laenergía y la alegría de vivir, a pesar de todo ello, y aunque pa-rezca algo contradictorio para quienes no hayan sufrido esta ex-periencia, sentíamos mucha paz y mucho amor.

eNcueNtRo coN eL MeNSAJeRo De MI HIJo

Nada más regresar de la Alpujarra, decidimos ir al lugar ele-gido por nuestro hijo para esparcir sus cenizas en el agua del ma-nantial, de manera que sus deseos fueran cumplidos, y ayudarleasí a encontrar la luz que iluminara su nuevo camino. Fuimos alatardecer acompañados de nuestras hijas y de sus cinco amigosque habitaban en la Longuera y de nuestra amiga gloria, lamadre de éstos. esta vez sería un ritual muy íntimo y sencillo.como en anteriores ocasiones, llevamos velas y flores junto alincienso. Improvisamos algunas palabras para expresar nuestrossentimientos más intensos.

Fue su amigo Miguel quien esparció sus cenizas mientrasdecía: José Luis, aunque estoy triste porque ya no estás aquí con-migo, sé que tú estás bien y por eso estoy tranquilo.

Los niños no necesitan grandes explicaciones ni demasiadosargumentos para percibir esa realidad que se escapa de nuestroentendimiento racional cuando llegamos a adultos.

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¡Qué importante son nuestras creencias para afrontar la pér-dida de nuestros seres queridos! Pensé para mis adentros.

Pocos días después, a mediados de agosto, me encontré conla persona que me había trasmitido el mensaje de las cenizas demi hijo. No fue un encuentro casual, puesto que yo había deci-dido conocerle para expresarle mi gratitud y además, porque sen-tía curiosidad, como es lógico.

Necesitaba que me contestara a algunas preguntas que merondaban desde que recibí su mensaje. Pero cuando le conocí,no sabía por dónde empezar y me sentía avergonzada. No queríaque pensara que le estaba poniendo a prueba, aunque, en ciertomodo, así era.

Fuimos caminando en silencio hacia el manantial para mos-trarle el lugar elegido por mi hijo. Interrumpió su silencio paradecirme que yo era tal y como mi hijo le había descrito. estabatan emocionada que no podía casi hablar.

creo que él lo percibía y entonces empezó a contarme quecuando un espíritu decide encarnarse de nuevo, comienza unproceso de transformación por el cual tiene que convertirse pri-mero en alma para después encarnar, ya que no lo puede hacerdirectamente y se produce un cambio progresivo de frecuenciay de densidad. De la misma manera, pero a la inversa, sucedecuando desencarna, al abandonar el cuerpo físico, tiene que atra-vesar varios niveles hasta transformarse primero en alma y des-pués en espíritu. utilizó una metáfora como ejemplo,comparándolo con las capas de una cebolla para que yo le en-tendiera con más facilidad.

A mí todo ese lenguaje me resultaba extraño y desconocidoy me costaba seguirle. A pesar de ello, le escuchaba con toda miatención sin atreverme a preguntarle nada, no quería que pensarade mí que era una escéptica, una incrédula, o una ignorante.

como yo seguía caminando callada, él continuó hablandosobre la manera en que las personas con capacidades parapsico-

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lógicas reciben mensajes de un ser que ha desencarnado, cómosaben si se trata de un niño, de un ser de luz o de un ser pocoamistoso.

Me explicó que, cuando nuestro espíritu abandona el cuerpofísico, se nos da la opción en un plazo breve de decidir si quere-mos volver a ese cuerpo o no.

Inmediatamente, recordé las imágenes que visualicé al entrara la capilla del hospital mientras lo llevaban al quirófano a ope-rar: su entierro primero y su estado de parálisis absoluta después.

Al recordarlas, presentí que, en el mismo instante que esasimágenes venían a mi mente, mi hijo estaría decidiendo si volarlibre hacia la nueva VIDA o regresar a un cuerpo que le man-tendría preso y atrapado para siempre.

confirmé que él había sido muy sabio y generoso al decidirser libre eternamente a pesar del dolor de no volver a estar juntosnunca más.

Algo en mi interior, me decía que nuestra conexión comomadre-hijo trascendía el plano físico y eso me hacía sentir muchapaz y bienestar interior. Sólo debía aprender a estar con él deotro modo, utilizando los sentidos que no pertenecen a la per-cepción física.

A través de la consciencia profunda, mi alma y la suya esta-rían unidas para toda la eternidad. La oración y la meditaciónme servirían de herramientas para no perder la conexión con miser interior que seguía unido al suyo.

Al llegar al lugar, me dijo que así se lo había mostrado mihijo y que no nos habíamos equivocado. Me contó que allí, enel nivel al que llegaría ahora, tendría que cumplir algunas tareas,él llamaba a ese lugar “la fábrica.”

entre ellas, la primera sería ayudar a una de sus dos herma-nas. Se trataba de la que siempre se hacía unas coletas o moñitosmuy graciosos aunque mal hechos. Adiviné de quién se tratabade inmediato. Agradecida, le despedí satisfecha y con gran calma

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en mi interior. Mi intuición no me había fallado.esa noche, hubo un eclipse de luna que duró más de dos

horas. De nuevo, un precioso regalo desde el cielo.

MoMeNtoS DIFÍcILeS eN FecHAS SeñALADAS

Llegó septiembre y las fiestas del pueblo. Vimos en el librode fiestas la foto de nuestro hijo subido a la barrera de los torosdurante las fiestas del año anterior y otra vez la tristeza se apo-deraba de nosotros al pensar que nunca más disfrutaría de ellas.

La vida es así de dura y cruel, cuando ya te sientes mejor ycrees que vas afrontando la situación de crisis personal por lapérdida, sucede algún hecho que te demuestra lo contrario.como aquel día en que recibí la carta de la unidad de trasplantesen la que se nos comunicaba la evolución de los enfermos quehabían sido trasplantados con alguno de los órganos de nuestrohijo. uno de ellos, un niño de 12 años, evolucionaba de manerafavorable gracias al corazón de José Luis. Los sentimientos queprovocaba la noticia eran contradictorios: por un lado, compartíala felicidad de ese niño y su familia, por otro, echaba tanto demenos a mi querido hijo…

Habían pasado ya tres meses desde su muerte y aún no habíaencontrado el momento ni las fuerzas de retirar su ropa, sus ju-guetes y demás objetos personales de su habitación.

todo en ella seguía igual. todo, menos lo más importante,puesto que nunca más lo vería dormir plácidamente en su cama,al subir a despertarle un día más para ir al colegio. Ni siquierahabía cambiado las sábanas de su cama, para poder seguir olién-dolas de vez en cuando, en un intento desesperado de reteneralgo de él, de no perderle del todo. Al pasar junto a la habitación,sentía una sensación desagradable porque no me gustaba verlaasí, oscura y vacía. Pensaba que lo mejor sería transformarla ennuestro espacio sagrado de luz y paz, donde pudiéramos meditar,

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orar, escuchar música tumbados en el suelo o llorar viendo susfotos. esa idea rondaba a menudo en mi mente pero me sentíaincapaz de hacerlo yo sola, a pesar de haber comprado ya algu-nas mariposas de colores para colocarlas en la pared junto a al-gunas de sus fotos.

también había comprado una alfombra y cojines para sen-tarnos en el suelo a meditar. todo estaba preparado, menos yo.

Algún día, si me sentía más fuerte emocionalmente, entrabaen ella y recogía algunas de sus ropas, sus juguetes y sus cua-dernos del colegio.

Lo hacía sin prisa y con mucho amor. Sentada en su cama,hojeaba sus libretas y viendo su letra y sus dibujos, rompía a llo-rar hasta quedarme vacía.

Salir a comprar por el pueblo ya era un esfuerzo enorme, mecostaba vencer la inercia de quedarme en casa, donde me encon-traba segura y protegida.

tenía que esforzarme por salir a la calle para ir a comprar,pues sabía que los vecinos del pueblo me pararían para pregun-tarme cómo estaba y haciendo de tripas corazón les diría quebien, dentro de lo que cabía, y que lo íbamos superando. con-forme pasaba el tiempo, me costaba cada vez más hablar de losucedido. Al hacerlo, sentía que se reabría de nuevo la herida.

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eNSeñANzAS SoBRe eL MuNDo eSPIRItuAL

uno de esos días, en los que tuve que salir, me llegó la noticiade que, a finales de octubre, se celebraría en Albacete un semi-nario bajo el título “Vida después de la vida”, que incluía lasconferencias “Vivir conscientemente te ayuda a morir cons-ciente” y “Memorias ancestrales”. Ambas conferencias seríanimpartidas por la doctora Marilyn Rossner, una de las mejoresmédium a nivel mundial.

Al parecer, el organizador de estas jornadas sobre parapsico-logía había intentando traerla en anteriores ocasiones sin dema-siado éxito, por lo apretada que estaba siempre su agenda. esteaño, por fin lo había conseguido.

Nada más saberlo, me pareció que esta buena mujer veníapara mí y que su visita era uno de los regalos que José Luis nosenviaba desde el cielo, para ayudarnos a sanar la gran herida quenos había producido su pérdida.

Inmediatamente, contacté con la persona encargada de lasinscripciones y cuál fue mi sorpresa cuando me anunció que

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también pasaría consulta privada, además del seminario. Pero laconsulta sólo sería en Alicante, ese detalle no significaba ningúnobstáculo para nosotros, puesto que mi madre vivía allí y podí-amos alojarnos en su casa.

Sin pensarlo dos veces, le pedí cita para entrevistarme per-sonalmente con ella.

creía que, si una vez mi hijo había contactado con nosotrospara decirnos dónde quería que se esparcieran sus cenizas, qui-zás deseara hacerlo de nuevo, y yo ya no sentía miedo ni teníadudas que me lo impidiesen.

Aquel mensaje no había sido el único que habíamos tenidode él a través de otra persona.

Alguien más, una niña que me merece total y absoluta con-fianza y credibilidad, pero de quien prefiero ocultar su nombre,me había dicho un día: “Rosa, tengo que hablar contigo, aunqueno sé si te lo vas a creer, pero te lo tengo que decir: he mantenidouna conversación telepática con tu hijo y me ha dicho que nosufráis por él porque está en un mundo de paz y tranquilidad in-finitas”. Añadió: “también me ha dicho que está muy orgullosode vosotros como padres por lo bien que lo estáis haciendo.”

Le agradecí su franqueza y valentía con un abrazo. ¿Por qué iba a dudar de sus palabras? ¿con qué fin habría de

inventarse una cosa así una niña que había crecido junto a mihijo y que tanto le quería?

Pensé que era cierto lo que escuchaba y que los niños, por suespecial inocencia y pureza, están más abiertos y receptivos aese tipo de mensajes que les envían los seres que han desencar-nado que nosotros los adultos.

Llegó el día tan esperado, la cita con Marilyn Rossner era alas 19 horas en Alicante y hacia allí viajamos mi marido y yo.Me sentía como una niña la víspera de los Reyes Magos, impa-ciente e inquieta al pensar en lo que nos diría. Yo había habladopor teléfono con su intérprete antes de ir para concertar la entre-

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vista. Aurelia, la intérprete, me había parecido una mujer muyespecial y de gran calidad humana y espiritual. Me contó quehabía estado conviviendo con las tribus ancestrales de los mao-ríes de Nueva zelanda hace algunos años. también me dijo quehabía vivido varios años en estados unidos y que allí había co-nocido a la doctora Marilyn, a través de la Fundación Shiva-nanda. Desde entonces, ella siempre la acompañaba comointérprete en sus seminarios, durante sus visitas a españa. tam-bién había colaborado en la puesta en marcha de la escuela deAntroposofía Waldorf en Alicante.

A pesar de no tener una edad muy avanzada, me daba la im-presión de que había vivido muchos años, durante los cualeshabía adquirido grandes conocimientos. Sin embargo, se mos-traba humilde y no hablaba mucho de sus éxitos ni de sus logrosa nivel profesional.

Por otro lado, habíamos depositado una confianza ciega enla Doctora Marilyn Rossner, quien era una absoluta desconocidapara nosotros hasta entonces.

Si no hubiera sido porque unos meses antes, había recibidoesa llamada telefónica con el mensaje de mi hijo, quizás nuncame hubiera atrevido a asistir a la consulta de una médium. Peromi hijo había sabido muy bien cómo preparar el terreno y yo mesentía confiada. Sin embargo, mi marido no estaba tan receptivocomo yo, sino que más bien él tenía ciertas resistencias que lecausaban rechazo y dudas hacia este tipo de personas “canales”.

Aún así, él me acompañó a la cita a pesar de no tener claro sientraría conmigo a la consulta.

Ya en la sala de espera, encontramos algunos libros suyos,en los que pudimos leer alguna información biográfica sobreella. Marilyn Rossner nació en Montreal (canadá), era doctoraen psicopedagogía y educación especial, además de profesorade yoga. Su marido era un pastor anglicano y juntos habían fun-dado el Instituto Internacional para las ciencias Integrales Hu-

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manas, en Montreal, ciudad en la que residían, allí se realizabancongresos a nivel internacional sobre parapsicología y vida enotros planetas. (www.iiihs.org)

La Doctora Marilyn había recorrido medio mundo y habíatenido entrevistas privadas con el Dalai Lama y el Papa JuanPablo II, entre otros personajes famosos a nivel mundial. Habíasido considerada como la más extraordinaria Médium delMundo, cuyo título se lo concedieron los más altos Maestros deSabiduría del Himalaya.

en la actualidad estaba jubilada y se dedicaba a impartir se-minarios y conferencias sobre Vida después de la Vida y a pasarconsultas privadas. todo el dinero recaudado lo destinaba a susdos proyectos en África para niños marginales, con los que con-vive un mes al año. Inmersos en aquellas lecturas que nos infor-maban sobre la persona a la que estábamos a punto de conocerpersonalmente, escuchamos de pronto una voz muy peculiar quepertenecía a Marilyn. era una voz alegre y aguda. cuando apa-reció ante nuestros ojos, nos impresionó mucho más. Vestía concolores muy llamativos, alegres, casi infantiles. era pequeña deestatura y su pelo era largo y tintado de henna roja. Llevaba unasgafas de sol enormes que ocultaban la mitad de su rostro.

Mi marido se animó a entrar en su consulta nada más verla.Nos saludó muy simpática con un español de marcado acentoamericano.

Nada sabía de nosotros ni de nuestras razones para estar allí.Le explicamos brevemente que hacía tres meses habíamos per-dido un hijo de 12 años. Sobre el accidente y la forma en quesucedió no le dijimos nada, ella tampoco nos lo preguntó. tansólo se limitó a darnos un papel en blanco para que pusiéramosnuestras firmas y junto a ellas anotó dos números separados poruna franja horizontal, eran el 16 y el 17. Desconozco el signifi-cado de esto, pero tampoco me atreví a preguntárselo ni le diimportancia. Solamente sé que correspondía a la edad de nues-

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tras hijas, aunque ella no lo sabía, ni siquiera le habíamos con-tado que teníamos dos hijas más, a parte de nuestro hijo falle-cido. entonces, nos preguntó si llevábamos alguna foto denuestro hijo. Inmediatamente, saqué del monedero las fotos decarné de mis tres hijos que siempre me acompañan. Aunque es-taban algo desfasadas porque en ellas José Luis tenía apenas 6años. Mientras las miraba, repetía una y otra vez que era un niñomuy puro, muy puro.

Yo estaba muy emocionada. un calor sofocante me subía porel cuerpo al mismo tiempo que en el centro de mi pecho sentíauna fuerte presión. en ese mismo instante, me miró directamentea los ojos y me dijo que mi hijo estaba entrando a través de misvibraciones. Yo ni siquiera había abierto la boca, y esa mujerhabía sabido lo que me estaba pasando a nivel orgánico, estabamuy sorprendida.

empezó a hablar sin interrupciones, mientras que Aurelia in-terpretaba simultáneamente sus palabras. La compenetraciónentre ambas era tal que parecían una única persona. entoncesdijo que había un niño con una gorra en la sala y que corría al-rededor de nosotros en círculo mientras se daba golpecitos en laparte derecha de su cabeza con el puño cerrado. en ese instantecomprendimos que se trataba de nuestro hijo, que el día del ac-cidente llevaba puesta su gorra, como siempre que hacía calor.Marilyn imitaba los gestos que él hacía con el puño sobre el ladoderecho de su cabeza, nosotros interpretamos este mensaje comolos golpes que recibió en esa zona de la cabeza cuando le cayóla piedra que le produjo la muerte, así se lo comunicamos a Ma-rilyn, ella asintió con su cabeza en un gesto de confirmación.

continuó hablándonos sin interrupción: “A vuestro hijo legusta la música, el cielo y los pájaros”. Al escucharle decir esto,comprendí que José Luis quería trasmitirme que permanecía encasa a nuestro lado, mientras yo pensaba en él cada mañana, alcontemplar el cielo, escuchando la música y mirando los pájaros.

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Añadió: “le gustan los aviones”, y mi marido recordó los mo-mentos que pasaba con él enseñándole a hacer aviones de papelcuando era más pequeño.

Nos dijo que su muerte estaba predestinada y que no podíapermanecer más tiempo con nosotros. Que ya una vez, siendomás pequeño, había estado a punto de morir y nos había conce-dido algo más de tiempo, pero que ya no podía quedarse más.

Mi marido recordó un suceso casi olvidado en mi memoria,ocurrido cuando José Luis tenía tan sólo tres años y cayó en unapiscina sin saber nadar. No sucedió nada grave gracias a los re-flejos de mi marido, que reaccionó justo a tiempo y se tiró alagua vestido para sacarlo inmediatamente. No pasó de ser unsusto.

Marilyn nos dijo que en lo más hondo de nuestro Ser ya sa-bíamos que lo perderíamos pronto. eso nos dio qué pensar du-rante varios días.

en cierto modo, era cierto que con nuestro hijo teníamos uncomportamiento especial y que con nuestras hijas no era igual.Quizás porque era el más pequeño y nosotros estábamos másmaduros y más preparados para ser padres, o por su forma deser, adaptable y alegre, tranquilo y cariñoso.

Lo cierto es que, con él, apenas utilizábamos la represión niel castigo cuando se comportaba de forma poco correcta. A vecesse hacía el remolón cuando le pedíamos que colaborara en lastareas de la casa y también cometía travesuras como era natural.con él, teníamos mucha paciencia y ternura.

claro, como les ocurre a todos los padres, a veces sentíamosmiedo de que le pasara algo peligroso y le decíamos muchas vecesque prestara atención al cruzar la calle por si venía algún coche,o cuando se iba con sus amigos en su bici. Pero nunca nos habíadado problemas ni preocupaciones importantes, a ningún nivel.Nunca había estado enfermo de gravedad ni había tenido ningúnaccidente, tan sólo el típico resfriado o las paperas y poco más.

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era un niño que crecía mucho, fuerte y sano. era el más altode su clase, buen alumno y buen amigo. Por todo eso, con élaprendimos a ser más tolerantes, más pacientes y más amorosos.

¿Por eso o porque en el fondo de nuestro ser alguna parte denosotros sabía cuál era su destino? Nunca sabré la respuesta.

Marilyn continuó diciéndonos que le gustaba mucho jugar alas cartas y que seguía haciéndolo con otros niños, a los que teníaque ayudar (es verdad que con sus hermanas jugaba mucho a lascartas del uNo).

Añadió que le gustaba el zumo, recordé que siempre que seresfriaba, yo le daba un tratamiento natural que sabía a rayos yse llama amargo sueco, yo lo mezclaba con zumo para que nofuera tan desagradable de tomar.

Nos dijo que hablaríamos mucho sobre la Vida eterna, queéramos una familia muy espiritual.

Le preguntó a mi marido si era profesor de yoga (José Luispractica yoga desde hace muchos años a pesar de no dedicarseprofesionalmente a enseñar).

A mí me dijo que me encontraba en una encrucijada desdehacía mucho tiempo, incluso antes de que ocurriera la muerte demi hijo.

La única pregunta que le hice fue sobre el accidente de nues-tro hijo, le pregunté si había sufrido por el golpe. Me respondióun no rotundo, porque según dijo ella, el espíritu de mi hijo sabíaque era el momento de dejar su cuerpo y por eso salió inclusounos instantes antes de que la piedra le golpeara. el tiempo dela consulta pasó demasiado rápido para nosotros, que deseába-mos seguir indefinidamente recibiendo mensajes de nuestro que-rido José Luis.

Al día siguiente nos trasladamos a Albacete para asistir al se-minario “Vida después de la Vida”, si la consulta privada fue po-sitiva y beneficiosa para nosotros, el seminario nos resultó aúnmás interesante y didáctico. Marilyn es una gran maestra y co-

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municadora del mundo espiritual. Para nosotros fue una oportu-nidad maravillosa de aprendizaje intensivo. el seminario fue uncurso completo acerca de la muerte, de cómo descubrir nuestropropósito en la vida como seres humanos, acerca de los guíasespirituales que nos acompañan, de la influencia de nuestros an-cestros, del sentido del sufrimiento humano, de la evolución delalma y de los viajes astrales que realiza cada noche nuestro es-píritu durante el sueño.

A pesar de encontrarnos en la sala más de doscientas perso-nas, realizamos varios ejercicios prácticos con meditacionesguiadas por Marilyn para conectar con nuestro ser interior. Pero,además, su capacidad de conectar con los seres desencarnadoses tan poderosa, que a lo largo de toda la jornada no dejó de tras-mitir mensajes entre el público asistente provenientes de susseres queridos fallecidos. Las emociones estaban muy latentesy los mensajes trasmitían siempre mucha luz y esperanza. Nosdecía: “ellos quieren que sepamos que están aquí con nosotros”.

en verdad, yo sentí una inmensa gratitud por encontrarnosallí, junto a mi hijo entre todas aquellas almas, iluminándonos yllenándonos con su amor una vez más.

coNStRuYeNDo uN eSPAcIo PARA LA PAz INteRIoR

el día siguiente al seminario, era domingo y me desperté bientemprano.

Nada más levantarme, decidí que había llegado el momentode transformar la habitación de mi hijo en esa sala de luz y depaz que tantas veces había imaginado. Los mensajes que Marilynnos había trasmitido me habían ayudado tanto, que por fin sentíael valor y la fuerza para hacerlo.

Mi marido también me ayudó a trasladar la cama de nuestrohijo al dormitorio de nuestra hija mayor, quien dormiría en ellaa partir de entonces, pues era más cómoda y más grande que la

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que ella utilizaba. en ella soñaría con él en varias ocasiones. unade ellas, soñó que iban los tres montados en un coche que ellamisma conducía (a pesar de que es menor de edad y no sabe con-ducir). De pronto, el coche chocó con una máquina expendedorade chucherías y dulces, que salieron a montones de la máquinaque había quedado totalmente destrozada por el golpe que rom-pió el cristal. Rápidamente cogieron las chuches y los dulces ylas metieron en el coche antes de huir. era un sueño divertido ynos reímos mientras lo contaba, eso nos daba pie a recordar otrasanécdotas divertidas de nuestra vida familiar. Nos gustabamucho recordar juntos esos momentos, desde la perspectiva deque no volverían a repetirse.

Yo también les conté un sueño que tuve una de esas noches,me encontraba en el aeropuerto y trataba desesperadamente deencontrar a José Luis, que regresaba en un vuelo que acababade aterrizar. todos los pasajeros habían desembarcado y JoséLuis no aparecía. Yo le buscaba impaciente y nerviosa por todaspartes, hasta que me comunicaban que se había equivocado yhabía tomado otro avión con destino desconocido. Nadie meayudaba a resolver esta situación y yo me sentía cada vez másangustiada. Angustiada e impotente desperté y comprobé que supérdida era tan real como el sueño.

LoS MARcA-PÁgINAS

tras la muerte de mi hijo, descubrí una intuición en mí des-conocida hasta entonces. era como si alguien me dijera cómoproceder en cada momento, y en qué orden realizar las cosas deforma sucesiva. Lo sorprendente es que las ideas que llegaban ami mente, lo hacían con tanta claridad e intensidad que no meproducían ni la más mínima duda de que era algo bueno, ade-cuado y correcto. Siempre aparecían acompañadas de un senti-miento de certeza y seguridad que me asombraba, pues siempre

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he sido una persona a la que asaltan muchas ideas al mismotiempo y me es difícil marcar un orden de prioridad para su re-alización, lo que me produce cierta ansiedad hasta que las ter-mino de desarrollar (lo de la encrucijada que me decía Marilyn).

La impaciencia y la ansiedad, que me habían agobiado en losúltimos años, se habían alejado de mí de una manera misteriosatras la muerte de mi hijo.

un día, al abrir el cajón donde guardamos las llaves, encontréun cartoncillo de esos que te dan cuando te hacen fotos de carné,miré dentro y encontré las últimas fotos que se hizo José Luíspara inscribirse en el equipo de fútbol sala en el pueblo. Se tra-taba de una foto bastante reciente, apenas un año antes de sumuerte. ¡estaba tan guapo y sonriente! era muy fotogénico ysalía muy bien en las fotos. De inmediato, pensé que a sus ami-gos y amigas les gustaría tenerla de recuerdo. también pensé ensus profesores, a quienes la tragedia ocurrida a José Luís leshabía conmovido profundamente, hasta el punto de tomar la de-cisión de suspender la verbena de fin de curso, programada comocada año, junto a la celebración de despedida y graduación delos alumnos que acaban sus estudios de educación Secundariay que dejan el centro.

Ése era el caso de nuestra hija clara, que debía recibir durantela fiesta de fin de curso su título de graduación. Hubiera sido undía muy feliz para nosotros como padres y sobre todo para ella,si no hubiera ocurrido lo que nunca debió ocurrir. Pero desgra-ciadamente para todos, ésta se aplazó hasta unos días antes decomenzar el siguiente curso.

una idea sobrevino a mi mente: haría 40 copias de la fotoque acababa de encontrar e invitaría a los amigos y amigas deJosé Luis a casa para que me ayudasen a realizar unos marca-páginas. cada niño podría hacer dos, uno para guardarlo de re-cuerdo y otro para regalarlo a uno de sus profesores en el día dela graduación para la que faltaban muy pocas semanas. esta idea

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me llenó de alegría pensando en cómo les gustaría a sus amigosreunirse en nuestra casa de nuevo, recordando juntos a nuestroJosé Luis. entusiasmada, me puse a organizarlo todo. La res-puesta de sus amigos y amigas fue la que yo sospechaba: todosllegaron a casa puntuales el día acordado, sin que faltara ni unosólo del grupo.

todos los profesores afirmaban que siempre había sido uncurso muy consolidado, ya que habían crecido juntos desde queiban a la guardería, cuando apenas habían cumplido los dos años.

Al verles llegar, me sentí muy feliz y a ellos también se lesnotaba la alegría en sus miradas. Yo había preparado el materialnecesario para realizar los 40 marca-páginas: las copias de lasfotos, rotuladores de colores, tijeras, pegamento y un papel es-pecial. Busqué el estuche de mi hijo, en el que guardaba varioslapiceros muy cortos y yo les saqué punta para darles uso denuevo. Bromeé acerca de los lápices de José Luis, que los apu-raba hasta extremos casi imposibles de manejar. Les expliquélas instrucciones de cómo realizar cada marca-página: para ladecoración, escribirían una palabra con una frase que les gustara(para que les resultara más fácil, les dejé unas cartas que unabuena amiga me regaló y que se llaman “regalos del universo”).

cada carta tiene escrita en su reverso una palabra como: paz,generosidad, amor, gratitud, serenidad… y, en su anverso, con-tienen varias frases escritas por personajes célebres que guardanrelación con la palabra del reverso.

Les pedí que no pegaran la foto en el marca-páginas hastaque no estuviera terminada su decoración con la frase elegida,para no tener que desaprovechar ninguna de ellas, en el caso deque se equivocaran. en tan sólo un par de horas, el trabajo habí-amos concluido y los 40 marca-páginas de José Luís habían que-dado preciosos. un resultado tan bueno bien merecía una ricamerienda que les había preparado como recompensa. Salieron amerendar al patio en un ambiente divertido y propio de unos

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adolescentes de trece años. Yo disfrutaba al verles de nuevo ypoder recordar con ellos a mi hijo. Venían a mi mente las imá-genes de cada 27 de junio, durante las fiestas de cumpleaños an-teriores, yo compraba globos de agua y se los tiraban entre ellosmientras reían a carcajadas cuando explotaban y se llenaban deagua.

De repente, una de sus amigas me pidió que les enseñara uncD de fotografías que los profesores nos habían regalado el díaque hubiera sido su trece cumpleaños, el 27 de junio, día en quehicimos la misa, diez días después de su entierro. Sorprendida yllena de regocijo porque desearan compartir conmigo las ganasde recordarle de nuevo, nos trasladamos a la sala del ordenadorpara visualizar esas fotos con imágenes del grupo en los sucesi-vos cursos del colegio. Después, como no tenían ganas de mar-charse y seguían ahí callados y quietos, pusimos también las delreportaje que hicimos para el entierro de sus cenizas, con imá-genes de José Luís desde que nació hasta sus últimos meses devida. Su sed por verle de nuevo no se saciaba fácilmente. Al ver-las, las lágrimas resbalaban por las mejillas de esos niños yniñas, que desafortunadamente ya conocían la pena de perder aun amigo. Recordé las palabras que me envió una amiga tras co-nocer la grave noticia. Su mensaje decía: “José Luis, tu piedranos ha golpeado a todos”.

Durante la tarde con los amigos de mi hijo, confirmé que lapérdida de José Luis había tocado a mucha gente a diferentes ni-veles.

Al acabar el reportaje, el silencio rozaba lo sagrado y la tris-teza se expresaba a través de los rostros sin necesidad de hablar.A pesar de ello, nos sentíamos cómodos, pues nadie hacía inten-ción de marcharse. Yo sentía que José Luis estaba allí junto anosotros, ocupando su lugar dentro del grupo como siempre.

Les propuse contarles un cuento acerca de la muerte titulado“Jack y la muerte”, cuyo autor es tim Bowley. es un cuento her-

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moso, que ayuda a los más pequeños a comprender el ciclo dela vida y de la muerte como parte de un proceso necesario y na-tural, a través de un lenguaje metafórico y alegre.

cuando terminé, la tristeza había ido dejando paso a la calmay parecían más relajados. entonces, llena de un inmenso agra-decimiento por haberme regalado una tarde tan maravillosa ypor compartir conmigo el recuerdo y los sentimientos de cariñoy alegría por mi hijo, de forma espontánea, quise entregar a susmejores amigos algunas de sus pertenencias: su casco de la bici,su caña de pescar, sus zapatillas de fútbol y su reloj. No teníaregalos para todos, pero en el grupo no había envidia ni celos ytodos sabían y aceptaban quiénes eran los mejores amigos deJosé Luis y yo también.

Les prometí que volveríamos a reunirnos de nuevo para irjuntos al lugar donde habíamos enterrado las cenizas de JoséLuis. ellos marcharon contentos y yo quedé satisfecha y llenade gozo por la presencia de mi hijo.

Me sentía llena de él.

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RecuRSoS De AYuDA PARA AFRoNtAR

LA PÉRDIDA De uN SeR QueRIDo

eNcueNtRo coN LA ASocIAcIóN tHALItA

A medida que pasaban los días me sentía mejor, poco a pocola energía volvía a mi cuerpo físico y me costaba menos con-centrarme en el trabajo, sin que el pensamiento acerca de lamuerte de mi hijo permaneciera en mi mente como una cons-tante. A nivel emocional, las oleadas de tristeza me invadían conmenos frecuencia y el buen ánimo regresaba a mi vida cotidiana.

Pero cuando se aproximaban los días del mes que me recor-daban el tiempo trascurrido desde el trágico suceso que se llevóla vida de mi hijo para siempre, revivía lo sucedido y se reini-ciaba el proceso de dolor otra vez más.

Así es como cada mes transcurrían los días señalados: mimente me trasportaba de regreso a los momentos acontecidos encada uno de esos días que quedarán grabados en mi memoriamientras viva, y quién sabe si después de muerta. Revivía lassensaciones percibidas en cada momento:

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• Día 14, el accidente, el fuerte impacto al conocer la noticiatan inesperada, las sacudidas del shock y el comienzo de nuestrocalvario.

• Día 15, en el hospital, terror al conocer la gravedad, la ope-ración, la incertidumbre, sentimientos de desesperación y tris-teza.

• Día 16, el médico nos confirma el fatal desenlace, lo peorha ocurrido, ya no hay ninguna esperanza. Su muerte, el tras-plante de órganos, el frío del mortuorio, el velatorio.

• Día 17, el entierro, la despedida compartida, el adiós defi-nitivo, principio de la ausencia física y desgarro profundo ennuestro corazón…

Intentaba borrar esas imágenes de mi hijo entubado en la salade cuidados intensivos o dentro del féretro, las evitaba esforzán-dome en recordarle lleno de vida entre juegos y risas, pero in-voluntariamente salpicaban mi mente y me hundía de nuevo enun mar oscuro de infinita tristeza y soledad, hasta llegar al aban-dono de mí misma, como una especie de muerte psicológica. erala lucha interior entre la realidad cruel y despiadada que me teníaatrapada en un sufrimiento continuo y mis ganas de negarla conel anhelo por escapar de ella,

A lo largo del día, en casa o en el trabajo, me esforzaba pordisimular para que no se me notara, pero al atardecer conducíami coche en soledad hasta el lugar donde yacían las cenizas demi hijo buscando la paz y la calma.

Allí, bajo las ramas del gran pino, sentada en una roca enmedio de la colina, escuchaba el sonido del viento y el agua delrío, el trinar de los pájaros; los veía volar en un horizonte infi-nito; me admiraba de la grandeza de la naturaleza, del perfectoorden y armonía existente en sus ciclos vitales, me impregnabacon la fuerza vital que me trasmitían y así, contemplando lapuesta de sol que envolvía el cielo de colores violáceos y ana-ranjados, me consolaba pensando que él seguía vivo aunque yo

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no lo pudiera ver ni tocar, que su muerte era tan sólo física, peroque su espíritu continuaba su camino de evolución. esa idea meayudaba a reponerme de la angustia de no verle más y regresabaa casa capaz de estar con una actitud positiva ante mi marido ymis hijas. Yo sabía que, si ellos me veían mal, también se con-tagiarían de mi estado de ánimo y todo se complicaría de nuevo.

Recuerdo que uno de esos días en que se aproximaba la fechaseñalada, cuando se cumplían 5 meses desde su muerte, fui amisa por la tarde y al volver a casa ya había anochecido. era no-viembre y las tardes eran cada día más cortas. Hacía frío. encasa no había nadie, todo estaba oscuro y en silencio. en mi in-terior, la pena golpeaba mi corazón insistentemente, a fin de quela reconociera y le escuchara. Me encontraba sola y no quise re-primirla; la miré con compasión y decidí abrirle la puerta de micorazón para que traspasara poco a poco todo mi ser. como side una vieja amiga se tratara, preparé el ambiente propicio pararecibirla. encendí la chimenea y apagué las luces, dejando comoúnica iluminación la luz tenue de una vela. Puse música de rela-jación, suave y evocadora, me tumbé en el suelo frente al fuegode la chimenea y sin resistirme más, comencé a aflojar para dejarfluir todo el dolor que me inundaba. Lloré y gemí durante unlargo rato hasta quedarme rendida. La sensación era de total aba-timiento y cansancio, por vivir, por luchar, por resistir. Deseabamorirme y descansar eternamente junto a mi hijo. tenía tantasganas de volver a estar junto a él. era como si me hubieran arran-cado una parte de mí y todo mi ser luchara por recuperar esaparte que seguía ligada a él invisiblemente.

A solas, me resultaba más fácil abandonarme ante ese dolorinsoportable y lloraba hasta vaciarme como tantas otras veceshabía hecho, liberando esa parte oscura que también nos perte-nece y no podemos esconder ni rechazar.

No recuerdo cuánto tiempo estuve así, porque en esos mo-mentos el tiempo no existe.

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De repente, recordé que una buena amiga del pueblo mehabía dado el teléfono de una asociación de Albacete, de ayudaa padres y madres que han sufrido la pérdida de algún hijo. Hastaentonces no se me había ocurrido llamarles para pedirles apoyoo asesoramiento, pero en ese instante algo me dijo que había lle-gado el momento de hacerlo. Sin pensarlo dos veces, para queno desapareciera el impulso que había sentido, busqué el telé-fono y marqué el número que había escrito en un artículo apare-cido en un periódico provincial en el que la asociación se dabaa conocer.

Al otro lado del hilo telefónico, una voz tranquila y femeniname contestó, preguntándome quién era. casi sin presentarme,comencé a explicar el motivo de mi llamada y, conforme lohacía, me sentía más y más aliviada.

A pesar de ser una conversación telefónica, y de no conocera la mujer con la que estaba hablando, el hecho de que ella tam-bién hubiera perdido un hijo pocos años atrás me animaba a ha-blar sin miedo, sin vergüenza, abriéndole mi corazón de maneralibre y transparente, porque sabía que ella comprendía perfecta-mente mi dolor desgarrador e inconsolable. Hablamos duranteun largo espacio de tiempo, sin prisa. Me pareció una mujer quesabía escuchar, sentía su receptividad y empatía sin necesidadde verla. Me contó lo que le había sucedido a su hijo, cuyamuerte también se había producido de forma accidental y repen-tina, cuando apenas tenía diecisiete años. era un chico sano,fuerte y deportista como mi hijo.

Me dijo algo que nunca olvidaré: “es curioso como nuestroshijos desde el cielo obran para ponernos en contacto y ayudarnosmutuamente”. Al finalizar nuestra conversación, le prometí queiría a Albacete un día con mi marido para conocerles personal-mente y que nos informaran de sus actividades dentro de la aso-ciación thalita, así se llama, y le agradecí sinceramente suescucha amable y activa.

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cuRSo De SANAcIóN coN LoS ÁNgeLeS

Pronto llegaría la Navidad, fecha a la que yo temía pensandoen lo mucho que notaríamos la ausencia de nuestro hijo.

uno de los libros que leímos durante el proceso de duelo, yque nos sirvió de gran ayuda como guía durante este camino des-conocido para nosotros hasta entonces, fue sin duda el libro deRobert A. Neimeyer “Aprender de la pérdida”.

tal como decía el autor, nos encontrábamos en la etapa delas primeras veces: las primeras fiestas del pueblo sin José Luis,su cumpleaños, la vuelta al colegio de mis hijas y de todos susamigos, de todos los niños del colegio excepto José Luís, las pri-meras vacaciones de verano, las primeras Navidades.

La incertidumbre acerca de cómo reaccionaríamos y de cómolo afrontaríamos me causaba temor y cierta ansiedad. esa mismaansiedad y temor me servían de señales de alarma para ver queaún necesitaba ayuda terapéutica y me aportaban la motivaciónpara participar en cualquier curso que pudiera ofrecérmela.

Así pues, unas semanas más tarde, vísperas de Navidad, meinscribí en un curso de sanación con los ángeles en el centro deterapias donde había realizado anteriormente la terapia gestalty las constelaciones familiares.

Asistí llena de entusiasmo, mi intuición me hablaba de nuevo,trasmitiéndome que ese curso sería otra oportunidad para encon-trarme de nuevo con mi hijo.

el sábado por la mañana me sentía como quien acude a unacita a ciegas, pero con seguridad y confianza en que algo buenome esperaba. el ambiente era conocido y familiar para mí, el es-pacio de la sala me conectaba con una energía de paz y de cali-dez que me ayudaban a relajarme y a perder el miedo.

también conocía a la terapeuta y a algunos de los asistentes,aunque era la primera vez en mi vida que veía a la mayoría deellos.

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el grupo era reducido, lo que facilitaba la conexión entre nos-otros. tras una breve presentación y ronda para compartir las ra-zones que nos habían llevado hasta allí, comenzamos con unameditación guiada por la terapeuta. Nos guiaba por la senda deun camino por el que percibíamos todo tipo de sensaciones, elviento, las fragancias, los colores, los sonidos, el calor o el frío,así como imágenes de espacios diversos, de un río o una mon-taña, con sus animales, plantas, piedras… hasta llegar a unaconstrucción que podía ser de cualquier tipo, un templo, unacueva, una casa. cada uno iba visualizando libre y placidamente.

una vez dentro de la construcción que cada uno había ima-ginado, observábamos el lugar, su espacio interior, su estrechezo amplitud, su oscuridad o luminosidad, su decoración, y nos in-troducíamos en ella hasta llegar a una sala donde una cortina co-menzaba poco a poco a elevarse, dejándonos ver a un ser que depie nos esperaba tras ella.

Se trataba de nuestro ángel. Le preguntábamos su nombre yél nos respondía en ese primer encuentro. el nombre que llegóa mi mente fue celeste.

Y una sensación de agradable sorpresa penetró en mi cuerpoal recordar que durante el periodo de gestación de mi hijo, éseera el nombre que hubiera elegido para José Luis, si en lugar deser un niño hubiera nacido una niña.

¿Por qué había surgido el nombre de celeste en mi pensa-miento?

¿Me quería decir que un ángel se habría encarnado en mihijo? ¿o significaba que mi hijo se habría convertido en miángel?

No necesitaba más respuestas, para mí esta idea, que me llegóde pronto a la mente, fue la confirmación que de que mi hijohabía sido enviado del cielo como un maravilloso regalo deAmor y de Alegría, para enseñarme a vivir con esos sentimientosde placer y de intensidad que él era capaz de trasmitirme.

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todos los mensajes que llegaban a mi mente durante los dis-tintos ejercicios de meditación y visualización me hablaban dela iniciación a un proceso de transformación de mi ego y de ele-vación de mi alma a un nivel superior de consciencia.

también regresaban a mí algunas imágenes de mi vida quereflejaban la inocencia en la etapa de mi infancia o el descubri-miento de la miseria humana durante mi adolescencia. La tera-peuta nos dio a cada participante un cuaderno para queescribiéramos en él cualquier pensamiento que tuviéramos encada ejercicio de meditación y visualización.

en él escribí: “todos nos necesitamos aprender a través de la relación.” “gracias a todos los seres con quienes hemos elegido convi-

vir, comenzamos un camino de aprendizaje intensivo de auto-conocimiento y de comprensión del Mundo, que se desarrollaráa lo largo de nuestra vida.”

“todos los seres, simpáticos o antipáticos, nos ayudarán aencontrar en nosotros nuestras capacidades o dones y nuestraslimitaciones.”

con estos pensamientos, rellenaba el cuaderno y comprendíaque, en mi camino, había llegado de nuevo a una encrucijada:tenía que elegir entre seguir mi camino con todas mis cargas osoltarlas para comenzar una nueva etapa.

esta nueva etapa consistía más en “Ser” y menos en “Hacer”.era el comienzo de una lucha interna entre mi ego y mi ser.

cada ejercicio terminaba con un compartir en grupo que nosinterconectaba y nos enriquecía. en uno de esos intercambios,una participante, la más joven del grupo, se me acercó y me pre-guntó: “¿Puedo darte un mensaje de tu hijo?”.

Sorprendida pero deseosa de escucharle, le miré con una son-risa de agradecimiento animándole a que me hablara. entoncesme preguntó si a mi hijo le gustaba montar en bicicleta, le res-pondí afirmativamente y prosiguió que así lo había visto ella.

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Añadió que era un niño muy bonico y que le había dicho conpalabras textuales: “Mamá, no tengas prisa, que yo te espero”.

cerrando los ojos, recordé ese día atrás, cuando, tumbada enel suelo junto a la chimenea, lloraba al echarle tanto de menos ydeseaba morirme para volver a estar junto a él. entonces com-prendí que él me estaba comunicando a través de esa chica queaquel día él se encontraba allí, junto a mí, y que no quería vermesufrir así. con ese mensaje, quería tranquilizarme y animarmediciéndome que él siempre estaría ahí dentro de mí. era un men-saje triste pero hermoso y sentí que ya no debía tener miedo a lamuerte porque, cuando llegara, él me recibiría para darme labienvenida y me llevaría con él.

La chica continuó: también me ha dicho: “Mamá, quería ha-bértelo dicho, pero no me dio tiempo”. Al escuchar esas pala-bras, recordé un día en el que mi hijo estaba recostado en el sofáviendo la tele. Ya tenía la timidez típica del adolescente que ex-perimenta los primeros cambios hormonales en su cuerpo y leavergüenza e incomoda el contacto físico. Yo me acerqué parasentarme junto a él y bromeé mientras le abrazaba y le apretu-jaba, insistiéndole para que me dijera: “Mamá, ¡cuánto tequiero!". Divertido pero avergonzado, me apartaba con sus bra-zos diciéndome que le dejara.

Ahora, me estaba diciendo “Quería habértelo dicho, pero nome dio tiempo”.

en esos momentos, comencé a sentir mucho amor, ¡Dios mío,cuánto amor sentía en mi interior! el mismo amor que cuandole había estrechado entre mis brazos por primera vez al nacer,pero mucho más consciente del valor y del significado delmismo.

Al terminar el curso, me estaba esperando allí una personaque redacta periódicamente una revista local en la que se publi-can artículos sobre cursos de crecimiento personal y del estilo.Quería hacerme una entrevista para el próximo número a fin de

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que le diera testimonio de lo que yo estaba viviendo a raíz de lapérdida de mi hijo.

Y redacté un artículo en el que recogía todas las vivenciasque he descrito. Éste es el artículo que le escribí:

La Muerte De Un Ser Querido

La muerte de un ser querido es uno de los hechos más impor-tantes a los que todos nos tenemos que enfrentar tarde o tem-prano. Cuanto más unidos estamos a esa persona que nos deja,más profunda es la herida que se abre en el fondo de nuestro sery más largo es el proceso de duelo que comienza en esos instan-tes.

Su muerte representa la muerte propia, ya que, por un lado,nos recuerda que nosotros también moriremos un día y porque,además, con ese ser muere también algo de nosotros mismos.

Todo nuestro mundo interior sufre un proceso de transfor-mación, surgen emociones fuertes que es preciso liberar paraque no queden reprimidas y provoquen en nosotros una situa-ción de bloqueo que nos paralice y no nos permita avanzar, nivivir con intensidad.

La pena llama a nuestro corazón y hay que escucharla, sen-tirla, expresarla, compartirla, para que más adelante puedasanar y transformarse en ganas de vivir conscientemente.

En mi caso, la muerte de mi padre hace tres años y la muertede mi hijo hace tan sólo unos meses, han sido los hechos másduros a los que he tenido que hacer frente en mi vida.

La pérdida de mi padre produjo en mí una necesidad demirar hacia atrás, volver a mi pasado, profundizar en mis raíces,para comprender el sentido de mi vida, mi evolución personal,y traer a mi memoria los recuerdos de mi infancia, revivir lasemociones que viví desde muy niña, ser consciente de las in-fluencias familiares que han marcado mi carácter para curarlas heridas que se volvían a abrir desde una madurez personal

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que permite ver los hechos vividos con mayor consciencia. Durante este proceso de duelo, sentí la necesidad de pedir

ayudar para aclarar la confusión interior que no me dejaba re-cobrar la calma, el equilibrio interior.

Es por eso que decidí hacer una terapia de grupo llamada“Respiración holotrópica”, basada en la psicología transper-sonal de un psicólogo llamado “Stanislav Grof”. Consiste enuna metodología que nos ayuda a conectar con nuestro sanadorinterno para liberar las emociones del pasado que están blo-queadas, que nos hacen daño y no nos permiten vivir con inten-sidad y que afectan a nuestras relaciones personales.

Algunas, son emociones tan antiguas que ni siquiera somosconscientes de ellas, pueden haberse producido incluso durantela etapa de gestación de nuestra madre, cuando tan sólo éramosun feto, o durante el momento del parto, si este fue traumáticopara nosotros.

Esta metodología utiliza música evocadora y respiración cir-cular para llevarnos a un estado de consciencia no ordinaria.Se hace en grupo, por parejas y, el primer día, un miembro decada pareja cuida al que respira y, al día siguiente, se ocupa ellugar del otro, siempre bajo el acompañamiento de los terapeu-tas.

Al terminar, se dibuja un mandala dejando que surja el sub-consciente y se hace una puesta en común para compartir lasexperiencias vividas.

En el mandala que yo dibujé, representé a un niño rodeadode los cuatro elementos de la naturaleza, dentro de la madre Tie-rra. En la parte superior externa, dibujé el símbolo del Creadorque le mandaba rayos de luz divina y protectora. A su lado de-recho, dibujé unos seres oscuros que intentaban acceder a él.

Al año siguiente, mi hijo murió de manera inesperada. ¿Sig-nificaba esto que mi subconsciente lo sabía? Más tarde, MarylinRossner, una de las médium más famosas del mundo por su ca-

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pacidad para comunicarse con el mundo espiritual, me confir-maría la respuesta.

Volviendo a la puesta en común de la terapia de RespiraciónHolotrópica, cuando expresé lo que había experimentado, loscompañeros y terapeutas me aconsejaron que hiciera otro tipode terapia grupal llamada “Constelaciones familiares” para re-conciliarme con mi pasado familiar.

Así es como conocí el Centro de Terapias de Hellín “La Rosade los Vientos”, donde hacían Constelaciones Familiares entreotro tipo de terapias de autoayuda y crecimiento personal.

Tal como me habían comentado, con la terapia de Constela-ciones Familiares, mis expectativas se cumplieron y me sentí li-berada y reconciliada con la parte oscura de mi pasado que eracausa de sufrimiento.

Pero, dentro del proceso de duelo por la muerte de mi padreaún quedaban sentimientos que no habían sido expresados y lanecesidad de seguir avanzando en este proceso de sanación quehabía comenzado me llevó a continuar con la terapia Gestalt y,unos meses más tarde, me sentí preparada para cerrar estaetapa de sanación.

¿Cómo podía imaginar yo que el trabajo personal que estabahaciendo a través de estas terapias, más allá de ayudarme asanar las heridas abiertas tras la muerte de mi padre, me estabapreparando para superar la muerte de mi hijo un poco mástarde?

La pérdida de mi hijo como he dicho al principio supuso mipropia muerte.

¿Dónde quedan los planes que habíamos programado paraun futuro juntos?

¿Cómo proyectarse hacia el futuro de nuevo?Antes de responder a estas preguntas, es preciso comenzar

un proceso de interiorización muy fuerte, que necesita de muchaenergía y de mucho apoyo, pero, sobre todo, de mucho amor.

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El poder hacer un proceso de duelo positivo depende de mu-chos factores: el entorno familiar, las relaciones personales, eltener una vida social activa, las creencias religiosas o espiri-tuales. Yo siempre he creído que somos cuerpo, mente y espíritu.Que el espíritu es parte de una Consciencia Universal Creadoray Divina que tenemos en común todos los seres humanos. Y,cuando he visto el cuerpo sin vida de mi padre y de mi hijo, hepodido confirmar en mi interior esta creencia. Sentía que su es-píritu seguía vivo, sentía su presencia de otro modo.

Y así ha ocurrido muchas veces desde que él murió. Al principio lo puedes sentir constantemente, con sólo cerrar

los ojos, puedes verle, oírle, escucharle. A medida que pasa el tiempo, conforme vas recobrando la

actividad cotidiana y saliendo del estado de shock, es más difícil,por ello es importante tener un espacio adecuado en casa paraconectar con él de otro modo, a través del silencio, de la medi-tación, de la oración.

En mi casa, ese espacio ha sido su habitación, ya que medolía profundamente verla cerrada, oscura y sin utilidad.

He colocado en las paredes mariposas de colores junto a al-gunas de sus fotos, una alfombra con cojines en el suelo y unasvaritas de incienso junto a las velas en una mesita a modo dealtar.

Ahora ha dejado de ser un espacio inútil, vacío y oscuro paraconvertirse en un lugar de luz, de inspiración, de paz y de amor.Allí, puedo conectarme con mi fuerza interior y comunicar conél a través del lenguaje del amor que se mantendrá vivo en laeternidad.

Hay muchos libros que ayudan a comprender que la muerteno es un final sino una transición a otro plano. Muchos de elloshan sido escritos por científicos: “Viajeros en tránsito”, de laDoctora Mª Isabel Heraso; “La rueda de la vida”, de la Dra.Elisabeth Küble Ross; “De oruga a mariposa” de Anji Carmelo;

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“Vida después de la Vida”, del Dr. Raymond Moody; “Muchasvidas, muchos maestros”, del Dr. Bryan Weis…

El mundo espiritual está tan vivo como el mundo en el quevivimos cuando tenemos un cuerpo que se manifiesta.

Así nos lo comunicó una de las médiums más famosas delmundo, Marylin Rossner, en su seminario “Vivir consciente-mente ayuda a morir consciente”, al que asistí con mi maridohace un par de meses en Albacete.

He tenido la suerte de poder asistir también a su consultaprivada y allí nos comunicó muchos mensajes de nuestro hijopara decirnos que no nos preocupáramos de él, que se encon-traba “en un mundo de paz y de tranquilidad infinitas”, quesigue entre nosotros de otra manera. Sus mensajes eran precisosy concretos y nos hablaban de cosas que sólo él nos podía tras-mitir.

Por eso, mi marido y yo sentimos que eran auténticos y queteníamos que confiar en Marylin y en su capacidad para comu-nicarse con el más allá.

Existen muchos recursos que sirven de ayuda para curar laherida tan profunda que provoca la muerte de un ser queridotan unido a nosotros, como un hijo, la pareja, un padre o unamadre. Además de los que he mencionado a lo largo de esta en-trevista, existe una asociación en Albacete, llamada AsociaciónThalita, creada por padres que han perdido hijos con el fin deayudarse mutuamente a través de los grupos de apoyo y de lasjornadas que organizan. Es necesario ser conscientes de estosrecursos y estar abiertos a utilizarlos durante el proceso deduelo, pero reconozco que no todas las personas que sufren unapérdida están abiertas a utilizar algunos de estos recursos, queson una valiosa ayuda.

Por eso, he querido dar testimonio a través de esta revista atodas aquellas personas que pueden estar sufriendo esta situa-ción o que tienen a alguien cercano que la padece.

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Sólo pretendo que mi testimonio sirva para ayudarles aabrirse sin miedo a todas estas herramientas que están a nuestradisposición y que van a ayudarnos a transformar el dolor y elsufrimiento en sentimientos de amor y gratitud, a través de laconfianza y la esperanza que nos ofrece el saber que algún díanos vamos a encontrar de nuevo con nuestros seres queridos,sólo que ellos han emprendido ya el viaje que a nosotros nos to-cará hacer un poco más tarde, pero ellos quieren que sepamosque nos están esperando.

Hasta siempre, Rosa

eNcueNtRo De DANzAS Y cANtoS SAgRADoS

una de las mayores dudas que nos asaltan cuando estamosen proceso de duelo por la pérdida de un hijo es la de si seremoscapaces de volver a reír, a bailar y a cantar, lo que significa co-nectar de nuevo con la alegría de vivir sin sentirnos por ello cul-pables. Sin embargo, hacerlo resulta vital si queremos recuperarel equilibrio y la normalidad en nuestras vidas como padres ycomo seres humanos.

el ambiente o entorno próximo, así como las relaciones per-sonales con amigos y familiares, es fundamental para que estaduda se resuelva, pues sólo en ambientes en los que nos sintamosen total y absoluta confianza y libertad, podremos expresarnoscómodamente, sin miedo ni preocupación por el qué dirán o elqué pensarán si me ven reír, o bailar, o disfrutar a pesar de haberperdido un hijo. tampoco resulta fácil atreverse a buscar esosmomentos o espacios que te conecten con la felicidad o la ale-gría, porque permanece constantemente una energía de tristezay de apatía que te lleva a mantenerte en ese círculo conocido, enel que te sientes seguro y cómodo y del que prefieres no salir, apesar de que sabes que lo mejor para sanar es superar el dolor

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de una vez por todas y abandonar ese estado de perpetua tristeza. en nuestro caso, era más fácil expresar nuestra alegría libre-

mente en entornos alejados de nuestra vida cotidiana, es decir,en aquellos lugares que no guardaban relación directa con el re-cuerdo de nuestro hijo, porque de esa manera no evocaban ennuestra memoria ningún momento compartido con él.

Por eso, cuando nos llegó la invitación de unos amigos a lainauguración de la ecoaldea a la que se habían trasladado a vivirdesde hacía unas semanas, nos pareció la mejor manera de em-pezar a salir y respirar aire fresco.

era en las afueras de Madrid, durante el puente del Pilar. Lainvitación reunió alrededor de una docena de amigos de distintoslugares de españa, todos con muchas ganas de celebrar el estarde nuevo juntos. Los anfitriones nos enseñaron unos cantos ydanzas sagrados que habían aprendido en un curso durante elverano. estos cantos y danzas sagrados proceden de culturas pri-mitivas de los pueblos indígenas, como los maoríes de Nuevazelanda. Debido a su lejanía, están poco contaminadas por lasociedad consumista y globalizada actual.

Sus tradiciones se han ido trasmitiendo de generación en ge-neración, conservando así esta forma ancestral de comunicacióncon el mundo espiritual, cada vez menos accesible a las socie-dades modernas.

el encuentro superó con creces nuestras expectativas tantoen el plano relacional como en el del programa. La casa era muycálida y acogedora, toda de madera, con unas preciosas vistasde campos recién labrados y un horizonte inmenso, de azul claroy radiante de luz.

comenzamos el sábado a primera hora compartiendo la me-ditación y la oración en la habitación abuhardillada del piso másalto de la casa, a continuación, Víctor se encargó de animar losejercicios de estiramientos en la terraza de su casa, desde dondepodíamos contemplar su huertecillo, rico en biodiversidad cul-

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tivada: tomateras, pimientos, melones, flores y frutales que apor-tan una atmósfera de alegría y vida natural a la entrada de la casay para orgullo suyo es la envidia de sus vecinos.

tras un sabroso desayuno que nos preparó su compañera ybuena amiga nuestra Mª José, comenzamos el taller donde apren-dimos unos hermosos cantos y danzas que hasta el día de hoyno he dejado de repetir para evitar olvidarlos. estos cantos sonuna fuente de inspiración para abrir el corazón y el alma almundo espiritual que nos rodea.

el ambiente de alegría aumentaba por momentos, a medidaque iban llegando los amigos que se incorporaban a lo largo dela mañana, hasta conseguir el ambiente lúdico y festivo que nosprepararía para la fiesta de inauguración de la ecoaldea, en laque no faltaron títeres, payasos, ricos manjares y música.

en ese ambiente acogedor, de cariño y confianza, por primeravez desde la muerte de nuestro hijo, disfrutamos gratamente mimarido y yo, bailando y cantando con nuestros amigos sin nin-guna dificultad, libres de pensamientos censuradores o limita-ciones que bloquearan nuestras ganas de vivir con esperanza yalegría.

tras la fiesta, y de regreso a la casa de nuestros anfitriones,nos reunimos en un ambiente cálido alrededor de una música derelajación. en ese espacio de recogimiento y cercanía, nos sen-tíamos entre amigos de verdad y por ello nos fue fácil dejar fluire interconectar nuestros corazones y almas para compartir nues-tra intimidad y sentirnos más cercanos, más hermanos, vulnera-bles y humanos, percibiendo en cada uno de nosotros lotrascendental, sintiendo la paz y la confianza en la VIDAeteRNA. Y como no podía ser de otra manera, en ese tiempoterapéutico-grupal, estuvo muy presente nuestro hijo José Luis,el duelo por su pérdida, el sentido de la muerte y de la vida, laenseñanza que siempre hay en las situaciones de crisis, la fuerzade la plegaria, de la meditación, el poder curativo del amor, de

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ese amor que hemos recibido desde tantos y tantos rincones delmundo y del que nos sentimos infinitamente agradecidos.

Antes de despedirnos, una amiga nos habló acerca de uncurso de canalización de energía universal, similar al reiki, por-que se practica a través de la imposición de manos, pero no ne-cesita de ningún tipo de rituales y parece más sencillo. Apenasla conocíamos pero era una mujer muy sensible, dulce e intui-tiva. Su forma de sugerirnos este curso nos animó a interesarnospor él, constaba de tres niveles, cada uno duraba un fin de se-mana completo, para realizarlo, era preciso viajar hasta Madrid.Lo haríamos un par de meses más tarde, a mediados de enero.

NueStRA PRIMeRA NAVIDAD SIN ÉL

Para mí, la Navidad nunca ha sido una época del año alegreni divertida. Por el contrario, siempre ha despertado en mí sen-timientos de melancolía y de tristeza. conforme se aproximabanesas fechas, me iba sintiendo tensa y cada vez más cargada emo-cionalmente, estaba muy removida por las imágenes que regre-saban a mi pensamiento con fuerza y despertaban sensacionesde añoranza por el pasado que se situaba ante mí como en unproyector.

Recordé el año en el que yo acababa de obtener el permisode conducir, después de tener a mis tres hijos, y los llevé a LaLonguera para buscar cortezas de árboles, musgo, piedras y tie-rra para poner el Belén. Luego íbamos a la tienda del pueblo acomprar algunas figuritas de pastores y ovejas, los camellos, elasno y el buey. A José Luís, como a muchos niños pequeños leencantaba jugar con los animalitos del Belén y después los de-jaba en su sitio, aunque a veces alguno sufría algún desperfectoal caérsele al suelo entre juego y juego.

Sin lugar a dudas, esa sería la Navidad más triste de mi viday no tuve ánimos para poner el Belén ni el árbol de Navidad en

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casa. Mis hijas lo adivinaron porque a ellas les sucedía lo mismo,no tenía ningún sentido celebrar la Navidad en nuestro hogar,no era una etapa feliz para nuestra familia.

Al escuchar la música de los villancicos en alguna tienda delpueblo me trasladaba rápidamente al pasado y una tras otra, co-menzaron a pasar ante mí las escenas de los festivales de cadaaño, disfrazado de pollo, de San José, de pastorcillo, de coco-drilo, de Rey Mago. Recordaba el último festival de Navidad delcolegio, cuando él había bailado un tuís en pareja con su clasede 1º de la eSo, cómo me había reído al verle bailar superandola vergüenza que le provocaba hacerlo en público y qué bien semovía con su cara muy seria al prestar atención para no equivo-carse. era el más alto de la clase, y por eso en todos los bailesdel colegio, solían ponerle detrás del grupo para no tapar a losmás bajitos. como ya usaba el número 40, tuve que comprarleunos zapatos negros de caballero para la ocasión.

Así como en años anteriores, nos fuimos a pasar la Noche-buena y el día de Navidad a Alicante con mi familia. estaba ro-deada de seres queridos, de mi familia más íntima, pero latristeza ocupaba todo mi ser y yo no tenía ganas de festejar, nisiquiera de hablar porque sólo habría hablado de él y no queríaentristecer a los demás. tampoco se me ocurría otra cosa quedecir, estaba enmudecida y ajena a las distintas conversacionesque se cruzaban. Mi corazón estaba roto y mi mente estaba au-sente, pensando en nuestro hijo, en el pasado tan feliz que habíacompartido con él. el ambiente era diferente al de otros años,dos años antes había faltado mi padre y ahora me faltaba tambiénmi hijo, ¡cuántas ausencias importantes! todos estábamos tristesy nos esforzábamos por disimularlo, hicimos la comida tradicio-nal pero sin la alegría ni el entusiasmo de otras veces. tras lacomida de Navidad, mis sobrinas y mis hijas se pusieron a jugara las cartas como solían hacer cuando estaba juntas. Yo me pa-raba a observarlas y echaba tanto de menos a nuestro hijo que

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no podía evitar que las lágrimas brotaran por mi rostro espontá-neamente, apretaba los labios para no romper a llorar y cuandono podía aguantarlo más, me iba a dar un paseo para relajarmeen compañía de mi marido que sufría tanto como yo.

tampoco tenía ilusión por dar la bienvenida al nuevo año,me daba absolutamente igual el día que fuera, contaba los díasque faltaban pero porque deseaba que se pasaran por fin esasfiestas tan desgraciadas para nosotros y que todo volviera a lanormalidad. Recordaba la Nochevieja del año anterior, cuandotras comernos las uvas en casa después de la cena, él salió alportal de la calle para explotar unos petardos que se había com-prado esa tarde en una tienda del pueblo. todo me hablaba deél, las películas que hacían por esos días en la televisión y que aél tanto le gustaba ver, como “el Señor de los anillos” o “HarryPotter”. Me entristecía pensando en lo que disfrutaría si estuvieraallí con nosotros, pero lo cierto es que no estaba, ya nunca másestaría disfrutando ni compartiendo esos momentos entrañablescon nosotros. ese pensamiento me desgarraba por dentro y paraayudarme a sacar toda esa tristeza me refugiaba en la escriturade mi libro hasta que rompía a llorar y tenía que parar porqueno podía continuar.

observaba con mucha nostalgia la felicidad en el rostro deotros padres con sus hijos, especialmente el día de Reyes, la granfiesta de los niños, quienes esperan recibir con alegría y sorpresalos juguetes que con tanta ilusión han soñado. A José Luís le en-cantaban los juguetes de cualquier tipo y los disfrutaba mucho,no se cansaba de ellos con tanta rapidez como les sucede a otrosniños y, aunque sus preferencias iban cambiando con la edad,cuando veía a un niño pequeño con un juguete, enseguida se leacercaba para que se lo enseñase y se ponía a jugar con él. comocualquier madre, yo también disfrutaba pensando en qué juguetele gustaría más recibir de los Reyes. ¡cuántos recuerdos guardoen mi memoria sobre esas fechas! Los primeros Reyes le trajeron

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un caballito balancín de madera de varios colores, era preciosoy me encantaba verle montado en él a pesar de que aún no an-daba. Recuerdo su primer triciclo, con el que corría detrás de sushermanas, que ya habían aprendido a ir en bici; otro año le tra-jeron el scalextrix que guardaba bajo su cama, o el camión deSpiderman del que se había encaprichado al verlo en casa de suprimo, yo tuve que pedir a mi padre que lo buscase en Alicantedespués de recorrer un montón de tiendas de juguetes en Alba-cete en las que estaba agotado y por fin lo encontró. otro añome pasé todo el santo día montándole la granja de Play Mobil apesar de no ser muy mañosa para esas cosas. Pero hacía lo quepodía con tal de verle feliz. Lo que no consiguió como regalo apesar de que insistía en que se la comprásemos fue la consola,que nunca llegó. Al ver que no nos convencía, se marchaba re-signado a casa de su amigo germán a jugar con la suya y así seconformaba.

cuRSo De ActIVAcIóN DeL ALMA

La conexión con nuestros seres queridos va más allá deltiempo y del espacio. en algún lugar de nuestra conciencia,existe un espacio que se activa y nos conecta con la trascenden-cia, con lo sagrado y con lo divino. en momentos de inmensatristeza y dolor, alguna parte de nuestro cerebro se despierta yese estado se manifiesta de forma inesperada, dándonos el con-suelo que puede devolver la calma y la paz a nuestro ser másprofundo. es en ese estado donde aparecen nuestros guías espi-rituales, nuestros ángeles guardianes, que nos susurran mensajesde compasión y consuelo, de esperanza y de luz.

No tenemos que hacer nada para advertir su presencia, porqueen ese estado de consciencia, lo más sutil y escondido nos hablacon claridad y no vemos otra realidad más que esa. La mayoríade las veces, consideramos que son ideas nuestras o casualidades

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que suceden sin más, pero es esa parte de nuestra conscienciaque, conectada con la otra “realidad”, actúa para dar respuesta anuestras necesidades, de forma que vamos realizando poco apoco y de manera “inconsciente” el propósito de nuestra vida.

en ese estado de consciencia, los sentidos físicos pasan a unsegundo plano, de manera que nuestras percepciones son de otranaturaleza, bastante difíciles de describir en el estado de cons-ciencia normal y con el lenguaje coloquial que manejamos, aun-que seamos expertos en la dialéctica, de poco nos sirve, ya queestas sensaciones son de otra naturaleza, más parecida a los es-tados de semiinconsciencia o de sueño. A lo largo de este libro,podréis encontrar bastantes ejemplos de lo que os cuento. A con-tinuación, os relato otra vivencia más de este tipo que he tenidoa partir de la muerte de mi hijo José Luis.

Faltaban pocas semanas para que llegara la Pascua. Habíanpasado ocho meses desde su muerte y sería la primera Pascuasin él. Yo no quería pasarla en el pueblo, pues él era miembrode la banda de cornetas y de tambores San Juan, y durante la Se-mana Santa tocaba en las procesiones. este año, en recuerdo aJosé Luis, los responsables de la Banda habían decidido llevarun lazo negro en señal de luto por su muerte. Yo había devueltosu traje y su corneta al Presidente de la Banda, a las pocas se-manas de morir José Luís, se lo había entregado junto a la túnicade la hermandad de San Juan, para que lo pudiera llevar otroniño de la banda en su lugar. cada vez que abría su armario y loveía, me sentía muy desgraciada pensando que nunca más lo lle-varía puesto. Había sido muy duro devolverlo, porque me habíadesprendido de algo muy suyo, pero sabía que poco a poco eranecesario desapegarme de sus objetos personales si quería acep-tar su pérdida y aprender a vivir con él.

entonces, al igual que en anteriores ocasiones, comencé a sen-tir en el pecho la misma punzada aguda junto a una sensación dequemazón interna en esa zona que también se llama plexo solar.

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uno de esos días, vísperas de Semana Santa yo estaba mi-rando el correo electrónico en mi ordenador y apareció ante misojos un mensaje sobre un curso que se anunciaba como “cursode activación del alma”, lo organizaba la terapeuta con la queyo había hecho constelaciones familiares y terapia gestalt trasla muerte de mi padre. Duraba un fin de semana y se realizaríaen un pueblo no muy alejado del nuestro. Sentí con claridad yfuerza en mi interior la llamada de mi hijo que nos interpelabapara que acudiéramos a este nuevo encuentro. Algo me decíaque era importante que fuéramos mi marido y yo juntos comohabíamos hecho en anteriores ocasiones. tras hablar de esto conél, nos inscribimos en el curso pero, cuando apenas faltaban tresdías, nos anunciaron que se tendría que suspender por falta depersonal inscrito.

Por otro lado, mi marido se había echado para atrás por variasrazones. La primera de ellas era que no le interesaba lo bastantepara asistir ni veía muy claro que le aportara algún beneficio, lasegunda era que el sábado tenía que asistir a una reunión impor-tante y, la tercera, motivada por el precio del curso, ya que al serdos sumaba una cantidad digna de tener en cuenta.

es curioso cómo podemos actuar solamente con la energíade nuestros pensamientos y os diré lo que ocurrió. Al comuni-carme la terapeuta que se había tenido que suspender el curso,me quedé muy desilusionada y decepcionada y no quería renun-ciar a la posibilidad de volver a encontrarme con mi hijo. Bus-caría otras formas de hacerlo, puesto que ese fin de semana notenía que trabajar. Inmediatamente después de colgar el teléfonoa la terapeuta, y en cuestión de minutos, llamé a varios centrosde terapias en Albacete para preguntar por los distintos tipos decursos que tenían organizados para ese fin de semana. Pero nin-guno de ellos era lo que yo buscaba y no me convencían ni pa-recían de mi interés. Al cabo de media hora, cuando yaempezaba a pensar que tendría que desistir de mis intenciones,

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volví a recibir otra llamada de la terapeuta, que me decía que fi-nalmente el curso sí se llevaría a cabo con las personas que sehabían inscrito, a pesar de no ser el número mínimo de partici-pantes necesario.

La persona que impartiría el curso sentía la responsabilidadde satisfacer la necesidad y el deseo de los que se habían apun-tado y por eso lo daría a pesar de todo, pero variaría la duracióndel mismo, reduciéndolo a la mañana del domingo, por lo queel precio también se reducía a la mitad. ¡era genial! Podéis ima-ginar mi alegría y satisfacción.

Mejor imposible: no sólo podría hacerlo sino que, además,había reducción de precio y finalmente se llevaría a cabo el do-mingo, con lo que mi marido podría acompañarme. Ésta era unaprueba de que había algo “especial” detrás de todas estas “ca-sualidades” que soplaba a favor de que todo siguiera adelante.

Nos pusimos en marcha el domingo muy temprano para acu-dir puntuales a esta nueva cita con nuestro hijo. Quien impartíael curso era un maestro espiritual. era la primera vez que conocíaa uno en persona, lo que daba respuesta a una de mis necesida-des, que habían ido evolucionando sucesivamente a lo largo delas distintas etapas del proceso de duelo.

Más tarde explicaré por qué. el discurso del maestro era muy interesante. utilizaba un len-

guaje fácil de entender a pesar de hablar de cosas que habitual-mente no estamos acostumbrados a escuchar y, además, tenía ungran sentido del humor, algo que me sorprendía gratamente, puesno me lo esperaba. Pero no es mi intención contar en este librolas cosas de las que nos hablaba, sino compartir con vosotros laexperiencia que viví durante un ejercicio grupal de meditación-visualización guiada por él.

con los ojos cerrados, teníamos que visualizar que nos diri-gíamos hacia una puerta tras la cual nos estaba esperando un serquerido para llevarnos a otro plano de la realidad, a otra dimen-

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sión más elevada. como seguramente ya habéis adivinado, erami hijo el que se encontraba tras la puerta que yo tenía que abriry cruzar. Al cruzar la puerta, teníamos que continuar solos conese ser que nos estaba esperando. A partir de ahí, la voz delmaestro desapareció.

Yo sentí que la presencia espiritual de mi hijo me animaba acruzar la puerta y con él no sentía ningún miedo de sumergirmeen esa realidad tan nueva y desconocida. Al traspasar la puertame encontré de repente sumergida en medio de una intensa luzresplandeciente y maravillosa que penetraba por todo mi ser dán-dome calor y protección. A continuación, y en cuestión de unbreve espacio de tiempo, me encontraba en un lugar difícilmentedefinible: era como un vacío sin existencia, sin nada, sólo yo.

entonces llegaba de nuevo la presencia espiritual de mi hijoque se acercaba hasta a mí, acompañado de otra presencia espiri-tual que yo reconocía de inmediato, pues era mi padre. No re-cuerdo imágenes ni sonidos, sólo la sensación de gozo por elencuentro y que me abrazaba como él solía hacer. Nos comunicá-bamos sin hablarnos, expresándonos todo el amor y el cariño quesentimos el uno por el otro. La sensación era de bienestar y de ale-gría, de inmensa gratitud por tener la oportunidad de encontrarnosde nuevo. La presencia de mi padre desapareció y me quedé solade nuevo. entonces llegó mi hijo por segunda vez, en esta ocasiónvenía acompañado de mi abuela paterna, Rosa, la que me criódesde mi más tierna infancia y de quien llevo su nombre. Mi hijola traía junto a mí como un bonito que regalo que deseaba ofre-cerme y sin palabras me comunicaba que él se tenía que marchara jugar con otros niños que le estaban esperando, de una formatan natural como suele ocurrir en el mundo real. era como si metrajera una ofrenda, cuyo significado era importante sólo para mí.

Los niños tienen una intuición innata y hacen cosas así demanera natural, porque saben mucho más de lo que los mayorescreemos.

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Volvió de nuevo, por tercera vez en compañía de una últimapresencia. Se trataba de mi amiga Rosa. una gran amiga de laescuela con la que compartí muchos y buenos momentos en miadolescencia y en mi juventud. ella falleció tras 11 años de leu-cemia cuando tenía 21 años y yo 20. tras la muerte de mi hijo,había pensado en ella y en sus padres en varias ocasiones, perono desde la perspectiva de amiga, sino de madre.

Al aparecer cada una de estas presencias, se desvanecía laanterior.

cuando desapareció mi amiga y quedé sola, me encontré enuna estancia con acceso a varias entradas que conducían a dis-tintos pasillos. una voz que no sabría identificar me indicabaque era el momento de regresar de nuevo, puesto que aún no mecorrespondía estar en ese el lugar. Al entrar por uno de esos pa-sillos abrí los ojos, y de manera inmediata e instantánea me en-contraba de nuevo en la sala en la que estaba el grupo del cursode activación del alma.

era como si acabase de regresar de un viaje fuera del tiempoy del espacio.

gracias a ese encuentro tan feliz e inesperado con mis seresqueridos, volví a sentir la misma sensación de plenitud que ex-perimenté nueve meses atrás, durante la respiración holotrópica.

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PARtIDA HAcIA uN MuNDo NueVo

eL ANIVeRSARIo De Su MueRte

Al igual que habíamos preparado con mucho cariño y cui-dado los momentos importantes en la muerte de nuestro hijo,como su funeral y el entierro de sus cenizas, se aproximaba lafecha en que se cumpliría el primer año de su viaje hacia loeterno. La gente del pueblo nos preguntaba cuándo sería la misade aniversario y aunque no teníamos muy claro si la queríamoshacer o no, finalmente pensamos que era un acto que se realizabatradicionalmente en el pueblo y que tenía un sentido religiosoimportante. Así pues, hablamos con nuestro párroco y le pedi-mos que fuera una misa personalizada en la que nosotros pudié-ramos elegir las lecturas y prepararlas. Por supuesto, no pusoningún problema, más bien al contrario, agradeció nuestro inte-rés y participación.

Pero la misa no fue el único acto que habíamos programadopara conmemorar el primer aniversario de la muerte de nuestro

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hijo. Yo quería hacer algo íntimo junto al árbol con sus amigosporque ellos no habían tenido aún la ocasión de estar allí. todavíano había cumplido la promesa que les hice el día de los marca-páginas de llevarles junto a sus profesores del colegio al lugardonde yacían las cenizas de José Luís y sentía muchas ganas dehacerlo. Inmediatamente, aceptaron nuestra invitación, a pesarde que estaban muy ocupados con los exámenes y el festival defin de curso. Así es que una tarde del mes de junio, nos dirigimoshacia allí en varios coches, colocamos un ramo de flores que ellosle habían comprado. Nos sentamos en círculo sobre las enormespiedras que hay alrededor del árbol, cantamos y rezamos el cán-tico de las criaturas de San Francisco de Asís, en alabanza a labelleza manifiesta en cada rincón de ese valle tan maravilloso.también leímos una lectura del libro que habla de la eternidaddel alma y del poder de la plegaria, cuyo autor es un monje bu-dista de origen vietnamita que se llama thich Nhat Hanh.

Les trasmitimos lo importante que ha sido para nosotroscomo padres la espiritualidad como espacio de conexión con losagrado, independientemente de cualquier tradición religiosa.La práctica espiritual diaria nos ha sido de gran ayuda durantetodo nuestro proceso de duelo para conseguir vivir en paz y ar-monía, atravesando el dolor y aceptando su ausencia física.

Finalmente, compartimos el recuerdo de algunas anécdotasdivertidas acerca de José Luís y de las payasadas que le gustabahacer para divertir a sus amigos en clase. Me contaron que undía mientras estaban en clase, él se percató de que había perdidoel billete de 5 euros que había llevado de casa para pagar la ex-cursión que habían organizado a una pista de patinaje. ese erael último día de plazo y él pensaba que había guardado el dineroen su estuche. como no lo encontraba allí donde recordaba ha-berlo guardado se puso a llorar, porque José Luís era de lágrimafácil. Sus amigos le dijeron que buscara en otro sitio, pero él es-taba empecinado que era en el estuche donde debía estar y no

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buscaba en otro lugar, limitándose a llorar y a quejarse mientrasque aumentaba su enfado. cuando ya se convenció de que debíabuscar en otra parte, metió su mano en el bolsillo del pantalón ysacó el billete de 5 euros que había dentro, rompió a reír contanta fuerza que un montón de mocos le salió por la nariz y en-tonces toda la clase estalló en mil carcajadas. Sus profesorestambién recordaron algunas de sus travesuras con mucho cariñoy gran emoción. Fue una tarde preciosa, que acarició mi alma yllenó mi corazón de alegría y gozo al compartir con ellos su re-cuerdo. estoy segura de que él nos escuchaba y nos miraba desdeel cielo, divertido y feliz, con su peculiar y maravillosa sonrisa.

continuando con los actos de conmemoración del primer ani-versario de la muerte de nuestro hijo, pensé que sería un buenmomento para traer al pueblo a la Asociación thalita y haceruna presentación pública en la casa de la cultura.

en los últimos años, habían muerto en el pueblo otras perso-nas jóvenes y estaba segura de que a sus familiares les serviríade ayuda. De ese modo, podríamos tratar un tema del que pordesgracia, poco se habla y apenas se trabaja en profundidad, eltema de la pérdida y de la importancia de la muerte como partedel ciclo de la vida. este acto serviría además de marco para dara conocer los recursos tanto humanos como materiales que exis-ten para resolver de forma saludable el proceso de duelo, y sobretodo, podríamos dar un testimonio vivo a través de nuestra ex-periencia. Y, sin lugar a dudas, sería el momento ideal para rendirhomenaje a nuestro pequeño José Luis. Pondríamos el reportajede sus fotos y así la gente del pueblo que le conocía y le queríapodría recordarle una vez más. Pensado y hecho: el salón deactos de la casa de la cultura estaba repleto de vecinos, conoci-dos y amigos.

una vez finalizado el acto, aprovechamos la ocasión para ex-presarles públicamente nuestra gratitud por habernos acompa-ñado tan respetuosamente a lo largo de aquel año tan doloroso y

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duro para nuestra familia, y por todo el calor humano con el queesa buena gente nos había arropado.

Pero faltaba el acto más importante de todos, que suponía unmomento crucial en nuestro proceso de duelo, el acto de soltarledefinitivamente, de empezar un camino nuevo sin su recuerdoconstante, el momento de cambiar la energía del dolor por otrarenovada y llena de esperanza y alegría. eso no significaba quele tuviéramos que olvidar ni romper el vínculo de amor que nosunirá hasta la eternidad. Me sentía más preparada para hacerloy pensaba que había llegado el momento.

estoy segura de que él también lo necesitaba, necesitaba par-tir hacia un lugar nuevo, sin límites ni enganches emocionales,totalmente libre de ataduras.

Yo estoy convencida de que todos nuestros hijos se comuni-can con sus padres desde donde están y, de alguna manera espe-cial y única para llegar a cada uno de nosotros, nos dicen cómopodemos ayudarles a conseguir esa paz y esa luz que tanto ne-cesitan, y sobre todo nos recuerdan que no dejemos de enviarlestodo nuestro amor. también creo profundamente que podemosinfluir en el bienestar de su alma, al igual que ellos nos ayudana nosotros y nos dan fuerzas para continuar viviendo lo mejorposible.

Pienso que, de la misma forma que aprendemos a desapegar-nos de nuestros hijos cuando son mayores y se marchan fuerade casa para estudiar o trabajar, igualmente es muy importantesi queremos aprender el amor incondicional, que los padres lo-gremos desapegarnos del alma de nuestros hijos y no les reten-gamos cerca de nosotros, a pesar de que nos resulte muy difícilpuesto que es algo que hacemos de manera inconsciente, porqueles necesitamos para nuestro propio bienestar, aunque con ellomantengamos nuestra actitud egoísta.

Algunas semanas antes de su aniversario, aproximadamentepor mediados de mayo del 2009, tuve el presentimiento de que

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había llegado el momento de soltar definitivamente el alma deJosé Luís para que avanzara de nuevo, como si tuviera que subirun peldaño más hacia una frecuencia más elevada.

Algo en mi interior me decía que para ello, era necesario irhasta el lugar donde había sucedido el accidente para limpiarcualquier resto de sombra o de negatividad que pudiese haberquedado allí. una tarde de primavera, en la que íbamos paseandopor La Longuera se lo comenté a mi marido y aceptó la idea.

Pero le pedí que permitiera también que nos acompañarantodas las personas que habían presenciado el trágico accidente.De esa manera, una tarde de sábado, víspera del aniversario nosreunimos con ellos, y juntos nos dirigimos hasta la Muela. era laprimera vez que yo visitaba aquel lugar, jamás había estado antesallí. Llevamos incienso, flores, velas y unas banderitas de papelde colores como las que se cuelgan en los monasterios tibetanos.

en la tradición budista, los monjes escriben en las banderitaslas oraciones que quieren enviar a las almas de los difuntos paraque el viento, el sol y la lluvia las lleve junto a ellas. Nosotros,pedimos a cada uno de los presentes, niños, jóvenes y adultosque escribieran en ellas, de forma anónima, aquellas palabrasque les salieran del corazón en esos instantes. Hubo un gran si-lencio en el que cada uno buscó a través de la reflexión las pa-labras que deseaba expresar. Sus rostros reflejaban la granemotividad del momento.

Poco a poco, fuimos colocando las banderitas en los árbolesde la montaña mientras que algunos de nosotros entonábamosuna canción en sánscrito que significa: “tomo refugio en la flordel loto”. Después, una persona del grupo plantó una encina enrecuerdo de José Luis. Finalmente, todos juntos, nos pusimos depie y nos cogimos de la mano formando una cadena. en lo altode la montaña, frente al horizonte inmenso e infinito, comenza-mos a gritar a voces enviándole todo lo mejor de cada uno anuestro querido y amado hijo, hermano y amigo: José Luis.

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Palabras para el recuerdo es un relato que narra la madre de José Luís, un niño que perdió su vida a los 12 años en un trágico y fatal accidente. La autora, Rosa Valles, comenzó a escribir por iniciativa propia como vehículo de sanación, para liberar todas las emociones que surgieron con fuerza y profundidad durante el año siguiente a la muerte del más pequeño de sus tres hijos. Poco a poco fue tomando consciencia de que su relato constituía además un legado que trasmitir a sus hijas y a sus

futuras generaciones, como testimonio auténtico y real que cuenta los hechos ocurridos para evitar su olvido y conservarlo vivo en la memoria de la historia familiar. Inmersa en la narración del libro, fue atravesando el dolor, reviviendo cada instante, evocando cada recuerdo, cada sentimiento y observando desde fuera todo lo vivido, como espectadora de sí misma.Su visión espiritual de la vida y de la muerte han sido esenciales, para conectar con la fuente universal, de la que �uyen la apertura y el compartir, como cauces que le han guiado hacia una inmensidad de experiencias ricas y gozosas, aportándole la paz interior y la alegría de vivir en su camino hacia el comienzo de una nueva vida.

Rosa Valles Martínez nació el 20 de marzo de 1968 en Alican-te, donde estudió Turismo. En 1990 se trasladó a vivir a Elche de la Sierra (Albacete), integrándose en la Comunidad del Arca de Lanza del Vasto, fundada sobre la �losofía gandhia-na de la noviolencia e instalada en un paraje llamado La Longuera. El día 16 de junio del 2008 perdió a uno de sus tres hijos, el pequeño José Luís, en honor de quien escribe esta obra, para dejar testimonio de una de las experiencias más dolorosas en la vida familiar.

Durante las jornadas sobre el duelo que organiza la Asociación Talitha de Albace-te, conoció a Angela Ortiz y Manuel Reyes, padres de Marta, una joven cuya vida se vió interrumpida por un cáncer que no pudo superar. Gracias a las intervenciones de ambos y tras la lectura de los libros que ambos habían publicado “La sonrisa de Marta” y “Sin tocar fondo”, sintió el impulso necesario para lanzarse en la aventura de publicar su propio libro.