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Isidoro Cheresky Isidoro Cheresky: politólogo argentino; profesor de Teoría Política Contemporánea, Universidad de Buenos Aires; miembro de la Fundación Carlos Auyero. Palabras clave: crisis, sistema político, cultura política, Argentina. Sin rumbo, la sociedad argentina continúa inmersa en un proceso de desorganización sin pautas para la reconstitución de un orden, y en consecuencia sin que sea posible avizorar una salida. La desconfianza en las instituciones económicas y políticas se ha generalizado, dando cauce a diferentes fugas: en primer lugar de la moneda, favoreciendo la corrida hacia el dólar como valor refugio y amenazando con desencadenar un proceso hiperinflacionario; del sistema bancario, que ya no es considerado confiable para efectuar las transacciones; del propio país, que es abandonado en los hechos o en la imaginación por miles de personas de toda edad y condición, aglomeradas en las puertas de los consulados. La desconfianza entre las personas se ha profundizado luego de los recurrentes saqueos, de modo tal que el miedo y la inseguridad son también un factor de disgregación social. Autoridad política debilitada y presencia ciudadana de rumbo incierto E l Gobierno no logra reconstituir su autoridad en la medida en que su legi timidad de origen está cuestionada 1 , a ello se suma que en su desempeño se ha enredado en una maraña de decisiones que multiplican la fragmentación y los intereses en pugna. Hacia fines de diciembre de 2001, aún bajo el gobierno de Fernando de la Rúa, el congelamiento de los depósitos bancarios fue el dis-

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  • NUEVA SOCIEDAD Isidoro Cheresky

    Isidoro Cheresky

    Isidoro Cheresky: politlogo argentino; profesor de Teora Poltica Contempornea, Universidadde Buenos Aires; miembro de la Fundacin Carlos Auyero.Palabras clave: crisis, sistema poltico, cultura poltica, Argentina.

    Sin rumbo, la sociedad argentinacontina inmersa en un proceso dedesorganizacin sin pautas parala reconstitucin de un orden, y enconsecuencia sin que sea posibleavizorar una salida. Ladesconfianza en las institucioneseconmicas y polticas se hageneralizado, dando cauce adiferentes fugas: en primer lugar dela moneda, favoreciendo la corridahacia el dlar como valor refugio yamenazando con desencadenar unproceso hiperinflacionario; delsistema bancario, que ya no esconsiderado confiable para efectuarlas transacciones; del propio pas,que es abandonado en los hechos oen la imaginacin por miles depersonas de toda edad y condicin,aglomeradas en las puertas de losconsulados. La desconfianza entrelas personas se ha profundizadoluego de los recurrentes saqueos,de modo tal que el miedo y lainseguridad son tambin un factorde disgregacin social.

    Autoridadpolticadebilitaday presenciaciudadanade rumboincierto

    El Gobierno no logra reconstituir su autoridad en la medida en que su legitimidad de origen est cuestionada1, a ello se suma que en su desempeose ha enredado en una maraa de decisiones que multiplican la fragmentaciny los intereses en pugna. Hacia fines de diciembre de 2001, an bajo el gobiernode Fernando de la Ra, el congelamiento de los depsitos bancarios fue el dis-

  • NUEVA SOCIEDAD Autoridad poltica debilitada y presencia ciudadana de rumbo incierto

    parador de una situacin de excepcionalidad en que los derechos consagradosse suspendan (algunas formas del derecho de propiedad) y la suerte al menospatrimonial de los individuos se supeditaba a las decisiones circunstancialesde gobernantes y jueces. Poco despus, la declaracin del default (la cancelacindel pago de la deuda pblica) gener una situacin de aislamiento internacio-nal. Finalmente el abandono de la convertibilidad y la consiguiente devalua-cin y pesificacin de la economa, generaron una multiplicidad de situacionesque deban ser arbitradas, en particular el valor en pesos de los depsitos con-gelados, de las deudas contradas con los bancos y con prestamistas privados,la adecuacin de los contratos de alquiler y otros compromisos contractuales.En la medida en que caa verticalmente la recaudacin impositiva y se agrava-ba la situacin social por prdida del valor real de los salarios y del incrementode la desocupacin, se planteaba la alternativa de cobrar impuestos excepcio-nales (a las exportaciones y a los grandes beneficiarios de la pesificacin dedeudas; en un momento se proyect un impuesto a las empresas privatizadasque haban obtenido grandes ganancias en los aos 90, pero debi ser abando-nado por las trabas legales y la fuerza de los intereses en juego) y controlar losprecios mximos de los alimentos de la canasta familiar. Cuando la flotacinlibre del peso produjo una repentina y espectacular corrida hacia el dlar, laidea de una mayor intervencin gubernamental que aventara el inminente pe-ligro de hiperinflacin se hizo ms intensa.

    Podran por supuesto enfatizarse las dimensiones estructurales que hacen quela Argentina est atravesando un verdadero derrumbe, debacle o bancarrotageneral segn el modo en que diferentes analistas han definido la situacin.

    1. El actual presidente Eduardo Duhalde goza de una autoridad precaria, derivada del origen indi-recto (aunque institucional) de su mandato y del desapego de los ciudadanos por la representacinpoltica. El 1 de enero de 2002 fue elegido por la Asamblea Legislativa, que votando por un peronistadaba cuenta de la mayora parlamentaria existente. El acceso de Duhalde se produjo luego de unaserie de percances institucionales. El 20 de diciembre haba renunciado De la Ra y el sucesor desig-nado por la Asamblea Legislativa fue el gobernador peronista de San Luis, Adolfo Rodrguez Sa(en razn de la vacancia en la vicepresidencia producida en octubre de 2001 luego de la espectacularrenuncia del titular de ese cargo, Carlos Chacho Alvarez, que haba marcado el estallido de la coali-cin gobernante). Pese a que la mayora peronista haba tenido la intencin de designar un manda-tario para la convocatoria a elecciones en el lapso de tres meses, Rodrguez Sa, apoyado por losgobernadores peronistas de las provincias menores, permaneci slo una semana en el poder. Dimi-ti por la doble presin del aislamiento en el seno de su partido, donde se sospechaba que querraquedarse en el poder por el lapso presidencial faltante (hasta octubre de 2003) y de la sociedad movi-lizada que encontr en la composicin de su gabinete otro blanco para repudiar la corrupcin de lospolticos. Recin entonces se pens en Duhalde, quien aunque haba triunfado en las elecciones se-natoriales de octubre por la provincia de Buenos Aires, no contaba con consenso ni liderazgo partida-rio al punto de haber estado al margen de las deliberaciones que se produjeron luego de la renunciade De la Ra. Duhalde lleg a la presidencia cuando los mecanismos institucionales haban puestoen evidencia el fraccionamiento poltico existente.

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    De hecho, la recuperacin de la senda del crecimiento, la reanudacin de loslazos de comercio e inversin con el mundo, y en consecuencia la superacinde la decadencia social expresada en ndices inditos de desempleo y pobrezaparecen inciertos. En todos estos aspectos la cada contina2. Pero lo que deno-ta quizs ms la gravedad de la situacin es la profunda desorganizacin de larepresentacin poltica y de los lazos sociales. La vida pblica ha estado domi-nada desde diciembre ltimo por la irrupcin social bajo las formas separadasdel saqueo y de la protesta urbana masiva. Los saqueos a supermercados perotambin a una variedad de comercios barriales transformaron algunos vecin-darios en tierra de nadie, poniendo en el tapete la fuerza destructiva que aca-rrea ese condicionamiento antipoltico de la vida humana que es la irrupcinde la necesidad. Por otra parte una indita y heterognea movilizacin urbanacoloc a la protesta ante el Gobierno y las instituciones como un factor perma-nente de interpelacin a la legitimidad poltica. El cacerolazo dio la tnica deuna situacin en que los lazos de representacin estaba profundamente cues-tionados.

    En conjunto la situacin social ha visto constituirse dos escenas, en un caso conactores pblicos sorprendentes desde el punto de vista de los conocidos hastaahora, teniendo como protagonistas a los pobres y a las clases medias. Sinembargo, cabe preguntarse si es satisfactorio denominar estas nuevas presen-cias con rtulos heredados. En medio de la diversidad de elementos que confi-guran la actual situacin y que inhiben un diagnstico general certero as comopredicciones sobre la evolucin futura, los rasgos que ponen en evidencia lanaturaleza poltica de los problemas remiten a la debilidad de las creencias co-lectivas o a la desconfianza generalizada, por una parte, y a la inestabilidad delos poderes pblicos y del propio presidente que en conjunto no gozan de auto-ridad reconocida, por la otra. Las decisiones generales y la adopcin de un plande Gobierno coherente tropiezan con la licuacin de poder, que lleva a oscila-

    2. Con la salvedad de las exportaciones que sin embargo estn tambin trabadas como consecuenciade la actual situacin. La inflacin y la recesin tienen efectos demoledores sobre los sectores popu-lares. Dada la diferencia de consumos, la incidencia de la inflacin si se mantienen los ndices actua-les sera de 71,5 % para los ms pobres y de 28,4% para los ms ricos. De este modo, 58% de losargentinos quedara debajo de la lnea de pobreza (Informe de la consultora Equis citado en LaNacin, 11/3/02). Segn las estimaciones del Indec, en mayo de 2001 estaban debajo de la lnea depobreza 13.700.000 personas, 38,1% de la poblacin. No solo la creciente desocupacin, que segnestimaciones de 2001 habra sido superior a 22%, incide en esos ndices de pobreza. La propia remu-neracin del trabajo tambin ha declinado en el periodo en parte prspero de los aos 90: entre 1994y fines de 2000 el ingreso medio de los hogares se redujo 4,3%, que desciende a 11% en el caso delestrato bajo (40% de los hogares con ingreso ms bajo) y a 8% para el estrato medio; cf. M. Marc delPont y H.M. Valle: La crisis social de los 90 y el modelo de convertibilidad en Marcelo R. Lascano(comp.): La economa argentina hoy, El Ateneo, Buenos Aires, 2001. Sin embargo las conclusiones deeste ultimo anlisis han sido objeto de controversia.

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    ciones en las decisiones que se adoptan y a que se definan centros de poderalternativos con una parcial eficacia en su accin y que en conjunto dibujan unasituacin de caos. Los decretos del Ejecutivo, las leyes dictadas por el Parla-mento y la interpretacin que los jueces dan a los derechos constitucionales sonejemplos de la diversidad de centros decisionales, a lo que deben agregarse lospoderes provinciales que gozan de considerable autonoma.

    Un factor decisivo en el condicionamiento de la vida poltica lo constituye a suvez la intervencin del FMI y de otros poderes externos o internacionales, queencarnan la orientacin pautada por los principales centros de poder, en pri-mer lugar Estados Unidos. El futuro econmico y poltico del pas parece de-pender de una asistencia externa desde que se declarel default y toda otra fuente de inversin o de crditoparece vedada o restringida3. El pas se encuentra en-tonces bajo tutela y debe orientar sus decisiones segnun plan definido por los expertos extranjeros4. As, enaspectos esenciales el margen de la decisin poltica de-mocrtica ha desaparecido, y esta situacin de extremadependencia es exhibida y manipulada en la relacinentre los actores intervinientes sin ningn tapujo. Peroparadjicamente esta dependencia tiene un efecto ordenador. Voluntariamenteo a regaadientes las diferentes posiciones e intereses se alinean y aceptan laagenda de temas y restricciones provenientes de los organismos internaciona-les en la expectativa de que su visto bueno llegue en algn momento y con llas lneas de crdito y el mejoramiento de los intercambios. Por el momento lareaccin nacionalista est acallada y aunque una parte de la poblacin adheri-ra a polticas aislacionistas, la protesta pblica en este respecto es limitada5.

    3. Un ndice de riesgo pas superior a los 4.000 puntos ilustra la marginacin de los mercados finan-cieros; una marca que por otra parte ha dejado de estar en el centro de la atencin puesto que lasituacin permanente ya no puede ser afectada por variaciones circunstanciales.4. Rudiger Dornbusch, en una nota escrita en colaboracin, sostuvo recientemente que para saliradelante la Argentina debera ceder temporalmente su soberana, y en particular su poltica moneta-ria debera estar controlada por un equipo de representantes de bancos centrales extranjeros. Estarecomendacin, que unas semanas atrs fue considerada como una provocacin, parece ser la pautaactual.5. La eventual ayuda externa es uno de los puntos en que la opinin pblica se muestra ms dividi-da. Segn una encuesta reciente, 54% de los entrevistados considera que el pas necesita ayudaexterna en tanto que 42% piensa que puede salir solo de la crisis (encuesta de Gallup de 4-8/4/2002,en La Nacin, 14/4/02). Segn otra encuesta hecha en Buenos Aires y alrededores, 451 respondeafirmativamente a la pregunta Tendra que venir un grupo internacional que asesore, controle oejerza tareas de gobierno? (Ibope-OPSM, Pgina 12, 31/3/02). Tambin en Buenos Aires y alrede-dores, aunque 53% de los entrevistados se manifestaba de acuerdo con negociar con el FMI contra37% de opiniones negativas, la tendencia estatista era fuerte: 41% por la nacionalizacin de la bancacontra 39% en desacuerdo; 65% por la reestatizacin de las empresas pblicas privatizadas contra

    En aspectos

    esenciales el

    margen dela decisin

    poltica

    democrticaha desaparecido

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    Pero la posibilidad de que no haya una ayuda internacional significativa quecoadyuve a frenar la cada de la economa6 es real, y abre un interrogante sobrelas reacciones que podran producirse en tal extremo.

    La gravedad de la situacin hace ms apremiante la pregunta sobre la naturale-za de su debacle. Precisar un diagnstico permitira pensar en el camino de larecuperacin. Hay una coincidencia en considerar el problema argentino comode naturaleza poltica, lo cual es tanto ms llamativo cuanto que es evidente lagravedad de su situacin econmica estructural7. Y sin embargo, efectivamenteel problema parece ser el de la capacidad para fijar un rumbo y hacer convergerlas energas nacionales en esa misma direccin, lo que se traduce, desde la p-tica de las instituciones polticas, en una bsqueda de autoridad del Gobiernoy del Estado, y desde el punto de vista de la sociedad en requerimiento decreencia y confianza en el lazo social, en los acuerdos bsicos y en los liderazgoslegales. Este diagnstico va a contracorriente de la tradicional explicacin so-bre el origen de las crisis y aun de ciertas evidencias presentes. No hay un cau-sante y un beneficiario de los males argentinos? Y ms precisamente, no hayun agente social en el origen de los males? Aunque el capitalismo y la globali-zacin son mencionados recurrentemente, esta imputacin est lejos de tenerla verosimilitud y fuerza del pasado.

    La terrible sensacin que predomina, no desmentida por la informacin dispo-nible, es que la bancarrota no es algo que vaya en provecho de ningn sectorsocial particular, al menos de los concernidos directamente, aunque las conse-cuencias sean muy diferentes para unos y otros. Ello es as porque las lgicasdel capitalismo financiero que han contribuido al endeudamiento del pas y ala obtencin de beneficios son exactamente lgicas, es decir que benefician alos ocasionales tenedores de ttulos y otros papeles financieros que pasan demano en mano, pero no se trata de agentes definidos y permanentes que deter-minen y aprovechen los beneficios. Es ms, el mundo de las finanzas generaperdedores tanto entre los grandes como entre los pequeos participantes delmercado. Por supuesto est el amplio y creciente mbito de quienes estn fuera

    26% en contra; la intencin mayoritaria era de no dar la espalda al mundo: 60% en contra de nopagar ms la deuda externa, frente a 34% con la opinin contraria (Hugo Haime y Asociados, Pgina12, 24/3/02).6. El PBI ha venido cayendo en los ltimos cuatro aos, para 2002 se prev una depresin mayor queen el pasado, con un descenso que vara entre 7,5% segn las previsiones oficiales y ms de 10%segn economistas reconocidos.7. A1 momento de declarase en cesacin de pagos, Argentina tena una deuda externa equivalente ala mitad de su PBI. Este peso se haba hecho abrumador dado el estancamiento y luego el retrocesoeconmico. El gasto fiscal y la evasin impositiva eran factores que acentuaban el carcter deudor ydeficitario de la economa. La espiral de descrdito no haca sino agravar la situacin.

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    del juego. Pero en lo que a este aspecto del anlisis se refiere, la ausencia deagentes permanentes de la globalizacin y del capitalismo financiero acentaun cambio de perspectiva y las miradas se dirigen a los responsables polticos,a los gobernantes y a los tcnicos que los auxilian, que en su conjunto son quie-nes toman las decisiones y embarcan al pas en tal o cual direccin. En ese sen-tido hay, como veremos, una politizacin, pero almismo tiempo un sentimiento de impotencia puesya no se trata de los responsables y menos an delos enemigos sustanciales del pasado.

    El argumento que aqu se desarrolla pone el acentoen la posibilidad de reconstituir el lazo de represen-tacin poltica y la autoridad institucional, y recu-perar un margen de soberana que d lugar a unadeliberacin y decisin democrtica. Definir culesson las posibilidades y los lmites de semejante cambio requiere prestar aten-cin a ciertos factores: los relacionados con la debilidad del Estado, con lastransformaciones sociales que han modificado la configuracin de intereses yactores emergentes, y con los cambios en la vida pblica y por lo tanto en lasnuevas condiciones para la constitucin de fuerzas polticas y liderazgos.

    La debilidad del Estado y los problemas de su reforma

    El Estado argentino est cuestionado y desacreditado, pero la aspiracin mayo-ritaria es que sea rehabilitado. Su ineficacia favoreci en los aos 90 un procesoprivatizador que segn sus gestores aliviara las cuentas pblicas y eliminarafocos de corrupcin. Hoy esa experiencia es fuertemente impugnada por ladebilidad en el control pblico de la provisin de bienes sociales bsicos. Lascrticas a la clase poltica y la desconfianza en las instituciones polticas sonilustrativas de esta situacin. La sospecha de corrupcin, confirmada por losprocesos judiciales relativos a los grandes negociados8, han dado sustento a lapercepcin de que el acceso al poder conduce al uso arbitrario de los fondospblicos y al trfico de influencias.

    Pero la debilidad del Estado no se remite solo a los actos de corrupcin. Las fuen-tes son estructurales y residen en el modo en que cumple sus funciones distri-

    8. El ms resonante que ha implicado al ex-presidente Menem y varios de sus ministros es el detrfico de armas a Croacia y a Ecuador. Pero ha habido otros procesos judiciales vinculados con ellavado de dinero a los contratos de informatizacin entre IBM y Banco Nacin y Ministerio de Ha-cienda.

    El Estadoargentino estcuestionado ydesacreditado,pero la aspiracinmayoritariaes que searehabilitado

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    butivas. Estos dispositivos son limitados, pero a travs del empleo y de las obraspblicas, y de las polticas sociales el Estado ha desarrollado un sucedneo delEstado benefactor. La red poltico-administrativa y las estructuras de los prin-cipales partidos canalizan los recursos pblicos y procuran incrementarlos,puesto que su vnculo social y su propia estructura se sostiene en esa circula-cin. Pero esta distribucin se hace segn criterios particularistas. No se haestablecido una poltica de derechos sociales o de algn otro criterio universa-lista que coloque a los individuos en pie de igualdad ante los recursos pblicossino que la atribucin de stos devienen favores como resultado de vnculosclientelares. Los recursos y particularmente la ayuda social generan de ese modoal mismo tiempo opresin poltica9. El funcionamiento dispendioso del Estadoha sido siempre de tratamiento problemtico; pareciera que cuestionarlo su-pondra preguntarse por el principio redistributivo mismo propiciando la in-accin pblica ante las desigualdades sociales10.

    La debilidad del Estado se expresa en primer lugar en su incapacidad de recau-dar impuestos. Luego de la crisis de fines de diciembre la cada de la recauda-cin ha revestido las caractersticas de una rebelin fiscal, y es la contrapartidadel descontento ciudadano al congelamiento de sus ahorros y a la poca represen-tatividad del actual gobierno. Sin embargo, en condiciones normales la evasinimpositiva es de tal magnitud que, segn expertos, un cumplimiento razonablehubiese sido suficiente para afrontar el endeudamiento externo. La evasin fis-cal es el sntoma de una situacin social de considerable amplitud. Quienes laprotagonizan son parte de los grandes empresarios pero tambin amplios sec-tores medios y altos integrados tambin por profesionales y funcionarios. Estecomportamiento social ilustra la baja incumbencia por la suerte de lo pblico yuna resistencia de hecho a las polticas redistributivas. La creciente debilidaddel Estado contrasta con una evolucin de la opinin pblica, favorable a laintervencin reguladora del Estado.

    9. Esta forma de intercambio poltico se extiende a todo el sistema incluyendo las organizacionesde signo revolucionario. Lo ilustran los propsitos de Amancy Ardura, dirigente de la CorrienteClasista Combativa, que enuncia sin pruritos los criterios con los cuales se distribuye el subsidioestatal (Planes Trabajar) que administra su organizacin. Segn relata, se emplea un sistema depuntaje para seleccionar los beneficiarios del plan: La persona que va a una asamblea tiene unpunto, el que va a una movilizacin, otro, y el que participa en un corte de ruta se suma otro. Loscompaeros estn en un listado y en el caso que hablamos los primeros 50 de la lista reciben la bolsa. ... El sistema tiende a ser justo y solidario (entrevista en La Nacin, 3/3/02).10. Ha surgido un velo de opacidad en cuanto al empleo de estos recursos y se ha inhibido la discu-sin sobre la aptitud de las polticas sociales para estimular la insercin social. La reforma de unEstado macroceflico e ineficiente, sobre todo en el interior del pas, es problemtica porque pone enjuego situaciones sociales que no pueden ser resueltas de manera precipitada. La reforma y la consi-guiente reduccin, calificacin y modernizacin de su personal no puede encararse sin una polticade desarrollo que asegure otras fuentes de empleo y otros recursos para la ayuda social. Este es unode los puntos crticos de las actuales negociaciones con el FMI.

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    Por ltimo, lapropia represen-

    tacin poltica esobjeto de crtica,que se ha concen-

    trado en la denun-cia del gasto poltico.La crtica se funda enque en algunos casos

    las retribuciones delos legisladores son inusual-

    mente elevadas, pero por sobretodo en el uso arbitrario de fon-

    dos permanentes o excepcionales,destinados a costearnumeroso personal

    legislativo, concedersubsidios de manera

    directa, o utilizarlos confines personales o parti-

    darios. A este descontentose suma el concerniente a las

    estructuras partidarias, quecon el actual sistema electoral presentan opciones cerradas, de voto a ciegas, alutilizarse el sistema de listas sbanas, lo que ha debilitado la imagen del legis-lador como representante instituido. En ltima instancia la significacin de laactividad poltica en s misma parece problemtica y esto sera lo esencial.Tras los cuestionamientos fundados en muchos de los casos se encierra enalgunos sectores la vocacin de reducir la poltica a su mnima expresin: unaconcepcin antipoltica ve en esas instituciones una traba para la espontanei-dad de la actividad social y en particular de los mercados. Pero si esta embesti-da tiene predicamento es porque incluso quienes son favorables al fortaleci-miento de los instrumentos pblicos se sienten impotentes ante su descrdito.

    Las transformaciones econmico-sociales y el nuevo individualismo. Los nuevos pro-tagonistas sociales

    El nuevo individualismo. La modernizacin del Estado y la economa emprendidaen los aos 90 profundiz rasgos propios de la evolucin mundial. El crecimien-to econmico, particularmente en la primera mitad de la dcada, no aparej

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    una mayor integracin social sino que increment los ndices de desocupaciny de pobreza. Asimismo las desigualdades regionales se acentuaron. A la exclu-sin corresponda tambin una gran transformacin en el mundo del trabajo: laprecariedad, la inestabilidad y desreglamentacin resultante tanto de transfor-maciones productivas como de cambios jurdicos implicaron un debilitamien-to de la proteccin tradicional a los trabajadores. Paralelamente se impulsaron

    cambios en la relacin del Estado a instituciones p-blicas con la sociedad, tendientes a reforzar el pa-radigma individualista del capitalismo norteame-ricano, en detrimento de los lazos mutualistas y dela responsabilidad estatal. El impulso al sistema decapitalizacin privada como alternativa a la jubila-cin por el sistema de reparto, la expansin de lacobertura de salud por el sistema llamada de pre-pagas como sustituto de las obras sociales sindica-les e institucionales, y los seguros contra accidentesde trabajo, se cuentan entre las principales transfor-maciones asociadas con la idea de una electividad

    y riesgo individual, en lugar de la participacin en la previsin pblica solida-ria. Por otro lado, quiz con ms intensidad que en otras latitudes se expandi,al menos en parte de la sociedad, una lgica de ahorro e inversin que incitabaa la permanente valorizacin de los patrimonios11.

    De modo que en Argentina una intensa mercantilizacin produjo una transfor-macin social vertiginosa que llev a los individuos de una lgica ciudadana auna patrimonialista. Los amplios sectores que fueron involucrados en este pro-ceso cobijaron la expansin del nuevo individualismo pero asimismo una es-pecfica disociacin y, en ciertos casos, tensin entre su condicin social tradi-cional derivada del trabajo y su condicin de ahorrista o inversor involucradoen los vaivenes del mercado financiero.

    Los nuevos actores sociales. Los recientes acontecimientos vieron aparecer prota-gonistas inditos, resistentes a ser designados con los nombres heredados delcontexto social tradicional, que han ocupado el centro de la escena. Los partici-pantes de los piquetes, de cortes de ruta y de saqueos, aunque no sean las mis-mas personas fsicas, remiten al mundo de la pobreza y la exclusin, en tanto

    11. La mencionada congelacin de los depsitos bancarios afect a 1.800.000 ahorristas, con 41.000millones de dlares en plazos fijos bancarios. Esta cifra indica la magnitud de la poblacin involucradaen el ahorro y la inversin.

    Una intensamercantilizacin

    produjo unatransformacin

    social vertiginosaque llev

    a los individuosde una lgica

    ciudadana a unapatrimonialista

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    que los caceroleros y vecinos de las asambleas barriales son clasificados comomiembros de las clases medias. Esta ltima designacin en particular pareceproblemtica. Est asociada a contextos conceptuales variados12, pero sobre todorememora el anlisis en trminos clasistas segn el cual se tratara de una cate-gora residual respecto a las clases principales: la burguesa y la clase obrera.Cuando en un afn por delimitar la extendida movilizacin social de fines dediciembre pero cuyas trazas remontan a un periodo anterior, se hace referenciaa las clases medias, y se quiere delimitar una condicin social a fin de expli-car las caractersticas de la movilizacin social. En efecto, este recurso a la so-ciologa parecera coherente en la medida en que la arena pblica ha visto emer-ger al mismo tiempo acciones originadas en un protagonista designado social-mente como pobres o excluidos. Pero la pertinencia de la clasificacin planteala duda de si es posible reconocer esa presencia o esperar el surgimiento de lasclases fundamentales que pondran a esas clases medias en su lugar residual.Parece ms fundado considerar que los caceroleros y los participantes de lasasambleas barriales exteriorizan una nueva movilizacin social constituida entorno de identificaciones colectivas que comportan ideales, y que aunque noson ajenas a intereses dependen ms que nunca de una produccin pblica desentido; de manera que no expresan ninguna condicin social preexistente a lamovilizacin. Si se la quisiera identificar segn trminos sociales tradicionalesse vera que est compuesta de asalariados y de propietarios de variada talla,pero debera tenerse en cuenta la propia precariedad y significacin de estadistincin. Y en lo que hace a los asalariados discriminar su pertenencia a laclase obrera o a las tradicionales clases medias, supondra una tarea mprobadado que los trabajadores de la industria ya no son tan frecuentemente losmanuales y otros asalariados no industriales han perdido el nivel de ingre-sos superior y el reconocimiento social de los white colars.

    Incluso el protagonista popular es tambin de nuevo cuo. El modo de consti-tucin y al mismo tiempo de expresin de los excluidos es la protesta parapaliar su situacin. Los cortes de ruta denotan un modo de accin, con riesgosvariados de derivacin violenta, que est destinado a presionar sobre las auto-ridades por medio de una perturbacin del orden. El recurso del excluido esrecuperar significacin de este modo: el bloqueo. Sin embargo, la organizacinde este espacio social parece ser extremadamente dificultosa. El individualis-mo y la relegacin provenientes del apartamiento del trabajo y de otros vncu-

    12. Por ejemplo en la sociologa norteamericana de los aos 50 fue objeto de gran atencin, comotambin en los estudios de desarrollo y de sociologa poltica de hace varias dcadas dedicados aAmrica Latina.

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    los sociales parecen ser parcialmente sobrellevados cuando intervienen grupospartidarios o sindicales externos que cumplen una funcin estructurante y di-rigente. Estas formas de organizacin para la accin y de contencin parecenser inestables y estar sometidas a flujos significativos. Los saqueos que tuvie-ron su momento culminante a fines de diciembre de 2001 y contribuyeron aldesorden y la protesta que provoc la cada de De la Ra son una expresin dela significacin y naturaleza de la esfera en expansin de quienes estn apre-miados por necesidades vitales. Existe ah un poderoso potencial antipoltico yaun de disgregacin de los lazos sociales. La exclusin puede amalgamar indi-viduos que estando confinados en sus lugares de habitacin, tienen potenciali-dad para movilizarse en direcciones de lo ms variadas en bsqueda de satis-faccin a sus necesidades apremiantes. Las asociaciones de desocupados y lospiqueteros deben probablemente su xito no a la envergadura de la representa-cin efectiva que ejercen, pues parecen abarcar una minora de ese sector, ni a lamagnitud de sus concentraciones, sino a la representacin virtual que compor-ta su accin. En otras palabras, buena parte de la sociedad sensibilizada por lamagnitud de la situacin social impone y se autoimpone respeto ante muy va-riadas expresiones de protesta provenientes de los excluidos13. La represin aestas manifestaciones por los gobiernos es sumamente limitada y prudente enrazn de esa sensibilidad y tolerancia colectivas.

    Los protagonistas sociales novedosos corresponden a una sociedad dominadapor el individualismo y la fragmentacin. Si la lgica de constitucin de identi-dades colectivas se sustentaba en gran medida en pertenencias sociales y cultu-rales intermedias que servan de trnsito hacia la representacin poltica, ahorael relacionamiento de individuos o de grupos de inters y demandas est dealgn modo provocado o incluso instituido por la accin gubernamental y po-ltica, y requieren tambin ms directamente de una respuesta institucional.Ello paradjicamente sucede mientras la representacin poltica y la legitimi-dad gubernamental estn profundamente cuestionadas. Lo cierto es que los

    13. Despus de un periodo de frecuentes cortes de ruta y paros nacionales, en agosto de 2001 lasencuestas revelaban que una mayora se manifestaba en contra del corte de rutas: 62% contra 42%,a favor. Asimismo los paros generales eran rechazados por la mayora: 71% (encuesta Gallup, enLa Nacin, 3/8/01). Sin embargo los paros fueron exitosos. Ello no puede atribuirse simplementea la ausencia de transporte. Puede considerarse en cambio que aunque reticente al paro, la mayoracareca de una motivacin poltica o cvica para pronunciarse activamente en contra. Segn una re-ciente encuesta nacional de Gallup, hay una adhesin variable a las protestas: 77% est de acuerdocon las reuniones vecinales, 70% con el cacerolazo, y 40% con los cortes de ruta (La Nacin, 15/4/02).Una reciente encuesta es ilustrativa de las preferencias ciudadanas; ante la pregunta sobre la formacomo deben expresarse las protestas, el orden de respuesta es el siguiente: mediante el voto, 42,9%;cacerolazo, 23,9% ; participar en asambleas, 23,4%; huelgas y paros generales, 4,7% ; piquetes y cortesde ruta, 1,7% (Hugo Haime y Asociados, Pgina 12, 10/3/02).

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    desocupados reclaman ante el Gobierno, y sus formas de reclamo y organiza-cin son tributarias de las leyes y polticas sociales. En cuanto a la protesta delas cacerolas, su movilizacin de rechazo se produce como reaccin a las inicia-tivas estatales a la vez que despliega demandas fragmentadas y puntuales y enalgunos casos contradictorias entre s, que no podrn adquirir coherencia y enbuena medida ser superadas si no es por una iniciativa de orden general queaparezca como justa, tarea que supone actuacin y revalidacin de una repre-sentacin poltica.

    Transformaciones en la vida pblica. Las condiciones polticas para la emergenciade nuevos actores

    La nueva ciudadana. Por cierto la experiencia pblica de los ltimos aos ha inci-dido en el descrdito de los polticos y de la poltica. Respecto a sta, se hadesarrollado un sentimiento de impotencia, no se espera de los gobiernos cam-bios significativos ni se ve en el Estado la capacidad de dotarse de una volun-tad capaz de contrarrestar los condicionamientos del sistema econmico glo-balizado ni de los poderes fcticos locales. La experiencia de modernizacin delos aos 90 que trajo inicialmente estabilidad y crecimiento no fue confrontadaen ese entonces por alternativas crticas verosmiles. El pensamiento nico seimpuso entre los principales lderes polticos, de modo que la actual revisincrtica sobre rasgos salientes de la poltica de entonces alimenta el rechazo y elescepticismo. Una parte del comn parece reprochar a los polticos, en particu-lar a los opositores de entonces, no haber advertido a tiempo las consecuenciasde esas polticas. Al mismo tiempo el incumplimiento de las promesas es otrafuente de descrdito, esta vez ms orientada a los lderes y las alianzas polti-cas. Aunque lejano, el abandono de las promesas distribucionistas con las queMenem lleg al poder aliment siempre un malestar en el seno del electoradoperonista, aunque tard en adquirir alcance pblico. La erosin constante delelectorado peronista tradicional y la secularizacin del voto popular puedensin embargo ser consideradas como expresin de la decepcin ante los incum-plimientos de las promesas. La decepcin ms reciente y de talla fue la provo-cada por el gobierno de la Alianza que no cumpli ni las promesas latentes demayor justicia social ni las ms explcitas de moralizacin de la vida poltica.Estas frustraciones han contribuido, junto a los cambios sociolgicos apunta-dos anteriormente, a una transformacin de los actores polticos y del electora-do. La construccin de la democracia argentina contempornea emprendidaen 1983 comport una evolucin desde la referencia a un sujeto popular unifi-cado como caracterstica del periodo populista, a la conformacin de una ciu-dadana portadora de derechos, con una relacin menos comprometida y pa-

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    sional con la vida pblica pero a la vez ms electiva14. En los 90 los procesoselectorales y la ciudadana se afirmaron como la fuente de legitimidad polticay el recurso de regulacin de la vida pblica por excelencia. Cuando Menemtom la iniciativa de postularse para un tercer periodo presidencial consecuti-vo, contrariando la Constitucin, cuya reforma haba propulsado, se desenca-den una lucha poltica que involucr a la oposicin de entonces y dividi alpropio peronismo. Pero los recursos institucionales de Menem fueron contra-rrestados por el peso del consenso negativo de la opinin pblica, por la ame-naza de plebiscitos ciudadanos y por los resultados en las elecciones internaspartidarias.

    La ciudadana aunque poco movilizada en los trminos tradicionales, ocupa-ba, tanto en su figuracin como estado de la opinin y como fuente electoral delegitimidad, el centro de la escena desplazando los recursos del pasado. Estofue particularmente notorio en el peronismo, tradicionalmente propenso a ha-cer pesar los liderazgos y aparatos, o a poner en juego la movilizacin de masascomo modos de resolucin de los conflictos. Las elecciones de 1999 mostrarontambin de un modo indudable y a escala nacional la nueva autonoma ciuda-dana y su relacin crecientemente electiva con los partidos y las candidaturas.La oleada antimenemista llev a la presidencia al candidato de la Alianza queresult triunfante en 22 de los 24 distritos, pero los candidatos a gobernadoresde la coalicin triunfante solo ganaron en 8, lo que sugiere la cantidad de elec-tores que votaron por partidos diferentes segn el nivel de representacin quese disputaba15.

    Pero casi dos aos despus, luego que las esperanzas puestas en la Alianza sevieron frustradas, las elecciones nacionales de renovacin legislativa mostra-ron una fisura en la relacin de la ciudadana con la oferta electoral que sera elprimer signo ostensible de la crisis de representacin. En efecto, en octubre de2001, ms de 4 ciudadanos sobre 10 no concurrieron a las urnas, o lo hicieronexpresando rechazo al votar en blanco o anulando el voto16. Los principales

    14. V. al respecto I. Cheresky: Hiptesis sobre la ciudadana argentina contempornea en I. Chereskye I. Pousadela (eds.): Poltica e instituciones en las nuevas democracias latinoamericanas, Paids, BuenosAires, 2001.15. En algunos casos se trat de corte de boleta, pero el voto diferenciado o fluctuante fue facilitadoporque las elecciones a gobernador y presidente se desdoblaron en la mayora de las provincias.16. Las abstenciones pasaron de 18,4% en 1999, a 26,3% en 2001 como proporcin del total del pa-drn. Alrededor de dos millones y medio ms de ciudadanos no concurrieron a los comicios. Losvotos blancos y nulos por su parte representaron alrededor de 22% de los votos emitidos en 2001, encontraste con 6,6% en 1999. Alrededor de cuatro millones de electores eligieron esta forma de expre-sin crtica.

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    partidos redujeron considerablemente su predicamento tanto en trminos ab-solutos como relativos17. En este sentido la ilustracin del paradjico resultadoelectoral se expres en el hecho de que el peronismo apareca triunfando am-pliamente y alcanzando la mayora en ambas cmaras, aunque la cantidad devotos que haba obtenido estabaen franca retraccinrespecto a la elec-cin precedente enla que, sin embargo,haba perdido de unmodo contundente.

    El cacerolazo. A finesde diciembre se registrun viraje al surgir unamovilizacin ciudadanaindita. Como se ha vis-to, los signos de la auto-noma y el descontento es-taban dados desde antespero hasta entonces la pre-sencia ciudadana se habaexpresado bajo la forma vir-tual del estado de la opininconstruido por las encuestas opor la actividad mnima delvoto. Con el cacerolazo se pro-duce una inesperada presenciapblica que gravitar decisiva-mente en los acontecimientos. El es-tallido inicial se produjo el 19 de di-ciembre por la noche como reaccin

    17. La Alianza vio reducirse sus votos drsticamente, de ms de 8 millones en 1999 pas a poco msde 3,1 millones en 2001. Esta ltima cifra representa 22,2% de los votos positivos (es decir, excluyen-do los votos en blanco y anulados). Pero el peronismo tambin pas de aproximadamente 6,1 millo-nes en 1999, a menos de 5 millones en 2001. Esto representa 35% de los votos positivos. Un factor quecontribuy a debilitar el electorado de los dos grandes partidos coaliciones, que en 1999 sumaban76,7% de los votos y en 2001 tan solo 55,2%, fue la emergencia de algunas nuevas fuerzas y la reac-tivacin de pequeos partidos que en conjunto concitaron, aunque marginalmente, una dispersindel voto. Este aspecto es tambin ilustrativo del descontento ciudadano expresado en esa ocasin.

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    al discurso presidencial que luego de una jornada de saqueos a supermercadosy comercios minoristas, que convirtieron a numerosos barrios del conurbanoen tierra de nadie, daba prueba de insensibilidad y sobre todo de eludir todavisin autocrtica sobre su gestin, decretando el Estado de sitio para combatirla accin de presuntos enemigos de la Repblica.

    Las cacerolas comenzaron a sonar en un continuo que iba desde el balcn de lacasa como borde del mbito privado, hasta las calles en las que se concentrabanlos vecinos ms activos, algunos de los cuales cortaban el trnsito en los princi-pales cruces y protestaban durante horas, desgranndose grupos en direccina los centros tradicionales de poder y de protesta: la Plaza de Mayo, ante lasede del Gobierno, y la Plaza de los Dos Congresos, ante el Parlamento. Toda laciudad pareca pronunciarse, sin que se produzca la figuracin tradicional delas masas congregadas en un lugar, como haba sucedido en el pasado. Estaactivacin social se extendi espontneamente sin liderazgos y estructuras, te-niendo una primera prolongacin a los centros urbanos litoraleos, para serms amplia en los eventos futuros similares. La tentativa policial de desalojarla Plaza de Mayo dio lugar a la represin y enfrentamientos violentos, con va-rias muertes como saldo. Ante el repudio y el descontrol De la Ra present larenuncia. Su sucesor elegido por la Asamblea Legislativa se alejara tambindel cargo una semana despus bajo la presin de un nuevo cacerolazo y sudbil legitimidad.

    Este paradigma o referencia fundacional de la activacin ciudadana debe serdeslindada de otras expresiones ilustrativas de su carcter heterogneo: accio-nes de reclamo ante los bancos por el congelamiento de depsitos y plazos fi-

    jos, reclamos de diferentes lesiona-dos por la pesificacin como losacreedores de deudas privadas,los deudores de crditos en d-

    lares no pesificados, etc., as comode las tentativas de dar una organi-

    zacin y un carcter duradero a la ac-cin, emprendida por las asambleas vecinales. En

    verdad el rasgo caracterstico del estallido y la ac-tivacin ciudadana es sunegatividad; convergentodos pues el registro pa-rece ser el de la sociedadtoda, de la unanimidad so-

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    cial en reaccin a las iniciativas del poder. Esa convergencia negativa es la quepermite una coexistencia heterognea y presenta la novedad de una accin queno reviste la forma de un movimiento social, es decir, no tiene al menos inicial-mente otro reclamo general que el utpico pero significativo Que se vayantodos.

    El estallido y la prolongacin del movimiento urbano de protesta dirigido arepudiar la representacin poltica plantearon el interrogante de su significa-cin. Parece pertinente considerarlos como el sntoma de una profunda crisisde representacin pero, aunque negativamente, con una significacin poltica.Se trata de la expresin de un veto a las iniciativas gubernamentales y de uncuestionamiento general a los dirigentes. Es tambin una experiencia que harevelado la capacidad de ejercer poder y que ha colocado la relacin entre lasociedad y los dirigentes en nuevos trminos: las instituciones hasta ahora vi-gentes aparecen debilitadas y a merced de un poder difuso de la calle. Esdecir, se plantea la posibilidad de una reinstitucionalizacin pero toda tentati-va deber tener en cuenta la disposicin incrdula y vigilante de los moviliza-dos. La movilizacin social precipit la interrupcin de la gestin de De la Ray de ese modo apareci como una irrupcin extrainstitucional, pero fue percibidacomo una intervencin que pona fin a un presidente extremadamente deslegi-timado, produciendo un impase frente al cual las instituciones representativasy la propia oposicin aparecan como impotentes. En este sentido, la interven-cin ciudadana cumpli una funcin reguladora que desbloque la situacin ypermiti que el proceso retomara luego un cauce institucional18. La moviliza-cin negativa prolonga la crisis en el sentido que pone de relieve la ausenciade representacin e inhibe la posibilidad de una solucin meramente interna alsistema institucional representativo. Ello est ilustrado en la situacin presen-te, con un gobierno que cuenta con una indita y muy amplia coalicin parla-mentaria de sustento, en la que se mezclan peronistas, radicales y frepasistas,que padece de una profunda debilidad por su escaso reconocimiento social.

    La movilizacin social urbana cuestionadora y pacfica constituye una extraor-dinaria ampliacin del espacio pblico. Parece as revertirse la corriente haciala privatizacin de los individuos y hacia una relacin con la vida pblica ex-tremadamente segmentada que prevaleca desde los aos 80. Esta ampliacintiene la potencialidad de revigorizar el rgimen democrtico puesto que se tra-

    18. Queda as cuestionada una visin hiperinstitucionalista de la democracia que ignora la primacade los principios democrticos por sobre formas institucionales concretas, lo que se pone en eviden-cia en situaciones de crisis.

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    ta tambin de una presencia que no predica en abso-luto un cambio de rgimen poltico sino que actaen vistas a ejercer una influencia. Por cierto, la movili-zacin es realmente heterognea y coexisten en ellapotencialidades distintas. Las asambleas zonales con-gregadas desde principios de enero ilustran una po-sible evolucin deliberativa y de organizacin barrial.Podramos asistir a un notable renacimiento de la so-ciedad civil, en la que nuevas asociaciones combinenpreocupaciones polticas y vecinales. Pero tambinse ha evidenciado la propensin a la accin directa,es decir, a mantener un estado de movilizacin per-manente encontrando blancos del rechazo e inclusochivos expiatorios hacia las cuales dirigir sucesiva-

    mente las energas. Los escraches ilustran esta potencialidad de violencia,puesto que cercando domicilios particulares e incluso dandolos y haciendoobjeto de escarnio a los escrachados, se da libre cauce a que grupos ad hocpronuncien veredictos sobre las personas ignorando a la justicia y la proteccinde los derechos. Esa prctica poda sumarse a otras que apuntan a la desagre-gacin social y a los enfrentamientos descontrolados.

    En definitiva, se ha desplegado una escena ciudadana y vecinal que podra darnuevas bases a la vida pblica e incluso al surgimiento paulatino de nuevosliderazgos, que por el momento tendran un alcance local. Pero la recomposi-cin de la situacin y en particular la recreacin de un lazo de representacinque asegure la productividad poltica de la sociedad movilizada, dependen dela emergencia de nuevas fuerzas polticas y eventualmente de la renovacin delas tradicionales. Una renovacin poltica venida exclusivamente o aun esencial-mente desde abajo no parece estar a la orden del da. Pero cualquier reconsti-tucin de los lazos polticos no podra pensarse como una vuelta al sistema tandesarticulado por los acontecimientos recientes, ni podra hacerse ignorando lanueva presencia de una ciudadana activa.

    El rumbo democrtico

    El desorden general, el apremio del empobrecimiento en expansin y la prdi-da de soberana resultante de la vulnerabilidad externa no son propicias parala rehabilitacin de la poltica. Por el contrario esas restricciones alertan sobreel riesgo de la inestabilidad y la violencia. Sin embargo, existe una potenciali-dad colectiva consciente de esos escollos y propensa a la prudencia, como lo

    Se ha desplegadouna escenaciudadana

    y vecinalque podra dar

    nuevas basesa la vida pblica

    e inclusoal surgimiento

    paulatinode nuevosliderazgos

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    19. Una reciente encuesta es categrica: 67% desaprueba la tarea presidencial (aun 81% desapruebala tarea econmica del Gobierno), pero la mayora prefiere que Duhalde termine el mandato (58%) aque se convoquen elecciones anticipadas (35%) (Gallup, La Nacin, 14/4/02).

    ilustra un estado de nimo general crtico respecto delGobierno y aun dubitativo sobre su legitimidad pero de-

    seoso de que contine y finalice su mandato legal19. Perodebera surgir un debate que encienda una luz de esperanza,

    sobre las capacidades de la decisin ciudadana y la posibilidadde recuperar la soberana hoy retaceada. Este horizonte requeri-ra concebir, a diferencia de lo sucedido en la ltima dcada, untipo de desarrollo y de integracin con el mundo que ponga en

    juego las capacidades nacionales y se aleje de un modelo simple yhomogeneizante de globalizacin.

    La recomposicin de la representacin polticadebe ser encarada, pero sin ceder a las tentacio-nes demaggicas de la antipoltica. El redimen-sionamiento de recursos e instituciones debe ir ala par de una reforma de los sistemas electoralesque permita las candidaturas independientes yla participacin ciudadana por vas referendarias,cuidando por supuesto de no favorecer la ilusinplebiscitaria que quita su lugar a las institucio-nes representativas y a la elaboracin de polti-

    cas en contextos especficos. La activacin social ciudadana es una fuente po-derosa de renovacin poltica, en primer lugar porque condiciona de modo talque nada podr hacerse sin tener en cuenta esa fuente de crtica, control y even-tualmente proposicin ciudadana. Ella puede ser tambin el semillero de nue-vos liderazgos, pero la reconstitucin de la representacin poltica depende sobretodo de la iniciativa e imaginacin de quienes intervienen en la poltica porvocacin y se organizan para ello.

    Tambin debe tenerse en cuenta que las trazas de la debacle sern duraderastambin en el plano social. Un orden poltico viable debera recuperar sus ca-pacidades de efectuar polticas de integracin social. Ello supone asimilar laexperiencia de los ltimos aos que invita a alejarse de las utopas tecnocrticasque predican o admiten un crecimiento disociado de la justicia social. Amn delas consideraciones ticas, una concepcin de crecimiento y democracia res-tringida generan las condiciones para su inestabilidad y cada.