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EL COLAPSO DE LA REPÚBLICA Los orígenes de la Guerra Civil (1933-1936) Stanley G. Payne

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el colapso de larepública

Los orígenes de la Guerra Civil (1933-1936)

Stanley G. Payne

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índice

Prólogo a la nueva edición ............................................... 13Introducción. El problema del Gobierno representativo en España .................................................................. 21

Capítulo 1. El proyecto republicano ............................. 31Las reformas republicanas de 1931-1933 ................... 43Los retos de la república ........................................... 50

Capítulo 2. El punto de inflexión de la República: 1933 .................................................. 59La ambivalencia de los socialistas .............................. 65El final del Gobierno de Azaña ................................. 72Las elecciones de noviembre de 1933 ....................... 76El intento izquierdista de anular los

resultados electorales ........................................... 81La insurrección anarcosindicalista de diciembre

de 1933 .............................................................. 84El Gobierno de la minoría: Alcalá-Zamora

desbarata el Parlamento ...................................... 87

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Capítulo 3. La insurrección revolucionaria de 1934 .................................................................... 99Los conflictos catalán y vasco ................................... 122Hacia el octubre rojo ............................................... 131El partido comunista español sale de su

aislamiento ......................................................... 145La insurrección ........................................................ 151

Capítulo 4. ¿Una república conservadora? El Gobierno de centro-derecha 1934-1935 ........... 175La «rectificación» de la reforma republicana .............. 192

Capítulo 5. El colapso de los radicales y la frustración del sistema parlamentario ............. 209La crisis de diciembre ............................................... 224

Capítulo 6. Hacia el frente popular ............................. 241La izquierda marxista: de la insurrección

al frente popular ................................................. 246La forja de la alianza izquierdista............................... 262

Capítulo 7. Las elecciones de febrero de 1936 .............. 287Los resultados electorales .......................................... 294La precipitada dimisión de Portela Valladares ............. 304

Capítulo 8. La izquierda regresa al poder febrero-marzo de 1936 ........................................... 311El Ejército ............................................................... 330El agravamiento de la escisión socialista .................... 336El papel de los comunistas ........................................ 338Las relaciones entre los partidos revolucionarios ....... 344La «Comisión de Actas» ............................................ 349

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Capítulo 9. La izquierda se consolida en el poder marzo-mayo de 1936 ............................................... 357La generalización de la violencia y el desorden ......... 367La destitución de Alcalá-Zamora .............................. 372El duelo parlamentario del 15 y 16 de abril .............. 385Las elecciones especiales en Cuenca y Granada ......... 391Azaña presidente ...................................................... 398

Capítulo 10. el colapso mayo-junio de 1936 ................... 409La ola de huelgas y los disturbios obreros

de mayo y junio ................................................. 417El aumento de la violencia ....................................... 434Alarma en las embajadas ........................................... 440¿Un «oasis catalán»? .................................................. 442El avance hacia las autonomías regionales ................. 444

Capítulo 11. las utopías rivales: los movimientos revolucionarios en la primavera de 1936 .............. 447La CNT .................................................................. 450La profundización del cisma socialista ....................... 455La política comunista en la primavera de 1936.......... 461El POUM en la primavera de 1936 .......................... 468La política comunista respecto a otros

partidos marxistas .............................................. 470El Frente Popular en Francia .................................... 475

Capítulo 12. la fase final mayo-julio de 1936................. 479Capítulo 13. la conspiración militar .............................. 499Capítulo 14. el asesinato de Calvo Sotelo ..................... 517

Conclusión ................................................................. 549

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próloGo a la nueva edición

El contraste entre la gran cantidad de literatura sobre la Guerra Civil española y la materia limitada que existe con respecto a

sus orígenes es notable. Hasta Hugh Thomas, padre de la histo-riografía seria sobre esta guerra, confesó poco antes de su muerte que no entendía muy claramente la cuestión de cómo la guerra se originó, exactamente cómo hubiera sido posible. Y es verdad que su magnum opus dedica poco espacio a este problema, característica de casi todas las historias generales de la contienda.

No sería exacto decir, por ejemplo, que las historias de las gran-des guerras se interesan casi exclusivamente en estas guerras mismas, ignorando en gran parte sus antecedentes, porque no es así. En el caso de la Primera Guerra Mundial, la literatura sobre sus orígenes es mucho más amplia y controvertida que la que existe con respec-to a cualquier otro aspecto importante. En un grado algo inferior, se puede señalar también la gran cantidad de materia en inglés sobre los orígenes de la guerra de Secesión estadounidense.

La situación en cuanto a la guerra española es bastante diferen-te, y no por la pobreza de la historiografía española en general, la cual, con respecto a muchas cuestiones importantes, está bien desa-rrollada. En este caso, las actitudes políticas parecen influir bastante. Ambos bandos deseaban presentar versiones partidistas y exclusivis-tas, que impedían una atención historiográfica seria a los orígenes mismos, y esto ha afectado este tema aún más que algunos otros as-pectos importantes.

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El franquismo imponía una versión unilateral, victimista, maniquea y, al final, triunfalista. Inculpaba a las izquierdas de todo, pero prefería dar la atención a las biografías heroicas y a la historia puramente militar. Fuera de eso, prefería terminar la historia en 1931, si no antes.

Los republicanos lo igualaban en victimismo, pero por mucho tiempo sus oportunidades se limitaban al publicismo personal y po-lítico. Y años más tarde, con la libertad de prensa, no era un tema que atrajera a muchos historiadores porque entraba en un terreno que llegaba a ser más y más políticamente incorrecto.

El problema es que no se puede entender ninguna guerra muy claramente sin entender claramente cómo se originó, algo de lo que se daba cuenta Thomas antes de su muerte. Yo preparé la edi-ción original del libro presente hace casi quince años, como secue-la de mi estudio anterior, La primera democracia española. La Segunda República, 1931-1936,1 que en su primera edición había salido en inglés en 1993. Este fue una historia general dedicada a los cinco años de vida de la República parlamentaria, estimulada por la esta-bilidad y éxito aparente del nuevo régimen monárquico de 1977, que planteaba la pregunta de por qué el régimen parlamentario an-terior había fracasado tan estrepitosamente. Luego, volviendo a esta cuestión unos diez años después, me parecía que había tratado la historia republicana de un modo demasiado general, sin enfocarme adecuadamente en la fase del declive y fracaso. En el intento de re-solver esta problemática produje el tomo presente.

Se puede decir que desde entonces, el interés de los historiado-res no ha variado demasiado, aun con ciertas excepciones. Entre los factores principales del declive de la República ha habido bastante atención nueva a la cuestión de la violencia política. El estudio in-dividual más importante es el de Eduardo González Calleja, Cifras cruentas. Las víctimas mortales de la violencia sociopolítica en la Segunda

1 Barcelona, Paidós, 1995.

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República española (1931-1936),2 pero ha sido acompañado también por otras investigaciones.3 Con mayor estudio, las cifras de víctimas se aumentan aún más que las dadas en la edición original de este li-bro presente, aunque González Calleja ha matizado que la categoría individual más grande de los muertos en las escaramuzas de la pri-mavera de 1936 era de los obreros asesinados por las fuerzas de or-den público durante las manifestaciones, huelgas y acciones violen-tas. A pesar del deseo de parte del Gobierno de no reprimir a las izquierdas (salvo, hasta cierto punto, en el caso de los anarquistas), no se podían evitar reacciones muy vigorosas a veces en contra de las provocaciones obreras, con reacciones espasmódicas pero a veces muy letales. Sin embargo, esto no modifica mucho la perspectiva general de que la cantidad total de violencia política fue aún mayor de lo calculado anteriormente, y que llegó a ser uno de los factores más decisivos del colapso de la República democrática.

2 Granada, Comares, 2015.3 La más extensa es J. Blázquez Miguel, España turbulenta: alteraciones, vio-

lencia y sangre durante la Segunda República española (1931-1936), Villanueva del Pardillo, Madrid, 2009, aunque un poco incierta en lo que a metodología se refiere. Otros estudios notables son F. del Rey Reguillo, «Reflexiones sobre la violencia po-lítica en la II República Española», en M. Gutiérrez Sánchez y D. Palacios Cerezales, eds., Conflicto político, democracia y dictadura: Portugal y España en la década de 1930, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, Madrid, 2007, págs. 19-97, y G. Ranzato, «El peso de la violencia en los orígenes de la Guerra Civil de 1936-1939», en J. Avilés Farré, ed., «Violencia y política en España, 1875-1936», Espacio, Tiempo y Forma, serie V: Historia contemporánea, t. 20 (2008), págs. 159-181. También me-recen consulta los libros de Rafael Cruz, En el nombre del pueblo. República, rebelión y guerra civil en la España de 1936, Siglo xxi, Madrid, 2006, y Protestar en España, 1900-2013, Alianza, Madrid, 2015. La violencia política ha sido examinada en el contexto internacional comparado en F. del Rey y M. Álvarez Tardío, dirs., Políticas del odio: Violencia y crisis en las democracias de entreguerras, Madrid, Tecnos, 2017.

La investigación monográfica más importante y extensa sobre la destrucción de propiedades en los últimos meses de la República es la obra de M. Álvarez Tardío y R. Villa García, «El impacto de la violencia anticlerical en la primavera de 1936 y la res-puesta de las autoridades», Hispania Sacra, 132 (julio-diciembre, 2013), págs. 683-784.

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La obra de investigación más importante sobre estos meses en los años recientes es el estudio electoral de Manuel Álvarez Tardío y Ro-berto Villa García, 1936: Fraude y violencia en las elecciones del Frente Popular,4 sin duda el libro clave que ha tenido el mayor impacto y que más ha cambiado la perspectiva sobre los últimos meses de la Repúbli-ca. Por muchos años se había conocido la irregularidad y hasta el frau-de directo que tuvieron lugar en las tres últimas fases del proceso electoral de 1936 (es decir, la segunda vuelta, las decisiones de la Co-misión de Actas y las elecciones repetidas de Cuenca y Granada),5 pero habíamos creído siempre que las elecciones originales de febrero fue-ron relativamente limpias, que es la perspectiva ofrecida en la edición original del libro presente.

Como consecuencia de la investigación minuciosa y exhaustiva de estos dos historiadores, sabemos ahora que no fue así. Debido a varios motines, interferencias y falsificaciones posteriores en los escrutinios, hubo fraude en diez provincias, cambiando el resultado de lo que parece haber sido una especie de empate para convertirlo en una clara victoria del Frente Popular. El fraude fue más notable en Cáceres y La Coruña, pero hubo también falsificaciones de votos en Jaén, Las Palmas, Santa Cruz de Tenerife, Lugo, Pontevedra, Málaga capital, Murcia provincia y Valencia provincia. Esto cambió los resultados entre un mínimo de 29 escaños hasta un máximo de 33. Sin las actas dudosas ganadas mediante el fraude, «izquierdas y derechas hubieran quedado equilibrados: entre 226 y 230 escaños los primeros, por entre 223 y 227 de los segundos».6

4 Madrid, Espasa, 2017.5 Roberto Villa García ya había publicado una investigación iluminante de las

elecciones en Granada, «The Failure of Electoral Modernization: The Elections of May 1936 in Granada», Journal of Contemporary History (julio de 2009), 44:3, págs. 401-29.

6 M. Alvarez Tardío y R. Villa García, 1936: Fraude y violencia en las elec-ciones del Frente Popular, Madrid, Espasa, 2017, pág. 497. La cuestión de la violencia en la campaña anterior ya había sido estudiada en la investigación previa de Álvarez Tardío, «The Impact of Political Violence during the Spanish General Election of 1936», Journal of Contemporary History (julio de 2013), 48: 3, págs. 463-85.

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De este fraude dependió toda la secuencia política de los actos posterio-res, porque está muy claro, según las declaraciones de los respectivos lí-deres, que las pequeñas minorías del centro estaban dispuestas a aliarse con la derecha moderada, provisto que la dirección de un Gobierno nuevo estaría en manos de la CEDA y no de los monárquicos autorita-rios. Así se hubiera podido recomponer la mayoría del año anterior, orientada algo más hacia la derecha pero ahora refrendada por la autori-dad de elecciones nuevas. Resulta dudoso que Alcalá-Zamora se hubie-ra atrevido a disolver arbitrariamente esta mayoría una segunda vez. En resumen, ahora se ve que el camino torcido hacia el colapso empezó de un modo aun más torcido y falso del que se había creído. Como afirman los autores de este estudio, la falsificación de algunos de los resultados electorales de ningún modo determinó en sí que el colapso y la Guerra Civil fueran inevitables, pero fue clave en poner en marcha el proceso final que eventualmente condujo a ese fin.

De los libros documentales sobre esta época publicados en los últimos años, el más importante es el que reúne las entradas de los últi-mos meses de los diarios presidenciales robados de Niceto Alcalá- Za-mora, Asalto a la República. Enero-abril de 1936 (2011). En ellos, el pre-sidente de la República da su versión sobre la ofensiva del Frente Popular y los desórdenes y violencias de los primeros meses después de las elecciones. Es muy congruente con la perspectiva que ofrece el tomo presente.7

De los estudios más globales, las únicas obras recientes que han enfocado la última fase crítica de la República han sido las de Gabriele Ranzato y Miguel Platón. Ranzato es con mucho el más destacado de los estudiosos italianos que se han dedicado a la historia contemporánea de España, y es conocido por varias obras anteriores de relevancia. Su

7 Se puede notar también que hace poco publiqué un breve estudio mo- nográfico sobre la presidencia de D. Niceto, Alcalá-Zamora y el fracaso de la Repú-blica conservadora, Madrid, Faes, 2016.

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libro más reciente, El gran miedo de 1936. Cómo España se precipitó en la Guerra Civil, fue publicado originalmente en italiano en 2011 y tradu-cido por La Esfera en 2014. Es muy diferente y más especializado que el primer tomo que Ranzato dedicó a esta época, El eclipse de la demo-cracia. La Guerra Civil española y sus orígenes, 1931-1939 (2006), porque el autor ha querido dar mayor y más detallada atención a la cuestión de los orígenes inmediatos de la guerra. Como el título de este estudio nuevo indica, se dedica a la descripción y análisis de los últimos siete meses de vida de la República parlamentaria, al proceso revoluciona-rio que los informaba, y al inicio de la Guerra Civil. Un objetivo del estudio es la reivindicación de la «tercera España» perdida en este pro-ceso, pero demuestra bien la creciente debilidad de tal alternativa. Aun-que su estructura es diferente a la de El colapso de la República, presenta un análisis y una historia en gran parte paralelos, o al menoscomplemen-tarios, y su lectura es de gran importancia. Ofrece muchos datos y ma-tices que merecen tomarse en cuenta.

El historiador más activo en este campo es el periodista Miguel Platón, quien, después de su relativamente temprana jubilación, se ha dedicado con gran energía a la historia. Ha publicado tres títulos recientes —Segunda República de la esperanza al fracaso (2017), El pri-mer día de la guerra. Segunda República y Guerra Civil en Melilla (2013) y Así comenzó la Guerra Civil. Del 17 al 20 de julio: Un golpe frustrado (2018). Los tres son estudios complementarios. El primero se trata de una historia general de la República, aunque más de dos tercios de esta narrativa se dedican a los siete últimos meses, y así es un li-bro que forma un paralelo con el de Ranzato y este que ahora se reedita, aunque cada uno dispone de sus propias estructuras y enfo-ques concretos. Existe cierta congruencia general entre estos tomos de tres autores diferentes, aunque también, huelga decir, muchísi-mas diferencias individuales.

El primero y el tercero de los libros recientes de Platón tienen que ver con el comienzo de la guerra misma, pero en ambos casos dedican mucho espacio al estudio de la crisis final de la República. Más mono-

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gráfico es el que tiene que ver con el primer día de la guerra en Meli-lla, porque la mitad del tomo está enfocado en los sucesos de aquel día en esa ciudad y en el Protectorado de Marruecos. La investigación que presenta aporta muchos datos nuevos sobre esto y también sobre la conspiración militar, que es el tema de la primera parte del libro. El tercero de los estudios de Platón es el más extenso y casi un tercio de sus alrededor de setecientas páginas trata de la conspiración militar, mientras prácticamente todo lo demás ofrece la narrativa más minu-ciosa que hemos tenido en los últimos años de los cuatro primeros días de la guerra, entre el 17 y el 20 de julio de 1936. Para el presente libro, lo más importante de estas dos obras es la luz nueva que han arrojado sobre la conspiración militar, con muchos datos originales.

La conspiración militar de abril a julio de 1936 es obviamente uno de los temas más importantes de la crisis de la República, y su discusión que-dó deliberadamente distorsionada por muchos años bajo la dictadura. Han aparecido varias obras sobre esta cuestión en los últimos años que no han añadido mucho a su esclarecimiento, porque en gran parte están basadas en los mismos datos que existían en los años de Franco. Sitúan la interpre-tación de esta materia exactamente al revés, pero sin aportaciones nuevas fundamentales. Platón ha profundizado mucho más.

Tal vez la obra más fundamental en la «reinvestigación» de la cons-piración militar sea el nuevo estudio de Roberto Muñoz Bolaños, que ha investigado tanto los aspectos políticos como militares. Al comien-zo de 2019 sigue inédito, aunque pronto estará disponible, y va a cons-tituir una aportación clave.

La última fase de la República parlamentaria quedará para siempre como el punto de inflexión de la historia de España en el siglo xx. Aunque en la actualidad no es políticamente correcto contemplarla y estudiarla de un modo detallado y objetivo, en el fu-turo atraerá la atención sobremanera de los que aman la verdad.

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introducción

el probleMa del Gobierno representativo en espaÑa

Con frecuencia, los historiadores han reconocido que el adve-nimiento de la Segunda República en España en 1931 cons-

tituyó un acontecimiento único, el único gran paso dado hacia la democracia en Europa durante una década de crisis económica y política. España era, de hecho, «diferente», pero del modo más ejem-plar. En ese momento, el país pareció volver a asumir el papel que había desempeñado en el siglo anterior, cuando introdujo la palabra «liberal» en el léxico moderno, siendo una fuente de inspiración para los progresistas de toda Europa. Primero fue la guerra de la independencia española contra Napoleón, la única y genuina «gue-rra popular» de la época, que despertó la admiración del continen-te, popularizando el término «guerrilla». De igual importancia fue la Constitución de 1812, la primera constitución liberal decimonó-nica europea, que, en la Europa central y meridional, Latinoaméri-ca y la Rusia de los decembristas, sirvió de inspiración a los libera-les durante toda una generación.

El drama del Gobierno liberal en la España del siglo xix radica de manera especial en el hecho de que ningún otro país del mundo realizó semejantes y persistentes esfuerzos por introducir tan avan-

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zadas formas políticas en similares condiciones de subdesarrollo so-cial y económico. Tal liberalismo prematuro pareció destinado al fracaso, en parte debido al hecho de que España nunca iba a cono-cer la «larga paz» de la que disfrutó la mayor parte de la Europa de-cimonónica, ya que durante una gran parte de ese tiempo estuvo embarcada en guerras de uno u otro tipo, con una reiteración ma-yor que cualquier otro país del mundo. Ese tumulto casi constante se debió, sobre todo, al legado del imperio, así como a los constantes esfuerzos por introducir un liberalismo más avanzado.

España fue el único país para el que el siglo xix comenzó y fi-nalizó con grandes conflictos internacionales —la guerra de la In-dependencia contra Napoleón entre 1808 y 1814 y la guerra cuba-no-americana de 1895-1898, con la guerra contra Marruecos de 1859 entre ambas—. Por si esto no fuera suficiente, se convirtió en la clásica tierra de guerras civiles, comenzando con el limitado con-flicto liberal-tradicionalista de 1822-1823 (al que puso fin la inter-vención militar francesa), seguido de la insurrección del campesina-do catalán en 1827 (Guerra dels Agraviats), la absolutamente agotadora primera guerra carlista entre 1833 y 1840 (en la que algo más del uno por ciento de la población total murió en acciones mi-litares), una insurrección carlista menor en Cataluña entre 1846 y 1849, la segunda gran guerra carlista entre 1873 y 1876 y la revuel-ta cantonalista republicana de 1873. A esto se añadieron numerosos y breves pronunciamientos civiles y militares, varios de los cuales conllevaron serias luchas, así como campañas a gran escala para re-primir los movimientos independentistas hispanoamericanos, pri-mero en la década de 1815-1825 y, más tarde, durante diez años, en la guerra de Cuba (1868-1878), a la que, a su vez, siguió la breve «guerra Chiquita» (1879-1880). A ellas pueden sumarse la campaña de Filipinas y la de Marruecos de 1894, así como la lucha por recu-perar Santo Domingo y los conflictos navales que tuvieron lugar en la costa occidental de Sudamérica durante la década de 1860. Las dos campañas principales de Cuba costaron al Ejército español un

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total de más de 100.000 bajas. En el siglo xix, ningún otro Estado europeo perdió, en proporción, tantas vidas y riqueza en sus campañas coloniales y, sin embargo, al final, España no conservó absolutamen-te nada mientras que casi todos los imperios coloniales europeos, incluso el portugués, experimentaron una gran expansión.

Fueron ante todo las guerras y la invasión extranjera las que desestabilizaron el Antiguo Régimen en España, otorgando al libera-lismo su oportunidad inicial, pese a que el país no se encontraba preparado para ello. Posteriormente, la política liberal avanzaría me-diante una serie de siete convulsiones y, en cada una de ellas, la inicia-tiva liberal o radical pretendería empujar las instituciones españolas más hacia la izquierda de lo que la sociedad estaba preparada o dis-puesta a apoyar. La historia política de la mayor parte de los siglos xix y xx puede así dividirse en un conjunto de siete subperiodos en los que el rápido y precoz avance liberal o radical iría seguido por un lar-go periodo de conservadurismo o reacción hasta que, en 1977, después de generaciones, se alcanzase por fin una democracia consensuada.

El surgimiento de la extrema izquierda en 1821 constituyó uno de los principales obstáculos. Cuando en 1820 tuvieron la oportu-nidad de regresar al poder, gran parte de los destacados «doceañis-tas» que habían redactado la Constitución de 1812 habían aprendido a moderar su política, pero se vieron superados por una nueva ge-neración minoritaria de liberales radicales, los «exaltados», que se hicieron con el poder en 1821. Estos impusieron una dominación centralizada y jacobina que ignoró algunas de sus propias leyes libe-rales en favor de un Gobierno coercitivo que apenas contó con el respaldo popular y pronto se vio derrocado por la intervención mi-litar francesa. Pese a lo desastroso de su política, establecerían una tradición exaltada española que reaparecía en otras cinco ocasiones, en cada una de ellas causando una catástrofe equivalente o peor y que perduraría durante más de un siglo. Salvador de Madariaga ha observado que el rasgo más corriente en los asuntos públicos espa-ñoles fue que la extrema izquierda siempre pretendió minar la más

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amplia causa izquierdista y liberal, conforme la tradición exaltada volvía a emerger en cada generación sucesiva. Sus avatares conti-nuarían siempre defendiendo la toma del poder, el rechazo de la moderación, el empleo de la violencia y el Gobierno coercitivo —una tendencia que se vio temporalmente superada por la genera-ción liberal y moderada de 1876 y, esperamos, de forma más permanente por la generación democrática de 1976—.

El liberalismo español decimonónico fue personalista y secta-rio, tendiendo en general a la fragmentación. Durante más de un si-glo, a través de la Guerra Civil de 1936, la élite política luchó con una larga y lenta transición desde la cultura del Antiguo Régimen a la modernización, a menudo exhibiendo el mismo egoísmo y riva-lidad que el mostrado por la aristocracia durante la monarquía tradicional. Persistió una especie de déficit psicológico cultural, to-davía más intenso en los grupos izquierdistas que en los derechistas, ya que entre aquellos se vio estimulado por la introducción de las modernas doctrinas radicales.

La primera gran era de convulsiones liberales y pronunciamien-tos militares perduró seis décadas, hasta 1874. La monarquía borbóni-ca restaurada, encabezada por Antonio Cánovas del Castillo, logró, por primera vez, establecer un régimen parlamentario estable y en general se mantuvo con éxito hasta la crisis de la Primera Guerra Mundial que sumió a la mayor parte de Europa en el tumulto. Cáno-vas fue el más importante estadista de la España moderna y no solo logró la estabilidad, sino que superó el gran defecto de los movimien-tos y regímenes liberales españoles: su exclusivismo y su tendencia a negar el acceso a otros. Esto es, habían insistido en imponer sus pro-pias versiones del liberalismo y el radicalismo, negando a sus rivales una razonable representación o una idéntica participación. Al con-trario, la restaurada monarquía parlamentaria se basó en lo que Carlos Dardé ha denominado «la aceptación del adversario», permitiendo un grado de acceso y representación a aquellas fuerzas rivales dispues-tas a aceptar la nueva Constitución y las reglas legales del juego. Cá-

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novas puso fin a lo que llamaba la política de «la bolsa o la vida». El sistema de la Restauración no introdujo la democracia desde el prin-cipio, aunque se estableció el sufragio universal masculino para las elecciones de 1890. Las elecciones estuvieron en gran parte controla-das por los partidos gobernantes y por las élites locales establecidas, un sistema que reflejaba el nivel de desarrollo social y cultural existente en la España de finales del siglo xix. Hasta el comienzo de la segunda mitad del siglo xx no existió la posibilidad de una genuina democra-cia. De hecho, la Restauración representó un gran logro cívico, creando estabilidad, estimulando el crecimiento económico y la mo-dernización y permitiendo la evolución de las instituciones liberales en aras de un mayor reformismo y una mayor inclusión. Esto hizo posible la exclusión de los militares de la política, ya que la interven-ción militar había derivado, sobre todo, del vacío o de la debilidad y división del poder civil más que de cualquier ambición militar inhe-rente. Al mismo tiempo, como la mayoría de los regímenes decimo-nónicos, la Restauración adoleció de notables limitaciones que, a principios del siglo xx, no pudieron superarse con facilidad.

A comienzos del siglo xx, España contaba con una de las histo-rias políticas «modernas» más largas del mundo, que arrancaba del momento en que se convirtió en el segundo gran país europeo en adoptar, de manera independiente, una Constitución liberal mo-derna en 1812. Después de 1900, el desarrollo se aceleró, mientras que la Primera Guerra Mundial trajo consigo tanto una nueva pros-peridad como nuevas tensiones, con la presión por la democratiza-ción y también, por primera vez, por la revolución obrera. La Restauración, como todos los sistemas decimonónicos de liberalis-mo elitista, debía reformarse para sobrevivir. En más de la mitad de los países europeos, todavía no se había logrado la transición hacia una democratización exitosa. El sistema español se reformó lo sufi-ciente como para permitir un cierto grado de semidemocracia parcial en las ciudades más grandes pero, en la mayor parte del país, persis-tió el sistema caciquil de control político. Aún más, la muy limitada

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descentralización alcanzada entre 1907 y 1923 resultaba totalmente inadecuada para satisfacer las exigencias de los nuevos nacionalis-mos periféricos y de otros movimientos autonomistas. Conforme la «cuestión social» se desplazaba hacia el epicentro de los asuntos pú-blicos, la dominación anarcosindicalista y revolucionaria del único gran sindicato existente, la CNT, resultó ser, después de 1917, un problema insoluble, produciendo escaladas de violencia que, en úl-timo término, amenazaron la propia estabilidad del sistema político.

La Restauración no constituyó, sin embargo, un fracaso econó-mico ya que logró un desarrollo económico acelerado, sobre todo en la etapa de la Primera Guerra Mundial. El problema del desarrollo acelerado estuvo relacionado con su tardía implantación, una vez que el efecto demostración de economías y estructuras sociales más avan-zadas de la Europa noroccidental comenzó a ejercer su influencia so-bre la psicología española. La inflación que acompañó a la guerra creó auténticas dificultades e intensificó las exigencias laborales, sobre todo a la vista de los grandes beneficios obtenidos por los propietarios. A ello se añadió la ausencia de un movimiento socialista relativamente fuerte y moderado, como ocurría en la mayoría de los países euro-peos. Así, tras la Primera Guerra Mundial, emergió una combinación de factores, incluida la mentalidad bastante dura de los patronos espa-ñoles, para crear una situación laboral explosiva que durante varias décadas no pudo resolverse de modo constructivo.

A principios de los años veinte existió un fuerte sentimiento de que el sistema político se encontraba bloqueado y de que no sería capaz de reformarse a sí mismo, que las élites establecidas todavía controlaban el sistema con tal puño de hierro que este apenas podía reformarse. Aunque se llevaron a cabo ciertos progresos, no existió avance alguno hacia la democratización —fuese o no verdadera-mente viable— y el incremento de la fragmentación dificultó toda-vía más la existencia de un Gobierno responsable. No obstante, el sistema no habría resultado derrocado en 1923 de no haber sido por el punto muerto en que se hallaba la guerra colonial en el re-

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cién establecido Protectorado de Marruecos, lo que generó una mayor presión por un liderazgo más decisivo.

En principio, gran parte de la opinión política informada, que incluía a muchos liberales, dio la bienvenida a la pacífica imposición de lo que, de forma universal, se percibió como una dictadura simi-lar a la de Lucio Quinto Cincinato por parte del general Miguel Primo de Rivera, en 1923. Se contempló la dictadura como una forma de cortar el nudo gordiano de la reforma, que ya no podía ser asumida por el normal sistema político y, en cierto sentido, tal per-cepción pudo haber sido válida. La violencia política se controló con facilidad mediante la ley marcial, al tiempo que la dictadura pudo aprovechar la nueva oportunidad que se le presentó en 1924-1925 para alcanzar la pacificación del Protectorado de Marruecos en colaboración con Francia.

Como dictadura verdaderamente al estilo de Cincinato, o tem-poral, pudo haber existido cierta justificación limitada para el pro-nunciamiento de Primo de Rivera, justificación que, sin embargo, solo se extendía hasta la completa restauración del orden y una rea-lineación muy temporal del Gobierno, junto con la resolución de la crisis de Marruecos y que ya había concluido a finales de 1925. Si se hubiese puesto punto final a la dictadura en ese momento, la histo-ria española hubiese contemplado a Primo de Rivera como un dic-tador benigno, incluso como a un salvador. Sin embargo, en 1926, la institución de una «dictadura civil», con ministerios civiles regulares, indicaba toda la intención de hacer de la dictadura algo semiperma-nente y, posteriormente, intentó revisar la Constitución en una di-rección permanentemente autoritaria. Aunque en 1930 había fra-casado por completo, en el proceso puso fin al sistema parlamentario de la Restauración, creando lo que resultó ser una interrupción de-cisiva en el Gobierno constitucional. Provisionalmente se había aceptado una dictadura temporal para resolver un conjunto de cri-sis, pero esta debía concluir tan pronto como se hubieran resuelto las más inmediatas. Lo que es más, su aceptación y apoyo tácito por

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parte de la Corona (aunque Alfonso XIII no había conspirado para instalarla) identificó de modo fatal a la monarquía borbónica con el derrocamiento del sistema constitucional. El hecho de que, en su levedad, hubiera constituido una de las más benignas dictaduras del siglo resultó, en términos de sus efectos a largo plazo, irrelevante.

Si Primo de Rivera hubiera hecho todo lo contrario, dando paso en 1926 a una reforma electoral semidemocrática, podría ha-ber pasado a la historia como uno de los grandes benefactores del país. El reinado de Alfonso XIII hubiese constituido entonces una monarquía constitucional y democrática, manteniendo una conti-nuidad de las instituciones que era, con toda probabilidad, necesaria para que un nuevo sistema de democracia alcanzase el éxito. Tal y como ocurrió, la dictadura de Primo de Rivera se convirtió en el pecado original de la política española del siglo xx. Creó una rup-tura decisiva con el movimiento constitucional, puso fin a la evolu-ción parlamentaria del régimen más progresista de la historia espa-ñola, comprometió fatalmente a la monarquía y dejó tras de sí un clima político radicalizado que rechazó la reanudación de la refor-ma moderada.

No obstante, las perspectivas de una reforma constructiva no fueron del todo inexistentes cuando el dictador renunció a fina-les de enero de 1930. La situación en Marruecos era estable, la eco-nomía había experimentado una enorme expansión y la subversión interna se había sofocado por completo. Pero un Gobierno tímido e inepto, un gobernante incierto, la división política y la falta de li-derazgo malgastaron totalmente los siguientes quince meses. Los antiguos partidos monárquicos, en su mayoría, se habían desvaneci-do y ya no era posible reagruparlos con facilidad. El más eficaz po-lítico monárquico subsistente, Francesc Cambó, se vio afectado por un cáncer de garganta y no estaba disponible. El Gobierno repitió el error del Gobierno provisional ruso de 1917, al retrasar la cele-bración de nuevas elecciones, el único modo de lograr un Gobier-no legítimo, y mientras que los rusos solo las pospusieron nueve

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meses, el Gobierno de Madrid lo hizo durante quince, un error fa-tal. Conforme transcurrían los meses y continuaba esa ley arbitraria, crecía la marea de alineación y republicanismo. Cuando, finalmente, se celebraron las elecciones en abril de 1931, se cometió otro gran error, al comenzar por los comicios municipales, a los que seguirían los provinciales y solo más tarde los nacionales. Esto soslayó el he-cho de que la izquierda siempre había obtenido mayores éxitos a nivel local que nacional y garantizó el máximo voto para la oposi-ción republicana en las primeras elecciones a celebrar a las que la izquierda convirtió, de un modo en cierta forma artificial, en una especie de plebiscito, aun no siéndolo a nivel técnico. En ese punto, pareció que la monarquía había perdido el apoyo popular y, de ma-nera muy abrupta, entregó el poder a la nueva cúpula republicana.

Más que implantarse bajo la guía estabilizadora de las institucio-nes establecidas, la nueva democracia comenzaría como un régimen cuasirrevolucionario, construyendo sus instituciones y prácticas polí-ticas ab novo. Así, el interludio dictatorial tuvo como efecto el devol-ver a España a la era de los pronunciamientos y las convulsiones. Aun-que la Segunda República no estuvo, de modo inevitable, condenada al fracaso, un sistema democrático hubiese contado con mejores po-sibilidades si se hubiera asociado con unas instituciones más históricas y conservadoras, las cuales podrían haber servido para arbitrar y cana-lizar a las nuevas grandes fuerzas democráticas. Por supuesto no exis-tió garantía alguna de que una monarquía constitucional y democra-tizada hubiera obtenido un mayor éxito bajo las presiones radicales de los años treinta del que obtuvo la República, pero, probablemente, sí la hubiera obtenido a la hora de evitar la total polarización. Una vez que, entre 1923 y 1931, se hubo derrocado al único régimen liberal de tolerancia y evolución progresista de España, ya no volvería a recu-perarse tal sistema durante casi medio siglo.