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Tanatología Módulo II

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Tanatología Módulo II

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Tanatología

Módulo II

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ii | Índice

Índice

2.1 La comunicación con el enfermo terminal 1

Problemas en la comunicación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2

Formas de comunicación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 4

La confidencialidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 12

La comunicación y la solidaridad activa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 12

2.2 Manejo del proceso de pérdida por muerte 14

Los efectos de la pena . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15

Métodos de duelo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 16

Estrategias de manejo: que hacer ante una pérdida por muerte . . . . . . . . . 16

Ayudando a los sobrevivientes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 16

2.3 La muerte de algún miembro de la familia 18

La muerte del cónyuge . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 18

La muerte de los padres . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23

La muerte de los hijos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 25

La muerte de los hermanos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 29

Bibliografía 30

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2.1 BASES PARA MEJORAR LA COMUNICACIÓN CON EL ENFERMO TERMINAL

♦ Wilson Astudillo y Carmen Mendinueta

«La inspiración está en ver una parte del todo con la parte del todo que hay en ti»

♦ K. Gibran

Una buena comunicación es una necesidad humana básica y, como tal, un requerimiento esencial en el cuidado del paciente, en particular si padece una enfermedad terminal. Influye positivamente en el control de diversos problemas emocionales como la ansiedad y depresión y en el alivio del dolor y otros síntomas físicos.

Muchos pacientes con cáncer agradecen poder hablar sobre sus temores y dificultades con alguien que pueda ofrecerles ayuda, pero necesitan frecuentemente un estímulo para hacerlo. El médico y el equipo que les atiende, deben procurar iniciar el diálogo en una forma abierta que demuestre voluntad para conversar sobre las cosas que les preocupan, desde el mismo momento en que se entra en contacto con ellos. Una buena comunicación se construye a partir de la sinceridad y capacidad para demostrar comprensión por la situación que están atravesando el paciente y su familia.

La comunicación es un proceso continuo que ocupa entre un 70-80 % de nuestro tiempo de vigilia. De ese tiempo, casi la mitad, un 45 %, lo pasamos escuchando, mientras que hablar nos lleva un 30 %, leer un 16 % y escribir un 9 %. Las principales razones por las que la gente se comunica con otras personas son:

♦ Establecer contacto.

♦ Liberar tensiones.

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♦ Informar.

♦ Persuadir.

♦ Entretener.

Problemas en la comunicación

Modelos del pensamiento en la enfermedad

Los pacientes con cáncer tienen algunos problemas especiales en la comunicación debido a que los procesos de razonamiento en la enfermedad no son los mismos que en la salud. Diversos sentimientos tales como el temor cambian al pensamiento para hacerle más emocional y a momentos irracional, influyendo intensamente en la forma como se da y se recibe una nueva información. Esto genera reacciones inesperadas en las que el paciente severamente enfermo, aunque parezca estar en posesión completa de sus facultades mentales, responde con frecuencia de forma contraria a como lo haría una persona sana y explica la falta de cooperación demostrada por algunos de ellos. El grado de estos cambios en el pensamiento varía con la personalidad del paciente, la severidad de la enfermedad, el significado que se le asigne y el lugar en donde ésta acontece.

La ansiedad y actitudes de los cuidadores

La ansiedad del momento es una barrera para una comunicación eficaz, porque causa distorsiones, desviaciones del énfasis, incapacidad para comprender, recordar o para oír. Si el médico desea asegurarse de que el paciente comprende lo que se le dice, deberá intentar primero reducir la ansiedad. Esto se logra más en forma no verbal que verbal a través de la escucha cuidadosa y por la creación de una atmósfera de confianza.

La actitud del médico y la forma como habla con el paciente son muy importantes: unos pocos minutos de conversación sentado son percibidos por el paciente como mucho más largos que el mismo

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período en posición de pie. Cicely Saunders considera que «el tiempo no es una cuestión de longitud, es una cuestión de profundidad».

Olvido

Para que una comunicación sea eficaz es necesario que el paciente recuerde lo que se le ha dicho. Ley y Spelman (1965) demostraron que poco tiempo después de la consulta con el médico, los pacientes externos olvidan la tercera parte de lo que se les ha indicado y que, posteriormente, no recuerdan el pronóstico un 20 %, el tratamiento, un 48 % y las instrucciones el 56 %. Se ha revelado también que menos de la mitad de la población comprende el 70 % del material escrito como el que puede contener una hoja de Rx, de medicación o en los folletos explicativos lo que se acentúa por el hecho de que los enfermos no formulan más preguntas por falta de las necesarias destrezas sociales, por no sentirse avergonzados o parecer poco inteligentes.

La psicología del conocimiento ha descubierto que nuestra memoria a corto plazo, que procesa la información temporalmente, puede retenerla por muy poco tiempo, sólo 18 segundos, antes de que desaparezca de la mente y además, sólo cuatro ó cinco cosas a la vez. La mayor parte de lo que escuchamos aun cuando luego resulte ser lo más importante, lo tratamos con la memoria a corto plazo. La persona normal recuerda sólo la mitad de lo que cree haber oído, aunque haya escuchado con atención y 48 horas más tarde, únicamente el 25%.

Un factor importante a considerar en el proceso de retención es que cuanto mayor sea la cantidad de información que se dé al paciente, mayor es la proporción de lo que éste olvida. Ley (1977) ha demostrado que la memoria de los enfermos puede mejorar en varias formas si tomamos en cuenta: 1) que recuerdan lo que primero se les dice antes que lo último, no importa cuál sea su trascendencia, así como la información dada con categorización explícita, por ejemplo: «Primeramente le diré lo que no está bien en Ud., y luego describiremos el tratamiento». Si se considera necesario poner más énfasis en lo último, éste deberá ser explicado inicialmente de modo que sea más tenido en cuenta. 2) Las cosas que se dicen en un lenguaje simple se memorizan más fácilmente. 3) Retienen más los consejos dados con carácter específico que en forma general (por ejemplo: «Ud., debe caminar 2 km al día», mejor que «deberá hacer más ejercicio»). 4) La repetición refuerza el recuerdo, por lo que los pacientes a los que se les pide que repitan lo que se les ha dicho, a la vez que se evalúa su comprensión, recuerdan mucho mejor. La combinación de estas técnicas de categorización, repetición y de dar consejos específicos produce una mejoría significativa en la eficacia de la comunicación.

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Formas de comunicación

La forma como se recibe una comunicación se encuentra alterada por las creencias, historia de la vida, cultura, usos del lenguaje del receptor y muchos otros factores. Es necesaria una amplia educación en este campo porque la experiencia técnica no es suficiente por sí sola para proveer el «cuidado total» requerido para dar el bienestar físico y emocional al paciente. Las palabras pueden ser hermosas e importantes pero las hemos sobrevalorado en exceso, ya que no representan la totalidad, ni siquiera la mitad del mensaje. Los seres humanos nos comunicamos simultáneamente a muchos niveles, conscientes e inconscientes, y empleamos para ello la mayoría de los sentidos. Luego integramos todas estas sensaciones mediante un sistema de decodificación que algunas veces llamamos sexto sentido: la intuición.

La comunicación tiene formas verbales y no verbales. Algunas sirven para dar mejor un mensaje determinado, pero, por regla general, todas son necesarias en combinación para dar el mensaje total. Los miembros de un equipo de atención tienen que ser observadores astutos, buenos escuchas y eficaces comunicadores. Deben conocer las distintas etapas del proceso de adaptación a la enfermedad por las que atraviesa el paciente para reconocer sus señales de deseos de información, de que se respete su silencio, comprender la negación y la ira y reconocer los mecanismos que desarrolla para enfrentarse a lo inevitable.

El decir al paciente que la evolución de su enfermedad no es buena y que son escasas sus esperanzas, requiere mucha sensibilidad y capacidad para comunicarse. Si bien todos los enfermos tienen un derecho de saber sobre lo que tienen, no todos necesitan saberlo todo. La verdad tiene un amplio espectro con la suavidad en un lado y la dureza en el otro. Los pacientes siempre prefieren la verdad delicada. La meta de los cuidados paliativos es hacer la muerte un poco más fácil. No aplicar el dogma de siempre divulgar la verdad.

Es necesario planificar adecuadamente lo que se va a decirle, en particular cuando se va a proponer el retiro del tratamiento activo, procurando partir de lo que el paciente sabe y quiere aclarar para darle las noticias según sean sus deseos, a la vez que se le muestra un firme apoyo durante los procesos de aceptación de la realidad No importa la forma delicada y experta con que hayan sido comunicadas las malas noticias, el efecto es que se cambia la realidad del paciente.

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Una vez que pasa el shock de conocer sobre su padecimiento, debemos disponer de tiempo suficiente para contestar sus preguntas. Las respuestas deben ser realistas, pero deberán terminar en la forma más positiva. Como dice Macrae, «los pacientes no consideran suficiente que se les diga que piensen positivamente. Necesitan un ambiente positivo en sus cuidados». Se recordará siempre que todas las situaciones son diferentes y únicas como es el individuo al que se está hablando y que los enfermos agradecen ser tratados con cortesía, simpatía (o empatía), sensibilidad y humildad.

El enfermo desea oír, especialmente en esta etapa de incertidumbre, que sin importar lo que le suceda, existe un equipo de atención que va a hacer todo lo que se pueda para ayudarle, mantenerle libre del dolor y de cualquier sintomatología molesta que aparezca; que se le continuará cuidándole y visitándole regularmente y que alguien de este equipo estará siempre disponible.

I. Comunicación verbal

El escuchar y atender a lo que el paciente dice permite al médico comprender cómo la enfermedad le afecta como persona, volviéndose el centro de su vida. Es preciso escucharle con cuidado y responder a lo que dice como también a sus diversos mensajes no verbales porque ello nos dará indicaciones de sus pensamientos, sentimientos y necesidades. Así, si dice que está temeroso de morir, una respuesta más apropiada sería: «¿Lo cree Ud.?». Dígame, «¿Qué es lo que quiere decir con eso?». De esta manera se sentirá estimulado para expresar mejor sus temores La pregunta «¿Por qué a mí?», es a menudo una comunicación de sentimientos y no una petición de respuesta. Cuando el enfermo note que sus preguntas son tomadas en serio y contestadas con cuidado, se sentirá gradualmente más capaz para discutir su situación y de enfrentarse a la realidad. Si no se recogen a tiempo las señales de petición de ayuda que da el paciente, éste las repetirá por varias veces, pero si no hay respuesta, no lo volverá a intentar y se encerrará dentro de sí mismo, siendo difícil establecer una comunicación con él posteriormente. El médico deberá adoptar una actitud que permita al paciente revelar sus ansiedades e indicarle en ocasiones que espera que le haga algunas preguntas.

El proceso de escuchar. Consideramos conveniente hacer una revisión de lo que representa escuchar adecuadamente por ser una parte esencial de la comunicación. Es una forma de hospitalidad e indica a la otra persona que lo que está diciendo es importante y que él o ella son importantes. La capacidad de escuchar es una función extraordinariamente complicada que se aprende instintivamente pero que puede perfeccionarse. Demanda energía y propósito y no necesita mucho tiempo. P. Kaye llega a indicar:

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«Deme 10 minutos de escucha interesada, no interrumpida y le diré a Ud. todo lo que necesita saber para ayudarme». Apreciar inteligentemente el verdadero significado de un mensaje, según Steil y otros, exige la comprensión esencial del propósito subyacente en la comunicación de la persona que habla. «Un hombre que sepa escuchar —dice G. Jennings— puede oír incluso cosas que aún no han sido dichas».

El proceso de escuchar es una actitud, un modo de relacionarse con el mundo, que consta de cuatro elementos: sensación o percepción, interpretación, evaluación y respuesta (S.I.E.R.) que se intercalan continuamente. La primera nos permite sentir, oír y captar las expresiones verbales o gestos corporales. La capacidad de interpretar, facilita la comprensión de lo captado; la evaluación relaciona el mensaje recibido con el conocimiento y experiencias previamente existentes para responder y decidir lo importante y la validez que tiene en el contexto dado. La capacidad de responder, finalmente, consiste en la elaboración de un mensaje exterior para hacer saber que hemos comprendido lo que nos ha sido transmitido.

La comunicación puede fallar por varias razones:

1. Que no siempre oímos el mensaje porque hemos desarrollado el hábito de creer que sabemos lo que van a decir o que conocemos muy bien lo que piensan nuestros interlocutores.

2. Por la existencia de muchos motivos de distracción en el entorno.

3. Alejamiento de la fuente de emisión del sonido.

4. Escaso interés. No se escucha lo que no se quiere escuchar.

5. Falta de tranquilidad interna.

6. Cuando se subestiman los tres primeros niveles del acto de escuchar y se va directamente a la respuesta. Si se falla en la percepción, se fracasará en los restantes niveles, por lo que la respuesta será, generalmente, inadecuada y, en ocasiones, desastrosa.

Una técnica que ayuda notablemente en la comunicación es darse totalmente a cada persona en la breve duración de la conversación, esto es, reducir el mundo por un momento a esta persona y otorgarle toda la atención que se dedicaría a uno mismo en las mejores circunstancias. Los signos externos de tal atención pueden variar de persona a persona tanto si se muestra interés mediante comentarios del tipo «¿Si?», «¡Muy interesante!» o «¡siga por favor!» como intercalando breves preguntas. Esto no indica necesariamente estar de acuerdo, sino sólo receptividad y afecto para hacer que la persona que habla note que se le hace caso, que se le ha entendido y respetado.

Los pequeños malentendidos se deben generalmente a un descuido, a una distorsión afectiva o, como se

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suele decir, a no escuchar. Hace tiempo, alguien propuso, como medio para mejorar realmente la comunicación, estar en disposición de poder repetir todo lo que el otro ha acabado de decir. Muchas veces oímos pero no entendemos y, en lo que se refiere a los aspectos más serios de la vida dependemos de creencias y suposiciones inconscientes, la mayoría de las cuales no son comparables y preferimos, por ejemplo, no escuchar a alguien por la forma que viste o hacerlo aunque diga tonterías por la simple razón de que habíamos oído que era muy inteligente.

La comparación de ciertos datos relativos a la vista y al oído nos permite demostrar cómo, incluso en el nivel sensorial más elemental, el sentido auditivo desempeña un papel extraordinariamente importante en la comprensión del mundo. Así, mientras la asimilación auditiva es omnidireccional, la visual está limitada por el ángulo de visión; el oído, más sensible que el ojo, exige una menor cantidad de energía para su activación; el tiempo de reacción del oído es menor que el de la visión, (153 y 174 milisegundos, respectivamente), y finalmente la audición, con una mayor capacidad de uso continuado parece ser más duradera que la visión. Contrariamente a lo que podría pensarse, la vista sólo proporciona el 20 % de los estímulos, al gusto, al olfato y al tacto se les atribuye un 10% a cada uno. El resto corresponde al oído.

La evaluación está en relación con la mente, el conjunto de pensamientos, sentimientos, emociones y experiencias que un individuo tiene en el curso de su vida. William Hartzell señaló «que muchas veces las personas no escuchan porque se sienten amenazadas».

El modelo S.I.E.R. sirve como instrumento de diagnóstico y para determinar cuál ha sido el fallo que se ha producido en anteriores ocasiones en que la comunicación ha fracasado. Se utiliza para analizar los puntos fuertes y débiles de la conducta de una persona que escucha. Una vez conocido el nivel en el que se ha originado la dificultad, se puede, en algunos casos, corregirla o enmendarla o por lo menos, aprender algo de ella.

Actitudes que ayudan a escuchar mejor:

1. Tener el deseo de no ser el único que hable. Dejar hablar a los demás debe ser la primera actitud a desarrollar. Al atender a un enfermo se iniciará la conversación con palabras positivas como: «Es bueno volver a verle», evitando hacer preguntas que puedan evocar una respuesta negativa, por ejemplo: ¿Cómo está Ud.?

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2. Tener consideración y amabilidad hacia las personas con quienes uno habla y demostrarlo. Aceptar a la persona que hace la propuesta más que a la propuesta en sí, reduce casi siempre la probabilidad de que le demos respuestas emotivas y origina una comunicación más sincera y plena.

3. Voluntad de hacer que la escucha se torne parte activa del proceso de comunicación. Hacerse responsable al menos del 51 % del proceso completo de la comunicación. Es importante escuchar activamente y tratar de hallar motivos de interés en cualquier tema que inicie la persona que habla, juzgar las ideas, no los hechos, poner empeño en atender, evitar distracciones, mantener abierta y flexible la mente durante todo el tiempo y dar al que habla la sensación de que se está interesado y disfrutando con lo que él dice. No nos harán caso si cuando hablamos no nos referimos a sus problemas, ayudándoles a resolver o atendiendo de algún modo a sus intereses, a lo que dedican su tiempo y atención. Hay que ocuparse de lo que les preocupa si queremos que se comuniquen con nosotros.

4. Establecer un clima agradable y celebrar la conversación allí donde el interlocutor se sienta más cómodo ayuda a la comunicación, en especial sin un escritorio de por medio. Dar la sensación de que no se tiene mejor cosa que hacer en esos momentos.

5. Estar dispuesto a oír a la otra persona en sus propios términos. Los mensajes que merecen atención no siempre se presentan bien y de modo agradable, por lo que se debe hacer el intento de entenderlos.

6. Estar preparado acerca del tema en cuestión. Si en cualquier etapa el paciente indica por su manera de hablar que no desea considerar a su enfermedad fatal, es equivocado forzarle a reconocer la verdad. No hay que comprometerse con los familiares a no revelar la información si el paciente la desea.

7. Ser comprensivo con las circunstancias del interlocutor. Usar palabras con carácter positivo para dar malas noticias antes que las negativas. Por ejemplo, decirle: «Por ahora, su energía está limitada, o las cosas últimamente no parecen ir tan bien como quisiéramos», en lugar de: «Está Ud. débil y las cosas van a peor». Los pacientes a veces piden que los médicos no hablen a los familiares en voz alta o tan cerca de ellos de manera que oigan cosas que no desean oír. Esta falta de cuidado es inhumano. Si las noticias son malas, no se debe retirar la esperanza. Aun cuando se tenga conocimiento de que el cáncer ha llegado a una etapa en la cual no se

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puede curar, deberá añadirse: «Ud. puede mantenerse o vivir con él por algún tiempo. Siempre puede haber posibilidades de remisión».

8. Escuchar como si se fuera a redactar un informe y resumir los puntos principales servirá para destacar las ideas interesantes, así como aquellas que necesitan clarificación.

Un elemento muy importante en la comunicación oral es comprender el estilo de aprendizaje del interlocutor. Algunas personas aprenden mejor viendo, otras sintiendo y otras oyendo, y debemos tener presente que todos somos fruto de la combinación de estos diferentes tipos, si bien la mayoría de personas tiende a emplear uno con predominio sobre los demás

II. Comunicación no verbalLa comunicación no verbal, responsable del

80% de todas las comunicaciones entre el médico y paciente, empieza tan pronto como una persona está en la presencia de otra. Aun cuando no se hablen, son varios los mensajes que intercambian entre ellos. Se muestran lo que sienten por las expresiones faciales, postura, apariencia física, movimientos y el tono emocional de la Voz y timbre. Los pacientes son muy receptivos sobre el comportamiento no verbal del personal médico, en particular si no conocen el mal que sufren y tratan de adivinar a través de ellos datos que les aclaren sobre su situación. La comunicación no verbal, la forma como miramos a alguien y le damos las manos es de particular importancia cuando las palabras se hacen difíciles. El compartir de esta forma más que con palabras es intensamente necesario para aquellos que hablan un lenguaje diferente, los sordos o demenciados, para los que tienen un lenguaje ininteligible a consecuencia de una parálisis, cáncer de la lengua o laringe.

El contacto visual. El contacto ocular es una forma de comunicarse y de llegar a la gente. Intensifica una emoción positiva o negativa, el afecto y la comprensión. El paciente aprecia que se le mire a los ojos, especialmente cuando está hablando, porque significa preocupación por lo que está diciendo. Como norma general, las pupilas suelen dilatarse cuando una persona siente un profundo interés en un tema de conversación.

El tono de voz. La emoción se comunica también por el tono de voz. Las variaciones en el timbre, intensidad, énfasis, pueden dar a conocer nuestro estado emocional y denotar confusión, tristeza, temor, fatiga y dolor. El mensaje se transmite por las claves no verbales cualesquiera que sean las palabras que los acompañen Los investigadores han demostrado que de las palabras en concreto se obtiene un 7 % de comprensión, mientras que los principales transmisores del lenguaje son el tono de voz, 40 %, y la postura, gestos y expresiones faciales, un 53 %. Esto nos sugiere que independientemente de la atención que

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pongamos al escoger las palabras o de la brillantez de nuestros argumentos, nuestra comunicación puede ser ineficaz por el tono de voz que hemos utilizado o por nuestros movimientos corporales.

El contacto humano. El tacto es un importante componente de la comunicación no verbal. Puede servir para comunicar comodidad, confianza, seguridad y cuidado. La persona que está temerosa e insegura tiene una mayor necesidad de contacto físico cercano que aquella que está fuerte e independiente. El sujetar la mano, o poner un brazo sobre el paciente o familiar ansiosos les da confortabilidad y seguridad. El significado de un abrazo puede yacer en su espontaneidad, indicando un sentimiento humano. Transmite el importante mensaje de que el paciente no será abandonado y que siempre tendrá a su lado un ser que le aprecie. A veces, el tacto es la única forma de comunicación y de expresión de cuidado que se puede dar, en particular cuando el paciente está en delirio o ha entrado en inconsciencia.

Los moribundos se encuentran aislados no sólo mental y emocionalmente sino también físicamente. Las personas, en general, y aún los seres queridos les abandonan, no les tocan. El beso en los labios se vuelve un beso en la frente, luego el tacto ligero sobre el brazo se convierte en el adiós desde la puerta. Cuando el médico le visita, se coloca al pie de la cama. Por todo ello, el tacto es especialmente valioso para el enfermo terminal, quien agradece frecuentemente un silencio compartido o un apretón de manos como una señal de apoyo.

El tacto no es sólo una forma de comunicación. La gente necesita el contacto humano para satisfacer lo que se ha llamado «hambre de piel», común a todos los mamíferos. El apoyo que se expresa por el tacto se evidencia en el aumento del grado de confianza y de expresión de sentimientos que observan los enfermeros y fisioterapeutas durante los procedimientos que implican un contacto físico. Si bien el tacto es una parte inevitable de los procedimientos médicos y de enfermería, aquel que transmite algo de nosotros mismos, es el que comunica cuidado al paciente. Es necesario aprender a comunicarse no verbalmente con los pacientes mientras se llevan a cabo pruebas rutinarias, usando el tacto, la expresión facial y el contacto ocular para comunicarle simpatía. La sonrisa, los movimientos de la cabeza, los gestos de las manos, una ligera inclinación hacia adelante y actitudes con los brazos abiertos significan calor personal, mientras que las posiciones de brazos cerrados tienden a indicar frialdad, rechazo, e inaccesibilidad.

Elementos negativos para una eficaz comunicación. Los que cuidamos a los enfermos podemos, sin darnos cuenta, estar usando técnicas que nos mantengan a una distancia emocional de los mismos; así, por ejemplo, si decimos al paciente que no hay razón para sentirse mal, le podemos estar indicando que sólo aceptamos los pensamientos positivos y que pretendemos que nos diga que está bien aunque en realidad se sienta preocupado o infeliz y desearía hablar sobre su situación real. Nuestro tono de voz, movimientos corporales, expresiones faciales, son formas por las que inconscientemente les podemos indicar que no deseamos escucharles. La postura hacia atrás y la elevación de la mandíbula, quizá sugiriendo superioridad,

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se correlacionan con insatisfacción del paciente. Si no les damos oportunidades para la comunicación, ésta no se realizará.

Según Madelyn Burley Allen, autora de «Listening: the forgotten Skill», y citada por Steil, señala que los siguientes detalles respecto al comportamiento físico influyen negativamente en la efectividad de la información.

Elementos negativos en la comunicación no verbal:

♦ Alzar la ceja

♦ Fruncir el entrecejo

♦ No mirar al interlocutor

♦ Poner los ojos en blanco

♦ Mantenerse rígido

♦ Manifestar nerviosismo

♦ Suspirar Volver la cabeza una y otra vez

♦ Dejarse caer sobre un sillón

♦ Poner expresión crítica

♦ Tamborilear con los demos

♦ Mover los pies

♦ Hacer votar una pierna

♦ Mijar el reloj con frecuencia

«A medida que aumenten nuestros conocimientos sobre la comunicación no verbal y crezca nuestra sensibilidad, encontraremos —según Flora Davis — una fuente de placer, de entendimiento y relaciones compartidas que en este momento sólo podemos presentir» y concluye diciendo que «las personas son enorme y bellamente sensibles entre sí, sin ser siquiera conscientes de ello».

La música como ayuda a la comunicación. La música ha sido empleada, tanto en la comunicación verbal como en la no verbal, para movilizar los sentimientos profundos. La liberación de emociones que ésta provoca ayuda al paciente a entrar en contacto y a reconocer sus sentimientos reprimidos como el duelo y la tristeza. Actúa como un medio catalizador que permite descongelar o romper las fronteras psicológicas y emocionales que se ha puesto el enfermo para conocer algo más de su conciencia interna, de otro modo inalcanzable a las palabras o al tacto corporal.

La música puede también alterar el ánimo, reduciendo el dolor, la ansiedad y depresión que interfieren con la comunicación y puede dar comodidad cuando las palabras son inapropiadas.

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La confidencialidadLa comunicación con los pacientes impone la obligación de confidencialidad. Si los enfermos no

están seguros de que el médico cumplirá con esta obligación, faltarán las bases para una buena relación posterior. Sin embargo, esta confidencialidad tiene sus excepciones:

1. Cuando la información confidencial necesita ser compartida con otros profesionales de salud para permitirles participar en la investigación y en el manejo de la enfermedad del paciente.

2. Cuando la condición del paciente constituye un riesgo para la salud y bienestar de otras personas.

3. Cuando la información sea requerida por un familiar muy cercano y conozcamos que el paciente no desea saber sobre la fatalidad de su enfermedad”.

La comunicación y la solidaridad activaLas necesidades de un paciente con cáncer no son

diferentes de las de otras personas, aunque existe una mayor dificultad para resolver algunas de ellas como el sentirse útil, mantener su autoestima, su dignidad, amor y comunicación y, si bien podemos apoyar mucho al enfermo a través de nuestras palabras, no debemos olvidar que en determinadas circunstancias son más importantes otras acciones, como el organizar una ayuda práctica en la rutina diaria de sus cuidados y para el apoyo de las personas que intervienen en el cuidado del paciente.

Los médicos debemos educarnos también sobre cómo disminuir la ansiedad que se origina en nosotros por el cuidado de pacientes con una enfermedad severa, especialmente cuando fallecen al poco tiempo de entrar en relación con ellos, e intentar aprender formas para contrarrestar y sobrellevar estas situaciones más apropiadamente. Los que intervenimos en los Cuidados Paliativos debemos empezar el entrenamiento con un diálogo sobre nuestra propia muerte, lo que desearíamos que se haga cuando vayamos a fallecer, con quienes quisiéramos hablar, las vías de información, el control del sufrimiento espiritual y el alivio de los diversos síntomas.

Esta revisión ha pretendido recordarnos la importancia de la comunicación y como mejorarla, además

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de que comprendamos que no podemos hablar sin colorear lo que decimos porque somos nosotros mismos una parte del mensaje. Nuestro trabajo tendrá mejores resultados si lo hacemos como parte de una labor en equipo y si funcionamos como tal para apreciar y aprovechar la experiencia de los otros miembros y tener una atención más correcta hacia nuestros compañeros y hacia los pacientes a los que servimos. Debemos tener presente, como bien se expresa Khalil Gibran, que «cuidar a un paciente es una forma de conservación» y que para éste, el ser escuchado y tener una buena comunicación es uno de los mejores medios terapéuticos. El éxito de la comunicación se medirá por la gratitud del paciente y la propia satisfacción del médico ante un trabajo bien hecho e impregnado de genuina simpatía.

♦ Material compilado para fines didácticos.

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2.2 MANEJO DEL PROCESO DE PÉRDIDA POR MUERTE

♦ Mari Gloria Hamilton, Ph.D.

La muerte de un ser querido puede ser el evento más atemorizante y que mayor preocupación cause en la vida de una persona.

La muerte de un familiar produce una amplia gama de reacciones incluyendo ansiedad, culpa, coraje y preocupaciones financieras. Muchos entienden que la muerte de un anciano es menos trágica que la muerte de un niño o de una persona joven. La muerte súbita es un choque emocional mayor que la muerte por enfermedad. Un suicidio puede ser devastador, ya que los miembros de la familia podrían pensar si hubieran podido haber hecho algo para prevenirlo. La causa de la muerte también afecta las reacciones de amigos y conocidos. Hay quienes expresan menor simpatía y apoyo cuando las personas son asesinadas o cuando se quitan la vida.

Un encuentro con la muerte nos hace sentir desamparados y vulnerables. La más común, y una de las experiencias más dolorosas es la muerte de un padre o de una madre. Cuando ambos padres mueren el individuo puede tener la sensación de ser huérfano.

Se lleva el duelo, no solamente por los padres perdidos sino también por la pérdida de “haber sido” el hijo(a) de alguien.

La muerte de un niño puede ser todavía más devastadora. El duelo puede continuar por años. Eventualmente los padres pueden ser capaces de resolver el duelo y aceptar la muerte como “La voluntad de Dios” o como “Algo inevitable”. El tiempo amortigua el dolor y se siente el deseo de continuar con sus vidas, poniendo el dolor conscientemente en el pasado.

Otros manejan la pérdida manteniéndose ocupados, o sustituyendo el dolor por otros problemas y preocupaciones. Aún así, muchos padres que pierden a un hijo continúan penando por años y años. A pesar de que el dolor por la pérdida disminuye con el tiempo se ve como una parte de ellos mismos y lo

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describen como “un vacío interior”, aunque muchos tengan una vida significativa y feliz.

La pérdida de la pareja también tiene un impacto muy profundo, a pesar de que la respuesta ante la pérdida muchas veces depende de la forma en que murió la pareja. Los estudios sugieren que los hombres cuyas mujeres murieron de repente enfrentan un riesgo mucho mayor de morir que aquéllos cuyas mujeres han muerto luego de una larga enfermedad. Sin embargo, mujeres cuyos maridos han muerto tras una larga enfermedad presentan un mayor riesgo de morir que las que los maridos han muerto súbitamente.

La razón para esto podría ser que los hombres cuyas mujeres han muerto tras una enfermedad crónica han tenido el tiempo suficiente para aprender cómo manejar la pérdida de sus parejas, mientras que las mujeres que han estado mucho tiempo cuidando a sus maridos podrían estar en mayor riesgo debido a la combinación de factores asociados al cuidado extendido y a la pérdida de apoyo financiero.

Los efectos de la pena Hombres y mujeres que pierden a sus parejas, padres o hijos pasan por una tensión tan inmensa que

se consideran en alto riesgo con relación al aumento en las enfermedades físicas graves, a la enfermedad mental, y hasta a la muerte prematura.

Estudios sobre los efectos de la pena sobre la salud sugieren lo siguiente:

♦ La pena produce cambios en el sistema nervioso, hormonal y respiratorio y puede afectar las funciones del corazón, la sangre y el sistema inmunológico del cuerpo.

♦ Adultos en duelo pueden experimentar cambios de ánimo que varían desde tristeza, coraje, culpa y ansiedad.

♦ Podrían sentirse físicamente enfermos, perder el apetito, tener disturbios en el patrón de sueño o sentir miedo de estarse volviendo locos porque creen “ver” a la persona desaparecida en distintos lugares.

♦ Las amistades y volverse a casar o unirse con una pareja ofrece la mayor protección contra los problemas de la salud.

♦ Algunos viudos (as) tienen el rango más alto de suicidios y de muerte por cirrosis del hígado.

♦ Los factores de mayor riesgo son: pobre salud mental y física previa y la falta de apoyo social y recursos.

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Métodos de duelo El duelo se considera como una necesidad psicológica, no como auto-indulgencia. Los psicoterapeutas

se refieren al duelo como: un trabajo lento, tedioso y doloroso. Sin embargo, solamente trabajando con la pena, enfrentando los sentimientos de coraje y desesperanza y adaptándose emocional e intelectualmente a la pérdida puede la persona sobreponerse y retomar el control sobre su vida.

Estrategias de manejo: que hacer ante una pérdida por muerte ♦ Acepte sus sentimientos como algo normal. No trate de negar las emociones como el coraje,

culpa, desesperanza, vacío, confusión, ansiedad, alivio o miedo.

♦ Permita que otros le ayuden. Exprese sus sentimientos mediante el llanto, recuerdos y expresando verbalmente, hablando con otros y ventilando sentimientos de manera que vaya aceptando lo sucedido.

♦ No piense que debe ser fuerte, valiente y silencioso, aunque usted tiene todo el derecho a mantener su dolor en privado.

♦ Enfrente cada día como llegue. Dese tiempo - más de lo que pueda imaginarse - para que el dolor se amortigüe, las cicatrices sanen y su vida continúe hacia adelante.

Ayudando a los sobrevivientesMientras penamos por los fallecidos, pero los vivos son

los más que necesitan de nuestra ayuda. El proceso de luto es un estado tan intenso que los sobrevivientes podrían estar demasiado ensimismados en su dolor como para pedir ayuda. La familia y los amigos deben tomar la iniciativa y pasar tiempo con ellos, aunque sea sentarse en silencio acompañándolos. Se debe ofrecer empatía y apoyo y dejar saber con expresiones verbales y no verbales que nos preocupa su bienestar y deseamos ser de ayuda. A veces el mero hecho de estar presentes es suficiente para que sientan el apoyo. Se debe continuar el apoyo emocional durante un tiempo prolongado sobretodo en épocas difíciles como Navidad, cumpleaños y días especiales.

Muchas personas que están en duelo no necesitan de ayuda profesional, sin embargo si el proceso se prolonga un tiempo más de lo estimado normal (si se exhiben indicaciones de demasiado distrés un año después de la pérdida como si fueran los primeros meses) o si se percibe que la persona se está deprimiendo demasiado y aislando de recursos de apoyo es necesario orientarlo para que busque ayuda profesional. Los

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miembros de una familia que han experimentado pérdida por causa de suicidio se entiende que podrían ser los que más se beneficien de ayuda profesional para poder expresar sus sentimientos de fracaso, coraje y pena.

El proceso de luto es uno continuo. La pena no acaba, sino que cambia y se modifica en carácter e intensidad. Algunas personas comparan su proceso de pérdida con las mareas del océano:

“Hay momentos de calma, de pronto la marea sube y se agita, a veces baja, a veces es un oleaje fuerte que sacude y parece como si hubiera ocurrido ayer… de pronto llega la calma otra vez, es como si

dependiera de la época del año en que se vive...”.

♦ Material compilado para fines didácticos.

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2.3 LA MUERTE DE ALGÚN MIEMBRO DE LA FAMILIA

♦ Castro, M. (2008). Tanatología. La familia ante la enfermedad y la muerte. México: Trillas. (Páginas 41 a 54).

“Todo el mundo experimenta muchas pérdidas a lo largo de la vida, pero la muerte de un ser querido no tiene comparación por el vacío y la profunda tristeza que produce.”

♦ Elisabeth Kübler-Ross David Kessler (2006).

“El hombre muere tantas veces como pierde a cada uno de los suyos.”

♦ Publio Sirio (Siglo I a.C.)

Los seres humanos sufrimos pérdidas a lo largo de nuestro camino pero ninguna es comparable con la pérdida de un ser amado. Cuando un miembro de la familia fallece se presentan muchas pérdidas dependiendo de los diversos papeles que la persona desempeñaba en el sistema familiar (proveedor, amigo, cocinera, chofer, enfermera, hijo, padre, hermano, etc.), por tal motivo todo el sistema familiar se ve afectado.

La familia es un sistema; cuando sucede la muerte de algún miembro el sistema se desequilibra y su tendencia es hacia la búsqueda nuevamente de la homeostasis o equilibrio a través del establecimiento de normas, horarios y roles a desempeñar.

La muerte del cónyuge“La muerte de un cónyuge destruye una unidad social, impone nuevos papeles y nos pone cara a cara

-a los que vivimos- con una terrible soledad.”

♦ Judith Viorst

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La palabra viudo significa vacío; sin una pareja y compañero, la muerte del cónyuge es una de las pérdidas más graves de la vida que conlleva un proceso de cicatrización lento y doloroso. Es un golpe psicológico grave, una de las pérdidas más grandes de la vida. Existen estadísticas que muestran que la muerte de una buena pareja es uno de los duelos más difíciles de elaborar, obviamente si es buena ya que de otra manera puede representar un alivio para el sobreviviente.

Cuanto más intenso sea el amor y el compromiso, mayor será la pérdida. Ante la muerte de la pareja se suscitan varias pérdidas: se pierde al amigo, al amante, al padre o madre, al confidente, al cómplice, al compañero de cama, al compañero en la vejez, compañero de camino, proveedor, confidente, socio en la paternidad, compañero de cuarto, etc.

Para la mayoría de las personas la pareja representa una parte significativa y trascendental en su vida. Cuando fallece la persona amada, no hay esperanzas de reconciliación, la muerte es irreversible, no se puede dar marcha atrás.

Al fallecer la pareja, el doliente que sobrevive teme no poder salir adelante solo, su mundo hasta entonces seguro y confiable se torna confuso e impredecible. Aun cuando existían problemas en el matrimonio, se extraña la presencia de la otra persona, quizá la relación pudo haber sido destructiva pero aun así se vive un proceso de duelo el cual no se resolverá rápidamente sino que requiere de tiempo, a pesar de que la muerte represente un alivio a una serie de peleas y maltratos que pudieron haber existido anteriormente.

Cuando fallece un ser humano con él se entierra temporalidad, esto es presente, pasado o futuro; pero ante la muerte de la pareja lo que se pierde es presente y futuro.

La relación que se vive en la pareja influye en el proceso de duelo; podemos encontrar diversos tipos de relaciones:

♦ Cuando en una relación de pareja la personalidad de uno de los integrantes ha dominado al otro, la persona que ha sido dominada sufre más la pérdida. Por su parte, el controlador se queda con las riendas, sin saber qué hacer, pero el duelo es menos difícil ya que es autosuficiente y buscará a quien seguir dominando.

♦ Existe otro tipo de parejas independientes, que generalmente viven vidas paralelas; ante tal situación la pérdida no es tan significativa ya que cada uno siempre vivió de manera muy independiente.

♦ Parejas cuyo lazo de unión son los hijos, en el momento en que uno de los cónyuges fallece, la

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pérdida no es tan significativa, pues los hijos continúan ahí.

♦ Otro tipo de pareja que se puede encontrar es aquella en la que existe una codependencia patológica; es un duelo muy difícil ya que uno depende del otro y en el momento en que ya no se tiene de donde colgar, la pérdida es muy significativa.

♦ En la pareja ideal son independientes, pero a la vez tienen un espacio donde comparten sus vidas; la pérdida que se vive es fuerte y por tanto dolorosa.

Aunque parezca extraño, se elabora más fácilmente un duelo donde las relaciones han sido más amorosas y de buen trato que aquéllas que se vivió en la ambivalencia entre el amor y el odio, donde las experiencias desagradables sobresalieron y donde al cónyuge sobreviviente generalmente se le borra de las listas sociales y la culpa está presente. En algunas ocasiones cuando las parejas son mayores algo que ocurre con frecuencia es que puede morir uno de ellos y al poco tiempo fallecer el otro.

Otra de las pérdidas significativas que no es por muerte pero no por ello menos dolorosa, es el divorcio ya que las pérdidas que se presentan son las mismas que con la muerte.

A pesar de ello el duelo se vive de manera diferente, por ejemplo:

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Ante la muerte tendemos a idealizar al fallecido; con el divorcio lo que generalmente pretendemos es desaparecerlo, lastimarlo, vengarnos, etc. Un factor primordial ante la pérdida por divorcio es que la persona aún está viva, y por tanto constantemente nos estamos enterando de lo que hace, si ya tiene pareja, si ya se casó, si tiene otros hijos, etc., y con esto la herida constantemente se está lastimando. Por tanto el duelo que se vive por divorcio es difícil, doloroso, con mucho enojo y resentimiento hacia la ex pareja, y no sucede así cuando ocurre la muerte pues idealizamos a la pareja aunque la relación haya sido conflictiva, y se tiende a decir “era tan bueno”.

La muerte de un cónyuge por enfermedadCuando se sabe que la pareja padece una enfermedad incurable, se

tiene la oportunidad de prepararse psicológicamente para la muerte; esto nos brinda la oportunidad de vivir un duelo anticipado.

Se pueden experimentar sentimientos contradictorios tales como desear su muerte ante su dolor y sufrimiento, pero por otro lado, se puede sentir culpa por desearlo.

Las enfermedades prolongadas conllevan una agotadora y desgastante tarea en la toma de decisiones y en el cuidado del enfermo. Sin embargo, brindan la oportunidad tanto al enfermo como a su pareja, de prepararse para cuando llegue el momento final, para limar asperezas, pedir y otorgar perdón, testar, etc., situaciones que ante una muerte repentina no se pueden realizar.

A pesar de vivir un duelo anticipatorio, al presentarse la muerte real se experimentará conmoción e incredulidad, pero con el paso de los primeros días se vivirá un duelo triste, pero con paz. Las ventajas de vivir un duelo anticipado se presentan después en su elaboración, dando como resultado generalmente un proceso más corto y menos severo.

La muerte de un cónyuge de manera repentina

Si no existe una advertencia previa y la muerte es inesperada, el periodo de conmoción e incredulidad generalmente es más prolongado ya que en la relación pueden quedar asuntos pendientes, por lo que generalmente se requiere de más tiempo para poner en orden los sentimientos y pensamientos.

Si la muerte llega a ocurrir después de una riña entre ellos o de una separación, influirá en la elaboración del duelo aportando fuertes dosis de culpa, remordimiento, enojo, frustración, nostalgia y sufrimiento.

En una ocasión atendí a una mujer que vivía un duelo difícil por la muerte de su pareja: La noche anterior habían tenido una discusión y se durmieron enojados. Al día siguiente cada uno se fue a trabajar.

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A las pocas horas de haberse separado le llaman informándole que le había dado un infarto a su marido. La culpa y el remordimiento que esa mujer manejaba hacían que su duelo fuera complicado; se encontraba atorada en el “Si hubiera”, “Si no”, etc.

La reacción de dolor será más profunda desde el momento del fallecimiento hasta el final del primer año.

Generalmente en el segundo año la persona doliente empieza a entablar nuevas amistades, realiza cambios, establece nuevas metas y realiza planes para el futuro.

¿Qué se puede hacer ante la muerte de un cónyuge? Algunas recomendaciones podrían ser:

♦ En los primeros meses, se debe procurar evitar demandas excesivas (ordenar de golpe todos sus sentimientos o planear su futuro). Se debe de ir poco a poco. Recuerda que estás convaleciente y te tienes que reintegrar a la sociedad y a tu vida cotidiana pero, recuerda, poco a poco.

♦ No hacer cambios importantes en el trabajo o en el lugar de residencia. En este momento no se deben decidir situaciones importantes en la vida como dejar de trabajar, cambiar el lugar de residencia, etc. Retarda lo más posible este tipo de decisiones.

♦ Puede llegar a parecer abrumador el realizar tareas simples como llevar el coche al taller, podar el pasto, hacer compras, etc. Pide ayuda a tu red de apoyo para realizar este tipo de actividades.

♦ Se puede experimentar una gran confusión y hasta un poco de desequilibrio mental. Hay que permitir que emerjan los sentimientos dolorosos, ya que progresivamente irán desapareciendo. Habrá momentos en que pueda sentirse que se está uno volviendo loco; en esta parte del proceso ello es normal.

♦ La confusión es parte del proceso de cicatrización. No debe uno resistirse, ya que esto sólo alargará el proceso.

♦ Conservar la energía. Esto reduce las frustraciones y enseñará a ser amable y paciente consigo mismo.

♦ La atención y cuidado de niños pequeños puede ser una carga en el primer año de duelo; procure que alguien le ayude. Si no cuenta con nadie trate de enfocar su atención hacia ellos, pues aunque sean muy pequeños perciben que algo está sucediendo.

♦ Si se requiere de ayuda especializada o de su red social de apoyo, debe pedirse.

♦ No es recomendable buscar pareja o casarse de nuevo sino hasta terminar el duelo, pues si no se hace así la siguiente relación podría ser conflictiva porque aún se tiene la herida sin

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cicatrizar.

♦ Después de unos meses, las relaciones con los parientes políticos se vuelven menos importantes (si acaso, perduran con los abuelos, si existen hijos).

♦ Al concluir el primer año es el momento propicio para establecer nuevas metas.

♦ En el segundo año, las expectativas son más claras; empezará a pensar en el futuro.

Un obstáculo y un síntoma de que la persona aún no está lista para iniciar una nueva relación y para que pueda volver a una vida normal es el preservar el anillo de matrimonio; esa es una señal de que aún no se está preparado para entablar una nueva relación. El anillo debe desaparecer y cuanto antes mejor, así como la ropa y los objetos personales del cónyuge fallecido.

Una prueba de que el proceso de duelo va caminando es pedirle al doliente que se cambie de dedo el anillo o que se lo cuelgue en una cadena, y de esta manera ir soltando poco a poco los recuerdos dolorosos. Y con relación a la ropa y pertenencias de la persona fallecida, de igual manera debe irse deshaciendo de ellas poco a poco.

La muerte de los padres

“La muerte de los padres te puede acercar aún más a tus hijos, ya que ahora comprendes que en el ciclo normal de la vida algún día los dejarás.”

♦ Nancy O´Connor

Para un hijo adulto la muerte de sus padres se percibe de una manera más natural, ya que la lógica nos indica que todos los seres humanos tenemos un final que generalmente se presenta en la vejez.

Si los padres ya son mayores, la muerte puede ser una opción cuando la calidad de vida de cualquiera de ellos es muy pobre.

Los elementos que pueden influir en la forma en que la muerte de un padre puede afectar a un hijo adulto son:

♦ La naturaleza de la relación con el padre: Si la relación es muy cercana o es muy conflictiva el duelo puede ser difícil.

♦ El papel que desempeñó en su vida: Qué rol o roles jugó en el sistema familiar (afectivo, proveedor, conciliador, etc.).

♦ La etapa del ciclo vital en la que fallece: Si el padre fallece al final del ciclo vital, racionalmente sabemos que la muerte llega al final de la

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vida y esto nos produce cierta aceptación.

♦ La edad del hijo: No es lo mismo que el padre fallezca cuando se es un niño que cuando se es adulto. Al ser el hijo un hombre adulto con su familia ya establecida, la muerte del padre se percibe más natural.

♦ El periodo de advertencia previo a la muerte: Si el padre estuvo enfermo por un periodo de tiempo más o menos largo antes de su fallecimiento, esto brinda la oportunidad a la familia para vivir un duelo anticipado y de esta manera cerrar asuntos pendientes con el padre.

♦ Los recursos internos de la persona para enfrentar la pérdida tales como madurez, estabilidad emocional, fe, etcétera.

La combinación de estos elementos dificultará o facilitará el proceso de duelo. Por ejemplo, si el padre que fallece representaba para el hijo una fuente de apoyo y de amor incondicional, o si la relación era de indiferencia, enojo y resentimiento, ésta va a determinar el hecho de que el duelo sea triste, pero apacible, o que esté cargado de culpa y resentimiento.

Generalmente ante la muerte de un padre anciano la red de apoyo es menor tanto en cantidad como en calidad, que ante la muerte de un hijo o de la pareja.

Ante la muerte de los padres, sobrevienen situaciones dolorosas para los hijos sobre todo si los acompañaron y se preocuparon por ellos hasta antes de su muerte. Estas situaciones son por ejemplo el deshacer la casa de los padres, donde quizá ellos vivieron su infancia y adolescencia en compañía de ellos. Por otro lado, los hermanos tienen que reorganizarse pues al saber que el sitio de reunión de la familia de origen ya no será la casa de los padres ahora los tiene confundidos pues ya no saben qué se va a hacer.

Puede ser que algún hijo soltero que haya vivido con los padres y cuya relación no haya sido buena, esperará que con la muerte del o de los padres se terminen los problemas y se abran las posibilidades de libertad. A pesar de que puede representar un alivio para el hijo, también tiene que enfrentar el miedo de tener que volar solo, lo cual puede estar cargado de frustración por no haber aprendido antes; de enojo y resentimiento contra los padres que le impidieron volar con anterioridad. Ante tal situación requiere de auxilio especializado que le ayude a reencontrarse y lo acompañe en el proceso de vivir ya su propia vida.

Si la muerte del padre ocurre cuando el niño es pequeño, podrá representar para él un misterio. El niño pensará que él fue responsable por su muerte lo que le generará sentimientos de culpa. También le puede invadir el miedo al abandono o a ser castigado.

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Al hablar con el niño debe considerarse el nivel de comprensión de éste.

Ante la muerte de los padres los niños también sufren la pérdida, resentirán la ausencia del padre fallecido, y podrán percibirla de acuerdo a la edad en la que se encuentren.

Los niños también pueden estar afectados por el comportamiento del padre doliente. Lo mejor será que se les brinde confianza, amor y se respeten sus sentimientos. El mayor miedo de los niños es perder al padre sobreviviente, o a sentirse culpable por la muerte del padre.

Los hijos adultos también sufren por la muerte de los padres aunque esto se percibe de diferente manera. Este acontecimiento puede ser una magnífica ocasión para unir a la familia, aunque en ocasiones suele suceder todo lo contrario, ya que el vínculo de unión eran los padres y en el momento en que no están, los hijos pueden tender a la separación.

Algo de primordial importancia entre los hijos es el no pretender ocupar el lugar de alguno de los padres ya que esto produce efectos negativos en el sistema familiar, pues suele suceder con frecuencia que el hijo mayor pretenda desarrollar el papel del padre, o la hija mayor el de la madre. Esto puede desencadenar conflictos entre los hermanos, ya que no se debe perder de vista que son sólo hermanos más no el padre o la madre. En el sistema familiar cada uno debe desempeñar el papel que le corresponde.

La muerte de los hijos

“La muerte de un hijo, especialmente el propio, es algo que a la mente humana le resulta muy difícil comprender, parece que es algo que va en contra de la naturaleza.”

♦ Nancy O´Connor (1999)

La muerte de un hijo resulta difícil de entender a la mente humana, tanto que esta pérdida no tiene nombre; cuando se pierde a los padres se le llama huérfano, ante la pérdida de la pareja, viudo; pero ante la pérdida de un hijo no existe un nombre. Sin importar la edad del hijo los sentimientos son devastadores para los padres, ya que éstos esperan morir antes que ellos; sueñan con lo que serán cuando sean grandes; un hijo representa la ilusión de lo que una persona no pudo ser. Un hijo proporciona a los padres un título vitalicio “papá, mamá”, el cual es más valioso que todos lo que se puedan acumular a lo largo de la vida.

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Klass lo describe así:

“El hijo representa para el padre tanto lo mejor como lo peor de sí mismo. Las dificultades y las ambivalencias en la vida del padre se manifiestan en el vínculo con el hijo. El hijo nace en un mundo de esperanzas y expectativas, un mundo de vínculos psicológicos, un mundo que tiene una historia. El

vínculo padre-hijo puede ser también una recapitulación del vínculo entre el padre y el padre del padre, de manera que se puede experimentar al hijo como si alabara o juzgara el sí mismo del padre. Desde el

día que nace, aquellas esperanzas, expectativas, vínculos e historia forman parte del juego en la relación del padre con el hijo.”

♦ (Worden W, 1997.)

El amor desinteresado que se da entre padres e hijos no se presenta en ninguna otra relación familiar. Para los padres, aunque tengan 20 hijos, cada uno de ellos es único e irremplazable.

Aunque la muerte se lleve a un hijo el amor nunca desaparece. Algunas familias afrontan los sentimientos respecto a la muerte de un hijo evadiendo los hechos que rodean a la pérdida de tal manera que el siguiente hijo puede no saber nada de sus predecesores.

Uno de los peligros ante la muerte de un hijo puede ser que los padres pasen por alto e ignoren a otros hijos. Con frecuencia la muerte de un hijo suele ser prematura y súbita, ante tal situación los amigos y familiares no saben qué hacer y qué decir para apoyar a los padres.

A pesar de que ambos padres sufren la pérdida del hijo, la manera de enfrentar el duelo es diferente; dependerá del tipo de relación que tenían con el hijo y a sus formas y recursos de enfrentamiento.

Este tipo de muerte altera el equilibrio familiar. Se podrían presentar algunas reacciones patológicas tales como el pretender aliviar sus sentimientos de culpa con los hijos sobrevivientes o el convertir la recámara del hijo fallecido en un santuario.

El duelo que se elabora por la muerte de un hijo suele ser uno de los más difíciles y prolongados. (O’Connor, N., 1990).

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La muerte de un hijo por enfermedad

En la actualidad, enfermedades como cáncer, leucemia, etc., son responsables, en gran parte, de la muerte de niños y jóvenes.

Ante esta situación los padres tienen la inquietud de decidir si deben informarle al niño acerca de su enfermedad y sobre todo, en cómo hablar de la muerte con ellos. Cuando el niño es pequeño la muerte la asocia con abandono, soledad, alejamiento. Ellos relacionan la muerte con la separación de sus padres, y la ansiedad de esta separación es un temor constante de pérdida.

Cuando la muerte se presenta por enfermedad, brinda a los padres y al hijo la oportunidad de vivir un duelo anticipado y la reacción es diferente. El sufrimiento que esto conlleva es igual, la sorpresa es menor por ser una muerte anunciada, pero siempre con la esperanza de encontrar una cura a su enfermedad.

“La muerte de un hijo plantea una crisis de proporciones mayores. El mundo ordenado y confiable se rompe en pedazos, el orden del universo se desmorona, el sentido de la vida, el significado, el para qué, se pierden temporalmente en un remolino confuso de rabia, dolor, desesperación y ansiedad. Con frecuencia también aparece culpa por lo que se hizo o se dejó de hacer y porque la misión parental de proteger al hijo ‘fracasó’.” (Fonegra, 2001.)

Ante la muerte de un hijo la fe en Dios es un factor primordial para que los padres encuentren la fortaleza necesaria al enfrentar tal situación pues la esperanza de reencontrarse en otra vida les reconforta.

Con relación a la vida en pareja la muerte de un hijo, en algunos matrimonios, es un motivo de unión y cercanía para compartir el sufrimiento que esto conlleva. Pero desafortunadamente las estadísticas reportan que si en el matrimonio ya existían problemas conyugales “entre 60% y 70% de los matrimonios que pierden un hijo se rompen”. (Fonegra, 2001.)

El duelo se vive de diferente manera en cada padre: la madre quiere ver fotos, y el padre no; el padre quiere sexo y la madre no quiere saber nada de esto, ya que puede experimentar culpa al sentir placer ante la muerte de su hijo; el padre quiere convivir con sus amistades y la madre quiere estar sola y tranquila.

Esta situación lleva a que si hay más hijos, éstos paguen las consecuencias. Se debe recordar que ellos también están viviendo un duelo por la muerte de su hermano y por tanto demandan cariño, atención y cuidados, lo que puede conducir a los padres a responder de manera angustiante y descontrolada generando una sensación de no aguantar más con la situación.

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Con el paso del tiempo es posible que los padres, cuando aparentemente han aceptado la idea de no tener más al hijo, vuelvan a revivir el sufrimiento e inconformidad por su muerte.

La muerte de un hijo por accidenteCuando se presenta la muerte de un niño por accidente, generalmente los padres experimentan

sentimientos de culpa y reproches lo cual puede ser un factor que favorezca el rompimiento entre ambos, o por el contrario les lleve a unirse más.

Cuando muere un adulto y los padres aún viven, las emociones pueden ser tan intensas como cuando se trata de un niño.

La muerte de un hijo antes o después de nacerCuando un hijo se pierde por aborto o porque

nace muerto, también implica un duelo influido por las expectativas creadas por el nacimiento del bebé. Ante esta situación la sociedad representa un papel primordial ya que la madre o el padre se enfrentarán a las preguntas de vecinos, familiares, etc., acerca del bebé, y tendrán que dar respuesta a ello, lo cual resulta muy doloroso.

MortinatosCuando un bebé nace muerto o muere

inmediatamente al nacer, los padres ven disfrazada su pérdida detrás de las palabras del médico que de buena fe o por desconocimiento suele decir que quizá fue lo mejor, que la naturaleza así lo decidió, ante lo cual a los padres no les queda otra opción que vivir su dolor en silencio, pues socialmente no se admite como un sufrimiento válido la muerte de este bebé, ya que no dejó recuerdos, pero no se dan cuenta de que es su hijo, es parte de ellos, y es una pérdida significativa,

Ante tal situación las madres se sienten abrumadas con aspectos como el funeral, el nombre, y qué decir a los demás. Cuando la espera del bebé ha sido planeada con ilusión, su pérdida puede ser devastadora.

AbortoUn aborto puede ser natural o provocado. Interrumpir o finalizar un embarazo significa detener el

desarrollo del producto por medio de una intervención quirúrgica o química, éste es un aborto provocado.

La interrupción involuntaria de un embarazo o sea que no es deseada por la madre, es un aborto natural y por ello inesperado. En tal caso, los padres viven un duelo similar al de los mortinatos.

Si la madre decide abortar, el duelo que se experimenta es como el de la muerte de un hijo, e incluso

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años después la herida moral o espiritual no cicatriza si no se ha elaborado un buen proceso de duelo, y las consecuencias emocionales a lo largo de la vida pueden ser graves.

En esta situación gran parte del duelo se experimenta antes del suceso, durante la toma de decisiones. Posteriormente la madre podrá experimentar durante días, semanas o meses, tristeza al pensar en el aborto.

Si el aborto se realiza por amenaza, soborno o apelando al sentimiento de vergüenza, bajo presión de otras personas, el duelo será mucho más difícil.

El nacimiento de un niño con algún defecto físico o retraso mental también establece un proceso de duelo. Los conflictos que conlleva éste pueden durar varios años si los padres no logran elaborar sus duelos y aprenden a manejar sus emociones y sentimientos, llegando así a la aceptación del hijo.

La muerte de los hermanos“El principal efecto de la muerte de un hermano es que te recuerda tu propia vulnerabilidad o

envejecimiento y lo frágil que es el don de tu propia vida.”

♦ Nancy O´Connor (1999)

Cuando ocurre la muerte de un hijo no se debe de olvidar a los hijos sobrevivientes, ya que ellos también están sufriendo, incluso pueden llegar a sentirse responsables y experimenten el miedo a su propia muerte.

Los padres deben estar muy atentos a las reacciones de sus otros hijos.

Los síntomas que éstos pueden experimentar son:

♦ Problemas para dormir.

♦ Despertar a horas desacostumbradas.

♦ Tener pesadillas.

♦ Mojar la cama.

♦ Chuparse el dedo.

♦ Actitudes de rebeldía.

♦ Travesuras en casa y en la escuela.

♦ Bajo rendimiento escolar.

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Castro, M. (2008). Tanatología. La familia ante la enfermedad y la muerte. México: Trillas.

Mari Gloria Hamilton, Ph.D. , Manejo del proceso de pérdida por muerte.

Wilson Astudillo y Carmen Mendinueta, Bases para mejorar la comunicación con el enfermo terminal.

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BIBLIOGRAFÍA