arquitectÓnico y urbano

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0 PUEBLOS ANDINOS DE ARICA Y TARAPACÁ ANÁLISIS ARQUITECTÓNICO Y URBANO Programa de Doctorado Historia del Arte y la Arquitectura en Iberoamérica. UNIVERSIDAD PABLO DE OLAVIDE SEVILLA MARCELA HURTADO SALDÍAS DIRECTOR: Dr. PABLO DIÁÑEZ RUBIO TUTORA: Dra. ANA MARÍA ARANDA BERNAL OCTUBRE 2008

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PUEBLOS ANDINOS DE ARICA Y TARAPACÁ A N Á L I S I S   A R Q U I T E C T Ó N I C O   Y   U R B A N O  

 Programa de Doctorado Historia del Arte y la Arquitectura en Iberoamérica. U N I V E R S I D A D   P A B L O   D E   O L A V I D E   –   S E V I L L A  

 MARCELA  HURTADO  SALD ÍAS  

DIRECTOR: Dr. PABLO DIÁÑEZ RUBIO TUTORA: Dra. ANA MARÍA ARANDA BERNAL 

  

 

OCTUBRE 2008 

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Tabla de contenidos

O. Presentación 31. Introducción 52. Objetivos 133. Estado de la cuestión 164. Fuentes y método 24

CAPÍTULO PRIMERO La organización territorial prehispánica 27

1. Caracterización geográfica del territorio 291.1. Las franjas ecológicas en Los Andes 301.2. La cuenca del Titicaca 441.3. La región vista por los cronistas 50

1.3.1. Las representaciones gráficas de la región 611.4. Los pueblos en este contexto geográfico 67

2. Los grupos étnicos 752.1. Identificación de los habitantes de la zona 762.2. Organización social y económica en los Andes 922.3. Los imperios panandinos 102

2.3.1. Tiahuanaco 1032.3.2. El Imperio inca 108

2.4. Mapa étnico regional 1143. Ocupación territorial prehispánica 119

3.1. La significación del paisaje andino 1213.2. La cosmovisión y religiosidad andinas 124

3.2.1. Las características de la religiosidad andina 1293.3. Organización territorial resultante 133

3.3.1. La región de Arica y Tarapacá 142

CAPÍTULO SEGUNDO Las transformaciones territoriales coloniales y republicanas 159

1. Estructura administrativa colonial en América 1611.1. La región de Arica y Tarapacá 1711.2. Las naciones independientes 184

2. Organización eclesiástica 1912.1. La evangelización del Perú 1962.2. El caso de los Andes 202

3. Ocupación territorial tras la conquista 2093.1. La aparición histórica de América 2113.2. Proceso de urbanización colonial 2183.3. Las naciones independientes 2293.4. El impacto del ferrocarril 2323.5. Las ciudades mineras del desierto 2363.6. El virreinato peruano y la región andina 244

3.6.1. Los efectos de la urbanización 2524. Pueblos de indios 259

4.1. Generalidades 2594.2. Los pueblos de indios del virreinato peruano 2674.3. Formas urbanas y tipos arquitectónicos 274

4.3.1. Componentes del conjunto religioso 2864.3.2. Las viviendas 294

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CAPÍTULO TERCERO Situación actual y valoración de los asentamientos 297

1. Los pueblos inscritos en el paisaje andino 2991.1. Integración y conectividades 3011.2. Tipos de pueblos 310

2. Estructura urbana 3112.1. El trazado, morfología y elementos urbanos 3112.2. Los modelos arquitectónicos. El conjunto religioso 327

2.2.1. Elementos del conjunto religioso 3322.3. La habitabilidad 349

3. CONCLUSIONES 3554. BIBLIOGRAFÍA 316

4.1. General 3614.2. Culturas andinas 3654.3. Historia regional 3704.4. Urbanismo hispanoamericano 3734.5. Pueblos de indios 375

ANEXOS 379

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3

O. Presentación

Los hechos construidos de una cultura adquieren significado y valor al

constituirse en fuentes documentales de la historia de un pueblo a partir de las

transformaciones, actualizaciones o cambios que experimentan. La posibilidad de

encontrarnos ante obras de arquitectura o ciudad donde no se lleven a cabo esas

mutaciones es tan escasa como ficticia. Los hechos arquitectónicos por lo tanto

cobrarán sentido al ser habitados y adaptados, con mayor o menor acierto, en un

proceso histórico de apropiación por parte de sus habitantes. La investigación que aquí

se presenta parte del reconocimiento de las transformaciones del paisaje llevadas a

cabo a través de siglos, y reflejadas en hechos construidos: pueblos emplazados en un

territorio y arquitecturas que lo configuran. El ámbito general es América, el particular

el paisaje andino; específicamente la región norte de Chile, donde se localizan más de

60 poblados dispersos en la sierra y el altiplano. El contexto específico de estudio

demanda de una mirada detallada del mundo prehispánico toda vez que éste responde

a una lógica completamente original, largamente incomprendida, donde se cae con

frecuencia en errores interpretativos que alteran la valoración y comprensión de el

mismo.

La valoración de estos hechos arquitectónicos y urbanos se justifica en cuanto

se refiere a asentamientos habitados y por tanto depositarios de largos y complejos

procesos históricos, que han derivado en formas y configuraciones singulares,

originales y por sobre todo, apropiadas a la cultura de la que forman parte. Lo retirado

– e incluso extremo – de su ubicación, y una aparente precariedad o elementalidad en

sus morfologías exigen una reafirmación de su valor, de modo que las

transformaciones que experimenten sean capaces de generar esas actualizaciones

desde la comprensión de los aspectos culturales relevantes para sus habitantes.

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1. Introducción

“¿No consiste toda una parte, y sin duda, la más apasionante de nuestro trabajo como historiadores, en un constante esfuerzo por hacer hablar a las cosas mudas, para hacerlas decir lo que no dicen por sí mismas sobre los hombres y sobre las sociedades que las han producido, y en constituir finalmente entre ellas esa amplia red de solidaridades y mutuos apoyos que suplen la ausencia del documento escrito?” (Febvre 1975)

Actualmente, la realidad urbana latinoamericana está determinada no sólo por

las grandes ciudades o centros administrativos que comenzaron a consolidarse

tempranamente en la época colonial, sino también en la otra escala, la de los poblados

menores y áreas periféricas, aparentemente marginales respecto de los núcleos del

poder, los cuales desde una serie de aspectos fueron determinantes en las

posibilidades de desarrollo de estos centros mayores. Esta situación se remite en

algunos casos a la época prehispánica, donde ya era posible referirse a centros

(políticos, administrativos, religiosos, etc.) y zonas subordinadas a ellos, que aparecen

como prestadoras de servicios.1 Se trató en muchos casos de asentamientos

prehispánicos que condicionaron la localización las nuevas poblaciones, definieron

redes de comunicación o – y esto aparece como especialmente interesante – acogieron

en su propia morfología las nuevas instalaciones que imponía la Conquista.

El paisaje americano en general y el andino en particular, presenta

características geográficas que definen un marco territorial complejo y aparentemente

hostil para el desarrollo de la vida humana. Esta visión preliminar y subjetiva que ha

caracterizado las interpretaciones del paisaje andino se contradice con la existencia de

numerosos asentamientos humanos de distintas características y escala. Lo cierto es

que investigaciones arqueológicas han podido demostrar que el hombre comienza a

dominar su espacio -esto es, a formar sus asentamientos permanentes, culminando

con el proceso de aclimatación, tanto de especies vegetales como animales-, en torno

al 10.000 a.C. (Santoro, 1985). Se sucederán en la región andina, en épocas

prehispánicas, una serie de culturas con un desarrollo mayor – los llamados “imperios”

– que se expandirán por vastas regiones, a partir de complejos y eficientes sistemas

                                                            1 Las prestaciones se refieren tanto al apoyo en las actividades productivas, como en las obras de infraestructura (construcción estratégica de poblados que sirvieran de refugio o albergues a los grupos de trabajadores o ejércitos que se desplazaban habitualmente, por ejemplo, en la región andina). La movilidad, tal como se explicará más adelante, es una de las características esenciales de los grupos étnicos andinos y a partir de la cual estructuran, en parte, su sistema cultural.

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organizativos sociales y territoriales. La visión preliminar, entonces, del espacio andino

entendido como un medio geográfico que sólo ofrecía dificultades, ha dado paso a la

visión más atenta y realista que pretende encontrar los patrones y factores que

definieron la particular ocupación de este medio.

En el caso de los Andes meridionales, la zona comprendida en el actual norte

de Chile, esto eso, Norte Grande2, concentra una serie de poblados de mediana y

pequeña escala que, con distinto origen y actividad económica, han hecho uso del

espacio andino y se han asentado en este territorio. Se trata de pueblos donde hoy es

posible reconocer rasgos culturales comunes, producto del proceso de transculturación

que tuvo lugar en un primer momento entre las diferentes etnias que habitaron los

Andes, y posteriormente, con la población española y mestiza, durante el periodo

colonial. Es una región que ha sido objeto de investigación arqueológica interesante la

cual, sumada a los estudios históricos y etnográficos, permite construir un perfil

cultural que abre paso a la búsqueda e interpretación de la lógica de ocupación

territorial de esta región de los Andes.

Estos grupos étnicos andinos tenían efectivamente una vasta tradición de

modificación de su espacio, en función del profundo conocimiento derivado de la

observación de los ciclos y fenómenos naturales. La significación y gran valor simbólico

del paisaje se traduce en el orden que el hombre andino dará a su espacio construido.

Desde lo ceremonial y más sagrado hasta lo doméstico se llevaba a cabo con un

sentido muy preciso, con un orden. Esto no es más que una evidencia del grado de

identificación e integración con el medio que habían alcanzado la gran variedad de

culturas andinas previo a la llegada de los españoles.

A partir del momento de la penetración de la cultura foránea en los Andes se

discontinúa o quiebra un proceso sistemático de desarrollo cultural, dar inicio a una

nueva historia que se caracterizará, sobre todo en los primeros siglos, por profundas

                                                            2 La región septentrional del territorio nacional se divide en dos grandes áreas conocidas con el nombre de Norte Grande y Norte Chico. El Norte Grande de Chile lo comprenden las regiones de Arica y Parinacota, de Tarapacá y de Antofagasta (en las dos primeras se ubican los pueblos que se estudiarán); por Norte Chico se entiende las regiones de Atacama, y de Coquimbo. Toda esta gran zona, que tiene unos 2200 km de longitud, se caracteriza por ser bastante árida, con una costa desértica o semi desértica, surcada por valles, más o menos importantes en términos de régimen de aguas y suelos agrícolas, en torno a los cuales se emplazan los asentamientos rurales fundamentalmente. Los centros urbanos o capitales regionales se emplazan en todos los casos, salvo la tercera región de Atacama, en la costa.

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transformaciones y modificaciones de una realidad preexistente, producto del

encuentro de dos mundos que nada tenían en común.

Es sabido que algunos de los poblados prehispánicos del sector fueron

ocupados como lugares de descanso por las huestes de los conquistadores en sus

viajes de exploración por el territorio. Al respecto, las primeras constancias datan del

año 1536, ocasión del viaje de Diego de Almagro desde el Perú, y que culmina con el

descubrimiento de Chile. Los relatos dejan de manifiesto la condición extrema del

paisaje, anticipando lo dificultoso será explorar y controlar este territorio. La escasez

de agua y la vegetación remitida a los distantes oasis, configuran un paisaje con

grandes vacíos, absolutamente despoblados que dificultarán hasta bien entrada la

Colonia la comunicación con esta parte del continente.3 Las quebradas con sus cursos

de agua adquirieron durante el periodo prehispánico gran importancia, y en torno a

ellas se distribuyeron la mayor concentración de pueblos, pudiendo reconocer unidades

geográficas bien diferenciadas.

Independientemente de la localización extrema y bastante postergada de la

región de Arica y Tarapacá dentro del contexto del Virreinato del Perú, la ocupación

que diversos grupos étnicos ya habían efectuado, las redes de comunicación con las

partes altas de Perú y Bolivia, el conocimiento de la naturaleza y características de la

región andina, la aclimatación de animales y especies, fueron todos factores tomados

en consideración y aprovechados por los conquistadores, en la medida que

contribuyeron a la obtención de sus objetivos.

Se ha determinado que para la correcta interpretación de la realidad actual de

esta serie de pueblos dispersos en las regiones de Arica y Tarapacá, se hace necesaria

la comprensión de lo que en primera instancia se ha denominado el ámbito andino,

vale decir la caracterización de este espacio desde su geografía, sus habitantes y sus

procesos históricos. La explicación de la cultura andina ha tropezado por muchas

décadas con el inconveniente de la equivocada interpretación de las crónicas de los

                                                            3 Respecto de la distribución de la población en la zona Larraín (1975b) en su estudio demográfico de la población en el siglo XVI, describe la existencia una ruta de la costa, muy transitada. Se refiere además la de la sierra, que unía numerosos pueblos en el tramo Arica – Tilopozo (situado 1 Km. al sur del salar de Atacama). De aquí parte el "tremendo despoblado de Atacama", que acaba en la finca de Chañaral. Este tramo carecía completamente de población agrupada en asentamientos permanentes. 

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primeros momentos de contacto cultural entre los conquistadores y los pueblos

andinos, lo que ha derivado en la construcción un modelo bastante distorsionado. Una

explicación que nace de la natural asociación que dichos cronistas hacían con la

realidad de la que procedían, sin sospechar, o en el mejor de los casos subestimando

la cultura de estos grupos étnicos. Desde la década de los 70 en adelante, la relectura

de las crónicas, sumada a las excavaciones arqueológicas y estudios etnográficos, han

permitido hacer una recomposición más acertada de lo que fue el mundo andino

aproximándose al sentido original de los fenómenos culturales que tuvieron lugar. Un

ejemplo es la correcta valoración del Imperio inca con el que los españoles se

encontraron, como el resultado de un largo proceso de contactos culturales y

relaciones entre una diversidad de grupos étnicos; la identidad andina entendida como

un constructo fundado en un estrato anterior, en que se funden motivos económicos,

geográficos y míticos, y que han hecho perdurar un sentimiento de pertenencia entre

sus gentes.

Las investigaciones aportadas desde los campos arqueológicos y la historia han

contribuido, como decíamos, a volver una mirada más atenta sobre las culturas

prehispánicas tanto en aspectos relativos a su organización político – social como al

uso del territorio andino, que ponen de manifiesto el alto nivel de organización, la

diversidad de etnias que componen el Tawantinsuyu y el profundo conocimiento del

territorio andino, que se sobrepone a las aparentes dificultades que brinda para su

ocupación.

Más allá de la "unidad" que impuso el Tawantinsuyu en la época prehispánica,

existió una gran variedad de grupos étnicos en la región andina, incluso señoríos

dentro de una misma etnia, que se agruparon en territorios determinados,

desarrollando actividades económicas diferentes. La región tampoco estuvo exenta de

luchas por la ocupación de tierras y se sabe que la expansión de los imperios

prehispánicos supone la participación de ejércitos que avanzan y sostienen los

territorios ganados. Los límites del Imperio inca estarán definidos en parte por este

hecho, ya que frente a la tenaz lucha y resistencia de los habitantes del norte del

Ecuador y sur de Chile, los ejércitos del Inca optan por proteger los territorios

conquistados. El “mapa étnico” que configuran estos imperios por lo tanto es bastante

heterogéneo, sin embargo, y en el marco de esta diversidad cultural existe también

una identidad andina que tiene su origen en la pertenencia a un territorio de

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características determinadas4. Estas diferencias y a la vez particularidades culturales

aportadas por las diferentes etnias se han traducido en la manera de ocupación del

territorio andino; este modelo de ocupación, es decir, las relaciones y factores que

condicionan el emplazamiento de los pueblos en esta porción de los Andes será objeto

de atención.

En una primera lectura, la conformación de los poblados y la lógica de

emplazamiento en el territorio se caracterizan por una cierta irregularidad: en la gran

escala nos encontraremos con poblados dispersos, pudiendo definirse similitudes en los

elementos construidos, como las viviendas o los templos, además de los corrales para

animales o terrazas de cultivo. Cada uno de los grupos organizó su sistema en un

espacio geográfico que en algunos casos ha permanecido por sobre las recientes

divisiones administrativas. El sentido de interpretar la región andina desde los patrones

históricos de emplazamiento y estructura de sus poblados permite valorar los hechos

arquitectónicos en su real dimensión.

“El análisis de los espacios actuales no puede hacerse sin el conocimiento de la historia, sea breve o larga. Los límites entre los departamentos de Junín, Lima y Huancavelica, en los altos Andes centrales del Perú, son los de los cacicazgos preincaicos; este segmento de la malla se ha mantenido en el curso del Imperio inca, durante el virreinato y ha permanecido como frontera interna durante la República.” (Dollfus 1991, pp. 135-136)

Esta frontera interna a la que se refiere el geógrafo Dollfus, al obedecer a

arraigadas organizaciones, sobre todo sociales y económicas, ha perdurado, no sólo en

el inconsciente, en algunas regiones andinas, sino en la prácticas cotidianas como los

mercados o las fiestas religiosas.

En una lectura desde una escala local, la mayoría de estos asentamientos que

se ubicamos en la región norte del país, no tiene un orden o dimensión que haga

posible referirse a estructuras urbanas, una de las condiciones que Jorge Hardoy

(1999) identifica en las ciudades. Sin embargo, desde las particularidades geográficas

de la zona,5 podríamos llevar a cabo una visión más precisa que revela su existencia y

                                                            4 Las diferencias en los Andes se refieren a la existencia de paisajes de características muy diversas, como la sierra húmeda de la región del Cuzco, la puna fría y seca de la cuenca del Titicaca, la precordillera árida contigua al desierto de Atacama. 5 La escasez de recursos hídricos especialmente, y, como consecuencia de esto, la dificultad para establecer asentamientos permanentes de mayor escala.

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10

densidad (ya que en la región identificamos actualmente unos 60 poblados, entre

caseríos y pueblos), haciendo un intento de buscar desde los vestigios construidos sus

leyes y un sentido de uso del espacio. La vida de esta parte de los Andes fue

fundamentalmente rural, y, como señalábamos, a partir de esta preexistencia, nacerán

algunos de los centros urbanos durante la Conquista que se servirán de estos pueblos

periféricos, que les proporcionaban mano de obra, alimentos, al tiempo que mantenían

bajo control a la población indígena.6

La mayoría de estos poblados tienen actualmente instalaciones religiosas, de

distinto tamaño y complejidad, que datan de la época colonial. Son segundas o

terceras versiones de los primeros templos levantados por las órdenes religiosas o el

clero secular a partir del siglo XVI. Si buscamos en estos asentamientos la relación

entre la normativa que según la Corona debía aplicarse en la fundación de nuevas

poblaciones, no encontraríamos gran correspondencia. Como es sabido, esa normativa

encontró sus ejemplos más claros en zonas más pobladas, siendo, incluso allí,

dificultosa su aplicación.7 Los pueblos preexistentes, o más bien, la ocupación territorial

que ya existía en regiones andinas de estas características, fue una determinante en

las acciones acometidas por parte de los conquistadores. Entonces, las propuestas del

oidor Juan de Matienzo, por ejemplo, que plantea un modelo y procedimientos para

levantar las reducciones o pueblos de indios, serán difícilmente ejecutables.

“Matienzo está legislando para un conjunto de regiones y pueblos indígenas muy variados. Lo que es válido para áreas de grandes concentraciones de indios y frecuente trajín comercial como pudo ser el Collao en trono al camino real del Cusco, no tiene relevancia para áreas marginales o tierras altas como la región Collagua.” (Gutiérrez 1986b, p.59)

Lo interesante es que el hecho urbano y arquitectónico resultante es, en efecto,

producto de un proceso de adaptación entre una realidad preexistente y este nuevo

modelo impuesto. Esto mismo lo hace sumamente genuino, único y, para nuestra

cultura local, valioso. En los asentamientos y en la ocupación territorial anteriores a la

                                                            6 El área de acción de estos centros urbanos o productivos se extenderá en ocasiones por un área bastante extensa, no necesariamente homogénea cultural o geográficamente. Para la región de la Tarapacá la explotación mineral, de plata durante la Colonia y de nitrato posteriormente, llega a influir en una vasta región que va desde la costa del Pacífico hasta los valles de Cochabamba. 7 Diversos autores como Hardoy (1972), Terán (2001a, 2001b), Solano (1990), entre otros, han analizado en extenso la correspondencia entre las nuevas fundaciones de los españoles en América y su relación con la normativa existente. En general existen escasos ejemplos de una puesta en práctica de dichas disposiciones en suelo americano.

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Conquista, existen ciertas características que podríamos reconocer como

identificadores de una cultura espacial andina, y que condicionan lo que sucederá a

partir de la llegada de una nueva cultura y su intervención sobre un territorio. De aquí

nace la necesidad de analizar en profundidad este estado anterior a las

transformaciones, la lógica que definió patrones de ocupación en los Andes.

El estudio del periodo prehispánico es tal vez el más complejo si tomamos en

consideración la ausencia de fuentes escritas originales, especialmente en estos

lugares apartados de los grandes centros, y los fuertes cambios que dichas culturas

han experimentado, con los consiguientes quiebres en los procesos culturales. Todo

esto implica que el referente que hoy recibimos está afectado profundamente por

siglos de contactos culturales de diversa naturaleza que alteran un estado original. Sin

embargo en la condición actual de los mismos valoramos, en primer lugar su

existencia, parcial ocupación, y el ser escenario de prácticas sociales interesantísimas,

aunque sean llevadas a cabo de manera eventual8. Poder aproximarse lo más posible

al estado anterior a la serie de intervenciones que sufren permitirá una adecuada

elaboración del paso siguiente, esto es, seguir el curso de las transformaciones que

dichos asentamientos, desde la llegada de los españoles han sufrido, hasta el hoy, el

periodo posterior a la Conquista, y que cuenta con una documentación mucho más

fidedigna y nutrida.

Dentro del área de estudio se encuentra una dispersión de pueblos y caseríos

que hoy, desde la comprensión y conocimiento de la realidad cultural prehispánica y

los procesos históricos posteriores, pretendemos valorar. A los cronistas de la época les

sorprende la lejanía entre los poblados, así como las duras condiciones climáticas en

que se desarrolla la vida de estos grupos. Estos relatos describen, sin embargo, un

territorio ya alterado, al menos demográficamente. Sabemos que la baja demográfica

más importante se produce durante los primeros años de la Conquista; a esto se

agrega el cambio en la economía, tanto por la encomienda como por los nuevos

‘centros’-fundamentalmente los mineros – que se crean desde el momento del

descubrimiento.

                                                            8 Como veremos gran parte de los pueblos están prácticamente deshabitados y se ocupan con ocasión de la celebración de las festividades religiosas a lo largo del año, momento en que vuelven a cobrar sentido sus instalaciones y espacios públicos.

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Existe consenso en señalar que la llegada de los españoles significará una

desestructuración total del Imperio inca y de la red de relaciones que éste supuso;

Incluso antes del corto período de influjo inca,9 existían grupos étnicos que venían

desarrollando sus propios sistemas de organización social y económica que les

permitían, por ejemplo, contar con alimentos diversos, y que persisten tras la

dominación e imposiciones incaicas10 e incluso durante parte de la época colonial. Se

trataba de grupos con altos niveles de organización que tenían la gran ventaja por

sobre los conquistadores de conocer y haber logrado el control del territorio andino.11

Más allá de las excepciones que pudiéramos encontrar, el quiebre es evidente y

sólo parte de esta cultura prehispánica logrará sobrevivir. En lo relativo a la ocupación

territorial – incluidas las despoblaciones – la experiencia aportada por los indígenas en

cuanto a conocimiento y control de los recursos en los Andes aportará una ventaja y

determinará en parte la actual ocupación de esos territorios. La hipótesis en este caso

apunta a que el actual sistema de pueblos de los Andes, regiones de Arica y Tarapacá,

obedece en parte a esa organización y control territorial anterior a la Conquista, esto

es, que tanto su emplazamiento como “estructura urbana" se remite en parte a la

cultura prehispánica y aportando valor a la cultura arquitectónica chilena actual, en

especial porque se trata de asentamientos que están habitados.

La organización de los grupos étnicos en los Andes merece una explicación

detallada que esclarezca el sentido de la naturaleza y del universo. La cosmovisión

andina es compleja y debe tenerse en consideración para el entendimiento de su

cultura y en particular de la estructura de su espacio. Los Andes, además, no

constituyen una unidad homogénea, en ningún sentido; pero en esta diversidad

debemos encontrar la explicación que sus habitantes hacen de este ámbito natural, y

el sentido que le dan. Esta comprensión del estado prehispánico será el paso previo al

estudio de las intervenciones que van teniendo lugar y que han dado como resultado

una configuración de estos pueblos, desde la escala territorial a lo más doméstico.                                                             9 Se ha determinado que el Imperio inca venía funcionado estructuradamente en el vasto territorio que definió el Tawantinsuyu unos 70 años antes de la llegada de los españoles. Por lo tanto se debe a procesos históricos anteriores, ya consolidados, los adelantos culturales andinos. 10 El grupo étnico que tenía como centro el Cuzco, y que da origen al Imperio del Tawantinsuyu con la expansión por una vasta región de los Andes, no llegará a desarticular totalmente los sistemas culturales de los demás grupos, aún cuando se producirán transformaciones que suponen la existencia por primera vez de un poder central. 11 Uno de los grupos étnicos que mejor ilustra esta situación corresponde a los lupaqa, con su centro de actividad en las riberas del lago Titicaca. Cabe destacar que los lupaqa fueron uno de los escasos grupos que no fueron sometidos al régimen de encomienda durante la Colonia.

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2. Objetivos

Los objetivos que se han planteado se centran en la valoración de esta serie de

asentamientos ubicados en los Andes, en la zona comprendida por las regiones de

Arica y Tarapacá, entendidos como inscritos en un ámbito geográfico particular, y

ocupados por grupos étnicos prehispánicos. Se pretende poner en valor una lógica de

ocupación y de transformación del territorio, construida desde la significación que le

confieren sus habitantes, donde se integran la organización social, las actividades

económicas, los credos, la construcción de sus pueblos. Todo ello desde una

concepción de mundo que integra regiones y territorios distantes y diversos.

Si bien la investigación se centra en la arquitectura, disciplinas como la historia,

la geografía, de la antropología contribuya a construir la interpretación de los hechos

construidos resultantes, que pasan a ser fuentes documentales de los procesos

históricos que tienen lugar desde la instalación de grupos los étnicos prehispánicos de

manera organizada en los Andes.

La construcción del escenario cultural prehispánico andino es una tarea

sumamente compleja que topa con una serie de dificultades tal como lo han señalado

los investigadores de las diversas áreas del conocimiento vinculados al tema. La

ausencia de fuentes escritas originales, por una parte, así como las profundas

transformaciones que afectaron a las culturas andinas, en especial durante los

primeros años de la Conquista, y que significaron la destrucción (o reemplazo) de

centros poblados, objetos y vestigios en general de la época anterior, dificultan los

intentos de reconstruir el panorama cultural prehispánico, pieza fundamental para la

valoración de los mismos en la actualidad.

Con la consolidación de las repúblicas independientes, la definición de los

límites administrativos actuales, la promulgación de leyes de propiedad de la tierra, se

termina de desconfigurar el estado de situación andino prehispánico, regido por unas

leyes completamente diferentes a las actuales. La relación de dependencia con la tierra

así como con las comunidades vecinas serán algunos de los factores que estos pueblos

tratarán de mantener, pese a encontrarse inmersos en un sistema político, social y

económico que les resulta bastante ajeno. A pesar del paso de los siglos, sin embargo,

se puede confirmar la persistencia de rasgos culturales, que se han transformado en

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14

valores, algunos teñidos por la influencia de los siglos de contactos culturales que han

supuesto reorganizaciones espaciales12, pero de claro origen prehispánico y que

determinan y han condicionado la actual identidad cultural de esta región andina. En la

estructura de ocupación definida por los actuales asentamientos se deja traslucir una

relación con el paisaje que, podemos adelantar a modo de hipótesis, se funda en unas

leyes que no fueron las impuestas por los conquistadores, o al menos no pudieron

plasmarse a través de los modelos teóricos tal como estaban planteados para este

nuevo mundo.

Las fuentes documentales de los primeros años que suceden al descubrimiento,

y que contienen las impresiones de estas primeras vinculaciones, son un instrumento

muy valioso para informar acerca de ese estado 'original' de las culturas andinas; no

obstante deben tomarse en consideración las marcadas diferencias entre los autores

de dichas crónicas, mapas y dibujos, y los habitantes de este mundo recién

descubierto. La tendencia será a interpretar esta realidad tomando como referencia

aquello de donde se provenía, lo conocido, o sea, Europa, Occidente. Esto lleva a caer

con frecuencia en errores comprensivos o incluso descriptivos, en especial de las

estructuras sociales y económicas. Sin embargo a partir de estos y otros documentos,

y de la investigación arqueológica, etnológica, así como de la presencia de alrededor

de 60 asentamientos parcialmente habitados (entre poblados y caseríos) en la región

que estudiamos, se puede intentar recomponer la situación cultural prehispánica, en lo

relativo a esta lógica de ocupación territorial.

Esta investigación propone una contribución metodológica, integrando al

estudio del fenómeno particular de unos asentamientos, las implicancias y relaciones

con el medio geográfico (paisaje, relieve, orografía…) y sus habitantes (las diferentes

etnias y señoríos, con sus organizaciones sociales y económicas), en el proceso

histórico que ha configurado una estructura y formas resultantes, y que subsisten en la

actualidad. La explicación de lo anterior se completa con dibujos, mapas y planos que

ayudan a la interpretación del ámbito específico de estudio, en especial por tratarse de

una región bastante apartada, que con frecuencia se explica desde parcialidades

territoriales.

                                                            12 Estas reorganizaciones serán el resultado en su gran mayoría de las invasiones que se suceden en el área andina, tanto en la época prehispánica como por parte de los conquistadores. No obstante las consecuencias de cada una de ellas serán muy diferentes, siendo estas últimas las que provocarán la desestructuración más determinante del área desde el punto de vista de la organización territorial.

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15

La línea de investigación, entonces, se orientará al estudio del territorio, con

sus asentamientos, y de los grupos étnicos que lo han ocupado, de acuerdo a los

conocimientos actuales que emanan principalmente de la arqueología y etnología. En

relación con el tema territorial, el acceso a los recursos aparece, preliminarmente,

como uno de los factores que incide en la estructura de ocupación resultante,

considerando que las escasas áreas productivas están más o menos identificadas en

función de las condiciones geográficas y climáticas. Del conocimiento asimismo de los

grupos étnicos que habitaron la región, a través de señoríos, y su estructura social,

económica, administrativa se podrá desprender un sentido de ocupación espacial. El

área de estudio se caracteriza por una multiplicidad étnica importante; no obstante,

dentro de las diferencias se apuntará a encontrar los patrones andinos capaces de

orientar en la interpretación del modo de ocupación territorial de una región particular

de los Andes meridionales.

La exploración e importancia que se le otorga a la comprensión del periodo

prehispánico responde a que muchos de estos pueblos existían previamente a la

llegada de los españoles. A partir de este momento se intentará seguir el curso, en la

medida de lo posible, de las intervenciones sufridas.

Page 17: ARQUITECTÓNICO Y URBANO

16

3. Estado de la cuestión

Dentro de nuestra área de interés, la región ha sido principalmente abordada

desde una perspectiva histórica y etnográfica. Este panorama histórico se ha

construido a partir tanto de la investigación documental como del trabajo arqueológico

en terreno. La presencia de universidades en la región (Universidad de Tarapacá –Ex

sede regional de la Universidad de Chile; Universidad Católica de Chile, especialmente),

a través de sus institutos de estudios arqueológicos, históricos y antropológicos, vienen

desarrollando una labor ininterrumpida, integrados a los centros de estudio e

investigación andinos.

El entendimiento de esta área como unidad cultural en continuidad con las

regiones altas de Bolivia, especialmente, y del Perú, se podría reconstituir integrando

los estudios desarrollados desde cada uno de estos países. No obstante el énfasis

tiende a ponerse, naturalmente, en las regiones pertenecientes administrativamente a

los actuales estados que generan esta investigación, quedando el panorama global

construido de manera desigual. Haremos un intento por construir esa unidad,

especialmente el panorama prehispánico y el actual, considerando la unidad territorial

efectiva, que abarca regiones altas de Bolivia, Chile y Perú, puesto que son las partes

altas (puna o altiplano) las que constituyen los centros de estas culturas andinas,

donde persisten la relaciones entre los pueblos.

La investigación histórica existente es bastante completa, especialmente la

derivada de los estudios documentales. Existe consenso, sin embargo, de que debiera

realizarse más trabajo en terreno – arqueológico – que contribuya a la confirmación de

una serie de hipótesis, precisiones regionales y, en especial, a una mejor comprensión

de la situación durante el periodo prehispánico, situación sobre la cual hasta la fecha

persisten interrogantes. Las partes bajas, cercanas a Arica, han sido las más

favorecidas con trabajos arqueológicos. Allí se han realizado importantes hallazgos, de

relevancia mundial, como el caso de las momias de la cultura chinchorro. En las partes

más altas existen algunos sitios arqueológicos, en torno a los pukara, los cuales

comenzaron a ser someramente estudiados en la década del 50. Pero a partir de la

década del 70 la investigación y el trabajo de campo se intensifica,13 dando como

                                                            13 “La zona de Belén no registra mayores informes arqueológicos fuera de una pequeña nota personal que diera a conocer como resultado de mi viaje a la zona en 1957, la que fue publicada en 1960, y se

Page 18: ARQUITECTÓNICO Y URBANO

17

resultado información más concluyente que permite integrar la precordillera chilena del

sector de Belén a las regiones altas de lo que hoy es Bolivia, así como su inclusión en

el Imperio inca, y conocer detalles acerca de su actividad productiva y su modo de

vida.14

Siempre en el ámbito local, destaca la investigación llevada a cabo por el

historiador chileno Jorge Hidalgo Lehuedé, quien ha centrado su trabajo especialmente

en el área andina y, en particular, en la región comprendida por el Norte Grande y

Norte Chico de Chile. El periodo prehispánico ha sido investigado por este autor desde

diversos puntos de vista. En los años 70 publica un texto titulado Culturas

protohistóricas del Norte de Chile (1972), en el que presenta un panorama de los

grupos étnicos en el periodo colonial y republicano, con énfasis en los primeros

momentos de contacto entre las culturas preexistentes y los conquistadores. Se trata

de un estudio elaborado fundamentalmente a partir de los testimonios de los cronistas

especialmente. Sus trabajos han sido compilados y publicados recientemente en un

volumen titulado Historia andina en Chile (2004); una edición interesante que reúne

valiosos artículos, resultados de investigaciones llevadas a cabo desde los años 70 en

adelante.

Por su parte, las culturas prehispánicas de la región central y sur andina han

sido abordadas por numerosos autores de diversas disciplinas,15 abarcando variados

puntos de vista de la actividad cultural de esta región de los Andes. Algunos autores

han hecho contribuciones fundamentales al entendimiento de la vida en los Andes

previo a la Conquista, como John Murra (1970a, 1970b, 1977), Franklin Pease (1978,

1991a, 1999), María Rostworowski (1981, 1986), Guillermo Lumbreras (1974, 1988,

1990) y Waldemar Espinoza (1981), por señalar algunos. Todos ellos tienen el mérito

de intentar llevar a cabo una rigurosa e integral lectura de lo que fue el ámbito andino

previo a su desestructuración. Ahora bien, si nos remitimos específicamente a la etnia

aymara,16 destacamos la investigación llevada a cabo, en especial desde Bolivia, por

Therese Bouysse-Cassagne (1987a, 1987b, 1997), Olivia Harris (1988a, 1988b), Tristan                                                                                                                                                                               refiere a la pukara de Huaihuarani e Incahullo. (…) Las investigaciones arqueológicas en la zona de Belén se han intensificado a partir de 1978 con el descubrimiento del alero rocoso de Tojo-Tojone, que sirvió de abrigo a cazadores alto-andinos.” (Dauelsberg 1983, p.65) 14 Todo esto queda demostrado con el hallazgo de obras tales como caminos, andenerías, pukaras (fortalezas) de planta circular y habitáculos. 15 Además de historiadores y arqueólogos, se integran antropólogos, lingüistas, etnólogos. 16 Los aymara, grupo étnico andino, que a su vez comprende una serie de señoríos, son los habitantes de la región alta de Arica y Tarapacá, y de la puna boliviana.

Page 19: ARQUITECTÓNICO Y URBANO

18

Platt (1988), William Carter (1988), Terrie Saignes (1986), y Gilles Rivière (1982), que

ha dado como resultado una comprensión bastante precisa de las características

culturales de este grupo, estableciendo las particularidades y diferencias, así como

relaciones, con los demás grupos que habitaron los Andes.

El interés específico de esta investigación se centra en la ocupación territorial

andina, esto es, los asentamientos levantados en un determinado ámbito geográfico,

los grupos humanos que los habitaron, la relación establecida con el paisaje, y las

transformaciones y adaptaciones que van experimentando hasta el presente. En este

punto encontramos un vacío en las investigaciones particulares, quedando el tema

citado de manera muy general, sin entrar en la comprensión de los modos de

ocupación territorial desde esta óptica propuesta que integra el territorio y el hombre

en un proceso de adaptación de formas y modos de vida, organización social y

económica, extendido además hasta la actualidad.

La lectura urbana o arquitectónica de este territorio se ha abordado de manera

bastante general y por partes. Dentro de las historias generales de la arquitectura en

Chile, destaca las alusiones a la zona, y en especial a las iglesias de la quebrada de

Tarapacá, que aparecen en la obra de Alfredo Benavides, La arquitectura del virreinato

del Perú y la capitanía general de Chile (1941). No obstante será en la segunda

edición, del año 1961, donde se hará referencia más precisa a estos poblados y, en

especial, a las iglesias de la citada quebrada, destacando particularmente la belleza de

sus portadas. Posteriormente los arquitectos Juan Benavides, Rodrigo Márquez de la

Plata y León Rodríguez publican la obra Arquitectura del altiplano. Caseríos y villorrios

ariqueños(1977). Se trata de un interesante catastro de unos 20 poblados, con

levantamientos, que concentra su atención en el valor de los templos. El estudio se

circunscribe al antiguo Departamento de Arica, vale decir, a una división administrativa

de corta duración. Finalmente, en el campo de las investigaciones específicas de los

pueblos andino de la región, cabe destacar la intervención de la arquitecta Amaya

Yrarrázabal en la publicación Pueblos de Indios. Otro urbanismo en la región andina

(1993) como un intento de abordar el problema desde la perspectiva de las

reducciones indígenas.

Efectivamente los asentamientos prehispánicos, en especial los grandes

centros, como Arica, Tarapacá, Belén, han sido objeto de investigación histórica, la que

Page 20: ARQUITECTÓNICO Y URBANO

19

sumada a las excavaciones arqueológicas ha permitido hacer una interpretación de la

morfología urbana y de las culturas que le dieron origen. Lentamente esta tendencia se

ha extendido hacia los centros menores, y, con menos frecuencia, a los pequeños

asentamientos. La región que estudiamos no ha sido a la fecha estudiada desde esta

perspectiva de manera integral.

Podemos también señalar que los asentamientos menores se han estudiado a

partir de la temática de los pueblos de indios o reducciones, esto es, desde las

transformaciones que se producen y que dan como resultado un modelo de ocupación.

Contamos con bastante información documental de este proceso de reducción llevado

a cabo en esta región a partir del siglo XVI. Es interesante seguir también esta línea de

investigación, que partiendo del periodo prehispánico, explica el proceso de

evangelización de la región, partir del cual pueden investigarse las transformaciones

territoriales y vestigios construidos que han quedado.

Desde el punto de vista de los estudios arquitectónicos o urbanos, la

problemática de los pueblos de indios ha sido recientemente abordada como un caso

particular de asentamiento urbano dentro del sistema de las fundaciones coloniales.

Algunos de los historiadores del arte hispanoamericano a mediados del siglo XX ya

formulaban algunas hipótesis en este sentido: Marco Dorta (1941), Hardoy (1965). Su

valor radica en llamar la atención tempranamente respecto de la importancia dentro

del sistema político, administrativo y económico de estas fundaciones, que han tendido

muchas veces a ser subestimadas. Este enfoque ha redundado en un aumento del

interés de los investigadores por las áreas periféricas, realizándose interesantes

aportes en cuanto a la valoración de la arquitectura rural y más modesta, como tema

transversal en el estudio de la arquitectura y el urbanismo americanos.

Es así como en los años 90 se consolida un estudio más sistemático que no

parte desde la ciudad hispanoamericana como centro de atención sino desde la

particularidad y complejidad de los propios pueblos. Esta tendencia investigativa pone

de manifiesto la importancia y gran cantidad de asentamientos, así como uno de los

aspectos más relevantes para el presente estudio: el ser testimonio vivo del proceso de

transculturación a través no sólo de sus manifestaciones urbano – arquitectónicas, sino

de todo lo que conlleva su ocupación, ese modo de vida arraigado en el indígena. Se

ha valorado igualmente el hecho de que en estos pueblos de indios se plasma un

Page 21: ARQUITECTÓNICO Y URBANO

20

fenómeno nuevo, original, que participa de esa idea de vida en comunidad, no sin

desconocer la profunda desestructuración que la imposición de este sistema implicó en

los grupos indígenas. 17

La entrada al tema ha sido planteada en muchos casos a partir de la labor de

los religiosos en su afán evangelizador. A través del “descubrimiento” de formas y

modelos nuevos, se vuelve la mirada sobre el legado de las órdenes mendicantes en su

tarea como misioneros. Es este, tal vez, uno de los temas que más ha centrado la

atención de los historiadores dentro del universo de los pueblos de indios: los estudios

de las capillas abiertas de México (Artigas 1988, 2001), la exaltación del uso del

espacio exterior para la actividad litúrgica, las iglesias cristianas sobre templos

prehispánicos, entre otros. Las reducciones jesuíticas, por su complejidad, grandeza y

ejemplo de sistema social, han despertado también gran interés, aportando, como una

variante de los pueblos de indios y reducciones, al entendimiento de ese sistema

urbano que existió más allá de las ciudades. (Gutiérrez 1990)

Por la gran diversidad territorial y cultural propia de América la variedad de

respuestas y modelos es igualmente abundante. Esto queda de manifiesto en la

publicación dirigida por Ramón Gutiérrez, Pueblos de Indios. Otro urbanismo en la

región andina (1993), que reúne una serie de artículos del fenómeno de los pueblos de

indios. Aún cuando los enfoques propuestos son diversas, y van desde la

representación iconográfica hasta los aspectos morfológicos, la obra constituye una

interesante recopilación de los casos en torno a la cordillera de Los Andes. También

destaca la obra de Solano (1990) en la que abordará el tema específico dentro del

contexto más general del proceso de la colonización.

Desde el punto de vista de la morfología urbana, como consecuencia del

sincretismo propio de este periodo, ha despertado interés el proceso de ocupación de

grandes núcleos de las culturas azteca e inca, que han dado como resultado las

actuales ciudades de Cuzco y Ciudad de México. A partir de lo observado en los

grandes centros administrativos prehispánicos, surgen los artículos que ponen de

manifiesto la posibilidad de referirse al mismo fenómeno pero en la escala menor,

rural, de los pueblos.                                                             17 Diversos autores desarrollan el tema en distintas regiones de América. Ver BIBLIOGRAFÍA, apartado Pueblos de Indios; entre ellos destaca la figura de Ramón Gutiérrez quién ha desarrollado abundante investigación al respecto en diversas regiones de América.

Page 22: ARQUITECTÓNICO Y URBANO

21

Volviendo al caso particular de los pueblos de indios del área andina, hoy

chilena, vistos desde una perspectiva arquitectónica y/o urbana, encontramos escasas

referencias bibliográficas. Como parte de la publicación a cargo de Gutiérrez (1993)

que hemos citado, encontramos el artículo Pueblos de indios en Chile. Norte “chico”,

zona central y sur,18 del arquitecto e historiador Gabriel Guarda, donde se entrega un

comprimido panorama de los poblados, con referencias, por cierto, a la traza,

organización social, descripción de las iglesias, anexando planos históricos. Los pueblos

de las regiones peruanas y bolivianas han sido más estudiados, lo que supone un

punto importante a la hora de tender a enmarcar estos asentamientos chilenos en su

efectiva unidad cultural. Para el caso boliviano los historiadores Teresa Gisbert y José

de Mesa (1961, 1966, 1985) han llevado a cabo diversos estudios de la arquitectura

andina19, con referencia a la región vecina altoandina, que sería homóloga a la zona

chilena en cuestión -al menos en la parte de la puna-, en cuanto a características

geográficas, actividades económicas, tipo de asentamientos y grupos étnicos

originarios. Por su parte, los pueblos altoandinos del Perú han sido estudiados tanto

como casos de reducciones indígenas, de unidades territoriales. El caso del estudio de

los pueblos del valle del Colca, (Gutiérrez et al., 1986b) al norte peruano, es bastante

ilustrativo, si bien se trata de una escala, densidad y localización estratégica diferentes.

En el caso de esta región chilena en particular, las investigaciones históricas

más adelantadas a la fecha lo abordan por parcialidades. El sistema geográfico que

conforma la quebrada de Tarapacá ha sido bastante atendido, en lo referente a los

pueblos prehispánicos, estudios demográficos, análisis de los planos históricos

existentes, en su gran mayoría a cargo del Departamento de Historia y Geografía de la

Universidad del Norte.20 Existen también estudios monográficos puntuales de los

asentamientos más importantes como San Lorenzo de Tarapacá, Pica o Matilla. La

zona norte, correspondiente a los valles de Lluta, quebrada de Azapa cuenta con

documentación arqueológica interesante y reciente. Esto ha sido producto del trabajo

                                                            18 La zona denominada “Norte chico” es la comprendida por las regiones de Coquimbo y La Serena, por lo tanto en el artículo que citamos no queda incluida la región de Arica y Tarapacá, la que forma parte del área conocida como “Norte grande”. 19 A partir de la década del 60 los autores inician la publicación de investigaciones relativas a la arquitectura rural, en especial centrándose en el valor de las capillas abiertas y capillas posas con atrio, que presentaremos más adelante. En todos los casos sin embargo, la investigación se remite estrictamente al actual territorio boliviano, dejando insinuadas las relaciones con las partes altas tanto del Perú como de Bolivia. 20 La extensa bibliografía existente está contenida en el capítulo BIBLIOGRAFÍA, apartado Historia.

Page 23: ARQUITECTÓNICO Y URBANO

22

de varias décadas de la Universidad de Tarapacá y del Museo Arqueológico de Azapa.

El aporte puede realizarse desde la disciplina de la historia de la arquitectura y la forma

urbana, tomando como plataforma estas investigaciones que hemos citado, e

integrando la dimensión analítica de los pueblos desde las escalas territorial y local.

Siempre dentro del contexto histórico, podemos seguir parte del proceso

formativo y de la estructura administrativa de la región a través de los numerosos

estudios históricos generales del Virreinato del Perú, territorio al que pertenecían los

corregimientos de Arica y Tarapacá, dependientes a su vez de Arequipa. No obstante,

las investigaciones no se ha centrado sobre esta porción postergada en ubicación

dentro del corregimiento, sumada a su actual pertenencia al territorio chileno.21 Las

investigaciones de Alejandro Málaga Medina (1976, 1989, 1992) referentes a Arequipa

colonial constituyen una base referencial importante, en la medida que estudia en

profundidad el periodo del virrey Toledo, las reducciones y pueblos de indios en

Arequipa. así como las relativas al sistema administrativo de las encomiendas y le

evangelización, que abarcan todo el virreinato peruano.

En este contexto, la lectura territorial de la región en cuestión que sugerimos,

se complementa con la investigación en curso, y se enmarca dentro de la mirada que

la historia de la forma urbana ha iniciado para la región americana, volviendo la

atención a los centros menores, como fundamentales en los procesos históricos y

urbanos de América. Lo anterior cobra sentido en la medida que se parte desde un

hecho arquitectónico existente, emplazado en un contexto geográfico y con un grupo

humano que lo ha habitado, interpretado desde su complejidad para presentarlo como

una componente original y genuina del patrimonio construido en la región sur de los

Andes.

Cabe destacar que este grupo de pueblos permanece en la actualidad en una

condición de marginalidad y olvido, que genera una paulatina y alarmante

desocupación de la región, especialmente de las partes más altas, con la consiguiente

destrucción de su patrimonio construido. La falta de integración de las comunidades a

                                                            21 Recientemente se ha iniciado un proyecto de investigación en Chile (Fondecyt Nº1030020. Marzo 2003. Título: Historia de los pueblos andinos de Arica,, Tarapacá y Atacama: colonización, etnogénesis e ideologías coloniales siglos XVI – XVIII), relativo a la historia de los pueblos de la región andina durante la Colonia. En conversación con el investigador responsable del proyecto, el historiador Jorge Hidalgo Ledehué, señala que las motivaciones se deben justamente a este vacío existente en el complejo proceso que tiene lugar durante la Conquista y Colonia y que involucra a una serie de temas.

Page 24: ARQUITECTÓNICO Y URBANO

23

los procesos históricos y nacionales, o de incorporación de estas minorías a las políticas

de desarrollo nacionales, ha dejado a estos grupos sin oportunidades de una

integración efectiva de su cultura. La condición del patrimonio construido es uno de los

aspectos culturales más vulnerables, por la falta de acciones de conservación de las

obras – construidas en materiales precarios – en zonas altamente sísmicas. El reciente

terremoto que afectó a la región22, con epicentro en la quebrada de Tarapacá, centró

por unos días la atención en las comunidades que habitan la región, que era conocida

por primera vez por parte de la población chilena. El terremoto ocasionó la destrucción

de pueblos de toda la quebrada de Tarapacá; estructuras de adobe, debilitadas por

sismos anteriores y por efecto de la humedad, y objeto de alteraciones en sus sistemas

estructurales y constructivos originales, no resistieron la fuerza del sismo. Las áreas de

cultivo aterrazadas en las laderas también se destruyeron con los deslizamientos de

rocas. La discusión de los técnicos y autoridades se centra de momento en las técnicas

constructivas más adecuadas para la reconstrucción, olvidando la reflexión sobre lo

‘apropiado’ de la arquitectura en tierra en este contexto cultural, donde la tierra y la

piedra sigue teniendo significado para sus habitantes. Grupos de las mismas

comunidades lo revindican, así como los procesos comunitarios de reconstrucción o

restauración, de ‘sus’ templos y torres, aludiendo a los compromisos que sus

antepasados establecieron con los españoles.

Este acercamiento tangencial a la cultura andina, resultado del desconocimiento

y poca valoración de esta cultura, impide que se comprenda la complejidad y riqueza

de este sistema cultural que aun pervive en esta zona de los Andes chilenos. Lo

anterior genera una falta de toma de conciencia de la necesidad de contribuir a la

preservación e integración de los aspectos que han sido históricamente irrenunciables

para estos pueblos, que se sustentan hasta la actualidad, y de la mano de los cuales

han hecho frente a la serie de dominaciones foráneas. Esos aspectos son los que

interesa poner de manifiesto con la presente investigación.

                                                            22 El 13 de junio de 2005 la región es azotada por un sismo de gran intensidad (7.8 escala Richter) que deja en el suelo pueblos históricos como San Lorenzo de Tarapacá. A la fecha no existe consenso acerca de los criterios para reconstruir sus viviendas o restaurar monumentos como la antigua gobernación o la iglesia.

Page 25: ARQUITECTÓNICO Y URBANO

24

4. Fuentes y método

Se han utilizado para la presente investigación fundamentalmente fuentes

impresas, entre las que destacan las crónicas, viajes y visitas efectuadas en los siglos

XVI y XVII, al igual que la cartografía, y que persiguen como objetivo el acercamiento

al periodo prehispánico, a partir de la visión y relatos de sus primeros cronistas.

La hipótesis del valor de estos pueblos en la actualidad, exige como método un

acercamiento al proceso histórico que tiene lugar en esta región de los Andes, desde la

investigación histórico-arqueológica existente a la fecha, y que documenta la época

prehispánica, hasta la actual. En este acercamiento propuesto son de especial

importancia el contexto geográfico y antropológico, ambos integrados a los procesos

históricos. El primero constituye el soporte territorial y el segundo se refiere a esos

habitantes que construyen un mundo cargado de significado, donde sus asentamientos

son una pieza más.

La selección de los periodos históricos, así como los títulos de los capítulos son

una consecuencia de la historia regional, más que de una historia urbana de

Hispanoamérica, que se enfoca en cambios tan importantes como los llevados a cabo

en el siglo XVIII con la introducción de las nuevas políticas indianas por parte de la

Corona española. En esta ordenación propuesta está implícito el propio proceso de

transformación de una región periférica, contrapunto de lo que ocurre en los centros

urbanos.

El periodo prehispánico se aborda fundamentalmente desde estas dimensiones

geográfica y antropológica, en una búsqueda por aproximarse al sentido que tiene la

lógica de transformación del espacio andino en su origen, cuando se establecen estos

grupos en los Andes. Se intentará la reconstitución de los mapas étnicos regionales,

con sus relaciones de dependencia y áreas de influencia generados a partir de los

sistemas políticos, sociales, económicos y religiosos que poseían. El contexto

geográfico andino por su diversidad y singularidad requiere de una pormenorizada

presentación que explique las posibilidades de habitabilidad que otorgó a los pueblos

prehispánicos. Estos últimos por otra parte requieren ser entendidos desde el complejo

mundo de relaciones sociales, económicas y creencias, que generan un poderoso

Page 26: ARQUITECTÓNICO Y URBANO

25

‘constructo’ cultural que logra traspasar en algunos aspectos –creemos – a la

dominación hispana.

En el periodo colonial, lo más destacado serán las transformaciones que se

producen en la estructuración de la región, a partir fundamentalmente de la aparición

de nuevos centros y conectividades, en un sistema caracterizado por la imposición de

nuevas políticas administrativas y eclesiásticas, que se sobreponen y ajustan a un

ámbito cultural esencialmente diferente a todo lo conocido hasta ese momento por los

pueblos indo americanos. La era republicana implicó cambios importantes en la

actividad económica regional definiendo un área de influencia que alcanza a los

pueblos en la condición de aislamiento que se ha descrito. La presentación de este

periodo por lo tanto se realiza desde los cambios que tendrán lugar en esta particular

zona geográfica habitada por un grupo étnico determinado.

Metodológicamente se comenzará con la identificación del escenario cultural en

lo relativo a la caracterización de su condición geográfica particular y de los grupos

étnicos que allí habitaron, sus modalidades de asentamiento y los contactos culturales

que efectuaron. Adelantamos que el área de estudio estuvo ocupada principalmente

por los aymara. De los múltiples señoríos en torno a los cuales se organiza esta etnia,

la región comprende parte del territorio caranga. Se deberá por lo tanto precisar el

ámbito de acción de estos señoríos además de sus actividades productivas, costumbres

y organización administrativa. La información histórica permitirá seguir el curso de las

transformaciones regionales en lo administrativo, eclesiástico, económico, que van

configurando nuevas relaciones y dependencias. La revisión bibliográfica se

complementa con la información levantada en terreno, consistente en planimetría y

registro fotográfico de los asentamientos, las vías de comunicación, las actividades

económicas vigentes, las fiestas religiosas que aun se celebran, la relación con los

centros políticos regionales actuales, entre otros.

La complejidad de las culturas prehispánicas en general, y de las andinas en

particular, hace necesaria una revisión de su estructura social, dado que supone una

novedad respecto de lo conocido hasta esa fecha y contiene, como se verá, algún

patrón común a otras culturas preindustriales. Desde esta afirmación se llevará a cabo

una revisión de los estudios antropológicos que han intentado comprender las claves

Page 27: ARQUITECTÓNICO Y URBANO

26

organizativas andinas, en el entendido que tienen parte en la manera como se fue

estructurando este paisaje.

Se revisarán también las primeras fuentes escritas, en especial las crónicas y

cartografía de los siglos XVI y XVII principalmente, centrándose en aquellas que

describen el estado de situación de los años que siguen a la Conquista, buscando

rescatar elementos que contribuyan a la determinación de patrones culturales

comunes, estructurantes de una forma de vida y, en particular, de una ocupación

territorial. El empleo de estas valiosas fuentes documentales no obstante se hará con

las debidas consideraciones dado que sus autores, siendo los protagonistas, son en su

gran mayoría ajenos a las culturas que nos describen con una marcada subjetividad.

A partir de lo anterior se esboza una hipótesis respecto del valor de estos

asentamientos andinos: por una parte los hechos construidos resultantes en pie se

valoran por constituirse en un producto original en su localización, y testigos del

fenómeno sin par de ocupación del continente americano, en su vertiente rural o

periférica, enfrentados al desafío de conquistar y evangelizar una región habitada. Por

otra parte el marco geográfico, habitado y conquistado hace siglos por los pueblos

andinos, genera como resultante estos hechos construidos no anticipados por ninguna

de las partes.

Finalmente, la interpretación de los pueblos existentes se lleva a cabo desde la

experiencia directa del ámbito que constituye el escenario de este largo proceso de

aparición de asentamientos y obras. Los puntos de vista propuestos para la revisión de

las intervenciones y organización territorial de los asentamientos abren la posibilidad

de interpretar los tipos de pueblos, desde la relación con el paisaje en que surgen, los

grupos que los habitan, y las formas y espacios arquitectónicos que se configuran en

ellos.

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27

CAPÍTULO PRIMERO. La organización territorial prehispánica

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28

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29

1. Caracterización geográfica del territorio

La importancia que tiene la referencia específica al medio geográfico se justifica

en primer término por el contexto específico en que se emplazan los pueblos, objeto

de estudio, caracterizado por profundos contrastes; pero también por la relevancia que

este estudio le asigna a la comprensión del medio natural en que se desenvolvieron

estos grupos a lo largo de la historia, y que dio como resultado unas formas

particulares de asentamiento. Estas formas de ocupación estarían relacionadas con los

recursos disponibles y con la construcción de un espacio simbólico, todo ello originado

desde los componentes del medio natural. Los contrastes paisajísticos regionales

incidirán en parte en la delimitación de las provincias tanto prehispánicas como

coloniales, y en la definición de identidades locales. No obstante las condiciones de

sequía extrema o de altura en que se desarrollaron, las culturas prehispánicas

sobrecogen por el grado de adaptabilidad, control y conocimiento logrados sobre su

ámbito geográfico.

Si bien la principal fuente para el desarrollo de este capítulo la constituye el

estado actual de la región, éste se complementará con las descripciones aportadas por

las crónicas de la Conquista y Colonia, además de los planos y dibujos de la época, que

puedan por un lado aportar al acercamiento a un panorama del estado previo a los

cambios operados desde la Conquista, y por otro a la percepción que se tuvo de la

región desde la experiencia de los mismos protagonistas. Todo el continente sufre el

impacto de los órdenes impuestos por el nuevo sistema, en especial de la urbanización

y cambio de centros políticos y administrativos, con la consiguiente densificación y

desocupación de algunas regiones. Para el caso de las áreas rurales o más apartadas la

situación será igualmente impactante, produciéndose además de la desestructuración

social una demanda sin precedentes de recursos naturales, viéndose alterado el

equilibrio sostenido por los pueblos andinos.

Page 31: ARQUITECTÓNICO Y URBANO

30

1.1 Las franjas ecológicas en los Andes

“…por lo cual dividiremos la tierra del Perú en tres partes o regiones, que son como tres fajas angostas que corren todo el largo deste reino; y cada una es de tan diferentes y contrarias cualidades de la otra, que pone admiración.” (Cobo 1895, vol.1, p.139)

El área geográfico-cultural andina, entendida como el cordón montañoso de los

Andes, comprende una vasta región que se extiende desde el actual territorio

venezolano al sur chileno, lo que implica grandes contrastes y una diversidad

geográfica y cultural importante. Sería infructuoso tratar de encontrar similitudes o

referirse a una única tradición andina que abarcase esta extensa región. Incluso en

áreas relativamente acotadas las diferencias se suceden.23 La ocupación que se ha

efectuado de cada región estará determinada en parte por estas singularidades

regionales.

Desde el punto de vista geográfico estamos situados en una región que se

caracteriza por los contrastes paisajísticos y las condiciones climáticas extremas, las

cuales presuponen una habitabilidad e integración territorial complejas. Si bien la

región de Arica y Tarapacá no fue una de las zonas más pobladas del continente en

época prehispánica, puede afirmarse que estamos ante un área ocupada y explotada a

partir de un preciso control y conocimiento del medio, siendo una prueba de ello las

grandes culturas que se gestan y desarrollan en este contexto.

“Ecológicamente, el territorio de las repúblicas andinas parece a primera vista uno de los ambientes menos propicios para el hombre: la costa es un verdadero desierto y los altiplanos son muy altos, secos y fríos. Y sin embargo los habitantes de esta región han demostrado a lo largo de muchos siglos ser capaces no sólo de sobrevivir en tales circunstancias sino también de crear una serie de civilizaciones que extrajeron del medio el excedente necesario para expandirse y florecer.” (Murra 1999, p.29)

No obstante, y a pesar de estar situados en una región relativamente acotada,

ésta admite diversas clasificaciones en de acuerdo a criterios históricos, geográficos,

                                                            23 Si tomamos, por ejemplo, la zona peruana, de mar a cordillera, encontramos grandes diferencias geográficas, situación que se repite con algunas variantes en el norte chileno: “Pocas regiones del mundo abarcan tales contrastes, desde el nivel del mar hasta las más altas regiones habitables; desde desiertos totalmente áridos, hasta las selvas tropicales más lujuriantes; desde regiones invariablemente calurosas hasta zonas en las que el hielo y la nieve son eternos. Y probablemente en ningún otro lugar en el mundo pueden darse transiciones semejantes en tan breve espacio.” (Mason 1962, p.17)

Page 32: ARQUITECTÓNICO Y URBANO

31

culturales, entre otros. La primera precisión que quisiéramos hacer se refiere a la

delimitación del área de estudio, la que queda definida en primera instancia por la

existencia de una concentración de asentamientos humanos en la precodillera y

altiplanicies del actual territorio chileno, en su región más septentrional. En esta

lectura geográfica de la región se persigue construir una caracterización geográfico-

territorial vinculada a la ocupación efectuada por parte de grupos étnicos específicos.

Esta área está comprendida en la región conocida como centro sur andina,

entre los paralelos 18 y 20 latitud sur; está inscrita aproximadamente, entre los ríos

Caplina, en el sur del Perú y el río Loa, en el desierto de Atacama; los límites coinciden

con esta concentración de asentamientos señalada. (Figura 1.1)

Fig. 1.1: Localización del área de estudio.

Page 33: ARQUITECTÓNICO Y URBANO

32

La arqueología ha propuesto esta denominación de “centro sur de los Andes”. Sin

embargo, por su diversidad y complejidad geográfica y cultural efectivas, se sugiere

una explicación pormenorizada de las “franjas” que la componen. Los pueblos que se

estudiarán están enclavados en la precodrillera y en la puna andinas, lo que permite

anticipar, desde la experiencia en terreno del paisaje en el que se ubican, diferencias

fundamentales entre ambos tipos de asentamientos. A partir de este punto las

actividades productivas, los tipos edificados y una serie aspectos relativos a la

organización social y económica dan forma a tipos de pueblos andinos diversos,

asociados a estos paisajes: pueblos de precordillera y pueblos de puna.

Como señalábamos las clasificaciones posibles son diversas, dependiendo de las

referencias consideradas. Y es importante destacar que si bien estamos hablando de

pueblos emplazados sobre los 2000 msnm algunos de estos eran considerados como

“costeros” para los grupos étnicos que habitaban en las alturas del Titicaca, con

quienes sostenían relaciones de dependencia y complementariedad mutua.

“Para los reinos altiplánicos circumlacustres, los territorios al oeste correspondían a la costa o yungas; se llamaba ‘costa’ incluso a pueblos de la sierra del antiguo corregimiento de Arica como Codpa, Socoroma y Tarata.” (Hidalgo 2004, p.248) 24

La certeza que entrega la investigación arqueológica regional de que se trató de

un área desigualmente poblada por grupos de agricultores y pastores, eficientemente

organizados, relacionando localidades distantes y diversas, desde siglos previos a la

Conquista, despierta el interés por investigar, entre otros aspectos, las maneras de

explotación de los recursos, estrategias de conservación y distribución, que habrían

sido claves en la subsistencia de los numerosas poblaciones en sectores de difícil

conectividad entre sí.

Desde el punto de vista geográfico se reconocen en esta zona centro sur de los

Andes tres grandes áreas ecológicas, a saber, la costa, la sierra y la puna,25 las cuales

se despliegan relativamente paralelas a la costa del Pacífico, surcadas por las

                                                            24 El pueblo de Codpa está a 2050 msnm y el de Socoroma a 3060. Si bien existen relaciones entre ambas partes, en especial comerciales, esta denominación de ‘costeros’ anticipa la pertenencia a zonas culturales diferentes. 25 Esta es la denominación general más empleada; sin embargo en la medida que el relieve se hace más complejo, por la aparición de mesetas o pampas, la identificación de las tres franjas no es tan clara. Hemos adoptado no obstante esta denominación que es la más ajustada a las características de la región en particular. Las condiciones paisajísticas específicas se explicarán oportunamente.

Page 34: ARQUITECTÓNICO Y URBANO

33

quebradas o cursos de agua transversales que se originan en las cumbres de los

Andes. Cada una de ellas presenta características geográficas contrastantes y

singulares lo que se ha traducido en una necesaria vinculación e interdependencia

entre las tierras altas y las bajas, de la que se sirvieron los grupos étnicos de diversas

latitudes. (Figura 1.2)

Fig. 1.2: Franjas ecológicas en la región de estudio.

* Ubicación de los pueblos

Page 35: ARQUITECTÓNICO Y URBANO

34

Pese a lo escaso o aparentemente limitado de sus recursos, existen vestigios de

ocupación de todas estas franjas desde épocas muy remotas, en especial en la costa y

la puna, como queda confirmado desde las excavaciones arqueológicas llevadas a cabo

en la zona:

"El hombre ocupó estos tres pisos ecológicos desde el final del pleistoceno y comienzo del holoceno unos 10 mil años antes del presente, aprovechando de la mejor forma los recursos disponibles a través de un proceso de adaptación bio-cultural que permitió el desarrollo de una cultura de expresiones propias.” (Santoro 1985, p.15)

La franja costera es la desértica y se despliega desde el centro peruano al norte

chileno, paralela a los Andes. Se caracteriza por su extrema aridez, condición que

aparecerá descrita en las crónicas y relatos de los conquistadores y viajeros en todos

los tiempos.26 Esta condición es producto del relieve, dado que la cercanía de los Andes

impide la entrada de los vientos a los valles, o bien, los traspasan perdiendo mucha

humedad. En las zonas en que este traspaso se produce se originan climas locales,

generando fértiles valles u oasis con microclimas. Existe la posibilidad de establecer

asentamientos en la costa, pero sólo en las zonas que coinciden con la llegada de estos

cursos de agua que bajan de las montañas, tal como queda demostrado con las

investigaciones arqueológicas. Los grupos nómades en cambio ocupan la región

valiéndose de los recursos marinos. La explotación de la tierra y la vida de los

pequeños asentamientos permanentes quedan supeditadas a la regularidad y

abundancia del agua que aportan estas quebradas y ríos, complementado con los

recursos no despreciables que aporta la costa.

"El aspecto ecológico de este primer piso es muy variado, pero las únicas posibilidades de vida se encuentran en las estrechas márgenes de la costa y valles bajos transversales. (...) El litoral con su riqueza marítima fue y es de gran importancia para el desarrollo del hombre; existen recursos abundantes de mariscos, peces, mamíferos marinos, aves y algas en la costa alta y baja." (Santoro 1985, p.10)

                                                            26 Desde las crónicas que nos sitúan a Almagro y sus huestes atravesando dramáticamente el desierto atacameño, hasta el connotado historiador de la antigüedad peruana J.A. Mason (1962), la constante ha sido destacar la extrema aridez de esta región chilena, sumamente hostil para el establecimiento humano: “El sur del Perú y el norte de Chile abarcan la región más árida del hemisferio occidental; aquí pasan los años sin que caiga una gota de lluvia, y no hay vida vegetal apreciable. Existen algunos lugares, en el desierto de Atacama, en los que no se tiene memoria de que haya llovido jamás”. (Mason 1962, p.18)

Page 36: ARQUITECTÓNICO Y URBANO

35

La corriente de Humboldt es una de las razones de esta condición climática

extrema que se describe, pero aporta una amplia variedad de especies marinas

comestibles.

En el resto de la costa desértica se encuentran grandes zonas absolutamente

despobladas, sin vestigios de haber sido ocupadas. Producto de esta cualidad se

genera una estructura transversal de asentamientos, fundamentalmente agrícolas, a lo

largo de los valles, que aportará este tipo de recursos alimenticios a la región.

(Figura 1.3)

Fig. 1.3: Localización de los pueblos en relación con el relieve.

Page 37: ARQUITECTÓNICO Y URBANO

36

Esta condición se ha mantenido desde épocas prehispánicas, como veremos,

con un sistema de complementariedad e intercambio de recursos, y se sostiene en

época colonial, donde estos verdaderos oasis constituyeron un pilar fundamental en las

posibilidades de desarrollo de centros urbanos como el puerto de Arica, emplazado en

pleno desierto27. Las civilizaciones andinas estuvieron siempre consientes de estas

necesarias vinculaciones para su subsistencia, y en el caso de los grandes imperios, el

crecimiento y expansión logrados se vinculan directamente a la obtención de recursos.

La región costera siempre fue asiento de grupos, más o menos establecidos,

que se servían de la amplia variedad de recursos que el mar ofrecía. Entre ellos

alimentos, como pescados, mariscos y algas comestibles; subproductos de la fauna

que habitaba las costas, como el guano -fertilizante empleado hasta bien entrada la

Colonia, y que era muy preciado para los agricultores de los valles e incluso de la

puna-; y la piel de los lobos marinos que se empleaba para la fabricación de balsas. Al

igual que los habitantes de las otras franjas, estos pescadores complementaban su

dieta y recursos en general con el intercambio de productos entre los diferentes grupos

que habitaban las demás regiones de los Andes.

Esta franja costera comprende el litoral y la pampa28, extensiones

fundamentalmente áridas, de ancho variable, entre la costa y el arranque del cordón

montañoso de los Andes. La pampa del Tamarugal, que se extiende desde la quebrada

de Camiña por el norte, altura del puerto de Pisagua, hasta el río Loa por el sur, a la

altura del puerto de Tocopilla, es la más extensa, y se despliega paralela a la costa. En

su avance de unos 250 kilómetros es atravesada por cursos de agua de escaso caudal,

muchos de los cuales no alcanzan la costa, generando salares o pequeños oasis en sus

remates, siendo el más relevante el de Pica. La condición predominante de esta pampa

es sin duda la sequía y desolación, con variaciones de temperatura que hacen

                                                            27 El puerto de Arica debe su origen al mineral de Potosí, ya que este fue la ruta elegida para el embarque de plata y traslado del azogue; no obstante las condiciones desfavorables como las pandemias a causa de la mala calidad del agua, los sucesivos terremotos, varios con salidas de mar, los ataques de los corsarios, atentaron durante siglos contra la consolidación definitiva de este centro urbano, que era eludido por la población española, quienes preferían habitar en la vecina Tacna, en Arequipa o en las haciendas de los valles de Azapa. 28 Pampa no es un concepto exclusivo de la franja costera. Como se verá en el cordón montañoso que conforma la cordillera de los Andes, ciertas regiones llanas reciben igualmente el nombre de pampa. Sin embargo, el concepto de pampa en esta región chilena está fuertemente vinculado a esta zona en la cual, a partir del siglo XIX tiene lugar una excepcional ocupación por la extracción del nitrato. Desde entonces existe una identidad pampina que ha trascendido hasta la actualidad, incluso tras el cese de la industria minera en ese sector y la desocupación y desmantelamiento de muchos de sus campamentos mineros. (González Miranda 2002)

Page 38: ARQUITECTÓNICO Y URBANO

37

complicada su habitabilidad. Es una zona rica en minerales, como el nitrato, el cobre y

la plata, los que fueron explotados desde época prehispánica, y han jugado un papel

fundamental en el desarrollo económico y social de esta región y del resto del país a lo

largo de su historia.

Estas vastas extensiones áridas encuentran un contrapunto con la aparición de

las quebradas, verdaderas grietas que surcan el cálido suelo desértico, generando,

eventualmente, valles u oasis con suelos agrícolas. Estos cursos de agua, originados en

las alturas de los Andes producen áreas más fértiles y pobladas en la precordillera; los

más caudalosos y estables logran avanzar hasta la costa. De norte a sur, los

principales valles de este tipo que encontramos en la región son el valle del río Lluta, el

valle del río Azapa, ambos cursos de agua permanentes que desembocan en el puerto

de Arica, y que han abastecido históricamente la región. Más al sur la quebrada de

Camarones, que desemboca en la caleta del mismo nombre es de caudal irregular, y

en la actualidad presenta escasa actividad agrícola en la parte baja.

Fig. 1.4: Imagen satelital puerto de Arica, valles de Azapa y Lluta

Fig. 1.5: Imagen satelital valle de Azapa.

Fig. 1.6: Imagen satelital valle de Lluta. Fig. 1.7: Imagen satelital valle de Ilo (Perú)

Page 39: ARQUITECTÓNICO Y URBANO

38

Hacia el sur, en plena Pampa del Tamarugal se produce un fenómeno diferente. Por

efecto de la temperatura, la cercanía de la vertiente occidental de los Andes y la

conformación de una meseta que eleva la pampa respecto de la costa unos x metros

sobre el nivel del mar,29 los cursos de agua pierden humedad y se transforman en los

salares o en pequeños oasis, sin llegar al mar.

En dirección al sur de la quebrada de Aroma o la de Tarapacá que rematan en

esta zona pampina, la franja desértica se muestra especialmente desolada hacia el sur,

hasta la aparición, unos 200 kms al sur, del río Loa. Este importante río –de unos 260

km de largo – ha sido frontera política y administrativa desde la Conquista en adelante,

y cultural en época. Esto se debe en parte a las condiciones climáticas descritas que se

vuelven críticas en este sector, impidiendo algún desarrollo de centros poblados

estables.

La franja central, sierra o precordillera, ubicada a una altura promedio de 3200

msnm, coincide con el arranque de las alturas de los Andes. La condición desértica da

paso en algunas de las quebradas a un paisaje más verde, favorecido por la lejanía

del mar y la altura; y sobre todo por una mayor dotación de precipitaciones. En esta

franja las quebradas son verdes, disponiéndose de mayor cantidad de valioso suelo

cultivable.

“Ocupa la parte central del territorio y se compone por el macizo montañosos de la cordillera central o volcánica, que actúa como divisoria de aguas de una serie de quebradas que la atraviesan, hacia el Pacífico y, otras hacia el altiplano.” (Santoro 1985, p.11)

La mayor cantidad de recursos hídricos han posibilitado históricamente el

desarrollo de la agricultura, primero de subsistencia y posteriormente más extendida,

con la instalación de terrazas de cultivo y andenes de regadío. La principal actividad

será, por lo tanto, el cultivo de hortalizas, maíz y frutales en general, por sobre la

ganadería que pasa a segundo plano.

                                                            29 Este aterrazamiento en el relieve es bastante pronunciado y dificultó el acceso a las caletas y puertos de la región. En la época de la explotación salitrera una de las tareas más penosas era el traslado del mineral hasta algunos puertos como el de Pisagua, que se realizó durante varios años a lomo de mulas, hasta la construcción del tenido ferroviario.

Page 40: ARQUITECTÓNICO Y URBANO

39

Las zonas descritas, no obstante, siguen siendo las menos, en proporción con

las grandes superficies despobladas, secas e inaccesibles. En el caso de las regiones de

Arica y Tarapacá, la concentración de asentamientos se produce justamente en torno a

las quebradas. Desde la zona sur del Perú, donde el desierto comienza a tomar las

características extremas del lado chileno, las quebradas aparecen como hitos

relevantes el en paisaje. Estas quebradas serán una referencia para los viajeros, y

tomadas en consideración en las divisiones tanto prehispánicas como posteriores.

Muchas de éstas, como señalábamos, llegan debilitadas a la costa, o incluso se

extinguen antes de aflorar en la pampa, circunscribiendo la localización de pueblos a

las partes más altas.

Desde el punto de vista de la localización de los asentamientos, podemos

señalar que en la precordillera se genera una densidad y conectividad mayor entre los

mismos, así como una mayor cercanía. Los valles de Codpa, al interior de Arica, o la

quebrada de Tarapacá, más al sur, son ejemplos de lo anterior. En el primero, en la

región precordillerana, se sitúan los pueblos de Codpa, Timar, Belén, Guañacagua,

Tignamar, Pachama, Chapiquilta; en la quebrada de Tarapacá se emplazan los de

Tarapacá, Pachica, Mocha, Guaviña, Usmagama, Sibaya, Chusmiza. El valle de Camiña,

entre ambos, es asiento de los pueblos de Camiña, Yala-Yala, Chapiqulita, Apamilca.

Todos estos pueblos mencionados son eminentemente agrícolas, como veremos.

La puna o altiplanicie, con una altura promedio de 4300 msnm, presenta una

condición climática muy extrema, con variaciones de temperatura significativas durante

el día, y con escasísimas precipitaciones. No existe por lo tanto una condición favorable

para el cultivo de gran diversidad de especies vegetales, con la notable excepción de

una gran variedad de especies de papa y tubérculos que forman parte de la economía

agraria de la puna, siendo la actividad económica principal es, hasta el día de hoy, la

pastoril.

“Se ubica al oriente de la cordillera occidental.... se caracteriza por sus extensas pampas cubiertas de tolares y pajonales y cuencas cerradas, como el salar se Surire, ciénagas de Parinacota y lago Chungará ... son los mejores lugares para la crianza de llamas, alpacas y ovinos, y para la concentración de abundante fauna silvestre que ha servido de sustento al hombre.” (Santoro 1985, p.14)

Page 41: ARQUITECTÓNICO Y URBANO

40

La aclimatación de estos animales permitió la subsistencia y desarrollo de

importantes señoríos aymara en torno al lago Titicaca. Es justamente esta región la

que alcanzará desde muy temprano, antes de la expansión de los incas, un desarrollo

cultural y expansión territorial significativa en los Andes.

El contraste paisajístico y climático de la puna con la precordillera es muy

marcado, generando un ámbito completamente diferente; las montañas, que se

habitan en la precordillera, pasan a constituir aquí arriba el marco referencial de las

grandes extensiones, donde se desarrolla la vida de los pueblos altiplánicos. Este

paisaje frío y ventoso, recorrido por los rebaños de llamas y alpacas, deja traslucir la

lejanía y dificultad de acceso, la escasez de oxígeno que define condiciones

absolutamente diferentes para el desarrollo de la vida. Los patrones que determinan la

localización de los pueblos o caseríos se relacionan con los recursos del suelo, en este

caso de la existencia de bofedades que proporcionan agua y alimento para los

animales.

“La puna es una alta estepa, fría y seca, que comienza como una estrecha franja a los 8 grados de latitud sur, aproximadamente, y se va ensanchando hacia la cuenca del Titicaca, para convertirse luego en las deshabitadas extensiones saladas del desierto de Atacama y el occidente de Bolivia. En su mayor parte es demasiado elevada para la agricultura, aunque ocasionalmente el pastor de alpacas puede continuar sus actividades a alturas notables.” (Murra 1999, p.30)

La zona más favorecida para la explotación de recursos, con una mejor

conectividad, y que concentra un mayor número de asentamientos permanentes,

donde se desarrollaron la culturas más complejas está ubicada a partir de la

precordillera. Al menos esa sería la condición que observamos en esta región de los

Andes, donde la franja costera presenta la condición desértica que hemos descrito. En

una explicación de las características climáticas de la región central y surandina

peruana, Bonavia (1991)30 se refiere a ciertas semejanzas, identificando también la

zona más favorable para la vida humana en comunidad.

                                                            30 “Cabe señalar aquí, solamente, que hay dos características generales que se pueden aplicar a la cadena andina. La primera es que, a pesar de todo, hay una relativa uniformidad de temperatura dentro de ciertos límites de altitud, prácticamente desde el área de Cajamarca hasta la de Puno. (...) La segunda característica es que en las tierras que tienen esa misma altura, el régimen de lluvias es estacional y se da en el periodo de verano que corresponde a los meses que van desde diciembre, enero a marzo o abril. (...) De este cuadro se desprende que las únicas áreas económicamente importantes son los valles interandinos y los altiplanos o punas, que representan una fuente muy particular de recursos naturales,

Page 42: ARQUITECTÓNICO Y URBANO

41

Una de las contribuciones más interesantes al entendimiento de cómo los

grupos originarios se adaptaron a esta realidad climática andina se produce a

mediados del siglo XX cuando el etnólogo rumano John Murra plantea la hipótesis de la

ocupación de tierras en diversas localizaciones geográficas por parte de grupos

andinos, como una forma de complementar sus recursos.

“Ya en 1967 era evidente que el control simultáneo de tales ‘archipiélagos verticales’ era un ideal andino compartido por etnias muy distantes geográficamente entre sí, y muy distintas en cuanto a la complejidad de su organización económica y política.” (Murra 1975, p.60)

Estas conclusiones se obtienen desde la relectura de tempranas visitas a la

región del Titicaca, específicamente a la provincia de Chucuito31, donde habita el

señorío lupaca, del grupo aymara. La Visita, que por orden del rey de España realiza

Garci Diez de San Miguel, el año 1567 a esta apartada pero poblada provincia del

altiplano peruano, describe en detalle aspectos que aportan a la comprensión de lo que

fue la organización social y económica de estos grupos previos a la conquista española.

Uno de los aspectos que se extraen y que permiten confirmar esta modalidad

organización territorial se refiere a esta complementariedad productiva entre los

habitantes de la ribera del Titicaca y los valles occidentales del Pacífico.

“Los lupaqa tenían oasis en la costa del Pacífico –desde el valle de Lluta, en Arica (…) hasta Sama y Moquegua. Allí cultivaban su algodón y su maíz; recolectaban wanu, sin hablar de otros productos marinos.” (Murra 1975, p.73)

La detallada descripción que se efectúa de los lupaca que, en efecto, fueron

uno de los señoríos que logran una mejor organización en la región, permite inferir que

se trató de prácticas habituales para los demás señoríos e incluso para otros grupos de

los Andes, como los incas. Es interesante asimismo la mención que se hace a las

localidades inscritas en el valle de Lluta, distantes unos x km del lago, lo que supone la

existencia de redes viales e intercambio cultural además del estrictamente comercial

con la región del Titicaca. Igual relación se habría establecido con los valles orientales,

                                                                                                                                                                              que es la que corresponde al pastoreo, que originalmente fue exclusivamente a base de camélidos, y en la actualidad es de muchos animales introducidos de otras partes del mundo.” (Bonavia 1999, pp.25-26) 31 La obra en cuestión es la ‘Visita hecha a la provincia de Chucuito por Garci Diez de San Miguel en el año 1567’, publicada en 1964. Contiene importante información para la comprensión de la economía regional, y fue uno de los documentos fundamentales estudiados por John Murra.

Page 43: ARQUITECTÓNICO Y URBANO

42

sector que proveía de madera y coca a los pueblos de la puna, que aportaban

tubérculos y subproductos de sus rebaños. Se ha llegado a estimar asimismo que el

tiempo de recorrido entre la costa y la puna era de unos 10 a 15 días.32

En síntesis, como queda comprobado desde las investigaciones de Murra, la

economía andina se sustenta en el uso de recursos de climas o ecologías diversas, él

llamó el “control vertical de un máximo de pisos ecológicos” y que sería un patrón

común a muchos grupos de la región. Murra plantea que esta modalidad arraigada en

la cultura andina vincula a los pueblos con lugares geográfica y culturalmente

diferentes, donde un grupo se traslada para obtener los recursos que ese lugar provee,

ya sea trabajando la tierra o mediante el intercambio de productos. Esta afirmación,

que se confirma desde los hallazgos arqueológicos y la revisión documental, ha

permitido comprender la organización social, económica y política de los grupos

andinos en general y de los aymara e inca en particular. Lo que aparece como

interesante para nuestros propósitos es comprobar, por un lado la extensión de los

límites territoriales de los diferentes grupos étnicos bajo un formato de asentamientos

dispersos. Estaríamos ante una idea de territorios “abiertos”, concepto absolutamente

original en el marco de las convenciones de territorio; y por otro la noción que se tiene

del mundo desde su complejidad y complementariedad productiva, y que integra a su

vida cotidiana.

A partir de las observaciones de Murra (1975, 1999) se utiliza el concepto de

franjas ecológicas, que para esta región en particular se corresponden con sus

características climáticas y posibilidades productivas complementarias. Está por verse

la magnitud de esta integración transversal a lo largo de la historia y que,

evidentemente, traspasa los límites administrativos actuales. La integración andina

prehispánica queda demostrada desde diversos hallazgos arqueológicos; además del

sistema de colonias que describimos, la existencia de una red vial que atraviesa una

notable variedad de paisajes, es otro de los testimonios más sorprendentes. La

magnitud, eficiencia y persistencia de esta red caminera ratifica que la conectividad e

integración entre los pueblos andinos era un aspecto esencial de su desarrollo

económico y cultural. Salvar distancias para conectar regiones diversas fue, hasta

donde sabemos, una demanda constante para practicar la movilidad entre los pueblos

andinos.

                                                            32 El esquema lo aporta John Murra (1975) a partir de los datos de la visita a la región del año 1567.

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43

La capacidad productiva de los suelos por un lado, asociada al control y

conocimiento del medio, y las posibilidades de movilizar estos productos por el

complejo paisaje andino aparecen como claves en el desarrollo de las culturas andinas.

Como veremos, los grupos étnicos que logran supremacía por sobre otros, además de

sus complejas estructuras sociales, se emplazan en zonas altamente productivas, ya

sea agrícolas o ganaderas. El caso de los habitantes del Cuzco, en el fértil valle de

Urubamba es el más conocido, cuyos límites incluyen la región de Arica y Tarapacá.

Page 45: ARQUITECTÓNICO Y URBANO

44

1.2 La cuenca del Titicaca.

La cuenca del Titicaca constituye uno de los lugares más significativos dentro

de la región, tanto desde el ámbito cultural como geográfico. Culturalmente ha sido

cuna de civilizaciones prehispánicas altamente desarrolladas, dando paso a fenómenos

con características de imperio panandinos, como el caso de la cultura Tiahuanaco. De

acuerdo a investigaciones etnológicas, el pueblo aymara, a través de diversos señoríos,

ha ocupado la región del Titicaca mediante una eficiente organización social y

económica, adaptada a la condición específica del paisaje. A la llegada de los

españoles constituía una de las zonas más densas y organizadas del área andina,

aspecto observado y destacado por los cronistas, como Reginaldo de Lizárraga.

“Pasando adelante por el camino Real, a pocas jornadas de aquí, no son ocho, damos en la laguna de Chucuito. Es la más famosa del mundo y mayor, muy poblada por una parte e por otra.” (Lizárraga 1986, pp.182-183)

Desde el punto de vista geográfico la cuenca del Titicaca, ubicada en plena

altiplanicie a unos 3800 msnm, constituye una vasta meseta que se configura desde la

división de la cordillera de los Andes, a la altura del valle del Cuzco, por el norte,

rematando en los salares de Uyuni y Coipasa, contiguos al lago Poopo, por el sur. Se

encuentra flanqueada por los macizos andinos denominados Cordillera Real (por el lado

oriente) y la Cordillera Occidental (por el poniente). Se trata por lo tanto de una región

que presenta las condiciones antes descritas de escasas precipitaciones, variaciones de

temperatura muy marcadas y dificultad para el desarrollo de la agricultura. Esta

escasez de agua se ve compensada por la presencia de algunos cursos de agua (ríos y

quebradas) además de las lagunas. (Figura 1.8)

El hecho más destacado, desde el punto de vista de su ocupación, lo constituye

la capacidad de los hombres de los Andes de aclimatar y adaptar especies vegetales y

animales que les permitieron la subsistencia primero, y capacidad para expandirse y

permanecer en la región después. Estos tempranos hechos, como refiere Murra, harán

posible un alto desarrollo por parte del los habitantes de la región.

“Y fue precisamente en esta zona la que, mucho antes de las expansiones Tiahuanaco e Inca, hizo las contribuciones más básicas que hicieron posible el desarrollo de la civilización en los Andes: la domesticación de la llama y el cultivo de toda una serie de tubérculos

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45

aptos para las grandes alturas, resistentes a las heladas, de los cuales la papa es sólo el más celebrado.” (Murra 1999, p.29)

Ambos desarrollos productivos permiten a estos grupos entrar en el sistema de

intercambio, complementariedad y conectividad con el resto de los Andes,

relacionándose tanto con los valles de la costa del Pacífico, como con las regiones

selváticas orientales. El cultivo de una serie de variedades de papa (se han llegado a

conocer más de 200 tipos), constituye la principal cosecha de la puna; se trata de un

cultivo que requiere de escasa agua y soporta las bajas temperaturas.33 Lo anterior lo

convierte en un producto presente en la mayor parte de las regiones habitadas del

altiplano, y la base alimenticia de estos grupos. Los pueblos andinos generaron

asimismo métodos de conservación de la papa y subproductos, como el chuñu, que se

obtiene de la disecación y pulverización de la misma. Esta posibilidad de conservación

para posterior consumo constituye una ventaja por sobre los productos agrícolas que

se obtenían en la sierra. 34

La domesticación de la llama y la alpaca también contribuye de manera

importante a la economía andina. Ambos animales proporcionan una serie de

productos indispensables para los habitantes de todas las regiones de los Andes, e

incluso de las costas. No existe certeza sobre el lugar de aparición de estos animales

en el paisaje andino, pero diferentes estudios arqueológicos lo sitúan justamente en las

regiones altas. Los pueblos andinos se sirvieron de su lana, su cuero, su carne;

además era ocupado como animal de carga y con fines ceremoniales, como ofrenda a

los dioses. La importancia de la crianza de la llama y la alpaca, explica en cierto modo

la supremacía de los grupos que habitaban el Titicaca y que tenían por principal

actividad económica la ganadería.

Los españoles se sobrecogen por los numerosos rebaños con que se

encuentran en las regiones altas de los Andes en general, y en la vasta región del

Titicaca en particular; como describe Cieza de León, “como sea tan grande esta tierra

del Collao (…), hay, sin lo poblado, muchos desiertos y montes nevados y otros

campos bien poblados de hierba, que sirve para el mantenimiento de ganado

campesino que por todas partes anda.” (Cieza de León 1984, p.353) En las crónicas

                                                            33 Bajo temperaturas extremadamente bajas de unos 7 grados bajo cero se puede desarrollar este cultivo. 34 El tema de la conservación de los alimentos es fundamental en la economía andina, como se explicará más adelante, porque la producción de excedentes alimenticios posibilitará la expansión y el control territorial en los Andes.

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Fig. 1.8: SISTEMA DE AGUAS DE LA CUENCA DEL TITICACA Y LOS VALLES DEL PACÍFICO.

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son confundidos con frecuencia con ovejas o carneros, haciéndose mención a los

productos que de ellos se obtenían.35 Entre éstos, la lana, y más específicamente, los

tejidos, han sido objeto de diversos estudios, por la importancia que tuvieron para los

pueblos andinos. Los inca, por ejemplo, disponían de importantes excedentes de

tejidos, que eran almacenados en depósitos estratégicamente ubicados a lo largo y

ancho del territorio comprendido por el Imperio inca. Por otra parte su relación con los

distintos eventos religiosos del calendario inca también le confieren una especial

significación, que se extiende hasta sus productores, esto es, los grupos campesinos

de la puna. El tejido fue tan importante como la agricultura, como destaca Murra.

“El hecho de que se dé una prioridad tan alta a la agricultura es comprensible. Pero es algo desusado y, a mi juicio, específicamente andino, que se considere de igual importancia al tejido. Ya hemos examinado la posición especial del hato de camélidos en la vida social, política y religiosa inca. Cuando se la transformaba en tejido, la lana de llama era objeto de mayor interés todavía.” (Murra 1999, p.115)

La apartada región del lago por lo tanto, desde el punto de vista productivo fue

una de las zonas fundamentales en las posibilidades de obtención de recursos y

complementariedad alimenticia dentro de los Andes. A lo anterior se suma la

significación que toma el lago en los mitos relativos al origen del hombre andino; no

sólo para el pueblo aymara, de presencia constante en esa región, sino además para

otros grupos, como los inca, que también vinculan el lago con el origen de sus reyes y

divinidades.

En este punto se debe destacar la significación e importancia del sistema de

aguas presente en la cuenca del Titicaca, el cual, como se verá, será uno de los

“ordenadores” en la estructura territorial de los grupos aymara. Este sistema de aguas

está conformado por el lago, que desemboca hacia el sur por el río Desaguadero – de

gran caudal y profundidad, según queda consignado por los cronistas –, para rematar

en el lago Poopo unos 400 kilómetros hacia el sur. En torno a este sistema surgirán

gran cantidad de pueblos aymara, en especial en las cercanías del lago, muchos de los

cuales permanecieron tras la Conquista, a pesar de las políticas de reducción y

                                                            35 Cieza de León hace hincapié en la cantidad de animales, que confunde con corderos, y la buena calidad de su lana y carne: “por lo cual el dador de los vienes, que es Dios, nuestro Sumo Bien, crió en estas partes tanta cantidad de ganado… la carne desde ganado es muy buena si está gordo, y los corderos son los mejores y de más sabor que en España… la lana destas vicunias es excelente, y toda tan buena que es más fina que la de las ovejas merinas de España.” (Cieza de León 1984, p.379)

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reubicación de la población andina.36 Además de los lagos, existen salares, cerros,

bofedales, todos los cuales serán explotados a partir de sus características, al tiempo

que configuran y delimitan el ámbito territorial central del pueblo aymara.

“Al Sur del Lago Titicaca, el río Desaguadero desaparece en el Lago Poopó donde el agua se evapora, dando lugar a extensos salares. Más allá de la cuenca del Titicaca se encuentra la Cordillera Oriental de Bolivia que es uno de los lugares más inhóspitos y la cuenca más cercana al Perú es la de Cochabamba, que está separada de la del Titicaca por más de trescientos kilómetros de montañas. Vemos, pues, que si bien el marco geográfico no ha sido determinante, pues el hombre andino pudo romper estas barreras cuando fue necesario, fue sin duda un factor limitante que ayudó el proceso de unidad cultural" (Bonavia 1991, pp.13-14)

La llamada cuenca del Titicaca, por tanto, constituye un ámbito específico y

acotado geográficamente, que a pesar de ser presentado por los cronistas desde su

incomprensión del mundo andino, como una región de difícil acceso apartada de los

centros prehispánicos más poblados, es un verdadero centro cultural y de referencia

para numerosos señoríos y etnias andinas. Y esta condición está en directa relación

con estas características geográficas descritas. Las relaciones costa/sierra/puna

estaban aseguradas con la red de caminos, quedando la región inscrita en el sistema

de complementariedad ecológica que involucra el concepto de territorios abiertos, más

allá de la cuenca del Titicaca.

Los habitantes de la puna supieron vencer las barreras que imponía este

emplazamiento, estableciendo redes de comunicación y logrando un efectivo contacto

con las tierras costeras y bajas, tanto orientales como occidentales. La modalidad de

enclaves estratégicamente ubicados en las diferentes altitudes descritas es una

constante entre los pueblos andinos, que, en este caso, se convierte en un imperativo

para la sobreviviencia. Los contactos están, como se explicó, suficientemente

documentados, tanto por las excavaciones arqueológicas efectuadas y los estudios

                                                            36 Las descripciones de la región aportan antecedentes sobre la envergadura de los cursos de agua señalados y la importancia de los asentamientos: “Con ser esta laguna tan grande, como se ha dicho, tiene un desaguadero muy conocido de hasta setenta y tres pasos de latitud, está junto de Cepita (…) , pueblo tan grande que tiene tres parroquias, que en esta tierra es mucho, y cada una de ellas su Cura. Pásase este desaguadero por una puente que se hace de balsas de enea; es camino real para las provincias de los Charcas, Chuquisaca, Tucumán y Río de la Plata; el desaguadero, tan conocido en el Perú, corre por la provincia de los Pacajes hasta la destemplada Paria (…) , donde, abriéndose, forma una laguna mediana que llega hasta los Aullagas, y no es tan pequeña que no tenga treinta leguas de boj, cogiendo muy gran parte de la provincia de los Caragas; allí se hunde toda el agua por las entrañas de la tierra, sin saberse donde vaya a salir…” (Calancha y Torres 1972, p.113)

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documentales en general. Se puede afirmar también que parte de la crisis de los

pueblos aymara, así como de otros habitantes de las zonas altas, producida durante la

Conquista, se debe a la interrupción de estas redes de comunicación, y, como

consecuencia de esto, de su sistema de abastecimiento.

“El llamado desierto costero es una región estrechamente relacionada con la puna inmediata, con la que tiene en común las escasas condiciones de habitabilidad. (...) Finalmente, la zona de los valles occidentales, que incluye los del departamento de Arica en Chile y los de Tacna, Moquegua y Arequipa en Perú, constituye una de las regiones más ricas desde el punto de vista agrícola. Su importancia arqueológica debe relacionarse con el área circum – lacustre.” (Alcina Franch 2000, p.152)

La región en particular que nos ocupa, los valles bajos costeros, desérticos, así

como los fértiles valles precordilleranos de Arica y Tarapacá, quedan entonces inscritos

en este sistema territorial abierto que tiene por centro a la cuenca del lago, aportando

los recursos agrícolas y marinos propios. Queda por comprobar las vías de

comunicación empleadas, los circuitos y la permanencia de algún tipo de conducta

asociada a esta particular modalidad de tenencia de la tierra que se mantiene hasta

avanzada la época colonial e incluso, para el caso de la región altoandina peruana y

boliviana, se traslada más allá de la independencia de las naciones.

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1.3 La región vista por los cronistas

“¿quién podrá decir las cosas grandes y diferentes que en él son, las sierras altísimas y los valles profundos por donde se fue descubriendo y conquistando, los ríos tantos y tan grandes, de tan crecida hondura; tanta variedad de provincias como en él hay, con tan diferentes calidades; las diferencias de pueblos y gentes con diversas costumbres, ritos y ceremonias extrañas; tanta aves y animales, árboles y peces tan diferentes y ignotos?” (Cieza de León 1986, p.58)

Las tempranas descripciones geográficas de la zona centro sur del Virreinato del

Perú coinciden en destacar los contrastes paisajísticos y climáticos, y como

consecuencia de esto, lo dificultoso de los desplazamientos y control de este territorio

por parte de la nueva administración. El asombro por lo vasto y deshabitado de

extensas regiones, el aislamiento en que vivían algunos grupos humanos, en climas y

latitudes imposibles a los ojos de los conquistadores, también fueron temas

recurrentes en los relatos de estos autores. De igual manera, las alusiones escritas y

gráficas a la cordillera de los Andes, a la región de Titicaca, al desierto de Atacama,

son indicadores del impacto que produjo – y sigue produciendo – la experimentación

de este paisaje americano por parte de los foráneos. A diferencia de lo que ocurrió en

la región mejicana, el área andina ofreció siempre mayores dificultades para

desplazarse por la presencia de los marcados contrastes paisajísticos, climáticos y

características del relieve que hemos descrito, aspectos todos que fueron recogidos por

numerosos conquistadores y sus cronistas, y que configuran no sólo el paisaje sino

también la identidad del hombre andino.37 La experiencia directa de este ámbito

geográfico es indispensable para contextualizar – y comprender finalmente – las

formas de habitabilidad que pueden surgir en los Andes, en cualquiera de sus franjas o

altitudes. La experiencia recogida en las letras de los cronistas del siglo XVI y XVII, y

posteriormente de los naturalistas del siglo XIX, no difiere en muchos sentidos de la

percepción que se tiene en la actualidad de esos mismos paisajes.

                                                            37 Como plantea Argüedas, este hecho “atomizó” a los pueblos andinos contribuyendo con ello a forjar un fuerte sentido de pertenencia con su tierra, que permanece hasta la actualidad, a diferencia de lo que ocurrió en México: “donde [en México] el territorio no está torturado y dividido por abismos profundos e indomeñables cordilleras como las que quiebran el suelo peruano. El español tuvo en México una movilidad incomparablemente mayor que en el Perú. Nunca cruzó una diligencia de Lima al Cuzco, no de Lima a Trujillo o Arequipa. La locomoción con tiros animales no era practicable ni en la costa ni en la sierra del Perú; el arenal suelo del desierto y los abismos de las cordilleras lo impedían. Los pueblos peruanos estuvieron siempre aislados por la topografía invencible. Y se atomizaron por eso.” (Argüedas 1987, pp.5-6)

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En los estudios preliminares de estas crónicas se hacen algunas consideraciones

que es importante destacar, como el hecho de que se incluyen en ocasiones

descripciones de lugares o de hechos de los cuales el autor no fue testigo directo38, o

bien el conocimiento que tuvieron de textos anteriores que pudieron influir en la

apreciación de determinados hechos o el estilo del escrito39. Asimismo la formación de

los autores (militares o religiosos en su gran mayoría) y el momento en que realizan la

visita (primeros momentos de contactos culturales o avanzada la Conquista), influirán

en la interpretación, énfasis y estilo de los relatos. En cualquier caso, y hechas las

debidas consideraciones, estos documentos aportan aspectos relevantes para el

estudio de los pueblos prehispánicos que han sido claves en el avance hacia una

comprensión más certera de diversos aspectos de su vida.

Estos relatos se enmarcan asimismo en el particular espíritu de esta época, que

encontrará en América el lugar donde plasmar los ideales utópicos que en Europa no

eran practicables. A partir de las descripciones, que ensalzan las maravillas de la

naturaleza y la condición de sus habitantes, se van cultivando los conceptos de

América como el ‘Paraíso Terrenal’ habitado por el ‘Buen Salvaje’, el indio. Entonces

América se convierte para muchos, a partir de estos relatos o dibujos –cargados de

fantasía- en el lugar donde una sociedad utópica era posible.

“Así se fue formando la idea del Nuevo Mundo que desembocó en su concepción utópica. Al principio los historiógrafos ensalzan sus cualidades físicas, que llevan a los pensadores a hacerse la idea de las tierras americanas como paradisíacas e idóneas, dadas sus condiciones climáticas y geográficas, para la implantación de la utopía que en Europa resultaba imposible de realizar. Posteriormente, los historiógrafos atienden más a la figura del indio, haciendo nacer el mito del Buen Salvaje personificado en los habitantes del Nuevo Mundo, que podrán hacer posible la utopía.” (Fernández Herrero 1994, p.25)

Dentro de estas maravilla naturales ensalzadas, la cordillera de los Andes como

señalábamos será objeto de descripciones que destacan su envergadura, tanto por

                                                            38 Este aspecto es relevante considerando que se está estudiando una región que no forma parte de los centros regionales más importantes, bastante distante de los centros administrativos tanto prehispánicos como coloniales, y que se encuentra además apartada de las principales vías de comunicación. Es lo que sucede, por ejemplo, con la obra de Vásquez de Espinoza (1992); el autor no se interna por los valles precordilleranos de Arica, sino que recorre el litoral, lo que explica la omisión que se hace del pueblo de Belén, uno de los más importantes de la ruta descrita. 39 Ignacio Ballesteros (1986) por ejemplo, comenta para la obra de Lizárraga, Descripción del Perú, que, a juzgar por el estilo de crónica de viaje del escrito, el autor debió conocer la obra de Cieza de León, La crónica del Perú, de comienzos del siglo XVI, en la que pudo inspirarse.

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recorrer todo el cono suramericano como por su ancho y la dificultad que supuso

atravesarla para los exploradores y conquistadores.

“Esta cordillera de sierras que se llama de los Andes se tiene por una de las grandes del mundo, porque su principio es desde el estrecho de Magallanes, a lo que ha visto y crece; y viene de largo por todo este reino del Perú, y atraviesa tantas tierras y provincias que no se puede decir. Toda está llena de altos cerros, algunos dellos bien poblados de nieve, y otros de bocas de fuego” (Cieza de León 1984, p.343)

Cieza de León recorre, en efecto, a mediados del siglo XVI, parte importante de

Sudamérica, y en la misión oficial que se le encomienda de informar sobre las

características del territorio que componía el Virreinato del Perú, aporta estas

descripciones que transmiten el impacto que causa el paisaje americano. De los

escritos de Jerónimo de Vivar se desprende que habría recorrido la cordillera al menos

a lo largo de todo el Reino de Chile, y parte importante del virreinato peruano. Destaca

también su gran extensión, sus cumbres nevadas y quebradas.

“Muchas veces se ha tratado de la cordillera nevada, y pareciéndome justo quise decir de ella y dónde procede, que es desde Santa Marta [Colombia], y pasa por cerca de Cartagena y atraviesa todo el Pirú y toda esta gobernación de Chile, y llega al estrecho de Magallanes y pasa adelante, según he visto. Desde Cartagena al estrecho son más de dos mil leguas. En muchas partes de ella no se quita la nieve en todo el año. Tiene de atravesía veinte y cinco y treinta leguas y más, de altas sierras y profundas quebradas.” (Vivar 1988, p.226)

El sacerdote jesuita Bernabé Cobo, a fines del mismo siglo tras recorrer la

región se refiere también a la grandeza del cordón montañoso; “y no han faltado

hombres eruditos, que movidos por su extraña altura y grandeza, sientan ser esta

cordillera el espinazo del Mundo, que lo rodea y ciñe todo en redondo…” (Cobo 1895,

p.138)

El mismo autor detalla a continuación la división de la cordillera, que conforma la cuenca del Titicaca:

“Al paso que la Sierra se va ensanchando cuanto más se llega hacia el Sur, se van apartando entre sí estas dos cordilleras, aunque como son tan altas que se ven á cuarenta y más leguas de distancia, caminando por el camino real de la sierra que va casi igualmente distante de entreambas, desde cualquiera parte, como no haya cerros por delante que lo impidan, se van viendo por todo él, la una á la mano derecha del

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camino y la otra á la izquierda. La Cordillera del mar, dado que de cuando en cuando tienen pedazos muy altos, ásperos y de nevadas cumbres, como es lo que della está en derecho desta ciudad de Lima, que llamamos Puna y Cordillera de Pariacaca, por un gran cerro nevado que tiene deste nombre… Tiene muchos y muy altos volcanes que de continuo están humeando y no pocas veces lanzan fuego; y cuando acaece reventar alguno, hace incomparable daño en todas las tierras y provincias comarcanas, como luego diremos. La Cordillera Oriental ó de los Andes es más alta, de más encumbrados, ásperos y nevados cerros; no se ven en ella volcanes ni es tan ancha como la de la mar, porque lo común es no tener más que desde seis hasta diez leguas de travesía, teniendo la primera de quince a veinte. Es en parte esta Cordillera oriental tan alta y nevada, que mirarla de lejos no parece sino una sarta de panes de azúcar, por los muchos, altos y nevados cerros que tiene continuados unos con otros, son dar lugar en muchas leguas á que se pueda atravesar por ella.” (Cobo 1895, pp.148.149)

Se trata de una descripción muy precisa de la división que experimenta la

cordillera, con las dos vertientes del Camino Real y la relación de alturas entre ambas

ramas. El franciscano Diego de Córdoba y Salinas por su parte, a mediados del siglo

XVII visita la región reconociendo esta división del macizo andino, que se inicia a la

altura de la ciudad del Cuzco:

“Passada la nobilíssima ciudad del Cuzco (antigua Corte que fue de los Ingas) las dos cordilleras se van apartando una de otra a modo de dos piernas, y dejan en medio una campiña grande y llanadas largas, que llaman la Provincia del Collao, adonde hay innumerables ríos, lagos y grandes pastos; y aunque es tierra llana, tiene la mesma altura y destemplanza de las sierras y no se cría arboleada. Es tierra sana y la más poblada de Indias y muy rica por la abundancia de ganados que se crían, assí de los de Europa, ovejas, vacas, cabras, como de los de la tierra, que llaman guanacos y pacos; y en ella hay mucha caza de perdices.” (Córdoba Salinas 1957, p.9)

Durante los primeros decenios del siglo XVII el religioso perteneciente a la

Orden del Carmen Antonio Vásquez de Espinosa recorre una vasta región del

continente americano, motivado por el afán de evangelizar y conocer este “nuevo

mundo”, tal como explica Balbino Velasco (1992) en el estudio preliminar de la obra.

Todo esto a pesar de pertenecer a una de las órdenes religiosas que no obtuvo licencia

por parte de la Corona española para pasar a América. Las descripciones que aporta se

caracterizan por detallar con bastante precisión la región de Arica y Tarapacá, la

calidad de sus pueblos y tipos de edificaciones, a pesar de algunas omisiones que

hacen suponer que no recorre efectivamente las partes más altas.

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Las alusiones al desierto son recurrentes, enfatizando lo árido y despoblado:

“En la costa de esta provincia [despoblado de Atacama] no hay valles, porque el agua

de los ríos no llega a ella, porque se embebe en aquellos inhabitables arenales; los

indios que habitan la costa no tienen comidas; son pescadores, y sólo se sustentan de

diversidad de pescados y mariscos, que hay muy buenos;… En toda esta costa

despoblada e inhabitable, no hay árbol, ni peña a cuya sombra se puedan guarecer del

rigor del Sol…” (Vásquez de Espinosa 1992, pp.875-876); además de destacar la aridez

extrema y su extensión, se enfatiza la distancia entre los centros poblados ubicados en

torno a los valles, separados por grandes superficies despobladas. Los autores, como

Reginaldo de Lizárraga, evocan asimismo los primeros viajes de Almagro y Valdivia por

estas tierras, que significaron pérdidas humanas importantes.

“Desde aquí [puerto de Arica] se va prolongando la costa derecha al Sur, con algunos valles angostos en ella, y despoblados, de quince y más leguas; el camino, arenales, y pasadas creo sesenta leguas, luego se entra en el valle de Atarapacá [Tarapacá]; éste solía ser muy buen repartimiento y rico en minas de plata, de donde se camina por un despoblado de ochenta leguas hasta Atacama, por el cual sin guía no se puede caminar.” (Lizárraga 1986, p.148)

La ciudad de Arica, fundada el año 1541 a causa de su estratégica ubicación,

era el único centro poblado de mayor importancia, que se convertirá en uno de los

puertos que abastecía al mineral de Potosí. Se destaca la escasez y mala calidad del

agua, que a la larga retarda el despegue de la ciudad como centro colonial

importante.40

“La otra cordillera hallo yo que es los arenales que hay desde Tumbez hasta más delante de Tarapacá, en los cuales no hay otra cosa que ver que sierras de arena y gran sol que por ellas se esparce, sin haber agua ni hierba, ni árboles ni cosa criada, sino pájaros, que con el don de sus alas pueden atravesar por dondequiera. Siendo tan largo aquel reino como digo, hay grandes despoblados por las razones que he puesto.” (Cieza de León 1984, p.175)

Entre las razones que esgrime Cobo para justificar la escasa densidad de

muchas regiones americanas están las condiciones climáticas, en especial la falta o

abundancia de agua;

“En estos Llanos del Perú se prueba esto claramente, donde no caen lluvias ni corren sino muy pocos ríos en comparación de la mucha tierra

                                                            40 Más adelante se explicarán en detalle los motivos que retardan el desarrollo de este puerto, a pesar de la importancia estratégica que tuvo durante más de dos siglos.

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fértil que, si hubiera copia de agua, se pudiera sembrar. Corren estos Llanos Norte Sur más de seiscientas leguas [unos 2500 km] con latitud de diez hasta cincuenta, y por falta de agua no es de provecho la vigésima parte de tan gran pedazo de tierra; en el cual hay muchos despoblados de á veinte, á treinta y á cincuenta leguas, en que ni aun para beber los caminantes nace agua, como vemos en las provincias de Piura y Atacama; y así no tenían los indios poblados en estos Llanos más que las orillas de los ríos, y lo demás estaba yermo de hombres y animales.” (Cobo 1895, vol.3, p.6)

La relevancia de los valles queda expresada en el relato, siendo zonas agrícolas

que servían de remanso y puntos de abastecimiento en el desplazamiento por el

desierto, condición explotada por los grupos anteriores a la expansión del Imperio inca.

El trazado del Camino Real de dicho Imperio contempla un ramal por la costa que pasa

por los oasis de Pica y valle de Tarapacá, para proseguir por una gran zona despoblada

que se topa 220 kilómetros al sur con el pueblo de Atacama.

“La habitación desta tierra de llanos es solamente de los valles, ribera de los ríos que bajan de la Sierra General, los cuales nacen en las vertientes de la Cordillera occidental y corren de Oriente a Poniente desde sus nacimientos hasta entrar en la mar del Sur de veinte á cincuenta leguas (…) Los valles de los Llanos distan unos de otros conforme los ríos, unos á cuatro, á ocho y á diez leguas, y otros á quince, á veinte, á cuarenta y más leguas; y el espacio de en medio es de arenales muertos y cerros de rocas y peñas.” (Cobo 1895, vol.1, pp.176-177)

Cieza de León también destaca la importancia de los valles, en cuanto

posibilitan el asentamiento de población y alguna actividad productiva, por sus mejores

condiciones ambientales:

“Y los valles, como están abrigados, no son combatidos de los vientos, ni la nieve allega a ellos; antes es la tierra tan fructífera, que todo lo que siembra da de sí fruto provechoso, y hay arboledas y se crían muchas aves y animales. Y siendo la tierra tan provechosa, está toda bien poblada de los naturales, y lo que es en la serranía (…)Y así como estos ríos entran por los espesos arenales que he dicho y se extienden por ellos, de la humildad del agua se crían grandes arboledas y hácense unos valles muy lindos y hermosos; y algunos son tan anchos que tienen a dos o a tres leguas, a donde se ven gran cantidad de algarrobos, los cuales se crían aunque están tan lejos del agua. .. Y estos valles fueron antiguamente muy poblado; todavía hay indios, aunque no tantos como solían, ni con mucho (…) Desta manera que, aunque he figurado al Perú ser tres cordilleras desiertas y despobladas, dellas mismas, por la voluntad de Dios, salen los valles y los ríos que digo; fuera dellos por ninguna manera podrían los hombres vivir…” (Cieza de León 1984, pp.174-176)

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La temprana descripción que aporta Jerónimo de Vivar en su Crónica de los

Reinos de Chile (1558), incluido en la expedición de Pedro de Valdivia al Reino de

Chile, da cuenta por un lado de la condición desértica, pero también de la agrupación

de la población nativa en torno a las quebradas, únicos espacios con suelos cultivables.

Al margen de estas franjas que bajan de los Andes al mar – y que detalla en su

anchura – reconoce espacios áridos y devastados.

“En esta provincia hay ríos que proceden de las sierras y cordillera nevada que atraviesa por toda esta tierra. E de la nieve que se derrite bajan estos ríos por estos valles; e los naturales tienen abiertas muchas acequias de donde riegan sus sementeras. Estos valles tienen el largo, el compás que hay de las nieves hasta la costa del mar, que con quince y diez y seis leguas. Tienen de ancho estos valles a legua y a legua y media y algunos más y menos. El compás que hay de valle a valle son seis, siete y ocho leguas, y en algunas partes hay más y menos. Todo el compás de tierra que está fuera de los valles es estéril y despoblado e grandes arenales. En todo este compás de tierras que hay estos valles, no llueve las quince y diez y seis leguas que digo que hay de la cordillera nevada hasta el mar, y dentro de la mar no se sabe. El compás en que no llueve es desde Tumbes hasta el valle del Guasco, que serán setenta leguas.” (Vivar 2001, p.48)

A medida que se asciende por los valles y quebradas el suelo cultivable

aumenta, dando paso a fértiles regiones que fueron aprovechadas en todos los

tiempos, y que son en muchos casos el origen de los actuales asentamientos. Los

contrastes entre la aridez del desierto y estos surcos son evidentes y asombrosos,

quedando en evidencia que son los únicos espacios disponibles para el desarrollo de

algún tipo de establecimiento humano.

“La habitación desta tierra de llanos es solamente de los valles, ribera de los ríos que bajan de la Sierra General, los cuales nacen en las vertientes de la Cordillera occidental y corren de Oriente a Poniente desde sus nacimientos hasta entrar en la mar del Sur de veinte á cincuenta leguas...Los valles de los Llanos distan unos de otros conforme los ríos, unos á cuatro, á ocho y á diez leguas, y otros á quince, á veinte, á cuarenta y más leguas; y el espacio de en medio es de arenales muertos y cerros de rocas y peñas.” (Cobo 1895, vol.1, p.176)

En los valles se desarrolla una actividad fundamentalmente agrícola, la cual se

ve incrementada tras la Conquista con la incorporación de nuevos cultivos traídos

desde la Península, generándose una atractiva actividad productiva que atrajo

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población foránea y posibilitó el desarrollo de algunos centros poblados. Vásquez de

Espinosa enumera la gran cantidad y variedad de productos que concentran los

cultivos del valle de Azapa:

“Y tres leguas antes de la ciudad [de Arica] está el valle de Asapa, donde hay buenas viñas y olivares, con molinos para hacer aceite, de que se coge cantidad y más de 8.000 botijas de vino; … siémbrase mucho trigo, maíz, ají, melones, pepinos de la tierra y todo género de hortaliza, que se da con abundancia; bajando por el valle una legua antes de la ciudad salen otros ojos de agua donde hay buenas viñas, olivares e higuerales y se coge de todo con mucha cantidad; siémbrase trigo y maíz que se da en abundancia; … estos dos valles son un pedazo de paraíso de mucha fertilidad y regalo…” (Vásquez de Espinosa 1992, p.696)

La puna causa tanto asombro como la región desértica costera entre los

cronistas por su singularidad paisajística, aislamiento y condiciones climáticas

extremas. Cobo, que como se ha señalado realiza una descripción muy detallada de la

región cordillerana, en el caso de la puna41 distingue dos ‘grados’:

“En el primero, pues, comenzando por lo alto de la Sierra, comprehendemos toda la tierra yerma y estéril que no se cultiva ni siembra, por ser páramos muy fríos y destemplados, que es la que llamamos en el Perú Puna brava, que es tanto como decir el más frío y estéril páramo que se halla… Toda la tierra deste primer grado y temple es por extremo fría y seca, con ser la más abundante de aguas del cielo y de la tierra de toda la Sierra; porque en ella tienen sus nacimientos los ríos todos que atraviesan el Perú y corren á entrambos mares del Norte y del Sur;” (Cobo 1895, vol.1, p.156)

Esta puna brava que se describe está, en efecto, deshabitada, por presentar

condiciones extremas que impiden el desarrollo de alguna actividad productiva. El

segundo ‘grado’ sería la región habitada de la puna, con una altura promedio de 3500

msnm.

“Al segundo grado y andén, como vamos bajando de la Sierra, pertenece la tierra que está inmediata á la del primero, y no es tan estéril como ella, pues lleva los frutos de que se mantienen sus habitadores, que son estas raíces: papas, ocas, macas, hisalas, vllumas y la semilla llamada quínua…[son todos cultivos propios de la región de

                                                            41 Desafortunadamente el autor no se refiere en este documento a la región del lago Titicaca que era una de las más densamente pobladas de la puna, de la que entregaría sin duda datos relevantes: “describirla hé [la región de la laguna de Chucuito o Titicaca] en la descripción de aquella provincia, que irá en la Segunda parte desta Historia”; esa segunda parta se encuentra perdida a la fecha. (Cobo 1895, vol.4, p.215)

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la puna]; pero no se da en él, por ser muy frío, trigo, cebada, maiz, garbanzos ni otras semillas y legumbres que quieren tierra más templada. … Verdad es, que en los lugares más bajos y abrigados de los cerros suelen nacer por el Verano, y sembradas con gran cuidado y regalo, algunas de las legumbres, hortalizas y yerbas de España, como son lechugas, coles, rábanos, nabos, zanahorias, ajos, yerbabuena, orégano, mastuerzo, peregil, culantro, pimpinela, mostaza y otras semejantes…” (Cobo 1895, vol.1, p.161)

El autor se refiere a los cultivos que se producen en los valles o quebradas,

regiones más bajas con suelos fértiles, los cuales, a pesar de la distancia establecían

relación mutua con la parte más alta, habitada por otras etnias. Este particular patrón

de relación tardará bastante en ser comprendido en su real complejidad y originalidad.

Las descripciones de los cronistas del XVI y XVII aportan a la confirmación de la

importancia que tuvo la región del lago Titicaca. El sector es uno de los que cuenta con

las mejores y más abundantes descripciones que resaltan la gran población establecida

a orillas del lago, las características de los indios que la habitan, y las alusiones al clima

que mencionábamos. Hacia el sur, vale decir, el recorrido por el río Desaguadero y el

lago Poopó está menos documentado, en especial por la vertiente occidental. La parte

oriental sin duda fue la más visitada y efectivamente recorrida por estos cronistas,

dado que formaba parte de la ruta que vinculaba los importantes centros coloniales de

La Paz, Oruro, La Plata y el mineral de Potosí, y existían allí una serie de pueblos o

antiguos tambos que siguieron siendo ocupados. Llama la atención la alusión a un

desagüe hacia la costa del Pacífico del lago Poopo que hace en dos ocasiones en su

relato Lizárraga, en circunstancia que ese curso de agua no existió. Esto podría

confirmar que el religioso recorre en efecto la región del lago por el lado oriental, y se

informa acerca del curso de agua que avanza hacia el oeste, llegando al salar de

Coipasa. Sin embargo, en este punto el estrecho río se pierde en el salar,

encontrándose además con la barrera que impone la cordillera occidental de los Andes,

lo que plantea la interrogante acerca de su verdadero paso por esta región. La zona, al

estar escasamente poblada, no revestía tanto interés como la aledaña al mineral de

Potosí de condiciones climáticas más favorables para una agricultura más diversificada,

además de la ganadería.

“La otra vertiente o desaguadero hace el río que llamamos de Chungara y Ayaviri, que entre en la laguna de Chucuito, y ésta desagua por una parte, como diremos, a la mar del Sur…Desde Desaguadero se hace otra laguna que llaman de Paria o de Challacollo [hay nota al pie: Actual

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59

lago Popó] por otro nombre, no tan grande, ni con mucho, como ésta; desagua contra la mar del Sur, sumiéndose sin que responda a alguna parte; por ventura por las entrañas de la tierra va a dar a la mar.” (Lizárraga 1986, pp.180-193)

Esta información confirma que la región en estudio constituyó parte de la

periferia de una de las áreas más pobladas en época prehispánica; sin embargo esta

condición no está vinculada solamente a su emplazamiento en la altura de la puna

andina, de difícil accesibilidad, sino además al hecho de haber quedado históricamente

fuera de los grandes circuitos económicos de los Andes, condicionada por el trazado

del camino del inca. En efecto, las calzadas incas, que habrían sido en gran medida la

consolidación de rutas principales de comunicación definidas por los pueblos de cada

región, no atraviesan el área que nos interesa: existe el camino Real en la llamada

Cordillera Real, y otro por la costa del Pacífico. Durante la época colonial, como se

desprende de los relatos referidos, la ruta por excelencia fue la que vinculó las

ciudades de la Paz, Sucre y Potosí.

La confirmación de la importancia de la región del lago en cualquier caso,

queda de manifiesto en estos relatos; la gran cantidad de poblaciones a las que se

alude también es un dato interesante, en especial porque se trata de asentamientos

que han permanecido hasta la actualidad, a pesar de los cambios drásticos que supuso

la Conquista. Tanto Cieza de León primero, como Córdoba Salinas más adelante, dan

cuenta de esta condición en sus relatos, caracterizando la región como una de las más

pobladas del Perú.

“Esta parte que llaman Collas es la mayor comarca, a mi ver, de todo el Perú y la más poblada. Desde Ayavire comienzan los Collas, y llegan hasta Caracollo. Al oriente tienen las montañas de los Andes, al poniente las cabezadas de las sierras nevadas y las vertientes dellas, que va a parar a la mar del Sur.” (Cieza de León 1984, p.353)

Un siglo más tarde la región continuaba siendo una de las más densas del

virreinato peruano, como constata Córdoba Salinas: “El principal es el de Titicaca, en

las provincias del Collao, que tiene de vox casi ochenta leguas y entran en él diez o

doce ríos caudalosos y otros infinitos arroyos. .. Coronan sus riberas las mejores

poblaciones de indios de nuestro Perú. Hay muchas otras lagunas en los lugares altos

de la Sierra, de las cuales nacen ríos o arroyos” (Córdoba Salinas 1957, p.13)

Page 61: ARQUITECTÓNICO Y URBANO

60

Podríamos afirmar que la mayor parte de los cronistas que aluden a la región

de Arica y Tarapacá lo hacen desde su recorrido por la costa, por los valles bajos del

Pacífico, o bien desde la extensa cuenca del Titicaca. No queda constancia de que

hayan penetrado a la región desde la parte alta; más bien se efectuaba el recorrido

desde el lago hacia el sur siguiendo el curso del río Desaguadero y desde aquí hacia el

cordón oriental de los Andes donde se emplazaban los importantes centros

administrativos y económicos que hemos mencionado. Por la zona desértica se habrían

internado en algunos de los valles más importantes como el de Tarapacá o el de

Codpa, pero siempre hasta los 2000 ó 2400 msnm, quedando una amplia franja

habitada escasamente descrita.

Page 62: ARQUITECTÓNICO Y URBANO

61

1.3.1 Las representaciones gráficas de la región.

Tan significativas como las descripciones escritas aportadas tempranamente por

los conquistadores son las representaciones dibujadas de la región andina que se

realizan a la par con las exploraciones y reconocimiento del territorio, a pesar de que

los planos que se presentan son más tardíos (finales del siglo XVII y XVIII). Se trata en

su mayoría de mapas que dan cuenta de territorios, partidos o regiones. Es interesante

interpretar en ellos la unidad dibujada que construyen, como un complemento del

estudio histórico regional.

Existe una correspondencia entre las fuentes gráficas – cartografía existente en

el Archivo General de Indias de Sevilla – que se han seleccionado para esta región y

las descripciones de ciertos aspectos de la geografía, que quedan recogidos tanto en

los relatos como en los dibujos. Es el caso de la cordillera de los Andes, representada

en toda su envergadura, extensión y continuidad, como una cadena montañosa que se

impone en el paisaje. La misma “espesura” que señala Cieza de León está presente en

los dibujos. Por otro lado la contigua llanura costera desértica, queda representada en

su desolación, con la sola aparición de los esporádicos valles transversales y los

poblados que se ubican en sus bordes.

Las quebradas que surcan el desierto complementan esta condición que se

señala en las crónicas, de originarse en las cumbres de los Andes y rematar en el “mar

del Sur”. Ellas aparecen como los únicos accidentes geográficos en el desierto, sin que

haya alusión a los pequeños asentamientos que se ubicaban en sus laderas o a

pueblos de los valles bajos como Tarapacá o Pica, que tuvieron una densidad

relativamente importante desde época prehispánica. Se trata de representaciones

bastante simplificadas, en las cuales se omiten los valles o alguna referencia a la

pampa del Tamarugal, que contaba con vegetación en esos siglos. La aridez y

desolación del desierto por tanto priman en estas imágenes dibujadas de la región de

Arica y Tarapacá.

En algunos de ellos, como veremos, se alude a que son el resultado de la visita

que efectúa el intendente de Arequipa, Antonio Alvarez y Jiménez (Barriga 1939) a

toda la provincia de Arequipa entre los años 1786 y 1792. Con ocasión de esta visita se

Page 63: ARQUITECTÓNICO Y URBANO

62

realizan catastros de la población y un reconocimiento del territorio que incluye planos

y mapas.

MP Perú y Chile, 132 (Fig. 1.9)

“Plan que en conformidad del artículo 54 de la real ordenanza de Intendentes ha levantado el de la provincia de Arequipa D. Antonio Alverez y Ximénez, del Puerto de Ilo, correspondiente al partido de Arica, al tiempo de su visita provisional, ejecutado en el año de 1793.” (1793)

Las características paisajísticas descritas que dan recogidas en este mapa.

Especialmente la presencia que cobra la cordillera de los Andes, en contraste con los

llanos costeros. La ciudad de Arica aparece como el pequeño caserío que

efectivamente era a finales del siglo XVIII, azotada periódicamente por terremotos,

asaltos de piratas y problemas sanitarios por la mala calidad del agua para el consumo

humano. Se representan una serie de asentamientos que corresponden a los valles de

Lluta y Azapa, los cuales efectivamente concentraron población durante la colonia;

incluso fueron más apetecidos que Arica por la población hispana, por cuanto contaban

con mejores suelos agrícolas y agua de mejor calidad.

Fig. 1.9: Mapa ciudad de Arica.

Page 64: ARQUITECTÓNICO Y URBANO

63

MP Perú y Chile, 122

“Mapa de la costa correspondiente a lospartidos de Moquegua, Arica y Tarapacá comprendida entre los ríos Tambo y Loa.” (1791)

El mapa corresponde al mismo periodo (finales del siglo XVIII), y da cuenta de

la escasez de asentamientos en la costa o la pampa. Esta última aparece representada

en su condición desértica. Los partidos de Arica y Tarapacá prácticamente no tiene

población localizada en las costas (a excepción del puerto de Arica, que se muestra

como un precario asentamiento o el puerto de Iquique, aun más precario), a diferencia

del partido de Moqueua.

Las quebradas aparecen especialmente exacerbadas, identificadas con sus nombres

(Río de Arcia, Quebrada de Camarones, Quebrada de Pica…), como los elementos más

significativos del paisaje.

Fig. 1.10: Mapa partidos de Moquegua, Arica y Tarapacá.

Page 65: ARQUITECTÓNICO Y URBANO

64

MP Perú y Chile, 90

“Mapa del partido Aymaraes, Intendencia del Cuzco.” (1786)

En la representación del partido aymara de Parinaochas (ubicado al sureste de

Pisco, en el actual departamento de Ayacucho) se muestra la organización de las

comunidades, en una región correspondiente a la sierra del virreinato peruano.

Destaca la gran cantidad de pueblos dispersos en el territorio, todos ellos identificados

con su nombre y la correspondiente iglesia, que aparece como la única edificación. Es

un esquema similar al que se observa en el interior de Arica y Tarapacá, rural andino,

donde no existen (a fines del siglo XVIII) centros urbanos para españoles.

En lo referente a las características del territorio, destacan los cursos de agua (con sus

respectivos puentes), y su condición montañosa.

Fig. 1.11: Mapa partido de Aymaraes.

Page 66: ARQUITECTÓNICO Y URBANO

65

MP Perú y Chile, 10

“Mapa del río Manú y misiones que tienen los franciscanos en sus contornos.” (1678)

El río Manú, situado al oriente del Cuzco corresponde a una región andina

fundamentalmente rural, amazónica, donde hasta el día de hoy no existen grandes

centros poblados. El dibujo ilustra sobre la estrategia de instalación de las misiones, en

este caso franciscanas, existentes a finales del siglo XVII. Las poblaciones se

representan con cuadrículas, aparecen también identificados los elementos relevantes

del paisaje, en este caso los ríos y sus afluentes; se identifican también los pueblos, las

parroquias y misiones.

Fig. 1.12: Mapa misiones franciscanas río Manú.

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66

MP Perú y Chile, 22 “Copia del Plano Topográfico de Lima, Capital del Perú y de su presidio y Puerto del Callao, que, como última observación de Latitud Austral y Demarcación Geográfica de las Costas de Chile y Perú, empezando desde el Cabo de Horn, hizo en ella D. Julián Frezier, Ingeniero ordinario de Francia….” (1740)

Se trata de una de los mapas más conocidos de la región, que incluye un

interesante plano de la ciudad de Lima y el puerto del Callao, motivo principal y más

trabajado dentro del total. La contextualización de la capital del Virreinato… La forma

de representar la cordillera de los Andes es ilustrativa de su condición de límite natural,

en cuanto queda presentada en toda su extensión longitudinal y espesor, como una

concatenación de cerros, que se sumerge en el mar al sur de la isla de Chiloé, también

representada. Hay una evidente simplificación de la franja que media entre la cordillera

y la costa; las quebradas vecinas a Arica sin embargo, aparecen como marcados surcos

sobre el desierto.

Fig. 1.13: Mapa ciudad de Lima, puerto del Callao y costa austral hasta Cabo de Hornos

Page 68: ARQUITECTÓNICO Y URBANO

67

1.4 Los pueblos en este contexto geográfico

A partir de las descripciones y caracterización geográfica de esta región andina

se perfila una relación entre zonas distantes y diversas, pero queda también de

manifiesto que las regiones más pobladas se ubican entre la precordillera o sierra y la

puna, por las complicadas condiciones que ofrece la franja desértica.

“…las zona más características son la puna o altiplano y la quishua o sierra, que se interpenetran y forman juntas el medio decisivo donde se desarrolló la civilización andina.(…) Tanto históricamente como en nuestra época, la puna y la quishua, el altiplano y la sierra, el pasto y el valle alto forman una unidad y una sola área cultural. Por encima de ellos está la línea de las nieves; debajo, los arbustos xerofíticos y los desiertos.” (Murra 1999, p.30)

Esta condición particular del paisaje, con sus tres franjas muy delimitadas, es

una situación característica de la parte sur del Perú y norte de Chile, ya que el resto

del litoral tanto peruano como chileno, por ofrecer condiciones climáticas más

favorables, ha posibilitado la presencia de población más numerosa en asentamientos

permanentes, con variadas actividades económicas. Pero el registro de numerosos

asentamientos localizados en torno a los valles y quebradas en la zona precordillerana,

o en la puna, permite referirse a una región que ha estado poblada y, como ha

quedado explicado, en una compleja y eficiente dependencia mutua.

Existen antecedentes de las importantes culturas que se desarrollaron en la

época prehispánica en la región costera norte del Perú, que estuvo más poblada y

contó con centros urbanos relevantes.

“En Sudamérica, la vida urbana renació una vez más en los valles de la costa norte del Perú donde se formaron numerosos pequeños Estados con centros urbanos como capitales. A partir del siglo XII el reino de Chimor incorporó a los Estado de la costa norte, y su política exterior y métodos de gobierno fueron un preanuncio de la organización y de las futuras conquistas del Incanato. Chan-chan, la capital chimú, fue la primera gran ciudad de Sudamérica, posiblemente más extensa y poblada que el Cusco, la capital incaica, al alcanzar ésta su apogeo hacia el año 1500.” (Hardoy 1999, pp.32-33)

La zona costera norte del Perú estuvo más poblada que la sureña debido

fundamentalmente al régimen más abundante de los cursos de agua que bajan desde

los Andes. Este es un factor relevante en la zona desértica que se extiende desde el

Page 69: ARQUITECTÓNICO Y URBANO

68

sur del Ecuador hasta el norte de Chile. Esta región sin embargo presenta diferencias

importantes, siendo una de las más determinantes en la estructura de ocupación

territorial el incremento de la condición árida hacia el sur, situación que en el desierto

de Atacama se torna particularmente extrema. Por este motivo los valles transversales

definidos por ríos o quebradas son escogidos como lugares de asentamiento. El

historiador Jorge Hardoy se refiere a la autosuficiencia de estos valles, sin descartar la

complementariedad ecológica comprobada que existió en varias regiones de los Andes,

modelo de explotación y obtención de recursos que se explicará más adelante. De los

contactos entre estos valles transversales existe alguna evidencia, pero las relaciones

más interesantes e intensas se producen entre las partes bajas y altas, esto es, la

precordillera y la puna.

“La situación del norte era muy diferente a la sureña, el centro de poder se situaba en la costa y su influencia irradiaba hacia otros valles, a la vez que alcanzaba las serranías vecinas. En el sur la supremacía se hallaba en el altiplano y se extendía a la costa en forma de islas y colonias serranas multiétnicas.” (Rostworowsky 1981, p.24)

Otra condición singular de esta región, determinada por los factores climáticos,

se refiere al lugar de emplazamiento de los centros políticos, religiosos o

administrativos de los grupos étnicos. En los Andes meridionales éstos se establecen

en las partes altas, en el altiplano, quedando el resto del territorio, por lo tanto, en una

relación de dependencia directa con esta zona, mediante la complementación ecológica

que brinda acceso a diversos productos provenientes de tierras lejanas. Los

antecedentes más interesantes de la existencia de verdaderos núcleos políticos y

religiosos, se encuentran a orillas del lago Titicaca, cuna de culturas como Tiwanaku,

reconocida como el primer gran centro urbano de Sudamérica, además de planificado.

“El emplazamiento de Tiahuanaco, que mide aproximadamente 1.000 por 500 metros, tal como originariamente aparece en un mapa trazado por Posnanasky,42 constituye la primera ciudad monumental planificada de Suramérica. Las excavaciones más recientes han descubierto una zona urbana que ocupaba un área de cerca de cuatro kilómetros cuadrados.” (Davies 1999, p.62)

En la región del Titicaca también se produce una condición topográfica singular

que se relaciona directamente con la posibilidad de establecer asentamientos mayores

                                                            42 Se refiere a Arthur Posnanasky, quien forma parte del grupo de investigadores que por los años 40 plantean una serie de teorías acerca del origen de esta impresionante ciudad, la construcción de sus monumentos y la llegada de sus habitantes.

Page 70: ARQUITECTÓNICO Y URBANO

69

y, por sobre todo, de referirse a un área culturalmente homogénea. El cordón

montañoso andino se divide en dos vertientes, la cordillera oriental y la occidental,

dejando delimitado un gran valle o meseta donde se ubica el lago Titicaca, el río

Desaguadero y su remate, el lago Poopo. Esta región, conocida como la cuenca del

Titicaca, tiene las características climáticas y ambientales de la puna que se han

descrito. Aquí se emplazaron cientos de asentamientos, de diferentes tamaños, los

cuales tenían al lago como centro.

Esta fue en efecto un área cultural definida y acotada, ocupada por la etnia

aymara. Sin embargo están claras las relaciones que dicha región estableció con los

valles tanto orientales – amazónicos – como occidentales, hacia el Pacífico. Por tanto la

región conocida como circumtiticaca se extiende más allá de esta cuenca, incluyendo la

zona de Arica y Tarapacá, en un régimen de relaciones y dependencias que pasaremos

a detallar. Por el momento interesa dejar claro la existencia de estas relaciones por

parte de los grupos prehispánicos andinos que habitaban el entorno del lago Titicaca y

aquellos que lo hacían en la puna y precordillera hoy chilenas. En este contexto las vías

de comunicación, tanto en época prehispánica como durante la Colonia juegan un

papel fundamental, por las mismas características climáticas que se han descrito,

definiendo circuitos de integración regional, muchos de los cuales se siguen empleando

hasta la actualidad.

“La costa pacífica, desde el departamento de Arequipa en el Perú hasta el de Atacama en Chile, es un área diferente a la Central Andina, ya que ha sido influenciada por Tiahuanaco y luego por los grupos altiplánicos, sin perder por supuesto algunas características particulares debido a su situación marítima. Sin embargo en esta época también ha sido una región marginal y sin mayor desarrollo, que recibió muchos productos, sobre todo agrícolas, desde las tierras altas.” (Bonavia 1991, p.507)

Estas relaciones que destacamos serían, sin embargo, parte una historia más

reciente, ya que autores como Murra (1999) señalan que la región del lago – la cuenca

del Titicaca – previo a la expansión del Imperio Tiwanaku constituyó una región

culturalmente separada del altiplano, y que fue escenario de uno de los hitos del

desarrollo de la habitabilidad regional, al lograr la domesticación de la llama y la

aclimatación de una gran variedad de tubérculos. Esto habría posibilitado la

densificación de esta región y la expansión del pueblo aymara, incorporando las

regiones tanto orientales como occidentales, en una interesante dinámica de relación

que involucraba no sólo aspectos comerciales, sino sociales y políticos.

Page 71: ARQUITECTÓNICO Y URBANO

70

En dirección al poniente, en el actual territorio chileno, identificamos en la

actualidad unos 60 poblados, dispersos a lo largo de la puna, y en las quebradas y

valles precordilleranos. A primera vista el ordenamiento de los asentamientos de las

quebradas y los valles es más clara, en cuanto quedan supeditados – y concatenados

entre sí – a los escasos cursos de agua existentes; en la puna en tanto los pueblos se

ubican de forma más dispersa y sin aparente relación entre sí. En lo que respecta a la

región más baja, los valles adquieren relevancia en el paisaje y constituyen además

micro zonas agrícolas fundamentales para la economía regional.

Posteriormente, con el desarrollo urbano producto de la explotación minera más

masiva y sistemática que se inicia a partir de la Conquista, los valles continuarán

teniendo una importancia fundamental: además de producirse un aumento de

población que alimentar, se requería de forraje para los animales o material de

combustión como parte del proceso de producción. Los poblados de los valles u oasis

dispersos en el desierto hacen posible este desarrollo económico y se sirven de los

esporádicos periodos de bonanza para mejorar la calidad edilicia y embellecer sus

espacios públicos. Con el redescubrimiento del mineral de Huantajaya, por ejemplo, en

las cercanías de Tarapacá en el siglo XVIII, los modestos asentamientos se

modernizan. Más adelante, desde mediados del siglo XIX cuando se produce el auge

de la industria salitrera en la pampa del Tamarugal, se instalarán decenas de oficinas

en plena franja desértica, produciéndose un aumento poblacional importantísimo, que

define un área de influencia igualmente amplia. Entonces es cuando los valles y oasis,

desde el punto de vista de sus asentamientos, logran el mayor despegue económico43.

El tema de los derechos de aguas ha sido otro problema constante en el

desarrollo de la vida en esta región. Los pleitos que encontramos consignados en

documentos por el desvío o usurpación de aguas en época colonial siguen existiendo

en la actualidad. Sin embargo los pueblos prehispánicos, comprendiendo lo escaso del

                                                            43 Cabe señalar que el área de influencia a la que nos referimos admite variadas lecturas, todas igualmente sorprendentes. En lo referido a la arquitectura, los centros urbanos como Iquique o Pisagua se dotan de hermosos edificios públicos, como teatros, hospitales, y desarrollan una interesante arquitectura regional desde la adaptación de las formas y tecnologías importadas al clima y paisaje desértico; las zonas portuarias se equipan de las tecnologías de punta al igual que las instalaciones ferroviarias. En lo que respecta a los centros menores, los pueblos de las quebradas y oasis, se convierten en los lugares de descanso de las familias acomodadas de los campamentos, quedando algunos testimonios arquitectónicos que dan cuenta de las fortunas que se acuñaron con esta industria minera. Esto sucede con los pueblos de Tarapacá, Pica, Matilla y algunas haciendas dispersas en los valles.

Page 72: ARQUITECTÓNICO Y URBANO

71

recurso, lo administran de manera racional. En el caso del Imperio inca, esta

racionalización estuvo sumamente estudiada, en especial para las regiones más secas

del Tawantinsuyu. Cronistas como Reginaldo de Lizárraga, quien recorre parte

importante del Virreinato a fines del siglo XVI y comienzos del XVII, o antes Cieza de

León, aportan interesantes descripciones en las que queda de manifiesto la escasez de

agua en la costa desértica, y el valor de los valles en este contexto.

“Por el contrario estos Llanos son de suyo tan secos, que si no entraran en ellos los ríos que bajan de la Sierra General, no fueran del todo yermos é inhabitables, á causa de no tener otra agua del cielo no de la tierra más que la que les comunican estos ríos; porque no llueve jamán en ellos ni en más de cien leguas la mar adentro por toda su costa; ni hay truenos, rayos, ni relámpagos; y su suelo es sequísimo, sin pozos, lagos ni manantiales.” (Cobo 1895, vol.1, p.174)

Durante la Colonia con el aumento demográfico que produce especialmente la

fundación de estas ciudades y centros mineros, la cantidad de agua se hace

insuficiente tanto para la agricultura como para el uso doméstico o industrial. En el

caso del puerto de Arica, que presentábamos como un importante y estratégico

enclave colonial, los problemas de escasez de agua para la población se resuelven

recién a inicios del siglo XX, con el saneamiento de las aguas de los valles de Lluta y

Azapa, que abastecían a la ciudad. Para la región de Tarapacá, la situación se hará

insostenible durante el periodo de auge de la industria salitrera (finales del siglo XIX y

primera mitad del XX) en que el agua para la población se trasladaba desde lejanos

puertos del sur. Las hipótesis de las alteraciones del paisaje desértico, como la

extinción de los bosques de algarrobos y tamarugos de la pampa del Tamarugal se

fundamentan en esta densificación temporal de la región. Si bien no sería esta la única

causa, no menos cierto es que desde la Conquista se producirá una explotación

bastante irracional de recursos que alteran el equilibrio que los pueblos prehispánicos

preservaban, con nefastas consecuencias para la economía andina, en especial para

aquellos que habitaban las regiones más bajas.

“Con el establecimiento de los españoles y la organización del virreinato se alteró todo el sistema. En la costa la baja demográfica y las reducciones aniquilaron la estructura económica, desaparecieron su ganado y cultivo de lomas. Los serranos en sus agrestes montañas resistieron mejor el embate de la destrucción europea. Es entonces que se produjo poco a poco una transformación en el usufructo de las lomas, a favor de los serranos…. Es forzoso recapitular los motivos de deterioro de las lomas que, al igual que las zonas marginales de los

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72

valles, perdieron su población arbórea. Se talaron sin discriminación todos los árboles en el afán de fabricar carbón vegetal para cubrir las necesidades de ciudades y pueblos. … Si a esta situación se añaden posibles variaciones o pequeñas oscilaciones en el régimen de nebulosidad de la costa, se obtiene una pérdida apreciable de su humedad, con las consecuencias hasta hoy observables.” (Rostworowsky 1981, p.53)

A pesar de los dramáticos cambios ambientales descritos, muchos de los

asentamientos han subsistido, con mayores o menores transformaciones. El área

específica de asiento de los pueblos corresponde a la región norte del territorio chileno,

donde son fácilmente reconocibles las tres franjas territoriales descritas. Los poblados

se han ubicado, a lo largo de la historia, en los cursos de los ríos o quebradas –

algunos de los cuales alcanzan un ancho mayor y definen pequeños valles – o en la

puna, contiguo al límite actual entre Chile y Bolivia.

Los pueblos que se han identificado en esta franja alta presentan interés desde

el punto de vista morfológico, arquitectónico y relación con el paisaje, a lo que se

suma la condición de seguir habitados por población de origen aymara o quechua,

sosteniendo alguna actividad económica. Estos son Cosapilla, Guacollo, Ancapujo,

Chujslluta, Nasahuento, Chañaplaca, Caquena, Parinacota, Chucuyo; más al sur,

siempre en la puna se localizan los pueblo de Ancuta, Guallatiri, Uncalliri; finalmente, a

la altura del salar de Coipasa se ubican Parcoailla, Mulluri, Vilacoyo, Enquelga, Isluga,

Escapiña, Quebe, Cariquima. Muchos de ellos están parcialmente habitados, debido a

la migración de las nuevas generaciones hacia los centros poblados en Bolivia o en la

costa de Chile, en busca de mejores oportunidades. Sin embargo, con ocasión de las

festividades religiosas vuelven a ser profusamente visitados.

Visto desde lo que los cronistas definieron como “los valles bajos del Pacífico” el

paisaje se presenta fundamentalmente desértico, donde el verdor de las quebradas

contrasta fuertemente con la aridez que caracteriza a la región norte del país. A

medida que se asciende por lo Andes, hacia el oriente, los cursos de los ríos definen

franjas más anchas, de nutrida vegetación donde aparecen pueblos, que emplean

hasta el día de hoy el sistema de terrazas de cultivo, paralelas a los cursos de agua. La

parte alta participa de las características que hemos descrito de la puna, con un paisaje

de escasa vegetación en el cual las cumbres nevadas cobran gran presencia. En la

parte norte, cercana a la frontera con Bolivia, se ubican los poblados más altos, a unos

4600 msnm. Esta región colinda con la gran cuenca del Titicaca.

Page 74: ARQUITECTÓNICO Y URBANO

73

Mencionaremos, por la relevancia que tiene, las quebradas y valles más

importantes en orden de aparición de norte a sur: Lluta, Azapa, Codpa, Camarones,

Camiña, Aroma y Tarapacá. Cabe destacar que sólo algunos de ellos llegarán al

Pacífico como tales, ya que pudiendo ser importantes en la parte alta o precordillerana,

pueden debilitarse y morir en su paso por la franja desértica, o bien, encauzarse hacia

otro curso mayor. Sin embargo todos merecen mención por determinar zonas de

emplazamiento de pueblos o caseríos.

Es importante señalar que esta franja más baja fue objeto de mayores

transformaciones durante la Colonia, ya que, a diferencia de la puna, los españoles

desplazarán a la población originaria, para instalarse con sus “haciendas”

aprovechando los suelos fértiles disponibles; es lo que Rostworowsky (1981) llama la

“transformación en el usufructo de las lomas”. Por este motivo los pueblos localizados

en estas quebradas y valles se presentan más intervenidos, dando cuenta de su

relación con los procesos económicos y sociales que tuvieron lugar asociados a las

ciudades, puertos y campamentos diseminados en esta parte del desierto de Atacama.

Al interior de los ríos Lluta y San José se ubican, entre otros, los pueblos de

Putre, Socoroma, Belén y Pachama. Más al sur, en torno al valle de Codpa se localizan

además del homónimo, Guañacagua, Timar, Pachica y Cobija. En la quebrada de

Camiña están los pueblos de Apamilca, Chañaplaca, Yala – Yala; en la quebrdada de

Tarapacá se localizan una serie de asentamientos, entre los cuales rescatamos por el

interés que revisten desde los aspectos arriba señalados, los de Tarapacá, Guaviña,

Mocha, Sibaya, Chiapa, Chusmiza. Finalmente en la quebrada de Mamiña se identifica

el pueblo del mismo nombre.

Hacia el sur aparecen ciertos límites naturales, como los salares de Pintados y

de Uyuni, o las quebradas prácticamente secas, que anuncian el inicio del llamado

“despoblado de Atacama”, la región más árida de este desierto. Por esta condición

existen escasísimos asentamientos humanos, reapareciendo unos 150 km al sur, como

parte de un otro sistema cultural andino, a saber, la cultura atacameña. Este

despoblado de Atacama configura otro marco geográfico particular, separando las dos

regiones. Si bien existe una vía de comunicación por la costa y otra por la puna, como

parte de la red vial consolidada por los inca y posteriormente empleada por los

Page 75: ARQUITECTÓNICO Y URBANO

74

conquistadores, no hay una continuidad de valles habitados como venía sucediendo

desde la costa del Perú, a pesar de lo desértico del paisaje. No obstante los posibles

contactos prehispánicos que pudieran haber existido, éstos parecen haberse producido

por políticas externas, como fueron la unificación territorial impuesta por los inca, más

que por una tradición o interdependencia, durante la época prehispánica,44 y

posteriormente durante la Colonia, circunstancia en que se inicia una división

administrativa del territorio.

                                                            44 A variados contactos culturales entre los pueblos y etnias andinas en épocas prehispánicas nos referiremos más adelante, en forma detallada.

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75

2. Los grupos étnicos

La revisión en profundidad de los temas etnohistóricos de la región en cuestión

constituye un tema central para la comprensión de las modalidades de ocupación y

estructuración del espacio andino, en especial porque se ha insistido en que se trata de

grupos humanos que obedecían a prácticas sociales muy apartadas de lo que se

conocía a la fecha de su incorporación al mundo occidental. Pese a los adelantos en la

correcta interpretación de estas culturas, a través de los vestigios arqueológicos y

documentación en general, se puede seguir explorando en la búsqueda de los

modelos, patrones y motivaciones que dieron como resultado fenómenos

sorprendentes, como las complejas organizaciones sociales y políticas, o la ocupación

de un medio territorial que se controla y se carga de significado. Algunas de estas

manifestaciones, reflejadas en hechos construidos, uso de los espacios públicos y

conmemoración de festividades andinas perduraron a pesar de la Conquista española,

que impuso nuevos órdenes en la región andina, de características y alcances ya

conocidos.

Page 77: ARQUITECTÓNICO Y URBANO

76

2.1 Identificación de los habitantes de la zona

Diversos historiadores han hecho alusión a la dificultad que supone la

construcción de mapas étnicos prehispánicos en la mayoría de las regiones del

continente americano. Las dificultades con que topamos se refieren, por una parte, a la

ausencia de fuentes escritas originales y, como ya hemos citado, a lo poco preciso de

los contenidos de muchos relatos de los siglos posteriores a la Conquista. Pero la

dificultad mayor ha estado en hacer una correcta interpretación de los modos de

ocupación del territorio por parte de estos grupos étnicos, en un paisaje que es

igualmente complejo, para establecer con precisión cuáles fueron las áreas habitadas

por cada uno y la lógica de ocupación. Una serie prácticas, como la movilidad,

compartida por varios pueblos andinos, y que continúa siendo investigada hoy para

precisar su alcance, dan como resultado áreas con ocupaciones étnicas complejas, y

muy diversas, que descartan el dominio exclusivo, o supremacía de una determinada

etnia en una región específica. Es por ello que la búsqueda de estas entidades

culturales dentro una región no persigue la delimitación de zonas. Más bien, partiendo

de los hechos – en este caso construidos y habitados que subsisten en una región de

los Andes – se realiza una exploración a partir de los grupos étnicos que han ocupado

la región, y los contactos culturales ocurridos. Se deben tener en consideración,

además, las alteraciones que sufrieron sobre todo las zonas más densamente

habitadas durante los primeros años de la Conquista, y que desconfiguraron

notablemente el modelo preexistente.

En la región sur de los Andes, en la cuenca del Titicaca y sus valles

occidentales, ya se había producido una modificación parcial en la ocupación como

consecuencia de la expansión del Imperio inca, ocurrida a partir del año 1440

aproximadamente. Era un área habitaba principalmente por la etnia aymara, pero bajo

el dominio de los incas, los cuales también llegan a establecerse en algunas regiones

precordilleranas. Sucede en esta zona lo mismo que en muchas otras del

Tawnatinsuyu, donde lo que más interesó a los incas fue imponer una organización

social y política muy clara, que se traducía en prestaciones de servicio para el Inca, sus

ejércitos y demás autoridades civiles y religiosas. Pero algunos grupos étnicos

“dominados” continúan con sus prácticas y costumbres locales, que en muchos casos

se relacionan con el territorio en el que se emplazan. Para nuestros objetivos la

aproximación a la distribución territorial prehispánica, a través de mapas, es

Page 78: ARQUITECTÓNICO Y URBANO

77

importante ya que contribuye a explicar el sentido de ocupación de un espacio

determinado y la extensión que alcanzan las culturas de la región.

En opinión de los estudiosos del pueblo aymara, con su centro en el lago

Titicaca, éste sería uno de los pocos grupos prehispánicos que conserva una unidad

cultural y territorial que permite imaginar la idea de una sociedad “menos masificada”

en la América actual.45 A partir de lo anterior se puede inferir la persistencia de una

identidad propia, que surge y se arraiga firmemente desde una localización, a pesar de

los cambios administrativos, económicos y sociales operados. A continuación se

presentan características de este grupo étnico a partir de las cuales se podría

configurar un perfil que explique esta identidad aymara.

Las investigaciones arqueológicas y etnográficas sitúan al grupo étnico aymara

como habitantes de las partes altas de las regiones de Arica y Tarapacá. Se trata de un

grupo que habita el área surandina, emplazándose de preferencia en las regiones

altiplánicas y ocasionalmente en las precordilleranas de ambas vertientes de la

cordillera de los Andes. Los aymara, de acuerdo con el patrón de ocupación territorial

propio de los grupos andinos, hacían uso de terrenos en zona alejadas de sus centros

administrativos (la modalidad de "colonias"), lo que les permitía acceder a una amplia

variedad de recursos naturales. Por lo tanto, es posible también ubicar colonias aymara

en la costa del Pacífico. Pero sin duda que el centro de operaciones de esta cultura se

ubica en la parte alta de la cordillera, específicamente, región conocida como el área

circumtiticaca. Los aymara son, por cierto, reconocidos como uno de los pueblos

altiplánicos por excelencia, dedicados a la ganadería. Esta región del lago, el Collao, se

constituye en su centro, razón por la cual estuvo densamente ocupada por grupos de

diferentes señoríos que se asentaron especialmente en las riberas del lago Titicaca.

“Antes de la llegada de los Incas al Collao los Aymara vivían en las partes altas de la puna. Denominaban a su tierra urco, o sea tierra alta o thaaña, la tierra fría. La economía de esta puna que corría a lo largo del Collao, era fundamentalmente pastoril: llamas y alpacas buscaban alimento entre las escasas hierbas y gramíneas que crecían en aquellos páramos sometidos a fuertes contrastes térmicos.” (Bouysse-Cassagne 1987a, p.213)

                                                            45 Para el estudio en profundidad del pueblo aymara se han consultado una serie de autores, entre los cuales destacan, Boysse-Cassagne 1987, 1987a,1988,1997; Albó 1988; Carter 1988; Gutiérrez Flores 1970; Harris 1988, 1988a; Lumbreras 1974; Murra 1970, 1975, 1988; Hidalgo 2004.

Page 79: ARQUITECTÓNICO Y URBANO

78

La consolidación de la ocupación del área por parte de los aymara es un

proceso largo y complejo que está marcado por una serie de disputas territoriales. Si

bien no existe consenso respecto del origen de este grupo, sí es posible datar su

asentamiento en la región desde épocas remotas, coincidiendo con la aclimatación de

especies animales y algunos tipos de tubérculos. De esta forma logran un desarrollo

cultural tal que les permite iniciar una organización social y económica más

evolucionada, estableciendo de paso estas redes de contacto con territorios distantes,

como la costa del Pacífico. La producción de excedentes, especialmente aquéllos

derivados de la crianza de llamas y alpacas, además de algunos metales y piedras

semipreciosas, repercute en aumento de población con el consiguiente desarrollo

político y económico. El surgimiento de la cultura tiahuanaco se produce en estos

momentos de consolidación y auge de actividades agropecuarias y estructuras sociales,

en torno al 600 d.C.

Lo que ocurre a partir de la expansión de la cultura Tiahuanaco genera un

interesante intercambio cultural, dando paso además a una sociedad con

características más urbanas. El fenómeno imperial Tiahuanaco se extendió por una

vasta región del Perú actual, además de la región precordillerana y alta del actual norte

de Chile. Sin embargo, en el momento de la Conquista todas estas regiones señaladas

se encontraban bajo el dominio inca.

La actividad económica principal del pueblo aymara es la ganadería; debido a

las condiciones climáticas extremas, sólo en determinadas regiones (bajo los 4300

msnm) es posible el desarrollo de la agricultura. Los grandes rebaños de llamas y

alpacas son una característica distintiva de este pueblo altiplánico, otorgándoles de

paso cierta jerarquía por el valor que tenían estos camélidos para los pueblos andinos.

Se trataba de animales muy cotizados, ya que proveían de lana,46 servían como

vehículo para el traslado de cargas de mediano peso, además del aprovechamiento de

su carne. Todo esto hacía de los aymara una etnia poderosa, y de su territorio un área

permanentemente codiciada.

                                                            46 Los tejidos, tema que no desarrollaremos en esta oportunidad, tienen gran importancia en las culturas prehispánicas. Se utilizan no sólo como vestimenta y abrigo para enfrentar las frías temperaturas de la puna, sino también con fines rituales. La gran cantidad de hallazgos de piezas textiles en tumbas o asociados a centros ceremoniales en diversas regiones del continente es una muestra de este valor.

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79

“El área circumtiticaca en el altiplano de Perú y Bolivia con territorios ricos para la ganadería de camélidos, permitió el florecimiento de varios centros formativos que disputaban territorialidad incluyendo áreas periféricas como el norte de Chile. (...) Este proceso comprometió amplias zonas en los Andes dentro de las cuales se encuentran áreas donde se originaron los cambios y otras periféricas que sólo tuvieron que readaptarlos a sus particulares condiciones. Este fenómeno ocurría entre 4000 a 3000 años AP (2000-1000 a.C.), y los principales centros reconocidos son Pukara, Wankarani, Chiripa y Tiwanaku.” (Santoro 1985, p.35)

La región del Titicaca sin embargo, no presentaba una homogeneidad cultural,

a pesar de ser una región fundamentalmente aymara. La región del Collao estaba en

principio dividida en dos porciones, el umasuyo, que correspondía a la parte oriental de

la cuenca, extendiéndose hasta el sur del Potosí. En este sector se ubicaban diferentes

señoríos aymara, como los grupos soras, charcas, chuis, chicas, collas y pacajes, estos

últimos en la periferia del lago Titicaca. Dentro del umasuyo se localizaban además los

uros, el único grupo no aymara de la región. La vertiente occidental de del lago y la

región alta de la puna, se denominaba umasuyo. Aquí habitaron los collas, lupacas,

pacajes, quellacas, caracaras y carangas. Algunos de estos grupos como veremos

traspasan la cordillera occidental, generando enclaves en los valles bajos, hacia el

Pacífico.

La significación del ámbito territorial así como las relaciones mutuas en que se

desenvuelven estas culturas andinas es evidente y se demuestra en sus prácticas y en

la estructuración de su mundo. En el caso de los incas la división en los cuatro suyos, o

parcialidades, es un concepto complejo que integra lecturas diversas, entre ellas la

geográfica47. Las divisiones que constituyen su mundo están asociadas a capacidad

productiva, complementariedad y condiciones climáticas, entre otras. La relación entre

los incas, con su centro en el valle del Cuzco, y la región del lago está confirmada a

partir de los mitos y la tradición oral, que identifican el lago (Chucuito, para los incas)

como su lugar de procedencia.

El papel que juega el lago Titicaca, el río Desaguadero, y su remate, el lago

Poopo, es fundamental en muchos sentidos, no sólo para los aymara sino para otros

grupos andinos; la significación que le otorgan los grupos a los elementos del paisaje                                                             47 “La voz Tahuantinsuyo, compuesta de tahua (cuatro); ntin (reunión de) y suyo (parcialidad agrícola) señala con precisión el concepto de la agrupación de cuatro parcialidades afines, traducible en la forma de “las cuatro provincias unidas”, o bien en la del “Imperio de las cuatro provincias confederadas”. Ella tuvo una potencialidad agrícola indiscutible por aquello de “suyo”. (Cúneo Vidal 1977, p.189)

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repercute en su universo simbólico y en la organización de sus asentamientos. Los

mitos acerca del origen del pueblo inca sitúan los acontecimientos en el lago Titicaca,

de cuyas aguas habrían emergido los primeros incas. Por otro lado, el lago ofrece la

posibilidad de establecer asentamientos humanos en una localización de condiciones

climáticas extremas.

La región del lago ha sido objeto de una serie de exploraciones científicas,48

atraídas por las descripciones que los cronistas hicieron de la región, lo poblado de sus

costas y las condiciones ambientales. Ellas han dado como resultado cartografía de

todo el sistema de aguas existente, vale decir, lagos Titicaca, Poopo y río

Desaguadero, describiendo sus habitantes, flora fauna, clima, entre otros. Son

interesantes los comentarios que aporta Neveu Lemaire, quien recorre la zona el año

1903, donde valora la unidad de este sistema de aguas interior:

“Anciennement, les deux lacs devaient communiquer et leurs eaux s’etendaient probablement sur toute la partie du haut plateau situeé entre le 15 et le 21 degré de latitude Sud, et comprise entre la Cordillère de los Frailes d’autre part. (…) Cette vaste mer intérieur recouvrait la pampa de Empeza, à l’ouest d’Uyuni, et toute la région occupée aujourd’hui par le lac Poopo, Pazaña, Oruro, Corocoro, La Paz et le lac Titicaca.” (Neveu Lemaire 1906, p.191)

Los aymara, etnia dominante en la región, conciben y estructuran un espacio

dualista. Y, justamente, será el llamado “eje acuático” – conformado por el lago

Tititcaca/ río Desaguadero/ lago Poopo – el que definirá la partición territorial de esta

región de la puna andina. El río habría servido de límite provincial natural en especial

en época prehispánica, definiendo el territorio de los diferentes señoríos aymara y

además la división entre la región del Collasuyo y del Cuntisuyo, bajo el Imperio inca. A

partir de esta división, el mundo aymara determina un orden del espacio, un arriba y

un abajo (urco/uma). Bajo esta concepción ordenan y se relacionan con los territorios

más allá del área circumtiticaca. (Figura 1.14)

“Opuesto a las tierras altas del urco, los valles se extienden más abajo. El término uma-uma, que se refiere a un conjunto de valles cercanos –...–, designaba según parece, las tierras bajas del oriente y no los valles

                                                            48 Neveu Lemaire (1906) hace una revisión crítica de la planimetría realizada a la fecha de su visita a la zona, el 1903; destaca la obra de D’Orbring, 1835. Voyage dans l’Amerique méridionale. París; Pentaland, s/a. The laguna of Titicaca and the valleys of Yukay, Callao and Desaguadero in Perú and Bolivia, from geodesic and astronomic Observations made in the years of 1827 and 1828, 1837 and 1838; Wedell, 1862. Voyage au nord de la Bolivie. Paris 1953; PAZ SOLDAN. Geografía del Perú. París.

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Fig. 1.14: LA CUENCA DEL TITICACA.

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costeños. De hecho, éstos no forman un todo homogéneo y quedan aislados los unos de los otros en el desierto del Pacífico. Por el contrario, en la hoya amazónica, los valles estás más o menos en contacto unos con otros. (...) Los grupos se definen tanto en el orden permanente del espacio como en el curso del tiempo, y la mitad umasuyu constituye un espejo para la identidad de la otra, urcosuyu, en la medida en que es su opuesta metafórica, tal como lo son en la figura de acua el día y la noche, el negro y el blanco, el agua y el fuego.” (Bouysse-Cassagne 1987a, pp.219.221)

Con la finalidad de precisar cuáles señoríos aymara se ubicaron en esta región y

aproximarnos a su distribución, nos basaremos en las investigaciones llevadas a cabo

tanto en el territorio chileno como en el altiplano boliviano. En este último podemos

encontrar vestigios de centros urbanos prehispánicos, a diferencia de lo que sucede en

la sierra o valles costeros. Esto da cuenta del grado de desarrollo alcanzado por los

reinos altiplánicos. El mapa étnico aymara que construye la historiadora Thérese

Bouysse-Cassagne (1987a), abarcando principalmente el territorio boliviano, constituye

un documento base muy interesante para establecer las relaciones con la vertiente

occidental de los Andes. Desde el punto de vista de la ocupación territorial,

señalábamos que los aymara concebían un espacio dual y, en este sentido, el eje

acuático conformado por el lago Titicaca, el río Desaguadero y el lago Poopo, define un

‘arriba’ (uma) y un ‘abajo’ (urco). La mayoría de los señoríos étnicos aymara tenían

tierras a ambos lados de este eje, es decir en el umasuyu y en el urcosuyu49 , eje que

a su vez marca una división geográfica, ecológica y mítica. (Figura 1.15)

“El mapa dibujado a partir de estos datos50 permite distinguir dos grandes grupos. A partir del pueblo de Urcos (a pocos kilómetros del Cuzco), constatamos que el grupo urcosuyu está implantado en las partes altas del altiplano, y que el umasuyu forma una faja que se sitúa en la parte oriental del lago Titicaca. Es en la zona lacustre donde esta división urco/uma es más notable, ya que todos los señoríos circunlacustres, excepto el Lupaca, son bipartitos.” (Bouysse-Cassagne 1987a)

Hacia el sur la situación es algo diferente; se sigue reconociendo este espacio

dual, pero los señoríos se organizan a un lado del eje acuático. Es lo que sucede con

los caranaga, ubicados cerca del lago Poopo. Esta región se caracteriza por una mayor

amplitud de la cadena montañosa, lo que puede motivar en parte la ocupación de sólo

                                                            49 La palabra suyu tiene, tanto en quechua como en aymara, un significado similar y se emplea para designar partes o fracciones de un todo. El término Tawantinsuyu, por ejemplo, se refiere a los cuatro cuartos del todo. 50 La autora construye el mapa a partir de los datos contenidos en la visita que efectúa Luis Capoche a la región en 1585. (Capoche 1959)

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una de las fracciones. Lo que se ha comprobado a partir de las investigaciones llevadas

a cabo, especialmente por Riviére (1982) sobre la población caranga de mediados del

siglo XVI, es la relación de este grupo étnico con los valles occidentales, abarcando la

parte alta y los valles bajos del actual territorio chileno. (Figura 1.16) Esto nos permite

centrar la atención en la etnia aymara en general, y en los caranga, grupo étnicos

aymara del sur, en particular.

En la región de Arica, por su parte, tiene lugar entre los siglos X al XIV el

periodo llamado Desarrollo Regional, que se caracteriza por la consolidación de los

asentamientos en la costa y la sierra, favorecido por los recursos marinos y el cultivo

en torno a los valles transversales que aparecen en el paisaje desértico. Una de las

particularidades de esta etapa es la autonomía lograda por los asentamientos, después

de siglos de dominaciones por parte de la gente del altiplano. Hay que tener claro que

esta relación nunca se perderá del todo, pero la época que precede al desarrollo

regional, marcada por la expansión del Imperio Tiahuanco, impide un desarrollo más

efectivo de las culturas locales. Durante este periodo, aun cuando hay una fuerte

actividad relacionada con el mar, los centros más importantes se ubican en la sierra, e

incluso en el altiplano. Los centros costeros no alcanzan la categoría para ser

calificados como urbanos, compartiendo las condiciones que establece Hardoy para la

Fig. 1.15. Mapa étnico aymara.

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84

denominación de urbano a un asentamiento prehispánico.51 La relación no obstante

entre altiplano, sierra y costa están bastante comprobadas por la arqueología y la

documentación histórica (Larraín 1975; Hidalgo 2004), y fueron producto de las

limitaciones productivas de cada una de ellas.

De acuerdo con las investigaciones llevadas a cabo, en especial por el Instituto

de Antropología y Arqueología de la Universidad de Tarapacá, durante el periodo de los

llamados Desarrollo Regional existió un fortalecimiento de los señoríos y cacicazgos

hacia los valles occidentales y una cierta autonomía de las partes bajas respecto de las

altas, estableciéndose centros administrativos en regiones más bajas. A los habitantes

de las partes bajas, costeras, se los conocerá como yungas.

“Esta área, después del periodo Tiwanaku estaba ocupada por poblaciones de origen altiplánico pero que alcanzaron, al parecer, una cierta independencia política de los antiguos núcleos de poder altoandinos. Este periodo se reconoce en la arqueología de Arica como desarrollos regionales. (...) Podemos suponer que esta población de la sierra y valles costeros es la que más tarde se conocerá en las crónicas y documentos coloniales como ‘Yungas costeros’.” (Hidalgo 2004, p.471)

                                                            51 Estas condiciones se refieren a extensión y población, densidad, existencia de un trazado que permita identificar espacios públicos, heterogeneidad y diferenciación jerárquica de la población, constituirse en centro de servicio. (Hardoy 1999, pp.24-25)

Fig. 1.16. Mapa señorío caranga.

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85

La interdependencia de los grupos en esta región geográfica es, sobre todo, por

necesidad; en esta, en particular, se producirán fuertes disputas frente a la presión del

altiplano por establecer enclaves en la parte baja y acceder a una mayor variedad de

recursos. Los pukara (fortalezas prehispánicas) que existen diseminados en la región

son un testimonio de este hecho.

La presencia de señoríos aymara en el sector occidental ha quedado

demostrada en parte, como se ha señalado, desde la arqueología y revisión

documental. En este sentido uno de los textos más interesantes, que contribuyó a la

confirmación de esta teoría de la verticalidad y complementariedad ecológica es el de

la visita que efectúa en el año 1567 Garci Diez de San Miguel a la región del Titicaca. A

partir de este documento se podrá comprobar la presencia de enclaves lupaca en las

costas de Arica, además de los valles e Azapa y Lluta. Bajo esta misma modalidad se

ha reconocido la presencia de los pacaje y los caranga en el área que nos ocupa,

siendo estos últimos localizados con mayor certeza en las regiones precordilleranas o

sierras, con centros administrativos importantes.

“Los antecedentes documentales que poseemos sobre el establecimiento y la organización de la presencia altiplánica en los valles de Arica son fragmentarios, pero permiten vislumbrar un grado de hegemonía por parte de los caranga. Sabemos que otros señoríos aymara occidentales, concretamente los lupaqa y pacaje, estabas presentes en Arica, pero los testimonios que conocemos son escuetos y dudosos.” (Hidalgo 2004, p.481)

El señorío caranga se habría extendido previo a la Conquista hasta los valles,

estableciendo en los pueblos de Belén (Tocoroma) y Socoroma centros, donde

habitaban los señores étnicos, y que controlaban los territorios bajos, dependientes de

Turco, la ‘capital’ caranga, ubicada en la cuenca del Titicaca. Se trataba de

emplazamientos estratégicos entre las regiones bajas costeras y la puna. Esta

estructura se habría sostenido hasta el siglo XVIII, cuando se produce el

fortalecimiento del cacicazgo de Codpa. La población caranga habría alcanzado Belén

en el siglo XVIII las 414 personas, en relación con las 396 que habitaban en Codpa.

(Hidalgo 2004) Por su parte John Murra, en sus apuntes sobre la estructura de

archipiélago de los pueblos andinos, se refiere a la localización de los asentamientos

caranga, tanto en el actual altiplano boliviano como en la región occidental, hacia la

costa del Pacífico. Murra los identifica también como un señorío altiplánico, dedicado al

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igual que los demás grupos aymara, a la crianza de camélidos, actividad que se

complementa con la de sus múltiples colonias.

“Es así que Nina Chuqi y Manan Willka, los dos señores de los Karanka, tenían sus "labranças" y la mayoría de sus súbditos cerca de Turco, en el altiplano hoy boliviano. Otros de su gente controlaban diversas estancias de la puna, donde pastaban sus camélidos. Más abajo de Turco, en territorio que hoy son chilenos, tenían Nina Chuqi y Manan Willka súbditos poblando valles productores de maíz; en los "yungas de la mar" como Sabasta o Codpa, estaban sus huertas de fruta y coca. Finalmente, en la desembocadura del Lluta, donde hoy está la ciudad de Arica, los Karanka tenían asentado "sus" pescadores.” (Murra 1988, p.63)

Esta situación se mantiene durante algunos siglos, pues existen antecedentes

de que en el XVIII, cuando tuvieron lugar las luchas internas por la recuperación de los

cacicazgos, la zona seguía disputando su pertenencia con la parte alta, más que con

los valles bajos de Azapa y Lluta. La situación se resuelve, finalmente, con el apoyo de

la administración central y con el fortalecimiento del cacicazgo de Codpa, asentamiento

vecino a Belén. Sin embargo, como hemos señalado, la dependencia de las tierras altas

con los valles bajos y la costa es una necesidad, y los caranga recuperan sus

archipiélagos en la parte baja. En estos enclaves, fundamentalmente agrícolas, se

cultivaba maíz, alfalfa y trigo. Belén continuará siendo un centro importante para este

grupo étnico, lo que revela además que, por sobre la administración impuesta,

subsisten rasgos propios del sistema organizativo prehispánico. Debe tenerse en

consideración que durante la Colonia gran parte de estas escasas y preciadas tierras

fértiles fueron explotadas por los encomenderos, ocasionado el repliegue de gran parte

de la población originaria a la puna, lo que le agrega valor a la persistencia de estos

esquemas prehispánicos.

Para nuestros fines es interesante resaltar cómo este grupo étnico fue capaz de

mantener un sistema de estructuración del territorio, fundado en un hondo

conocimiento del paisaje, sus ciclos y recursos, y que le da sentido además a su

estructura social. En general la presencia caranga se la ubica en los pueblos de la parte

alta de la sierra, fundamentalmente entre los 2000 y 3500 msnm. Algunos de estos

poblados existen aún en la actualidad,52 aunque con claras intervenciones ocurridas

durante los siglos que suceden a la Conquista. Los lazos de parentesco así como la

                                                            52 Nos referimos a Tignamar, Pachica, Esquiña, Codpa, Camiña, Chusmiza, Sibaya, Guallatire, además de Belén y Socoroma.

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87

pertenencia a un sistema social y económico de origen prehispánico tuvieron una larga

permanencia en algunos puntos de esta región, por sobre las nuevas delimitaciones

tanto administrativas como eclesiásticas, obedeciendo a sus atávicos arraigos

culturales.

“Según testigos caranga de comienzos del siglo XVIII, varios pueblos serranos como Socoroma, Tignamar y Pachica eran doctrinados por el cura de Turco a comienzos del siglo XVII, lo que implica que los habitantes de aquellos pueblos seguían adscritos a este núcleo altiplánico. La petición de 1612 de los caciques de Turco – Hatun Caranga confirmaba este testimonio. Tocoroma – Belén es identificado enfáticamente como un pueblo sujeto al corregimiento de Caranga ‘sin que los corregidores de Arica tengan jurisdicción …” (Hidalgo 2004, p.492)

Si bien estamos ante un señorío relativamente menor, en relación con los

grandes señoríos aymara como el lupaqa, reconocemos entre ellos aspectos comunes

al mundo aymara. Cuando John Murra (1975) desarrolla su tesis de los pisos

ecológicos para los pueblos andinos, advierte cuatro modalidades de estructuración

social y terriotrial, de acuerdo con la manera de organizar este aprovechamiento de las

condiciones productivas lejanas, y al lugar de emplazamiento de sus centros.53 Los

caranga se enmarcan dentro del tipo caracterizado por tener centros de poder y

población ocupando partes altas, con sus correspondientes colonias permanentes en

partes más bajas. Esta condición de permanencia es la que nos permite remitirnos a

los asentamientos que Riviere (1982) reconoce como pertenecientes al territorio

caranga y a la información que aportan los documentos54 como base para la

comprensión de la lógica de ocupación, aún en épocas posteriores a la Conquista.

Esta configuración étnica de difícil comprensión para los conquistadores sugiere

una caracterización de territorios muy singular tanto por su composición étnica como

por la relación de tenencia con la tierra. Dentro de los grupos que tenían como centro

la región del Titicaca, y que se extendieron hacia los valles costeros occidentales o

amazónicos orientales, se conservaron durante la Colonia con mayor o menor

integridad rasgos culturales comunes, como esta organización territorial, que

posibilitaron un intercambio cultural como en épocas prehispánicas. En muchos de los

                                                            53 Murra (1975) ejemplifica a partir del señorío lupaqa, el que comparte una estructura similar a los caranga, en cuanto se trata de un pueblo eminentemente altiplánico, a diferencia de otros que tenían sus centros en zonas más bajas. 54 Nos referimos en particular a los textos de reclamo y cédulas de encomienda analizados por Riviere, 1982; Barriga, 1955 e Hidalgo, 2004, relativos al pueblo caranga en la región.

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88

valles tanto de Arica como de la región de Tarapacá las organizaciones se conservan,

especialmente asociadas a la figura de los señores étnicos, a pesar de la dominación

hispana. Por este motivo es posible reconocer hasta la actualidad presencia aymara en

las regiones citadas.

“Los aymaras de Tarapacá forman parte de un pueblo andino milenario que hoy se extiende desde las orillas del lago Titicaca, pasa por el altiplano boliviano y la cordillera de la Primera Región de Chile y termina en el Noroeste de Argentina. Este pueblo se compone de múltiples etnias que, a pesar de las repetidas reorganizaciones administrativas llevadas a cabo durante la Colonia y la República, es posible distinguirlas hasta hoy día con criterios lingüísticos y socioeconómicos.” (van Kessel 1996a, p.169)

En este contexto multiétnico prehispánico, destaca el reino lupaqa, como uno

de los grupos aymara más evolucionados del sur andino. Su área de influencia abarca

la zona aledaña al lago Titicaca, más una serie de regiones ubicadas en zonas alejadas

de su centro administrativo Chucuito, llegando hasta la costa del Pacífico, a la altura de

la actual ciudad de Arica. Las excavaciones arqueológicas, así como las crónicas

resultantes de las visitas, han permitido precisar con bastante certeza el área ocupada

por este reino. Esta área coincide con el emplazamiento de parte de los actuales

pueblos de las regiones de Arica y Tarapacá; específicamente Arica aparece como uno

de los enclaves de la costa, citado en la visita de Garci Diez de San Miguel, el año

1567. (Figura 1.17)

“El reino o señorío Aymara de los Lupaqa, ya mencionados, cuyo centro político y demográfico se ubica en la orilla suroeste del lago Titicaca, controlaba asentamientos bien lejanos desde este núcleo, tanto en los yunka húmedos de la vertiente amazónica como en los yunka áridos de la costa del Pacífico.” (Murra 1988, p.62)

Gracias a la abundante documentación y a la envergadura de este grupo ha

sido posible hacer un seguimiento y estudio de ciertas prácticas asociadas a la

movilidad o la organización política y económica, que han contribuido a la comprensión

de las formas de organización de los demás grupos aymaras. Este reino lupaqa se

consolida en tiempos pre – incaicos (periodo Desarrollos Regionales) al igual que la

mayoría de los señoríos aymara, y gracias a su capacidad productiva en el campo de la

ganadería será objeto de especial interés; primero por parte de los inca y

posteriormente por los españoles, quienes los consideraban como “ricos”, ya que las

cabezas de ganado eran uno de los pocos recursos convertibles a dinero. Por el hecho

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89

de ser reconocidos como los grandes ganaderos de la región del Titicaca, constituyeron

la etnia dominante. Recibirán por lo tanto un trato especial: no son entregados en

encomienda durante la Colonia, y son eximidos de la mita de Potosí, lo que les permite

en la práctica, mantener parte de su sistema organizacional prehispánico.

“El reino Lupaqa fue seleccionado como una de las tres regiones andinas que fueron puestas "en cabeza de su Majestad", lo que evitó su entrega en encomienda a europeo alguno.(...) La capacidad de los lupaqa de vender algunas cabezas de ganado en cualquier momento, les daba una independencia de la administración colonial que provocaba a la vez envidia y codicia.” (Murra 1970b, pp.50-53)

Fig. 1.17. Mapa asentamientos y colonias lupaca

Fuente: Visita Garci Diez de San Miguel 1567

Page 91: ARQUITECTÓNICO Y URBANO

90

La cercanía con el lago genera un microclima que permite el cultivo de

tubérculos en algunas de sus riberas y sus islas, factor que será explotado por sus

habitantes. La sola complementación de estos dos recursos agropecuarios, sumado a

una estructura organizativa eficiente, le otorga un status privilegiado que ellos supieron

aprovechar, haciendo frente a las dominaciones externas. También tienen a su favor,

al igual que otros grupos andinos, la experiencia y conocimiento de los ciclos de la

naturaleza, y el fuerte arraigo a su tierra, factores que fueron capaces de defender a

través de negociaciones y/o disputas durante parte de la Colonia. Los acontecimientos

que se van sucediendo en el XVIII y XIX terminan por hacer colapsar este concepto de

ocupación territorial dispersa, haciéndose más complicado el acceso a los múltiples

pisos ecológicos y el mantenimiento de los sistemas andinos de reciprocidad o

redistribución, a cargo de las autoridades étnicas locales.

La posibilidad de tenencia de tierras comunitarias, compartidas por diversos

señoríos, se ve truncada finalmente con la implantación de la reforma agraria en la

segunda mitad del XX, tanto en Chile como en Bolivia y Perú. Por otra parte, durante el

XVIII y el XIX el cambio económico que significó la explotación minera del norte de

Chile significa emigración de población desde las partes altas a los valles y

campamentos mineros, además de los cambios en el paisaje que ocurren

progresivamente con la tala indiscriminada de los bosques. En definitiva se produce un

cambio del centro, entendido como el centro político – administrativo de un territorio.

El concepto sin embargo, como veremos, persiste dentro de la cosmovisión del pueblo

aymara.

La región que nos ocupa queda caracterizada por tanto, desde el punto de vista

antropológico, por una diversidad étnica producto de los patrones de explotación

económica y organización social propios de los pueblos andinos. A la llegada de los

españoles la presencia de los caranga es mayoritaria en la parte alta y la sierra. A

pesar de los profundos contrastes paisajísticos que presenta la región y de las

condiciones climáticas extremas que presenta, tanto en la costa desértica como en la

puna, las relaciones entre los grupos de las partes altas y la costa fueron habituales. La

región en cuestión por otra parte, a través de la ocupación de los caranga, pasa a ser

un caso ejemplar de estructuración territorial y social regional, con multiplicidad de

centros, estratégicamente ubicados – Turco en la cuenca del Titicaca; Belén y

Socoroma en los valles bajos hasta avanzada la Colonia – y capacidades productivas

Page 92: ARQUITECTÓNICO Y URBANO

91

diversas y complementarias. Es especialmente interesante el hecho de que los

referidos asentamientos subsisten, habitados, a pesar de los cambios ocurridos, que

han tendido a debilitar la identidad étnica indígena.

Page 93: ARQUITECTÓNICO Y URBANO

92

2.2 Organización social y económica en los Andes.

Las evidencias de las alteraciones ocurridas tras la Conquista son visibles en los

dos grandes centros “urbanos” prehispánicos, capitales de los imperios inca y azteca:

Cuzco y Tenochtiltan respectivamente. Ambas sufrirán la implantación de la nueva

ciudad hispana, emplazada sobre los trazados existentes, en una clara voluntad de

instalar el nuevo sistema que regiría de ese momento en adelante los pueblos

americanos. A la fundación de las nuevas ciudades se sobreponen la nueva división

administrativa y la eclesiástica que, eventualmente, tomará como referencia las

divisiones tribales y étnicas prehispánicas, pero siempre bajo otra lógica y con otros

objetivos fundamentales: el control y dominio de la población. Una condición singular y

que es característica de estas culturas, reflejada en los sistemas administrativos, que a

su vez se tienen su origen en los mitos de la creación del hombre y el mundo, es la

capacidad de actuar y operar colectivamente, condición que será aprovechada con

creces por los conquistadores.

Cada grupo enfrentará el proceso de manera diferente; la estrategia de los

conquistadores de mantener a las autoridades étnicas obedecía en parte a allanar la

comunicación y control sobre la población, y facilitar de este modo la prestación de

todo tipo de servicios que requirió el periodo de la Conquista y la Colonia. No debe

olvidarse que el conquistador se ve enfrentado a un ámbito geográfico absolutamente

desconocido que podía llegar a significar una amenaza contra sus planes de ocupación.

En este sentido una de las pocas ventajas que pudo haber tenido el aborigen fue el

conocimiento profundo del medio geográfico y los ciclos naturales, haciendo frente de

manera coordinada a tareas de gran envergadura, como la construcción de redes de

caminos en zonas de difícil acceso. Dentro de las grandes obras llevadas a cabo

durante el periodo colonial, haciendo uso de la capacidad de organización del pueblo

azteca, destacan, por su envergadura, el desagüe de la laguna de México, que significó

el encauce de las aguas hacia el mar, a través de una compleja red de presas y

canales.55 Siempre situados en el antiguo Imperio azteca, al producirse la primera

inundación en época colonial sobre la ciudad de México el año 1555, los

                                                            55 Esta impresionante obra de ingeniería “pre industrial” concluida en su primera etapa la primera década del siglo XVII producirá un cambio radical en el paisaje de todo el valle de México, con consecuencias sobre las actividades productivas y culturales en general de los numerosos grupos prehispánicos allí ubicados. Se provocará especialmente una movilidad de la población en busca de suelos con condiciones favorables para su explotación.

Page 94: ARQUITECTÓNICO Y URBANO

93

conquistadores no dudarán en reconstituir la estructura tribal prehispánica para hacer

frente a la catástrofe, por sobre las divisiones imperantes que obedecían al recién

instalado sistema de encomiendas.56

Como es sabido, la organización territorial de la población prehispánica quedará

determinada desde la Conquista por una distribución de tierras y fuerza de trabajo que

permitiera la aplicación de la encomienda de manera más o menos equitativa. Del

mismo modo esta población quedaba bajo las nuevas jurisdicciones políticas y

religiosas que sólo en parte, y por conveniencia, respetaron los órdenes anteriores. Por

otro lado las constantes luchas territoriales de cada región cultural americana

modificaban los emplazamientos, centros urbanos y fronteras, generando, como se ha

demostrado para algunos centros, ocupaciones y despoblaciones de áreas. Factores

como la movilidad poblacional, relacionada con los enfrentamientos o con la

construcción de grandes obras civiles jugaron también un papel importante en la

estructura social prehispánica. Todo lo anterior, referido a regiones densamente

pobladas como la mesoamericana o la surandina, explica la complejidad de precisar los

ámbitos de acción de cada grupo.

Este proceso de ocupación, que implicará modificaciones en la ocupación tipo

colonias, trae como consecuencia alteraciones en el paisaje, así como de las

actividades productivas que se fueron desarrollando y del conocimiento tecnológico

disponible. Situados en la región norte de Chile, en los valles costeros, se producen

grandes transformaciones: se inicia una explotación agrícola, posibilitada por la

presencia de los cursos de agua. Pero para esto se hace necesario encausar las aguas

y preparar un suelo salino para el cultivo; por lo tanto estamos tempranamente ante

un modelo de asentamientos dispersos, controlados por un grupo étnico.

“Este proceso de control e interrelaciones entre las poblaciones altiplánicas y costeras, pudo estructurar las bases del modelo social – cultural desarrollado en siglos posteriores. El ideal de cada grupo era controlar la mayor cantidad de pisos ecológicos y disponer de los

                                                            56 Al respecto Gibson llama la atención sobre la capacidad de los grupos de responder de manera organizada tras años de sometimiento al nuevo sistema: “Este retorno a las fronteras tribales anteriores a la conquista, en los reclutamientos coloniales de trabajadores, es tanto más notable cuanto que la continuidad se había roto durante la primera generación después de la conquista. Es de suponerse que los territorios tribales eran aun recordados por los indígenas durante este periodo y que los españoles no los tomaron en cuenta en la fragmentación de la encomienda. Pero fueron invocados de nuevo deliberadamente y hechos explícitos en órdenes virreinales.” (Gibson 2000, p.31).

Page 95: ARQUITECTÓNICO Y URBANO

94

recursos que se superponen entre la costa y el altiplano.” (Santoro 1985, p.40)

La historia de los grandes imperios prehispánicos que encuentran los

conquistadores en América –azteca e inca – está asociada a un eficiente sistema

organizativo que dio pie a expansiones notables por un lado, y a un control de gran

cantidad de habitantes por otro, bajo la amenaza de sublevaciones y reconquistas

territoriales por parte de los grupos sometidos. En ambos casos la figura de una

autoridad central, descendiente de los dioses, generaba una estructura social

jerárquica (religiosa y política) y un complejo aparato administrativo que sostenía el

sistema y financiaba su funcionamiento. El sentido de comunidad es central y se

manifiesta tanto en la estructura urbana que se genera como en el trabajo colectivo

desarrollado para el grupo y para el Estado. Existió sin embargo una gran diferencia

entre ambos sistemas: mientras los incas imponen una efectiva autoridad sobre los

grupos étnicos dominados – siempre reconociendo las relaciones interétnicas – los

aztecas no perseguirán la construcción de una unidad bajo las mismas condiciones; los

pueblos o tribus vencidos conservarán cierta autonomía política, debiendo pagar un

impuesto y someterse a determinados credos.

En general, ambas sociedades, tanto la azteca como la inca, funcionaban bajo

una estructura social que a la fecha no está absolutamente clara, donde las relaciones

de parentesco, por ejemplo, no eran las únicas – si bien las principales – que

determinaban las sucesiones en el poder. A esto se suma la modalidad de la dualidad,

propia de las sociedades andinas, con dos autoridades étnicas simultáneas. En el caso

de los aztecas, el periodo previo al desplome del Imperio contó con tres “familias

imperiales”, provenientes de la Triple Alianza, pacto que posibilitó el control de los

mexica sobre parte del valle de México. Los incas proponían una estructura

centralizada que llamó la atención entre los europeos por su capacidad para producir

obras colectivas: ya fuera dotar de infraestructura al territorio o producir los llamados

“excedentes” que posibilitaron el sustento de los grandes ejércitos.

Tras la Conquista e imposición de un nuevo orden político y administrativo se

mantendrán en parte las autoridades étnicas prehispánicas, aunque con una ostensible

disminución de poder y funciones. Se persiguió más bien, por parte de las nuevas

autoridades, una continuidad aparente que facilitara la comunicación con la población,

pero bajo una estructura totalmente diferente: se impone la figura de la encomienda,

Page 96: ARQUITECTÓNICO Y URBANO

95

que entregaba tierras con sus habitantes, los cuales pasaban a estar bajo el cuidado

del encomendero, quien se hacía responsable entre otras cosas de su seguridad y

evangelización. A cambio los indios prestaban servicios a su ‘señor’. Sin embargo hasta

bien entrada la Colonia los señores étnicos siguen existiendo cumpliendo una serie de

funciones en coordinación con el encomendero o la autoridad correspondiente.57

Se busca determinar de qué manera los modelos organizativos propios de los

pueblos andinos repercuten en las organizaciones territoriales prehispánicas, vale

decir, en la aparición de centros poblados y la red de relaciones que construyen. En

general los llamados imperios preindustriales tomarán como centros o “capitales”

emplazamientos preexistentes, transformándolos, para dar cabida al aumento de

población, dotándolos del equipamiento e infraestructura necesarios para instalar el

nuevo poder central.58 El mismo fenómeno se observa en los asentamientos menores

que prestan servicios de abastecimiento o albergues. En este marco, las conectividades

cobran especial relevancia, y ambos imperios – azteca e inca – se caracterizan por

poseer una eficiente red vial desplegada por el área controlada, que permitió el tráfico

de productos y personas a lo largo de vastas extensiones territoriales.

Centrándonos en la región andina, la organización social y económica se basó

en ciertos patrones que relacionaban los grupos humanos con la capacidad productiva

de los suelos y la estructura jerárquica. A la fecha no están absolutamente resueltas

las claves que definieron la estructura social de los grupos andinos, pero existen

bastantes evidencias documentales y resultados de las excavaciones arqueológicas que

permiten establecer ciertas características propias y originales de las sociedades

prehispánicas en los Andes.

                                                            57 Tras la revolución andina de 1781 se endurecen las medidas de control por parte de la corona, produciéndose de paso un debilitamiento en la autoridad de los señores étnicos. Hay quienes sostienen (Hidalgo, 2004) que en este momento, y como consecuencia del desconocimiento de la legitimidad de sus títulos, pierden definitivamente la autoridad que habían logrado sostener durante generaciones en algunas regiones andinas, a pesar de la Conquista. 58 La magnitud, en población y extensión de Tenochtitlan es destacada por diversos autores. Aunque no existe consenso respecto del número de habitantes (las cifras varían entre los 300 mil a más del millón de habitantes a la llegada de Cortés), lo cierto es que fue el centro poblado más populoso y desarrollado, desde el punto de vista urbano, de toda América: “Por distintas razones Tenochtitlan fue un caso único entre las ciudades de la América precolombina. Posiblemente ninguna ciudad de Sudamérica o Mesoamérica tuvo durante el periodo precolombino una población tan numerosa o tal extensión y, …, ninguna ciudad de este continente adquirió, antes de la llegada de los españoles, características y funciones tan definidamente urbanas como las que se concentraron en la capital azteca.” (Hardoy 1999, p.163)

Page 97: ARQUITECTÓNICO Y URBANO

96

Dentro de estos patrones destacamos el principio de la reciprocidad y

redistribución, y el de la complementariedad ecológica. Ambos se relacionan, como

veremos, de manera directa con la distribución territorial de la población, así como con

la estructura social y política. Lo interesante de estas modalidades consiste en que se

trata de prácticas arraigadas al paisaje y a la cultura local, originadas desde el control

de los escasos recursos disponibles en cada clima y del sentido de organización del

grupo.

En el caso de los Andes la organización territorial se relaciona de manera

directa con la estructura administrativa y social; en la práctica, una serie de ‘órdenes’

se trasladan, como la concepción dual del mundo andino que repercute en la partición

que se realiza de la región comprendida por el Imperio inca (hanan y hurin) y en la

necesidad de funcionar con dos autoridades étnicas, por ejemplo. No se trató sin

embargo de una partición exclusiva de los incas; el pueblo aymara, en su

reconocimiento de las regiones uma y urco está concibiendo un sistema igualmente

dual, que traslada hasta las unidades domésticas, esto es, los ayllus.

Esta partición implicaba también una complementariedad, lo que explica que

para el caso del territorio las mitades están definidas por climas o actividades

económicas diferentes, recíprocas. La organización política también obedecía por lo

tanto a esta estructura, existiendo una dualidad de autoridades, desde los niveles más

inferiores hasta las máximas autoridades étnicas.

“Otra característica era la complejidad organizativa. Desde niveles inferiores hasta los más elevados –rematados por los Inka en el Tawantinsuyu –, el equilibrio se lograba a través de diversos sistemas de organización dual, que enfrentaba y juntaba dialécticamente a grupos opuestos. Numerosas instituciones de reciprocidad – el principio ideológico fundamental de aquella organización – garantizaban el flujo de bienes entre grupos y regiones y también entre los varios niveles de élites gobernantes y las unidades domésticas del común. (...) Los excedentes, conservados mediante eficientes sistemas de almacenaje, eran la base de los intercambios recíprocos y del bienestar general.” (Carter 1988, p.452)

Los conceptos de reciprocidad y redistribución son los que han intentado

explicar estas modalidades de trabajo comunitario y abastecimiento entre los grupos

andinos. Una primera interpretación llevó a caracterizar la figura del Inca como un

‘señor generoso’, que dotaba y aseguraba a la población del Imperio de los recursos

Page 98: ARQUITECTÓNICO Y URBANO

97

necesarios para la subsistencia. A partir de las investigaciones llevadas a cabo desde la

década de los 70 se ha comprendido su verdadero y complejo funcionamiento.

“Ahora podría hablarse de un sistema de “prestaciones recíprocas” como la base de las relaciones económicas andinas, de allí hubo un paso importante cuando se pudo comprender que la autoridad había asumido dentro de tal sistema económico la función de administrar el trabajo colectivo (entendido ahora como las prestaciones “rotativas”) de manera tal que pudiera producirse un excedente a redistribuir. La economía redistributiva pasaba a primer plano.” (Pease 1999, p.109)

De acuerdo a las investigaciones llevadas a cabo, las expansiones territoriales

de determinados grupos andinos fueron posibles en gran medida por la capacidad de

producir excedentes y de contar con un sistema organizado para su distribución. Junto

con el avance sobre territorios dominados por otros grupos, como los aymara del

Titicaca, los incas no alteran estos patrones de reciprocidad y redistribución,

tradicionales, en cuanto pasan a ser claves en la subsistencia del grupo.

“El Tawantinsuyu se fue convirtiendo de esta manera en un organismo capaz de organizar una redistribución de bienes y servicios a cambio de la entrega de la energía humana de la población, organizada de tal modo que dicha energía puede ser considerada como suplementaria, y no afectaba el acceso directo a los recursos por las unidades étnicas. Asimismo, puede considerarse a los curaca, no como los despóticos jefes que administraban con dureza la producción que sus súbditos generaban bajo su férula, logrando un excedente que sería entregado finalmente al Tawantinsuyu, sino más bien como elementos que regulaban las funciones del grupo étnico o del grupo de parentesco (ayllu) que formaba parte de aquel.” (Pease 1999, p.19)

En este sistema caracterizado por la movilidad de esta población especializada

en determinadas tareas, bajo modalidad de la mitta o mitmaquma,59 la red de caminos

y sus equipamientos (como los tambos o depósitos) son elementos importantes que

favorecieron, además, los contactos culturales interétnicos. En este tipo de grupos la

autoridad étnica, que recibía el nombre de curaca o señor étnico, cumplía un papel

central en la organización social del grupo, controlando la movilidad y las tareas de la

población.

                                                            59 La mitta se refiere a la permanencia corta en una zona alejada del centro administrativo del grupo, para llevar a cabo una tarea específica (siembra o cosecha), por parte de un número determinado de trabajadores. La mitmaquma, en cambio, supone una permanencia más prolongada, siempre en un enclave distante del centro, haciendo un seguimiento o realizando alguna actividad. Ambas prácticas obedecen al sistema de redistribución propio de las sociedades andinas.

Page 99: ARQUITECTÓNICO Y URBANO

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Las comunidades organizadas con sus curacas, prestaban servicios recíprocos,

ya sea dentro del ayllu o en el grupo al cual pertenecían. El ayllu recibía recursos a

cambio de las prestaciones realizadas por sus integrantes, por lo cual la fuerza de

trabajo era fundamental para entrar al sistema y asegurar el abastecimiento del grupo.

Si la comunidad era capaz de generar con su trabajo excedentes, éstos eran

almacenados o redistribuidos, de acuerdo a las labores realizadas. Este sistema que se

mantuvo y perfeccionó en las pequeñas comunidades andinas, alcanza una gran

complejidad y dimensión con el Imperio inca, el cual por su envergadura fue capaz de

organizar y abastecer a una gran cantidad de personas distribuidas en un vasto

territorio, al tiempo que se lograba sostener un inmenso aparato político y

administrativo.

Los patrones de reciprocidad y redistribución se relacionan directamente con el

principio de la complementariedad ecológica, de acuerdo con el cual los diferentes

grupos andinos compartían ámbitos productivos en espacios alejados de sus centros,

pero sobre los cuales tenían derechos de explotación. De esta manera, en un contexto

de climas extremos, con limitantes productivas importantes, la forma como cada grupo

pudo acceder a un repertorio más variado de alimentos y demás recursos fue a través

de esta complementariedad ecológica. Lo interesante sería el tipo de territorios – a

partir de poblados que configuran archipiélagos – que originan, y a su vez el uso

compartido de determinados encalves, esto es, de áreas productivas ubicadas lejos de

sus centros administrativos o lugares de residencia. Desde el punto de vista de la

movilidad también es interesante considerar tanto la infraestructura necesaria como las

relaciones y contactos interétnicos que se establecen. En la práctica, la confirmación de

este patrón andino ha sido posible en gran medida gracias a los hallazgos de piezas

pertenecientes a determinadas culturas en lugares muy distantes.

En las investigaciones que lleva a cabo Murra (1975) determina los tiempos que

requerían los grupos que habitaban en la cuenca del Titicaca para llegar a los valles

más bajos del Pacífico, en busca de productos no disponibles en la puna.60 También

deja claro que se habría tratado de una práctica anterior a la expansión del Imperio

                                                            60 Murra, analizando el caso del grupo lupaqa, a partir de la visita que efectúa Iñigo Ortiz a la región el año 1567, y que fue clave para el planteamiento de su teoría de los “archipiélagos verticales”, estima que en 15 días se realizaba el recorrido entre la cuenca del Titicaca y la costa del Pacífico. El autor plantea cinco casos de grupos organizados bajo esta estructura, planteando sus diferencias, en una búsqueda de establecer patrones andinos prehispánicos. (Murra, 1975)

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inca, que tiene sus fundamentos en un conocimiento del medio. A la aclimatación de

especies que permitió la densificación de la región del Titicaca y el origen de una

sociedad con características más urbanas, se suma el factor de la complementariedad

ecológica, con la cual la disponibilidad de recursos se amplía ostensiblemente,

repercutiendo en el aumento de la población y el fortalecimiento de los grupos.

“El estudio de campo que hiciéramos en Huánuco (Murra 1966), basado en la visita de Iñigo Ortiz, confirmó la fuerza del factor ecológico en el desarrollo de las civilizaciones andinas, enfatizado por Tello (...) y Troll (...). La percepción y el conocimiento que el hombre andino adquirió de sus múltiples ambientes naturales a través de milenios le permitió combinar tal increíble variedad en un solo macro-sistema económico.” (Murra 1975, p.59)

Los aymara, como toda comunidad andina, se caracterizaban por inscribirse en

este tipo de patrón organizativo – productivo. Los grupos tenían como jefe a los

curacas o señores étnicos, y la unidad social mínima será (y es hasta el día de hoy en

algunas comunidades, aunque con algunas modificaciones), el ayllu. Esta unidad social

participará coordinadamente de las tareas comunes que implicaban el abastecimiento y

funcionamiento del grupo mayor, siempre en el marco de esta estructuración

transversal del territorio que implica la explotación de tierras altas y bajas.

“En toda región Aymara, la organización más fundamental es la comunidad. (...) Una primera característica, que contrasta notablemente con la situación actual, es que aquel antiguo ayllu no tenía continuidad territorial, sino que salpicaba como “archipiélago” todo el territorio andino. (...) Todos los del mismo ayllu, al tener acceso a climas diversos y distantes, aseguraban la complementación de la dieta y los recursos.”(Carter 1988, pp.451-452)

La comunidad aseguraba el abastecimiento de su población mediante la

obtención de esta diversidad de recursos, pero al mismo tiempo quedaban cubiertas

una serie de tareas ‘comunitarias’, a cambio de las cuales se obtenían, por ejemplo

alimentos. Este fue el principio de la reciprocidad que imperó en los pueblos andinos y

que lleva al individuo a establecer primero una relación con un ayllu, definido por el

parentesco, y, a partir de éste, con su grupo étnico. El hombre que no tenía familia era

considerado ‘pobre’ entre los lupaqa, esto porque no tenía posibilidad de producir, al

no estar inserto en el esquema del ayllu.

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“Las relaciones de reciprocidad suponen, a nivel del grupo de parentesco, ciertas obligaciones que son a)estables o b)se generan en forma específica. Las primeras derivan de las vinculaciones de parentesco dentro del ayllu, mientras que las segundas parecen funcionar, sea a través de las relaciones que se establecieron entre diversos ayllus que constituían un grupo étnico, ya sea a través de las vinculaciones del propio grupo étnico con otros similares.” (Pease 1999, p.35)

Esta unidad social andina se traslada a la estructura del pueblo. El pueblo

quedaría así conformado por cuatro partes, donde se ubican los ayllus. Al ser la

división dual del espacio aymara geográfica y ecológica, las comunidades quedan

diferenciadas por su actividad productiva (pastores y agricultores, en la parte alta y

baja). Extendiéndolo para la región alta de Chile, el caso del poblado de Isluga en la

puna chilena es interesante y ha sido reconocido como un centro (marka) en la

actualidad. Parte de esta partición se mantiene, como lo explica van Kessel, en su

estudio de los aymara contemporáneos de la quebrada de Tarapacá:

“Los cuatro barrios de la marka no son sino el reflejo de la doble partición con que se percibe el territorio del pueblo y de la etnia. La primera y principal partición es la de arajsaya (parte de arriba), manqhasaya (parte de abajo), que divide el territorio en dos franjas paralelas que van de costa a sierra y alcanzan hasta el altiplano boliviano. La bipartición secundaria, que cruza la anterior, divide los ayllus y las islas ecológicas explotadas por la etnia en la zona de pastores, ubicada en la alta cordillera, y la zona de agricultores, situada en la precordillera.” (van Kessel 1996b, p.48)

A cada una de las mitades correspondió un señor étnico que, inscrito en esta

estructura, organiza a la población que entra en el esquema de reciprocidad y

redistribución característico de las sociedades andinas. El pueblo de Isluga corresponde

a un asentamiento periférico de la región del Titicaca, ubicado en los valles

occidentales,61 que aun sigue siendo significativo desde el punto de vista simbólico y

ceremonial, a pesar de estar parcialmente habitado a causa de la migración de la

población a los centros urbanos en la costa chilena, y modificado en cuanto a su

concepción original.

La singular estructura que caracteriza a las sociedades andinas genera por lo

tanto un sistema de asentamientos y conectividades particulares que al menos durante

                                                            61 A pesar de estar situado en la puna, desde el punto de vista de la región circumtiticaca, muchos de los pueblos localizados en la cordillera occidental de los Andes pasan a ser parte de los valles del Pacífico.

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101

el periodo prehispánico permitió no sólo el abastecimiento de la población y

crecimiento de centros poblados, sino también el fortalecimiento y enriquecimiento de

determinados grupos, posibilitando su extensión territorial y dominación de los grupos

menores.

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102

2.3 Los imperios panandinos

La movilidad de los habitantes originarios de América ha sido motivada por

diversas circunstancias, que significarán a la postre modificaciones constantes de los

dominios territoriales y de las configuraciones étnicas. Las causas de dicha movilidad

han sido argumentadas desde distintos puntos de vista; para el caso de los Andes

existían las razones económicas que se han explicado, pero también han llamado la

atención otro tipo de movilidad asociada a misteriosas despoblaciones que se sabe

afectaron a diversos centros poblados de relativa importancia como Teotihuacan, Tikal,

Chan – Chan o Tiahuanaco. Las causas son atribuidas tanto a fenómenos naturales,

como épocas de sequía o inundaciones, o a disputas entre grupos étnicos. Desde los

relatos basados en los mitos se explica en ocasiones el traslado de una población

guiada por los dioses, en busca de un asentamiento definitivo.

La explicación de la migración del pueblo mexica, por ejemplo, desde la región

noroeste del valle de México hacia la región del lago, para fundar la ciudad capital de

Tenochtitlan obedece a este argumento, aunque en la práctica siempre hubo intereses

religiosos y económicos que justificaron los avances con creación de nuevos

asentamientos y ocupación de otros.

La configuración espacial, con que se encuentran los conquistadores en esta

región de los Andes había sido producto de un proceso que dura varios siglos. En éste

tiene parte, en un primer momento, la aclimatación de especies que posibilitó el

establecimiento de asentamientos permanentes, a través de un conocimiento acabado

del medio, así como también de una serie de dominaciones y conquistas territoriales.

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103

2.3.1 Tiahuanaco

Tanto mediante los relatos de los indígenas, que quedan plasmados en las

crónicas, como a partir de las excavaciones arqueológicas, se ha comprobado que

existieron relaciones entre los diversos grupos étnicos que habitaron los Andes.

Algunos de éstos, como veremos, lograron un desarrollo mayor e iniciaron un proceso

de expansión territorial, constituyendo los llamados imperios panandinos. Por lo tanto

debemos precisar qué tipo de culturas llegaron a la región del Titicaca en épocas

prehispánicas, aportando como consecuencia, alguna influencia entre los aymara. Nos

ocuparemos especialmente de los cambios y persistencias en la organización de su

espacio.

John Murra sostiene que los aymara han sido históricamente afectados por

diversas irrupciones en sus territorios de parte de culturas que les han sido, unas más

otras menos, ajenas. Reconoce en la época post– Tiahuanaco, coincidiendo con el

periodo de Desarrollos Regionales, su momento de mayor plenitud cultural.

“La última vez que los Aymara fueron verdaderamente libres fue antes de su incorporación en el estado Inka, alrededor del año 1450 de la era cristiana. Desde entonces han formado parte, sucesivamente, del Tawantinsuyu, en el cual eran lo grueso de lo que se llamaba el suyu de los Qulla, pero también del Kuntisuyu, hacia el océano Pacífico; durante siglos, después de 1532, fueron parte del virreinato de Los Reyes, poblando casi toda la Audiencia de Charcas; recién se vieron como ciudadanos de cuatro repúblicas que nacieron en los Andes al desaparecer el virreinato: Bolivia, Chile, Perú y Argentina.” (Murra 1988, p.56)

Tiahuanaco es reconocido como el primer fenómeno imperial andino que abarca

la región sur de los Andes y el entorno del lago Titicaca, donde tenía su centro.

Muchas de las características tanto de la estructura territorial como social de este

grupo son comunes a otros pueblos andinos. Esto ha sido evaluado como una ventaja

al momento de iniciar un proceso de expansión ya que el grupo sometido comparte

una serie de aspectos que permiten cierta continuidad cultural. Es por, ejemplo, el caso

de los mitimaes, grupos de trabajadores que se movilizaban por distintos puntos del

Imperio para prestar servicios, ya sea agrícolas o en la ejecución de obras de

infraestructura. De la misma manera, el sistema de los enclaves en lugares dispersos

será una práctica empleada, continuando con la tradición andina.

Page 105: ARQUITECTÓNICO Y URBANO

104

La extensión territorial que alcanza la cultura Tiahuanaco, como acontecimiento

imperial, fue bastante significativa para la región andina: abarcó toda la cuenca del

Titicaca, toda la región del Perú actual situada al sur del valle Majes, además de la

sierra y costa del Chile. El centro de operaciones, la ciudad de Tiahuanaco, estaba

ubicada en el altiplano, a orillas del lago, y constituye uno de los centros urbanos más

notables de la zona sur de los Andes.62 Como otros fenómenos imperiales, las

comunicaciones se favorecen con la construcción de una red vial y de otros centros

administrativos.

“Hay cierto consenso entre la mayoría de los especialistas sobre que el estado que se gestó durante el Tiahuanaco Temprano se consolidó en el Clásico, estableciéndose un estado imperial con una red de centros administrativos, ciudades satélites, colonias económicas en el Altiplano, en la selva de Bolivia, y la Costa meridional del Perú y septentrional de Chile con diferentes tamaños, status y función. Con una población estratificada que fue empleada para la ejecución de obras públicas masivas.” (Bonavia 1991, p.331)

A la fecha, Tiahuanaco es el principal y único asentamiento de esta

envergadura conocido, caracterizado por su monumentalidad y belleza. Aparentemente

funcionó como centro ceremonial hasta el momento de su despoblamiento. Pese a la

importancia arqueológica y cultural del sitio, ha sido poco investigado, además de

haber sido objeto de importantes saqueos, por lo tanto persisten una serie de

interrogantes que hacen más compleja su interpretación. No existe consenso respecto

de su fundación, pero se estima que habría sido antes del 300 d.C (Kubler,2004),

albergando una población de unos 20.000 habitantes. El tema de la elección del lugar

para la localización del sitio, por ejemplo, no es del todo claro, pero se lo asocia con la

presencia relativamente cercana del lago, como lugar mítico. La significación de los

cursos de agua para los pueblos prehispánicos es una constante. Si bien los restos de

Tiahuanaco no están emplazados a orillas del lago, Hardoy nos ofrece una explicación

a esta situación.

“Considerando que las ruinas de Tiahuanaco están actualmente a unos 20 kilómetros de la ribera del lago, no habría razón para apoyar la elección del sitio, pero la evidencia del desecamiento del lago y el hallazgo de los restos de un ancho canal, que aparentemente rodeaba

                                                            62 Hardoy hace esta afirmación, reconociendo además su monumentalidad. “Con cierto retardo con respecto a otras culturas clásicas se desarrolló al sur del lago Titicaca el gran centro ceremonial de Tiahuanaco, que posiblemente haya sido el primer intento planeado de diseño urbano de escala monumental en Sudamérica.” (Hardoy 2004, p.31)

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105

por entero al centro ceremonial, y de ciertas hendiduras, que han hecho que se las tomase por obras portuarias, han permitido sugerir que Tiahuanaco habría sido un pueblo lacustre.” (Hardoy 2004, p.306)

Puede afirmarse sin duda la condición de centro político, administrativo y

religioso-ceremonial de Tiahuanaco, entre otras razones, por la ausencia de un número

mayor de viviendas y las características generales de su organización urbana. Su

nombre en aymara Taipicala significa “la piedra del centro”.(Kubler 2003) El sitio tiene

una estructura y trazados de dimensiones monumentales (1400 x 1200 metros),

comparables –aunque con otras proporciones – con los centros ceremoniales de la

cultura maya, con un gran eje ordenador y las pirámides truncadas. Ha sido posible

identificar ciertas unidades arquitectónicas dentro del complejo, como plataformas

(kantatayita y kalasasya), la primera de estas con una plaza en forma de U y la

segunda configurando el acceso al templo; una pirámide semi enterrada (akapana);

además del más conocido de sus monumento, la Puerta del Sol, que ha llamado la

atención especialmente por su decoración, tallada, la cual no ha sido del todo

descifrada, pero se ha tendido a identificarla con el dios Viracocha. (Guinea Bueno

1999) Desde los restos arquitectónicos existentes queda de manifiesto no sólo la

escala sino también la calidad de las formas construidas, de las tecnologías y

materiales empleados. En general se emplea la piedra, trabada a partir de diferentes

tipos de cortes angulares, que permitían una perfecta unión. Se ha valorado también la

calidad y excepcionalidad de su ornamentación, en cuanto a diseño y ejecución. Todo

esto lo transformaba en un gran centro arquitectónico – hoy arqueológico –

prehispánico.

“Además, ciertas características arquitectónicas han sido encontradas tanto en Tiawanaco como en Teotihuacan. La planta regular y el efecto masivo de los edificios, por ejemplo; también la utilización de plataformas piramidales como base de las construcciones religiosas; la aparición de canales de desagüe; el uso de grandes escalinatas y la piedra como material de construcción. (...) La perspectiva monumental que en Teotihuacan aparece en una escala nunca igualada antes o después en América, y que constituyó el eje de composición de todo el centro ceremonial, no fue empleada por los constructores de Tiahuanaco.” (Hardoy 1999, p.310)

La capacidad tanto para organizar, coordinar y movilizar a un grupo importante

de personas, así como la posibilidad de producir recursos para esta población, es una

de las condiciones que sostiene una estructura imperial de esta envergadura en los

Andes. Es lo mismo que sucede posteriormente con los incas, a partir del valle del

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106

Cuzco. Si bien las causas de la declinación del Imperio Tiahuanaco no están

completamente aclaradas, una de las tesis que se manejan dicen relación con una

caída de la producción agrícola, con el consiguiente desabastecimiento para la

población.

“Ignoramos las causas de este colapso, pero parecen haber sido internas y quizá análogas a las que llevaron a la caída al Imperio Huari. Según Kolata hay evidencia de un colapso agrario masivo que pudo haber sido consecuencia de la desintegración política del Imperio. Tiahuanaco representa, pues, a un poderoso estado imperial que extendió su dominio sobre parte del área altiplánica y las tierras bajas meridionales del Área Andina Central, hasta la costa pacífica.” (Bonavia 1991, p.338)

Tras la caída del Imperio, comienza un periodo caracterizado por la

consolidación de culturas regionales que habían sido aglutinadas por Tiahuanaco.

Tendrá lugar entonces el fortalecimiento de diversos grupos culturales –entre éstos los

señoríos aymara – de la región de los Andes, que si bien será afectada por la posterior

dominación inca, van configurado el escenario previo a la Conquista.

“Se puede sí establecer que hacia el 1000 d.C., después de la fragmentación de la unidad forjada por la influencia de la cultura Tiahuanaco o influencias sudbolivianas, directas o indirectas, esta herencia cultural y los aportes étnicos mencionados dieron origen a la constitución de varias etnias que encontraron los conquistadores.” (Hidalgo 2004, p.41)

Destaca de este fenómeno, por una parte la emergencia de los estados

regionales relativamente independientes, pero al mismo tiempo la estrecha relación

mantenida entre ellos, que si bien no estuvo exenta de luchas, fue capaz de sostener

una identidad común o cultura regional. Temas como la utilización de un idioma

común, las actividades económicas o la organización social dual, son algunos de los

factores comunes a los diferentes grupos. En cuanto a la estructura territorial, estos

grupos se organizaron a partir de una dispersión de asentamientos, con un centro

político, administrativo y en ocasiones religioso. Además de este centro principal,

existían otros centros que cumplían un papel importante en el sistema de

“archipiélagos”, por cuanto servían de puntos de control de la población en las

regiones más apartadas. Ninguno de estos grupos, sin embargo, llega a construir

ciudades de las características monumentales de Tiahuanaco. Este periodo, post-

tiahuanaco permitió un fortalecimiento, crecimiento y consolidación de los grupos

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107

ayamaras como los señores del Titicaca, lo que supuso una ventaja en los momentos

de Conquista tanto inca como hispana.

El legado cultural de Tiahuanaco es notable y se expresa no sólo en las obras

de arquitectura que subsisten del conjunto original, sino también en su interesante

trabajo en escultura, cerámica, pintura y textiles. En cuanto a la escultura, la famosa

Puerta del Sol se enmarca dentro del periodo clásico, caracterizándose por una

elaborada estructura y refinada ornamentación que permite confirmar el uso de

herramientas metálicas. El repertorio de formas decorativas es rico y diverso, con

empelo de una geometría angulosa, que se repetirá también en la pintura. Las obras

de arquitectura habrían estado pintadas en blanco, verde y rojo; las esculturas por su

parte también habrían estado pintadas y adornadas de metales y piedras

semipreciosas. (Kubler 2004) Los hallazgos de piezas cerámicas con motivos y

decoraciones típicas tiahuanaquenses en regiones alejadas de este centro (incluidos las

cercanías de Arica) son una evidencia de la persistencia de los contactos entre las

tierras altas y las bajas. El área definida por la influencia de este estilo se ha

circunscrito con certeza al norte de Chile, la región del Cuzco, por el norte, y las tierras

altas del norte y centro de Bolivia.

Finalmente, desde el punto de vista urbano, como hemos señalado no se

conoce otro emplazamiento de estas características en la región. Los cambios

producidos se pueden relacionar más bien con el aumento de la capacidad productiva,

tanto agrícola como ganadera, lo que dará como resultado un excedente de producción

capaz de tener el control de la población. Los asentamientos preexistentes parecen,

por lo tanto, haberse mantenido, y mejorado sus áreas productivas, lo que se fortalece

y consolida tras la declinación del Imperio Tiahuanaco.

Page 109: ARQUITECTÓNICO Y URBANO

108

2.3.2 El Imperio inca

Los aymara demostraron una gran resistencia a la dominación externa, aun

cuando se estima que sufrieron transformaciones estructurales tras estos procesos

como la división territorial bajo el Imperio inca. Desde este punto de vista, un hecho

singular que tiene lugar con la llegada de los incas es el cambio de centro. Éste, que

de acuerdo con los mitos de la creación se asocia con el lago Titicaca, se traslada, en

época incaica al Cuzco, centro de ese Imperio. Esto constituye uno de los impactos

significativos en la estructuración espacial de los aymara. Esta etapa de

desestructuración que se inicia con los incas irá sólo incrementándose con la Conquista

y la Colonia. El caso de los centros, es un indicador: Potosí será durante muchos años

el eje que rige la configuración espacial de la región. Se producirán traslados de

población, desocupando poblados preexistentes; se crean o fortalecen, redes viales

para el tránsito expedito del mineral, y se hace necesaria una sobre producción de

alimentos para abastecer a la población.

En el momento de la llegada de los españoles al área andina del Perú central y

sur, se encuentran con la existencia del Imperio inca, el cual por su monumentalidad

en todo sentido centra la atención de los cronistas y, posteriormente, de los estudiosos

del área andina. Por mucho tiempo los incas aparecieron como los dominadores de una

serie de señoríos menores, o con un menor grado de desarrollo evolutivo, que vivían

bajo su sometimiento. Asimismo se les atribuyó a los cuzqueños la facultad y el genio

de haber organizado un vasto ejército, conquistado un territorio enorme, creado un

sistema de intercambio, trabajo y tributo que funcionaba perfectamente, compuesto

por miles de habitantes que servían al Inca. Tampoco dejaron de asombrarse los

españoles con la grandeza con la monumentalidad de los centros administrativos,

estratégicamente levantados, a la imagen del Cuzco a lo largo del territorio, así como

las obras viales e infraestructura en general que encontraron a su llegada. Pero cada

vez es más claro que los diversos grupos étnicos y señoríos que quedan contenidos en

el Imperio inca aportan su experiencia de conocimiento y control territorial. Sin esta

condición preexistente la posibilidad de control de un territorio tan vasto no parece tan

viable.

“La historia elaborada por los cronistas proponía a la vez otra versión: los incas eran los civilizadores de la región andina, que en su mayor parte había sido anteriormente una behetría poblada por grupos

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109

desorganizados. La investigación contemporánea ha derruido el mito y demostrado que, mucho antes de los incas, las sociedades andinas alcanzaron no sólo un alto grado de complejidad, sino que habían tenido éxitos notorios en la administración de los recursos naturales y en la utilización de la mano de obra para proyectos de gran envergadura.” (Pease 1991b, p.25)

El grupo étnico que habitaba el Cuzco alcanza un desarrollo cultural mayor. La

calidad productiva del suelo en que se emplaza permitió disponer de más recursos de

los que la población requería (lo que entre los habitantes de los Andes se conocía

como excedentes), y organizar un ejército que inicia la expansión por una vasta región

que abarca desde la actual Colombia hasta en Chile central, incluyendo la región de

Tucumán en la Argentina por el este. En su proceso de Conquista, los incas no sólo

asimilarán parte de las modalidades arraigadas entre los diversos grupos étnicos, sino

que además repetirán, con variantes, la experiencia de expansión que ya habían

realizado con las culturas Wari, Chimú o Tiahuanaco y que había significado una serie

de contactos e intercambio culturales en los Andes.

La expansión del Imperio inca se consolida a mediados del siglo XV, bajo el

gobierno del noveno inca Pachacuti, a pesar de que el grupo habría ocupado el valle

del Cuzco desde unos 2000 años antes. El establecimiento en esta ubicación obedecía

a su estratégica posición geográfica, en la ruta que vincula el sector amazónico con el

altiplano y los valles precordilleranos, todas eregiones que históricamente aportaron

importantes cantidades de recursos. Asociado al ascenso al poder de Pachacuti, y la

conquista de regiones desde Quito al centro de Chile, se producen grandes

transformaciones urbanas y arquitectónicas en la ciudad del Cuzco, dando cuenta de

su calidad de capital del Imperio y lugar sagrado.

La organización territorial de esta vasta región comprendida por el Imperio se

sirve, naturalmente de los asentamientos y las redes viales existentes, pero articulando

su funcionamiento y asegurando el control con la ubicación de centros administrativos

y la existencia de un numeroso ejército. En el caso del Capac Ñan (camino del inca),

por ejemplo, se utilizan trazados y tramos existentes en las diferentes regiones, pero la

continuidad, así como la dotación de puestos de control y descanso se crea bajo el

dominio inca. La ciudad del Cuzco, por su parte, queda definida como el centro, la

capital del Imperio, y será objeto de transformaciones importantes: por un lado crece

en tamaño, creándose una nueva centralidad, se construye el Templo del Sol y se

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110

levanta la famosa fortaleza de Sacsahuaman, ubicada en una colina cercana a la

ciudad. Todas estas obras se realizan bajo el reinado de Pachacuti.

El eficiente sistema de comunicaciones se logra con la consolidación de un

camino troncal que unía territorios emplazados entre las actuales naciones de Colombia

y Chile, equipado con lugares de descanso y defensa, y atravesando lugares

absolutamente diversos desde el punto de vista geográfico y climático. A su vez

levantaron ciudades que operaban como centros en el eje cordillerano, quedando de

este modo asegurada la articulación política y económica de este gran territorio, a

partir de un centro, el Cuzco, estratégicamente emplazado. En esta época Cuzco fue el

lugar de residencia de los nobles, sacerdotes y funcionarios de los mismos, siendo

abastecida por una serie de asentamientos periféricos, algunos de ellos planificados.

Entre estos se encuentra la ciudad de Ollantaytambo, levantada probablemente a

finales del siglo XV, y que habría sido una de las principales del valle del río Urubamba.

(Kubler 2004) Presenta una estructura reticular – con manzanas que destacan por sus

patios interiores – que servirá de base a la ciudad hispana, al igual que en el caso del

Cuzco.

La ciudad hispana implantada reutilizará, además del trazado de estos

importantes centros incas, parte de sus tecnologías y materiales. Muchos de los

edificios de la ciudad del Cuzco levantados durante la Colonia se fundan sobre muros

prehispánicos. Se ha sostenido, además, que las mismas técnicas constructivas incas

se continuaron empleando durante el siglo XVI en esta ciudad. Asimismo se ha

comprobado la reutilización de material (piedras) de Sacsahuaman en la construcción

de obras coloniales. Las técnicas más empleadas por los incas fueron diferentes tipos

de albañilerías, entre las cuales Kubler (2004) destaca tres: la más elaborada, que se

empleó en los templos y fortalezas importantes como Sacsahuaman consistía en una

piedras canteadas, con formas irregulares que se trababan cuidadosamente entre sí.

También se construyó con piedras o bloques de adobe de formas más regulares, que

se instalaban en hileras. Finalmente se conoce la llamada pirca, que consiste en el

empleo de piedras sin trabajar, unidas con mortero, generalmente de barro. Es

habitual el empleo de esta última técnica para viviendas, muros o fortalezas menores.

Junto con la expansión del Imperio se traspasan este tipo técnicas constructivas, con

interesantes integraciones regionales, como sucede en la región del Titicaca, donde

destaca la superposición de un tipo constructivo con rasgos característicos incas

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111

(empleo de dinteles trapezoidales, muros con nichos) con motivos ornamentales de la

cultura Tiahuanaco.

De acuerdo a las versiones recogidas por los cronistas, previo a la expansión

del Imperio inca habrían existido tres grupos étnicos poderosos en los Andes: los

aymara ubicados en el entorno del lago Titicaca, los chancas de Ayacucho y los incas

del valle del Cuzco. Estos últimos por los motivos ya enunciados, habrían logrado una

hegemonía que se tradujo en un control territorial inédito en la historia precolombina

americana (Pease 1991a). Entre los señoríos aymara existe evidencia, recogida

especialmente en las crónicas de la época, de los ‘acuerdos’ a que se llagaba con los

lupaqa, etnia aymara que se destaca dentro del resto por su capacidad organizativa y

productiva, y por su tamaño y poder entre los grupos que habitaban la región del lago.

Estos acuerdos permitían que los ‘dominadores’ contaran con los lupaqa, emplazados a

orillas del lago Tititcaca, y con colonias a ambos lados de la cordillera –valles costeros

y amazónicos – como sus aliados. En el caso de los señoríos aymara que habitaban la

región del Collao, por ejemplo, pasaron de ser una sociedad especialmente

agroganadera a campesinos, ya que el Estado al que ahora sirven es numeroso y

requiere de recursos. Estructuras sociales como el ayllu tenderán a mantenerse, pero

el sistema de producción se ve trastocado con el nuevo centro y la nueva masa de

población.

En lo relativo a la organización territorial, los inca concibieron un espacio

cuatripartito, que tiene su origen en la organización dual propia de las sociedades

andinas. Esta partición se manifiesta en la estructura social y se trasladó a la

estructura del territorio, aun cuando es un hecho reconocido que en la organización

social es más fácil ver plasmados los principios que la sostienen, de reciprocidad entre

las partes. El sentido de esta dualidad obedece a la natural complementación que los

indígenas encontraban en la naturaleza.

“Las mitades son opuestas y complementarias, son yanantin, como las manos, o como las parejas, de signo opuesto, pero siempre complementarias. La organización dual tiene funciones reconocidas en el parentesco, en la conformación de los respectivos linajes de curacas o ‘señores’ que gobernaban cada unidad étnica (un curaca hanan y otro urin). Cada una de estas ‘mitades’ tenía funciones específicas y era recíproca con relación a la otra. Ahora bien, si la presencia de las dos mitades y de los curacas que los representaban es clara, menos

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112

evidente es la imagen o configuración territorial de tales mitades.” (Pease 1991a, pp.41-42)

Asociado a lo anterior, veremos que los inca modificarán en parte la

organización dual del espacio aymara; si bien se parte de un principio común, como

señalábamos, para los pueblos de los Andes, el modelo de estructura dual que

concebían los aymara no se mantendrá de la misma manera. Esto en parte porque la

partición aymara parte de las aguas (eje acuático Titicaca, Desaguadero, Poopo),

siendo el Titicaca un centro, un lugar mítico, que remite al origen del pueblo aymara a

su origen. Para los incas, en cambio, el centro es el Cuzco, y las particiones en los

cuatro suyus (Antisuyu, Cuntisuyu, Collasuyu y Chinchasuyu) toman como referencia

naturalmente esa ciudad. Esta será una de las trasformaciones más dramáticas tal vez,

considerando el sentido mítico de esta división. A las mitades que componían el

espacio aymara, los inca le sobreponen los cuatro suyu, o sea, una nueva partición.

“A partir del momento en que se efectúa el paso del sistema aymara al sistema incaico, no sólo las estructuras étnicas locales se hallan incluidas en un conjunto más importante, sino que están redefinidas por una nueva lógica. Contrariamente al sistema aymara, el esquema incaico no se basa en una dicotomía simétrica y equilibrada o en una pareja de oposición que pueda alternar. El espacio se ordena en torno a un doble eje, horizontal y vertical, que lo estructura según el principio de un doble desdoblamiento.” (Bouysse-Cassagne 1987a, pp.371-372)

La motivación de estos cambios en el orden territorial preexistente es una

consecuencia de la ‘unidad’ que impone el Imperio inca, y se refieren a una

homogenización del mismo. Con los sistemas de caminos, además, se vincularán, bajo

la lógica de las conexiones y movilidad, los territorios de diversos grupos étnicos

aymara, los mismos que habían reconocido sus mitades (arriba/abajo).

“Mientras que los marcos territoriales de los señoríos, las carreteras, el urco y el uma servían de fundamento para las estructuras administrativas, económicas y militares del Tawantinsuyu, el poder inca se dedicaba a reamoldar el espacio interior. Así es como las reducciones incaicas del área Lupaca, y las que hizo Topa – Yupanqui (1471-1493) en el área Pacaje en Caquiaviri, Viacha, Guaqui, favorecieron la integración de las poblaciones esparcidas, y contribuyeron a la disminución de las diferencias interétnicas al ir creando en el Collasuyu propiamente dicho (urco y uma reunidos), un espacio más homogéneo.” (Bouysse-Cassagne 1987a, p.253)

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113

El extenso territorio abarcado por el Imperio inca requería de un aparato

administrativo sumamente eficiente que fuera capaz de controlar y organizar este

vasto territorio y sus habitantes. Estamos ante una propuesta de unidad política, pero

en la práctica las diferencias culturales y de paisaje eran notables, lo que dificultó el

mantenimiento de esta hegemonía, y, como constatan los cronistas, el sistema estaba

atravesando por una crisis en el momento de la Conquista española. Es rescatable en

este contexto de expansión la fuerte integración cultural que se produce como

consecuencia de la movilidad y de la sistematización del trabajo, lo que permitía

replicar, como se señaló, técnicas constructivas o modernizaciones en la

infraestructura: además de la red vial, los sistemas de andenes para el traslado de

agua, las terrazas para el aprovechamiento de los suelos de cultivo en condiciones

topográficas especiales o las fundiciones para metales. Este tipo de “innovaciones”

llegan a lugares apartados del Cuzco como los valles precordilleranos de la región

norte del actual territorio chileno.

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114

2.4 Mapa étnico regional

A raíz de esta singular ocupación territorial propia de los pueblos andinos,

según la cual se definen espacios abiertos, la construcción de un mapa étnico regional

es bastante compleja, pero al mismo tiempo es fundamental para comprender las

relaciones culturales regionales y las integraciones ocurridas, especialmente si se trata

de patrones absolutamente originales que, como para el caso del pueblo aymara,

consideran el paisaje, el clima y las organizaciones sociales. Sólo a partir de esta

comprensión podemos aproximarnos a interpretar el sentido de los asentamientos, las

relaciones entre ellos y los sistemas surgidos en los Andes.

“En resumidas cuentas, a primera vista se podría pensar que los mapas en los textos históricos y etnohistóricos ayudan sobre todo para que el lector se oriente en el espacio que es motivo de investigación. Pero resulta que su función primaria, como instrumento de investigación, sirve para ayudar al mismo historiador a ubicarse en un espacio diferente, regido por otras lógicas.” (Harris 1988a, p.353)

Diversos etnohistoriadores han intentado restituir la composición étnica aymara.

Se trata en todos los casos de mapas ideales, ya que su objetivo no es una precisión

en la localización de los grupos (lo que por lo demás sería prácticamente imposible de

reconstituir), sino una representación de un sentido de ocupación y de ordenación en

un territorio y sus conectividades. A la fecha las interrogantes son muchas y sólo

podemos aspirar a demarcar las grandes áreas en que se desarrollaron determinadas

culturas, esto es, sus núcleos y los enclaves dispersos que controlaban, vinculando

investigaciones provenientes de la arqueología y la revisión documental.

“A un nivel básico, los mapas sirven para ubicar diferentes lugares y espacios en relación mutua, respetando criterios de escala. Para los etnohistoriadores, los mapas que ubican los pueblos y lugares mencionados en algún texto o documento sirven para pensar e imaginar el terreno, sobre todo cuando los nombres han cambiado, o los pueblos han desaparecido.” (Harris 1988a, p.355)

En el caso particular del altiplano boliviano, historiadores como Olivia Harris y

Nathan Wachtel han reconstituido la distribución de la etnia aymara, estableciendo

hipótesis respecto de sus relaciones con territorios vecinos y con los elementos del

paisaje altiplánico. Veremos cómo en esta región, contigua y culturalmente vinculada a

la zona de estudio, los cursos de agua, los cerros, los salares constituyen parte de los

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115

ordenadores de la gran escala, a partir de los cuales se explican y relacionan la

ordenación del mundo, que trasladan hasta sus asentamientos.

“Con o sin trabajo de terreno, los mapas históricos tienen gran valor al ayudarnos a descifrar la lógica del espacio. Un ejemplo clave para el altiplano tiene que ver con la distribución de la población ‘uru’. Desde que Nathan Wachtel publicó sus mapas de la región entre el Titicaca y el Salar de Coipasa, donde se concentraban los uru en el siglo XVI, su concepto del ‘eje acuático’ ha servido para comprender el espacio altiplánico.” (Harris 1988a, p.353)

De estos mapas se puede entonces desprender, además de la lógica de

ocupación, los circuitos y las conexiones territoriales que establecieron estos grupos.

Una de las características más singulares de la distribución de los grupos étnicos

andinos es la dispersión de asentamientos relacionados entre sí en un territorio, que no

es cerrado. Esta modalidad de ocupación que se ha comprobado para la mayoría de los

grupos andinos, quedando justificada, como explicábamos, por la diversidad de climas

que el paisaje otorga, lo que hace imposible la obtención de recursos variados en un

área específica. Se recurre entonces a lo que se conoce como ‘colonias’ en zonas

alejadas de los centros, lo que genera una constante movilidad de la población y una

superposición cultural importante. Por otra parte ha sido posible determinar con alguna

precisión cuáles han sido los ‘centros’ o áreas controladas por uno u otro grupo étnico,

tomando en consideración estas particularidades.

Desde la interpretación de estos mapas étnicos andinos, es posible aproximarse

a las relaciones que establecen los grupos entre sí y con los centros religiosos o

políticos respectivos, así como las conectividades que se fueron consolidando. En este

punto se integran aspectos geográficos, como el relieve y la orografía que harán

posibles por un lado determinadas rutas de comunicación y por otro definen áreas

productivas específicas.

Desafortunadamente, los estudios han tendido a plantearse a partir de las

divisiones administrativas actuales, quedando incompleto el sistema integral. Los

mapas étnicos por lo tanto quedan interrumpidos en la cordillera occidental de los

Andes, haciéndose solamente la mención a los pueblos o asentamientos que completan

el sistema, en circunstancia que parte de las relaciones se mantienen hasta la

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116

actualidad.63 En determinadas regiones las relaciones territoriales se extienden y hacen

complejas, por la estructura de colonias dispersas en zonas alejadas de los centros. Es

el caso de la región que tuvo como centro el lago Titicaca (circumtitcaca), con el río

Desaguadero y su remate, el lago Poopó, con los citados enclaves a ambos lados de

los Andes. La visita a la zona realizada el año 1567 por Garci Diez de San Miguel,

constituye un documento muy interesante que aporta los nombres de los enclaves

costeros del señorío aymara de los lupaca, confirmándose estos territorios ‘abiertos’,

complementando la información aportada por las excavaciones arqueológicas. Esta

zona en particular sigue planteando una serie de interrogantes relacionadas con la

función e importancia de su centro ceremonial, Tiahuanaco, en el sentido de asociarlos

con la cultura aymara o quechua64. En estos casos la consideración y comprensión de

las macro escalas son fundamentales, y permiten incluir zonas distantes como los

valles occidentales, algunos de los cuales llegan al Pacífico, reconociéndolos como

parte de este sistema. Estos valles son el lugar de emplazamiento de parte de los

asentamientos que estudiamos.

“La nueva concepción del área andina, tal como ha planteado Lumbreras (1981)65, incluye un área o subárea de carácter fundamentalmente internacional, ya que engloba territorios pertenecientes a Perú, Bolivia, Chile y Argentina; es la que se ha bautizado como Andes Centro – Sur o Circum – Titicaca, ya que es en torno a la nucleización del lago como se puede entender el conjunto cultural que se engloba en el área. El hecho de haberse investigado desde las perspectivas nacionales ha impedido contemplar el conjunto como una unidad y, al mismo tiempo, ha dejado numerosas zonal mal o poco conocidas.” (Alcina 2000, pp.151-152)

Intentaremos, por lo tanto recomponer ese sistema, lo más completo posible,

considerando las relaciones que existieron en toda la región altoandina, hoy territorios

chilenos, peruanos y bolivianos, a partir de los grupos étnicos que ahí habitaron, sus

                                                            63 En espacial las festividades religiosas son una oportunidad para revivir los contactos culturales ancestrales. Y como en la religiosidad andina no se ha perdido esa relación con la naturaleza y los lugares, se producen desplazamientos de población a determinados ‘centros’. El caso del pueblo de Isluga, situado en la puna chilena, es un claro ejemplo. 64 “Los hallazgos rituales de los arqueólogos en las áreas hoy aymaras tampoco son automáticamente atribuirles a esta cultura. Hay, por ejemplo, un amplio debate inconcluso sobre qué pueblos habitaron el principal centro ceremonial del área –Tiahuanaco (Thiyawanaku o Tiwanaku), al sur del lago Titicaca, más centros secundarios en todo el contorno y áreas más alejadas, abandonado ya siglos antes de la conquista – y qué lenguas hablaban. Algunas investigaciones recientes lo llaman multiétnico por suponer que tenía relación con poblaciones agrarias de origen pukina, con pastores aymaras llegados más tarde y con los primeros pobladores urus, pescadores marginales y subordinados.” En efecto la multietnicidad de la región del lago Titicaca está bastante comprobada, así como la relevancia del lago en la cosmovisión del pueblo aymara. (Albó 2005, p.17) 65 Se hace referencia a su obra Orígenes de la civilización en el Perú. Peisa. Lima 1981.

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redes de comunicación y los enclaves localizados en zonas más alejadas. Si bien los

límites prehispánicos habrían sido en parte considerados para establecer las tempranas

delimitaciones, en el caso específico que se analiza hubo desde un primer momento

dificultad e imprecisión en la delimitación territorial, quedando zonas encapsuladas en

sus territorios prehispánicos por sobre los coloniales. (Morales Padrón 1988)

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3. Ocupación territorial prehispánica

En una primera aproximación a la organización territorial de los pueblos que

habitan la región andina, cabe destacar las relaciones que se establecen en dos

escalas, y que determinan la situación resultante. Por un lado, la macro escala se

define por las relaciones con el paisaje que establecen los diferentes grupos étnicos en

la ordenación de su mundo, tanto desde un punto de vista mítico, como político y

social, deja situadas las unidades – pueblos – como parte de un sistema mayor, con

sus centros y conectividades. La vinculación entre espacio y tiempo queda de

manifiesto en el uso de patrones temporales para establecer la distancia entre los

lugares. Todo esto en una estrecha relación entre aspectos fundamentales para los

pueblos prehispánicos regionales como son la cosmovisión y la complementariedad

entre las actividades económicas. Ambos aspectos contribuyen a la configuración de

estos patrones originales de asentamiento, que, como se postula, tienen valor y

forman parte de la identidad cultural andina. Lizárraga ilustra, con su relato a la calidad

otorgada al lago Titicaca, como un centro mítico – religioso para diversos grupos

andinos.

“… llámase esta isla Tiqucaca, donde era el más famoso adoratorio que el demonio en todos estos reinos tenía, y para su servicio mandaba que de las más provincias dél que señalaba le sirvieran allí indios…Para deshacer este adoratorio, que llamamos guacas, fue acertadísimo sacar los indios de aquella isla y poblarlos en la tierra firme, á la lengua casi del agua, en un cerro no alto llamado Copacavana.” (Lizárraga 1986)

Del mismo modo y a un nivel más micro, llevado a la escala de los

asentamientos, es posible plantear la lectura de una organización de los elementos

arquitectónicos, de los espacios públicos, los espacios sagrados y las áreas productivas,

regidos por estos mismos factores: el sentido simbólico del paisaje a través de sus

elementos naturales y orientaciones privilegiadas, las existencia y ubicación de suelos o

áreas productivas aledañas y la organización social propia del grupo. La relación entre

las características constructivas y las tecnologías empleadas para las edificaciones y

obras de infraestructura también forma parte de los aspectos a observar, en cuanto se

relacionan estrechamente con los recursos disponibles. Esta ordenación, propia de

estos grupos y esta región, es subestimada durante la Colonia por la precariedad de las

formas construidas o la falta de una estructura regular en los pueblos.

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“Sacando la ciudad del Cuzco y algunos otros lugares grandes, que tenían forma de pueblos, todos los demás no la tenían, sino que las casas estaban amontonadas, sin orden ni correspondencia de unas con otras, cada una aparte, sin trabar ni continuarse entre sí; de modo que no formaban calles ni plazas. Eran pequeños como aldeas de á cien vecinos para abajo, y raros los que pasaban desde número. No tenían defensa de castillos, murallas ni otros pertrechos para su defensa en tiempos de guerra.” (Cobo 1895, vol.4, p.163)

Los pueblos analizados de la región de Arica y Tarapacá se enmarcan dentro

del tipo que describe Cobo. A esta altura estamos en condiciones de anticipar que, a

pesar de su reducido tamaño, dispersión aparente en el territorio y precariedad de sus

construcciones, su organización obedece a originales y valiosos patrones de

asentamiento, que – como se plantea preliminarmente – habrían sobrevivido a pesar

de los cambios ocurridos de la Conquista en adelante.

A continuación se profundizará en estos aspectos que se plantean en ambas

escalas como determinantes en la estructuración tanto del territorio andino – vale decir

de los pueblos entre sí – como de los propios poblados, con la finalidad de plantear

una aproximación al sistema que constituyeron los asentamientos en esta región

andina, y poder seguir el curso de sus transformaciones desde este estado “original”,

anterior a los grandes procesos de cambio.

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3.1 La significación del paisaje andino.

Para el hombre andino la creación del mundo está vinculada al concepto de

“ordenación”, por lo tanto y de acuerdo a los relatos de los incas especialmente

recogidos por los cronistas, lo que tuvo lugar en un ciclo de la historia es una

ordenación de las cosas del mundo y de los hombres, por parte de Viracocha, quien

habría llevado a cabo esta operación desde el lago Titicaca. El mundo entero estaba en

la oscuridad y el caos, hasta la intervención de Viracocha quién sitúa la luna y el sol

en el cielo para iluminar la tierra, donde ubica a los hombres quienes provenían de

cavernas y otros espacios ocultos. Entonces procede a ordenar el mundo en los cuatro

suyu que se conocían a la llegada de los españoles.

“Pasado el diluvio y seca la tierra, determinó el Viracocha de poblarla segunda vez, y para hacerlo con más perfición determinó criar luminarias que diesen claridad. Y para lo hacer, fuése con sus criados a una gran laguna, que está en el Collao, y en la laguna está una isla llamada Titicaca, que quiere decir montes de plomo, del cual tratamos en la primera parte. A la cual isla se fue Viracocha y mandó que luego saliese el sol, luna y estrellas y se fuesen al cielo para dar luz al mundo; y así fué hecho. .. Y a cada uno dellos [criados] mandó ir por diferente camino… Y los dichos criados suyos, obedecieron el mandamiento de Viracocha,… y el uno fue por la sierra o cordillera, que llaman, de las cabezas de los llanos, sobre el Mar del Sur, y el otro por la sierra que cae sobre las espantables montañas, que decimos de los Andes, situada al levante del dicho mar…” (Sarmiento de Gamboa 1942, p.52)

Se le atribuye a Viracocha, por tanto, la ordenación del mundo, que de acuerdo

al relato que proporciona Sarmiento de Gamboa, quedaría dividido en los cuatro suyos

que configurarán el futuro Tawantinsuyu. La incorporación de este concepto de mundo

desde el origen es muy relevante y singular, dado que da cuenta de una concepción

donde el territorio íntegro –ordenado o partido en cuatro- está muy presente como

soporte, y permite fácilmente generar referencias con el todo y con los elementos más

próximos. La información relativa al pueblo inca en este sentido es muy abundante, y a

partir de ésta es posible establecer algunas condiciones transversales a los demás

pueblos andinos, como es el caso de los aymara. Toda esta conceptualización se irá

ajustando a las circunstancias sociales colectivas y al medio físico en que se ubica cada

cultura. Desde esta concepción del mundo surge en la región – como en muchas otras

culturas– la asignación de un valor sagrado – y/o simbólico – a determinados

elementos de la naturaleza, como los cerros o los cursos de agua, o las modificaciones

que se efectúen dentro del paisaje. El concepto de huaca, por ejemplo, recurrente

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122

entre los pueblos andinos, se refiere a la adoración de un objeto en particular, ya sea

natural o construido por el hombre, que posea una condición singular, distintiva

producto de su ubicación (un cerro, una laguna); condición excepcional (una gran

roca, una mujer que da a luz mellizos); o la finalidad con que se realiza (un templo, un

sepulcro). Se trataría entonces de un concepto algo más complejo que el de fetiche,

dado la variedad de tipos y significaciones conocidos.

“La individualidad de la Huaca consiste en que, como en el fetiche, las virtudes no pueden ser traspasadas a otro objeto y que el carácter demoníaco de la fuerza no se debe a ninguna cualidad exterior a la cosa, sino a una virtud debida al espíritu que contiene. No obstante estas semejanzas e identidad de conceptos que les informan, tanto al fetichismo como a las huacas, hay algunas diferencias. Si el fetiche es un objeto natural o manufacturado, la huaca es algo más. Significa lugares y cosas sagradas, como cerros, fuentes, ríos, cuevas”. (Pérez Palma 1938, p.27)66

Las huacas tanto en su conceptualización como en su concreción originan un

constructo ideológico y doctrinario en el que se apoya fuertemente la estructura

religiosa andina, donde la explicación del mundo y del origen se topa con repetidas

referencias a estos elementos. Se han trasladado hasta hoy algunas denominaciones

de lugares u objetos, de especial significación, que encuentran su origen en la tradición

de las huacas.67 Es interesante resaltar una vez más la significación del medio natural

en este ámbito de la vida andina, medio que, como hemos insistido, favoreció un culto

a la naturaleza, valiéndose de ella como referente para sus procesos sociales.

De lo anterior se desprende que la cosmovisión de las culturas andinas

prehispánicas fue uno de los fundamentos de la ordenación del espacio andino y de la

valoración que le asigna a los espacios exteriores. El hombre andino lleva a cabo sus

prácticas rituales en estos espacios exteriores, sirviéndose del paisaje como parte

importante del “soporte simbólico” involucrado: los sacrificios ofrecidos al Inti, a las                                                             66 El autor frente a la complejidad del concepto propone una división en tipos: “La huaca lejos de ser un equivalente exacto del fetiche, le supera y abarca desde el ídolo de palo hasta las inaccesibles cordilleras y los ríos más caudalosos. Por esto y por razón de análisis y para mayor claridad de nuestro estudio llamaremos huacas a todos los ídolos de existencia individual , y huillcas a todo lo que es de existencia impersonal, como cerros, ríos, pampas y nevados que son otros tantos lugares sagrados.“ (Pérez Palma 1938, p.27) 67 Será el concepto de huillca –más que el de huaca – se encuentra presente en la denominación de lugares. Esto atribuido al hecho de que nombre lugares y no objetos: “Este aserto se confirma con el hecho, de que del nombre de huca no ha quedado ni vestigios para la posteridad, sino como nombre de algunos objetos artificiales, en cambio el de la huillca subsiste en muchos nombres de cerros y lugares como Huanca – huillca (hoy Huancavelica), Huari – huillca, Ccori – huillca, Rasu – huillca, Huillca – pampa y muchos otros.” (Pérez Palma 1938, p.28)

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huacas, el cielo, las estrellas, las plegarias acompañadas de bailes, entre otros

aspectos configuran la espacialización del culto andino. Esto marca una gran diferencia

respecto del culto cristiano que ha sido ampliamente comentada y que para el caso de

la arquitectura se presenta como uno de los antecedentes de los originales tipos

arquitectónicos surgidos en América, donde el espacio exterior se constituye en una

prolongación de los espacios interiores.

En la explicación que el hombre andino hace del cosmos, de la creación, de

todo su universo mítico, figuran constantes referencias a la naturaleza. En la

incorporación del medio natural a sus creencias, el hombre andino atribuye a los

espíritus – demonios en ocasiones – la capacidad para habitar en zonas de condición

adversa como altas cumbres, quebradas profundas o zonas en extremo desérticas,

observando la relación entre ellos y los fenómenos naturales como las lluvias, el

amanecer y el ocaso.68 Por este motivo el espacio exterior estará tan presente en los

ritos andinos prehispánicos, se les venera y al mismo tiempo se les respeta.

                                                            68 Se ha sostenido que más que los hechos mismos, como la aparición del sol o la lluvia, lo que en verdad consigna mayor significado para el hombre andino son las consecuencias de ellos, vale decir, la germinación de la semilla, la madurez de un fruto, previos a la cosecha, por ejemplo.

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3.2 La cosmovisión y religiosidad andinas

La construcción simbólica que realiza el hombre a partir del entorno natural que

habita será una constante con que se encuentran los conquistadores a su llegada a

América. Dependiendo de la complejidad y evolución de los grupos será el imaginario

que construyan, así como el significado que otorgan a los elementos de la naturaleza y

sus efectos en la vida cotidiana, por medio de factores como el calor, riego luz, y por

oposición frío, aridez u oscuridad, factores que posibilitan el surgimiento de la vida, la

germinación de semillas, entre otros. Por su parte, los fenómenos meteorológicos, las

catástrofes naturales tan frecuentes en el ámbito andino – especialmente los temblores

o erupciones volcánicas – constituyen el origen de mitos y creencias que asocian

determinados elementos, generalmente los cerros, con lugares de residencia de los

dioses.

Algunos de los aspectos más interesantes de la cosmovisión andina pueden

extraerse de la tradición oral aportada por el pueblo inca, por la cercanía que se

establece con determinados cronistas del siglo XVI – Garcilaso de la Vega o Pedro

Sarmiento de Gamboa – los cuales, a pesar de la tendencia a cristianizar y

‘occidentalizar’ los relatos, consignan aspectos que dan cuenta de concepciones

fundamentales diferentes. Entre las edades que se identifican, la primera se caracteriza

por el desorden, el caos y la oscuridad;

“Dicen los naturales desta tierra, que en el principio, o antes quel mundo fuese criado, hubo uno que llaman Viracocha. El cual crió el mundo obscuro y sin sol ni luna ni estrellas; y por esta creación le llamaron Viracocha Pachayachachi, que quiere decir Criador de todas las cosas…. Y así crió los hombres a su semejanza como los que agora son. Y vivían en oscuridad.” (Sarmiento de Gamboa 1942, p.49)

Según lo registrado por Sarmiento, a causa de la desobediencia de los

hombres, Viracocha manda un diluvio sobre estas tierras, del cual se salvan unos

pocos hombres, los cuales dan origen a los pueblos actuales, formando parte de una

etapa nueva. Garcilaso, por su parte, representa esta etapa primitiva con una falta de

vida urbana, en comunidad, sin presencia de una organización social o económica que

permitiera al grupo sobrevivir.

“Sabrás que en los siglos antiguos toda esta región de tierra que ves, eran unos grandes montes breñales, y las gentes en aquellos tiempos

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vivían como fieras y animales brutos, sin religión ni policía, sin pueblo ni casa, sin cultivar ni sembrar la tierra, sin vestir ni cubrir sus carnes, porque no sabían labrar algodón ni lana para hacer de vestir. Vivían de dos en dos y de tres en tres, como acertaban a juntarse en las cuevas y resquicios de peñas y cavernas de la tierra: comían como bestias yerbas de campo y raíces de árboles, y la fruta inculta que ellos daban de suyo y carne humana…” (Garcilaso de la Vega 1938, p.83)

Siempre en esta etapa, anterior a los incas, Garcilaso hace referencia al culto a

la naturaleza, diferenciando aquellos grupos que adoraban sin discriminación los

elementos más faltos de significado e importancia, de aquellos que tenían veneración

por los que les proporcionaban algún provecho a su vida, como la tierra, las aguas o

las montañas.69 Estos últimos, sean volcanes, cerros o montículos, están asociados a

los dioses, sus moradas, a los difuntos, al origen de la vida, donde nace el sol. Por este

motivo se asocian al concepto de paqarina,70 que constituye un lugar de origen del

grupo o ayllu.

Los elementos que se señalan son especialmente relevantes en el paisaje

andino en particular donde se han localizado los pueblos, y fundamentalmente en la

región alta de la puna. Por otro lado, a pesar de que ambos autores se basan en la

historia de los incas, es un hecho que la localización del nacimiento del pueblo inca y

de la ordenación del mundo – lo que correspondería a una “segunda etapa” – se

relaciona en todos los casos con la cuenca del Titicaca, región donde las cumbres

nevadas, las llanuras y los cursos de agua son los elementos más significativos. Las

versiones difieren en los detalles, pero siempre será el lago o la isla Titicaca el espacio

señalado. De acuerdo a Garcilaso es el “padre sol” quien pone a sus dos hijos en la

laguna, y desde aquí los envía a las diferentes regiones del mundo.

Sarmiento de Gamboa (1942) enfatiza la importancia de la luz, como distingo

entre ambas etapas: “Pasado el diluvio y seca la tierra, determinó el Viracocha de

poblarla segunda vez, y para hacerlo con más perfición determinó criar luminarias que

                                                            69 “Otros muchos indios hubo de diversas naciones en aquella primera edad, que escogieron sus dioses con alguna más consideración que los pasados, porque adoraban algunas cosas, de las cuales recibían algún provecho, como las fuentes caudalosas y ríos grandes, por decir que les daban agua para regar sus sementeras. Otros adoraban la tierra, y la llamaban madre, porque les daba sus frutos; otros al aire, por el respirar, porque decían que mediante él vivían los hombres;… otros a la cordillera grande de la Sierra Nevada, por su altura y admirable grandeza y por los muchos ríos que salen de ella para los riegos.” (Garcilaso 1938, p.74) 70 El concepto de paqarina es bastante complejo en la cosmogonía andina y se relaciona asimismo con los cursos de agua. Se refiere al origen, al surgimiento de los hombres, pero también a los sitios donde habitan los dioses.

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diesen claridad. Y para lo hacer, fuése con sus criados a una gran laguna, que está en

el Collao, y en la laguna está una isla llamada Titicaca, que quiere decir montes de

plomo, del cual tratamos en la primera parte. A la cual isla se fue Viracocha y mandó

que luego saliese el sol, luna y estrellas y se fuesen al cielo para dar luz al mundo; y

así fué hecho. .. Y esto hecho. Y a cada uno dellos [criados] mandó ir por diferente

camino…” (Sarmiento de Gamboa 1942, p.52) El sol (Inti o Punchao) constituye una de

las divinidades más importantes de los Andes de acuerdo a lo registrado por estos y

otros cronistas, relacionado con el poder del Inca, de ahí el carácter elitista del culto

solar para este grupos; estaba vinculado además a los cultivos del maíz y la coca,

presentes en gran parte de los rituales prehispánicos, e incluso contemporáneos.

Se trata de metáforas que efectivamente son comunes a diferentes grupos,

entre ellos los aymara. Al igual que los incas, éstos son herederos en gran medida de

una misma tradición cultural, que comparten la veneración a los elementos señalados,

además de los mitos referidos y consideraciones del mundo que habitan,

determinantes en la estructuración territorial, como la concepción dual del espacio.

Esta dualidad se materializa no sólo en la ordenación territorial, sino también en la

construcción del repertorio simbólico: a la Pachamama (madre tierra) le corresponde

una divinidad que se ubica en el cielo, probablemente, Viracocha (Pease 1991); lo

mismo que para las actividades económicas: ganadería y agricultura que para el

paisaje: arriba y abajo. Se refuerza con esto la idea de un dualismo de opuestos –

complementarios, que Ossio (2005) señala como una de las características más

destacadas del mesianismo andino, junto a la visión cíclica del tiempo (las edades),

existencia de un rey ordenador, la concepción de un principio unificador que se vincula

a las relaciones de parentesco y poder. En este contexto el concepto de centro

ordenador, a partir del cual se divide, pero también converge el mundo cobra sentido.

Es lo que la ciudad del Cuzco fue para el pueblo inca. (Ossio 2005)

En lo que respecta al pueblo aymara, Harris (1988b) sostiene que en el periodo

de que esta etnia (intermedio tardío) dominaba la región del lago ésta presentaba una

partición, definiendo dos regiones ecológicas y étnicas, complementarias: el Urqusuyu

y el Umasuyu. El primero se asocia a lo masculino, los cerros, la región más alta;

siendo, por oposición el Umasuyu el femenino, la región baja, fecunda. La división

tiende a fijarse, al menos en la tradición aymara, en el eje acuático que configura el

Titicaca, Desaguadero y Poopo.

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127

Estos patrones descritos entran naturalmente, en crisis en el momento del

contacto con una cultura foránea desde el siglo XVI en adelante. La explicación que se

dará del mundo a partir de entonces es otra, en la que sobreviven ciertos aspectos que

darán forma a los nuevos y sincréticos ritos, elementos simbólicos y espacios sagrados,

con interesantes aportaciones prehispánicas como el concepto de la Pachamama,

ampliamente difundido a lo largo de los Andes, y asociado en regiones en la actualidad

a la figura de la Virgen María. (Pease 1991; van Kessel 1996a)

En palabras de Riviere (1994), los aymara contemporáneos que siguen

habitando en su ámbito original conservan esta estrecha relación con la naturaleza,

con toda su significación asociada, como en épocas prehispáncias, y además en

estrecha vinculación a las actividades productivas de una comunidad.

“En la sociedad campesina aymara, el concepto de ‘naturaleza’ debe ser empleado con prudencia, pues en la mayoría de los discursos emitidos actualmente sobre el tema, corresponde más a una realidad occidental que a un concepto propiamente andino. En éste persiste una visión ‘chamánica’ del mundo que implica ‘el sentido del intercambio y de la alternancia’. Aquí, la ‘naturaleza’ no es una entidad externa al hombre, algo frío y distante, posible de transformar impunemente. Actuar sobre el mundo real solo es posible si hay una gestión comunitaria efectiva de un conjunto de fuerzas que emanan de los ‘dioses’, ‘espíritus’, etc., diferenciados y localizados, con los cuales deben mantenerse relaciones de reciprocidad.”(Riviere 1994, p.97)

Uno de los aspectos que más llama la atención es el sentido de integración con

que se concibe el mundo: el hombre integrado con su medio, del que depende y rige la

vida y sus actividades productivas; los hombres agrupados, formando comunidades

que, a su vez, se complementan entre sí. Por otra parte, la movilidad a la que están

tan habituados estos grupos también involucra la integración de territorios distantes,

en una idea de pertenencia a un cosmos que ordenan y dividen.

La religión andina, en general, ha tendido a analizarse desde los mitos y los

ritos, quedando desatendida la vinculación con la organización del mundo, tanto desde

el punto de vista territorial, como político y social. La compleja historia mítica de los

incas que ha llegado a nuestros días permite establecer estas relaciones, donde cada

integración de nuevos territorios involucraba un acto de reordenamiento, como en el

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origen, de manera de incorporar el nuevo espacio al propio cosmos, vale decir, al

Tahuantinsuyu.

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3.2.1 Las características de la religiosidad andina.

La descripción de la religiosidad en el área andina podemos encontrarla en la

mayoría de las crónicas de autores españoles, quienes se centran principalmente en los

mitos de creación del mundo y el hombre. A partir, naturalmente, de un esquema

católico, se intenta entender la religión andina, vale decir, la existencia de un creador

del mundo, de profetas y ritos conmemorativos. A medida que se tuvo mayor

conocimiento del idioma los relatos fueron enriqueciéndose, incorporando detalles de

los personajes, elementos y ritos involucrados. Bajo este esquema de cultos diversos, a

elementos animados e inanimados, se calificó a los pueblos de idólatras, y a sus

prácticas rituales igualmente de inapropiadas, lo que, como se comprueba en muchos

relatos, se ve incrementado a ojos de los conquistadores por la localización de los

pueblos, en lugares distantes de difícil acceso para los religiosos.71

Contrariamente a lo que se podría desprender de los relatos míticos y de las

crónicas, la religiosidad andina fue bastante tolerante, en el sentido de no imponer un

único culto. Se afirma que el culto al sol, por ejemplo, se remite más bien a una elite, y

no constituye una práctica generalizada, al menos no con la misma devoción o

intensidad en todos los grupos étnicos andinos. Esto ha llevado a algunos historiadores

a plantear la idea de la superposición de costumbres o prácticas rituales tras la

Conquista, justificándose desde esta aseveración las características sincréticas de los

cultos religiosos actuales entre muchos pueblos andinos.

“Por otro lado, al disponer de una religiosidad no excluyente, la población andina no consideraba que al adoptar una nueva divinidad o al participar de rituales, debía desprenderse obligatoriamente de sus propios dioses anteriores y de su correspondiente vida ritual, tan estrechamente vinculada a la sustentación alimentaria y a las relaciones sociales en general.” (Pease 1991, p.332)

No obstante lo que postulaba en principio la misión evangélica no se

caracterizaba por esta tolerancia a los cultos paganos del pueblo conquistado, y se

darán instrucciones precisas de eliminar, a toda costa, las prácticas paganas de la

población nativa. Esto no será fácil, en especial porque el adoctrinamiento no se                                                             71 Una de las tantas alusiones a las prácticas rituales de los grupos andinos la hace Cobo: “Eran los indios del Perú tan grandes idólatras que adoraban por dioses casi cuantas especies hay de criaturas…. Adoraban con igual reverencia y con unos mismos actos de culto y sumisión á las segundas causas como al Sol, al Agua y á la Tierra y á otras muchas cosas que tenían por divinas, por entender tenían virtud para hacer ó conservar lo necesario para la vida humana… ” (Cobo 1895, vol.3, pp.299-304)

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130

produce necesariamente desde una comprensión real de los dogmas cristianos, sino

más bien, desde las formalidades, vale decir, la repetición de ritos y oraciones que no

tendrán sentido para los nativos, porque no se enmarcan en las creencias andinas,

más o menos compartidas por los diferentes grupos.

“Los procesos de conquista de unos pueblos por otros no eran ajenos al mundo andino, aunque la conquista española sí supuso toda una novedad por los distintos principios de organización política, social, económica y religiosa que trajo aparejada. En el plano religioso, la exclusividad de la religión católica vino a romper profundamente la tradición andina de incorporación de los dioses del pueblo conquistador por los conquistados. Por todo esto, la resistencia a la conquista y mantener a toda costa los valores de la tradición andina.” (Borges 1992, p.496)

Como consecuencia de esta resistencia, Pedro Borges apunta que se producirán

dos actitudes, “contrarias entre sí, como son el de la supresión y el de la conservación

o transmisión de esas culturas.”(Borges 1992, p.671) La primera intentará llevarse a

cabo por medios más o menos estrictos, dependiendo de las características de los

misioneros y las culturas locales; la intención será tratar siempre por medios pacíficos

de convertir infieles, sosteniendo que son ante todo personas. Pero en su afán por

instalar la nueva doctrina, y la condición natural del andino de volver a sus ritos y

adoratorios, se procederá en muchos casos a la eliminación de los elementos físicos,

vale decir, estos ídolos y destruir sus lugares de culto, no dando pie a los ritos

sincréticos o libres representaciones de los hechos y dogmas cristianos.72

La segunda actitud, que se funda en las demandas que se harán del buen trato

y respeto por los naturales, dado, ante todo su condición de seres humanos, permitiría

explicar en parte las características que fueron tomando los ritos cristianos y sus

soportes construidos en las zonas que contaban con población prehispánica, donde la

fusión entre las tradiciones y creencias arraigadas por los pueblos y el recién llegado

credo conviven. Esta actitud tiene además el valor de haber hecho posible la

transmisión de características detalladas de las culturas prehispánicas, desde las

descripciones efectuadas por los mismos misioneros, en su observación atenta de los

mismos.

                                                            72 Esta acción practicada tempranamente frente al bajo porcentaje de población indígena conversa, que consignan los visitadores, se pone en práctica en el siglo XVI y se lo conoció como Extirpación de Idolatrías. Existe bastante documentación que describe el caso del Virreinato de Nueva España, donde existían culturas con un alto grado de desarrollo que habían construido adoratorios de gran envergadura.

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131

El proceso de incorporación de la religión en los Andes ha sido ampliamente

comentado, existiendo algunas discrepancias en la situación resultante, vale decir, la

condición del culto sincrético actual. Hay quienes, como Marzal (2005), sostienen que

hubo finalmente una incorporación de la doctrina cristiana, con una conservación de

una serie de elementos rituales, los cuales, eso sí, se habrían “cristianizado”73. De esto

dan cuenta, por ejemplo, las festividades religiosas populares que se celebran en los

pueblos Andinos, con claras referencias prehispánicas. Se sostiene por otro lado que

no habría existido una transformación efectiva en las creencias y cultos de los pueblos

andinos, y que el origen de los ritos y cultos actuales se funda de manera importante

en todo el constructo simbólico y religioso anterior al cristianismo. Lo cierto es que,

más allá de la intensidad del antecedente prehispánico, lo que interesa poner de

manifiesto – y en valor – es la certera existencia en la actualidad de un culto sincrético

andino.

A modo de ejemplo, dentro de los rasgos más significativos sobresalen los ritos

y ceremonias a los difuntos, que da origen al rito andino actual: el culto a los muertos

confirma la firme creencia en una vida siguiente. La ceremonia de entierro consiste en

un complejo rito, que dura varios días, donde se despide al difunto y se lo prepara

para enfrentar este nuevo estado. Para este propósito el difunto deberá ir provisto de

una serie de utensilios de trabajo que había empleado en este mundo, sus mejores

ropas y también comida, todos elementos que le permitirán enfrentar de la mejor

manera el largo viaje. Esto se conmemora en la actualidad, cada año, en el día de los

muertos según el calendario cristiano, ocasión en que una vez más los familiares y

amigos acompañan al difunto, llevando comida, bebida y sus objetos preferidos a la

tumba, todo asistido por cantos –los predilectos del difunto- y numerosa

concurrencia74. Esto carga de simbolismo y valor los espacios de los cementerios,

algunos de los cuales pasarán a formar parte del conjunto religioso cristiano

implantado, ubicándose contiguos a los templos. Permanece también la costumbre de

levantar un altar en la casa del difunto, una vez enterrado, donde es visitado por los

                                                            73 Puede ser el caso del culto a la Pachamama, que subsiste en gran parte del área andina; esta divinidad se la vincula hoy en los Andes con el culto a la Virgen María. 74 El caso descrito, que es una práctica bastante generalizada en el área andina señalada, corresponde a lo observado recientemente en un pueblo precordillerano del valle de Codpa, específicamente el de Guañacagua. Con la desocupación parcial de muchos de ellos estas ceremonias más interesantes (con bandas, ritos de la coca, comidas, bebidas y numerosos asistentes) se han concentrado en algunos de ellos.

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132

miembros de la comunidad (o ayllu), en un rito donde el sentido de pertenencia a un

grupo, ya sea por relaciones de parentesco u otras es muy fuerte.

El culto a los difuntos y el rito funerario constituye, al igual que en otras

culturas primitivas, una de las manifestaciones más interesantes, cargadas de

simbolismo y vinculadas estrechamente con el sentido cosmogónico. Los sepulcros

pasan a constituir lugares destacados, sagrados y cargados de energía, razón por la

cual existe una tendencia en algunos casos a espacializar a los difuntos, en las

cumbres, a lo largo de los ríos o el territorio, dominando el espacio.

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133

3.3 Organización territorial resultante

Los pueblos o asentamientos menores cumplieron desde la época prehispánica

un papel fundamental en la estructuración del territorio andino. Se ha comprobado

cómo, a partir del descubrimiento de la agricultura y el desarrollo de técnicas de

irrigación, se abandona la vida nómade y comienza la aparición y consolidación de los

poblados agrícolas y ganaderos, complementándose las actividades productivas. Los

grupos, al ir alcanzando niveles de desarrollo social y económico mayores requieren de

ciudades o centros urbanos, los cuales cumplieron importantes roles como centros

administrativos, ceremoniales, estratégicamente emplazados, pero en un esquema en

el cual los demás poblados – lo que sería parte de una estructura rural – fueron

fundamentales, a través de sus actividades productivas y de abastecimiento, y como

prestadores de servicios.75

Estos importantes cambios vinculados al desarrollo de la agricultura y el acceso

a los cursos de agua, con el consiguiente aumento de población, tienen lugar en esta

región en torno al 3000 AC, coincidiendo con el periodo denominado neolítico, como

explica Lumbreras, época en la cual las formas de habitar y de agrupación se modifican

significativamente, dando lugar a estructuras más o menos complejas.

" Muy pronto comenzaron a aparecer aldeas, permitiendo una más libre disposición del espacio residencial, sin tener que depender de los abrigos naturales, en relación más próxima con las zonas de acceso a los recursos productivos o de obtención de alimentos (...). Estas conquistas del neolítico andino tienen la peculiaridad de resolver sobretodo los problemas relativos al acceso al agua; son técnicas para racionalizar el consumo del agua, sea por carencia o por exceso. El registro de su evolución histórica indica un progresivo potenciamiento de sus beneficios para la explotación de los recursos naturales; ya sabemos cómo los andenes estaban sometidos a un permanente proceso de perfeccionamiento y diversificación resolviendo el grave problema de la irregularidad del terreno, pero logrando, además, una mayor optimización de los recursos acuíferos pluviales, freáticos o de vertiente, así como un manejo más racional y adecuado de las variaciones climáticas de los diversos pisos ecológicos. " (Lumbreras 1990, p.35)

                                                            75 La figura de los mitimae, movilizaciones de población con la finalidad de prestar servicios en tareas de explotación agrícola u obras de infraestructura es muy habitual entre los grupos andinos. Se constituye en la base de la estructura social y económica de los Andes.

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134

Del mismo modo, surge la tecnocracia que junto a la formación de un Estado,

significa en una sociedad la aparición de clases sociales que cumplen roles diversos

entre la población, muchos de ellos vinculados con las actividades económicas

(construcción de andenes para el traslado de agua o terrazas de cultivo). Se inicia una

especialización de actividades como una consecuencia más de esta nueva actividad

productiva, y una organización de los grupos familiares. Surgirá asimismo toda una

clase de sacerdotes a quienes se les atribuyen poderes sobre recursos tan preciados

para la agricultura como las lluvias. A partir de estas trascendentales modificaciones en

la estructura social se van configurando los esquemas étnicos que hemos reconocido

en las diferentes regiones andinas.

En el momento de la Conquista los indígenas americanos tenían, por lo tanto,

una vasta tradición de modificación del espacio natural, en función de su profundo

conocimiento derivado de la observación de los ciclos y fenómenos de la tierra,

esquema en el cual el paisaje como ámbito productivo y simbólico pasa a ser un

elemento ordenador y central en la vida de estos pueblos, integrado a sus ritos y mitos

más fundamentales. La naturaleza entera cobra gran significación y valor simbólico lo

que se traduce también en el orden que el indígena le da a su espacio construido,

organizando un entorno que la mayor parte de las veces no otorgaba facilidades.

Desde lo ceremonial y más sagrado a lo más doméstico lo lleva a cabo con un sentido

muy preciso, a veces práctico, pero en definitiva con un orden.

En este sentido, es un hecho destacable la conciencia que tiene el hombre

andino del mundo que habita, como una unidad. El mismo nombre que le dan los incas

al Imperio, “Tahuantinsuyu”, lleva implícito una concepción de un mundo integral y

diverso al mismo tiempo. Lo interesante en el caso del Imperio inca, y de ahí que

hayan recibido esta denominación de imperio, es que a medida que se van

conquistando territorios se establecen vinculaciones, redes, buscando una

complementariedad que hizo posible su subsistencia. La estructura administrativa

impuesta también se subordina a esta idea de territorios diversos, en una gran

extensión, que debía funcionar orgánicamente.

Dentro de los factores que hemos identificado como determinantes en la

ocupación del espacio andino, además de la relación con un universo mayor al cual se

pertenece, está la variable del acceso a los recursos, esto es, a las tierras capaces de

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135

sustentar una actividad económica, ya sea la agricultura o la ganadería. Enfrentados a

las condiciones climáticas que hemos descrito (precipitaciones poco frecuentes,

cambios bruscos de temperaturas, alturas de sobre los 4000 msnm), las áreas factibles

de ser pobladas no abundan; por este motivo el esquema de complementariedad de

recursos entre las tierras altas y las bajas constituye un patrón tan arraigado a las

culturas locales. Se trata además de un proceso paulatino que, a la llegada de los

conquistadores, contaba con siglos de existencia.

“Dentro de este contexto multiecológico, históricamente experimentado y aprovechado, debe comprenderse la sociedad andina antes, durante y después del Tawantinsuyu de los incas. Mucho tiempo antes que el Cuzco fuera el gran centro expansivo que los cronistas del siglo XVI muestran las poblaciones andinas aprendieron a utilizar y explotar en su favor un medio ambiente marcado – como se ha visto – por la altura y la temperatura extrema en la Sierra, pero también por el desierto en la Costa y por la aparente impenetrabilidad de la Selva amazónica.” (Pease 1991, p.55)

Será esta condición climática asociada a la capacidad limitada de producción del

suelo, la que originará la figura de las "colonias". La estructuración de los grupos

étnicos en el territorio, entonces, cobra una complejidad que va más allá de la simple

ocupación de un área. Si nos remitimos a una escala menor es también esta capacidad

productiva la que define su orden: la figura de los caseríos o establecimientos variará

de manera significativa entre los grupos de la costa -dedicados a la pesca-, los de la

precordillera -emplazados en los mejores suelos para la práctica de la agricultura-, y

los de la puna o altiplano, que son esencialmente ganaderos. Aparecen en cada uno de

ellos elementos diferentes (terrazas de cultivo, canales de regadío, corrales para los

animales, entre otros).

El tema de la capacidad productiva del suelo será clave en el entendimiento del

nivel de desarrollo que alcance el grupo étnico que lo habita. Ésta puede estar

asociada a la natural condición del suelo y el clima (suelo cultivable, agua, pastos para

los animales, clima templado); al grado de desarrollo tecnológico alcanzado que

permite un manejo de los recursos naturales, especialmente el agua; y a la capacidad

del grupo para manejar colonias en pisos ecológicos diversos, y de esa manera suplir

las carencias productivas del lugar en que se encuentra emplazado el núcleo social y/o

administrativo, asegurando así una amplia diversidad de recursos traídos desde zonas

alejadas con otros climas.

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136

El caso del grupo étnico que habitaba la región del Cuzco es un ejemplo de esta

realidad y las consecuencias que genera. Los inca habitaban en un valle con un suelo

sumamente fértil, lo que sumado al desarrollo tecnológico que manejaban, hace

posible la construcción de andenes para el traslado de las aguas destinadas al riego y

de caminos. Por otro lado, su capacidad organizativa los convirtió no sólo en un grupo

más desarrollado, con capacidad de construir centros "urbanos", sino que les permitió

contar con excedentes, lo que los convertirá en más poderosos. Estos excedentes

permiten que la autoridad mantenga, bajo el régimen de la redistribución, a una

población numerosa, la que a su vez le presta servicios.

Estas condiciones serán fundamentales para la expansión de este grupo, más

allá de los límites que poseía, pasando a dominar otros señoríos y constituyendo a la

postre el gran Imperio del Tawantinsuyu. El sistema de los excedentes no obstante, no

es una creación del señorío que habitó el Cuzco; es el resultado de un largo proceso de

aclimatación que comienza con el establecimiento de los primeros asentamientos con

la implantación de la agricultura. La expansión y dominio de un grupo más poderoso

sobre otro no se inicia con los inca, más aun, ellos van a repetir, con algunas variantes,

lo mismo que habían realizado los imperios Wari o Chimor en otras regiones de los

Andes y la costa. John Murra (1988) destaca la misma modalidad (de excedentes o

conservas) entre los aymara, con su centro en la cuenca del Titicaca.

“En los siglos de mayor libertad 76 las variaciones y los usos a los cuales fueron destinados estas conservas eran más importantes que hoy. No sólo compensaban por los daños de sequía y otras calamidades naturales o humanas, sino que se constituían en reservas al alcance tanto de grupos étnicos como del Estado. Llenaban miles de depósitos construidos de tal manera y en tales lugares que podían aprovechar minúsculas diferencias de exposición al sol, al viento o a la humedad. Los que fueron construidos por el Estado o los señores a lo largo de los caminos podían proveer de comida a los cargadores y a los ejércitos, a las caravanas de llamas que ligaban diversos territorios y zonas geográficas, a los sacerdotes de los diversos cultos encaminados hacia santuarios provincianos.” (Murra 1988, p.59)

Las claves para la comprensión de la ocupación que el hombre hace del ámbito

andino están presentes por tanto en las culturas anteriores a la consolidación del

Imperio inca. Los aportes teóricos más importantes se realizan alrededor de 1970,                                                             76 Murra, coincidiendo con otros autores, define el periodo post Tiwanaku como el momento más pleno de desarrollo e independencia de los señoríos aymara.

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137

cuando John Murra plantea su teoría del control de pisos ecológicos en los Andes como

fundamento de la estructuración de los grupos étnicos, especialmente los aymara,

extendiendo el patrón de análisis a los demás grupos andinos. Esto se traduce en

comprender que las áreas de cada señorío o etnia no están necesariamente en una

continuidad territorial entendida a la manera literal, sino en base a lo que se ha

llamado "archipiélago", esto es, una gran dispersión de terrenos en función de su

localización geográfica y capacidad productiva que permite el abastecimiento del grupo

con una gran diversidad de productos. Esto supondrá asimismo una organización social

donde los desplazamientos de importantes grupos de población desde los "centros

administrativos", por espacios de tiempo variable, es una práctica constante.

Diversos autores han destacado la relevancia de las observaciones que Murra

hace del ámbito andino, señalando que con ellas se abre una nueva manera de

interpretar las estructuras organizativas de los señoríos andinos, convirtiéndose esto en

una de las singularidades más interesantes de las culturas andinas, en cuanto refieren

a estrechas relaciones con un medio y una cultura, vale decir, con una identidad.

“Los estudiosos encuentran gran dificultad para pesquisar rasgos persistentes en lo que podríamos denominar un desarrollo cultural; pero en cambio destacan como un factor trascendental la existencia de una mentalidad andina común a los grupos que la habitaron. Esta mentalidad tendría sus fundamentos en lo que se ha denominado el "control vertical" de los pisos ecológicos. (...) El intercambio sistemático y persistente de personas y productos, entre la costa, la sierra y la montaña, generó una estrategia de sobrevivencia basada en la complementación económica de variados recursos. También generó un importante factor de multietnicidad, ya que cada grupo debía tener colonos en los diferentes pisos ecológicos para tener acceso a dichos recursos.” (De Ramón 2001, pp.16-17)

Este descubrimiento, o interpretación, contribuye a desentrañar una serie de

conductas habituales entre los hombres andinos. Una de ellas es la del mittani o

mitmaqkuna, dos modalidades de movimiento de grupos de población, por periodos

variados y a regiones a veces apartadas de los centros administrativos, con la finalidad

de obtener estos recursos de una zona ecológica distinta. Como consecuencia de lo

anterior debió existir también un control sobre estas colonias alejadas de los centros,

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138

lo que, en el caso de los señoríos andinos se resuelve con una dualidad de centros

administrativos y señores étnicos.77

Esta área cultural y geográfica la percibimos hoy ciertamente alterada, tanto

desde el punto de vista paisajístico como humano. A las transformaciones que

supusieron las dominaciones y expansión de los imperios prehispánicos se suma todo

el impacto que significará la Conquista, especialmente en sus primeros años. Estas

expansiones e invasiones territoriales prehispánicas fueron en muchos casos violentas,

generando destrucción de poblados y de redes sociales. La situación en época

prehispánica no es sin embargo menos intensa: las excavaciones arqueológicas, el

hallazgo de piezas y restos, así como la estimación de la rapidez de ocupación de

zonas, han demostrado que hubo luchas profundas y grupos belicosos entre las

mismas etnias andinas.78 No obstante, las pugnas se llevan a cabo en un ámbito

cultural común, con organizaciones, estructuras sociales, desarrollo tecnológico más o

menos similares, lo que -sin restar dramatismo a la ocupación y dominio de unos

grupos por sobre otros- sugiere que se dieron dentro de lo "esperado" y dentro de

ciertos márgenes que no modifican estructuras asociadas a conceptos andinos

comunes, como patrones de reciprocidad o redistribución. Algunos cronistas, como

Cobo en su descripción del Imperio inca, dan cuenta de este tipo de relación que, de

acuerdo a su interpretación no desarraiga a los pueblos “sujetos” de sus actividades

habituales, aun cuando pasan a servir al inca.

“Atendíase en esta transmigración á que los que se trasladaban, asó de los recién conquistados como de los otros, no se mudasen á cualesquier tierras, así á poco más ó menos, sino á las que fuesen del mismo temple y calidades ó muy conformes á las que dejaban y en las que se habían criado.” (Cobo 1895, vol.3, p.223)

Por otra parte la larga tradición de vida rural en los Andes, existente hasta hoy,

constituye una evidencia de la permanencia de estas aldeas o caseríos, los cuales

venían desarrollando estructuras administrativas bastante eficientes que permitían su

funcionamiento y control, a pesar de los cambios ocurridos. Las dominaciones de la

época prehispánica tendieron a no desestructurar significativamente este esquema de

funcionamiento, asegurando por un lado el control, pero al mismo tiempo la

                                                            77 Cabe destacar el caso de los caranga, con su centro en Turco (sobre la cuenca del lago) y los dos centros subordinados a éste en la sierra o precordillera hoy chilena, de Belén y Socoroma. 78 Las piezas de cerámica por ejemplo, con motivos alusivos a las guerras, así como los restos enterratorios, con cabezas de los pueblos dominados, a modo de trofeos.

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producción, en un marco de prestaciones de servicio mutuas. La población no se ve

obligada a abandonar sus poblados o cambiar de actividades económicas, a diferencia

de lo que ocurrirá tras la Conquista, con la implantación de políticas de reducción de

población o traslados masivos de trabajadores a los centros mineros. Será,

efectivamente, la explotación minera una de las principales causas de la

reestructuración que sufre esta área durante el periodo colonial79. Del mismo modo se

rompe el vínculo con el universo simbólico: los mitos acerca del origen, la relación con

las divinidades, todo esto queda interrumpido y sin sentido con el desarraigo del

grupo, su reordenación y reubicación.

En este contexto, no existe evidencia de que las expansiones territoriales

prehispánicas hayan supuesto una destrucción trascendental del paisaje o sus recursos

en el área andina. Más bien, se buscará optimizar la capacidad productiva de los

suelos, con la construcción de canales de regadío o el aterrazamiento de los suelos y

acceder a esos recursos, a través también de la explotación de las tierras comunales.

Esto fue posible en parte porque el sentido de tierras comunitarias era un patrón

habitual en los Andes. La diferencia consistió en que ahora era explotada en beneficio

del Inca y sus divinidades. Sin embargo las particiones no alteraban el régimen predial

existente, o las divisiones sociales (ayllu) regionales. El sentido del total, de pertenecer

a un todo más allá de lo conocido, con otro centro, es una novedad que produce, si no

una desestructuración,80 al menos un cambio en la concepción del espacio entre los

grupos andinos, bajo la conservación de las autoridades étnicas regionales, pero

sirviendo al Inca.

Dentro de los vestigios construidos de esta concepción de espacio integral que

los incas consolidaron, merecen mención la eficiente red vial tendida a lo largo y ancho

de los límites del Imperio; los tambos o almacenes, estratégicamente ubicados; y las

redes de canalización de aguas, tipo acequias. Las redes viales cobrarán gran

trascendencia en este sistema de frecuentes traslados, tanto de hombres como de

animales y productos en general. Se caracterizaron por su gran extensión, a lo largo de

                                                            79 Las desestructuraciones se refieren, como señalamos, a la imposición de nuevos centros; pero también es fundamental asociarlos con lo que significa en relación con la movilidad de la población, la que es obligada a cambiar su actividad productiva y a movilizarse a estos centros de actividad. 80 Dentro de los cambios producidos con anterioridad a la llegada de los españoles, destaca la superposición de la estructura espacial inca: en centro será a partir de entonces el Cuzco para los aymara y su espacio bipartito queda incorporado, con una nueva lógica (la de este nuevo centro) al Tawantinsuyu.

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140

todo el territorio correspondiente al Imperio, y por estar provistos de espacios para el

descanso y abastecimiento de quienes lo transitaban.

“Los dos caminos reales de la sierra y llanos que habemos dicho pasaban por las poblaciones mayores del reino, que eran cabezas de provincias, como Caxamarca, Jauja, Vicas y otros lugares de la Sierra, y de los Llanos Túmbez, Chimo, Pachacama, Chincha y otros pueblos grandes, estacionados dichos pueblos por el camino de la Sierra á veinte y á treinta leguas unos de otros, en partes más y en partes menos, y por el camino de Los Llanos en cada valle principal el suyo, habían en ellos aposentos reales, tambos y depósitos bastecidos con grande abundancia de todas las cosas que en los tales lugares se podían haber, para poderse aposentar el Inca cuando pasase por allí y ser servido con no menos regalo, majestad y aparato que lo era en su corte, y se diese todo lo necesario á los soldados de presidio y á los ejércitos cuando pasaban por ellos. Sin estos pueblos grandes y otros mucho pequeños que caían en estos caminos reales ó no muy desviados dellos, había tambos y depósitos bien provistos en cada jornada de cuatro y seis leguas, aunque fuese despoblado y desierto.” (Cobo 1895, vol.3, p.266)

Cobo destaca aspectos que aportan a la comprensión de la relevancia que tuvo

este sistema vial: por un lado, la vinculación de las ciudades importantes del Imperio a

través del camino, además de la serie de instalaciones que en él existieron, como los

tambos y depósitos; y por otro la existencia de caminos menores, pertenecientes al

mismo sistema, que vinculaban estos dos caminos principales entre sí.81 También

sobresalen las tecnologías empleadas, losas de piedra conteniendo las laderas o

grandes piedras salvando las pronunciadas pendientes de las laderas.

La cultura inca representa un interesante e ilustrativo caso regional de

estructuración territorial, con las debidas consideraciones, en especial en lo relativo a

la existencia de culturas anteriores que en sus formas de organización habían definido

patrones de asentamientos, vinculados siempre a las posibilidades productivas de los

suelos y la concepción del espacio – cosmos – en el que quedan inscritos. La

documentación, en especial aquella proveniente de las crónicas, es más abundante en

las descripciones del Imperio inca. A partir del reconocimiento de las modalidades de

incorporación de los pueblos sometidos, es posible hacer analogías con la situación

                                                            81 “Sin éstos, que eran los más principales, subían otros desde muchos valles marítimos, que cortaban la Cordillera nevada y llegaban hasta los pueblos más orientales y últimos del reino.” (Cobo 1985, vol.3, p. 260). Los pueblos que analizamos se encontrarían inscritos dentro de estas redes, subordinadas a los dos caminos mayores.

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regional que nos interesa, en especial en cuanto a la estructuración territorial de la

región de Arica y Tarapacá, vinculada estrechamente con la etnia aymara.

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142

3.3.1 La región de Arica y Tarapacá

Hemos destacado cómo la ocupación territorial de esta región andina está

fuertemente condicionada por la capacidad productiva del suelo, ya sea para el

desarrollo de la agricultura o de la ganadería. Este factor cobra relevancia por la

condición particular del paisaje en las regiones de Arica y Tarapacá, en especial la

presencia de un franja desértica costera, surcada por escasos valles que rematan en

las altas tierras de la puna, espacio de fuertes contrastes climáticos. Por otro lado la

significación del paisaje, entendido como un aspecto ordenador, que remite al origen

de los hombres y las divinidades, es factor que condiciona las formas de asentamiento

y habitabilidad. Nos centraremos, entonces, en estos aspectos para la comprensión del

particular sistema que definen los grupos étnicos en la región de los Andes

correspondiente al interior de las provincias de Arica y Tarapacá.

Históricamente se ha hecho alusión a la condición en extremo inhóspita de esta

región precordillerana y altiplánica de los Andes, situación que fue finalmente

dominada por los pueblos prehispánicos, quienes llegaron a alcanzar logros

tecnológicos y agrícolas notables. La realidad de la zona en estudio está, en efecto,

caracterizada por una carencia de recursos, lo que significa que no existieron grandes

áreas productivas; los cursos de agua eran variables y en el altiplano las lluvias eran

escasas. Por lo tanto no existe a la fecha información o indicios de la presencia de

culturas que hayan logrado consolidar centros urbanos de importancia. Pero el

establecimiento de los grupos étnicos en este escenario es también un hecho; esto es

lo que John Murra ha denominado la conquista de la altura.

“La identificación de algunas obras monumentales queda pendiente; pero no hay dudas acerca del temprano y mayor logro del hombre andino: el conocimiento sistemático y el aprovechamiento del altiplano, un logro único en la historia de la agricultura. (...) La explicación (de la ubicación de grupos en altura), no tan evidente a primera vista, empieza recordándonos que antes de la revolución industrial, en sociedades agrarias, una alta población era siempre un índice de que el grupo étnico o el señorío habían alcanzado una alta productividad.” (Murra 1988, p.57)

Así como Murra, son diversos los autores que han destacado la capacidad de

adaptación y optimización de los recursos que ese territorio podía otorgar. Los modos

de ocupación que se crean en el ámbito andino para suplir esta condición, como la de

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143

las colonias repartidas en otros espacios ecológicos, el manejo del agua, o las

explicaciones del territorio que hemos realizado a partir de su capacidad productiva,

son invenciones andinas notables.

No existe evidencia arqueológica, documental o histórica de la presencia de

algún asentamiento con características urbanas en el área de estudio; estamos por lo

tanto, ante un esquema fundamentalmente de asentamientos rurales y dispersos. Sin

embargo se ha comprobado la vinculación de sus habitantes a grupos étnicos con

estructuras organizativas más desarrolladas, que sí llegaron a edificar centros con

características urbanas. Tiahuanaco, uno de los grandes centros urbanos de la región

sur de los Andes, es la excepción y llega a constituirse en un fenómeno cultural que

abarca una amplia región a partir de la cuenca del Titicaca, traspasando la cordillera

oriental y occidental que la surcan.

Por la reducida escala de los asentamientos que estudiamos y lo paulatino del

proceso de poblamiento, es poco probable suponer que existió una planificación de su

trazado en época prehispánica.82 De lo que existe certeza es del sentido de ordenación

y racionalización de un espacio en un medio geográfico muy particular, y la red

habitual de relaciones que existieron entre los grupos, a pesar de sus diferencias

étnicas. Es por esto que nos parece más acertado en este caso preguntarse por los

patrones que definen la forma y estructura de ocupación de su espacio, primero a una

escala territorial y posteriormente a la escala del poblado.

Estamos en un territorio diferente al concepto de estado, donde la movilidad es

una de sus características predominantes, así como el uso de tierras comunitarias. No

podría hablarse de un ‘Estado’ ya que éste se asocia a un territorio cerrado, siendo

precisamente la falta de fronteras una de las principales singularidades de estos grupos

andinos. El término más adecuado para nombrar a los grupos étnicos prehispánicos es

el de ‘señoríos’, que se ajusta más a la modalidad de ocupación del espacio. Los

pueblos del norte de Chile respondían al modelo de cacicazgos o señoríos, lo que lleva

aparejado una estructura social jerárquica (existe un curaca o principal, además de la

comunidad organizada en ayllus), económica (tanto las actividades agrícolas como las

ganaderas se llevan a cabo en estricta relación con la estructura social) y compromisos                                                             82 Entre las condiciones que Hardoy (1999) establece para la denominación de ciudad a un asentamiento, está la de evidencia de un trazado y reconocimiento de elementos urbanos en el espacio público. Esto no implica, sin embargo, la existencia de un sentido en la ordenación de un espacio y un territorio.

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144

mutuos entre sus integrantes (los principios de reciprocidad que involucran a todo el

grupo en tareas comunitarias, coordinadas por el curaca). El espacio no era entendido

como un territorio cerrado ni perteneciente a un único grupo. Bajo este concepto de

movilidad la población se desplaza temporalmente, sin perderse la relación con un

centro, ya sea político, administrativo o religioso.

Pero la organización de los grupos étnicos no depende exclusivamente de este

aspecto. Hay un concepto de espacio y cosmos que explica el mundo para el hombre

andino, y que origina su propia organización de él a partir de ese orden mayor. Ya

hemos hecho alguna referencia a la concepción dual del espacio, propia de las

sociedades andinas, que se manifiesta directamente en las particiones del territorio y

en la estructura social. El significado que puede alcanzar un lago o una montaña tiene

relación con el papel que juega en el ciclo productivo. Y será justamente la capacidad

productiva de la tierra, con todos sus componentes, esto es, calendarios agrícolas,

lluvias y demás fenómenos naturales, los que motivan los ritos, estructuras sociales,

modalidades de trabajo colectivo y también ocupación del territorio. Un lago puede

proporcionar riberas fértiles para el cultivo, y una montaña puede ‘contener’ las nubes,

el trueno, así como la caída o salida del sol, todo lo cual es de especial valor para el

aymara.

“Este medio andino dio origen y bienestar a su comunidad y es también la base natural de la cosmovisión andina, en cuanto a que su ecología ofrece al aymara los elementos con que construyó su visión del mundo inmaterial o sobrenatural. (...) La cosmovisión abarca ambos aspectos: su medio natural y su mundo sobrenatural.” (van Kessel 1996a, p.170)

Los aymara, grupo étnico vinculado en una primera aproximación a la zona de

estudio, conformaban numerosos señoríos al momento en que se produce el contacto

con los incas. Una de las características de los aymara es la necesidad de distinguir –o

identificar – dos territorios (uma/urco), opuestos y complementarios entre sí, que

constituyen una conceptualización espacial compartida por otros pueblos andinos. La

dependencia de los valles precordilleranos y bajos respecto de las tierras altas es parte

de esta estructura, trasladada al espacio. Esta complementariedad no es sólo de

recursos (lo que produce una región respecto de la otra) sino que lleva asociado

conceptos como lo femenino y lo masculino, el día y la noche, arriba y abajo. Además

de representar una idea de territorio, se confirma al mismo tiempo en la estructura

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145

social (desde el grupo familiar al curaca) que juega un papel importante en la

estructura u orden del espacio.

Entre los señoríos aymara en particular es fácilmente identificable la ordenación

del territorio a partir de los elementos naturales, en especial los cursos de agua. La

definición de la parte alta y baja en un territorio (Urqusuyu y Umasuyu), está definida

tanto por una condición topográfica (tierras altas y tierras bajas), como por los cursos

de agua existentes. Está presente el llamado eje acuático, como lo denominan Harris y

Bouysee – Cassagne (1988) conformado por el lago Titicaca, el río Desaguadero y el

lago Poopo, todos en la cuenca del Titicaca. Los aymara, por lo tanto, con anterioridad

a su inclusión en el Imperio inca, tenían una estructura territorial y social muy

eficiente, producto de este hondo conocimiento o, como señala Pease (1991) la

‘conquista’ del espacio andino.

Podemos destacar dentro de la etnia aymara, el reino lupaqa, con su enclave a

orillas del lago Titicaca, y el señorío caranga, con su centro cercano al lago Poopo y el

salar de Coipasa, cuya relación cultural con los valles occidentales de los Andes está

comprobada, lo que permite enmarcar con certeza nuestros pueblos en un contexto

territorial mayor. El caso de los lupaca es uno de los más notables de esta región.

Además de su centro político – administrativo Chucuito, el reino tenía una serie de

colonias ubicadas en los diferentes pisos ecológicos de los Andes. De acuerdo con las

investigaciones históricas y excavaciones arqueológicas se ha podido precisar que una

de las colonias marginales de los lupaca estaba enclavada en la actual ciudad de Arica.

(Diez de San Miguel 1964) Su forma de organización territorial y económica es también

interesante debido a las concesiones que lograron, primero por parte de los incas y

posteriormente por los españoles, en el sentido de conservar su asiento y actividad

económica propias. Esto no es sino un reflejo del especial poderío económico y político

que alcanzaron gracias a la crianza de llamas y alpacas.83 De estos camélidos se

obtiene de lana y carne, pero son además empleados como animales de carga en los

Andes. A esto se suma el valor de los tejidos, empleados con fines rituales y religiosos,

que en el caso específico de los Andes alcanza además un desarrollo artístico notable.84

                                                            83 El desarrollo económico de la cuenca del Titicaca se ha asociado a la crianza de estos animales, y en la domesticación lograda por el pueblo aymara estaría la base de su poderío. 84 En el análisis de Murra (1999) hace de este recurso asocia la importancia del tejido a la expansión del Imperio inca, señalando no obstante que no penetra en toda el área comprendida por el mismo. En la cuenca del Titicaca, donde los rebaños abundaban se entiende que el tejido haya sido un elemento singular y se explica de este modo los privilegios de los lupacas.

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146

“en la vida sociopolítica andina los textiles desempeñaban un papel especial, que iba mucho más allá de sus usos meramente utilitario y ornamentales. Ofrenda común en los sacrificios, servía también en diferentes momentos y ocasiones como símbolo de elevada posición social o como señal de una ciudadanía forzosa.” (Murra 1999, p.107)

La región del lago, fundamentalmente ganadera, a través de sus diferentes

señoríos se convierte a partir de estos recursos en un centro económico importante.

Existen hipótesis respecto del abastecimiento de lana a las demás regiones del

Imperio, dada la importancia del recurso. Es posible que ésta, así como tantos otros

bienes, haya sido trasladada a diferentes regiones a través de la red vial.

Dentro de la red de caminos que construyen posteriormente los incas, esta área

aparece también contenida. La inclusión en un sistema mayor debe entenderse

asimismo a través de las redes de comunicación que los grupos establecieron; la red

vial inca es un interesante ejemplo en cuanto se corresponde de modo directo con el

concepto de estado que constituían. Los pueblos de esta región de Arica y Tarapacá, al

estar inscritos dentro de este Imperio, se sirven de estas conectividades, muchas de

las cuales son anteriores a la expansión de los incas, pero el sentido de movilidad a

una escala mayor, con la existencia de tambos y depósitos para el abastecimiento se

consolida con el Imperio inca. (Figura 1.18)

La figura ilustra la relación entre dichos asentamientos y estas redes viales;

existieron además otras, menores, posiblemente anteriores, que sirvieron como base

para las actuales. Las características geográficas que han sido presentadas como

determinantes de la localización de los asentamientos, entre otros aspectos, lo son del

mismo modo para el trazado de estas vías de comunicación. Esto es una demostración

de que los contactos entre los grupos étnicos que existieron en épocas prehispánicas

fueron habituales. En materia de “elementos urbanos” y de infraestructura se confirma

con el uso de sistemas comunes (por ejemplo los canales de regadío, terrazas de

cultivos, empleados masivamente en zonas con características ambientales similares).

Situados siempre en la cuenca del Titicaca, el pueblo aymara define los suyu,

específicamente el umasuyu y el urcosuyu, ubicados a ambos lados del ‘eje acuático’

que viaja en dirección noroeste – sureste, siguiendo la ubicación de los cursos de

agua. Esta partición permite hacer una explicación de un universo diverso, tanto

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147

Fig. 1.18: Red vial inca.

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148

geográficamente, como desde el punto de vista étnico. Es al mismo tiempo una

división ecológica puna-valles, en la cual ellos ocupan la parte alta, y reconocen la

existencia de valles tanto al oriente (manca) como al poniente (alaa). Cada señorío

tendrá, además, sus propias particiones, pudiendo compartir terrenos del umasuyu y

del urcosuyu.

El concepto de suyu, esto es, la parte o fracción de un todo, se refiere no sólo

al territorio, sino al universo 85 en general, incluidos los hombres y su trabajo. Esto es

lo que fundamentalmente les permitirá dar una explicación a un territorio diverso – en

paisaje y habitantes – y, de esa manera, partirlo. Siendo esta una condición común a

una serie de pueblos andinos, cada grupo definirá a partir de sus particularidades sus

mitades. En este sentido la condición geográfica es determinante, y es así como los

incas definían la partición del universo tomando como centro el Cuzco, y, por su parte,

los aymara recurren a sus referentes: el lago Titicaca.

La historiadora Therese Bouysse-Cassagne (1987) ha elaborado un plano con la

distribución de los distintos señoríos aymara ubicados en las tierras altas y bajas. En

éste destaca que no todos los señoríos ocuparon ambas partes del eje. No obstante,

esta concepción dual está considerada en la comprensión del reino de los aymara, o

sea en este total, y en sus enclaves específicos, esto es, en sus pueblos. Los términos

urco y uma asimismo tienen un significado asociado con el sistema de vida que el

aymara construye, referido a los hombres y al paisaje.

“Si la palabra urco se refiere al sistema de valores y de comportamientos que permite situar a los Aymara como una unidad homogénea, solidaria con su espacio particular, este concepto pudo elaborarse en un contexto pluriétnico y en comparación con otras etnias (Urus y Pukinas). (...) Opuesto a las tierras altas del urco, los valles se extienden más abajo. El término uma-uma, que se refiere a un conjunto de valles cercanos – ... – designaban según parece, las tierras bajas del oriente y no los valles costeños. De hecho éstos no forman un todo homogéneo y quedan aislados los unos de los otros en el desierto del Pacífico. Por el contrario, en la hoya amazónica, los valles están más o menos conectados unos con otros.” (Bouysse-Cassagne 1987, pp.218-219)

La explicación de Bouysse–Cassagne es muy interesante y señala la relación

que el aymara establece con la costa del Pacífico. Si bien está comprobado que los                                                             85 Ludovico Bertonio, en su diccionario aymara escrito en el siglo XVI, asocia el término quechua Tawantinsuyu con su equivalente aymara, Pusisuu, lo que traduce como universo (Bertonio 1978).

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149

lupaca, al menos, tuvieron enclaves en la costa del Pacífico, específicamente en la zona

ocupada por la ciudad de Arica, esta región se reconoce como completamente

diferente, no es parte del universo homogéneo del aymara de la cuenca del Titicaca.

Una de las razones que explica esta exclusión es la distancia de 10 a 12 días que tarda

el desplazamiento desde la parte alta hasta la costa. La relación, en cambio, con los

valles amazónicos (orientales) es distinta, hay una proximidad mayor (3 a 4 días de

recorrido), y quedan incluidos dentro del uma.

Pero los conceptos de urco y uma abarcan también otros ámbitos. Además de

significar en el territorio arriba y abajo respectivamente, urco se asocia con lo

masculino, con las tierras altas y secas, en contraposición con uma que equivale al

agua y a lo femenino. La siguiente explicación, que hace Bouysse-Cassagne, toma con

referencia el diccionario de Ludovico Bertonio.

“En aymara, uma designaba al agua y uma haque, a todo individuo que estaba vinculado con el mar o el lago, como los marineros o los Urus. En general, uma se refiere al elemento líquido y a todo lo que no es ni firme ni sólido. (...) A la noción de líquido se asocia la de hoyo (la hendidura del surco, los valles, las tierras bajas o las partes cóncavas de un objeto); (...) En oposición, el término urcosuyu – elemento masculino que designa las tierras altas y secas – el agua del lago, los valles fecundos y fértiles, bajos y cóncavos, pudieron ser asimilados a lo femenino.” (Bouysse-Cassagne 1987, pp.219-220)

Hacia el poniente el desierto conformará un límite geográfico y cultural fuerte, y

el aymara ordena entonces su espacio hacia el oriente, lo que reconoce como ‘arriba’,

en una estrecha relación con el origen del agua (montañas, lluvias, granizos) y de la

vida (nacimiento del sol), aspectos que toman parte en el ciclo agrícola y ganadero. El

poniente es reconocido como ‘abajo’ y no forma parte de su tierra, presentándose la

ausencia de agua como un factor que define el límite de la tierra aymara.

“La orientación es siempre hacia el oriente (“delante”), que es hacia el origen del agua y la vida. Nótese que las lluvias aparecen desde el oriente, como también el sol, que es otro símbolo del dios cultivador andino, originario del ambiente inca. La zona de la cuidadosa distribución del agua está “atrás” o “abajo”. Su límite está allá en el desierto donde el agua termina y la vegetación muere.” (van Kessel 1996a, pp.172.173)

Esto puede ser una explicación para la presencia de los poblados prehispánicos

de la parte alta de la cordillera y su pertenencia a la etnia aymara, a diferencia de los

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150

habitantes originarios de las partes bajas, tanto valles como costa. Como explicamos,

los valles bajos eran mucho más independientes de la región altiplánica, de hecho no

hay una relación étnica directa. El territorio aymara siempre se ha asociado con las

tierras altas y los enclaves de los valles costeros son espacios multiétincos, información

avalada por documentos e investigaciones arqueológicas. Esta situación común a las

sociedades andinas es una de las que dificulta la definición de los límites territoriales.

“Esta permanente interacción facilitaba también la simultánea emergencia de una "cultura andina" con muchos rasgos comunes, sin destruir las particularidades de muchos grupos étnicos claramente identificados y diferenciados como tales.(...) Tras esta situación aparentemente confusa hay una explicación muy lógica: la gran movilidad geográfica que – como ya hemos visto – caracterizó a muchas poblaciones andinas, primero en búsqueda de climas y ecologías complementarias y después como resultado del establecimiento del Estado Inka panandino. Los Aymara se esparcen hasta lugares muy distantes, pero a su vez otros grupos étnicos están también presentes en pleno territorio central Aymara.” (Albó 1988, pp.23-24)

El caso de los lupaca es uno de los más conocidos, en parte por el tamaño del

grupo, muy superior a los demás señoríos; pero entre estos el caranga es el otro

señorío que aparece fuertemente vinculado a la región de Arica y Tarapacá. En el caso

de los caranga, habitantes del Urcousuyu, su territorio se extiende hacia el poniente,

abarcando la región alta cordillerana, por el lado chileno. El límite aproximado está en

la precordillera, quedando las partes bajas excluidas; Hidalgo (2004) ha reconocido los

pueblos de Belén y Socoroma – ambos en la precordillera – como centros caranga,

además de Guallatire, ubicado en el límite actual con Bolivia. Los primeros dos pueblos

habrían funcionado como estratégicos centros que controlaban el acceso a los recursos

de los valles. Hacia abajo el paisaje comienza a cambiar y los asentamientos se

dispersan, quedando finalmente la franja desértica de la costa prácticamente

inhabitada con asentamientos permanentes en época prehispánica. De acuerdo al

mapa del señorío caranga que realiza Riviere (1982), gran parte de los asentamientos

de la parte alta quedan contenidos en este señorío, por lo tanto estarían regidos por

esta ordenación descrita, con el lago y el eje acuático como centro. (Figura 1.19)

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Fig. 1.19: Presencia caranga en la región altiplánica chilena

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El eje oriente – poniente es, como vemos, relevante en la ordenación del

pueblo, y será uno de los aspectos que persiste tras las intervenciones de la época

colonial. En parte de estos pueblos los conjuntos religiosos (templo, plaza, torre,

calvario) quedan contenidos en este orden y orientados de acuerdo a las direcciones

privilegiadas preexistentes. Los pueblos de la puna, que serían aquellos que guardan

más relación con los grupos aymara del Titicaca, presentan este tipo de órdenes: los

templos cristianos, en ocasiones muy pequeños, se emplazan en un lugar alto,

orientados hacia alguna de las cumbres significativas, donde existe un calvario o cruz.

Conocemos antecedentes de poblados andinos prehispánicos en los cuales se levantan

dos templos para respetar la bipartición existente.86 Una vez más se produce una

integración entre la ordenación del pueblo y la organización social, a través de las

relaciones de parentesco que estaban asociadas a estas dos mitades.

Volviendo al estado de situación prehispánico, es este mismo orden el que

define la ubicación de los adoratorios (y que ocupan en la actualidad los templos,

capillas o pequeños calvarios en los cerros), y el cuidadoso entierro de los difuntos, los

cuales, junto a sus lugares de sepultura, también tienen parte en la definición y

significación del complejo espacio aymara. A los difuntos se les atribuyen especiales

poderes, los cuales se traspasan al lugar donde son enterrados, quedando éstos

cargados de energía y pasando a ser lugares sagrados. Es común ubicarlos en las

encrucijadas de los caminos, por su condición de lugar de transición. Se entiende de

esta manera que los muertos podrían volver a la vida.

“Abundan otros ejemplos sobre el papel que juegan los muertos en la definición del espacio, y en hacer más eficaz el poder que tienen los lugares sagrados. En algunas regiones se considera que los niños que mueren sin bautizar pertenecen a los cerros, y así son dejados en lugares salvajes para los ‘diablos’ que viven allí.” (Harris 1988b, p.250)

Al sistema prehispánico del pueblo aymara de enterrar a sus difuntos a lo largo

del territorio, de modo de ‘dispersar las fuerzas’ y cualificar el espacio, se sobrepondrá

la figura del cementerio cristiano. Este lugar, para algunos grupos incluso en la

actualidad, sobrecoge por la concentración de fuerzas que involucra. Por su parte el

típico templo cristiano levantado por las órdenes religiosas en esta región del altiplano,

                                                            86 En la investigación histórica de los pueblos del valle del Colca (Gutiérrez 1986b), se hace referencia a la presencia de dos templos bajo la modalidad que hemos señalado, además de una serie de adaptaciones de las plazas y trazados a la realidad preexistente. La situación es similar en esta región, con una clara estructura preexistente determinando las intervenciones sufridas a partir del descubrimiento.

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153

está compuesto por la iglesia y una torre, en algunas ocasiones despegada del cuerpo

del templo, cercados por un patio. El conjunto puede ser más o menos complejo

(incorporar capillas pozas, adoratorios), pero es interesante la interpretación que Olivia

Harris y Therese Bouysse-Cassagne (1988b) en su estudio del pueblo aymara, hacen

del significado que le asigna el grupo a la torre.

“Las torres (turi mallku) esparcidas por el altiplano, a veces pegadas a la iglesia, a veces separadas, dependen también del poder de la muerte. Aún cuando los que las erigieron no enterraran de veras a un muerto para dar fuerza a la construcción, según la mitología moderna el poder que desempeñan deriva en gran parte del muerto que está dentro, de pie. ¿No serán estas torres una especie de transición entre tierra y cielo, que evoca en sus formas las propias cumbres de los cerros?” (Harris 1988b, p.250)

A juzgar por la fuerza que cobran los cerros en el paisaje altiplánico y, como

consecuencia de esto, en la mitología aymara, es posible presumir algún nexo entre

ambos elementos. Dejaremos por ahora enunciada esta idea, para verificar su

repercusión en el proceso de transformación formal que sufren los pueblos como parte

de la evangelización de la región, en una etapa siguiente, y la permanencia de estos

elementos vinculado a los cultos cristianos.

Las mismas ordenaciones duales que pueden leerse en la organización del

espacio macro aymara se traspasan a los poblados. Estos también obedecen a una

estructura dual, definida en función de los elementos del paisaje, los que son

venerados, y de coordenadas geográficas que definen direcciones privilegiadas. Esta

sería una vez más una condición observada principalmente en los asentamientos de la

parte alta, la puna, por sobre aquellos localizados en la precordillera.

“El pueblo típico aymara reúne gran número de accidentes venerados y puntos orientadores que juntos componen un mapa mitológico. Estos “lugares fuertes” tienen alta significación simbólica y orientan tanto el culto tradicional como la actividad económica y social de la gente…. Al mismo tiempo es ‘direccional’, pues se orienta hacia el levante, de donde llega la luz del sol naciente, el agua de la lluvia fertilizadora y otros elementos vitales, como la coca, muchas plantas medicinales, artículos de culto e instrumentos musicales tradicionales.” (van Kessel 1996b, p.49)

Los pueblos fueron partidos en mitades, las que a su vez eran vueltas a ser

divididas, conformando los ayllus, la unidad nuclear andina, a partir de la cual se

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154

estructura la comunidad, no sólo desde el punto de vista social, sino también

económico. Pero en la partición del pueblo juegan un rol otros elementos geográficos,

en especial los cerros. Referencia a la significación de los cerros la encontramos en

diversos autores, los cuales coinciden con el carácter mítico que el pueblo aymara les

otorga, estableciendo en ellos una concentración de fuerzas. Van Kessel ubica a los

espíritus achachilas, protectores del pueblo, en los cerros. Estos espíritus además son

los responsables de los fenómenos climáticos como la lluvia, los truenos, las heladas y

granizos, fundamentales en la producción agrícola y provisión de pastos para los

animales.

“Los espíritus de los cerros, llamados achachilas, mallkus, o aviadores, se comunican entre ellos. Es así como los cerros donde se encuentran los calvarios están en contacto unos con otros, todos con las altas cumbres nevadas de la región…. Los achachilas son masculinos y femeninos; son muy poderosos, exigen de los humanos respeto y, a su debido momento, ofrendas.” (van Kessel 1996b, p.51)

A los cerros que aquí hemos mencionado debemos sumar los campos, las

chacras, los bofedales, lagunas, rocas, todos los cuales forman parte de este universo

mitológico del pueblo aymara. Los ritos que han subsistido hasta hoy reviven las

antiguas prácticas, fundiéndose con los elementos aportados por el cristianismo, en

especial los santos patronos de los pueblos y los templos. En el caso de los pueblos

altiplánicos, como señalábamos, nos encontraremos con pequeños calvarios levantados

en las partes más altas, o con capillas miserere o posas, estratégicamente ubicadas en

las vías de procesión que adoptan estos pueblos. Todos estos elementos, aportados

por el cristianismo, quedan insertos en el orden aymara prehispánico.

A la escala local, cada señorío traslada esta significación, incorporándose, bajo

la misma lógica de los pares opuestos, otros elementos. El centro es la marka para el

aymara y es al mismo tiempo centro social, político y religioso. De acuerdo con las

investigaciones desarrolladas por van Kessel (1996a, 1996b) y Martínez Soto-Aguilar

(1975), el pueblo de Isluga (emplazado al interior de la quebrada de Tarapacá) se

constituye hasta el día de hoy en marka para los habitantes aymara de la parte alta de

Chile y Bolivia, aunque con algunas variantes en su significación original. Éstas han

sido producto de los cambios sucedidos, en especial a partir de la división político

administrativa actual, la que provoca una partición definitiva del territorio habitado por

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155

este grupo de aymara. Sin embargo reconocen la persistencia de relaciones tanto con

la región boliviana como con la quebrada de Camiña, esta última agrícola.

En la comunidad de Isluga es posible identificar una primera división, a partir

del eje oriente poniente, que deja en la parta alta – o arriba – a las comunidades

fundamentalmente de pastores (puna), y en las parte baja – o atrás – a los

agricultores. A su vez estas mitades se vuelven a partir en dos; esa unidad menor se

denomina ayllu. El pueblo de Isluga, la marka de la comunidad, responde a una

estructura similar. En la actualidad el pueblo se encuentra parcialmente ocupado,

cobrando vida para las fiestas religiosas en las cuales los ayllus y el señor étnico

recuperan su papel en el esquema de la comunidad aymara.

Dentro de las persistencias encontramos también en la actualidad en el pueblo

aymara la concepción de este espacio dual, de un arriba (oscuro) y un abajo

(brillante).87 A la concepción dual se le sumará el ‘acá’, o ‘donde vivimos’. La aparición

con esto de una trilogía en la concepción del mundo aymara es, con seguridad, una

consecuencia de la imposición del culto cristiano, ya que la traducción de la

evangelización hizo necesario la existencia de un cielo, tierra e infierno.

“Las traducciones que entonces se dieron a la trilogía cielo, tierra, infierno no dejan de plantear interrogantes en cuanto a su grado real de inteligibilidad por parte de los Aymara. La tierra vino a ser acapacha (es decir, el pacha en que vivimos), el cielo alaapacha (el pacha de arriba), el infierno mancapacha88 (el pacha de abajo). ¿Existía tal esquema tripartito antes de la llegada de los españoles?, y en caso de que existiera, ¿cuál era su significado?.” (Harris 1988b, p.24)

Efectivamente, la existencia de un esquema de tres partes en la cultura aymara

prehispánica no es tan claro, en especial en las referencias al territorio, el cual queda

más claramente afecto a una bipartición. Pero es interesante lo que encierra el

concepto de pacha (uno de los componentes de la trilogía); se trata de una idea

compleja que sí estaba presente en el pensamiento aymara, vinculado a conceptos de

‘universo’ o ‘composición’, “un encuentro de elementos igualados u opuestos”. (Harris

1988b, p.225) La significación actual de dichos espacios está compuesta por la

                                                            87 “Hoy la división actual del espacio y del tiempo no se entiende si no se toma en cuenta el juego de luces en tierra Aymara, que hace que la cumbre más alta parezca tenebrosa y difusa, mientras que la pampa a sus pies está infundida de una luz brillante, lo cual informa la carga metafórica entre el arriba y el abajo.” (Harris 1988b, p.237) 88 aka 'este, aquí'; alaxa, alaya o alä 'arriba'; manqha o mä 'abajo, adentro'.

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156

superposición de ideas aportadas tanto por los incas como por los españoles. El

aymara integrará sus creencias atávicas a los nuevos credos y cultos, conservando

algunos de sus ritos, en especial los vinculados a la fertilidad de la tierra.

Lo interesante de este concepto de pacha, así como sucede con las cumbres o

las aguas, es que establecen una relación indisociable entre productividad y un paisaje

lleno de significación, que es posible hacer extensiva a otros grupos prehispánicos. Si

nos centramos en la capacidad productiva como una de las condicionantes en la

ocupación territorial, y específicamente en la zona alta de la puna, quedamos ante un

paisaje caracterizado no sólo por la escasez de algunos recursos elementales para la

vida, como el agua y, por consiguiente una escasa vegetación, además de los bruscos

cambios climáticos; sino también por la gran extensión y vastedad de sus llanuras, y la

presencia siempre imponente de las montañas, muchas de ellas nevadas todo el año,

entre otros. Estas condiciones paisajísticas se convierten en los elementos ordenadores

más fuertes del espacio aymara; la aparición de los bofedales, lugares de pastoreo de

los rebaños comparece más bien en la localización de los asentamientos, más que en

su morfología u organización interna.

Considerando ambos aspectos, y caracterizando la región precordillerana como

fundamentalmente agrícola, la localización de los asentamientos estará naturalmente

circunscrita a la existencia de suelos cultivables, pero más específicamente a la

posibilidad de obtener agua. Bajo estas condiciones las quebradas y los valles son los

espacios geográficos que concentran asentamientos entre los 2300 y los 3500 msnm.

De la regularidad de los cursos de agua dependerá la densidad de los poblados, y de la

topografía, su morfología. Las quebradas de Camiña o Tarapacá son estrechas y de

dotación de agua variable. La franja agrícola que se genera es en general muy

estrecha, y empinada, por lo tanto los cultivos se resuelven con sistema de terrazas, a

la manera de los incas, y con andenerías para el traslado del agua. El pueblo queda

absolutamente supeditado a la forma, distribución y cantidad de terrazas (chacras) de

cultivo. En ocasiones existe una aparente desproporción entre las superficies

destinadas al cultivo y las habitables. Estos pueblos se caracterizan por presentar una

estructura longitudinal, de no más de dos o tres calles paralelas, construidos en

pendientes abruptas. Si la topografía lo permite se configuran espacios más amplios,

especialmente los públicos. Siempre en esta franja agrícola, los valles más abiertos,

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como Codpa, permiten configuraciones menos comprimidas, pero siempre

condicionadas por los suelos agrícolas.

En el altiplano, zona fundamentalmente ganadera, donde no existen estas

características topográficas de las franjas más bajas (y los recursos asociados), la

aparición de los poblados, desde el punto de vista de los recursos, se relaciona con la

existencia de los bofedales. Estas apariciones esporádicas de aguas y vegetación

asociada en medio del paisaje del altiplano posibilita el pastoreo. La organización de

los pueblos está en este contexto en relación más estrecha con el paisaje – más

imponente que en la parte baja – y el significado asociado. En el plano doméstico en

estas agrupaciones altiplánicas es más reconocible la estructura de los ayllus, que

conforman verdaderas unidades, como podemos constatarlo en la actualidad.

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CAPÍTULO SEGUNDO. Las transformaciones territoriales coloniales y republicanas

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1. Estructura administrativa colonial en América

Una de las consecuencias de mayor impacto en la estructuración territorial

prehispánica que hemos descrito se produce en los años de descubrimiento y

conquista debido a la imposición de un régimen administrativo y jurídico que provoca

un profundo quiebre cultural, con características de irreversible si analizamos aspectos

tales como la baja demográfica o la alteración del paisaje. A continuación se

presentarán aquellos aspectos que incidieron en el sistema de ocupación territorial

prehispánica de la región andina que estudiamos, y que contribuyeron a la

conformación de un nuevo espacio andino, específicamente la aparición de nuevas

unidades administrativas y su operatoria durante los siglos coloniales.

El territorio americano fue sometido a un ordenamiento administrativo, a la par

que político y jurídico, con el objeto de permitir a la Corona española, adscribirlo a un

régimen de gobernabilidad hasta ese momento inexistente. El periodo denominado de

descubrimiento y conquista, se caracteriza por ser una empresa a cargo de

particulares, que contaban con la autorización de la Corona para poblar y fundar

asentamientos en las denominadas Indias. A medida que se va teniendo mayor

conocimiento de América, de sus habitantes y riquezas, se evidencia la necesidad de

crear ciertas instituciones que controlen aspectos comerciales, jurídicos y gubernativos

en general, siempre bajo es estricto control de la Corona española.

El papado tenía la facultad de entregar tierras a voluntad, en cuanto sucesor de

Pedro en la tierra, y como tal, “dueño del mundo”. (De Ramón, et al., 2001) Es así

como pasan a pertenecer a la Corona de Castilla, mediante las Bulas inter caeteras

(1493), las recién descubiertas Indias Occidentales. El Rey, por tanto era la máxima

autoridad en suelo americano, no el Estado español ni su pueblo, argumento esgrimido

en el momento de la Independencia, frente a la ausencia de Rey en España.

“Durante la época de la Emancipación de América (1810 y años siguientes), esta particular forma de dominio que tenía el Rey sobre los territorios americanos fue interpretada y defendida por los llamados “padres de la patria”. Se argumentaba que mientras el Rey se encontraba en cautiverio, la soberanía debía volver a sus depositarios legítimos que eran los criollos americanos y en ningún caso los peninsulares.” (De Ramón 2001, p.201)

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Evidentemente no fue esta la única razón esgrimida por la sociedad criolla del

siglo XIX, pero es interesante destacar el papel del soberano por sobre las instituciones

que se mencionan más abajo, autoridades que dirigían organismos tan relevantes

como el Consejo de Indias o la Casa de Contratación, y los mismos gobernantes en

tierras americanas. Esto no obstante la serie facultades y capitulaciones otorgadas a

los hombres que pasaban a América.1 Justamente la falta de control efectivo sobre los

movimientos de los conquistadores en ultramar, los conflictos políticos surgidos,2 la

falta de fiscalización de los cargamentos de minerales que salían desde América, o el

maltrato hacia los naturales, motivan una reacción por parte de la autoridad,

creándose una estructura organizativa específica para el territorio americano, que

velará por el cumplimiento de la voluntad de la Corona en suelo americano.3

Uno de estos organismos es la Casa de Contratación. Fundada en 1503,

encuentra sus antecedentes en modelos portugueses, y se crea con la finalidad de

controlar el comercio entre las Indias y la península, bajo un régimen de monopolio.

Sevilla será el puerto castellano donde se instala este monopolio, hasta el año 1717,

año en que se traslada al puerto marítimo de Cádiz, donde funciona hasta su cierre, en

1790. Para aquel entonces, siglo de grandes reformas, se había decretado libertad de

comercio en América, por lo tanto no se justificaba su existencia. Además de atender

los temas comerciales, la Casa de Contratación tenía parte en el control de las flotas

que se dirigían a América, generaba cartografía y proveía de instrumental de viaje.

El año de 1524 se crea el Consejo Real y Supremo de Indias, a la imagen del

Consejo de Castilla, organismo que estuvo a cargo de los temas relativos a América en

un primer momento. Sin embargo rápidamente queda demostrado lo insuficiente del

sistema y la falta de control, razón por la cual se le otorgará a esta institución amplias

facultades para pronunciarse sobre temas gubernativos, judiciales, legislativos y

militares. Además era el encargado de proponer las autoridades civiles y eclesiásticas

al Rey. Tenía como una de sus principales misiones velar por el correcto ejercicio del                                                             1 A lo largo de los siglos coloniales, y a pesar de las dificultades en este sentido, siembre la figura del Rey tuvo supremacía por sobre las instituciones y personas: “La Corona se reservó siempre el poder superior en lo que a administración de justicia y hacienda se refiere, aunque a veces concediese algunas prerrogativas a los que “capitulaban” con ella para descubrir, conquistar o poblar.” (Morales Padrón 1972, p.94) 2 El caso más complejo fue el derivado del conflicto entre Pizarro y Almagro, en lo que sería más adelante el virreinato peruano, el cual origina una verdadera guerra civil en la región, y que durará varias décadas. 3 Paralelamente se emiten una serie de disposiciones bajo el nombre de leyes, instrucciones, normas u ordenanzas, procurando normar el proceso de conquista de América.

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163

poder de las autoridades designadas para América, valiéndose de instrumentos como

el juicio de residencia, aplicado al término del periodo de mandato, con la finalidad de

evaluar la gestión del funcionario; o las visitas, efectuadas a regiones de América con

la finalidad de fiscalizar in situ el estado de la administración. Dicho Consejo funcionará

con amplios poderes hasta principios del siglo XVIII, momento en que declina en

importancia frente a la creación de la Secretaría del Despacho Universal de Indias

(1717). En 1834 deja de funcionar, tras unos periodos de cese de actividad durante el

mismo siglo XIX.

Tanto la Casa de contratación como el Consejo de Indias tenían su sede en la

península. El territorio americano por su parte fue objeto de nuevas particiones,

también como reacción de la Corona ante la ingobernabilidad reinante en algunas

regiones y la necesidad de establecer efectivamente un orden político: en 1535 se crea

el Virreinato de Nueva España, en 1542 el Virreinato del Perú, quedando una serie de

Audiencias,4 contenidas en estas dos grandes divisiones administrativas,5 además de

las Gobernaciones, Capitanías Generales y Alcaldías o Municipios. Paralelamente se

establecen arzobispados6 y obispados distribuidos por todo el continente. La figura del

virreinato queda establecida en las Capitulaciones de Santa Fe (1492), documento

mediante el cual Cristóbal Colón recibe el título de Virrey y Gobernador General de las

tierras descubiertas, por parte de los Reyes Católicos. El Virrey tenía amplias

facultades, representando las mismas que el Rey en las tierras que le correspondían de

acuerdo a las instrucciones. Oficiaba como vice patrono de la iglesia, cumplía funciones

legislativas, pudiendo dictar ordenanzas o disposiciones, las cuales debían en todos los

casos enmarcarse en la política establecida por el Consejo de Indias, que representaba

la voluntad del Rey. Durante los siglos XVI y XVII los virreyes fueron designados entre

miembros de la nobleza castellana, situación que cambia en el siglo XVIII, cuando

pasan a ser funcionarios con más carrera política. Este siglo coincide además con el

                                                            4 La audiencia en América fue una institución que supera los alcances e importancia de su referente hispana: “Las audiencias indianas, aunque en un principio fueron una copia fiel de las audiencias y cancillerías españolas, no tardaron en adoptar rasgos propios que las diferenciaron de su modelo original. Sin duda que llegó a ser el organismo colegiado más importante de la administración de justicia en Indias;… la Real Audiencia jugó en Indias un papel mucho más importante del que tuvieron sus modelos en la Península.” (De Ramón 2001, p. 213) 5 Las primeras Audiencias establecidas son: Santo Domingo (1511), México (1527), Panamá (1535), Lima (1542), Confines (1542), Guatemala (1548), Santa Fe (1549) Charcas o La Plata (1559), Quito (1563). 6 Los primeros Arzobispados, que se originan en Obispados ya establecidos, son: Santo Domingo (1547), México (1547), Lima (1547) y La Plata (1609). De ellos dependerán una serie de Obispados, con sus Diócesis, Vicariatos y Parroquias, además de las Reducciones y Misiones exclusivas para la población indígena.

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desmembramiento del Virreinato del Perú: se crean, por el norte el Virreinato de Nueva

Granada (1717/1739), y el Virreinato de La Plata (1776).

Así, el territorio americano se adscribe rápidamente a una estructura

administrativa que facilita por sobre todo el reparto de tierras para los conquistadores

y los cobros de tributo a la población residente. Las divisiones, previo informe de los

oidores y visitadores, eran presentadas ante el Consejo de Indias. Una característica de

estas divisiones es que se efectúan sobre tierras desconocidas tanto en extensión

como en posibilidades productivas y población residente, dando origen a quejas ante el

Consejo.7 Debe tenerse en consideración la gran cantidad de expediciones que tienen

lugar durante el periodo de la conquista, y el interés de muchos hombres de armas por

embarcarse a América a explorar este territorio, con la esperanza de recibir una rica

gobernación.

La definición de los límites no era una tarea fácil, debido en parte al

desconocimiento del medio. En la mayoría de los caso, las nuevas fronteras

desarticulaban por completo las relaciones territoriales prehispánicas. Otra

consideración general dice relación con la definición de los límites; el Virreinato del

Perú comprenderá hasta finales el siglo XVIII una superficie inmensa, que abarcaba

además un territorio con grandes contrastes geográficos y culturales,8 que, si bien está

dividido en audiencias y otras unidades, era de difícil administración. El hecho de que

la corona española postergara la partición del Virreinato del Perú demuestra, de

acuerdo a algunos autores, una definición poco clara de límites territoriales, que se

sostiene incluso hasta la actualidad. Esto habría acarreado también una postergación

en la definición de lo que serán los límites de las repúblicas independientes, en opinión

de Morales Padrón.

“Al estar todas las unidades políticas menores, Audiencias, Capitanías Generales, Gobernaciones, Intendencias, etc., bajo un solo soberano, hizo que sus circunscripciones no quedaran trazadas con exactitud. Por eso cuando se produce la desintegración territorial del imperio a principios del XIX esta imprecisión limítrofe será fuente de múltiples litigios aun no dilucidados del todo.” (Morales Padrón 1988, p.410)

                                                            7 Para el caso de la delimitación de la Audiencia de Charcas, por ejemplo, se alega que se trata de un territorio muy pequeño, en comparación con Lima, además de lo aparentemente poco productivo de sus suelos; esto último se refiere a la puna. 8 Por casi 200 años la superficie del Virreinato es de unos 10.000.000 km2. (Morales Padrón 1988)

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Es interesante la precisión que hace Porras Barrenechea (1981) en relación con

el mismo tema, señalando que las llamadas “provincias no descubiertas” dentro del

virreinato peruano correspondían a la zona limítrofe entre Perú y Bolivia, región que

desde la expansión del imperio inca permanecía como poco conocida, y que los

conquistadores tampoco cotizaron en su momento. Recién en el siglo XIX cobra interés

a causa de la explotación de caucho, iniciándose un litigio del Perú con Brasil y Bolivia.

En general Porras Barrenechea también coincide con la imprecisión de los límites,

obtenidos desde contradictorias versiones de visitas y crónicas.

En 1700 existían dos grandes virreinatos que comprendían inmensas regiones,

desigualmente pobladas, con escasos núcleos urbanos más allá de las respectivas

capitales, y con una vasta población rural esparcida por territorios más o menos

conocidos. Por otra parte las fronteras se veían también amenazadas por la

persistencia de grupos indígenas rebeldes que resistían el avance de la conquista,

tanto por el sur de Chile como por el norte y parte del este del Virreinato de la Nueva

España. Este fue uno de los factores que justifica la creación de nuevos virreinatos. En

este sentido, las explicaciones de la creación del Virreinato de La Plata son diversas: la

estrategia de la Corona habría sido otorgar a la máxima autoridad de esa región un

cargo equivalente al que ostentaba el vecino virrey en Brasil, vale decir, embestirlo del

cargo de virrey de La Plata, frente a las amenazas de avance portugués por el margen

oriental del virreinato peruano.9 Las consecuencias específicas de esta partición para la

región altoandina las revisaremos a continuación, en detalle, debido a sus profundas

implicancias para los pueblos que se estudian.

Además de las divisiones referidas, surge la figura de la encomienda,

relacionada directamente con las asignaciones de tierras y la población residente en

ellas. La encomienda fue una institución que se establece oficialmente en 1503, y

buscaba formalizar la relación laboral que existía entre los conquistadores y los grupos

                                                            9 Arribas Arranz (1901) cita una carta de Pedro Antonio Cevallos, gobernador de la audiencia de Buenos Aires y primer virrey del Virreinato de La Plata, en la que quedaría de manifiesto la importancia estratégica de fortalecer la presencia de la autoridad hispana en esa región del Virreinato peruano: Una carta que Cevallos envió a Ricla el 20 de julio de 1776, pues bien, leyendo sus últimos párrafos, se tiene la clave no sólo de la fundación sino también de por qué le componían tan varias regiones, dice así: ‘El que fueres mandado ha de tener precisamente con el Gobierno y Mando Militar, el Gobierno y Mando Político de la Provincia de Buenos Aires, porque sin él no podrá mover aquellas gentes. También conviene que su mando se extienda a las provincias de Paraguay, Tucumán, Potosí, Santa Cruz de la Sierra y a todas las que comprehende la Jurisdicción de la Audiencia de Charcas porque con todas ellas confinan las posesiones antiguas, y las usurpaciones modernas de los Portugueses’ [hay nota al pie: Archivo general de Simancas. Guerra. Legajo 6836, núm.8, folio 21]” (Arribas Arranz 1901, p.16)

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indígenas, así como asegurar su adoctrinamiento. Desde el desembarco en las Antillas

la población residente fue empleada en trabajos forzosos en beneficio de los intereses

de los españoles, ya que además de descubrir y poblar, los conquistadores tenían la

facultad para explotar los recursos que encontrasen en las tierras asignadas. En la

práctica, lo que surge en un primer momento es un tipo de esclavitud y sometimiento

de los pueblos a duros trabajos relacionados con la minería o la agricultura,

dependiendo las regiones. A esto se sumaba la obligación de pago de impuesto a la

Corona española. La institución de la encomienda busca regularizar este tipo de

acciones, y de paso hacer frente a las críticas por el abuso de que eran objeto los

nativos, no cumpliéndose el imperativo de evangelizarlos. Queda estipulado entonces

que el encomendero debía hacerse cargo del cuidado y evangelización de “sus indios”,

los cuales quedaban al servicio de los intereses económicos del sistema hispano, con la

obligación de realizar trabajos forzosos.

Señalábamos que esta nueva ordenación territorial repercute directamente en

el paisaje y sus habitantes, debido a los cambios de centro impuestos y las nuevas

actividades económicas surgidas, lo que ocasiona una explotación irracional de

recursos y desplazamientos de población nativa a los nuevos centros económicos –

minas por lo general – para prestar servicios. La encomienda, a pesar de las

dificultades en su aplicación es una de las instituciones que más contribuirá a la

desestructuración de las comunidades originales, agrupando por la fuerza en pueblos a

la población dispersa en pueblos, de acuerdo a lo expresamente establecido.

“El sacar a los indios de sus moradas para servir a los encomenderos por largas temporadas apenas armonizaba con un programa de urbanización. Las Ordenanzas Reales sobre Indios de 1512, que se conocen como las Leyes de Burgos, trataban de solucionar el dilema. Observan que los naturales, al regresar a sus lejanos asientos, pronto olvidaban las costumbres y “cosas de nuestra fee” que habían aprendido durante su servicio. Por lo tanto, debían mudarse “cerca de los lugares e pueblos de los españoles” para tener con ellos “conversación contynua” para aprender cuanto antes, y no olvidar “las cosas de nuestra santa fe”. Los encomenderos los establecerían en aldeas, cada una formada por cuatro bohíos de a cincuenta indios, con sus labranzas respectivas.” (Mörner 1999, p.22)

Además de las repercusiones sobre la estructura de los asentamientos y sus

relaciones, en el caso de la región andina se pierden relaciones de larga tradición

asociadas a una explotación racional de los recursos y las dinámicas de trabajo

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comunitario recíproco. Recordemos que estamos ante uno de los patrones más

arraigados entre los pueblos de la región, base de su organización social y económica.

Esto puede ilustrarse para el caso de la costa desértica de las regiones de Arica y

Tarapacá, con la paulatina desaparición de los bosques de espinos y tamarugales, y el

agotamiento de los suelos cultivables, por la alta demanda y tala indiscriminada en

beneficio de los centros poblados para españoles que fueron surgiendo en la región a

lo largo de la colonia.

“Con el establecimiento de los españoles y la organización del virreinato se alteró todo el sistema. En la costa la baja demográfica y las reducciones aniquilaron la estructura económica, desaparecieron su ganado y cultivo de lomas. Los serranos en sus agrestes montañas resistieron mejor el embate de la destrucción europea. Es entonces que se produjo poco a poco una transformación en el usufructo de las lomas, a favor de los serranos. Es forzoso recapitular los motivos de deterioro de las lomas que, al igual que las zonas marginales de los valles, perdieron su población arbórea. Se talaron sin discriminación todos los árboles en el afán de fabricar carbón vegetal para cubrir las necesidades de ciudades y pueblos. El ganado traído por los europeos, el número exagerado de caballos y acémilas empleados en las comunicaciones virreinales y los hatos caprinos produjeron un sobrepastoreo que hizo cada vez más difícil la recuperación anual de las lomas. La primera consecuencia fue el aumento un aumento progresivo de la aridez y la arena eólica no encontró trabas en su expansión. Si a esta situación se añaden posibles variaciones o pequeñas oscilaciones en el régimen de nebulosidad de la costa, se obtiene una pérdida apreciable de su humedad, con las consecuencias hasta hoy observables”. (Rostworowsky 1981, pp.54-55)

El periodo colonial – sobre todo inicial – cambiará y desintegrará el sistema

productivo que venían llevando a cabo los grupos étnicos de los Andes. El gran

desarrollo que los nativos habían logrado, llegando a cultivar especies en tierras no

aptas para este fin10, o desarrollando la ganadería en condiciones aparentemente

inhóspitas, tenía por finalidad de asegurar el abastecimiento de la población y con fines

rituales o religiosos. El concepto de "valor", conferido a lo producido, está en completa

contraposición con el que le asignarán los conquistadores, así como la estructura

productiva en general. Sin duda que los conquistadores no entendieron el sistema de

los archipiélagos o los pisos ecológicos, así como la importancia que tenían en el

abastecimiento y consiguiente sobrevivencia de los grupos étnicos.

                                                            10 El caso del maíz, cultivo que requiere de un clima templado y buena cantidad de humedad, características que no están presentes en las tierras altas, se logró aclimatar cultivándolo en invernaderos en esta zona con la finalidad de obtenerlo para rituales religiosos.

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Estas actividades relacionadas con el autoabastecimietno de la población

andina, sufrirán cambios importantes durante toda la época colonial. Por un lado se

introducen una serie de nuevos cultivos (el trigo, la vid, son algunos de los más

relevantes), y especies animales (además del caballo, la gallina), que se aclimatarán e

incorporarán al sistema productivo andino. Pero fundamentalmente, los cultivos

tradicionales de los Andes no sólo eran distintos en lo que a especies se refiere, sino

en el valor que tenían y en el sentido y manejo que se hace de la explotación de los

recursos agrícolas y ganaderos. El empleo de terrenos distantes para el cultivo o la

trashumancia, son una muestra de ello y el régimen redistributivo a partir de la

producción de excedentes es otro. No obstante, a partir de las crónicas ha quedado

constancia de que los grupos étnicos andinos no variaron – y menos sustituyeron –

completamente sus criterios tradicionales.

En cuanto a los efectos sobre la población residente, la desintegración de los

sistemas culturales étnicos prehispánicos se asocia por una parte a la política de

agrupar a los pueblos “dispersos” en lugares más accesibles, de manera de favorecer

su adoctrinamiento, además de someterlos a toda clase de actividades en beneficio de

los conquistadores. Por otro lado los grupos de indios eran obligados a desplazarse con

la finalidad de trabajar en la extracción de minerales. Ambas acciones fueron

tenazmente resistidas por los indígenas, quienes tendían a permanecer en sus

comunidades originarias.

En la región es emblemático el caso del mineral de Potosí, cuya explotación

provocó desplazamientos de mano de obra, a gran escala, y con trágicas

consecuencias, por el sometimiento a un tipo de trabajo para el cual mucha de la

población no estaba habituada. El sistema social y económico, los principios de la

redistribución y reciprocidad que estructuraban la sociedad andina se verán

completamente truncados.

Durante el siglo XVIII, momento en que se producirán grandes movilizaciones

con características de rebeliones en la región altoandina, aparece la figura del jefe

étnico como protagónica. Es, por un lado, interesante ver la persistencia del cargo, y

por otro seguir la evolución que tuvo con el paso de los siglos, ubicado en la difícil

condición de servir a la Corona y a su comunidad originaria.

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El modelo de división administrativa que se implanta en el Virreinato desde su

origen no considerara dos factores tan relevantes en la organización andina: el

aprovechamiento de los climas diversos, que genera esta estructura territorial abierta y

dispersa, y, directamente relacionado con lo anterior, el concepto de prestación de

servicios mediante el traslado de grupos de trabajadores (mitta) por el tiempo que

durara una tarea determinada. En este sentido los jefes étnicos vieron cambiar el

sentido que históricamente tuvo su figura, administrando este tipo de actividades.

“Por encima de estos criterios se instaló a partir de la invasión española, un sistema de diseño espacial basado en la propiedad (no el uso) de la tierra y en la jurisdicción política de corte territorial. Los españoles entendieron como territoriales las divisiones y jurisdicciones étnicas basadas en la población, y así denominaron "provincias" a los grupos étnicos o al territorio ocupado por estos, sin caer en la cuenta de que un término como provincia iba más de la mano con una jurisdicción política territorial que con una diferenciación étnica. Las encomiendas, sin embargo, al estar basadas no en un territorio son en la población, parecen ajustarse más al régimen andino, e incluso puede verse a los encomenderos iniciales trabajar en el ámbito humano de las encomiendas de manera similar a como lo hacían los curacas andinos.” (Pease 1991b, p.180)

Veremos cuál fue la situación particular experimentada por los grupos que

habitaban la región de Arica y Tarapacá, desde las condiciones de sus pueblos y sus

habitantes, esto es, dispersión de asentamientos de pequeña escala en un paisaje de

fuertes contrastes, con una tradición de movilidad poblacional y una concepción de

territorios abiertos. Un antecedente interesante respecto de lo sostenido de la

estructura administrativa impuesta, se desprende de la visita que efectúa el intendente

de Arequipa, Antonio Alvarez y Jiménez, a finales del siglo XVIII a todas las provincias

de su intendencia, entre ellas los altos de Arica.

“En todos y cada uno de los pueblos anexos hay un Alcalde de Naturales y un Alguacil; y en al cabecera de la Doctrina uno que se nombra Alcalde Mayor, otro Ordinario y dos Alguaciles cuyo gobierno en lo económico es arreglado y prudente…. que pidieron los indios [al Cabildo] les fuese nombrado para el pueblo de Belem, y efectivamente se les nombró, a un Natural principal de los de dicho pueblo, con advertencia de que todos los cargos públicos recaen siempre en los de aquella clase….Que posteriormente se presentó la Comunidad del Pueblo de Socoroma diciendo que el Cabildo debía erigirse en su pueblo, en donde se debía también hacer la votación por que él era la cabeza de Doctrina y no Belem.” (Barriga 1939, pp.117-119)

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Se trata de pequeños poblados, muy apartados de los centros urbanos, los

cuales a finales del periodo colonial tenían, según el relato de Alvarez y Jiménez,

incorporado el modelo de dos autoridades y las ordenaciones impuestas desde la

conquista.

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1.1 La región de Arica y Tarapacá

La región de Arica y Tarapacá quedó bajo la jurisdicción política y eclesiástica

del Virreinato del Perú, hasta finales de la Colonia, inclusive tras la creación del vecino

Virreinato de La Plata. Su extensión territorial comprendía, desde el sur de Panamá

hasta los confines australes del territorio descubierto; la costa del Pacífico por el lado

occidental y la línea señalada por el tratado de Tordesillas por el lado oriental.

Villalobos (1999) y Wormald (1972a) sitúan la creación del corregimiento de

Arica el año 1565, obra del entonces virrey del Perú, Lope García de Castro; el año

1570 Felipe II eleva a la categoría de villa la modesta caleta que constituía el puerto de

Arica. Cúneo Vidal, a pesar de no citar fuentes, señala el año 1574 como el momento

de la creación del corregimiento, siendo virrey del Perú Francisco de Toledo.

La región de Tarapacá quedaba contenida dentro de los sus límites que eran,

“al este, los corregimientos de Chucuito, Pacajes y Carangas, al oeste el Mar del Sur, al

norte los corregimientos de Ubinas y Arequipa, y al sur los de Lípez y Atacama.”

(Villaloblos 1999, p.18) El corregimiento a su vez estaba dividido en cuatro

repartimientos: “Tacana o Tacna: con 600 indios tributarios y 2849 personas reducidas

en 3 pueblos: San Pedro de Tacana, San Martín Codpa y San Pablo de La Quiaca (a la

desembocadura del río de Tacana). Lluta: con 186 indios tributarios y 785 personas

reducidas en un pueblo llamado San Jerónimo de Lluta. Tarapacá: con 761 indios

tributarios y 1745 personas reducidas en cuatro pueblos llamados: San Lorenzo de

Tarapacá, San Antonio de Mocha, Santa María de Caina y San Tomé de Camiña. Pica y

puertos del Loa: con 160 indios tributarios y 636 personas reducidas en los pueblo de

San Andrés de Pica y en las caletas de Camarones, Pisagua, Iquique, Pabellón de Pica

y puertos del Loa.” (Cúneo Vidal 1977, vol.5, p.104)

Considerando las contradicciones e imprecisiones que caracterizaron la

definición de los límites virreinales, es interesante recoger la información recabada en

relación con el corregimiento de Arica que aporta Cúneo Vidal, esta vez citando a

Antonio Raimondi, quien se refiere a la visita de Francisco de Toledo,11 en compañía

                                                            11 Según Porras Barrenechea (1981), el virrey Toledo “…hizo personalmente y por medio de los Visitadores, deslinde de la mayor parte de los corregimientos o provincias peruanas.” (Porras Barrenechea 1981, p.18)

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del corregidor Alonso de Moxó y Agueza, en torno al año 1575, ocasión en que se

habrían definido los siguientes límites:

“Debemos a Raimondi, en el Tomo II de su obra El Perú, en conocimiento de un traslado, desgraciadamente trunco y no sobradamente inteligible, de los autos relativos a aquel alindermaiento. El es del tenor siguiente: “En el nombre de Dios y S.M. comienzo a amojonar y hacer linderos a estos corregimientos de las fronteras de Arica. Sitúo otro mojón llamado de Huatacondo en el alto mismo … y otros en Atacama, Sillillica, Cerrillo y Santaile. Sus dos minas de plata pertenecen al corregimiento de los Lípez, y otra, de igual manera de plata, al corregimiento de Arica. El alinderamiento sigue por Saladillo, Calcabaya, Taracollo e Hiro. Hay una piedra esquinada en que conversan los gobernadores de Llica y Tarapacá, de suerte que es un mojón general. El alinderamiento prosigue por una montón de árboles que existe en la pampa del Salitral, por Taunaya, Cucay, que es un cerrito, y por Cpipasa. Aquí se comunican los cuatro corregimientos de los Lípez, Carangas y Arica, de suerte que es mojón general dicho cerro, el cual está en una pampa de salitral. El alinderamiento sigue por Quiroga, Chilcaya, Anacaraunta, Quelaya, Palo de Algarrobo, plantado en media ciénaga de Pisiga, Cerrito Prieto, Cerrito del Toldo, Sicaya, Chapillisca, Carabaya, Tres Cruces. Aquí hay dos mojones de piedra; la una perteneciente a Carangas, la otra a Arica. Se sigue para Insachata. En este cerro al lado de Arica están plantados algunos cardones del valle y están prendidos. Se sigue por Pallacolla, Caraguano, Capital, Poilloqui, Surire. Dentro de la laguna hay un cerrito blanco que es mojón. Se sigue por Puquintica, que es una puna brava, Pomarapi, Capurana, se comunican en corregimiento de Pacajes, el corregimiento de Carangas y el de Arica, y por ahí se prosigue por el alto de Calacoto; y estos son los pertenecientes a la ciudad de San Marcos de Arica, que son linderos verdaderos…” (Cúneo Vidal 1977, pp.121-122) 12

En cualquier caso puede observarse que esta primera delimitación ocasiona la

partición de los territorios continuos que tenían, al menos los señoríos caranga y

pacajes, a ambos lados de las cumbres de los Andes. Estamos ante una división, por

tanto, que toma como referencia las características geográficas regionales, siendo las

cumbres del cordón montañoso andino el límite, por sobre las unidades culturales

efectivas. Será necesario, de aquí en adelante, observar los hechos ocurridos tanto en

el área altoandina inscrita en la región de Charcas, como en los valles occidentales de

los Andes, correspondientes al corregimiento de Arica, a pesar de la división de que

fueron objeto, dadas las relaciones culturales de larga duración observadas entre los

grupos prehispánicos que las habitaban.

                                                            12 La obra citada por Cúneo Vidal es Raimondi, A., 1874-1879. El Perú. Lima: Imprenta Estado.

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Con el crecimiento de la ciudad de Arica, como el principal puerto para la salida

del mineral de Potosí, el sistema que existía en la precordillera y altiplano se

modificará.13 Por un lado parte de la población será requerida para tareas mineras14 y

por otra parte la actividad de los valles de Azapa y Lluta (por sus condiciones naturales

de oasis), crecerá ostensiblemente, transformándose en centros de actividad asociados

al, por entonces, importante puerto de Arica.

“¿Fue Arica una suerte de enclave – fundamentalmente pesquero – compartido indistinta y proporcionalmente por los grupos humanos y curacas asentados en los valles de Ilo, Azapa, Lluta y Tarapacá? Creemos que sí. En todo caso, las condiciones geográficas apropiadas para la construcción de un puerto, así como la estratégica ubicación de Arica al pie de una zona minera que causaría sensación, alentaron posteriormente de manera considerable el asentamiento de españoles, colonos y autoridades en aquel lugar, desplazando así en importancia a los demás pueblos de indios de los valles de Azapa y Lluta.” (Trelles 1991, pp.163-164)

Esto también supondrá migraciones y abandono de las tierras de origen, así

como alteraciones en la economía andina, en el régimen de distribuciones y obtención

de recursos que practicaban los grupos étnicos. Se produce un cambio de los centros,

al menos en lo administrativo, para estos pueblos originarios, que modifica el espacio

andino, para dar paso a una ordenación diferente, resultado de las nuevas actividades

económicas y distribución de la población.

“La implantación de la economía colonial introdujo cambios importantes en la región, traducidos en lo que parece haber sido un fenómeno de gradual pérdida de control de pastizales en las zonas altas, así como en el impacto del auge minero, cuando las minas de Tarapacá se convirtieron – por breve lapso – en las más ricas del sur del Perú.” (Trelles 1991, p.166)

Respecto de las encomiendas, el virrey Francisco Pizarro entrega por cédula del

año 1540 a Lucas Martínez de Vegazo toda una extensa área, que incluye el

corregimiento de Arica, citándose en los respectivos documentos pueblos existentes en

                                                            13 Existen antecedentes de la ocupación de la costa de Arica por parte de los grupos étnicos amazónicos que se remontan al 6000 a.C. A partir de entonces se inicia una continua ocupación de la región. A las aldeas costeras se suman los grupos que se desplazan desde las partes altas en busca de alimentos provenientes del mar y de la parte baja de los valles de Lluta y Azapa. 14 Esto influye, en parte, en la crisis demográfica ya que los indios se enfermarán con la continua inhalación de gases, situación denunciada por el visitador Domingo de Santo Tomás, quien visita la zona en compañía de Juan Polo de Ondegardo, el año 1567, haciendo constantes referencias a los malos tratos de que son objeto los naturales, y a las "ventajas" que supondría considerar y conocer "lo andino".

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la actualidad, emplazados en los valles de Azapa y la quebrada de Tarapacá.15

Martínez Vegazo había jugado un papel destacado en las luchas internas del Virreinato

peruano, a favor de Pizarro, motivo que influyó a la hora de asignarle una de las

encomiendas más generosas tanto en superficie y en número de indios, a pesar de no

tratarse de un territorio continuo:

"A comienzos de 1540, Francisco Pizarro otorgó una cédula de encomienda a favor de Lucas Marínez Vegazo, bastante cuantiosa. Decimos esto porque la cantidad de tributarios otorgados por esta cédula era bastante más numerosa que la de otras, emitidas también en favor de vecinos arequipeños. La desmesura puede haber sido consecuencia de una voluntad de indemnizar a Lucas Martínez por los inconvenientes sufridos en la posesión de los Carumar y Ubinas, o bien – ... – ocurrió simplemente que Pizarro no tenía idea de lo grande que era la encomienda con la cual favorecía de Martínez Vegazo". (Trelles 1991, pp.146-147)

De acuerdo a las investigaciones de Hidalgo (2004), la población altoandina

caranga que en una modalidad de archipiélagos habitaba los valles y la sierra de la

región de Arica, tenía sus importantes centros regionales en los pueblos de Belén y

Socoroma, y su centro en Turco, localizado en la cuenca del Titicaca. Esta presencia

carnaga habría ejercido, previo a la llegada de los españoles y a pesar de la condición

multiéntica de los valles occidentales, alguna supremacía, “encapsulando” a los otros

grupos. Esto por un tipo de organización bastante eficiente, a pesar de no ser un

grupo étnico tan numeroso como sus vecinos del norte, los lupaca.16 Esta población

habría quedado toda incluida en el corregimiento de Arica, dentro del repartimiento de

Lluta y Azapa. A pesar de que los límites de este repartimiento no están definidos con

exactitud, se habría extendido por el norte limitando con el repartimiento de Tacna,

por el sur con la quebrada de Camarones, incluyendo parte del altiplano Caranga

(Hidalgo 2004, p.488).

El autor plantea asimismo que habrían sido las grandes unidades étnicas las

que ven más perjudicada y desestructurada su orgánica con estas divisiones

administrativas – y eclesiásticas – coloniales. En este contexto, el pueblo caranga que

residía en los valles occidentales habría sostenido por más de un siglo su organización,                                                             15 En los documentos citados por Villalobos (1999) figuran los pueblos de Tarapacá, Pachica, Guaviña, Azapa, Arica. El mismo autor señala que las actividades económicas de Martínez Vegazo le relacionaban con los indios caranga, vecinos por el sector de la puna, a pesar de no encontrarse dentro de su encomienda. 16 Hidalgo sostiene que mientras la población caranga ascendía a unos 35.000 habitantes, los lupaca contaban unos 100.000. (Hidalgo 2004, p.486)

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e incluso su dependencia de Turco, su capital prehispánica. Se hace mención a

documentos en los cuales los caranga de los pueblos de Belén y sus alrededores

aseguran ser adoctrinados, en el siglo XVII, por el cura residente en Turco – Hatun

Caranga, en circunstancias que se trata de asentamientos inscritos en el corregimiento

de Arica, con dependencia eclesiástica de Arequipa (Hidalgo 2004, p.492). Por lo tanto,

y a pesar de las reparticiones del siglo XVI, algunos grupos fueron capaces de

conservar relaciones con sus antiguos centros, gracias, entre otros, a la permanencia

de la figura de los señores étnicos, en la misma estructura dual que poseían, y que

posibilitaba relaciones con las otras parcialidades. Cuando a mediados del siglo XVII se

produzca la desintegración del repartimiento de Lluta, y la creación del cacicazgo de

Copda, se perderá definitivamente la relación de los pueblos de los valles con los

asentamientos de la puna y con su antigua capital Hatun-Caranga, en la cuenca del

Titicaca.

Del mismo modo que para la región de Arica, Pizarro otorgaba una encomienda

a Andrés Jiménez, regidor de Arequipa, la cual incluía la zona de Pica, al sur de la

quebrada de Tarapacá (Villalobos 1999). Martínez Vegazo pierde momentáneamente

su encomienda, recuperándola en 1557, con algunas modificaciones, entre ellas la

inclusión de indios mitimaes de la provincia de Chucuito (cercana al lago Titicaca),

además del repartimiento de Pica. El interés que despierta la región en un primer

momento (siglo XVI), se debe fundamentalmente al mineral de Huantajaya,17 sin

embargo su actividad decae por más de un siglo, restándole con ello protagonismo.

La inclusión de la provincia de Tarapacá en el corregimiento de Arica se

mantendrá hasta bien avanzado el siglo XVIII, cuando se reactiva la producción

minera, especialmente en Huantajaya; por este motivo el entonces virrey del Perú,

Manuel de Amat y Junient, crea en 1767 el corregimiento de Tarapacá, quedando el

poblado homónimo elevado a la categoría de capital, y la provincia separada del

corregimiento de Arica.

“y como su virrey, gobernador y capitán general de estos reinos del Perú y Chile, desmembro y separo de la jurisdicción y corregimiento de Arica, la antigua provincia de Tarpacá, erigiéndola como la erijo en gobierno distinto e independiente del citado corregimiento de Arica, bajo los términos que en ella la deslindan, y de la de Atacama y Lípez,

                                                            17 La mina de Huantajaya se ubicó muy próxima al puerto de Iquique, y por consiguiente a la quebrada de Tarapacá que se interna hasta el altiplano, dejando una serie de pueblos a su paso.

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incluyéndose la capital y asiento de Sibaya, Camiña, Mamiña, Pica, Matilla, Guaracondo y los demás principales o anexos con los puertos de Iquique y Pisagua, y los famosos minerales de Huantajaya y Chanabaya con otros de menor cuenta que están situados y son conocidos en la mencionada provincia de Tarapacá…” 18

Durante las primeras décadas del siglo XVII – probablemente el año 1618 –

recorre la región el carmelita Antonio Vásquez de Espinosa, enumerando, para el caso

del corregimiento de Arica, los siguientes repartimientos: Lluta y Arica; Tarapacá y

Pica; Hilo; Tacama; Hilabaya; siendo el del Tarapacá y Pica el más densamente

poblado, con un total de 4087 habitantes – entre indios tributarios, viejos, muchachos

y mujeres – por sobre los 7105 que contabiliza en todo el corregimiento. Vásquez de

Espinosa (1992) llama la atención acerca de la gran extensión del corregimiento,

especialmente por la lejanía entre los centros poblados y la dificultad de recorrerlos por

lo desolado del paisaje.

En cuanto a las audiencias, la región quedaba bajo la jurisdicción de la

Audiencia de Lima, pero a finales del siglo XVIII, y como resultado de los cambios que

se señalaron, el corregimiento de Tarapacá dependerá de la Audiencia de Chuquisaca y

del Arzobispado de La Plata.

“La cuarta [Audiencia] fue la de la ciudad de los Reyes de Lima, creada conjuntamente con el virreinato del Perú por cédula del Emperador, en Barcelona a 20 de noviembre de 1542. Su jurisdicción, luego de la creación de las audiencias de Quito, Concepción de Chile y La Plata en el Alto Perú, llegaba por el sur hasta el Reino de Chile, e incluyendo por el norte hasta el puerto de Paita, mientras que hacia el este abarcaba Cajamarca, Chachapoyas, Moyobamba, los Motilones y el Collao.” (De Ramón 2001, p.215)

El límite oriental lo constituía la Audiencia de Charcas, erigida en 1561, que

limitaba “con las audiencias de Lima y Chile, mar del Sur, mar del Norte y línea de

Tordesillas.” (Morales Padrón 1988, p.403). Por lo tanto estos señoríos aymara habrían

quedado repartidos entre las audiencias de Charcas y de Lima, pertenecientes, hasta

1776, al Virreinato del Perú.

Lo que sucede con la población de la región alta de Arica y Tarapacá es

resultado de estas particiones asociadas a las encomiendas que tienen lugar en el siglo

                                                            18 Citado por Villalobos 1999, p.19.

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XVI. Parte de esta región es habitada por los caranga quienes, bajo la estructura de

colonias dispersas, tenían sus centros en la parte alta de los Andes (en actual territorio

chileno y boliviano). Con estas tempranas asignaciones de terrenos se produce una

discontinuidad entre los asentamientos ubicados en la parte baja y alta de los valles y

los centros administrativos, al quedar contenidos en distintas audiencias. Se rompe así,

manifiestamente, la lógica de ordenación territorial previa.

“El proceso de asimilación de la población caranga en Arica a una jurisdicción local se inicia con las primeras encomiendas a mediados del siglo XVI, intensificándose con su incorporación al corregimiento de Arica, y, consecuentemente, a la audiencia de Lima. Los núcleos caranga del altiplano conformaron un corregimiento separado adscrito a la audiencia de Charcas.” (Hidalgo 2004, p.512)

En general, en el proceso de re-organización de este territorio, uno de los

hechos más significativos dice relación con la separación de las regiones altas respecto

de los valles y la costa. Siendo, como venimos observando, los valles y las quebradas

los sectores más densamente habitados en épocas prehispánicas, es justamente en

ellos donde es posible observar con mayor evidencia estos cambios en la composición

de la población y la densidad, en esta repartición forzada de indios tanto en

repartimientos como en encomiendas. En este sentido el valle de Lluta y el de Codpa

cuentan con investigaciones más adelantadas al respecto.

“La mayor parte de la población del área fue adscrita al repartimiento de Lluta (...), con una reducción en la parte baja del valle de Lluta (...). En teoría, el repartimiento de Lluta abarca un territorio transversal que incluía las faldas orientales de la cordillera y un sector del altiplano de Carangas. Sin embargo, queda claro que gran parte de este espacio no fue integrado efectivamente al repartimiento de Lluta durante el siglo XVI: como el mismo nombre lo indica, era una unidad administrativa que operaba prioritariamente en los valles.” (Hidalgo 2004, pp.512-513)

Citaremos las observaciones hechas por Hidalgo en su investigación acerca del

cacicazgo de Codpa,19 donde llama la atención que frente a los cambios de

organización territorial que se sucedían en la conquista y colonia, este grupo tendió

siempre a mantener o volver a recomponer su estructura de acceso a diferentes pisos

ecológicos.

                                                            19 El caso del cacicazgo de Codpa es muy interesante en cuanto permite seguir el proceso de conversión de un sistema organizativo prehispánico a uno colonial. Esto superponiendo en ocasiones ambas lógicas, teniendo que hacerse negociaciones para lograr, los unos, el control de los indios de un territorio, y, los otros, mantener parte de su organización ancestral.

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“Estos desarrollo evidencian la capacidad de los pueblos serranos de regenerar una organización étnica autónoma que se adaptaba a las nuevas encrucijadas políticas, constituyendo cargos de origen hispano que pudieran negociar con el sector hispano, y a la vez desarrollando formas de organización y liderazgo auténticamente andinas y que reflejaban sus orígenes en formaciones mucho mayores como el señorío caranga. Este dinamismo interno de los pueblos serranos se expresa particularmente en una recuperación del acceso archipiélago a las tierras del valle durante el siglo XVIII. Hacia fines del siglo XVIII Belén controlaba una colonia permanente en el sitio de la antigua reducción en Poconchile, en la parte baja del valle de Lluta. (...) Estos pueblos disponían de territorios nucleares en torno al asentamiento serrano, y simultáneamente controlaban terreno de valle a 3 ó 4 días de camino, y que en algunos casos ni siquiera se ubicaba en la misma cuenca. Tales puntos de acceso eran verdaderas “islas” de presencia andina, rodeadas por un mar hostil de terratenencia hispana.” (Hidalgo 2004, pp.522-523)

Esto constituye una evidencia de lo que podríamos interpretar como resistencia

frente a los drásticos cambios impuestos. Pero también podemos interpretarlo desde la

permanencia de una tradición asociada a un profundo arraigo a un territorio, que es la

evidencia de en un hondo conocimiento y comprensión de sus leyes. Estas

modalidades de continuidad de sistemas prehispánicos se contraponen a la

desestructuración que tiene lugar con la instalación de la figura de las reducciones o

pueblos de indios, que, como veremos, afecta esta región.

“En este contexto, parece increíble que hayan podido subsistir rasgos de las antiguas tradiciones y creencias indígenas luego de un traumático proceso de desarraigo y aculturación como significaron las reducciones. Pero aquí está justamente la clave para atender la línea de defensa que se planteen para preservar su propia identidad frente a una adversidad que adquirió formas de cataclismo tanto en los planos simbólicos cuanto en la cotidianeidad de su economía de subsistencia.” (Gutiérrez 1993a, p.28)

Como explicábamos, para el hombre andino la ocupación del territorio está

estrechamente vinculada con el desarrollo de actividades económicas, en un régimen

de organización comunitaria y de complementariedad ecológica. A pesar de la división

administrativa y eclesiástica a la que quedan adscritos grupos de larga tradición

comunitaria, es importante señalar – como es bien sabido – que muchas relaciones se

mantuvieron, incluso tras la independencia de la región andina. En el caso particular la

rebelión andina de 1781 es posible entenderla, entre otros puntos de vista, desde la

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permanencia de una organización comunitaria y defensa de una organización social y

económica.

“Al ser aplicada al gobierno de los pueblos andinos que habitaban el territorio del antiguo imperio inca, esta utopía racionalista, este ‘sueño de un orden’, asumió variadas modalidades.… Las tradicionales prácticas económicas y sociales andinas sobrevivieron largamente a los intentos de reorganizar la distribución espacial y los sistemas de autoridad de las comunidades campesinas.” (Serulnikov 2006, pp.175-177)

No obstante, en la práctica con estas divisiones se rompía con el esquema de

‘territorios abiertos’ que había caracterizado a los grupos étnicos andinos, más que

nada por los desplazamientos a los que eran obligados los nativos, abandonando sus

lugares de origen. Lo mismo sucede con los señores étnicos, figura que también quiso

mantenerse asociada a las encomiendas, fundamentalmente por lo que significaba

para la comunidad, pero, como su presencia se justificaba en gran medida para

organizar esta constante movilidad y distribución de bienes, pierde también el sentido

que tuvo en su origen.

“Lo sorprendente de la situación andina es que los espacios geográficos controlados por aquellos jefes y sus subordinados no constituían unidades cerradas con límites definidos, por el contrario, adquirieron el aspecto de un archipiélago de posesiones entremezcladas con los territorios de otros pueblos que obedecían a distintas autoridades políticas. En el valle de Lluta sobresalía, por ejemplo, el cacique Cayoa señor del valle que fue encomendado con 44 indios (varones tributarios) al encomendero Lucas Martínez Vegaso. Cayoa, Cayoca o Cayuca era la autoridad principal de varios pueblos y caciques menores de ese valle, en Azapa y pescadores en el puerto de Arica.” (Santoro 1985, p.88)

Es importante enfatizar el cambio que se produce en el régimen de tenencia de

la tierra para estos grupos, habituados a la figura de las tierras comunes de los ayllus

(o ayllos). De acuerdo con la documentación revisada por Hidalgo y Villalobos, en el

siglo XVIII aun existía una cantidad no despreciable de ayllus entre las quebradas de

Camarones y el Loa. Esto reafirmaría la persistencia de una poderosa y arraigada

organización social y económica, que fue capaz de soportar los cambios ocurridos, pero

también se justifica desde la idea – que plantea tanto Guendermann (2003) como

Villalobos (1999) – según la cual los desplazamientos de población no habrían sido

generalizados en la región, pudiendo permanecer sus habitantes un tanto al margen de

la actividad de Potosí.

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“… al parecer, en Tarapacá los españoles no redistribuyeron en forma significativa la población. Sobre los antiguos padrones de poblamiento se superpuso la organización de pueblos y repartimientos.” (Villalobos 1999, p.69)

Sin embargo ambos autores coinciden en señalar que las alteraciones en la

tenencia de la tierra son un hecho, viéndose reducidas las propiedades de los naturales

de manera significativa, así como el acceso a tierras ubicadas en diferentes climas. Del

mismo modo se reconoce un “repliegue” de la población hacia las zonas altas,

quedando las zonas bajas de los valles fértiles, en posesión de los españoles, quienes

las explotaban. Esto habría generado un espacio en la precordillera y la puna

especialmente, donde las comunidades habrían conservado patrones culturales

prehispánicos con una mayor libertad. Por otra parte debe tenerse en consideración

que los suelos cultivables eran realmente escasos: ubicados en las quebradas o valles,

distantes entre sí, lo que conlleva un tipo de agrupación dispersa, con poblaciones de

reducido tamaño.

Los cambios más importantes para la población local se producen, por tanto,

durante la segunda mitad del siglo XVI, con la creación de los corregimientos y

encomiendas; dos siglos más tarde, con la implantación de las reformas borbónicas,

volverán a tener lugar desestructuraciones territoriales trascendentales en la región

andina, a pesar de que se instaurará una unidad administrativa más amplia que

sustituye al corregimiento: las intendencias.20 De esta manera el virreinato peruano,

tras la creación del Virreinato de la Plata, queda organizado por el gobernador Croix,

en siete intendencias, cada una de ellas divididas en subdelegaciones o partidos: Lima,

Trujillo, Tarma, Huancavelica, Huamanga, Cuzco y Arequipa.21 De esta última dependía

la región de Arica y Tarapacá.

Las intendencias pretendían, además de solucionar aspectos económicos,

fortalecer los gobiernos locales, crear unidades más autónomas y de paso

descentralizar el poder de los virreinatos, estableciendo una relación más directa con

España. Muchos de los cargos de intendentes en la región andina quedaron en manos

de peninsulares, los que sustituían a la elite criolla emergente, bastante desprestigiada

                                                            20 Las intendencias se crean con una finalidad económica por sobre todo, para mejorar el recaudo de tributo y de paso sustituir a la desprestigiada figura de los corregidores, que había perdido autoridad. 21 Con posterioridad se crea la intendencia de Puno.

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a la fecha. A partir de las visitas a la zona andina, las autoridades pueden enterarse de

primera mano de situaciones de hecho, como la apropiación ilegítima de tierras

indígenas por parte de los españoles o el abuso sostenido hacia los indios.

Una de las gestiones más documentadas corresponde a la del intendente de

Arequipa Antonio Álvarez y Jiménez, quien visita la región entre 1793 y 1796. A pesar

de las irregularidades que detecta, especialmente de manos de los antiguos

corregidores, justifica el sometimiento de que es objeto la población indígena, en

supuesto beneficio de los mismos. Sin embargo no es sino otra forma de sostener las

prácticas tácitas que favorecían la corrupción y el abuso, instaladas en los andes

durante los siglo anteriores.

“Aunque la reforma administrativa no escatimó críticas al sistema toledano y a los abusos de corregidores y caciques, no por ello se pensó en la posibilidad de eliminar los repartos, ni aun forzosos; eso sí, cambiando su nombre por el eufemístico de “socorros”. Los repartos siguieron realizándose en todos los partidos de los Andes, de la mano de intendentes, subdelegados, ayudantes y curacas.” (Garvaglia y Marchena 2005, p.55)

En otras palabras, las reformas – tanto económicas como administrativas – se

habían impuesto y diseñado fuera del sistema colonial hispanoamericano,

desconociendo el estado real de las cosas en las distintas regiones del continente. La

consecuencia fue que en muchos casos de agudizaron y reafirmando los conflictos

existentes, especialmente los sociales, al aparecer una nueva clase dirigente. Las

medidas pretendían fundamentalmente ser funcionales a los intereses originados en la

península, teniendo América que tomar parte en el financiamiento de guerras y el

consiguiente fortalecimiento del sistema defensivo en las colonias en ultramar.

Con la excepción de la producción minera, que se exportaba libremente, el

impacto económico del comercio en el espacio andino es fuerte, quedando las demás

actividades económicas limitadas a un escaso mercado interno, frente a la libre

exportación mineral. La falta de incentivo a la producción local, caracterizada por su

diversificación, deja a la región en una condición muy compleja frente a los cambios: el

excesivo control y presión fiscal; los incentivos a la producción favorecían a una elite,

compuesta por hacendados y clases dirigentes; la especulación con los valores de la

tierra; las alzas en los impuestos, son todos factores que afectaron de manera

transversal a las comunidades de diversas regiones. Es esto lo que genera una

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“recomposición andina”: La población, en una búsqueda de revindicar sus legítimos

derechos, reacciona frente a medidas como la desvinculación de la región del Alto Perú

del Virreinato del Perú, con la creación del Virreinato de La Plata.

No obstante la fuerza que toman las movilizaciones indígenas andinas, son

evidentes los matices locales y condiciones particulares que las caracterizan, lo que da

cuenta de un territorio fraccionado en muchos sentidos, el cual, frente a una

circunstancia específica, se aglutina. Pero sin duda que este espacio andino no fue

homogéneo, ni en época prehispánica ni durante la colonia.

Tras la Conquista, la región de Arica y Tarapacá quedó inscrita en el Virreinato

del Perú, conformando los corregimientos de Arica y Tarapacá. Sin embargo es posible

referirse a su pertenencia a otro tipo de particiones, más relacionadas con aspectos

culturales de larga duración. Es necesario insistir en estas otras clasificaciones posibles

debido a la existencia de todo un ámbito compuesto por micro espacios, relacionados

entre sí, pero con sus particularidades. Arica y Tarapacá y la serie de asentamientos

inscritos en sus diferentes valles y oasis deben ser entendidos durante el periodo

prehispánico y parte de la colonia, como los valles occidentales de la región

circumtiticaca, vale decir, eran reconocidos como una unidad más allá del cordón

occidental andino, a pesar de las fuertes y comprobadas relaciones habidas entre los

valles y la región del lago.

Podríamos plantear entonces que esta región – Arica y Tarapacá – tras la

conquista sigue constituyendo una unidad (siendo concientes de la ocurrencia de

desplazamientos de población, reducciones, usurpaciones de tierras…) que ve

afectada, no obstante, su pertenencia al sistema mayor que tiene al lago como centro.

Un hecho que reafirma esta idea es la exención que gozaba la población residente de

tomar parte en la mita de Potosí, por estar ocupada en otras actividades económicas,

como la agricultura, la ganadería o la minería local. Muchas de las redes comerciales se

mantienen, otras se intensifican persistiendo la relación entre los valles occidentales y

el Virreinato de la Plata,22 a pesar de la construcción del límite hispano en las cumbres

de la cordillera de Los Andes.

                                                            22 Si bien los puertos regionales (Arica fundamentalmente) tendrán un papel destacado en la actividad minera de Potosí, las rutas principales que vinculan el mineral con los centros virreinales son la ruta Lima – Potosí o Cuzco – Potosí, siendo los ramales (pero no por ello poco transitados) los que definían las rutas

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                                                                                                                                                                              que llegaban a Arica. Esto reafirma la idea de una micro región, de vallas occidentales sucesivos, paralelos a la costa del Pacífico.

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1.2 Las naciones independientes

Durante las últimas décadas del siglo XVIII tienen lugar en la región altoandina

una serie de reformas que significan, como hemos señalado, una reorganización

espacial, como resultado de las reorientaciones impuestas, especialmente la aparición

de un nuevo virreinato. Esta medida significó la partición de una región con una fuerte

y larga tradición de integración cultural, organizada en reinos, caracterizada por su

movilidad y prestaciones de servicio comunitario, todo lo cual a partir de la conquista

será cada vez más impracticable.

En las provincias de Arica y Tarapacá (correspondientes a los valles

occidentales en el sistema cultural de esta región andina) las particiones coloniales

significarán su separación de las regiones altas de la cuenca del Titicaca. Tras las

guerras de independencia se heredarán estos límites decretados durante la Colonia – a

pesar de sus imprecisiones – quedando los valles occidentales bajo la jurisdicción del

Estado peruano, y la parte alta, en torno al lago, a manos de Bolivia. Diversos autores

sostienen que las vinculaciones comunitarias se resienten fuertemente – ya desde

finales del siglo XVIII – afectando en la construcción de los nuevos estados, en cuanto

la fuerte unidad interna que sostenía las comunidades originarias se pierde.

“Aunque no hubiese existido un pasado efectivamente común, no se puede olvidar que las nuevas comunidades sociales en formación, guiadas por sus propios nuevos Estados, internamente no se integraron fácilmente y terminaron por desintegrarse externamente. Esta es una situación básica que explica las profundas debilidades en los procesos de construcción de ciudadanías no sólo en el s. XIX, sino también a lo largo del XX.” (Cavieres 2007b, p.33)

La inestabilidad política es vista como una de las principales causas,23 no sólo

en la consolidación de los límites en esta región durante la segunda mitad del siglo

XIX, sino también en la construcción de este nuevo espacio económico, con sus

articulaciones, centros y con los pequeños poblados diseminados a ambos lados de Los

Andes como protagonistas. Por ejemplo, entre los años 1821 y 1879, se suceden unos

65 gobernantes en el Perú, y cerca de 100 en Bolivia (Donoso 2007). En este contexto

ambas naciones firman una serie de tratados y acuerdos comerciales, de paz e

                                                            23 Esta inestabilidad política, así como la precaria definición de los límites entre Bolivia, Perú y Chile, es reconocida tanto por autores chilenos como bolivianos, como uno de los puntos que contribuye a la conflictiva relación entre los nacientes estados.

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integración, que dan cuenta de la serie de asuntos pendientes. Donoso (2007) entrega

un antecedente interesante que contribuye a ilustrar el estado de las cosas: la

propuesta de Simón Bolívar en 1826 al Congreso del Perú, de ceder a Bolivia las

provincias de Arica y Tarapacá, a cambio del pago de parte importante de la deuda

externa que arrastraba el Perú tras la independencia. La iniciativa, sugerida por Sucre,

no prospera, continuando las citadas provincias bajo dominio peruano.

Posteriormente, en 1835, con la creación de la Confederación Perú – boliviana

se propone la fundación del Estado Sud-peruano, compuesto por las provincias de

Moquegua, Arequipa, Arica y Tarapacá. Con el fracaso de la Confederación, también se

frustra la propuesta, que habría dejado al hipotético estado en la práctica más

vinculado a Bolivia que al Perú. En el intertanto, la provincia de Tarapacá

especialmente – junto a la de Atacama por el sur – comenzaban a experimentar una

gran importancia económica por la explotación de los yacimientos de nitrato, que sería

más adelante una de las grandes actividades económicas regionales con consecuencias

insospechadas tanto en lo estrictamente económico como en lo político y social.

La Guerra del Pacífico (1879), cuyas causas no es el caso analizar en esta

oportunidad, y las décadas posteriores tienen efectos en la construcción del espacio

regional, donde las reconfiguraciones fronterizas y de nacionalidades cruzan a la

región. Las antiguas provincias de Arica y Tarapacá, tras los tratados suscritos, quedan

bajo soberanía chilena, además de la provincia de Atacama, quedando el límite oriental

fijado en las cumbres andinas. Por una parte entre los años 1880 y 1930 – periodo

llamado de la expansión salitrera – la atención estará centrada en la parte baja, la

franja desértica donde se emplazó toda la industria del salitre. Esta actitud, promovida

desde el gobierno central por quienes veían en la minería no metálica la única actividad

económica posible, provoca la reacción de actores regionales que en sus demandas

dejan implícita una necesidad de integración transversal de actividades y personas, que

traspasa más allá de los límites chileno – bolivianos. Las otras actividades posibles eran

la minería no metálica y la agricultura, ambas de laga tradición, todo ello en el marco

de la construcción de redes viales y/o ferroviarias que generaran vínculos más

eficientes con Bolivia. Esta relación era vista por los actores regionales como un eje

central para su desarrollo, lo que significa que a pesar de las conflictivas relaciones

entre Chile y Bolivia, la movilidad e integración entre los pueblos de la precordillera y

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puna de Chile y Bolivia persistió. También debe notarse que existieron fronteras

abiertas.

“Ahora, esto no es nada raro, hay que decir que la frontera entre Chile y Bolivia en este periodo fue una frontera abierta, no obstante que estaba latente el tema de la Guerra del Pacífico, la chilenización del territorio y el conflicto Tacna – Arica. El hecho que la frontera chileno-boliviana de Tarapacá fuera abierta en este periodo obedece a dos razones fundamentales. En primer lugar, porque el Estado chileno no tuvo una preocupación central por el espacio andino de Tarapacá, se centró básicamente en la pampa y en la costa…. En segundo lugar, porque la noción de frontera abierta se hizo vital para satisfacer los requerimientos permanentes y crecientes de insumos por parte de la industria salitrera, especialmente en lo que tocaba al comercio con Bolivia y con el noroeste argentino.” (Castro 2007, p.254)

En efecto, en la región existió una fuerte vinculación inter-estados, basada por

sobre todo en la actividad comercial. Esto dio origen a una compleja configuración de

nacionalidades, determinada además por las políticas estatales: en 1844 el gobierno

chileno decreta la expulsión de los ciudadanos que no estuviesen empadronados en los

respectivos consulados, afectando principalmente a la población de peruanos y

bolivianos de las regiones de Tarapacá y Antofagasta. Paralelamente la industria

salitrera crecía y con ello la llegada de población foránea a ambas provincias se

incrementaba. La región de Tarapacá a comienzos del siglo XX estaba compuesta por

un número importante de peruanos y bolivianos (muchos de ellos población indígena),

además de los chilenos, que concurrían a los enclaves mineros.

En este contexto social cabe mencionar la aparición del concepto de pampino,

el habitante de la pampa del Tamarugal, espacio geográfico donde se instalan la mayor

parte de las oficinas salitreras de la región de Tarapacá, donde se desarrolló la vida en

torno a la extracción del nitrato. El concepto de pampino tiene el valor de vincular a un

grupo social absolutamente heterogéneo que queda involucrado e influido por esta

actividad económica que, por su envergadura, repercute en un vasto territorio. De ahí

también el hecho de señalar la diferencia entre obrero y pampino.

“El impacto social del ciclo salitrero es notorio y perdurable, ya sea en el norte chico chileno, noroeste argentino, en el sur peruano o en el altiplano y valles boliviano. El espacio social salitrero se proyecta más allá de las salitreras mismas, rompiendo con la temporalidad histórica que le enmarca el ciclo de vida de la actividad económica motriz (1830-1930). Cuando ello sucede podemos, con justa razón, pensar en un

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polo de desarrollo y no solamente en un polo de crecimiento o en un enclave económico.” (González Miranda 2002, p.123)

Naturalmente los medios de comunicación de la época favorecen la movilidad

de la población y la conectividad, pero en cualquier caso la definición de esta identidad

pampina es un hecho singular que ha sido destacado por los historiadores locales,

justamente por haber generado un sentimiento de pertenencia y un arraigo a una zona

inhóspita y a condiciones de vida bastante precarias, en medio de condiciones políticas

además bastante complicadas.

“No es lo mismo desierto que pampa. Desierto es el conscructo del discurso oficial, pampa es el constructo del privado. El desierto no genera identidad ontológica; la pampa sí, el ser pampino. … Más allá de las definiciones, los hombres y mujeres que habitaron los cantones, pueblos y campamentos salitreros, verdaderos comunidades urbanas, se definieron como pampinos: el espacio les proporcionó el concepto de la identidad. “Pampa” en quechua significa llanura extensa, desértica; en este caso, por tanto, no tienen por sí misma la facultad de constituir existencia, el sujeto debió darle habitabilidad, para después identificarse y sentirse parte de ella.” (González Miranda 2002, p.31)

Desde el punto de vista antropológico, parece interesante la significación que

el hombre andino hace del espacio que ocupa. La presencia de población quechua y

aimara entre los trabajadores pampinos es numerosa, así como relevante es la relación

sostenida que se establece con las comunidades que habitan en los pueblos, ya que

eran estos habitantes precordilleranos y altiplánicos los que bajaban periódicamente a

la pampa a vender sus productos a los campamentos mineros. Una vez más queda

confirmada la existencia de relaciones generadas más allá de las divisiones impuestas

por las soberanías reinantes, a partir de un espacio que actúa como bisagra y que se

configuró culturalmente desde su vertiente oriental – la cuenca del Titicaca – y la

occidental – la costa del Pacífico.

Dentro de las medidas tomadas por el Estado de Chile, que se relacionan con el

desarrollo regional y, por lo tanto, con la suerte de los pueblos diseminados en los

valles, oasis y puna, se cuentan la declaración de Arica como puerto libre, en 1953,

medida que significa un fuerte impulso a la actividad portuaria, además de la

instalación de fábricas e industrias, lo que deja a la ciudad situada en un circuito

internacional y polo regional, con presencia de población boliviana y peruana, además

de la chilena que se desplaza desde los pueblos a la parte baja.

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Los antiguos corregimientos de Arica y Tarapacá conformarán la llamada región

de Tarapacá, la cual agrupa a todos los pueblos de los oasis, precordillera, puna,

ciudades costeras y oficinas salitreras de la pampa. Por décadas el centro

administrativo fue el puerto de Iquique, pero la ciudad de Arica también oficiaba como

polo importante, debido a la extensión que presentaba la región. Las relaciones

transversales persisten en la actualidad, así como la movilidad de la población de los

sectores altos con Bolivia. Los pueblos sin embargo se han despoblado de manera

alarmante, fundamentalmente por la falta de oportunidades y desvinculación de los

centros urbanos. La mayor parte de la población ha emigrado a los puertos de Arica e

Iquique, o a las zonas bajas en torno a las quebradas y oasis. Los pueblos de la puna

son los más postergados en cuanto a oportunidades de desarrollo propio o integración

a redes nacionales. La mayoría de estos pueblos están habitados por un par de familias

que se ocupa de los rebaños de llamas y alpacas; el resto de la población – que

conserva sus viviendas – aparece en los poblados para las fiestas religiosas.

Recientemente (2007), y como una medida que busca inyectarle más recursos

y favorecer el desarrollo local, la región de Tarapacá se ha dividido en dos,

conformando el extremo norte la región de Arica y Parinacota (entre los 17°30’ a los

21°28’ latitud sur, con una población de 189.644 habitantes y una densidad de 11,22

hab./km2),24 con el puerto de Arica como capital regional; y la parte sur la de Tarapacá

(entre los 18°56’ a los 21°38’ latitud sur, población de 238.950 habitantes y una

densidad de 5,6 hab./km2), con Iquique como capital regional. Los efectos de estas

medidas podremos evaluarlos en el futuro.

En síntesis, la micro región en la cual nos situamos ha estado históricamente

vinculada a la zona del lago Titicaca, pero dentro de un sistema mayor que tiene la

costa del Pacífico como su límite occidental. Se trata de una porción que ha quedado

contenida (como un área “marginal”) entre el cordón occidental de los Andes y la

franja desértica de la Pampa del Tamarugal. El impacto de la reorganización tras la

conquista se produce de manera más directa sobre los asentamientos (traslado de

población por la mita), modificando los centros económicos o políticos y las lógicas de

movilización de productos y servicios. Posteriormente, tras la Independencia y la

Guerra del Pacífico la región, mucho más debilitada en sus relaciones sistémicas,

                                                            24 Los datos de población corresponden al último censo realizado el año 2002.

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queda postergada – y apartada – del desarrollo económico y social del país, a miles de

kilómetros de su capital,25 pasando a formar parte de una de las llamadas minorías

étnicas nacionales.26

                                                            25 El puerto de Iquique está a unos 1900 kms de Santiago de Chile, y el de Arica a unos 2100. 26 De acuerdo al censo del año 2002 el 4,6% de la población chilena pertenece a alguna etnia originaria, esto es, 692.192 habitantes. De estos el 7,01% (48.501 habitantes) corresponde al grupo aymara. La región de Arica y Tarapacá concentra en la actualidad a la mayor cantidad los aymara chilenos (40.700). (http://www.ine.cl/cd2002/sintesiscensal.pdf)

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2. Organización eclesiástica

Tan importante como la división administrativa, y estrechamente vinculada a

ella es la división eclesiástica que se efectúa de los territorios conquistados. La Corona

Española tenía amplias facultades para tutelar la acción de la iglesia en América,

privilegio que a través de las bulas le fue asignado. Un antecedente de ello lo

encontramos en las bulas otorgadas por el Papa Julio II el año 1468, a favor de los

reyes de España, para el control de las recién reconquistadas provincias del sur de la

Península y las islas Canarias.27 El paso siguiente será América, y para dicho efecto se

redactan una serie bulas, siendo las más importantes, en cuanto van otorgando poder

a los monarcas sobre los territorios conquistados, las siguientes: la bula Inter caetera

(1493), mediante la cual Alejandro VI otorgaba derecho a instruir en la fe a la

población en América; en 1501 la bula Exiame devotions, redactada por el mismo

pontífice, autorizaba el cobro del diezmo para el financiamiento de la evangelización en

suelo americano; en 1508, mediante la bula Universali eclesiada, otorgada por Julio II,

los monarcas tenían autoridad para levantar catedrales, postular obispos y demás

autoridades eclesiásticas indianas; en 1518, con León X como sumo pontífice, la bula

Sacri apostolatus ministeri faculta para definir los límites de los obispados en América.

Queda de manifiesto por tanto que la empresa de la conquista de América por

parte de la Corona española consideraba el adoctrinamiento religioso de sus

habitantes dentro de su programa, a diferencia de lo que ocurre con la posterior

colonización británica en regiones de Norteamérica. Todas estas disposiciones y

beneficios otorgados por el papado se redactan con este propósito. Las estrategias y

características de esta misión varían durante los siglos coloniales, tanto en intensidad

como en el número de actores involucrados. Durante el siglo XVI los representantes y

enviados de la Corona estarán a cargo de la conquista y evangelización; es el siglo de

la incorporación de grandes masas de indios a la causa de la evangelización cristiana.

En el siglo XVII la presencia de las órdenes mendicantes es más fuerte, en especial en

su papel misionero; son objeto además de menor control debido a la urgencia de

                                                            27 “La dura resistencia de los Papas a conceder este privilegio se fundaba en el histórico rechazo de la Iglesia a la injerencia laical, pero las presiones tanto diplomáticas como políticas por parte de los monarcas españoles fueron más duras aún, por lo que el papa Julio II otorgó la anhelada bula el 13 de diciembre de 1468, bajo el nombre de “Ortodoxae fidei” que concedía “pleno derecho de patronato y de presentación” en el reino de Granada, de Canarias y Villa del Puerto Real o Cádiz a Fernando e Isabel y sus sucesores. Desde ese momento existía el precedente para su expansión tanto en el resto de España como en las Indias, aun en proceso de descubrimiento y conquista.” (Duarte 2001, p.41)

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atender regiones aun desconocidas y densamente habitadas. El siglo XVIII habría

estado, al menos en el Virreinato del Perú, más centrado en la atención de las áreas

periféricas e impenetrables. (Málaga Medina 1992)

Los efectos que la cristianización de América produce y los procesos mediante

los cuales se lleva a cabo admiten una variedad de consideraciones y lecturas. Lo que

de momento nos interesa se relaciona con los espacios sagrados asociados al culto,

(así en general, en una primera instancia) que se van gestando a la par con el avance

por el territorio y la conversión de almas, en especial aquellos que dieron como

resultado manifestaciones originales de modelos arquitectónicos en el paisaje andino.

Para esta región en particular – la andina – será también interesante explorar en las

relaciones macro que pudieran existir, vale decir, la existencia de relaciones con el

contexto natural.

El tema de las motivaciones que estimulan la empresa de la conquista de

América ha tendido a subestimar la conversión de fieles, entendiendo que éste fue solo

un pretexto para la consecución de otros fines. Sin embargo desde la profundización

en el estudio del complejo proceso de evangelización del continente, surgen algunos

motivos recurrentes, entre ellos la persistencia del espíritu cruzado. España, a

diferencia de otras regiones europeas, recibe la noticia del descubrimiento de un nuevo

mundo con toda una tradición y experiencia misionera que culmina con la reciente

reconquista de los reinos del sur peninsular, lo que mantendrá vigente este ánimo. La

religiosidad española se había fortalecido durante la Edad Media, a medida que se va

configurando una unidad territorial.

“Basta dar una mirada a la historia de la evangelización de América, para comprender que, al margen de las motivaciones económicas y políticas, la evangelización se basó en la intensa necesidad de cumplir el mandato evangélico y propiciar de esta manera la segunda venida de Cristo a la tierra. El espíritu de cruzada que animó católicamente a los castellanos y demás cristianos españoles en la guerra contra los moros, estaba vigente cuando los peninsulares iniciaron su empresa ultramarina”. (Pease 1991b, p.331)

A partir de esta afirmación pueden examinarse las dificultades con que se

encuentran los religiosos que llegan a América, y aquellos que planifican la misión

desde Europa. Una vez más aparece el tema del desconocimiento del territorio, de las

diferencias culturales abismales, que partiendo por el lenguaje y las concepciones de

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mundo, harán sumamente compleja la comunicación entre las partes. Por otro lado se

precisaba enmarcar la misión, como estructura administrativa, en las nuevas divisiones

territoriales que comienzan a configurarse en América, divisiones que tampoco estaban

completamente definidas, trazadas muchas veces sobre tierras no exploradas. Esto

crea una estructura de administración religiosas bastante menos jerárquica y rígida, en

comparación con lo que sucedía en Europa. Si bien hay un traslado del modelo

hispano; el clero va enfrentando las contingencias, absolutamente nuevas, incluso en

relación con los procesos de conquista cristiana llevados a cabo durante la Edad Media

en Europa. No obstante, la tesis de la transferencia del modelo misional cruzado a

América ha sido sostenida por diversos autores. (Duarte 2001)

Un tema no menor fue el conflicto entre el clero secular, directamente

vinculado al poder civil y la Corona española por el Patronato regio, y las órdenes

mendicantes, situación que encuentra su origen en los afanes independentistas de las

órdenes religiosas, y que se arrastraba desde la Europa medieval. Estas órdenes

mendicantes adquieren gran significación en el proceso misional, tanto desde el punto

de vista religioso como arquitectónico, ya que serán las responsables de la fundación

de numerosos y complejos conjuntos en gran parte del amplio y variado paisaje

americano, desde época muy temprana. Se generará alguna competencia entre los

cleros y las órdenes entre sí, disputándose logros y avances territoriales.

“Al mismo tiempo, se hacía visible un segundo nivel de conflicto, esta vez entre las autoridades (los obispos) y las órdenes religiosas, del cual ya se habló recordándose que las órdenes tenían privilegios papales procedentes de la Edad Media, que alcanzaban al derecho de que disponían sus superiores para ordenar sacerdotes.” (Pease 1991b, p.339)

Las órdenes mendicantes gozaban de prestigio por su participación en las

campañas cruzadas. Y en América, sirviéndose de esta tradición serán las

protagonistas de la evangelización de la población rural, en especial de las zonas

distantes y de difícil acceso del continente, esto favorecido por la Corona española que

tempranamente toma conciencia de la envergadura de la misión apostólica en

América.28 Los misioneros serán en muchos casos el único vínculo entre la población

                                                            28 Encontramos la referencia en las Ordenanzas de Felipe II, del año 1573, donde queda de manifiesto el apoyo a la venida de las órdenes mendicantes en América: [26] Haviendo frailes y religiossos de las ordenes que se les permite passar a las Indias que con deseo de se emplear en servir a nuestro señor quisieren yr a descubrir tierras y publicar en ellas el sancto evangelio antes a ellos que a otros se

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nativa y la autoridad central, poder que no siempre fue visto con buenos ojos por parte

de los gobernantes o de la misma iglesia. La expulsión de los jesuitas de suelo

americano, el siglo XVIII es reflejo en parte de este hecho.

Es importante destacar la estrecha relación que existirá entre el poder civil y el

religioso en América, desde el comienzo de la conquista. Se produce un proceso

paralelo de instalación de poder político y religioso capaz de leerse tanto en la práctica

como en las instrucciones primero y en las Ordenanzas de Felipe II, de 1573

después,29 donde se hará explícito el objetivo y formatos de la conquista espiritual en

América. Los primeros obispos, en especial quienes están a cargo de las fundaciones

en regiones estratégicas para el control territorial, son nombrados por la Corona a la

par con los jefes civiles, al igual que la definición de audiencias y diócesis. Esta

facultad, que viene dada por el Patronato Regio y que no puede más que ser asumida

por el papado frente a la gran tarea de evangelizar las Indias, genera una autonomía

de la Corona con respecto al papado en la organización civil y eclesiástica de América.

Siempre dentro de esta tradición arraigada en el espíritu del misionero cabe

destacar la fundación de templos y conventos como una de las prácticas y maneras de

sentar dominio espiritual en los nuevos territorios conquistados. El templo en

particular, cobra gran importancia toda vez que constituye el espacio por excelencia –

al menos en los núcleos urbanos hispanoamericanos- de difusión de la fe cristiana. Los

conventos, por otro lado, además de acoger a los misioneros serán los lugares de

formación de los nuevos religiosos. Por este motivo aparecen tempranamente los

conjuntos religiosos, en toda su complejidad, aportando a la configuración de la ciudad

                                                                                                                                                                              encargue el descubrimiento y se les de licencia para ello y sean faborescidos y proveidos de todo lo necesario para tan sancta y buena obra a nuestra costa. Trascripción de las Ordenanzas de descubrimiento nueva población y pacificación de las Indias dadas por Felipe II, el 13 de julio de 1573, en el Bosque de Segovia, según el original que se conserva en el Archivo General de Indias de Sevilla. Ministerio de Vivienda. Madrid 1973. 29 Las Ordenanzas de descubrimiento nueva población y pacificación de las Indias, aprobadas por Felipe II en 1573, constituyen como es sabido una recopilación en un cuerpo normativo de una serie de prácticas que venían llevándose a cabo en América desde el inicio de la conquista. Aparecerán por lo tanto las referencias relativas al protagonismo de la conversión de los naturales: [9] Vayan en cada uno de los dichos navios dos pilotos si se pudieren haver y dos clerigos o religiossos para que entiendan en la conbersion. [36] Y que sean pobladas de indios y naturales a quien se pueda predicar el evangelio pues este es el principal fin para el que mandamos hazer los nuevos descubrimientos y poblaciones. Trascripción de las Ordenanzas de descubrimiento nueva población y pacificación de las Indias dadas por Felipe II, el 13 de julio de 1573, en el Bosque de Segovia, según el original que se conserva en el Archivo General de Indias de Sevilla. Ministerio de Vivienda. Madrid 1973.

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desde el punto de vista urbano30; serán las órdenes religiosas las responsables de

levantar otros edificios de envergadura como los hospitales y colegios. El caso de los

templos y conjuntos religiosos en general levantados en América se constituye en un

campo de estudio bastante fructífero que aporta a la comprensión del sincretismo

característico de la cultura arquitectónica y urbana en Hispanoamérica, y que por su

elevado número y variedad31 se presenta casos particulares regionales, como los que

analizaremos en la región de Arica y Tarapacá.

                                                            30 Las instrucciones y ordenanzas de fundación, como veremos, consideran la instalación del templo en la plaza fundacional; las órdenes mendicantes por su parte ocuparán manzanas completas de la cuadrícula, caracterizando barrios hasta la actualidad. 31 En relación con el número de conventos, levantados por las diferentes órdenes en su proceso de expansión misional, sólo en el Perú, Antonio de Egaña (1966) apunta: “Resumiendo, cabe decir que en la zona estrictamente peruana –actuales Perú y Bolivia – durante el siglo XVI, al comenzar la Edad Media, había unos 90-100 conventos, sin contar otras estaciones más o menos definitivas en las doctrinas indias. Tal era la herencia que entregaba el siglo XVI al su sucesor el XVII:” (Egaña 1966, p.352)

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2.1 La evangelización del Perú.

La conquista espiritual del territorio peruano se lleva a cabo con la ventaja de la

experiencia obtenida por misioneros y religiosos en general en la Nueva España, lo que

facilitará en parte el proceso misional en el antiguo Tahuantinsuyu. Conocidas las

noticias de la grandiosa capital incaica, Cuzco se transforma en el objetivo para la

instalación del poder civil y religioso por parte de los españoles. Del mismo modo los

españoles se servirán del eficiente aparato organizativo del Imperio inca, que favorece

el proceso de dominación, por su estructura jerárquica, las divisiones administrativas,

las redes viales, entre otros.

Tras el descabezamiento del impero inca, conquista y ocupación del Cuzco, será

nombrado en 1537 primer obispo de esa inmensa diócesis32 el extremeño dominico,

Fray Vicente Valverde, quien se había embarcado con Pizarro a América el año 1530.33

La necesidad de subdividir este territorio en nuevas diócesis, sumada a la fundación de

la ciudad de Lima como el centro político y administrativo del virreinato, promueven la

creación de los obispados de Lima y Quito, en 1541 y 1546 respectivamente.34 Siempre

dentro del Virreinato del Perú, más adelante se crean el obispado de Charcas en 1552,

el de Santiago de Chile en 1561 y el de Tucumán en 1570. Tal como ocurre para el

caso de las audiencias, se actuaba sobre vastas extensiones territoriales, muchas de

las cuales permanecían inexploradas hasta comienzos del siglo XVII.

El corregimiento de Arica (con la provincia de Tarapacá incluida) queda bajo la

jurisdicción eclesiástica del Cuzco, incluso tras la formación del obispado de Lima; esto

hasta la creación en 1609 del obispado de Arequipa, el cual abarcaba además del

corregimiento de Arica – que en esa época se extendía hasta el río Loa – los de

Coyaguas, Condesuyos, Camaná Vítor, Ubinas y el valle de Moquegua. (Garzón Hereida

1992)

                                                            32 El desconocimiento del territorio lleva a crear divisiones administrativas y eclesiásticas sumamente extensas: “Abarcaba la diócesis las tierras que se extienden desde Nueva Granada (exceptuando la provincia de Darién) hasta los confines de Chile, al sur; hacia el oriente hasta el Tucumán y Río de la Plata, y por el este, hasta el mar Pacífico.” (Egaña 1966, p.43) 33 La primera fundación que realizan en el Perú será San Miguel de Piura, en 1532. 34 El año 1540, y de acuerdo a lo establecido, el Emperador pide la confirmación a Roma de los nombres de los obispos presentados al Papa. La de Lima se obtiene el año 1541 y la de Quito en 1546.

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No obstante el territorio seguía siendo vasto, inabordable y en algunas regiones

densamente poblado. Esta población indígena, en ocasiones dispersa en lugares

apartados como la sierra y la puna será una de las principales preocupaciones de

obispos y misioneros ya presentes en la zona. El desmembramiento de obispados como

los de Lima y la creación de otras diócesis durante el siglo XVI (Trujillo y Arequipa en

particular) topan, en opinión de Armas Medina – desde la revisión documental que

realiza – con la oposición política y religiosa:

“Los motivos del fracaso son confusos y contradictorios en lo que se refiere a la fundación del obispado de Trujillo; sin embargo de la erección del obispado de Arequipa parece que se debió a la abierta oposición que hizo el propio Obispo del Cuzco.” (Armas Medina 1953, pp.214.215)

A esto hay que sumar la posible merma en el presupuesto asignado a la

diócesis del Cuzco prevista por los cabildos eclesiásticos que se celebraban el Lima, y

que no informaban favorablemente, en circunstancias que se seguía actuando y

decidiendo sobre un territorio en gran medida desconocido y presumiblemente muy

poblado. No obstante no tardará en desmembrarse esta jurisdicción, para finalmente

aprobarse la creación de las diócesis de Arequipa, Trujillo y Huamanga en 1609, por el

pontífice Paulo V. La diócesis de Arequipa estará comprenderá en su origen los

siguientes siete corregimientos: Arica hasta el río Loa, Collaguas, Condesuyos,

Camaná, Víctor y Urbinas con el valle de Moquegua, además de Arequipa, su capital35.

Los dominicos – orden a la que perteneció su primer obispo Cristóbal Rodríguez –

estuvieron presentes en la fundación de la ciudad, el año 1540.

Las primeras órdenes que cuentan con la venia para pasar a América –

dominicos, mercedarios, franciscanos y agustinos – estarán al lado de los

conquistadores en la fundación de las ciudades, por lo tanto participan del reparto de

tierras, contribuyendo desde temprano a la configuración de las nuevas poblaciones.

Tras el fraile Valverde llegarán otros dominicos que inician la fundación de conventos

en los principales centros del virreinato. El primer convento de los dominicos se levanta

en Cuzco, en 1534, en el lugar que ocupaba el Coricancha, templo máximo del sol del

pueblo inca; el de Lima se iniciaría ese mismo año. Los dominicos, al igual que el resto

                                                            35 En el siglo XVIII se crea, como se ha explicado, la provincia de Tarapacá, contenida originalmente en la de Arequipa, como parte de la provincia de Arica. A partir de entonces nace la Doctrina de Tarapacá, dependiente del obispado de Arequipa.

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de los religiosos priorizarán como objetivo de su paso a América la conversión de

infieles, y con este propósito concentrarán su actividad en el valle de Chicama, en el

área de Trujillo, en el valle de Chincha y en la ribera del lago Chucuito.36 Dentro de la

acción de los dominicos en el Perú cabe destacar su afán por la instrucción de la

población, lo que los motiva a instalar una universidad en la capital del virreinato,

solicitud que se eleva al Consejo de Indias en carta del provincial de la orden de Santo

Domingo en el Perú, fray Francisco de San Miguel, del 3 de abril de 1565.

Al arribo de los dominicos al virreinato le siguen los mercedarios, el año 1533,37

a San Miguel de Piura, para pasar al Cuzco posteriormente y fundar la primera casa de

la Orden el año 1535.

Siempre en el virreinato peruano, los franciscanos fundan su primer convento

en la ciudad de Quito, el año 1534; ese mismo año intentan levantar un conjunto en el

Cuzco pero la complicada situación político-social que atraviesa el virreinato hace difícil

el desarrollo de la ciudad. No obstante la Orden franciscana realizará una fructífera

labor misionera en América en general y el Perú en particular, destinando gran

cantidad de misioneros a América. De acuerdo a la documentación conocida, el año

1552 la orden había levantado monasterios en Cuzco, La Plata, La Paz, Arequipa,

Huamanga, Los Reyes, Trujillo, Chachapoyas, Loja y Quito (Cruz 1999). De estos,

varios corresponden a la región alta del Perú, quedando, de acuerdo a la descripción

de Fray Laureano de la Cruz la región del Titicaca contenida en la Audiencia de

Charcas.

Antes de 1550 había importante presencia franciscana en los principales centros

coloniales de la cuenca del Titicaca (Armas Medina 1953), donde ya tienen levantados

conventos en las ciudades de La Plata (1540), Potosí (1547) y La Paz (1549). Esto hace

suponer que se inicia una acción misionera en toda la región por parte de la orden. No

obstante, en la segunda mitad del siglo XVI se produce una retirada de los religiosos

de la orden en la región del Collao y alrededores, dado que los superiores provinciales

                                                            36 De acuerdo a la información que proporciona el autor, bajo el gobierno de Francisco Toledo, y como consecuencia de la mala conducta de algunos doctrineros, habrían sido expulsados de las doctrinas que mantenían en Chucuito. La región de Chucuito sería la más cercana a localización del área en estudio, si bien no corresponde exactamente a la habitada por los señoríos caranga, pero forma parte de la región aimara. (Vargas Ugarte 1959-1960) 37 La fecha de la llegada de los primeros mercedarios al Perú no es clara, pero se estima que antes de la fecha señalada no habrían arribado.

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quisieron distanciar a sus misioneros de las “regiones desfavorables a los intereses

espirituales” que podrían ser “perniciosas a la austera regla de San Francisco”, vale

decir de los entornos de los grandes centros mineros de la época como el mineral de

Potosí.

Los agustinos por su parte llegan al Perú el año 1551, coincidiendo con el final

de las guerras civiles, lo que facilitará su instalación. Se asientan en Lima, donde se

construye el primer convento de la Orden, y desde esta ciudad inician su obra

misionera a la región del Alto Perú y la actual Bolivia, en las décadas siguientes.

Cubren el territorio del Perú con tres “visitas”, levantando conventos en ciudades como

Trujillo, Cuzco, Cajamarca, Arequipa, La Paz, Potosí Chuquisaca, Tarija, entre otros.

(Alverez Turienzo 1988)

La Compañía de Jesús tarda en conseguir autorización para pasar a América y

arriba al Perú recién en 1568, proponiendo nuevos métodos de evangelización. Si bien

se había solicitado su venida a América por parte de diferentes instancias38, existirá

una férrea oposición de parte de las Órdenes ya instaladas en el Nuevo Mundo, que

cuestionan sus métodos.

“Pero tales proyectos encontraron enconada resistencia. La Compañía había nacido con un espíritu y una organización nueva, diferente a la de las órdenes tradicionales, y era mirada con recelo; sus comienzos estuvieron envueltos en discusiones y la Orden de Santo Domingo la atacó duramente. Los ecos de la polémica llegaron, sin duda, a las tierras americanas. Concretamente, en Lima la mayor resistencia – encabezada por el Arzobispo don Jerónimo de Loaysa – parte de la misma Orden dominica. Vencidos los obstáculos, en 1565, se obtuvo el pase y se inician las efímeras misiones de la Florida.” (Armas Medina 1953, p.44)

Tras la designación de provincial del Padre Jerónimo de Portillo, de la naciente

provincia de las Indias Occidentales (que abarcaba desde Florida hasta el Virreinato del

Perú), se facilita la expansión de la Compañía de Jesús por el continente. La Compañía

contará con el apoyo de la Corona, lo que le da cierta inmunidad frente a la

animadversión esporádica de las demás órdenes, lo que favorece su establecimiento

definitivo en suelo peruano.

                                                            38 Tanto el Consejo de Indias como los virreyes desde América elevan la solicitud de misioneros jesuitas, sin éxito como queda demostrado en los hechos.

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“No obstante estos conflictos con las autoridades americanas, la Compañía gozó siempre del favor de la Corona que la protege en todo momento –tanto en los ataques procedentes de la esfera civil como eclesiástica- y le presta ayuda para su expansión por todas las ciudades del Virreinato, en las cuales sus religiosos fundan casas y colegios, verdaderos centros misioneros de donde partían a los pueblos comarcanos.” (Armas Medina 1953, p.46)

La llegada de los jesuitas significará un cambio en el modo como se venía

organizando el método misional en lo relativo a la expansión e instalación en el

territorio. Específicamente, lo más destacado que deja la Compañía en este sentido es

el modelo de las reducciones que funcionaron en gran parte del continente americano.

La importancia de esta “forma apostólica” en la estructuración del paisaje colonial

andino, así como la relación con los sistemas sociales y económicos prehispánicas

merecen especial mención. Al ubicarse en zonas densamente pobladas del virreinato,

como sucederá en el caso de la rivera del Titicaca primero y la región guaraní después,

requieren del diseño de grandes y complejos asentamientos que se caracterizaron,

además, por la calidad de las técnicas constructivas y motivos ornamentales

empleados.

La llegada de los jesuitas al Perú, al producirse de manera más tardía, los

enfrenta a otras vicisitudes que orientarán las instrucciones que reciben por parte de la

Corona y el Virrey del Perú. Por un lado los conflictos sociales están menguando, lo

que permite hacerse cargo del tema misional con otros horizontes territoriales. El

virreinato ya se ha dividido en obispados, arzobispados y doctrinas, que han

comenzado a revelar algunos problemas derivados de la falta de control por lo extenso

y desconocido del territorio. Se produjo en muchos casos un relajo de las doctrinas

alejadas de los centros administrativos, donde la el porcentaje de indios conversos es

muy bajo. En síntesis la empresa de la conversión de almas comienza a presentarse

como una gran dificultad, lo que genera todo un problema al poder civil, dado que

forma parte de sus obligaciones primordiales en el nuevo mundo. En este contexto los

recién llegados jesuitas recibirán la instrucción de centrarse en las reducciones,

entregándoles en primera instancia “dos núcleos de evangelización indígena…. Se trata

de las doctrinas de Santiago del Cercado, en la misma ciudad de Lima, y de Huarochirí,

en la Sierra.” (Echanove 1953, p.107)

Menos exactitud encontramos en la documentación relativa al clero secular,

existiendo grandes vacíos, imprecisiones y versiones contradictorias que impiden

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afirmar con certeza fechas o lugares. Las órdenes se encargaron, en cambio, de dejar

testimonio escrito de mano muchas veces de los mismos protagonistas de sus hazañas

en América, lo que permite reconstituir con mayor certeza esta historia. Sin embargo,

el proceso de fundaciones en las zonas rurales o más apartadas de los grandes centros

se lleva a cabo con bastante irregularidad por la condición del paisaje, de sus

habitantes y las dificultadas que iban atravesando las misma órdenes. A muchas

fundaciones le sigue el abandono y la posterior ocupación por parte de otra orden. La

fundación de conventos, que en un primer momento fue bastante ordenada y

fructífera, siempre favorecida por la Corona, pasa por un periodo de desorden que

obliga a restringir la instalación de nuevos conventos.

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2.2 El caso de los Andes.

Hecha la presentación de las características generales del proceso de

evangelización en América, y las condiciones particulares del Virreinato del Perú,

revisaremos los aspectos relativos a la región sur andina, en especial aquellos que se

consideran como relevantes en la configuración de un nuevo espacio religioso – o

sagrado - , en sus distintas escalas.

Desde el punto de vista antropológico precisaremos que no es posible referirse

a zonas puramente aymaras o quechuas. Lo que caracteriza a esta región es una

permeabilidad y movilidad basada en una historia andina de contactos culturales, que

da como resultado un ámbito multiétnico. La misma dificultad que observábamos en la

construcción de un mapa étnico regional, se presenta en la definición de límites de

doctrinas o curatos en las zonas más apartadas, o con población ubicada en pequeños

asentamientos dispersos en un territorio.

Una diferencia fundamental entre el proceso de adoctrinamiento del que son

objeto estos grupos en épocas prehispánicas y el que tiene lugar del siglo XVI en

adelante, se refiere a la exclusividad de culto exigida por el nuevo credo. En general en

los Andes existía una larga tradición de incorporar nuevas divinidades, sin una

necesaria sustitución, debido a que existía cierto consenso en cuestiones generales

asociadas con los mitos de la creación del mundo, el significado de ciertas formas o

elementos naturales. El nuevo esquema impuesto por los españoles genera una fuerte

resistencia por parte de los dominados, calificados frecuentemente como idólatras por

los cronistas, siendo obligados a abandonar sus cultos vinculados fundamentalmente a

la naturaleza, en una región donde, además del sol y la luna, los elementos del paisaje

– cumbres, cursos de agua, llanuras – cobran especial presencia.

“Eran los indios del Perú tan grandes idólatras que adoraban por dioses casi cuantas especies hay de criaturas…. Adoraban con igual reverencia y con unos mismos actos de culto y sumisión á las segundas causas como al Sol, al Agua y á la Tierra y á otras muchas cosas que tenían por divinas, por entender tenían virtud para hacer ó conservar lo necesario para la vida humana… ” (Cobo 1895, vol.3, p.299)

Con la asignación de las encomiendas en el Perú, la responsabilidad velar por la

cristianización de los naturales caía en manos de los encomenderos. Sin embargo

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203

quedó prontamente demostrado que los intereses de estos hombres no iban por el

lado de instruir en la fe, sino más bien de explotarlos como fuerza de trabajo. A pesar

del imperativo de contar con sacerdotes en las encomiendas, los hechos demostraban

que no se estaba cumpliendo con esta responsabilidad adquirida por la Corona

española, razón por la cual se determina en el primer Concilio Limense (1552) que los

indígenas tendrán sus “curas propios”, que atendieran sus necesidades espirituales,

dependiendo directamente de los obispados, quedando de esta forma los

encomenderos al margen de esta misión. (Solórzano Pereira 1996)

Pero la evangelización que pretende llevarse a cabo desde los centros urbanos

fundados por los españoles no tardará en revelarse poco fructífera en los Andes, dada

la condición de dispersión y patrones de movilidad y fronteras abiertas de la población

indígena. La tarea comenzará a surtir efecto con la instalación formal, vale decir con

religiosos permanentes y templos, en regiones apartadas pero densamente pobladas,

tarea que llevan a cabo eficientemente las diferentes órdenes.

“Los misioneros habían logrado cubrir toda la inmensa superficie: los dominicos, desde Panamá habían llegado a Arequipa, Tucumán, Charcas; los franciscanos, desde Quito hasta el Paraguay y Chile; los mercedarios desde Chachapoyas hasta Potosí y Santa Cruz de la Sierra; los agustinos, llegados en 1551, desde Trujillo, a La Paz, Charcas, Cochabamba, Copacabana, a orillas del lago Titicaca; los jesuitas, que pisaron suelo peruano en 1568, desde el centro, Lima, se habían extendido hasta el Cuzco, Juli, Potosí…Todos uniformemente habían entendido que el sistema de la inmediatez era el más eficaz: hacerse andinos con el andino. De aquí el aprendizaje de la lengua general, al menos, la elaboración de los rudimentales catecismos en quechua y aimara, y la convivencia en medios indígenas para sintonizar al unísono con el elemento autóctono.” (Egaña 1966, p.65) 39

Una vez más, la configuración que va tomando el proceso misional en los Andes

se explica por la geografía y la presencia de zonas habitadas por determinadas etnias.

Estos factores son descubiertos y aprovechado para la organización de las misiones.

Vistos los inconvenientes de mantener a la población originaria diseminada en

pequeños asentamientos, apartados de los centros urbanos y de difícil accesibilidad, se

instaura la política de reducciones o pueblos de indios,40 que permite además un mayor

control por parte de las autoridades, así como disponer de mano de obra y facilitar el

                                                            39 El autor se está refiriendo a los primeros momentos de la expansión de las misiones por todo el virreinato. Por este motivo no hay referencia a los jesuitas que, tal como se aclaró, llegarán recién el 1568 al Perú, cuando ya existía bastante acción misional por parte de las otras órdenes religiosas. 40 Se explicarán en detalle los alcances de este tipo de urbanización.

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cobro del tributo. En el Perú el primer virrey en priorizar esta medida será Francisco de

Toledo (1569-1581), quien realiza una visita general por el virreinato (1570-1575),

ordenando de paso una nueva repartición que consideró 71 corregimientos, que

comprendían en conjunto 614 repartimientos, 712 doctrinas y más de mil pueblos de

indios. (Málaga Medina 1975)

La visita general que realiza el virrey Toledo tenía la doble finalidad de reducir

pueblos, teniendo como antecedente la reducción de Santiago –o El Cercado–

levantada en 1570 en terrenos aledaños a la parroquia de Santa Ana en Lima, y

establecer las nuevas tasas tributarias. Con una comitiva de unas 60 personas, entre

jueces, visitadores, sacerdotes, recorre durante cinco años las 14 provincias que

conformaban el Virreinato. (Málaga Medina 1976) Esta medida, que buscaba construir

una nueva estructura social – cristiana, contará con la fuerte oposición de sus

habitantes, quienes naturalmente se resisten a dejar sus pueblos, sus tierras de

labranza, animales. Perdían con estos traslados todas las relaciones con las

comunidades a las cuales pertenecían, fundamentales en la estructura social que

conocían. Sin embargo, estos cambios fueron vistos como la única manera de tener un

control efectivo sobre los indios, para su evangelización, cobro de tributo y

aprovechamiento de su fuerza de trabajo.

La política de reducciones ideada por Toledo no tuvo el éxito esperado por una

serie de motivos: la baja demográfica, la huída de los indios que sufrían de abusos, las

migraciones por atender la mita de Potosí – en una vasta región altoandina – además

del traslado de muchos de ellos a los centros urbanos, donde las condiciones laborales

podían ser más beneficiosas. En lo relativo a la vida rural, sistemas de pueblos y

conectividades, se admite que las reducciones desestructuraron en gran medida esas

redes sociales, económicas y culturales que existían en los Andes. Aún así, muchos de

estos pueblos se mantuvieron habitados y subsisten hasta nuestros días.

Las provincias de Arica y Tarapacá, que conformaron hasta el siglo XVIII el

corregimiento de Arica, quedaban contenidas en el Obispado de Arequipa, que cubría

una región inmensa, con una diversidad cultural importante:

"El Obispado de Arequipa correspondía los territorios de los siete corregimientos dependientes de la jurisdicción de la misma ciudad. Es decir, desde Nazca por el norte hasta el río Loa por el sur y las

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provincias altas de Condesuyos, Collaguas, Carumas y Urbinas. Los actuales departamentos de Arequipa, Moquegua, y Tacna, y las provincias del norte de Chile: Arica y Tarapacá. Ocho sacerdotes seglares tienen a su cargo la doctrina y evangelización del corregimiento de Arica: uno en la parroquia de Arica; otro para los pueblos de Tarapacá, Pica, Lanzama, Sibaya, Usmauana, Chiapa, Sotoca y Estauama; otro en el valle de Lluta y sus anexos; otro en el pueblo de Tacna; otro en Tarata y Putina; otro en el valle de Sama, y el último, en los valles de Ilabaya y Locumba. El obispado de Arequipa comprendía, como hemos señalado, siete corregimientos, en lo que se establecieron 58 doctrinas: 40 a cargo de sacerdotes seglares y 18 frailes regulares de las Ordenes de Santo Domingo, La Merced y San Francisco." (Málaga Medina 1992, pp.181-182)

Con ocasión de la visita general iniciada en 1570, corresponde a Juan

Maldonado Buendía informar acerca de la provincia de Collesuyo, “en la jurisdicción de

Arequipa, en carta dirigida al rey el 25 de marzo de 1575 le manifiesta que esta

provincia se extendía desde el río de Arequipa hasta el Loa en una longitud de 120

leguas y de 20 a 30 de ancho, y que era tierra más áspera de sierras y arenales en la

que encontró más de 226 poblados, los que fueron reducidos a sólo 22 que

comprendían 13 doctrinas.” (Málaga Medina 1976, p.20) Los indios de los

repartimientos de Lluta–Arica, Tarapacá y Pica – Loa, habrían sido reducidos a los

siguientes pueblos: en el pueblo de San Jerónimo (Lluta –Arica, 186 tributarios); en los

pueblos de Santa María de Zama, San Lorenzo de Tarapacá, Santo Tomé de Camiña y

San Antón de Moneda (Tarapacá, 761 tributarios); en el pueblo de San Andrés de Pica

(Pica – Loa, 160 tributarios). Considerando, tal como señala Maldonado Buendía, la

extensión del corregimiento, sus condiciones geográficas y la dispersión de pueblos, es

bastante utópica la propuesta de concentración de población en unos pocos

asentamientos. Cuando el sacerdote Antonio Vásquez de Espinosa recorre la región, en

las primeras décadas del siglo XVII identifica, sólo en el repartimiento de Arica, los

pueblos de Lluta, Socoroma, Putre, Tocrama, Lagnama, Lupica, Sacasama, Timar,

Codpa, Cibitaya, Isquiña, Pachica, San Francisco de Umagata, Santiago de Umagata,

Chapiquiña y Asapa. (Vásquez de Espinoza 1992) No entrega información del

repartimiento de Tarapacá, pero deja constancia de la existencia de una serie de

asentamientos, más allá de lo planificado en la política de reducciones toledanas, lo

que da cuenta de las diferencias ente lo imaginado y lo que efectivamente tenía lugar

en estas apartadas provincias.

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Existe información de un interesante documento inédito en la Universidad de

Antofagasta,41 anterior (1571) a la visita de Maldonado Buendía, resultado de la visita

encargada por el obispo del Cuzco a la provincia de Tarapacá para proceder a su

división en curatos. En esa oportunidad se habrían identificado – en los dos curatos

propuestos – los actuales asentamientos de Tarapacá, Guanina (Guaviña), Limasina

(Limacsiña), Lanzana (Laonzana), Siuaya (Sivaya), Pica, Chiapa, Cayña (Jaiña), Hilaya

(Ilabaya), Sotoca, Sipisa, Guasquina (Guasquiña), Camina (Camiña). (Advis 1991,

pp.17-18)

El citado documento sería el que entrega las primeras noticias acerca de los

asentamientos del sector de Tarapacá, y de qué manera quedaron agrupados, lo que

confirmaría el origen prehispánico de los mismos.

A finales del siglo XVIII se habían producido además transformaciones en las

divisiones eclesiásticas; “la circunscripción eclesiástica de de Arica, en 1765 tenía los

curatos de Arica, Tacna, Loa, Tarapacá, Cibayo, Camiña, Cotpa, Ylabaya e Ilo, cada

uno con varios anexos”. (Barriga 1955, p.56) El año 1777 Belén se separa de Codpa

(Cotpa) para convertirse en doctrina independiente. Ambos pueblos, precordilleranos,

de origen prehispánico, están separados por escasos kilómetros. Tras la división

quedarán como cabeceras de las regiones altas y bajas, respectivamente: los anexos

de Codpa son el Valle de Chaca, Pachica, Esquiña, Timar, Tignamar, Sajamar,

Umagata, todos ellos ubicados en los valles bajos o en la precordillera;42 los anexos del

pueblo de Belén por su parte son los pueblos de Socoroma, Putre, Pachama, Soza,

Chuñiza, Parinacota, Choquelimpe, Guallatire, Caquena, quedando los 4 últimos

emplazados en la puna, cercanos a la línea fronteriza con la Audiencia de Charcas. La

división pudo estar justificada, más que por el número de habitantes que atender, por

la distancia y difícil accesibilidad de la región, que impedía un traslado eficiente de los

religiosos, como queda constatado desde muy temprano.

                                                            41 La referencia al citado documento, que no ha sido posible consultar, se encuentra en Advis (1991); una nota al pie señala: “Este importante documento fue encontrado en el Archivo de Indias (Legajo 316) de la ciudad de Lima por el etnohistoriador Dr. John Murra, quién realizó la versión paleográfica que aquí exponemos. El Dr. Murra la obsequió en enero de 1980 a la biblioteca del Instituto de Investigaciones Arqueológicas y de Restauración Monumental de la Universidad de Chile sede Antofagasta, donde pudimos consultarla y obtener una fotocopia. Este documento no ha sido publica hasta la fecha.” 42 Cada uno de estos pueblos tenía iglesia – viceparroquias en la mayoría de los casos – las cuales aparecen descritas en su materialidad, equipamiento y estado por el autor. (Barriga 1955, pp.101-103)

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Uno de los casos más interesantes de reducciones en la región alto andina, y

que cuenta con bastante documentación, lo constituyen la serie de reducciones que se

instalan en torno al Titicaca. Los franciscanos habrían sido los primeros en llegar a

convertir almas a este apartado pero populoso reducto:

“Sesentas millas de la ciudad de la Paz, Chuquiambo, hay un valle grande y populoso, por nombre Collao, en medio del cual está el lago grandíssimo, llamado Titicaca, cuyas orillas de ducientas y cincuenta millas de longitud y cincunferencia coronan y ciñen muchos pueblos. Pues como se edificase el Convento de nuestro Padre S. Francisco de la ciudad de Chuquiabo en el año de 1550, los religiosíssimos padres fray Francisco de Morales y fray Francisco de Alcocer, de la Orden de nuestro Padre S. Francisco, padres meritíssimos de la Provincia de los Doce Apóstoles, con celo de que tantos pueblos de indios, ciegos por la infidelidad e idolatría, envueltos en execrables modales, no pareciesen miserablemente, procuraron que se edificasen cuatro iglesias y casas de doctrina en el dicho valle, en los pueblos [de los indios también] de los españoles se edificaron, y a su imitación en espacio de veinte años se fueron edificando en diferentes pueblos de dicho valle otras ocho iglesias y casas de doctrina….” (Córdoba Salinas 1957, p.152)

Siempre en la región del lago, los jesuitas llegan posteriormente para instalar

un tipo de misión en el pueblo de Juli, que servirá de modelo para otras regiones del

continente. Las primeras décadas de trabajo de los jesuitas en el mundo andino son

reconocidas como un momento muy fructífero en la producción lingüística, en lengua

aymara y otras locales, lo que da cuenta de este afán por entrar en la cultura de estos

pueblos. Juli fue el centro de operaciones jesuita, desde donde se desplazaban a otras

regiones del altiplano.

“El año 1576, después de haberse establecido en varias ciudades peruanas, añadía la Compañía a la extensión de su campo de trabajos espirituales la “doctrina de Juli”. Por su importancia intrínseca, su número de indios, su continuidad durante los dos siglos de permanencia de la Compañía en América, y sobre todo por la novedad de los procedimientos empleados y su influencia formativa en los misioneros jesuitas, la doctrina o residencia de Juli constituye el punto de enlace entre el proceder anterior a la llegada del P. Portillo y los primeros jesuitas –sistema de las doctrinas – y la floración guaranítica de reducciones, que mojos, chiquitos y mainas ya no habrán sino copiar.” (Echánove 1954, pp.96-97)

Las palabras del jesuita Alfonso Echánove explican la importancia de este

reducto del reducto de Juli, por haber servido de antecedente a lo que tendría lugar en

las actuales regiones paraguayo-brasileras. El autor describirá la envergadura de estos

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asentamientos, y la belleza de sus templos, que dieron lugar a “la primera reducción

jesuítica de la América española”. (Echánove 1954, p.98) El valor que se le asigna está

en constituirse en un lugar de incubación de una forma de organización espacial y de

una idea de misión, campo en el que también se estaba innovando, de acuerdo a las

novedades que imponía el nuevo mundo. Cabe destacar el papel protagónico que

desempeñaban los indígenas: fueron ellos quienes construyeron y aportaron al

repertorio de formas decorativas, que se fundieron con las trazas de antecedentes

europeos que se imponían en todos los rincones de América.

El particular espacio andino, con sus características regionales específicas, como

la cosmovisión, los espacios duales, los territorios abiertos, los regímenes de propiedad

y prestaciones de servicios comunitarios, todo lo anterior en una estructura de

asentamientos rurales, quedan enmarcados en una organización eclesiástica que, tal

como la administrativa, fue completamente ajena y en ocasiones impracticable. Con el

paso del tiempo, con la experiencia directa de misioneros, visitadores o intendentes, se

va comprobando la dificultad en la aplicación de medidas como las reducciones, que a

la postre afectan profundamente los sistemas que sustentaban la vida de las

comunidades andinas.

La micro-región de Arica y Tarapacá43 es una de aquellas que por su condición

de lejanía respecto de los centros (Cuzco o Arequipa como sede de Obispado, en este

caso) y baja densidad poblacional, sigue un proceso de asimilación de medidas, como

las reducciones, con menor impacto. En este caso muchos de los habitantes de

pequeños asentamientos de origen prehispánico no serán reducidos, conservando los

pueblos su ubicación original, asociada a las actividades económicas posibles, como la

agricultura o ganadería. La tutela de la iglesia sobre la comunidad quedaba asegurada:

los pueblos más importantes, como Codpa, Belén o Pica, pasaban a ser cabeceras, con

sus respectivos anexos, pueblos vecinos de menor tamaño. A esto se sumaba la

construcción de conjuntos religiosos, con su santo patrono asignado, y las visitas

periódicas de los religiosos.

                                                            43 Se entiende la micro-región como la zona de la precordillera y puna, dejando excluida la región alta del algo Titicaca, que forma parte del sistema regional efectivo de los pueblos prehispánicos.

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3. Ocupación territorial tras la conquista

A continuación se presentarán los fenómenos de actuación sobre el continente

americano en general y la región andina en particular, correspondientes a la fundación

o transformación de ciudades, pueblos de indios y asentamientos mineros, llevados a

cabo desde la conquista en adelante. La zona ha sido presentada en su localización y

desde sus características geográficas, antropológicas y organizativas, lo que permite

anticipar un proceso de urbanización también particular. Si bien estuvo adscrita desde

muy temprano a la compleja organización política y religiosa impuesta tras la

conquista, que significaba acatar instrucciones e instrumentos normativos redactados

para este fin, la consolidación de su ‘urbanización’ es, como en muchas regiones del

continente compleja y depende de factores tan diversos como las características

geográficas o antropológicas; la presencia de recursos que alteran la economía

prehispánica y la distribución de su población, entre otros.

Uno de los aspectos fundamentales a partir del momento de la conquista

consiste en los cambios de centros regionales producidos, vinculados a la actividad

económica y localización estratégica especialmente, y a la nueva lógica de ordenación

del territorio que esto conlleva. Como consecuencia de esto aparecen nuevas rutas

comerciales entre los centros mineros y los puertos, y entre escasas zonas productivas

rurales habitadas por población indígena, que abastecían a esos centros poblados. Los

procesos de reestructuración territorial estarán igualmente relacionados con la

organización misional que implicó tanto desplazamientos de población como creación

de nuevos pueblos o transformación de asentamientos preexistentes.

La región, no obstante su localización y difícil acceso, estaba habitada mediante

un orden y estructura social y económica que en algunos aspectos logró sobrevivir, a

través de formas y manifestaciones en las que subyacen los mitos, creencias,

tecnologías o prácticas de los pueblos prehispánicos. Este proceso que se extiende

durante los siglo coloniales es posible rastrearlo en los pueblos, los cuales son

depositarios de las transformaciones físicas en su morfología y arquitectura, la que se

enriquece con los nuevos ritos incorporados a la vida indígena andina.

Cabe destacar el hecho de que tras la independencia se seguirán produciendo

transformaciones de fuerte impacto en la región, como consecuencia de la explotación

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industrial y masiva del nitrato presente en grandes cantidades en una vasta región de

la pampa del Tamarugal. Esta actividad genera un área de influencia que abarca desde

la costa del Pacífico hasta los valles amazónicos orientales más allá de los Andes, y

hasta el sur del país desde donde se trasladaban masas de trabajadores en busca de

oportunidades laborales. Esto significará una reestructuración regional que impactará

la zona baja y alta de los Andes.

Desde el punto de vista de las relaciones surgidas en ese momento es posible

referirse a un temprano proceso de globalización regional, del cual asentamientos

costeros, oficinas y campamentos pampinos fueron parte. A partir de los vestigios

construidos de esa época y del surgimiento de una identidad pampina entre sus

habitantes se confirma la fuerza e importancia de este momento de la historia regional.

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3.1 La aparición histórica de América.

El desarrollo de las ideas renacentistas en el campo del urbanismo encuentra en

la “aparición histórica”44 de América un tiempo y un espacio precisos para la puesta en

práctica de modelos que en Europa no tenían cabida. La aparición de un nuevo mundo,

en el que destacaban la exuberante naturaleza y la población nativa, acoge los mitos

del Buen Salvaje y del Paraíso Terrenal, todo ello alimentado por las ideas trasladadas

desde épocas medievales, pero influidas por el espíritu científico e innovador que

caracterizó la era renacentista. En un primer momento se multiplican los mitos y

proliferan los nombres de seres maravillosos 45 que habitaban las tierras recién

descubiertas. Las riquezas – también exacerbadas – asociadas a estas tierras no hacían

sino incrementar la fantasía popular.

“La esencia del misterio, los mitos seculares, se trasladan ahora a América. En esas comarcas deben estar el Paraíso y la Fuente de la juventud, los acéfalos y los ejércitos de Amazonas. Pero sobre todo allí brota el oro a raudales, el mismo que el rey Salomón utilizó para construir el Templo. Todo parece estar al alcance de los peninsulares, basta embarcarse y navegar hasta el Nuevo Mundo.” (Magasich y Beer 2001, p.18)

El mismo Colón alude a la existencia de estos seres en sus diarios, a pesar de

no haberlos presenciado jamás;46 sin embargo animado, como otros, por el entusiasmo

y la novedad del increíble hallazgo de una realidad conocida hasta entonces sólo a

través de los relatos fantásticos de los viajeros, se hace eco de los dichos de la época.

El año 1513, ocasión del descubrimiento del Mar del Sur por Vasco Núñez de Balboa,

motivará el desmontaje del mito respecto de la llegada a las Indias; se confirma lo

sospechado por algunos: las tierras alcanzadas por Colón eras otras, inexploradas, de

las cuales no se tenía noticia a la fecha.

                                                            44 Edmundo O’Gorman instala el concepto de la “invención de América” por sobre la idea de un “descubrimiento”, argumentando que en un momento dado América hace su “aparición histórica” generándose en torno a ella un imaginario asociado, todo lo cual sitúa el hecho más próximo a una invención que a un descubrimiento. El concepto de utopía surge de esta misma línea de pensamiento, todo ello fruto de lo que el autor llama el “horizonte cultural” de la época, esto es, el tránsito entre la Edad Media y el Renacimiento. (O’Gorman 2006) 45 Algunos de los seres fabulosos ubicados en América serán los cinocéfalos, las amazonas, los antropófagos, los hombres con cola, sirenas… 46 “Ya dije como yo había andado ciento siete leguas por la costa de la mar, por la derecha línea de Occidente á Oriente, por la isla de Juana: … porque allende destas ciento siete leguas me quedan de la parte de Poniente dos provincias que yo no he andado, la una de las cuales llaman Cibau, adonde nace la gente con cola…” (Colón 1892, pp.189-190)

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La llegada a América debe situarse por tanto en este cruce histórico entre

Medioevo y Renacimiento, momento en que se sobreponen los valores tradicionales

arrastrados desde las cruzadas medievales, con un anhelo de aventura y gloria

típicamente renacentistas. La llamada utopía de América puede traducirse en diversas

operaciones llevadas a cabo, entre ellas las formas de representar o relatar el

continente y sus habitantes, o el diseño de sus ciudades, un experimento difícilmente

practicable en Europa. Los programas políticos o religiosos propuestos desde

concepciones ideales, “perfectas”, son igualmente utópicos, caracterizados por una

disociación entre un modelo teórico y su aplicación práctica. Entre estas experiencias

puede, sin embargo observarse a modo de excepción el caso de las misiones jesuíticas

del Paraguay, donde sí pudo construirse y practicarse una sociedad ideal, planificada.

“La esencia de América se nos muestra bajo una apariencia del Nuevo Continente como espacio de realización de las utopías que a partir del momento del hallazgo de aquellas tierras se pensarán y escribirán en Europa. En efecto, hemos visto ya cómo el proyecto colombino estaba impregnado por un sentido mítico – religioso y utópico característico de la época en que vivía; vemos, entonces, que la utopía es un móvil en la empresa del Descubrimiento desde sus inicios, y no sólo una consecuencia del hallazgo de nuevas tierras.” (Fernández Herrero 1992, p.92)

La aparición de América dio pie a la realización de diversos proyectos en el

campo de las organizaciones políticas y sociales, inspirados en gran medida en la idea

del Nuevo Mundo como un escenario favorable para llevarlos a cabo. La magnitud de

la empresa acometida es un punto a destacar, que se entrecruza con la voluntad de

construcción de un proyecto utópico en un espacio que era percibido desde todo punto

de vista como perfecto para la consecución de estos fines. Dentro de estas acciones, la

fundación de ciudades, la urbanización “ordenada” del territorio es uno de los hechos

más notables, tanto por la cantidad de asentamientos surgidos a lo largo y ancho del

continente, en variadas realidades culturales, como por todo el cuerpo normativo que

orientaba acerca de los procedimientos a seguir, emanado desde de la Corona

española.

“Puede calificarse como extraordinario el fenómeno fundacional de núcleos urbanos acometido por el español en América desde finales del siglo XV, y que por su volumen y consideración lo define como uno de los fenómenos más significativos de la historia universal. En efecto, desde 1492 a 1600 las fundaciones se verifican a un ritmo vertiginoso alcanzando un elevado número repartido por un amplísimo paisaje que ocupa más de la mitad del continente.” (Solano 1990, p.18)

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Es importante entender este proceso fundacional en directa relación con el

marco jurídico en que se inscribe el descubrimiento de América. La racionalidad

morfológica del trazado urbano se corresponde con la idea de ordenar y poblar un

territorio bajo lo establecido por el Derecho Indiano. La ocupación de América y por

consiguiente la fundación de poblaciones no fue en absoluto un hecho improvisado o

desorganizado, fue en extremo ordenado, especialmente en lo relativo a la partición

del territorio, en provincias, el ámbito territorial básico del Nuevo Mundo. En relación

con lo anterior, los adelantados obtenían licencias de parte de la Corona para ostentar

el título de gobernador y capitán general de un área conquistada. A medida que

avanza el proceso de descubrimiento y conquista se van complejizando el cuerpo

normativo, pero siempre caracterizado por esta idea de ordenación; esta era vista

como la manera y garantía de haber conquistado un territorio. Por este motivo la

fundación de ciudades o villas fue, desde el primer momento, un acto formal, mediante

el cual un grupo de hombres se agrupaba bajo la figura de república, con autoridades

y leyes que acatar.

A esta altura es un hecho indiscutible que la cuadrícula, como forma de

organización de una nueva población, no fue un invento para América. Existen

antecedentes de la aplicación de estos mismos principios a lo largo de la historia,

especialmente empleado en las colonias. De este modo proliferan ejemplos en Europa,

producto de las expansiones de la cultura griega, o del imperio romano,47 el avance

musulmán, además de algunos casos en las culturas asiáticas. Existía, por tanto, una

larga tradición fundacional en la civilización occidental, que tiene sus ejemplos más

evidentes de aplicación en las ciudades griegas y romanas. Por tratarse en muchos

casos de asegurar la defensa de los nuevos asentamientos, la forma lógica era la

retícula, por sobre las formas irregulares.

Ahora bien, en este marco de racionalidad que también caracterizó – al menos

desde el análisis de este aspecto – la conquista de América, la mejor solución para las

nuevas poblaciones fue la cuadrícula, replicada en diferentes paisajes y culturas a lo

largo y ancho del continente. Respecto de la influencia que pudieron tener los trazados

regulares de los centros prehispánicos más importantes en la configuración de las

                                                            47 Entre las ciudades que se originan bajo este patrón de organización están Nápoles, como colonia griega (Neapolis); Florencia y Zaragoza (Caesaraugusta) como colonias romanas. (Brever-Car+ias 2006)

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nuevas poblaciones, cabe destacar que también existieron centros poblados con una

estructura regular, que en ocasiones sirve de base para las nuevas ciudades hispanas.

En el Perú, el caso de Ollantaytambo es el más reconocido, pero también se ha

descubierto la misma solución en Chuchuito, Hatunqolla, Paucarqolla, que

corresponderían al momento de expansión del imperio Inca en la provincia del Collao.

(Gasparini 2006) Cabe referirse asimismo a los casos mexicanos: Cholula, Tenochtitlán

(actual Ciudad de México), tramas ortogonales perfectas.

Lo anterior permite inferir que este concepto de “dar orden y poblar” que se

halla contenido en las primeras instrucciones que portan los conquistadores, bastará

para asociarlo a una forma urbana racional, conocida y difundida por las experiencias

coloniales anteriores. En la práctica, como es sabido, se fundan unos 250 poblados

previo a la aparición de la Ordenanzas de Descubrimiento y Población redactadas por

Felipe II en 1573, las cuales se pronuncian también respecto de la ordenación de las

nuevas poblaciones.48

Siempre con respecto a la regularidad urbana y sus antecedentes, la búsqueda

de una relación entre las teorías renacentistas es otro campo bastante explorado que

merece ser mencionado por la circunstancia histórica en que ocurre este

descubrimiento - o “aparición histórica” – de América. La interpretación humanística

de textos de Platón o Aristóteles, en los cuales hay referencias explícitas a la ciudad y

sus formas de organización, son una oportunidad de poner en discusión y reflexión

temáticas referidas a la regularidad de la traza urbana, la importancia del agua, la

conectividad, la seguridad, aspectos todos que se incorporan en las estrategias

fundacionales en América. La indiscutible influencia en la arquitectura, a partir del

Renacimiento, de textos de la antigüedad como Los Diez Libros de la Arquitectura de

Vitruvio (s.I a.C), se hace extensiva también a los temas urbanos. Este texto en

particular contó con una gran difusión por constituirse en el único tratado antiguo

sobre la arquitectura, siendo un referente ineludible para todo arquitecto. A la primera

edición publicada en Roma en 1486, le siguen una serie de ediciones y traducciones, al

francés (1547) y al español (1582). Sus instrucciones para la elección de lugares para

                                                            48 Considerando el valor de dicho documento, reconocido como un texto fundamental dentro de la historia urbana de Hispanoamérica, en los artículos referidos a las nuevas poblaciones no figura la palabra “cuadrícula”, sino que se repite el concepto de “orden”, por lo tanto no hay instrucción que aluda a la figura resultante.

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las ciudades y su morfología49 servirán de base para el desarrollo de una serie de

variaciones e interpretaciones igualmente difundidas durante el Renacimiento, y serán

un referente en la redacción de textos tan fundamentales para el urbanismo

hispanoamericano como las Ordenanzas de Felipe II de 1573.50

Entre los tratadistas españoles que teorizan sobre la ciudad, destaca la figura

del franciscano Francesc de Eximenis, nacido en Gerona hacia 1340, quien desarrolla

en sus obras la temática de la vida urbana, donde el hombre en la búsqueda del bien

común podía desarrollarse y relacionarse con sus pares. Esta sociedad urbana que nos

describe es esencialmente comercial y económica, por sobre una militar y guerrera de

periodos anteriores. En este contexto las instituciones propias de una sociedad urbana

se validan igualmente.51 La forma urbana que propone para ser habitada por esta

sociedad es una perfecta cuadrícula, ordenada a partir de dos ejes principales que

definen cuatro áreas dentro de un recinto amurallado.

El tema de la localización de las nuevas poblaciones reviste cierto interés para

el caso específico de los pueblos que estudiamos, dado que parte de ellos serán

respetados en sus emplazamientos originales, a pesar de la dispersión y difícil

accesibilidad que presentaban, situación que contrastaba con lo observado en la Nueva

España, donde la población estaba localizada en centros poblados de mayor tamaño,

con una estructura urbana más consolidada. En las primeras instrucciones (1513,

1521, 1523) previas a las Ordenanzas de 1573 se señala la importancia de las

fundaciones costeras, en cuanto apoyan la navegación y la defensa de las zonas

interiores. Las poblaciones tierra adentro debían disponerse cercanas a ríos

navegables, que aseguraran el abastecimiento. Ambos tipos de localizaciones debían

ubicarse en sitios sanos, aireados, dotadas de agua dulce y tierras cultivables.

                                                            49 Sobre la elección del lugar para la ubicación de las nuevas fundaciones se refiere en el Libro I, Capítulo IV (De la eleccion de parages sanos); la ordenación de las construcciones en el interior, y la rectitud de las calles están tratados en el Libro I, Capítulo VI (De la recta distribucion y situacion de los edificios de muros adentro). 50 Las “Nuevas Ordenanzas de Descubrimiento, Población y Pacificación de las Indias” serán tratadas a continuación. La comparación entre ambos textos, que no desarrollaremos en esta oportunidad, ha sido realizada y analizada por diversos autores, entre ellos Morales Folguera (2001), Solano (1990) o Brewer – Carías (2006). 51 “Estima [Eximenis] que la vida ciudadana mantiene ligados a sus individuos con el deseo de conseguir el bien común, sobreponiéndolo a los suyos personales, tanto en los temas políticos como en los económicos, representa una justa solidaridad de todas las instituciones sociales con la fraternal vida cristiana.” (Cervera Vera 1989, p.143).

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No obstante el gran número de ejemplos de ciudades y villas regulares

fundadas a lo largo de la Colonia, no es menor el número de centros poblados que

presentan estructuras morfológicas irregulares, variaciones del modelo clásico,

producto de circunstancias tan diversas pero reales, como las características

geográficas (topografía y recursos disponibles), la condicionante impuesta por la

localización de yacimientos mineros, existencia de asentamientos prehispánicos,

necesidades estratégicas y defensivas, entre otras. Las configuraciones urbanas

resultantes fueron irregulares, de crecimiento espontáneo en algunos casos. El caso de

los centros mineros es interesante, por el tamaño e importancia que alcanzan durante

los siglos coloniales. En el Virreinato del Perú, Potosí fue en gran centro minero hasta

parte del siglo XVIII, llegando a contar con unos 150.000 habitantes. Su crecimiento

fue absolutamente espontáneo, teniendo que responder al movimiento de cientos de

personas, entre mitayos y administradores. Hubo intentos de regularizar su forma de

crecimiento, bajo el gobierno del virrey Francisco de Toledo, pero a pesar de ello, su

explosivo crecimiento, sumado a las características geográficas del sitio, impedían la

imposición generalizada de una estructura regular tipo cuadrícula. También existió el

caso de ciudades que nacen sin un acta de fundación, en lugares que por su ubicación

estratégica van cobrando importancia y poblándose, a pesar de adscribirse a las

condiciones de los sitios para las nuevas poblaciones. Muchos puertos tienen esta

historia urbana. Otro caso digno de mención son los asentamientos que surgen a partir

de capillas o de haciendas. Se trata de zonas que quedan postergadas de la temprana

urbanización del continente, pero cuentan con enclaves productivos y/o conjuntos

religiosos (misiones). Estos centros servirán de base cuando las políticas de la Corona

impulsen la consolidación de la ocupación territorial mediante la fundación de

ciudades.52

Finalmente, entre las tipologías que escapan a lo planificado a priori, están los

pueblos de indios, que revisaremos en extenso más adelante. Por una parte frente a la

existencia de áreas densamente pobladas en el continente hubo que resolver la

manera de someter a esta población a la estructura social que se estaba proponiendo e

instaurando para toda América, y esto implicaba vivir en ciudades. En este intento por

urbanizar a la población indígena, surgen los pueblos de indios – nuevas poblaciones

que agrupaban a la dispersión de indios en un lugar, para su mejor control – y los                                                             52 Es el caso del valle central de Chile, zona que, a causa de las guerras fronterizas, posterga la urbanización de la región hasta el siglo XVIII. Muchas de las actuales ciudades del valle central se originan a partir de este tipo de procesos.

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217

barrios de indios, en la periferia de las ciudades para españoles. Como pasaremos a

explicar, la utopía de la creación de una “República de indios” provoca una fuerte

resistencia y desestructuración del sistema social y económico prehispánico.

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218

3.2 Proceso de urbanización colonial

El proceso de urbanización de América no admite generalizaciones desde el

punto de vista de las formas ni desde las temporalidades. Si bien diversos autores

establecen etapas o momentos asociados al avance de los conquistadores en tierras

americanas, es importante dejar en claro que, especialmente en las décadas que

siguen al primer desembarco peninsular, hay un desigual conocimiento y ocupación de

América. Dentro de estas divisiones más bien metodológicas que se sugieren, Morales

Padrón (1972) se refiere a una primera etapa “antillana”, que desde el punto de vista

urbano aporta la fundación de ciudades claves, estratégicas en la región, que

culminaría con la fundación de la ciudad de Panamá el año 1519. Francisco de Solano

la llamará “etapa circuncaribe”, extendiéndola hasta 1520, caracterizada por

fundaciones ubicadas en la costa o cercana a ella, que aseguraban una buena

conectividad. (Solano 1990, p.25)

Los años que siguen al descubrimiento (hasta el 1502) se caracterizan por

aportar una visión vaga e incompleta del continente, centrada en la región antillana.

No existirá contacto con grandes centros urbanos precoloniales hasta la expedición de

Hernán Cortés en 1520, que enfrenta por primera vez a los conquistadores con una de

las sociedades indianas más organizadas: la cultura azteca y uno de los símbolos de lo

anterior, su centro político y religioso, Tenochtitlan. La penetración y conquista que

hasta el momento se había efectuado sobre territorios menos transformados, desde el

punto de vista de su desarrollo urbano, se había caracterizado por la fundación de

modestos asentamientos, en escala y equipamiento, que buscaban plasmar la

presencia hispana en el nuevo mundo. El desafío se presenta justamente al entrar en

contacto con aquellas regiones de América habitadas por sociedades altamente

evolucionadas, que no fueron comprendidas en su real complejidad y desarrollo. Los

españoles optan por instalar los nuevos asentamientos sobre esas estructuras urbanas

preexistentes, sirviéndose de toda la infraestructura disponible: el emplazamiento de

sus capitales, de las redes viales, de las áreas periféricas de abastecimiento, además

de su población residente. El número de fundaciones llevadas a cabo a partir de estos

sistemas prehispánicos sería mayor del que se ha pretendido señalar.

“Las fundaciones totalmente nuevas hechas por los conquistadores son prácticamente una minoría insignificantes, en contraste con los lugares, parajes y caminos que ya encontraron integrados plena o

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marginalmente en sistemas prehispánicos de ordenación del territorio.” (Vives Azancot 1987, p.185)

Esto nos plantea un panorama bastante singular y más complejo de lo que

pudo suponer la simple elección de terrenos para la fundación de ciudades hispanas.

Las implicancias políticas y sociales, en cambio, de la reocupación de centros

prehispánicos demandarán del diseño de sistemas de gobierno, control y divisiones

administrativas respectivas, que en la mayoría de los casos de ajustan penosamente a

las estructuras preexistentes. Se produce una evidente superposición en un sistema

que, al no comprenderse en su esencia, es resistido por parte de la población indígena

que tiende a reconocer sus autoridades, centros políticos y religiosos, y actividades

económicas.

Si bien la configuración territorial queda bastante definida en el siglo XVI,

condicionada en parte por la tradición prehispánica, los años que siguen a la

promulgación de las Leyes Nuevas de 1542, el siglo XVII específicamente, son

fundamentales en cuanto buscarán consolidar las estructuras administrativas y

territoriales impuestas, de modo de dar cohesión a los territorios conquistados. Por

otra parte los centros urbanos de importancia habían alcanzado una población tal que

hacía necesaria su modernización. A principios del siglo XVII México, capital del

Virreinato de Nueva España era un gran centro urbano, comparable con las capitales

europeas. El panorama urbano en el Virreinato del Perú estaba algo más retrasado

producto de los problemas políticos internos (guerra entre pizarristas y almagristas)

además de la presencia de población indígena más resistente a la dominación. No

obstante su capital, Lima, era un centro urbano importante, al igual que Quito.

El hecho que impactará en las estrategias de fundación de ciudades y avance

territorial durante este siglo – y parte del anterior – es la aparición de las Ordenanzas

Generales de Descubrimiento y Población, redactadas por Felipe II, el año 1573. Este

cuerpo normativo, considerado por diversos autores (Solano 1990; Morales Folgueras

2001) como un de los textos fundamentales del urbanismo de la Edad Moderna, tiene

el valor de recoger la experiencia de varias décadas en tierras americanas, y define

una clara estrategia de parte del Estado, referida especialmente a tres aspectos: los

nuevos descubrimientos, el trato hacia la población indígena y las nuevas poblaciones,

esto es las ciudades de españoles y los pueblos de indios.

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Para la consecución de estos fines la Corona impulsará la fundación estratégica

de centros urbanos que aseguren el control territorial de las amenazas colonizadoras

foráneas53 y de las sublevaciones de la población originaria, fortaleciendo los ya

existentes54. Además, se promueve el avance hacia las zonas aun no exploradas a

partir de los asentamientos hispanos existentes:

“Habiéndose poblado y dado asiento en lo que está descubierto pacífico55 y debajo de nuestra obediencia se trate de descubrir y de poblar lo que con ellos confina y de nuevo se fuere descubriendo.” 56

Las Ordenanzas dan cuenta de un conocimiento muchísimo más acertado de

América, en cuanto buscan anticiparse, a través de precisas instrucciones, a

situaciones ya experimentadas, como la dificultad de acceso a determinados espacios

geográficos, o el enfrentamiento con grupos indígenas; del mismo modo persigue dar

un “orden” a lo ya descubierto, que no es sino ponerlo bajo el control hispano:

“Antes que se concedan descubrimientos ni se permita hacer nuevas poblaciones, así en lo descubierto como en lo que se descubriere, se de orden como lo que está descubierto y pacífico y debajo de nuestra obediencia se pueble así de españoles como de indios…” 57

Como se desprende del análisis del contenido de las Ordenanzas (y de

instrucciones anteriores), la relación entre la población nativa y los foráneos fue

compleja y requirió de sucesivas instrucciones y normativas que aseguraran el buen

trato hacia los indígenas, siempre entendiéndolos como prestadores de servicios.58 En

un primer momento se planteó la integración de ambos grupos y se promovió el

mestizaje. Pero los abusos hacia la población indígena, especialmente de mano de los

encomenderos, sumado a los problemas de adaptación de los grupos obligados a

                                                            53 En su Artículo 28 se expresa claramente esta voluntad: “No se pueden encargar los descubrimientos a extranjeros de nuestros reinos, ni a personas prohibidas de pasar a las Indias, no las personas a quien se encargaren las puedan pasar.” 54 Muchas ciudades fueron objeto de obras de ‘renovación’ o reconstrucción, dado que habían sido afectadas por los eventos sísmicos, por los ataques de corsarios o escenario de duros enfrentamientos entre la población nativa que se resistía a ceder espacio a los conquistadores. 55 Se ha sustituido el término “conquista” por “pacificación”. 56 Ordenanzas de Descubrimiento y Población, Artículo 33 (Solano 1996). 57 Ordenanzas de Descubrimiento y Población, Artículo 32 (Solano 1996). 58 Algunas de las instrucciones más relevantes en materia de población indígena y urbanización, previo a la promulgación de las Ordenanzas Generales de Descubrimiento y Población (1573), se encuentran contenidas en las Leyes de Burgos (1512) o las Leyes Nuevas (1542). Las Leyes de Burgos, planteadas en un contexto de conocimiento aun parcial del continente, promueven el traslado de la población indígena a los nuevos centros, con los españoles, de manera que sirvan a estos últimos. La instrucción es destruir sus emplazamientos originales, evitando el regreso de la población a sus pueblos.

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trasladarse de sus localizaciones originales, ocasiona el derrumbe de la utopía de una

sociedad mixta. La presencia de indios es vista como un aspecto positivo y condición

para la elección de la localización de las nuevas fundaciones; esto porque aseguraba

tener mano de obra para diversos trabajos, por el aporte que suponía en el

conocimiento y exploración del territorio, y por el imperativo de adoctrinamiento

impuesto por la Corona. Por este motivo las primeras instrucciones apuntan a la

reubicación de los grupos indígenas en barrios cercanos a las nuevas fundaciones,

modelo que no tarda en fracasar, motivando el surgimiento de nuevas propuestas

tendientes a separar ambas “repúblicas”, las de españoles e indios.

Las Ordenanzas se refieren reiteradamente al cuidado que debe tenerse hacia

la población indígena, no sólo en el apartado final, Pacificaciones, que contiene 10

Artículos específicos relativos al tema, sino en el resto del documento, insistiendo en el

acercamiento y necesidad de entendimiento de las costumbres y prácticas observadas.

El conocimiento de sus lenguas se impone como una necesidad tanto para entrar en su

cultura como para procurar el adoctrinamiento.59

En materia de urbanismo, bajo el título de Nuevas Poblaciones (Normas

generales para poblar) y (Nuevas ciudades: emplazamiento y normas urbanísticas)

encontramos una serie de disposiciones específicas reunidas en 46 Artículos que se

refieren a aspectos que van desde la elección de lugar, “y tengan buenas entradas y

salidas, por mar y por tierra, de buenos caminos y navegación para que se pueda

entrar fácilmente y salir, comerciar y gobernar, socorrer y defender”;60 a las

características de los edificios más importantes: “Para el templo de la iglesia mayor,

parroquia o monasterio se señalen solares los primeros, después de las plazas y calles.

Y sean en isla entera, de manera que ningún otro edificio se les arrime, sino que el

perteneciente a su comodidad y ornato.” 61

Volveremos sobre las normas urbanísticas más adelante; por el momento

interesa dar cuenta de la estrategia ideada por Felipe II para hacer frente a la                                                             59 “Informarse de la diversidad de naciones, lenguas y sectas y parcialidades de naturales que hay en la provincia, y de los señores a quien obedecen. Y por via de comercio y rescates traten amistad con ellos mostrándoles mucho amor, y acariciándoles y dándoles algunas cosas de rescates a que ellos se aficionaren. Y no mostrando codicia de sus cosas asiéntese amistad y alianza con los señores y principales que parecieren ser mas parte, para la pacificación de la tierra.” Ordenanzas de Descubrimiento y Población, Artículo 140 (Solano 1996). 60 Ordenanzas de Descubrimiento y Población, Artículo 36 (Solano 1996). 61 Ordenanzas de Descubrimiento y Población, Artículo 120 (Solano 1996).

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conquista definitiva del continente americano, a medida que se van teniendo noticias

más certeras del mismo. El Rey, junto con la redacción de las Ordenanzas nombra un

cronista y cosmógrafo para las Indias, Juan López de Velasco, además de un visitador

del Consejo de Indias, Juan de Ovando; ambos estarán encomendados de recopilar

información diversa y variada, mediante visitas y cuestionarios, para mejorar el

conocimiento, organización y el control sobre el Nuevo Mundo. Siempre en materia

urbana, se valoran estas disposiciones en cuanto constituyen las primeras instrucciones

precisas para el trazado de las ciudades y sus componentes, más allá de las alusiones

anteriores al “orden”62 o al “parecer”63 y criterio del adelantado. Las cerca de 250

nuevas fundaciones llevadas a cabo antes de 1573 servirán para confirmar y consolidar

la aplicación de la cuadrícula como el modelo apropiado para los nuevos trazados en

América.

Finalmente, en cuanto a la política de organización de la población indígena, se

confirma lo establecido en disposiciones anteriores (como las Instrucciones entregadas

a Nicolás de Ovando de 1501 y 1503, o las Leyes de Burgos de 1542), en cuanto a la

necesidad de agrupación de la población nativa dispersa como una de los imperativos

para el buen funcionamiento y “orden” del sistema, y la única manera de incorporarlos

a la nueva cultura.

En síntesis, la estrategia de avance y fundación de centros poblados durante el

siglo XVII se lleva a cabo con la misma lógica de organización político-territorial que

desde el siglo XVI se venía imponiendo, y que las Ordenanzas no hacen sino formalizar

con la redacción de este nuevo cuerpo normativo. Este ‘orden’ en lo administrativo –

única operación posible frente a la magnitud de la empresa – condiciona los avances,

formas de poblar y una organización jerárquica del territorio.

                                                            62 “Porque en la isla Española son necesarias de hacer algunas poblaciones y de acá no se puede dar en ello cierta forma, vereis los lugares y sitios de la dicha isla; y conforme a la calidad de la tierra y sitios y gente allende de los pueblos que ahora hay, haréis hacer las poblaciones del número que os pareciere y en los sitios y lugares que bien visto os fuere… Porque para la seguridad de la tierra sería menester hacer algunas fortalezas, daréis orden como son las fortalezas que hayan ahí, se hagan hasta tres…” Instrucción a Nicolás de Ovando para que haga poblaciones y fuertes en los lugares más idóneos de la Isla Española. Granada, septiembre, 1501. (Solano 1996, p.22). 63 “Item, habéis de dar forma que se haga una iglesia, lo mejor que pudiere, y plaza y calles en el tal lugar; una casa para el cacique, cerca de la plaza, que sea mayor y mejor que las otras… Y debéis dar a cada pueblo término conveniente apropiado a cada lugar, antes más que menos, para el aumento que se espera Dios mediante…” Instrucción dada a los frailes de la Orden de San Jerónimo, gobernadores de La Española, reglamentando sobre pueblos que debían fundarse: así como directrices políticas y administrativas. Madrid, 13 de septiembre. 1516. (Solano 1996, p.47).

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“En esta forma, en un lapso de dos siglo (XVI y XVII), en el Nuevo Mundo americano español se produjo una descomunal operación de doblamiento de tal magnitud y extensión que no encuentra parangón en ningún otro proceso colonial de la historia de la humanidad, y mucho menos en algunos de los procesos de conquista y colonización realizados por otras potencias europeas en el Nuevo Continente.” (Brewer-Carías 2006, p.55)

El siglo XVIII, será un periodo de reformas importantes en lo político, social y

económico, en Europa en general y en España en particular. Dichas transformaciones

no tardan en repercutir en América, incidiendo en las políticas de urbanización y

ocupación territorial que se explican.

“Desde la llegada de Carlos III, a su regreso de Nápoles, en 1759 se puede hablar de un programa urbanístico para Madrid capital, las provincias y las colonias españolas en América. Precisamente en América se implantará un modelo de asentamiento, de planta regular, que nos adelanta el sistema que se extenderá después en América del Sur para consolidar las fronteras internas y trazar nuevos pueblos fortificados.” (Sanz Camañes 2004, p.373)

Desde el punto de vista de la ocupación territorial hispana en América, el siglo

XVIII se caracterizará por el afán de asegurar la consolidación del control sobre

regiones que permanecían desocupadas o desvinculadas del sistema colonial. Por este

motivo asistiremos a un periodo de fundación de asentamientos tan fructífero como el

del siglo XVI, donde las nuevas ciudades se suceden por diversas regiones del

Imperio, aun cuando las motivaciones en cada momento son muy diferentes.64

A pesar de las innumerables expediciones y fundaciones llevadas a cabo en los

siglos precedentes, quedaban vastas áreas sin explorar, adscritas administrativamente

a provincias o audiencias de los dos grandes virreinatos: de Nueva España y del Perú.

La vida realmente urbana se concentra en escasos núcleos, de españoles, como las

capitales y principales ciudades de los citados virreinatos (México, Lima, Quito,

Bogotá…), existiendo una parte importante de población rural a lo largo y ancho del

continente. Desde el punto de vista de la división administrativa, se hace necesaria la

creación de nuevas unidades, más acordes con la realidad geográfica y organizacional

del territorio, permitiendo un control y eficiencia de la actividad productiva. Surgen así

                                                            64 Las fundaciones del siglo XVI se realizan sobre regiones recién conquistadas, mediante la fuerza en muchos casos, representando la irrupción de un nuevo orden en América. En el siglo XVIII si bien permanecen vastas regiones aun inexploradas, existe un conocimiento bastante acabado del continente y sus habitantes, y se actúa a partir de un modelo urbanístico y administrativo ya practicado.

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el Virreinato de La Plata (1776) y el de Nueva Granada (1717-1739), ambos a partir de

la división del Virreinato del Perú.

Otro de los factores que impulsa este avance y consolidación de la dominación

a través de nuevas fundaciones se localiza en las fronteras norte y sur, focos de

enfrentamientos y conflictos no resueltos, así como regiones vulnerables a la

instalación de extranjeros.

El caso particular de la Capitanía General de Chile es emblemático en este

sentido, si consideramos el gran número de ciudades que se fundan (o repueblan)

estratégicamente durante el siglo XVIII,65 como una manera de sentar las bases del

definitivo control territorial, tan resistido por los grupos indígenas,66 y consolidando la

frontera más austral del virreinato, objeto de constante asedio por parte de otras

potencias europeas.

“Durante el Setecientos se va a acometer la pacificación de estas dos zonas [frontera sur del reino de Chile y norte y noreste mexicana] tan separadas, pero tan idénticas, con un insistente y decidido programa urbanizador y poblador, en el que existen, además, motivaciones geoestratégicas.” (Solano 1990, p.95)

Este proceso se lleva a cabo en ocasiones a partir de los restos ya fundados en

el siglo XVI (como sucede en el caso de Osorno, si bien el sentido de la nueva

instalación recoge toda la ideología de una ciudad ideal productiva, que albergaría a

trabajadores rurales),67 a lo que se suman los nuevos emplazamientos que contribuirán

                                                            65 La ciudad de Quillota, fundada el 1717 en el valle del río Aconcagua, marca el inicio de un ciclo de fundaciones en tierras chilenas, que se extiende hasta las regiones más australes, donde las políticas de ocupación obedecerán principalmente a motivos estratégicos: fortalecer el control sobre las amenazadas fronteras. Según Solano (1990) se fundan unas 50 ciudades, además de los pueblos de indios, y de las fortificaciones. Todo lo anterior con los consiguientes costos para la Corona. 66 El caso de Chile, en cuanto a su proceso de urbanización, es bastante particular y difiere de lo acontecido en otras regiones de América. Los araucanos, habitantes de la región centro sur chilena, se sublevarán y destruirán reiteradamente las precarias ciudades hispanas durante el siglo XVII. El desgaste económico y humano de estas acciones posterga la urbanización del área más austral del virreinato peruano, hasta la aplicación de medidas de emergencia por parte de la Corona en el siglo XVIII que impulsan la fundación de ciudades y el abandono de la vida rural. Como gran parte de las medidas diseñadas desde fuera, su aplicación sería compleja y resistida por parte de la población criolla residente en el campo, dedicada a actividades agrícolas, y propietaria de gran parte de la tierra. La política de fundación de nuevas ciudades se topará con la complicación, además, de la escasez de terrenos estatales, debido a cómo se fue produciendo el poblamiento de la región; la tierra había sido adquirida por particulares quienes huyeron de las ciudades e instalaron con sus familias en el campo, generándose grandes núcleos productivos rurales. (Guarda 1968; 1978) 67 El caso de esta ciudad es destacado por lo estratégico y simbólico de la acción acometida en un territorio de constantes disputas: “La idea en Osorno, de una ciudad de labradores y artesanos se

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a la urbanización de regiones postergadas en relación con el resto del continente.

Durante el siglo XVI se logran fundar 16 nuevas poblaciones en el Reino de Chile,

estratégicamente dispersas en un vasto y variado territorio.68 No obstante durante

prácticamente todo el siglo XVII la zona comprendida entre el río Bío-Bío y el canal de

Chacao será “una zona vedada para el tránsito de españoles”. (Guarda 1968, p.11)

Para promover durante el siglo XVII la instalación de población en el valle central

(entre Santiago y Concepción), hubo que reglar terrenos a los vecinos, y de este modo

irá surgiendo una fuerte tradición de vida rural, en contraste con los precarios centros

urbanos existentes. Por otra parte habitantes de las ciudades abandonan la vida

urbana y optan por instalarse en el campo, generándose de esta forma una singular

ocupación territorial, a partir de importantes centros productivos rurales, bastante

autónomos entre sí.

Lo anterior explica las estrategias adoptadas: además de la fundación de

ciudades (algunas de las cuales surgen desde estos complejos rurales), se mejoran las

vías de comunicación internas, de manera de no dejar abandonadas a su suerte a los

centros urbanos.69 Otra medida para su protección lo constituye todo el plan

defensivo, con la construcción o mejoramiento de las fortificaciones de diversas

ciudades del Pacífico, desde la isla de Chiloé hasta el puerto de Coquimbo, vecino a La

Serena. Se toma conciencia de la importancia de la costa del Pacífico Sur, debido a que

la ruta de navegación por el estrecho de Magallanes se había convertido en un paso

habitual para navegantes holandeses o de otras nacionalidades.

El caso de la frontera norte de la Nueva España es igualmente complejo, sin

bien los factores que motivan la resistencia son otros. A la lejanía de la región respecto

de los centros políticos y administrativos y difícil conectividad, se suma la presencia de

diversos grupos indígenas que se verán amenazados no sólo por los españoles, sino

por los franceses e ingleses que generan a la larga fuertes disputas internas. Gran

parte de esta población originaria era de tradición nómade, razón por la cual la

                                                                                                                                                                              emparenta con el modelo ‘ideal’ rural que Campomanes había concedido para Sierra Morena. La traza trató de respetar las evidencias de la antigua población destruida como vínculo simbólico y a la vez esfuerzo concreto de asumir la memoria histórica.” (Gutiérrez 1997, p.223) 68 Algunas de las ciudades más importantes fundadas en este periodo son, de norte a sur, La Serena (1541); Santiago del Nuevo Extremo (1541); Concepción (1545); Santiago de Castro (1567) esta última situada en la isla grande de Chiloé. (Guarda 1978; CEHOPU 1989) 69 Aquellas poblaciones ubicadas al sur del río Bío-Bío, como Valdivia (re-fundado como presidio en 1645) o Santiago de Castro, recibían, en el mejor de los casos una visita anual de alguna embarcación proveniente del puerto del Callao.

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sedentarización será más resistida aún. Frente a la evidente necesidad defensiva surge

el modelo de los presidios, puntos estratégicamente emplazados, que albergaban a

grupos militares y sus familias. Morfológicamente, los muros perimetrales defensivos

dejan inscrito en su interior un trazado regular de plaza central y edificaciones para la

población residente. Se ubicaban cercanas a suelos cultivables que permitían el

desarrollo de una agricultura de subsistencia. Se trataba de puestos móviles que se

irán desplazando de acuerdo con las demandas. Además de los presidios se instalan las

misiones, a cargo en un primer momento de la Orden de Santo Domingo. Tal como

ocurriera para la frontera austral, durante el siglo XVIII se entiende la importancia de

consolidar la compleja y amenazada frontera norte, mediante la instalación de una

serie de presidios que conformaban una verdadera línea de defensa, favoreciendo la

presencia misionera, y generando cambios en la estructura administrativa.

En un ámbito más general, durante el siglo XVIII se invertirá además en la

mejora y modernización de las fortificaciones costeras de todo el continente, a cargo

del Real Cuerpo de Ingenieros, y se mejorarán las obras de infraestructura para

asegurar la movilidad y control de las regiones más postergadas de los virreinatos.

Este espíritu, inspirado en los ideales monárquicos absolutistas europeos genera

además una especial curiosidad hacia el continente americano, realizándose una serie

de expediciones científicas, financiadas por la Corona que describen, detallan y dibujan

el continente americano, aportando nuevos datos e información en materia de

astronomía, ciencias naturales, botánica, geografía, entre otros. En Europa en tanto,

tenían lugar las excavaciones arqueológicas en Pompeya y Hercualno, las cuales

causarán un fuerte impacto en el campo del diseño arquitectónico.

En cuanto a la ciudad hispanoamericana, cabe precisar que bien avanzado el

siglo XVIII se ven materializados los cambios físicos reflejo de las nuevas ideas

imperantes por parte de los grupos sociales dominantes: la “ciudad barroca” del XVII

(y parte importante del XVIII) da paso a la “ciudad ilustrada”, una urbe más acorde

con las estructuras de modernización económicas y sociales imperantes. Se había

producido la inevitable apertura mercantil que significó aumento y diversificación de las

exportaciones e importaciones, con desiguales consecuencias en el continente,

ocasionado dinamismo y crecimiento en el comercia de las ciudades. La sociedad se ve

igualmente impactada, produciéndose una ascensión de grupos sociales, hasta ahora

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minoritarios, que se identifica con los ideales absolutistas europeos que traspasan a

América.

“El siglo XVIII conoce la ascensión de la clase media, rica y poderosa, fascinada por el brillo del poder y deseosa de demostrar su eficacia y su sabiduría. El Despotismo Ilustrado responde a esa victoria y a esos compromisos. Sus políticos verifican tal cúmulo de realizaciones que se reflejan en la dinámica urbana, en la directriz administrativa y, sobre todo, en la economía.” (Solano 1990, p.92)

Los centros urbanos experimentan importantes transformaciones, tanto en sus

edificios como en las obras y espacios públicos. Existe una preocupación por el

embellecimiento de las construcciones, tanto públicas como privadas. A la imagen

urbana precaria de las décadas anteriores se sobrepone una estampa más refinada,

con edificios de más calidad, todo esto acorde con la sociedad que los habitaba. Se

incorporan los adelantos en materia de infraestructura (alcantarillado, alumbrado

público, fuentes públicas para el abastecimiento de agua, empedrado de calles…), lo

que sumado a la mejora en el equipamiento de los espacios públicos cambia

ostensiblemente la calidad de vida de los vecinos. Sin embargo muchas ciudades,

como ciudad de México, experimentan un aumento de población importante,

generándose crecimientos y expansiones no planificados, focos de conflicto y

desigualdad social.

A pesar de las profundas reformas que, especialmente a partir de la segunda

mitad del siglo XVIII modifican la organización administrativa y económica de América,

las mismas críticas a los sistemas absolutistas y las reivindicaciones sociales que se

incubaban en Europa se hacen presentes en América, promoviendo la defensa de

estructuras más democráticas y representativas. La influencia de la Ilustración también

repercute en una valoración de las culturas prehispánicas. La difícil situación política

por la que atraviesa España, involucrada en sucesivas guerras que eran en gran

medida financiadas por América, y que culmina con la invasión napoleónica y

destitución del monarca, es también observada desde las ahora llamadas “Provincias

Ultramarinas”.70 Cabe destacar, en este contexto, la pérdida de poder de los virreyes,

disminuido por la nueva organización que otorgaba más autonomía a las fortalecidas

                                                            70 Como parte de las reformas impuestas por los Borbones se sustituye el concepto de “Reinos Indianos” por “Provincias Ultramarinas”. (Morales Padrón 1972, p.156)

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unidades administrativas, como las intendencias, audiencias y capitanías generales.

Así, los cargos de regente, intendente o capitán general cobran mayor importancia.

“Son los prolegómenos de la Independencia política de América. Nace en el continente un deseo de aislamiento; cristalización de una clase militar y se forman los ejércitos americanos; las regiones se cohesionan; los impuestos nuevos, que las guerras determinan, molestan; se fortalece el sentimiento nacionalista; se comprueba el propio poder.” (Morales Padrón 1972, pp.164-165)

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229

3.3 Las naciones independientes.

En lo que respecta a la organización territorial, tras las guerras de la

Independencia prevalecen los límites establecidos por los virreinatos y las audiencias,

origen de una serie de conflictos posteriores, debido a la imprecisión de los mismos, o

la falta de correspondencia entre éstos y los grupos sociales, actividades económicas,

redes sociales existentes. Se produce una inevitable ruptura de la integridad territorial

preexistente. Por otro lado, este nuevo escenario genera una evidente apertura e

ingreso de las naciones americanas a los mercados internacionales, esto favorecido por

los gobiernos locales que ambicionaban posicionarse internacionalmente. Países como

Francia o Inglaterra, especialmente, apuestan fuertemente por la capacidad productiva

de las tierras americanas, estableciendo relaciones comerciales que irían desde los

préstamos a las explotaciones de recursos naturales.71 Los datos aportados por los

estudios económicos específicos dejan en evidencia la estrecha y extensa relación

comercial que se estableció con países como Inglaterra, y que impactó, por su

envergadura, una serie de aspectos culturales, más allá de las economías nacionales.

“Los capitales británicos entraron a América Latina a raíz de la Independencia y consolidaron su posición dentro de los países latinoamericanos una vez que estos países organizaron sus gobiernos regionales…. Fue en la década de 1880 cuando los inversionistas británicos pusieron enormes sumas de dinero en América Latina; en ningún otro periodo de igual extensión, con la excepción de los diez años que siguieron a 1902, los británicos invirtieron semejante volumen de capital en nuestro continente.” (Soto Cárdenas 1998, pp.31-32)

La aparición de nuevas áreas productivas, de la mano de estas inyecciones de

capital, provoca cambios de centros, reorganizaciones y apariciones de nuevos

asentamientos, con fuerte presencia extranjera, destinados a la explotación y

elaboración de recursos agrícolas, ganaderos o minerales. Las vastas regiones no

explotadas eficientemente a la fecha fueron vistas, además, como oportunidades de

creación de colonias que en algunos casos, como en la región de Entre Ríos en la

Argentina, logran gran desarrollo. La estructura urbana de estos nuevos poblados se

resuelve a partir de la regularidad. Si bien, se abandona la rígida cuadrícula hispana,

prevalece el sentido de simetría, orden y ortogonalidad, donde las áreas destinadas a

                                                            71 Las actividades que contaron con inversionistas británicos en América Latina fueron: “préstamos a los gobiernos, propiedades, ferrocarriles, tranvías, agua potable, empresas navieras y portuarias, telégrafo submarino, gas, electricidad, tabaco, cervecerías, refinerías de azúcar, molinos y minas.” (Soto Cárdenas 1992, p.32).

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230

la producción agrícola o al pastoreo son determinantes. En el caso del sur de Chile, que

durante el siglo XVIII había sido objeto de un plan de avance y ocupación mediante la

fundación de centros urbanos, se continúa con esta política, entregando importantes

porciones de terrenos a inmigrantes alemanes que traspasan su tradición constructiva

y arquitectónica a esta región del país.

Los centros urbanos ya consolidados desde la colonia experimentan

transformaciones importantes, teniendo como móvil el aumento poblacional, las

nuevas actividades económicas, el deseo de modernización a través de la incorporación

de obras de infraestructura y nuevos equipamientos, así como el deseo, por parte de

los gobernantes, de romper con la imagen de ciudad colonial, imprimiendo un sello

más vanguardista, especialmente a las capitales. Cada ciudad vivirá su propio proceso,

determinado por las circunstancias locales específicas. Sin embargo cabe destacar

notable el impacto que tuvo sobre la imagen urbana de ciudad colonial la incorporación

de tranvías, la llegada del ferrocarril, y el ensanchamiento de las avenidas a costa de

importantes edificios, como conventos, que dan cuenta de la escala de las

intervenciones que tendrán lugar a partir de este momento. Las ciudades se verán por

primera vez enfrentadas a un aumento de población que hace necesaria una

anticipación, una planificación, surgiendo en algunos casos, como ciudad de México,

barrios o colonias periféricas de las más variadas formas y estilos. Las técnicas

constructivas empleadas masivamente durante siglos anteriores, como el adobe, son

sustituidas por nuevos materiales y tecnologías, como el acero, contribuyendo al

cambio de configuración arquitectónica y urbana.

El potencial de los puertos, como puntos de salida de las materias primas y

producción en general, da lugar también a la modernización – y creación – de estos

estratégicos asentamientos durante el siglo XIX. La apertura comercial los convierte

en puerta de entrada a todo tipo de influencias, activos centros económicos, de

intercambio comercial y social. En el caso de Chile la política republicana incentiva el

desarrollo de la actividad portuaria con la declaración, en 1811, de puertos mayores a

Coquimbo, Valparaíso, Talcahuano y Valdivia, que los facultaba para el libre comercio

internacional. (Benviades 1996) Entre estos, el caso de Valparaíso destaca por su

temprano desarrollo económico, consecuencia de una favorable localización, cercana a

la capital de la nación y punto de recalada casi obligado de las embarcaciones que

navegaban por la costa del Pacífico Sur.

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231

“Antes de la fiebre del oro californiano, del auge del carbón para la navegación a vapor, y de los sorprendentes resultados de la minería norteña, Valparaíso ya estaba asentado como ciudad. Más aún, estaba respondiendo dinámicamente a su condición de puerto comercial estratégico, dentro del país y de la costa del Pacífico Sur. A mediados del siglo XIX, a diferencia de otros lugares del litoral, Valparaíso era una ciudad puerto cosmopolita con más de 3.500 residentes extranjeros y el consiguiente mestizaje cultural.” (Benavides 1998, p.46)

El ejemplo cobra más interés si consideramos que durante la colonia Valparaíso

no pasó de ser un modesto caserío, a pesar de su localización, con precarias

edificaciones de abobe y madera,72 que sufrían los periódicos embates de los

terremotos e incendios. Algunas autoridades no apostaban por su despegue como

centro urbano a causa, entre otras, de su escarpada topografía y escaso suelo llano,

que dificultaba la edificación y traslado de la población.73 El puerto, recién en 1802, ad

portas de la Independencia, recibe por parte de la Corona el título de “La muy leal e

ilustre ciudad de San Antonio de Puerto Claro”. Valparaíso, por tanto, así como otros

puertos del litoral, es un producto urbano del siglo XIX. Las impresionantes obras de

infraestructura que se realizan para salvar las barreras naturales que imponía la

topografía, como el avance sobre la profunda bahía, para lograr la conectividad entre

las partes, o el abovedamiento de las quebradas, para generar vías de acceso a los

cerros, son el reflejo del espíritu imperante.

                                                            72 Durante la segunda mitad del siglo XVIII se emprenden, con gran esfuerzo, las obras de mejoramiento de los fuertes que protegían la ciudad (La Concepción, San Antonio, San José), que estaban absolutamente desatendidos tanto su equipamiento militar como el estado de las construcciones. 73 La descripción que aporta el Obispo de Santiago, González Melgarejo, en 1744 es la siguiente, “población sin esperanza de que crezca, por estar toda rodeada de cerros, que para fabricar una casa a fuerza de picos rompen los cerros con gran trabajo; no tiene más que una calle larga y las casas pegadas al cerro.” Colección de Documentos Históricos del Archivo del Arzobispado de Santiago, tomo I, pp. 496-499. Citado por Vásquez 1999, p.19.

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232

3.4 El impacto del ferrocarril

Igualmente relevante para la estructuración territorial de América Latina

durante el siglo XIX será la aparición del ferrocarril. Con él surgen nuevas rutas

comerciales, incluso nuevos asentamientos. En las ciudades generan polos de

actividad, a costa de los trazados preexistentes que sufren la implantación, en

ocasiones irracional, de las instalaciones demandadas por el ferrocarril, generándose

zonas postergadas y divisiones físicas de la trama urbana, antes integrada. Esto

contrasta con la integración regional que posibilita este medio de transporte, y que

revoluciona las actividades económicas más diversas, generando una conectividad y

rapidez difícilmente igualable con los medios de transporte empleados hasta entonces.

Además del tránsito de personas, se facilita el transporte de las materias primas o

elaboradas desde las regiones interiores a los puertos fluviales o marítimos. A

mediados del siglo XIX irrumpe el ferrocarril en el cono sur americano;74 en el caso de

Chile el primer tendido se proyecta entre el puerto de Caldera y la ciudad interior de

Copiapó, en pleno desierto de Atacama. La importancia de esta región se vio

acrecentada por el descubrimiento, el año 1832, del mineral de plata de Chañarcillo.

No obstante el primer tendido que se proyecta es el que pretendía unir la capital

nacional, Santiago, con el puerto de Valparaíso. Sin embargo este proyecto no contará

con una fácil aprobación por parte de la autoridad, debido a los conflictos de intereses

entre los políticos que veían peligrar los medios de transporte tradicionales.

A partir de la segunda mitad del siglo XIX se suceden los proyectos y estudios

de ingeniería para unir diferentes regiones dentro del territorio nacional, e incluso

iniciativas para el trazado de rutas internacionales. Entre estas últimas destaca la

iniciativa de William Wheelwright, empresario norteamericano impulsor de los

proyectos del ferrocarril Copiapó – Caldera, y Santiago – Valparaíso. Este visionario

empresario proyectó la unión entre el Pacífico y el Atlántico, atravesando los Andes – el

principal escollo – por el paso de San Francisco, a la altura de Copiapó.

“Para Guillermo Wheelwright el ferrocarril de Caldera a Copiapó era sólo el primer paso para una grandiosa red ferroviaria transcontinental. En realidad, Wheelwright proyectaba con muchos decenios de antelación a sus ciudadanos, soñaba con un ferrocarril del Pacífico a Buenos Aires,

                                                            74 El año 1851 se inauguran los primeros ferrocarriles en Perú (vinculando la capital, Lima, con el puerto de Callao) y Chile (entre la ciudad interior de Copiapó y el puerto de Caldera). Los antecedentes previos en América Latina los encontramos en Cuba (1837), Guyana (1848) y México (1850). (Thomson 2000).

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convirtiendo nada menos que Copiapó en el centro del un extenso sistema de transportes…. Guillermo Wheelwright fue un auténtico representante de aquellos pioneros estadounidenses para quienes los obstáculos no existían…. Así, mientras tramitaba la concesión del ferrocarril de Copiapó, también concurrió a una licitación del ferrocarril de Callao a Lima y propuso la apertura de una canal a través del istmo de Panamá…” (Thomson 2000, pp.34-35)

De su proyecto bioceánico sólo faltó por ejecutarse la unión entre ambas

naciones por el paso de San Francisco, esto a raíz de la falta de apoyo para su

financiamiento que encontró en Chile y en el extranjero. Los altos costos involucrados

– que Wheelwright no podía enfrentar en solitario – se relacionaban con los

innumerables estudios de ingeniería e imprevistos durante la ejecución que podían

anticiparse, dado las condiciones geográficas en las que se llevaría a cabo la obra. No

obstante tanto en el desierto de Atacama, como en la pampa argentina se materializa

parte importante de lo proyectado por Wheelwright, quedando conectadas las ciudades

de Rosario y Córdoba por el lado argentino, y la vía hasta Puquios en territorio chileno,

al interior de Copiapó.

Nos detendremos a revisar lo que sucede en el desierto de Atacama, zona que

experimentó un proceso de industrialización impresionante vinculado a la explotación y

elaboración del caliche, el cual se encontraba en grandes cantidades en esta región del

planeta, coincidiendo con una fuerte demanda a nivel mundial. En este contexto el

ferrocarril se convierte en la manera más eficiente de trasladar el caliche (la materia

prima) a las zonas de elaboración (“oficinas”) y desde éstas a los puertos para su

comercialización. No obstante las ventajas que ofrecía este moderno – y todavía

pionero – medio de transporte, los obstáculos que había que vencer, además de las

importantes inversiones, eran considerables, si tomamos en cuenta las condiciones

ambientales y climáticas en que se llevaba a cabo la explotación salitrera. La falta de

agua era uno de los principales obstáculos a vencer, imprescindible tanto para el

consumo doméstico como para el proceso de producción y el movimiento de las

locomotoras. Las llamadas “oficinas salitreras” – que pasaremos a revisar con más

detalle a continuación – proliferan por la pampa atacameña desde principios del siglo

XIX. Hubo alrededor de 150 asentamientos de este tipo durante todo el ciclo salitrero,

lo que evidencia la prosperidad económica que supuso para el país y un grupo de

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234

empresarios.75 Se crea una interdependencia entre el ferrocarril – que en el caso de

esta región se justifica sólo por la presencia del salitre y el yodo – y las oficinas.

El primer tramo que se construye, tras la obtención del permiso por parte del

gobierno peruano el año 1868, vincula el puerto de Iquique con la oficina La Noria; en

1869 se otorga permiso para el tramo Pisagua – Negreiros, y dos años más tarde

quedan conectadas ambas partes. Los capitales fueron, en todos los casos británicos,

reunidos en “The Nitrate Railways Company Limited”. Posteriormente, tras la Guerra

del Pacífico, la misma compañía continuará con la expansión del tendido ferroviario,

abarcando la mayoría de las oficinas de la zona salitrera norte del desierto de Atacama.

Mientras los capitales privados financiaban la llegada del ferrocarril a las zonas

industriales del norte y centro del país (vinculadas a la explotación del salitre, el cobre

o el carbón), el Estado se hacía cargo de dotar de una red ferroviaria al resto del país,

persiguiendo un beneficio social, más que económico.76

La integración cultural que en este momento perece más interesante de

explorar, por la relación con los pueblos de la precordillera y altiplano cordilleranos, es

la que pudiera surgir de las nuevas vías de comunicación que el ferrocarril abre hacia

Bolivia – desde Arica y Antofagasta – y al Perú, mediante el ferrocarril Arica –Tacna. La

ruta entre Tacna y Arica se inaugura en 1857, siendo Tacna un centro minero y Arica

el puerto que desde la época colonial servía exitosamente esa región del antiguo

virreinato peruano. Arica había cobrado importancia durante décadas por ser el puerto

del mineral de Potosí, tanto para la exportación de la plata como para la provisión de

azogue. Existía, por lo tanto una ruta muy transitada que, partiendo desde el puerto de

Arica, se encumbraba hacia la región del Alto Perú, pasando por Tacna y otros

poblados. Sin embargo el trazado ferroviario sólo se extiende hasta Tacna, quedando

el resto proyectado, pero sin llegar a materializarse por problemas técnicos y políticos.

El tren Arica – La Paz es consecuencia del Tratado de Paz y Amistad firmado en

1904, con los gobiernos del Perú y Bolivia, tras la Guerra del Pacífico (1879). En su

artículo tercero queda establecido que Chile deberá construir un ferrocarril entre el

                                                            75 La importancia de la industria del salirte en economía nacional queda de manifiesto con la revisión de las cifras: “En los primeros años del siglo XX, el salitre generaba más de la mitad de las rentas ordinarias de la nación y tres cuartas partes de la explotaciones chilenas…”. (Thomson 2000, p.49). 76 Esto contrasta con la situación de países vecinos, como Argentina, Bolivia, Brasil, Uruguay, Colombia o Venezuela, donde la red de propiedad privada (en manos de extranjeros fundamentalmente) sobrepasa a la controlada por el Estado.

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235

puerto de Arica y la ciudad de La Paz, con la finalidad de favorecer la integración

regional y especialmente facilitar el acceso de Bolivia a un puerto en el Pacífico. Las

dificultades para llevar a cabo la obra son variadas, en especial el rediseño del trazado

de la ruta por las características topográficas, que implicaban atravesar quebradas y

alcanzar alturas que llegan a los 4.200 msnm. En un principio se había optado por

continuar el tramo existente entre Arica y Tacna, pero tras las inspecciones e informes

desfavorables se opta por la ruta sobre el valle del río Lluta. (Alliende 1993)

En síntesis los proyectos trasandinos favorecerán la integración y movilidad

poblacional, a pesar de lo irregular de su funcionamiento y de las dificultades políticas

producto de la Guerra del Pacífico, que tenderá a desviar el tráfico de mercaderías

hacia o desde el puerto de Arica. Especialmente previo a la construcción de redes

viales pavimentadas, se constituyen en un medio de trasporte eficiente, en un paisaje

árido y deshabitado por grandes extensiones.

Los pueblos ubicados en la precordillera y altiplano, salvo excepciones, no se

verán especialmente afectados por la aparición del ferrocarril, dado que éste no se

sobrepone a los trazados preexistentes empleados por estos grupos, y no logra

irrumpir en la conectividad interna de los mismos. Esto no significa que esta región

andina quede al margen de toda la intensa actividad que tiene lugar en la pampa

desértica, y que lleva aparejada la aparición de todas estas instalaciones y adelantos

tecnológicos propios de un periodo de intensa industrialización, puestos al servicio de

la economía y el desarrollo, tanto de un grupo de empresarios como del Estado.

La particular urbanización que vive esta franja desértica crea nuevos centros y

rutas, así como movilidad poblacional y cambio en las actividades económicas, todo lo

cual afecta a un amplio espacio regional, más allá de la pampa. La demanda de mano

de obra, la necesidad de alimentos, combustibles para el proceso de elaboración del

salitre, entre otros, repercuten en el espacio andino, en los pueblos precordilleranos y

altiplánicos, especialmente en lo relativo a la migración de mano de obra y

abastecimiento de alimentos.

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3.5 Las ciudades mineras del desierto

Tal como anticipábamos, el hecho más relevante en relación con las

transformaciones del espacio desértico tras la Independencia lo constituye la aparición

de una serie de asentamientos (“oficinas” o “encalves” salitreros) vinculados a la

explotación del nitrato. Es conocido el impacto que esta importante industria ocasiona,

más allá de los límites correspondientes a las zonas de extracción, elaboración y de

residencia, motivo por el cual pasaremos a revisar de qué manera entra en relación

con espacio andino en que se emplazan los pueblos analizados. Como señala Óscar

Bermúdez en su clásica obra Historia del Salitre, la explotación del mineral entre los

años 1880 y 1930 genera un área de influencia que traspasa ampliamente la franja

pampina, vale decir donde existía la materia prima, para involucrar todas las zonas

geográficas regionales.

“En la primera, dominada por la Cordillera Marítima, se abrieron los puertos para la internación de la de productos y para la navegación del salitre hacia los mercados extranjeros. La segunda zona, además de poseer las pampas salitrales, en las que se enclavó la industria, proporcionó a ésta el agua existente en el subsuelo y extraída por medio de pozos. La tercera, o región de las quebradas, abasteció a los centros productores de salitre, de carbón, leña y forraje. Tampoco ha sido ajena a esta industria la cuarta y última zona, ya que dio al azufre de los volcanes para la fabricación de la pólvora.” (Bermúdez 1963, p.18)

Hoy estamos además en condiciones de afirmar que se produjeron migraciones

poblacionales importantes desde las partes precordilleranas y altas de la región,

motivadas por la prosperidad de la industria salitrera, la cual demandaba de una

cantidad siempre creciente de mano de obra. La vida de los trabajadores y sus familias

en estas oficinas salitreras fue complicada, en ocasiones dramática y no exenta de

injusticias y abusos de autoridad.77 Esto ocasionó bastante rotación de trabajadores y

la generación de una identidad pampina. Una de las características de este grupo,

identificado bajo este concepto, es la diversidad cultural producto de su lugar de

procedencia.

                                                            77 La problemática social derivada de la vida en las oficinas salitreras ha sido abordada por numerosos estudios debido al impacto que produce en la aparición de los movimientos obreros y sindicales no sólo en Chile, sino en toda la región suramericana. Esto debido a que una parte importante de los trabajadores de las pampas estaban sometidos a condiciones laborales en extremo críticas, bajo abusos de autoridad frecuentes. La estructura morfológica de las oficinas, por ejemplo, generaba una fuerte segregación, siendo las viviendas de los obreros absolutamente precarias para las condiciones climáticas del desierto, con fuertes oscilaciones térmicas durante el día.

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La explotación de nitrato, no obstante, tiene una larga tradición en la región,

tanto en épocas prehispánicas (de más difícil seguimiento) como durante la Colonia. El

caliche fue utilizado como fertilizante, además del guano, por los habitantes originarios

de las quebradas, para sus cultivos. Posteriormente el nitrato de soda, presente en la

quebrada de Tarapacá, fue demandado para la fabricación de pólvora, necesaria por la

intensa actividad minera periférica. Cabe recordar que durante el siglo XVIII, además

del famoso mineral de Huantajaya, se explotan otros yacimientos cercanos como

Paiquina, Cacicsa, Viquintipa, Chañavalla, Santa Rosa, del Carmen, Challacollo,

Yabricolla, Canulpa, todos las cuales se abastecían de pólvora a partir del nitrato

presente en la quebrada de Tarapacá.78 Diversos documentos coloniales, entre ellos las

Memorias del Intendente de Arequipa Antonio Álvarez y Jiménez (1792), dan cuenta de

la importancia que revestían los yacimientos de nitrato de la región de Tarapacá para

la economía de entonces virreinato peruano.

Durante el periodo republicano, el caso particular de las oficinas salitreras del

desierto de Atacama constituye un hecho urbano y antropológico de gran interés por

diversos motivos. La existencia de más de un centenar de ellas diseminadas en medio

de un desierto en extremo árido, en una extensión de unos 800 km. da cuenta de la

profunda transformación de que fue objeto la región. En este caso no se trató de

transformaciones de asentamientos preexistentes, sino que se produce la implantación

de toda una trama de ciudades mineras, con sus áreas de producción, residenciales, de

equipamiento, e impresionantes obras de infraestructura atravesando el desierto.

El llamado ciclo salitrero se extiende entre los años 1880 y 1930, entendiendo

que durante este periodo experimentará una serie de crisis que repercuten en las

exportaciones a los mercados internacionales.79 La industria salitrera se constituye en

                                                            78 Bermúdez (1963) entrega esta información citando a Billinghurst (1889) recordando además todas las restricciones a la producción de pólvora que tuvieron lugar durante la Colonia, con lo que se habría promovido la elaboración clandestina por parte de los indios habitantes de la quebrada de Tarapacá. 79 Hay autores (Soto Cárdenas 1998) que ubican el ciclo salitrero entre 1880 y 1919. Esto debido a la crisis que experimenta esta industria ese año y que, efectivamente, marca el inicio de un ocaso que concluye en 1930, coincidiendo con la inestabilidad económica generalizada en los mercados internacionales. Las causas de la crisis de 1919 son de lo más variadas: por un lado la baja ley del caliche disponible, que requería de un método “más racional y económicamente adaptado” a estas nuevas características, lo que implicaba hacer nuevas inversiones para dotar a las oficinas de la tecnología más apropiada (pasar del método Shanks al método Guggenheimm). Por otro lado la demanda baja, a raíz de la invención del salitre sintético alemán; (el año 1921 se produce una disminución de más del 50% en las exportaciones de salitre chileno). A esto se suman los movimientos obreros que implicarán a la larga un

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una de las principales actividades económicas del país, influyendo en un variado

espectro de actividades económicas nacionales y generando importantes vinculaciones

con las grandes potencias internacionales de la época, a causa de las exportaciones o

de los capitales invertidos. En este sentido durante el periodo señalado, con

variaciones, existirá una fuerte presencia británica, alemana y norteamericana en la

producción salitrera nacional.80

Tomando en consideración la presencia de obras de infraestructura que

componían el sistema de explotación, producción y comercialización del salitre, el

macro espacio geográfico involucrado estaba compuesto por las oficinas propiamente

tales, la trama ferroviaria y los puertos. La ejecución de estas obras significó grandes

inversiones y la utilización de todos los adelantos tecnológicos disponibles al servicio de

esta próspera industria. En el caso de los puertos, los habitantes prehispánicos, esto

es, los changos habían visto evolucionar lentamente sus asentamientos originales a

manos de los españoles. Salvo el puerto de Arica, los demás asentamientos costeros

de la región no tenían mayor relevancia, incluso algunos, como Pisagua – ubicado a la

altura de la quebrada de Tana – no pasaban de ser unas simples caletas. Con la

llegada de la industria salitrera estos puntos se convierten en estratégicos enclaves

para la exportación, a la vez que puerta de entrada para todo tipo de mercadería

demandada por los numerosos asentamientos desérticos. Ya se hizo referencia al papel

de los ferrocarriles, sin los cuales no hubiera podido llevarse a cabo la red de

intercambio de materias primas, mercaderías y personas a través de este amplio

espacio geográfico.

Estos complejos fueron entendidos como áreas productivas, y bajo esta lógica

se ubican y diseñan los sectores residenciales y de servicio para la población residente.

Lo mismo ocurrirá en otras regiones de América y del mundo, respondiendo a las

nuevas formas de producción surgidas desde la Revolución Industrial. Las constantes

serán el privilegiar la explotación de las zonas productivas, capacidad para albergar

                                                                                                                                                                              aumento en los costos de producción; finalmente con el surgimiento de un sentimiento nacionalista se crean condiciones más desfavorables para los empresarios extranjeros, muchos de los cuales dejan de invertir en las oficinas. La última oficina salitrera de la región de Tarapacá – Victoria – se cierra el año 1978, y con ella concluye definitivamente esta actividad en la zona. 80 A partir de la Primera Guerra Mundial se produce un aumento de la participación chilena, que se hará significativo en torno a 1920. Esto debido en gran parte a la nacionalización de compañías explotadoras (para paliar el alza de los impuestos a las compañías extranjeras), a la nacionalización de los mismos descendientes de extranjeros y al aumento de capital disponible en el país para la adquisición de oficinas. (Soto Cárdenas 1998)

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una masa obrera –generalmente foránea –, y una fuerte segregación de la población

de acuerdo a su papel en el proceso productivo.

“La explotación sistemática de los recursos y la construcción de asentamientos ex novo vinculados a ello, constituye un capítulo específico de la urbanística del siglo XIX. En su modalidad más genérica recibe el nombre de ciudad industrial: Industrial Village en Inglaterra, Cité Ouvrière en Francia, Arbeiten Siedlungen en Alemania, Colonia Industrial en España, Conpany Town en los E.E.U.U., Oficina Salitrera en el norte de Chile.” (Garcés 1988, p.15)

En efecto, las oficinas salitreras responden a este tipo de asentamientos, que se

enmarcan además en un proceso de globalización, consecuencia de la entrada de los

países latinoamericanos en un circuito económico mundial de demanda de materias

primas y elaboradas. Garcés insiste también en la importancia de su carácter de

autónomas, debido a que su ubicación se justifica por la localización de los

yacimientos, lo que descarta relación de dependencia con otros centros poblados. Por

este mismo motivo el ferrocarril será una componente fundamental, en cuanto conecta

esta serie de oficinas diseminadas en la pampa. El agua fue siempre un problema a

resolver; era fundamental para la implantación de una población, pero también para el

proceso de producción del salitre y para el funcionamiento de los ferrocarriles.

Desde el punto de vista morfológico, la mayor parte de estos asentamientos

obedece a una estructura racional, geométrica, donde las relaciones que se establecen

con el medio geográfico se restringen a privilegiar la extracción del caliche y

elaboración del salitre. Las oficinas estaban compuestas, en general, por tres áreas:

una industrial, una residencial y otra de servicios o equipamiento público. Existía una

fuerte segregación de la población, en función de su actividad que desarrollaba y

grupo familiar, lo que genera “zonas” y diversas tipologías de vivienda. Exceptuando el

caso de los administradores, la vivienda en las oficinas se caracterizó por su

precariedad, tanto material como morfológica. Por una parte los materiales y las

técnicas constructivas empleadas no se condecían con las condiciones climáticas del

desierto, donde se registran fuertes oscilaciones térmicas durante el día. Ni los muros

ni la techumbre contaban con materiales que actuaran como aislantes. Se trataba

además de unidades muy simples, que en ocasiones no satisfacían las necesidades

mínimas de confort, en especial para las familias.

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Las oficinas contaban con todo tipo de equipamiento al servicio de su población

residente: comercio (pulpería), iglesia, escuela, mercado, teatro, hospital, centros

deportivos (con canchas para la práctica de variados deportes, piscina). Además de los

espacios públicos, donde tenía lugar una intensa vida social, las plazas estaban

provistas de asientos, sombreadero, pérgola y árboles (tamarugos o algarrobos,

generalmente). Contaban asimismo con iluminación para los espacios públicos y parte

de las viviendas.

En síntesis, se trataba de complejos que reunían muchas de las características

de los centros poblados “tradicionales”, que estaban dotados además todos los

adelantos tecnológicos disponibles. Sin embargo se trataba de un espacio al servicio de

la producción, y como tal padeció los vaivenes de la industria salitrera, con periodos

gloriosos y otros de muy baja actividad, incluso de paralización momentánea, lo que

implicaba el traslado de la población obrera hacia otros cantones en busca de mejores

perspectivas. Tras la crisis financiera mundial de 1930 muchos empresarios no logran

recuperarse, a lo que se suman los problemas ya referidos propios de la industria

salitrera en Chile, razón por la cual muchas oficinas se desocupan y paralizan su

actividad completamente. La población residente se desplaza definitivamente de la

pampa; algunos regresan a sus pueblos de origen, en el interior de los valles o en la

puna andina.

La presencia del indígena en las oficinas salitreras ha sido bastante

investigada,81 concluyéndose que el mundo salitrero fue esencialmente “mestizo”,

aportando los habitantes originarios aspectos culturales que contribuyen a la

configuración de la identidad pampina. Se insiste en la idea que el ciclo salitrero fue

esencialmente diferente, en este sentido, al ciclo de la plata durante la Colonia, si bien

éste último constituye un antecedente interesante, en cuanto aporta elementos que

persistieron como la existencia de redes transversales que vinculaban las zonas de

extracción minera con los puertos, abriendo conexiones a través de las quebradas. Lo

mismo ocurrirá durante el ciclo salitrero, momento en que se produce esta integración

de espacios geográficos diversos, distantes, operando bajo la misma lógica de

complementariedad de los pueblos prehispánicos. Es un patrón, por tanto, atemporal

                                                            81 Cabe destacar los aportes que para el caso de la región de Tarapacá ha realizado Sergio González Miranda (2002; 2006) referidos al grupo social que se gesta a partir de este ciclo salitrero. El autor reconoce la naturaleza multiétnica de lo que se conoce como pampinos. En este contexto el indígena tiene un lugar, vinculado incluso con la leyenda del origen del salitre.

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para el caso de esta región del desierto de Atacama. La integración en este caso, a

diferencia de lo sucedido en época prehispánica, involucraba no sólo productos, sino

personas, que pasan a formar parte de un nuevo grupo humano.

“Las fronteras abiertas, en el Tarapacá de la época del salitre, permitieron una movilidad desde y hacia las oficinas salitreras que ocupaban el nivel ecológico entre la costa y la precordillera; la faja desértica de la Pampa del Tamarugarl. Grupos humanos venidos desde los valles precordilleranos de Tarapacá, se unieron a otros venidos desde el norte chico chileno, cochabambinos con argentinos del noroeste de ese país, etc. Todos ellos trajeron sus costumbres y sus esperanzas. Tarapacá era todo ellos juntos y una nueva identidad a la vez: el ser pampino.” (González Miranda 2002, p.228)

El caso de las festividades religiosas que surgen en torno al ámbito productivo

salitrero82 es digno de destacar por la pervivencia que ha tenido y la identificación que

logra el grupo – y sus descendientes – con estos ritos.

Los indígenas aportaron su experiencia de generaciones relacionada con la

explotación minera, ya sea del mismo nitrato o de la plata en los numerosos

yacimientos andinos. Esto los convertía en ocasiones, en obreros requeridos por los

administradores. No obstante, se produce una movilidad poblacional importante en

torno a esta industria, y en el caso particular de estos grupos, se debía en parte a la

necesidad de cubrir las tareas agrícolas en sus pueblos de origen. Se producen,

además de las prestaciones de servicio como obreros de las oficinas, relaciones de

intercambio comercial; los pueblos aportaban productos agrícolas, provenientes de los

valles precordilleranos, y carne, tejidos y tubérculos de los pueblos de la puna. A

cambio recibían productos de esta “realidad urbana” (materiales tales como planchas

de zinc o calamina, alimentos elaborados, entre otros).

El impacto que se produce, en especial tras el regreso de los obreros a sus

pueblos de origen, luego del cierre de las oficinas, no ha sido suficientemente

                                                            82 Durante este periodo surge la festividad a la Virgen de la Tirana, la fiesta religiosa popular más importante de la zona norte de Chile, en la actualidad. Sus celebraciones (16 de julio) reúnen habitantes de todo el Norte Grande del país, además de población del sur del Perú y de los pueblos vecinos de Bolivia. “También por la presencia de población de origen campesino e indígena, el componente místico llegó a las salitreras junto con prácticas culturales propias, como fueron los casos de las poblaciones de habla aymara o quechua…El desierto, durante el ciclo del salirte, fue habitado, nombrado y simbolizado en base a una nueva hipótesis de la realidad. El fenómeno del nitrato inauguraba no sólo una nueva sociedad en el desierto, distinta al ciclo de la plata, sino un nuevo desierto y, por añadidura, una nueva Virgen y nuevas cofradías.” (González Miranda 2002, p.36)

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estudiado, tanto en su aspecto cultural en general, como en el traspaso de influencias

urbanísticas, constructivas o tipológicas.83 Están por un lado los pueblos vecinos, como

Tarapacá, Pica, Matilla, La Huaica o La Tirana, que no surgen estrictamente como

ciudades de servicio de la industria salitrera, pero en la práctica pasan a formar parte

del sistema como abastecedores de una serie de productos agrícolas, además del

forraje, vinos, etc. El efecto del ciclo salitrero queda de manifiesto en estas pequeñas

ciudades, ya que algunos empresarios o trabajadores de mayor rango contaban con

viviendas en ellas, para ser utilizadas durante los fines de semana. A raíz de esto se

erigen viviendas, en madera, más elaboradas en su diseño y en la calidad de sus

materiales, los que entraban directamente desde los puertos salitreros. Esta singular

modernidad que ostentaban las oficinas salitreras se reflejaba también en una

preocupación por el equipamiento público; es así como encontraremos kioscos en

madera o acero, en las plazas de los pueblos de Tarapacá, La Huaica y Pica, y

mobiliario público, a la manera de los existentes en las plazas de las oficinas.

Elementos como los sombreaderos, fundamentales para otorgar un cobijo frente a las

altas temperaturas diurnas, quedan incorporados a los espacios públicos o como

extensión de las viviendas en estas localidades, correspondientes al “espacio del

interior”84 definido por la actividad minera.

Preliminarmente podríamos afirmar que para el caso de los pueblos andinos

situados en las regiones más altas de la precordillera o en el altiplano, las más claras

influencias las encontramos en el espacio público. En pueblos como Huaviña o Mocha

(parte alta de la quebrada de Tarapacá) o Parinacota, Caquena o Isluga (altiplano)

existen kioscos de madera en las plazas, inscritos en un contexto de viviendas de

adobe o piedra. Los espacios públicos serán, en efecto, escenario de las festividades

religiosas o demás celebraciones tanto en estos pueblos como en las oficinas salitreras

durante su funcionamiento. Son también estos eventos los que, como se señalaba, han

                                                            83 No se cuenta con estudios sociales o antropológicos, y tampoco con investigaciones que indaguen sobre transferencias de técnicas constructivas o formas de habitar los espacios, especialmente desde y hacia los grupos originarios regionales. “Debido al obligado retorno a sus lugares de origen después de la gran crisis de los años treinta, todo ello debió tener un impacto cultural en las comunidades campesinas y valles (chilenos y bolivianos) y altoandinas (chilenas y bolivianas) que no ha sido estudiada aun.” (González Miranda 2002, p.41) 84 Para González Miranda (2002) los espacios serían tres, definidos en torno a la actividad del arrieraje, la cual produjo un constante intercambio de personas y productos; el espacio andino, que se extendía hasta Cochabamba, incluyendo el noroeste argentino; el espacio del interior, compuesto por los valles precordilleranos y la región altiplánica chilena; un tercer espacio de las salitreras de Tarapacá, compuesto por las oficinas y sus instalaciones industriales. (González Miranda 2002, p.231).

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persistido y sobrevivido pese a la desocupación de las oficinas de la región de

Tarapacá.

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3.6 El virreinato peruano y la región andina

Tras la descripción general que se ha efectuado de los aspectos más relevantes

que tienen parte en la re-estructuración territorial durante los siglos coloniales y la era

republicana, nos abocaremos a la revisión de la región específica de estudio,

comenzando con una aproximación desde el virreinato peruano – del que dependió

durante la mayor parte del periodo colonial - verificando los centros urbanos y nuevas

poblaciones que entran en algún tipo de relación con la zona que se estudia.

El proceso de urbanización del área comprendida por el Virreinato del Perú fue

muy intenso en un primer momento, contabilizándose unas 95 nuevas fundaciones

para el año 1570 (Morales Folgueras 2001, p.77), dispersas por la vasta extensión

territorial que comprendía esta importante región americana. La excepción la

constituyen las regiones centro sur chilenas y del río de la Plata, que retardarán como

hemos señalado su urbanización más generalizada hasta avanzado el siglo XVIII. El

avance y la conquista fueron acompañados, tal como estaba establecido, por la

fundación de nuevas poblaciones, quedando de esta forma los territorios inscritos en el

sistema administrativo hispano. Al igual que lo acontecido en el Virreinato de Nueva

España, los adelantados se vieron enfrentados a regiones densamente ocupadas, con

centros poblados organizados, tanto en su morfología como en su estructura social, y

con una eficiente red vial que mantenía comunicados los diferentes asentamientos

incluidos en estos imperios prehispánicos.

Francisco Pizarro obtiene en 1529 en Toledo licencia por parte de la Corona

para conquistar esta región, bajo el título de Gobernador, Capitán General, Adelantado

y Alguacil Mayor del Perú.85 Una característica que condiciona la historia de estos

primeros años de ocupación hispana es la derivada de la gran riqueza existente, que

alimenta la codicia de los conquistadores, los cuales luchan por el reparto y

delimitación de las provincias. Esto genera dos bandos, encabezados por Francisco

Pizarro y Diego de Almagro, este último resentido por la región que se le asigna,

quedando como Adelantado de Nueva Toledo, lo que dejaba fuera la ciudad de Cuzco,

                                                            85 Con anterioridad, en 1524, había obtenido licencia de Pedrarias Dávila para explorar la región, junto con Diego de Almagro; tras una primera aproximación a la tierra de los inca se impone de primera fuente de la riqueza existente, razón por la cual viajará el año 1528 a España con la finalidad de obtener los títulos correspondientes para iniciar la conquista del Perú.

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capital del rico imperio inca.86 Esto genera una serie de luchas que derivan en una

guerra civil y la muerte de Almagro, a manos de Francisco Pizarro, quien quedaba, de

ese modo, como única autoridad del Perú. Paralelamente los incas estaban divididos en

dos bandos también, producto de la disputa entre Atahualpa y Huáscar, los hijos del

inca Huayna Capac, quienes tras la muerte de su padre se trenzan en una disputa por

la repartición que éste había efectuado del vasto imperio inca. Atahualpa, quien vence

a su hermano en 1531, será derrotado y asesinado por los hombres de Pizarro, en

Cajamarca en 1535.

Las primeras fundaciones en el Perú se llevan a cabo en 1531, y corresponden

a las ciudades de San José de Piura y Cajamarca, esta última levantada sobre las

ruinas del asentamiento prehispánico. Le siguen Trujillo (1533) y Jauja (1534). Este

mismo año se produce la toma de posesión por parte de los españoles del Cuzco,

capital del imperio inca. Su fundación también se efectúa sobre la ciudad existente,

como símbolo inequívoco de conquista y dominación. La ciudad del Cuzco, a pesar de

no tener la envergadura y población de la capital azteca (Tenochtitlán), tenía todas las

características de una capital imperial, centro del poder cívico y religioso.

“Cusco fue el centro de irradiación de la civilización inca. Como ocurrió entre los aztecas, ambos imperios y sus respectivas capitales tuvieron un desarrollo común y un destino común. Desde Cusco partió el experimento social y económico más completo que se haya intentado en América y el mejor programado de colonización y urbanización ensayado durante el periodo indígena de este continente.” (Hardoy 1999, p.393)

La ciudad del Cuzco se habría fundado en torno al 1200, bajo el gobierno de

Manco Cápac (Hardoy 1999) como centro del universo, y como tal sería el lugar de

residencia del inca. Durante unos dos siglos y medio no pasó de ser una modesta

aldea, hasta la intervención de Pachacuti, noveno inca, quien la habría renovado

completamente, adquiriendo el aspecto que tenía a la llegada de Pizarro y sus

hombres.87 Cuzco, de acuerdo a las descripciones, fue una ciudad ordenada en su

                                                            86 Almagro emprende viaje al sur, el año 1535, atraído por las noticias – falsas – de las riquezas minerales que encontraría en Chile. Para el trayecto de ida emplea la parte alta del camino real, atravesando los Andes a la altura del paso de San Francisco hacia la costa, una travesía terrorífica, que significó muchas bajas; el regreso realizan por el camino de la costa, fue igualmente desastroso, ya que suponía cruzar el desierto de Atacama, por su región más árida y deshabitada. 87 Hardoy (1999) afirma esto a partir de los relatos de Sarmiento de Gamboa y Juan de Betanzos, de finales del siglo XVI.

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forma urbana y punto central del imperio inca, de cuya plaza principal arrancaban los

cuatro caminos que vinculaban el vasto territorio comprendido por este imperio.

“Y en ninguna parte deste reino del Perú se halló forma de ciudad con noble ornamento si no fué este Cuzco, que (como muchas veces he dicho) era la cabeza del imperio de los ingas y su asiento real. Y sin esto, las más provincias de las Indias son poblaciones. Y si hay algunos pueblos, no tienen traza ni orden ni cosa política que se haya de loar; el Cuzco tuvo gran manera y calidad; debió ser fundada por gente de gran ser.” (Cieza de León 1945, p.242)

La ciudad hispana aprovecha no sólo el emplazamiento de la capital inca, sino

parte de su trazado cuadricular y la base de algunos de sus edificios. A pesar de la

intención inicial de instalar en Cuzco la capital del virreinato peruano, la ubicación no

era la más favorable, considerando que la principal vía de comunicación que emplearon

los conquistadores era la marítima. Cuzco era una ciudad de difícil acceso, a 3400

msnm, encumbrada en el valle del río Urubamba, región por lo demás desconocida

para los españoles. Por este motivo la capital del Virreinato se instala en la Ciudad de

los Reyes, Lima, fundada en 1535.

Además de estas ciudades, fundadas tempranamente por motivos estratégicos,

dentro del área de influencia de los pueblos que estudiamos, surgen poblaciones de

origen hispano, o se desarrollan asentamientos prehispánicos, asociadas a la

explotación minera. Desde el punto de vista morfológico estamos ante el tipo de

establecimientos que describíamos anteriormente, donde no se impone la regularidad

del trazado, sino más bien se privilegia una actividad económica por sobre la elección

de una localización y orden de parcelación. Bajo este criterio destacan el centro minero

de Potosí, o el puerto de Arica.

Siempre dentro de la provincia de Charcas surgen, además de Potosí,

importantes centros urbanos. Se trataba de una región relevante dentro del virreinato,

bastante poblada, que tenía jurisdicción sobre territorios de la parte alta de las

actuales naciones bolivianas, argentinas y chilenas, además de parte del Paraguay. La

capital de la provincia, y posterior sede de la Real Audiencia (1559) queda ubicada en

la ciudad de La Plata, fundada en 1539. Era conocida por la población aymara

originaria con el nombre de Chuquisaca; posteriormente pasará a llamarse Sucre. El

año 1548 se funda la ciudad de Nuestra Señora de La Paz, asentamiento que será

trasladado a su actual ubicación, donde existía un pueblo de indios aymara, inscrito en

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la ruta de Potosí al Pacífico, una de las más importantes y transitadas en la región

durante los siglos coloniales. (Brewer-Carías 2006)

En esta región del Collao tal como ocurre en las partes bajas de la cordillera

occidental andina, los asentamientos preexistentes sirven de base para la fundación de

los pueblos de indios, o bien para la densificación regional: en la parte alta, en torno al

lago Titicaca existía una gran concentración de población, razón por la cual se

intervienen parte de los pueblos existentes, y se fundan otros nuevos, bajo la figura de

pueblos de indios.

Los centros mineros por su parte – algunos de ellos ya conocidos por los grupos

prehispánicos – experimentarán un crecimiento explosivo durante la colonia a raíz del

cambio e intensidad en las formas de extracción, produciéndose conjuntamente un

traslado de grandes cantidades de obreros – mitayos – desde las más variadas

regiones. El caso regional más excepcional lo constituye el mineral de Potosí, cuya

actividad genera un área de influencia igualmente vasta. La reorganización social y

económica impuesta por los españoles se justifica en gran medida por este

descubrimiento y el del mineral de Huancavelica, ambos relacionados comercialmente

con el puerto de Arica, en la costa del Pacífico. En general, la reorganización territorial

del espacio andino durante la colonia está determinada por la minería y por las

divisiones administrativas impuestas, que también implican nuevas fundaciones y

desplazamientos de población. También influyen cambios en el sistema de tenencia de

la tierra, que pasa en gran parte a manos de los españoles, quedando los pueblos

indígenas con tierras marginales y en un régimen de tenencia desconocido en los

Andes.

Las regiones conquistadas quedaban sometidas a la nueva dominación con el

acto de fundación de ciudades, pero además se genera todo un mercado interior

regional, a partir de los pueblos existentes o la aparición de otros que funcionaban

como centros de servicio. Reginaldo de Liárraga en sus descripciones de la provincia

repara en la existencia de estos pueblos, habitados tanto por españoles como por

indígenas, atribuyendo al mineral de Potosí la densificación y dinamismo económico de

la zona:

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“Finalmente, todos los pueblos que se han poblado y que se pueblan de españoles en aquella provincia de los Charcas, podemos decir que Potosí los puebla, porque con la confianza de llevarle lo que tienen de labranza y crianza, anima a los españoles a meterse en las montañas de los Chiriguanas88, y fundar pueblos en valles calurosísimos, llenos de plagas referidas, y todo lo allana Potosí.” (Lizárraga 1908, p.229)

La gran cantidad de mineral que se produce en Potosí provoca una evolución

urbana particular: por una parte será elevada a categoría de villa por el rey Carlos V en

1545, a lo que le siguen el reordenamiento parcial en su trazado espontáneo, mediante

la implantación de la cuadrícula, impulsadas por el virrey Toledo para el área

residencial. Todo lo anterior promovió la aparición de un activo comercio, la

densificación y modernización temprana, lo que atrajo a la población hispana hacia

este apartado asentamiento andino.

“Las décadas de 1560 y 1570, esta última bajo el virreinato de Toledo, vieron alumbrar un importante proceso de transformación con la construcción de obras hidráulicas y de todo tipo de servicios que convirtieron la ciudad en una de las urbes más populares del momento. A finales del siglo XVI Potosí ofrece un plan urbano totalmente ordenado, al menos en el centro.” (Sanz Camañes 2004, pp.254-255)

En relación con este nuevo espacio que se configura a partir de las actividades

económicas y divisiones administrativas coloniales, Gundermann destaca tres medidas

impulsadas por el virrey Toledo, que a su juicio serán claves en la formación de este

espacio andino colonial, constituido por el entorno del mineral de Potosí. (Gundermann

2003) Por un lado la incorporación de adelantos tecnológicos que produjeron un

aumento significativo en la producción de Potosí; se requerían entonces más obreros.

En segundo lugar, la movilidad poblacional hacia el mineral se consigue con la

modificación en el tipo de tributo, “de uno de productos a otro de dinero”. Y

finalmente, la política de reducir a los indios en pueblos, con reasignaciones de tierras

productivas. Todas estas medidas surgidas en la década de 1570 tienen gran

implicancia en la organización territorial resultante. Son medidas fuertemente resistidas

                                                            88 Los Chiriguanas y sus costumbres son descritos con detalle por Lizárraga. Se trata de un grupo de indios que habitaron la región oriental de los Andes, hacia el sector amazónico, siendo la principal característica aludida es la práctica del canibalismo; por lo tanto habitar en su región suponía todo un desafío, compensado por la inagotable riqueza que provenía de Potosí, en opinión del autor.

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por la población nativa, que huía de la mita minera, y obligan a la modificación y ajuste

en formas de aplicación.89

Serulnikov, en la misma línea, reconoce la imposición de estructuras sociales,

religiosas y económicas foráneas en la región andina (doctrinas y cabildos indígenas),

que desconocen sus formas tradicionales de ocupación. Sin embargo afirma que

algunas de éstas se mantuvieron, por siglos, a pesar de los cambios producidos, lo que

confirma por una parte el fuerte arraigo de los pueblos prehispánicos con un medio y

su capacidad productiva, pero también la importancia de las relaciones sociales y el

sentido de pertenencia a una comunidad.

“Los modelos españoles de territorialidad se reflejaron principalmente en el funcionamiento de las doctrinas de indios. En cada uno de los pueblos de puna y valle de la provincia se creó un cabildo indígena inspirado en el gobierno municipal castellano, y un sistema de cargos religiosos vinculados al ciclo anual de fiestas católicas y al servicio de las iglesias y curas parroquiales. Puesto que estaban basados en la idea de residencia continua, las jurisdicciones eclesiásticas, a diferencia de los distritos administrativo-fiscales, raramente se adecuaron a los patrones sociales andinos…. En suma, pesa a la imposición de un modelo español de organización social como las doctrinas indígenas, la afiliación étnica, no el lugar de residencia, continuó estructurando los aspectos básicos de la vida social de la población indígena.” (Serulnikov 2006, p.27)

A mediados del siglo XVII se inicia el ocaso en la producción de Potosí. La baja

ley de los metales, la aparición de nuevos yacimientos que atraen la atención, y en el

siglo XVIII el impacto de la revolución de Tupac Amaru, postergan absolutamente el

protagonismo de este mineral. La población disminuye de unos 140.000 habitantes a

unos 25.000 a finales del siglo XVIII. (Sanz Camañez 2004, p.257)

La serie de sublevaciones que tendrán lugar en esta región andina durante el

siglo XVIII se explica en parte desde la pervivencia de patrones andinos entrecruzados

con la administración colonial. Tal como lo observan algunos autores (Gundermann

2003; Serulnikov 2006), la población de esta región no olvida sus afiliaciones étnicas,

la pertenencia a los ayllu, como base de su organización social, a pesar de las

adaptaciones al modelo colonial.

                                                            89 A causa de la movilidad poblacional, por ejemplo, surge la figura dentro del pueblo de indios del “forastero” el cual, a diferencia del “originario”, no era parte de la comunidad en la que habitaba, y tenía por lo tanto otra relación con el grupo y otros derechos sobre la tierra.

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La complejidad que significó la interacción entre las estructuras sociales andinas

y las castellanas, que implicaron movimientos migratorios, cambio en los procesos

productivos, en la tenencia y explotación de la tierra (tan diferente del original y

eficiente sistema andino), así como en las creencias y lealtades con las comunidades y

el Estado genera un clima de inestabilidad permanente, que estalla en el siglo XVIII,

en diferentes regiones de los Andes. La rebelión indígena de 1781 es un claro ejemplo

de esta situación.

A partir de las reformas borbónicas, durante el siglo XVIII, se genera una crisis

en la legitimidad política en los Andes, produciéndose tensiones entre los jefes étnicos

y las propias comunidades indígenas. Los primeros, se encontraban en la insostenible

posición de servir a la corona y a sus comunidades originarias, lo que ocasiona

profundas tensiones con la administración española, y un gran descontento y

desconfianza de las comunidades hacia el poder de sus jefes étnicos, que se veían

envueltos en constantes irregularidades. Esto llevará a la destitución de varios de ellos

(el caso Dionio Choque, destituido por los Chullapa, grupo étnico del norte de Potosí,

en 1747, es de los más conocidos). Además de no disponer de tierras, el pago de

tributos era irregular, no se correspondía con el empadronamiento de la población.

Muchos caciques fueron acusados durante este periodo, previo a la rebelión, de

apropiarse de las tasas tributarias de aquellos que no estaban empadronados.

Se cuestionará la legitimidad política de los cacicazgos, cuya permanencia tras

la conquista fue demandada en la medida que asegurarían la defensa de los derechos

de los campesinos andinos a usufructuar de las tierras comunitarias o de los regímenes

de reciprocidad y redistribución tradicionales. Cuando este aspecto fundamental se

cuestiona, coincidiendo con un periodo de aumento en la demanda agrícola y de

paradójica escasez entre las comunidades andinas por falta de tierras, se desmorona,

al menos regionalmente, todo el aparato administrativo montado y sostenido desde la

conquista.

“Puesto que los caciques cuestionados contaron con el firme respaldo de los corregidores, curas doctrineros y vecinos españoles y mestizos de la provincia, y puesto que la Audiencia de Charcas se convirtió en un actor fundamental de los enfrentamientos, fue el funcionamiento y el poder de las instituciones locales de gobierno lo que quedó en el centro de las disputas.” (Serulnikov 2006, pp.47-48)

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Los grupos andinos del norte de Potosí pedían que en temas relativos al cobro

de tributo se actuara reconociendo las ancestrales prácticas de los ayllus, esto es, la

exención de pago de tributo a los mitayos y a los pasantes de las fiestas religiosas que

surgen con el régimen colonial, pero que en última instancia están prestando un

servicio comunitario. Sus reclamos por lo tanto más que buscar eludir el pago de

tributos al estado, persigue conservar los principios de funcionamiento social que

conocían y aprobaban. Los grupos se rebelaron en general contra las irregularidades

que fueron surgiendo a lo largo de la administración colonial más que contra la

aparición de las normas. Las reformas borbónicas, por ejemplo, serán objetadas en la

medida que se aparten de estas prácticas sociales andinas y favorezcan el beneficio de

los cada vez más desprestigiados caciques o corregidores. La documentación

demuestra que existen diversos reclamos a la Audiencia de Charcas por malversaciones

en el uso de las tierras comunitarias.

La gran cantidad de reclamos de este tipo, así como el éxito alcanzado por las

comunidades andinas en una serie de demandas planteadas, manifiesta el grado de

equilibrio social alcanzado con los representantes del estado y sus instituciones.

Paralelamente, la evolución que experimentan las comunidades andinas en su

organización queda bien explicada en los antecedentes de la revolución de 1780-1781,

dando cuenta de variantes regionales que se caracterizaron en todo caso por las

irregularidades y pérdida de confianza entre los señores étnicos y las comunidades

locales.90

A partir de la revisión de las causas atribuidas a la insurrección andina de

finales del XVIII, y que admiten variadas lecturas, destaca la persistencia del sentido

comunitario de los diferentes grupos étnicos andinos, que en el caso de la estructura

territorial se caracteriza por el concepto de territorios abiertos y complementariedad de

recursos, que no puede sino explicarse desde una atávica relación con el medio.

                                                            90 Estas últimas, como explica Serulnikov (2006) para el caso particular de la región cuzqueña, viven un proceso de reafirmación de sus valores culturales y políticos, lo que sitúa a las elites originarias y criollas en un mismo nivel, gracias al acertado manejo de las explotaciones agrícolas y mineras.

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3.6.1 Los efectos de la urbanización en la vertiente occidental.

El área de influencia del mineral de Potosí es, por sus proporciones, bastante

extenso91; el puerto de Arica será el enclave elegido para el tráfico de mercadería,

hasta la creación del Virreinato de la Plata, en 1776. Esto define un “ruta de la plata”

que vincula el mineral de Potosí, atravesando la puna hasta llegar al puerto de Arica.

“La fundación de Arica obedeció a fines mercantiles y mineros que no admitían las dilaciones de un complicado ceremonial. El virrey don Francisco de Toledo durante el plazo de sus visitas a las provincias del Alto Perú realizada en 1527, enterado de los inconvenientes que presentaba para la conducción de los azogues de S.M. de Huancavelica a los asientos mineros de Potosí y Porco por la acostumbrada ruta de Chule (caleta habilitada al Sur del actual puerto de Mollendo, que ya por aquellos años se veía a medio cegar por efecto de las arrastres del río de Tambo), ordenó que se buscase puerto de mejor acomodo en la costa situada al Sur. Es el caso que los azogues extraídos de las minas de Huancavelica eran transportados de primera intención a Chincha y de allí, por mar, a la caleta ya mencionada de Chule, para ser internados a Arequipa y de allí sucesivamente a Chucuito y Potosí, a lo largo de rutas dilatadas, difíciles y dispendiosas. ” (Cúneo Vidal 1977, vol. 5, pp.101-102)

Lizárraga por su parte entrega una interesante y temprana descripción de la

ruta de la plata, enfatizando lo dificultoso del trayecto por las condiciones climáticas,

geográficas y por la falta de agua o refugios. Estas condiciones eras padecidas tanto

por los hombres como por los animales de carga – “carneros de la tierra”, las llamas

andinas, y recuas de mula – que servían por una parte para el traslado del mineral a

puerto, y para el abastecimiento de todo tipo de especies requeridas en los centros

poblados de la ruta, todos los cuales se servían de Arica como puerto.

“Media legua de Porco, sobre mano derecha, pasa el camino Real de Potosí a Arica, que son cien leguas tiradas (…) muy llanas, muy frías y de algunos arenales no muy pesados para caballos, empero para carneros de la tierra, cuando van cargados, son lo mucho, y para las recuas de mulas, por lo cual las recuas de carneros que llevan el azogue a Potosí desde Arica, y las mercaderías, lo que llamamos balumen, vino, hierro, jabón, etc., a las nueve del día han de tener su

                                                            91 Es interesante la descripción de la envergadura de este mineral que hace Lizárraga, en la que nos transmite su fascinación y orgullo como español, de la riqueza emanada del llamado Cerro Rico de Potosí: “Quien no ha visto a Potosí no ha visto las Indias. Es la riqueza del mundo, terror del Turco, freno de los enemigos de la fe y del nombre de los españoles, asombro de los herejes, silencio de las bárbaras naciones. Todos estos epítetos le convienen. Con la riqueza que ha salido de Potosí Italia, Francia, Flandes y Alemania son ricas, y hasta Turco tiene en su tesoro barras de Potosí, y teme al señor desde cerro, en cuyos reinos corre aquella moneda.” (Lizárraga 1908, p.222)

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jornada hecha, que es de tres leguas, comenzando a caminar a las tres antes que amanesca, y aun antes, porque en la Sierra, con ser en parte inhabitable por el mucho frío, y lo más deste camino lo es, desde las nueve del día hasta las cuatro de la tarde son los calores del sol muy crecidos, tanto y más abrazan en los Llanos y valles calientes; es muy trabajoso este camino por la destemplanza del frío, y no haber en tres o cuatro jornadas tambos donde allegarse, sino unos paredones mal puestos; e ya que comenzamos a abajar para Arica lo es mucho, porque veinte leguas que hay desde donde se comienza a bajar por una quebrada abajo, llamada de Conteras, en quince leguas no hay una gota de agua; aquí es donde los carneros de la tierra, de carga, corren riesgo y se quedan muchos muertos, y en echándose el carnero en esta quebrada, no hay sino descargarle y dejarle; alí se muere de hambre y sed...” (Lizárraga 1946, p.241)

El lugar donde se ubica el puerto de Arica correspondió a un emplazamiento

prehispánico, estrechamente vinculado con la región del Titicaca, en la estructura de

complementariedad ecológica que se explicó.92 Por lo tanto existían antecedentes de

comunicación entre la parte alta y la costa, de larga tradición prehispánica. Estas rutas

fueron aprovechadas por los españoles, especialmente por tratarse de vías de

comunicación conocidas por los nativos, los mismos que participaban de las tareas de

extracción minera. Arica presentaba además la ventaja de disponer de suelos

cultivables en medio de un árido desierto, en los fértiles valles de Lluta y Azapa. A

pesar de ello el agua para el consumo humano era escasa y la población española

renegaba de establecerse en ella; la carencia de este recurso básico produjo asimismo

serias epidemias (malaria, fundamentalmente) lo que contribuyó con el lento desarrollo

de Arica como un centro urbano. A la falta de agua se sumaba la ocurrencia de

terremotos – varios de ellos acompañados de salidas de mar – que destruían las

instalaciones; también fueron habituales los ataques de corsarios.93 En este sentido la

vecina ciudad de Tacna fue lugar de residencia preferido, quedando Arica relegada

fundamentalmente a la actividad portuaria.94

                                                            92 La localidad de Arica fue una “marca” de la región alta andina, como queda explicado desde la estructuración territorial del pueblo aymara. 93 Los terremotos de los que se tiene noticia son los siguientes: en el siglo XVII, en 1600, con salida de mar y erupción volcánica del Huayna Putina, situado al norte de Moquegua; 1604, con maremoto; 1615, terremoto; 1681, terremoto. En el siglo XVIII, 1784, terremoto. En el siglo XIX, los terremotos de1810, 1831,1833, y los terremotos acompañados de salida de mar, de los años 1868 y 1877. En relación con los ataques de piratas y corsarios, en el siglo XVI sufre los ataques de Drake – tras su paso por Valparaíso – Cavendish, en 1587; Spilbergen, 1615; Watling, 1681; Dampier, 1703 y Clipperton, 1721. (Wormald Cruz 1972a) 94 Wormald Cruz (1972a) ilustra con una serie de citas de los siglos XVI al XIX la opinión que producía la ciudad por su retraso y sus malas condiciones sanitarias. Simón Pérez de la Torre dice en 1599 que Arica “es la tierra más enferma de los llanos”; Agustín de Torres, en 1611, “por vivir en Arica cualquier hombre honrado merece mucho premio, por las continuas enfermedades y riesgo de vida”; Fray Ambrosio Maldonado, en 1613, informa al virrey “la villa de San Marcos de Arica que ya es ciudad, está

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Con la declinación de la actividad minera de Potosí a finales del siglo XVII, y la

creación del Virreinato de la Plata (1776) queda definida una nueva ruta, a través de

los puertos del Río de la Plata, sufriendo la ciudad de Arica una fuerte crisis económica,

baja demográfica, de la que no se repondrá hasta principios del siglo XX, con la

construcción del ferrocarril Arica – La Paz (1914) hecho que vuelve a promover la

conectividad regional histórica, esto es, con la región altoandina.

Siendo Arica, a pesar de las dificultades que presentaba, el principal centro

comercial regional durante la Colonia, su abastecimiento dependía en gran medida de

los recursos aportados por los pueblos ubicados en los valles, la mayor parte de ellos

correspondientes a asentamientos prehispánicos. Esas relaciones de dependencia y

complementariedad – que se extendían hasta la puna – se mantuvieron durante estos

siglos, sobreponiéndose a los cambios que se producían por el incremento en la

actividad minera, la aparición de la encomienda y las divisiones administrativas y

eclesiásticas surgidas durante la colonia. Fue la minería, como ha quedado

demostrado, una de las actividades económicas que influyó hasta el siglo XX – con el

ciclo salitrero – de manera decisiva en la organización social, económica y territorial de

esta región, siempre de la mano de agentes foráneos.

En lo relativo a la población rural presente en la región ésta estaba compuesta,

como hemos precisado en el Capítulo 1, por una serie de señoríos aymara y porciones

quechua, con relaciones de larga tradición entre sí, en especial para el caso de la etnia

aymara. Recordemos que se ha ubicado en la región de Arica y Tarapacá señoríos

caranga, lupacas y pacajes, todos ellos en un espacio geográfico-cultural que abarca

desde la región del lago Titicaca a los valles del Pacífico. Lo que sucede a partir del

momento de la conquista afectará las relaciones internas, en especial a partir de los

límites trazados y la población cautiva en estos nuevos espacios coloniales.

Gundermann (2003), en el seguimiento de la desestructuración territorial de

esta región, reconoce tres momentos en la “implantación de una nueva territorialidad”.

                                                                                                                                                                              poblada a orillas del mar en esta costa. … Es lugar enfermísimo pero bien abastecido de pan, vino y carne…”; en 1793 el virrey del Perú, don Francisco de Torrealba y Lemos y el intendente de Arequipa, don Antonio Alvarez y Jiménez proponen “el traslado de la ciudad a la pampa que llaman del Astillero, distante un cuarto de legua”. Finalmente, a mediados del siglo XIX Congreso peruano propone el traslado de Arica al valle de Azapa. “Impresionado por el maremoto de 1868, que junto con el temblor que lo precedió arruinaron la ciudad”. Esto último no llega a concretarse.

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El primero de ellos (1540-1565), previo a las reformas de Toledo, “anterior a la

formación del corregimiento [de Arica],..., en el que la situación que se crea está

definida por el régimen y el funcionamiento de la encomienda en la zona. ... En este

lapso se asiste al inicio de la crisis del sistema de verticalidad económica lupaca, pacaje

y caranga...”. (Gundermann 2003, p.104) El segundo momento lo sitúa en un lapso de

tiempo a partir de 1565 y la segunda década del siglo XVII, cuando las fronteras del

Corregimiento de Arica son un hecho, y arrastran la separación de estos grupos

aymara. “Ahora se crea un nuevo tipo de territorialidad continua, delimitada,

estructurada en niveles jerárquicos y sujeta a un sistema de autoridades con una

evidente impronta peninsular.”(Gundermann 2003, p.105) Finalmente, se estaría ante

la “consolidación de un espacio social definido por relaciones coloniales.” (Gundermann

2003, p.105)

A partir de este momento figuras hispanas, como el sistema de propiedad de la

tierra se imponen sobre las precolombinas, junto con la instalación más masiva de

población española, tanto en la región de Arica como en la de Tarapacá, vinculada esta

última especialmente a la industria minera. Lo anterior genera una dinámica comercial

nueva en la región altoandina, que demandaba de una producción agrícola importante,

situada en los valles bajos; la enajenación de tierras indígenas por lo tanto no tarda en

ocurrir. Esta sería una de las razones más poderosas que esgrime el autor para

justificar el repliegue de estas etnias aymara a los sectores altos de los Andes: el

abandono de sus “colonias” de valles del Pacífico y la fuerte presencia hispana en una

franja que abarcaba hasta los 2000 msnm.

La población aymara, por tanto, habría quedado localizada en las partes altas,

en zonas ganaderas, donde, como veremos, algunos de los pueblos durante los siglos

anteriores, habrían estado sujetos a la política de reducciones impuesta por Toledo. La

documentación revisada por Hidalgo (2004), Villalobos (1999) y Gundermann (2003),

refiere al estratégico avance español sobre las tierras indígenas, durante el siglo XVIII,

con la finalidad de favorecerse de su explotación; específicamente reconocen el valle

de Codpa y la parte baja de la quebrada de Tarapacá como las zonas de penetración e

instalación de enclaves que apoyaban la agricultura (valle de Codpa) y la industria

minera vecina a Tarapacá, con la reapertura del mineral de Huantajaya. Estamos ante

conceptos de valor del espacio completamente diferentes;

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“El indígena es un espacio defensivo de reproducción de fuerza de trabajo y de generación de excedentes exaccionables por el Estado y el sector mercantil privado. El hacendal, por el contrario, es un espacio de producción mercantil y con tendencias expansivas que requiere de fuerza de trabajo sustraída o proveniente de las comunidades.” (Gundermann 2003, p.114)

Es un hecho que todas las transformaciones acaecidas durante los siglos

coloniales en esta región, desde la asignación de encomiendas, la definición de

territorios cerrados bajo figura de Corregimientos, Provincias, etc…; la enajenación de

tierras indígenas y el cambio en el sistema productivo agrario; las reducciones de la

población originaria, desplazada en la mayoría de los casos de sus lugares de origen,

repercuten en la organización social y económica, desarticulando los grupos étnicos

locales. Todos estos cambios, como vemos, refieren directa o indirectamente a la

relación de los grupos con la tierra y el régimen de tenencia. Uno de los patrones de

ocupación más afectados con esta nueva organización es, sin duda, la verticalidad y

con ello la pérdida de movilidad por parte de los grupos étnicos.

Por tanto, además de la pertenencia a un área de influencia definida por la

explotación minera, las relaciones internas que tienen lugar, y que definen cambios en

la estructuración del territorio están vinculadas con las formas de explotación de los

recursos agrícolas, concentrados en los escasos suelos fértiles. Por una parte la

población hispana que se apropia de las zonas bajas de los valles (Azapa, Lluta,

Tarapacá) y por otra parte la economía agraria que se sustenta a una escala más

pequeña, y más dispersa, en torno a las reducciones surgidas – desde pueblos

prehispánicos o no – a partir del siglo XVI, a pesar de los fracasos en su aplicación.95

Centrándonos en el microespacio regional que analizamos, un hecho relevante

en la comprensión de estos cambios en la organización territorial prehispánica es que

parte de estos pueblos, los de la vertiente occidental (tomando como centro la región

circumtiticaca), quedan eximidos de la mita de Potosí. Si bien no quedan fuera del

sistema económico y área de influencia del mineral, este hecho explica la persistencia

de relaciones comunitarias y conectividades de larga tradición en los Andes.

                                                            95 El modelo de las reducciones toledanas se topa en esta región con la dificultad de la escasez de recursos y la fuerza de las organizaciones sociales, lo que impedía una concentración efectiva de población en asentamientos mayores. El tema se explica en detalle a continuación. Lo anterior, sin embargo, no impidió la desintegración territorial por parte de los grupos aymara y quechua.

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“En el periodo colonial estos pueblos96 fueron exceptuados de la mita de Potosí, pero conservaron las viejas rutas de tráfico que articulaban la economía virreinal, participando de este modo del circuito de comunicaciones macroandinas.” (Hidalgo 2004, p.269)

Esta situación habría “beneficiado” a los pueblos, hoy fronterizos, como Ancuta,

Cosapilla, Guacollo, Nasahuento, Caquena, Parinacota, Guallatiri, Mulluri, todos ellos

ubicados en la puna andina; son todos pequeños asentamientos, habitados por

población de origen ayama en su mayoría. Más al sur, siempre en la puna, se ubican

los pueblos de Enquelga, Arabilla, Isluga, Cariquima, Collacagua, Cancosa, en la misma

condición de los primeros. Sostener que dichos asentamientos pudieron quedar al

margen de la mita de Potosí no los exime, no obstante de tomar parte en las

particiones administrativas o eclesiásticas coloniales; todos los pueblos enumerados

cuentan, a pesar de su reducido tamaño y precaria estructura urbana, con templos

más o menos complejos.

En el caso de la precordillera, donde se sostiene que habría existido mayor

penetración de la población hispana, es posible identificar ciertas unidades que reúnen

una serie de asentamientos que dan cuenta de la componente indígena, ya sea en sus

formas arquitectónicas o en sus actividades económicas. Al interior del puerto de Arica

encontramos los pueblos de Codpa, con sus vecinos, Guañacagua, Chitita, Timar; más

al norte, Belén, Pachama, Tignamar; al interior del valle de Azapa, Socoroma y Putre.

Más al sur, los asentamientos precordilleranos se concentran en torno a la quebrada de

Camiña o Tarapacá. En esta última se ubican los pueblos de Tarapacá, Pachica, Mocha,

Guaviña, Sibaya, Chusmiza, entre otros. Más al sur encontramos el pueblo de Pica y

Matilla. La presencia de población hispana establecida en todos los casos aparece más

documentada en los asentamientos más bajos de estos oasis o quebradas (Tarapacá,

Pica, Matilla, Codpa).

Finalmente, podemos señalar que frente a la aparición de formas de

organización (política, territorial, económica) en la región durante la Colonia, se inicia

la desarticulación de la estructura de territorios abiertos, multiétnicos, del modo como

se venían sosteniendo por siglos en los Andes. La definición de los límites del

Corregimiento de Arica, que divide una región antes continua, y la importante

apropiación por parte de los españoles de tierras (haciendas) en las regiones más

                                                            96 El autor (Hidalgo 2004) se refiere a los pueblos de las regiones de Arica, Tarapacá y Atacama.

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bajas de los valles, reorienta las relaciones internas regionales. En la parte alta, si bien

no queda interrumpida, si se verá alterada la movilidad de señoríos como los caranga o

pacajes que, de acuerdo a las investigaciones etnológicas, habitaron en su modalidad

de dispersión esta región en continuidad.

La documentación revisada especialmente por Hidalgo (2004) y Villalobos

(1999) da cuenta de presencia indígena en estas zonas bajas en un porcentaje no

mayor al 40% a partir del siglo XVII. Del mismo modo se confirma la permanencia de

la población originaria en las regiones altas de los valles o quebradas, y

fundamentalmente en la región de la puna. La zona, por tanto, no estuvo exenta de la

aplicación de todas las normas e instrucciones, muchas de las cuales, al igual que

sucedió en múltiples contextos culturales americanos, hubo que ajustarlas a la realidad

en que se materializaron.97

                                                            97 El reducido tamaño de los pueblos, que ya hemos observado, así como de la dispersión y difícil accesibilidad que presentan es un aspecto que da cuenta de una condición específica cultural: “Puede advertirse el pequeño tamaño de estos pueblos si se lo compara con otras regiones andinas septentrionales. La dispersión y lo exiguo de los recursos productivos de que dispone esta geografía desértica explican las modestas cifras de población presentes en un territorio tan amplio.” (Gundermann 2003, p.127)

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4. Pueblos de Indios

“Y porque soy informado que en la dicha provincia de Chucuito hay muchos pueblos si os pareciere que para que los dichos indios sean mejor doctrinados y enseñados en las cosas de nuestra Santa Fe Católica y vivan en pulicía conviene reducirlos a pueblos daréis la traza y el orden que en ello sea de tener según y de la manera que os pareciere que convienen mirando la calidad y temple del lugar donde se ovieron de reducir que sea bueno y que tenga agua tierras y pastos y montes…” (Diez de San Miguel 1964, p.11)

4.1 Generalidades.

El interés que en el último tiempo han suscitado los pueblos de indios, como un

tipo de agrupación dentro de la historia urbana de Hispanoamérica, se debe por una

parte a la importancia que tuvieron en el desarrollo y consolidación de la ocupación

territorial del continente, y por otra por la variedad de respuestas morfológicas

obtenidas, dispersas en variados paisajes y culturas a lo largo y ancho del continente

americano.

A pesar de que la fundación de ciudades y pueblos de indios fueron

operaciones simultáneas, no se encuentra suficientemente documentado – ni

investigado – todo el proceso que constituyó la urbanización de la población indígena.

La estrecha relación entre las ciudades para españoles y los pueblos de indios es un

hecho, considerando que la existencia de población nativa se evaluaba positivamente a

la hora de escoger un lugar para el establecimiento de nuevas fundaciones, como

queda demostrado con la revisión de Instrucciones, Cédulas y normativa general que

instruían respecto de este punto. Por lo tanto el carácter mestizo de este proceso se

manifiesta también en los tipos de asentamientos surgidos.

El sentido de concentrar a la población obedece a diversas motivaciones: si bien

desde las instrucciones y demás documentos oficiales se insiste en la misión

evangelizadora de la conquista de América como aspecto central,98 la integración de

esta numerosa población al sistema administrativo y tributario hispano no tardó en ser

                                                            98 “Sabed que la mas principal y derecha intención con que Nos movemos a enviar, y enviamos, nuestras gentes a descubrir y pacificar y poblar esas tierras es para que los indios y gentes de ellas sean convertidos en nuestra santa fe católica.” Real Cédula al Gobernador de Tierra Firme para que se instalen poblaciones de españoles en tierras cercanas a los indios. Toledo, 19 de mayo de 1525. (Solano 1996, p.86)

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un hecho. A partir del momento en que se tiene noticia de la presencia de población

nativa, de sus características culturales y formas de agrupación, se van precisando las

instrucciones tendientes a controlarlos e integrarlos a la vida urbana. La región

caribeña planteó la dificultad de poseer una población poco habituada a la vida en

comunidad, que no se encontraba sujeta a una organización política, por lo tanto

fracasan los intentos de someterla a este sistema. Se trataba además, en el contexto

general de los pueblos que existían en América, de grupos menos evolucionados. No

sucederá lo mismo cuando los conquistadores se vean enfrentados a las culturas

aztecas, maya, inca, que poseían una tradición de gobierno y organización bastante

evolucionada y compleja. En estos casos existían asentamientos de diverso tamaño,

además de los centros políticos y religiosos locales, redes de comunicación, todo lo

cual planteaba la necesidad de una estrategia diferente frente a la población indígena.

Tanto para el caso de la región central de México como para la región andina –

zonas ambas densamente pobladas, y parte de los imperios azteca e inca

respectivamente – la población era fundamentalmente rural, y estaba compuesta por

diferentes etnias; los grupos se organizaban en comunidades (calpolli, en el caso

azteca, y ayllu en el caso inca), con sus jefes étnicos (tlatoani y curaca). A estas

complejas estructuras sociales y territoriales tuvo que hacer frente el nuevo sistema,

planteándose como una dificultad la dispersión en que habitaba la población local.

En la recopilación de Normas y Leyes que realiza Francisco de Solano

encontramos diversas disposiciones que se pronuncian en relación con el tratamiento

hacia la población indígena, con miras a integrarla al proceso de la conquista; por

ejemplo, respecto de la conveniencia de concentrar a una población de indios dispersa:

“Primeramente, porque somos informados que por lo que cumple a la salvación de las ánimas de los dichos indios en la concentración de las gentes que allá están, es necesario que los indios se repartan en pueblos en que vivan juntamente. Y que los unos no estén ni anden apartados de los otros por montes, y que tengan alli cada uno de ellos casa habitada con su mujer e hijos y heredades, en que labren y siembren y críen sus ganados. Y que en casa pueblo de los que se hicieren haya iglesia y capellán que tenga cargo de los doctrinar y enseñar nuestra santa fe católica.” 99.

                                                            99 Instrucción al comendador Nicolás de Ovando, Gobernador de las Islas y Tierra Firme, sobre el modo y manera de concentrar en pueblos a la población indígena dispersa. Alcalá de Henares, 20 de marzo y Zaragoza, 29 de marzo, 1503. (Solano 1996, p.24).

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Más adelante encontramos instrucciones referidas a regiones específicas, como

Michoacán; “Y por cuanto somos informados que la provincia de Michoacán, que es en

la Nueva España de las nuestras Indias del Mar Océano, es tierra fértil y abundosa de

mantenimientos y otras cosas, y que no tienen otra falta sino de policía y juntarse los

naturales de ella en pueblos donde la puedan tener – porque diz que andan muy

derramados por los campos, sin tener conversación los unos con los otros. Ahora

hemos mandado que los dichos indios que viven fuera de poblado se junten en un

pueblo, porque a causa de así estar apartados no pueden ser bien instruidos en las

cosas de nuestra santa fe católica, de que Dios nuestro señor es deservido.”100 O la

Real Cédula de 1538 referida a la región de Guatemala; “Yo he sido informada que

para que los indios de esa provincia puedan ser instruidos en las cosas de nuestra

santa fe convenía juntarse, porque dizque esa provincia es la mayor parte de ella sierra

muy áspera y fragosa y que está una casa de otra muy distancia, a cuya causa si no se

juntan los dichos indios no pueden ser doctrinados.” 101

El tema de la urbanización de la población nativa fue, por lo tanto, uno de los

aspectos en los que se pone especial énfasis, quedando integrado dentro de las

temáticas que mediante instrucciones formales y oficiales se aplican en toda América.

Es así como las Nuevas Ordenanzas de Descubrimiento, Población y Pacificación de las

Indias (1573), en su calidad de texto que recoge la experiencia de varias décadas de

presencia de los conquistadores en suelo americano, se refieren en extenso a la

población originaria (en su apartado “Comportamiento con los aborígenes.

Pacificaciones”), volviendo sobre el tema de la concentración de ellos como medio

efectivo para convertirlos a la fe católica, pero también para integrarlos al sistema

administrativo como tributarios del Rey.

“A los indios que se redujeran a nuestra obediencia y se repartieren se les persuada que en conocimiento del señorío y jurisdicción universal que tenemos sobre las Indias nos acudan con tributos en moderada cantidad de los frutos de la tierra segun y como se dispone en el título de los tributos que de esto trata. Y los tributos que así nos dieren queremos que los lleven los españoles a quienes se encomendaren, porque cumplan con las cargas que están obligados, reservando para Nos los pueblos cabeceras y los puertos de mar, y los que se repartieren cantidad que fuere menester para pagar los salarios a los

                                                            100 Carta Regia ordenando la formación de un núcleo urbano, con rango de ciudad y nominación de Michoacán, con los indios dispersos en la zona. Palencia, 28 septiembre. 1534. (Solano 1996, p.109). 101 Real Cédula al gobernador y al obispo de Guatemala ordenando la concentración en pueblos de la población indígena dispersa. Valladolid, 26 de febrero. 1538. (Solano 1996, p.127).

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que han de gobernar la tierra, y defenderla y administrar nuestra hacienda.” (Solano 1996, p.218)

La población indígena constituía de esta forma uno de los grandes valores del

territorio descubierto, y tanto los conquistadores como los encomenderos lo sabían y

explotaban. En la práctica, la figura de la encomienda se refieren más bien a indios

que a cantidad de tierras, y los encomenderos no podían hacer gran cosa en unas

posesiones asignadas, que les eran en ocasiones completamente desconocidas, sin un

contingente de nativos, conocedores del territorio y sus recursos. Los mismos se

convirtieron en tributarios de este nuevo estado y en fieles del nuevo credo. Los

misioneros, por sobre el clero secular, tuvieron un papel destacado en este proceso de

reducción, ya que con frecuencia eran las diferentes órdenes religiosas las que

quedaban a cargo de las misiones. A estos religiosos iban dirigidas las

recomendaciones expresas en las citadas Ordenanzas de Descubrimiento y Nueva

Población de 1573, tendientes a orientar respecto de cómo aproximarse a la población,

sin presiones excesivas.102

El papel jugado por los misioneros en el proceso de reducción y evangelización

en general de la población nativa se pone de manifiesto asimismo en las características

morfológicas de los poblados, por la importancia que se le asigna a los espacios

religiosos. Para el caso de las nuevas poblaciones, los solares destinados a los

conventos y templos son más relevantes que los destinados al poder civil. Lo mismo

ocurre con la calidad y características arquitectónicas de los edificios. (Morales

Folgueras 2001)

Desde el punto de vista formal, el pueblo de indios debía procurar que sus

habitantes vivieran en “orden”, y esto se relacionaba con la forma urbana y la

estructura administrativa, que replicaban el modelo de la república de españoles. Una                                                             102 A partir de estas recomendaciones, y basado en un conocimiento más acabado de las características de la población residente, se sugiere esta actitud más moderada en el acercamiento para el adoctrinamiento. La persistencia de ciertas formas de los ritos prehispánicas en los ritos cristianos andinos, o en sus formas decorativas, pueden ser interpretadas, en parte, como efectos de estas medidas. “Habiendo asentado paz y alianza con ellos y sus repúblicas, procuren que se junten y los predicadores, con la mayor solemnidad que pudieren y con mucha caridad, les comiencen a persuadir quien entender las cosas de la santa fe católica, y se las comiencen a enseñar con mucha prudencia y discreción, por el orden dicho en el libro primero, en el título de la santa fe católica, usando los medios mas suaves que pudieren para aficionarlos a que las quieran deprender: para lo cual no comenzarán reprimiéndoles sus vicios e idolatrías, ni quitándoles las mujeres, ni sus ídolos, porque no se escandalicen, ni tomen enemistad con la doctrina cristiana, sino enséñenla primero y después que estén instruidos en ella los persuadan a que por su propia voluntad dejen aquello que es contrario a nuestra santa fe católica y doctrina evangélica.” Ordenanzas de Descubrimiento y Población, Artículo 141. (Solano 1996, p.216).

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innovación incorporada, para facilitar su puesta en práctica, consistió en dar

continuidad a las autoridades étnicas existentes, a pesar de que se instaló un cabildo

indígena, un alcalde, que tomaba parte en los temas relativos a la justicia y al

repartimiento de los indios para las diversas tareas. La imposición de estas autoridades

fue un proceso complicado en cuanto se confundían las funciones con las propias de

los señores étnicos (caciques o curacas). Las formas de organización no se

correspondían por lo general con la compleja estructura social de algunos grupos,

como muchos de los pueblos andinos, donde el curaca tiene parte en los procesos de

reciprocidad y redistribución sobre los cuales se basa la organización comunitaria. Se

dieron, no obstante, casos de persistencias en las estructuras sociales, consentidas en

parte, y que dan cuenta de la fuerza de determinadas instituciones sociales

prehispánicas. El caso de las agrupaciones norpotosinas ilustra este proceso;

“Al quedar a cargo de la recaudación fiscal y la movilización de la fuerza de trabajo de poblaciones dispersas en punas y valles distantes, los jefes indígenas en diferentes niveles de la organización social (ayllu, parcialidad o grupos étnicos) conservaron un rol primordial en la asignación de tierras y la administración de recursos comunales así como la preservación de los mecanismos de complementariedad ecológica. Es indudable que esta correspondencia entre estructuras administrativas y estructuras sociales fue un factor decisivo en la extraordinaria capacidad de supervivencia histórica de los grupos norpotosinos.” (Serulnikov 2006, pp.25-26)

Esto demuestra la dificultad que significaba poner en práctica el llamado a

reducir a las comunidades indígenas, y explica la fuerte resistencia que existió de parte

de la población de abandonar sus lugares de residencia, para pasar a formar parte de

otro sistema completamente nuevo. Los cambios en la concepción del territorio fueron

de los más drásticos, si consideramos que se agrupaban pueblos pertenecientes a

diferentes etnias, con tradiciones culturales disímiles, bajo la excusa de que vivían

dispersos y sin orden, en lugares de aparente difícil accesibilidad.

Esta dependencia de la ciudad para españoles y los pueblos de indios lleva a la

instalación de barrios para indios, en la periferia de las mismas ciudades, o pueblos,

aledaños. Los abusos cometidos y lo que fue calificado como “malos ejemplos” de

parte de los españoles, y que atentaban contra el adoctrinamiento de los indios,

conduce a la separación de ambos grupos, e incluso la prohibición de ingreso de

españoles en los pueblos de indios.

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Finalmente, esta institución – utópica en su concepción – irá adoptando

diferentes matices dependiendo de las regiones y las culturas en las que se emplazan;

del mismo modo se irán controlando por parte de la autoridades (Consejo de Indias)

irregularidades tales como la usurpación de tierras a los indígenas, o arrendamientos

no autorizados, mediante cédulas y demás instrumentos.103 Pero es importante dejar

en claro que desde los primeros años existió la intención incluir al indígena en la

urbanización del continente, como una forma de integrarlo al nuevo sistema, y de este

modo también dejarlo inscrito en la organización territorial que se comienza a perfilar

desde la conquista. Sin embargo los intentos llevados a cabo en la región caribeña

toparon con ciertas dificultades para su materialización; por una parte se producirá una

caída demográfica importante que desequilibra la estructura poblacional y de

ocupación; por otro lado se trataba de grupos que no tenían ninguna tradición de vida

en comunidad o agrupación, a diferencia de las culturas algo más evolucionadas en

este sentido, que habitaban la América continental.104

Las mismas políticas que se adoptan a lo largo de los siglos coloniales para las

nuevas poblaciones (avance sobre territorios no explorados, consolidación de regiones

ya conquistadas, consolidación de las fronteras...) se hacen extensivas a los pueblos de

indios, con sus variantes regionales. Las concentraciones de población autóctona

servirán tanto a la vida urbana en gestación como a la serie de nuevas actividades

económicas surgidas: minería, ganadería, agricultura. Los centros poblados serán en

ocasiones la base para la fundación de pueblos de indios, ya sea empleando el mismo

emplazamiento, o bien interviniendo los poblados prehispánicos. Una vez más, las

variantes del modelo oficial son reiteradas.

Un caso que merece mención, por lo interesante de las respuestas generadas

en el continente, lo constituyen las misiones que funda la Compañía de Jesús en

América. Siendo las más reconocidas las de la región guaraní, lo cierto es que en todos

los casos constituyen ejemplos de singular interés, en los cuales se plasma un modelo

doctrinario, que considera condiciones culturales locales. En el caso de la isla de

                                                            103 Dentro de la abundante normativa Solano (1996) destaca la “Real Instrucción ordenando nuevas disposiciones sobre mercedes, ventas y composiciones de bienes realengos, sitios y baldíos”. San Lorenzo de El Escorial, 15 de octubre de 1754. (Solano 1996, p.341) 104 Por este motivo el interés por investigar los pueblos de indios surge asociado a la etnohistoria y a temas poblaciones, para derivar más adelante en otros aspectos, como la morfología. (Gutiérrez 1993c)

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Chiloé, sucede algo similar con la instauración de la misión circulante, adaptada a las

características geográficas del archipiélago.105

Si bien, en palabras de los mismos autores jesuitas, el modelo de reducciones

que bajo el gobierno del virrey Toledo se aplica para el Virreinato del Perú no se

ajusta al modelo oficial, existe alguna influencia sobre las misiones jesuitas,

produciéndose una retroalimentación pasados unos años de instalación de ambos

modelos106. Aspectos como el trazado, o la elección del lugar para su emplazamiento,

obedecen a lógicas comunes. En general la experiencia adquirida por las órdenes

mendicantes en regiones del virreinato peruano o en la Nueva España (Tlatelolco,

Veracruz) sirven de antecedente para los jesuitas.

Las investigaciones han planteado que la aproximación a la comprensión de los

pueblos de indios se ha realizado con criterios más bien generalistas, tendiendo a

presentarlos solamente como una prolongación de la ciudad hispanoamericana, en

circunstancia que, tal como ilustra el caso de las reducciones guaraníes, la variedad de

respuestas es uno de sus principales valores. En relación con lo anterior, la

componente indígena como aspecto cultural que persiste, se vislumbra como una de

las cuestiones más significativas, relacionado directamente con las formas construidas,

tal como destacan algunos autores como Ramón Gutiérrez. A lo anterior se suma el

hecho de que en muchos casos no se trató de pueblos ex novo, sino de actuaciones

sobre los ya existentes.

“Sobre una realidad física concreta habrán sin embargo de subsistir rasgos de la organización interna de las comunidades indígenas, formas de uso de los espacios sociales, jerarquización de los elementos

                                                            105 El archipiélago de Chiloé está constituido por una isla grande y una serie de pequeñas islas estrechamente vinculadas entre sí. Por este motivo la población estaba dispersa y la llamada misión circular recorría las diferentes islas y riberas del archipiélago, donde existía población establecida. En cada uno de estos puntos se levantaron hermosas iglesias de madera que eran el centro de este original modelo misional, y sirvieron de base a la fundación de varios poblados durante el siglo XVIII. 106 El sacerdote jesuita Echánove (1953) explica la influencia que en su opinión existió desde el modelo de la Compañía frente a la dificultad que en la práctica supusieron los pueblos de indios en regiones de virreinato peruano: “Es muy difícil la valoración exacta de este influjo (el de las reducciones toledanas en el modelo jesuítico) en el problema y soluciones apostólicas de la Compañía. … En los mismos jesuitas, bastante indecisos y recelosos respecto de los métodos sudamericanos, la reiteración e insistencia con que en el virreinato se hablaba de la reducción de indios a pueblos no pudo hacer sino bien. Cuando, más adelante, en las llanuras inhóspitas del Tucumán, un puñado de misioneros desgaste sus fuerzas en correrías, muchas veces infructuosas o de resultados inestables, la idea de los pueblos de Toledo, las realidades que muchos de ellos habían tenido ocasión de palpar en tierras peruanas, incluso en las mismas obras de la Compañía (sobretodo en Juli), abrirán a sus ojos las perspectivas insospechadas de una región que casi se pensó en abandonar.” (Echánove 1953, p.110)

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urbanos y una distribución barrial que respondía a antiguas tradiciones y modos de vida.” (Gutiérrez 1993a, pp.11-12)

Esto es posible rastrearlo en aquellas regiones más pobladas del continente,

independiente de las formas de agrupación prehispánicas observadas: el valle de

México, regiones de Guatemala o zonas de los Andes. En el valle de México uno de los

casos que mejor ilustra esta superposición es el de Cholula, importante asentamiento

prehispánico que será transformado en cristiano, pero con la permanencia de su

organización social – territorial: una organización dual (parte alta y baja), y doce

grupos (calpolli) con sus respectivas autoridades étnicas. La intervención estuvo en

este caso a cargo de los religiosos franciscanos. (Morales Folgueras 2001)

En los Andes producto de la dispersión que caracteriza las formas de

agrupación de determinadas regiones, como las interiores de Arica y Tarapacá que se

estudian, deben considerarse esas estrechas relaciones que permitieron integrar

grupos étnicos diferentes en cultura y localización. En este sentido los asentamientos

existentes, a pesar de su dispersión aparente y reducida escala, hay que entenderlos

pertenecientes en a un sistema mayor, en una compleja red de relaciones culturales,

sociales y de conectividad, que permiten aproximarse a su interpretación. La revisión

de los procesos históricos, del sentido original y del contexto político en que surgen se

explica a continuación para el caso particular del Virreinato del Perú, y tiene por

objetivo contribuir a esta comprensión.

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267

4.2 Los pueblos de indios del Virreinato del Perú.

Los pueblos de indios o reducciones han sido claves en el proceso de

consolidación de la realidad actual del territorio latinoamericano, que se inicia en la

época de la conquista. Preliminarmente podemos señalar que en el área de estudio,

con una escasez de grandes centros poblados - lo que podríamos llamar núcleos

urbanos – estos asentamientos han tenido históricamente un rol destacado,

conformando las redes culturales, de comunicación y comerciales entre los centros

poblados mayores. Pese a su aislamiento y a sus condiciones naturales bastante

extremas en algunos casos, desde el comienzo existieron rutas de comunicación,

actividad productiva y ocupación territorial, de modo de hacer, dentro de lo posible,

autosuficiente la zona y establecer los debidos vínculos con los centros más

importantes como Cuzco, Chuquisaca o Cochabamba. Esta condición será explotada

por los conquistadores en beneficio de sus objetivos de explotación de recursos y

ocupación del territorio, quedando las poblaciones sometidas a las disposiciones de las

autoridades.

El establecimiento de una política masiva de reducción de la población se lleva

a cabo primero en el Virreinato de Nueva España, formalizándose a partir de la década

del 40. Las Leyes Nuevas (1541) señalan la obligación de los encomenderos de crear

pueblos para indios y condenan su explotación. Lo anterior como respuesta a los

reclamos de personajes como Vasco de Quiroga (oidor de la Audiencia de México y

obispo de Michoacán), quien juzgaba inconveniente la convivencia de indios y

cristianos; o de fray Bartolomé de las Casas, quien aboga por un trato digno para los

indios, objeto de abuso fundamentalmente por parte de los mismos encomenderos.

En el caso del Virreinato del Perú el proceso se posterga unos años, a causa de

la inestabilidad política interna originada por las guerras civiles. En un primer momento

Pizarro no ordena la reducción de los indios, más bien favorece su permanencia en

ellos, a pesar de la entrega de encomiendas. Vaca de Castro, Gobernador del Perú

(1541), procederá a reorganizar las encomiendas, mediante nuevos repartos, pero sin

fundar nuevas poblaciones para indios. Las primeras disposiciones ordenando la

fundación de este tipo de asentamientos corresponden a la Real Cédula para fundar

pueblos de indios en el Virreinato del Perú, Valladolid, 9 de octubre de 1549, (Málaga

Medina 1989), tomando como ejemplo las reducciones mexicanas de la provincia de

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268

Tlaxcala. El año 1551 la Audiencia de Lima ordena la reunión de los indios que

habitaban en la ciudad de Lima; paralelamente una Real Cédula (17 diciembre 1551)

se refiere a la necesidad de reunir a los indios que habitaban dispersos en poblaciones

apartadas, como una manera de hacer más eficiente su adoctrinamiento. El primer

Concilio Limense, del mismo año, ordena levantar iglesias en los asentamientos

preexistentes más poblados del virreinato. A pesar de los intentos del virrey Lope

García de Castro (1564-1569), o de Andrés Hurtado de Mendoza (1557) por normalizar

el sistema de las reducciones en medio de las guerras civiles, quien definitivamente

consolida su establecimiento será el virrey Francisco de Toledo. Durante su mandato

(1569-1581) Toledo montará una ostentosa campaña de visitas, disposiciones y

normativas que culminará con la reducción de la población del Perú a cientos de

pueblos de indios.

El Virrey Francisco de Toledo en sus Ordenanzas para el virreinato, se referirá a

aspectos morfológicos y administrativos de los pueblos de indios, fundamentales en el

nuevo proceso que busca imponer, y que le permitiría tener mejor control de los

mismos:

"Y porque la principal causa de la visita general es dar orden y forma cómo los indios tengan competente doctrino y mejor puedan ser instruidos en las cosas de nuestra santa fé católica, y con más facilidad y comodidad se les pueda administrar los sacramentos y sean mantenidos en justicia y vivan políticamente como personas de razón y como los demás vasallos de Su Majestad, y para que esto haya efecto, conviene que los indios que viven dispersos y derramados, se reduzcan a pueblos con traza y orden, en partes sanas y de buen temple; (...) Primeramente, en cada repartimiento señalaréis los sitios más cómodos que hubiere donde se pueda fundar pueblos de indios, teniendo consideración que tales sitios sean de buen temple e disposición, y que sean abundantes de tierras, aguas, pastos, montes y de las demás cosas necesarias para la vida humana, de manera que los indios puedan vivir sanos y tengan en su comarca todo lo necesario. (...) Item, habiendo concluído con los indios el número de pueblos a que se hubieren de reducir, daréis orden de trazar los dichos pueblos por sus calles y cuadras anchas y derechas, dejando el hueco de plaza y sitio para la iglesia, si no la hubiere, y para casa de sacerdotes, y solar para casas de comunidad, y cabildo y juzgado de los alcaldes que ha de haber, y cárcel con aposentos distintos para hombres y mujeres, y corrales de servicio de tal cárcel, y aposento para el carcelero." (Sarabia Viejo 1989b, pp.33-34)

Una figura central en las políticas de reducción que impone Toledo es el jurista

Juan de Matienzo, quien realiza una serie de consideraciones para proceder a la

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269

correcta reducción de la población: señala como primera medida la necesidad de visitar

todo el territorio comprendido por el virreinato para proceder a la creación de pueblos

para indios; aborda el tema de la escala de los mismos, número de tributarios, de sus

características organizativas, del papel de las autoridades étnicas y de los clérigos

dentro de ellos; detalla las condiciones que debían de cumplir los lugares escogidos

para fundar los pueblos, así como sus características morfológicas y equipamiento

necesario. (Matienzo 1967) Lo anterior, constituye un antecedente fundamental para la

puesta en marcha del proyecto de Toledo.

El historiador Alejandro Málaga ha desarrollado abundante investigación relativa

a los pueblos de indios de la región de Arequipa, estrechamente vinculada desde el

punto administrativo y eclesiástico durante el periodo colonial con la zona de Arica y

Tarapacá.

"El Virrey Toledo dispuso que el hábil cosmógrafo D. Pedro Sarmiento de Gamboa levantara una detallada descripción del Perú. Con ésta a la vista, y compulsado los autos y padrones resultantes de la Visita General, trazó una nueva distribución del territorio, dividiéndolo en 71 Corregimientos que comprendían en conjunto 614 repartimientos, 712 doctrinas y más de mil pueblos de indios." (Málaga Medina 1975, p.55)

De acuerdo a los estudios realizados por Málaga Medina (1992), en relación con

los procesos de reducción y evangelización en el Virreinato del Perú en el siglo XVI,

tras la visita general efectuada por Toledo se habría ordenado reducir a la población de

la región de Arica y Tarapacá en los siguientes pueblos: San Jerónimo, Santa María de

Caima, Santo Tomé de Camiña, San Antón de Moneda, San Lorenzo de Tarapacá, San

Andrés de Pica, Loa, San Pedro de Tacna, San Martín de Codpa, San Pablo de Liagas,

Los Apóstoles de Hilabaya y San Antón de Ite. Los poblados que se mencionan están

emplazados en la zona precordillerana, a una altura que no supera los 2600 msnm, lo

que deja sin cubrir una vasta franja, la de la puna, ocupada por una serie de pequeños

asentamientos. La propuesta buscaba reunir por lo tanto esta población, organizada en

ayllus y comunidades, diseminada en las quebradas y valles, distantes además entre sí.

En cualquier caso, el número de pueblos señalados parece escaso, más que por el

número de habitantes, por lo vasto de la extensión que pretendían cubrir, la escasez

de suelo cultivable y lo restringido de las actividades económicas posibles. La superficie

que abarcan los corregimientos de Arica y Tarapacá es bastante amplia y diversa, tanto

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270

geográfica como culturalmente, aspecto que observa no sólo Málaga Medina, sino los

mismos visitadores.

Debe tenerse en consideración para el análisis regional, además de las

restricciones señaladas, el largo proceso de aclimatación de especies y de adaptación

llevado a cabo por parte de los habitantes originarios, tanto de la puna como de los

valles precordilleranos, así como la compleja organización social y económica dentro de

la cual se desenvolvían los diferentes grupos, determinantes en la localización de las

poblaciones prehispánicas. Las motivaciones del virrey Toledo tras la concentración de

esta población apuntaban, sin embargo, a hacer más eficiente el cobro del tributo y

disponer con mayor facilidad de mano de obra, vale decir, las organizaciones locales e

incluso las actividades productivas de cada grupo no eran vistas como un obstáculo

para proceder a su traslado, y tampoco fueron consideradas. Podría desprenderse de

la lectura de las Ordenanzas que habría existido algún respeto por los asentamientos

preexistentes, en función de su tamaño o de los recursos disponibles; no obstante la

macro estructura en que se inscriben queda desarticulada con la medida.

"Ítem, habida consideración al número de indios de cada repartimiento, veréis en cuantos pueblos se podrán cómodamente reducir y poblar todos los indios del repartimiento, procurando que sean los menos pueblos que se pudiere; y para ello se escogerán los mejores y más abundantes de los que hubiere en el repartimiento, respetándoles y dándoles a entender que se han de reducir a muchos menos pueblos de los que os pareciere que se han de poblar para que teniéndolo así entendido los caciques e indios vengan con más facilidad a reducirse en los pueblos que os pareciere y tengan por gracia y buena obra que se reduzcan a más pueblos que al presente vos representáreles, usando para ello de los mejores medios que ser pudiere a vuestra prudencia.” (Sarabia Viejo 1989b, pp.34)

Son interesantes las observaciones que hace Málaga Medina (1992) en relación

con la suerte de estas primeras reducciones, llevadas a cabo entre 1570 y 1575.

Muchas de ellas habrían tenido corta vida, debido a la baja demográfica o a la

oposición de la población por vivir sometida en un nuevo régimen. Sin embargo en los

siglos siguientes se habrían fundado nuevos asentamientos, algunos rescatando los

emplazamientos toledanos, y tomando como pauta de ordenación política y urbanística

las instrucciones de Matienzo. El otro caso sería el de aquellos pueblos prehispánicos

que conservaron su emplazamiento, experimentando trasformaciones – como la

construcción de iglesias – a cargo de los misioneros de las diferentes órdenes.

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271

Cuando en el siglo XVII Antonio Vásquez de Espinoza se interna por la región

de Arica y Tarapacá, aparentemente recorriendo sus diferentes valles, identifica una

serie de asentamientos en la precordillera que ya tenían sus iglesias edificadas, si bien

se encontraban en mal estado y los prelados las visitaban sólo esporádicamente. El

religioso sugiere de paso la división de la doctrina, para una mejor evangelización de

los naturales.

"Hay en ella (ciudad de San Marcos de Arica) Corregidor proveído por el Consejo y oficiales Reales, y por ser de tanto tráfago y trajín y estar tan apartada de Arequipa, y mucho más las provincias de Tarapacá y Pica, donde nunca han visto prelado después que se descubrió la tierra; ha muchos días que pide la ciudad que le den obispo, por las necesidades que sus provincias padecen, pues como está referido no han visto prelado, y los indios por no ir tan lejos a Arequipa, por dispensaciones no se casan; hay muchas idolatrías por falta del prelado y ser los sacerdotes descuidados por esta causa, de que soy testigo de vista por haber remediado algo de esto; yo visité al año de 1618 los pueblos de Lluta, Socoroma, Putre, Tocrama, Lagnama, Lupica, Sacsama, Timar, Codpa, Cibitaya, Isquiña, Pachica, San Francisco de Umagata, Santiago de Umagata, Chapiquiña, Asapa, que están en distrito de más de 70 leguas unos en valles calientes, otros en la sierra apartados unos de otros, y siendo la más gente de buena razón, que viven en la jurisdicción de Arica en aquellos altos, por la falta de los prelados los sacerdotes, o curas que los tenían a cargo no cuidaban de ellos, y no tenían más de los nombres de cristianos; a todas las iglesias les hice puertas de palo; bauticé muchos de edad crecida y mujeres paridas y muchachos de mucha edad;" (Vásquez de Espinoza 1992, p.695)

Nuevamente en esta visita no encontramos alusión a la región más alta, la

puna, incluida tanto en la división eclesiástica como administrativa en los

corregimientos de Arica y Tarapacá. No tenemos noticia del estado de estos pequeños

caseríos ganaderos localizados sobre los 3500 msnm. No tenemos tampoco

información acerca de cuáles eran los pueblos a la fecha en la provincia de Tarapacá,

ya que el autor no la describe con precisión, al no ser testigo directo del estado de los

pueblos de esta región. Sin embargo hace alguna alusión a su localización y actividad

productiva, "tiene (la ciudad de Arica) a 40 leguas al Sur los valles de Tarapacá y Pica

ricos de trigo, maíz, vinos y mucho pescado..". (Vásquez de Espinoza 1992, p.696)

Existen no obstante otros antecedentes que confirman la existencia en el siglo XVI de

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asentamientos en la quebrada de Tarapacá,107 los cuales subsisten, parcialmente

habitados, con claras evidencias de la presencia de los misioneros.

Con la imposición de estos nuevos pueblos la configuración espacial andina se

ve bastante alterada: la población es agrupada, algunos pueblos son eliminados para

evitar la vuelta de sus habitantes, se desarticulan las redes de comunicación, la

estructura de asentamientos dispersos y el control de los recursos de ecologías

diversas se interrumpe. No obstante, como reconoce Ramón Gutiérrez para el caso del

valle del Colca, y para otras áreas más alejadas de los grandes centros (lo que hemos

denominado marginales), podemos suponer que parte del sistema espacial, tanto

territorial como de la pequeña escala, pudo haberse mantenido. El caso de las

reducciones “urbanas” que se levantan en el virreinato peruano ex novo, en cambio,

adoptan una morfología y estructura a la manera de las ciudades para españoles.

Santiago – o El Cercado – en las afueras de Lima, o las reducciones que surgen en las

afueras de la ciudad del Cuzco serían ejemplos de este tipo de agrupaciones.

“Sin duda que el impacto que significó el proceso reduccional alteró los patrones tradicionales de asentamiento reestructurando los antiguos caseríos en poblados de indios a partir del modelo español. Esta alternativa introdujo factores de ordenamiento como el lote de tierra urbana, el alineamiento de fachadas y la contigüidad de las construcciones que son significativas. Pero es justamente fuera de este campo específicamente "urbano" donde es más factible detectar persistencias, en medios rurales más apartados donde puedan localizarse caseríos agrícolas o albergues de pastores.” (Gutiérrez 1993c, p.12)

Este sería el caso también que estamos observando en la región de Arica y

Tarapacá, donde los asentamientos rurales prehispánicos permanecieron durante el

periodo colonial, asociados a los grupos aymara principalmente y quechua en menor

grado, sosteniendo las actividades económicas que venían desarrollando desde hace

siglos. Tal como reconocen los autores, la difícil accesibilidad y lo apartado de la región

de los centros coloniales crea un ámbito favorable para la persistencia de rasgos

culturales prehispánicos. Podemos inferir, desde el conocimiento de las características

culturales de los grupos, las condiciones geográficas y la experiencia en el lugar, que

estos pequeños poblados habrían ocupado posiciones estratégicas desde el punto de

vista de los recursos disponibles, esto es, el agua para la agricultura en las quebradas

                                                            107 Nos referimos a la visita encargada por el Obispado de Cuzco, el año 1571; además de las noticias aportadas por Barriga (1939b).

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y valles, y el entorno de los bofedales en la puna. En los valles y quebradas por lo

tanto se configuraron verdaderos sistemas de asentamientos, a pesar de la dispersión

y pequeña escala de los mismos.108 En el caso de la puna existe una red de caseríos,

integrados a las rutas y sistemas culturales de larga data. Al no tratarse de una región

densamente poblada, que no habría participado como se ha señalado de la mita de

Potosí, el imperativo de movilizar en masa a su población no habría causado tanto

impacto, evitando una desarticulación territorial generalizada.

Reconociendo el avance y ocupación de las zonas bajas por parte de los

conquistadores, quienes se apropian de los suelos cultivables instalando allí sus

haciendas, se produce un repliegue de la población indígena hacia la parte más alta de

los valles y quebradas. No existen evidencias a la fecha de que los españoles se

hubieran instalado de la misma manera – estableciendo su residencia y desarrollando

actividades productivas – en la región de la puna. Los caseríos en esta región están,

además, claramente menos alterados.

                                                            108 Las tempranas descripciones que realiza Cobo de los pueblos andinos del virreinato del Perú confirman este criterio para el uso – y optimización – de los escasos suelos fértiles en la región: “Sacando la ciudad del Cuzco y algunos otros lugares grandes, que tenían forma de pueblos, todos los demás no la tenían, sino que las casas estaban amontonadas, sin orden ni correspondencia de unas con otras, cada una aparte, sin trabar ni continuarse entre sí; de modo que no formaban calles ni plazas. Eran pequeños como aldeas de á cien vecinos para abajo, y raros los que pasaban desde número. No tenían defensa de castillos, murallas no otros pertrechos para su defensa en tiempos de guerra. Los sitios en que los asentaban procuraban que fuesen en parte que no ocupasen la tierra de labor; y á esta causa, donde había valles cercados de cerros, estaban estas poblaciones en las faldas dellos, y muchas sobre riscos y lugares fragosos. Las que estaban asentadas en campiñas fértiles, tenían las casa más apartadas, por tener alrededor della los indios espacio en que sembrar Maíz y otras legumbres.” (Cobo 1895, vol. 4, p.163)

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4.3 Formas urbanas y tipos arquitectónicos

Los pueblos de indios son en América un tipo de asentamiento que cobra

relevancia no sólo desde el punto de vista de la organización social de su población o

de la explotación económica de determinados recursos, sino también por las relaciones

territoriales que va generando y el estudio y análisis de las formas arquitectónicas y

urbanas generadas. Comenzaremos por la revisión de los sistemas que conforman

estos asentamientos dentro de un área geográfico – cultural, y su relación con la

morfología para luego analizar las edificaciones que configuran el pueblo y los espacios

públicos.

El análisis de la traza y estructura urbana de la ciudad hispanoamericana cuenta

con bastante investigación a la fecha, la que ha permitido contrastar la gran cantidad

de disposiciones establecidas para su ordenación y los fenómenos resultantes, y, lo

que parece más interesante, la serie de variaciones y adaptaciones locales que tienen

lugar en diferentes regiones de América.109 En el caso de las ciudades, centros de

actividad económica, administrativa y religiosa que fueron levantadas para los

españoles, las ordenanzas se interpretaron y éstas se ordenaron acomodando su

equipamiento de acuerdo a lo expresado teóricamente en estas disposiciones. El

resultado fueron modelos diferentes y complejos, donde las constantes como la plaza,

la iglesia, los edificios públicos, podríamos afirmar que obedecen a una estructura

similar: es lo que ha sido llamado el modelo clásico.110 Sin embargo existieron muchas

excepciones condicionadas por la topografía, la actividad económica y preexistencias,

entre otros.111

                                                            109 "Ahora sabemos que hay diferencias fundamentales que vienen dadas por las dimensiones de las calles y las distancias entre sus intersecciones, por la reiteración o alteración de esas dimensiones, por las formas y tamaños resultantes para las manzanas, por las maneras de ocupación de las manzanas por la edificación, de acuerdo con formas diferentes de parcelación y de volumetría (...) Ello mismo permite también una mejor identificación y caracterización de esa ciudad, como un modelo histórico propio, con componentes específicas, dentro de esa gran categoría general." (Terán 2001a, p.9). 110 Dentro de quienes han desarrollado el tema destaca la figura de Jorge Hardoy, que impone este concepto en El Modelo Clásico de la Ciudad Colonial Hispanoamericana. (Hardoy 1972) 111 Al respecto se ha debatido bastante. Morales Folguera (2001) se refiere al tema en su estudio de la morfología de la ciudad hispanoamericana: "También es necesario precisar que, aunque el modelo de la traza  regular  fue mayoritariamente  adoptado  en  América,  hubo  numerosas  ciudades  irregulares:  las construidas  en  zonas  montañosas  con  terrenos  en  desnivel,  que  fundamentalmente  eran  ciudades mineras;  las ciudades de creación espontánea, construidas a  lo  largo de caminos, alrededor de  zonas lacustres, en torno a santuarios y edificaciones religiosas, o junto a haciendas y explotaciones agrícolas." (Morales Folgueras 2001, p.70) 

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En el caso de los pueblos preexistentes desde épocas prehispánicas, así como

de los pueblos de indios creados ex novo, la situación es similar.112 Dentro de un marco

normativo cuya finalidad última es la reunión de los indígenas para su mejor control en

todo sentido, los modelos resultantes fueron muchos, condicionados por los mismos

factores y circunstancias que en el caso de las ciudades para españoles. En este caso

el interés está dado porque a los temas geográficos (la topografía, presencia de cursos

de agua, el clima…) o tecnológicos (materiales disponibles, sistemas constructivos

conocidos…) se suma la componente antropológica, esto es, la presencia de un grupo

humano habitando un territorio determinado.

La problemática urbana de estos asentamientos, sean éstos poblados

preexistentes, pueblos de indios o reducciones, no está suficientemente abordada

desde un punto de vista de la ocupación territorial y de la configuración resultante. Por

una parte la investigación urbana y arquitectónica se ha centrado en los núcleos

urbanos, quedando relegados estos asentamientos a estudios generales o a casos

regionales específicos;113 del mismo modo la documentación disponible es escasa y

dispersa, siendo más complejo el seguimiento de temas como las transformaciones o

procesos históricos en general. (Gutiérrez 1986b) Se pueden rescatar dentro de los

estudios generales los aportes realizados por Ramón Gutiérrez, tendientes a presentar

el fenómeno de este tipo de asentamientos desde su riqueza urbanística y

arquitectónica, y, especialmente, a rescatar los casos de persistencia de rasgos

culturales prehispánicos. Este último aspecto es posible rastrearlo tanto a través de la

estructura urbana como en las formas arquitectónicas y decorativas. Lo anterior

formaría parte de estas alternativas a las instrucciones oficiales.

En el campo de las instrucciones para los poblados planificados del Virreinato

del Perú, el texto más interesante es el que redacta el jurista Juan de Matienzo en

1567, especificando detalladamente las características que debían tener estos pueblos,

y que serviría de base no sólo para las reducciones toledanas, sino para los pueblos

                                                            112 "La mayoría de los pueblos de indios tienen forma regular o semirregualr, aunque también hay pueblos, ubicados en terrenos montañosos, con trazado irregular, calles estrechas y curvadas." (MORALES FOLGUERAS, J. Op. cit. Nota 113. Pg 92) 113 Uno de los estudios interesantes en este sentido es el que se realiza para los pueblos del valle del Colca en la medida que integra las diferentes escalas. Sin embargo se refiere a pueblos planificados en su mayoría. (Gutierrez 1986b).

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levantados en los siglos posteriores. El autor incluye un dibujo de la estructura que

debían tener los asentamientos.

"Por esto, lo primero que conviene que haga el visitador, es visitar toda la tierra, poblada y no poblada, de cada repartimiento, y ver los lugares más acomodados para poder poblar los indios, que tengan agua y tierras suficientes en qué poder sembrar, y donde vivan más sanos, y que esté en comarca de sus heredades. Hecho esto, les ha de mandar hacer uno, dos o tres pueblos, conforme a la gente que hubiere en el repartimiento, y paréceme que en cada pueblo ha de haber quinientos indios de tasa, y si en el repartimiento hubiere seiscientos o setecientos indios, hacer dos pueblos: la mitad en uno, y la mitad en otro, aunque sean menos los de una parcialidad que los de la otra. Ha de trazar el pueblo de esta manera por sus cuadras, y en cada cuadra cuatro solares, con sus calles anchas y la plaza en medio, todo de la medida que pareciere al visitador, conforme a la gente y la disposición de la tierra. La Iglesia esté en la cuadra que escogiere de la plaza, y tenga una cuadra entera, y la otra casa de enfrente ha de ser aposento para españoles pasaxeros, toda la cuadra, y lleve en la cuadra cuatro cuartos, con sus caballerizas y cubiertos de teja, con terrados encima de la casa, porque esté más segura. En un solar de la otra cuadra han de hacer casa de consexo, adonde se junten a juzgar y tratar de lo que conviene a la comunidad. En otro solar ha de haber hospital, y en otro, huerta y servicio del hospital. En el otro solar, corral de consexo. En otro solar se ha de hacer casa del Corregidor, toda ella de texas. La casa del padre que los doctrinare ha de ser en dos solares, junto a la iglesia, de texa. Los demás solares de la plaza han de ser casas de españoles casados que quisieren vivir entre los indios, todas las cubiertas de texa, o terrados, que estén seguras del fuego. A cada indio se ha de dar un solar, o dos, conforme a la gente que tuviere; y en los dos solares que están detrás de las casas del Corregidor, se ha de hacer la casa del tucuirico, y la cárcel adonde ha de haber dos cepos y cuatro paredes de grillos y dos cadenas. Entretanto que se hace el pueblo, ha de pasar a visitar otro repartimiento, y dexar en él la mesma traza y comenzado a hacer las casas; o en el mesmo repartimiento, si hubiere de tener más de un lugar, y luego volver al primer lugar, que ya estará hecho, y hacer la tasa y dexar señaladas las tierras (...) En los asientos de los lugares ha de mirar que el temple sea bueno, y que tengan agua, tierras, pastos y montes, y no los determine él solo, sino con el parecer del clérigo o relixioso que estuviere en la doctrina, y de los caciques e principales, y ha de tener consideración a que no estén las tierras que ellos labran muy lexos. Item, ha de procurar que en un pueblo esté siempre el tambo, o cerca del tambo, para que el Corregidor o protector que allí estuviere defienda a los indios de los que les quieiseren hacer algún agravio y les hagan pagar su trabaxo, porque por el temor de las guerras civiles que en este Reino ha habido, se han pasado a vivir fuera de los caminos y despobaldos lugares que estaban en los tambos." (Matienzo 1967, pp.49-51)

Las similitudes con la ciudad hispana son evidentes, pudiendo reconocerse

variables como la elección del lugar, la plaza – como espacio central – además del

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trazado reticular de sus calles. Sin embargo desde el estudio de los casos reales, se

confirma la existencia de tipos – y morfologías asociadas –condicionados por factores

derivados del contexto social, geográfico o cultural. Esto se puede advertir en el caso

de las reducciones “urbanas”, surgidas en las afueras de las ciudades de Lima o Cuzco.

La primera, el Cercado, sería una traza regular, pero en el caso del Cuzco conformaron

barrios con formas irregulares, producto de la superposición de trazas (la prehispánica

del Cuzco en este caso) y del factor topográfico. Para el medio rural andino los

ejemplos se multiplican. Por lo tanto, y a pesar de las instrucciones, las respuestas

morfológicas son variadas, lo que vendría dado en gran medida por la persistencia de

las relaciones que sostenía el indígena con el medio y la cosmovisión que construye a

partir de éste.

"Aunque es parcialmente cierto que estos pueblos se efectuaban "a imagen y semejanza de los castellanos" creemos que es preciso profundizar con detenimiento no solo la vigencia de sus propuestas morfológicas sino también las formas de uso y persistencias simbólicas." (Gutiérrez 1993b, p.23)

Siempre en esta línea, el análisis de los pueblos se fundamentará en las

componentes tanto prehispánicas como coloniales que confluyen en su morfología

resultante y el sistema territorial que conforman, entendiendo que el valor de este tipo

de pueblos viene dado no solamente por su forma sino también por la manera como es

– o fue – habitado. En este sentido han llamado la atención aspectos como el valor

simbólico de la naturaleza, la sacralización de los espacios exteriores o la estructura

dual, propia de las comunidades prehispánicas. Esta visión que considera la cultura

indígena como central, contribuye a lograr una interpretación más precisa de este tipo

de asentamientos, desde un análisis integrado que da como resultado manifestaciones

arquitectónicas y urbanas sincréticas.

Desde hace algún tiempo se ha comenzado a volver la mirada sobre el tema de

la componente indígena que persistió tanto en la ciudad como en estos pueblos de

indios, ya no sólo como un factor circunstancial y secundario, sino fundamental en la

creación de estos nuevos tipos, dando lugar a creaciones originales, sin precedentes

directos de parte de ninguna de las culturas involucradas. Esta actitud que se inicia por

la década de los 40 permitirá valorar de manera más certera las manifestaciones

arquitectónicas e urbanas en América en la medida que proponen un análisis que parte

desde la propia realidad cultural y geográfica, y no desde las corrientes o estilos en

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278

boga en escenarios ajenos a lo que se venía dando en América. En esta línea se

“descubre” el valor de ciertos tipos arquitectónicos absolutamente originales que

surgen durante la colonia. Uno de ellos es el que analizaremos de las capillas abiertas y

capillas posas, dos formas arquitectónicas que dan respuesta a la tradición de uso del

espacio público, arraigada entre la población indígena.

Otro aspecto a considerar son las relaciones territoriales, sean estas

alteraciones o persistencias. En el caso de los Andes, la mayor parte de los

antecedentes disponibles se refieren a la desarticulación de las redes de comunicación

y contactos prehispánicas, construidas especialmente en la integración sistémica de

poblaciones dispersas, redes viales y asientos – tipo tambos – para los viajeros. En

este sentido de agrupación se representa una estructura social y política, eficiente, con

definición de actividades económicas, áreas productivas, desplazamientos de

población, entre otros. El sistema hispano quiso reordenar con criterios reduccionistas,

omitiendo este tipo de relaciones, y sustituyéndolas en cambio por las concentraciones

de los naturales en poblados, con los propósitos ya descritos, siendo la actividad

minera una de las grandes responsables de las migraciones poblacionales en los

Andes.

Un caso excepcional relacionado con lo anterior sería el resultado de la

experiencia de las misiones jesuitas en tierra americana. El tipo de misiones que ellos

plantearon se proyecta con la consideración del sistema territorial en que los indios se

encuentran inmersos. En general su estrategia fue de respeto y acercamiento hacia la

cultura original de los mismos, integrando las actividades económicas y las redes de

comunicación en que se encontraban insertos. Las reducciones jesuíticas pasaron a

constituir verdaderos sistemas, siendo el caso de las del Paraguay uno de los más

conocidos; pero también son igualmente interesantes modelos como el de Chiloé – la

misión circular – donde desde la instalación de una serie de capillas cercanas a los

caseríos de los nativos se va generando la conversión de la población, lográndose con

esta estrategia una identificación de los mismos habitantes con la misión, que se

adapta a la forma de asentamiento disperso que presentaban. Muchos de estos lugares

fueron además el origen de las poblaciones actuales del archipiélago.

“Con todo, el gobernador de Chile Manuel de Amat decía a mediados del XVIII que los pueblos de indios mejor formados del reino eran los de Chiloé, queriendo significar con el término pueblos, lugares dotados de

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capillas con población india dependiente de ellas, como era el modo de identificarse al interior de la provincia. Los indios al dar sus nombres añadían ser “de la capilla de Tey”, o “de la capilla de Rilán”, etc. El concepto capilla se usaba con más frecuencia que pueblos, lo que ilustra sobre la significación espiritual que adquiría el lugar.” (Urbina 2004, p.107)

¿Cuál habría sido el verdadero impacto en el sistema que constituían los

pueblos de la región de Arica y Tarapacá? Como se ha señalado, la documentación es

escasa y el seguimiento de los procesos dificultoso, pero lo que puede sostenerse con

certeza es que en la elección de los lugares por parte de los diferentes grupos étnicos,

existió una fuerte determinación dada por el paisaje y sus recursos; las intervenciones

ocurridas tras la conquista habrían, en su gran mayoría, respetado estos

emplazamientos y agrupaciones, produciéndose actuaciones puntuales –

“arquitectónicas” – en los mismos poblados, a partir de un sistema de asentamientos

preexistente. Los emplazamientos pudieron verse respetados porque estaban

asociados a los suelos de cultivo o bofedales; no había otras – o mejores –

alternativas. Esto dará como resultado, como puede anticiparse, formas urbanas no

necesariamente regulares.

Sabemos que la ubicación de la población en pequeños caseríos – ya sea en las

empinadas laderas de las quebradas, en los valles o en torno a la aparición de

bofedales de la puna – se habría mantenido en gran parte de la región, siendo los

actuales pueblos, primitivos asientos prehispánicos que fueron sufriendo diversas

transformaciones desde el momento de la conquista.114 A modo de ejemplo, una

interesante descripción del pueblo de Belén que recoge el religioso Víctor Barriga, en

sus célebres Memorias para la historia de Arequipa (1939b), tomando como base la

visita efectuada por su intendente Antonio Alvarez y Jiménez. Este es uno de los

pueblos precordilleranos que, por estar localizado en un valle más ancho, da cabida a

una traza más “regular”:

“El pueblo principal [Belén] está situado en una regular llanada perfectamente cuadrado, así como su plaza de competente tamaño consta de dos calles largas, de dos cuadras y cuatro traveceras de una. Los edificios no tienen proporción tanto en el alto, como en la fábrica; su material: tierra limosa, techumbre de queñua y paja, sin que por todo

                                                            114Como se ha señalado existe un proyecto de investigación en curso, que no ha generado publicaciones a la fecha, referido a la historia de estos pueblos durante la colonia, a cargo del historiador Dr. Jorge Hidalgo Ledehué. (Historia de los pueblos andinos de Arica, Tarapacá y Atacama: Hegemonías, grupos subalternos e interacciones regionales, siglos XVI-XVIII; FONDECYT N°1071132, año 2007)

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puedan tener otra justa denominación que chozas, a excepción de la cada del Párroco que por el aseo y proporción se distingue entre aquellas.” (Barriga 1939b, vol.3, p.120)

Queda de manifiesto la sencillez y precariedad del pueblo, así como sus

características constructivas, muchas de las cuales persisten hasta la actualidad. Las

transformaciones posibles en estos contextos de una escasez de recursos, y de

pequeña escala apuntan más bien a la inserción de obras, por sobre la superposición

de nuevos trazados. Asimismo la complicación que supuso para los conquistadores

acceder a estos lugares es visto en este caso como un factor que favorece la

persistencia de valores y patrones prehispánicos, en todas las escalas.115 En el capítulo

siguiente se analizarán estas acciones para pueblos situados tanto en la precordillera

como en la puna, partiendo del supuesto de que existe una morfología preexistente

que se mantiene en alguna medida inalterada. Este sería uno de los valores, en la

escala territorial, de los poblados que estamos analizando.116

Dentro de los factores a evaluar que le agregan valor a estos poblados en la

actualidad están, además de los señalados, aquellos relacionados con las edificaciones

y el espacio público. Quedó explicado en el primer capítulo la relevancia de los

espacios exteriores para la población andina así como los elementos del paisaje, los

cuales cobran significación y quedan incorporados en la vida de los diferentes grupos

étnicos; tal sería el caso del pueblo aymara:

“Estas representaciones en las que el mundo cósmico y el mundo de los humanos viven en estrecha dependencia constituye probablemente uno de los fundamentos del pensamientos aymara. Esta correspondencia aclara muchos aspectos de la lógica del tiempo mítico y de la vida social.” (Harris 1988b, p.232)

Desde el punto de vista morfológico debe considerarse, por tanto, el valor que

tienen para la población indígena tanto el espacio exterior como su relación con el

paisaje, lo que influye en la organización de los pueblos; los nuevos “programas

arquitectónicos” quedarán incorporados en estos espacios abiertos, de larga tradición

                                                            115 Esta sería un de los factores que se señalan como determinantes en la conservación de rasgos culturales de la región del Colca: “La difícil accesibilidad de la región del Colca configuró hasta hace pocos años una de sus características más peculiares y a la vez posibilitó la persistencia de valores culturales locales con escaso grado de transferencia de centros urbanos.” (Gutiérrez 1986b, p.9) 116 Para el interesante caso que hemos citado de los pueblos del valle del Colca, a diferencia de la región que analizamos, las poblaciones prehispánicas fueron desestructuradas en lo que se refiere a patrones de asentamiento y relación con el territorio durante el proceso reduccional.

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prehispánica. Dentro de las intervenciones que podemos constatar – el caso de los

conjuntos religiosos – es interesante dar cuenta de la relación que establecen con el

pueblo y sus espacios públicos: las plazas que actúan como atrios o las capillas posas,

que en su recorrido incluyen todo el poblado. La exteriorización del culto fue una

imposición de las culturas preexistentes que se incorpora al rito cristiano, y se sostiene

hasta la actualidad.

“Las persistencias se manifiestan no solamente en elementos físicos y edilicios, sino en expresiones culturales no tangibles de los modos de vida indígenas y formas de uso de los espacios públicos.” (Gutiérrez 1990, p.125)

Queda de esta forma incluido el espacio exterior, con un sentido simbólico –

religioso o ceremonial, aunque fundamentalmente diferente al que tuvo cuando se

veneraban las divinidades andinas. También se mantiene el carácter comercial de las

plazas o espacios abiertos, como lugares de intercambio de productos. En el contexto

del proceso de evangelización de esta apartada región andina, la reutilización o respeto

por los espacios preexistentes debe evaluarse cuidadosamente, especialmente frente a

la falta de documentación específica, de modo de no caer en una idealización de un

proceso que como es bien sabido se caracterizó, salvo excepciones, por la imposición

de un sistema, ideas y creencias. Como señalara en Graziano Gsaparini, “no se puede

pensar en una arquitectura artística, concebida individualmente y abstracta frente a la

realidad. … Personalmente creo que no se pueden desconocer las condiciones

enunciadas porque la arquitectura colonial es uno de los productos directos de esta

situación y que, además se dio en esas condiciones.”(Gasparini 1971, p.18) La

integración de los espacios exteriores, o la permanencia de los poblados, debiera ser

entendida en determinadas condiciones histórico – sociales, en las cuales ciertas

arquitecturas tienen cabida. En este sentido el aprovechamiento de las plataformas de

los templos prehispánicos obedece a la voluntad de implantar con claridad en la

población un cambio en el culto, reutilizando el mismo espacio que sirvió para venerar

a los dioses paganos.

Todos los pueblos catastrados en la región de Arica y Tarapacá117 cuentan con

instalaciones religiosas, más o menos complejas, quedando de manifiesto la presencia

de los misioneros cumpliendo la tarea de evangelizar a la población nativa. En el

                                                            117 Se catastraron en la región un total de 67 pueblos: 14 ubicados en valles; 17 en quebradas; 36 en la puna; estos últimos sobre los 3500 msnm.

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contexto regional que analizamos serían estas las construcciones que mejor evidencian

esta integración cultural, posible de ser valorada desde aspectos tan variados como los

simbólicos a los tecnológicos. En los años 60 se produce un debate en torno a la

condición mestiza de la arquitectura hispanoamericana en general, y andina en

particular, centrándose en gran medida esa discusión a la luz de la arquitectura

religiosa colonial. Un tema esencial lo constituye el aporte de lo indígena en las formas

arquitectónicas y decorativas surgidas en América. Por una parte historiadores como

Tersa Gisbert y José de Mesa ponen en valor esta arquitectura, desde los interesantes

casos bolivianos: definen una región y época en la que se produce este tipo de

arquitectura, localizando principalmente en el altiplano – hoy boliviano – del antiguo

virreinato peruano, las mejores manifestaciones de la arquitectura andina, “mestiza”.

“Aunque la denominación se discute aun [barroco andino o estilo mestizo], sus límites cronológicos y geográficos están ya determinados: se lo puede localizar en su fase más intensa, entre los años de 1680 y 1780, sobre una franja relativamente estrecha que corre desde Arequipa hasta el lago Titicaca; aquí se enseñorea de las tierras altas y ocupa todo el altiplano boliviano. Con excepción del valle arequipeño, toda la región ocupada por el estilo mestizo, sobrepasa los tres mil quinientos metros de altura sobre el nivel del mar y está poblada principalmente por indígenas no quechuas. Los del sur del Perú especialmente en el departamento de Puno, son aimaras; otro tanto ocurre con los de La Paz y Oruro en Bolivia.” (Mesa y Gisbert 1966, p.35)

La condición “mestiza” la asocian los autores principalmente con el repertorio

decorativo, más que con las soluciones volumétricas encontradas; éstas estarían

influidas por las ideas renacentistas y no supondrían grandes innovaciones. Se trataría,

por lo tanto, de edificios – plantas – renacentistas levantadas en el siglo XVI,

intervenidas durante el siglo XVIII con motivos decorativos que aluden a elementos y

simbología prehispánica.118 En este punto ven los autores la “originalidad” del

denominado estilo “mestizo”, donde la mano de obra indígena también es factor

primordial. El estudio aludido no incluye, desafortunadamente, la región hoy limítrofe

con Chile (que cumple con el imperativo de ser población “no quechua localizada por

sobre los 3500 msnm”); las condiciones que se describen son similares, a pesar de la

                                                            118 Los motivos que señalan “responden a tras grupos fundamentales: a) flora y fauna tropical americana: papayas, piñas, papagayos, etc. b) motivos de ascendencia renacentista: sirenas, mascarones, etc. c) motivos precolombinos: máscaras, pumas, etc. Todo esto superpuesto a la ornamentación típica del barroco, como las columnas báquicas, por ejemplo.”(Mesa y Gisbert 1966, p.36).

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escala más reducida respecto de los pueblos situado directamente en la cuenca del

Titicaca.

Paralelamente, y en la misma línea, Grazaino Gasparini pretende situar la

discusión respecto de lo mestizo en su real contexto social e histórico, en el cual las

contribuciones prehispánicas serían mínimas, remitidas sólo a la decoración, y con una

impronta que pudo estar dada por la mano de obra indígena. No reconoce aportes o

innovaciones en las soluciones volumétricas o en los “programas arquitectónicos”, lo

cual vendría dado por la condición social - “el nivel más bajo” – en que sitúa al indio y

el mestizo durante la colonia.

“El aporte indígena, enfatizado a través de la interpretación mestiza, tiene un papel insignificante en la arquitectura colonial. Los ejemplos que es costumbre señalar para demostrar lo contrario se limitan a la ornamentación epidérmica del monumento y nunca sugieren soluciones volumétricas o espaciales.” (Gasparaini 1971, p.27)

Gasparini (1967) reclama contra la tendencia imperante en esos años de

realizar un análisis formalista o plástico de la arquitectura colonial, en especial del

llamado “barroco americano”119, por sobre una interpretación que integre la

componente espacial y la urbanística, como una prolongación de las obras. También

observa el error interpretativo tras la búsqueda de diferencias republicanas, que

remiten las investigaciones a realidades locales, por sobre la riqueza de una visión

transversal de los hechos construidos. En general sus observaciones apuntan a un

entendimiento de la obra desde sus valores objetivos y del contexto en el que surge, lo

que sólo puede ser realizado desde una aproximación desprejuiciada de los análisis

temporales, estilísticos o tipológicos. Desde un punto de vista metodológico, el interés

de las reflexiones que realiza Gasparini radica en que apuntan a un acercamiento más

certero e integrado a la arquitectura colonial en hispanoamericana, a la luz de

consideraciones sociales, políticas y económicas especialmente, dentro de las cuales el

análisis y las consideraciones de la situación que imperaba en la Península son

fundamentales, en cuanto es esta la región que canaliza las tendencias que pasan a

América. El control que existió sobre la producción en América sumado al bajo nivel                                                             119 El autor no comparte esta afiliación estilística para calificar a la arquitectura colonial en América: “Personalmente no creo en un “arte barroco americano” como tampoco creo en la existencia de un “estilo barroco americano”, porque las expresiones artísticas realizadas en este continente en el curso de ese periodo, además de ser la extensión del sentir artístico europeo, carecen del respaldo de personalidades creadoras autóctonas comparables al caso aislado de “El Aleijadinho””. (Gasparini 1967, p.9)

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cultural imperante habrían impedido un desarrollo propio, a partir de los esquemas

tradicionales importados. El barroco, por tanto, no pasa de ser un aporte decorativo a

la arquitectura colonial.

Los aportes de Mesa y Gisbert, con su reivindicación de la componente

indígena, también son relevantes por varios motivos: en primer lugar, se refieren a una

región con estrechos lazos culturales con el área en que se inscriben los pueblos en

estudio, a pesar – como se señala – de no ser incluidos en el análisis de los autores.

Por otro lado, la valoración que realizan de la arquitectura colonial y las

correspondientes vinculaciones con las culturas prehispánicas, parte de condiciones

regionales particulares que explican muchas de las características de esta arquitectura

regional, no sólo desde el tratamiento decorativo, sino también en la concepción de los

espacios y en la manera de habitarlos. Finalmente, se están analizando casos de

pueblos habitados, en los cuales se reviven cíclicamente festividades y ritos con claros

antecedentes prehispánicos.

A partir de estas apreciaciones podríamos señalar que en el caso de las áreas

rurales, y de los pueblos de indios en particular, las “concesiones” frente a las

costumbres locales habrían sido mayores que en los centros urbanos. Los espacios

sagrados, su forma de articularse con los poblados, los nuevos tipos arquitectónicos y

decorativos que surgen y en los ritos asociados a éstos, los transformaron en los

mayores depositarios de esta actitud. En síntesis, reconociendo la existencia de una

cultura dominada, se advierten en la arquitectura colonial andina, especialmente en las

áreas rurales, evidencias de una transculturación en la cual toman parte las

condiciones sociales (grado de desarrollo cultural de las comunidades originarias, baja

demográfica…), económicas (materiales y recursos disponibles, actividades económicas

predominantes…), geográficas (localización de los pueblos respecto de los centros

económicos, condiciones topográficas…) y políticas ( importancia estratégica de las

comunidades…). Los modelos arquitectónicos y tipos constructivos que traspasan a

América necesariamente se adaptan de acuerdo a las particularidades regionales y

circunstancias histórico – sociales.

“Sin entrar a analizar los condicionantes de la propia América, es evidente que la cultura emisora no es ya un espejo de sí misma y por ende, mal podríamos entender lo que sucedería en América de una lectura objetiva de la España contemporánea. Pero a ello debemos

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agregar la segunda fase de esta cultura de conquista, la del contacto, ya sea con el territorio abierto, o con las culturas del mundo prehispánico.” (Gutiérrez 1997a, p.11)

En opinión de Buschiazzo (1961) durante el siglo XVI la arquitectura del cono

sur no alcanza el nivel de la que venía desarrollándose en México, debido a la falta de

“manifestaciones arquitectónicas en donde lo americano alcanza categoría

independiente.”(Buschiazzo 1961, p.75) Ese status lo habrían alcanzado

fundamentalmente a los templos – fortaleza y las capillas abiertas, que proliferaron en

la Nueva España en los cuales reconoce rasgos de originalidad, a diferencia de lo que

ocurría en el Perú, donde las obras formas y tipos arquitectónicos tendían a replicar los

modelos importados desde Europa, sin grandes aportaciones por parte de las culturas

indígenas. Reconoce además que como consecuencia de la condición sísmica de gran

parte de la región andina las obras presentan un carácter “inmóvil y pétreo, hosco y

ceñudo como los rostros de los indios del altiplano.” (Buschiazzo 1961, p.71) En

general esta característica se mantiene en los siglos venideros en la región,

otorgándole a las formas arquitectónicas una identidad propia, maciza, fuertemente

arraigada a la tierra, con contrafuertes y gruesos muros de adobe y piedra. La

evolución desde el punto de vista artístico, con los aportes indígenas se produce en la

decoración que se incorpora en las fachadas – portadas – o los interiores – retablos,

pinturas, esculturas – a diferencia de los centros urbanos de mayor importancia en la

región en los cuales se produce una transformación más integral de los tipos

arquitectónicos en función de las corrientes estilísticas traídas desde Europa.

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4.3.1 Componentes del conjunto religioso

El caso de los conjuntos religiosos de los pueblos de indios de la región del Alto

Perú y su área de influencia sería un ejemplo de arquitectura que integra la

componente indígena; el resultado es una producción original, arraigada a una cultura

y paisaje. El modelo del conjunto se replica en una vasta región, con los debidos

ajustes a las condiciones locales específicas de los poblados. Las adaptaciones a la

escala y la topografía de los asentamientos parecen ser las más interesantes.

Entre los diferentes conjuntos religiosos de la región del Alto Perú encontramos

variaciones en escala y complejidad; en general se levantaron templos, con torres – en

ocasiones exentas – y capillas abiertas; existieron atrios cercados, con capillas posas

inscritas en sus vértices, además de la capilla miserere y calvarios en las cumbres de

los cerros. El cementerio en algunos casos está relacionado directamente con el

templo, alineado en un mismo eje. Tanto en los centros urbanos de la región -La Paz,

Cochabamba, Oruro, Potosí o Sucre-, como en las áreas rurales o marginales -el caso

de la región de Arica y Tarapacá, entre otras-, los conjuntos que se construyen tienen

características similares, en cuanto a sus componentes y complejidad. Hay un cambio

de escala, pero sorprende constatar el esmero puesto en el diseño y construcción de

los conjuntos existentes en pequeños caseríos andinos, los cuales replican el modelo

de los centros mayores.

Las últimas investigaciones específicas regionales relativas a los tipos

arquitectónicos y urbanos en el área rural andina se llevan a cabo en los años 70,

tanto desde Chile como desde Bolivia.120 Los autores, a pesar de reconocer la

extensión del área de influencia más allá de las fronteras actuales, se remiten a la

presentación y análisis de los casos nacionales. Teresa Gisbert, integrando las

investigaciones de otros autores, enumera los pueblos pertenecientes al antiguo

virreinato peruano que cuentan – o contaban – con este tipo de manifestaciones

arquitectónicas mestizas, enfatizando su valor tanto histórico como estético.121 No hay

                                                            120 Por el lado chileno destaca la obra de Juan Benavides, Rodrigo Márquez de la Plata y León Rodríguez, quienes abordan el estudio de los pueblos situados en el territorio nacional, dentro del departamento de Arica. (Benavides 1976). Se remite por tanto a una porción reducida del sistema cultural regional, con las debidas referencias de las investigaciones de José de Mesa y Teresa Gisbert (1966). Esta última aporta un detallado estudio que sintetiza las investigaciones anteriores (1961). 121 La autora concluye que los casos de pueblos con capillas posas existieron más allá de México; contabiliza 33 en el antiguo virreinato peruano: 5 en el Perú y 28 en Bolivia. A estos habría que sumar los

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referencia a los asentamientos ubicados sobre la cordillera occidental, por el lado

chileno, los cuales formarían parte del mismo tipo arquitectónico. Es importante hacer

esta consideración por cuanto contribuye a la reconstrucción del sistema cultural

colonial – y por extensión prehispánico – que existió en este sector de los Andes.

Uno de los tipos arquitectónicos más analizados y singulares lo constituyen las

capillas abiertas; que responden a la necesidad de exteriorizar el rito cristiano en las

regiones más densamente pobladas por indígenas: 122 el templo “abre” alguno de sus

muros, generando un balcón o un presbiterio exterior, como una prolongación del

templo, que se orienta hacia un amplio espacio exterior, generalmente formando parte

del patio cercado – o la plaza del pueblo – donde se congregan los fieles. De esta

manera se eliminaba el imperativo de tener que permanecer en un espacio interior, al

que los indios estaban poco habituados. En el caso de los balcones, suelen estar sobre

el acceso principal; pero también existieron muros laterales abiertos en su planta baja,

con arcadas, tipo galerías, que cumplieron la misma función. En el Virreinato de Nueva

España están los mejores y más numerosos ejemplos de este tipo de arquitectura,

donde las capillas forman parte de edificios conventuales o conjuntos mayores. Sin

embargo en el virreinato peruano también existen ejemplos dignos de mención, tanto

en los centros urbanos (Cuzco, Arequipa, Ayacucho) como en las zonas rurales (Puno,

Juli, Collao). Algunos autores como George Kubler (1968) o Juan Benito Artigas (1988;

2001) han propuesto clasificaciones y categorías, lo que refleja la cantidad de variantes

encontradas tanto en pie como en la documentación colonial.123

Para el caso del Perú, además de la información documental existente,124

subsisten vestigios de este tipo de construcciones en el Collao, Pucara y Yunguyo; en

todos los casos en estado de ruina. Correspondieron al modelo de capillas ubicadas en

                                                                                                                                                                              al menos los 4 que hemos identificado en el territorio chileno: Parinacota, Caquena, Chujslluta y Mulluri, todos localizados en la puna, vecinos al actual límite con Bolivia. 122 Artigas (2001) ha realizado un vasto análisis del caso de las capillas abiertas en México, llegando a definir su independencia del resto del conjunto religioso, y exaltando el rol que cumplen en el proceso de evangelización. Destaca el valor del concepto de capilla abierta, o "Arquitectura a cielo abierto", como una contribución original hispanoamericana, producto del proceso de transculturación. 123 Ambos historiadores han centrado su estudio en el virreinato de Nueva España, donde los ejemplos son más numerosos, al igual que la documentación conocida, haciendo un análisis estilístico – formal, y en el caso de Kubler, especialmente en la búsqueda de antecedentes europeos para este tipo de manifestaciones. 124 A raíz de la campaña de extirpación de idolatrías que se extiende casi todo el siglo XVII, Bernales Ballesteros (1975) cita una carta de un prelado limeño a las doctrinas, recomendando la eliminación de estos espacios de culto al aire libre, para que los naturales participaran del rito eucarístico igual que los demás cristianos. Esto, en opinión del autor, habría generado el derribo de muchas capillas abiertas.

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la planta baja. La que se conserva en la ciudad del Cuzco, de San Francisco, en

cambio, responde al modelo del balcón sobre el acceso principal, orientado a la plaza-

mercado de la ciudad. Queda demostrado que se trató de una práctica bastante

generalizada que se extendió por todo el virreinato, en especial durante el siglo XVI,

cuando el esfuerzo misional a cargo de las diferentes órdenes se extendió hasta las

regiones más remotas. No obstante al abandonarse después del XVII el empleo masivo

de las capillas abiertas, muchas de ellas no serán reconstruidas,125 perdiéndose los

vestigios de su existencia en regiones rurales, donde los materiales que se emplearon

fueron probablemente más precarios. La interrogante está abierta, y ya la planteaba

Benales en su revisión de la situación en el Perú, infiriendo a partir de lo revisado que

este tipo de capillas debió haber existido en muchas regiones.

“Deben ser numerosas las muestras de estas capillas en perdidos pueblos de los inaccesibles Andes del Sur, aun fuera de los límites geográficos del Perú actual, pero constatar la pervivencia de la mismas, ha sido tarea que no nos ha sido posible realizar; no obstante apuntamos la probabilidad de que existan capillas abiertas en las parroquias andinas de Ecuador y con casi certeza en las comarcas colombianas de Boyacá y Cundinamarca.” (Bernales Ballesteros 1975, p.121)

La afirmación la efectúa desde la observación de los vestigios materiales, en

general de templos y conjuntos de grandes proporciones que, a pesar de las

intervenciones, podrían haber tenido alguna variante de las capillas abiertas. Gisbert y

de Mesa identifican los restos de lo que pudo ser una capilla abierta en la iglesia

(santuario) de Coapcabana, uno de los conjuntos más bellos de la región. Se trataría

de una estructura del siglo XVII, de planta baja, que los autores describen como “una

capilla abierta, la única de este tipo en Bolivia y una de las más grandes y hermosas de

América.” (Mesa y Gisbert 1966, p.21) Artigas (2001) sin embargo no comparte la tesis

de que ésta pudo haber sido una capilla abierta, al menos no a la manera de las

conocidas en México y Guatemala, por la ausencia de un espacio destinado a los fieles

y al altar. Reconoce, no obstante, el valor arquitectónico e histórico del conjunto de

Copacabana. Armas Medina evalúa las singularidades de las iglesias del Alto Perú, en                                                             125 El caso de la región de Collao ilustra lo que sucedió en algunos casos: “También hay noticias de que hubo una capilla de indios en el atrio de San Juan de Juli, pero son referencias literarias aisladas sin posible confirmación, pues este templo fue reconstruido casi totalmente en el soglo XVIII; … aunque es posible que se conserven en poblados del interior del Altiplano, si bien la humildad de los materiales empleados, la pobreza de la comarca e inutilidad de estas edificaciones, mediado el siglo XVII, determinaron la extinción de las capillas en cuestión, pues en el XVIII, .., no se reedificaron las capillas de indios, exponentes de una época de transición espiritual, sino magníficos y expresivos templos de la fusión hispano-india.” (Bernales Ballesteros 1975, p.119)

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cuanto tenían que atender a grandes masas de indígenas, pero apuesta a que la

solución preferida por los constructores fueron iglesias de una gran nave, poniendo en

duda, frente a la falta de evidencia, la existencia de capillas abiertas a la manera de las

mexicanas en el virreinato peruano.126

Para la región fronteriza sur del antiguo virreinato, vale decir la parte alta

chilena, no se ha encontrado información documental o vestigios construidos de estos

tipos arquitectónicos. La mayor parte de los casos que han llegado hasta nuestros días

son versiones del XVIII en adelante, consecuencia de la condición sísmica regional.

Estos templos, en el mejor de los casos, conservan la planta y estructura general de

las versiones anteriores, además de parte de su imaginería. Los pueblos más grandes y

que conservan conjuntos más complejos, como Cariquiquima, Isluga, Enquelga,

Guallatiri, Parinacota o Caquena no evidencian, al menos en las versiones que nos han

llegado, alguna capilla del tipo abierta.

El caso de las capillas posas corresponde a otro singular tipo arquitectónico,

originado en el contexto de la evangelización indígena. En el Virreinato del Perú, las

manifestaciones más interesantes de este tipo de edificación se dieron en el ámbito

rural de los Andes. También es donde su uso ha tenido más larga duración: aún en la

actualidad son empleadas con ocasión de las fiestas religiosas de los diferentes

pueblos. Estas capillas también representan una forma de exteriorización del culto: el

interior se proyecta hacia el atrio o el resto del pueblo mediante la salida de un santo

en procesión, describiendo un circuito ceremonial que tiene por hitos o detenciones a

estas capillas posas. Si el tamaño lo permitía, la capilla posa acogía un altar e

ingresaba el religioso además de la imagen del caos; pero también existen posas muy

pequeñas, tipo nichos, donde solo se “posaba” la imagen venerada. En cualquiera de

estos formatos, y a pesar de la intención de encontrar antecedentes europeos para las

posas, constituye unos de los ejemplos de sincretismo cultural andino más valiosos.

Los casos de capillas abiertas y posas en el Virreinato de la Nueva España

fueron los primeros que llaman la atención de los investigadores (Angulo Iñiguez et al.,

1955); el interés por las capillas posas se trasladará al área andina con autores como

                                                            126 “Ahora bien, ¿tenían estos atrios posas o capillas abiertas, tal y como frecuentemente se levantaron en la Nueva España? Difícil es la respuesta. Carecemos de noticias documentales que nos lo afirmen. Y si existieron, hoy no se conservan. … Auténticas capillas abiertas según el modelo de las mejicanas, no es fácil existieran en el Perú”. (Armas Medina 1953, p.441)

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de Marco Dorta (1941), Buschiazzo (1961) y Wethey (1960), motivados por las

investigaciones que se venían desarrollando en México, y que habían dado interesantes

resultados, en el sentido de valorar la relación entre el surgimiento de un tipo

arquitectónico y una tradición indígena, condición común a los grupos que habitaban el

valle de México y los Andes.

En la región del lago Titicaca las investigaciones de este tipo de

manifestaciones arquitectónicas han estado lideradas por de Mesa y Gisbert, quienes

hacen la primera publicación referida al tema el año 1961127. En ella aclaran que,

además de México, sólo en Bolivia existen conjuntos religiosos con estas componentes.

No aparecen, como se ha señalado, referencias a la región de Arica y Tarapacá, pero

por tratarse de una zona andina periférica, circum Titicaca, la entendemos como parte

de la misma unidad cultural.128 Un caso ejemplar de conjunto con atrio, calvario y

capilla posas está ubicado en el santuario de Copacabana, a orillas del lago, del que se

valoran las cúpulas que cubren las capillas posas. Los casos citados son de gran interés

arquitectónico y artístico, aunque se encuentran incompletos o prácticamente

destruidos; hay referencia a capillas de planta circular, con contrafuertes y

decoración129. Los autores hacen hincapié en la desaparición de estas capillas en casi

toda la región, especialmente los mejores ejemplos que sitúan en el siglo XVI, de

manos de los franciscanos.

“Durante el siglo XVI y comienzos del XVII, fueron las principales del país y las mejor construidas. Hoy, pasados tres siglos, apenas quedan algunas de ellas habiéndose perdido su empaque original. De sus amplios atrios de otrora apneas quedan trozos y de hacho se han perdido las posas. De las numerosas iglesias del Lago y altiplano paceño que hemos visitado, solo queda una posa en la iglesia de Caquiaviri, pueblo situado en la frontera occidental de la provincia de Pacajes.” (Mesa y Gisbert 1961, p.2)

El señorío de los pacajes limita por el sur con los caranga, y si bien no hemos

encontrado referencias específicas a los templos de esta región –la caranga, en el

                                                            127 Mesa, J.de y Gisbert, T., 1961. Iglesias con atrio y posas en Bolivia. La Paz: Anales de la Academia Nacional de Ciencias. 128 La región no ha sido probablemente recorrida por los autores, quienes han remitido sus estudios a la región del lago. 129 “Las posas, cuatro en total, son de planta circular y están cubiertas con cúpulas de media naranja que rematan en linternas. Las cornisas se decoran con pirámides.” La descripción, que corresponde a la iglesia de San Martín de Potosí, es producto de la visita del pintor Melchor Pérez Holguín en torno al año 1719.

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291

límite chileno-boliviano –, se trata de una zona vecina donde, en efecto, existen en la

actualidad capillas posas, lo que permite hacer la asociación con el tipo de misión que

existió en esa región del lago. Las capillas a las que nos referimos son pequeñas (no

sobrepasan los 1,5 x 1,5, de adobe con cubierta de paja), lo que se podría explicar por

el tamaño de los pueblos en que se inscriben o bien, como sostienen los autores, por

su fecha de construcción más tardía130. Entre los conjuntos de la región boliviana que

aparecen descritos por de Mesa y Gisbert, las capillas estarán siempre inscritas en el

muro que cerca el patio o atrio del templo. Dentro de los casos que estamos

presentando llama la atención la existencia de capillas posas dispersas en el pueblo.131

En Parinacota, por ejemplo, unas de las capillas están inscritas en las viviendas. Esto

se explica porque el rito procesional se extendía más allá de los límites del atrio,

dejando enmarcado todo el pueblo.

“Pero volvamos la vista a los pueblos y lugares pequeños, así de la costa como de la sierra y aun de la montaña. La Iglesia, más o menos sólida y artística, preside el caserío y en ellos, aún más que en las ciudades, regulan la vida sus campanas y ellas se hacen eco de los sucesos alegres o tristes que forman la cadena de nuestra existencia. Aquí, por el aislamiento y por cierto espíritu de conservación, las costumbres no evoluciona tan rápidamente y de aquí que las prácticas piadosas en uso subsistan por mucho más tiempo y no se desgasten con el correr de los años.” (Vargas Ugarte 1959-1960, p.469)

Los templos que analizaremos se enmarcan en esta descripción, en cuanto

pasan a ser la obra de mayor envergadura del pueblo. Son, no obstante, estructuras

sencillas, de una nave, con ábside recto en la mayoría de los casos. Algunos templos

presentan capillas laterales, que conforman un “falso crucero”.132 Las tecnologías

empleadas son la mampostería de piedra y el adobe o tapial para los muros, los cuales

son reforzados con gruesos contrafuertes. Los españoles incorporan el empleo de la cal

como aglomerante, mientras que los pueblos andinos resolvían las uniones de las

piezas mediante la trabazón de las unidades canteadas o en los casos más precarios

con mortero de barro. Las obturaciones son pequeñas, mínimas, todo ello para

otorgarle la mayor resistencia posible a los muros frente a la acción de los sismos. Por

el mismo motivo las formas no son demasiado esbeltas. La techumbre se resuelve en                                                             130 Las capillas posas más complejas serían las del siglo XVI, correspondiendo estas más simples al siglo XVIII. (Mesa y Gisbert 1961). 131 Artigas (2001) también identifica capillas posas localizadas fuera del atrio, enmarcando el pueblo, en México, así como capillas efímeras construidas especialmente para las festividades. 132 Está pendiente el desarrollo de mayor investigación en terreno sumada a la documental, que permita determinar las intervenciones sucesivas de que fueron objeto estos templos, especialmente los más complejos como los de Codpa, Guañacagua, Socoroma, Parinacota, entre otros.

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292

la mayoría de los casos con una armadura de par y nudillo, más o menos complejos,

con vigas rollizas, en el mejor de los casos. Al ser la solución constructiva planteada la

más socorrida para la región, las naves encuentran una limitación dimensional en el

ancho, dada por el largo de estas piezas de madera, en especial en las localidades más

apartadas o pequeñas, donde se emplearon piezas de menor tamaño. No

encontramos, salvo en el caso de algunas iglesias ubicadas cercanas a la Pampa del

Tamarugal, soluciones como bóvedas corridas o cúpulas (Iglesias de Matilla o Pica).

Esto se explica por la proximidad con los centros urbanos regionales más importantes,

como los puertos de Arica o Iquique; donde se concentraba mayor población hispana.

Las cubiertas son vegetales, compuestas por la llamada llareta o paja brava, fibras

vegetales locales. Esto da cuenta, en general, de un aprovechamiento de los

materiales de la zona y, por tanto, de las posibilidades constructivas y estructurales

que éstos posibilitaban. El repertorio de formas decorativas que se logran en este

contexto de escasez material es, como veremos, sorprendente.133

Cuando de Egaña sostiene que la región del Titicaca es la zona más “saturada

de indigenismo” está planteando que la participación de sus habitantes originarios se

ve reflejada en las formas arquitectónicas resultantes, producto de un trabajo muy

estrecho entre ellos y los misioneros. Del mismo modo reconoce – algo que podemos

hacer extensivo a la vertiente occidental de los Andes – que por la condición de lejanía

o de difícil accesibilidad (en relación con Arequipa en este caso), la decoración y las

formas construidas se resuelven de manera más sencilla.

“Este lujo [propio de los templos de Arequipa] va ocultándose conforme se sube a las orillas del gran lago: región más pobre, casi desértica, la inhóspita puna, ve arrancar de su suelo duro los templos de Juli, recuerdo de una civilización teocrática, con sus torres finamente labradas, sus portadas y ventanales, donde se ha concentrado el ideal del artista, mientras en el resto del templo brilla más bien la sencillez del pueblo pesquero y pastoril.” (Egaña 1966, p.629)

La región no estuvo exenta de la influencia del barroco europeo, a pesar de su

localización apartada y de la simplicidad arquitectónica de sus obras. Los templos son,

salvo escasa excepciones, los que constatan la austeridad y simpleza de la arquitectura

regional, exhibiendo interesantes propuestas decorativas tanto en sus fachadas como

                                                            133 Barriga (1939b) entrega interesantes detalles de las características técnicas, tamaño y ornamentación de una serie de iglesias de la doctrina de Codpa, durante el siglo XVIII, que contrastaremos en el capítulo siguiente con la presentación de los actuales templos.

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293

en sus interiores. La ornamentación queda en gran medida determinada por los

materiales disponibles en la región y la mano de obra indígena. En este contexto debe

llevarse a cabo la valoración de las formas construidas, tanto en su ejecución como en

el repertorio decorativo empleado.

La torre es otro elemento interesante de analizar. Aparentemente sólo en esta

región alto andina se registra esta concentración de torres exentas, algunas muy

próximas al templo, otras bastante separadas o inscritas en los muros perimetrales que

definen patios y/o atrios. Los antecedentes de este tipo organización son buscados

tanto en Europa como en la América prehispánica. Según van Kessel134 este tipo de

torre es una creación sincrética que incorpora el culto cristiano a la cosmovisión

aymara. Equivale, en este contexto a los Mallcus aymara, esto es, espíritus que

habitaban las cumbres nevadas andinas, a los cuales se les rendía solemne culto y se

los invocaba en caso de necesidad o crisis. El autor las llama “torre – mallcu”,

asociando la verticalidad e impronta que definen en el paisaje de la puna, a la manera

de estas cumbres nevadas. En esta misma línea Harris y Bouysse-Cassagne (1988)

relacionan las torres con el culto a los difuntos y con el significado que adquieren los

sepulcros en el paisaje andino. Las torres, en su verticalidad, evocarían al muerto,

enterrado bajo ellas,135 representando de esta manera una transición entre la vida y la

muerte; esto en una clara analogía con las cumbres nevadas, donde solían enterrarse

a los muertos. Por otro lado Busaniche (1955) a partir del caso que observa en la

reducción de Trinidad, busca los antecedentes de estas torres aisladas en los

campaniles italianos, valorando también su condición sincrética.

                                                            134 El autor analiza la región específica hoy chilena habitada por población aymara, en los altos de Iquique, en la frontera con Bolivia. (van Kessel 1996a). 135 En la práctica no se enterraron cuerpos bajo estas torres.

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294

4.3.2 Las viviendas

Las descripciones que encontramos de las viviendas en esta región aluden a su

precariedad material y falta de organización entre sí. Ambas consideraciones

responden a esta falta de comprensión tanto de la cultura local como del medio

geográfico que caracterizó estas tempranas interpretaciones de los pueblos, pero

entregan interesantes datos sobre la materialidad y tecnologías empleadas. Bernabé

Cobo, a finales del siglo XVI se refiere a este tema:

“El otro género de casas tienen las paredes de tapias, y algunas de adobes. No hacían los indios antiguamente estas tapias como nosotros, de tierra suelta un poco humedecida, sino de barro bien amasado y blando, como hacemos nosotros los adobes. Sacábanlas muy derechas y lisas, porque arrimaban á los lados en lugar de tapiales de madera mantas y cañizos, y luego las enlucían con el mismo barro….En la Sierra hacen las casas de piedra y barro y las cubren de paja. La piedra es tosca y puesta sin orden y concierto, más que illa asentando y juntando con pelladas de barro.” (Cobo 1895, vol.4, p.165)

En las regiones más bajas, donde existe disponibilidad de tierra para la

fabricación de abobe las viviendas se resuelven con esta tecnología, incorporando

piedra en la base, con algún grado de elaboración. Las viviendas suelen ser volúmenes

muy simples, con una altura que no sobrepasa los 2,5 metros, generalmente de un

recinto, con un patio en la parte posterior. Los vanos en los muros son los mínimos

necesarios, en especial en el altiplano, donde las viviendas se vuelven más precarias

en forma y tecnología. La piedra es un material abundante que emplean masivamente

los pueblos andinos, especialmente en el altiplano donde se levantan los muros

íntegramente en este material, sin elaboración alguna, unido con mortero de barro. La

mayor parte de los pueblos de esta región conservó tras la conquista sus métodos

tradicionales para la construcción de vivienda, incorporando algunas soluciones como

las armaduras para las techumbres, algo más complejas. El empleo de la “quincha” –

estructura de madera, caña y barro – se popularizó en las ciudades como Lima,

Arequipa o Cuzco, por las ventajas que ofrecía frente a los sismos, otorgándole mayor

flexibilidad a la estructura. Sin embargo implicaba en muchos casos el traslado de

material (madera y caña) desde regiones apartadas, lo que impidió su empleo masivo

en regiones más apartadas del Virreinato. Se han localizado viviendas en quincha en el

pueblo de Tarapacá, Pica y Matilla, todos ellos ubicados en la parte baja, y habitados

por importante número de hispanos.

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295

La influencia del barroco en la vivienda es mínima en la región, y se remite a

aquellos pueblos que tuvieron mayor importancia durante la colonia y la conservaron

en el siglo XIX por el auge minero, como Tarapacá, Purte o Socoroma. Se manifiesta

en portadas de piedra, talladas, a la manera de los templos, pero con escasa

decoración (generalmente flores). Fueron levantadas en el siglo XIX, empleando una

piedra menos porosa – y por consiguiente de más difícil talla – que la utilizada en las

portadas de los templos de Arequipa, Oruro o Potosí. Las plantas, al igual que sucede

en los templos, no se ven influenciadas por estilos foráneos: se conserva el volumen

simple, de una o dos habitaciones. Las escasas viviendas con portales de madera hacia

la calle o patios interiores que existen en pueblos como Tarapacá o Matilla responden a

intervenciones posteriores, del siglo XIX, cuando se produce el auge salitrero en la

pampa del Tamarugal.

En la actualidad siguen empleándose tecnologías precarias como el adobe o la

mampostería con mortero de barro en estos pueblos andinos. En la precordillera ha

existido una tendencia a incorporar nuevos materiales (ladrillo, bloque e incluso el

hormigón), a diferencia del altiplano que conserva sus técnicas tradicionales para la

construcción de viviendas. Se trata de unidades muy simples, pequeñas, semi

enterradas en algunos casos, y con escasísimas perforaciones. Todo esto para hacer

frente a las condiciones climáticas del lugar.

Los temas tecnológicos son relevantes en cuanto representan no sólo una

tradición indígena de construir, que se ha mantenido en parte hasta la actualidad, sino

porque constituyen técnicas sustentables, apropiadas al lugar, que emplean materiales

y formas pertinentes a la forma de vida de estos grupos. Prestar atención a este

aspecto es fundamental para la conservación de estos grupos culturales andinos.

Como pasaremos a analizar en el capítulo siguiente, las configuraciones que

adoptan estas edificaciones responden a una estructura y morfología preexistente en

su gran mayoría, caracterizada por la linealidad de los pueblos agrícolas de orilla de

quebrada o por la dispersión de unidades habitacionales de los pueblos de la puna.

Esta superposición por un lado y sincretismo por otro, en un ámbito rural andino

específico ofrece un panorama de gran interés para la investigación del micro

urbanismo en las regiones periféricas del Virreinato del Perú, beneficiadas en alguna

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296

medida por su aislamiento. Con el análisis de los pueblos ubicados en la región

altoandina chilena se busca contribuir a la construcción del panorama integral de la

arquitectura rural andina en el antiguo virreinato peruano, al cual pertenecieron estos

pueblos.

 

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CAPÍTULO TERCERO. Situación actual y valoración de los asentamientos

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1. Los pueblos inscritos en el paisaje andino

La interpretación de los poblados que estamos en condiciones de efectuar a

esta altura se ve argumentada desde las dimensiones geográficas, antropológicas e

históricas y permiten aproximarnos a una valoración acertada de los hechos

construidos, tanto poblados como edificaciones, que existen actualmente. Esta

valoración se enmarca en dos propósitos; una valoración de los asentamientos, en

cuanto testimonios construidos de un proceso histórico de transformaciones sociales,

políticas, económicas que han dejado como resultado configuraciones territoriales y

urbanas particulares y originales, consecuencia de una integración cultural; y por otra

parte, al tratarse de pueblos habitados, son objeto de intervenciones en la actualidad,

tanto en sus espacios públicos como en sus edificios, y en este sentido esta valoración

de los mismos pretende contribuir a orientar las intervenciones como parte de un

proceso histórico de actualización de patrones vinculados a las prácticas, costumbres y

espacio geográfico en que se encuentran inscritos.

La revisión histórica que se ha efectuado da cuenta de diferentes tipos de

intervenciones llevadas a cabo, las cuales han significado reestructuraciones

territoriales – con la definición de nuevas unidades administrativas – o

transformaciones morfológicas de los pueblos – el caso de los conjuntos religiosos en

todas sus formas y complejidad. Estas últimas se darían como resultado formas

apropiadas a las culturas originarias, las que le agregan valor a los mismos

asentamientos y los actualizan. Esta condición de apropiación se fundamenta tanto en

las raíces culturales indígenas, sus credos mitos y cosmovisión, como en las

limitaciones o posibilidades tecnológicas, vale decir, tipos de materiales disponibles o la

calidad de la mano de obra.

Las características del medio en que se localizan los asentamientos es otro

aspecto fundamental en la comprensión de su lógica de organización y morfología, a

partir de las particularidades y condiciones climáticas extremas propias de las zonas

desértica y altiplánica chilenas, que definen formas de producción y patrones de

asentamiento específicos para cada región. Las formas construidas que surgen de las

actividades económicas específicas a cada región han sido señaladas como

determinantes en la organización de los elementos del poblado. Existe por tanto, por

sobre la dispersión y simple aglomeración de unidades construidas que describen los

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primeros cronistas, una voluntad y sentido de ordenación, en el cual comparecen estos

aspectos. Revisaremos hasta qué punto los nuevos programas arquitectónicos

(templos) y sus obras se instalan con una voluntad de componer o se trata de una

simple adición de una nueva unidad.

Ha quedado en evidencia que la zona en cuestión, habitada en su mayoría por

el pueblo aymara, corresponde a los valles occidentales de la cuenca del Titicaca,

centro del reino aymara, una región menos densa que la rivera del lago y algo menos

documentada, de acuerdo a la investigación adelantada a la fecha. A partir de la

expansión del imperio inca también se produce la ocupación de las zonas

precordilleranas por parte de este grupo, pero los aymara conservan la supremacía,

especialmente en las regiones altas. Durante la colonia se produce un mayor impacto

en los pueblos de las zonas bajas (precordillera y valles bajos), por la instalación de

población hispana, lo que significó usurpación de tierras a los indígenas y el repliegue

de parte de ellos a las regiones más altas, las cuales no fueron en general ocupadas

por los españoles, con todo lo que ello implica a la hora de analizar las

transformaciones ocurridas. En lo que respecta a los pueblos, su morfología y

actividades productivas, la puna efectivamente da cuenta de una mayor conservación

de patrones prehispánicos, por sobre los asentamientos localizados en las regiones

más bajas.

Desde la profundización en la variedad de aspectos señalados es posible

realizar esta interpretación de la estructura organizativa propia, integrando

condicionantes culturales prehispánicas, geográficas e históricas, al análisis

morfológico.

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1.1 Integración y conectividades

Las relaciones históricas que estos asentamientos han conservado tanto con los

valles bajos del Pacífico como con la región comprendida por la cuenca del Titicaca se

han visto alteradas producto de los sucesivos avances territoriales de los imperios y las

divisiones administrativas tanto coloniales como republicanas, las cuales han propiciado

la descomposición de los sistemas culturales prehispánicos, dando paso a nuevas

relaciones, algunas de las cuales encuentran sus antecedentes en la lógica de

integración propia de los momentos de mayor libertad 1del pueblo aymara, que hemos

descrito.

La región fronteriza conserva evidentemente relaciones más estrechas con el

sector hoy boliviano, debido a la proximidad y a la menor alteración en la

estructuración territorial ocurrida durante la colonia, favorecida por la localización,

especialmente la difícil accesibilidad, y la ausencia de recursos codiciados por los

conquistadores, como los metales. Posteriormente, durante la República, el impacto de

la explotación salitrera durante tampoco llega a producir desestructuraciones étnicas

fundamentales en la parte alta, a pesar de la migración de población a las oficinas y

campamentos de la pampa del Tamarugal; los poblados siguieron siendo habitados por

población aymara, dedicada a la ganadería, que establecía relaciones comerciales y

culturales con los valles bajos y la región oriental. Los asentamientos ubicados en los

valles precordilleranos en cambio, presentan una relación con los centros urbanos –

puertos de Arica e Iquique – bastante más estrecha que para el caso de los pueblos

altiplánicos, así como una notable disminución de población originaria aymara o

quechua. Esta franja, que además contiene los mejores suelos agrícolas de la región

tuvo un desarrollo urbano diferente durante la colonia, con aparición de asentamientos

con características de núcleos o polos económicos, que si bien existieron desde época

prehispánica se convierten en centros en la época colonial, habitados por población

hispana. Los pueblos de Pica y Matilla, al interior de Iquique, el caso de Tarapacá y

Huasquiña, en la quebrada de Tarapacá, el pueblo de Camiña, en la quebrada del

mismo nombre, son algunos ejemplos de este tipo de asentamientos. (Lámina 3.1)

1 Tanto Murra (1988) como Albó (1988) se refieren al momento en que los aymara fueron un pueblo libre, previo a la expansión del imperio inca (periodo post Tiahuanaco) y, evidentemente, previo a la conquista española. Desde el punto de vista de las relaciones territoriales, este habría sido el periodo en que se desarrollaban de manera efectiva las relaciones de interdependencia regionales.

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Lámina 3.1: SISTEMAS ASENTAMIENTOS VALLES BAJOS DEL PACÍFICO.

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Las conectividades se han favorecido en parte con la mejora (pavimentación)

de las vías estructurantes, y la consolidación de las menores, sin embargo con ocasión

de los deshielos cordilleranos estacionales aquellos pueblos ubicados en los lugares

más inaccesibles quedan aislados. Las relaciones a las que se alude se refieren

especialmente al intercambio comercial (la tradición de las ferias se ha mantenido en la

parte alta, siendo en ocasiones la única fuente de abastecimiento de algunas pequeñas

comunidades) además del religioso (las festividades religiosas movilizan una gran

cantidad de población proveniente de regiones apartadas en ocasiones que guarda

relación familiar con los pueblos).

Es posible reconocer un sistema de asentamientos vinculados al territorio, en

un sentido geográfico y administrativo: el caso de todos los pueblos que se localizan en

la puna, sobre los 3500 m.s.n.m. en la región fronteriza con Bolivia. En esta condición

se encuentran los pueblos de Cosapilla, Guacoyo, Ancapujo, Chujslluta,

Nasahuento, Chañapalca, Caquena, Chucuyo y Parinacota. Hacia el sur aparece

un nuevo sistema en la misma relación de vecindad entre sí y con los asentamientos

bolivianos, comprendido por los pueblos de Mulluri, Parcoailla, Uncalliri,

Guallatiri, Ancuta. Finalmente, a la altura del paso fronterizo de Colchane se

localizan los pueblos de Quebe, Escapiña, Isluga y Enquelga2 Estos pueblos han

conservado con mayor fuerza los rasgos culturales prehispánicos así como el repertorio

de tipos arquitectónicos y prácticas sincréticas surgidas durante la colonia. La actividad

económica principal de todos ellos sigue siendo la crianza de llamas y alpacas, al igual

que los pueblos fronterizos por el lado boliviano. (Lámina 3.2)

En lo relativo a la conectividad transversal existen dos ejes principales, que

relacionan la costa y la pampa con Bolivia: la ruta Arica – La Paz, vía el paso de Tambo

Quemado, y la ruta Huara – Oruro, por el paso de Colchane. Los antecedentes de

estos trazados son caminos empleados por los pueblos prehispánicos. Otros sistemas

transversales como el del valle de Codpa, la quebrada de Camiña o el valle de Pica,

concentran una serie de asentamientos, sin llegar a traspasar la frontera. (Lámina 3.3)

En torno al primero de estos ejes referidos (Arica – La Paz) se emplazan los

pueblos de Socoroma, Putre, Chucuyo o Parinacota. A la altura de Zapahuira se

2 En cada uno de estos sistemas existen otros pueblos, sin embargo se hace mención a aquéllos que presentan características urbanas, arquitectónicas e históricas más relevantes.

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Lámina 3.2: SISTEMAS TRANSVERSALES DE ASENTAMIENTOS, REGIÓN ALTIPLÁNICA

Page 304: ARQUITECTÓNICO Y URBANO

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Lámina 3.3: SISTEMAS TRANSVERSALES DE ASENTAMIENTOS, REGIÓN PRECORDILLERANA

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desprende el importante sistema de asentamientos que incluye Belén, Pachama,

Tingamar, y que se vincula con los pueblos del valle de Codpa como Timar, Cobija,

Guañacagua o Chitita. Todos estos pueblos están relacionados con los centros urbanos

actuales localizados en los puertos, con los que establecen vínculos comerciales

especialmente; sin embargo es posible referirse a “sistemas” en cuanto conforman

organizaciones definidas por las unidades geográficas señaladas (valles o quebradas),

relacionados entre sí económica y socialmente. Algo similar a lo que ocurre en torno a

la quebrada de Camiña, que agrupa a los pueblos de Chapiquilta, Yala – Yala, Amaplica

o Nama.

El último de estos sistemas transversales sería el definido por el eje Huara –

Colchane, que atraviesa a la puna boliviana. Este hecho cualifica especialmente a los

pueblos de la parte más alta que participan de manera activa en la integración que

supone la presencia de este paso fronterizo. En la región más baja, destaca en lo

relativo a la organización territorial, la quebrada de Tarapacá que ha concentrado

desde épocas prehispánicas una serie de pueblos y caseríos estrechamente vinculados

entre sí. Se trata de una profunda quebrada, con cursos de agua variables, que remata

el pampa del Tamarugal. En la parte más baja se emplazan el pueblo de San Lorenzo

de Tarapacá, importante asentamiento prehispánico y colonial, tanto en lo

administrativo como eclesiástico, razón por la cual logra un mayor desarrollo

económico y crecimiento urbano. Los pueblos agrícolas de Mocha, Guaviña, Sibaya,

Chusmiza o Usmagama, localizados en las laderas de esta quebrada también han sido

parte de la actividad que se ha concentrado en esta región; conservan un número

importante de habitantes y cuentan – algunos de ellos – con equipamiento público

básico como escuelas, consultorios o tendido eléctrico. (Lámina 3.4)

En la zona alta, fronteriza, se ubican los pequeños pueblos ganaderos,

relacionados estrechamente con sus vecinos bolivianos. Destaca por el lado chileno el

pueblo de Isluga, importante centro religioso para los aymara, cuya festividad

congrega a gran cantidad de población proveniente de toda la región. La serie de

pequeños pueblos y caseríos como Escapiña, Enquelga, Arabilla, Taipicollo, Paserijo,

son parte de este sistema geográfico – cultural. (Lámina 3.5)

Las redes de comunicación actuales por tanto son interesantes en cuanto

admiten plantear una hipótesis respecto de la construcción de sistemas culturales,

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Lámina 3.4: SISTEMA ASENTAMIENTOS QUEBRADA DE TARAPACÁ

Page 307: ARQUITECTÓNICO Y URBANO

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Lámina 3.5: SISTEMA ASENTAMIENTOS SECTOR COLCHANE

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especialmente en las partes altas, donde se conservan relaciones prehispánicas a partir

de la concentración de poblados o caseríos. La pervivencia de estos pueblos y de la

relación entre ellos se puede explicar desde esta tradición histórica y cultural que ha

prevalecido firmemente por sobre las desestructuraciones territoriales – y sociales – de

las regiones bajas. En la precordillera también es posible reconocer sistemas en torno

a las quebradas (Tarapacá o Camiña) o en los valles de Codpa y Belén.

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309

1.2 Tipos de pueblos

La idea de “tipos de pueblos” se enmarca en el propósito de valorar cada uno

de estos asentamientos desde sus cualidades e invariantes culturales, derivadas de los

puntos de vista que se han revisado, como son los aspectos geográficos,

antropológicos y procesos históricos en los que se han visto envueltos. Entenderemos

el “tipo” como un constructo teórico que en el que subyace una estructura, reconocible

a partir de ciertas invariantes, y que cobra forma en manifestaciones diversas.

En un análisis arquitectónico y urbano los tipos estarán determinados por las

formas construidas, tanto en su disposición en el territorio como por la estructura

interna que adoptan (morfologías), además de la identificación de los elementos

arquitectónicos singulares. Todos éstos desde la aproximación a los aspectos que

hemos revisado a lo largo de los capítulos anteriores, lo que asegura una

interpretación más ajustada y certera de estos hechos construidos.

El territorio (paisaje y recursos) y las actividades económicas son aspectos que

en todos los momentos históricos han repercutido en la estructuración regional de los

asentamientos; las redes de comunicación, el crecimiento y densificación de áreas, la

desocupación o migraciones poblacionales de que ha sido objeto esta región andina se

relacionan con este soporte geográfico y la explotación de los recursos que sus

pobladores han efectuado en ella. Por este motivo los tipos de asentamientos que

identificamos están en relación directa con estos aspectos, quedando identificados en

primera instancia los pueblos de la pre-cordillera y los pueblos del altiplano.

Del universo de pueblos que existen en la región se seleccionan aquellos en los

cuales es posible reconocer estas condiciones de integridad, que manifiestan tanto en

sus formas construidas como en su manera de ser habitados, los procesos históricos,

resultando expresiones originales, en cuanto son, más que adaptaciones, creaciones

propias de una cultura viva, en un contexto geográfico específico. Estos pueblos

forman parte de una red de relaciones, por el sistema geográfico en que se encuentran

(como parte de una quebrada, un valle), o por encontrarse inscritos en las redes de

dependencia económica, comercial o social que subsisten en los Andes. Todos estos

aspectos son entendidos como un valor, y reconocidos como parte de la identidad

cultural de estos pueblos.

Page 310: ARQUITECTÓNICO Y URBANO

310

2. Estructura urbana

2.1 El trazado, morfología y elementos urbanos.

Estando claro el origen prehispánico de buena parte de los pueblos de la región

precodillerana y altiplánica de Arica y Tarapacá, cabe analizar los criterios con que se

organiza su estructura urbana o trazado general. En este sentido se puede aplicar el

mismo patrón de la búsqueda de una organización del medio, en función de un suelo

disponible, de un grupo humano organizado y de determinadas actividades

económicas. Todos estos factores experimentan una variación dependiendo de la

región – o piso ecológico – en que nos encontremos.

Para el caso de los pueblos pre-cordilleranos existen dos tipos de

conformaciones;

Los pueblos de la pre-cordillera, esencialmente agrícolas, ubicados en torno a

las quebradas o cursos de agua adoptan una estructura generalmente longitudinal,

aterrazada, privilegiando la localización de los suelos para el cultivo. La ordenación y

racionalidad con que se proyectan y despliegan las áreas de cultivo subordina la

localización de las viviendas, las conectividades y los espacios públicos. En la estrecha

quebrada de Tarapacá los pueblos que se enmarcan en esta estructura serían los de

Huaviña (Lámina 3.6) Mocha (Lámina 3.7), Chusmiza; en la quebrada de Camiña, el

pueblo de Yala – Yala (Lámina 3.8); en el valle de Codpa, el pueblo de Timar. En

todos los casos se trata de pueblos, como podemos observar, ubicados en quebradas

estrechas, con pendientes pronunciadas, vale decir, con escaso suelo llano.

Los espacios públicos más significativos en este tipo de pueblos son una vía

principal – por lo general paralela a la quebrada – que recorre todo el poblado en su

longitud, y una explanada o plaza, vinculada a esta vía. Además de esta vía principal

existe otras, transversales, generalmente pequeñas escaleras, cuya función principal es

asegurar la accesibilidad a las viviendas. La plaza es un espacio relevante, lugar de

reunión de la población local, pero por sobre todo el lugar donde se desarrollan todas

las celebraciones y eventos comunitarios, que congregan a pobladores de otras

localidades vecinas, especialmente movilizados para participar, ya sea de la fiesta del

santo patrono, un carnaval, una feria u otro tipo de actividad. El valor del espacio

Page 311: ARQUITECTÓNICO Y URBANO

311

Lámina 3.6: PUEBLO DE HUAVIÑA. QUEBRADA DE TARAPACÁ

Page 312: ARQUITECTÓNICO Y URBANO

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Lámina 3.7: PUEBLO DE MOCHA. QUEBRADA DE TARAPACÁ.

Page 313: ARQUITECTÓNICO Y URBANO

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Lámina 3.8: PUEBLO DE YALA – YALA. QUEBRADA DE CAMIÑA

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314

público está tanto en la significación que cobra para los pueblos originarios – patrón de

habitabilidad común a todos los pueblos prehispánicos americanos – como en la

relación entre su configuración y el marco geográfico en que se inscribe.

Siempre en la franja pre-cordillerana encontramos pueblos que, a pesar de

desarrollar la misma actividad económica y de poseer una composición étnica similar,

presentan una estructura morfológica diferente; es posible identificar un tejido, tipo

cuadrícula, que no guarda una relación tan estrecha con las áreas de cultivo. Son,

como vemos, las condiciones topográficas las que permiten la generación de estas

tramas; no estamos, por lo tanto ante poblados desarrollados en los empinados bordes

de los cursos de agua, sino ante valles más extendidos, que conforman mesetas o

pendientes suaves que posibilitan el desarrollo de esta configuración urbana. Es el caso

del pueblo de San Lorenzo de Tarapacá, en la quebrada del mismo nombre; en el

valle de Codpa son buenos ejemplos los pueblos de Guañacagua o Codpa; además

de Socoroma o Belén. Para algunos de estos poblados contamos con las

descripciones que realiza Barriga, en el siglo XVIII, que dan cuenta de su sencillo

trazado.

“El Pueblo de Cotpa, cabecera de la Doctrina de su nombre, dista de este de Tacna, 39 leguas de la Capital del Partido que es la Ciudad de Arica 25, y de la Doctrina de Tarata 18. Hállase situado a las cabeceras de este Partido y en una Ensenada de su propio Valle; compónese de dos calles de dos cuadras de largo y cuatro transversales, de una cuadra cada una, todas angostas y mal formadas; los edificios son de adobe y tapia sin protección ni método alguno, con sus techumbres de palos de cardón, caña hueca y paja. La plaza bien cuadrada y en regular tamaño. El temperamento, aunque de Valle, es templado y saludable y los más años son copiosas las lluvias; de suerte que habiendo como hay en este pueblo aguas en abundancia, si no se notara la falta de tierras unas con otras bastaría para el regadío de muchos más topos de los que hoy tiene.” (Barriga 1939b, p.108)

El pueblo de Socoroma, en el valle de Lluta obedece a este patrón igualmente.

Es probable que algunos de estos pueblos hayan experimentado un crecimiento

importante durante la Colonia, como el caso de San Lorenzo de Tarapacá, que cambia

de emplazamiento, y la cuadrícula pueda explicarse desde su origen hispano; pero

también es un hecho que en la América prehispánica existieron asentamientos con una

estructura reticular o regular. Este sería el caso de algunos de estos poblados.

(Lámina 3.9)

Page 315: ARQUITECTÓNICO Y URBANO

315

Lámina 3.9: PUEBLOS PRECORDILLERANOS EN VALLES

Page 316: ARQUITECTÓNICO Y URBANO

316

En lo relativo a los espacios públicos, puede afirmarse que la plaza sigue siendo

un espacio relevante, una explanada que es profusamente habitada por la comunidad

local y, eventualmente, vecina, por motivos religiosos, sociales o comerciales. Las

calles no presentan una jerarquía tan marcada como en el caso anterior; existe por lo

general un sistema de vías principales, adscrita a la trama; en estas vías principales se

ubican los accesos a las viviendas, existiendo, en algunos casos, como San Lorenzo de

Tarapacá, vías de servicio.

A pesar de la dificultad de seguir el proceso de transformaciones experimentado

por estos pequeños asentamientos, podemos identificar intervenciones que han

impactado en la morfología del conjunto, así como también la persistencia de patrones

de claro origen prehispánicos que subsisten y siguen siendo vigentes. El caso de la

implantación del templo, con sus instalaciones asociadas, es el que más presencia

cobra, tanto por la envergadura y escala de las construcciones, como por las

actividades que genera en torno a él, pasando a constituirse en un centro. En todos los

casos está relacionado con la plaza, sirviéndose de esta explanada como una gran

proyección del interior. Las calles se integran al sistema, en cuanto son vías de

procesión, en ocasiones con posas – o estaciones – todo lo cual le otorga gran

significado al espacio público exterior. Las fiestas religiosas andinas son, como es

sabido, una perfecta simbiosis entre los ritos y creencias que aporta la cosmovisión

indígena, y el culto cristiano. Más allá de la implantación del templo, y por la reducida

escala de los poblados que se están analizando, se estima que en general la morfología

existente no se ve afectada por otros órdenes más allá de los expuestos.3 En estos

casos las “chacras” o áreas de cultivo pueden ser, como antaño, comunitarias, o

pertenecientes a un grupo familiar que la explota a lo largo del año. La agricultura

sigue siendo, a pesar de las dificultades,4 la actividad más importante de esta región,

generando una producción que es comercializada en este espacio interior (precordillera

y valles) y en los centros urbanos de la parte baja.

3 A pesar de la escasa documentación que existe de los pueblos de la región, es posible constatar las intervenciones realizadas en algunos de los que tuvieron alguna relevancia durante la Colonia, como San Lorenzo de Tarapacá, Codpa o Belén. 4 Las principales amenazas que sufren estas comunidades son la migración masiva de la población más joven, en busca de mejores oportunidades laborales en los centros urbanos de la costa. Esto es consecuencia de la falta de integración efectiva entre estas llamadas “minorías étnicas” a los procesos de desarrollo económico nacionales. Esto repercute en carencia de oportunidades de desarrollo a partir de los lugares y actividades originarias, por desconocimiento o desinterés. Los problemas derivados de los derechos de aguas son de los más complejos, debido a la gran presión que ejerce la poderos industria minera en la región. La consecuencia de los desvíos de los cursos de agua es la desaparición de muchos de estos pequeños asentamientos.

Page 317: ARQUITECTÓNICO Y URBANO

317

En el paisaje altiplánico puede reconocerse básicamente un tipo de

asentamiento, con una clara identificación de sus partes. La racionalidad en la

organización, que para el caso de los pueblos pre-cordilleranos estaba dado en gran

medida por los suelos cultivables y el relieve, desaparece en este paisaje, siendo de

otro tipo la relación que se establece con el paisaje, como pasaremos a explicar. La

principal actividad económica es la ganadería; por lo tanto estamos ante la presencia

de rebaños de auquénidos que se desplazan por las llanuras de la puna, a través de los

bofedales, en busca de pastos.5 El relieve no es una condicionante, la existencia de

pastos en cambio, sí. Por este motivo el bofedal es uno de los elementos que

determina la localización – más que la morfología – de los asentamientos de la puna.

En estos poblados la unidad familiar, tipo “ayllu” está muy presente, al extremo

que será ésta la que, en su adición, construye el poblado. La relación con el “espacio

público” es menos relevante, siendo los patios o espacios interiores, siempre

comunitarios, los que acogen la vida familiar. Si bien el concepto de ayllu ha

experimentado transformaciones, especialmente por el desplazamiento de parte del

grupo – generalmente los más jóvenes – a los centros urbanos, ha persistido la idea de

encalve familiar, integrado, en torno a espacios comunitarios para el grupo, que no son

“públicos”. Estas unidades se disponen con más o menos regularidad entre sí,

generando en ocasiones trazados más reconocibles u “ordenados”, como en los

pueblos de Mulluri o Cobija. (Lámina 3.10)

El espacio público, a pesar de entrar en una relación más indirecta con las

viviendas, es un espacio relevante, que cobra significación para las festividades, en

especial para las religiosas. Se constituyen, al igual que en los pueblos de la pre-

cordillera, circuitos procesionales en los cuales las capillas posas son un de sus

elementos más valiosos y singulares.6 No obstante lo anterior, hay pueblos en esta

región alta, especialmente algunos de los más habitados o de mayor tamaño, en los

que es posible reconocer una estructura más regular de vías de circulación y unidades

5 Además de la ganadería, estos pueblos son productores de una gran variedad de tubérculos. La diferencia con los cultivos de la pre-cordillera es que el régimen de riego es diferente, esto es, requieren menor cantidad de agua, y con menos frecuencia; esta agua se obtiene generalmente de las lluvias ocasionales en la región. 6 Todas las capillas posas registradas en la región que analizamos se encuentran en los pueblos del altiplano; este es un hecho interesante, que confirma los estrechos vínculos culturales con la región vecina tanto boliviana como peruana, ya que allí existen pueblos con este mismo tipo singular de capillas.

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Lámina 3.10: PUEBLOS “REGULARES” ALTIPLANO.

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agrupadas de viviendas. Es el caso de Mulluri, Isluga, Parinacota, Caquena o

Cancosa; sin embargo cabe destacar en cada uno de ellos la existencia de espacios

privados comunitarios, tras las viviendas (a la manera de patios) que en ocasiones

relacionan las viviendas entre sí.

Así como las terrazas de cultivo, o chacras, dan cuenta de la actividad

económica de los habitantes de la pre-cordillera, y cualifican sus pueblos, en la puna

serán los corrales para los animales los vestigios construidos de la actividad ganadera.

La mayoría de estos corrales son comunitarios, y se ubican en las afueras del pueblo,

principalmente por su tamaño: suelen ser circulares, construidos en piedra, de unos 10

m de diámetro. Algunos casos ejemplares de esto son los pueblos de Guacollo,

Ancapujo, Chañapalca, Chujslluta, Anacpujpo o Nasahuento. (Lámina 3.11)

Dentro de la estructura general del poblado existe una explanada, tipo plaza,

asociada, por lo general al templo. Llama la atención que, a diferencia de los pueblos

pre-cordilleranos, el templo no se emplaza siempre en el centro del pueblo

constituyendo una verdadera unidad con la plaza, la que pasa a ser en ocasiones una

extensión del interior. Lo anterior no implica que el templo esté desvinculado o

desarticulado respecto del poblado, sino que se elige una ubicación en función de la

orientación y de las cumbres. Como se explicó, para el hombre que habita esta

particular región andina, las cumbres y las coordenadas geográficas son significativas;

son los puntos donde ven nacer el sol, o de donde provienen las lluvias; por estas

razones las bautizan y veneran. El hecho de levantar los templos cristianos inscritos en

estos órdenes es absolutamente significativo, en cuanto expresión arquitectónico –

urbana sincrética. Dentro de los pueblos estudiados se observa esta condición en

aquéllos pequeños caseríos situados en la región más septentrional: Chañapalca,

Nasahuento, Chujslluta, Ancapujo y Guacollo, sobre el límite actual con Bolivia.

Otro hecho confirma esta inclusión del paisaje en el poblado: la existencia de

calvarios en las cumbres distantes, en relación con el templo. Esta es otra diferencia

con los pueblos de las regiones más bajas. Estos calvarios forman parte del sistema

procesional del pueblo, junto con las capillas posas, las rutas procesionales y el templo.

El calvario da cuenta de la extensión de los límites del poblado más allá de lo definido

por las construcciones habitadas por su comunidad. La vastedad del paisaje de la

puna, con inmensas extensiones, que gracias a lo claro y diáfano de la atmósfera son

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Lámina 3.11: MORFOLOGÍA PUEBLOS ALTIPLANO

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321

alcanzadas por la mirada, posibilita la apropiación de este paisaje lejano como parte

del poblado.

Si consignamos las intervenciones que han experimentado estos pueblos,

dentro de las más importantes se cuentan la construcción de los templos durante la

Colonia, en especial entre los siglo XVII y XVIII. Durante estos siglos se construyen las

primeras versiones de los templos que actualmente existen. Por efecto de los sucesivos

sismos lo que subsiste de estos primeros edificios son algunas secciones de los muros,

generalmente las partes bajas, elementos del interior, como retablos o imágenes y el

emplazamiento. Como se ha señalado, existe escasa documentación histórica relativa a

la construcción de estos templos, especialmente de los ubicados en los pequeños

poblados altiplánicos, por lo tanto a partir de la información histórica disponible y la

inspección en terreno es posible realizar estas afirmaciones respecto de los edificios.

Cabe destacar que en todos los pueblos analizados, a pesar de tratarse en algunos

casos de pequeños caseríos, fue levantado un templo; algunos muy pequeños (la

capilla del pueblo de Nasahuento tiene en su interior 3x6 m), y otros de mayor

envergadura y complejidad (como el caso de la iglesia de Codpa o Parinacota). Lo

anterior da cuenta del alcance de las obras misioneras en el antiguo Virreinato del Perú

en zonas apartadas y de baja densidad.

Finalmente es importante poner de manifiesto la ubicación que tomaron estos

edificios en la trama de los asentamientos preexistentes. Por lo general el templo se

relacionará con un espacio exterior, como una plaza o una explanada, que sirve en

ocasiones para extender el rito hacia el exterior. En los pueblos pre-cordilleranos se

repite este patrón de localización, con ciertas variaciones: en casos como el pueblo de

Guaviña (pueblo de fondo de quebrada) la iglesia queda con su acceso lateral

enfrentado la plaza del pueblo; en el pueblo de Timar, en cambio, la iglesia está en el

eje principal del pueblo. En ambos casos se trata de iglesias de cierta envergadura

(considerando la escala del pueblo) y que forman parte de conjuntos más complejos,

vale decir, con torre exenta, patio cercado y/o cementerio asociado. En los pueblos del

altiplano, como adelantábamos, se producen variaciones: la capilla ubicada fuera de la

trama, en una relación evidente con elementos del paisaje, lejanos, pero significativos

para sus habitantes. El pueblo queda de esta forma, a través de su capilla, integrado a

un universo mayor, que encuentra su origen en la cosmovisión de los grupos étnicos

aymara. Este no será sin embargo un patrón que se replique en todos los pueblos de la

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puna. Si comparamos aquellos que presentan una trama más organizada, más

reconocible, vemos como los conjuntos religiosos tendieron a integrarse a ella, a ser

centros, localizados en las plazas, o construyendo plazas. Entre estos casos

encontramos los conjuntos compuestos por capillas posas, las que inscriben al pueblo

en un circuito religioso, con la integración de sus edificios y espacios públicos. (Es el

caso de Parinacota, Caquena o Mulluri.) (Lámina 3.12)

Cabe destacar el caos de los pueblos de Pachama o Guañacagua, en los

cuales el templo – inscrito en su patio cercado y con torre exenta – se separa del

caserío, ubicándose en la rivera enfrentada del río o curso de agua, presumiblemente,

para disponer de mayor superficie. (Lámina 3.13)

El sentido del orden, criterio que dominó en todos los diseños de las nuevas

poblaciones durante la Colonia, puede en cierta forma identificarse en esta voluntad de

inscribir en las leyes que regían las estructuras morfológicas de estos asentamientos,

los nuevos edificios. Sin embargo en estos casos las preexistencias culturales son una

condicionante que es considerada e integrada, con mayor o menor acierto.

Posteriormente, durante el periodo republicano, las intervenciones que se

advierten se refieren a acciones en los espacios públicos, especialmente en las plazas,

y, en las últimas décadas, a la instalación de equipamiento público (escuelas,

gimnasios, consultorios…). Gran parte de estas intervenciones, a diferencia de las

llevadas a cabo durante la Colonia, no aportan valor a los pueblos, si se considera

como un valor esta apropiación formal y tecnológica de modelos foráneos, por parte de

una cultura local, dando como resultado hechos, urbanos o arquitectónicos,

absolutamente originales.

La mayoría de los edificios destinados a equipamiento público que se

construyen a partir de la segunda mitad del siglo XX se enmarcan en el tipo de obras

descritos; por lo tanto no procede su análisis o presentación, si estamos ante

intervenciones que se sustraen de las condiciones impuestas por un paisaje y una

cultura. No hay, por tanto, integración ni desde la localización, las formas, la escala o

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Lámina 3.12: RELACIÓN TEMPLO – PLAZA_a

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Lámina 3.13: RELACIÓN TEMPLO – PLAZA_b

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los materiales.7 Este tipo de edificaciones son escasas, y están mayoritariamente en los

pueblos pre-cordilleranos.8

En el caso de los espacios públicos destacan la aparición de kioscos y jardines,

especialmente en los pueblos de la parte baja, lo que se relaciona con el impacto del

ciclo del salitre. Las repercusiones de este periodo de auge económico (la llamada Era

del Salitre 1880-1930) sobre ciudades directamente relacionadas con la actividad

minera, como los puertos de Iquique o Pisagua, o las localidades de Pica, La

Huaica, La Tirana son evidentes, tanto en su arquitectura como en los espacios

públicos y morfología general.9 Las oficinas salitreras, enclaves de la modernidad

regional en aquel entonces, contaron con plazas equipadas con estos elementos,

influencia que llega hasta las zonas pre-cordilleranas. Los pueblos de la quebrada de

Tarapacá, como Huaviña o Mocha cuentan con kioscos en madera, que dan cuenta

de este fenómeno de hermoseamiento de los espacios públicos que experimentan

tantos centros urbanos en el país, pero del mismo modo testimonian el valor del

espacio público, como ámbito de vida ciudadana para estas culturas andinas. En el

altiplano son más excepcionales los casos, pero podemos encontrar kioscos en

Parinacota, Caquena, Guallatire e Isluga, siempre en el centro de las plazas,

contiguas al templo. (Ver Anexo. Fichas pueblos)

7 El tema de la materialidad es uno de los más complejos, debido a que, por la condición altamente sísmica de nuestro país, no están permitidas las construcciones en tierra (adobe, tapial) o piedra, por su nula resistencia a la tracción. Esto, sumado a la falta de investigación aplicada, en especial desde la observación del comportamiento de las estructuras históricas frente a los sismos, ha cerrado toda posibilidad de innovar en soluciones estructurales y constructivas a partir de estos materiales propios de las culturas andinas. 8 El caso del gimnasio del pueblo de Socoroma, contiguo a la iglesia, frente a la plaza, ejemplifica este tipo de intervenciones: una estructura de hormigón armado, acero y albañilería de ladrillo. 9 Los puertos salitreros, como Iquique y Pisagua experimentan una transformación impresionante durante el ciclo salitrero, llegando a ser equipados con todas las instalaciones necesarias para hacer más eficiente la industria minera. Desde los edificios destinados a aduanas o almacenes, pasando por las estaciones de ferrocarril, los complejos tendidos ferroviarios y los muelles mecanizados. A esto se suman edificios públicos como teatros, hospitales, escuelas y la arquitectura residencial, construidos empleando materiales y tecnologías de gran calidad y estilos arquitectónicos imperantes en los centros europeos y americanos.

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2.2 Los modelos arquitectónicos. El conjunto religioso.

Dentro de la variedad de manifestaciones arquitectónicas levantadas en el

periodo colonial destacan los conjuntos religiosos, por sobre la arquitectura civil. En

este caso el valor viene dado por la originalidad de los modelos que son genuinas

respuestas a un medio cultural en el que surgen. Las soluciones tecnológicas, la

organización del espacio y los motivos decorativos empleados, entre otros, supondrán

un aporte a un repertorio importado desde Europa, al tiempo que van configurando las

bases de una identidad arquitectónica local. La atención se ha centrado principalmente

en los conjuntos de los centros urbanos coloniales, capitales de los virreinatos y

principales ciudades, que contaron con estupendos templos y conventos levantados

por las órdenes religiosas y el clero secular, caracterizados por su suntuosidad y

belleza. Este tipo de edificios además configuran piezas urbanas relevantes que

cualificaron barrios, constituyéndose de esta manera en uno de los tipos

arquitectónicos más importantes en el desarrollo urbano de los centros poblados.

La situación en las áreas periféricas o más apartadas ha sido estudiada de

manera eventual; la localización de muchas poblaciones sigue teniendo como obstáculo

la accesibilidad, generándose aislamiento y desconocimiento de los valores locales.

Esto ha contribuido por un lado con la conservación de obras coloniales y prácticas

culturales incluso prehispánicas, pero al mismo tiempo han pasado inadvertidas,

quedando entregadas al abandono y descuido.10

La mayoría de los pueblos andinos que analizamos son muy pequeños, por lo

tanto sus conjuntos religiosos son de reducida escala, pero no por ello menos

complejos; los conjuntos más importantes en cuanto a envergadura son los

emplazados en aquellos pueblos que fueron cabecera de doctrina, como el caso de

Codpa o Tarapacá, que acogían a una población más numerosa. Se invertían

entonces más recursos en su edificación, ornamentación y conservación. A raíz de esto

han quedado interesantes descripciones, derivadas de las visitas, de las características 10 El tardío “descubrimiento” de los conjuntos religiosos rurales del Alto Perú queda de manifiesto, por ejemplo, en cita como la siguiente, “Ahora bien, ¿tenían estos (conjuntos de las misiones peruanas en el altiplano) atrios posas o capillas abiertas, tal y como frecuentemente se levantaron en la Nueva España? Difícil es la respuesta. Carecemos de noticias documentales que nos lo afirmen. Y si existieron, hoy no se conservan. … Auténticas capilla abiertas según el modelo de las mejicanas, no es fácil existieran en el Perú“. (Armas Medina 1953). Con posterioridad han aparecido investigaciones que analizan en profundidad áreas culturales de esta región (valle del Colca, entre otros), que han llevado a cabo importante trabajo de campo en estas apartadas regiones (Gutiérrez et. al, 1986b)

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constructivas y del equipamiento de éstos; la visita que realiza entre los años 1793 y

1796 el intendente de Arequipa don Antonio de Álvarez y Jiménez por la aporta este

tipo de información.

“El pueblo de Cotpa es cabecera de esta Doctrina, en su iglesia parroquial se venera por Patrono Tutelar al glorioso Señor San Martín Obispo; tiene aquella 36 varas de largo y ocho y media de ancho con crucero de dos Capillas cortas, Baptisterio con su Pila Bautismal, Sacristía, Coro de madera, Torre proporcionada y Cementerio que la circula, todo de adobe, siendo la techumbre de tijera de mangles cubierta de estera de caña y sobrecubierta pajiza.”(Barriga 1946, p.100)11 A continuación de la descripción suele constar la demanda del párroco de recursos para la manutención del templo y para “aperar sus iglesias12, aún de lo preciso, para la celebración del Santo Sacrificio”. (Barriga 1946, p.100)

De la iglesia descrita se conservan sus muros de adobe y parte de su estructura

de techumbre. Se ha perdido el arco toral y parte de su ornamentación interior. Sin

embargo conserva su hermoso retablo, la pila y un púlpito junto con algunas

imágenes. Las transformaciones más importantes serían la reconstrucción de la torre

adosada, empleando otra tecnología (bloque de cemento), y la sustitución de la

cubierta por planchas metálicas. La iglesia guarda relación con la plaza del pueblo a

pesar de las intervenciones.

Unos años antes (en 1777) de la visita efectuada por el citado intendente se

había creado la doctrina de Belén, separándola de la vecina Codpa, entregándose una

descripción de su templo también.

“La Fábrica material de la parroquial iglesia de Belem es de adobe con portada y Arco Principal e cal, y piedra blanca; techumbre pintada finalmente con Sacristía y Baptisterio nuevos, puertas y llaves techumbre interior de madera, y estera de caña, y el exterior de paja, toda ella corrientes, y es suficientemente amplia para la feligresía.” (Barriga 1946, p.114)

El pueblo de Belén posee dos iglesias contiguas, ambas con sus respectivas

torres exentas. La descripción que se entrega correspondería a la “nueva”, de finales

del siglo XVIII, con mayor capacidad que la antigua, y que habría sido levantada por la 11 El edificio actual corresponde a las reconstrucciones y restauraciones llevadas a cabo tras los terremotos que han afectado a la región. La torre es completamente nueva, una estructura de bloques de cemento, que conserva, no obstante, la ubicación original. 12 La visita referida nos informa de una segunda capilla en Codpa, de la cual hoy no quedan vestigios, “de 12 varas de largo y 5 de ancho nombrada Santa Rosa de Santa María”. (Barriga 1946, p.100)

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328

importancia que tomaba este pueblo al ser elevado a la categoría de “cabecera”.

(Benavides et al., 1977) La antigua es más sencilla, y es probable que presentara

daños a causa de los recurrentes sismos. Ambas edificaciones se encuentran ubicadas

en un gran espacio público, la plaza del pueblo, aterrazado. Ambas estructuras son de

adobe, con base de piedra. La iglesia nueva conserva una de las portadas más

decoradas, con motivos animales (el mono, la sirena) y vegetales (flores, maíz). En su

interior posee un sencillo retablo, conserva el arco toral y una pequeña sacristía lateral.

En ambos casos la torre está bastante apartada templo. Las cubiertas han sido, al igual

que en la mayoría de las edificaciones del pueblo, por planchas metálicas.

Los vecinos pueblos de Timar y Tignamar también son descritos en la misma

visita:

“El pueblo de Timar distante 5 leguas de la Parroquia, tiene su respectiva Vice-parroquial, de 18 varas de largo y 7 de ancho con su Baupisterio y Pila Bauptismal, Sacristía, Torre y Cementerio del material ya indicado. Se venera en ella por Patrón al glorioso Precursor San Juan Bauptista. No tiene renta alguna, y vá el Cura o su Ayudante 6 veces al año en los tiempos dispuestos; y en el que subsiste enseña y explica la Doctrina Cristiana, haciéndolo en los restantes días festivos del año los indios fiscales. El Pueblo de Tignamar se halla situado en medio de dos quebradas hacia la Cordillera, siguiendo vía recta el antecedente Pueblo de Timar, del que dista diez leguas, y de la Capital 15 a 16; tiene igualmente su iglesia Vice-Parroquial de 16 varas de largo y 6 ½ de ancho, que se ve descendente por la devoción de sus indios, pues tampoco tiene renta ni fundos algunos. Hay también Bauptisterio y Pila Bauptistmal, Sacrsitía, Torre y Cementerio de adobe; colócase a Nuestro Amo 5 veces al año, que son en las que va el Cura o su Ayudante a dar pasto espiritual a los fieles.” (Barriga 1946, p.103)

El templo del pueblo de Tignamar se conserva sin grandes alteraciones respecto

de la descripción entregada. Es uno de los pocos que conserva su primitiva cubierta,

por ejemplo, sin embargo el pueblo ha cambiado de emplazamiento a causa de la

crecida del río ocurrida a mediados del siglo XX. Se conservan restos construidos del

antiguo caserío, el cual se estructuraba paralelo a la quebrada. El templo y la torre

(exenta) se ubican en un promontorio, razón por la cual no sufre los mismos daños

que las viviendas, y sigue empleándose en la actualidad. (Lámina 3.14)

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329

Lámina 3.14: TEMPLOS PUEBLOS CODPA, BELÉN, TIMAR Y TIGNAMAR.

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Con estas descripciones es posible confirmar la data de los actuales templos y así como

el origen colonial de los edificios, a pesar de las transformaciones. También queda en

evidencia las escasas visitas que realizaban los religiosos a estos apartados lugares.

Para los pueblos de la puna no hemos encontrado descripciones en las crónicas,

descripciones o visitas llevadas a cabo durante la colonia.

Si bien, como hemos insistido, muchos de estos pueblos se encuentran

prácticamente deshabitados en la actualidad, no es menos cierto que cobran vida – y

sentido – para las festividades religiosas en que se celebran a los santos patrones,

momento en que el pueblo vuelve a revivir sus ritos y a ocupar sus espacios, en

especial los espacios exteriores. La vigencia del conjunto religiosos andino, que se

construye fuertemente referido a los espacios exteriores y a los hitos simbólicos del

paisaje, queda demostrada con este tipo de prácticas.

Page 331: ARQUITECTÓNICO Y URBANO

331

2.2.1 Elementos del conjunto religioso.

Los conjuntos que encontraremos en la región son de diferente complejidad,

pero en general de pequeña escala13, y de una materialidad modesta, que se explica

por las condiciones de localización que se han descrito y la escala de los

asentamientos en los cuales se inscriben. No obstante, cabe destacar que se replica la

estructura de los grandes conjuntos, en cuanto a sus elementos, esto es, además del

templo que es su componente principal, un patio cercado que rodea al templo, en el

cual aparece en ocasiones la capilla miserere; una torre, por lo general exenta; capillas

posas inscritas en el pueblo o dentro del espacio público principal; un calvario, ubicado

en las afueras del pueblo que extiende los límites del espacio sagrado o ceremonial.

Los tipos resultantes son, evidentemente diversos, pero todos excepcionales en

cuanto a sus características técnicas y cualidades estéticas. En relación con la

materialidad, podemos señalar que los materiales más empleados son la piedra sin

cantear para las fundaciones y el adobe o tapial para los muros. Los muros se

encalaban por ambas caras; muchas de las iglesias cuentan con franjas de pintura

mural en sus paramentos interiores. Los muros, por las condiciones sísmicas regionales

son macizos, con escasas perforaciones y gruesos contrafuertes. Los edificios no son

especialmente esbeltos, sino más bien bajos, arraigados a la tierra. Las torres por su

parte se levantan por lo general a partir de dos o tres cuerpos, que van disminuyendo

de tamaño, de manera de aligerar la estructura en la parte más alta. Son igualmente

robustas, con las mínimas perforaciones necesarias que aseguren su estabilidad. La

altura de estas torres va desde los 4,5 a los 9.5 metros. La estructura de la techumbre

en los templos se resuelve con sencillos tijerales de madera, cubiertos en su origen de

paja brava y barro (la llamada ‘torta de barro’). Los pisos de los templos más

importantes son de piedra o, en el caso de los más modestos, de tierra apisonada. La

ornamentación exterior se limita a portadas de piedra labradas; en cuanto al interior en

la mayoría de los casos existen altares y retablos barrocos, en madera o adobe, con

imágenes que combinan motivos indígenas. En los templos más sencillos este

tratamiento decorativo interior en las capillas se remite a nichos socavados en los

gruesos muros de adobe, y pinturas muy sencillas con motivos animales o vegetales

13 Esta afirmación se hace desde la comparación con otras concentraciones de pueblos en la región, por ejemplo los del valle del Colca, cercanos al lago Titicaca, donde existen conjuntos religiosos que se han originado a partir de procesos misionales similares, pero a otra escala.

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332

locales.14 Ocasionalmente encontramos púlpitos, además de arcos torales (muchos de

ellos destruidos por los terremotos) que presiden el presbiterio. Las plantas por lo

general son sencillas, con ábside recto, con algunas excepciones como Guaviña y

Tignamar, en la precordillera, o Chañapalca y Quebe, en el altiplano. Esta forma que se

asocia con los tipos renacentistas, también puede justificarse por un tema estructural,

en cuanto define una geometría que se comporta de manera más eficiente frente al

empuje sísmico.

El templo.

El templo constituye el edificio principal del conjunto. En todos los casos son

plantas de una nave, con techo a dos aguas, y eventualmente con capillas laterales,

sacristías o cruceros.15 Las de mayor tamaño, como Parinacota (Lámina 3.15), Isluga

(Lámina 3.16), Pachama (Lámina 3.17), Huaviña, Putre o Socoroma, tienen entre 30 a 36

metros de largo por unos 8 a 10 metros de ancho, incluidos los espesores de los muros

de adobe (1,2 a 1,5 metros). Entre estas la iglesia de Codpa, Huaviña, Caquena

(Lámina 3.18) e Isluga cuentan con cruceros, en los cuales se ubican capillas o altares.

Otras como Mocha, Parinacota, Pachama, Timar, Tignamar, Guañacagua (Lámina 3.19)

y Belén, cuentan con capillas laterales o sacristías que le otorgan más complejidad al

interior.

Respecto del equipamiento interior, los altares y retablos que han sobrevivido al

paso del tiempo destacan por su calidad y originalidad tanto en los motivos empleados

como en la materialidad. Estos retablos y demás elementos interiores como las pilas

bautismales o los púlpitos, sobrevivían a los terremotos y eran instalados en los nuevos

templos. Por lo general los retablos son combinaciones de madera y adobe, pintados,

con imágenes ataviadas en algunos casos con coloridos atuendos indígenas. Entre los

más interesantes cabe mencionar los de Codpa, Guañacagua, Mulluri, Huaviña y

Timar; estos dos últimos decorados con coloridos motivos florales. En el caso de la

14 Las imágenes se visten con atuendos coloridos propios de los pueblos aymara; en los muros se dibujan guardas con motivos propios de su mundo, las llamas y alpacas se repiten con frecuencia. 15 Un caso tipológico excepcional en la región los constituía la iglesia de San Lorenzo de Tarapacá. El templo estaba conformado por dos naves, paralelas, separadas por un muro; esta forma fue la resultante de las sucesivas intervenciones sobre el edificio frente al crecimiento de la población local. Esta iglesia quedó seriamente dañada con el terremoto de año 2005, razón por la cual fue demolida y reconstruida recientemente en hormigón armado.

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Lámina 3.15: TEMPLO DE PARINACOTA.

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Lámina 3.16: TEMPLO DE ISLUGA.

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Lámina 3.17: TEMPLO DE PACHAMA.

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Lámina 3.18: TEMPLO DE CAQUENA.

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Lámina 3.19: TEMPLO DE GUAÑACAGUA.

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iglesia de Mulluri, Pachica y Cariquima los muros laterales están también pintados;

todas conservan sus pavimentos originales, en piedra. (Lámina 3.20)

La mayoría de los accesos se decoran con portadas de piedra canteada o

tallada, con motivos sencillos, al igual que las torres o cabezas de los muros. Desde el

punto de vista de la ornamentación y la configuración de unidades arquitectónicas a

partir del templo, la torre y el patio, destacan los conjuntos de Guañacagua,

Parinacota, Isluga, Pachama.

Los templos más sencillos, por lo general localizados en los pueblos de la puna,

tienen entre 5 y 10 metros de largo, por 2,7 a 3,5 de ancho. Sobrecoge su sencillez y

sobriedad, así como la destreza en el manejo de los materiales disponibles (adobe y

piedra), los cuales son empleados con maestría para decorar las construcciones. El

material predominante en esta altura es la piedra, por sobre el adobe. El valor de estos

templos se completa con el paisaje, del cual son indisociables, especialmente aquellas

pequeñas capillas cercadas, emplazadas en los promontorios cercanos al caserío. Entre

estas capillas destacan las de Chucuyo, Escapiña, Ancapujo, Chujslluta o

Guacollo. Todas ellas inscritas en patios y con un miserere frente al acceso principal.

Las cabezas de los muros se decoran magistralmente con el mismo material,

conformando figuras animales como en Ancapujo, o geométricas como en las demás.

Los retablos interiore se esculpen en el muro cabecera; las imágenes se ubican en los

nichos, decorados con motivos indígenas locales, como llamas o alpacas. Esto se

observa en especial en las capillas de Chujslluta o Chucuyo. (Lámina 3.21)

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Lámina 3.20: RETABLOS RELEVANTES. PRECORDILLERA

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Lámina 3.21: RETABLOS RELEVANTES. ALTIPLANO

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La torre.

Gran parte de los conjuntos religiosos cuentan, como en parte de la región alta

de Perú y Bolivia, con torres exentas. Llama la atención que incluso en el caso de

capillas muy pequeñas, cuyo interior no sobrepasa los 2,0 x 4,0 metros, se construye

el conjunto en toda su completitud, vale decir con su torre exenta –igualmente

pequeña- y el patio cercado. No existe consenso respecto de los antecedentes de estas

torres exentas levantadas en la región; se ha defendido la tesis de la influencia desde

los ejemplos árabes del sur de la península ibérica16, los campaniles italianos17 y la

tradición prehispánica de levantar elementos verticales llamados maluk18. En cualquier

caso se trata de un hecho novedoso y singular que se extendió por una vasta región

andina rural, de la mano de las órdenes mendicantes.

En los pueblos de Parinacota, Pachama, Caquena o Isluga la torre está

inscrita en el patio que rodea al templo. Son todos conjuntos bastante complejos y de

cierta envergadura, sin embargo también se replica el modelo en pequeños caseríos

altiplánicos como Uncalliri, Cosapilla o Guacollo. (Lámina 3.22)

Existe además una gran variedad de formas expresivas y recursos decorativos

presentes en las demás torres. Cabe destacar entre las exentas las de Guañacagua,

Belén, Timar, Enquelga, Tignamar, por su autenticidad y belleza.19 En el caso de

las iglesias de Parcoailla, Mulluri o Guaviña, las torres están adosadas a los templos.

16 La presencia de arquitectura mudéjar en América ha sido ampliamente estudiada y las referencia son innegables, tanto en lo relativo a los tipos arquitectónicos, la ornamentación y la tradición constructiva. Esto ha dado pie a explorara la relación entre los minaretes y las torres exentas, no existiendo a la fecha resultados concluyentes que expliquen este caso particular desarrollado en el área altoandina peruano-boliviana. 17 Es el caso de autores como Busaniche (1955), en su análisis de las misiones jesuíticas del Paraguay. 18 van Kessel (1996a) defiende la idea de los antecedentes prehispánicos. 19 Se pone énfasis en la autenticidad, ya que las torres de varios templos han sido reconstruidos en materiales nuevos, como bloque de cemento. Es el caso de Codpa, Socoroma, Putre, Sibaya, entre otras.

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Lámina 3.22: TORRES. PRECORDILLERA Y ALTIPLANO

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Las capillas posas.

Como se explicó las capillas posas son uno de los elementos más valorados de

los conjuntos religiosos andinos, por su originalidad y excepcionalidad. En la región se

han catastrado cuatro pueblos que cuentan con este tipo de instalaciones, todos ellos

en la puna: Mulluri, Caquena, Parinacota y Cosapilla.20 En los pueblos de Mulluri

(Lámina 3.23) y Caquena (Lámina 3.24), las cuatro capillas son pequeñas construcciones,

independientes, que se ubican fuera de los límites definidos por el patio cercado o por

la plaza, que definen, a partir de esta ubicación, el cuadrante del circuito ceremonial

durante las festividades religiosas. El pueblo en su conjunto queda, por tanto,

formando parte del espacio procesional. En el pueblo de Cosapilla (Lámina 3.25) las

capillas posas se inscriben en la plaza – atrio, que enfrenta a la iglesia; son también

pequeñas construcciones de adobe y cubierta de paja brava, donde solo entra la

imagen del santo patrono que es sacado durante la procesión. Finalmente en el pueblo

de Parinacota (Lámina 3.26) estas unidades serían del tipo capillas – nichos, ubicadas

fuera de la plaza, inscritas en muros de las viviendas del templo. Definen por lo tanto,

como en los pueblos de Mulluri y Caquena, un circuito procesional más allá de la plaza

– atrio contigua al templo. Todas estas capillas continúan siendo empleadas, con el

mismo propósito, durante las fiestas religiosas.

20 Se conocen antecedentes fotográficos de existencia de capillas posas en el pueblo de Putani, cercano a Visviri (pueblo ubicado en la llamada triple frontera Chile – Perú – Bolivia) que no fue visitado.

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Lámina 3.23: CAPILLAS POSAS PUEBLO DE MULLURI.

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Lámina 3.24: CAPILLAS POSAS PUEBLO DE CAQUENA.

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Lámina 3.25: CAPILLAS POSAS PUEBLO DE COSAPILLA

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Lámina 3.26: CAPILLAS POSAS PUEBLO DE PARINACOTA.

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2.3 La habitabilidad.

Las viviendas de estos pueblos cobran valor en función de su relación con la

actividad productiva y la estructura social en que se organizan los grupos. En general,

como veíamos, se tratará de comunidades que conforman grupos o ayllus, compuestos

por relaciones de parentesco. Actualmente se mantiene en parte esta relación, pero no

es tan intensa como en otras épocas, fundamentalmente por un tema de densidad. No

debemos olvidar que gran parte de estos poblados están casi deshabitados; sin

embargo, la estructura del pueblo, que se revive cada vez con ocasión de las fiestas

religiosas, es una oportunidad para comprobar la persistencia de estos patrones

atávicos.

Siempre considerando que estamos ante el caso de obras que no tienen un

valor excepcional individual, sino que su valor viene dado por las relaciones que

establecen con el paisaje (emplazamiento) y la manera como se agrupan (conjunto),

podemos considerar que en los dos tipos fundamentales de asentamientos

reconocidos, los de la precordillera, pueblos principalmente agrícolas, y los de la puna

o altiplanicie, pueblos dedicados a crianza de auquénidos, la vivienda juega un papel

fundamental en la construcción de tramas y definición de morfologías. En lo relativo a

los valores estéticos de las viviendas cabe destacar la existencia de portadas de piedra,

del siglo XVIII y XIX en su gran mayoría, registradas en algunas unidades de los

pueblos de San Lorenzo de Tarapacá, Socoroma o en el de Putre, donde existe

una cantidad importante de este tipo de elementos, en piedra, adosados a los muros

de abobe.21 Los motivos decorativos son sencillos, por lo general geométricos,

excepcionalmente con motivos florales. En las viviendas del altiplano no se registró

ningún tipo de estructuras de este tipo. (Lámina 3.27)

En el caso de la puna, la vivienda es parte de una unidad constituida por varias

viviendas que se vuelcan a un patio, en el cual se desarrollan algunas actividades tales

como cocinar, secar pieles de animales o tejer. Se trata, por lo tanto, de un esquema

en el cual la unidad es indisociable de las demás y de su manera de organizarse, como

parte del desarrollo no sólo del poblado, sino de la vida comunitaria. Las viviendas

21 La aparición de las portadas se asocia con las épocas del auge minero regional (primero Huantajaya y posteriormente las salitreras), lo que explica lo tardío en relación con el resto de la macro región; también esto explica que se encuentren solo en pueblos de la región más baja, donde las repercusiones de este polo de desarrollo económico se reflejan en la arquitectura doméstica.

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Lámina 3.27: PORTADAS RELEVANTES EN VIVIENDAS.

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tendrán siempre una puerta hacia este espacio comunitario, más privado. Esta

modalidad de organización forma parte de los patrones de habitabilidad que han

sobrevivido, ya sea por la persistencia de un tipo de actividad económica, una

organización social – aunque sea en un estado muy precario22 – y el aislamiento en

que permanecen estas sociedades. Pero también se trata de una manera de

organización que admite actualizaciones, y en ese sentido ha permanecido por sobre

los cambios culturales e intervenciones que ha experimentado el resto del pueblo.

La vivienda de la precordillera difiere en varios aspectos respecto de la de los

pueblos de la puna. Se trata de pueblos agrícolas, lineales en el caso de aquellos

localizados en las quebradas, y generando tramas más complejas si se localizan en los

valles. Gran parte de la vida comunitaria tiene lugar en las chacras, donde se pasa

parte importante de la jornada; la actividad agrícola, a diferencia de la ganadera, se

desarrolla en comunidad. Las unidades habitacionales no obstante son más

independientes entre sí; los patios – y en ocasiones los corrales – ubicados por lo

general en la parte posterior de las viviendas, no son colectivos como en la puna, si

bien acogen actividades similares. Esta estructura se observa claramente en los

pueblos de Timar, Guaviña, Yala-Yala, localizados en quebradas, o en el de

Guañacagua o Codpa, emplazados en valles. (Lámina 3.28)

En la puna la vivienda no ha experimentado grandes transformaciones ni en su

tipo arquitectónico ni en su materialidad: las unidades siguen siendo de piedra y tierra

(adobe), con un sencillo tijeral de madera, y cubierta de paja y barro. Son viviendas

con escasísimas perforaciones, generalmente solo cuentan con un vano de acceso,

muy bajas, en ocasiones semienterradas, que se resuelven en un único espacio interior

donde de desarrolla la totalidad de las actividades. Por las condiciones climáticas, que

suponen cambios de temperatura importantes durante el día, además del fuerte viento

que sopla en algunas épocas del año, esta tipología arquitectónica y constructiva se ha

mantenido hasta la actualidad. En lo que respecta a la materialidad existen pueblos

que conservan las características constructivas del periodo prehispánico, esto es, el

empleo de la piedra, la tierra y la cubierta de paja; coincide con aquéllos pueblos que

22 La precariedad se refiere a la complejidad del grupo familiar y el número de unidades que existen en los pueblos. En algunos de estos pueblos, los más deshabitados, existen solamente unas dos o tres familias, siempre emparentadas entre ellas, que viven bajo este formato. En los pueblo que no han sufrido una baja demográfica tan importante, se puede encontrar más un grupo familia (apellidos) y vemos que las comunidad adquiere un poco más de complejidad en lo referido a la existencia de comunidades.

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Lámina 3.28: VIVIENDAS EN PUEBLOS DE QUEBRADAS Y VALLES

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han conservado la estructura de los ayllus. Entre estos destacan los pueblos de

Ancapujo, Parcoailla, Mulluri, Chucuyo. (Lámina 3.29)

La situación de la precordillera es más crítica en lo relativo a conservación de

tipologías constructivas y arquitectónicas, por la implantación de nuevos materiales,

nuevas formas y maneras de organización. Son estos pueblos los que han

experimentado mayor crecimiento y asociado a esto se han construido nuevos

equipamientos que se resuelven en materialidades y tipologías ajenas al contexto local,

especialmente empleando bloques de cemento o estructuras de madera.

En ambas localizaciones las tipologías de vivienda observadas requieren una

actualización que otorgue mejores condiciones de habitabilidad a sus moradores, a

partir de las consideraciones que se han realizadas del valor de estos tipos

arquitectónicos. En este sentido se insiste, considerando aquellos poblados que

cuentan aun con sus habitantes originarios, en la vigencia de formas arquitectónicas

que integran las actividades económicas a la vivienda, además de las atávicas formas

de organización social. Otro aspecto a considerar dice relación con las tecnologías

apropiadas a los lugares, entendiendo que lo apropiado supone una integración de

materiales, clima, formas de vida y actividades productivas.

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Lámina 3.29: VIVIENDAS EN PUEBLOS DEL ALTIPLANO

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3. CONCLUSIONES

Esta investigación ha tomado como marco referencial ciertos puntos de vista

que, tal como se anticipaba en las primeras páginas, se entienden como pertinentes –

e ineludibles – para el estudio de los hechos construidos en América. Por una parte las

obras y poblados se presentan y analizan arraigados a un paisaje y un pueblo, y por lo

tanto a una historia propia, que no admite sino plantearla desde su centro, América,

con sus temporalidades y procesos culturales propios. Por otro lado se apoya la idea de

insistir en el interés que presentan las regiones no centrales, a veces desatendidas por

las investigaciones generales, toda vez que su importancia y valor en los procesos

históricos de los centros mayores está cada vez más comprobada. Finalmente se

entiende la necesidad del estudio y análisis de los hechos como problemáticas

transversales de un territorio en el cual se han impuesto históricamente determinadas

fronteras, que no siempre permiten una claridad en la interpretación de su procesos

culturales, quedando temas truncos o incompletos si son abordados desde los actuales

límites nacionales. En este sentido se ha querido contribuir a completar esta visión de

los pueblos andinos de la zona sur andina. Sólo desde una visión integrada ha sido

posible entender los asentamientos en su verdadera situación, tanto hoy como durante

los siglos anteriores.

Se comprueba la existencia en la actualidad de una serie de asentamientos de

mediana y pequeña escala en la región norte de Chile que responden tanto en su

organización territorial como estructura morfológica a patrones de ocupación

particulares de los pueblos andinos. Estos patrones aparecen hoy transformados como

resultado y consecuencia de los procesos históricos que ha experimentado la región a

lo largo de siglos. Sin embargo se valoran en cuanto son genuinos exponentes de un

sincretismo cultural que define la identidad del hecho construido en América, esto es,

se constituyen, desde sus transformaciones físicas, en testimonio histórico que

posibilita el análisis, conocimiento y crítica de la historia de un grupo humano, el

pueblo aymara, en un territorio, los Andes chilenos.

En toda esta lógica resultante de ocupación del territorio, los aportes

provenientes desde las prácticas llevadas a cabo por los grupos étnicos, previo a la

conquista, son especialmente atendidos, toda vez que suponen la apropiación de un

medio natural como es la cordillera de los Andes, con toda la dificultad que esto

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355

supone. Se trata entonces de unos asentamientos en condiciones de emplazamiento

excepcionales, en especial desde la geografía, y a partir de esto, el clima, las

posibilidades productivas y las conectividades, entre otros. El acercamiento al periodo

prehispánico permite precisar como primera cuestión la presencia de la etnia aymara, a

través de diversos señoríos, en la puna y parte de la precordillera chilenas. Los

poblados serán legítimos depositarios de las costumbres y prácticas ancestrales de un

pueblo fuertemente regido y ordenado por el cosmos.

Dentro del campo de estudio de los asentamientos americanos, este tipo de

manifestaciones –pueblos de indios o instalaciones irregulares – ha cobrado de un

tiempo a esta parte especial relevancia, por la complejidad, que aportan a la historia

urbana en Iberoamérica. A una primera identificación general de estos pueblos han

seguido los estudios regionales, dentro de los cuales se inserta esta investigación, que

pretende aportar al estudio del proceso de urbanización tras la conquista de la región

norte del Chile, y complementar el panorama que se ha construido desde las

investigaciones generadas desde los sectores vecinos del Perú y Bolivia.

Una de las cuestiones que sugiere esta investigación es la puesta en valor de

una serie de pueblos que por su escala y localización no están presentes en la memoria

local, en circunstancia que los hechos históricos que van desde la primera instalación

en el paisaje andino, confirman su importante rol como prestadores de servicios de los

centros mayores, tanto prehispánicos como coloniales, integrando una trama

estructurada de poblados. Esto busca reafirmar el tema, ya instalado por cierto, de la

importancia de las áreas no centrales en el proceso histórico de urbanización de

América. Asimismo la persistencia de una ordenación y pertenencia a un sistema

mayor – sostenido por los grupos andinos – a pesar de las amenazas que supusieron el

sometimiento de los imperios pan andinos en época prehispánica, la conquista

española más adelante y la incorporación a la vida republicana, no puede menos que

enfatizar el valor de esta cultura y sus manifestaciones tangibles e intangibles.

A lo largo de los capítulos se va configurando la idea de una región que por su

misma condición periférica y de baja densidad poblacional, queda adscrita a los centros

que van gestándose desde la conquista, y que poco o nada de relación tienen con los

estos pequeños asentamientos andinos. Las divisiones administrativas y eclesiásticas,

fueron agrupando estratégicamente los territorios desde conectividades o aparentes

Page 356: ARQUITECTÓNICO Y URBANO

356

semejanzas, que no se condicen necesariamente con los patrones de ocupación

andinos explicados. Estas divisiones terminan finalmente con destruir – o en el mejor

de los casos dificultar – relaciones culturales de larga duración.

El acercamiento que se propuso al área de estudio busca explicar la efectiva

unidad cultural histórica y actual, más allá de los límites administrativos, facilitando la

comprensión de esta dispersión de pueblos y caseríos en una estructura territorial

mayor que integra las regiones altas del Perú y Bolivia principalmente. En este sentido

la transversalidad de la mirada ha permitido hacer una interpretación más efectiva de

unidades individuales, toda vez que parte de su valor y singularidad radica justamente

en constituir parte de un complejo cultural de difícil lectura.

Además de esta localización estratégica, interesa poner de manifiesto el valor

de los hechos construidos, tanto a nivel de la estructura urbana como de lo edificado.

En la primera escala el valor viene dado por la integración y condicionante de las

variables geográficas que imponen órdenes, en especial la orografía y la topografía, a

partir de la singularidad local; esto dado que el amplio espacio andino da lugar a

matices y cualidades regionales, por lo tanto podemos identificar diferencias y sistemas

culturales más o menos inalterados. En este sentido se apunta a presentar las

condiciones estructurantes de los poblados aymara chilenos ubicados en esta región.

Siempre dentro de esta escala, las vías de comunicación cobran especial valor en este

paisaje, toda vez que se trata de redes viales prehispánicas, muchas de las cuales se

mantienen hasta hoy, confirmando su vigencia por una parte y por otra la dificultad

que supone equipar de una infraestructura moderna este paisaje. De la lectura de este

sistema de comunicaciones se pueden inferir los contactos culturales, las rutas

diseñadas y el sentido de la serie de asentamientos que quedan dentro del trazado.

En el caso de lo edificado el principal interés (y valor) radica en la superposición

de una tradición prehispánica modesta –se trata en todos los casos de pequeños

caseríos, sin una arquitectura monumental – que desde rasgos tales como el

emplazamiento, la materialidad, la relación con los espacios exteriores y públicos,

condicionó las intervenciones que tuvieron lugar de la conquista en adelante. En este

sentido son especialmente interesantes los conjuntos religiosos que, como queda

demostrado, se integran a los trazados y órdenes preexistentes. Del análisis de una

variedad de poblados localizados en la precordillera y puna especialmente,

Page 357: ARQUITECTÓNICO Y URBANO

357

pertenecientes a diferentes unidades étnicas, ha sido posible inferir lógicas de

ordenación en las dos escalas observadas.

En este proceso histórico que se ha denominado de “contactos culturales” han

persistido manifestaciones prehispánicas aportadas por una población con un grado de

organización social, pero por sobre todo con una comprensión del medio natural en el

que se emplazan. Desde este medio surge una particular manera de habitar, en la cual

las cualidades geográficas y antropológicas cobran especial significado y se manifiestan

en un sistema de ocupación de un territorio, en apariencia adverso para la

habitabilidad.

La lectura territorial que se presenta integra un grupo de pueblos andinos

pertenecientes en la actualidad al territorio chileno en un sistema mayor, que incluye la

parte alta de Bolivia principalmente. Este sistema está definido a partir de los órdenes

que históricamente han estructurado su mundo, y que por sobre los límites

administrativos, se han mantenido. La persistencia de estos rasgos se confirma por una

parte por la localización de los asentamientos, y por otra por la fuerza y unidad que

forjan los pueblos andinos, arraigados en una serie de creencias y en una localización

vinculada con estas mismas. En esta organización subyace toda una significación del

medio natural, donde elementos tales como los cursos de agua y los cerros, se

comprenden e integran con el concepto de productividad, aportando a la construcción

del poblado con elementos tales como terrazas de cultivo, andenerías o corrales

comunitarios para animales.

Desde el punto de vista analítico, la incorporación de los dibujos con las

diferentes lecturas del territorio buscó entregar una interpretación con la que no se

cuenta a la fecha, integrando, a partir de los procesos históricos, estos condicionantes

tanto geográficos como antropológicos para su comprensión. Esta visión se sustenta en

un trabajo de campo imprescindible que recoge la experiencia del hábitat y paisajes

significantes, la percepción de las escalas americana y andina, los tiempos de

movilidad entre los poblados, y la lejanía de las urbes y regiones habitadas de la costa

desértica chilena. A partir de esta experiencia es posible comprender la capacidad y

unidad de la comunidad andina, no desde la fuerza sino desde una doctrina que se

configura en la organización social, política, económica, y, como consecuencia de todo

ello, en la modificación del paisaje y diseño de los hechos construidos.

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358

El análisis dibujado de los pueblos, que comienza con la escala territorial, en el

que se sobreponen los elementos del paisaje con lo construido, explica la ordenación

que hace el hombre andino de su mundo desde el medio natural, hecho que se

complementa e informa desde las crónicas más tempranas y los primeros mapas y

dibujos del territorio, tras la conquista.

Las referencias a estas primeras fuentes, sumadas al levantamiento de

información en terreno, se justifican en la búsqueda de una lectura contextual de los

hechos construidos en América, ya no desde las visiones eurocéntricas, sino partiendo

del propio lugar y sus circunstancias como ámbito de investigación. Las crónicas,

visitas, mapas y dibujos aportan a partir de descripciones o ingenuos trazos,

interpretaciones valiosísimas de un paisaje ya conquistado por el hombre.

A partir de la valoración que se presenta de los citados asentamientos se está

en condiciones de iniciar el proceso de intervención material de los mismos, con el

objeto de la conservación y/o restauración de sus testimonios construidos, desde una

correcta interpretación que pone de manifiesto la especificidad y valores objetivos para

la cultura urbana y arquitectónica andinas. Estas intervenciones se hacen urgentes

dado lo precario de los materiales empleados así como la rápida despoblación que

están sufriendo los pueblos, con la consiguiente pérdida de todo un patrimonio

intangible asociado a los lugares originales del pueblo aymara. Las acciones que se

sugieren apuntan, en este sentido también, a una incorporación efectiva de estos

grupos originarios a los programas de mejora regionales, y que permitan la

subsistencia de las familias en sus pueblos, ofreciendo mejores oportunidades de

desarrollo social y económico, evitando así la alarmante migración de población a los

puertos de Arica e Iquique. El levantamiento de información en terreno confirma que

no se está partiendo de hechos aislados ni obsoletos, sino, como queda confirmado, de

una red de asentamientos que conservan, además de sus edificaciones, sus actividades

productivas, prácticas rituales y festivas.

Finalmente quedan enunciadas algunas líneas de investigación y profundización

surgidas desde la revisión de los estudios particulares relacionados tanto con la

arquitectura como con el urbanismo andinos. A partir de la contextualización histórica y

de la construcción del sistema de relaciones culturales que existió en esta región,

Page 359: ARQUITECTÓNICO Y URBANO

359

desde época prehispánica, y de la cual los pueblos que hemos analizado forman parte,

es posible profundizar en el análisis de los asentamientos desde las afiliaciones

culturales, económicas y geográficas comunes, y entender de esta manera las

organizaciones territoriales y los hechos construidos en el contexto andino, más allá de

los sistemas o de las unidades territoriales que ya se han identificado.

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