toti martínez de lezea - los hijos de ogaiz

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Los hijos de Ogaiz

LOS HIJOS DE OGAIZ

Toti Martnez de Lezea

A Kike

Esta novela no hubiera sido la misma sin la colaboracin de

mi amigo el historiador Peio J. Monteano a quien tanto

agradezco su inapreciable ayuda.

Tambin deseo agradecer la colaboracin del doctor Salvador

Santa Puche, especialista en la cultura e historia sefard, y a

los historiadores Jon Andoni Fernndez de Larrea y

Estibalitz Gonzlez Dios por sus aportaciones en los temas de los

linajes alaveses de La Llanada y la judera de Estella respectivamente.

Asimismo, quiero aadir un sentido recuerdo a la memoria de

Jos Mara Jimeno Juro, que tanto am su tierra navarra y

cuyo libro Estella y sus calles me ha acompaado en todo

momento a lo largo de esta historia.

(

Mapa

(FEBRERO DE 1328

El cielo estaba completamente azul y el fro haba helado el agua de los aljibes. El viento procedente de la sierra agitaba las ramas leosas de fresnos y zumaques y secaba las ropas colgadas en los tendederos. Orti y Ane ascendieron por la callejuela y salieron por el portal de la muralla, dirigindose hacia el santuario bajo la atenta mirada de los soldados de la guardia. Todos los das a la misma hora, antes de que el sol estuviese en el medioda, los dos hermanos realizaban el mismo recorrido llevando cogido por las asas un cntaro de barro repleto de leche. Era una cuesta empinada llena de escollos, algn saliente de roca y ms de un socavn. La leche se balanceaba dentro del recipiente y, de vez en cuando, saltaba al suelo, pero ellos continuaban el camino y no respiraban tranquilos hasta dejarla en manos del monje quien, a su vez, les entregaba otro cntaro vaco.

La vista de Tierra de Estella era excepcional desde el santuario, sobre todo los das claros y sin niebla. A los dos nios les encantaba reponer fuerzas sentados en el suelo mientras contemplaban la bulliciosa ciudad hormigueando abajo, la mole del Jurramendi al frente, la insondable sierra de Urbasa, con sus roquedales y barrancas, a sus espaldas. No duraba mucho el descanso. Sus pequeas manos eran necesarias en la casa. La comida de cerdos, gallinas y patos era su cometido desde que haban tenido edad de comprender.

Hay que trabajar si se quiere comer deca el padre cuando alguien se quejaba, o simplemente sealaba lo duro que era estar todo el da bregando desde la maana hasta la noche.

Orti mir a su hermana pequea, le llevaba cuatro aos y l ya iba para los doce. Se senta responsable, no en vano, cuando el padre muriera, l se hara cargo de la familia y debera ocuparse de ella y del pequeo Lucas. No es que su padre estuviera enfermo o fuera viejo, pero siempre le estaba diciendo que deba aprender y trabajar ms que sus hermanos, puesto que algn da sera l el cabeza de familia. En el fondo, esperaba que esto no ocurriera, al menos todava, porque l ya tena sus planes aunque nunca se hubiera atrevido a expresarlos en voz alta. Aun sabiendo dnde estaba su puesto, confiaba en poder vivir algn tiempo por su cuenta, ver un poco de mundo, conocer lo que haba ms all de las murallas. Algunas veces, pocas, se sentaba en el mojn limtrofe entre la poblacin de San Juan y el burgo y contemplaba ensimismado a los peregrinos que, segn le haba explicado la madre, recorran miles de leguas para ir a postrarse ante el seor Santiago, un santo muy importante cuya iglesia se hallaba muy lejos de Lizarra. En una oportunidad casi estuvo a punto de hablar con uno de ellos. El hombre se dirigi a l en una lengua que no entendi, pero no le dio tiempo a imaginarse la pregunta, ni a expresarse por seas porque intervino uno de los guardas del portal del Ppulo, la entrada al burgo, y los dos comenzaron a hablar en aquella lengua extraa para l.

Son extranjeros le dijo su padre cuando l quiso saber por qu los del otro lado del ro no hablaban como ellos.

Por qu estn aqu?

Su padre haba redo sin ganas. Orti admiraba al hombre fuerte y barbudo sentado a la cabecera de la mesa los das de fiesta, vestido con unas calzas de cuero y una chamarra de piel de oveja encima del sayo negro. No era muy alto, pero Semeno Ogaiz no precisaba ser alto ni demostrar su fuerza pues, cuando abra la boca, los dems callaban para escuchar sus palabras. Saba, porque lo haba odo decir en mltiples ocasiones, que fuera de la calle que corra entre la vieja iglesia de San Pedro y la puerta de Lizarra, su padre era simplemente uno de los proveedores de leche y carne de los habitantes de la villa, un mezquino, un campesino, cuya opinin no se tena en cuenta. Pero en Lizarra era la persona ms respetada, no en vano sus antepasados haban poblado el valle del Ega cuando aquellas tierras an estaban deshabitadas, o casi. Estaban all mucho antes de que apareciesen el burgo de San Martn de Tours, las poblaciones de San Juan, San Miguel, El Arenal y el barrio de los extraos, los judos.

Por qu estn aqu si sta no es su tierra? haba preguntado de nuevo en aquella ocasin.

El rostro de su padre se oscureci, al igual que lo haca cuando mora una oveja despeada en el risco o una de las vacas tardaba ms de la cuenta en parir un ternero.

Ahora s lo es se limit a responder.

Por qu dices entonces que son extranjeros? insisti l, a pesar de saber por experiencia que no era aconsejable hacer demasiadas preguntas.

No se regala la tierra que pisa un pueblo.

Su padre dio por terminada la conversacin y l se qued con las ganas, sin atreverse a continuar interrogando. No entendi la respuesta, pero sus palabras quedaron grabadas en su memoria. Algn da sera lo suficientemente mayor para entenderlas o para pedir una explicacin ms clara.

Es hora de volver dijo, dirigindose a su hermana y ponindose en pie.

Ane lo imit y los dos regresaron por el mismo camino llevando el cntaro vaco. Una animacin inusual recorra Lizarra. Los vecinos se haban reunido en corrillos, hablando en voz alta y haciendo aspavientos con las manos. Los dos hermanos aceleraron el paso, curiosos por conocer el motivo que tanto agitaba a sus gentes, habitualmente parcas y poco dadas a confidencias. Corrieron los ltimos pasos hasta llegar a su casa, la ms cercana a la iglesia. Su sorpresa aument al constatar que tanto su padre, como su madre y varios de sus tos y tas hablaban delante de la puerta. Algo muy importante deba de haber ocurrido para hacer que sus mayores interrumpieran las faenas. nicamente la riada, el granizo o la nevada eran capaces de alterarlas.

Entrad en casa, vamos! les orden su madre en cuanto los vio parados junto a ellos, mirando a unos y a otros, esperando captar algo de la conversacin.

Orti empuj a regaadientes a su hermana hacia el interior y cerr la puerta tras l, pero inmediatamente se sent en el banco corrido pegado al muro, justo debajo de la nica ventana de la cocina, abierta para dejar escapar el humo del hogar, e hizo una sea a Ane para que se mantuviera callada.

Hasta aqu hemos llegado! escuch la voz de su padre. Somos navarros y no tenemos por qu aceptar la imposicin extranjera.

El muchacho prest atencin al escuchar la palabra que tanto le intrigaba.

El rey francs ha muerto sin herederos continu Semeno Ogaiz. Hora es ya de que tengamos un rey navarro. Hasta cundo tendremos que soportar la humillacin? Llevan casi cien aos haciendo su voluntad, dictando leyes, despreciando a los verdaderos habitantes de estas tierras. Nos han arrebatado nuestras propiedades, nos han convertido en siervos, no tenemos voz en el Concejo, tampoco la tenemos en las Juntas. Somos como el rastrojo que se quema o como la gallina que se sacrifica cuando ya no da huevos.

Orti estaba asombrado. Jams en su vida haba escuchado a su padre hablar tanto y seguido. Record las palabras de su abuela, una mujer muy anciana, fallecida la primavera anterior. Todo el mundo la respetaba, an ms que a su padre, a pesar de que nunca abandonaba la vieja casona. Los vecinos solan acudir a visitarla para pedirle consejo y sus decisiones eran siempre acatadas como si fueran la ley.

Recuerda, muchacho le haba dicho en una ocasin, que eres un Ogaiz. Perteneces al linaje ms antiguo de este lugar. Si las cosas hubieran sido de otra manera, tu padre gobernara esta poblacin que creci con gentes llegadas de otros lugares, que no conocan nuestra lengua ni nuestras costumbres, y t gobernaras despus de l.

No saba muy bien a qu se refera su abuela, pero haba aguzado el odo desde entonces, deseando saber ms sobre el asunto. No era mucho lo aprendido, pero al menos saba que el primer Ogaiz haba poblado el Deierri, construido su torre y luchado contra todo aquel que haba intentado arrebatrsela. Sin embargo, a medida que el tiempo transcurra, fueron llegando otros pobladores, instalndose en las tierras de sus antepasados, ocupando las frtiles huertas regadas por el Ega. Un rey fund en la otra orilla del ro la villa de Estella para los extranjeros, dotndola de derechos negados a los navarros. Dos poblaciones ms, la de San Miguel y la de San Juan, y despus otra, El Arenal, crecieron a los pies del antiguo enclave. La importancia del linaje de los Ogaiz disminuy a igual ritmo que crecan las poblaciones vecinas. La iglesia de San Pedro, en el ahora barrio, y la vieja torre familiar convertida en una casona de tejado destartalado, llena de rendijas por las cuales penetraba el fro aire de la sierra, era todo lo que quedaba del pasado esplendor. Los Ogaiz haban mantenido su calidad de infanzones rurales libres, de abarca los llamaban, y no permitan que nadie lo olvidara a pesar de vivir en Lizarra, en donde la mayora de los pobladores eran campesinos, cuyas pechas iban a parar directamente a las arcas reales o a las de los propietarios de las tierras, ocupndose de los sembrados y cosechas, la tala de rboles y los animales de pasto.

Hay muchos navarros descontentos con la situacin la voz de su padre reclam nuevamente su atencin, esperando una seal para alzarse en armas en contra del gobernador francs.

Habr muertos y heridos... la voz de su madre sonaba acongojada.

Siempre los hay cuando se lucha contra un opresor!

Orti no pudo seguir el resto de la conversacin. Los interlocutores haban bajado la voz y slo pudo escuchar un murmullo cada vez ms lejano. l, Ane y el pequeo Lucas permanecieron encerrados en la casa durante el resto del da y de la noche. A veces oan gritos fuera, otras el silencio caa pesadamente sobre Lizarra. A primeras horas del siguiente da, la puerta de la casa se abri de golpe. Semeno Ogaiz, sostenido por su mujer Oneka, apareci en el umbral con el rostro descompuesto y la camisa desgarrada llena de sangre.

Sea la gente libre por la libertad de la patria! fue todo lo que dijo antes de caer redondo sobre el suelo.

A partir de ese momento, las cosas fueron muy rpidas. Una partida de soldados del castillo lleg arrasando el barrio y llevndose a todos sus habitantes.

Escndete entre las vacas! le grit su madre justo antes de que media docena de hombres armados entraran a saco en la vivienda.

Desde su escondite, Orti vio cmo hombres, mujeres y nios, viejos y jvenes, sanos y enfermos, eran empujados de malos modos cuesta abajo. Esper un rato hasta que ya no escuch ningn ruido y luego sali cauteloso. Tendido encima del suelo continuaba el cadver de su padre. An tena los ojos abiertos y las mandbulas prietas por la determinacin. l tambin cerr la boca con fuerza para no llorar, corri al arcn, extrajo la sbana de los muertos que su madre haba bordado para que en ella fueran envueltos los difuntos de la casa y cubri el cuerpo. Despus asom la nariz y comprob que, en efecto, no haba nadie en la calle.

Pegndose a los muros y conteniendo el aliento, el muchacho sigui de lejos al grupo que continuaba descendiendo entre empujones, gritos y gemidos hasta llegar a la plaza del Mercado Nuevo, delante de la iglesia de San Juan. All; como si fueran ganado en venta, su madre, sus hermanos y los dems vecinos permanecan en medio de la plaza fuertemente custodiados por los soldados del castillo. Al principio, no se atrevi a acercarse demasiado por miedo a ser reconocido, pero pronto entendi que nadie se fijara en l ya que todo el mundo estaba pendiente de las palabras del merino de Estella, Jacques de San Sansn, y, sobre todo, del castigo que esperaba a los hoscos habitantes de Lizarra, de sobra conocidos por su orgullo.

Miradlos oy decir a una mujer, incluso ahora se creen seores y no tienen dnde caerse muertos!

Fue aproximndose a la primera fila entre empujones y pisotones. Quera que su madre lo viese, estaba dispuesto a lanzarse contra los soldados con tal de liberar a su familia. La mirada aliviada de Oneka detuvo su avance. Con un gesto imperceptible le orden no intentar nada y l obedeci.

El castigo para los participantes en la revuelta fue ejemplar, en especial para los miembros de la familia infanzona, que por ser hombres libres tenan mayor culpa en los hechos. Dos Ogaiz, tos de Orti, fueron condenados a la horca, sus familias perdieron sus viviendas y sus animales y se oblig a sus miembros a trabajar como sirvientes en las casas de los nuevos dueos de los que haban sido sus hogares. Con un nudo en la garganta, Orti escuch la sentencia por la cual su padre, responsable de la asonada, sera ahorcado junto a sus tos, incluso despus de muerto. La casa en la que haba nacido pasaba a ser propiedad de un franco cuyo nombre no capt, su madre y Ane eran condenadas a trabajar para el mismo seor y el pequeo Lucas era enviado a la casa de los hurfanos como un expsito. Los condenados, el cadver de Semeno, arrastrado por las calles atado a la cola de una mula, y un gran nmero de estelleses, se dirigieron a la explanada situada delante del convento de Rocamador. All los tres Ogaiz fueron colgados sin dilacin de tres horcas plantadas en el suelo a toda prisa.

Durante el tiempo que dur el juicio y su posterior ejecucin, Oneka no abri la boca, no pidi clemencia, no dej que nadie pudiese entrever su desesperacin y ni siquiera intent asirse al pequeo Lucas cuando un soldado se lo arrebat de los brazos. En todo momento mantuvo la cabeza alta y la mirada fija en el cuerpo de su marido que penda de la horca. Slo al final, cuando era escoltada hacia el burgo, sus ojos se detuvieron un instante en la figura de su hijo mayor y estuvo a punto de perder la seguridad, pero sigui avanzando llevando a Ane agarrada de la mano.

Que esto os sirva de escarmiento! grit el merino, dirigindose a los vecinos de Lizarra y, de paso, al resto de la poblacin. Podis volver a vuestras casas y estarme agradecidos por mi generosidad. La prxima vez no habr clemencia, os lo aviso!

La revuelta no haba durado ni un da.

Orti sigui a su madre y a su hermana hasta el portal del Ppulo, vindolas desaparecer tras la muralla. Luego, regres a Rocamador, ocultndose en una chabola medio ruinosa que tiempos atrs haba servido de porqueriza a los frailes del convento. Desde all poda ver los cadveres de su padre y de sus tos, custodiados por un par de hombres armados para evitar que sus familiares los descolgaran y dieran sepultura. Tambin impedan la aproximacin de perros asilvestrados que, hambrientos, comenzaban jalando los cuerpos por los pies hasta acabar tirando las horcas al suelo y comindose los cuerpos de los ejecutados. Ya haba ocurrido en otras ocasiones y haba habido protestas. Estuvo all, sin comer ni beber, durante dos das con sus respectivas noches. Al amanecer del tercer da, los ajusticiados fueron descolgados y lanzados juntos en un hoyo excavado a toda prisa a pocos pasos del lugar de la ejecucin, sin tan siquiera ser cubiertos con tierra. El muchacho continu sin moverse en el mismo sitio hasta el anochecer. Entonces, se aproxim al hoyo, se puso de rodillas y comenz a escarbar con sus manos, ayudndose de su cuchillo. An no haba amanecido cuando acab de enterrar a sus parientes. Despus, busc una piedra grande y grab un aspa sobre ella, depositndola boca abajo sobre la tierra recin removida.

Volver a buscarte, padre musit, y te enterrar con tus antepasados.

Lgrimas de dolor, pero tambin de rabia, cayeron silenciosas de sus ojos, mientras se diriga a Lizarra, amparado por los claroscuros del alba. La calle estaba desierta y dos tablones haban sido clavados en la puerta de su casa, impidiendo la entrada. Rode el edificio y penetr en ella a travs del portillo para perros abierto en la puerta de la cuadra que era ms grande de lo habitual porque a su padre le gustaban los pastores grandes y peludos. l era flacucho y, aun as, se ara los brazos y la camisa se le desgarr por la espalda. Permaneci un rato a oscuras, sentado sobre la tierra cubierta de paja ya vieja, manteniendo la respiracin y aguzando el odo. Todo estaba silencioso. No haba perros ni otros animales en el establo. Tras ms de doscientos aos de existencia, el casern de los Ogaiz estaba vaco por primera vez e igualmente vaca sinti l su alma.

((Doa Aldonza Roiz, mujer de Esteban Bertoln, rico comerciante del burgo estells, acab de ajustarse el corpio, se coloc la toca coniforme cuyos pliegues de tela de lino ocultaban su cabello y su cuello y se at a la cintura un delantal de un blanco inmaculado, ribeteado con un primoroso encaje almidonado. Despus de echar una mirada al bulto que roncaba bajo las sbanas y a la cobertura de piel que cubra el gran lecho conyugal, abri la ventana asomndose para contemplar, como cada da, la calle de San Nicols apenas transitada a aquella hora temprana. Haba helado durante la noche y el cielo estaba completamente azul. Hasta su nariz lleg el inconfundible olor de pan recin horneado y sinti hambre. Tambin comprob con satisfaccin que los postigos de la casa de enfrente estaban entornados, lo cual significaba que sus moradores an dorman.

Dormid, benditos durmientes dijo con una sonrisa. Dios no ayuda a quien no madruga.

Bertoln era uno de los muchos comerciantes en telas que tenan puesto abierto en el burgo cuando ella lleg al matrimonio. Ni ms rico ni ms pobre que otros de su mismo oficio. No era un mal hombre, lo supo la primera vez que lo vio, cuando su padre se lo present como el marido elegido para ella, pero no tena las agallas necesarias para destacar en aquel maremagno de negociantes dispuestos a todo con tal de vender. Sus vecinos de enfrente tenan entonces un importante negocio de tejidos, el ms prspero de toda la ra, pero, ahora, casi quince aos despus, el suyo era el doble de grande, pagaba salario a dos dependientes y dispona de un taller propio de confeccin al que acudan las personas ms acomodadas de Estella para hacerse la ropa a medida o adquirir lujosas telas de seda, tafetn o terciopelo.

Mi trabajo me ha costado! exclam doa Aldonza satisfecha.

Al da siguiente de la boda pidi a su marido que la pusiera al corriente del negocio.

Qu sabis las mujeres de asuntos de hombres? pregunt Bertoln con los ojillos brillantes.

Su cara gordezuela y colorada estaba ms roja que de costumbre. A pesar de ser invierno, de que los zumaques mostraban sus brazos desnudos al igual que esqueletos descarnados y los campos estaban yermos a la espera de la siembra primaveral, l se senta satisfecho por una noche, plena e inesperada, en brazos de una joven sana y no mal parecida. A una edad, pasada la cuarentena, en la que, a decir de las gentes, comenzaba la cuesta abajo, cuando ya desesperaba de encontrar una compaera que le calentara la cama y lo acompaase en los aos a venir, haba tenido la fortuna de entablar amistad con el escribano don Martn Roiz. ste era un hombre encantador, un estudioso, encargado de redactar los contratos importantes en la lengua occitana que ya pocos conocan. El occitano haba sido la lengua del burgo durante los brillantes y difciles aos de la fundacin de Estella, pero haca tiempo que el vulgo utilizaba la antigua habla de los navarros. Don Martn, aparte de erudito, era pobre y slo haba tenido tres hijas de su matrimonio con una buena mujer, ya difunta. Su nica preocupacin en la vida era buscarles marido a las tres. No fue difcil para dos hombres solitarios contarse sus penas en un rincn de una pequea y acogedora taberna del barrio de los curtidores, en torno a una buena jarra de vino del ao y unas chuletillas asadas, y llegar a un acuerdo.

Aldonza no haba puesto reparos a un matrimonio con un hombre casi veinte aos mayor que ella. De sobra conoca la situacin econmica de su padre y casarse con un comerciante acomodado era lo mejor que poda esperar. Consciente de sus obligaciones, la noche de bodas cumpli con su cometido e hizo todo lo que se esperaba de ella.

Qu sabis las mujeres de asuntos de hombres? pregunt de nuevo Bertoln cuando ella insisti en conocer el arte del comercio. Las mujeres estis para ocuparos de nosotros, de la casa, de... los hijos.

La mencin a los hijos renov el brillo de sus ojos y rode con sus brazos el estrecho talle, orgullo de su duea. Pero, esta vez, la mujer se mantuvo firme. Quera conocer los entresijos del negocio. Saba leer y escribir, tambin saba de nmeros pues la nica dote que el buen escribano haba podido legar a sus hijas era una educacin muy superior a la media, y estaba dispuesta a ponerla en prctica. De mala gana al principio y mucho ms conforme a medida que observaba los progresos de su mujer, Esteban Bertoln instruy a Aldonza en los secretos de la profesin, los agentes, los contactos, la compra-venta de tejidos, el pago a los acreedores y el cobro de las deudas. Agradecida, ella lo complaca cada noche y tambin, a veces, a la hora de la siesta; orden la casa, algo destartalada, del comerciante; bord y cosi manteles y sbanas; encer y restaur los viejos muebles hasta hacerlos parecer nuevos; encal las paredes y plant flores en el corralillo trasero de la vivienda, alegrando con ellas las oscuras estancias del interior. Pero, sobre todo, se hizo cargo del negocio.

Poco a poco, sin hacerse notar, fue ocupndose de los pequeos pedidos, sustituyendo de vez en cuando al encargado de la venta, un viejo que ya estaba all en tiempos de su suegro y que dorma en el portal de la casa cuando cerraban el puesto: Tambin entabl relaciones con los comerciantes vecinos y, sobre todo, con los proveedores, tejedores y tintoreros, principales artfices del mercado de las telas. Pronto entendi que era necesario darle un vuelco al negocio, ofrecer algo diferente y original para atraer a los compradores. Lo primero fue exigir el pago de las deudas que su marido, hombre de corazn bondadoso, acumulaba encima de su mesa, en unos casos como pagars no cumplimentados y, en otros, como tarjas, unas tablillas cortadas en dos en donde el comerciante y el cliente marcaban con muescas las cantidades fiadas por el primero y adeudadas por el segundo. Aldonza acudi a las viviendas de los morosos con el pagar o la tablilla, exigiendo el pago sin dilacin y amenazando con denunciarlos ante las autoridades si no abonaban lo debido. Al cabo de unos meses, haba acumulado suficiente dinero para pedir a un albail que reformara toda la parte baja de la casa.

Bertoln observaba asombrado los manejos de su mujer. A veces, muy pocas, trataba de intervenir, intercediendo por un deudor a quien tena cierta simpata, o cuestionando el trabajo del albail que llenaba la vivienda de polvo, impidiendo la continuidad de las ventas, pero Aldonza siempre responda del mismo modo.

Querido marido, djame a m deca en tono maternal. T eres demasiado bueno y te engaan esos sinvergenzas que dicen no tener para pagar una vara de lino y, sin embargo, comen carne todas las semanas, que me lo ha dicho el carnicero.

Cuando terminaron las obras, el matrimonio abri de nuevo el negocio. En lugar de un puesto a la calle, con un toldo encima para defenderse de la lluvia y el sol, su comercio ocupaba toda la planta baja de la casa. Las paredes estaban encaladas y pintadas de azul claro, un mostrador de madera haba sido encargado a un carpintero del barrio de San Miguel y tambin podan verse varios armarios en los que en estanteras, ordenadamente y por clases, se apilaban los tejidos ms diversos. En la parte posterior, oculta tras una cortina, Aldonza encarg al albail abrir una ventana para permitir la entrada de la luz del da y poder contemplar las telas sin necesidad de sacarlas a la calle y, de paso, utilizar de probador cuando ofreciesen, adems, un servicio de sastrera a medida. Para que nada faltara, colgaron de un brazo de hierro encima de la puerta una tabla de maciza madera encerada en la que poda verse la figura de un paero cortando una tela, bajo la cual el escribano padre de la duea escribi con su mejor caligrafa: Bertoln, paos, por los dos lados.

El negocio prosper a pasos agigantados a medida que transcurrieron los aos, llegando a convertirse en el ms importante del burgo de los francos, lo cual era como decir de toda Estella. Los Bertoln adquirieron la casa vecina y pasaron a vivir en ella, dejando el comercio y tambin un taller que daba trabajo a media docena de costureras en el local anterior. El comerciante envejeci y engord ms de la cuenta, dedicndose a la adquisicin de vias y huertas, siempre con la aprobacin previa de su mujer, o de participaciones en negocios de futuro como el de las prensas de abatanar. Empujado por Aldonza, se meti tambin en poltica, presentndose al cargo de jurado para el que fue elegido. Estaba satisfecho, la vida lo haba tratado generosamente, tena una mujer inteligente y capaz y unos hijos que eran su mayor alegra. Alegra que paliaba, en parte, la falta desde haca aos de relaciones matrimoniales. Tras el nacimiento de su cuarta hija, Blanca, diez aos despus de su boda, su mujer dej claro que ya haba cumplido con su deber hacia l y hacia Dios, por lo que no haba ya motivo para seguir cumplindolo. No deseaba pasar el resto de su juventud y madurez pariendo hijos. Puesto que la ley de la Iglesia era bien clara al respecto, es decir, que el nico fin del matrimonio era traer hijos al mundo, no gozar de los placeres carnales a los que l tanto se haba aficionado en aquellos aos, lo mejor para no pecar y no poner sus almas en peligro era abstenerse. As pues, ambos continuaron durmiendo en el mismo lecho, cada uno en su lado, dndose la espalda para evitar las tentaciones. La muerte de dos de sus hijos de corta edad no hizo cambiar de opinin a Aldonza.

Ha sido la voluntad divina se limit a decir.

Su marido estuvo a punto de preguntarle qu haran si la voluntad divina decida llevarse tambin a sus otros dos hijos, pero no se atrevi.

Roger y la pequea Blanca, sin embargo, crecieron sanos, ajenos a las penurias sufridas por muchos de sus convecinos, labradores en su mayora, que malvivan para conseguir una comida caliente cada da. Su madre se encarg de que fueran educados por un fraile del convento de los dominicos prximo a la iglesia de Santa Mara y Todos los Santos, la antigua sinagoga de los judos doscientos aos atrs, regalo del rey Garca Ramrez el Restaurador al obispo de Pamplona. nicamente salan de su casa acompaados por sus padres o una sirvienta y, casi siempre, para asistir a la misa en San Pedro de la Ra o para acudir a casa de sus tas, finalmente matrimoniadas con hombres respetables, aunque no tan ricos como ellos. Pocas veces se vea a los nios Bertoln jugando en la calle con otros mozuelos, acercndose al ro a por ranas o haciendo batallas de agua con el chorro de los caos. Sin embargo, no crecieron sin compaa. Doa Aldonza se ocup de que sus vastagos se relacionaran con otros jvenes de familias acomodadas y antiguos nombres franceses, evitando, no obstante, que lo hicieran con los de los nuevos ricos de San Juan y con los de los menos ricos de San Miguel, familias de la tierra, dueos de vias, huertas y ganados, quienes, a su entender, no dejaban de ser vulgares campesinos venidos a ms y, por supuesto, con los de los judos de Olgacena.

Mis hijos han nacido para llegar a lo ms alto deca complacida cuando observaba sus progresos. No deben malograrse en malas compaas.

Ella, sin embargo, mantena unas relaciones que podan tacharse de cordiales con algunos de los habitantes del barrio judo. Pronto se haba dado cuenta de que, sin su colaboracin, todos sus planes se iran al traste. Ellos eran los nicos capaces de suministrarle tejidos de seda y terciopelo, brocados, telas bordadas con hilos de oro y plata, plumas exticas para adornar los sombreros de los caballeros, abotonaduras de ncar y plata para tnicas y sayales. Sus redes comerciales recorran todos los puntos de la geografa europea, el norte de frica y Oriente. No haba nada que no pudieran conseguir, en especial uno de ellos, Samuel Ezquerra, argentero y comerciante, bedn o juez administrativo de Olgacena.

Es una lstima que Samuel sea judo sola comentarle a su marido mientras acariciaba con su mejilla un terciopelo de Damasco ms suave que la piel de un gatito recin nacido.

Por qu es una lstima? inquira Bertoln, asombrado por el comentario. Cada cual era lo que era.

Porque es una buena persona, pero su alma arder en el infierno por toda la eternidad y es una pena.

Cmo lo sabes?

Por Dios, Esteban! Todo el mundo lo sabe. Es una raza maldita, condenada a las llamas.

A m me parecen gentes bastante normales...

Porque t eres un inocente y te dejas llevar por las apariencias.

Ella saba, como todo el mundo, menos su marido al parecer, que los judos eran la causa de la prdida de las cosechas y de la llegada de las epidemias; media poblacin estaba endeudada con ellos y se deca que celebraban ritos satnicos para acabar con los cristianos. Claro que nunca se haban podido probar tales acusaciones, pero si la gente hablaba sera porque algo de verdad habra en todo ello.

Doa Aldonza suspir, cerr la ventana y se dispuso a comenzar la jornada. Mir de nuevo el bulto que continuaba roncando acompasadamente debajo del grueso cobertor de piel de zorro y sali de la habitacin, cerrando la puerta sin hacer ruido. En sus primeros aos de matrimonio, obligaba a Esteban a levantarse temprano para iniciar las tareas antes que los dems vecinos de la calle, pero, despus de tanto tiempo, haba llegado a la conclusin de que l supona ms bien un estorbo. Lo apreciaba, pero era lento de reacciones. Para cuando su marido haca una cosa, ella ya haba hecho cuatro. Ms vala que siguiera durmiendo, pens, mientras ella se encargaba de poner la casa y el negocio en marcha.

Despus de beberse un cuenco de leche caliente, acompaada con sopas de pan del da anterior, y antes de bajar a despertar a las criadas que dorman en el taller de costura, ech un vistazo al cuarto en el que dorman sus dos hijos. Ellos eran la razn de su vida, el nico motivo por el que trabajaba desde la maana hasta la noche y por lo que estaba dispuesta a sacrificar todas las horas del da. Tena grandes planes para ellos. No seran simples burgueses acomodados como sus padres, sino mucho ms. El siguiente otoo enviara a Roger a la poblacin de Villava, cercana a Pamplona, a casa del hermano de su marido, el cannigo Bertoln. Ya tena catorce aos e iba siendo hora de que tomase el rumbo tan minuciosamente proyectado por ella. Su cuado haba prometido ocuparse de l, a pesar de haber torcido un poco el gesto cuando ella le dijo que no deseaba que su primognito entrara en la Iglesia.

Servir a Dios es el mayor honor que puede caberle a un hombre haba sentenciado el cannigo, acompaando sus palabras con un gesto grandilocuente.

Tambin se le puede servir de otras maneras, cuado respondi ella, sin dejarse amilanar por la impresionante figura del cannigo, igual de gordo, pero ms alto que Esteban. Quiero que Roger llegue a ser un caballero del rey.

Mucho pide la esposa de un mercader ironiz el hombre.

No hay madre que no desee lo mejor para sus hijos replic ella mirndolo fijamente a los ojos.

Haban acordado, entonces, a cambio de un generoso donativo para las obras de caridad del clrigo, que el muchacho vivira unos meses con su to, aprendiendo a hablar y a escribir correctamente el romance, modales corteses y el manejo de la espada, algo imprescindible para poder entrar como escudero en la casa de algn noble que el cannigo se encargara de encontrar para su pariente.

Senta que algo se desgarraba dentro de ella cada vez que pensaba que su hijo partira de su lado despus del verano, pero el amor era sacrificio y ella estaba dispuesta a inmolarse con tal de que Roger llegara a ocupar un puesto de importancia en la Corte. Adems, an le quedaba la pequea Blanca, cinco aos ms joven. La nia era inteligente y vivaz, no especialmente bonita pero s amable y cariosa. No le costara encontrar un partido apropiado para ella cuando llegara la hora de buscarle un marido, algo que deba pensarse con detenimiento. Haba elaborado una larga lista de posibles candidatos, algunos de cuyos nombres iba tachando cuando apreciaba elementos de juicio en su contra. As, haba borrado el nombre de Juan Bernal porque lo haba visto tirando piedras al ro en compaa de varios mozalbetes de dudosa procedencia y tambin el de Pere de Tulle porque se haba enterado de que su madre haba nacido en el barrio campesino de Lizarra. Nada bueno poda proceder de aquel barrio, cuyos habitantes an se atrevan a llamar extranjeros a todos aquellos con nombres procedentes de las tierras de Ultrapuertos.

Por la gran amistad de su marido con el alcalde de la villa, Juan de Larraga, tan slo tres das antes, le haban sido asignadas dos criadas, una madre y una hija no mucho menor que la propia Blanca, condenadas como familiares de unos rebeldes colgados en la horca. En un principio, pens en negarse a tomarlas bajo su techo. No quera problemas. Pero en el lote iban tambin la casa y las propiedades de las condenadas. La casa estaba en Lizarra y no pensaba utilizarla para nada, as que orden le trajeran las cosas de valor que hubiera en ella una miseria, y la tapiaran a la espera de pensar qu hacer con ella. Las propiedades, unas ricas huertas en las faldas del santuario y varias cabezas de ganado y ovejas, eran otra cosa. An no haba tenido tiempo de ocuparse de los terrenos que, probablemente, arrendara, pero los animales los haba hecho llevar al establo que su marido, con buen tino y siguiendo su consejo, haba adquirido en la zona de Zarapuz. Dej de pensar en sus nuevas adquisiciones, para volver al tema de los futuros pretendientes. La lista era todava muy larga y tiempo habra de encontrar al candidato ideal. Abri la puerta del taller que comunicaba ste con la casa.

Arriba, holgazanas! grit.

Las dos mujeres y la nia despertaron de golpe y se levantaron, apresurndose a enrollar y ocultar los flacos colchones rellenos de hojas secas sobre los que dorman vestidas.

((Orti despert tumbado encima de la cama de sus padres y tard en darse cuenta de lo ocurrido. La casa estaba revuelta, el candelabro de plata, una de las pocas cosas de valor que posean, haba desaparecido, as como las ropas, las botas de su padre, la capa de lana de su madre, la sbana de los muertos, las sillas de madera tallada aportadas como dote por su abuela, las azadas, cuchillos y algunos otros objetos. Pucheros y ollas de barro haban sido estrellados contra el suelo, los utensilios de madera aparecan medio chamuscados en el hogar y no quedaba nada que llevarse a la boca. El nido, refugio seguro hasta haca unos das, se haba convertido en un lugar inhspito.

No puedo permanecer aqu! exclam en voz alta, sbitamente atemorizado.

Iba a salir por el mismo sitio por el que haba entrado cuando record la caja de los dineros. Sus padres la guardaban bajo el panal. Subi de dos en dos los peldaos de la desvencijada escalera que llevaba al desvn y, sin pararse en contemplaciones, volc la colmena y cogi la caja. No era mucho lo que haba dentro, dos piezas de plata y algunas ms de cobre, pero menos era nada. Introdujo las monedas en un bolsillo oculto en la cintura de sus calzones y abandon la casa, jurndose una y otra vez que algn da se vengara del merino y de todas las personas responsables de la ruina de su familia.

Vagabunde durante todo el da por las ras de San Juan y tambin por las de San Miguel. Llevaba ms de tres das sin probar bocado y el hambre araaba sus tripas, pero tampoco se atreva a comprar nada por miedo a que alguien se interesase por un chaval con la camisa rota y dinero en el bolsillo, as que esper paciente a que los tenderos cerrasen sus puestos para hacerse con una manzana medio podrida y un pedazo de pan seco encontrados en la calle. Luego, se acerc al ro. No haba llovido mucho y el caudal tiraba a escaso. En una ocasin, se atrevi a aproximarse al portal del Ppulo, pero el guarda lo mir de arriba abajo y le dio un empujn impidindole seguir adelante, por lo que dedujo que le sera imposible penetrar, al menos de forma legal. Busc un lugar para vadear el ro y as, al menos, pasar a la otra orilla. No fue tarea fcil. En la zona del puente de San Martn haba una fosa profunda a la que iban a parar todas las maanas los contenidos de los orinales caseros. El alcalde haba prohibido vaciarlos en las calles y aqul era un lugar mejor que cualquier otro para deshacerse de los residuos corporales que a algn sitio tenan que ir a parar. Sigui caminando por la orilla buscando el modo de pasar al otro lado, llegando hasta el siguiente puente, el llamado de las Berzas, donde el agua le cubra hasta la cintura. Una matrona le grit desde la ventana de su casa que tuviera cuidado, pero l se hizo el sordo y continu su bsqueda. Finalmente, justo enfrente de la iglesia del Santo Sepulcro, observ una especie de protuberancia en el lecho del ro, en la que haban brotado hierbas e, incluso, algunas florecillas silvestres. Comenzaba a anochecer y apenas haba visibilidad. Pens en quedarse en el islote hasta el amanecer, pero luego imagin que el nivel del agua subira durante la noche y l no saba nadar as que, armndose de valor, se lanz a cruzar el trecho que le quedaba. El ro era ms profundo en aquel lado, pero sigui avanzando encomendndose a sus antepasados.

Los muertos no mueren del todo sola decirle su abuela. Slo sus cuerpos desaparecen, pero sus espritus permanecen a nuestro alrededor, velando por nosotros y acudiendo en nuestra ayuda cuando los necesitamos.

Se le ocurri pensar que los muertos de su familia no haban sido de gran ayuda hasta el momento, pero se arrepinti de inmediato al topar con una rama, igual que un brazo amigo, a la cual se asi con las pocas fuerzas que le restaban. Se encaram a la orilla y se dej caer sobre la hierba. Se sinti solo, tena hambre y fro, estaba magullado, a poco se ahoga, su padre haba muerto, su madre y su hermana haban sido enviadas a casa de un extranjero y el pequeo Lucas dorma ahora en la casa de los hurfanos. Estuvo a punto de echarse a llorar, desconsolado ante tanta desgracia.

Pareces una lechuza mojada.

Se levant de un brinco al escuchar una voz a su lado. Slo poda ver una sombra delante de l. Lo primero que le vino a la cabeza fue que aqul era uno de los aparecidos de los que hablaba su abuela. Luego, lo pens mejor, y supuso que era uno de los guardas haciendo la ronda por la parte exterior de la muralla. Rpidamente, se agach para coger una piedra con nimo de estrellarla contra la cara del importuno. No se dejara coger, eso poda jurarlo!

Deja esa piedra y ven conmigo.

Algo en la voz del extrao lo tranquiliz, dej caer el improvisado proyectil y obedeci. En silencio, se aproximaron a la iglesia del Santo Sepulcro. Haba una tea colgada de una argolla a la entrada del templo y Orti pudo observar a un buen nmero de peregrinos tumbados en los escalones y sus alrededores y a otros en su interior que no haban llegado a tiempo antes del cierre de los portales, refugindose en la iglesia, abierta de da y de noche. Los haba sanos y de buen aspecto, pero tambin se vea a algunos enfermos y otros con los pies completamente llagados.

Ya tienen ganas de jugarse la vida para ir a ver la tumba de un santo que vete t a saber si est all enterrado!

El joven mir a su acompaante y se sorprendi al constatar que slo era algo mayor que l. Llevaba puestos unos calzones negros y un sayo tambin negro con una capucha ocultndole sus cabellos y parte de su cara. Una bolsa grande de esparto colgaba de su hombro y en la mano sujetaba una horquilla de madera.

Cmo te llamas? fue lo nico que se le ocurri preguntar.

Daniel Ezquerra, hijo de Samuel. Y t?

Orti, hijo de Semeno Ogaiz.

Tienes casa?

No.

Como si se conocieran de toda la vida, los dos muchachos siguieron andando un trecho por la ra de los Peregrinos, torciendo luego hacia su izquierda hasta hallarse ante el portal del recinto judo. Estaba cerrado, pero Daniel ni siquiera se detuvo, continu avanzando, contorneando la muralla que ascenda por la colina. Al llegar a la zona ms alta, el joven tante con las manos hasta hallar lo que buscaba: un saliente a cuatro pies del suelo; se encaram a l y despus se asi con fuerza a otro situado algo ms arriba, hasta alcanzar la parte superior del muro.

Haz igual que yo le orden a su acompaante. Hay un saliente a la altura de tu ombligo y otro a la de tu cabeza.

Orti no se lo hizo repetir. Si de algo poda estar satisfecho era de su habilidad para trepar por las paredes como las lagartijas. En dos impulsos se encontr subido encima del muro.

Diablos! exclam Daniel, La vieja ha apagado el candil antes de tiempo!

Qu vieja?

La que vive en esa casucha le seal su nuevo amigo. Bueno, o nos arriesgamos o pasamos la noche aqu arriba como un par de mochuelos. Sigeme!

Visto y no visto, el joven judo se dej caer desde el muro y Orti hizo otro tanto, procurando caer con las piernas flexionadas para amortiguar el golpe, al igual que haca cuando se bajaba de los rboles despus de coger nueces, aunque eso no le impidi rodar por el suelo debido al choque. Un rato ms tarde, ambos estaban rindose, acordndose del batacazo y de la vieja que haba apagado el candil antes de tiempo. Se encontraban en un estrecho habitculo de piedra adosado a la muralla, construida mucho tiempo atrs para separar el convento de Santo Domingo del barrio judo porque los frailes no queran que sus vecinos espantasen a los buenos cristianos. Era una especie de garita abandonada, descubierta por Daniel siendo an un nio; la haba adecentado y haba llevado a la parte de arriba algunos almohadones, unas mantas, un candil y algunas otras cosas, dejando lo de abajo igual a como lo haba encontrado, lleno de escombros.

De esta manera, a nadie se le ocurre asomar las narices por aqu le explic a Orti, cuando ste le pregunt por qu no limpiaba la parte baja.

Qu hacas en el ro?

Pescar ranas. Y t?

El joven Ogaiz permaneci en silencio. Tal vez haba ido demasiado lejos, pens, aceptando la hospitalidad de un desconocido que poda denunciarlo.

S lo de tu padre y lo de tus tos.

Cmo lo sabes?

Porque t me has dicho tu nombre. En Olgacena estamos al corriente de todo lo que ocurre en las poblaciones de Estella.

Daniel era un pozo de sorpresas. Hablaba varias lenguas, incluido el navarro, saba leer y escribir y pensaba llegar a ser el mejor argentero de toda Navarra. Para demostrarlo, ense a su protegido dos dijes de plata realizados por l mismo, grabando en ellos con pulso firme hermosas flores entrelazadas. Orti jams haba visto algo parecido y nunca se le haba pasado por la imaginacin que existieran personas dedicadas a realizar objetos como aqullos.

En cuanto cumpla quince aos tendr mi propio taller dijo Daniel, ufano al advertir el asombro en los ojos de su nuevo amigo.

Y cundo ser eso?

La prxima primavera.

Eres mucho mayor que yo! exclam Orti admirado. Yo acabo de cumplir doce, creo...

Ahora puede parecerte mucha diferencia, pero ya vers cmo no lo ser cuando seamos unos viejos ri el futuro orfebre.

Oculto en la garita, Orti Ogaiz vea pasar los das espiando a travs de las estrechas aberturas de la torreta y esperando ansioso la noche para salir a tomar un poco el aire y recorrer los alrededores con su amigo. Juntos ascendan hasta Belmecher y observaban, ocultos entre el follaje, las idas y venidas del cuerpo de guardia, temiendo a cada momento ser descubiertos y encerrados en los stanos del castillo. La gente deca que all se pudran decenas de prisioneros a la espera de su ejecucin por despeamiento, una manera limpia y segura de acabar con los criminales. Tambin se adentraron en el burgo, con el miedo en el cuerpo, trepando por la muralla de la misma manera que trepaban por la de Olgacena. El barrio franco era un lugar tranquilo, como pudieron comprobar, y no tardaron en hacerse con un par de capas y sombreros de ala ancha para parecerse a los peregrinos a los que sustrajeron las prendas en un descuido, pudiendo moverse a sus anchas sin ser molestados.

Si alguien nos pregunta algo, t, callado. Nos haremos pasar por peregrinos. Hablo el occitano aclar con una sonrisa y soy capaz de convencer al propio alcalde de Vlay de que soy francs.

Orti no tena ni idea de qu era el occitano ni tampoco dnde estaba la poblacin mencionada, pero las palabras de su amigo lo tranquilizaron. l lo nico que quera era averiguar en qu casa se encontraban su madre y su hermana. Espiaban tras las ventanas iluminadas, se adentraban en los corralillos y pegaban la oreja a las puertas para escuchar las conversaciones, observaban con atencin a las pocas mujeres que se cruzaban en el camino y llamaban a las puertas traseras, escondindose antes de que fueran a abrir, pero no haba ni rastro de Oneka ni de Ane.

Tranquilo, las encontraremos le aseguraba Daniel lleno de confianza. El burgo no es tan grande y en alguna parte tendrn que estar.

Una noche, su amigo no fue a la garita. Al principio, Orti esper comindose las sobras del da anterior, pero la impaciencia comenz a roerlo a medida que pasaba el tiempo. Observ que la vieja de la casa de enfrente tardaba ms que nunca en apagar el candil, vio a varios hombres penetrar apresuradamente en la vivienda de su amigo y temi que alguno de la familia estuviera enfermo. Se senta impotente all encerrado. Claro que tampoco hubiera servido para nada fuera de ella, pens, pero al menos sabra lo que estaba ocurriendo. Daniel apareci cuando ya se dispona a salir por su cuenta para averiguar algo. Su semblante juvenil lleno de granos pareca haber adquirido una madurez inexistente la vspera, estaba serio y se morda los labios sin cesar.

Qu ocurre? le pregunt preocupado.

Malos tiempos para nosotros. Empiezan a orse rumores de nuevo. Cada vez que esto ocurre, algn judo acaba muerto.

Por qu?

Yo qu s! Maldita sea!

Los soldados del castillo los detendrn afirm el muchacho, recordando lo ocurrido a su padre y a sus tos.

Eres un nio y no entiendes nada dijo Daniel antes de sentarse en el suelo y hundir la cabeza entre sus manos.

A Orti le doli que lo llamara nio. A fin de cuentas, su nuevo amigo slo le llevaba unos pocos aos y l pronto sera un hombre. Estuvo a punto de marcharse de all y volver a su casa. Luego record que ya no tena casa adonde ir y opt por sentarse junto al joven judo y esperar a que ste le contara algo ms sobre el asunto que tanto pareca preocuparle.

((La brisa de los primeros das del mes de marzo traa olor a muerte, mezclado con la suave fragancia de los almendros. El invierno no haba sido especialmente crudo aquel ao, las cepas no se haban helado como otras veces, se esperaba un buen ao para paliar la escasez del anterior y los labradores se disponan a roturar la tierra y sembrar el trigo y la panoja. Las noticias llegadas desde varios lugares del reino anunciaban lo mismo. Un mes haba ya transcurrido desde la muerte del rey Carlos IV el Hermoso de Francia y II el Calvo de Navarra, quien nunca haba pisado suelo navarro y haba tenido sometido al reino por la fuerza durante seis aos, sin haber recibido el juramento de lealtad. El gobernador francs, Pierre Raymond de Rabatens pretenda continuar con la misma poltica de mano de hierro a la espera de que el nuevo rey de Francia, Felipe de Valois, reclamase sus derechos y ocupase el puesto dejado por su antecesor. Los alcaldes, procuradores, alcaides de fortalezas, jueces, merinos y sayones, franceses la mayora, lo apoyaban, mientras los ricoshombres, infanzones, miembros de la pequea nobleza y los clrigos navarros no estaban por la labor de esperar. Las lluvias de los meses precedentes y las malas cosechas haban trado con ellas la peor de las plagas, el hambre. El reino entero era un hervidero de intrigas, discordias, lamentaciones y protestas.

Siete aos antes, procedentes del pas de los francos, hordas de fanticos haban atravesado la gran cordillera montaosa, expandindose como una epidemia por toda Navarra. Se llamaban a s mismos pastourels, o pastorelos, cuya misin, al igual que la del flagelo utilizado por Jess para expulsar a los mercaderes del templo de Salomn, era erradicar de suelo cristiano a los judos. La simiente haba sido sembrada y la ausencia del poder real y los excesos de los gobernantes hacan temer lo peor. Una nueva ola antisemita, dirigida esta vez por varios Concejos, amenazaba la relativa tranquilidad de los judos navarros. La aljama de Estella, as como las de Pamplona, Tudela y Sangesa, haba reforzado su guarnicin y solicitado refuerzos al merino de la villa, Jacques de San Sansn, quien no haba dado seales de vida.

Por los clavos de Cristo! No permitir que haya altercados en Estella!

El alcalde de la villa, Juan de Larraga, escuchaba a su confidente con el ceo fruncido. De vez en cuando golpeaba una gruesa mesa de roble y los documentos apilados sobre ella salan volando, siendo recogidos por un sirviente, atento al menor movimiento de su seor. Sentado en una silla cerca de la ventana, Esteban Bertoln permaneca mudo y atento a la conversacin.

Mucho me temo que los habr, mi seor replic el confidente. El pueblo est harto de ellos. El hambre es difcil de soportar, la mitad de la poblacin cristiana est endeudada con los prestamistas judos y la otra mitad envidia su prosperidad.

Apelar al gobernador y exigir que enve sus tropas!

Rabatens est ms preocupado por la eleccin del futuro rey que por defender a unos cuantos hebreos. Sabe que su cargo pende de un hilo y se defiende como puede. Espera.

A qu? A que una banda de fanticos ponga al reino patas arriba?

Nadie quiere dar el primer paso hasta saber a ciencia cierta a quin deber acatar, mi seor lo sabe bien.

El confidente call y Larraga solt de nuevo su puo sobre la mesa. Acababa de conocer la designacin del nuevo rey, Felipe de Valois, pero haba demasiados problemas en Francia como para no saber que la cuestin navarra pasara a un segundo plano. Tambin estaba al corriente de las reuniones mantenidas por la nobleza en todo el reino y del descontento, cada vez mayor, de la poblacin. Cinco reyes franceses en algo ms de cincuenta aos, sin contar a los dos Teobaldo, eran ya demasiados a fe de los navarros. l, mientras tanto, tena que aguantar como pudiera a verlas venir. Y por si el problema del vaco de poder no fuera suficiente, tena que enfrentarse a conatos de sublevacin como la protagonizada semanas antes por los Ogaiz y ahora la amenaza de un ataque a la judera.

Ya ves, amigo mo dijo el alcalde, dirigindose a Bertoln, no salimos de un problema cuando ya estamos metidos en otro. T eres jurado del Concejo, sabas algo de todo esto?

No mucho ms que t respondi el comerciante con su suave tono de voz habitual. He odo cosas, pero no son muy diferentes a las que llevo escuchando desde hace tiempo. Mis relaciones con los vecinos de Olgacena son cordiales debido a mi negocio y tal vez sea sta la razn por la cual quien quiera que sea que est metido en el asunto ha preferido no confiarse a m. De todos modos, la gente grita mucho y hace poco. No creo que la sangre llegue al ro.

Dios te oiga...

Poco despus, Bertoln se despidi del alcalde y se dirigi a su casa. A pesar de sus palabras, presenta que el asunto era grave. Haba odo conversaciones, exclamaciones airadas en contra de los judos y tambin haba escuchado predicar a un fraile en la Plaza Nueva de San Juan. Los nimos estaban encrespados y tal vez sera ms sabio encerrarse y esperar a que pasara la tormenta.

Parece ser qu va a haber problemas le dijo a su mujer cuando se sentaron a comer. El alcalde est muy preocupado.

Qu ocurre?

Los judos...

Qu han hecho esta vez?

No han hecho nada, pero la gente est harta de ellos. Los acusan de atesorar fortunas mientras los cristianos son cada da ms pobres. Ya se sabe que el dinero es capaz de agriar las mejores relaciones.

El joven Roger escuchaba distrado la conversacin de sus padres mientras coma. l estaba ms interesado en dar buena cuenta de su racin de gorrn que en entender la gravedad de la situacin a la que su padre haca referencia.

Van a atacar Olgacena afirm su mujer, visiblemente preocupada, al tiempo que se limpiaba la comisura de los labios con un pauelo sacado de la manga.

Cmo lo sabes?

Yo tambin tengo odos, querido. Detrs de un mostrador se escuchan todo tipo de conversaciones.

El merino no lo permitir.

Y t tampoco.

La cara de Bertoln reflej estupor al escuchar las palabras de su mujer.

Yo?

Eres jurado y algo podrs hacer.

No s qu podra hacer yo...

Hablar con los miembros del Concejo. Eres uno de los comerciantes ms ricos de Estella, un hombre conocido y respetado. Te escucharn.

Por qu te preocupas tanto por los judos? Habr algn altercado, algunos golpes y la furia pasar como ya ha ocurrido en otras ocasiones.

Doa Aldonza mir fijamente a su marido y se llev el pote de vino a los labios antes de hablar.

Sabes que esta vez no ser as y nosotros saldremos perjudicados en el asunto. Los judos no me preocupan, me preocupa la buena marcha de nuestro negocio. Si ocurre lo que todo el mundo dice que va a ocurrir, nos quedaremos sin proveedores porque son ellos, te recuerdo, los que nos surten de los tejidos tintados y bordados.

El enfado va dirigido hacia los prestamistas y sus exorbitantes intereses adujo Bertoln con debilidad. Las malas cosechas han obligado a muchos a pedir prstamos que no pueden devolver y, de seguir las cosas as, tampoco podrn hacerlo en mucho tiempo.

Soy una buena creyente y repruebo el empeo de los judos en mantener sus prcticas religiosas y costumbres, contrarias a la ley de Dios prosigui doa Aldonza imperturbable, pero tambin soy una persona prctica. Si atacan Olgacena, caern los prestamistas y los que no lo son. Y, de todos modos, los judos se resentirn y desconfiarn de los cristianos, intervengan o no, e incluso puede que tambin se marchen de Estella y, entonces, adis negocio!

Esteban hinc el diente a un pedazo tierno y sonrosado de gorrn, pero no apreci su sabor. Mastic sin saborear la carne cocida en agua antes de ser asada, espolvoreada con menta, lacada con miel, aderezada con castaas hervidas y cocidas en su propio jugo. No estaban su nimo ni su paladar para apreciar las delicias culinarias elaboradas durante varias horas. A pesar de la carencia general, en su mesa no faltaban alimentos. No saba cmo se las apaaba su mujer, pero tampoco preguntaba. Hizo una sea a la sirvienta para que retirara su plato a medio acabar y no respondi a la pregunta de doa Aldonza, preocupada al observar su desgana.

Doscientos aos atrs, Gaufrido Bertoln haba sido uno de los primeros pobladores de la nueva fundacin del rey Sancho Ramrez. Abandon sus hermosas tierras de Auvernia, asoladas por el hambre y las guerras, y eligi para rehacer su vida aquel bello enclave de la tierra de Deio, rodeado de bosques, montes y agua. Su antepasado no se haba arrepentido de su decisin y tampoco lo haban hecho sus descendientes. No fue fcil, a pesar de los privilegios concedidos a los francos por el rey, establecerse en un lugar tan bravo, cuyos habitantes originales hacan honor a supasado de guerreros indmitos. En realidad, pens, la suya era una forma de conquista, puesto que llegaron con las manos vacas, se instalaron y gozaron de derechos de los que los navarros no disfrutaron hasta muchos aos despus. Tras ms de dos siglos de convivencia, poda decirse que las relaciones entre los vecinos eran ms o menos amistosas, aunque siempre exista un cierto recelo. Cada grupo comparta las tareas comunes, juntos comerciaban, luchaban cuando la villa era atacada, trabajaban hombro con hombro cada vez que las riadas inundaban calles y bodegas, pero, una vez acabada la tarea, cada cual se retiraba a su respectivo recinto amurallado, matrimoniaban dentro de sus barrios y no se mezclaban en las fiestas. Tambin estaban los habitantes del barrio de Olgacena.

Los judos llevaban en Estella casi tanto tiempo como los francos. Poda decirse sin errar que Olgacena era el verdadero centro financiero de Estella, el barrio ms rico. A veces, se escuchaban protestas por el elevado inters impuesto por los prestamistas, casi todos judos aunque tambin los hubiera cristianos. Se oan amenazas y observaciones, indicando lo conveniente que sera para la villa desembarazarse de sus vecinos hebreos. A l no le molestaban. Incluso, mantena con algunos una relacin que casi poda llamarse de amistad. A fin de cuentas, si no estuvieran ellos, otros ocuparan sus oficios. Por otra parte, le constaba, no haba ni un solo habitante de la judera que no supiera leer y escribir, amn de conocer varias lenguas, y l admiraba a las personas cultas.

Contempl a su hijo y una sonrisa ilumin su rostro. Roger era el nico de sus tres hijos varones llegado a una edad casi adulta. La pequea Blanca, de nueve aos, pareca fuerte y sana, pero un hombre de negocios deba tener un heredero varn a quien legar sus propiedades. Al igual que su mujer, quera que Roger llegara an ms alto que l mismo. No bastaba que fuera avispado, tambin deba ser educado acorde con su condicin.

Ni se te ocurra!

La voz de doa Aldonza rompi el silencio. Roger haba acabado su racin de gorrn, disponindose a limpiarse la boca con la manga de la camisa. La orden de su madre interrumpi su gesto, el muchacho sonri, cogi el borde del mantel de lino bordado que cubra la mesa y se limpi con l.

As? pregunt con algo de sorna.

As siempre respondi ella sin percatarse de la irona.

Padre e hijo intercambiaron una mirada cmplice. Doa Aldonza nunca dejaba de recordar a propios y extraos que su padre y su abuelo haban sido escribanos, personas educadas y cultas, aunque muchas veces sus finos modales parecan estar fuera de lugar y acababan por cansar.

Tienes que ir a hablar con Samuel Ezquerra aadi despus, dirigindose a su marido. Los tintoreros judos quieren subir el precio del tinte de los tejidos y eso es algo que no estoy dispuesta a aceptar.

A Bertoln siempre le maravillaba la pasmosa facilidad con la que su mujer pasaba de un tema a otro. Despus de tratar sobre el grave problema que se avecinaba, de casi ordenarle que interviniera en su calidad de jurado del Concejo, ahora pasaba a hablarle de algo tan nimio como el precio de los tintes. Por muchos aos que viviera con ella, jams llegara a entenderla! De todos modos, tena que ir a hablar con Samuel para advertirle del peligro que acechaba a la comunidad hebrea y el asunto de los tintoreros poda ser una disculpa como otra cualquiera. Acab de un par de bocados un pedazo de bizcocho relleno de dulce de manzana y se levant de la mesa.

Volver antes del cierre dijo, disponindose a salir.

Padre, puedo ir contigo? Roger tambin haba abandonado con celeridad su sitio en la mesa.

No tienes leccin con fray Guilles?

Ha enviado recado diciendo que hoy no poda venir. Verdad, madre?

Doa Aldonza afirm disgustada con un gesto de cabeza. Pagaba al dominico cuatro sueldos sanchetes al mes por las lecciones. Cada da sin leccin era una prdida de dinero, amn de una oportunidad desaprovechada para que su hijo llegara a lo ms alto.

Si he de ayudarte en el negocio, cuanto antes vaya ponindome al corriente, mejor insisti Roger.

Esteban sonri. Su hijo saba ser encantador y convincente cuando quera. Sera un buen comerciante. Le hizo una sea para que lo siguiera, recogi su gorra de fieltro de manos de la criada, se la coloc en la cabeza y salieron de la casa.

Los dos caminaron sin prisas por la calle de San Nicols en direccin a Olgacena. Era una delicia pasear a primeras horas de la tarde, escuchando el rumor del Ega, sintiendo en sus rostros la brisa fresca del norte procedente de Urbasa, contemplando el cielo azul y los zumaques en flor. Sus vecinos los saludaban con respeto y los peregrinos, que se dirigan hacia el portal de Castilla en su ruta hacia Logroo, se hacan a un lado para dejarlos pasar.

Adonde vamos, padre?

Tengo que hablar con Samuel Ezquerra.

Vamos a Olgacena? pregunt Roger excitado.

As es se limit a responder su padre con la vista puesta en la esbelta silueta de la iglesia de San Pedro de la Ra, su parroquia.

Prosiguieron por la ra de las Tiendas, tambin llamada simplemente la Ra. En cada portal se hallaba instalado un comercio abierto a la calle. Puestos de camisas y tnicas, calzados, cestas, tejidos, herramientas, pucheros de barro, de venta de vino, productos agrcolas y muchas otras cosas se exponan a la vista de los transentes. Era una calle tan llena de vida que al comerciante siempre le agradaba demorarse, preguntando precios, inquiriendo sobre la calidad de las mercaderas, informndose sobre su origen, por el simple placer de hacerlo, por el goce que le proporcionaba palpar y examinar los materiales expuestos. Aunque todo pareca normal, Esteban Bertoln senta un cambio apenas tangible en sus vecinos, sus voces no sonaban igual, tampoco se escuchaban risas. Observ corrillos de gente hablando a media voz y pocos nios jugando en la calle.

Roger continuaba excitado. Por primera vez en su vida iba a entrar en el recinto amurallado del que tanto oa hablar y, en realidad, tan poco saba. No haba razn alguna por la cual un joven, hijo de un acaudalado comerciante y por ende jurado de la villa, penetrara en Olgacena. De hecho, apenas si haba salido del burgo franco, aparte de algunas visitas al Mercado Nuevo, a los tos y a los amigos de su familia en San Miguel. Se imaginaba el barrio judo como un lugar extico, misterioso. A veces se cruzaba con hebreos que acudan a San Martn por asuntos de negocios y tambin conoca a Samuel Ezquerra porque ste sola visitar a sus padres. Sus vecinos y compaeros de juegos a menudo comentaban lo que escuchaban decir sobre ellos: que tenan cofres repletos de oro, libros prohibidos, pcimas venenosas; que hablaban en la lengua del demonio, invocaban a Lucifer en sus rezos y lanzaban conjuros para provocar las sequas y las epidemias. Se prometi a s mismo observar todo con mucha atencin para poder informar despus a sus amigos.

Cruzaron el portal del burgo y entraron por el de la judera sin que los guardas del uno y del otro inquirieran sobre la razn de su presencia. Esteban Bertoln era de sobra conocido para ambas partes.

Lo primero que llam la atencin de Roger fue que Olgacena apenas se diferenciaba del burgo. Sus calles y casas eran una copia exacta de ste, sus moradores vestan de modo muy parecido, aunque las mujeres no llevaban tocas sino velos y algunos hombres cubran sus cabezas con sombreros puntiagudos. Sin embargo, daba la impresin, despus de un examen ms detenido, de que las viviendas estaban mejor construidas, las tiendas eran ms amplias y los gneros expuestos ms abundantes.

Tienen dinero le explic su padre.

All no se vean peregrinos ni mendicantes y todo el mundo pareca estar muy ocupado. Subieron por una empinada cuestecilla hasta llegar a una casa de dos plantas, totalmente encalada, cerca de la muralla. Las ventanas estaban repletas de macetas floridas y una parra briosa ascenda por una de las columnas que sostenan un entramado de madera. La parra haba extendido sus ramas por encima del entramado, resguardando la entrada a la casa del sol de la tarde. Samuel Ezquerra, su mujer y una vecina, sentados en sillas de lona, charlaban mientras beban t y coman pastelillos de arroz elaborados segn una antigua receta hebrea. Los tres se levantaron al verlos llegar.

Shalom, mi buen amigo don Esteban salud Samuel haciendo una ligera reverencia que en nada se pareca a un gesto de sumisin.

Dios est contigo, Samuel, y con tu compaa respondi el franco.

Mi mujer, Orobita, y nuestra vecina, doa Honor.

Mi hijo Roger.

Hechas las presentaciones, las dos mujeres penetraron en la casa. Roger no perda ojo. El bedn judo podra pasar por un franco si se afeitaba la barba, pens para sus adentros, y su mujer no era muy diferente de su propia madre, incluso le haba parecido ms alegre. Una risa procedente del interior de la vivienda no hizo sino reafirmar su primera impresin. Su madre era demasiado atosigante, lo asfixiaba con sus demostraciones de cario, siempre pendiente de l, dicindole a cada momento lo que deba o no hacer, los planes que tena para su futuro, las maravillas que esperaba de l... Se estaba bien all, bajo la parra, comiendo pastelillos de arroz y escuchando la conversacin de su padre con el judo, como si l tambin fuera un adulto, aunque no entendiese de la media la mitad.

Los dos hombres hablaron hasta que el sol se puso y se escuch la primera de las tres llamadas antes del cierre de los portales. No tocaron para nada el tema de los tintoreros porque su conversacin gir en torno al asunto que verdaderamente les preocupaba, la animosidad, cada vez ms patente, de la poblacin cristiana hacia la juda. Ninguno de los dos poda hacer nada para evitarla, pero confiaban en el sentido comn y la pronta actuacin de las autoridades si llegaba a producirse algn tipo de altercado.

Bertoln y su hijo regresaron al burgo poco antes de la tercera llamada que obligaba a cerrar las puertas de los recintos amurallados. A pesar de que la primitiva fundacin de Estella haca tiempo que haba anexionado a las otras tres poblaciones, tanto stas como el barrio judo disponan de su propia muralla. Quien ascendiera a la Atalaya situada encima del inexpugnable castillo de Belmecher, en lo alto de la colina, o al santuario de Lizarra, donde siglo y medio atrs haba aparecido milagrosamente una imagen de Nuestra Seora, podra observar la peculiar estructura de la villa: cinco recintos amurallados, con sus portales y sus guardas en ellos, adems de la colina de los castillos, totalmente fortificada. Todas las noches se cerraban las puertas y no volvan a abrirse hasta el da siguiente. Los retrasados, peregrinos y viajeros en su mayora, se vean obligados a permanecer a la intemperie, soportando temperaturas extremas tanto en verano como en invierno.

Temprano por la maana, Esteban Bertoln tom la decisin de subir a Zalatambor, para entrevistarse con el merino, Jacques de San Sansn, esperando en lo ms profundo de su ser que ni el alcalde ni ninguno de sus compaeros de la mesa del Concejo supieran nunca nada sobre su gestin. Su mujer no haba dejado de instarle desde la noche anterior a que hiciera algo en el asunto de los judos y cualquier cosa vala con tal de no orla. En mala hora se haba dejado convencer por ella para presentarse a las elecciones al Concejo! l saba todo lo que deba saberse de tejidos y asuntos comerciales, pero detestaba la poltica aunque a ella le pareciese el mejor modo de ascender en la escala social. Odiaba hacer esfuerzos fsicos, odiaba las cuestas y la que llevaba hasta el castillo era muy empinada, pero el merino no bajara aunque la ciudad entera estuviera envuelta en llamas. Desde su nombramiento, slo se haba molestado en aparecer por la poblacin unas semanas antes, cuando una cuadrilla de locos haba intentando hacerse con las riendas de la ciudad, reclamando un gobierno navarro. La cosa no haba pasado de un conato como muchos otros que tenan lugar de tanto en cuanto y l mismo se haba visto beneficiado con las propiedades de uno de los encausados. San Sansn era el quinto o el sexto merino, haba perdido la cuenta, en los ltimos diez aos. A pesar de ser Estella la tercera villa del reino en importancia y la segunda en habitantes, el puesto era una mera plataforma para ascender a otros. Ninguno de los merinos que haba conocido era oriundo de la zona, como tampoco lo eran los alcaides de las fortalezas. stos llegaban, se encerraban en los castillos y se marchaban en cuanto algn alto cargo de la Corte les pona delante un bocado ms apetitoso. Le vino a la mente la imagen de la gata propiedad de su mujer, una gata gorda y maosa a la que detestaba, lamindose de gusto ante la vista de un pececito de ro. El merino se pareca a la gata de Aldonza. La comparacin le hizo rer, entr en el castillo rojo por el esfuerzo, pero con una sonrisa de oreja a oreja, y exigi ver de inmediato al personaje.

Un par de horas ms tarde, bajaba de nuevo la cuesta echando sapos y culebras por la boca. A pesar de la informacin recibida, informacin que, por otra parte, tambin conoca el merino, ste haba afirmado no ver ningn motivo especial por el cual habra de alertarse a las guarniciones de Olite, Los Arcos, Puente la Reina o de la propia Estella. Ya se haba hecho siete aos atrs, cuando las hordas de menesterosos penetraron por los pasos de los Pirineos, y todo haba quedado en agua de borrajas, le dijo al tiempo que se limpiaba los dientes con la ua del dedo meique.

Es natural que haya disturbios haba tenido la desfachatez de aadir. Continuar habindolos hasta que un nuevo rey se siente en el trono. Estad tranquilo, maese Bertoln, aqu no pasar nada.

Ese hombre es un imbcil! exclam en voz alta cuando estuvo lo suficientemente lejos para no ser odo.

Sali del recinto amurallado del castillo, atraves el portal de Santa Mara y de Todos los Santos y prosigui descendiendo hasta hallarse en la ra de las Tiendas, a poca distancia de la iglesia de San Pedro. Se oan rumores y gritos y aviv el paso para averiguar el motivo de tanto escndalo. En lo alto de la escalinata, un fraile franciscano se diriga a una gran multitud congregada en los aledaos. Reconoci al hombre y apret los puos. El fraile, Pedro de Ollogoyen, era un perturbado, motivo de problemas en ms de una ocasin. Le encantaba hablar y no lo haca del todo mal. Era capaz de encandilar a sus oyentes con sus palabras, de hacerles afirmar o negar todo lo que l quisiera. Tan slo unos meses antes haba soliviantado a la poblacin por el precio de la fanega de trigo molido que haba subido un octavo de sueldo. A punto haba estado de organizar un ataque contra el molino de Ordoiz, regentado por una familia juda, evitado en el ltimo momento por los alguaciles que se haban entregado a fondo, desperdigando a la gente a varazos.

Los judos os roban el pan de vuestros hijos, emponzoan vuestros pozos, trajeron las lluvias y despus la sequa para as arruinar a los cristianos honrados!

Un clamor afirmativo se elev de entre la multitud. Bertoln observ que el alcalde se aproximaba al mayoral de la calle, que escuchaba, como todos, el discurso enfebrecido del fraile y se acerc a ellos, abrindose paso a codazos.

Deten a ese loco ahora mismo! orden Larraga al mayoral.

Me matarn! exclam el mayoral sealando a la gente.

Yo mismo te matar como no obedezcas!

El hombre pareci apreciar un mayor peligro en las palabras del alcalde que en las de los entusiasmados oyentes, hizo una sea a sus hombres y se apresur a disolver la reunin. Hubo un conato de protesta, pero la visin de espadas desenvainadas en lugar de varas aplac los nimos y poco despus slo quedaba el fraile que continuaba gritando desde lo alto de la escalera.

Alcalde! Dios te condenar a la ms terrible de las muertes y a todas las penas del infierno por defender a los judos!

Apresadlo! orden Juan de Larraga, dirigindose a los hombres.

El franciscano dio media vuelta y se introdujo en la iglesia al tiempo que gritaba Santuario! El alcalde y los alguaciles detuvieron su ascensin y contemplaron, impotentes, cmo Pedro de Ollogoyen desapareca en el interior del templo.

Dos hombres delante de la puerta de la iglesia orden de nuevo el alcalde al mayoral y si ese loco asoma otra vez la cabeza, se la cortis!

Momentos despus, las escalinatas de la iglesia y las calles adyacentes estaban desiertas. Bertoln se dio prisa en llegar a su vivienda y cerrar la puerta por dentro. Al entrar tropez con la nia de ojos grandes y asombrados, condenada, en compaa de su madre, a servir en su casa. Ni siquiera conoca su nombre. La nia, asustada, dej caer un cesto con panes que llevaba en las manos, agachndose a continuacin para recogerlos mientras murmuraba unas palabras de excusa que l no entendi. Tampoco le agradaba aquel asunto, pens el hombre mientras se diriga a su habitacin para quitarse las botas polvorientas por la caminata. Por orden del alcalde, el merino haba decretado la enajenacin de las propiedades de los rebeldes de Lizarra alzados en armas contra la villa. A l le haban adjudicado las del cabecilla, envindole a su mujer y a la nia sin pedirle su opinin. Algo as slo poda traer complicaciones, pues saba que el equilibrio entre las poblaciones y sus habitantes penda continuamente de un hilo. La menor disputa, el mnimo desacuerdo entre las partes, eran motivo y disculpa para entablar una pelea que, en la mayora de los casos, acababa con bastantes heridos e incluso muertos.

La nueva sirvienta, Oneka, entr en la habitacin despus de llamar a la puerta llevando una palangana y una jarra con agua templada. No era mal parecida, se dijo Esteban fijndose en ella, y an era joven. Sus ojos se encontraron brevemente antes de que la mujer saliera de la habitacin tras dejar los dos objetos sobre el arcn. Aqulla no era la mirada sumisa esperada en una criada condenada; haba orgullo en ella. Tal vez cuando todo aquel enojoso asunto hubiera acabado... A fin de cuentas, l era un hombre y, adems, el amo de la casa. Olvid a la sirvienta cuando, poco despus, el alcalde mand recado rogndole que acudiera sin dilacin a la plaza del Mercado Nuevo de San Juan.

Por qu enva en mi busca? pregunt a su mujer con ansiedad. Estar al corriente de mi visita a Zalatambor?

Ser para algo importante lo tranquiliz doa Aldonza con entusiasmo. Sabe que no puede fiarse de los dems miembros del Concejo. Probablemente espera que le ayudes a controlar la situacin. Es un gran paso, querido, Larraga es una de las personas ms influyentes de Estella y no olvidar tu apoyo, estoy convencida.

Esteban Bertoln no estaba tan convencido como su mujer. No quera los, no quera saber nada de lo que estaba ocurriendo. En realidad, pens, estaba aterrorizado. Acudi, no obstante, a la llamada, dispuesto a darse media vuelta a la mnima seal de peligro. El alcalde, el mayoral de San Juan y unos cuantos hombres ms se hallaban a la entrada de la plaza del Mercado Nuevo por la calleja de la Cedacera. Desde all poda observarse un gran nmero de personas en medio de la plaza, rodeando a un fraile que hablaba subido a un carro.

Dice que ha llegado la hora de que los buenos cristianos se venguen de los asesinos de Cristo inform el sndico, que se uni al grupo en el momento de la llegada de Bertoln.

Es otro fraile loco o es el mismo? pregunt el comerciante sealando al predicador.

Juan de Larraga solt un juramento al comprobar que, en efecto, el fraile en cuestin era el mismo Pedro de Ollogoyen que unas horas antes se haba encerrado en San Pedro de la Ra. Probablemente habra escapado de la iglesia por otra puerta. De todos modos, exigira responsabilidades al mayoral de San Martn por haberlo dejado salir.

Hay que detenerlo orden al mayoral de San Juan.

No hace nada malo terci Bertoln conciliador, slo habla.

De las palabras se pasa a los actos y juro que nadie va a atacar a nadie en mi villa mientras yo sea su alcalde. Estn ocurriendo cosas muy graves en el reino y debemos mantener la calma. Id a llamar a vuestros hombres orden una vez ms al mayoral de la poblacin.

El mayoral iba a responder algo, pero hizo una inclinacin de cabeza y se perdi entre la multitud que iba llenando la plaza. Esteban, por su parte, contempl con atencin al corro de vecinos cada vez ms numeroso. Cmo era posible que todos aquellos hombres y mujeres, habitualmente comedidos, perdiesen su tiempo escuchando las diatribas del franciscano? Le asust observar la mirada colrica de algunos, los gestos afirmativos de otros y los gritos de la mayora apoyando las palabras del predicador en contra de los judos. Su primer pensamiento fue para Samuel Ezquerra, a quien apreciaba, recordando la imagen del hombre sentado con su mujer y una vecina bajo la parra. Mir a su alrededor. Dnde estaba el mayoral? Por qu no llegaba ya con sus hombres para detener al causante de tanto alboroto? Su atencin se volvi de nuevo hacia los gritones. Reconoci algunos rostros y se qued pasmado al constatar que los agitadores no slo eran pobres y campesinos, como l haba credo en un principio, sino que tambin haba entre ellos comerciantes y artesanos e, incluso, pudo ver con claridad al notario Pasqual y a su mujer agitando sendos palos con furia. Tambin haba muchos otros a los que ni siquiera conoca de vista, tal vez llegados de las poblaciones vecinas.

Vamos! A Olgacena sin perder un momento!

La voz del alcalde lo oblig a girarse.

Esteban, ve a los portales del puente de San Martn y que los guardas los cierren orden. Vos aadi dirigindose al sndico, acudid a Zalatambor y alertad al merino. Los dems conmigo!

Los hombres se separaron. Olvidando su parsimonia habitual, Bertoln ech a correr hacia el puente. Al salir por la Carrera Luenga se top con otro grupo de agitadores que, al igual que una manada de lobos, no dejaba de aullar consignas antijudas, golpeando con sus palos a los viandantes y rompiendo los puestos de los comerciantes, resguardados en el interior de las casas despus de haber asegurado las puertas con las trancas. Resollando, lleg al puente, orden a los guardas del portal de San Martn que lo cerraran y no dejasen salir ni entrar a nadie; cruz el puente y orden lo mismo a los guardas del portal del Ppulo. Por primera vez en muchos aos, las dos poblaciones quedaron incomunicadas a plena luz del da. Despus, se dirigi al barrio judo.

El alcalde cont a los hombres reunidos, incluidos los tres mayorales y sus alguaciles, y suspir profundamente. Apenas eran una treintena! Asi por el brazo a un chaval joven con aspecto dinmico.

T! Sube al castillo y avisa al merino, que enve a los soldados de una maldita vez! grit ms que orden.

El mozo no respondi y ech a correr cuesta arriba en direccin al castillo, mientras Larraga y los dems se dirigan hacia la entrada del barrio judo. La llegada de hombres armados haba sobresaltado a los guardas de las puertas de Olgacena que fueron rpidamente a avisar al bedn y a los dems notables de la aljama.

Samuel! Bertoln se precipit hacia l en cuanto lo vio llegar. Estn dispuestos a atacar! Ordena que todo el mundo se refugie en sus casas, avisa a los hombres y jvenes que puedan luchar, que cojan palos, azadas, cuchillos o lo que tengan a mano.

Tan grave es?

Me temo que s. Son cientos...

Estella nos defender.

No cuentes con eso, amigo mo. Hay un fraile que est predicando una cruzada contra vosotros, la gente est descontenta y furiosa, tiene miedo del futuro; la falta de rey, la confabulacin de los nobles, el desinters de los gobernantes, la caresta del trigo, las deudas contradas son chispas que amenazan con prender un gran fuego.

Y nosotros, como siempre, somos la paja afirm el bedn con resignacin.

El alcalde ha enviado dos mensajeros al merino. Pronto estar aqu con sus hombres. Resistiremos!

Yahv te escuche.

Apenas haban tenido los habitantes de Olgacena tiempo para disponer la defensa, cuando al otro lado del ro se escuch un rumor cada vez ms fuerte. Bertoln, Samuel y el alcalde se miraron alertados. De las callejas que daban al ro, comenzaron a salir decenas de personas agitando palos, machetes, cuchillos, azadas y azadones al aire al tiempo que acompaaban sus gestos con gritos amenazadores. Para su sorpresa, tambin aparecieron gentes procedentes del burgo y otras que llegaban por el camino de Ordoiz. El fraile franciscano iba a la cabeza del grupo que apareci por la calle de la Zapatera y comenz a atravesar el puente de las Berzas, se encaram al mrete del puente y desde all areng a la multitud.

Venguemos a Cristo! grit y su grito fue respondido por cientos de voces.

En nombre de la villa de Estella, os conmino a que os detengis y regresis a vuestras casas! grit a su vez Juan de Larraga, avanzando unos pasos.

Una piedra de buen tamao disparada con una honda y dirigida al alcalde fue a dar en plena frente del comerciante Esteban Bertoln quien cay desvanecido delante de la puerta cerrada de Olgacena.

((Escondidos en la garita, Orti y Daniel no dejaron de temblar y de llorar durante toda la noche. Agotados, cayeron finalmente rendidos varias horas despus de que hubiera amanecido y de que un silencio de muerte se hubiese adueado de la mayor, ms prspera y culta aljama de toda Navarra, despus de la de Tudela.

Los gritos los haban alertado a media maana cuando se disponan a comer unas croquetas rebozadas, sustradas por Daniel de la cocina de su madre. Al principio, no les dieron importancia, creyendo que se tratara de una pelea entre vecinos, pero se preocuparon al or el sonido del cuerno y observar desde su pequea atalaya corridas y movimientos inusuales. Daniel pidi a su joven amigo que esperase dentro de la garita mientras l iba a averiguar lo que ocurra, pero no regres. Al cabo de un rato, los gritos se haban convertido en un clamor. Orti no pudo esperar ms. Se escap de su voluntario encierro procurando no ser visto, pero su esfuerzo no era necesario ya que los habitantes del barrio estaban demasiado preocupados buscando refugio o demasiado aterrorizados como para prestar atencin a un mozuelo sucio y andrajoso. Despus de dar varias vueltas volviendo al mismo lugar, tratando de evitar a unas mujeres que corran dando gritos, tropezando con un hombre cargado con un enorme saco cuyo contenido se desparram por el suelo en el encontronazo y alzando los hombros cuando otro le pregunt algo que no entendi, encontr finalmente a su amigo encaramado a la muralla. Sin pensrselo dos veces, l tambin subi ayudndose con una escala de mano.

Qu ocurre? pregunt a Daniel cuando lleg a su lado.

Su amigo no pareci asombrarse de hallarlo all.

Nos atacan le inform sealando a la gente arremolinada en torno a la puerta.

Por qu?

Por nada.

Por algo ser, digo yo... insisti Orti.

Daniel se volvi hacia l. Pareca mucho mayor que un rato antes, tena un pedrusco entre las manos y otros ms estaban dispuestos a sus pies.

Por qu colgaron a tu padre? Por qu condenaron a tu madre y a tus hermanos?

Dnde hay que tirar? pregunt el muchacho a su vez, asiendo otra piedra con sus manos.

Donde ests seguro de atinar.

Abajo, el alcalde y sus hombres intentaban defender la puerta de entrada a la judera, siendo golpeados, aplastados y heridos por los asaltantes, mucho ms numerosos y decididos a pesar de ir armados nicamente con palos, azadas y algn cuchillo que otro. Los habitantes de Olgacena, mientras, lanzaban todo tipo de objetos desde la muralla, en especial piedras y algunas flechas, pocas, pues no haba soldados entre ellos y no disponan de armas contundentes. Incapaces de derribar el gran portn de dura madera de roble y abrazaderas de hierro, los atacantes optaron por prender fuego a un carro repleto de lea y paja y lanzarlo contra l. Al mismo tiempo, los ms osados, buscaban otras formas de penetrar en el barrio judo trepando por la muralla, siendo rechazados una y otra vez, pero eran muchos, demasiados. Daniel y Orti lanzaron todas las piedras disponibles. Haba momentos en los que no parecan darse cuenta de la gravedad del asunto y celebraban con grandes gritos de alegra cada una de las veces que uno de sus proyectiles alcanzaba la cabeza de alguno de los asaltantes.

Fuera de aqu, muchachos! les grit un hombre, cuya nica arma era un bastn tan viejo como l. Huid! Escondeos! Van a matarnos a todos!

Corrieron tanto como se lo permitieron sus piernas, dirigindose a la casa de Daniel. Estaba vaca. Desesperado, el muchacho busc en la bodega donde su padre almacenaba las barricas de vino adquiridas a un vendedor quien, cosa rara, siendo judo tena su negocio en la ra de las Tiendas, en pleno barrio franco. Tambin busc en el desvn donde su madre pona a secar las habas frescas que ella misma sembraba y recolectaba en una pequea huerta que posean extramuros. Llam a sus padres hasta quedar ronco y fue despus, seguido por Orti, a casa de su vecina, la vieja del candil. La mujer se haba cubierto el rostro con un velo de luto y rezaba en silencio, sin apenas mover los labios, sentada en una vieja silla junto al hogar. No respondi por mucho que la zarandearon e insistieron para que respondiese a sus preguntas.

Qu hacemos ahora? pregunt Orti al salir de casa de la vecina.

Tenemos que buscar a mis padres! grit Daniel con la voz rota. No era una afirmacin, era un lamento.

Volvieron a dirigirse a la calle principal, la que desembocaba en el propio portal de la muralla, vindose arrastrados por la gente que corra en sentido inverso, perseguida por los asaltantes que haban, por fin, logrado penetrar en el barrio. Los dos muchachos contemplaron, horrorizados, cmo los cristianos acuchillaban, degollaban y aplastaban crneos con los azadones. Nadie se salvaba de la furia incontenible que no diferenciaba entre nios y ancianos, mujeres u hombres. Orti asi fuertemente a su amigo por el brazo y lo arrastr hasta la garita. A travs de las rendijas pudieron ver cmo un hombre agarraba a un beb por un pie y lo cortaba por la mitad con un espadn.

Igual que el rey Salomn! grit el salvaje antes de tirar el cuerpecito del nio e iniciar la bsqueda de otra presa.

Vieron violar a mujeres antes de asesinarlas, a viejos desnudos apedreados hasta caer muertos, a criaturas degolladas en los brazos de sus madres. Al llegar la noche, los asaltantes fueron casa por casa con teas encendidas y les prendieron fuego. La vieja del candil continuaba dentro de la suya. Podan verla a travs de una ventana, sentada en su silla, cubierta con el velo de luto. Su vivienda qued convertida en una pira, pero la mujer continu en el mismo sitio, sin moverse.

A media maana, les despert el silencio. Se aventuraron fuera de su escondrijo y permanecieron alelados, contemplando a plena luz del da las ruinas an humeantes de Olgacena. El primero en reaccionar fue Daniel. Corri a su casa y, al igual que la vspera, llam a gritos a sus padres sabiendo de antemano que las voces queridas no le responderan. Anduvo largo rato entre los escombros, buscando algo, cualquier cosa que le hiciese despertar de la horrible pesadilla y encontr por fin, bajo el tronco cado de la parra, la piel de badana con las herramientas de platero, regalo de su padre en la ltima fiesta del Sukott. Estaba medio quemada, pero los instrumentos estaban intactos. La pleg de nuevo, apretndola contra su pecho, y ech a andar, seguido por Orti, incapaz de decir nada. No quedaba un edificio en pie; las calles del barrio estaban repletas de cadveres, muchos de ellos calcinados; en el lugar de las dos sinagogas, la de hombres y la de mujeres, haba un amasijo de hierros y ladrillos mezclados con cuerpos humanos. Encontraron a otros vecinos, salvados de milagro. Algunos lloraban y recitaban el qqadish arrodillados en el suelo, otros buscaban a sus familiares entre los muertos.

Samuel est entre los de aquel grupo les indic un joven con la cara hinchada por los golpes, varias heridas y las ropas desgarradas, sealando una fila de cadveres alineados en el suelo.

Daniel palideci y mir haca el lugar indicado antes de hablar.

Gracias, Menahem, y los tuyos? pregunt, incapaz, por el momento, de asimilar la noticia recibida.

Mis padres y mis cuatro hermanos han muerto respondi el joven. La ira de Dios caer sobre la tierra de los infieles que han levantado su mano contra los hijos de Israel aadi.

Qu vas a hacer ahora? le pregunt Daniel.

Marcharme de aqu cuanto antes. No vivir en una tierra donde no me quieren y t deberas hacer lo mismo.

Lo vieron alejarse, dando tumbos como un borracho.

Quin es? pregunt Orti, curioso.

Menahem ben Seraq, hijo del rabino, la mente ms brillante de nuestra comunidad.

Piensas seguir su consejo?

Aqu he nacido y aqu me quedo respondi Daniel con firmeza antes de dirigirse al lugar donde varias decenas de cadveres mostraban en sus rostros la sorpresa de una muerte cruel e inesperada.

Los muertos judos fueron enterrados al da siguiente en el fosal, anexo a la judera. El entierro se realiz bajo la fuerte custodia de los soldados del castillo, enviados por el alcaide en previsin de ms ataques, pero nadie interrumpi el sepelio oficiado por un rabino llegado expresamente desde Olite. Apenas si quedaban supervivientes, Orti incluido. Daniel y l permanecieron largo rato despus ante la tumba, sin lpida ni nombre, de los padres del primero.

Nos vamos? dijo ste al cabo de un tiempo.

Adonde? pregunt Orti, interesado en escuchar alguna sugerencia, pero su amigo se alz de hombros. Tengo parientes en Z