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RuizP

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  • Prcticasinstrumentos

    filolgic

  • No somos 1~~.destinatarios que los autores con-cibieron y los texto~tuvieron en su origen. Ni nuestromundo es el de los ~~ntemporneos de estas obras, ninuestro modo de lee1~sel que les corresponda. Nadale impide a un lect~~;actual asumir su circunstanciapara desarrollar una lectura libre y buscar el puro pla-cer que la lit7~~t~ha conquistado en los dos ltimossiglos como t~,:ritorio propio. En el extremo contra-rio, resulta imposible negarles a los textos el carcterde testimonio de una sociedad que les acompaa y quepuede hacer de ellos documentos para el estudio dehistoriadores, tambin de los historiadores de la litera-tura. Incluso, podemos trenzar en torno a las obras unconjunto de aproximaciones acerca de su funciona-miento como textos y, consecuentemente, su inser-cin como signos en la vida social, al modo de loscaptulos precedentes y su consideracin de los distin-tos componentes de la comunicacin literaria en elperodo.

    Sin embargo, estaremos rozando las fronteras delestudio literario, sin penetrar en su espacio, si nosU

  • _111..

  • ~4-.I.I.

    El desarrollo del modelo de conocimiento, las variaciones en losmtodos de enseanza e, incluso, en los ltimos tiempos, los modeloscurriculares de promocin del profesorado universitario han hecho queel inicial modelo de la anotacin o el comento d lugar a los actualesartculos y monografas {9.3.3},en los cuales, ms que el hecho superfi-cial de la extensin, la diferencia determinante es la separacin -desdelo meramente material- del texto y de su comentario, con los subsi-guientes deslizamientos a terrenos baldos como el de la parfrasis o lamera especulacin. El rigor filolgico previene tales riesgos, y hoy po-demos resear una apreciable bibliografa de estudios que no empaanel valor de los textos, sino que ofrecen al lector y al estudioso unalectura ms rica de los mismos. Aparentemente, es en la lnea que llevadel comentario al estudio monogrfico donde se sita el mximo deactitud crtica en la labor del fillogo, lo que ha llevado a desdear ydescuidar las otras facetas, la de la lectura y la edicin, olvidando questas son la base del modelo humanista y que sin ellas es imposible lafijacin del discurso crtico, como floracin de unas races ms profun-das. No olvidemos que la nocin de crtica se reserva en los studiahumanitatis para la crtica textual, base de la edicin, y que el modeloideal del discurso humanista se identifica con el despliegue oral propiode la enseanza, cuya base la constituye la lectio o lectura crtica de lostextos clsicos.

    La labor de los maestros en las escuelas de latinidad y de lospreceptores de los jvenes aristcratas de la sangre o del dinero consis-ta esencialmente en la lectura de pasajes de las obras clsicas. El primerpaso es su declamacin en voz alta, para marcar la prosodia del texto yeducar el odo, como corresponde al marcado peso de la oralidad en lacirculacin de las obras. Tras ello se proceda al comentario de losfragmentos, mediante la explanatio textorum o explicacin (de explicare,desplegar), para aclarar todos los valores y sentidos, sealando los signi-ficados de los trminos, los lugares de imitacin, la construccin ret-rica, las figuras de la elocutio y todos los procedimientos constructivosutilizados por el autor. De esta manera se profundizaba en el entramadotextual, las relaciones establecidas con otras obras y, en definitiva, su

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    insercin en el sistema de gneros y estilos. Cuando esta lectura crticapasa de la voz del maestro a la fijacin escrita surge el comentario,sustituto de la glosa medieval; cmo sta, comienza disponindose enlos mrgenes del texto base, como floraciones o capas superpuestas aloriginal, y lo hace con una doble funcin: hacer ms asequible el textoy propiciar su difusin entre un pblico ms amplio, pero tambin ofre-cer una va de profundizacin para los lectores ms formados, profesio-nales de las letras o especializados en los estudios humansticos de lasbuenas letras.

    Al mismo tiempo, este procedimiento tena como objeto esclare-cer los lugares difciles o deteriorados por la transmisin, salvando lasdeturpaciones que entorpecan la lectura. Para ello, de forma ms omenos sistemtica y con la ayuda de los testimonios o versiones alalcance del comentarista, se trataba de recomponer la historia del texto,su proceso de transmisin, identificando los errores de copia o las va-riaciones introducidas. De este modo, la lectura se remontaba hasta losorgenes del texto, recuperando su historicidad y situando las claves desu sentido primario. Con ellas era posible abordar con cierta seguridadla interpretacin de los motivos o topoi del entramado textual, proyec-tando una lectura crtica, entendiendo por tal menos un ejercicio valo-rativo que de esclarecimiento de los significados y los procedimientoscompositivos. As, se ana la ecdtica con el comentario, la depuracindel texto con la indagacin de su sentido, para conformar la base de unalectura crtica con vigencia hasta la actualidad, al menos en lo que tocaa la filologa. Incluso los modelos de anlisis desarrollados en las ltimasdcadas, con el paradigma de la desconstruccin, continan y revalori-zan prcticas propias de la tradicin filolgica, como la lectura lenta,con la que Hillis Miller actualiza el legado de Paul de Man y JacquesDerrida {9.1.2}.

    El estudio literario contemporneo desarrolla la metodologa hu-manista y, adaptndola a las prcticas, los gneros crticos y los caucesactuales, profundiza en sus procedimientos. De stos, la esencia la cons-tituye la lectura y el anlisis crtico de los textos, a pesar de que enocasiones la degradacin de los modelos educativos propicia la sustitu-cin de este componente fundamental por la memorizacin de supues-tos estudios, que incurren en la repeticin y en una forma de falsea-miento al alejarse de su objeto imprescindible. El contacto con el texto

  • 6

    no slo es el componente bsico de los estudios literarios; es tambinel espacio del placer, del goce de la lectura, de la experiencia esttica.No debemos confundir lo intuitivo y emocional con la autntica crticaliteraria, pero sta resulta prcticamente imposible sin incorporar uncomponente de juicio y discernimiento, lo que otorga a nuestra prcti-ca, al tiempo que una exigencia de precisin, una situacin de privilegio.

    La labor esencial del estudioso es el contraste de los textos, delmayor nmero posible de ellos. Debe, pues, multiplicar las lecturas, paraapreciar la singularidad de cada texto, pero tambin sus elementos derelacin y su posicin en el horizonte compuesto por el sistema litera-rio, concebido no como una abstraccin, sino como el resultado de unaprctica multiplicada, de la que surgen modelos, reglas, valores y estra-tegias. Con ellas, en una relacin de semejanza y de diferencia, en gradocambiante, se construye cada obra literaria, y a partir de ellas podemosdeducir sus valores especficos {9.5}.

    Las diferencias entre el estudiante y el fillogo en pleno ejerciciode su funcin son apenas una cuestin de grado. Y no slo porque elestudiante es un aprendiz de fillogo. La prctica de la filologa sedesarrolla en la edicin de textos, en el estudio de sus peculiaridades, enla bsqueda de interrelaciones textuales, argumentales, estilsticas ogenricas, en el esclarecimiento de los procesos de creacin y difusinde las obras, en la recomposicin de los mecanismos de agrupacinsincrnica o diacrnica y, finalmente, en la reconstruccin de la historialiteraria. En paralelo, el estudiante debe seguir estos pasos, familiarizar-se con sus mtodos e instrumentos, contrastar su validez y, finalmente,aplicarlos en su estudio, en una adecuada combinacin de contactodirecto con los textos y familiarizacin con los productos crticos, a finde forjarse su propia lectura y, ms adelante, aplicarla en su actuacincomo fillogo. Y es que una verdadera lectura crtica slo surgir comoresultado de la asimilacin contrastada y madura de las distintas pers-pectivas, las propias (nacidas del contacto con los textos) y las ajenas(recibidas de la tradicin), nunca de la mera aceptacin acrtica de laobra de estudiosos anteriores, pues incluso la indiscutible maestra delos ms seeros queda tocada por el paso del tiempo. No es que unadistancia de siglos llegue a impugnar la totalidad de los juicios de Me-nndez Pelayo, de Menndez Pidal o de Dmaso Alonso, pero el mo-mento presente (cada momento presente, siempre distinto en todos los

    casos) reclama perspectivas acordes a sus inquietudes y necesidades:nuevos tiempos requieren nuevas artes, en palabras de Boscn.

    Frente a nuestros predecesores, sobre todo los ms alejados, elhorizonte actual del fillogo resulta bien diferenciado, con sus ventajase inconvenientes, sin que el predominio de las primeras deba hacernosolvidar los riesgos que incorporan los segundos, mxime cuando unasy otros son las dos caras de una misma circunstancia. El depsito delecturas crticas nacidas con el paso de los aos representa la rotura-cin de un espacio para la apertura de nuevos caminos, apoyados enla base slida del desarrollo de una ciencia; con ella la selva de obrasy textos aparece, si no completamente desbrozada, con suficiente hitosde referencia para orientar la relectura y servir de trampoln para in-terpretaciones renovadas, sin el riesgo del salto en el vaco. En para-lelo, seis siglos de filologa y ms de doscientos aos de crtica literariahan proporcionado un cmulo de mtodos e instrumentos a disposi-cin del estudioso, suficientemente contrastados y dispuestos para suuso en las tareas del presente; un arsenal de conceptos, de procedi-mientos de anlisis, de modelos tericos, de tcnicas de investigaciny el ejemplo de los modelos anteriores es ya patrimonio de quienesnos encontramos con una disciplina consolidada, con su objeto y sumtodo bien definidos -con todos los matices proporcionadospor las distintas escuelas crticas-, que nos libra de inventar a cadapaso las herramientas necesarias para nuestro trabajo o tener quedefinir sus objetivos. La familiaridad con estos elementos es un requi-sito para el estudio tan imprescindible como la lectura de las obrasliterarias. Con ellos nos insertamos en una tradicin, en el fluir de undiscurso intelectual, con el que podemos dialogar, recibiendo susaportaciones e incorporando otras nuevas en la medida de nuestrasposibilidades, utilizando un lenguaje comn, una lgica compartidapara garantizar el avance, siempre y cuando no se convierta en unamecnica rgida, que conviene sacudir de vez en cuando.

    De hecho, los inconvenientes mencionados surgen de estas mis-mas circunstancias, con el riesgo de apresar al estudioso y, sobre todo,al estudiante en un mero ejercicio de repeticin, sin ningn fruto. Hoycontamos ya con una imagen relativamente fijada, en nuestro caso delos llamados siglosde oro, fruto de la decantacin, que puede conver-tirse a veces en una esquemtica trivilizacin, conformista y adocenada.

  • ~

    Cuando las perspectivas no se renuevan y revitalizan amenaza la parcia-lidad, en la que incurrimos cuando asumimos juicios sesgados o, senci-llamente, cuando reducimos la realidad a una sola de sus facetas -loque llamamos las grandes obras-, sin abarcar la totalidad de la pro-duccin y la complejidad de sus relaciones. No se trata de una propues-ta de revisin del canon como consigna, con una gratuita actitud icono-clasta. La recomendacin es de no reducir la mirada a las obrasincuestionadas y abarcar un horizonte ms amplio, atendiendo a facetasdistintas, a apartados en ocasiones olvidados de la creacin literaria, enlos que se hallan muchos de los elementos para la revitalizacin denuestra lectura, para el ensanchamiento de la perspectiva filolgica. L-gicamente, esta labor debe ser gradual, y no es recomendable empezarpor los textos menores o de inters relativo. Los hitos estn marcados,y las grandes obras deben alimentar el estudio, ya que en ellas se con-centran los valores que reconocemos como literarios y distintivos deuna poca y porque el placer de su lectura se convierte en un estmulopara seguir avanzando en el conocimiento, que crece paralelamente enextensin y en profundidad.

    En este camino han de servir de ayuda todas las disciplinas ymetodologas desarrolladas por la filologa y los estudios literarios, ade-ms de todos los conocimientos que enriquecen la percepcin del con-texto y, consecuentemente, el funcionamiento de los textos, como lahistoria, la filosofa, los estudios culturales, la esttica, la historia delarte ... Con ellos han de entrar en juego, como se ha intentado mostraren los captulos precedentes, la paleografa y la codicologa, para elestudio de los manuscritos; la tipobibliografa y la bibliografa material,para el anlisis de los impresos; la ecdtica y la edicin de textos, parala depuracin y fijacin; la potica, la retrica y la mtrica, como cdi-gos especficos de la composicin y de la recepcin de las obras; losestudios lexicogrficos en sus distintas variantes; el anlisis estilstico, lanarratologa y la semitica, con sus distintas aportaciones al conoci-miento de los mecanismos expresivos. Y todo ello sin que sea precisauna distincin, siempre problemtica, entre disciplinas auxiliares ymtodos de estudio.

    En definitiva, se trata de aprovechar la tradicin y sus aportacio-nes como instrumentos eficaces en manos del fillogo y del estudiosode la literatura para superar los inconvenientes mediante la potencia-

    }j-cin de sus valores positivos. Renunciar a la tradicin es una forma desuicidio intelectual equiparable a la de la repeticin acrtica. Para elloes necesario dominar las disciplinas, conocer sus frutos y valorar suaplicacin, con objeto de darles el uso conveniente en las tareas deestudio o investigacin emprendidas. En cuanto a los mtodos de an-lisis, un conocimiento adecuado de la historia de la crtica y la teoraliterarias se convierte en fundamental para apreciar sus aportaciones ysituar convenientemente sus propuestas, ,de forma que se puedan esco-ger en cada momento los modelos y perspectivas ms acordes con losintereses intelectuales del estudioso y, sobre todo, con la obra o elproblema literario abordado, puesto que no existe el mtodo nico ydefinitivo.

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    No es el momento de hacer una historia de la teora literaria enel siglo xx, apenas de esbozar unos hitos que puedan servir de referenciapara organizar y aplicar criterios de uso a la multiplicidad de propuestasmetodolgicas realizadas. Con esta perspectiva, se pueden distinguirdos grandes lneas de desarrollo en la teora literaria moderna. De unaparte se sitan las corrientes que se centran en el anlisis del texto,generalmente con una base lingstica, potenciada a partir del estructu-ralismo saussureano; su finalidad es poner de manifiesto los mecanismosexpresivos o que provocan el efecto artstico, buscndolos sobre todoen los procedimientos de organizacin interna del texto, en especiallos de carcter repetitivo, lo que convierte al poema lrico en el para-digma de la obra literaria. Aunque cuenta con orgenes diferenciados enlas primeras dcadas del siglo, con el formalismo ruso, de base lings-tica, la estilstica, surgida del subjetivismo idealista, y el new criticism,con su primado de la intuicin crtica, en el segundo tercio del siglotodas estas corrientes tienden a confluir e intercambiar sus rasgos, apartir de la adopcin de una metodologa comn inspirada por las dis-tinciones saussureanas. El crculo lingstico de Praga inici esta fusin,que adquiri desarrollos ms amplios a partir de la dispersin de sus

  • o-miembros por razones polticas, su encuentro con la crtica acadmicaamericana y, ms tarde, la difusin de las ideas iniciales a travs deFrancia, por crticos naturales e inmigrados, quienes consagran defini-tivamente el modelo terico y crtico del estructuralismo, como forma-lizacin ltima de los estudios inmanentistas de carcter lingstico.

    Las obras y autores ms representativos de cada uno de estosmovimientos (Tomachevski, Jakobson y Sebeok; Wellek y Warren;Croce, Vossler, Spitzer y Dmaso Alonso; Todorov y Barthes, entreotros) cuentan con suficientes ediciones al alcance del estudiante, paraquien resultar de mucha utilidad familiarizarse con ellas. En su ayudapueden servir de gua y orientacin, junto a los estudios monogrficoscorrespondientes, panoramas generales de carcter introductorio, comoel de Fokkema e Ibsch, para la lnea estructuralista, y el de Alicia Yllera,para las vertientes colaterales. Su validez es la de mapas para orientar lalectura, nunca la de paisajes en sustitucin del viaje que debe hacer elestudioso.

    La otra lnea principal de desarrollo, la que atiende a las dimen-siones extralingsticas e incluso extratextuales de la obra literaria, noes estrictamente de oposicin. Ms bien debemos hablar de comple-mentariedad, pues, como demuestran las continuas hibridaciones meto-dolgicas, ni el texto puede considerarse aislado de su funcionamientohistrico, comunicativo y social, ni el estudio de estos aspectos puedeprescindir de atender al modo en que se textualizan sus rasgos y seconvierten en operativos. De hecho, las lneas ms fructferas a lo largode la segunda mitad del siglo son las que han surgido en las fronteras,de la fusin de las dos perspectivas. Conservando un desarrollo de ciertamarginalidad, no se han impuesto las corrientes que proceden del pen-samiento cientifista del siglo xrx, con su base positivista e historicista,que aplican al estudio literario el paradigma de las ciencias naturales,con fuerte peso del evolucionismo darwinista y del materialismo marxis-ta; ni tampoco la aplicacin de los nuevos paradigmas cientficos delsiglo xx, como la sociologa y el psicoanlisis. Sin duda, sus aportacionesson dignas de consideracin, con iluminaciones imprescindibles de par-celas fundamentales de la obra literaria, pero tambin han mostradoimportantes limitaciones, sobre todo en el orden esttico y en la eluci-dacin de lo especfico de cada texto, justamente lo que motiv lareaccin de la que surgen los formalismos, el new criticism anglosajn de

    los aos 30 y la nouvelle critique francesa de los 60. Sin embargo, tam-poco estos enfoques alcanzaron el objetivo de aprehensin global de laobra literaria ms all de su dimensin textual, surgiendo las propuestasms abarcadoras de la sntesis de perspectivas de una y otra naturaleza.Los dos modelos fundamentales surgen de la incorporacin de preocu-paciones y perspectivas acerca del funcionamiento comunicativo de laobra literaria al anlisis lingstico de sus recursos expresivos, confor-mando la nocin de signo literario, con sus dimensiones de significante,significado y el efecto que produce. La.primera propuesta surge de lacontinuidad del formalismo ruso, cuando, de una parte, Yuri Lotman yla escuela de Tart y, de otra, Mijail Bajtin, incorporan los componen-tes de la dimensin social, generando una semitica de la cultura y unavisin dialctica, respectivamente. Coincidiendo con la llegada de susdoctrinas a la Europa occidental, la evolucin del estructuralismo y lacrisis cultural de los aos 60, en la escuela francesa, con el innegableprotagonismo de brillantes exiliados, como Tzvetan Todorov y JuliaKristeva, se formaliza y adquiere carta de naturaleza para la ciencialiteraria posterior la semitica, que articula en sus facetas de sintaxis,semntica y pragmtica el estudio sistemtico de las dimensiones de laobra como signo literario, comunicativo y de cultura.

    En Espaa esta corriente crtica tuvo un amplio eco acadmico enlos aos 80, con abundante bibliografa en la que se reprodujeron lasaportaciones de los fundadores, con reediciones de sus textos y pano-ramas de sntesis, aunque sin aportaciones de relevancia. Entre las intro-ducciones al panorama de la teora literaria en los tiempos de la semi-tica, pueden destacarse, adems de los captulos correspondientes en losmanuales citados anteriormente, el sencillo y clarificador recorrido rea-lizado por Raman Selden, por su enfoque coherente y globalizador, y,por las razones opuestas, la complementaria recopilacin realizada porAulln de Haro, en la que se abordan las aportaciones de la corrientesemitica y, sobre todo, se indaga en las vas abiertas por esta teora ysu incorporacin de perspectivas extratextuales al anlisis literario.

    La crtica ms reciente recoge esta perspectiva para transitar porlos caminos surgidos de la consideracin de la obra como signo y lasaportaciones de la teora de la comunicacin, con su atencin a todoslos elementos de sta adems del propio mensaje. Al sancionar el ago-tamiento de los objetivos y mtodos del estructuralismo en su persecu-

  • 72-cin de la literariedad, la semitica inaugura una etapa de cierta dis-persin (como corresponde al momento de posmodernidad), en la quese funden novedosas actitudes con la recuperacin de antiguos concep-tos, en la mayor parte de los casos asociados a la construccin delsentido o a su imposibilidad. As ocurre con la revitalizacin de la her-menutica, sobre las premisas de la escuela de Frankfurt o sobre mode-los alternativos; con la revisin y actualizacin de las aportaciones delmarxismo y el psicoanlisis, sobre todo a travs de Althusser y Lacan,respectivamente; con la aplicacin de las corrientes de renovacin de lalingstica, particularmente las que sobrepasan el tradicional lmite de lafrase, para centrarse en el conjunto del discurso y en los mecanismos deproduccin de efectos que no son los meramente comunicativos y ex-presivos, tal como han formulado, respectivamente, la lingstica deltexto y la pragmtica; con el desplazamiento del eje al plano del recep-tor, ya sea en la figura del pblico histrico, como proponeJauss, ya seaen la del lector individual, en la lnea de Iser; con todos los desarrollosincorporados a partir de las teoras epistemolgicas, espoleadas por lasaportaciones anteriores; y, en definitiva, con la disolucin de texto ylector en lo que se ha venido erigiendo como modelo paradigmtico deeste conjunto de actitudes, la descontruccin, con sus mltiples y varia-das lneas, y la diferencia de sus aportaciones entre el plano terico y laefectiva aplicacin al ejercicio crtico. Puede citarse, por su notoriedadhace unos aos y por haber aplicado su metodologa a las letras de lossiglos de oro, al hispanista ingls PaulJulian Smith, quien, incluso en lapropia trayectoria de sus intereses, ejemplifica perfectamente la evolu-cin de la crtica literaria en los ltimos 15 aos, con el protagonismoadquirido por el discurso cinematogrfico y, especialmente en el domi-nio anglosajn, por los estudios culturales, con su atencin a las vocesdominadas o marginadas: feminismo, homosexualidad, minoras tnicaso sociales, etc., que caracterizan la ltima innovacin, con aportacionesvaliosas si no incurren en el extremismo ni abandonan lo especficamen-te literario para derivar en la sociologa ms o menos militante.

    Al margen de especficas aportaciones y de la revitalizacin delcanon mediante la recuperacin de autores y obras postergadas, lo msvalioso de este sacudimiento del horizonte terico es haber roto defi-nitivamente la clausura del texto e incorporar a la crtica literaria unamayor riqueza de planteamientos y perspectivas, que, administradas con

    un sano y prudente eclecticismo, pueden enriquecer nuestra percepcinde las obras y del proceso de la literatura ofrecindonos un conjuntoms rico de vas de acercamiento. De la diversidad de enfoques se ofre-ce un til muestrario en la ya citada obra colectiva coordinada por DczBorque y, con carcter ms unitario y menor actualizacin, en el manualde Domingo Yndurin, ambos caracterizados por ofrecer una combina-cin de mtodos, disciplinas y modelos tericos. Entre las revisiones delos ltimos aos merece citarse la compilacin dirigida por Daro Villa-nueva, aunque no se abordan en ella todas las direcciones apuntadaslneas atrs.

    Para el estudioso perdido en esta maraa de teoras y escuelas,puede resultar de gran utilidad el mordaz escepticismo desplegado porJuan Luis Alborg en el parntesis terico de su reconocida Historia dela literatura espaola. Con la perspectiva de un historiador de la literatu-ra, formado en la tradicin espaola y familiarizado con las razones yprocedimientos de la crtica acadmica norteamericana, en cuyos campusvena desarrollando su labor profesional, Alborg somete a una crticademoledora los modelos tericos vigentes, abordando por igual suscontradicciones intelectuales y las razones materiales de su desarrollo yproliferacin. Su grueso volumen puede restringir su carcter recomen-dable, pero, si no una lectura completa, resultar muy til su consultay la prctica de algunas calas en su discurso para disipar ingenuidades yadquirir una cierta perspectiva crtica. Aunque con un carcter muydistinto por su naturaleza y planteamiento, puede tener una utilidadsemejante, para que el estudiante que se inicia conozca la tradicin enque se inserta, el manual de Emilia de Zuleta sobre la crtica espaola,que abarca desde Menndez Pelayo hasta los aos 70, en los que con-templa por igual la asentada crtica acadmica y la renovacin aportadadesde otros crculos. Su perspectiva puede complementarse con los plan-teamientos, menos descriptivos que crticos, con que Jos Portolsaborda la formacin y consolidacin de la escuela filolgica espaola,en obra ya citada {6}.

    En definitiva, nos hallamos ante una enorme diversidad de plan-teamientos en un proceso de adicin y acumulacin, donde las nuevaslneas no anulan del todo a las anteriores, sino que se resuelven en elenriquecimiento de un panorama ofrecido al estudioso con todas susvirtualidades de aplicacin, pero tambin con todos los riesgos deriva-