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    "Muerte y vida de las grandes ciudades"

    Jane Jacobs

    Jacobs, Jane (1961). The Death and Life of Great American Cities.(Edicin original publicada por Random House, Inc., Nueva York.Traduccin espaola de ngel Abad, Muerte y vida de las grandesciudades. 2. edicin 1973 (1. ed. 1967), ) Ediciones Pennsula, Madrid.

    Contra el urbanismo

    Este libro es un ataque contra las teoras ms usuales sobreurbanizacin y reconstruccin de ciudades. Tambin es, y muy

    principalmente, un intento de presentacin de unos nuevos principiossobre urbanizacin y reconstruccin de ciudades, diferentes y aunopuestos a los que se vienen enseando en todas las escuelas dearquitectura o se exponen en los suplementos dominicales de losperidicos y las revistas femeninas. Mi ataque no se basa en sutilezassobre los diferentes mtodos de edificacin ni en distincionesquisquillosas sobre las modas actuales o en proyecto. Es, ms bien, unataque contra los principios y objetivos o fines que modelan la modernay ortodoxa planeacin y reordenacin de las ciudades.

    Al exponer unos principios diferentes, me referir esencialmente a cosas

    y temas perfectamente comunes y ordinarios. Por ejemplo, los tipos decalle seguros y los tipos de calle inseguros; la razn de que algunosparques urbanos sean tan maravillosos y otros vicetrampas y hastatrampas mortales; por qu ciertos barrios bajos siguen siendo losinfectos barrios bajos de siempre y otros han conseguido regenerarsevenciendo resistencias oficiales y hasta financieras; por qu sedesplazan los "centros de ciudad" y las reas comerciales; qu es unavecindad autntica y cmo se puede levantar una verdadera vecindaden las grandes ciudades. En una palabra, me referir siempre a cosasreales, a ciudades reales y a la vida real de las ciudades, pues slo asconoceremos los principios de urbanizacin y prcticas de reordenacin

    susceptibles de promover una efectiva promocin social y econmica enlas ciudades, y tambin aquellos otros principios y prcticas que alejarno apagarn ese horizonte de promocin.

    Existe un mito muy extendido y socorrido segn el cual, si tuviramossuficiente dinero disponible -normalmente, se adelanta la cifra de cienmil millones de dlares-, liquidaramos en diez aos todos nuestrosbarrios bajos, remozaramos los grandes, tristes y grises cinturones queayer y anteayer eran nuestros suburbios, ofreceramos un asentamientoa las trotonas clases medias y a sus aleatorias obligaciones fiscales, y,inclusive, resolveramos el problema del trfico.

    Echemos una ojeada a lo que hemos construido con los primeros milesde millones que tuvimos a nuestra disposicin: los barrios de viviendasbaratas se han convertido en los peores centros de delincuencia,vandalismo y desesperanza social general, mucho peores que los viejosbarrios bajos que intentbamos eliminar; los proyectos de construccinde grupos de viviendas de renta media -autnticas maravillas de

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    monotona y regimentalizacin- sellaron a cal y canto las perspectivasde una vida ciudadana llena de vitalidad y dinamismo; los barriosresidenciales de lujo, que tericamente deban mitigar la sordidez de lasciudades, o intentarlo al menos, son hoy escaparates de una inspidavulgaridad; y no hablemos de los centros culturales, en los cuales es

    difcil encontrar una buena biblioteca; o los centros cvico-recreativos,cuidadosamente evitados por todo el mundo a excepcin de losvividores de rigor, esos que no tienen tantos remilgos como los demspara escoger sus lugares de esparcimiento; amn de los centroscomerciales imitacin sin lustre de los supermercados suburbiales y detodos esos paseos que no vienen de ningn sitio y no van a ningunaparte, pero que tampoco exhiben a ningn paseante; y esas autopistasque destripan las grandes ciudades... Esto no es reordenar las ciudades.Esto es, simplemente, saquearlas.

    Si escarbamos un poco por debajo de lo superficial, estas realizaciones

    nos parecern an ms pobres que sus ya bien mseras motivaciones.Todos estos centros y barriadas rara vez son de alguna ayuda o aliviopara las zonas urbanas a cuyo alrededor proliferan, aunque en teoraste es su cometido. Lo que hacen es desarrollar una gangrenagalopante muy caracterstica. Para albergar a la gente de esta suerte, seaplican a la poblacin una serie de tarifas discriminatorias o unaetiqueta con su precio correspondiente; cada paquete segregado depopulacho etiquetado y tarifado vive en creciente sospecha y rencorcontra los paquetes circundantes. Cuando dos o ms de esas islashostiles se yuxtaponen, omos decir que el resultado es una "vecindadequilibrada". Los centros comerciales monopolistas y esos otros centros

    culturales monumentales ocultan, bajo el artificio de las relacionespblicas, una verdadera substraccin de substancia comercial y culturalque antes constitua lo ms familiar y normal en la vida de las ciudades.

    Reflexiones sobre las calles.

    Las calles de las ciudades sirven para muchas cosas aparte de soportarel paso de vehculos; y las aceras de las ciudades -parte de las callesdestinada a los peatones- tienen muchos otros usos adems de soportarel caminar de los peatones. Estos usos estn en estrecha relacin con la

    circulacin, pero no se identifican con sta, y en rigor son por lo menostan importantes como la circulacin para el buen funcionamiento de lasciudades.

    En s misma, una acera urbana no es nada. Es una abstraccin. Slotiene significado en relacin con los edificios y otros servicios anejos aella o anejos a otras aceras prximas. Lo mismo podramos decir de lascalles, en el sentido de que sirven para algo ms que para soportar eltrfico rodado. Las calles y sus aceras son los principales lugarespblicos de una ciudad, sus rganos ms vitales. Qu es lo primero quenos viene a la mente al pensar en una ciudad? Sus calles. Cuando las

    calles de una ciudad ofrecen inters, la ciudad entera ofrece inters;cuando presentan un aspecto triste, toda la ciudad parece triste.

    Y ms todava -y con esto topamos con el primer problema-, si las callesde una ciudad estn a salvo de la barbarie y el temor, la ciudad estms o menos tolerablemente a salvo de la barbarie y el temor. Cuandola gente dice que una ciudad o que una parte de la misma es peligrosa o

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    una jungla, quiere decir principalmente que no se siente segura en susaceras.

    Pero las aceras y quienes las usan no son beneficiarios pasivos deseguridad o vctimas sin esperanza de un peligro. Las aceras (la utilidad

    que prestan) y sus usuarios son partcipes activos en el drama de lacivilizacin contra la barbarie que se desarrolla en las ciudades.Mantener la seguridad de la ciudad es tarea principal de las calles yaceras de una ciudad.

    Es una tarea totalmente diferente a los servicios que estn llamadas aprestar las aceras y calles de las ciudades pequeas o de los suburbiosresidenciales. Las grandes capitales no son slo ciudades muy grandes;tampoco son arrabales muy densos. Se diferencian de las ciudades y delos arrabales en aspectos esenciales, uno de los cuales es que lasciudades estn, por definicin, llenas de personas extraas. Todo el

    mundo sabe que en las grandes capitales hay ms personas extraasque conocidas. Y extraos no son solamente quienes van a los mismoslugares pblicos, sino ms an los que viven en las otras viviendas delmismo piso. Incluso las personas que viven muy prximas entre s sedesconocen, y as tiene que ser en razn de la gran cantidad de genteque vive dentro de reducidos lmites geogrficos.

    La condicin indispensable para que podamos hablar de un distritourbano como es debido es que cualquier persona pueda sentirsepersonalmente segura en la calle en medio de todos esos desconocidos.Es absolutamente necesario que no tenga inmediatamente la impresin

    de que est amenazada por ellos. Un distrito urbano que fracase en estepunto ir mal en todos los dems y ser una fuente inagotable dedificultades para s mismo y para toda la ciudad.

    Hoy, la barbarie se ha apoderado de muchas calles, o al menos as losupone y teme el ciudadano corriente, que en definitiva viene a ser lomismo. "Vivo en una rea residencial tranquila y muy bonita", dice unamigo mo que anda buscando afanosamente otro sitio donde vivir. "Lonico molesto por la noche es algn que otro grito ocasional de alguiena quien estn robando". En las calles de una capital no suelen tenerlugar incidentes violentos que provoquen el miedo de los ciudadanos en

    general. Pero en caso contrario, stos prefieren no utilizarlas en loposible, lo cual las hace an ms inseguras.

    Tambin es verdad que existen personas con muchos pjaros en lacabeza, y que este tipo de individuos no se sienten seguros nunca, seancuales fueren las circunstancias objetivas. Pero se trata en este caso deun temor diferente del que sienten esas otras personas normales,prudentes, joviales y hasta tolerantes, quienes demuestran su sentidocomn negndose precisamente a aventurarse en cuanto oscurece porcalles en las que corren el riesgo de ser asaltadas sin que nadie seentere y de que los auxilios eventuales lleguen demasiado tarde; y si es

    de da, estas mismas personas slo se aventuran por algunos lugaresmuy determinados y no por otros.

    La barbarie y la inseguridad real -no imaginaria- que motivansemejantes temores no es una lacra exclusiva de los barrios bajos. Enrealidad, el problema es mucho ms grave en ciertas "reas tranquilas y

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    residenciales", de aspecto amable y atrayente, como aquella en queviva mi amigo.

    Tampoco es un problema que afecte solamente a las partes antiguas delas capitales. La cuestin alcanza sus ms grotescas dimensiones en

    ciertas zonas "reconstruidas", principalmente en grupos de viviendas derenta media. El capitn de polica de un distrito admirado en toda lanacin por su atrayente disposicin urbanstica (admiracin quecomparten urbanizadores y banqueros) ha advertido recientemente a losvecinos que tengan mucho cuidado con las llamadas a la puerta por lanoche, insistiendo en que no deben abrirla si no conocen a la personaque llama. El problema de la inseguridad en las aceras o los descansillosde las casas es igualmente grave, tanto en las capitales que han hechograndes esfuerzos de reordenacin y reconstruccin como en las que nolo han hecho. La responsabilidad por esta inseguridad urbana no hayque achacarla ni mucho menos a ciertos grupos minoritarios, los pobres

    o los desarraigados. Hay infinitas variaciones en el grado de civilizaciny seguridad que presentan estos grupos y las zonas en que viven.Algunas de las aceras ms seguras de la ciudad de Nueva York, porejemplo, tanto de da como de noche, son precisamente las de losbarrios en donde viven esas minoras y personas. Por el contrario,algunas de las ms peligrosas son las de ciertas calles ocupadas por losmismos tipos de individuos. Y esto mismo puede decirse de muchasotras ciudades y capitales.

    En las motivaciones de la delincuencia y el crimen -tanto en lasbarriadas perifricas y en las ciudades provincianas como en las grandes

    capitales- hay sin duda un substrato de profundas y complicadaspresiones sociales. En este libro no entraremos a especular sobre estasprofundas razones. Es suficiente que digamos, a este respecto, que siqueremos conservar una sociedad urbana cualquiera capaz dediagnosticar sus males y de evitarse problemas sociales graves, loprimero que ha de hacerse, en todos los casos, es fortalecer todo tipo defuerzas capaces de mantener la seguridad y la civilizacin a nivelesaceptables. Construir barrios, ciudades satlite o grupos que son comoun traje a la medida para el surgimiento de la criminalidad es algototalmente estpido. Y esto es precisamente lo que estamos haciendo.

    Lo primero que se ha de comprender, y bien, es que la paz pblica -lapaz en las calles y en las aceras- de las ciudades no tiene por qu sergarantizada de manera esencial por la polica, por muy necesaria questa sea en otros aspectos. Esa paz ha de garantizarla principalmenteuna densa y casi inconsciente red de controles y reflejos devoluntariedad y buena disposicin inscrita en el nimo de las personas yalimentada constantemente por ellas mismas. En algunas reas urbanas-bloques viejos de viviendas y calles con un movimiento de poblacinmuy intenso- el mantenimiento de la ley y el orden en las aceras correenteramente por cuenta de la polica y guardias especiales. Estoslugares son autnticas junglas. Ningn contingente de polica puede

    llevar una pizca de civilizacin all donde se ha quebrado la estructurade base que la hace posible en sus formas ms elementales y normales.

    Lo segundo que ha de comprenderse es que el problema de lainseguridad no puede en absoluto resolverse dispersando odesparramando las poblaciones, es decir, troncando las caractersticasde una capital por las de las barriadas suburbiales de tipo residencial.

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