tristeza y olvido felix de jesus ramirez blanco

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“OLVIDO” Una de las tareas más difíciles para el ser humano es el olvido. Lograrlo es toda una faena. Se trate de un objeto, una situación o (en el peor de los casos) una persona, el esfuerzo mental que representa esta acción es insondable; por no decir obsesivo. Quien pretenda olvidar de repente se ve envuelto en una constante de memorias que lo orilla al punto de negarse asimismo la capacidad tan solo de recordar el más sencillo detalle de lo que en otro tiempo le llenaba de dicha y felicidad. En primer orden cabría considerar lo que implica el hacer un lado un recuerdo. Cognitivamente cuando nos enfocamos en olvidar solo lapidamos más aún esa memoria que pretendemos soslayar. Basta concentrarse en el tan anhelado olvido de esa persona para tenerla en nuestra mente de forma casi inmediata. Y así empieza el laberinto intrincado del recuerdo y el sufrimiento que lleva aparejado puesto que cuando pretendemos olvidar no hacemos más que recordar y por ende estar encerrados en un eterno retorno que nos vuelve más desdichados. De aquí la paradoja del olvido: entre más buscamos olvidar más nos consume el recuerdo. Es tan sencillo como decirle a una persona que no piense en elefantes, para que por ese solo hecho lo primero que se le venga a la mente sea precisamente lo que no se le está solicitando que piense. Y nos dedicamos a olvidar y eso nos ata a un pasado del que pretendemos si bien no escapar, mínimo no tener tan presente. Las diversas facultades de las que está dotado el ser humano y lo hacen diferente a los demás seres vivos también lo condenan a llevar una existencia distinta. Si tomamos una hoja de papel y la doblamos por la mitad y después intentamos lograr que desaparezca ese doblez, lo único que lograremos será reducirlo, pero en menor grado seguirá en ese lugar. Lo mismo acontece con los animales cuando, al amaestrarlos, se les genera un determinado hábito; como el perro del experimento conductista que tan solo con escuchar la campana se encontraba babeando. Para el ser humano, además de tener hábitos físicos, tenemos hábitos mentales, que pueden ser: pensar positivamente, la inseguridad, la culpa, el sentido de responsabilidad y el tener continuamente presente un recuerdo. En este último caso cuando queremos desintoxicarnos de ese recuerdo solo nos envenenamos más toda vez, como se señaló líneas arriba, nuestra obsesión por olvidar es tanta que estamos muy concentrados en aquello que buscamos desesperadamente sepultar en nuestro inconsciente. Debido a esto, el esfuerzo que implica el olvido debe tener una característica principal: ser inconsciente. Al final es un acto de inconsciencia el dejar de tener a nuestro lado un recuerdo, por más doloroso que sea. El logro al olvidar no es únicamente el hecho en sí, sino el ser de repente consciente que un recuerdo que otrora iba con nosotros ha dejado de estarlo.

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Page 1: Tristeza y Olvido Felix de Jesus Ramirez Blanco

“OLVIDO” Una de las tareas más difíciles para el ser humano es el olvido. Lograrlo es toda una faena. Se trate de un objeto, una situación o (en el peor de los casos) una persona, el esfuerzo mental que representa esta acción es insondable; por no decir obsesivo. Quien pretenda olvidar de repente se ve envuelto en una constante de memorias que lo orilla al punto de negarse asimismo la capacidad tan solo de recordar el más sencillo detalle de lo que en otro tiempo le llenaba de dicha y felicidad. En primer orden cabría considerar lo que implica el hacer un lado un recuerdo. Cognitivamente cuando nos enfocamos en olvidar solo lapidamos más aún esa memoria que pretendemos soslayar. Basta concentrarse en el tan anhelado olvido de esa persona para tenerla en nuestra mente de forma casi inmediata. Y así empieza el laberinto intrincado del recuerdo y el sufrimiento que lleva aparejado puesto que cuando pretendemos olvidar no hacemos más que recordar y por ende estar encerrados en un eterno retorno que nos vuelve más desdichados. De aquí la paradoja del olvido: entre más buscamos olvidar más nos consume el recuerdo. Es tan sencillo como decirle a una persona que no piense en elefantes, para que por ese solo hecho lo primero que se le venga a la mente sea precisamente lo que no se le está solicitando que piense. Y nos dedicamos a olvidar y eso nos ata a un pasado del que pretendemos si bien no escapar, mínimo no tener tan presente. Las diversas facultades de las que está dotado el ser humano y lo hacen diferente a los demás seres vivos también lo condenan a llevar una existencia distinta. Si tomamos una hoja de papel y la doblamos por la mitad y después intentamos lograr que desaparezca ese doblez, lo único que lograremos será reducirlo, pero en menor grado seguirá en ese lugar. Lo mismo acontece con los animales cuando, al amaestrarlos, se les genera un determinado hábito; como el perro del experimento conductista que tan solo con escuchar la campana se encontraba babeando. Para el ser humano, además de tener hábitos físicos, tenemos hábitos mentales, que pueden ser: pensar positivamente, la inseguridad, la culpa, el sentido de responsabilidad y el tener continuamente presente un recuerdo. En este último caso cuando queremos desintoxicarnos de ese recuerdo solo nos envenenamos más toda vez, como se señaló líneas arriba, nuestra obsesión por olvidar es tanta que estamos muy concentrados en aquello que buscamos desesperadamente sepultar en nuestro inconsciente. Debido a esto, el esfuerzo que implica el olvido debe tener una característica principal: ser inconsciente. Al final es un acto de inconsciencia el dejar de tener a nuestro lado un recuerdo, por más doloroso que sea. El logro al olvidar no es únicamente el hecho en sí, sino el ser de repente consciente que un recuerdo que otrora iba con nosotros ha dejado de estarlo.

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“TRISTEZA” En la naturaleza existen muchos fenómenos que implican el fin de un ciclo. Por citar algunos tenemos los atardeceres, las noches, los huracanes que arrasan con lo que encuentren a su paso. En el ser humano acontece algo similar. La circularidad de la vida es algo que caracteriza la existencia del hombre. El nacimiento, el desarrollo, la reproducción y la muerte son etapas de un ciclo indefinido en cuanto a la raza humana y definido con respecto a cada individuo. De la misma manera los sentimientos se manejan. Un constante vaivén de estados de felicidad y tristeza afectan nuestro estado de ánimo en diversos sentidos y con ello nuestro vínculo con la realidad. ¿Quién en más de alguna ocasión, derivado de un estado de felicidad, no ha hecho alguna promesa que posteriormente se percató que sería difícil sostener? ¿Quién no se ha arrepentido de haber tomado alguna decisión por cansancio o hastío? La felicidad y la tristeza como polos opuestos determinan varios aspectos de nuestra conducta. Sin embargo cabe mencionar que nuestra constante búsqueda de la felicidad implica una huida perpetua de la tristeza. Nuestra condición humana de buscar el placer y rehuir todo aquello que nos cause daño es similar a un brújula, solo que este compás indica en todo momento la dirección que cada quien estima necesaria para alcanzar la felicidad. El estado de tristeza es repulsivo para la mayoría de los hombres, quién se siente feliz estando triste al final lo que lo mueve es precisamente esa incesante exploración de la alegría. Por tanto el enfoque innovador que se pretende dar a este fenómeno versa en que la evasión de la tristeza es en todo momento la guía del ser humano para ser feliz. En algún momento de nuestras vidas hemos decidido sacrificar algo, y esto nos ha puesto afligidos. Solo que si lo realizamos con la finalidad de obtener un bien mayor de repente desaparece esa sensación de vació. ¿Qué es entonces la tristeza? ¿Por qué pretendemos clavarla en una cruz simbólica de olvido? Se tienen antecedentes que el ser humano en una cierta etapa de su desarrollo como especie recurrió a la vida en cavernas, dentro de las cuales permanecía durante algo de tiempo mientras el frío invierno se alejaba dejándose sustituir por una agradable primavera. ¿Qué hubiera sido de nuestros antepasados si en un estado de excitación hubieran salido de las cavernas ante un ataque de felicidad? Desde luego no seguiríamos existiendo como raza ya que las inclemencias climatológicas nos hubieran arrasado. Por tanto el hombre tuvo que volverse un ser pasivo, permanecer en la caverna durante todo ese tiempo, aminorando con ello su capacidad de exploración lo cual se logró entrando en un estado de tristeza que lo orillara a cuestionarse diversos aspectos de su vida y reflexionar, mientras el gélido clima hacía sus estragos afuera, siendo arduo el aceptar que de repente no se puede realizar aquello que surge de la cotidianidad. Este es el nacimiento de la depresión, psicopatología de la tristeza.

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Posterior a ello el ser humano ante un hecho difícil de asimilar decide negarlo y afligirse por ello. La muerte, el olvido, el desamor, las decepciones, los sueños rotos, las esperanzas, todos ellos producen tristeza al no poder darse ese estado óptimo que implica la felicidad. Y también esos acontecimientos aletargan el sentir y las habilidades naturales en el hombre, como lo pueden ser la inventiva, la creatividad y la adaptación. Quien es invadido por la tristeza no quiere saber nada del mundo que está a su alrededor, similar al hombre que se ocultaba en la caverna ante las inclemencias del tiempo. De ello podemos advertir que la respuesta del ser humano ante un evento adverso y cuyo cambio es difícil o imposible no es tan equivocada y tiene un antecedente biológico. Es sólo una respuesta natural que orilla a la reflexión y a la eventual aceptación de lo que no es susceptible de modificarse. En el mundo contemporáneo la cultura popular pretende sumir al hombre en un estado perpetuo de felicidad, soslayando la tristeza y el ideal de sufrimiento que ésta conlleva. Una de las paradojas de la sociedad en que vivimos es que ese constante bombardeo de información sobre la alegría provoca un sentimiento de insatisfacción puesto que inconscientemente se reconoce el estado de desdicha que priva en el ser humano. Así las cosas la felicidad se concibe como un ideal lejano que se pierde en los albores del tiempo y es parte de un perpetuo estado de tristeza del cual el ser humano se sustrae, mas no lo puede eludir.