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1 XXXXIXº CONGRESO NACIONAL BANCARIO 29 DE JUNIO DE 2012 LA CRISIS MUNDIAL ACTUAL Y EL FUTURO DEL CAPITALISMO Mario Rapoport 1 En plena expansión del capitalismo de posguerrra, en los años ’60, se realizó un simposio internacional sobre la base de una pregunta “¿Adónde va el capitalismo?”, en el que participaron los teóricos más destacados de la economía heterodoxa de la época y fue recopilado en un libro por el japonés Shigeto Tsuru. Entre esos economistas estaban John Strachey, Paul Sweezy, Maurice Dobb, Charles Bettelheim, John Kenneth Galbraith y Paul Baran. 2 Tsuru se preguntaba en el capítulo final si el capitalismo había experimentado una evolución suficiente para inmunizarlo de graves depresiones como la de 1929-1933. Frente al optimismo de los teóricos neoliberales de entonces el economista japonés, sintetizaba la opinión de los participantes del simposio. Llegaba así a la conclusión de que la economía capitalista no estaría inmunizada en el futuro por los altibajos de la actividad económica, que son esencialmente el resultado de contradicciones inherentes al sistema. En otras palabras, que es difícil mantener el pleno empleo sin un elevado beneficio, que una economía de altos beneficios implica fuertes inversiones y, en fin, que la producción obtenida con esas inversiones tiende constantemente a superar la capacidad de consumo generada por el sistema, a menos que se recurra a la institucionalización del despilfarro. Paul Baran ponía especialmente el acento en que las crisis eran inevitables por las desigualdades crecientes que el capitalismo generaba con su propia dinámica. Ante todo, porque el grueso de los excedentes va a un pequeño grupo de empresas gigantes y de ricos accionistas, cuyos niveles de consumo e inversión no pueden absorberlos individual o conjuntamente, siendo este proceso contrario a la misma tendencia capitalista de acumulación. En tales circunstancias, la depresión crónica sería una condición permanente del capitalismo y la desocupación creciente su inevitable acompañante. Tesis que sostiene hoy Paul Krugman. Esta situación se manifestó en forma larvada durante los últimos cuarenta años, dando la vuelta al mundo diversas crisis locales y regionales en economías desarrolladas y periféricas, hasta finalmente estallar de manera generalizada en los países centrales en el 2007 y transformarse poco a poco en una nueva gran depresión. Como sucedió con muchos economistas y políticos en los años ’20 del siglo pasado la ilusión del progreso indefinido terminó de una manera brutal. Igual que para Anoop Singh, director del FMI, que en el 2005 decía que la economía mundial iba 1 Licenciado en Economía Política (UBA), Dr. En Historia (Univ. de París I-Sorbona— Investigador Superior del Conicet. Profesor Titular Consulto (UBA). Miembro del Grupo Fénix. 2 Tsuru Shigeto, (ed.), ¿Adonde va el capitalismo?, Oikos, Barcelona, 1964.

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Page 1: XXXXIXº CONGRESO NACIONAL BANCARIO - …cdCULO-%20CONFERENCIA... · Universidad de Buenos Aires, 1948, pp. 96 y 97. 4 Paul Krugman, De la vuelta a la economía de la Gran Depresión

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XXXXIXº CONGRESO NACIONAL BANCARIO 29 DE JUNIO DE 2012

LA CRISIS MUNDIAL ACTUAL Y EL FUTURO DEL

CAPITALISMO

Mario Rapoport1 En plena expansión del capitalismo de posguerrra, en los años ’60, se

realizó un simposio internacional sobre la base de una pregunta “¿Adónde va el capitalismo?”, en el que participaron los teóricos más destacados de la economía heterodoxa de la época y fue recopilado en un libro por el japonés Shigeto Tsuru. Entre esos economistas estaban John Strachey, Paul Sweezy, Maurice Dobb, Charles Bettelheim, John Kenneth Galbraith y Paul Baran.2

Tsuru se preguntaba en el capítulo final si el capitalismo había experimentado una evolución suficiente para inmunizarlo de graves depresiones como la de 1929-1933. Frente al optimismo de los teóricos neoliberales de entonces el economista japonés, sintetizaba la opinión de los participantes del simposio. Llegaba así a la conclusión de que la economía capitalista no estaría inmunizada en el futuro por los altibajos de la actividad económica, que son esencialmente el resultado de contradicciones inherentes al sistema. En otras palabras, que es difícil mantener el pleno empleo sin un elevado beneficio, que una economía de altos beneficios implica fuertes inversiones y, en fin, que la producción obtenida con esas inversiones tiende constantemente a superar la capacidad de consumo generada por el sistema, a menos que se recurra a la institucionalización del despilfarro.

Paul Baran ponía especialmente el acento en que las crisis eran inevitables por las desigualdades crecientes que el capitalismo generaba con su propia dinámica. Ante todo, porque el grueso de los excedentes va a un pequeño grupo de empresas gigantes y de ricos accionistas, cuyos niveles de consumo e inversión no pueden absorberlos individual o conjuntamente, siendo este proceso contrario a la misma tendencia capitalista de acumulación. En tales circunstancias, la depresión crónica sería una condición permanente del capitalismo y la desocupación creciente su inevitable acompañante. Tesis que sostiene hoy Paul Krugman.

Esta situación se manifestó en forma larvada durante los últimos cuarenta años, dando la vuelta al mundo diversas crisis locales y regionales en economías desarrolladas y periféricas, hasta finalmente estallar de manera generalizada en los países centrales en el 2007 y transformarse poco a poco en una nueva gran depresión. Como sucedió con muchos economistas y políticos en los años ’20 del siglo pasado la ilusión del progreso indefinido terminó de una manera brutal. Igual que para Anoop Singh, director del FMI, que en el 2005 decía que la economía mundial iba

1 Licenciado en Economía Política (UBA), Dr. En Historia (Univ. de París I-Sorbona— Investigador Superior del Conicet. Profesor Titular Consulto (UBA). Miembro del Grupo Fénix. 2 Tsuru Shigeto, (ed.), ¿Adonde va el capitalismo?, Oikos, Barcelona, 1964.

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por buen camino, tendencia que se mantendría en los próximos años, una previsión totalmente errada.

Ahora ya no son sólo economistas heterodoxos los que advierten sobre los límites del sistema sino también poderosos medios del establishment económico internacional como el Financial Times. Este periódico comenzó a publicar el año pasado una serie de artículos con el título de “Capitalism in Crisis”, donde se comienza a dudar sobre la perdurabilidad del sistema y de su legitimidad política. Uno de sus columnistas principales, John Pendler, arguye, por ejemplo, que el capitalismo ha perdido aceptación popular en los países anglosajones por una buena razón: la creciente desigualdad social que comenzó en los años ’70. En este sentido, un reciente informe de la OCDE denuncia que los estadounidenses y británicos más ricos han recibido el grueso de la riqueza generada en sus países en las pasadas tres décadas. Entre 1980 y el 2008 la parte de los ingresos nacionales de los estadounidenses más adinerados ha crecido del 8 al 18% y en Gran Bretaña, entre 1970 y el 2005, del 7 al 14 %.

EE.UU. Participación de los más ricos en el total de ingresos (%)

Por un lado, se creó una elite de “súper ricos”, en relación con la cual

los mercados financieros jugaron un papel decisivo como vía para canalizar los recursos existentes en esa dirección. Por otro, la inmensa mayoría de la población, con sus ingresos reales estancados, debió recurrir al endeudamiento, así como muchos Estados generaron imprudentemente inmensas deudas soberanas, sobre todo en Europa, que sirvieron en parte para solventar los bajos niveles de consumo.

Para el autor del artículo del Financial Times que mencionamos el capitalismo actual remite a dos grandes novelas de la literatura universal: Tiempos difíciles de Charles Dickens, que reflejaba el lado oscuro de la revolución industrial, y El gran Gatsby de Scott Fitzgerald, que preanunciaba los primeros tiempos de la Gran Depresión de los años ’30. Una de las principales diferencias con aquellas épocas es, sin embargo, el rol de las finanzas, que adquirió una dimensión desmesurada, desplazando a la economía real. Según Pendler, existe en la mayoría de la gente la convicción de que los banqueros y financistas constituyen una clase protegida que

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recibe un surplus que no se corresponde con su función social y sus performances. Un sentimiento que no es completamente nuevo. Tiene características que ya mencionaba Keynes antes de la crisis de los años ‘30. “Convertir al empresario o al hombre de negocios –decía- en un rentista, es como darle un fuerte golpe al sistema mismo […] el hombre de negocios es sólo tolerable mientras sus ganancias mantengan cierta relación con la contribución de sus actividades a la sociedad”. De allí que exigía para la supervivencia del capitalismo la eutanasia del rentista.

Otra cuestión es la “ferocidad” con la cual el empresariado capitalista moderno despoja a sus empleados de ingresos que les deberían corresponder. Como en la novela de Dickens el trabajador es considerado sólo como un mero costo, al igual que en aquel siglo XIX. Si a esto le agregamos la especulación con los fondos de pensión, cuyo hundimiento termina afectando el futuro mismo de esos trabajadores, o la estafa de las hipotecas subprime, el capitalismo parece haber traspasado sus propios límites de reproducción. Todo esto plantea, en el fondo, un problema mayor: la legitimidad misma de los sistemas democráticos basados esencialmente en la desigualdad económica. Ni el modo de acumulación capitalista puede seguir existiendo mucho tiempo en estas condiciones sin caer en repetidas crisis, ni esos esquemas políticos tan cuestionados que lo respaldan pueden aguantar por mucho tiempo tales cimbronazos. Si hasta ahora lo resistieron es que el mundo desarrollado tiene mecanismos que su riqueza anterior creó en el marco de fenecidas economías de bienestar, y todavía están muy lejos del extremo empobrecimiento de los países más atrasados. Pero de continuar con las actuales medidas de ajuste esa circunstancia llegará inexorablemente. Desde mediados de la década de 1970 el mundo ha sido escenario de profundas crisis que al igual que los huracanes o ciclones, fueron rotando y afectando a distintas naciones y regiones, alternadas con etapas más cortas o largas de crecimiento. Es preciso señalar que los periodos de crecimiento de la economía norteamericana coinciden por lo general con crisis profundas en la periferia, lo que no resulta casual porque ambos procesos estuvieron de alguna forma ligados.

Raúl Prebisch, en un artículo publicado en 1921 donde analiza las crisis argentinas de fines del siglo XIX, explica la existencia de la llamada “coyuntura inversa”. Los ciclos económicos internos de la Argentina se vinculaban a los de Gran Bretaña de una manera particular: cuando se acumulaba liquidez en la metrópoli porque caían las tasas de rentabilidad, los capitales se dirigían al país del Cono Sur, que iniciaba una fase ascendente de su ciclo económico. Esa fase duraba hasta que en el centro se manifestaban tendencias recesivas –provocando, por ejemplo, una suba de las tasas de interés-, y los capitales retornaban dejando en la Argentina altos niveles de endeudamiento y una crisis económica. Si bien la dinámica centro-periferia estadounidense resultó diferente de la británica, como

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señala el mismo Prebisch, el comportamiento de los movimientos de capitales siguió en muchos casos la misma lógica.3

Un ejemplo fue la crisis de la deuda de la década de 1980 que involucró, sobre todo, a América Latina. Mientras esa crisis se profundizaba la economía norteamericana empezaba a recuperarse, luego de sufrir una fuerte recesión, gracias en parte al retorno acrecentado -vía el alza de las tasas de interés- de capitales colocados anteriormente en los países deudores (junto a capitales atraídos de otras plazas financieras). En esa recuperación tuvieron también que ver, sin duda, los altos gastos militares dirigidos a superar definitivamente en términos estratégicos a la ya debilitada Unión Soviética. Pero no se pudo evitar, sin embargo, que en 1987 se produjera una baja brutal en la bolsa de Wall Street, con pérdidas tan o más importantes que las del crac del 29.

La caída de la superpotencia rival y el fin de la Guerra Fría significaron para los sectores de poder en EE.UU. la posibilidad de iniciar un largo ciclo de prosperidad marcado internacionalmente por los principios del Consenso de Washington. Sin embargo, esto no ocurrió de inmediato porque la crisis de las cajas de ahorro, hacia 1989, afectó seriamente a la potencia del norte.

Recién a partir de 1992, con la “nueva economía” del conocimiento, se logró retomar otra vez la senda de crecimiento impulsada por otra burbuja especulativa. Como señala Krugman, “La burbuja de las acciones de los años noventa probablemente reflejaba [sobre todo] dos cosas. Una de ellas, el optimismo extremo acerca de las ganancias potenciales de la tecnología de la información ha recibido mucha atención. La otra, el creciente sentimiento de seguridad acerca de la economía, la creencia de que los días de las recesiones severas habían quedado atrás no ha recibido tanta publicidad. Pero actuaron juntas para empujar los precios de las acciones a niveles sorprendentes”. 4 La recesión de 2000 puso fin a esa burbuja con las quiebras de numerosas puntocom y empresas de servicios en las cuales se sustentaba el boom anterior, acompañadas por escándalos de corrupción y fraude como los de la compañía Enron.

En los años noventa una corriente importante de capitales fluyó de nuevo hacia los países periféricos, entre ellos los latinoamericanos, impulsada por políticas que permitían la libre movilidad de los mismos y las privatizaciones de activos públicos, mientras se regularizaban las deudas soberanas a través del Plan Brady. Pero este ciclo de endeudamiento fue muy inestable y entró pronto en problemas, aún más rápidamente que el de los setenta.

Entre mediados de la década y principios del nuevo siglo padecieron sucesivas crisis México, Turquía, Rusia, Brasil y, finalmente, la Argentina. También los exitosos “tigres asiáticos”, que habían experimentado un

3 Raúl Prebisch, Obras, 1919-1948, Tomo I. Fundación Prebisch, Bs. As., 1991, p. 126, nota al pie 66; R. Prebisch, Apuntes de Economía Política (Dinámica Económica), Facultad de Ciencias Económicas, Universidad de Buenos Aires, 1948, pp. 96 y 97. 4 Paul Krugman, De la vuelta a la economía de la Gran Depresión y la crisis del 2008, Ed. Norma, Buenos Aires, 2009, p. 151.

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formidable avance tecnológico e industrial siguiendo un camino distinto, con fuerte presencia del Estado, sufrieron un derrumbe económico entre cuyas causas tuvieron relevancia las políticas de financiarización de sus economías impulsadas por el FMI. En especial, la crisis asiática de 1997 fue la contracara del crecimiento de EE.UU., que eliminó por un tiempo la competencia que aquellos países estaban representando.

Como vemos, en este período las crisis no fueron globales sino geográficas o sectoriales; afectaron a algunas ramas de la producción más que a otras mientras se expandían la informática, el sector financiero y las comunicaciones. También en algunos países, como los de la Unión Europea se observó una baja sensible de las tasas de crecimiento, mientras otros, como China, tuvieron un vigoroso crecimiento que se intensificó en el nuevo siglo y Japón experimentaba un largo estancamiento.

En cuanto a la recuperación de la economía norteamericana en 2002-2006 -sustentada en la burbuja de las viviendas, la baja de las tasas de interés, el endeudamiento público y privado y los gastos militares- se detuvo abruptamente con la crisis de las subprime en 2007.

Europa donde también impacta de pleno esta crisis, agudizó sus problemas en 2010, con varios países al borde del default y con la unión monetaria, basada en el euro, en peligro de fragmentarse.

El gráfico siguiente nos permite observar, según indicadores bursátiles, las oscilaciones financieras cíclicas más importantes a nivel mundial. Están marcados tanto los momentos de auge de las burbujas especulativas como las crisis subsiguientes desde la década de 1970 hasta el 2006. Si bien no representa directamente la marcha de la economía real es una buena muestra de la traumática evolución económica del mundo en esos años. Se destacan claramente las 18 burbujas y crisis más importantes de ese período. El índice incluye los valores bursátiles de 23 países desarrollados.

Burbujas especulativas y crisis en el mundo, 1970-2006

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1er shock petrolero (octubre 1973)

Quiebra banco Franklin National (mayo 1974)

Burbuja de la plata (mayo 1980)

Crisis de la deuda externa de América latina (agosto 1982)

Crac de la bolsa (octubre 1987)

Crisis de las cajas de ahorro (febrero 1989)

Crisis mexicana (diciembre 1994)

Crisis asiática (julio 1997)

Crisis rusa (agosto 1998) LTCM (septiembre 1998) Crisis brasileña (enero 1999)

Crisis de las tasas de cambio europeas

Burbujas inmobiliarias (1990-1991) Crac japonés (enero 1990)

Burbuja Internet (sep. 2000)

Crisis turca (enero 2001)

11 de sep. 2001

Crisis argentina Quiebra Enron (diciembre 2001)

Quiebra Worldcom (jul. 2002)

Invasión a Irak, (2003)

2° shock petrolero (enero 1979)

Fuente: Índice bursátil: MSCI The World Index.

Las tres grandes crisis ocurridas bajo el signo de la hegemonía

norteamericana -la de 1929, la de 1970 y la actual-, no son episodios aislados: forman parte de un mismo proceso de largo plazo, y cada una de ellas signa una nueva etapa del capitalismo moderno. En todas se presentan cambios tecnológicos mayores y también de las relaciones entre el capital y el trabajo, procesos especulativos ligados a los flujos irrestrictos de capitales, y caída de las tasas de ganancia en la economía real. En Bretton Woods, el gobierno de Washington, procuró reconstruir la economía internacional a partir de una clara hegemonía norteamericana de arriba hacia abajo como un acto consciente de formación de un gobierno mundial cuyo objetivo era, por un lado, impedir los efectos desestabilizadores resultantes de la destrucción del equilibrio del poder europeo y, por otro, los de la relación estructuralmente competitiva que ligaba la economía interna de Estados Unidos con la economía global.

Pero esto no ocurrió porque los mercados triunfaron sobre los Estados y en los años ‘70, la moneda clave, el dólar, abandonó los principios de Bretton Woods, su paridad con el oro y los tipos de cambio fijos. Una situación que se explicaba por la creciente debilidad de la economía norteamericana, los gastos militares excesivos, la baja de la rentabilidad empresarial y la competencia de otras monedas, a lo que se agregó luego el aumento de los precios del petróleo. En aquel momento la estanflación (inflación sin crecimiento) resultó su modo de manifestarse, mientras que su resolución consistió en procurar el desmantelamiento del Estado de Bienestar, construido en la posguerra, tarea que muy bien realizaron los gobiernos neoconservadores y las políticas neoliberales de los ’80 y ’90. Las

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consecuencias negativas de estas medidas se prolongaron hasta nuestros días, con la caída de las tasas promedio de crecimiento mundial, la concentración de los ingresos, la contracción de la demanda agregada y las sucesivas crisis en diferentes partes del mundo. La financiarización de la economía mundial abrevó su fuente en mecanismos creados en esos años.

La crisis de 2007-2012 corona la inestabilidad crónica a la que nos venimos refiriendo. No se resolvieron los problemas creados en las crisis del ‘30 y del ‘70 sino que se agudizaron. Los países más ricos se sostuvieron sobre la base de un endeudamiento creciente público y privado, la búsqueda desesperada de mayores rentabilidades en los mercados financieros, y la deslocalización de inversiones y de empleos a fin de utilizar mano de obra barata en la periferia. Esto produjo grandes ganancias a las multinacionales y crisis de la deuda en los países periféricos, pero también en algunos de ellos la creación de excedentes financieros que se reciclaban en la compra de bonos o en la tenencia de reservas monetarias convirtiéndolos en acreedores.

Diez razones para explicar la crisis

1- Las burbujas especulativas, la fragilidad del sistema financiero y bancario internacional y el predominio de una “economía casino” son razones determinantes de la crisis. Es necesario reformular el sistema financiero desde su misma base y dar un mayor lugar a las instituciones estatales para su intervención y control.

2- Desde la década de 1970 el mundo ha vivido de crisis en crisis, con origen en el centro o en la periferia y con distintas dimensiones y repercusiones. Constituye un mecanismo de olas sucesivas del cual la crisis de 2007-2010 resulta la culminación.

3- Está en discusión cuál es el huevo o la gallina. ¿Son el predominio del sector financiero sobre el real, las burbujas especulativas y, finalmente, el crac bursátil, las causas principales de la crisis? ¿O debemos dar vuelta los términos de la ecuación? ¿No fue la reducción de la rentabilidad de los sectores productivos, sobre todo en EE.UU. y Europa, lo que llevó a un proceso de especulación financiera para compensar la caída en la economía real? Las respuestas pueden ser diferentes teniendo en cuenta el corto y el largo plazo.

4- Los incrementos de la productividad, gracias a las nuevas tecnologías, y el notable ensanchamiento de las desigualdades de ingresos a nivel mundial han producido una indudable crisis de sobreproducción, la que se pretendió resolver -en especial en Washington- con el creciente endeudamiento del Estado en los sectores externo y fiscal (en su mayor parte por gastos militares) y el sobreendeudamiento de las familias estadounidenses, ambos financiados con el poder del dólar y los excedentes de ahorro de otros países, sobre todo China y Japón.

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5- Bretton Woods fue un intento frustrado de establecer un esquema monetario y financiero internacional para regular el sistema. Los organismos creados por este Acuerdo (FMI, Banco Mundial) se dedicaron a predicar la desregulación financiera, la libertad absoluta de los movimientos de capital y una mínima intervención de los Estados. A partir de esta experiencia quedó muy en claro que los movimientos de capitales deben controlarse, por su carácter desestabilizador.

6-Una de las debilidades mayores del actual sistema monetario es la existencia de una divisa clave como el dólar, cuya emisión y fluctuaciones sólo atienden los intereses de los Estados Unidos, que tiene una situación económica muy frágil para adjudicarse tal ventaja. Existen, por otra parte, monedas competitivas como el euro, el yen y el yuan y la posibilidad de crear nuevas zonas monetarias.

7- El temor del fantasma inflacionario decrece ante una nueva realidad; el retroceso de las actividades productivas y la desocupación como elementos significativos de la crisis.

8- La crisis alimentaria, el aumento del precio de los commodities, (aunque ahora hayan descendido) y el deterioro del medio ambiente constituyen elementos que confluyen con la crisis financiera y la agravan.

9- Las asimetrías del comercio internacional, las políticas proteccionistas de los países más ricos, la trasnacionalización de las economías, la perdida de porciones de las soberanías nacionales sin ventajas evidentes, las inmensas desigualdades entre países ricos y pobres y en el interior de cada uno de ellos, la escasa o nula democratización del sistema político internacional, las guerras imperiales, jugaron un rol -mayor o menor según los casos- en el desencadenamiento y difusión de la crisis.

10- Salvando las distancias tecnológicas, los mecanismos que desataron la crisis, aunque más sofisticados, no son muy novedosos respecto de los que funcionaron en la crisis de 1929. Sí lo es, en cambio, el efecto de las nuevas tecnologías -la informática y las comunicaciones- en la rapidez de su propagación y difusión, favorecidas por la interconexión generalizada de los mercados producto de la desregulación financiera.

Fuente: Rapoport, M. y Brenta, N., Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo

La crisis actual no pone en discusión por ahora la cuestión del fin del

capitalismo, aunque muestra el fracaso de las ideas neoliberales y configura un nuevo reparto de los excedentes mundiales con otros protagonistas, en medio de la destrucción de empleos, activos materiales y medio ambiente. El principal argumento que esgrimen quienes sostienen que Estados Unidos seguirá siendo la potencia hegemónica, es que ninguno de los otros países (o regiones) que podrían rivalizarlo –la Unión Europea, Japón, China o

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Rusia- está en condiciones políticas, militares y/o económicas de reemplazar en el corto plazo el dominio estadounidense. Lo que no sólo le serviria para nuevas guerras sino también como “blindaje” para sus nuevas emisiones de dólares. Sin embargo, la idea de un “siglo XXI norteamericano global”, que estaba detrás del Consenso de Washington y de la caída del Muro de Berlín, ya se ha desvanecido. A esto se agrega la crisis europea que pone en jaque a toda la economía occidental. La conclusión principal que surge de ese panorama geopolítico y económico es la de un mundo multipolar lleno de incertidumbres.

La gran incógnita del futuro son los llamados países emergentes, los únicos que han crecido notablemente en los últimos años, y sobre todo China, que aunque proclama abiertamente su intención de terminar con el predominio del dólar aún sigue financiando la economía norteamericana. El gobierno de Beijing, ante la crisis de los mercados compradores y la debilidad del dólar, tiene que resolver el problema de la integración de su mercado nacional, dividido en un minoritario sector avanzado y otro que incluye a la gran mayoría de su población, lo que supone en principio, un problema económico, por la necesaria elevación del nivel de vida de parte de ella, que implica la de varios países de tamaño medio, aunque también un problema político y social. Como dice un economista chino, “el régimen de acumulación de mi país colapsará si a la larga no puede soportar las presiones sociales y políticas que todo proceso de este tipo genera”. Pero si China emprende esta opción y no la guarda de bonos norteamericanos el valor del excedente financiero aprovechable para los países más ricos se reducirá, lo que no necesariamente significará una disminución de su comercio de exterior, porque el crecimiento basado en el mercado interno puede aumentar su demanda de productos alimenticios y materias primas. Al mismo tiempo, puede también elevar sus salarios internos haciendo menos competitivas sus exportaciones industriales, lo que beneficiaría a otros emergentes. China y las naciones donde crece la economía real tienen la posibilidad de cambiar el tablero del mundo ante los problemas por ahora insolubles del capitalismo occidental.

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