silvia saitta - 6 de septiembre de 1930

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sobre el golpe de 1930

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    Sylvia Satta, 6 de septiembre de 1930 o el mito de la revolucin en Cristina Godoy

    (compiladora), Historiografa y memoria colectiva. Tiempos y territorios. Prefacio de

    Hayden White, Madrid Buenos Aires, Mio y Dvila, 2002. Pgs. 179198.

    Elogiosas o condenatorias, testimoniales o ficcionales, histricas o polticas son las

    versiones interpretativas del golpe de Estado del 6 de septiembre de 1930, el primer quiebre

    polticoinstitucional del siglo veinte en Argentina. Numerosas, y a la vez contradictorias, las lecturas sobre los sucesos del 6 de septiembre disean un mapa de representaciones que

    pugnan entre s por anclar una interpretacin y un sentido nicos de esa experiencia

    histrica. Por un lado, abundan los relatos escritos por los propios protagonistas o por los

    eventuales testigos del golpe de Estado: la novedad que implic el primer golpe militar,

    despus de la vigencia de la Ley Senz Pea, se revela en esta necesidad que polticos,

    militares, abogados o periodistas, han tenido de escribir su testimonio, su disquisicin

    poltica o su memoria de los hechos.1 Por otro lado, se suceden las lecturas interpretativas

    propuestas por los historiadores a lo largo de todo el siglo veinte, quienes utilizan como

    fuente, entre otros muchos materiales, las memorias y los testimonios de quienes

    protagonizaron el golpe. Sin embargo, en aquel septiembre de 1930, quienes narraron una

    primera historia del golpe de Estado fueron los medios de comunicacin masiva. Ante la

    incertidumbre poltica, social y econmica abierta por el golpe, y enfrentados a la necesidad

    colectiva de otorgarle un sentido a la crisis poltica y al equilibrio institucional amenazado,

    los peridicos articularon retomando figuraciones, imgenes y percepciones ya presentes

    tanto en los discursos polticos como en los comunicados oficiales una primera

    representacin global y unificadora del golpe de Estado. Esta representacin, global y

    1 Por ejemplo, se pueden mencionar los testimonios y estudios de: Luis Boffi, Bajo la tirana del sable. Juventud, Universidad y Patria, Buenos Aires, Claridad, 1933; Juan Carulla, Valor tico de la revolucin del 6 de septiembre de 1930, Buenos Aires, 1931; Carlos Cossio, La revolucin del 6 de septiembre. Introduccin filosfica a su historia y esquema universal de la poltica argentina, Buenos Aires, La Facultad, 1933; Diez Periodistas Porteos, Al margen de la conspiracin, Buenos Aires, Biblos, 1930; Emilio Domnguez, El 6 de septiembre de 1930, Buenos Aires, Agencia General de librera y publicaciones, s/f; Jos Nicols Matienzo, La revolucin de 1930 y los problemas de la democracia argentina, Buenos Aires, Anaconda, 1930; Juan Orona, La revolucin del 6 de septiembre, Buenos Aires, 1966; Jos Mara Sarobe, Memorias de la Revolucin del 6 de septiembre de 1930, Buenos Aires, Gure, 1957; Juan Domingo Pern, Algunos apuntes en borrador sobre lo que yo vi, de la preparacin y realizacin de la revolucin del 6 de septiembre de 1930. Contribucin personal a la historia de la revolucin en Jos Mara Sarobe, Memorias de la Revolucin del 6 de septiembre de 1930, op. cit.; S. Viale Ledesma, 6 de septiembre. El pueblo, el ejrcito y la revolucin, Buenos Aires, Mercurio, 1930.

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    unificadora, encontr en la palabra revolucin su anclaje ms firme. De este modo, al

    designar al golpe de Estado como revolucin, la prensa entre otros actores supo activar

    uno de los mitos polticos modernos ms poderosos, otorgndole al golpe de Estado una

    tradicin poltica heroica que, a su vez, organiz un sistema de valores fundante de una

    nueva legitimidad. Y si en el plano de las mentalidades, como seala Bronislaw Baczko, la

    mitologa nacida de un acontecimiento prevalece a menudo sobre el acontecimiento

    mismo,2 la palabra revolucin estimul la produccin acelerada de significaciones que

    imaginaron un presente abierto hacia un futuro diferente: en los diarios de la jornada, la

    ciudad de Buenos Aires es el escenario celebratorio donde el pueblo, mancomunado con el

    ejrcito, proyecta la imagen ideal de una Nacin que se ha levantado contra la tirana, en

    defensa de su libertad.

    Buenos Aires era una fiesta

    En las notas editoriales publicadas en los diarios porteos del 6 y del 7 de septiembre

    de 1930, hay una representacin festiva de la ciudad de Buenos Aires en tanto escenario

    revolucionario. Con diferentes presupuestos polticos y con diferentes expectativas sobre el

    rol que jugara el ejrcito a partir de ese momento, todos los diarios coinciden en un punto:

    la revolucin triunfante, hecha por el pueblo, terminaba con el perodo de tirana y caos

    impuesto por el presidente Hiplito Yrigoyen. El mito de la revolucin produce por s solo un

    sistema especfico de representaciones que torna necesaria la postulacin de una tirana

    previa contra la cual se levanta el pueblo en armas. Este sistema especfico de

    representaciones es reelaborado, transmitido y modelado por la prensa diaria que subraya,

    de este modo, los elementos constitutivos del mito poltico: el protagonismo del pueblo, la

    presencia de las muchedumbres en las calles, la ruptura con el pasado, el acto purificador

    que implica la revolucin.3 Por lo tanto, La Nacin presenta al golpe de Estado como un

    movimiento popular, verdadera apoteosis cvica, realizado por el pueblo en comunin con

    el ejrcito; caracteriza al gobierno provisional como un gobierno que representa a la Nacin

    2 Bronislaw Baczko, Los imaginarios sociales. Memorias y esperanzas colectivas, Buenos Aires, Nueva Visin, 1991; p. 12. 3 Bronislaw Baczko, Los imaginarios sociales. Memorias y esperanzas colectivas, op. cit., p. 40.

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    y no a un partido; un gobierno de hombres de bien, de antecedentes intachables, que saben

    pensar y no temen hablar, y confa en la brevedad de un gobierno provisional que volver a

    la normalidad institucional con un llamado a elecciones.4 Tambin para La Razn se trata de

    una extraordinaria jornada que constituye un triunfo indudable y magnfico de la opinin

    pblica,5 y para El Mundo, que celebra el movimiento popular que pone fin a un gobierno

    dictatorial y ajeno a las tradiciones democrticas del pas. La Prensa, en cambio, se

    diferencia de los otros diarios al sealar que no particip de la campaa a favor de la cada

    de Yrigoyen campaa periodstica reivindicada por el resto de los peridicos,6 y realiza

    un anlisis de los ltimos tiempos de su gobierno, al que caracteriza en trminos de

    prepotencia y subversin total de la democracia por la instauracin de un comit partidario

    a cargo de la administracin nacional.7

    En el sensacionalista Crtica, el tono de jbilo popular adquiere la desmesura que lo

    caracteriza, sobre todo, porque su situacin difiere de la del resto de los diarios: Crtica se

    siente verdadero partcipe de los acontecimientos y celebra la revolucin como propia.

    Efectivamente, la participacin de Crtica en la preparacin del golpe de Estado no se limit a

    ser solamente una campaa periodstica de desprestigio del presidente Yrigoyen, sino que

    puso a disposicin de los revolucionarios de los que form parte sus mquinas de

    imprimir, su edificio, sus oficinas y su personal.8 Si bien el golpe se fue gestando durante

    varios meses, el diario se convirti en uno de los focos opositores ms importantes en los das

    previos al 6 de septiembre. Mientras los periodistas llevaban a cabo una violenta campaa, en

    la redaccin se realizaron diversas reuniones entre los grupos opositores al gobierno. De este

    modo, el 5 de septiembre, poco despus de conocida la renuncia de Yrigoyen a la presidencia

    de la Nacin y el decreto de estado de sitio, la ltima reunin entre militares y civiles se realiz

    en el local del diario, desde donde se distribuy la 6 edicin del da, a pesar de la prohibicin

    4 El final de un rgimen, La Nacin, 7 de septiembre de 1930. 5 Frente a la revolucin triunfante, La Razn, 7 de septiembre de 1930. 6 No hemos deseado lo que sucede. No hemos luchado para ver lo que vemos. La propaganda de La Prensa, calculando que esto podra suceder y que fatalmente sucedera si en otros rdenes de la vida las omisiones servan a manera de fermentos revolucionarios, reclam un da y otro da, la reorganizacin de los viejos partidos o la fundacin de nuevos organismos que vinieran, como elocuentemente lo dijo el Presidente Roque Senz Pea, a consumar la instrumentacin de las ideas en el escenario nacional. (Soportamos el peso sagrado de la Nacin, La Prensa, 7 de septiembre de 1930) 7 Soportamos el peso sagrado de la Nacin, La Prensa, 7 de septiembre de 1930. 8 Para un anlisis de Crtica en la preparacin del golpe de Estado de 1930, vase: Sylvia Satta, Regueros de tinta. El diario Crtica en la dcada de 1920, Buenos Aires, Sudamericana, 1998.

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    del Poder Ejecutivo.9 A esa reunin plenaria, asistieron los lderes de los partidos polticos de la

    oposicin y, en representacin del general Uriburu, el teniente coronel Descalzo. Fue Crtica,

    entonces, el lugar desde donde los grupos civiles partieron para congregarse en las

    proximidades de las unidades militares ms importantes.10 A las diez de la maana del sbado 6

    de septiembre, Natalio Botana, el director del diario, telefone personalmente desde el Colegio

    Militar a la redaccin ordenando activar la sirena de Crtica para anunciar a todo Buenos Aires

    la llegada de la revolucin. Ese da, toda su portada, atravesada por la palabra Revolucin!

    en letras catstrofe, presenta una gran ilustracin donde aparece el Pueblo saludando

    alborozado el paso de las tropas militares guiadas por la efigie femenina de la Repblica,

    sobre la cual se recorta el rostro del general Uriburu. A pie de pgina se informa: Esta maana,

    a las 8.5 el Ejrcito Nacional, al mando del Gral. Uriburu, se levant contra el Gobierno

    Inconstitucional del Sr. Irigoyen. La nota central de la edicin seala, en tono jubiloso, que la

    revolucin ha estallado, reelaborando todos los componentes del mito revolucionario: la

    participacin popular, el carcter cvicomilitar de la jornada y, centralmente, el carcter dictatorial, anticonstitucional y catico del gobierno depuesto:

    La tirana nefasta que sufre el pas, el gobierno de sangre y de ruinas, de arbitrariedad

    y de Klan que ha llevado al pas, en dos aos, a un estado de angustia a la Nacin que

    encontr floreciente y tranquila, acaba de caer. Un movimiento militar y civil, que

    garantiza la subsistencia del rgimen constitucional argentino y de la ley electoral, con

    la creacin inmediata de una junta civil, lo ha derribado. Ciertamente, hubiera sido

    preferible que la solucin de la situacin insostenible de la Nacin se resolviera por las

    vas legales; que el ejrcito no saliera de sus cuarteles. Pero la conviccin de que no

    haba otro remedio para salvar al pas, cuestin de vida o muerte, excusa todo

    9 La 6 edicin del diario seala el entonces capitn Juan Domingo Pern haba sido confiscada y quemada en grandes hogueras hechas en el centro de la calle. La manzana estaba rodeada de policas a caballo y a pie, amn de numerosos pesquisas que rodeaban disimuladamente la manzana. Los canillitas, en grupos, a media cuadra, prorrumpan en gritos e improperios contra los agentes del orden. (Juan Domingo Pern, Contribucin personal a la historia de la revolucin en Jos Mara Sarobe, Memorias sobre la revolucin del 6 de septiembre de 1930, Buenos Aires, Gure, 1957) 10 En la redaccin quedan varios miembros del alto personal del diario, tres redactores y un turno de talleristas. Un grupo de periodistas, liderado por Federico Pinedo y Augusto Bunge, se da cita en la casa de Manuel Fresco para dirigirse desde all a Campo de Mayo. El otro grupo, liderado por Antonio De Tomaso, Natalio Botana y Hctor Gonzlez Iramain, parte a las dos de la madrugada rumbo a San Martn, donde se entrevistan primero con el director del Colegio Militar, coronel Reynolds, y luego con el general Uriburu.

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    comentario (...) La Nacin entera haba clamado: Basta! La Nacin sus estudiantes,

    sus partidos polticos, sus soldados han salido a la calle a terminar con esta cosa

    trgica y bochornosa que se deca gobierno de la Argentina.11

    A diferencia del modo en que el resto de los diarios reflexiona sobre los sucesos, Crtica

    se define como un actor crucial de los acontecimientos: durante los das posteriores al golpe, se

    narran los entretelones de la gloriosa jornada y de la heroica intervencin de la

    muchachada de Crtica en puestos de guardia, cuarteles o en duras conversaciones con los

    militares adictos a Yrigoyen, en un largo relato que, por medio de la trascripcin de los dilogos

    y la creacin de un suspenso narrativo en torno a la posibilidad de encabezar una revolucin o

    terminar encarcelados en Ushuaia, consolida una versin pica de su participacin como activo

    representante del pueblo en la asonada revolucionaria. Adems, el diario publica reportajes y

    notas de los polticos socialistas independientes que refuerzan, en sus respuestas y en la

    construccin de una historia civil de la revolucin, la alta participacin de Crtica durante los

    das anteriores y posteriores al 6 de septiembre.

    La heroica intervencin de Crtica y su alto protagonismo sern reconocidos y

    fortalecidos por Manuel Glvez, quien subraya: Cuando despus de los sucesos de

    septiembre Crtica afirme que la revolucin se gest en su casa, dir la verdad. Con sus

    trescientos mil ejemplares diarios, sus ttulos sensacionales, sus verdades y sus mentiras, su

    animacin, su colorido, constituye una fuerza formidable. Cada da hace varios millares de

    revolucionarios. Y en su edificio de la avenida de Mayo, se renen a conspirar los diputados

    socialistas independientes, algunos conservadores, diversas personas apolticas y el general

    Justo y otros militares. Crtica es, en aquellos das de agosto, el principal foco de subversin.12

    La fuerza del mito revolucionario es tan potente que aun una revista de izquierda

    como Claridad diferencindose de los diarios de izquierda La Vanguardia y La Protesta,

    que al da siguiente del golpe sealan su disconformidad y su oposicin al gobierno de

    fuerza13 sostiene, en palabras firmadas por su director Antonio Zamora, que aceptamos

    11 Ha cado, por fin!, Crtica, 6 de septiembre de 1930. 12 Manuel Glvez, Vida de Hiplito Yrigoyen. El hombre del misterio, Buenos Aires, Tor, 1945. 13 Dice La Protesta: Estamos bajo la dictadura militar. Nosotros sabemos lo que son las dictaduras y hemos aprendido algo de la experiencia de los ltimos aos. La dictadura es el peor enemigo de los pueblos, del pensamiento humano y en especial del proletariado. Hacerse ilusiones es hacerse cmplices y cooperar a su estabilidad. Propiciar el desarme de los trabajadores con la pasividad es

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    el movimiento revolucionario realizado porque, aparte de que en l han participado todas

    las fuerzas del pueblo mancomunadas en un propsito, ha tenido la virtud de terminar con

    un estado de cosas denigrante que no poda terminar de otra forma. No comulgamos con las

    ideas sociales de los que han encabezado y hecho triunfar la revolucin, pero aceptamos sus

    propsitos econmicos, morales y polticos como transaccin para volver a la realidad

    constitucional que haba desaparecido del pas. Como movimiento popular ha sido ejemplar

    porque en l han intervenido todas las clases del pueblo que an en el error han sido

    sinceras y valientes.14

    En el marco de esta atmsfera de celebracin, las mayores diferencias que se

    registran en los grandes diarios se dan con respecto al rol de los militares en el gobierno de

    la Nacin. En medio del clima enrarecido que sigue a las horas posteriores al desfile militar

    que conduce al general Jos Flix Uriburu a la Casa Rosada y a la concentracin civil en el

    centro de la ciudad, son los diarios los que garantizan una continuidad democrtica que el

    mismo golpe estaba poniendo en juego, a travs de la construccin de una nueva legalidad

    poltica. Y si en tanto acto revolucionario es el Pueblo el que debera fundar soberanamente

    la nueva legitimidad poltica, los diarios elevan al ejrcito a representante de ese Pueblo

    ausente, presentando al gobierno de facto como gobierno popular. La Nacin, entonces,

    afirma que el ejrcito, por su tradicin y su contextura no es entre nosotros una casta

    diferenciada sino una de las partes ms nobles y puras del pueblo mismo,15 y La Razn

    inclinarse ante las botas militares y servirles de escaln para el encubrimiento. Humillos, trabajadores! Tenais poca abyeccin, poca miseria, pocas vejaciones? Ahora tendris el sumo de la humillacin, de la abyeccin, de la miseria! Contra la dictadura no hay ms que una fuerza hoy en el pas: el proletariado. Si este baja la cabeza y asiente, todo est pedido, todo, incluso la dignidad. (La Protesta, 7 de septiembre de 1930). Argumenta La Vanguardia: Hemos sido fustigadores severos y hasta implacables de aquel gobernante , pero eso no implica que debamos guardar ciertas reservas sobre el procedimiento de fuerza que se ha escogido para librar al pas de ese psimo gobierno. Cuando haya transcurrido algn tiempo y se hayan serenado los espritus, nos haremos un deber mostrar que sin el movimiento militar y mucho ms despus del movimiento militar, existi la posibilidad de provocar el desenlace dentro de las normas constitucionales y legales. Como depositarios de un patriotismo que se basa tambin en la cultura poltica, nos duele ver confundido hoy nuestro pas en el montn de los gobiernos sudamericanos. Pero, como ya lo hemos manifestado anteriormente, llegar la hora serena para hacer un examen ms detenido de estos sucesos. Por el momento, limitamos nuestro comentario a lo dicho y a lo siguiente: no obstante la composicin acentuadamente conservadora y la existencia de un vicepresidente en el gobierno de fuerza que manda desde anoche, hacemos honor a sus declaraciones y lo exhortamos a reintegrar cuanto antes al pas a las normas constitucionales y legales. (La Vanguardia, 7 de septiembre de 1930). 14 Claridad, n 214, septiembre de 1930. 15 El final de un rgimen, La Nacin, 7 de septiembre de 1930.

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    enfatiza que a la revolucin el ejrcito la ha apoyado, acompaado y conducido a un

    tiempo, porque el ejrcito tiene la misma alma y la misma conciencia del pueblo argentino,

    como que es carne de su carne y sangre de su sangre, depsito de sus tradiciones heroicas,

    defensa de su integridad y de su soberana y guardin y sostn de su grandeza presente y

    futura. Nadie le teme. Todos le aclaman.16

    Legitimar el nuevo rol del ejrcito en la vida poltica del pas es tarea de todos: El

    Mundo, por ejemplo, cubre su portada del 8 de septiembre de 1930 con una impactante

    foto, que abarca toda la pgina, en la cual se muestra a un soldado con una ametralladora

    protegiendo el balcn de la casa de gobierno; debajo de la foto se lee: El pueblo puede

    estar tranquilo: la ciudad est bien custodiada. En este punto, Crtica tambin se diferencia

    del resto de los diarios al enfatizar el carcter civil de la revolucin y la alta participacin de

    los socialistas independientes y los radicales antipersonalistas en la asonada. Caracteriza al

    golpe de Estado como un movimiento militar y civil, que garantiza la subsistencia del

    rgimen constitucional argentino y de la ley electoral, con la creacin inmediata de una junta

    civil, y revela cierto aire de desconfianza por el gobierno militar al recelar, muy

    veladamente, del cumplimiento de su misin histrica: Encabezado por la joven y querida

    Escuela Militar, el ejrcito, acompaado de civiles, avanz hacia la Capital. La simpata del

    pueblo, que ve en ellos una garanta de orden, de paz, de respeto, les acompaa. Esperamos

    que, en cuanto respecta al ejrcito, cumplir su misin con la abnegacin y el patriotismo

    que la anim a iniciarla y merecer, por ello, la gratitud del pas.17

    Este tono festivo y patritico, este carcter popular y masivo de la revolucin es el

    que reaparece en la letra del tango Viva la patria! de Anselmo Aieta y Francisco Garca

    Jimnez, cantado por Carlos Gardel, quien lo grab el 25 de septiembre de 1930. La empresa

    Oden lo edit con el acople de El Sol del 25:

    La niebla gris rasg veloz el vuelo de un avin

    y fue el triunfal amanecer de la Revolucin.

    Y como ayer el inmortal mil ochocientos diez

    sali a la calle el pueblo radiante de altivez.

    No era un extrao el opresor cual el de un siglo atrs,

    16 Frente a la revolucin triunfante, La Razn, 7 de septiembre de 1930. 17 Ha cado, por fin!, Crtica, 6 de septiembre de 1930.

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    pero era el mismo pabelln que quiso arrebatar.

    Y al resguardar la libertad del trgico maln,

    la voz eterna y pura por las calles reson:

    Viva la Patria! y la gloria de ser libres.

    Viva la Patria! que quisieron mancillar.

    Orgullosos de ser argentinos al trazar

    nuestros nuevos destinos!

    Viva la Patria! de rodillas en su altar.

    Y la legin que construy la nacionalidad

    nos alent, nos dirigi desde la eternidad.

    Entrelazados vio avanzar la capital del Sur

    soldados y tribunos, linaje y multitud.

    Amanecer primaveral de la Revolucin,

    de tu vergel cada mujer fue una fragante flor,

    Y hasta ti tu pabelln la sangre juvenil

    haciendo ms glorioso nuestro grito varonil.

    En la letra del tango se retoman varios de los tpicos que recorren los artculos

    periodsticos y tambin las primeras representaciones literarias o ensaysticas del golpe de

    Estado. En primer lugar, se subraya la pacfica comunin de los opuestos: en la letra de este

    tango, los sujetos de la revolucin son los civiles y los militares (soldados y tribunos), y son

    tambin los miembros de la elite y los del pueblo (linaje y multitud). En segundo lugar, se

    considera a la juventud como el motor de los cambios revolucionarios (y hasta ti tu

    pabelln la sangre juvenil haciendo ms glorioso nuestro grito varonil), tpico del arielismo

    de la purificacin juvenilista que ser retomado en varias de las representaciones

    ensaysticas y literarias, como por ejemplo, en las crnicas que Manuel Glvez publica en La

    Nacin bajo el ttulo Este pueblo necesita.... Por ltimo, se postula la remisin al pasado

    histrico como modo de legitimacin del presente revolucionario: el pueblo oprimido que,

    en mayo de 1810, luch por su independencia, es el mismo pueblo que, en septiembre de

    1930, conquista nuevamente su libertad. Si bien esta remisin al pasado es una constante en

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    los textos polticos y periodsticos del momento, no siempre hay coincidencias con respecto

    a cul de los hechos histricos se debe rescatar. Ya que si en la letra de Viva la patria! la

    remisin es a mayo de 1810, en otros autores las remisiones ms usuales son a la

    participacin del general Urquiza en la batalla de Caseros. As, por ejemplo, durante su

    campaa contra el gobierno de Yrigoyen, el diario Crtica haba presentado la prctica poltica

    del yrigoyenismo como el resurgimiento tanto de un periodismo servil, adulador y cretino

    similar a los panfletos rosistas porque adoptan la misma postura contra la oposicin, usan los

    mismos adjetivos, se humillan de la misma repugnante manera, como de las bandas del

    malevaje, asaltantes y ladrones de oficio convertidos en regeneradores del pas y en

    apadrinados de la polica bajo los cuales se insinan los Cuitio, los Corbaln, los Alem; por

    lo tanto, haba instado a librar una cvica Batalla de Caseros que buscara en Sarmiento,

    Urquiza, Mrmol, Mitre y en todos los que lucharon por vencer la Tirana, el modelo para

    erigir las libertades que est arrasando el seor Irigoyen (sic).18 En la novela de Manuel

    Glvez, Hombres en soledad, aparecen representadas, de manera irnica, las vinculaciones

    de la figura de Uriburu con personajes histricos, realizadas por algunos miembros de la elite

    portea:

    Unas seoras de diversa edad, pero todas harto maduras, hablaban con delirio del

    general Uriburu, al que consideraban como el salvador del pas. Una de ellas caso

    por esos das frecuente, lo comparaba con el general Urquiza, que derroc al

    dictador Rosas, haca setenta y ocho aos. Otra de esas seoras, hermana de

    Ezequiel y de Melchor, dijo:

    El general Uriburu slo puede ser comparado con San Martn.

    Y como las dems sonrieran o protestaran, sin duda considerando una blasfemia

    comparar a alguien con el Libertador de tres naciones, con el ms grande de los

    padres de nuestra patria, la entusiasta de Uriburu agreg:

    S, porque Uriburu ha echado a la chusma, mientras que San Martn no ech sino

    a los espaoles, que, al fin y al cabo, eran personas decentes.19

    18 Con Irigoyen estamos en plena regresin. La diferencia es slo el marco. Con Rosas, era la terrible y sanguinaria mazorca. Con Irigoyen, es el siniestro e infame Klan Radical, Crtica, 20 de octubre de 1929. 19 Manuel Glvez, Hombres en soledad, Buenos Aires, Hyspamrica, 1986; p. 193.

  • 10

    Esta remisin a sucesos histricos del pasado no siempre funciona como instancia de

    legitimacin sino tambin como una reiteracin de invariantes histricas cuyos resultados

    son siempre los mismos. Rosas e Yrigoyen sostiene Ezequiel Martnez Estrada en su

    Radiografa de la pampa, los dos ms genuinos representantes del pueblo, y los que

    quisieron darle al pueblo fisonoma y estilo autnticos, armas para su mano y evangelios

    para su fe, encontraron en el ejrcito la derrota. Sin duda su despotismo oclortico era

    oriundo de la plebe armada; pero la institucin que vela por las instituciones, comprendi en

    ambos casos que se trataba de una conspiracin encubierta contra la dignidad de la

    profesin, y los deshizo.20

    La revolucin como renovacin espiritual: Manuel Glvez

    El carcter patritico y de transformacin moral de la revolucin ser retomado

    pocos aos despus por Manuel Glvez en la serie de crnicas que publica primero en el

    diario La Nacin y que luego integrarn tambin su libro Este pueblo necesita... En estas

    crnicas, Glvez sostiene que la revolucin de 1930 fue el nico suceso que produjo en los

    argentinos una conmocin violenta, un latigazo capaz de despertarlos de la abulia, el

    materialismo y la falta de vigor juvenil.21 Estas ideas reaparecen en su novela Hombres en

    soledad, publicada en 1938, pero escrita entre el 1 de septiembre de 1935 y el 28 de febrero

    de 1937. A diferencia de novelas anteriores, como Nacha Regules o Historia de arrabal,

    centradas en personajes de los bajos fondos, Hombres en soledad tiene como protagonistas

    a personajes que pertenecen a la misma clase social de Glvez. La accin de la novela abarca

    desde los ltimos das del gobierno de Yrigoyen hasta los meses posteriores al golpe de

    Estado, y narra, entre otras cosas, la historia de una ilusin la de la revolucin para

    conservadores y nacionalistas, y la historia de la desilusin que esa misma revolucin, una

    vez realizada, produce en quienes participaron en ella. Como seala Mara Teresa

    Gramuglio, Hombres en soledad se articula sobre el ciclo de entusiasmo y decepcin que

    genera el golpe de Estado, ya que la revolucin es central en la composicin del relato y en

    Oclortico: Dcese del gobierno de la plebe. 20 Ezequiel Martnez Estrada, Radiografa de la pampa, Buenos Aires, Coleccin Archivos, Fondo de Cultura Econmica, 1993; p. 202. 21 Manuel Glvez, Este pueblo necesita..., Buenos Aires, Librera de A. Garca Santos, 1934; p. 12.

  • 11

    las trayectorias de los personajes.22 Para narrar esta historia, Glvez presenta una galera

    extensa de personajes pertenecientes a distintos sectores polticos que conforman, a su vez,

    una tipologa de las variantes ideolgicas del golpismo: diferentes tipos de nacionalistas,

    catlicos, radicales antipersonalistas y conservadores. Dentro del amplio espectro, dos

    personajes, Melchor Toledo y Martn Block, concentran el juego de fuerzas opositoras previo

    al da del golpe, pero que confluyen en la revolucin. Melchor Toledo es el poltico

    conservador y amigo personal de Uriburu, que luego de ocupar todos los cargos fue

    desplazado durante los gobiernos radicales y que ve en la revolucin la nica posibilidad de

    restaurar el viejo orden interrumpido en 1916. En cambio, Martn Block es el legionario

    nacionalista que apuesta por la revolucin como la accin heroica capaz de purificar un pas

    viciado de politiquera y liberalismo. La apologa del fascismo de Este pueblo necesita...

    ingresa en la novela a travs de este personaje, pues su finalidad es moral y su instrumento

    es la violencia: Quiero el peligro dice Block, la lucha, la violencia. Se acuerda de mi

    maestro Nietzsche? Ha llegado el momento de poner en prctica sus ideas. Vivamos

    peligrosamente. Basta de molicie, de escepticismo, de desorden!.23 Por eso, es contrario a

    toda forma de poltica, an la de los conservadores,24 y apuesta por la dictadura: El orden,

    el garrote! Es el gran sistema poltico para liquidar el demoliberalismo (...) La revolucin

    establecer la dictadura. Se acabaron las elecciones, los comits, la adulacin, la

    mediocridad!.25

    No es difcil reconocer a Leopoldo Lugones en la construccin de este personaje ya

    que, como ms adelante se ver, no slo termina suicidndose, sino que tambin sostiene el

    sistema de ideas que Lugones escribiera en La Patria fuerte y La Grande Argentina. Este

    juego de oposiciones entre nacionalistas y conservadores es el que desaparece con la

    revolucin, que la novela representa como motor de cambios no slo polticos sino morales:

    22 Mara Teresa Gramuglio, Posiciones, transformaciones y debates en la literatura en Crisis econmica, avance del Estado e incertidumbre poltica (19301943), tomo VII dirigido por Alejandro Cattaruzza, de Nueva Historia Argentina, Buenos Aires, Sudamericana, 2001; p. 379. 23 Manuel Glvez, Hombres en soledad, op. cit., p. 108. 24 Jams gobernarn los conservadores! Gobernarn los apolticos, los jvenes. Adems, que si los conservadores llegaran a gobernar, seran otros que los de ahora: seran los conservadores purificados por la revolucin (Manuel Glvez, Hombres en soledad, op. cit., p. 110). 25 Manuel Glvez, Hombres en soledad, op. cit., p. 115.

  • 12

    Durante las tres o cuatro semanas que siguieron a la revolucin, Claraval vivi en el

    asombro. Las gentes inesperada transformacin no pensaban, al parecer, sino

    en la Patria, limpias de egosmo las almas. Los viejos, rejuvenecidos. Los jvenes

    hablaban como jvenes. Desaparecidos el escepticismo, la mana de los placeres

    materiales, la impasibilidad de los rostros, la taciturnidad. Todos hablaban de

    trabajar: por ellos y por el pas. Todos contentos, hombres y mujeres. En la ciudad,

    agilizada por un ritmo armonioso y hasta alegre, haba otro aire. Todo estaba ms

    claro; la luz, ms pura.26

    Y efectivamente, la novela narra este cambio moral a travs de la transformacin de

    sus personajes: los frvolos hijos de la elite, antes slo preocupados por los cabarets

    parisinos, participan del desfile militar; los viejos conservadores comprenden que no se

    puede vivir en el sensualismo y en el escepticismo y participan de la conformacin del

    gabinete del gobierno revolucionario.

    La mirada escptica: Roberto Arlt

    En el marco de las numerosas notas sobre los sucesos polticos que los peridicos de

    Buenos Aires publican durante la semana revolucionaria, aparecen las Aguafuertes

    Porteas de Roberto Arlt en el diario El Mundo que, como pocas veces antes, introducen la

    coyuntura poltica como tema. Arlt, al igual que otros periodistas, es testigo directo de los

    acontecimientos y participa activamente de la jornada cvica del 6 de septiembre. Por la

    maana, recorre la ciudad a bordo de un camin del ejrcito que conduca tropa militar

    desde Flores hacia el centro. All asiste al desfile de los cadetes del Colegio Militar por la calle

    Callao, conversando con uno de los tenientes. En su nota, como en otras crnicas periodsticas

    ya mencionadas, prevalece nuevamente la imagen de la revolucin como una fiesta popular:

    El teniente Labocat, al frente de sus cadetes, me deca:

    Diga si esta no es una fiesta...!

    26 Manuel Glvez, Hombres en soledad, op. cit., p. 205.

  • 13

    Efectivamente, de todos los balcones de Callao les tiraban flores. Muchachas trajeadas

    como si se tratara de concurrir a una fiesta, abran desde lo alto paquetes de

    bombones y los arrojaban a los caminantes, que desde las cuatro de la maana no

    haban probado bocado, como no fuesen algunas naranjas, etc. etc.27

    Esta revolucin ha sido macanuda porque no tena intervalos espaciados, donde los

    participantes pasaban bruscamente de un extremo a otro. Por ejemplo, en el recorrido

    de la calle Callao efectuado el sbado por los cadetes, todo iba en la gloria pues en los

    balcones muchachas de todas las edades y matices pigmentarios, arrojaban

    chocolatines, bombones, ramitos de violetas y de claveles. (...) En fin, aquello era un

    paseo, una revolucin sin ser revolucin; todas las muchachas batan las manos y lo

    nico que faltaba era una orquesta para ponerse a bailar. (...) En realidad, si esta

    revolucin tuvo algo de tal, fue cuando se produjeron los choques frente a La poca y

    a la tarde en el Molino. Suprimiendo las persecuciones policiales y las barbaridades de

    gente que no se daba cuenta qu catstrofe podan provocar, el panorama popular era

    de regocijo y de fiesta. Era realmente cosa de decir: Tutti contenti. La poblacin

    haba subido a las azoteas; los aeroplanos describan crculos sobre la ciudad y

    numerosas personas se dirigan al centro para mirar la revolucin. Y es que, si algo

    puede afirmarse de la poblacin portea, es lo siguiente: Somos o constituimos el

    pueblo ms balconeador del planeta. Sin grupo. No nos afligimos por nada. No nos

    impresiona nada. (...) Automviles con chapas de todos los parajes de la Repblica

    hacan cola, uno tras otro, movindose despacio por la ra. Lo nico que faltaban eran

    serpentinas. En serio. Serpentinas y caretas. Y el orgullo con que la gente miraba a sus

    prjimos pareca decir: Bueno: ahora nosotros tambin tenemos nuestra

    revolucin.28

    Cierto escepticismo burln sobrevuela el tono de las notas cuando Arlt habla de la

    revolucin. Lejos del sentimiento patritico sostenido por los diarios o por la letra del tango

    Viva la patria!, Arlt capta el carcter de festividad plebeya que hay en las calles; una

    festividad plebeya ms parecida al carnaval que a un suceso poltico. No se tratara, no

    27 Roberto Arlt, Donde quemaban las papas!, El Mundo, 7 de septiembre de 1930. 28 Roberto Arlt, Balconeando la Revolucin, El Mundo, 8 de septiembre de 1930

  • 14

    obstante, del carnaval bajtiniano de subversin de valores y reafirmacin de lo popular, sino

    de la celebracin despolitizada de un conjunto de curiosos. Una revolucin sin ser

    revolucin, sostiene Arlt; en otras palabras: una mascarada.

    Adems de su columna periodstica, en estos mismos meses Arlt contina escribiendo

    sus textos de ficcin (en octubre de 1931, saldr publicada su novela Los lanzallamas) y

    reeditando sus novelas anteriores. En octubre de 1930, la editorial Claridad publica una

    segunda edicin de Los siete locos que haba sido publicada a finales de 1929, y en marzo

    del ao siguiente lanza una tercera edicin. En esta tercera edicin, Arlt agrega una

    perturbadora aclaracin, que figura en una nota al pie en el texto como Nota de autor:

    Esta novela fue escrita en los aos 28 y 29 y editada por la editorial Rosso en el mes

    de octubre de 1929. Sera irrisorio entonces creer que las manifestaciones del

    Mayor han sido sugeridas por el movimiento revolucionario del 6 de septiembre de

    1930. Indudablemente, resulta curioso que las declaraciones de los revolucionarios

    del 6 de septiembre coincidan con tanta exactitud con aquellas que hace el Mayor y

    cuyo desarrollo confirman numerosos sucesos acaecidos despus del 6 de

    septiembre.29

    Arlt agrega esta nota despus de la incorporacin del Mayor en la Sociedad Secreta

    liderada por el Astrlogo e integrada por Erdosain, Haffner (el Rufin Melanclico), el

    Buscador de Oro y el Abogado, que se proponen imponer una dictadura a travs de una

    revolucin polticosocial. En su parlamento de presentacin, el Mayor sostiene la posibilidad de infiltrar al ejrcito porque est minado de oficiales descontentos que

    descreen de las teoras democrticas y del parlamento. Y principalmente postula la

    posibilidad real de una dictadura porque el ejrcito se considera la fuerza especfica del pas,

    un estado superior dentro de una sociedad inferior representada por polticos ignorantes y

    mentirosos, bandidos vendidos a empresas extranjeras que envilecen el pas. Su propuesta

    concreta es generar un clima de desestabilizacin social a travs de atentados y proclamas

    antisociales que instauren en el pas la inquietud revolucionaria:

    29 Roberto Arlt, Los siete locos, Buenos Aires, Losada, 1985; p. 137.

  • 15

    La inquietud revolucionaria yo la definira como un desasosiego colectivo que no

    se atreve a manifestar sus deseos, todos se sienten alterados, enardecidos, los

    peridicos fomentan la tormenta y la polica le ayuda deteniendo a inocentes, que

    por los sufrimientos padecidos se convierten en revolucionarios; todas las maanas

    las gentes se despiertan ansiosas de novedades, esperando un atentado ms feroz

    que el anterior y que justifique sus presunciones; las injusticias policiales enardecen

    los nimos de los que no las sufrieron, no falta un exaltado que descarga su revlver

    en el pecho de un polizonte, las organizaciones obreras se revuelven y decretan

    huelgas, y las palabras revolucin y bolcheviquismo infiltran en todas partes el

    espanto y la esperanza. Ahora bien, cuando numerosas bombas hayan estallado por

    los rincones de la ciudad y las proclamas sean ledas y la inquietud revolucionaria

    est madura, entonces intervendremos nosotros, los militares... S, intervendremos

    nosotros, los militares. Diremos que en vista de la poca capacidad del gobierno para

    defender las instituciones de la patria, el capital y la familia, nos apoderamos del

    Estado, proclamando una dictadura transitoria. Todas las dictaduras son transitorias

    para despertar confianza. (...) Culparemos al gobierno de los Soviets de obligarnos a

    asumir una actitud semejante y fusilaremos a algunos pobres diablos convictos y

    confesos de fabricar bombas. Suprimiremos las dos cmaras y el presupuesto del

    pas ser reducido a un mnimo. La administracin del Estado ser puesta en manos

    de la administracin militar. El pas alcanzar as una grandeza nunca vista.30

    Frente al discurso del Mayor voz militar en el texto se anuncia, en palabras de

    Erdosain, la objecin civil, sealando el conflicto latente entre militares y civiles. El conflicto

    esbozado, como todos los conflictos que se producen entre los distintos jefes de la Sociedad

    Secreta, es rpidamente desactivado por el Astrlogo. Despus de escuchar al Mayor, dice

    Erdosain:

    Su idea es hermosa dijo Erdosain, pero el caso es que nosotros trabajaremos

    para ustedes...

    No queran ser ustedes jefes?

    30 Roberto Arlt, Los siete locos, op. cit., p. 138.

  • 16

    S, pero lo que recibiremos nosotros sern las migajas del banquete...

    No, seor... usted confunde... lo pensado...

    Intervino el Astrlogo:

    Seores... nosotros no nos hemos reunido para discutir orientaciones que no

    interesan ahora... sino para organizar las actividades de los jefes de clula. Si estn

    dispuestos, vamos a empezar.31

    Por qu Arlt introduce la mencionada Nota de autor si, en marzo de 1931, todo

    lector saba que se trataba de una tercera edicin (dato que, adems, figuraba en el libro)?

    Por qu esta necesidad de aclarar fechas y dar precisiones sobre los tiempos reales de su

    escritura? Es casi obvio que el movimiento de Arlt no responde a una bsqueda de exactitud

    en cuanto a las fechas, sino a todo lo contrario: su movimiento es, por un lado, el de inscribir

    las palabras del Mayor en el marco del golpe del 6 de septiembre; por otro, el de adjudicar a

    su literatura la capacidad de predecir y profetizar el futuro. Con la sola intercalacin de esta

    Nota de autor, Arlt actualiza los contenidos ideolgicos de su novela y, al sealar que las

    declaraciones de los revolucionarios del 6 de septiembre coinciden con las palabras del

    Mayor, convierte los delirios de un loco en un discurso realista. Tal vez es por eso que el

    Mayor desaparece como personaje de Los lanzallamas, la segunda parte de Los siete locos,

    escrita despus del golpe de Estado: para Arlt, los personajes realistas no son interesantes y

    el discurso del Mayor ha dejado de ser el discurso de un alienado para convertirse en el

    discurso mimtico de un militar metido en poltica.

    En este punto, Arlt realiza el movimiento simtricamente inverso al que realiza

    Glvez en Hombres en soledad. Arlt intercala una precisin de fechas para actualizar un

    discurso que efectivamente fue escrito dos aos antes de su existencia real. Glvez, en

    cambio, se preocupa como nunca antes por fechar la escritura de su novela, aclarando que

    su libro, aunque publicado en 1938, se termin de escribir en febrero de 1937, para

    disimular as que el dato real es previo a la ficcin: su personaje Martn Block es, al igual que

    Leopoldo Lugones, un suicida. Pero Lugones se suicida el 18 de julio de 1938, unos meses

    antes de la publicacin del libro.

    31 Roberto Arlt, Los siete locos, op. cit., p. 138.

  • 17

    El fin de una ilusin

    El entusiasmo revolucionario dura pocas semanas: tanto conservadores y

    nacionalistas como socialistas independientes y radicales antipersonalistas se muestran

    descontentos ante las primeras medidas del Gobierno Provisional. Como se seal, la

    decepcin estructura la accin de los ltimos tramos de Hombres en soledad de Glvez,

    donde a slo un mes de la revolucin, Claraval, personaje principal de la novela, descubre

    que todo vuelve a ser como antes: Desde octubre vena observando cmo el latigazo que

    significara la revolucin del 6 de Septiembre haba dejado de producir sus higinicos efectos.

    Los argentinos haban vuelto a sus vicios de antes: el escepticismo, el sensualismo, el chiste

    fcil, la canallera de los pasquines, el tango cotidiano. La energa y el entusiasmo de los das

    de la revolucin haban pasado definitivamente. Habamos vuelto inclusive al servilismo de

    los meses anteriores al movimiento, slo que ahora se adulaba a Uriburu en vez de adular a

    Yrigoyen. La politiquera empezaba a florecer otra vez. (...) El pas haba cado en el marasmo

    de antes y ya nunca se levantara.32 Glvez nuevamente reitera los mismos argumentos que

    ya haba esbozado en las crnicas publicadas en el diario La Nacin, donde haba sealado

    que al cabo de unos das camos en el escepticismo de siempre, en los placeres de siempre,

    en la inactividad de siempre.33

    Y el final del libro, cuya accin transcurre a comienzos de 1931, es efectivamente

    desalentador para quienes apoyaron la revolucin: Uriburu no se atrevi a realizar las

    reformas polticas que haba prometido, los sectores conservadores en el gobierno no

    lograron frenar la debacle econmica, los miembros de la elite escapan a Europa. El suicidio

    de Martn Block, el legionario, el nico que se haba animado a cumplir con los designios

    violentos de la revolucin en la provincia de la cual fue nombrado Interventor, funciona

    como metfora del fracaso, del desengao y la desilusin:

    El fracaso de la Revolucin del 6 de Septiembre, es decir, del espritu de la

    Revolucin, era lo que haba armado su revlver. Haba amado a la Revolucin

    como nadie, de una manera violenta y sagrada. De ella esperaba su salvacin, su

    salvacin de la soledad espiritual, del descontento, de la desesperanza interior. De

    32 Manuel Glvez, Hombres en soledad, op. cit., p,. 316. 33 Manuel Glvez, Este pueblo necesita..., op. cit., p. 12.

  • 18

    ella esperaba que se salvaran los argentinos, que se salvaran del materialismo, del

    sensualismo, de la pasividad, del escepticismo. Hasta haca poco, haba credo

    triunfante a la Revolucin, pero despus haba comprobado la desaparicin de

    todas sus ilusiones. Los argentinos haban vuelto a ser lo que antes, y l mismo

    tampoco haba cambiado fundamentalmente. Desengaado del gobierno de

    Uriburu, que transiga con los conservadores, que no aplicaba los procedimientos

    que l juzgaba necesarios, sentase disconforme con todos, sentase de nuevo en la

    soledad. Block haba querido morir para no ver el retorno de todos los males

    anteriores a la Revolucin, y convencido de que su caso personal no tena

    remedio.34

    Los diarios de la poca tambin recogen pese a la censura este clima de

    decepcin. Es el diario Crtica el primero en proclamar abiertamente su oposicin al

    gobierno de Uriburu, oposicin que le cuesta la clausura definitiva el 6 de mayo de 1931 y la

    crcel para Natalio Botana, su mujer Salvadora Medina Onrubia y treinta periodistas.

    Asimismo, a Arlt el entusiasmo de ser analista poltico le dura muy poco: el 12 de septiembre

    de 1930, cuando entrega su nota al jefe de redaccin, ste se la devuelve dicindole: Est

    usted loco, socio? No se da cuenta que lo que usted pretende es la clausura del bodegn

    donde paramos nosotros la olla? Hgase revisar la sesera que usted no sintoniza en forma. Esos

    tiempos se fueron para no volver.35 Y efectivamente, esos tiempos se fueron para no volver y

    otros tiempos han llegado:

    Se me ocurre que han llegado los tiempos de escribir as: Viene la primavera y vuelan

    los pajaritos. Qu lindo es mirar el cielo y las mariposas que vuelan! Qu lindo! (...)

    Horror! Podr pasar esto? El redactor, msero y compungido, broncoso y con ganas

    de presentar la renuncia, carpetea el espacio, la redaccin y el artculo, se husmea y

    dice para su coleto: Vuelan las mariposas de pintados colores No atentar contra el

    estado esta frase? Vuelan... los aeroplanos tambin vuelan... No podr parecerle al

    director una frase de doble sentido esta? No confundir la censura a los pajaritos que

    hacen po po con los soldados del escuadrn? Horror! Escrib la palabra censura

    34 Manuel Glvez, Hombres en soledad, op. cit., p. 373. 35 Roberto Arlt, Cmo podemos escribir as?, El Mundo, 13 de septiembre de 1930.

  • 19

    quin dijo censura?, dnde hay censura? Pero no. A ver. Cmo la va a haber si se

    puede escribir: Y vuelan las mariposas de pintados colores? 36

    Pese a la censura, Arlt seguir insistiendo con el tema del da. Es la oportunidad de decir

    todo lo que ha callado durante los aos de gobierno radical. Aunque la direccin del diario le

    prohibe referirse a la coyuntura poltica, Arlt se refiere a ella evadiendo el peso de su primera

    persona: construye personajes ficcionales a cargo de los cuales est la narracin. Desaparece

    as como narrador directo de los hechos y escribe monlogos ficcionales de diversos

    personajes, en los cuales se subraya el carcter poco heroico y por momentos miserable de los

    protagonistas de la revolucin. Desfilan as el comerciante cuya armera fue saqueada el da de

    la revolucin por grupos de facinerosos; el almacenero que vendi toda su mercadera, an la

    que estaba en mal estado, abusndose del temor al desabastecimiento que cundi despus del

    golpe; la feliz mujer de un ex diputado que acaba de recuperar a un marido siempre ausente; el

    intil empleado pblico radical que espera la cesanta; el comisario radical que se queja porque

    dej de recibir la coima de quinieleros y levantadores de juego; el ex diputado radical que no

    sabe en qu partido meterse para volver a conseguir una diputacin... Pese a todo, las

    expectativas que le despierta el gobierno de facto son grandes; su desprecio por los polticos es

    mayor:

    Me he convertido en balconeador de los politiqueros desde que el Gobierno

    Provisional ha empezado a barrer y a fregar. Y gozo. Mentira si lo negara. Gozo. Sin ser

    un perverso que se deleita en los males ajenos, paladeo la catstrofe que les ha cado

    por la cabeza a los polticos profesionales. Pienso que en breve tendremos

    nuevamente reintegrados a sus establos y calabozos y leoneras a numerosos

    ciudadanos. (...) Y en tanto escucho; escucho lo que dicen los diputados cesantes a

    quienes el Estado pagaba mil quinientos pesos mensuales para que charlaran y

    oficiaran de padrastros de la patria. (...) Para muchos ciudadanos, lo ms que se

    alcanza al llegar a diputado, es un sueldo. Pues bien: esa gente est equivocada. Un

    voto, un voto de diputado dispuesto a venderse, vale mucho, y en nuestro rgimen

    democrtico (ya ven para lo que sirve la democracia), tenemos el caso de diputados y

    36 Roberto Arlt, Cmo podemos escribir as?, El Mundo, 13 de septiembre de 1930.

  • 20

    senadores sospechosos de tramoyas. El bloque radical se vala de su mayora

    parlamentaria, perfectamente democrtica, para imponer, por curiosa

    contradiccin, resoluciones antidemocrticas y antipatriticas si el patrn del grupo lo

    exiga. Lo nico que falt fue que rifaran el pas.37

    Su escepticismo ante los discursos de los polticos junto con la mentira y falsedad que

    cree descubrir en sus propuestas, lo llevan a cuestionar las bases del sistema democrtico y a

    coincidir con las posiciones ms extremas, focalizando la crtica en el socialista independiente

    Antonio de Tomaso, dirigente de un partido que despus de participar activamente en la

    preparacin y consumacin del golpe de Estado, durante 1931 presiona al gobierno de facto

    para que convoque a elecciones generales. Paradjicamente, entonces, es Arlt quien sostiene

    una coincidencia poltica con un gobierno de facto que, hacia abril de 1931, ya ha perdido toda

    credibilidad: Yo no creo en la democracia. Lo he dicho un montn de veces, y en eso

    coincidimos el General y yo. Tampoco creo en los votos. En eso coincidimos el seor Snchez

    Sorondo y yo. En cambio, no coincidimos Di Tomaso y yo. En trminos concretos y robustos: no

    creo en el queso.38

    Relecturas

    No es durante el gobierno de Uriburu cuando se producen las relecturas periodsticas

    del golpe de Estado sino durante los primeros das del gobierno de Agustn P. Justo. En esta

    relectura del 6 de septiembre, se sealan dos momentos: el momento revolucionario y el

    momento posterior a la revolucin. Crtica hablar de revolucin y contrarrevolucin; La

    Nacin marcar esos dos momentos en la figura de Uriburu, como jefe de la revolucin y

    como jefe del Gobierno Provisional.

    En efecto, cuando el general Uriburu muere en Pars el 28 de abril de 1932, La Nacin

    realiza un balance del 6 de septiembre y de su gobierno, y sostiene que al jefe de la

    revolucin sucedi el jefe del gobierno provisional ya que la revolucin se hizo con una

    finalidad circunscripta y no con una doctrina de prolongado desarrollo; pero, una vez en el

    37 Roberto Arlt, Macaneo del profesionalismo poltico, El Mundo, 6 de octubre de 1930. 38 Roberto Arlt, Del que vota en blanco, El Mundo, 23 de abril de 1931.

  • 21

    gobierno, el general Uriburu desarroll su propio programa poltico: No crea el general

    Uriburu en la democracia y la falta de agudeza psicolgica, que tena como revolucionario,

    en la accin gubernativa, para comprender lo oportuno y lo inoportuno don

    esencialmente poltico le hizo ver la posibilidad ilusoria de aplicar en la obra sus antiguas

    reflexiones y las antiguas sugestiones venidas de ambientes lejanos. No hablaron en seguida,

    como alguien dijo, las urnas, despus de haber brillado la claridad de las espadas. (...) El

    gobierno de facto cobraba, al asentarse y durar, al aspirar a imponer a los dems una visin

    individual de las cuestiones que nicamente competan a la libre definicin del electorado, la

    inquietante fisonoma de la dictadura.39

    El diario Crtica, en cambio, sostiene la existencia casi simultnea de una revolucin y

    de una contrarrevolucin, y narra nuevamente la historia del 6 de septiembre de 1930 para

    diferenciarse de los sectores uriburistas y de un gobierno de facto con los que el mismo diario

    colabor en los das previos a la revolucin: El 6 de septiembre es la historia de la revolucin y

    la contrarrevolucin, o sea, la del herosmo y lealtad populares y la de la infame traicin

    reaccionaria. El pueblo, su ejrcito, todos, fueron cnicamente burlados. Ellos hicieron la

    revolucin democrtica y a las pocas horas se encontraron con un lazo conservador y fascista al

    cuello.40 sta es la hiptesis que el diario desarrolla con detenimiento el primer da en que

    reaparece en la calle despus de la clausura, el 20 de febrero de 1932, momento en que inicia

    su proceso de la Dictadura a travs de la denuncia sistemtica de las torturas y de los

    atropellos polticos cometidos. Crtica necesita volver a contar la misma historia que cont el 6

    de septiembre de 1930, agregando los detalles que eligi callar en aquel momento:

    Cuando en la madrugada del 6 vimos accionar en el Colegio Militar de San Martn,

    como corte ulica del general Uriburu a ciertos personajes siniestros de la vida poltica

    y social argentina, comprendimos claramente que la reaccin se apoderaba del

    movimiento popular para defraudar ignominiosamente sus mejores propsitos. Donde

    intervena Snchez Sorondo no poda estar ni la democracia ni el federalismo ni la

    justicia social ni la reforma universitaria. Una derivacin inesperada, que se confirm

    por la noche con todos los contornos de una decepcin tremenda, cuando se hizo

    conocer a nuestro director el nombre de los ministros y de los principales funcionarios

    39 Soldado y organizador fue el extinto en su existencia toda, La Nacin, 29 de abril de 1932. 40 Qu ocurri el 6 de septiembre...?, Crtica, 10 de marzo de 1932.

  • 22

    vena a tener el movimiento popular, que nosotros habamos encauzado desde

    nuestras columnas y que las minoras parlamentarias, en accin paralela, haban

    preparado desde sus bancas del Congreso. (...) Volva el conservadorismo, el rgimen,

    como decan los radicales. No el conservadorismo renovado y dignificado en la

    oposicin despus de 1916 sino la vieja y srdida oligarqua aplastada en 1916 por el

    sufragio libre.41

    Con hiptesis diferentes, el periodismo en general adems de polticos, militares,

    juristas e intelectuales coinciden al subrayar el carcter deceptivo de la experiencia

    uriburista. Los polticos que intervinieron fueron rpidamente desplazados, los nacionalistas

    vieron frustrados sus anhelos de reforma poltica, los conservadores ocuparon nuevamente el

    espacio que haban perdido con la llegada de Yrigoyen a la presidencia de la Nacin en 1916. Si

    a muy poco de andar, el gobierno de Uriburu es, para todos, la crnica de una decepcin

    anunciada, esta decepcin no era evidente para quienes participaron de la experiencia

    revolucionaria. Bertrand Russell advierte que una historia escrita despus de un

    acontecimiento difcilmente lograr que nos demos cuenta que sus protagonistas ignoraban el

    futuro; resulta difcil creer que los romanos del Imperio tardo desconocan que ste estaba al

    borde del derrumbe, o que Carlos I de Inglaterra ignoraba un hecho tan notorio como su propia

    ejecucin.42 As, el gran mito de la revolucin que se activa meses antes del golpe de

    septiembre de 1930 seala precisamente que quienes protagonizaron o fueron testigos del

    golpe de Estado vivieron, en realidad, una experiencia revolucionaria que distaba mucho de

    serlo. Porque fue ese mito revolucionario el que model los comportamientos colectivos y

    otorg un sentido heroico al primer golpe de Estado; pero, a su vez, ocluy la posibilidad de

    pensar el futuro poltico que se abra a partir de la interrupcin de la continuidad constitucional

    mantenida desde 1862: una interrupcin protagonizada, no por el pueblo levantado en armas,

    sino por el ejrcito argentino convertido, desde ese momento y durante demasiados aos, en

    protagonista y rbitro del juego poltico de la Argentina.

    41 Crtica no sucumbi a la tirana. Su director y redactores sufrieron la crcel y el destierro. Venimos a hacer el proceso de la Dictadura, Crtica, 20 de febrero de 1932. 42 Robert E. Egner y Lester E. Denoun (editores), The Basic Writings of Bertrand Russell, 19031959, Nueva York, Simon and Schuster, 1967; p. 522. Citado y traducido por Daniel Balderston, Fuera de contexto? Referencialidad histrica y expresin de la realidad en Borges, Buenos Aires, Beatriz Viterbo, 1996.

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