bertolt brecht - el manto del hereje

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Bertolt Brecht - El manto del hereje Giordano Bruno, el hombre de Nola al que las autoridades de la Inquisición romana condenaron, el año 1600, a morir en la hoguera or herej!a, es uni"ersalmente considerado un gran hombre no sólo or sus audaces #$ luego comrobadas# hiótesis sobre los mo"imientos de los astros, sino tambi%n o su "alerosa actitud &rente a la Inquisición, a la que dijo' ()ronunci*is "u sentencia contra m! qui+* con m*s temor del que $o siento al escucharla .uando leemos sus escritos $ encima echamos una ojeada a los in&ormes sobre su actuación /blica, sentimos que en "erdad no nos &alta nada ara cali c de gran hombre , sin embargo, ha$ una historia que acaso ueda aumentar toda"!a m*s nuestro reseto or %l Es la historia de su manto 2ntes ha$ que saber cómo ca$ó en las manos de la Inquisición 3n atricio "eneciano, un tal 4ocenigo, in"itó al sabio a asar una temora en su casa ara que lo instru$era en los secretos de la &!sica $ la mnemote 5e brindó hositalidad durante "arios meses $ obtu"o, a cambio, la instrucc acordada )ero en "e+ de las clases de magia negra que %l hab!a eserado recibió tan sólo las de &!sica uedó mu$ descontento orque %stas no le ser"!an ara nada 5os gastos que le ocasionara su hu%sed eme+aron a esarle, $ reetidas "eces lo e7hortó seriamente a que le re"elara los conocimientos secretos $ lucrati"os que un hombre tan &amoso deb!a de oseer, sin duda alguna8 al no conseguir nada de esta &orma, lo denunció o carta a la Inquisición Escribió que aquel hombre er"erso $ malagradecido hab!a hablado mal de .risto en su resencia, diciendo que los monjes eran asnos que estuidi+aban al ueblo $ a rmando asimismo, en contra de lo que dec!a la Biblia, que hab!a no sólo uno, sino innumerables soles, etc etc ) consiguiente, %l, 4ocenigo, lo hab!a encerrado en su des"*n $ rogaba que en"iasen ronto &uncionarios a buscarlo 5os &uncionarios se resentaron un lunes, mu$ de madrugada, $ se lle"aron a sabio a las ma+morras de la Inquisición 2quello sucedió el lunes 9: de ma$o de 1:;9, a las tres de la mañana, $ des entonces hasta el d!a en que subió a la hoguera, el 1< de &ebrero de 1600, nolano no "ol"ió a abandonar las ma+morras =urante los ocho años que duró el terrible roceso, Bruno luchó sin descans or su "ida, ero el combate que libró en >enecia, el rimer año, contra su traslado a ?oma &ue, qui+*, el m*s deseserado

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Bertolt Brecht - El manto del hereje

Giordano Bruno, el hombre de Nola al que las autoridades de la Inquisicin romana condenaron, el ao 1600, a morir en la hoguera por hereja, es universalmente considerado un gran hombre no slo por sus audaces y luego comprobadas hiptesis sobre los movimientos de los astros, sino tambin por su valerosa actitud frente a la Inquisicin, a la que dijo: Pronunciis vuestra sentencia contra m quiz con ms temor del que yo siento al escucharla. Cuando leemos sus escritos y encima echamos una ojeada a los informes sobre su actuacin pblica, sentimos que en verdad no nos falta nada para calificarlo de gran hombre. Y, sin embargo, hay una historia que acaso pueda aumentar todava ms nuestro respeto por l.

Es la historia de su manto.

Antes hay que saber cmo cay en las manos de la Inquisicin.

Un patricio veneciano, un tal Mocenigo, invit al sabio a pasar una temporada en su casa para que lo instruyera en los secretos de la fsica y la mnemotecnia. Le brind hospitalidad durante varios meses y obtuvo, a cambio, la instruccin acordada. Pero en vez de las clases de magia negra que l haba esperado recibi tan slo las de fsica. Qued muy descontento porque stas no le servan para nada. Los gastos que le ocasionara su husped empezaron a pesarle, y repetidas veces lo exhort seriamente a que le revelara los conocimientos secretos y lucrativos que un hombre tan famoso deba de poseer, sin duda alguna; al no conseguir nada de esta forma, lo denunci por carta a la Inquisicin. Escribi que aquel hombre perverso y malagradecido haba hablado mal de Cristo en su presencia, diciendo que los monjes eran asnos que estupidizaban al pueblo y afirmando asimismo, en contra de lo que deca la Biblia, que haba no slo uno, sino innumerables soles, etc. etc. Por consiguiente, l, Mocenigo, lo haba encerrado en su desvn y rogaba que enviasen pronto funcionarios a buscarlo.

Los funcionarios se presentaron un lunes, muy de madrugada, y se llevaron al sabio a las mazmorras de la Inquisicin.

Aquello sucedi el lunes 25 de mayo de 1592, a las tres de la maana, y desde entonces hasta el da en que subi a la hoguera, el 17 de febrero de 1600, el nolano no volvi a abandonar las mazmorras.

Durante los ocho aos que dur el terrible proceso, Bruno luch sin descanso por su vida, pero el combate que libr en Venecia, el primer ao, contra su traslado a Roma fue, quiz, el ms desesperado.

En aquel perodo se sita la historia del manto.

En el invierno de 1592, cuando an viva en un albergue, se haba mandado hacer un grueso manto a medida por un sastre llamado Gabriele Zunto. En el momento de su detencin an no haba pagado la prenda.

Al enterarse del arresto, el sastre se precipit a casa del seor Mocenigo en las proximidades de San Samuele para presentar su factura. Era demasiado tarde. Un criado del seor Mocenigo le seal la puerta. Ya hemos gastado ms que suficiente en ese impostor, grit tan alto en el umbral que algunos transentes volvieron la cabeza. Mejor dirjase al Tribunal del Santo Oficio y dgales que tiene tratos con ese hereje.

El sastre se qued paralizado de temor en plena calle. Un grupo de golfillos lo haba odo todo, y uno de ellos, un chiquiln harapiento y cubierto de granos, le lanz una piedra. Cierto es que una mujer pobremente vestida se asom por un portal y asest una bofetada al pillastre, pero Zunto, un hombre viejo, sinti claramente que era peligroso ser alguien que tuviera tratos con ese hereje. Ech a correr mirando alrededor medrosamente y volvi a su casa dando un largo rodeo. A su mujer nada le cont de su infortunio, y durante una semana ella no supo explicarse las razones de su abatimiento.

Pero el 1 de junio, mientras haca cuentas, descubri que un manto no haba sido pagado por un cliente cuyo nombre estaba en boca de todo el mundo, pues el nolano era la comidilla de la ciudad. Corran los rumores ms terribles sobre su perversidad. No slo haba echado pestes contra el matrimonio, tanto en libros como en conversaciones, sino que haba tratado de charlatn al mismo Cristo y afirmado las cosas ms desquiciadas sobre el Sol. No era, pues, nada extrao que no hubiera pagado su manto. Y la buena mujer no tena la menor intencin de resignarse a esa prdida. Tras una violenta discusin con su marido, la septuagenaria, vestida con sus mejores galas, se dirigi a la sede del Santo Oficio y reclam, con cara de malas pulgas, los treinta y dos escudos que le deba el hereje all encarcelado.

El funcionario con el que habl tom nota de su peticin y le prometi ocuparse del asunto.

Zunto no tard en recibir una citacin, y, temblando como un azogado, se present en el temido edificio. Para su gran sorpresa, no fue interrogado, sino solamente informado de que su peticin sera tenida en cuenta cuando se examinaran los asuntos financieros del detenido. De todas formas, el funcionario le insinu que no se hiciera muchas ilusiones.

El anciano qued tan contento de salir bien librado por tan poco, que le agradeci humildemente. Pero su mujer no estaba nada satisfecha. Para compensar esa prdida no le bastaba con que su marido renunciara a su copa vespertina y siguiera cosiendo hasta muy entrada la noche. Con el paero haban contrado deudas que no podan eludir. Se puso a chillar en la cocina y en el patio que era una vergenza encerrar a un delincuente antes de que hubiera pagado sus deudas. Si fuera necesario, aadi, ira a ver al Santo Padre en Roma para recuperar sus treinta y dos escudos. En la hoguera no necesitar ningn manto, grit.

Cont a su confesor lo que les haba pasado. Este le aconsej pedir que al menos les devolvieran el manto. Viendo en ello el reconocimiento, por parte de una instancia eclesistica, de que su reivindicacin era legtima, la mujer declar que no se contentara con el manto, que sin duda ya habra sido usado y, adems, estaba hecho a medida. Le haca falta el dinero. Y como alzara un poco la voz llevada por su fervor, el sacerdote la ech fuera.

Esto la hizo entrar un poco en razn y la mantuvo tranquila unas semanas. Del edificio de la Inquisicin no trascendi nada nuevo sobre el caso del hereje encarcelado. Pero en todas partes se rumoreaba que los interrogatorios iban sacando a luz monstruosas infamias. La vieja oa vidamente todo aquel chismorreo. La atormentaba or que el asunto del hereje tuviera todas las de perder. Aquel hombre jams sera liberado ni podra pagar sus deudas. La mujer dej de dormir por las noches, y en agosto, cuando el calor acab de arruinar sus nervios, empez a ventilar su queja a chorretadas en las tiendas donde compraba y ante los clientes que iban a probarse ropa. Insinuaba que los monjes cometan un pecado al despachar con tanta indiferencia las justas reclamaciones de un pequeo artesano. Los impuestos eran opresivos, y el pan acababa de subir nuevamente.

Una maana, un funcionario se la llev a la sede del Santo Oficio, donde la conminaron enrgicamente a poner fin a su malvolo cotilleo. Le preguntaron si no le daba vergenza comadrear sobre un proceso religioso tan serio por unos cuantos escudos. Le dieron a entender que disponan de toda suerte de medios contra la gente de su calaa. Esto surti efecto un tiempo, aunque cada vez que pensaba en la frase por unos cuantos escudos, pronunciada por aquel fraile rechoncho, enrojeca de ira.

Hasta que en septiembre se rumore que el Gran Inquisidor de Roma haba pedido el traslado del nolano. El asunto se estaba debatiendo en la Signoria.

La ciudadana discuti acaloradamente esta peticin de traslado, y la opinin era, en general, contraria. Los gremios no queran aceptar ningn tribunal romano por encima de ellos.

La vieja estaba fuera de s. Dejaran ahora que el hereje fuera trasladado a Roma sin haber saldado antes sus deudas? Aquello era el colmo. No bien hubo odo la increble noticia cuando, sin molestarse siquiera en ponerse un vestido mejor, se precipit a la sede del Santo Oficio.

Esta vez la recibi un funcionario de mayor rango que, curiosamente, fue mucho ms complaciente con ella que los anteriores. Era casi de su misma edad y escuch sus quejas tranquila y atentamente. Cuando termin, l le pregunt, tras una breve pausa, si deseaba hablar con Bruno.

En seguida dijo que s. Y fijaron una entrevista para el da siguiente.

Aquella maana, un hombrecillo enjuto, con una oscura barba rala, la abord en un cuartucho minsculo con ventanas enrejadas y le pregunt cortsmente qu deseaba.

Ella lo haba visto cuando l fue a probarse el manto y recordaba bien su cara, pero esta vez no lo reconoci de inmediato. La tensin de los interrogatorios deba de haberle provocado un cambio.

La mujer dijo precipitadamente:El manto. No lleg a pagarlo.

El la mir asombrado unos segundos. Cuando por fin se acord, le pregunt en voz baja:Cunto le debo?Treinta y dos escudos dijo ella. Le enviamos la cuenta.

El se volvi hacia el funcionario alto y grueso que vigilaba la entrevista y le pregunt si saba cunto dinero se haba depositado en la sede del Santo Oficio junto con sus dems pertenencias. El hombre lo ignoraba, pero prometi averiguarlo.Cmo est su esposo? pregunt el prisionero volvindose otra vez hacia la vieja, como si el asunto estuviera prcticamente zanjado, se hubieran establecido relaciones normales y aquello fuera una visita habitual.

Y la mujer, desconcertada por la amabilidad del hombrecillo, murmur que estaba bien y hasta aadi algo sobre su reuma.

Slo al cabo de dos das regres a la sede del Santo Oficio, pues juzg de buen tono darle tiempo al caballero para que efectuase sus pesquisas.

Y volvi a obtener permiso para hablar con l. Tuvo que esperar ms de una hora en el cuartucho de las ventanas enrejadas, pues estaban interrogando al prisionero.

Por fin apareci ste con aire muy agotado. Como no haba sillas, se apoy ligeramente contra la pared. Pero fue en seguida al grano.

Con voz muy dbil le dijo que, por desgracia, no estaba en condiciones de pagarle el manto. Entre sus pertenencias no haba encontrado dinero en efectivo. Pero tampoco se trataba de perder las esperanzas, aadi. Le haba dado vueltas al asunto y crea recordar que un hombre que haba editado libros suyos en la ciudad de Frankfurt an le deba dinero. Le escribira, si all se lo permitan. Al da siguiente solicitara el permiso. Durante el interrogatorio de aquel da haba tenido la impresin de que el ambiente no era particularmente favorable, por lo que haba preferido no preguntar para no echarlo todo a perder.

La vieja lo escrutaba con sus penetrantes ojos mientras l iba hablando. Conoca los subterfugios y vanas promesas de los deudores morosos. Sus obligaciones les importaban un rbano, y cuando se vean acorralado, fingan estar moviendo cielo y tierra.Para qu necesitaba entonces un manto si no tena dinero con qu pagarlo? pregunt con dureza.

El prisionero hizo un gesto con la cabeza para demostrarle que segua su razonamiento. Y respondi:Siempre he ganado dinero con mis libros y mis clases. Por eso pens que tambin ahora ganara algo. Y cre necesitar el manto porque pensaba que an seguira rodando por el mundo.

Dijo esto sin la menor amargura, como si slo hubiera querido no dejar a la anciana sin respuesta.

La vieja volvi a examinarlo de pies a cabeza, furibunda, pero a la vez con la sensacin de que no llegara a comprenderlo, y, sin aadir una sola palabra, dio media vuelta y sali precipitadamente del cuartucho.Quin se atrevera a enviar dinero a un hombre procesado por la Inquisicin? le espet indignada a su marido aquella misma noche, en la cama. A l ya no le inquietaba la postura de las autoridades eclesisticas sobre su persona, pero segua desaprobando los infatigables intentos de su mujer por conseguir el dinero.Ahora tiene cosas ms importantes en qu pensar rezong.

Ella no dijo nada.

Los meses siguientes transcurrieron sin que aconteciera nada nuevo en relacin con el penoso asunto. A principios de enero se rumore que la Signoria estaba estudiando la posibilidad de acceder al deseo del Papa y entregar al hereje. Y los Zunto recibieron una nueva citacin en la sede del Santo Oficio.

No se especificaba ninguna hora concreta, y la seora Zunto se aperson una tarde. Lleg en un mal momento. El prisionero esperaba la visita del procurador de la Repblica, de quien la Signoria haba solicitado un dictamen sobre el asunto del traslado. La seora fue recibida por el funcionario de alto rango que tiempo atrs le consiguiera la primera entrevista con el nolano; el viejo le dijo que el prisionero haba manifestado su deseo de hablar con ella, pero la invit a que considerara si aqul era el momento adecuado, ya que el prisionero estaba pendiente de una entrevista sumamente importante para l.

Ella dijo que lo mejor sera preguntrselo.

Un funcionario sali y volvi al poco rato con el nolano. La entrevista tuvo lugar en presencia del funcionario de alto rango. Antes de que el prisionero, que sonri a la seora desde el umbral, pudiera decir algo, la anciana le espet:Por qu se comporta usted as si quiere seguir rodando por el mundo?

El hombrecillo pareci desconcertarse unos instantes. Haba respondido a muchsimas preguntas aquellos tres meses y casi no recordaba el final de la ltima entrevista que tuviera con la mujer del sastre.No me ha llegado el dinero dijo por ltimo; he escrito dos veces pidindolo, pero no me ha llegado. He estado pensando que tal vez os interesara recuperar el manto.Ya saba yo que llegaramos a esto replic ella en tono despectivo. Est hecho a medida y es demasiado pequeo para la gran mayora.

El nolano mir a la anciana con aire atormentado.No haba pensado en esto dijo volvindose hacia el monje. No se podran vender todas mis pertenencias y darle el dinero a esta gente?Me temo que no ser posible terci el funcionario que lo haba acompaado, el alto y grueso. El seor Mocenigo las reclama. Usted ha vivido largo tiempo a costa suya.Fue l quien me invit replic el nolano con voz cansina.

El anciano levant la mano.Eso aqu no viene a cuento. Pienso que hay que devolver el manto.Y qu haremos nosotros con l? dijo la vieja obstinadamente.

El anciano se ruboriz ligeramente. Luego dijo con voz pausada:Querida seora, no le vendra mal un poco de caridad cristiana. El acusado est pendiente de una entrevista que puede ser de vida o muerte para l. No puede usted pedir que se interese nicamente por su manto.

La vieja lo mir insegura. De pronto record dnde estaba y se pregunt si no hara mejor en irse, cuando oy que, a sus espaldas, el prisionero deca en voz baja:En mi opinin tiene derecho a protestar.

Y cuando la vieja se volvi hacia l, aadi.Le ruego que disculpe todo esto. No vaya a pensar que su prdida me resulta indiferente. Elevar una instancia al respecto.

El funcionario alto y grueso haba abandonado el cuarto a una seal del anciano. En aquel momento regres y, abriendo los brazos, dijo:El manto no nos ha sido entregado. Mocenigo se habr quedado con l.

El nolano se asust visiblemente. Luego dijo con firmeza:No es justo. Me querellar contra l.

El anciano movi la cabeza.Mejor preocpese de la conversacin que habr de mantener dentro de unos minutos. No puedo permitir que aqu se siga discutiendo por unos cuantos escudos.

A la vieja se le subi la sangre a la cabeza. Haba guardado silencio mientras hablaba el nolano, mirando, enfurruada, uno de los rincones de la habitacin. Pero en ese momento se le agot la paciencia:Unos cuantos escudos! exclam. Es la ganancia de todo un mes! Para usted es muy fcil practicar la caridad. No pierde nada!

En aquel instante se acerc a la puerta un monje muy alto.Ha llegado el procurador dijo a media voz, mirando con sorpresa a la vieja chillona.

El funcionario alto y grueso cogi al nolano por la manga y lo condujo fuera. El prisionero se volvi a mirar a la mujer hasta que cruz el umbral. Su enjuto rostro estaba muy plido.

La vieja baj las escaleras de piedra del edificio un tanto conturbada. No saba qu pensar. Despus de todo, el hombre haba hecho cuanto estaba a su alcance.

No quiso entrar en el taller cuando, una semana ms tarde, el funcionario alto y grueso les trajo el manto. Pero peg la oreja a la puerta y le oy decir:Lo cierto es que pas estos ltimos das muy preocupado por el manto. Present una instancia dos veces, entre interrogatorios y entrevistas con las autoridades de la ciudad, y varias veces solicit audiencia con el nuncio para tratar del asunto. Al final logr imponerse. Mocenigo tuvo que devolver el manto que, dicho sea de paso, ahora le hubiera venido de maravilla, pues ha sido entregado y esta misma semana lo trasladarn a Roma. Era cierto. Estaban a finales de enero.

EnNarrativa completaTraduccin: Juan Jos del SolarImagen: Bettmann/CORBIS