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Salir a las periferias 1

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Presentación Hace cuatro años éramos convocados en Madrid al VIII Congreso Nacional de Pas-

toral Penitenciaria para centrar nuestra atención en los colectivos más desfavorecidos en los espacios cárcel. En la declaración final expresábamos nuestra especial preocupa-ción por esas situaciones de extremada vulnerabilidad en personas con enfermedades y discapacidades mentales, de mujeres con cargas familiares, de extranjeros sin arraigo, de los ancianos y de los menores de edad privados de libertad, así como todas aquellas otras a las que a la falta de libertad se suma la precariedad personal y social. Seguimos manteniendo que la prisión no es la respuesta adecuada para estas si-tuaciones, muchas veces previsibles y tratables en otros ámbitos más idóneos y efica-ces; seguimos apostando por los derechos inalienables de toda persona más allá de sus conductas, por una cultura jurídica que no siga banalizando la explotación superficial, emotivista e interesada del sufrimiento.

Desde los compromisos adquiridos desde Pastoral Penitenciaria hemos recorrido, apuntado, estudiado, afrontando, denunciando, iluminando y dado alguna que otra res-puesta a los colectivos más vulnerables dentro de la cárcel pero el contexto cárcel, tanto en su aspecto interior como exterior, nos sigue y seguirá desbordando.

‘Salir a las periferias’, es una expresión que apareció hace años en la Iglesia de

América Latina y el Papa Francisco ha reivindicado como forma-actitud ineludible para vivir el Evangelio. En el último año se ha escrito, por activa y por pasiva desde diversas perspectivas e ideologías, en el intento de clarificar la expresión, pero aparentemente nada parece cambiar y los ámbitos de exclusión y de pauperización de la persona siguen pululando y creciendo por doquier.

Salir a las periferias presupone, en principio y ante todo, aceptar la existencia de periferias; salir a las periferias presupone aceptar que nos encontramos en el cen-tro; salir a las periferias presupone admitir que lo que pasa en ellas nos afecta y quie-nes la habitan son personas significativas en nuestra vida; salir a las periferias exige un descentramiento que permita ser descentrados; salir a las periferias conlleva disentir de ciertas permisividades y estructuras despersonificadoras; salir a las periferias es una demanda de leyes y organigramas sociales donde no predomine la economía sobre los derechos humanos más elementales; salir a las periferias es disentir de esas religiones que se prostituyen en el intimismo narcisista; salir a las periferias requiere aparcar mo-rales farisaicas que se sostienen en la condena de los más débiles.

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Salir a las periferias exige dejar en casa nuestros fanatismos que nos obligan a ver toda la realidad escindida en dos: blanco o negro, verdadero o falso, bueno o ma-lo…, sin ninguna posibilidad de otras tonalidades. Es inevitable e ineludible para el deli-rio ideológico y religioso la condena y el castigo a la inexistencia, para poder justificar, sin aceptar, la angustia de no tener razón.

La periferia es como una infinita onda expansiva de nuevas y más embarazosas

periferias, agravando la situación de pobreza y marginación. Puede parecer absurdo hablar de periferias en la cárcel, pero donde reside el ser humano se forjan círculos de poder que siguen generando exclusión y periferias.

María, a quien celebramos como Merced de Dios, vivió en las periferias, creció en

las periferias y se encontró con Yahveh en las periferias. De su mano, guiados por el Espíritu que siempre iluminó y guio su vida, vamos a acceder a la cárcel (periferia de las periferias), para dejar resonar y actuar la Palabra que sigue haciendo maravillas cuando es escuchada y aceptada.

Señor, enséñame a orar…

a ponerme en silencio a tu escucha,

a quitarme miedos, dudas, prejuicios,

que me impiden verte tal como eres, todo Amor,

que me impiden reconocerme en lo que soy, tu hija amada.

Perdona mis temores y enséñame a confiar,

a experimentar el dulce abandono en tus manos,

sabiendo que cualquier futuro que me depares

será el mejor, aunque me cueste aceptarlo.

Hazme permeable a todo lo que me rodea,

agradecida a todo lo que, día a día, de Ti recibo,

que, con corazón humilde y próximo, nada me sea indiferente,

que me llegue la alegría y me toque el sufrimiento

de todos los que me encuentre en el camino,

y como discípula fiel de Jesús, amigo y hermano,

sepa, por tu gracia, compartiendo sus vidas,

salpicar sus corazones con la Buena Noticia.

(Milagros Rodríguez Guerra)

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“Todos los lugares donde se aprende están a la intemperie (en las ‘periferias’)”

(José Luis Gallero) ¿Desde dónde contemplamos la realidad? ¿Desde dentro o desde fuera? ¿Cuál es

el ventanuco al que nos asomamos? ¿Cuáles son los materiales que configuran nuestro palacete? ¿Nos atrevemos a poner nombre a esas actitudes y formas que configuran nuestro modus vivendi y que nos empeñamos en justificar? ¿Somos protagonistas de cuánto ocurre a nuestro derredor o espectadores pasivos? ¿Vamos contracorriente o nos dejamos llevar por el aire del momento? ¿Cuáles son nuestros sueños y aspiraciones? ¿Nuestra esperanza nos transciende o nos ancla en nuestras fútiles seguridades?

Como diría Kant, hay que ‘despertar del sueño dogmático’ para sumergirse en la realidad, para dejarnos interpelar por ella, si todavía aspiramos a que el mensaje de

Jesús sea ‘’ (buena noticia) que transforme la realidad desde los criterios y valores del Reino. Hay que despertar de ese sueño de inhumanidad, especie de bolsa amniótica, que tan sabiamente saben alimentar los medios de comunicación para seguir justificando nuestro estado de consumo y bienestar.

Llevamos varios años masticando la palabra ‘crisis’ y asistiendo a continuos epi-

sodios de corrupción, pero nadie, –aunque se oigan, de vez en cuando, voces proféti-cas-, parece poner en tela de juicio este estilo de vida que fomenta la desigualdad, el sufrimiento, el individualismo, la inseguridad, la agresividad y el malestar social para que unos pocos, más aprovechados y oportunistas, alcancen el triunfo fácil a costa de los más pobres. Se nos sigue invitando al adormecimiento cuando se nos va anunciando un eventual final de esta crisis que lo único que va a dejar tras de sí una sociedad más desigual y precaria, con menos recursos sociales ya que saldrá fortalecida la primacía de la economía sobre la persona.

Las estructuras de pecado, apuntadas por Juan Pablo II en su encíclica Sollicitu-

do rei socialis, siguen manteniendo su hegemonía y haciéndonos a todos bailar a su son. Día tras día nos despertamos con noticias de violencia, muerte, guerras que se ceban en los más pobres e inocentes y nuestra respuesta más habitual es la indiferencia para sumergirnos minutos después en la vorágine de nuestras rutinas. Esas estructuras de pecado se han internalizado, de tal manera, en el subconsciente del hombre-mujer del siglo XXI, que parece lo más lógico y normal apostar por ‘el triunfo fácil’, por ‘tener más’ y ‘gozar más’, sin importar los medios, las formas y a costa de qué.

Pero esas estructuras de pecado siguen generando explotación, dominación o

alienación para anular al ser humano en su hacer, ser o tener hasta hacerle invisible. Es una negación de la alteridad del ‘otro’, al que se niega el ‘estar’ presente, ocupado, participativo y creativo. La cárcel, como una de las máximas expresiones de la exclu-sión, desgarra con su violencia el tiempo y el lugar para convertir a quienes viven esos espacios, en seres invisibles, inexistentes, inútiles y botados en el vertedero del olvido.

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El papa Francisco, desde que hace año y medio tomó el cayado de Pedro, no ha dejado de invitarnos a salir de nuestros asentamientos para correr el riesgo del encuen-tro con el rostro del otro. Nos invita a “la cultura del encuentro”, convencido de que “lo que necesita hoy la iglesia es capacidad de curar heridas y dar calor a los corazo-nes”. Resulta urgente salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las peri-ferias que necesitan la luz del Evangelio.

Todo espacio-tiempo de crisis es momento para examinar en profundidad lo que

tenemos entre manos, lo que acontece en nuestro entorno. Pero si queremos analizar el aquí y el ahora desde la perspectiva divina hemos de salir de… Hemos de abandonar para siempre nuestros anclajes donde justificamos nuestros actos - actitudes y manipu-lamos lo transcendente hasta convertirlo en ‘nuestra verdad’. Sólo a la intemperie y en el desierto de nuestra nada nos encontramos con el Dios bíblico que nos vuelve a decir como a Moisés: “he oído el sufrimiento de mis hijos”. Sólo alejados de los templos y palacios que se cimentan y alimentan en la esclavitud y el sufrimiento de los otros, po-demos sentir que se nos conmueven las entrañas ante tanta inhumanidad, explotación y violencia.

Es imposible ‘salir a las periferias’ sin ‘salir de…’ Quizás como Moisés nos hemos

acostumbrado a dar una vuelta por las periferias para regresar a la comodidad e insta-lación de nuestros palacios; quizás nos parezca normal dar algunas migajas de simulada compasión para que el engranaje social no se deteriore más; quizás seguimos adorando a ese dios-ídolo, implorándole que mantenga la paz del orden establecido; quizás recu-rrimos a ciertas formas de violencia cubierta o encubierta cuando nos vemos desborda-dos por las circunstancias límites; quizás seguimos en el engaño permanente de servir a dos señores en un variedad de esquizofrenia mental; quizás…

Romper con todo lo que conlleva el binomio confort-seguridad es más complica-

do de lo que sospechamos; viene a ser como una especie de tinglado existencial que nos desborda y al que hemos dedicado demasiadas energías vitales para ajustar nuestra convivencia con él. La relación con el otro se complica al impedir el encuentro, pues le exigimos, explícita o implícitamente, que respete nuestro tinglado y juegue según nuestras condiciones; ello aboca a unas relaciones de dependencia y cierta extorsión.

Nuestro bastión se va convirtiendo en nuestra versión de la verdad que se consti-

tuye en el sostén de la propia seguridad psicológica y todo lo que no es situado en ‘or-den’ a esta ilusoria verdad no sirve. Todo esto se agrava cuando este proceso se en-vuelve en el envoltorio brillante de una religión-espiritualidad intimista y se llega a identificar la ilusoria verdad con la autoridad divina; el compromiso es luchar porque los otros cambien y accedan convencidos a ese orden que incrementa el desorden. Al final ni crecemos nosotros ni permitimos que los demás sean ellos mismos.

Ir a las periferias sin salir del esquema poder-dios es muy peligroso, pues se pue-

de expresar una generosidad altruista hasta llegar a dar la sensación de preocuparse por los demás más que por uno mismo, en un intento inane de que el otro responda a unas expectativas: se puede pasar de volcarse en una querencia eterna a una condena total por no encontrar la respuesta esperada. En definitiva, tanto la querencia como la condena son la doble cara de un mismo gesto: no ser dueño de uno mismo y tener, cada día, que acurrucarse en la covacha del ego para guarecerse de intemperies afectivas.

Ya que arriba hemos aludido a Moisés, resulta chocante ver cómo huye del pala-

cio del faraón para construirse otro mundo-refugio al lado de su suegro Jetró: ha cam-

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biado de templo, de palacio, de dioses, de personas con las que coexiste, pero no han cambiado las estructuras de su corazón. Por nosotros mismos somos incapaces de salir de…, a lo máximo cambiamos superficialmente de condicionamientos hasta que vuelven a oprimirnos.

Lo único que nos cambia es la sorpresa del Absoluto cuando nos sale al encuentro

y nos invita a ver y vivir la vida desde la sorpresa de permitir que el otro sea Otro. La zarza ardiendo conlleva la ruptura de nuestros cálculos y razonamientos, la pérdida de la estabilidad al pisar el terreno sagrado de la nada, la escucha abierta que rompe nuestros ídolos y seguridades, el permitir que el Otro nos trace y abra caminos imposi-bles en el mar y el desierto. Sólo abandonamos nuestro templo-palacio cuando nos de-jamos llevar por lo imposible: es la experiencia de Abraham, de Jacob, de Moisés, de Elías, de Isaías, de María, de Pablo, de Pedro, del mismo Jesús. Es la llamada del Otro.

Salir de…, exige superar el “síndrome del Cenáculo” (Jn 20, 19-23) que impulsa a

agazaparnos en la desconfianza, la incertidumbre, la duda y los grupos estufa…, para no afrontar el miedo a lo extraño, a lo de fuera, al mundo… Sólo la presencia del Re-sucitado y el soplo del Espíritu nos proporcionan la fuerza para salir, para encontrarnos con la realidad, verla desde el plan divino y habilitar nuestra existencia en la promesa de transformación hasta la plenitud del esjaton. Abandonar lo autoreferencial y apostar

vitalmente por la referencia del ‘’ (buena noticia).

Para seguir reflexionando 1. ¿Te atreves a poner nombre a tus adormecimientos? Y ¿a los tranquilizantes que pro-

pician dicho adormecimiento? ¿Cuáles son tus zonas de confort y sus justificaciones? 2. ¿Cómo ha afectado a tu vida cotidiana la crisis que estamos viviendo? ¿Ha tenido al-

guna resonancia y repercusión en el plano interior y espiritual? 3. Siempre es bueno actualizar y ser conscientes de las estructuras de pecado que nos

salpican y condicionan. 4. Tu experiencia-encuentro con Dios ¿te sorprende cada día o te confirma en lo que ya

vives y practicas? ¿Te instala o desinstala?

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¿Por qué confundes y te agitas ante los problemas de la vida?

Déjame el cuidado de todas tus cosas y todo te irá mejor.

Cuándo te entregues a mí,

todo se resolverá con tranquilidad según mis designios:

no te desesperes, no me dirijas una oración agitada,

como si quisieras exigirme el cumplimiento de tus deseos.

Cierra los ojos del alma y dime con calma: JESÚS CONFÍO EN TI.

Evita las preocupaciones angustiosas

y los pensamientos sobre lo que puede suceder después.

No estropees mis planes queriéndome imponer tus ideas.

Déjame ser Dios y actuar con libertad.

Entrégate confiadamente en mí,

reposa en mí, y deja en mis manos tu futuro.

Dime frecuentemente: JESÚS CONFÍO EN TI.

Lo que más daño te hace son tus razonamientos, tus propias ideas

y querer resolver las cosas a tu manera.

Cuándo me dices Jesús yo confío en Ti,

no seas como el paciente que le dice al médico

que le cure pero él le sugiere el modo de hacerlo.

Déjame llevarte en mis brazos divinos, no tengas miedo. Yo te amo.

Si crees que las cosas empeoran o se complican a pesar de tu oración,

sigue confiando, cierra los ojos del alma y confía.

Continúa diciéndome a toda hora: JESÚS CONFÍO EN TI.

Necesito las manos libres para poder obrar,

no me ates con tus preocupaciones inútiles.

Aunque te sientas agitado, angustiado y sin paz.

CONFÍA EN MI, REPOSA EN MI, ENTRÉGATE A MI.

Yo actúo en proporción a la entrega y confianza que tienes en mí.

¡No te preocupes!, deposita en mí todas tus preocupaciones y descansa tranquilo.

Dime siempre: JESÚS CONFÍO EN TI,

y verás brotar siempre el milagro de la vida.

Te lo prometo por mi amor. (Oración de C. M., persona privada de libertad,

y proporcionada por Mercedes López de Uralde)

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Entrar en las periferias

“No hay que tener miedo de la pobreza, ni del destierro, ni de la cárcel, ni de la muerte...

De lo que hay que tener miedo es del propio miedo”. (Epicteto)

¡No es nuestro mundo! Le desconocemos y nos es adverso. No es nuestro mundo.

No nos pertenece y somos extraños en él. No controlamos y por eso entramos con tan-tas prevenciones y escudos. Cada vez que accedemos a mundo de la exclusión y la cár-cel dejamos atrás nuestras perezas, rutinas e inhibiciones, pero no nuestras reticen-cias; somos obligados a cuestionar nuestras seguridades y lo que percibimos como ame-naza, a escuchar esos temores que nos pueden paralizar. Si acertamos a escuchar, nuestros saberes humanos son puestos en entredicho y esos ámbitos de injusticia y ex-clusión que pisamos ponen en jaque nuestros modos y formas de vivir. Si acertamos a escuchar, veremos que las fronteras, casi por arte de magia, van desapareciendo: fron-teras físicas, culturales, sociales, religiosas, económicas, personales…

Entrar en las periferias, entrar en la cárcel, es asumir el festín de la confusión y

la impotencia, el vacío que paraliza y deprime ante el espectáculo incontrolable. Es infiltrarse en un universo tensionado por el desnivel entre lo que se vive y las ilusiones-fantasías engendradas, donde el culto a la imagen, el cuerpo y la vanidad devienen en obsesión. Se generan delirios sin futuro para escapar del presente y pasado.

Entrar en la periferia de la cárcel es sumergirse en la espiral de la violencia y esa

injusticia sistemática que estruja la vida; es acceder a una vida, tan virtual como real, donde consumir desaforadamente el tiempo resulta un entretenimiento patético que acelera anemias existenciales; el tiempo se ha parado pero las prisas son el narcótico tensional que impide ser devorados por el dios Cronos.

Traspasar una barrera de muros y rejas exige quebrar otros muros, los más difíci-

les, los que elaboramos en el corazón a base de egoísmo, comodidad e indiferencia. Sólo es posible entrar en la cárcel, desde el Evangelio teniendo los sentimientos de Cristo:

“Entre vosotros tened la misma actitud del Mesías Jesús: Él a pesar de su condición divina, no se aferró a su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, haciéndose uno de tantos. Así, presentándose como simple hombre, se abajó, obedeciendo hasta la muerte y muerte en cruz. Por eso Dios lo encumbró sobre todo y le concedió el título que sobrepasa todo título, de modo que a ese título de Jesús toda rodilla se doble –en el cielo, en la tierra, en el abismo- y toda boca proclame que Jesús, el Mesías, es Señor, para gloria de Dios Padre” (Fil 2, 1).

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Despojarse de sí mismo, desde las propias fuerzas, es imposible: es un don de lo alto. Estamos profundamente determinados por la cultura y la genética: no es un traje que podamos quitarnos cuando nos conviene. La experiencia nos dice que todo tipo de adaptación e inculturación son procesos lentos y complicados. Todo espacio habitado por personas humanas es sagrado y, si ese espacio está teñido del color negro del dolor, se convierte en sanctasanctorum: exige descalzarse y entrar de puntillas; el encuentro que provoca la escucha del otro, de lo otro, de la realidad…, nos rompe y desinstala, invitándonos a la contemplación de lo que nos sobrepasa y deja atrás nuestros cálculos y concepciones. Si entramos en la cárcel y sus periferias con prejuicios, condenas y respuestas elaboradas…, provocamos el desencuentro y el alejamiento.

La Palabra de Dios no tiene problemas pues no está ligada a ninguna cultura ni

espacio concreto; parece resonar más a su gusto, donde hay sufrimiento, injusticia e inhumanidad: es espacio idóneo para ese Dios liberador que todo lo ama y lo recrea. Aunque su acción no precise mediadores, nos llama y requiere hasta configurarnos con su Palabra: sólo entonces nos envía.

S. Pablo es ejemplo de ello: su vida es un proceso que él expresa personal y vi-vencialmente: “estando bajo la Ley morí para la Ley, con el fin de vivir para Dios; con el Mesías quedé crucificado y ya no vivo yo, vive en mí el Mesías; y mi vivir humano de ahora es un vivir de la fe en el Hijo de Dios, que me demostró su amor entregándose por mí” (Gal 2. 19-20). Será desde esta experiencia de identificación con quien le llamó en el camino de Damasco, desde donde podrá afirmar: “el hecho de predicar el evange-lio no es para mí un motivo de orgullo, ése es mi destino, ¡pobre de mí si no lo anun-ciara!... Me he puesto al servicio de todos, para ganar a los más posibles. Con los ju-díos me porté como judío para ganar judíos; con los sujetos a la Ley, me sujeté a la Ley, aunque personalmente no esté sujeto, para ganar a los sujetos a la Ley. Con los que no tienen la Ley, me porté como libre de la Ley, para ganar a los que no tienen Ley -no es que yo esté sin Ley de Dios, no, mi Ley es el Mesías-; con los inseguros me porté como un inseguro, para ganar a los inseguros. Con los que sea me hago lo que sea, para ganar a algunos como sea. Y todo lo hago por el evangelio, para que la buena noticia me aproveche también a mí” (1 Cor 9, 15. 18-22).

El testimonio paulino nos indica que, antes de salir de… y entrar en las perife-rias, necesitamos una poda para disfrutar la alegría del Padre-Hijo-Espíritu (Jn 15, 1-19). Una poda que nos desarraigue de las madrigueras en que nos agazapamos: prejui-cios, dogmatismos, autoritarismos, narcisismos, egolatrías-idolatrías, prostituciones solapadas o directas de la realidad… El gozo y alegría que armoniza nuestro interior nos llega fluyendo desde la vid, como un don que Jesús comparte con nosotros: “os he di-cho esto para que participéis de mi alegría, y vuestra alegría sea colmada”. Esa alegría que nos supera y desborda es la que nos impulsa a traspasar muros, rejas y rastrillos hasta compartir lo que se nos ha regalado (Hech 5, 19; 12, 7-11); es esa fuerza la que realiza la encarnación hasta hacer saltar toda tristeza convertida en cadenas.

Entrar en las periferias se nos revela como la consecuencia lógica de quien se ha

sentido tocado, mimado y amado por Dios, el mismo Dios que sigue sufriendo por sus hijos más deteriorados; quien siente el impulso de la ternura divina escucha una pre-gunta: “¿a quién enviaré?” que provoca una respuesta: “¡aquí estoy, Señor!” (Is 6, 8). Entrar en las periferias es transgredir, con la alegría del Reino, tantas muertes, tantos lutos, tantas tristezas, tantos sinsabores, tantas impotencias, tantas injusticias, tantas frustraciones, tantos miedos, tantos sinsentidos como allí se mascan, y a-tragantan.

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Entrar en las periferias exige transgredirlas; el significado del verbo ‘transgredir’ (transgredior en latín) es cruzar, infringir quebrantar, vulnerar normas y leyes (civiles y religiosas) que generan periferias. El Dios de Jesús se muestra transgresor, y podríamos decir que intolerante, ante todo lo que vulnere la dignidad del ser humano. Jesús transgrede la línea de lo humano y lo divino, viola la ley judía, las normas y status so-ciales (Jn 1, 14; Mc 3, 1-6), invitándonos a ser como Dios Padre: perfectos en y desde la misericordia (Mt 5, 48). Entrar en las periferias es una invitación a seguir los pasos del Maestro y transgredir las falsas imágenes de Dios, la falsa separación entre buenos y malos, ricos y pobres, justos y pecadores, la primacía del éxito que es colocada entre los últimos y en el último puesto.

Entrar en las periferias con Jesús de Nazaret presume haber vivido la seducción

del ‘Abba’ y vivirlo todo desde la única norma posible: el Amor que engendra fraterni-dad y ahuyenta todas esas periferias, engendradas al amparo de la ley del más fuerte, el más espabilado y el más aprovechado.

Entrar en la cárcel-periferias es un juego de transgresión y transcendencia: al

encontrarnos con el Dios de la Vida no nos queda más remedio que transgredir la muer-te, sus estructuras y su mentalidad; lo que nos lanza a salir del propio yo y transcen-dernos ininterrumpidamente. Todo es un proceso de Vida, donde el protagonista es el Espíritu. Tenía razón Teilhard de Chardin cuando en su obra, ‘el medio divino’ asevera-ba que “nos recibimos más que nos hacemos a nosotros mismos”.

Para seguir reflexionando 1. ¿Existen transgresiones en tu vida cotidiana? ¿De qué tipo? 2. ¿Solemos, personal y eclesialmente, contrastar nuestros sentimientos y experiencias

con los de Cristo? 3. ¿Nuestras experiencias interiores y nuestras acciones, como equipo de pastoral peni-

tenciaria, son ejercicios de transgresión y transcendencia?

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Hoy que llego hasta ti, hermano preso,

y me descalzo al contemplarte aquí,

vengo a pedir a Cristo su dulzura

para poder estrecharte con amor.

Cómo no ver tu hondo sufrimiento

cuando la vida te robó el ser mejor,

si al momento en que te tengo ante mis ojos

Él me transmite tanta comprensión.

Para que siempre pueda acompañarte

en el proceso de tu propia salvación

pido a Jesús que pueda regalarme

una pizca de su tierna compasión.

Para que siempre esté dispuesta a darte

las alas que requieran tu vivir

ruego a Dios Padre nos conceda

su promesa de la liberación.

Para que siempre encuentre una manera

de alentar tu lento caminar

confío en la fuerza de su Espíritu

que es fuego de renovación.

Para que siempre comparta con los hermanos

que junto a ti quieren estar

pido a Jesús Resucitado

nos conceda Vivir, y no sólo soñar.

Eva Garvía Díaz

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El anuncio y acción del Reino va dirigido a cancelar y conculcar todas las estruc-turas de pecado que generan periferias, exclusión, marginación y deshumanización. Salir a las periferias es el esfuerzo ininterrumpido por impedir todo tipo de ideología o religión que favorezca la aparición de nuevas periferias. Jesús nos invita a crear comu-nidades donde se viva la comunión, el compartir, la fraternidad y se celebre la fe en el Dios Abba, que nos aúna en el ágape trinitario. La parroquia es el espacio físico y espiritual donde Jesús nos convoca habitual-mente para celebrar la fe, crecer en una comunidad en creciente construcción y con las puertas siempre abiertas. La parroquia tendría que ser el lado opuesto a las periferias, pues en ella se enseñan, viven y comparten valores evangélicos, tan distintos a los que acarrean y sustentan los corazones de la periferia. Hemos de constatar que una de las tareas pendientes de Pastoral Penitenciaria es el entroncamiento parroquial: nos falta enlazar con las diversas parroquias, cons-cientes de que quienes habitan el interior de nuestras cárceles provienen de espacios donde las parroquias desarrollan su labor evangélica. Aunque haya diócesis que todavía andan muy lejos de ello, una gran mayoría sí que han integrado la Pastoral Penitencia-ria en la pastoral diocesana, pero queda pendiente ese trabajo conjunto con las parro-quias, que vaya dando respuesta a las familias que tienen alguno de sus miembros en prisión y abra espacios de acogida a quienes salgan de la cárcel; una acogida humana y comunitaria que no se quede en lo material, -que es importante-, sino que ofrezca pun-tos de encuentro y referencia donde las personas encuentran ese humus, imposible en prisión, que facilite la apertura, la comunicación, la confianza y esperanza en el futuro El envite es por ambas partes: las delegaciones diocesanas de Pastoral Peniten-ciaria han de acercarse a las diversas parroquias para compartir y trabajar, conjunta-mente, en la labor liberadora de quienes viven en las periferias privados del don de la libertad y de quienes sufren la ausencia de alguno de los suyos. Las parroquias han de abrirse para dar preferencia a quienes viven la experiencia lacerante de las periferias. Quienes alimentamos nuestra fe-vida en las parroquias hemos de salir, como el Padre (Lc 15, 11-32) a buscar a quienes no han descubierto la felicidad de la casa pa-terna y la siguen buscando en lugares erróneos, para facilitarles el perdón divino que posibilita la fiesta. Corremos el riesgo de anclarnos en espiritualidades truncadas que generen “hijos mayores” que no entiendan de mesas fraternas compartidas. Sin una fraternidad, abierta de par en par desde el perdón, donde todo ser humano tiene su sitio, la parroquia deviene en un grupo cerrado, con el “síndrome del cenáculo”, muy lejos de aquella primera Eucaristía, donde el Maestro nos invitó a ponernos a los pies de los demás, reconociéndoles como señores de nuestras vidas. Sin una caridad abierta, todo es mentira y vacío…, y nunca será real la celebración y memorial eucarístico.

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Pastoral Penitenciaria, desde la experiencia y espiritualidad que propicia el pa-tear los patios de nuestras cárceles y el derecho que Jesús vino a implantar en nuestra tierra (Lc 4, 16-21), ha de sugerir en los ámbitos parroquiales una justicia que se ali-mente de la misericordia divina buscando la recuperación integral dela persona. De la mano de nuestro apreciado José Luis Bernabé Segovia, señalamos las notas-características de una justicia que dé que pensar a nuestras Iglesia:

a) Una justicia desde las víctimas que nos lleve a ver a los ajusticiados (los nuevos cru-

cificados) como lugar privilegiado de verdad y de interpretación del mundo. b) Una justicia que se atreva a saber, que nos confronte con la realidad como lugar de

Dios; conocer la realidad del mundo a partir del sufrimiento y de sus anhelos se cons-tituye en pre-requisito de justicia.

c) Una justicia teologal: ‘conocer a Dios es practicar la justicia’ (Jr 22,16) d) Una justicia que propicie y cultive la igualdad en el campo de fraternidad. e) Una justicia que se indigne y disienta hasta “resolver radicalmente los problemas de

los pobres, renunciando a la autonomía absoluta de los mercados y de la especula-ción, atacando las causas estructurales de la inequidad, raíz de los males sociales” (EG 202).

f) Una justicia que restaura desde el perdón, posibilitando cauces de futuro. Lo opuesto

a la exclusión no es la inclusión o reasimilación, sino la reconciliación.

Una justicia con estas notas dará qué pensar a la Iglesia y hará que su doctrina social, en la medida en que sea conocida y practicada, sea bastante más que un ‘catá-logo de citas retóricas’. Hará que cada parroquia haga presente, con sus dinámicas formativas, celebrativas y caritativas, al Jesús que atraviesa la frontera de las pasivi-dades y los límites, de las comodidades y el consumo, hasta entregar su vida y dar res-puesta al sufrimiento, violencia y muerte que envuelven las periferias.

Junto al Maestro descubrimos como evidente que los únicos derechos que hay

que defender son los de los inocentes, las víctimas, los pobres, los excluidos, los humi-llados, los ninguneados, los oprimidos y asfixiados…, los condenados por un sistema y estructuras que, en aras del ídolo dinero, no acompañaron procesos saneados y ade-cuados de crecimiento en espacios familiares, comunitarios, educativos, laborales…

También el quehacer parroquial ha de entrar en una dinámica transgresora y

transcendente. Hay que transcender el bienestar del “yo” para transgredir la barrera de los calificativos del otro y hacerle partícipe del propio bienestar que se agranda y purifica en el inmenso y cósmico nos-otros; hay que dejar a un lado las comodidades del “yo” para potenciar que los otros tengan un mejor “acomodo en la vida, la de Dios.

La formación y celebración comunitarias en la parroquia son el impulso más idó-

neo para traspasar las fronteras de ese “yo” falso, al que las solicitudes del mundo ac-tual inclinan al éxito fácil, a no mostrar debilidad, a buscar lo suyo y no implicarse en nada, a generar un bienestar y una salud a costa de lo que sea. Por eso, la comunidad parroquial, que se alimenta de los valores y actitudes evangélicos, es el mejor antídoto para quebrar esas falsas espiritualidades –tan de moda- que sólo llegan a ser un elegan-te envoltorio del falso “yo” y una saludable apuesta de justicia, libertad y humanidad.

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La dinámica y valores del Reino, vividos en comunidad, nos desapropian para en-contrar nuestra identidad y es que sólo un yo des-vivido vive. Sólo siguiendo a Jesús, desde el reverso de los límites establecidos por el mundo, descubriremos que la gracia está en el fondo de la pena. Y es que, desde los límites de las periferias, los excluidos, los que no cuentan, los condenados en nuestras cárceles son y serán siempre el criterio último y definitivo para discernir si nuestras vidas han vivido y compartido la presencia y dinámica del Reino de Dios (Mt 25, 34-40).

Toda periferia provoca vértigo: sólo el Espíritu transforma nuestra debilidad en

fortaleza (2 Cor 12, 9-10), quiebra nuestras seguridades y nos lanza a las periferias, donde están los privilegiados del Reino. Esta transformación personal y comunitaria se realiza en el caminar parroquial, donde se van asimilando y haciendo propios los valo-res del Reino, las actitudes de Jesús, la acción recreativa del Padre que nunca ha cesa-do de actuar en aras a dar a luz ese nueva tierra y esos nuevos cielos que se manifesta-rán en el Apocalipsis final.

Para seguir reflexionando 1. Tus experiencias de pertenencia a una parroquia concreta ¿son experiencias de co-

munión y liberación, celebradas en la fe y el Amor? 2. ¿Qué pistas y pautas concretas apuntarías, en tu diócesis, para una colaboración más

estrecha y eficaz entre las parroquias y Pastoral Penitenciaria? 3. ¿Qué actitudes y posturas encontramos en nuestras parroquias que impiden la pre-

sencia de nuevas periferias? ¿Qué actitudes y posturas, dentro de nuestras parroquias pueden favorecerlas? Y ¿desde la Pastoral Penitenciaria?

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Ven Espíritu divino,

penetra en las entrañas

más recónditas de nuestro ser,

desvela todos esos intereses

egoístas y vanidosos,

almacenados y encerrados

sutilmente en este desván del corazón.

Toma y asume todos estos elementos

que conforman nuestra debilidad,

que tanto acentúan la fragilidad.

Tú nos conoces mejor que nosotros mismos,

sabes mejor que nosotros,

que es lo que lastra y fatiga nuestro afán.

Limpia este recóndito desván,

ordena tanto desorden.

Te lo autorizamos,

te lo pedimos,

lo deseamos.

Sé tú el protagonista,

dirige cada proyecto,

cada plan, cada deseo.

Solo tú puedes hacer

de cada una de estas criaturas tuyas,

un ser diáfano, abierto,

claro, nítido, libre … verdadero.

Solo tú puedes hacer de nosotros lo que somos,

Hijos, genuinamente tuyos.

(Jordi Mas Pastor)

P.D.: las diversas oraciones son aportes-trabajo de personas que han par-

ticipado en el primer curso on line de pastoral penitenciaria.

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Transgresión y transcendencia, transfiguración y desfiguración, abajamiento y ascensión, últimos y primeros, Calvario y Resurrección, prisión y libertad, exterior e interior, centro y periferias…, constituyen paradojas del proceso permanente de esta tierra que está en transcurso de parto; y en ese proceso estamos cada uno de nosotros, en ese empeño de que el Reino, anunciado y presente en Jesús llegue a la máxima ma-nifestación de la parusía.

Salir de…, entrar en las periferias, imposibilitar nuevas periferias es para san Ig-

nacio de Loyola pedir la gracia de salir del propio amor, querer e interés, y que sólo el Señor Jesús sea el Señor de nuestra vida. Así reafirmaremos los valores comunitarios de solidaridad y fraternidad en el empeño de derribar toda línea-frontera que distinga lo humano de lo inhumano, la justicia de la injusticia, el amor del odio. Es una apuesta total por la dignidad de la persona, donde se aprovechen los fa-vores positivos de la globalidad, donde la multiculturalidad y la diversidad enriquezcan la unidad de la familia humana universal, expresada en la corresponsabilidad de los propios compromisos. Es el compromiso evangélico de una salida permanente a las periferias al en-cuentro de los excluidos, los últimos y condenados, posibilitando espacios de encuen-tro, dignidad, diálogo y libertad. Espacios comunitarios (por qué no parroquiales) que posibilitan una vida humana digna más allá de los modelos económicos e individualistas. Este compromiso, celebrado en y desde la fe, será la denuncia más explícita de todas esas estructuras de pecado e injusticia que generan por doquier dolor y sufrimiento. Entrar en el espacio sagrado de cada cárcel es apostar por los últimos, condena-dos, postergados y olvidados; es creer que ellos, desde la periferia de las periferias, tienen algo que decirnos: que en su dignidad humana, agredida pero inviolable, reside la voz del Evangelio que echa por tierra nuestros ídolos asentados en las catedrales de nuestra comodidad y falsas espiritualidades alimentadas en la condena de quienes he-mos colgado la etiqueta de ‘malos y delincuentes’ para poder sentirnos los buenos de la película. Si nos quitamos las sandalias, descubriremos que ellos han de ser protagonis-tas ineludibles en la construcción de una sociedad más humana en y desde el perdón. Ojala, estas reflexiones nos ayuden a salir de…, traspasar fronteras y verjas, sal-tar muros eludiendo tanta variedad de concertinas, entrar en las periferias donde los Crucificados del siglo XXI nos siguen esperando con los brazos abiertos para brindarnos el amor del Padre en un abrazo cósmico de fraternidad. Acabamos como empezamos: en el regazo de María de la Merced que nos sigue susurrando, muy quedo, su mensaje de madre y creyente: Proclama mi alma la grandeza del Señor, todos me felicitarán pues el Poderoso ha hecho tanto por mí.

Su brazo interviene con fuerza, desbarata a los soberbios, derriba del trono a los poderosos y exalta a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide de vacío. (Lc 1, 46-55)

(JFPA)