bikeradio magazine 04

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NÚMERO 4 • JUNIO 2014 EJEMPLAR GRATUITO TESTIMONIO DE UN ESCRITOR CICLISTA • EL LADO ROSA DE LA BICI DE MONTAÑA • COMO RODAMOS

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TESTIMONIO DE UN ESCRITOR CICLISTA • EL LADO ROSA DE LA BICI DE MONTAÑA • COMO RODAMOS

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La bicicleta emite distintos llamados, nos da señales inequívocas y motivacionales para montarla y tomar cualquier sendero que se nos manifieste. No distingue edades, géneros ni ningún tipo de estereotipos o condiciones predispuestas, simplemente nos motiva a dar ese salto en nuestra calidad humana.

Una serie de relatos de muy distintos personajes en este ejemplar pueden resumirse a eso, la bicicleta nos libera, nos seduce con la idea de ir siempre hacia adelante, de desestimar si el camino tiene pendientes o es relajado.

Dejando atrás cualquier pretexto solo nos resta invitarte a dejarte encantar por la bici a través de esta experiencia en impreso o auditiva

DIRECCIÓN GENERAL Alejandro García

PRODUCCIÓN GENERAL BIKERADIOBrenda García

LOGÍSTICA Y RELACIONES PÚBLICASOmar Balgañon • Atlauhxiuhtik

EDICIÓN, DISEÑO y DIRECCIÓN DE ARTESofía Soto

Bike Radio Magazine es una publicación mensual gratuita con 20,000 ejemplares. Los artículos, opiniones o anuncios son responsabilidad del autor. Certificacion de licitud de título en

trámite. Prohibida su reproducción parcial o total sin la autorización previa de sus editores.

EDITORIAL

@Bikeradio_mx

DIRECTORIO

Ventas: [email protected]

ILUSTRACIONES • ATLAUHXIUHTIK

Page 4: BikeRadio Magazine 04

Difícilmente podría decirme ciclista. Soy de esas personas que todos los días utilizan el automóvil y, en lo particular, paso cuando menos hora y media en él seis de los siete días de la semana. Y no están para saberlo, pero sin falta quemo dos tanques de gasolina de un lunes al otro. En mi defensa diré que trabajo a más de cuarenta kilómetros de casa y que me desplazo de un estado a otro cada fin de semana mientras canto el Arco Norte Blues. Sin embargo, ha poco que este escritor/mon-struo-del-volante se ha hecho de una bicicleta nueva, y es eso precisamente lo que le trae a escribir estas líneas para quien desee —u ose— leerlas.

Comenzaré admitiendo ante los ángeles, los santos y ustedes, hermanos, que fui un niño que tardó mucho en aprender a andar en bicicleta; a los nueve años aún usaba rueditas de aprendiz, y no fue sino un acto de supervivencia el que me obligó a darle a los pedales sin apoyo alguno y encontrar ese equilibrio que nos permite andar en dos ruedas. Verán, Pepe Montiel y su pandilla me perseguían por las calles del vecindario con la firme intención de patear mi trasero, y mi única vía de escape fue una bici que alguien dejó descuidada junto a un árbol (luego la devolví, no se espanten). Fue en franca huida que perdí mi virginidad ciclista, y al día siguiente de esta hazaña (porque para mí lo fue) pedí a mi papá desmontara las llantitas de bebé de mi propia bicicleta, pues estaba listo para andar por mi cuenta. Y, chico, vaya que lo disfruté; todas las tardes pedaleaba buen rato por allí, aunque sin alejarme mucho de casa, pues decían mis padres que unas cuadras a la redonda merodeaba el “robachicos”, el espanto infantil de mi generación. Y fue esa época, entre los nueve y once años, la única en la que he sido asiduo de la bici; posteriormente cambiamos nuestro lugar de residencia y mi Magistroni negra se quedó atrás, junto con otras tantas cosas, en esa casa donde espantaban por las noches. Ahora, dicen que andar en bicicleta es una de las cosas que a uno nunca se le olvidan, ¿y saben? Es verdad, y lo he atestiguado estos días que he estado rodando por las inmediaciones de mi actual colonia; casi dos décadas me separan de mi niñez en Cuautitlán Izcalli, y en todos esos años no había tenido una bicicleta; de hecho, no sé cuánto tiempo había pasado desde la última vez que pedaleara la cadena, pero estoy seguro que aún no me crecían los primeros pelos de la barba.

Ahora, sobre esta “segunda vez” les quiero confesar/compar-tir tres cosas: la primera es que, pese al abismo temporal que hube de sortear, pude pedalear derecho sin mayor problema, aunque, eso sí, esa tarde que me puse a darle vueltas a la cuadra me cansé bastante y amanecí con las piernas adoloridas como si me hubiese arrollado el camión de la basura; la segunda es que, aunque Uds. no lo crean, al subir a la bicicleta tuve miedo de caer y rasparme los codos y las rodillas como cuando niño (aunque a esta edad, estoy seguro, me hubiese llevado más que un raspón), temor que se esfumó al darme cuenta que podía controlar la bici casi como si no hubiesen pasado tantos años; la tercera es que, tal como fuera antes, disfruté —y sigo disfrutando— la experiencia muchísimo, quizá más hoy por la fascinación que me han provocado todas las cosas que he experimentado. Les platico: comencé rodando solamente por las dos o tres cuadras que rodean mi casa, las cuales son tranquilas y poco transitadas (con todo, tuve algunos problemas, de ellos hablaré más adelante). El gusto por este sencillo recorrido me duró poco, pues conforme le agarré modo y confianza a la bicicleta nueva deseaba ir más lejos, aventurarme más allá de la frontera que me había impuesto. Hoy, a diferencia de hace dieciocho años, no hay un robachicos al cual temer —en

Testimonio de un escritor en bicicleta

E.J. VALDÉS

su defecto sería un robaescritoresdelamedianaedad—, así que la semana pasada pedaleé hacia las colonias aledañas, más transitadas que ésta, y rodé por calles que nunca creí recorrer de esta manera; por calles que conocía en cuatro ruedas pero no en dos, y a las que así les he encontrado un encanto que antes parecían no tener. Para mí ha sido increíble sentir el impulso desatado por mis piernas, el camino pasar a toda velocidad bajo mis pies, el aire pegándome en el rostro y el pecho y, ¿por qué no?, las miradas de la gente como diciendo “¿y este loco qué hace por aquí en una bicicleta?”. Me ha gustado tanto que todas las tardes, al llegar a casa del trabajo, quiero coger la bici y descender por esas calles, llegar cada vez más lejos, descubrir qué se siente circular por la ciudad con las manos en el manubrio y no en el volante. Cuestión un poco complicada, pues las arterias principales de las urbes que frecuento no ofrecen un entorno precisamente seguro para el ciclista, incluso con esas ciclovías que han hecho tanto en Puebla como en Pachuca que, aunque vistosas, aún distan de ser prácticas (sobre todo las de Pachuca). Esto conduce a otro tema: mi poca experiencia sobre la bicicleta me ha llevado ya a enfrentar algunos de los pormenores del ciclismo urbano contemporáneo (por llamarle de alguna manera), como la absoluta falta de respeto de algunos automovilistas para con uno (es horrible sentir su cofre a medio metro de tu rueda trasera), para con los cruces peatonales (o el reglamento de tránsito en general) y la ausencia generalizada de espacios para aparcar y asegurar la bicicleta. En Pachuca, por ejemplo, puedo ir a la biblioteca estatal en bici, pero no hay dónde amarrarla (y el lugar está tan solitario que ni loco la dejaría así nada más en la calle). Y lo mismo aplica en caso de que quisiera ir al cine o a desayunar al centro comercial. En lo que a Puebla respecta, allí la tengo más difícil; no solamente vivo lejos de todo, sino que tan sólo para desplazarme a la nueva ciclovía de la 25 Poniente tengo que atravesar la siniestra Avenida Reforma, plagada de un transporte público que, si no respeta a los otros automóviles, mucho menos lo hará con un ciclista. ¿De verdad llegará un momento, como ambicionan las autoridades de estos municip-ios, en que uno pueda recorrer la ciudad libremente en bicicleta como si estuviese en Berlín o Ámsterdam? Quiero ser optimista al respecto, pues, en lo personal, es algo que disfrutaría mucho. Es todo por ahora. Gracias por la lectura y nos topamos pronto.

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Bike Radio Magazine es una publicación mensual gratuita con 20,000 ejemplares. Los artículos, opiniones o anuncios son responsabilidad del autor. Certificacion de licitud de título en

trámite. Prohibida su reproducción parcial o total sin la autorización previa de sus editores.

Difícilmente podría decirme ciclista. Soy de esas personas que todos los días utilizan el automóvil y, en lo particular, paso cuando menos hora y media en él seis de los siete días de la semana. Y no están para saberlo, pero sin falta quemo dos tanques de gasolina de un lunes al otro. En mi defensa diré que trabajo a más de cuarenta kilómetros de casa y que me desplazo de un estado a otro cada fin de semana mientras canto el Arco Norte Blues. Sin embargo, ha poco que este escritor/mon-struo-del-volante se ha hecho de una bicicleta nueva, y es eso precisamente lo que le trae a escribir estas líneas para quien desee —u ose— leerlas.

Comenzaré admitiendo ante los ángeles, los santos y ustedes, hermanos, que fui un niño que tardó mucho en aprender a andar en bicicleta; a los nueve años aún usaba rueditas de aprendiz, y no fue sino un acto de supervivencia el que me obligó a darle a los pedales sin apoyo alguno y encontrar ese equilibrio que nos permite andar en dos ruedas. Verán, Pepe Montiel y su pandilla me perseguían por las calles del vecindario con la firme intención de patear mi trasero, y mi única vía de escape fue una bici que alguien dejó descuidada junto a un árbol (luego la devolví, no se espanten). Fue en franca huida que perdí mi virginidad ciclista, y al día siguiente de esta hazaña (porque para mí lo fue) pedí a mi papá desmontara las llantitas de bebé de mi propia bicicleta, pues estaba listo para andar por mi cuenta. Y, chico, vaya que lo disfruté; todas las tardes pedaleaba buen rato por allí, aunque sin alejarme mucho de casa, pues decían mis padres que unas cuadras a la redonda merodeaba el “robachicos”, el espanto infantil de mi generación. Y fue esa época, entre los nueve y once años, la única en la que he sido asiduo de la bici; posteriormente cambiamos nuestro lugar de residencia y mi Magistroni negra se quedó atrás, junto con otras tantas cosas, en esa casa donde espantaban por las noches. Ahora, dicen que andar en bicicleta es una de las cosas que a uno nunca se le olvidan, ¿y saben? Es verdad, y lo he atestiguado estos días que he estado rodando por las inmediaciones de mi actual colonia; casi dos décadas me separan de mi niñez en Cuautitlán Izcalli, y en todos esos años no había tenido una bicicleta; de hecho, no sé cuánto tiempo había pasado desde la última vez que pedaleara la cadena, pero estoy seguro que aún no me crecían los primeros pelos de la barba.

Ahora, sobre esta “segunda vez” les quiero confesar/compar-tir tres cosas: la primera es que, pese al abismo temporal que hube de sortear, pude pedalear derecho sin mayor problema, aunque, eso sí, esa tarde que me puse a darle vueltas a la cuadra me cansé bastante y amanecí con las piernas adoloridas como si me hubiese arrollado el camión de la basura; la segunda es que, aunque Uds. no lo crean, al subir a la bicicleta tuve miedo de caer y rasparme los codos y las rodillas como cuando niño (aunque a esta edad, estoy seguro, me hubiese llevado más que un raspón), temor que se esfumó al darme cuenta que podía controlar la bici casi como si no hubiesen pasado tantos años; la tercera es que, tal como fuera antes, disfruté —y sigo disfrutando— la experiencia muchísimo, quizá más hoy por la fascinación que me han provocado todas las cosas que he experimentado. Les platico: comencé rodando solamente por las dos o tres cuadras que rodean mi casa, las cuales son tranquilas y poco transitadas (con todo, tuve algunos problemas, de ellos hablaré más adelante). El gusto por este sencillo recorrido me duró poco, pues conforme le agarré modo y confianza a la bicicleta nueva deseaba ir más lejos, aventurarme más allá de la frontera que me había impuesto. Hoy, a diferencia de hace dieciocho años, no hay un robachicos al cual temer —en

FOTOS • ENRIQUE ABE

su defecto sería un robaescritoresdelamedianaedad—, así que la semana pasada pedaleé hacia las colonias aledañas, más transitadas que ésta, y rodé por calles que nunca creí recorrer de esta manera; por calles que conocía en cuatro ruedas pero no en dos, y a las que así les he encontrado un encanto que antes parecían no tener. Para mí ha sido increíble sentir el impulso desatado por mis piernas, el camino pasar a toda velocidad bajo mis pies, el aire pegándome en el rostro y el pecho y, ¿por qué no?, las miradas de la gente como diciendo “¿y este loco qué hace por aquí en una bicicleta?”. Me ha gustado tanto que todas las tardes, al llegar a casa del trabajo, quiero coger la bici y descender por esas calles, llegar cada vez más lejos, descubrir qué se siente circular por la ciudad con las manos en el manubrio y no en el volante. Cuestión un poco complicada, pues las arterias principales de las urbes que frecuento no ofrecen un entorno precisamente seguro para el ciclista, incluso con esas ciclovías que han hecho tanto en Puebla como en Pachuca que, aunque vistosas, aún distan de ser prácticas (sobre todo las de Pachuca). Esto conduce a otro tema: mi poca experiencia sobre la bicicleta me ha llevado ya a enfrentar algunos de los pormenores del ciclismo urbano contemporáneo (por llamarle de alguna manera), como la absoluta falta de respeto de algunos automovilistas para con uno (es horrible sentir su cofre a medio metro de tu rueda trasera), para con los cruces peatonales (o el reglamento de tránsito en general) y la ausencia generalizada de espacios para aparcar y asegurar la bicicleta. En Pachuca, por ejemplo, puedo ir a la biblioteca estatal en bici, pero no hay dónde amarrarla (y el lugar está tan solitario que ni loco la dejaría así nada más en la calle). Y lo mismo aplica en caso de que quisiera ir al cine o a desayunar al centro comercial. En lo que a Puebla respecta, allí la tengo más difícil; no solamente vivo lejos de todo, sino que tan sólo para desplazarme a la nueva ciclovía de la 25 Poniente tengo que atravesar la siniestra Avenida Reforma, plagada de un transporte público que, si no respeta a los otros automóviles, mucho menos lo hará con un ciclista. ¿De verdad llegará un momento, como ambicionan las autoridades de estos municip-ios, en que uno pueda recorrer la ciudad libremente en bicicleta como si estuviese en Berlín o Ámsterdam? Quiero ser optimista al respecto, pues, en lo personal, es algo que disfrutaría mucho. Es todo por ahora. Gracias por la lectura y nos topamos pronto.

“Fue en franca huida que perdí

mi virginidad ciclista”

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Difícilmente podría decirme ciclista. Soy de esas personas que todos los días utilizan el automóvil y, en lo particular, paso cuando menos hora y media en él seis de los siete días de la semana. Y no están para saberlo, pero sin falta quemo dos tanques de gasolina de un lunes al otro. En mi defensa diré que trabajo a más de cuarenta kilómetros de casa y que me desplazo de un estado a otro cada fin de semana mientras canto el Arco Norte Blues. Sin embargo, ha poco que este escritor/mon-struo-del-volante se ha hecho de una bicicleta nueva, y es eso precisamente lo que le trae a escribir estas líneas para quien desee —u ose— leerlas.

Comenzaré admitiendo ante los ángeles, los santos y ustedes, hermanos, que fui un niño que tardó mucho en aprender a andar en bicicleta; a los nueve años aún usaba rueditas de aprendiz, y no fue sino un acto de supervivencia el que me obligó a darle a los pedales sin apoyo alguno y encontrar ese equilibrio que nos permite andar en dos ruedas. Verán, Pepe Montiel y su pandilla me perseguían por las calles del vecindario con la firme intención de patear mi trasero, y mi única vía de escape fue una bici que alguien dejó descuidada junto a un árbol (luego la devolví, no se espanten). Fue en franca huida que perdí mi virginidad ciclista, y al día siguiente de esta hazaña (porque para mí lo fue) pedí a mi papá desmontara las llantitas de bebé de mi propia bicicleta, pues estaba listo para andar por mi cuenta. Y, chico, vaya que lo disfruté; todas las tardes pedaleaba buen rato por allí, aunque sin alejarme mucho de casa, pues decían mis padres que unas cuadras a la redonda merodeaba el “robachicos”, el espanto infantil de mi generación. Y fue esa época, entre los nueve y once años, la única en la que he sido asiduo de la bici; posteriormente cambiamos nuestro lugar de residencia y mi Magistroni negra se quedó atrás, junto con otras tantas cosas, en esa casa donde espantaban por las noches. Ahora, dicen que andar en bicicleta es una de las cosas que a uno nunca se le olvidan, ¿y saben? Es verdad, y lo he atestiguado estos días que he estado rodando por las inmediaciones de mi actual colonia; casi dos décadas me separan de mi niñez en Cuautitlán Izcalli, y en todos esos años no había tenido una bicicleta; de hecho, no sé cuánto tiempo había pasado desde la última vez que pedaleara la cadena, pero estoy seguro que aún no me crecían los primeros pelos de la barba.

Ahora, sobre esta “segunda vez” les quiero confesar/compar-tir tres cosas: la primera es que, pese al abismo temporal que hube de sortear, pude pedalear derecho sin mayor problema, aunque, eso sí, esa tarde que me puse a darle vueltas a la cuadra me cansé bastante y amanecí con las piernas adoloridas como si me hubiese arrollado el camión de la basura; la segunda es que, aunque Uds. no lo crean, al subir a la bicicleta tuve miedo de caer y rasparme los codos y las rodillas como cuando niño (aunque a esta edad, estoy seguro, me hubiese llevado más que un raspón), temor que se esfumó al darme cuenta que podía controlar la bici casi como si no hubiesen pasado tantos años; la tercera es que, tal como fuera antes, disfruté —y sigo disfrutando— la experiencia muchísimo, quizá más hoy por la fascinación que me han provocado todas las cosas que he experimentado. Les platico: comencé rodando solamente por las dos o tres cuadras que rodean mi casa, las cuales son tranquilas y poco transitadas (con todo, tuve algunos problemas, de ellos hablaré más adelante). El gusto por este sencillo recorrido me duró poco, pues conforme le agarré modo y confianza a la bicicleta nueva deseaba ir más lejos, aventurarme más allá de la frontera que me había impuesto. Hoy, a diferencia de hace dieciocho años, no hay un robachicos al cual temer —en

su defecto sería un robaescritoresdelamedianaedad—, así que la semana pasada pedaleé hacia las colonias aledañas, más transitadas que ésta, y rodé por calles que nunca creí recorrer de esta manera; por calles que conocía en cuatro ruedas pero no en dos, y a las que así les he encontrado un encanto que antes parecían no tener. Para mí ha sido increíble sentir el impulso desatado por mis piernas, el camino pasar a toda velocidad bajo mis pies, el aire pegándome en el rostro y el pecho y, ¿por qué no?, las miradas de la gente como diciendo “¿y este loco qué hace por aquí en una bicicleta?”. Me ha gustado tanto que todas las tardes, al llegar a casa del trabajo, quiero coger la bici y descender por esas calles, llegar cada vez más lejos, descubrir qué se siente circular por la ciudad con las manos en el manubrio y no en el volante. Cuestión un poco complicada, pues las arterias principales de las urbes que frecuento no ofrecen un entorno precisamente seguro para el ciclista, incluso con esas ciclovías que han hecho tanto en Puebla como en Pachuca que, aunque vistosas, aún distan de ser prácticas (sobre todo las de Pachuca). Esto conduce a otro tema: mi poca experiencia sobre la bicicleta me ha llevado ya a enfrentar algunos de los pormenores del ciclismo urbano contemporáneo (por llamarle de alguna manera), como la absoluta falta de respeto de algunos automovilistas para con uno (es horrible sentir su cofre a medio metro de tu rueda trasera), para con los cruces peatonales (o el reglamento de tránsito en general) y la ausencia generalizada de espacios para aparcar y asegurar la bicicleta. En Pachuca, por ejemplo, puedo ir a la biblioteca estatal en bici, pero no hay dónde amarrarla (y el lugar está tan solitario que ni loco la dejaría así nada más en la calle). Y lo mismo aplica en caso de que quisiera ir al cine o a desayunar al centro comercial. En lo que a Puebla respecta, allí la tengo más difícil; no solamente vivo lejos de todo, sino que tan sólo para desplazarme a la nueva ciclovía de la 25 Poniente tengo que atravesar la siniestra Avenida Reforma, plagada de un transporte público que, si no respeta a los otros automóviles, mucho menos lo hará con un ciclista. ¿De verdad llegará un momento, como ambicionan las autoridades de estos municip-ios, en que uno pueda recorrer la ciudad libremente en bicicleta como si estuviese en Berlín o Ámsterdam? Quiero ser optimista al respecto, pues, en lo personal, es algo que disfrutaría mucho. Es todo por ahora. Gracias por la lectura y nos topamos pronto.

Page 7: BikeRadio Magazine 04

Difícilmente podría decirme ciclista. Soy de esas personas que todos los días utilizan el automóvil y, en lo particular, paso cuando menos hora y media en él seis de los siete días de la semana. Y no están para saberlo, pero sin falta quemo dos tanques de gasolina de un lunes al otro. En mi defensa diré que trabajo a más de cuarenta kilómetros de casa y que me desplazo de un estado a otro cada fin de semana mientras canto el Arco Norte Blues. Sin embargo, ha poco que este escritor/mon-struo-del-volante se ha hecho de una bicicleta nueva, y es eso precisamente lo que le trae a escribir estas líneas para quien desee —u ose— leerlas.

Comenzaré admitiendo ante los ángeles, los santos y ustedes, hermanos, que fui un niño que tardó mucho en aprender a andar en bicicleta; a los nueve años aún usaba rueditas de aprendiz, y no fue sino un acto de supervivencia el que me obligó a darle a los pedales sin apoyo alguno y encontrar ese equilibrio que nos permite andar en dos ruedas. Verán, Pepe Montiel y su pandilla me perseguían por las calles del vecindario con la firme intención de patear mi trasero, y mi única vía de escape fue una bici que alguien dejó descuidada junto a un árbol (luego la devolví, no se espanten). Fue en franca huida que perdí mi virginidad ciclista, y al día siguiente de esta hazaña (porque para mí lo fue) pedí a mi papá desmontara las llantitas de bebé de mi propia bicicleta, pues estaba listo para andar por mi cuenta. Y, chico, vaya que lo disfruté; todas las tardes pedaleaba buen rato por allí, aunque sin alejarme mucho de casa, pues decían mis padres que unas cuadras a la redonda merodeaba el “robachicos”, el espanto infantil de mi generación. Y fue esa época, entre los nueve y once años, la única en la que he sido asiduo de la bici; posteriormente cambiamos nuestro lugar de residencia y mi Magistroni negra se quedó atrás, junto con otras tantas cosas, en esa casa donde espantaban por las noches. Ahora, dicen que andar en bicicleta es una de las cosas que a uno nunca se le olvidan, ¿y saben? Es verdad, y lo he atestiguado estos días que he estado rodando por las inmediaciones de mi actual colonia; casi dos décadas me separan de mi niñez en Cuautitlán Izcalli, y en todos esos años no había tenido una bicicleta; de hecho, no sé cuánto tiempo había pasado desde la última vez que pedaleara la cadena, pero estoy seguro que aún no me crecían los primeros pelos de la barba.

Ahora, sobre esta “segunda vez” les quiero confesar/compar-tir tres cosas: la primera es que, pese al abismo temporal que hube de sortear, pude pedalear derecho sin mayor problema, aunque, eso sí, esa tarde que me puse a darle vueltas a la cuadra me cansé bastante y amanecí con las piernas adoloridas como si me hubiese arrollado el camión de la basura; la segunda es que, aunque Uds. no lo crean, al subir a la bicicleta tuve miedo de caer y rasparme los codos y las rodillas como cuando niño (aunque a esta edad, estoy seguro, me hubiese llevado más que un raspón), temor que se esfumó al darme cuenta que podía controlar la bici casi como si no hubiesen pasado tantos años; la tercera es que, tal como fuera antes, disfruté —y sigo disfrutando— la experiencia muchísimo, quizá más hoy por la fascinación que me han provocado todas las cosas que he experimentado. Les platico: comencé rodando solamente por las dos o tres cuadras que rodean mi casa, las cuales son tranquilas y poco transitadas (con todo, tuve algunos problemas, de ellos hablaré más adelante). El gusto por este sencillo recorrido me duró poco, pues conforme le agarré modo y confianza a la bicicleta nueva deseaba ir más lejos, aventurarme más allá de la frontera que me había impuesto. Hoy, a diferencia de hace dieciocho años, no hay un robachicos al cual temer —en

¿INCONVENIENTES DE ANDAR EN BICI?

ROBERTO REYES

su defecto sería un robaescritoresdelamedianaedad—, así que la semana pasada pedaleé hacia las colonias aledañas, más transitadas que ésta, y rodé por calles que nunca creí recorrer de esta manera; por calles que conocía en cuatro ruedas pero no en dos, y a las que así les he encontrado un encanto que antes parecían no tener. Para mí ha sido increíble sentir el impulso desatado por mis piernas, el camino pasar a toda velocidad bajo mis pies, el aire pegándome en el rostro y el pecho y, ¿por qué no?, las miradas de la gente como diciendo “¿y este loco qué hace por aquí en una bicicleta?”. Me ha gustado tanto que todas las tardes, al llegar a casa del trabajo, quiero coger la bici y descender por esas calles, llegar cada vez más lejos, descubrir qué se siente circular por la ciudad con las manos en el manubrio y no en el volante. Cuestión un poco complicada, pues las arterias principales de las urbes que frecuento no ofrecen un entorno precisamente seguro para el ciclista, incluso con esas ciclovías que han hecho tanto en Puebla como en Pachuca que, aunque vistosas, aún distan de ser prácticas (sobre todo las de Pachuca). Esto conduce a otro tema: mi poca experiencia sobre la bicicleta me ha llevado ya a enfrentar algunos de los pormenores del ciclismo urbano contemporáneo (por llamarle de alguna manera), como la absoluta falta de respeto de algunos automovilistas para con uno (es horrible sentir su cofre a medio metro de tu rueda trasera), para con los cruces peatonales (o el reglamento de tránsito en general) y la ausencia generalizada de espacios para aparcar y asegurar la bicicleta. En Pachuca, por ejemplo, puedo ir a la biblioteca estatal en bici, pero no hay dónde amarrarla (y el lugar está tan solitario que ni loco la dejaría así nada más en la calle). Y lo mismo aplica en caso de que quisiera ir al cine o a desayunar al centro comercial. En lo que a Puebla respecta, allí la tengo más difícil; no solamente vivo lejos de todo, sino que tan sólo para desplazarme a la nueva ciclovía de la 25 Poniente tengo que atravesar la siniestra Avenida Reforma, plagada de un transporte público que, si no respeta a los otros automóviles, mucho menos lo hará con un ciclista. ¿De verdad llegará un momento, como ambicionan las autoridades de estos municip-ios, en que uno pueda recorrer la ciudad libremente en bicicleta como si estuviese en Berlín o Ámsterdam? Quiero ser optimista al respecto, pues, en lo personal, es algo que disfrutaría mucho. Es todo por ahora. Gracias por la lectura y nos topamos pronto.

En el ciclismo urbano se dice que no todo es miel sobre hojuelas. Existen también ciertos inconvenientes que es necesario considerar. A pesar de que muchas de estas inquietudes no están del todo fundamentadas, la mayoría pueden ser o han sido solucionadas de una u otra manera por aquellos que están comprometidos con el ciclismo urbano.

La distancia es uno de los factores limitantes para el ciclismo urbano. Al circular entre los vehículos automotores estamos expuestos de manera más directa y cercana a los gases contaminantes que emiten muchos de ellos.

El riesgo de robo de la bicicleta a comparación de un automotor es más alto .

Las calles de la mayoría de ciudades no están optimizadas para la bicicleta sino para vehículos de motor.

La capacidad de carga y almacenamiento de una bicicleta es menor que la de la mayoría de los vehículos automotores.

El ciclismo implica cierta actividad física que puede ser más o menos intensa dependien-do de la velocidad. Si se pedalea intensamente, se favorece la sudoración y el posible consiguiente problema de olor corporal, lo cual puede generar dificultades concernientes a los códigos de vestimenta.

Las inclemencias meteorológicas, como la lluvia.

Pero muchos de estos posibles inconvenientes solo existen en realidad en nuestras mentes o tienen diversas soluciones:

En lo referente a las distancias, la integración modal de la bicicleta con otros medios de transporte público como el metro es la solución más adecuada. Esto permitiría que las personas recorran mayores distancias sin un gran desgaste físico. Otra posibilidad es el uso de bicicletas plegables que puedan ser llevadas dentro de otros medios de transporte.

Si bien el clima puede en algunos casos ser un inconveniente ya que con calor o frio extremos y con lluvia montar en bicicleta no es muy agradable, tampoco es un impedimento en realidad. En otros lugares (Finlandia, Holanda, Dinamarca, Suecia...), la bici se usa en condiciones climáticas extremas. Lluvia, frío y nieve no les impide a los nórdicos ir a trabajar en bici. La capacidad de carga de la bici. Naturalmente no podemos cargar una maleta con ropa para una semana de vacaciones. Pero seamos honestos. ¿Cuántas veces salimos de casa con un bolso o mochila que pese más de 5kg? Seguramente ni siquiera para ir al gimnasio. Una buena bicicleta urbana debe estar equipada con una parrilla trasera que pueda llevar hasta 15 kgs de carga.

Respecto al sudor y con el fin de estar presentable en el trabajo después de un viaje en bicicleta, existen varias técnicas: Algunos ciclistas llevan consigo pañuelos o ropa limpia para limpiarse y cambiarse al llegar a sus trabajos. Puede optarse también por vestir prendas de lana ó telas sintéticas que eviten mantener el sudor en el cuerpo, evitando así el mal olor. Pero, en general, simplemente basta hacer el mismo esfuerzo que si se fuera caminando para evitar sudar. Esto se consigue fácilmente gracias a los cambios de velocidades de las que disponen la mayoría de las bicicletas.Por último y tal vez la mayor objeción al uso de la bicicleta en la ciudad esta en lo referente a los riesgos, está por un lado el riesgo de robo de la bici y por el otro la seguridad personal.

Para evitar el robo de la bicicleta lo más simple es dejarla en lugares claramente visibles, vigilados y asegurada con candados. La mayoría compramos UN candado y encima uno barato. Es mejor invertir un poco más para asegurarnos que nos dejen nuestra bici en paz.

Respecto a la seguridad personal, según las encuestas, muchas personas estarían dispuestas a utilizar la bicicleta como medio de transporte si la seguridad fuera más alta o si en nuestros centros urbanos hubiese más carriles para la bici.

¿Pero si no hay ciclistas en las calles por que se van a molestar los gobiernos locales en modificar la infraestructura urbana para hacerla más accesible a la bicicleta y su uso? Muchas veces el mayor enemigo del ciclismo urbano no es el gobierno, ni la falta de carriles exclusivos para el uso de la bicicleta, ni la falta de lugares seguros para estacionarlas. No, el mayor obstáculo para que se desarrolle una cultura de ciclismo urbano en nuestro país es nuestra propia mentalidad. Es necesario que cambiemos nuestra actitud y realicemos asociaciones positivas al ciclismo urbano.

Page 8: BikeRadio Magazine 04

EL LADO ROSADE LA BICICLETA DE MONTAÑA

ADDY RESENDEZ OROSA • @AddyPosa

Page 9: BikeRadio Magazine 04

En la actualidad hay más mujeres moviéndose en bici que unas décadas atrás, sin embargo, vemos con tristeza que a muchas de ellas nunca les enseñaron sus padres a andar en bicicleta, porque culturalmente hablando, saber conducir/montar una bicicleta era una actividad considerada solo para hombres.

Esos tiempos afortunadamente han quedado muy atrás y algunas fuimos privilegiadas desde niñas y pudimos vivir lo divertido que es tener una bici desde nuestra infancia. Muchas mujeres en pequeñas ciudades han tenido la oportunidad de verla como un transporte accesible y otras apenas están descubriendo la belleza que es moverse en bicicleta, la increíble sensación de libertad e independencia. Sin embargo, una cantidad mínima se anima a conquistar la montaña en bicicleta.

La montaña se muestra ante nosotras con su magnífico encanto y misterio; enorme y poderosa, llena de dificultades como la vida misma. Es ahí cuando nosotras mismas nos ponemos un muro; creemos que es inaccesible. Nos vemos débiles e incapaces de poder dejara un lado todo eso que nos han enseñado NO hacer.

Ya empezaste por buen camino siendo una ciclista urbana, ahora puedes ir subiendo poco a poco tu nivel, deja atrás la ciudad minada por coches y descubre los caminos naturales que tienen las montañas. Claro que en algún momento te vas a caer y también te va a doler (ni que fueramos insensibles) . El chiste es ir conquistando tus miedos. Empezar por caminos anchos y planos, al principio será un reto subir con tu bici, pues sentirás que pesa mil kilos, pero poco a poco podrás ir más lejos y eso es lo mejor del MTB. Lo divertido es que hay para todo gusto. Puedes empezar con Cross country, que de hecho es una categoría muy

concurrida por mujeres y como ejemplos tenemos a Daniela Campuzano, Lorenza Morfin, Andrea Fuentes, que son consideradas entre las mejores de XC. En su lado extremo tenemos la categoría de Downhill donde Lorena Dromundo ha dejado claro que las mujeres también pueden saltar rampas y bajar zonas empinadas y lograr tiempos como los hombres, motivando así a muchas más chicas a participar. Si eres de las que les gusta un poquito de todo puedes hacer All Mountain, donde senderos subidas y sus buenas bajadas se mezclan logrando una excelente experiencia, y si te gusta competir, puedes participar en las competencias de enduro, donde se miden las bajadas con su debida técnica de ciclismo de montaña. Lo importante es demostrarnos que podemos rodar en la montaña y seguir siendo femeninas, puedes usar todo el rosa y morado que quieras, incluso todo negro. Es tiempo de motivarnos, salir y rodar. Apoyarnos las unas a las otras, sin importar si al principio no vamos al mismo ritmo que los demás. Pero sobre todo empezar a participar en las eventos, rodadas y porque no competencias también; y seguir marcando historia junto con las mujeres que ya están dando estos pasos agigantados.

Si eres madre, hermana, prima o cuñada debemos empezar a inculcar nuevos valores a nuestros hijos, hermanos, esposos, y familiares en general que nosotras podemos hacer lo mismo que ellos, claro que a nuestro nivel y alcance.

Pero mi mejor recomendación es APOYAR, si desde que somos niños encontramos el apoyo de nuestros padres para realizar cualquier actividad, seremos más productivos en todo. Y es cuando este apoyo por parte de nuestra familia se vuelve tan fuerte que se puede romper incluso el miedo más grande.

“Es tiempo de inculcar amor por el deporte, sea cual sea. Romper los viejos esquemas culturales

y de género”.

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Rodar en grupo se ha vuelto parte de la formación típica del ciclista urbano. No todos lo han hecho, pero habemos muchos que sí y algunos que lo hacen frecuentemente, inclusive participando en la organización. Para ellos es esta reflexión.

Las rodadas como manifestación comenzaron en los 80's cuando el auto como un gas que se expande y ocupa todo el espacio que se le brinda asfixiaba casi por completo a los otros transeúntes. Peatones sobre todo, personas con alguna discapacidad motriz, y en tercer término los ciclistas fueron marginados. Es una historia que ya conocemos bien. Pero, ¿y luego?

30 años después algo sucede en la conciencia colectiva, podríamos decir que el uso de la bicicleta se pone de moda, se vuelve viral, o que comienza a ser una alternativa viable de nuevo. Los jóvenes de entre 18-35 años son los más interesados, con una predominancia del género masculino. Surgen nuevos grupos. Las redes sociales facilitan su difusión, y al día de hoy una gran mayoría de los habitantes de las ciudades tienen un amigo que anda en bici. En la Ciudad de México y otras partes del país, las rodadas de hace tres décadas se renuevan y sus fines se vuelven un poco más amplios. Aparte de un mecanismo de protesta o de reapropiación del espacio público, se vuelven una

oportunidad para socializar: Dentro de los grupos y asociaciones de ciclismo se regenera de alguna manera el tejido social. Rodar en grupo suma a la premisa de disfrutar el camino la oportunidad de hacerlo en compañía de otras personas, en grupo. Y ahora se busca que nos abran otras puertas (verbigracia BiciGourmet, Al Teatro en Bici, Al Cine en Bici, Al trabajo en bici / a la escuela en bici con Insolente, Noche de Museos, Al INAH en bici, etc.)

En esta diversificación se generan y exponen distintos estilos para rodar, cada uno de estos con sus ventajas y desventajas. He asistido a distintos paseos (definitivamente no a todos los existentes del mundo mundial) y me parece positivo analizar ciertos puntos básicos de los estilos al rodar, sobre todo sus repercusiones.

Tomar un carril vs. tomar todos los carriles de una vía: Mientras que al acaparar toda la vía se evita por completo la interacción con los automóviles,

del camino al frente, también pierde claridad en ruta y generalmente hay más encuentros entre los asistentes, debido a que estos se mueven de manera azarosa en la vía. Se crea nuevamente un contingente más corto.

Bloqueando vs. sin bloquear: Si bloqueamos un cruce cuando nuestro grupo no ha terminado de cruzar, ayudamos a mantenerlo compacto, libre de autos, y a que el evento se desarrolle de manera más rápida. Los motoristas consecuentemente se estresan, mientan madres, avientan lámina, algunos celebran, y una gran mayoría saca a relucir su poca paciencia. Si al tocarnos un semáforo en rojo permitimos que crucen los cochistas, el contingen-te ciclista se segmenta, otra vez tenemos que convivir con los autos como en la vida real (léase como el resto de los días que no vamos a rodar en grupo), y probablemente tome un poco más de tiempo el evento. Así no requiero de bloqueadores, ni de exponerlos a agresiones.

Respondiendo o no a provocaciones, agresiones, y otras manifestaciones de enojo: Quisiera diferenciar que es muy distinto hacerle ver a un conductor de otro vehículo cuando nos avienta el coche y casi nos mata, o invitarlo a que use menos su cláxon porque nos lastima los oídos, y a mantener una distancia mayor al rebasar-nos, que responder a lo que nosotros percibamos como una agresión con otra agresión.Circulando en bici necesitamos ser los más inteligentes y hábiles para evitar cultivar más agresión, rechazo y violencia hacia nuestra manera de transportarnos.

No hablé de semáforos, cruces peatonales (cebras), carriles de alta velocidad y confinados, ni de audífonos, cascos, luces, banquetas reflejantes, ni -a mi consideración, el más peligroso- sentidos contrarios. Rodos están considerados en el RTM, pero los incluyo como una serie de decisiones que tomamos, conscientes o no de ellas. Concluyendo, todas estas decisiones tienen una repercusión en nuestra seguridad, en nuestras vidas, y en la percepción generalizada de los otros actores de la vía púbica. No somos responsables de las reacciones, pero sí somos un grupo que está luchando por espacios equitativos donde la primera premisa sea el respeto, así que podemos empezar por considerar qué estamos haciendo nosotros para sembrar y promover una interacción basada en ese principio, y buscando oportunidades de generar empatía para ganar adeptos a nuestra lucha por mejores espacios y condiciones de movilidad en ellos.

COMORODAMOS

PATRICIO RUIZ ABRÍN

el contingente es más compacto. Por otro lado, al rodar por el carril de extrema derecha se convive con el automovilista. Existe la posibilidad de que un cochista maniaco violente el envento, aunque si no se le impide el paso no tendría por qué hacerlo (normalmente suelen enervarse cuando se les bloquea el paso). En todos los eventos a los que he asistido, avanzan más con cara de sorpresa y miedo cuando se convive con ellos.

En formación vs. dispersos: mientras que una formación (por pares ocupando el carril, tres por carril, etc.) permite una mayor visibilidad a los integrantes, también obliga a los asistentes a mantener cierto nivel de atención en lo que van haciendo, es decir, los mantiene concentrados en mantener el paso y la alineación. Por afuera, para los que observan al contingente ayuda a que este se perciba ordenado y con una intención clara, lo que brinda seguridad a ambas partes. Esto obligará al contingente a formar una fila alargada. Por el otro lado, un grupo disperso pierde visibilidad

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Rodar en grupo se ha vuelto parte de la formación típica del ciclista urbano. No todos lo han hecho, pero habemos muchos que sí y algunos que lo hacen frecuentemente, inclusive participando en la organización. Para ellos es esta reflexión.

Las rodadas como manifestación comenzaron en los 80's cuando el auto como un gas que se expande y ocupa todo el espacio que se le brinda asfixiaba casi por completo a los otros transeúntes. Peatones sobre todo, personas con alguna discapacidad motriz, y en tercer término los ciclistas fueron marginados. Es una historia que ya conocemos bien. Pero, ¿y luego?

30 años después algo sucede en la conciencia colectiva, podríamos decir que el uso de la bicicleta se pone de moda, se vuelve viral, o que comienza a ser una alternativa viable de nuevo. Los jóvenes de entre 18-35 años son los más interesados, con una predominancia del género masculino. Surgen nuevos grupos. Las redes sociales facilitan su difusión, y al día de hoy una gran mayoría de los habitantes de las ciudades tienen un amigo que anda en bici. En la Ciudad de México y otras partes del país, las rodadas de hace tres décadas se renuevan y sus fines se vuelven un poco más amplios. Aparte de un mecanismo de protesta o de reapropiación del espacio público, se vuelven una

oportunidad para socializar: Dentro de los grupos y asociaciones de ciclismo se regenera de alguna manera el tejido social. Rodar en grupo suma a la premisa de disfrutar el camino la oportunidad de hacerlo en compañía de otras personas, en grupo. Y ahora se busca que nos abran otras puertas (verbigracia BiciGourmet, Al Teatro en Bici, Al Cine en Bici, Al trabajo en bici / a la escuela en bici con Insolente, Noche de Museos, Al INAH en bici, etc.)

En esta diversificación se generan y exponen distintos estilos para rodar, cada uno de estos con sus ventajas y desventajas. He asistido a distintos paseos (definitivamente no a todos los existentes del mundo mundial) y me parece positivo analizar ciertos puntos básicos de los estilos al rodar, sobre todo sus repercusiones.

Tomar un carril vs. tomar todos los carriles de una vía: Mientras que al acaparar toda la vía se evita por completo la interacción con los automóviles,

del camino al frente, también pierde claridad en ruta y generalmente hay más encuentros entre los asistentes, debido a que estos se mueven de manera azarosa en la vía. Se crea nuevamente un contingente más corto.

Bloqueando vs. sin bloquear: Si bloqueamos un cruce cuando nuestro grupo no ha terminado de cruzar, ayudamos a mantenerlo compacto, libre de autos, y a que el evento se desarrolle de manera más rápida. Los motoristas consecuentemente se estresan, mientan madres, avientan lámina, algunos celebran, y una gran mayoría saca a relucir su poca paciencia. Si al tocarnos un semáforo en rojo permitimos que crucen los cochistas, el contingen-te ciclista se segmenta, otra vez tenemos que convivir con los autos como en la vida real (léase como el resto de los días que no vamos a rodar en grupo), y probablemente tome un poco más de tiempo el evento. Así no requiero de bloqueadores, ni de exponerlos a agresiones.

Respondiendo o no a provocaciones, agresiones, y otras manifestaciones de enojo: Quisiera diferenciar que es muy distinto hacerle ver a un conductor de otro vehículo cuando nos avienta el coche y casi nos mata, o invitarlo a que use menos su cláxon porque nos lastima los oídos, y a mantener una distancia mayor al rebasar-nos, que responder a lo que nosotros percibamos como una agresión con otra agresión.Circulando en bici necesitamos ser los más inteligentes y hábiles para evitar cultivar más agresión, rechazo y violencia hacia nuestra manera de transportarnos.

No hablé de semáforos, cruces peatonales (cebras), carriles de alta velocidad y confinados, ni de audífonos, cascos, luces, banquetas reflejantes, ni -a mi consideración, el más peligroso- sentidos contrarios. Rodos están considerados en el RTM, pero los incluyo como una serie de decisiones que tomamos, conscientes o no de ellas. Concluyendo, todas estas decisiones tienen una repercusión en nuestra seguridad, en nuestras vidas, y en la percepción generalizada de los otros actores de la vía púbica. No somos responsables de las reacciones, pero sí somos un grupo que está luchando por espacios equitativos donde la primera premisa sea el respeto, así que podemos empezar por considerar qué estamos haciendo nosotros para sembrar y promover una interacción basada en ese principio, y buscando oportunidades de generar empatía para ganar adeptos a nuestra lucha por mejores espacios y condiciones de movilidad en ellos.

el contingente es más compacto. Por otro lado, al rodar por el carril de extrema derecha se convive con el automovilista. Existe la posibilidad de que un cochista maniaco violente el envento, aunque si no se le impide el paso no tendría por qué hacerlo (normalmente suelen enervarse cuando se les bloquea el paso). En todos los eventos a los que he asistido, avanzan más con cara de sorpresa y miedo cuando se convive con ellos.

En formación vs. dispersos: mientras que una formación (por pares ocupando el carril, tres por carril, etc.) permite una mayor visibilidad a los integrantes, también obliga a los asistentes a mantener cierto nivel de atención en lo que van haciendo, es decir, los mantiene concentrados en mantener el paso y la alineación. Por afuera, para los que observan al contingente ayuda a que este se perciba ordenado y con una intención clara, lo que brinda seguridad a ambas partes. Esto obligará al contingente a formar una fila alargada. Por el otro lado, un grupo disperso pierde visibilidad

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Rodar en grupo se ha vuelto parte de la formación típica del ciclista urbano. No todos lo han hecho, pero habemos muchos que sí y algunos que lo hacen frecuentemente, inclusive participando en la organización. Para ellos es esta reflexión.

Las rodadas como manifestación comenzaron en los 80's cuando el auto como un gas que se expande y ocupa todo el espacio que se le brinda asfixiaba casi por completo a los otros transeúntes. Peatones sobre todo, personas con alguna discapacidad motriz, y en tercer término los ciclistas fueron marginados. Es una historia que ya conocemos bien. Pero, ¿y luego?

30 años después algo sucede en la conciencia colectiva, podríamos decir que el uso de la bicicleta se pone de moda, se vuelve viral, o que comienza a ser una alternativa viable de nuevo. Los jóvenes de entre 18-35 años son los más interesados, con una predominancia del género masculino. Surgen nuevos grupos. Las redes sociales facilitan su difusión, y al día de hoy una gran mayoría de los habitantes de las ciudades tienen un amigo que anda en bici. En la Ciudad de México y otras partes del país, las rodadas de hace tres décadas se renuevan y sus fines se vuelven un poco más amplios. Aparte de un mecanismo de protesta o de reapropiación del espacio público, se vuelven una

oportunidad para socializar: Dentro de los grupos y asociaciones de ciclismo se regenera de alguna manera el tejido social. Rodar en grupo suma a la premisa de disfrutar el camino la oportunidad de hacerlo en compañía de otras personas, en grupo. Y ahora se busca que nos abran otras puertas (verbigracia BiciGourmet, Al Teatro en Bici, Al Cine en Bici, Al trabajo en bici / a la escuela en bici con Insolente, Noche de Museos, Al INAH en bici, etc.)

En esta diversificación se generan y exponen distintos estilos para rodar, cada uno de estos con sus ventajas y desventajas. He asistido a distintos paseos (definitivamente no a todos los existentes del mundo mundial) y me parece positivo analizar ciertos puntos básicos de los estilos al rodar, sobre todo sus repercusiones.

Tomar un carril vs. tomar todos los carriles de una vía: Mientras que al acaparar toda la vía se evita por completo la interacción con los automóviles,

del camino al frente, también pierde claridad en ruta y generalmente hay más encuentros entre los asistentes, debido a que estos se mueven de manera azarosa en la vía. Se crea nuevamente un contingente más corto.

Bloqueando vs. sin bloquear: Si bloqueamos un cruce cuando nuestro grupo no ha terminado de cruzar, ayudamos a mantenerlo compacto, libre de autos, y a que el evento se desarrolle de manera más rápida. Los motoristas consecuentemente se estresan, mientan madres, avientan lámina, algunos celebran, y una gran mayoría saca a relucir su poca paciencia. Si al tocarnos un semáforo en rojo permitimos que crucen los cochistas, el contingen-te ciclista se segmenta, otra vez tenemos que convivir con los autos como en la vida real (léase como el resto de los días que no vamos a rodar en grupo), y probablemente tome un poco más de tiempo el evento. Así no requiero de bloqueadores, ni de exponerlos a agresiones.

Respondiendo o no a provocaciones, agresiones, y otras manifestaciones de enojo: Quisiera diferenciar que es muy distinto hacerle ver a un conductor de otro vehículo cuando nos avienta el coche y casi nos mata, o invitarlo a que use menos su cláxon porque nos lastima los oídos, y a mantener una distancia mayor al rebasar-nos, que responder a lo que nosotros percibamos como una agresión con otra agresión.Circulando en bici necesitamos ser los más inteligentes y hábiles para evitar cultivar más agresión, rechazo y violencia hacia nuestra manera de transportarnos.

No hablé de semáforos, cruces peatonales (cebras), carriles de alta velocidad y confinados, ni de audífonos, cascos, luces, banquetas reflejantes, ni -a mi consideración, el más peligroso- sentidos contrarios. Rodos están considerados en el RTM, pero los incluyo como una serie de decisiones que tomamos, conscientes o no de ellas. Concluyendo, todas estas decisiones tienen una repercusión en nuestra seguridad, en nuestras vidas, y en la percepción generalizada de los otros actores de la vía púbica. No somos responsables de las reacciones, pero sí somos un grupo que está luchando por espacios equitativos donde la primera premisa sea el respeto, así que podemos empezar por considerar qué estamos haciendo nosotros para sembrar y promover una interacción basada en ese principio, y buscando oportunidades de generar empatía para ganar adeptos a nuestra lucha por mejores espacios y condiciones de movilidad en ellos.

el contingente es más compacto. Por otro lado, al rodar por el carril de extrema derecha se convive con el automovilista. Existe la posibilidad de que un cochista maniaco violente el envento, aunque si no se le impide el paso no tendría por qué hacerlo (normalmente suelen enervarse cuando se les bloquea el paso). En todos los eventos a los que he asistido, avanzan más con cara de sorpresa y miedo cuando se convive con ellos.

En formación vs. dispersos: mientras que una formación (por pares ocupando el carril, tres por carril, etc.) permite una mayor visibilidad a los integrantes, también obliga a los asistentes a mantener cierto nivel de atención en lo que van haciendo, es decir, los mantiene concentrados en mantener el paso y la alineación. Por afuera, para los que observan al contingente ayuda a que este se perciba ordenado y con una intención clara, lo que brinda seguridad a ambas partes. Esto obligará al contingente a formar una fila alargada. Por el otro lado, un grupo disperso pierde visibilidad

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Rodar en grupo se ha vuelto parte de la formación típica del ciclista urbano. No todos lo han hecho, pero habemos muchos que sí y algunos que lo hacen frecuentemente, inclusive participando en la organización. Para ellos es esta reflexión.

Las rodadas como manifestación comenzaron en los 80's cuando el auto como un gas que se expande y ocupa todo el espacio que se le brinda asfixiaba casi por completo a los otros transeúntes. Peatones sobre todo, personas con alguna discapacidad motriz, y en tercer término los ciclistas fueron marginados. Es una historia que ya conocemos bien. Pero, ¿y luego?

30 años después algo sucede en la conciencia colectiva, podríamos decir que el uso de la bicicleta se pone de moda, se vuelve viral, o que comienza a ser una alternativa viable de nuevo. Los jóvenes de entre 18-35 años son los más interesados, con una predominancia del género masculino. Surgen nuevos grupos. Las redes sociales facilitan su difusión, y al día de hoy una gran mayoría de los habitantes de las ciudades tienen un amigo que anda en bici. En la Ciudad de México y otras partes del país, las rodadas de hace tres décadas se renuevan y sus fines se vuelven un poco más amplios. Aparte de un mecanismo de protesta o de reapropiación del espacio público, se vuelven una

oportunidad para socializar: Dentro de los grupos y asociaciones de ciclismo se regenera de alguna manera el tejido social. Rodar en grupo suma a la premisa de disfrutar el camino la oportunidad de hacerlo en compañía de otras personas, en grupo. Y ahora se busca que nos abran otras puertas (verbigracia BiciGourmet, Al Teatro en Bici, Al Cine en Bici, Al trabajo en bici / a la escuela en bici con Insolente, Noche de Museos, Al INAH en bici, etc.)

En esta diversificación se generan y exponen distintos estilos para rodar, cada uno de estos con sus ventajas y desventajas. He asistido a distintos paseos (definitivamente no a todos los existentes del mundo mundial) y me parece positivo analizar ciertos puntos básicos de los estilos al rodar, sobre todo sus repercusiones.

Tomar un carril vs. tomar todos los carriles de una vía: Mientras que al acaparar toda la vía se evita por completo la interacción con los automóviles,

del camino al frente, también pierde claridad en ruta y generalmente hay más encuentros entre los asistentes, debido a que estos se mueven de manera azarosa en la vía. Se crea nuevamente un contingente más corto.

Bloqueando vs. sin bloquear: Si bloqueamos un cruce cuando nuestro grupo no ha terminado de cruzar, ayudamos a mantenerlo compacto, libre de autos, y a que el evento se desarrolle de manera más rápida. Los motoristas consecuentemente se estresan, mientan madres, avientan lámina, algunos celebran, y una gran mayoría saca a relucir su poca paciencia. Si al tocarnos un semáforo en rojo permitimos que crucen los cochistas, el contingen-te ciclista se segmenta, otra vez tenemos que convivir con los autos como en la vida real (léase como el resto de los días que no vamos a rodar en grupo), y probablemente tome un poco más de tiempo el evento. Así no requiero de bloqueadores, ni de exponerlos a agresiones.

Respondiendo o no a provocaciones, agresiones, y otras manifestaciones de enojo: Quisiera diferenciar que es muy distinto hacerle ver a un conductor de otro vehículo cuando nos avienta el coche y casi nos mata, o invitarlo a que use menos su cláxon porque nos lastima los oídos, y a mantener una distancia mayor al rebasar-nos, que responder a lo que nosotros percibamos como una agresión con otra agresión.Circulando en bici necesitamos ser los más inteligentes y hábiles para evitar cultivar más agresión, rechazo y violencia hacia nuestra manera de transportarnos.

No hablé de semáforos, cruces peatonales (cebras), carriles de alta velocidad y confinados, ni de audífonos, cascos, luces, banquetas reflejantes, ni -a mi consideración, el más peligroso- sentidos contrarios. Rodos están considerados en el RTM, pero los incluyo como una serie de decisiones que tomamos, conscientes o no de ellas. Concluyendo, todas estas decisiones tienen una repercusión en nuestra seguridad, en nuestras vidas, y en la percepción generalizada de los otros actores de la vía púbica. No somos responsables de las reacciones, pero sí somos un grupo que está luchando por espacios equitativos donde la primera premisa sea el respeto, así que podemos empezar por considerar qué estamos haciendo nosotros para sembrar y promover una interacción basada en ese principio, y buscando oportunidades de generar empatía para ganar adeptos a nuestra lucha por mejores espacios y condiciones de movilidad en ellos.

el contingente es más compacto. Por otro lado, al rodar por el carril de extrema derecha se convive con el automovilista. Existe la posibilidad de que un cochista maniaco violente el envento, aunque si no se le impide el paso no tendría por qué hacerlo (normalmente suelen enervarse cuando se les bloquea el paso). En todos los eventos a los que he asistido, avanzan más con cara de sorpresa y miedo cuando se convive con ellos.

En formación vs. dispersos: mientras que una formación (por pares ocupando el carril, tres por carril, etc.) permite una mayor visibilidad a los integrantes, también obliga a los asistentes a mantener cierto nivel de atención en lo que van haciendo, es decir, los mantiene concentrados en mantener el paso y la alineación. Por afuera, para los que observan al contingente ayuda a que este se perciba ordenado y con una intención clara, lo que brinda seguridad a ambas partes. Esto obligará al contingente a formar una fila alargada. Por el otro lado, un grupo disperso pierde visibilidad

Lunes a miércoles: 10:00 a 21:00 hrs. @lacadencial

www.lacadencia.com

La Cadencia Loncheríahttp://www.�ickr.com/photos/lacadenciaJueves a sábados: 10:00 a 22:00 hrs.

Domingo: 10:00 a 18:00 hrs.

55 64 9032 • 52 64 2985

El Ciclomontañismo es mucho más que bicicletas, revistas y rutas fáciles. Las montañas por si solas crean un ecosistema único y dependiendo de cómo llegues a ella, marcara tu estilo y forma de recibir El Llamado de la Montaña.

El acudir de forma fácil es como depender de una agencia matrimonial para que encuentres pareja. Lo anterior puede ser valido pero le quita toda la emoción a esta parte de la vida al reconocer que no somos capaces de relacionarnos con el sexo opuesto por nosotros mismos, y así la Montaña solo la podrás acceder de igual forma , a través de una agencia.

EL LLAMADODE LA MONTAÑA

Sin duda El Llamado de la Montaña, obliga al Ciclomontañista a prepararse física, intelectual y espiritualmente de la siguiente forma. Físicamente, para contar con la suficiente condición física para encarar la Montaña y tener la fortaleza física adecuada para recorrer los confines que la naturaleza te quiere mostrar. De contar con esta condición física, podrás recorrer tranquilamente sin lastimarte una distancia razonable en un tiempo también razonable, en otras palabras te conviertes en el amante perfecto porque sabes como hacerlo correctamente una y otra vez.

Intelectualmente, porque preparas tu equipo, accesorios, herramienta y ropa en forma correcta para encarar casi cualquier contingencia. Además utilizas la planeación de las rutas y desarrollas al máximo esa intuición de explorar y tomar los riesgos medidos para descubrir esos lugares maravillosos en la montaña por ti mismo, sin ayuda, sin agencia matrimonial.

Espiritualmente, por que El Llamado de la Montaña es asistir al templo de Dios y entrar a el significa respeto y armonía con todos los elementos de su creación en forma humilde y pidiendo permiso al creador de darnos la oportunidad de recorrer esos senderos explorados para encontrar en ellos la paz interior.

Cuando acudes al Llamado de la Montaña y no sientes que puedes recorrer distancias dignas, no cuidas tus herramien-tas, bici, ropa y sobre todo, no encuentras esa paz interior, significa que no has llegado a ese nivel del verdadero Ciclomontañista por lo que las agencias matrimoniales serán como pagar para ser aceptado y querido.

En ti esta recibir El Llamado de la Montaña en forma casual ó recibir un regalo de la naturaleza cuando te llegue la iluminación del llamado divino.

EDUARDO GAYOSSO

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Hace tiempo me senté cerca de mi bici y mientras la observaba y veía sus líneas me pregunté qué es lo que nos hace sentir ese amor por ellas. ¿Nostalgia? ¿Libertad? ¿Diversión?

Para mí, dos de las tres que hoy tengo tienen un significado especial, pues me recuerdan a mi papá y mientras escribo esto no puedo evitar soltar una lágrima.

Káiser es una Magistroni que él me regaló cuando entré a la secundaria, estuvo abandonada mucho tiempo pero jamás me olvidó. Era de ruta y hace unos meses con la ayuda de un amigo extraordinario la hicimos fixie; chula es en verdad.

Luca es una Schwinn que también me regaló mi papá a finales del año pasado. A lo que quiero llegar es a ese punto en que la bici nos lleva a esos días de infancia en los que reíamos y éramos felices rodando en la cuadra con nuestros amigos. ¿No sentiste increíble cuando rodaste por primera vez sin llantitas? Cuando cada vez ibas más lejos... ¿Y qué tal cuando a tu Vagabundo le ponías un envase de Frutsi entre la salpicadera y la rueda. Eras niño, reías, jugabas, llegabas de la escuela y tras hacer la tarea salías a andar en bici y los días más felices eran esos en los que rodabas con tu papá y tus hermanos.

Esa es la magia que tiene la bici, que aprendimos a ser libres y a compartir. Nos remonta a esos años maravillosos en los que el mundo era pequeño y todo nuestro; en bici íbamos a donde fuera y ahora lo hacemos también. Por eso las amamos, por esa nostalgia, libertad y camaradería que nos da.

¿Y a ti a dónde te lleva tu bici?

Si sabes y lo tienes claro, no dudes en decirlo, exprésalo y vuelve a rodar como cuando eras niño.

LA MAGIADE LA BICI

Rolando del Bosque• @yosoydelbosque

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Lunes a miércoles: 10:00 a 21:00 hrs.

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