trabajo final de grado · 2017-08-30 · el presente trabajo se enmarca dentro del trabajo final de...
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TRABAJO FINAL DE GRADO
CONSTRUCCIÓN SOCIAL DE LOS CONCEPTOS DE POBREZA,
DELINCUENCIA Y CASTIGO
MONOGRAFÍA
Autora: Yanina Paola Cuadra Pino
Tutora: Prof. Adj. Mag. Sonia Mosquera
Montevideo, Uruguay
31 de Julio, 2017
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“… la delincuencia tiene una cierta utilidad económica-política en las sociedades que
conocemos. La utilidad mencionada podemos revelarla fácilmente: cuanto más
delincuentes existan más crímenes existirán, cuanto más crímenes haya más miedo
tendrá la población y cuanto más miedo haya en la población más aceptable y
deseable se vuelve el sistema de control policial.
La existencia de ese pequeño peligro interno permanente es una de las condiciones
de aceptabilidad de ese sistema de control, lo que explica porque en los periódicos, en
la radio, en la televisión, en todos los países del mundo sin ninguna excepción, se
concede tanto espacio a la criminalidad como si se tratase de una novedad en cada
nuevo día…”
Las Redes del Poder, Michel Foucault (1991)
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Índice
Resumen……………………………………………………………………………………….4
Introducción….………………………………………………………………………………. 5
Marco teórico….………………………………………………………………………………6
Un traje a medida…………………………………………………………………… 11
Construcción de delincuente y castigo…………………………………………….14
Reflexión final….…………………………………………………………………………….27
Referencias bibliográficas….……………………………………………………………..30
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Resumen
El presente trabajo se enmarca dentro del Trabajo Final de Grado de la Licenciatura
en Psicología en la Universidad de la República. Se trata de una monografía que
intenta problematizar la construcción social de los conceptos o nociones de pobreza y
delincuencia, llegando a la prisión como forma de castigo.
Finalmente, se hará un acercamiento al momento actual del sistema carcelario en
Montevideo y área Metropolitana.
A partir de la exploración bibliográfica se muestran los aportes de diferentes autores
con los cuales se intenta realizar un diálogo que nos ayude a pensar.
Palabras clave:
Pobreza, delincuencia, personas privadas de libertad, estigma, prisión.
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Introducción
El presente trabajo se enmarca dentro de lo establecido como requisito
perteneciente al plan 2013 para culminar la Licenciatura en Psicología de la
Universidad de la República. Para dicho trabajo se debe optar entre diferentes
modalidades para su formato, en este caso será el de monografía.
El tema a trabajar es “pobreza, delincuencia y castigo”. Se realizará un pasaje
histórico de dichos conceptos en nuestra sociedad, buscando qué relación existe entre
ellos; ¿es la pobreza una condición excluyente para delinquir? La idea principal del
presente trabajo es realizar una investigación bibliográfica y problematizar si esta
situación ha crecido en términos de estadística o es, por el contrario, una construcción
social. Se tendrá en cuenta indudablemente el sistema capitalista que nos atraviesa en
la actualidad, y con él las características y movimientos que nos afectan como
sociedad, generando pobreza, exclusión, marginación, discriminación y delincuencia.
El presente trabajo también se encuentra atravesado por la inquietud generada a
partir de la actual estigmatización de determinados barrios, de determinadas personas
por hablar de cierta forma o vestirse de tal manera, lo que lleva inevitablemente a la
discriminación.
También se hará una aproximación a temas referentes a la evolución histórica de
la prisión llegando hasta la situación carcelaria actual en nuestro país.
Es importante hacer una vinculación entre estos términos ya que se ve a la
pobreza como si fuera un requisito para ser delincuente; al momento de ver una
persona con las características mencionadas anteriormente, automáticamente se
tiende a pensar que estamos ante un inminente peligro. La intención aquí es
problematizar esas subjetividades que tenemos incorporadas como ciertas, para poder
mirar con otros lentes y poder conocer otras lógicas.
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Marco teórico
Para comenzar se hará un acercamiento hacia el concepto de pobreza,
continuando con el de delincuencia y así llegar a la visión y construcción de
peligrosidad y por tanto de castigo.
Según el diccionario de la Real Academia Española se define pobreza como:
1. f. Cualidad de pobre.
2. f. Falta, escasez.
En tanto, la palabra pobre se define como:
Necesitado, que no tiene lo necesario para vivir.
La Organización de las Naciones Unidas (1995) define pobreza como
“condición caracterizada por una privación severa de necesidades humanas básicas,
incluyendo alimentos, agua potable, instalaciones sanitarias, salud, vivienda,
educación e información. La pobreza depende no solo de ingresos sino también del
acceso a servicios”
Considero es una de las definiciones de las más multidimensionales ya que no
solo tiene en cuenta aspectos materiales, sino que también toma en cuenta lo
referente a los ingresos pero principalmente al acceso, este es uno de los puntos
fundamentales en los que se le da importancia a la forma en que la persona puede
acceder a diferentes servicios.
Ya definido el concepto, se hará el acercamiento a los referentes teóricos, uno
de ellos es Irma Arriagada (2005) quien se refiere a la pobreza como
“privación de activos y oportunidades esenciales a los que tienen derecho todos los
seres humanos. La pobreza está relacionada con el acceso desigual y limitado a los
recursos productivos y con la escasa participación en las instituciones sociales y
políticas. Deriva de un acceso restrictivo a la propiedad, de bajos ingreso y consumo,
de limitadas oportunidades sociales, políticas y laborales, de insuficientes logros
educativos, en salud, en nutrición, en acceso, uso y control en materia de recursos
naturales, y en otras áreas del desarrollo”.(Arriagada, 2005: 102)
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Al igual que la definición establecida por la ONU considero que la de Arriagada
también es de las más acertadas y que tiene en cuenta una visión más
multidimensional.
Resulta complejo poder establecer una única definición de pobreza dado que
con el paso del tiempo es un concepto que ha ido variando. Paul Spicker (2009) en
“Definiciones de pobreza: doce grupos de significados”, establece diferentes sentidos
conceptuales de la palabra pobreza dentro del campo de las Ciencias Sociales.
Aunque algunas son definiciones que pueden resultar un tanto arbitrarias la idea del
autor es acercarse a los diferentes sentidos de pobreza.
Un primer grupo se refiere a la pobreza como alusivo a lo material, ser pobre
implica no tener algo que se necesita o no tener recursos para acceder a ese algo que
se necesita. Dentro de este primer grupo se encuentra
- Necesidad: la pobreza como carencia de bienes o servicios materiales
- Patrón de privaciones: acá no toda necesidad es vista como pobreza, una
privación puede ser por ejemplo el alimento o el techo. El autor remarca que la
pobreza refiere a privaciones pero principalmente, privaciones prolongadas en
el tiempo, por eso se refiere a “patrón” y no solamente privación.
- Limitación de recursos: aquí se refiere al vínculo entre necesidades y recursos,
más precisamente al bajo consumo por la limitación de recursos.
Un segundo grupo es el denominado pobreza como situación económica. Así
como en el grupo anterior la pobreza estaba asociada a la falta de recursos, también
se asocia con términos económicos. En este grupo se encuentra:
- Nivel de vida: si bien está relacionado con la idea de necesidades, se refiere
específicamente al hecho de vivir con menos que los demás.
- Desigualdad: las personas pueden ser consideradas pobres porque hay una
desventaja en relación a ellos con el resto de la sociedad. Al igual que el autor,
considero que esta clasificación implicara cierta simplificación ya que
guiándonos por esto, pareciera que si se le redujeran los recursos al rico, con
el se reduciría la pobreza.
- Posición económica: en la cual una clase de persona es un grupo que se
identifica socialmente por su posición económica.
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Un tercer grupo es el de condiciones sociales en las que los roles sociales y la
ocupación constituyen la noción de clase. Se encuentran
- Dependencia: se refiere a que se considera pobre a la población que recibe
beneficios sociales por su carencia de medios
- Carencias de seguridad básica: esta carencia implica una vulnerabilidad ante
los riesgos sociales. Tal como expresa el autor, partiendo de ese argumento,
se podría considerar pobre a alguien que no está necesitando, sin embargo
existen casos en los que el aumento de recursos genera un aumento de la
vulnerabilidad.
- Ausencia de titularidades: aquí la ausencia de titularidades implica pobreza, por
el contrario, aquellas personas que posean titularidades no serían
consideradas pobres.
- Exclusión: implica no solamente aspectos relacionados a ingresos sino
también, relacionada a la salud, educación, vivienda, entre otros.
Finalmente, el último grupo es el denominado pobreza como juicio moral, con
esto se refiere a que las personas pueden ser consideradas pobres cuando sus
condiciones materiales no son moralmente aceptadas.
En relación a estas definiciones considero que en la mayoría de los casos no
puede aplicarse una sola definición ya que la pobreza abarca un problema
multidimensional, más que nada se puede decir que la persona puede estar
atravesada por varias de estas definiciones a la vez. Sin embargo, a pesar de estar de
acuerdo con el autor, hay varias definiciones que las considero un tanto reduccionistas
o simplistas, ya que por ejemplo, no considero que una persona sea pobre por el
hecho de vivir con menos que los demás. A su vez, hay otras definiciones que se
acercan y coinciden con la forma que se aborda la pobreza en el presente trabajo, tal
es el caso de la pobreza como exclusión, en la que se hace una mirada más amplia en
la que se tienen en cuenta aspectos no solamente referido a lo material, sino también
a la salud o educación. A modo de complemento, considero importante el poder tener
en cuenta el hecho de cómo y cuando una persona se siente o se considera pobre, ya
que también es fundamental su visión sobre pobreza y sobre su propia situación.
La pobreza es una problemática que nos compete en la actualidad pero que ya
se viene gestando desde la Modernidad hasta la época actual y que tiene una relación
directa con la instauración del Capitalismo como sistema socioeconómico. Es a partir
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de ahí cuando se genera una desigualdad económica entre los seres humanos. Se
podría decir que el capitalismo es el creador de la pobreza dado por las grandes
diferencias que genera, a través de la injusta distribución de la riqueza: la
concentración de la riqueza es un privilegio de pocos. En la época actual, el
neoliberalismo profundiza más las diferencias, tal como plantea José Luis Rebellato, la
población pobre resulta descartada del sistema, población que parece no tener utilidad
para la producción y se la excluye del resto de la sociedad. Así es como se va
generando pobreza, pero con ella un sin fin de problemáticas como la vulnerabilidad,
marginación, discriminación, estigmatización, entre otras.
La autora Marina Pintos García (2015) realizó aportes fundamentales para
abordar la pobreza y nos acerca un concepto que se vincula con lo referente a
discriminación y estigmatización de los pobres, este concepto lo denomina
“etnologización de la pobreza”, esto es, la tendencia a concebir a los pobres como
pertenecientes a lo que la autora denomina cultura diferente:
“se trata de una exotización de los pobres, producida por una culturización de la
pobreza: es decir, no se trata ya de una naturalización de las diferencias; las
diferencias no se sitúan ya en la naturaleza sino en la cultura, pero no por ello pasan
a comprenderse mejor, no por ello dejan de construir unas identidades o unidades
esenciales, sustanciales o fijas, no por ello pasan a ser permeables sus fronteras”
(Pintos García, 2015: 90)
Esta etnologización de la pobreza, dice la autora, genera un desplazamiento del
problema y junto a él de las respuestas públicas en relación a la pobreza. Con esto se
genera un ocultamiento de las relaciones de desigualdades estructurales.
La autora considera que cuando no nos identificamos con una cultura tomamos
una postura de rechazo y repudio hacia ella.
Es justamente lo que se puede ver en la actualidad, basta con salir a la calle y
observar diferentes comportamientos de las personas cuando consideran que están
ante un peligro, es decir, un pobre; cruzar la calle, guardar el celular, son de las
conductas más comunes que podemos observar, el otro como diferente y
automáticamente como peligroso.
Según la UNESCO la idea de diversidad (en este sentido) se asocia a una
noción de cultura como el conjunto de rasgos distintivos de un grupo social
determinado. De esta manera se puede entender como el otro que es diferente y
generalmente la minoría, se ve marcado por su diferencia, y es esa diferencia que
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genera el rechazo, como si el hecho de pertenecer a una cultura diferente ya fuera
suficiente para señalar al otro, provocando exclusión, marginación, e incluso miedo.
La autora Pintos García cita a Oscar Lewis (1982), un antropólogo que trabajó
sobre esta “cultura de la pobreza” quien dice
… “los rasgos económicos característicos de la 'cultura de la pobreza' incluían la
lucha constante por la supervivencia, el subempleo o la alternancia de periodos de
desocupación y subocupación, bajos salarios, ocupación en tareas no calificadas,
trabajo infantil, falta de ahorros, escasez crónica de dinero, empeño de objetos
personales, compras pequeñas y diarias, pedido de préstamos a prestamistas
locales, etc. También asume la existencia de unos rasgos “sociales y psicológicos”,
tales como vivir en barrios de gran densidad de población, falta de intimidad, espíritu
de gregarismo, alcoholismo, recurso a la violencia como medio para solucionar las
disputas, castigos corporales a los niños, violencia contra las mujeres, iniciación
precoz en la sexualidad, frecuente abandono de mujer e hijos, predisposición hacia el
autoritarismo, creencia en la superioridad masculina, preferencia por el presente; y
por último, una tolerancia general a todos los casos de psicopatía” (Lewis, 1982).
Sin embargo, frente a esta descripción podemos encontrar otro significado de
“cultura de la pobreza” descripto por el Consejo Nacional de Políticas Sociales de
Uruguay (2011):
“los hogares pobres son por lo general más numerosos, y lo son cuanto más extrema
es la pobreza; los niños, niñas y adolescentes están sobrerrepresentados en estos
hogares; las personas adultas poseen bajo nivel educativo; los perceptores de
ingresos del hogar son proporcionalmente menos que en los hogares no pobres, y
esto se agudiza en la pobreza extrema; los trabajadores del hogar tienen una
inserción precaria o informal en el mercado del trabajo; residen en las periferias
urbanas, en viviendas con carencias de diverso tipo, propias del entorno; y por todo
ello se trata de una pobreza homogénea y más débil en sus interacciones con otros
sectores sociales, el efecto combinado de todas estas dimensiones de la pobreza se
ha expresado con fuerza creciente en el territorio y en la conformación de una
subcultura de la pobreza, dado que las personas perciben que los mecanismos de
ascenso social no le llegan o dejaron de operar, primando las estrategias de
sobrevivencia en la pobreza” (CNPS, 2011: 13)
De esta manera se pueden contraponer ambos conceptos, pero al mismo
tiempo, se pueden tomar como complementarios uno del otro.
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Estos rasgos y características señalados en relación a la pobreza están
estrechamente ligados a la responsabilidad que el Estado debería tener sobre los
sectores más pobres.
La crisis de 2002 significó una gran fragmentación para nuestro país y trajo
consigo más y nuevos problemas sociales, luego, a partir de 2004 con la llegada del
gobierno de izquierda al poder político se comenzó a dar otro lugar e importancia a la
pobreza, uno de los más importantes fue la creación del MIDES (Ministerio de
Desarrollo Social) donde a través de diferentes intervenciones se ocupan de temas
referentes a los más vulnerables mediante distintas políticas sociales. Aunque a modo
de crítica podría decirse que no es suficiente con un Estado asistencialista que
pareciera muchas veces ignorar las capacidades de las personas, sino que también
debería apuntar a una mayor autonomía; sin negar las diferentes ayudas que se les
pueda brindar a estos sectores -que son absoluta responsabilidad del Estado- al
mismo tiempo ofrecer otro tipo de herramientas para potenciar aquellos aspectos
positivos de la persona y que pueda hacer un movimiento y no quede en su posición
de “pobre”, esta idea está ligada al concepto de “traje a medida” que se desarrollará a
continuación.
Frente al sistema capitalista en que vivimos existen brechas entre nosotros,
donde las diferencias dentro de la sociedad parecen estar más acentuadas y nos
alejan más unos de los otros. Nos encontramos así, frente a dos escenarios que nos
muestran la etnologización de la pobreza, por un lado la parte denominada como
positiva que refiere a querer conservar las características culturales, y por otro la
negativa que tiende a la criminalización de la pobreza, sin pasar por alto que en
ambos casos nos encontramos frente al estigma del pobre.
Un traje a medida
En cuanto al término etnologización de la pobreza debe pensarse como una
relación social que oculta detrás diferencias y desigualdades. Pero hay algo más: a los
pobres se les obliga a reconocerse en la imagen estereotipada que las prácticas
asistenciales y primitivas le devuelven. El resultado es un grupo de individuos
estigmatizados cuya única posibilidad es vestir el traje que se les fabricó a medida.
Esta idea de “traje a medida” planteada por la autora Pintos García, cuestiona la
idea ya que también puede ser tomada como una manera de someterlos al estigma de
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la pobreza, como una manera de dar respuestas especificas a cada persona o familia,
podría ser leído también como un sometimiento en el que la persona queda atrapada,
además de marcar más esas diferencias. Se podría tomar como una forma de dejar
permanente cierta condición que tal vez pueda ser momentánea, la pobreza no
necesariamente se instala durante el resto de la vida, por el contrario, es importante
que la persona cuente con herramientas suficientes para poder afrontarla y no quedar
atado a esa condición de pobre. Aquí nuevamente es fundamental el rol del Estado
para que la persona pueda lograr su autonomía y no depender exclusivamente del
asistencialismo.
Otro de los autores fundamentales para el estudio de la pobreza es el sociólogo
Miguel Serna (2014), quien plantea un punto fundamental relacionado con la pobreza y
es que con el crecimiento urbano y progresivo en la región no se tuvo en cuenta la
integración de la población al mercado laboral, que indudablemente generó grandes
desigualdades entre aquellas personas que trabajaban y las que no, por un lado
encontramos un gran desarrollo urbano y por otro, gran población viviendo en
condiciones de alta precariedad. Con esto también queda en evidencia la violencia por
parte del Estado, pudiéndolo ver en el control del territorio expresada a través del
poder disciplinador y represivo. Esto se puede ver por ejemplo en determinados
barrios en los que la presencia policial ha aumentado considerablemente o en los que
se aplican diferentes operativos como por ejemplo el P.A.D.O. (Programa de Alta
Dedicación Operativa) que se lleva a cabo en Montevideo y el área metropolitana, y
surge como respuesta a los delitos violentos que se dan en determinados puntos
geográficos.
La posmodernidad que estamos transitando genera nuevas desigualdades
sociales, produciendo segmentación social y segregación urbana, y también exclusión
social, en palabras del autor
“nuevas barreras físicas y simbólicas entre las clases altas y medias y los sectores
populares crecientemente afectados por fenómenos de pobreza reciente y
estructural.” (Serna, 2014: 14)
La construcción urbana y con ella la distribución geográfica de la población se
encuentra estrechamente vinculada a la cuestión penal, donde lo referente a
desigualdad social y pobreza se entrelaza directamente a la criminalización. Cada vez
es más común que determinado sector de la población quede marginado en la
periferia de la ciudad, o separados distintivamente un barrio de otro, por lo que se
convierten en un punto “fácil” de identificar y poder diferenciar además, una clase
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social de otra, se convierten así en zonas donde se puede encontrar una fuerte
presencia policial ya que parece darse por sobreentendido que si pertenece a una
clase social baja, seguro ahí hay delincuentes.
Serna propone seis miradas diversas y complementarias para comprender la
producción de la criminalización de la cuestión social que se describen a continuación:
1) Incremento concomitante de la desigualdad y violencia como causa y consecuencia
del deterioro del entramado social y urbano de la ciudad. En este sentido, el
crecimiento progresivo de las desigualdades sociales y la violencia son expresados en
la multiplicación de procesos de fragmentación y segregación urbana. De esta manera
produce y reproduce conflictividad y violencia entre las diferentes clases sociales. El
autor plantea que la segregación tiene dos maneras de expresarse, por un lado la
reafirmación y pertenencia social y por otro una modalidad de aislamiento,
encontrándose ambos en el origen de la emergencia o desencadenamiento de nuevas
conflictividades en el territorio. Con aislamiento se entiende el separarse del resto de
la sociedad, pareciera que es ese sector que se aleja y asila, sin embargo, es el resto
de la sociedad quien los quiere bien lejos para no poner en riesgo su integridad.
Esta idea de aislamiento me parece sumamente cuestionable ya que el motivo del
aislamiento parece ser atribuido a la propia persona, cuando lo que sucede es que ese
aislamiento es producto de la sociedad, son esos otros quienes ponen esa distancia y
quienes generan aislamiento. Aquellos que resultarán aislados son los pobres, los
peligrosos, los que puedan tener coincidencias con el perfil de delincuente creado
socialmente, el razonamiento sería; cuanto más lejos de la sociedad, mejor.
2) La criminalización de la cuestión social como una respuesta a la sensación de
amenaza de los sectores medios y altos frente al incremento de la nueva pobreza a
partir de la década del 90. Esto significa que más allá de la sensación de inseguridad,
los sectores altos medios se han encargado de extremar esa amenaza y
criminalización por parte de los sectores más pobres.
3) Una mirada más institucional encuentra en la violencia policial y el poder estatal el
origen de la criminalización y disciplinamiento de los sectores populares, en este
sentido, queda en evidencia el poder y funcionamiento, el papel del Estado,
principalmente la intencionalidad sobre sectores más vulnerables.
4) Cambios estructurales en las formas de la violencia y seguridad urbana.
5) Relación entre la expansión cuantitativa de nueva criminalidad de pequeño porte,
con delitos desorganizados y las nuevas formas de socialización “perversa” y anómica
(fuera del trabajo y la escuela) de los sectores sociales más marginales en la ciudad.
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Esto se refiere a que hay una identificación de los grupos sociales, con una estética
popular propia, característica por su estilo de vida, quienes serían los responsables de
nuevos delitos juveniles, quienes son percibidos por la sociedad como una amenaza.
El autor, se refiere a una integración perversa y expresa
“la explicación de la criminalización de la pobreza está la proliferación de
procesos de socialización “perversa” de estos grupos sociales en actividades
por fuera de la ley y caracterizada por la creciente desarticulación entre el
mundo del trabajo, la socialización escolar y la familia. Estas formas de
socialización perversa refuerzan los procesos de diferenciación social mediante
la multiplicación de mecanismos de discriminación sociocultural que proyectan
los prejuicios y estereotipos respecto las formas de socialización desviada al
conjunto de los sectores más marginados” (Serna, 2014:16)
6) La opinión pública y la dinámica de los climas de “inseguridad pública”. Con esto se
produce lo que Kessler (2009) denomina como “inflación de la inseguridad”, en este
sentido los encargados de amplificar este efecto son los medios de comunicación, los
periodistas, las encuestas referentes a inseguridad, incluso las empresas encargadas
de ofrecer elementos de seguridad.
“Paradójicamente, esta inflación de inseguridad produce nuevas frustraciones en
términos de seguridad, mediante la expansión de las amenazas sociales y etiquetamiento
de los nuevos grupos “peligrosos”, produciendo víctimas y victimarios, resignificando
semánticamente sujetos vulnerados y violentados (jóvenes desempleados, pobres y
marginados) en violentos amenazantes del orden público” (Serna, 2008: 17)
De esta manera se puede ver cómo se va construyendo una sociedad peligrosa
y con ella, el prototipo de delincuente.
Construcción del delincuente y castigo
Con estas diferentes miradas sobre la criminalización estaríamos acercándonos
al concepto o noción de delincuencia, en este sentido, el diccionario de la Real
Academia Española define delincuencia como
1. f. Cualidad de delincuente.
2. f. Acción de delinquir.
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3. f. Conjunto de delitos, ya en general o ya referidos a un país, época o especialidad
en ellos.
Un autor fundamental para abordar este tema es Foucault (2002), quien con sus
aportes fue el pionero en dar sentidos para poder pensar la prisión hoy.
La idea de lograr individuos dóciles y útiles a partir del trabajo sobre su cuerpo
ha sido quien diseñó la institución-prisión, incluso desde antes que la ley la definiera
como la pena por excelencia.
Foucault considera la prisión como el castigo, y según el tiempo del condenado
en prisión se relaciona con la idea de que la infracción de la persona ha afectado a
toda la sociedad. La prisión es fundada como un aparato para transformar individuos
infractores “anormales, desviados” en dóciles, por más que la problematización en
base a esta afirmación podría ser amplia. Se podría cuestionar la idea actual de
prisión, la que funciona también como un depósito de personas y en la que se realizan
escasos esfuerzos por lograr una rehabilitación, o directamente habilitación, ya que
muchas veces la persona nunca pudo encontrarse en esa posición de habilitado
socialmente, es decir, integrado a la sociedad, en esos casos se debería apostar más
a una habilitación que a una rehabilitación.
“La prisión debe ser un aparato disciplinario exhaustivo. En varios sentidos: debe
ocuparse de todos los aspectos del individuo, de su educación física, de su aptitud
para el trabajo, de su conducta cotidiana, de su actitud moral, de sus disposiciones;
la prisión, mucho más que la escuela, el taller o el ejército, que implican siempre
cierta especialización, es “omnidisciplinaria” (…) Da un poder casi total sobre los
detenidos; tiene sus mecanismos internos de represión y de castigo: disciplina
despótica”.(Foucault, 2002: 216)
En este sentido, se podría plantear la pregunta ¿es esto lo que busca la prisión
en la actualidad? ¿Hacia dónde apunta esa supuesta transformación?
El autor Mauricio Carlos Manchado (2010) hace referencia a ese carácter
omnidisciplinario y también al omnipresente al que están expuestas las personas
privadas de libertad. En relación a esto expresa
“el objetivo principal de esta omnipresencia carcelaria no sólo apunta a generar la
docilidad de sus habitantes –quienes son considerados peligrosos e improductivos-
sino que además permite establecer un conjunto de elementos normativos
apuntados a controlar cada uno de sus gestos, movimientos, palabras, sonidos, en
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definitiva, un vasto accionar sobre los cuerpos y almas de los presos”. (Manchado,
2010:57)
Si bien la omnipresencia y omnidisciplina no son definidos como sinónimos
dentro de la prisión no se puede pensarlos por separado ya que pertenecen a una
misma manera de funcionamiento dentro de la institución.
Esta idea de omnidisciplina se puede vincular con la idea de panóptico de
Foucault que refiere a un dispositivo que ha encontrado en la prisión su lugar
privilegiado, fue una forma arquitectónica desarrollada por Jeremy Bentham hacia
fines del siglo XVIII con el fin de poder vigilar y controlar a cada una de las personas
dentro de la institución carcelaria sin que se percaten de esto, es decir, se los observa
todo el tiempo pero sin que ellos se den cuenta.
La prisión, además de ser un lugar en donde el recluso cumple su pena, es un
lugar de observación pero también de vigilancia con el fin de obtener un conocimiento
minucioso de cada detenido:
“es preciso que el preso pueda ser mantenido bajo una mirada permanente; es
preciso que se registren y contabilicen todas las notas que se pueden tomar sobre
el” (Foucault, 2002: 229)
De esta manera la persona privada de libertad queda sometida a un control
continuo dentro de la prisión. Se observa, se vigila cada movimiento o infracción que
pueda cometer. Con el fin de garantizar el orden y el poder disciplinario a través del
control.
La autora Herlinda Rubio (2012) hace una reseña histórica sobre la cárcel,
citando a Emiro Sandoval Huertas quien establece cuatro fases dentro de la evolución
de la pena.
- La primera es la llamada vindicativa. Se identifica en los pueblos primitivos y se
extendió hasta el Antiguo Régimen, en el que encontramos la venganza como
primer antecedente de la pena y era la que regulaba las relaciones entre
familias y clanes. También se usó como una manera de que la persona que iba
a ser sancionada no pudiera escaparse, para garantizar la pena.
- La segunda fase se denomina expiacionista o retribucionista en la que la forma
y función de la pena estaban establecidas por el sistema religioso, quienes
liberaron de responsabilidades al sistema político y penal por considerar que el
infractor debía eximir su culpa mediante el dolor frente a los representantes de
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la divinidad, estos eran el Rey o jueces. El delito era considerado como un
atentado al Rey y a Dios y lo que verdaderamente daba valor a la pena era el
dolor. Esa eliminación de la culpa se diferenció en base al momento económico
en el que estaban y esa redención se lograría a través del trabajo, pasando así
de lo divino a lo útil. Esta orientación retribucionista se expandió por diferentes
establecimientos de correccionales, los que no eran regulados por el Estado
sino que implicaba todo un negocio personal. Fueron esas correccionales los
antecedentes más cercanos a la prisión.
- A fines del siglo XVIII la escuela Liberal de Derecho Penal racionaliza la Ley del
Talión, dando lugar así a una nueva forma de castigo basado en la medición
del tiempo con el criterio de proporcionalidad, es la llamada fase
correccionalista. La falta ya no era hacia Dios sino hacia el contrato social.
Estas penas eran vigiladas para que no se dieran situaciones de abusos por
parte de la autoridad. En esta fase se incorporó el concepto de “régimen
penitenciario” que implicaba una técnica para corregir a la persona basada en
el modelo médico que pretendía curar enfermedades y trastornos mentales.
Con el paso del tiempo el Estado pasará a ser el único rector de las penas bajo
la intención de progresar para la sociedad.
- Y finalmente, encontramos la fase de resocialización que nace de la mano de la
nueva criminología norteamericana, fundada bajo el nuevo modelo económico
tomando como desviadas aquellas conductas que atentaban contra el
progreso. En 1870 en Cincinatti, Ohio, se llevó a cabo el “Congreso Nacional
sobre las penitenciarías y establecimientos de reforma”, la autora citando a Del
Olmo (1979) expresa
“el trato de los criminales por la sociedad tiene por motivo la seguridad social.
Mas, como el objeto es el criminal y no el crimen, su fin primordial debe ser la
regeneración moral de aquel. Por esta razón, la mira suprema de las prisiones
debe ser la reforma de los criminales y no la imposición del dolor, o sea, la
venganza.”
Ésta forma de legitimación de la pena continúa vigente hasta la actualidad.
Retomando las ideas de Foucault en su obra “Vigilar y castigar”, el autor nos
muestra el cambio respecto al momento de referirse al condenado, aquí la cuestión es
que el infractor condenado, a partir de ahora se denominará delincuente. Ya no se
juzgará solamente el hecho delictivo que haya cometido sino que también se juzgará
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la persona, la que carga además de su delito, con las características personales que lo
han llevado a cometer el delito. Tal distinción se da
“por el hecho de que es menos su acto que su vida lo pertinente para caracterizarlo”
(…) “el castigo legal recae sobre un acto; la técnica peor en la forma del saber; le
corresponde modificar sus efectos o colmar sus lagunas por una práctica coactiva”
(Foucault, 2002: 232)
Un punto fundamental es cuando el autor expresa que detrás del infractor al cual
la investigación de los hechos puede atribuir la responsabilidad de un delito se perfila
el carácter delincuente cuya lenta formación se ha demostrado por una investigación
biográfica. La cuestión que determina que el criminal exista antes del crimen,
justamente una de las ideas que se intenta problematizar demostrar en el presente
trabajo es como referente a lo biológico y personal puede influir (negativamente) al
momento de ser señalado y estigmatizado. Aunque es sabido que ciertas cuestiones o
características individuales no necesariamente tienen una correlación con que en su
futuro la persona sea un delincuente, descartando así la idea de que ser delincuente
implique tal linealidad y correlacionalidad. En este sentido el autor expresa
“A medida que la biografía del criminal duplica en la práctica penal el análisis de las
circunstancias cuando se trata de estimar el crimen, vemos como el discurso penal
y el discurso psiquiátrico entremezclan sus fronteras, y ahí, en su punto de unión, se
forma esa noción de individuo “peligroso” que permite establecer un sistema de
causalidad a la escala de una biografía entera y dictar un veredicto de castigo-
corrección” (Foucault, 2002: 233)
El autor ya mencionado anteriormente, Mauricio Carlos Manchado, aborda
también el tema de los estereotipos y expresa que el posicionamiento del sujeto frente
a los otros integrantes de la prisión, será quien condicione su manera de definirse y
posicionarse dentro de la institución. Expresa también que la relevancia de la
criminología positivista quien fue la pionera en la ciencia criminológica es la que
prevalece en la actualidad. La teoría de la criminología positiva nos muestra dos
concepciones del hombre: el denominado normal y el anormal. Este último estaría
caracterizado por delinquir y desobedecer el orden, de esta manera se podía tener en
cuenta diferentes elementos que caracterizan al delincuente para poder identificarlo
como tal, en este sentido dice
“bajo el lema de la igualdad civil y penal de cada uno de los ciudadanos se
despliegan un conjunto de prácticas selectivas en el que los sectores más
vulnerables de la sociedad se convierten en “clientes” o “potenciales clientes” de un
19
circuito de encierro que comienza en institutos de detención para menores (o en su
defecto comisarias) y finaliza en las instituciones penitenciarias” (Manchado, 2010:
69)
En este sentido, son importantes los aportes de Juan José Richter (2010) quien
expresa que fue en la prisión donde se pudo conocer cuáles eran los rasgos físicos y
comportamientos del delincuente ya que antes de su existencia era nulo el
conocimiento sobre los criminales. Foucault también se refería a esto al expresar que
además de conocer a los criminales también se fabricó la figura del delincuente y
puede verse en dos sentidos, por un lado lo que apunta a la reincidencia y el estigma
social, y por otro, produciendo una categoría de criminal individual. Así se cae en la
estigmatización, reduciendo las expectativas sociales de la persona convirtiéndolo en
lo que parece ser, sumado también a la falta de conocimiento de la persona como tal,
excluyéndolo de esta manera de la sociedad pero también de su círculo cercano. En
palabras textuales de Richter
“en cuanto institución total, al clausurar las relaciones que se dan en su interior
genera las condiciones para que emerjan no solo lo presidiario, sino una suerte de
subcultura carcelaria, con valoraciones, costumbres y hasta lenguaje propio.”
(Richter, 2010: 283)
El pertenecer a esa subcultura es lo que hará que al salir de la cárcel la persona
tenga que cargar con ciertos estigmas y discriminación, además de que pueda ser
fácilmente identificada. El fin de la prisión deja de ser transformadora, para alejar al
delincuente del resto de la sociedad:
“se estigmatiza a quien ha infligido la ley, limitando sus posibilidades de cambio al
encasillarse en una condición que parece ser de por vida, como si no pudiese hacer
otra cosa que seguir delinquiendo.” (Richter, 2010: 287)
Estamos aquí frente al eterno estigma con el que carga el delincuente durante
toda su vida.
Otra distinción es que el delincuente no es únicamente autor de su acto, sino
que se acompaña de instintos, impulsos que lo llevan a cometer el delito, en este
sentido Foucault plantea que “la técnica penitenciaria se dirige no a la relación del
autor sino a la afinidad del criminal con su crimen”
Por ende, deja de lado las características individuales referentes a la persona, y
si por el contrario fueran tenidas en cuenta serían muy útiles para poder lograr la
denominada transformación. La justicia penal definida en el siglo XVIII deja ver dos
20
líneas separadas de objetivación del criminal, por un lado, los “inadaptados” que
quedaban por fuera del orden social, y por otro el sujeto readaptado por el castigo.
Un punto importante es lo referente a la reincidencia, una vez que la persona es
detenida, luego, al salir de la prisión aumenta la probabilidad de volver a ella, por lo
que los condenados serían, en muchos casos, antiguos detenidos
“la prisión por consiguiente, en lugar de devolver la libertad a unos individuos
corregidos, enjambra en la población unos delincuentes peligrosos: 7000 personas
devueltas cada año a la sociedad… son 7000 principios de crimen o de corrupción
esparcidos en el cuerpo social” (Foucault, 2002: 245)
El autor expresa que “la prisión no puede dejar de fabricar delincuentes”, y esto
se da por la manera en que viven los reclusos dentro de la prisión, aislados, sometidos
a ciertos trabajos, condiciones precarias, etcétera, pero principalmente porque todo
ese funcionamiento se da mediante el abuso de poder, Foucault, citando a Préameneu
(1917): “el sentimiento de la injusticia que un preso experimenta es una de las causas
que más pueden hacer indomable su carácter”
Al momento de que los detenidos son liberados quedan en una posición de
condenados a reincidir, las causas son variantes entre ellas se encuentran; vigilancia
por parte de la policía, exclusión del terreno laboral, prohibición de residencia en
determinados lugares, además de ser algo que no afecta solo al condenado, sino que,
tal como expresa Foucault al citar a Charles Lucas (1838)
“la misma sentencia que envía a la prisión al jefe de familia, reduce cada día que
pasa a la madre a la indigencia, a los hijos al abandono, a la familia entera a la
vagancia y a la mendicidad. En este aspecto es que el crimen amenaza
perpetuarse”
Se establecen aquí siete principios universales para la “buena condición
penitenciaria” y son los siguientes:
1- La detención penal debe, por lo tanto, tener como función esencial la
transformación de comportamiento del individuo.
2- Los detenidos deben estar aislados o al menos repartidos según la gravedad
penal de su acto, pero sobre todo según su edad, sus disposiciones, las técnicas de
corrección que se tiene intención de utilizar con ellos y las fases de su formación.
21
3- Las penas, cuyo desarrollo debe poder modificarse de acuerdo con la
individualidad de los detenidos, los resultados que se obtienen, los progresos o las
recaídas.
4- El trabajo debe ser uno de los elementos esenciales de la trasformación y de la
socialización progresiva de los detenidos.
5- La educación del detenido es, por parte del poder público, una precaución
frente al detenido.
6- El régimen de la prisión debe ser, por una parte al menos, controlado y tomado
a cargo de un personal especializado que posea la capacidad moral y técnica para
velar por la buena formación de los individuos.
7- La prisión debe ir seguida de medidas de control y de asistencia hasta la
readaptación definitiva del ex detenido.
Sin duda, si estas medidas fueran cumplidas y respetadas, la prisión sería un
lugar que verdaderamente funcionaría como transformadora, pero la realidad es que
nos encontramos lejos de un modelo que resulta bastante utópico.
Otro de los autores que realiza una teorización sobre cárceles es Wacquant
(2004) en “Las cárceles de la miseria”, y una de sus principales ideas que pueden
relacionarse con el tema de la delincuencia y pobreza es que aquí se hace alusión a
una ley de Nueva York denominada “tolerancia cero” creada con la idea de poner fin a
los delitos a través de un Estado garantizador de orden y seguridad pública. Sin
embargo ha tenido varias críticas como por ejemplo su aplicación selectiva a ciertos
grupos sociales, pero principalmente estigmatizando a los pobres. Esta ley se basa
justamente en esa selectividad del delincuente ya que responde a cierto estereotipo
que coincida con el de delincuente. En nuestro país esos estereotipos responden a
personas que viven en determinados barrios, que se visten de cierta forma, que hablan
de tal o cual manera, mientras que esta ley estaba aplicada casi exclusivamente a
personas afroamericanas. Así se puede ver cómo a pesar de que varían las
características del “delincuente”, el fin buscado es el mismo y fue recibida en algunos
países de América y otros de Europa.
Otro aporte fundamental para comprender la prisión y acercarnos a las
características actuales de nuestro país es el libro “Discutir la cárcel, pensar la
sociedad”, en el que se plantea, refiriéndose a Barrán, que desde la década de los
22
sesenta se fue gestando una nueva sensibilidad que iba en contra del castigo del
cuerpo, al que dicho autor denominó “civilizadora”, y que poco a poco se fue
instaurando en la clase dominante de nuestro país.
Los castigos más populares de ese entonces eran llamados “penas corporales
afectivas” e incluían desde azotes hasta la muerte por fusilamiento pero luego fueron
sustituidas por la llamada “represión del alma” en la que la principal forma de condenar
el delito era la privación de libertad
En relación a las características de la prisión en nuestro país a principios del
siglo XIX, eran usadas como un lugar de detención mientras se estaba a la espera de
recibir la condena, o para quienes cometieron delitos leves, por lo que se
caracterizaba por ser un tiempo no muy extenso. En 1854 se creó el reglamento de
cárceles en el que se hacía alusión al artículo 138 de la Constitución de 1830 que
expresaba:
“en ningún caso se permitirá que las cárceles sirvan para mortificar, y si solo para
asegurar a los acusados”
Cabe aquí cuestionarse si se cumple o no con ese objetivo, tanto antes como en
la actualidad
En este sentido, la mayoría de las personas que están en prisión, no están allí
por haber cometido delitos graves, en comparación con personas -que son de público
conocimiento- han cometido delitos realmente más graves y no son castigados con la
prisión; por lo tanto estarían privados de libertad porque su aspecto físico coincide con
la de delincuente, idea sumamente arraigada al estereotipo que se mencionó
anteriormente, lo cual produce que se actúe contra ellos, la gravedad del delito no
sería el determinante de que la persona sea privada de libertad, sino, por el contrario,
sus características estereotípicas adquiridas fuera o dentro de la prisión. En este
sentido, se afirma que la mayoría de los prisioneros son pobres, jóvenes y varones,
agregándose también lo referente a la cultura y/o su localización geográfica.
Estos estereotipos son instrumentos utilizados al momento de crear y
seleccionar delincuentes y la prisión resulta operar de modo contrario, además del
proceso de deterioro aumenta la vulnerabilidad de la persona.
“nos parece evidente que este trato humano tendrá muchas más perspectivas de
reducir la vulnerabilidad de los criminalizados a medida que la prisonización misma
pueda evitarse o reducirse, en función de la incorporación de penas no privativas de
23
libertad o del acortamiento de las que se impongan en función de alternativas
parciales” (Zaffaroni, 2015: 31)
Esta idea del trato humano como reductor de la vulnerabilidad necesitará
encontrar nuevos criterios de análisis en el que no puede faltar el correspondiente a
cómo la intervención penal influye sobre esa vulnerabilidad de la persona. Para poder
lograr un buen trato se establece que sería importante poder concientizar tanto a
presos como al personal sobre lo que uno genera en el otro, sería como una forma de
hacer conciencia sobre el deterioro de ambos, con el fin de estar un poco más cerca
de la dignidad humana desde las dos partes implicadas. Gracias a las diferentes
investigaciones se afirma que el encierro institucional es siempre deteriorante, y más
específicamente si es un tiempo prolongado, por lo que “se denota que las ideologías
“re” no son utopías, sino absurdos” (Zaffaroni, 2015: 35)
“sabiendo que las personas no criminalizadas por la magnitud de los ilícitos que
cometen, sino por sus características personales que las hacen vulnerables al
ejercicio de poder de los sistemas penales, que siempre es estructuralmente
selectivo, existe la posibilidad de formular una nueva filosofía de trato humano al
prisionizado, que tienda a reducir su vulnerabilidad y que, eventualmente, vaya
apoyada por una clínica de la vulnerabilidad” (Zaffaroni, 2015: 35)
También se plantea como ya desde hace aproximadamente 200 años se
sucedieron diferentes filosofías en relación a la pena de la prisión. Primero se
encuentra la referente al tratamiento moralizantes, donde se tomaba al delito y la
locura como una existencia desordenante que debía ser ordenada por su bien moral y
psíquico. En este primaba la vigilancia, más exactamente el panóptico que obtenía el
máximo control. A este le sigue el positivismo peligrosista, el cual se basaba en
someter a la persona a un tratamiento de disminución de la peligrosidad. El tercer
momento es el denominado funcionalista, en el que se comenzó a tener en cuenta la
idea de “resocialización” descripta por Parsons, que se refería a socialización como el
que interviene cuando la persona tiene una conducta desviada y no como control
social. También encontramos en este momento todas las tendencias “re” (reinserción,
reeducación) que denota que algo anterior había fallado, y que permitiría una segunda
intervención. Finalmente, el último y cuarto momento es el anómico, en la que quedó
expuesta la imposibilidad de explicar el comportamiento de los prisioneros por si solos,
siendo una necesidad vincularlas a las condiciones de la prisión y del control social en
general. La “nueva” criminología desplazó su atención ya que antes estaba centrada
24
en el comportamiento del criminalizado, para ahora desplazarla a las agencias del
sistema penal, además de su relación con el criminalizado.
“por regla general, un sistema penal cuyos caracteres estructurales negativos se
presentan con una intensidad muy alta ofrecen un panorama penitenciario con
cárceles superpobladas; condiciones higiénicas, sanitarias y alimentarias diferentes”
(Zaffaroni, 2015: 20)
Es ahí cuando la responsabilidad se le atribuye al sistema penal y su relación
con el delincuente.
Resulta bastante lógico que todas las personas privadas de libertad sufran un
efecto deteriorante que acompaña la prisionalización, pero también sucede, como se
plantea en dicho libro, que responder deteriorándose en base a ese rol asignado por
su estereotipo, genera que los comportamientos delictivos se sigan reproduciendo. En
otra parte de la población penal, que es la minoría, resultan deteriorantes aspectos
vinculados al psiquismo, generando el traslado a manicomios como forma de
desplazar su vulnerabilidad. Y finalmente, se encuentra un tercer grupo en el que su
deterioro no afecta su vulnerabilidad como persona.
Se cuestiona profundamente la idea de la prisión como institución
resocializadora, al respecto se expresa que ya hace 200 años que éstas instituciones
están teniendo un efecto deteriorante y por lo tanto, el poder cumplir ese objetivo se ve
muy alejado de sus posibilidades, al respecto:
“enseñarle a alguien a vivir en libertad mediante el encierro, afirma con acierto un
autor argentino (Elbert), es como pretender enseñar a jugar fútbol en un ascensor,
o sea, es un absurdo; pero tratar de que el encierro en un ascensor lo perjudique
lo menos posible es bien racional y factible. Ésta última, en definitiva, debe ser la
base del nuevo discurso” (Zaffaroni, 2015: 27)
Es por esto que se plantea la “cuestión” de sustituir la idea de resocializar por la
de “una filosofía de trato humano reductor de la vulnerabilidad” (p. 27). Con el fin de
lograr que la prisión sea una institución lo menos deteriorante posible y es fundamental
que esto se tanto en las personas privadas de libertad, como también en el personal
carcelario.
Es fundamental esa actitud para poder hacer funcional la nueva idea del trato
humano y que puedan tomar conciencia del efecto que produce su comportamiento
sobre las personas privadas de libertad pero también sobre si mismos.
25
“la privación de la libertad como solución eficaz suele ser asociada a cuatro
razones. En primer lugar, mientras la persona esté encerrada, está incapacitada
para volver a cometer delitos. En segundo lugar, el castigo es suficientemente
costoso como para que cuando salga liberado lo piense dos veces antes de
hacerlo. En tercer lugar, la prisión es un lugar donde podemos educar y
convencer a esta persona de su error para que al salir no vuelva a cometerlo. En
cuarto lugar, cuando privamos de libertad a una persona le estamos dando una
señal a otras personas que no han cometido delitos y que se lo pensaran dos
veces antes de intentarlo” (Zaffaroni, 2015: 10)
Sin embargo, basándose en estudios criminológicos se afirma que la cárcel no
es una buena solución al momento de disminuir el delito y la reincidencia, en relación a
esta última se ha observado que puede llegar a ser más eficaz cuando en vez de
extender el tiempo de privación de libertad, por el contrario, se le da mayor importancia
a los vínculos familiares y comunitarios del detenido, de hecho se ha podido investigar
que además de no poderse confirmar que la privación de libertad arroje resultados
positivos, también constituye una forma de dejar peor a la persona.
“la criminología de la reacción social, en cualquiera de sus vertientes ha puesto de
relieve suficientemente la selectividad del ejercicio de poder punitivo. Sabemos
sobradamente que la selección criminalizante se opera en función de estereotipos
criminales alimentados con toda clase de prejuicios (clasistas, sexistas, racistas,
etc). También sabemos que las personas prisonizadas (de donde depende
también suele parecerse al reclutamiento de las personas carcelerizadas), pero,
además, se hacen vulnerables al ejercicio de poder punitivo por la asunción del
papel que se asocia con el estereotipo (por percibirse a sí mismas conforme al
estereotipo” (Zaffaroni, 2015: 27)
Actualmente, la cárcel ya no podría verse como un lugar de rehabilitación sino
que está fuertemente asociada a la idea de castigo, es común cuando una persona
comete un delito, que la sociedad proclame castigo y justicia, pero pasando por alto lo
fundamental que sería la educación y socialización de la persona, poniendo aquí en
duda que tan efectivo puede llegar a ser el mero castigo, sin tener en cuenta una
verdadera intervención trasformadora de la persona
Los aspectos negativos que se pueden visualizar en una prisión como el poco
acceso a la educación, al trabajo, a los vínculos con su familia, sumado al estigma y
afianzamiento con el mundo delictivo van disminuyendo las posibilidades de
26
reinserción y peor aun cuando la institución penitenciaria posee pésimas condiciones
de infraestructura, higiene, uso excesivo de la fuerza, violación de los derechos
humanos, etcétera.
“la consumación del castigo solo realiza un ideal de justicia dudoso, vengativo y cruel”
(Zaffaroni, 2015: 12)
En cuanto a estadísticas de las personas privadas de libertad, la tasa de
prisionización es de 330 personas por cada 100000 habitantes, siendo la más alta a
excepción de Chile. Esto significa, un número bastante alarmante y preocupante,
acentuado además por las características de nuestro país en el cual el crecimiento
poblacional se encuentra estancado.
Esta cifra alarmante, sumada a la falta de inversión acentuaron la crisis. Fue en
marzo de 2005 cuando el presidente de la república Tabaré Vázquez reconoció y
asumió la magnitud del problema, declarando la “emergencia humanitaria” en todo el
sistema penitenciario. La superpoblación en cárceles a fines de la década pasada fue
la muestra más evidente de la crisis penitenciaria en nuestro país. A raíz de eso se ha
tratado de revertir la situación y desde el año 2010 se han llevado a cabo diferentes
convenios con el objetivo de que las personas privadas de libertad puedan aprender
diferentes oficios.
“tras haber llegado el caos el sistema carcelario muestra algunas señales de
cambio, todavía muy incipientes; estas transformaciones no son homogéneas ni
completas. Las cárceles tienen un gran impacto en la seguridad humana: invertir
en ellos es una forma de obtener una mejor calidad d convivencia entre todas las
personas” (Garcé García y Santos, 2015: 193)
Hace unos años, en 1985 precisamente, la población de nuestro país era de 3
millones de habitantes y había aproximadamente 1850 presos, por lo tanto la tasa de
encarcelamiento era de 62 personas cada 100000 habitantes, mientras que en la
actualidad somos 3.450.000 aproximadamente y hay unos 9800 presos, por ende la
tasa sería de 248 personas cada 100000 habitantes.
“el aumento de las tasas de encarcelamiento es también el resultado de un
concepto social, de la existencia de un sentido común punitivo que ha elegido
combatir el delito y la violencia a través del encierro, aunque esa estrategia
aparentemente no haya conducido grandes logros, porque las cárceles cada vez
están más llenas, pero no por ello hay menos delitos ni menos violencia” (A;
Corti, N; Trajtenberg, 2015: 265)
27
Aludiendo nuevamente a Mauricio Carlos Manchado refiere a esta crisis que
atraviesan las instituciones carcelarias en la actualidad y plantea la idea de Zygmunt
Bauman de cárcel como receptora de “residuos humanos”. De ahí podemos ver como
el fin de la privación de libertad apunta a encerrar para aislar aquello que se considera
peligroso o diferente para poder brindar seguridad al resto de la sociedad, es por eso
que el autor plantea que nos encontramos por un lado con la permanencia del modelo
correccional pero al mismo tiempo frente al modelo depósito, si la cárcel ya no
funciona para corregir debe al menos encerrar. La prisión funcionaria como la manera
de ejercer el control social por excelencia, brindando así a la sociedad un sentimiento
de seguridad y protección, pero principalmente de que la justicia existe. En este
sentido la autora Herlinda Rubio expresa
“los establecimientos de reclusión funcionan como uno de los instrumentos del
Estado para ejercer el control social, porque se crea un imaginario que cubre la
expectativa o necesidad humana, tanto a nivel individual como colectivo, de sentir
que se está haciendo justicia, que se vive seguro y de que se está protegido”
(Rubio, 2012: 24)
Sin duda que queda una ardua tarea por delante, en la que debe ser real el poder
tomar conciencia de la importancia de la transformación para la persona privada de
libertad dentro de la cárcel, poder discutir diferentes aspectos para lograr el cambio
verdadero que parece todos queremos.
Reflexión final
Mediante la búsqueda bibliográfica pude ver como se ha construido y cómo ha
evolucionado el concepto de delincuente para que hoy sea identificado como tal, pero
sin embargo lo que no parece evolucionar son los constructos sociales sobre la
delincuencia. En el presente trabajo se intentó problematizar y poder tener un
acercamiento a los diferentes motivos que pueden llevar a una persona a delinquir,
poder tener una respuesta a tantos porque, y esas respuestas pueden ser varias.
Debemos entender (o al menos intentarlo) al otro, lograr cierta empatía que nos pueda
acercar a las condiciones singulares de cada uno, deslindarnos de los prejuicios que
nos alejan y tomar una posición más cercana con quien se encuentra en una posición
más vulnerable. La diferencia de clases no debería ser un motivo para alejarnos sino
para integrarnos. El pobre se ve como “bicho raro”, peligroso, del que queremos
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alejarnos cuando lo vemos caminando por la calle, pero me pregunto, ¿Qué es lo
raro? ¿La diferencia? ¿Qué es eso tan raro que nos aleja? ¿Y por qué necesariamente
nos aleja? Es absolutamente cuestionable el rol que cumplimos como sociedad en
esta producción de delincuente, de peligro, totalmente atravesados por prejuicios
fundados hasta en simples apariencias. Constantemente parece que la culpa fuera del
otro pero cabe preguntar ¿Y yo? ¿Qué responsabilidad tengo? ¿Qué podría llegar a
cambiar?
. En relación a lo carcelario me genera principalmente cierta frustración dada por el
poco esfuerzo que se hace para generar cambios, en prisión se deben brindar las
herramientas necesarias para que la persona pueda hacer esa transformación y pueda
integrarse a la sociedad como cualquier otra, y no cargar eternamente con el estigma
de ex privado de libertad. Se supone que lo que se busca es la justicia mediante el
castigo, pero me pregunto, ¿a quién va dirigido ese castigo? ¿Solo para algunos?
Hace unos días, el Colectivo Catalejo publicó una nota llamada “desiguales ante la ley”
en base a otra nota del seminario Brecha, en la que se habla de un conocido gerente
de una casa de cambio que fue detenido por estafa, y en la actualidad se encuentra
con prisión domiciliaria por enfermedad, y aquí es claro como el castigo se puede
efectuar según la persona, si esta pertenece a una clase social alta que sea capaz de
pagar un abogado, saldrá lo antes posible de allí, si por el contrario, la persona
pertenece a la otra clase, la más desprotegida, claro está, deberá cumplir su pena en
tiempo y forma y de la peor manera posible, no importa el delito que se haya cometido,
sino que lo que importa es la persona que lo cometió. Eso es lo que reclama la
sociedad, castigo, pero no para todos por igual, en este sentido la nota expresa:
“castigar nos une como sociedad, el dolor del delincuente es nuestra recompensa
como buenos ciudadanos por no delinquir”.
Se pide a gritos venganza, justicia, castigo, en un discurso atravesado por los
intereses de los más poderosos que solo mira a los más vulnerables, discurso que
manipula, discrimina y margina a los más vulnerables.
Cuanto más dócil sea un cuerpo más fácil de manejarlo será, y así se logrará lo que
más anhelan los que estás por encima: poder de dominación.
En fin, queda pensar que aquellos que no han podido correr la misma “suerte” sean
merecedores de otras oportunidades y que el sentido de su vida no sea solamente el
castigo. Tener esa cuota de responsabilidad como sociedad al momento de pensar
que se hace con esto, la solución no es alejar ni encarcelar, la solución es la
29
integración, teniendo en cuenta el potencial de las personas, sean pobres o no, sean
ex privadas de libertad o no, pero personas al fin.
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