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Conferencia de Italo Amore Instituto Colombo-Italiano - Bogotá, 4 de junio de 1974 Esto es lo que dijeron, el supremo maestro de la poesía: doctor Guillermo Valencia, y su hijo, el Excmo. expresidente de la República, Guillermo León Valencia. Muchas gracias, Italo Amore

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Las ondas marconianas y su influencia en la vida de los pueblos

Conferencia de Italo Amore Instituto Colombo-Italiano - Bogotá, 4 de junio de 1974

A la edad de 17 años entré en la carrera profesional de la “radio” en la marina mercante italiana durante la guerra europea, que terminó con el hundimiento de la flota del imperio austro–húngaro, y con el triunfo de los ejércitos italianos en la batalla de Vittorio Veneto, el 4 de noviembre del año 1918. Después, durante 50 años, siempre trabajé en ésta misma profesión: “radio”.

Tengo la buena suerte de ser uno de los pocos sobrevivientes de la época en que el símbolo de la radiocomunicación, era una chispa; por lo cual, a los marconistas en los barcos, nos llamaban con el apodo de: mister Spark.

Hace mucho tiempo que la radiocomunicación, mediante chispas, ha sido remplazada por la válvula o tubo electrónico; y en los receptores, por el transistor. Me tocó vivir las principales fases de la evolución y progreso de este siglo: desde la raíz de la comunicación inalámbrica –dedicada a la salvación de naves y de vidas humanas en el mar–; después el Marconigrama, a la Radiotelefonía, la Radiodifusión, el Cinema sonoro, la Televisión; las ondas largas, cortas, ultracortas, microondas, hasta el actual inmenso árbol electrónico, que sirve para modernizar casi todas las profesiones, e inclusive, las denominadas: “Comunicaciones Sociales”.

Porque soy un viejo marconista, se me ha concedido el altísimo honor de inaugurar estas celebraciones marconianas en el 1er centenario del nacimiento del gran inventor italiano. Al hablar de las ondas marconianas, y de su influencia en la vida de los pueblos, tengo conciencia de mi incapacidad; de que otras personas podrían más dignamente cumplir con este encargo y con la elocuencia de que carezco. Confío en la bondad y paciencia de este distinguido auditorio; tanto más que, lo que voy a tratar, son hechos históricos, y verdades, aunque poco conocidas.

El tema es interesante, por cuanto que, del buen uso que la humanidad haga de este nuevo Medio de Comunicación, dependerá el futuro bienestar de las familias y de las naciones.

Mis modestas palabras quisieran ser un canto de gloria al supremo maestro, pero no puedo omitir algunos sucesos dolorosos, que en un libro, o en una película cinematográfica, cabrían bajo el título de: LA TRAGEDIA DE MARCONI.

Desde luego: las adversidades, injusticias, ingratitud hacia quien aporta inventos de gran utilidad para el género humano, no son desventuras que le hayan tocado exclusivamente a Guglielmo Marconi. Antiguamente, quien aportaba nuevas ideas, podía ser condenado, como Nuestro Señor Jesús Cristo, o como Galileo Galiléi por aquello del: “eppur si muove”; o porque la ignorancia del vulgo no toleraba lo que creía que fuesen hechicerías. En la época moderna, a los inventores, ya no se les martiriza; a veces, los pioneros gozan hasta de aprecio.

Hace 54 años, hallándome con una expedición en Africa, los salvajes de Somalilandia observando que yo, con la mano enroscando un bombillo eléctrico lo encendía (no disponía de interruptor); o viendo los relámpagos y oyendo el fragor de la chispa de mi radio transmisor, con el cual “sin despachar mensajero” me comunicaba con otros jefes “blancos” a centenares de kilómetros de distancia, murmuraban: “Alá, djiin” (djiin, en somalo, significa: brujo) y me respetaban como mago.

Mi sirviente, Saíd, una noche se me presentó rogándome: –Señor, tu de venir a mi casa, hacer “fanús eléctrico”–. No entendí qué quería, pero tanto insistió, que al fin, por curiosidad accedí acompañarle. Yo era el único en el pueblo que poseyera alumbrado eléctrico, que tomaba de la batería acumuladora de mi radiotransmisor. Cuando llegué cerca del bohío, a la luz de la antorcha observé mucha gente; la tribu estaba allí reunida, esperando algo. Entré: vi un bombillo eléctrico que el día anterior yo había votado a la basura porque se había dañado. El vidrio no se había roto; Saíd lo encontró, lo había colocado en el centro de su cónica choza, amarrado de una pita imitando el cordón eléctrico. Saíd me rogó que le diera vuelta con la mano para encenderlo… No pude darle gusto…, ni tampoco explicarle; todos quedamos mortificados. Más tarde, esa misma noche, ocurrió un eclipse lunar, el vigía dio la alarma; los habitantes de la aldea se asustaron y se alborotaron pero no me molestaron, porque el jefe de la tribu intervino en mi favor. La mañana siguiente, ante él y sus notables, hice que me trajeran tres cocos de diferente tamaño, con los cuales pude darles

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una clase de astronomía, demostrando que el eclipse no lo había provocado yo para castigarlos de haber pretendido tener “fanus eléctrico”, sino Alá interponiendo la tierra, entre el sol y la luna…

A Marconi, entre naciones civilizadas, tales enredos no se solucionaban siempre tan fácilmente. En Inglaterra, Canadá, Estados Unidos cuando proyectaba instalar radio–estaciones de gran potencia, en más de una ocasión se le presentaron los vecinos reclamando, porque las ondas electromagnéticas les estaban produciendo raras enfermedades, impotencia, locura; y obligaron a Marconi desmontar sus “diabólicos” aparatos, trasladarse a otro lugar. Supersticiones…

En Colombia, los telegrafistas del Ministerio de Correos y Telégrafos estaban –no sé si todavía lo están– amparados por una ley, según la cual, después de solamente 20 años de servicio, tenían derecho a salir pensionados, porque la temporadera manual de la tecla telegráfica podía desequilibrar su inteligencia. En efecto, yo, que durante muchos años de mi juventud diariamente maneje la tecla a velocidad de 30 palabras por minuto transmitiendo mensajes en alfabeto Morse, me he vuelto un bobo…

En la actualidad –cuando con la velocidad inconmensurable de 300.000 Km. por segundo, podemos ver y oír inmediatamente quién ha llegado a la luna– si decimos que sobre la pantalla del televisor nunca hay imagen alguna, sino solamente un puntico más o menos luminoso, que desplazándose a gran velocidad recorre 525 líneas y 30 cuadros por segundo, si explicamos que: LA TELEVISION ES UNA ILUSION OPTICA QUE NOS PERMITE VER LA REALIDAD, quien no recuerde que la lentitud de percepción de nuestra retina es la que forma la imagen, no entenderá esa definición, pero no seremos lapidados… Empero, a veces sucede, que quien demasiado se encumbra –quizás por ley de compensación–, pierde parte de su felicidad, en la familia, o con los amigos, o con la patria.

El gran inventor norteamericano del tubo triodo: Lee de Forest, murió pobre y arruinado por los continuos pleitos legales en defensa de la patente sobre su válvula termoiónica.

El norteamericano Edwin Armstrong, también gran inventor del circuito regenerativo, del superheterodino, de la frecuencia modulada, se suicidó, en febrero del año 1954.

Mi colega: Adelmo Landini, autor de una valiosa biografía titulada: MARCONI SULLE VIE DELL’ETERE, en el año 1927 cuando vine a Colombia con una misión radiotelegrafista me reemplazó en el puesto de ayudante de Marconi sobre el yate ELETTRA, sufrió una descarga eléctrica, que lo obligó a desembarcar del ELETTRA, y más tarde, económicamente arruinado por proyectos de invenciones y por patentes que no le produjeron cuánto esperaba, se suicidó, él también, diez años después de Armstrong, o sea en el año 1965.

Yo, por mi fortuna, no inventé nada; solamente he patentado 7 hijos y 20 nietos bogotanos; tal vez por eso, todavía estoy viviendo.

Marconi, hijo de la gran dama irlandesa que se llamó Annie Jameson (en aquel tiempo Irlanda formaba aún parte de la corona británica, de la cual se independizó el 17 de abril del año 1949), se casó en Londres con Beatriz O’Brien, hija de lord Inchiquin; y tal vez también porque dos de sus hijos nacieron en Inglaterra, era considerado: “el hombre de las dos patrias”. Sin embargo –como lo veremos más adelante–, él fue siempre totalmente italiano.

Su tragedia consiste en que: solo, cargando como un Hércules sobre sus espaldas el globo terrestre –además de su cruz–, tuvo que luchar contra múltiples contrariedades; entre otras, la de su familia, debido a la traición y divorcio de su esposa Beatriz, la cual, en el año de 1923, después de 18 años de matrimonio, y con tres hijos, se divorció y se casó con el marqués Liborio Marignoli (esto explica por qué –teniendo además en cuenta otras importantes circunstancias– la Sacra Rota Eclesiástica, 4 años después, o sea en el año del 1927, anuló ese matrimonio permitiendo a Marconi casarse en Roma; y que en el año de 1930 el cardenal Pacelli, que luego fue el Papa Pío XII, bautizó de este segundo matrimonio la niña María Elettra Elena Anna Marconi).

También hay que recordar que Marconi fue víctima de un grave accidente automovilístico, cerca de Génova en Italia, en el año de 1912, o sea a la edad de 38 años, cuando quedó ciego de su ojo derecho.

Y no podemos olvidar la traición de su compañía: la Marconi de Londres, que para castigar su adhesión al gobierno de Mussolini, lo colocó en lista negra, boicoteándolo económicamente, condenándolo a la miseria.

En su libro: MARCONI MI PADRE, su hija Degna Paresce, escribió: “…todas estas cosas amargaban y humillaban a mi padre, que las consideraba una mezquina compensación a sus largos años de trabajo, sus sacrificios personales, y su fundamental aporte a una compañía que había sido su creación, y que lleva su nombre…”.

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Tanto lo amargaron, que solamente pocos meses después, el 20 de julio del año 1937, a la edad de 63 años, Marconi murió, traspasado de dolor.

Para honrarlo, por ley del 23 de marzo de 1938, el estado italiano dispuso que, en adelante, cada 25 de abril, fecha de su nacimiento, sería fiesta cívica. Sin embargo, a continuación –porque fue considerado fascista–, quedó olvidado y en cierto modo traicionado por su parte italiana, que sólo recientemente enmendó el error y volvió a reconocerlo como uno de sus grandes genios, al lado de Leonardo da Vinci, Cristóforo Colombo y otros nombres ilustres de la historia y de la ciencia italiana.

Más, recordando las injusticias sufridas por Marconi, me atrevo a afirmar que fue traicionado hasta por su hija, que en el mencionado libro –quizá para disculpar la infidelidad de su madre Beatriz, hacia Marconi– lo acusa repetidamente de viajar con una hipotética amiga, que identifica como “la otra mujer”, sin nunca mencionar cómo se llamaba, de qué nacionalidad era, y no da prueba o dato alguno para sostener tal acusación. Evidentemente, la hija, publicando la biografía de su padre enfrenta una situación escabrosa, para no condenar a su madre. Por otra parte, quizá para compensar la pesadez de la información técnica sobre las ondas largas y cortas, acerca de las cuales no entendía mucho, para combinar un romance atractivo con la morbosa curiosidad de lector –y así aumentar la venta del libro, y lograr buena ganancia comercial–, ella introdujo en varios capítulos el enigma de una mujer desconocida, aunque al costo de perjudicar el honor de su padre con informaciones escandalosas, que aún cuando fuesen ciertas, una hija afectuosa debiera evitar publicar.

Resulta difícil creer que un hombre serio y responsable como Marconi, medio ciego, con tres hijos, con tantos quebraderos de cabeza técnicos y financieros, a la edad de 47 años fuese un sinvergüenza mujeriego, como Degna Paresce informa en la página 243 del libro, donde dice: “…cuando Beatriz subió a bordo del ELETTRA, se encontraba allí también su rival…”. Sería interesante saber que diría Marconi en su defensa, o los oficiales y tripulantes del yate, como testigos.

Hace años, conversando con el ilustre monseñor de la nunciatura, le pregunté: –¿Cómo se explica que Mussolini decretara leyes contra el adulterio, y él tanto pecaba de adulterio que lo colgaron públicamente con la Petacci…?– Me contestó: –no todos los grandes políticos saben resistir a las tentaciones femeninas–. Sin embargo, en la página 258 de su libro, Degna Paresce admite que en el año de 1923, mientras Marconi viajaba entre las islas africanas del Cabo Verde, en el ELETTRA, experimentando ondas cortas, Beatriz, en Florencia, se dejaba cortejar por el marqués Liborio Marignoli. Esto demuestra, que quien no supo resistir a las tentaciones, no fue el marido sino la mujer.

Y también es evidente que fue ella quien pidió el divorcio (otorgado en el mismo año de 1923 en la ciudad libre de Fiume, hoy Yugoslavia, por el provisional jefe del gobierno, poeta Gabriele D’Annunzio), e inmediatamente se casó con el otro. Solamente cuatro años después, cuando ya a la señora Beatriz le había nacido la niña Flaminia Marignoli, fue cuando Marconi se casó en segundas nupcias con la condesa María Cristina Bezzi–Scali.

Dicen que cuando la Reina Helena supo que su dama de honor, Beatriz, se preparaba para el divorcio, comentó: –un hombre como Marconi, nunca hubiera debido casarse–. ¿Por qué? Acaso, los Reyes, los hombres de gobierno, los directores de grandes empresas, y demás ciudadanos que se dedican con intensidad a su trabajo, y que para ello –como los navegantes–, se alejan frecuentemente de la esposa: ¿debieran quedarse solteros? ¿Y por qué, sabiendo cuál era la profesión y el modus vivendi de su marido, Beatriz se casó con Marconi? Algunas familias, fracasan y se divorcian, no obstante que el marido regresa diariamente al hogar, y aunque ese marido no sea un genio, como Marconi. Si en lugar de la muy “social” Beatriz, él se hubiere enamorado de una muchacha dedicada virtuosamente a su hogar, a sus hijos y que supiera aceptar su parte de sacrificio, cargar ella también su cruz; sin las preocupaciones que le causaba la esposa, Marconi habría tenido más éxito en su vida. Tal vez, recordando que el matrimonio de su madre, Annie –irlandesa y protestante– con su padre, Giuseppe, había sido un éxito, Marconi supuso que casándose con la también irlandesa y protestante, y además aristócrata Beatriz, lograría similar resultado… Pero, cometió un grave y fatal error, tanto más que ella, con toda franqueza, le había declarado que no lo quería. Ruego perdonar que me haya detenido sobre este caso de la familia de Marconi, pero era necesario, para entender una parte de su tragedia, pues, cuando se juzga la vida de los hombres –en el mal, como en el bien– conviene tener presente el refrán francés que dice: “cherchez la femme”.

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Pasemos pues a reseñar cómo fueron los descubrimientos e invenciones que hizo Marconi. Es sabido que cuando –durante el año de 1895– solicitó a Roma la patente para su invento de la comunicación inalámbrica, el Ministerio de Correos y Telégrafos le contestó desfavorablemente, conceptuando que era absurda fantasía de un chiflado.

Durante sus experimentos en la finca paterna, en Toscana, él había ya gastado gran parte del patrimonio de su padre: Giuseppe Marconi. Para continuar, necesitaba mucho dinero.

Por otra parte, él había comprendido que la radio–comunicación a pequeña distancia –que era cuanto lograba hasta entonces– no podía competir comercialmente con las líneas telegráficas. Que por el contrario, en el mar, su invención tendría valor extraordinario, puesto que los barcos no pueden viajar conectados con una línea. Esto explica por qué, la radio nació y se desarrolló en el mar.

Resulta además, que para adelantar este proyecto, no era suficiente ser un genio, sino que era necesario reunir otras condiciones, no comunes. Había que dedicarse a trabajar en el océano, sin temer a las tempestades o al mareo (Marconi había practicado el deporte de la navegación a vela, en Livorno, y era muy aficionado al mar). Para entenderse con reglamentaciones marítimas y otros asuntos internacionales, era preciso conocer el idioma inglés (Marconi, lo hablaba tan bien como el italiano). Se necesitaba relacionarse con capitalistas y personajes marítimos británicos (la suerte quiso que la madre de Marconi, siendo irlandesa, tuviere parientes con buenas relaciones sociales, en los círculos londinenses). En consecuencia: ante la negativa del ministerio italiano, Marconi y su madre se trasladaron a Londres.

Enterado del proyecto de la comunicación inalámbrica, el almirantazgo pensó que si tal invento fuese una realidad, el problema de la flota de guerra del imperio británico –cuyos barcos, esparcidos en los varios océanos, estaban incomunicados– quedaría maravillosamente resuelto.

El Post Office –que es el Ministerio de Correos y Telégrafos inglés– también intervino, ayudando financieramente a Marconi; y tan pronto que –con la cooperación de sus parientes ingleses– obtuvo, el 2 de julio de 1897 su primera patente, organizó una compañía que en el año de 1900 tomó el nombre de: MARCONI’S WIRELESS TELEGRAPH (Compañía de Telégrafos Sin Hilos, de Marconi), con capital de 100.000 libras esterlinas, con el cual la compañía adquirió la patente de Marconi, pagándole 15.000 libras esterlinas y además la mitad de las acciones de la misma compañía.

Cabe anotar que no obstante la incomprensión que había sufrido de parte del ministerio italiano, Marconi, para satisfacer su patriotismo, regaló inmediatamente a la marina de guerra italiana el derecho de usar su patente. Y que durante su vida –no obstante ser medio inglés– él fue siempre patrióticamente muy ferviente italiano, lo cual, en la fase final de su existencia, fue motivo de sus desacuerdos y rotura de relaciones con la Compañía Marconi de Londres.

Uno de sus primeros descubrimientos fue el de que conectando al transmisor, y al receptor, una antena y una conexión a tierra, aumentaba la distancia a que podía comunicarse. Esta idea de la antena surgió en él recordando los experimentos del norteamericano Benjamín Franklin, que un siglo antes, con una cometa, había recogido electricidad entre las nubes y había inventado el pararrayo. Pero, la antena transmisora no es un simple alambre o varilla: su eficacia depende de la altura, diseño, medidas, cuyas fórmulas Marconi tuvo también que inventar.

Luego descubrió que a medida de que alargaba la longitud de onda, aumentaba el alcance a distancia de sus señales. El 20 de marzo de 1899 logró la primera radiocomunicación internacional, a través del Canal de La Mancha, entre Londres y Boulogne, a 48 kilómetros de distancia. El 1º de noviembre del mismo año, sobre la nave Saint Paul, inauguró el primer radioperiódico, que fue bautizado: THE TRANSATLANTIC TIMES, recibido e impreso mientras el barco viajaba a 100 Km. de la costa.

Continuamente tratando de superarse, Marconi buscaba entre los misterios de la física, de la química, del espacio, aportando nuevos perfeccionamientos a sus aparatos; y así lograba aumentar siempre más la distancia de las radiocomunicaciones. Y mientras que por un lado crecían el entusiasmo y la cantidad de creyentes en el milagro marconiano, por el otro era aún grande la cuantía de escépticos quienes presumían que allí había engaño. Sin embargo, en algunas naciones vigilantes y recelosas de la hegemonía militar y comercial del imperio británico, principiaron a preocuparse y averiguar la manera de imitar a Marconi. A su alrededor pululaban los espías, para robarle secretos, copiar sus inventos. En Alemania, con la participación del físico Adolfo Slaby que había estado al lado de Marconi observando y conversando con él durante varios ensayos en Inglaterra, el gobierno del Emperador Guillermo II apoyó la creación de la sociedad

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Telefunken, con base en una ingeniosa, y por cierto muy buena, modificación de los aparatos patentados por Marconi. Comenzó entonces una competencia científica–política–comercial, de carácter y de importancia internacional –en cierto modo comparable a la que actualmente se desarrolla entre grandes naciones para la supremacía en la energía atómica, nuclear, etc. –. Marconi tuvo que luchar, solo, contra todo y contra todos.

Para dar al mundo una prueba decisiva, concibió comunicar Europa con América, instalando el transmisor en Poldhu, Inglaterra, y la estación receptora en Saint John, isla de Terranova, Canadá.

La noticia del colosal proyecto de Marconi se difundió entre los ambientes científicos, suscitando protestas irónicas, burlas, insultos; acusándolo de locura, ignorancia crasa, derrochador de capitales inmensos en construcciones e instalaciones extravagantes, quiméricas. Se aseguraba que –aún en el caso no probable de que las ondas marconianas viajaran una distancia tan grande como entre los dos continentes– cualquier ingeniero debiera saber que la redondez del globo terrestre haría que tales ondas –que viajan en línea recta– llegando al horizonte se elevarían hacia el cielo infinito, en vez de atravesar la enorme montaña de agua, hasta más de 300 Km., entre aquellos dos puntos del globo. Ante ese inmenso obstáculo, y al oír la opinión contraria de tantos hombres de ciencia, había que asustarse; el riesgo era enorme.

Marconi no hizo caso. Porque era un genio, desafío la omnisciencia, jugándose el todo por el todo. Había escogido un terreno que consideró adecuado para levantar allí torres de gran altura, para sostener la antena. Pero, como si también la naturaleza quisiera oponérsele: unos vendavales le tumbaron las torres. Entonces, en Saint John, en lugar de torres elevó un globo aerostático, cuyo cable de retén, funcionaría como antena. Dos veces el viento se llevó el globo. Entonces cambió de estrategia: en vez de globo elevó hasta 150 metros una cometa. Y finalmente, después de varias tentativas, el 12 de diciembre del año 1901, recibió a través del océano, desde 3.500 kilómetros de distancia, las señales transmitidas desde Inglaterra.

El milagro se había realizado. Sin embargo, algunos continuaron incrédulos. La compañía comercial que poseía en Terranova el monopolio de las comunicaciones por cable, publicó que se trataba de una: “fábula de fantasía”. El físico inglés Oliver Lodge, en el Times de Londres, escribió que dudaba. El americano Edison al principio dudó, luego aceptó creer, manifestando: –Me gustaría conocer este joven de 27 años, que ha tenido la monumental audacia de intentar y lograr lanzar una onda eléctrica a través del Atlántico…–.

El antagonismo alemán, y el pleito acerca del canon pedido por la Compañía Marconi para el uso de sus patentes, salió a la luz con escaramuzas entre las dos partes, seguidas por el famoso incidente en el Quirinal, cuando hallándose el Emperador Guillermo II en Roma, durante una recepción, al serle presentado el inventor, el Kaiser le dijo: –Señor Marconi, no crea usted que yo tenga animosidad contra su persona, lo que yo no apruebo es la política de su compañía…–. Quizá sorprendido en su orgullo, Marconi contestó: –Su Majestad Imperial, me abrumaría el pensar tal cosa, pero soy yo quien decide la política de mi compañía–.

Marconi, además de los desacuerdos internacionales, tenía también que enfrentarse a los problemas financieros de su compañía, que cada tanto arriesgaba caer en bancarrota.

En la mitología griega enseñan que Sísifo, desde la base de una montaña, tenía que cargar subiendo hasta la cúspide, una gran piedra que llegando a la cima, se le escapaba rodando en la caída hasta la base, obligándolo a repetir continuamente la operación.

Cuando Marconi, para aumentar la distancia, o para mejorar la calidad de la comunicación, inventaba una modificación técnica, se suponía que esa sería la cumbre, el: “non plus ultra”; enseguida principiaba la fabricación de nuevos aparatos con esa innovación, para todas las estaciones afiliadas. Esto le costaba grandes sumas a la compañía. Poco tiempo después, al descubrir otro perfeccionamiento había que repetir lo anterior: echar a la basura todo cuanto existía, iniciar nuevas construcciones, y para ello… nuevos gastos. La compañía habría preferido mantener oculto el nuevo aparato, retardar su introducción al mercado; pero se corría el riesgo de que la competencia en otros países ganara ventaja.

Inconvenientes similares ocurren frecuentemente en el comercio. Como ejemplo: en el campo de la radio recuerdo la oposición de la compañía RCA durante los años 30, contra la introducción del sistema “Frecuencia Modulada” (FM), inventada como ya dije, por el norteamericano Armstrong. La National Broadcasting Company (NBC) acababa de inaugurar una nueva red de radiodifusoras, de gran potencia, que transmitían en ondas “medias” (que en Colombia, erróneamente, llamamos “ondas largas”). Si se hubiera introducido inmediatamente al mercado el moderno sistema de Frecuencia Modulada (que no puede funcionar en ondas medias, sino en

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ondas ultracortas), la RCA habría perdido aquella gran inversión de capital en transmisores de ondas medias.

Algo parecido ocurre actualmente con la televisión en colores, para la cual existen 3 diferentes sistemas: el NTSC (National Television System Committee) que en los Estados Unidos del Norte funciona desde hace 20 años; el francés SECAM (Séquential Couleur á Mémoire); y el alemán PAL (Phase Alternation Line); cada cual quisiera, para explotar patentes, monopolizar el mercado en otros países.

Como quiera que en las naciones subdesarrolladas resulta todavía muy costosa, al tiempo que la población necesita con prelación: alimentos, hospitales, acueductos, alcantarillados, escuelas primarias, transportes, electricidad, etc., a precio barato; ésta dificultad económica será probablemente otra causa por la cual convendrá aplazar la introducción de la televisión en colores; porque hay que dar prelación a lo que el pueblo necesita urgentemente.

Durante el año de 1950, sacrificando un pingüe negocio para la General Electric, en la cual yo era gerente de electrónica, rehusé vender al Municipio de Bogotá la televisión, porque pensé que con tanto analfabetismo –y en aquella época, gran escasez de energía eléctrica– el país no estaba económicamente preparado para ese costoso espectáculo, que tampoco había sido todavía introducido en países como Italia, España, etc. Fui criticado, tachado de infeliz retrogrado. Cuatro años después, con receptores ya más perfeccionados, y más baratos, la Siemens alemana –que después de la guerra mundial deseaba reconquistar estos mercados– le dio gusto al Presidente de la República Gustavo Rojas Pinilla, a quien la televisión, más que por el progreso, le interesaba para su propaganda política.

Persiste en la mayoría de las naciones –exceptuando los Estados Unidos de Norte América y algún otro país– la tradicional y feudal costumbre de explotar las Comunicaciones Sociales, no tanto para difundir cultura, sino para fines políticos, y como monopolio. En algunas regiones, la industria periodística –que tanto reclama la libertad democrática–, temiendo la competencia comercial de la televisión –aunque arriesgando caer ella también bajo el monopolio oficial– favorece el monopolio estatal de ésta.

Sería conveniente que la televisión fuese, por lo menos en parte, propiedad de la industria privada, como ya lo es la industria de la información periodística. De esta manera, el periodismo moderno se defendería a sí mismo, porque su futuro es: electrónico; y como tal, dependerá de la libertad de la industria electrónica, de la radio y de la televisión.

Entendámonos: cuando hablo de ésta libertad –que desde antes de fundar la Liga Colombiana de Radioaficionados, y de la expedición de la Ley 198 de 1936, siempre he defendido–, no me refiero al libertinaje, sino a la libertad controlada y responsable: para el bien común. Lamentablemente, así como la explotación de las ondas radioeléctricas está aún internacionalmente mal reglamentada, de la misma manera, la cuestión de los programas de la radio, de la televisión, y de los límites o ética dentro de la cual debieran ser mantenidos –y de quien debiera controlar las Comunicaciones Sociales, para impedir el monopolio de las informaciones–, es un problema que habrá que resolver, aún cuando sea tan difícil como la buena administración de la justicia. Es difícil, pero allí está la diferencia, para el futuro, entre el progreso o la decadencia; entre el dificultoso –pero libre– gobierno democrático, o el fácil pero indeseable, régimen dictatorial. Los gobiernos debieran administrar y controlar, así como para el bien común controlan casi todas las profesiones y actividades humanas; pero el tribunal no debiera ser juez y parte interesada, ni bajo el estandarte del monopolio; sino que debiera ser un ente con pluralidad de miembros, a saber: representantes oficiales y particulares, de los numerosos intereses en juego: la educación, la salud pública, el orden público, la defensa nacional, la religión, la moral pública y de las familias; el espectáculo y las artes anexas; la industria periodística y la publicitaria; el fomento del libre comercio y de la iniciativa privada, etc., todo lo cual, no debiera más estar sujeto al artículo 138 del Código Fiscal, pues ya no se trata de la correspondencia telegráfica o telefónica, ni tampoco de bebidas alcohólicas, o tabaco, sino de Medios de Comunicación Social, que son otra cosa muy diferente.

Colombia podrá con mucho orgullo registrar en los anales de la historia, el haber sido precursora –en cuanto a política democrática de Comunicaciones Sociales–, desde que su Corte Suprema de Justicia, en octubre del año 1936, es decir desde hace 38 años, sentenció que: la Radiodifusión NO es Telecomunicación, sino que es: PRENSA, TRIBUNA, TEATRO, CATEDRA, AVISO, y que por consiguiente no debe ser monopolio de nadie. Esta sentencia no mencionó la televisión, porque todavía no existía; pero, la definición de que la televisión es: PRENSA,

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TRIBUNA, TEATRO, CATEDRA, AVISO, resulta igual; y entonces, la televisión –con sus canales–, tampoco debe ser monopolizable, puesto que ni la PRENSA, ni la TRIBUNA, ni el TEATRO o el CINEMA, ni el AVISO o la PROPAGANDA pueden ser monopolio, en una república democrática americana.

La radio de Marconi, nació en el mar, y se desarrolló principalmente como medio para salvar vidas humanas. Convendrá pues, para el bien de la humanidad, procurar que los Medios de Comunicación Social sean orientados hacia esa misma finalidad, para beneficio de la civilización occidental, en vez que para destruirla con el libertinaje, y ojalá, siguiendo las recomendaciones contenidas en la Pastoral “Communio et Progressio” elaborada por orden del Concilio Vaticano II, aprobada el 23 de mayo del año 1971 por el Papa Pablo VI, pastoral que es poco conocida, porque algunos católicos no la leen, creyendo que se trata de liturgia, y entre sus pocos lectores, algunos la archivan porque no gusta a algunas autoridades y a quienes se benefician con el monopolio. No gusta, porque aconseja la libertad democrática, la pluralidad de controles, y es: antimonopolista.

Volvamos a Marconi. Como decía, la Compañía Marconi de Londres, se hallaba en malas condiciones financieras, porque los gastos de experimentación eran muchos, mientras que el producido por los derechos de patentes y venta de aparatos, era insuficiente, pues en todo el mundo, solamente un centenar de buques, de lujo, estaban provistos con estación de radio. La situación principió a mejorar después del 14 de abril del año 1912, cuando habiéndose estrellado el gran paquebote inglés TITANIC contra una montaña de hielo flotante, o “iceberg”, gracias a la llamada de auxilio, se salvaron más de 700 personas. Esto despertó la atención del mundo hacia la utilidad de la radiocomunicación. Mayor cantidad de barcos solicitaron ser provistos con aparatos Marconi. Las acciones de la compañía subieron de precio en la bolsa.

Sin embargo, el empuje decisivo lo dio la guerra europea, cuando los submarinos alemanes principiaron a hundir barcos mercantes de los Aliados. Debido a la falta de comunicación, los náufragos quedaban abandonados en los océanos, condenados a una muerte segura. Los gobiernos aliados se vieron en el caso de remediar urgentemente, y para ello, decretaron que ningún barco mayor de 2.000 toneladas, o con más de 30 personas a bordo, podía salir del puerto si no estaba provisto de estación Marconi. En consecuencia, ya en el año de 1917, la cantidad de navíos provistos con radio, superaba algún millar.

La Marconi, no podía limitarse a fabricar tantas nuevas estaciones para los barcos, sino que tenía también que instalarlas y suministrar personal marconista, para hacerlas funcionar. Así fue como a principios del año 1917 yo entré en la Compañía Marconi de Génova, sucursal de Londres. El primer barco en el cual me tocó servir se llamaba Pietro Maroncelli. Aprendí a soportar el mareo, y a recibir casi diariamente llamadas de auxilio: el S.O.S. Pocos meses después, el Maroncelli, torpedeado por un submarino, se hundió; toda la tripulación de 51 personas fue salvada.

Merece anotar, que hasta entonces, todo lo que existía en radiocomunicaciones era solamente Radiotelegrafía marítima, pues todavía no se conocía ninguna otra aplicación de “radio”. La Radiogoniometría, patentada en el año de 1907 por los ingenieros italianos Bellini y Tosi, de Turín, era todavía un secreto militar. En lo tocante a Radiotelefonía, y a su hija la Radiodifusión, estaban aún por inventar.

Durante esa guerra, Marconi prestó servicio militar en Italia, como mayor en el cuerpo de ingenieros; luego, en la marina de guerra italiana. Ya desde el año de 1916, en Génova, había iniciado experimentos en ondas ultracortas, con antenas reflectoras.

No podemos detenernos aquí en describir sus trabajos: los proyectos de diferentes inventos como resultado de sus 40 años de continuos estudios e investigaciones, que desafortunadamente se llevó consigo al sepulcro. Baste mencionar que ya se hablaba del rayo de la muerte; del radio–eco lunar; y que ya en el año de 1922, durante una conferencia en el Instituto de Radio Ingenieros (IRE) de Nueva York, había anunciado los principios y las posibilidades navales de aquello que, más tarde, los ingleses bautizaron con el nombre de “radar” (RAdio Detecting And Ranging); que luego –como si alguien se lo hubiera prohibido– no pudo desarrollar a favor de la marina italiana. Durante la guerra mundial, el 29 de marzo del año 1941, en la batalla naval del Cabo Matapán, una escuadra inglesa hundió fácilmente una similar, italiana, que no estando provista de radar, cayó como ciega bajo los tiros de la artillería enemiga. Marconi, ya había muerto de dolor!

Ya desde hacía algunos años, la antigua alianza, y la gran amistad anglo–italiana, habían roto relaciones. La hostilidad británica contra el italiano Marconi continuó implacable después de su muerte. Como para castigarlo a él, y a su patria, en la Convención Internacional de El Cairo, año 1938 o sea apenas un año después de su muerte, quedó oficialmente aceptada por primera vez la

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denominación: “ondas hertzianas”, que recordando los antecedentes de Maxwell, y del mar, más justamente hubieran debido llamarse “ondas marconianas”; o continuar con la técnica denominación vigente desde la Convención Radio de Washington del año 1927, de: “ondas radioeléctricas”, y kilociclos.

Recordando tales hechos, se comprenden algunos secretos políticos, y se explican algunos misterios de la guerra mundial, que quizá se habrían desarrollado en otra forma si Marconi no hubiere fallecido prematuramente. Este caso, de la falsificación de la historia, y de la nomenclatura equivocada, no es insignificante, ni debemos dejarnos engañar por determinadas mentiras que –como lo afirmaba el ministro alemán de la propaganda, Goebbels– repitiéndolas millares de veces, se vuelven verdades…

Podemos perdonar, pero no olvidar, que durante aquellos años, cuando Italia extendía su aporte de civilización a Somalilandia, desde Eritrea a Etiopía la propaganda inglesa –utilizando como arma de guerra las ondas marconianas– convenció al mundo, y hasta a Colombia, que los italianos eran feroces asesinos de mujeres y niños, que bombardeaban escuelas y hospitales abisinos… que no existían…

Un ejemplo de la técnica de Goebbels lo tenemos en Colombia, con la Radiodifusora Nacional HJN del Ministerio de Correos y Telégrafos, que fue inaugurada el 7 de agosto del año 1929 durante la administración del Presidente de la República Miguel Abadía Méndez. En septiembre del año 1934 fue traspasada a la Biblioteca Nacional dirigida por el Dr. Daniel Samper Ortega. En el año de 1936, por Decreto 859 del Presidente de la República Alfonso López Pumarejo, ministro de correos y telégrafos Hernán Salamanca, ministro de educación nacional Darío Echandía, fue transferida al Ministerio de Educación a cuyo cargo quedó durante casi 20 años, hasta cuando el general Gustavo Rojas Pinilla se la llevó al Palacio Presidencial. Desde el año de 1934, el Dr. Daniel Samper Ortega había iniciado gestiones para ampliar esas instalaciones con nuevos equipos, que el 5 de octubre del año 1938 el ministro de educación José Joaquín Castro Martínez contrató con la Compañía Radio Colombiana gerenciada por el Dr. Mario Camargo. Pues bien: no obstante todos esos ilustres apellidos y fechas irrefutables, algunos funcionarios insisten en publicar que esa estación fue inaugurada –por primera vez– el 1º de febrero del año 1940. Así, olvidando dos precedentes inauguraciones y ampliaciones, le quitan a la Radiodifusora Nacional los primeros 11 años de vida y de interesante historia.

En las Naciones Unidas, durante casi 20 años, olvidando historia y geografía, llamaron China a la isla de Formosa (Taiwan).

Así como las intrigas políticas pudieron imponer tales errores, no es de extrañar que ahora se quiera inculcar en el mundo la creencia de que el inventor de la radio no fue Marconi, sino Hertz. Esta es una vieja maniobra, iniciada desde el año de 1903 por el emperador Guillermo II, a favor de su patria.

La verdad es otra. Ya desde el año de 1912, en una conferencia de la Sociedad Eléctrica de Nueva York, el ingeniero húngaro Michael Pupin manifestaba: “Si tenemos que darle un nombre a las ondas eléctricas, no debemos más llamarlas hertzianas, sino ondas Marconi, porque son suyas…”.

En una fotografía del año 1902, dedicada a nuestro inventor, el físico ruso Alejandro Popov escribió: “A Guglielmo Marconi, le pére de la telégraphie sans fils…” (al padre de la telegrafía sin hilos).

En una serie de artículos titulados: “Historia del Principio de la Electrónica”, publicados en la revista SPECTRUM del Instituto de Ingenieros Eléctricos y Electrónicos de Nueva York (IEEE ex IRE), edición de diciembre del año 1968, el físico Charles Susskind de la Universidad de California comentó: “Alemania inició la lucha para adoptar el nombre de Hertz como unidad de medida radioeléctrica. Durante los años 30, el nazismo intentó abolir esa nomenclatura, porque Hertz era medio hebreo…”

Se puede pensar que si el nazismo no hubiera perdido la guerra, o si Marconi hubiera sido hebreo, el Bureau of Standards –que en el año de 1964 inició el abuso o error– en vez de Hertz, KiloHertz, MegaHertz, habría más justamente adoptado el vocablo: Mar, KiloMar, MegaMar…

Los señores del Bureau of Standards, y los gobiernos anglófonos, patriotas a su manera, durante un centenar de años se negaron aceptar las científicas unidades de medida del sistema métrico decimal: litro, gramo, metro, etc., en reemplazo de los anticuados e inconvenientes: galones, onzas, pies… En cambio: –esto es sintomático de la ingenuidad latina– inclusive funcionarios italianos de la RAI, se precipitaron a adoptar erróneamente el nombre de Hertz, quizá

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porque suena a extranjero… aunque no sepan el significado que se quiere dar a ese nombre, en vez de continuar con la técnica y correcta nomenclatura de: ciclo, kilociclo, megaciclo, suponen que diciendo hertz, kilohertz, megahertz, dan muestra de gran sabiduría…

Lejos de mí, desconocer el aporte científico de Hertz, que en su laboratorio demostró las oscilaciones electromagnéticas que el físico escocés Maxwell había matemáticamente anunciado con sus famosas ecuaciones. Hertz fue un sabio; pero la propaganda alemana y hebrea exageró en atribuirle merecimientos en asuntos en los cuales nada tuvo que ver, porque después del ensayo en su laboratorio, se dedicó a otros campos de la física, de la óptica, y de la mecánica.

En una biografía titulada MARCONI Y SU INVENCION, del autor inglés Orrin E. Dunlap, hay una lista de honorificencias otorgadas a Guglielmo Marcon. Sin mencionar las de origen italiano, tenemos:

- Doctor en Ciencias, Universidades de Cambridge y de Oxford. - Doctor en Física, Universidad de Río de Janeiro. - Doctor en Leyes, Universidades de Aberdeen, Glasgow, Liverpool, Columbia, Louisiana,

Loyola, Northwestern, Notre Dame. - Placa de Oro, de los sobrevivientes del paquebote inglés TITANIC. - Medalla Albert, de la Sociedad de Artes, de Londres. - Medalla Exner, de Viena - Medalla John Fritz, del Instituto de Ingenieros Eléctricos y de Minas. - Medalla John Scott, de Filadelfia. - Medalla Gustave Trasenter, de Bélgica. - Medalla Kelvin, del Instituto de Ciencias Civiles, de Londres. - Medalla de Plata, de la Sociedad Internacional Mark Twain. - Medalla de Oro y Diploma, de la Asociación de Veteranos Radiotelegrafistas de Nueva York. - Medalla de Oro, del Instituto de Ingenieros de Radio, de Nueva York. - Medalla de Oro, del Instituto Franklin, de Filadelfia. - Medalla de Oro, de la Sociedad Eléctrica, de Nueva York. - Caballero de la Orden Rusa de Santa Ana, año 1902. - Premio Nobel de Física, año 1909 - Gran Cruz de la Orden Española, de Alfonso XII, año 1912. - Caballero de la Gran Cruz de la Orden Victoriana, año 1914. - Orden Española de Plus Ultra, año 1929. - Caballero de la Gran Cruz de la Orden de Menelik, año 1931. - Gran Cruz de la Orden Soberana de Malta. - Medalla Goethe, otorgada por el presidente Paul von Hindenburg, Alemania, año 1932. - Gran Cruz de la Orden Brasileña de la Cruz del Sur, año 1935. - Gran Cruz de la Orden China del Jade, año 1936. Como se ve: hasta el año de 1936 o sea hasta un año antes de su muerte, el reconocimiento de

la obra de Marconi, fue universal. ¿Cómo se explica entonces, el reciente reemplazo de Marconi, por Hertz? Errores e injusticias de la política internacional; de la guerra.

A Marconi: a sus descubrimientos y sus invenciones; a sus 40 años de intenso trabajo, estudio, investigaciones en el campo de las radioondas; a sus 84 travesías en el océano Atlántico, con estaciones de radio, en diferentes barcos, es que tenemos que agradecer el desarrollo de dos materias fundamentales de la actual ciencia electrónica: la radiopropagación, y la radiocomunicación.

En radiocomunicación: sin olvidar la contribución del inventor del alfabeto Morse, y de tantos otros predecesores, hasta Galvani y Volta; la verdad es que para hacer factible la transmisión y la recepción de las señales radioeléctricas, Marconi tuvo que inventar una infinidad de dispositivos y de aparatos; desde la antena y el detector magnético, hasta el chispero rotativo y circuitos con sus parlantes, todo lo cual sería muy largo enumerar.

En radiopropagación: Hertz, se contentó con algunos metros de distancia, dentro de su laboratorio. Después, varios otros sabios, de diferentes naciones, se habían interesado en las ondas electromagnéticas: desde los italianos Calzecchi-Onesti y Augusto Righi, al francés Bandly, el ruso Popov, el alemán Slaby, los ingleses Preece, Lodge, Kelvin, el servio Tesla, los americanos Edison, Fessenden, y otros; todos, por diferentes pistas buscando Eldorado, pero nadie había descubierto nada, porque aún cuando eran grandes físicos y hombres de ciencia, todos seguían el camino indicado por Maxwell y Hertz, que era equivocado, porque se fundaba en el concepto de

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que todas las radioondas son “quasi–ópticas”, como las que actualmente denominamos “microondas”, y por lo tanto, se propagan como la luz, en línea recta, y solamente hasta el horizonte (siempre que no haya obstáculos de por medio). Que para alcanzar más allá del horizonte visible, necesitan de cadenas de estaciones repetidoras, que actualmente son posibles merced al progreso de la electrónica, pero no lo eran con los medios de la química y la mecánica del siglo pasado.

Marconi principió él también con las microondas, pero al constatar que no alcanzaban distancia apreciable, en vez de abandonar la idea, siguió investigando, y principió a descubrir y abrir en el espectrum electromagnético una nueva gama de ondas, que hoy llamamos radioeléctricas, o marconianas, cuyas características de propagación son totalmente diferentes de las microondas, pues no viajan en línea recta, sino que siguen la curvatura del globo terrestre, o son reflejadas por la troposfera. Aumentando la longitud de onda, Marconi ensayó las ondas cortas, que tampoco le sirvieron porque careciendo de observadores en otros continentes no sabía que su propagación está sujeta a la “zona de sombra” –la reflexión ionosférica a gran distancia según las horas del día o de la noche–. Otra peculiaridad que se principió a revelar durante el año de 1922 (1932 en el original, lamenta su error en la narración que de este documento hace en el año 1974) por obra y gracia de radioaficionados de la American Radio Relay League (A.R.R.L.), y de europeos y australianos, cuya participación en el progreso de la electrónica bien merecía un monumento al soldado desconocido de la radio: el “radio–amateur” o radioaficionado.

Marconi, continuando con sus experimentos, descubrió las ondas medias y las ondas largas, con las cuales en el año de 1901 llevó a cabo la famosa comunicación trasatlántica, a distancia de 3.500 kilómetros, sin relevos ó repetidores.

Posteriormente, el 26 de marzo del año 1930, hizo una demostración de control remoto, desde el yate ELETTRA anclado en el puerto de Génova, encendiendo la luz del alumbrado de la ciudad de Sydney en Australia, mediante una señal enviada en onda corta de 27 metros.

El 12 de febrero de 1931, ante el papa Pío XI, inauguró en la Radio Vaticana una estación de onda ultracorta, con antena parabólica, cuyo diseño básico es todavía usado en la actualidad.

Es interesante observar que después de la marconiana comunicación trasatlántica del año 1901, los hombres de ciencia y las grandes empresas de radiocomunicaciones, en Alemania, Francia, Estados Unidos de América, Japón, Rusia, etc., todos, siguieron el camino de las ondas medias y ondas largas, descubiertas por Marconi. A nadie se le ocurrió que existieran otras ondas que no fuesen marconianas.

Por ejemplo: en agosto del año 1928, en Barranquilla, cuando la SCADTA (hoy AVIANCA) quiso ensayar radiocomunicación desde el hidroavión bimotor Dornier–Wall bautizado “Colombia”, el aparato era marca Marconi –no era Telefunken, no obstante que la empresa era alemana–, y era para funcionar en la reglamentaria onda larga. Me consta porque me correspondió ser el marconista que por primera vez en Colombia hizo radio comunicación desde el aire, volando en ese avión.

Y durante el año de 1929, habiendo constatado que en los países tropicales los ruidos atmosféricos o estáticas reducen el alcance de la onda larga, cuando iniciamos en las estaciones del Ministerio de Correos y Telégrafos en Barranquilla, Cali, Cúcuta, Medellín, la transformación al sistema de propagación por ondas cortas, el asesor alemán del ministerio –que a la vez era agente de la Telefunken– para las estaciones de Barranca, Bucaramanga, Buenaventura, Honda, Manizales, Neiva, Ocaña, Pasto, Quibdó, etc., solamente pudo suministrar equipos de la marconiana onda larga.

Así mismo: durante el conflicto de Leticia y el Amazonas: cuando el Ministerio de Guerra (hoy Mindefensa) necesitó equipar estaciones militares con aparatos de onda corta, tuvo que adquirirlos de la Marconi, la RCA, la Collins, la Standard porque la hertziana Telefunken todavía producía solamente aparatos para las ondas largas descubiertas por Marconi.

En resumen: la verdad es que Marconi, con las ondas medias y las ondas largas, descubrió lo único que podía servir para la propagación “circular”, en todas las direcciones, y sobrepasando montañas –sin zonas de sombra– como se necesitaba –y aún se necesita– para los barcos, y para varios otros tipos de servicios que todavía actualmente no se pueden hacer con él las microondas ni agregándoles repetidores, o satélites, que en muchos casos son todavía impracticables. Baste recordar que la radiodifusión todavía se hace también con las ondas medias o largas.

Que el descubrimiento de Marconi no fue una casualidad, sino el resultado de su inflexible voluntad, de tantos años de experimentación, contrariando todos los sabios de aquella época; y

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que si hubiera insistido en las microondas, habría fracasado como todos los demás, porque las microondas no sirven para propagación circular ni –sin repetidores– para larga distancia, ni para sobrepasar montañas; y entonces nunca habríamos tenido la radiocomunicación, ni la radiodifusión, ni la televisión, ni el progreso de este siglo, que se define con el título de: la era electrónica.

Por eso justamente, celebrando el día de la Radiodifusión Continental, el 4 de noviembre del año 1962, el Excmo. señor Presidente de la República Guillermo León Valencia, proclamó:

“Saludo con la más viva emoción, en el este día, a los radioescuchas de Colombia, de América, del mundo, que en todos los lugares y rincones de la tierra están atentos a la transmisión milagrosa, que les permite disfrutar del beneficio invaluable de la palabra, que vuela a través de las distancias inconmensurable, por sobre la inmensidad de los mares, por encima de los más profundos abismos, como expresión del pensamiento de los hombres.

Y sea éste el momento oportuno para rendir el más cálido homenaje de admiración, de gratitud y de afecto, a los hombres de ciencia, que con el sabio italiano Guillermo Marconi a la cabeza, supieron encontrar entre las vibraciones del espacio, las posibilidades de comunicación entre los pueblos, y de comunicación espiritual entre las almas. Hay que pensar siquiera un instante, en lo que era el mundo antes del descubrimiento de la radio, para poder evaluar adecuadamente todo lo que significa el momento estelar para la humanidad, en que Marconi hizo florecer el vacío, con su invento trascendental. Desde ese instante incomparable de la historia del mundo, se acortaron las distancias, se superaron los abismos, se colmaran los ámbitos.

Por eso mi padre, Guillermo Valencia, dijo en elogio a Marconi estas bellas palabras que quiero repetir con intensa emoción:

Fundió sonido y tiempo, fecundizó el espacio, magnificó la vida, eternizó el instante, Marconi, honor del mundo, Númen y pres del Lacio.

Esto es lo que dijeron, el supremo maestro de la poesía: doctor Guillermo Valencia, y su hijo, el Excmo. expresidente de la República, Guillermo León Valencia.

Muchas gracias, Italo Amore

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