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Desafíos Actuales A La Espiritualidad De La Liberación José María VIGIL Dos motivos me llevan a reflexionar sobre este tema: Cuando al comienzo de los 90 algunos adelantados invocaron la necesidad de un “cambio de paradigma” - una expresión que escuchamos entonces por vez primera y que “venía para quedarse”-, pareció que algunos de ellos que alzaban esa bandera para justificar su abandono del compromiso con los pobres, a quienes, en aquella hora, muchos militantes, “socialistas y revolucionarios” hasta entonces, comenzaban a dejar solos, sin protagonismo ni futuro. Entendiendo que se trataba de disimular un abandono -y creo que, en efecto, en muchos casos así era-, hubo muchos que rechazamos aquel pretendido cambio de paradigma, por querer mantenernos fieles a los compromisos fundamentales de nuestra espiritualidad de la liberación (EL), cuya opción evangélica por los pobres no nos permitía abandonar su paradigma como quien cambia simplemente de ropa para acomodarse a una nueva situación. Ha pasado ya suficientemente tiempo desde entonces como para que se haya hecho indiscutible y evidente el cambio profundo que se ha producido, por una parte, y para que, por otra, podamos evaluar eso que ha cambiado y podamos poner nombre concreto a los nuevos desafíos con los cuales la EL ha de medirse ahora. Un segundo motivo. En estos tiempos de crisis y -¿por qué no decirlo?- de abandonos y de retractaciones, no pocos militantes se han alejado la teología de la liberación (TL) y la EL. Con frecuencia hemos pensado que se trataba de verdaderos pecados de infidelidad al evangelio y a la Causa de los pobres, y en tantos casos lo habrá sido. Pero también es verdad -lo va pareciendo ahora con más claridad- que, de algún modo, la situación ambiente se ha configurado como “exactamente en contra” de lo que la EL tiene de más propio y sustancial. Diríamos que el momento cultural actual es estructuralmente contradictorio con la EL misma. En muchos aspectos, profesar hoy la EL es ir directamente a contracorriente de la plausibilidad social vigente. Muchos de los que han abandonado, sencillamente “no han podido hacer otra cosa”; honradamente no han visto otra salida. (Fuera de planteamientos más heroicos, no se cree en lo que se quiere, sino en lo que se puede…). Pues bien, en una situación tan radical, no basta con querer superar el problema con simple buena voluntad, sino que es conveniente medir bien la magnitud del problema y detectar la identidad exacta de cada uno de sus componentes, para estar en capacidad de dar una respuesta “digerida” conscientemente, en vez de empeñarse en una fidelidad ciega y obstinada que no sepa “dar razón de su esperanza”. Tener bien señalados los rasgos del problema es ya parte de la solución. No pretendo resolver estos problemas -si ello fuera posible- ni siquiera darles respuesta en este momento, sino elencarlos y definirlos lo más claramente posible, analizando cómo desafían, dificultan, enjuician, inviabilizan a la Espiritualidad de la Liberación. Se hace difícil encontrar una catalogación “clara y distinta” de los factores de la crisis, pues todos ellos tienen aspectos múltiples mutuamente imbricados y pertenecen simultáneamente a niveles diversos. Por ello los vamos a abordar sencillamente de un modo sucesivo, sin marcar demasiado sus delimitaciones, prioridades o mutuas relaciones. 1. Dificultades provenientes de la cultura ideológico-política actual Un primer bloque de dificultades para con la EL es el hecho de que, como ha dicho José María Mardones

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  • Desafos Actuales A La Espiritualidad De La Liberacin

    Jos Mara VIGIL

    Dos motivos me llevan a reflexionar sobre este tema:

    Cuando al comienzo de los 90 algunos adelantados invocaron la necesidad de un cambio de paradigma -una expresin que escuchamos entonces por vez primera y que vena para quedarse-, pareci que algunos de ellos que alzaban esa bandera para justificar su abandono del compromiso con los pobres, a quienes, en aquella hora, muchos militantes, socialistas y revolucionarios hasta entonces, comenzaban a dejar solos, sin protagonismo ni futuro. Entendiendo que se trataba de disimular un abandono -y creo que, en efecto, en muchos casos as era-, hubo muchos que rechazamos aquel pretendido cambio de paradigma, por querer mantenernos fieles a los compromisos fundamentales de nuestra espiritualidad de la liberacin (EL), cuya opcin evanglica por los pobres no nos permita abandonar su paradigma como quien cambia simplemente de ropa para acomodarse a una nueva situacin.

    Ha pasado ya suficientemente tiempo desde entonces como para que se haya hecho indiscutible y evidente el cambio profundo que se ha producido, por una parte, y para que, por otra, podamos evaluar eso que ha cambiado y podamos poner nombre concreto a los nuevos desafos con los cuales la EL ha de medirse ahora.

    Un segundo motivo. En estos tiempos de crisis y -por qu no decirlo?- de abandonos y de retractaciones, no pocos militantes se han alejado la teologa de la liberacin (TL) y la EL. Con frecuencia hemos pensado que se trataba de verdaderos pecados de infidelidad al evangelio y a la Causa de los pobres, y en tantos casos lo habr sido. Pero tambin es verdad -lo va pareciendo ahora con ms claridad- que, de algn modo, la situacin ambiente se ha configurado como exactamente en contra de lo que la EL tiene de ms propio y sustancial. Diramos que el momento cultural actual es estructuralmente contradictorio con la EL misma. En muchos aspectos, profesar hoy la EL es ir directamente a contracorriente de la plausibilidad social vigente. Muchos de los que han abandonado, sencillamente no han podido hacer otra cosa; honradamente no han visto otra salida. (Fuera de planteamientos ms heroicos, no se cree en lo que se quiere, sino en lo que se puede).

    Pues bien, en una situacin tan radical, no basta con querer superar el problema con simple buena voluntad, sino que es conveniente medir bien la magnitud del problema y detectar la identidad exacta de cada uno de sus componentes, para estar en capacidad de dar una respuesta digerida conscientemente, en vez de empearse en una fidelidad ciega y obstinada que no sepa dar razn de su esperanza. Tener bien sealados los rasgos del problema es ya parte de la solucin.

    No pretendo resolver estos problemas -si ello fuera posible- ni siquiera darles respuesta en este momento, sino elencarlos y definirlos lo ms claramente posible, analizando cmo desafan, dificultan, enjuician, inviabilizan a la Espiritualidad de la Liberacin.

    Se hace difcil encontrar una catalogacin clara y distinta de los factores de la crisis, pues todos ellos tienen aspectos mltiples mutuamente imbricados y pertenecen simultneamente a niveles diversos. Por ello los vamos a abordar sencillamente de un modo sucesivo, sin marcar demasiado sus delimitaciones, prioridades o mutuas relaciones.

    1. Dificultades provenientes de la cultura ideolgico-poltica actual

    Un primer bloque de dificultades para con la EL es el hecho de que, como ha dicho Jos Mara Mardones

  • con frase lapidaria, la cada del Muro de Berln indica el fin de una poltica entendida como promesa de liberacin; el fin de la visin teolgica de la poltica; nos hallamos ante el fin del mesianismo poltico y religioso (Neoliberalismo y religin, Verbo Divino, Estella, 1998, pg. 45).

    Aunque lo que fracas con el muro de Berln no fue, al fin y al cabo, sino el experimento bolchevique, uno ms en la larga historia de intentos por construir una sociedad ms fraterna, el caso es que la atmsfera utpica y mesinica en que todos aquellos intentos militantes y esperanzados se desarrollaron, ha desaparecido en muchos sectores y en la sociedad como conjunto cultural. Ya no es posible, para muchos, pensar el mundo en coordenadas de transformacin histrica y liberacin. La conciencia de fracaso de los intentos revolucionarios realizados en los ltimos tiempos, ha calado profundamente en el subconsciente colectivo de la sociedad. Se ha perdido la inocencia idealista, y la sociedad ha quedado vacunada contra todo planteamiento utpico-mesinico; el ciudadano moderno actual neoliberal se ruboriza ante la sola presencia de una utopa mesinico-escatolgica, o se sonre benvolamente. Se ha hecho escptico, pragmtico, incrdulo ante las utopas, vuelto hacia el aqu y ahora sin concesin alguna para devaneos mesinicos.

    El pensamiento nico dominante inculca la inviabilidad de todo cambio, la imposibilidad de encontrar una alternativa, el convencimiento de estar en el mejor de los mundos posibles, el final de la historia, con la consiguiente desesperanza de parte de los otrora militantes de la transformacin social y la liberacin de los pobres.

    Uno de los ejes centrales de la EL -como la estructura central sobre la que se construye- es precisamente la lectura que hace de la realidad en trminos de historia, de utopa y de praxis para realizarla. La EL es un espritu que llama a la persona a autorrealizarse como sujeto mediante el compromiso en la praxis de transformacin histrica de liberacin, que quiere inspirarse en el proyecto mismo de Dios, manifestado en la Causa de Jess, asumida y hecha Causa nuestra. Esto, evidentemente, choca frontalmente con las dificultades ideolgico-polticas que esta sociedad actual tiene respecto al pensamiento y la praxis utpicas. Es el mismo esquema mental y prxico de la EL el que es contradictorio con la crisis de la cultura actual.

    2. El posmodernismo

    Simultneamente, y viniendo sin duda de ms lejos, aunque reforzado tambin por esos fracasos histricos tanto de los intentos socialistas y revolucionarios como de los mismos procesos revolucionarios, se ha difundido ampliamente un nuevo factor, el posmodernismo, con un fuerte componente de reaccin decepcionada al pensamiento modernizante, del que tambin se considera que ha fracasado, no slo porque no ha trado lo que sus promesas tanto tiempo anunciaron, sino porque ha trado adems la frustracin, la desigualdad creciente, la depredacin de la naturaleza y una forma de civilizacin estresante y violenta.

    El posmodernismo est de vuelta de las grandes visiones de conjunto, los grandes proyectos histricos, las utopas y las grandes metas. No cree en ellos. Rechaza los grandes relatos. Se refugia en el fragmento: quiere simplemente vivir fruitivamente el momento presente (carpe diem) renunciando a grandes ideales y proyectos histricos, resignndose a un pensamiento dbil, pues ya no cree que sea posible otra cosa. La posmodernidad cuestiona y ridiculiza la militancia, creyndola no slo inviable y sin objetivo en el actual contexto histrico, sino ridcula y digna de mejor causa. Mejor causa que puede ser, para el pensamiento posmoderno, la creciente valoracin del placer, del cuerpo, del hedonismo, de la fruicin esttica

    Tambin este posmodernismo est exactamente en las antpodas de la EL. Esta tiene en s misma toda la traza de ser un espritu hermano del pensamiento moderno; y no es que as sea ella por occidentalismo y por modernismo, sino por herencia bblica, por imitacin del Jess histrico. Es, en todo caso, eso s, un pensamiento fuerte, seguro de s mismo, con un gran relato (el proyecto de Dios, la Causa de Jess, el Reino!). Por eso, no se puede conllevar fcilmente con el pensamiento light del entorno posmoderno. Diramos que, en principio, no se puede ser a la vez posmoderno y espiritual de la liberacin. Cmo, entonces, vivir, y predicar hoy la EL?

    La pregunta no es slo respecto a la EL, sino al cristianismo todo, porque es el cristianismo entero el que es un gran relato, un pensamiento fuerte y una estructura lgica de alguna manera moderna (tambin aqu: no por influjo moderno, sino por herencia bblica; tal vez es el modernismo el que es deudor del cristianismo -

  • por medio de quien habra bebido en el pensamiento histrico bblico-, y no al revs).

    3. Destradicionalizacin, relativismo y escepticismo

    Desde un campo menos filosfico y ms sociolgico y cultural, un nuevo fenmeno que analistas y socilogos, como Giddens llaman destradicionalizacin, viene a profundizar el mismo estado de cosas que el posmodernismo produce, aadiendo nuevos y ms abarcadores elementos de relativismo y escepticismo cultural.

    El mundo se ha mundializado, y hoy ya todos existimos unos junto a todos los otros, por el bombardeo permanente de los medios de comunicacin social, aun antes de que viajemos y vayamos fsicamente al encuentro de los otros. Hoy da, ya desde nios, observamos y se nos hacen muy cercanas las culturas, religiones, tradiciones, folklore, rituales de los diferentes pueblos de la tierra. Y al observar todas esas tradiciones, se hace inevitable la comparacin con las propias nuestras. A partir de ese momento, vamos comprendindolas como unas ms entre las muchas que en la Humanidad existen, de forma que vamos dejndolas de considerar como reflejos de la objetividad de lo real, para pasar a ser tenidas por nosotros mismos como simples tradiciones, como construcciones humanas, queridas y muy nuestras, pero despojadas ahora de ese halo de justificacin que da el considerarlas referidas a un orden objetivo universal indiscutible.

    En esta vecindad universal obligada a que nos somete la mundializacin ante los pueblos, culturas y religiones del planeta, el sentido de la vida deja de ser para nosotros (para cada pueblo, para cada sociedad) el sentido, pasando a ser un sentido, un sentido ms entre otros, el sentido concreto en que nosotros hemos nacido, el sentido que a nosotros nos ha sido dado (o que nos hemos construido). Ya no podemos desconocer que hay otros sentidos, y un incontenible instinto de realismo nos dice que ninguno de ellos puede pretender ser el sentido, el nico sentido.

    El problema es que cuando el sentido de la vida humana es as descubierto como construccin humana, deja de ser sentido, deja de tenerlo. Las jvenes generaciones se incorporan a la sociedad de un modo esencialmente distinto al modo en que nos iniciamos las 800 generaciones anteriores; ellos ya no nacen ni entran en una cosmovisin tenida como objetiva, cierta e indiscutida, sino en un mundo que saben de entrada desprovisto de toda pretensin de absolutez, de objetividad y de universalidad, preado de relativismo y tambin de humildad. Humildad que en muchos casos no es fcil deslindar de un escepticismo latente o declarado respecto a la existencia de un orden objetivo, seguro e indiscutible.

    As las cosas, el resultado final converge con los planteamientos deletreos del posmodernismo: ya no hay grandes valores seguros, ni grandes relatos que nos los puedan presentar, ni causas por las que merezca la pena vivir (y morir!, Camus deca que las grandes causas por las que merece la pena vivir son precisamente aquellas por las que tambin merece la pena morir). Para una sociedad destradicionalizada, ya no existen verdaderamente esas causas, pues no son ms que construcciones humanas de sentido, a las que no se quiere renunciar -para no perder la fruicin que proporcionan y para no quedarse desnudos ante el sinsentido de la vida-, pero a las que tampoco se les puede prestar una adhesin vital, cordial, apasionada. En esa destradicionalizacin todo aparece como desfondado, desprovisto de consistencia objetiva, y reducido al espejismo de sentido en el que consiste la vida humana. El relativismo y el escepticismo acechan de cerca.

    Esta es, sin duda, una cosmovisin nueva, que nos cuesta captar a los que nacimos y nos configuramos como adultos en una sociedad de tradiciones fuertes, pero es una cosmovisin emergente en las nuevas generaciones, que est formando un hombre y una mujer realmente nuevos, destradicionalizados, bien distintos de los hombres y mujeres tradicionales.

    La EL es un pensamiento fuerte, un espritu convencido y entusiasmado, una pasin consciente de lo que vive y enamorada de Causas por las que vive y est dispuesta a morir, anclada en la gran tradicin de Jess, a la que se remite reivindicando precisamente su fidelidad y su inmediata cercana. Las generaciones jvenes y todos los que de alguna manera han entrado en esta destradicionalizacin- no van a poder asimilar la EL si no ayudamos a hacer una acomodacin de categoras y una relectura de la EL en dilogo con esta nueva cultura generacional emergente. Aparte de que -como luego veremos- queda por reflexionar hermenuticamente la posibilidad de ser creyente destradicionalizado, como en otros momentos hemos estudiado la posibilidad de ser creyente arreligioso.. Son categoras todas ellas aparentemente contradictorias, pero cargadas de posibilidades en su aparente imposibilidad.

  • Todo lo cual no es algo que ocurra particularmente con la EL, sino con toda espiritualidad y creencia religiosa.

    4. Hegemona neoliberal conservadora

    Es por dems innecesario explayarse en lo evidente: la derecha, el capital, los poderosos, llevan la hegemona en este mundo actual. Se suele decir de muchas maneras: el neoliberalismo ha triunfado, estamos en una revolucin de la derecha, se ha dado estos aos una avalancha del capital contra el trabajo La globalizacin financiera mundial, el dominio y el control que el capital ha logrado articular a nivel planetario, hasta moverse sin ninguna cortapisa ni imposicin tributaria, llegando a tener ms poder que cualquier entidad poltica o de otro gnero, sera la expresin simblica y a la vez efectiva de esta hegemona de las clases pudientes y adineradas.

    No es slo que las ideas socialistas -o las ideas simplemente socializantes- estn en declive o tengan menos adeptos, sino que en la opinin pblica dominante -la controlada por la clase dominante, la que se expresa por los grandes medios de comunicacin masiva- estn desprestigiadas y con frecuencia satanizadas. En muchas ocasiones, los mismos sectores populares pobres reproducen ese pensamiento nico dominante hegemnico, de un modo acrtico e ingenuo, freirianamente introyectado como por smosis desde el ambiente. No hace falta ser marxista para recordar aquellas palabras del Manifiesto: Las ideas dominantes de cada poca han sido siempre las ideas dominantes de la clase gobernante. No otra cosa est ocurriendo ahora.

    No cabe duda de que una hegemona de los poderosos y los ricos, en la cultura y en la opinin pblica de la sociedad es un ambiente negativo, de dificultad aadida a la dificultad que ya conlleva en s misma la EL. Los pobres y sus intereses, con los que se identifica la EL, son inters secundario incluso antagnico en una sociedad bajo el influjo de tal hegemona. Los pobres estn excluidos de todo protagonismo; a ellos les corresponde slo dejarse llevar por quienes estn capacitados para conducir la sociedad. Los pobres slo pueden ser objeto (de misericordia, de beneficencia) pero no sujetos de su propia historia. Los que cometen la locura de apostar (optar) por los pobres optan tambin por quedar fuera del protagonismo de la historia, que corresponde a los que detentan la hegemona o pactan con ella.

    Es ms difcil asimilar y vivir la EL en estos tiempos de la actual hegemona neoliberal, conservadora y de derechas, que cuando hace treinta aos la sociedad latinoamericana, a pesar de las dictaduras militares y de la represin, era toda ella un clamor por la justicia, por las reivindicaciones sociales, por las transformaciones revolucionarias... Este clamor por la justicia detentaba la hegemona de los pobres en la sociedad de aquel entonces. Abrazar en aquella hora la EL no era una decisin a contrava de la marcha de la sociedad, sino algo que gozaba de la plausibilidad social ms alta y de la aceptacin colectiva ms profunda. Hoy la situacin es la contraria, y la EL no puede ignorarlo.

    5. Depresin psicosocial

    Las sociedades tienen tambin su psicologa. Por ms que nos parezca que somos autnomos e independientes en nuestra vida, somos tambin y muy fundamentalmente- miembros de la sociedad, y participamos inevitablemente de sus estados de nimo, altos o bajos, sanos o enfermizos.

    En otro lugar he sostenido que, concretamente en la Amrica Latina de los 90, y mirndola desde luego desde el lado de los intereses de los pobres, podemos descubrir que entramos hace tiempo en una noche oscura que, psicolgicamente, puede ser explicada dentro de las hiptesis de la psicologa conductista como depresin. Nuestra sociedad latinoamericana, como resultado de la crisis del paso de los 80 a los 90 -que culmin una trabajada historia de varias dcadas de lucha y conflicto, de herosmo y martirio, de esperanzas y fracasos-, entr en una etapa de depresin psicolgica en muchos sectores populares que hasta entonces haban llevado el peso de la militancia y de la esperanza. Todos los sntomas colectivos evocan el mismo sndrome de la depresin individual, con un claro paralelismo. Es algo que he tratado de mostrar en mi libro Aunque es de noche; all me remito.

    La EL tiene que ser consciente de que ella es todo lo contrario a una depresin psicolgica. La EL es pasin, fuerza,

  • creatividad, energa, enamoramiento, vida y lucha por la Causa, tenacidad (teimosa) y ha de saber por tanto que en una situacin de depresin colectiva psicosocial, el sujeto social mismo y en cada caso tambin el sujeto individual tal vez- est imposibilitado de vivir con esa espiritualidad, con ese espritu.

    No es posible la EL en nuestra sociedad? No dira yo tanto, y la prueba de que es posible es que la hay, que la palpamos, que hay muchos sectores que la proclaman y por ella se sienten inspirados y transformados. Pero s dir que en una sociedad en la que mayoritariamente se da ese sndrome depresivo, la EL ser doblemente difcil, y deber contar siempre con esa dificultad sobreaadida. Quiz deber incluso encontrar formas light (alimento de leche) para quienes no pueden con el alimento adulto, pero estn dispuestos a responder, a su manera, al llamado de la esperanza, aunque sea de noche

    6. La animosidad de la institucin eclesistica

    A estas alturas de la historia, y despus de las ltimas dcadas, quiz ya no cause espanto como pudiera haberlo hecho en otro tiempo- la afirmacin de que una de las patologas propias de la Iglesia catlica es el tema del poder y de su relacin con el carisma, con la profeca, con el compromiso creativo por la liberacin de los pobres. Los intereses de la institucin son muy poderosos no slo por ser propios de una entidad internacional de tal envergadura, sino por la estructuracin misma de la desigual distribucin jurdica (cannica) del poder dentro de la comunidad cristiana. Concretamente, la historia de la Iglesia catlica es una trabajada historia de represin contra todos los brotes profticos que recurrentemente surgen en su seno. Existe una cara oculta del cristianismo en la historia de los movimientos profticos de compromiso con los pobres, de dilogo con la vanguardia proftica de la sociedad, sofocados y reprimidos por la autoridad eclesistica como el dios griego que devora a sus propios hijos, a aquellos precisamente que mejor podran devolverle la vitalidad y la creatividad perdida.

    La TL y la EL se inscriben en esa corriente proftica que atraviesa toda la historia. Han sido el brote proftico que en la segunda mitad del siglo XX ha llevado ms adelante la renovacin del cristianismo, el dilogo con la modernidad (de la primera y de la segunda ilustracin), la vuelta a sus orgenes profticos ms prstinos de compromiso con la justicia y con los pobres. Enmarcada en el movimiento de reconciliacin de la Iglesia catlica con el mundo contemporneo en la primavera iniciada con el Concilio Vaticano II, pronto la esperanza fue abortada con el movimiento de involucin que implement el cardenal Wojtila, directivo del grupo de oposicin (coetus minor) derrotado en el Concilio, cuando fue nombrado Papa, ayudndose del telogo Jos Ratzinger, que modific a su vez profundamente la orientacin primera de su teologa. La TL y la EL han sido adversadas frontalmente -con un afn y persistencia digna de mejor causa- mediante la persecucin de agentes de pastoral, el pretendido olvido de los mrtires, la censura y el silenciamiento de los telogos, la destitucin autoritaria de autoridades (CLAR, congregaciones religiosas), la imposicin al pueblo de Dios de obispos en una lnea conservadora radical en sistemtica desestima de la voz misma de ese mismo Pueblo de Dios, la minusvaloracin progresiva de las conferencias episcopales hasta el sofocamiento de la gran tradicin de la Iglesia latinoamericana, construida en Medelln y Puebla y bloqueada en la imposicin metodolgica de Santo Domingo y en el centralismo enmudecedor del Snodo para Amrica en Roma

    Se ha hablado de la Iglesia como sociedad disfuncional, enferma, cargada de miedo y carente de coraje para dar respuestas nuevas y creativas, que concretamente en estas dcadas no resuelve ya los problemas, sino que simplemente los aplaza repitiendo respuestas que probadamente no los resuelven.

    En este contexto, tan conocido, y tan pocas veces tematizado serenamente como efecto de lo mismo que describimos-, la TL y la EL han de saber, saben, que, aun dentro de la Iglesia, estn en tierra extraa, exiliadas, clandestinas y perseguidas. Vencidas, pero no convencidas... Este es un desafo real, muy concreto, muy doloroso, casi nunca tematizado. Y la pregunta es: cmo hacer teologa y cmo vivir la EL en el seno de una Iglesia que la persigue y que se muestra radicalmente incapacitada para dialogar? Tal vez precisamente por amor a la Iglesia, la TL y la EL no han elaborado prcticamente el tema del disenso, el anlisis de esta situacin disfuncional y anmala que atravesamos. Pero, sin duda, es una de sus tareas pendientes, e incluso urgentes, tanto por motivos evangelizadores y misioneros, como en atencin a tantos cristianos y cristianas que viven sinceramente el cristianismo desde esta ptica liberadora tan genuinamente evanglica y se hallan gravemente desconcertados y decepcionados.

  • 7. Las sospechas confirmadas

    La crisis del marxismo ha hecho a algunos olvidar demasiado precipitadamente desarrollos elementales de la sociologa de la religin que ya poseamos pacficamente. No hace falta revivir ningn extremismo ideolgico para hacerse consciente de lo que de hecho ya pertenece al acerbo popular: la religin siempre tiene, ineludiblemente, una dimensin social y poltica. Funge un papel en la sociedad, no puede dejar de jugarlo, y tampoco puede sustraerse al influjo social, ni puede dejar de ser requerida por la sociedad para cumplir un papel que se avenga a los intereses de quienes le reclaman.

    El cuadro actual que componen los diversos fenmenos de la religiosidad se presta fcilmente a una interpretacin de las diversas funciones sociales cumplidas por los movimientos religiosos mayoritarios. Un comentarista tan ajeno a los intereses eclesisticos y a los de los pobres y de la TL, como Huntington, profesor de Harward, presentado como experto en cambios mundiales, sostiene la tesis de que la religin conservadora y fundamentalista es, paradjicamente, la que mejor se adecua al mundo moderno de la globalizacin.

    La modernidad, dice, est llegando ya a la prctica totalidad del planeta, no en cuanto al desarrollo humano, lamentablemente, sino en las estructuras de dominacin que se hacen presentes por doquier. No pocas religiones han intentado un dilogo con la modernidad a nivel profundo, con meritorios intentos de aggionamento y reformulacin. Pero -dice Huntington- los resultados no han sido favorables sino turbadores y desestabilizadores para las grandes religiones como instituciones mundiales. Por el contrario, la religiosidad fundamentalista es la que se est revelando como ms conjugable con la modernidad mundializada. Esta religiosidad acepta la modernidad en sus logros cientfico-tcnicos y en su ingente eficacia productiva, as como en el juego democrtico representativo, a la vez que compatibiliza y combina esa aceptacin con una interpretacin fundamentalista clsica, que se niega a toda hermenutica actualizadora y reafirma lo ms tradicional, ofreciendo orientacin, tranquilidad, seguridad dogmtica. Es decir, acepta los logros de la modernidad manteniendo las ventajas de la tradicin.

    En definitiva, el fundamentalismo es la religin del presente neoliberal porque es la que mejor resuelve las necesidades de los individuos sometidos a los traumas de la modernidad, a la vez que deja el paso enteramente libre a la economa neoliberal de libremercado, inters supremo del capital y de los grandes de este mundo. As, Huntington, al que se le puede achacar cualquier cosa menos proclividad al marxismo, nos interpreta el papel de la religiosidad en el actual cuadro de la modernidad neoliberal en base a su funcionalidad para con el sistema.

    Es evidente que la TL y la EL son disfuncionales al sistema. No slo porque suponen un dilogo en profundidad con la modernidad, que reinterpreta la religin misma y produce no pocas veces inseguridad y desestabilizacin, sino porque representan y hacen suyos los intereses de los pobres en su triple carcter de sujeto colectivo, conflictivo y alternativo. Todo esto, realmente, no es nada nuevo; pero en un tiempo en que la hegemona silencia estos aspectos, es bueno recordarlos y retomarlos.

    La TL y EL ha de saber que es una pieza de discordia y conflicto en el engranaje del sistema socioeconmico, y que, tambin aqu, podr salir adelante slo a contracorriente, desde el reverso de la historia, con los pobres de la tierra y con el pequeo resto de Israel que pueda mantenerse a salvo de los movimientos de masa bien controlados por el sistema. La EL ha de saber que tiene delante de s, en contra, todo el sistema de la globalizacin, y que slo mientras est callada ser tolerada. Cuando la influencia de su denuncia exceda los lmites tolerables por el sistema, volver la persecucin y la sangre, hasta el martirio. Ha de saber tambin que esa hegemona neoliberal atraviesa la Iglesia, y que tambin en ella pone a todos los vientos en contra de los que defienden el Reino de Dios entendido como buena noticia para los pobres. Es tiempo de exilio -en la Iglesia y en el mundo- adems de ser permanentemente- tiempo de xodo. Hoy ms que nunca hemos de ser conscientes de que el Seor no nos llama al triunfo histrico, sino escatolgico

    8. El desafo del pluralismo

    Pluralidad de religiones siempre ha habido en la humanidad. Lo que no ha habido es pluralismo, aquel que

  • empieza cuando las religiones traban contacto (en vez de ignorarse) y establecen alguna forma de reconocimiento mutuo y, eventualmente, de colaboracin. Es una realidad inevitable en un mundo crecientemente unificado como el actual. El dilogo, la mutua influencia entre las religiones, ha comenzado ya de hecho y est en curso en la arena de la vida religiosa de la humanidad, aun antes de los dilogos oficiales de las cpulas de las distintas religiones.

    Por su parte, el tema teolgico del pluralismo religioso es reconocidamente nuevo, pues ha surgido en el tiempo de vida de la presente generacin (Hick); con todo, ha alcanzado un notable desarrollo, sobre todo en el mundo anglosajn. Actualmente est invadiendo -es una verdadera irrupcin- el campo latino y est haciendo sentir su desafo en todos los tratados teolgicos (sobre todo la cristologa y la eclesiologa) as como en la liturgia, el lenguaje, las categoras que fueron creadas en un modelo exclusivista y en todo caso ignorante de la existencia de otras religiones, y que exigen ahora ser reformulados y adaptados a las nuevas coordenadas.

    Hay grandes temas ms concretos, aunque transversales, que han experimentado ya una revisin ms profunda: la concepcin misma de revelacin, la misin evangelizadora y misionera, la eleccin de el pueblo de Dios

    Tambin la TL y la EL han de afrontar este desafo. No podemos pedir que hubieran anticipado todo esto. Van a resistir muy dignamente el desafo, pero, en todo caso, ciertamente, deben afrontarlo desarrollando ulteriores planteamientos. Concretamente, el macroecumenismo de la EL, si bien en buena parte se anticip a los planteamientos actuales, no cabe duda de que puede dar un salto hacia adelante en dilogo con todo lo que se ha elaborado en estos ltimos aos en torno a este tema del dilogo religioso.

    No dudamos en decir que ste del dilogo y del pluralismo religiosos s que es un nuevo paradigma, un nuevo esquema de pensamiento, un salto cualitativo al que todo el universo del pensamiento cristiano est desafiado a acceder. Hasta dnde nos llevar? es difcil preverlo, pero aqu tenemos ya, por delante, para este inicio del tercer milenio, una tarea colectiva nueva, inexplorada, que, sin duda, va a ser apasionante.

    Quiero subrayar el llamado de atencin que ya hace tiempo Paul Knitter -uno de los ms destacados tericos de los planteamientos pluralistas- hizo sobre la necesidad de que dialoguen los telogos del pluralismo religioso con los telogos de la liberacin (http://servicioskoinonia.org/relat/255.htm ). El nuevo paradigma del pluralismo religioso no va a significar un abandono de la TL y EL. Al contrario, va a pedir que el cristianismo aporte al dilogo interreligioso lo ms nuclear de s mismo, lo que constituye la esencia misma del cristianismo, y en ese campo, nadie como la TL y la EL han logrado remontarse a lo ms prstino de la herencia bblica y judeocristiana. La TL y la EL no van a ser sustituidas por la teologa del dilogo religioso, sino que van a ser continuadas en l y van a ser continuamente reclamadas a incorporarse al dilogo. El camino sigue.

    9. La crisis epocal

    Podemos llamar as a una crisis ms amplia, ms de fondo, ms adentro y ms abajo de todo lo que acabamos de decir, como una crisis que afecta los cimientos de todo el edificio. Martn Buber la llama eclipse de Dios, evocndonos el Dios ha muerto de Nietzsche. Juan Bautista Metz la ha denominado crisis de Dios, considerndola el hecho nuclear que est repercutiendo en la configuracin de la persona humana moderna. Los rasgos de esta crisis de religiosidad actual han sido prdigamente descritos por los comentaristas y socilogos y no vamos a repetirlos aqu.

    En la prctica, ms ac de los planteamientos tericos, en Europa y Norteamrica la gravedad de la situacin adquiere niveles dramticos. Claude Imbert, director de Le Point, habla del desmoronamiento del universo cristiano. E. Poulat habla de una era pos-cristiana, de una lenta evaporacin del sistema cristiano, o de una crisis espectacular que las Iglesias -sobre todo la catlica- est atravesando hoy en da, y de la distancia considerable que media entre la Iglesia solemnemente convocada por Juan Pablo II para el jubileo y la que cada da cuantifican y analizan los socilogos de la religin. Los nmeros, en efecto, confirman esta interpretacin: en los Pases Bajos por ejemplo, en el mero Centro de Europa, el porcentaje de los ciudadanos que tienen enseanza superior y declaran no formar parte de alguna Iglesia ha pasado del 44% en 1970 al 66% actual. Si diramos crdito a un estudio reciente, el 75% de los holandeses estarn fuera de toda Iglesia en el 2010. La prctica dominical sigue en baja continua en todos los pases europeos, y el catolicismo alemn concretamente pierde cada ao cerca de doscientos mil fieles. En la catlica Espaa Jos Mara Mardones vaticina que en diez aos,

  • los efectivos eclesiales quedarn diezmados, algunas instituciones religiosas y dicesis prcticamente desaparecern, y aade: lo peor es que ya no hay posibilidades de reaccionar creativamente, slo caben medidas reactivas y de defensa: hacer una retirada ordenada e inteligente, con los menores costos posibles.

    No pensemos demasiado precipitadamente en nuestro Continente latinoamericano a la hora de resolver la crisis primermundista, porque la Iglesia catlica de Brasil pierde anualmente ms de 500 mil fieles, que emigran a las Iglesias evanglicas y nuevos movimientos religiosos (Luneau-Michel). En el mismo Brasil, el 70% de las celebraciones dominicales se realizan sin presencia de ministro ordenado. (En la Pontificia Comisin para Amrica Latina, del Vaticano, piensan que el tercer milenio es el de la evangelizacin de Asia, y que esa tarea la va a realizar no la secularizada Europa, sino Amrica Latina, cfr. Boletn de la Dicesis de Coln, diciembre 2000, pg. 11).

    Es lgico que, en una situacin as, la Iglesia catlica registre las reacciones tpicas de las instituciones en peligro o en crisis de esperanza, como las que hemos aludido en el apartado 6. Es un crculo vicioso que esperamos pronto sea quebrado.

    Es lgico que la EL, al ser una espiritualidad volcada al mundo, reinocntrica, no est espontneamente inclinada a ocuparse de lo intraeclesistico. A ello se aade un sentimiento como de pudor y de pena: preferiramos que todo esto no fuera realidad y, por lo desagradable que es, se tiende a pensar que ms vale construir positivamente el Reino fuera, que discutir la problemtica interna dentro...

    Pero todo esta situacin de malestar y de descomposicin es algo cuyo afrontamiento la TL y la EL no pueden seguir posponiendo. Los muchos cristianos y cristianas desorientados y decepcionados merecen una palabra. La gravedad de la situacin tambin amerita una aportacin urgente, humilde pero nada tmida. La liberacin integral que la TL y EL proclaman incluye la liberacin de la desesperanza y que esta crisis de futuro est generando.

    10. Un nuevo tiempo axial?

    Puestos a ir al fondo ltimo del anlisis de la crisis en curso, debemos caer en la cuenta de lo mucho que actualmente estn convergiendo las mltiples voces que repiten una y otra vez que estamos en un cambio de poca mucho ms hondo que todo lo que cabra imaginar. Cada vez es ms frecuente la evocacin de la mutacin civilizacional que Jaspers denomin cambio del tiempo eje, que abarc aproximadamente unos 500 aos, entre el 800 y el 200 a.C., y que introdujo en la conciencia humana una ruptura radical, a partir de la cual se oper una profunda inflexin en el curso de la historia y de la civilizacin tal como hoy da las conocemos (Carlos Palcio).

    La secularizacin, entendida como ese proceso que comenz en la edad moderna, con ser grave, no es la causa ltima de la crisis que experimentamos. Para Pnikar, la secularidad actual indicara que el pasado perodo de 6.000 aos est siendo sustituido progresivamente por otras formas de conciencia. A mi entender, la conciencia histrica, o el mito de la historia, ha empezado a ser sustituido kairolgicamente (no cronolgicamente) por la conciencia transhistrica. Quiz nos estamos enfrentando a otro periodo axial.

    Todo parece abonar la hiptesis de que nuestra poca est viviendo un cambio religioso que no se agota en la reelaboracin de la tradicin, como ha ocurrido permanentemente a lo largo de la historia religiosa de la humanidad, sino que autorizara la afirmacin de que se trata de un cambio en el horizonte mismo en que se inscriben las tradiciones y en el sentido que se les atribuye. Es decir, forzara a reconocer una verdadera metamorfosis de lo sagrado (J. Martn Velasco).

    Se da una crisis de las creencias, una progresiva emancipacin de los creyentes respecto de la ortodoxia vigente en las Iglesias, se abandonan las prcticas religiosas, se distancian los fieles de la moral oficial, se diluye el sentimiento de pertenencia a la institucin, se produce una regulacin individual del sistema religioso (una religin a la carta) La crisis de la religin en los pases occidentales de tradicin cristiana es un hecho unnimemente reconocido. Y, afortunadamente, cada vez se es ms consciente de la envergadura y la profundidad epocal que la crisis reviste

    La crisis es pues ms ancha, larga y profunda de lo que podra imaginarse. No es nuestra, no es de la TL y

  • de la EL. Nos desborda enteramente, es imposible abarcarla. La sufrimos, estamos en medio de ella como les ocurre a todos los dems. Conviene ser conscientes de ello para no desanimarse ni culpabilizarse indebidamente. La crisis misma ha de ser tematizada como un nuevo kairs moderno, una oportunidad de reformular, de reinterpretar, de recrear incluso toda la religiosidad en dilogo con la situacin del hombre y la mujer modernos. La TL y EL, en vez de maldecir la oscuridad de la crisis, han de colaborar a encender una luz.

    Nos preguntamos: Ser que la misma TL y EL, con lo que significaron en el momento de su irrupcin en el tercio final del siglo XX, eran precisamente un intento positivo y original de recreacin (refundacin se dice ahora) del cristianismo, que responda a esa necesidad epocal de repensar todo de arriba abajo? Nosotros creemos que s, que aunque acosadas y difamadas todava, la TL y la EL continan siendo los puntos ms altos del cristianismo, que ayudarn a atravesar la crisis con credibilidad y con creatividad.

    Preguntas para tratar ese tema en las comunidades de la vida religiosa y los grupos y comunidades cristianas:

    1. La Vida Religiosa latinoamericana, junto con las CEBs, han sido los sujetos colectivos a los que ms debe la espiritualidad de la liberacin. Por su propia naturaleza de experiencia fuerte de Dios, de seguimiento de Jess en radicalidad, de libertad frente a la estructura jerrquica del poder, se ha visto libre para dejarse impulsar por la profeca y la solidaridad con los oprimidos.

    Cmo est hoy la vida religiosa y las comunidades cristianas respecto a la EL? Siguen siendo un sujeto colectivo que la apoya? Sale la vida religiosa en defensa de la opcin por los pobres, en defensa de las perspectivas liberadoras? Dnde est hoy mayoritariamente la vida religiosa en su compromiso con los pobres y excluidos: alentando la liberacin o la resignacin, con el asistencialismo de la promocin humana o con los proyectos liberadores, consolando o concientizando? Y las comunidades cristianas laicas?

    2. Refirmonos especialmente al punto 6: la situacin eclesial: Cul es realmente la situacin de la Iglesia como comunidad humana y cristiana hoy da respecto a la libertad, respecto a los derechos humanos dentro de ella, la participacin comunitaria en su gestin, la situacin de la mujer?

    Cmo calificar la posicin actual de los religiosos y de las comunidades cristianas comprometidas ante estos problemas: inhibicin, participacin en el sufrimiento, denuncia proftica, liderazgo en su resolucin, compromiso efectivo (inevitablemente conflictivo) para hacer avanzar a la Iglesia, voz de los que no tienen voz, lucha militante contra cualquier tipo de opresin dentro de la Iglesia?

    3. Por debajo de la aparente crisis de simple cansancio, apata o depresin, las aguas se estn moviendo agitadamente en lo profundo. El tema del dilogo interreligioso y del pluralismo religioso han irrumpido con toda fuerza en el escenario mundial de las religiones. Est en curso adems una crisis de fondo de dimensiones epocales. Muchas cosas del viejo mundo que muere claman por una reformulacin creativa, una recreacin original que las haga aptas para dialogar con el mundo nuevo que an no ha acabado de nacer

    Cmo estamos como religiosos/as -especialistas en Dios al decir de Pablo VI- y los grupos y comunidades cristianas comprometidos, frente a todos estos desafos? Hemos odo hablar en nuestra comunidad de la Teologa del Pluralismo Religioso? Cunto hemos estudiado o simplemente escuchado sobre la metamorfosis actual de lo religioso en relacin con la crisis del tiempo eje que Jaspers ubica en el siglo VII a.C.? Son temas que estn en la agenda de nuestra formacin permanente, personal o comunitaria? Qu preocupacin le dedican nuestras congregaciones religiosas o nuestras parroquias o movimientos, como entidades responsables globalmente, ms all de continuar dejndonos acaparar por las preocupaciones diarias agotadoras del microhorizonte pastoral en que cada uno/una estamos comprometidos-? Estn preocupadas las congregaciones que se dicen misioneras por estudiar y salir al paso de estos fenmenos que indican por dnde parece venir el futuro, o estn desvivindose simplemente por tapar los agujeros de un sistema ya periclitado destinado a morir?