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Althusser y Aricó

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    Contradiccin, sobredeterminacin y periferia

    Notas sobre el problema del conocimiento y la poltica en el marxismo

    Martn Corts

    Dentro de la multiforme tradicin que compone aquello que, con generosidad y sin atender

    demasiado a sus matices, podemos llamar marxismo, es posible encontrar tanta variedad de

    postulaciones sobre diversos problemas, que resulta difcil sostener con vehemencia la existencia

    misma de la tradicin. En principio, podramos acudir a la certeza de que Marx produjo algo

    nuevo. Sus estudios inauguraron un modo de interrogar el mundo capitalista que abri mltiples

    linajes, muchas veces en franca contradiccin entre s (contradicciones que en ocasiones, dicho

    sea de paso, costaron mucho ms que debates tericos no saldados). Althusser gustaba nominar

    esa novedad como el descubrimiento del continente-historia, vale decir, la posibilidad, a partir

    de Marx, de conocer la historia. Esa fue su gran revolucin terica. Como tal, esa novedad

    supone la apertura de infinitos problemas, que no son otros que los innumerables debates

    internos sobre los que discurre el marxismo desde el siglo XIX hasta nuestros das.

    En este breve trabajo nos interesa detenernos en una cuestin que resulta un eje distintivo a la

    hora de definir ciertos rasgos de un pensamiento dentro de la tradicin marxista: la relacin entre

    conocimiento y poltica. Ms especficamente, nos interesa preguntarnos qu tipo de

    conocimiento supone el marxismo y de qu modo de l se desprendera un modo de pensar la

    poltica. Ahora bien, esta relacin slo puede concebirse como una problemtica a analizar a

    condicin de considerar que no existe ninguna forma de transparencia posible entre ambos

    trminos, vale decir, que no estamos ante la poltica como un mero efecto del conocimiento ms

    o menos justo-, sino como un exceso respecto del conocimiento. Vale decir, como una prctica

    con determinaciones que entran tambin en el campo de aquello que puede ser conocido, pero

    que al mismo tiempo suponen un grado de contingencia irreductible al orden de la teora. Para no

    adentrarnos en estas cuestiones desde un punto de vista puramente conceptual a lo cual nos

    aproximaremos en el segundo apartado, revisando algunos aportes del mencionado Althusser-,

    daremos un rodeo a travs de un problema histrico-terico de la tradicin marxista: el problema

    de las formaciones sociales perifricas. Con ellas aludimos, en un primer nivel de generalidad, a

    aqullos espacios geogrficos que excedan los textos sistemticos de Marx donde se analiza el

    modo de produccin capitalista (fundamentalmente, El Capital). Pero, ms concretamente, nos

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    referimos a formaciones sociales que llamaron la atencin, ya sea del propio Marx o de marxistas

    posteriores, y que implicaron desafos para el marxismo en tanto conjunto de proposiciones

    tericas. Aqullas aparecen, entonces, bajo la forma de anomalas que interrogan a la teora en

    su conjunto, por lo cual asumen un valor retrospectivo tambin para la norma. Dicho de otro

    modo, nuestra hiptesis es que las formaciones sociales perifricas no reclaman un anlisis

    especfico y adecuado en su carcter de perifricas, sino que operan a la manera de sntomas que

    revelan inconsistencias del marxismo en su conjunto, razn por la cual lo obligan a revisarse

    en cuanto tal, y no slo en su aplicabilidad en los pases atrasados.

    La virtud epistmica del atraso

    En una carta a la redaccin del peridico ruso Anales de la Patria, Marx interviene

    decididamente en los debates que discurran en Rusia acerca de lo que el marxismo postulara

    para la obschina, forma social comunitaria de extendida presencia en las zonas rurales eslavas.

    Marx escribe contra aqullos que, a partir de una lectura mecnica de su captulo XXIV de El

    Capital, defendan la idea de que el capitalismo deba desarrollarse en Rusia a la manera

    europea, destruyendo a su paso toda relacin no-mercantil, para producir el proletariado que

    estara en condiciones de llevar adelante la revolucin socialista. La operacin contra la que se

    levanta el hombre de Trevris es la que intenta convertir mi esbozo histrico sobre los orgenes

    del capitalismo en la Europa Occidental en una teora filosfica-histrica sobre la trayectoria

    general a que se hallan sometidos fatalmente todos los pueblos cualesquiera que sean las

    circunstancias histricas que en ellos concurran (Marx, 1980:64). Unas lneas ms abajo, Marx

    arremete nuevamente contra la confianza en una teora universal que explique cualquier

    circunstancia histrica. No lo hace para manifestarse en contra de la teora per se, sino de la

    ilusin de que ella contendra la posibilidad de explicar todo proceso histrico sin adentrarse en

    su especificidad: Estudiando cada uno de estos procesos histricos por separado y

    comparndolos luego entre s, encontraremos fcilmente la clave para explicar estos fenmenos,

    resultado que jams lograramos, en cambio, con la clave universal de una teora general de

    filosofa de la historia, cuya mayor ventaja reside precisamente en el hecho de ser una teora

    suprahistrica (Marx, 1980:65).

    Es menos importante si el propio Marx concibi en algn momento la posibilidad de construir

    efectivamente una filosofa de la historia aplicable a todos los pueblos cualesquiera que sean las

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    circunstancias histricas que en ellos concurran, que las consecuencias que el encuentro con la

    realidad rusa tuvieron en su percepcin respecto de los riesgos de su propia teora o de las

    interpretaciones que ella pareca habilitar-. Aqu su principal preocupacin aparece vinculada

    con las consecuencias polticas que esos equvocos podran ocasionar. Pues la pregunta por las

    periferias est atravesada desde un principio por la cuestin poltica. Dicho de otro modo, la

    necesidad de revisar la manera en que los marxistas de los pases atrasados piensan el

    problema del conocimiento, surge en el intercambio epistolar de Marx con los populistas rusos

    como una cuestin atravesada nodalmente por los dilemas de la prctica poltica. Ello se debe a

    que se trata de dilucidar tanto la forma de organizacin como los sujetos sociales necesarios para

    pensar la revolucin. Frente a ello, se presenta la disyuntiva entre llevar adelante esta tarea por

    medio de una deduccin a partir de un esquema de pretensin universal o, por el contrario, de

    pensarla a partir de las condiciones especficas del territorio en cuestin.

    Ahora bien, lo interesante aqu es que esa demanda poltica pone en movimiento la necesidad de

    indagar en los basamentos filosficos del marxismo tout court. Una idea prefijada de

    contradiccin ya conocida supondra un sujeto poltico que se deriva inequvocamente de la

    misma. Ese es, precisamente, el proletariado que los marxistas rusos aspiraban a construir, an

    a costa de que la comuna rural quedara sepultada bajo las ruedas de la historia. Por el contrario,

    Marx parece descubrir en esa heterognea realidad la alarma que lo obliga a prevenir a los

    lectores de deducir de sus textos una filosofa positiva de la historia. No es aqu el lugar para

    analizar cunto sus propios trabajos se prestan efectivamente para tal interpretacin1. Y, en

    ltima instancia, tampoco resulta del todo relevante. Elegimos destacar, en todo caso, una lectura

    retrospectiva de su propia produccin que Marx se obliga a hacer, alejndose manifiestamente de

    interpretaciones lineales y evolucionistas de la historia.

    No casualmente este Marx fue objeto privilegiado de atencin de muchos marxistas

    latinoamericanos. La necesidad de pensar desde la periferia, pero sin perder con ello la potencia

    crtica del marxismo, condujo a numerosos autores al encuentro con estas reflexiones tardas de

    1 Sin dudas, es visible una tensin en la produccin de Marx respecto de este problema. Contra lo que aparece en sus

    reflexiones sobre Rusia, algunas dcadas antes explicaba del siguiente modo las ventajas relativas que implicaba la

    colonizacin britnica en la India, por medio de la cual a pesar de todos sus crmenes, Inglaterra fue el instrumento inconsciente de la historia, al contribuir a sacar a Asia de su estado semicivilizado y semibrbaro (Marx, 1973:30)

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    Marx. As, segn Jos Aric, el creciente inters de aqul por la historia de la comuna rural rusa

    implica una apertura hacia el mundo popular subalterno de efectos imprevisibles sobre la propia

    teora marxista (Aric, 1982:161). En la impresin que la situacin rusa produce en Marx,

    Aric basa su hiptesis sobre la existencia de una ruptura en el ltimo Marx. Por cierto que

    sta no sera sistematizada por el autor de El Capital, pero sus ltimos trabajos daran cuenta de

    un intento por salir de la jaula que podra construir una interpretacin de su obra como un

    sistema filosfico cerrado. En un mismo sentido y en la misma poca-, Oscar del Barco sustenta

    algunas hiptesis que, aunque abrevan en otras tradiciones filosficas, avanzan en el mismo

    sentido. ste sostiene que en el ltimo Marx, particularmente a partir de su encuentro con la

    realidad rusa, entra en crisis cierta fantasa de develar el logos capitalista en su totalidad. Contra

    eso, aparece un Marx que rastrea crticamente fragmentos errantes de un objeto que no muestra

    su verdad sino en sus fracturas. No hay as un relato sistemtico del capitalismo sino una crtica

    de sus puntos ciegos, un develamiento de los sntomas que imprimen una discontinuidad en un

    relato pretendidamente armnico. Estos sntomas son tambin los de la propia obra de Marx. Su

    obsesin por la realidad rusa obedecera entonces a la imposibilidad de clausurar un sistema.

    Rusia no es una anomala en la totalidad capitalista que sus textos describiran, sino la

    evidencia de la futilidad de la aspiracin totalizante. Es por ello que El Capital queda inconcluso

    nada menos que en el captulo dedicado a las clases sociales-, no por falta de tiempo ni por

    causa de distracciones irrelevantes, sino a modo de sntoma que revela que en realidad se trata de

    un texto imposible de concluir (Del Barco, 1982).

    Cabe consignar que planteos como estos operan sobre un fondo dramtico que apareca cada vez

    con ms fuerza como la crisis del marxismo. Jos Sazbn, otro de los autores que participa del

    clima de atencin a Marx desde Amrica Latina, recuerda agudamente que, estrictamente

    hablando, la crisis es una forma invariante del marxismo, al menos desde fines del siglo XIX,

    ya que sucesivamente se reiteran situaciones que cumpliran con las caractersticas centrales de

    lo que supone una crisis de un campo de conocimiento: la crisis se define por privacin de

    atributos paradigmticos que han dejado de regir (Sazbn, 2002:50). As, del mismo modo que

    el viejo Engels, en su testamento poltico de 1895, pona en crisis al marxismo revisando la

    nocin de revolucin que lo haba acompaado al menos desde 1848, es cierto que hacia fines de

    la dcada del setenta del siglo XX, derrotada la ola de alternativas populares en prcticamente

    toda la periferia capitalista, y con una reaccin neoliberal que comenzaba su firme marcha, las

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    certezas del marxismo entendido como filosofa positiva de la historia se vean confrontadas a

    una realidad que se obstinaba en no obedecer los designios que aqulla le atribua. Frente a ese

    panorama, precisamente en Amrica Latina pueden encontrarse intentos por pensar de manera

    novedosa algunos problemas clsicos del marxismo. En parte inspirados por la analoga con la

    interferencia rusa de cien aos antes, en los marxistas latinoamericanos aparece fuertemente la

    cuestin de las virtudes del atraso, principalmente poniendo el foco en el legado de Jos Carlos

    Maritegui2. Segn Aric, los trabajos del socialista peruano demostraran que No es Inglaterra

    el destino del mundo, sino Per el resultado probable; son los pases que llegan con retraso al

    festn del capital los que muestran a los dems las llagas de un sistema destinado a ser sustituido,

    so pena de sucumbir en la barbarie (Aric, 1980:1). Nos quedamos con la grfica imagen que

    transmite la idea de llagas. Ellas operaran a la manera de sntoma, negando la pretendida

    armona de la narracin capitalista del progreso, as como su correlato especular en el marxismo

    entendido como filosofa de la historia. Recurriendo a la analoga entre la Rusia interrogada por

    Marx y la anomala latinoamericana, Aric afirma:

    Es esta intuicin marxiana de la teora crtica no como filosofa de la historia, sino como principio terico

    ordenador de la voluntad de lucha contra un sistema de explotacin de los hombres, la que cribada por

    heterclitas lecturas se trasvasa en las concepciones de Maritegui. Por eso podramos afirmar que,

    paradojalmente, es precisamente en su heterodoxia, en su visin iconoclasta de un cuerpo terico

    convertido por las vicisitudes de la historia en un passe partout opresivo y castrador, donde hay que

    buscar el marxismo de Maritegui (Aric, 1980:1)

    Descartada la versin del marxismo como passe partout, el problema de la poltica es entonces el

    del anlisis especfico, ya que queda inhibida la transposicin inmediata del plano de la

    construccin terica al de la poltica. No se trata, entonces, de partir de la universalidad hacia el

    caso particular, sino de entender a partir de las singularidades nacionales cules son las fuerzas

    sociales progresivas que permiten pensar una subversin del orden3.

    2 Para este trabajo, tomamos principalmente la figura de Jos Aric. Sin embargo, cabe destacar la existencia de un

    clima de discusin en torno de estos tpicos en la poca. Fundamentalmente, la cuestin aparece en la recuperacin

    de la figura de Jos Carlos Maritegui, manifiesta en diversos seminarios, compilaciones y textos que se suceden en

    torno del cincuentenario de su muerte, en 1980. Algunos otros autores que participan de estos debates y contribuyen

    a la rediscusin del marxismo desde Amrica Latina son, por caso, Oscar Tern, Alberto Flores Galindo, Alberto

    Filippi, Ren Zavaleta Mercado, Agustn Cueva y Ricardo Melgar Bao, adems de los ya mencionados Oscar del

    Barco y Jos Sazbn.

    3Curiosamente, Aric afirma que El problema del indio es la clave de la ruptura epistemolgica que distingue a Maritegui del socialismo anterior (en Notas sobre Maritegui, manuscrito disponible en la Biblioteca Jos Aric de la Universidad Nacional de Crdoba, Caja 07, Folio 13). Las cursivas son nuestras, para subrayar cierta afinidad -

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    Ahora bien, lo interesante aqu es que esta conclusin aparece no como una deduccin terica

    necesidad de pasar de una filosofa de la historia a una teora crtica- sino como el resultado de

    acontecimientos polticos que resultan heterogneos a un saber cerrado. As como Marx se vera

    obligado a revisar su obra a partir del encuentro con la comuna rural rusa, la singularidad

    latinoamericana tambin pone sobre la mesa elementos que no son reductibles a la lgica

    omnmoda del marxismo como filosofa del progreso. Es as como la situacin rusa le planteaba

    al marxismo un nudo de problemas tan extremadamente complejos, que para responderlos el

    marxismo deba desarrollarse (Aric, 2011:113). Desmarcndose de tal filosofa del progreso, el

    marxismo confiesa que sus limitaciones son, en ltima instancia, las de toda teora: la poltica

    como un exceso respecto de lo que ella puede prescribir. Pero esa confesin es, al mismo tiempo,

    la posibilidad de distincin respecto de las teoras idealistas en cualquiera de sus versiones. Al no

    desconocer su finitud (volveremos sobre esto), el marxismo es capaz de aproximarse

    crticamente esto es, intentando revelar lo que pueda haber all de emancipatorio- a cualquier

    proceso social desde su riqueza y especificidad y no desde un plan preconcebido.

    Las consecuencias ms sustantivas aparecern, entonces, en el plano de la teora poltica del

    marxismo. Desvanecida la aspiracin al sistema de la filosofa marxista, la poltica ya no podr

    ser una deduccin sino un desafo para la propia pretensin de construccin de conocimiento: el

    marxismo poda ser cientfico en la medida en que se mostrara capaz de descubrir toda la

    multiplicidad contradictoria de las formas de antagonismo social que se generaban en el interior

    de la sociedad capitalista (Aric, 2011:155). Esta necesidad se articula con un concepto que es

    trabajado reiteradas veces por Aric, la idea de asincrona. Ella da cuenta de la imposibilidad de

    la transparencia entre las distintas instancias del orden social. En el caso de Aric, es llevada al

    plano del anlisis de las relaciones sociales capitalistas en las diferentes formaciones sociales. De

    ese modo, Amrica Latina es irreductible a una lnea de desarrollo que estara forjada en Europa.

    Existe, por supuesto, una relacin entre ambas, pero ella debe ser enfocada desde el

    reconocimiento nacional, esto es, desde la especificidad de cada proceso singular en su

    articulacin universal, y no a la inversa. La periferia suele ser una muestra cabal de asincrona,

    pues las fuerzas sociales que resultan clave en los procesos polticos progresivos presentan un

    que exploraremos en el prximo apartado- entre los elementos que sealamos del marxismo perifrico y algunos planteos de Louis Althusser respecto del concepto marxista de contradiccin.

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    desfase respecto de aquellas que deberan hacerlo de acuerdo a un canon terico que se

    pretenda infalible. En casos como Rusia, China o Amrica Latina, esto se manifest bajo la

    forma de la debilidad del proletariado en los procesos revolucionarios. Segn Aric, hacia el

    final de la vida de Marx Rusia le plante esta necesaria reconsideracin, y salieron de all

    muchos de sus ms interesantes textos. Sin embargo, la canonizacin del marxismo a manos de

    la Segunda Internacional en primer lugar, y su posterior anquilosamiento como ideologa de

    Estado en la Unin Sovitica obturaron esta apertura. Pero la periferia apareci siempre

    proveyendo la alerta respecto de la necesidad de concebir como un problema la relacin entre

    teora marxista y poltica. As, en Amrica Latina lo hizo Maritegui y lo hara luego la

    experiencia de la Revolucin Cubana.

    Es importante subrayar aqu que el problema de la asincrona es puesto manifiestamente en el

    orden de lo visible por las formaciones sociales perifricas, pero no rige slo para ellas, pues ello

    no supondra ninguna ruptura, sino una caracterstica todava compatible con frmulas filosficas

    positivistas (la asincrona sera una anomala propia de las formaciones sociales atrasadas). Se

    trata en realidad de una contribucin al marxismo en su conjunto. Vale decir, tampoco existen

    sociedades capitalistas sincronizadas donde se verifique transparencia entre economa y

    poltica, ni para las que s valdra una filosofa positiva de la historia. Esa es la virtud epistmica

    del atraso. Ella no consiste en producir una visin singular para su condicin especfica, sino

    en operar como sntoma que revela que la filosofa marxista en su conjunto debe ser revisada

    teniendo en cuenta estos problemas. En el prximo apartado intentaremos enfocar este problema

    desde una perspectiva terica.

    Dislocaciones

    Inicibamos este trabajo haciendo nuestras las caracterizaciones con que Althusser desarroll su

    lectura de Marx. Para esta figura esquiva del panten marxista, el punto de partida de la reflexin

    marxista ha de ser el punto de vista de la totalidad. Ello no sera, per se, una novedad de Marx,

    tambin el de Hegel es un pensamiento de la totalidad (y as lo comprendera tambin el

    marxismo hegeliano de Lukcs, cuyo clebre punto de vista de la totalidad aunque bien

    diferente del althusseriano- lo confirma). Lo singular del camino inaugurado por Marx estribara

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    en la idea de totalidad estructurada. Sin aspirar, por cuestiones de espacio, a hacer un largo

    desarrollo de lo que esto implica4, consignamos que ella supone una compleja composicin de

    instancias relativamente autnomas, con una historia y una legalidad propias, articuladas entre s

    por una determinacin en ltima instancia del nivel de lo econmico-, lo cual implica tambin

    una preeminencia de la totalidad sobre las partes. Ahora bien, la principal consecuencia de la

    apuesta althusseriana, es la crtica a la causalidad expresiva, en virtud de la cual cualquier

    acontecimiento podra ser reenviado a una esencia ltima del proceso social en su conjunto, del

    cual sera, precisamente, una expresin. Althusser demuestra que detrs de la causalidad

    expresiva opera a sus anchas una filosofa idealista que elude la complejidad de un anlisis

    especfico, acudiendo a la certeza de un elemento que ordenara absolutamente la totalidad. A

    travs de esta operacin, la relacin entre cualquier elemento de la totalidad, sera evidente, antes

    que problemtica. Por el contrario, sostiene Althusser, no existe una contradiccin simple

    (capital-trabajo) que gobierna la totalidad social, sino que ella aparece siempre

    sobredeterminada:

    [] la contradiccin es inseparable de la estructura del cuerpo social todo entero, en el que ella acta, inseparable de las condiciones formales de su existencia y de las instancias mismas que gobierna, que ella es

    ella misma afectada, en lo ms profundo de su ser, por dichas instancias, determinante pero tambin

    determinada en un solo y mismo movimiento, y determinada por los diversos niveles y las diversas instancias

    de la formacin social que ella anima; podramos decir: sobredeterminada en su principio (Althusser,

    1974:81)

    En este Todo complejo estructurado ya dado (Althusser, 1974: 160 y ss.), no es posible hallar

    un origen, ni histrico ni conceptual, que otorgue garanta de orden a la complejidad de la

    contradiccin. Al no ser ninguna instancia reductible a un elemento fundante sin ir en desmedro

    de la existencia de una determinacin en ltima instancia-, cae la posibilidad de acudir a la

    comodidad de la causalidad expresiva.

    En los esquemas de aqul modo simple de leer la sociedad, podramos ubicar al marxismo

    ortodoxo, tradicional o vulgar. O, conscientes de que estas nominaciones opacan ms de lo que

    aclaran, podramos pensar en lo que Ernst Bloch pensaba como las corrientes fras del

    marxismo, aqullas que tendan a sobrevalorar la dimensin tcnica y productivista del

    desarrollo, que asume entonces el lugar de base para el clculo de las condiciones reales de

    4 Para ello reenviamos, principalmente, a Contradiccin y sobredeterminacin y Sobre la dialctica materialista, en Althusser (1974).

  • 9

    existencia (Bloch, 2004)5. En este modo de pensar tentacin que, por lo dems, retorna

    constantemente, tanto dentro como fuera del marxismo-, los diferentes elementos

    responderan a una lgica determinante y anterior que los explicara, de modo que sus lgicas

    asumen el carcter de meros efectos. Contra esto, la totalidad esgrimida por Althusser supone

    siempre la existencia de relaciones problemticas, cuestiones que deben ser pensadas en su

    especificidad, sin poder acudir a frmulas ltimas omnicomprensivas. Si no existe la

    correspondencia entre los niveles, pero tampoco estamos frente a meras contingencias, se trata

    de fijar la atencin en las permanentes dislocaciones en torno de las que se ordena la totalidad.

    Ellas no se oponen a una forma natural (una forma de correspondencia correcta), sino que

    constituyen el modo mismo de organizarse de una composicin que no responde a un principio

    unitario que la gobierne.

    As, la poltica para el conocimiento no es una expresin de un ordenamiento que la regira en

    todas sus determinaciones, sino un problema a ser dilucidado en su articulacin especfica (amn

    de lo cual persiste un exceso respecto de cualquier dilucidacin, vale decir, una justa lectura de lo

    poltico, por ms que est despojada de resabios idealistas, no garantiza una prctica poltica

    exitosa). De all la radical importancia de la coyuntura en el planteo althusseriano. Aunque

    Althusser construye esta nocin de contradiccin a partir de su trabajo sobre principalmente- El

    Capital, consideramos que podemos sobreimprimir aqu las conclusiones del apartado anterior.

    Pues uno de los elementos ms contundentes que se desprenden de los textos del autor de La

    Revolucin terica de Marx es la crtica a las garantas que proveera una filosofa positiva de la

    historia como ncleo terico del marxismo. El ltimo Marx, la lectura althusseriana de El

    Capital y los trabajos de marxistas latinoamericanos como Jos Aric, coincidirn entonces en

    las enormes potencialidades tericas que se abren a partir de la ruptura con el lastre que se

    esconda tras las supuestas deudas filosficas de Marx con Hegel. Cabe recordar que

    precisamente el Marx y Amrica Latina de Aric apunta a sealar como principales causas del

    desencuentro entre los dos trminos que componen el ttulo del libro a las dificultades

    epistmicas que Marx atravesaba como herencia de su relacin fundante con la filosofa

    5 A los efectos de este trabajo, estas corrientes se encontraran, fundamentalmente, en el marxismo de la Segunda y

    la Tercera Internacional y en sus correlatos latinoamericanos, sobre todo en los Partidos Comunistas de la regin al menos hasta la revolucin cubana.

  • 10

    hegeliana. Tanto cierto apego a la nocin de pueblos sin historia, que Amrica Latina

    integrara por la dificultad a los ojos de Marx- para inteligir salidas progresivas en el caos

    poltico y social que atravesaba en el siglo XIX, como la reticencia a admitir la productividad del

    Estado y la esfera poltica para producir las sociedades latinoamericanas, seran efectos de su

    relacin con Hegel que impiden a Marx analizar especficamente la realidad de la regin (en el

    primer caso se tratara de una especie de resabio presentado casi como inconsciente por Aric, en

    el segundo de una confrontacin contra el Estado racionalizante hegeliano que se remonta a los

    aos de juventud de Marx, a partir de los cuales ste quedara atrapado en una nocin de

    Estado-parsito que, con matices, lo acompaara a lo largo de toda su produccin terica). Todo

    lo cual lo conduce a la paradoja de abandonar sus anlisis de las condiciones sociales especficas

    que permiten comprender un fenmeno, sustituyndolas por prejuicios exteriores al proceso,

    alcanzando el paroxismo en el folleto caricaturesco sobre Bolvar, donde las desventuras de una

    figura grotesca demasiado parecida a Luis Bonaparte sustituyen la comprensin de un complejo

    proceso de transformacin poltica y social que aconteca en toda Amrica Latina (Aric, 1982).

    Por otro lado, el correlato europeo de los debates latinoamericanos sobre la crisis del

    marxismo encontrara a Althusser publicando un poderoso texto llamativamente afn con los

    consignados planteos de autores como Jos Aric y Oscar del Barco. Althusser presenta al

    marxismo como una teora finita6, lo cual:

    [] significa sustentar la idea esencial de que la teora marxista es todo lo contrario de una filosofa de la historia que pretende englobar, pensndolo efectivamente, todo el devenir de la humanidad, y capaz por lo tanto de definir anticipadamente de manera positiva el punto de llegada: el comunismo (Althusser, 1982:12)

    El propio Althusser desarrolla este argumento consciente de que en la historia del marxismo (y

    en la trayectoria del propio Marx) han existido tentaciones de concebirlo como una filosofa de

    la historia. Contra ellas, la idea de finitud supone la apertura del marxismo a las tendencias

    contradictorias de una sociedad en permanente transformacin, para la cual no existen frmulas

    cerradas que permitan conocerla acabadamente. La finitud, entonces, remite a una teora crtica

    del modo de produccin capitalista, cuya aspiracin no podra exceder el sealamiento de sus

    6 El Marxismo como teora finita, redactado en 1978, fue editado por Jos Aric en 1982, en el volumen Discutir el Estado. Posiciones frente a una tesis de Louis Althusser, en el marco de la coleccin El tiempo de la poltica, que diriga en la editorial mexicana Folios. Con la participacin de las ms salientes figuras del marxismo europeo en especial del italiano-, el libro compila artculos que debaten, a partir del texto de Althusser, el problema de si existe una teora marxista del Estado y de la poltica.

  • 11

    tendencias contradictorias y de la posibilidad de superarlo a partir de ellas. Al no ser ms ni

    menos- que esa su aspiracin, resulta posible plantear una multiplicidad de problemas a ser

    tratados especfica y agudamente. El efecto, en trminos de conocimiento, es la necesidad de

    permanente produccin, lo que supone una contraposicin plena a la ilusin de aplicacin de un

    cuerpo cerrado de categoras a una realidad determinada, esperanza siempre solapada bajo las

    explicaciones mecnicas a las que acude el mencionado marxismo fro. De modo que si los

    procesos sociales son siempre procesos complejos que no pueden reducirse a puntos de origen o

    determinacin plena, el conocimiento de esa complejidad estar siempre articulado por una

    sucesin de dislocaciones entre los niveles que la componen, bajo la imposibilidad de construir

    una unidad presidida por un elemento a priori.

    Encuentros

    En los aos ochenta, Althusser irrumpi nuevamente en los debates marxistas con sus hiptesis

    acerca del materialismo aleatorio, en virtud del cual la sociedad slo puede entenderse por el

    encuentro entre elementos sin una racionalidad global que los anteceda. Continuando con la

    crtica de toda mitologa del Origen, pero ya sin temor a rupturas radicales con los marxismos

    oficiales, Althusser colocaba a Marx en una tradicin compartida con figuras como Epicuro,

    Maquiavelo y Spinoza. Para todos ellos, una forma determinada de articulacin no obedece ms

    que a s misma, excluyendo todo principio que la ordenara originariamente. El encuentro es

    obra de las circunstancias y del azar antes que de la Razn en cualquiera de sus formas

    (Althusser, 2002).

    Qu mejor forma, entonces, de pensar una tradicin o, mejor, una corriente de pensamiento?

    Esta no obedecera a la inscripcin consciente de los autores (o escuelas) en una gramtica

    unitaria, sino a la existencia de un fondo comn que aparece, en realidad, a los ojos de quien

    interpreta ese linaje antes que como propiedad intrnseca de sus componentes. A partir de lo

    dicho, entonces, quisiramos proponer un encuentro entre los fragmentos recorridos en este

    breve texto. As, el ltimo Marx, el marxismo latinoamericano y Louis Althusser podran ser

    trazos de una escritura comn que interroga agudamente el problema del conocimiento y la

    poltica en el marxismo.

  • 12

    Es innegable que el marxismo ha estado habitado por la tentacin de omitir la dificultad del

    pasaje del conocimiento a la poltica. A lo largo de toda su historia (incluido, por supuesto, el

    presente), se ha tendido recurrentemente a considerar de diversos modos, contrariamente a la

    idea de incompletud del marxismo que aqu presentamos, que la posesin de un punto de vista

    marxista resuelve de antemano la justeza tanto de la concepcin de lo poltico como de la

    prctica poltica en s misma.

    Por el contrario, aqu nos interesa rescatar el carcter problemtico de esa relacin. No

    casualmente, ste se constituye en tanto la pregunta misma por el conocimiento est atravesada

    por una necesidad poltica En el caso de Marx, su inquietud funda de algn modo la recurrente

    cuestin del vnculo entre marxismo y movimiento real, bajo la forma de la alarma que le

    produce una lectura mecnica y pretendidamente marxista de la realidad rusa, pero que

    envolva en realidad una filosofa de la historia universal que no atenda la especificidad del

    proceso en cuestin. Por su parte, ya Maritegui, en sus clebres Siete Ensayos, estableca un

    llamativo paralelo entre la realidad peruana de los aos veinte y la Rusia de finales del siglo XIX

    (Maritegui, 1972:64). En la misma direccin, Jos Aric, medio siglo ms tarde, llamaba la

    atencin sobre la afinidad entre ambas realidades. Afinidad que se manifiesta tanto en la forma

    que asumen los sectores subalternos (la persistencia de formas sociales comunitarias que se

    activan polticamente), como en la disposicin de las capas de jvenes intelectuales

    disconformes con la sociedad letrada para, en los trminos del populismo ruso, ir hacia el

    pueblo. El resultado comn, subrayado ms de una vez por el intelectual cordobs, es la

    posibilidad de pensar el marxismo desde una perspectiva crtica y profundamente renovadora, y

    no ya como aquella filosofa positiva de la historia en virtud de la cual el progreso capitalista

    aplastara otras alternativas de vida social (lo cual deba ser celebrado por el socialismo en tanto

    heredero de dicho progreso), despreciando por ello todo sujeto social que no se emparente con el

    desarrollo de las fuerzas productivas como clave del cambio social. Esta apertura permitira al

    marxismo ser crtico de las grandes narraciones filosficas decimonnicas herederas de la

    Ilustracin en lugar de presentarse como una de ellas- y buscar en las potencialidades inscriptas

    en cada realidad especfica las condiciones para la emancipacin (Aric, 1982). Por su parte, es

    conocida la frmula althusseriana por la cual las posiciones filosficas suponen tomar parte de

    la lucha de clases en la teora, ya que la poltica constituye el punto sensible de la filosofa,

    an cuando aparezca reprimido en las filosofas burguesas. As, su crtica de las desviaciones

  • 13

    tericas en el seno del marxismo es tambin un intento por comprender las trgicas derivas del

    socialismo en el siglo XX, a las cuales esas desviaciones habran contribuido. Entre ellas,

    Althusser destaca el economismo, evolucionismo, voluntarismo, humanismo, empirismo,

    dogmatismo (Althusser, 1970:42). Todas ellas tienen su origen en los intentos por anudar a

    Marx con la filosofa hegeliana de la contradiccin simple, razn por la cual la empresa de

    subrayar la ruptura de Marx con Hegel es un modo de hacer poltica en la teora. De manera que

    esa necesidad poltica es, valga el juego de palabras, la de desanudar a la poltica de la necesidad

    (entendida como pura determinacin emanada de un saber que la antecede). Ahora bien, esta

    operacin no tiene por objeto atarla con la misma intensidad a la pura contingencia, sino sealar

    que una crtica del idealismo que se esconde tras el conocimiento pensado desde una filosofa de

    la historia, coloca a la poltica como una articulacin situada a descifrar en su especificidad

    histrica, coyuntural, etc.-. Ese desciframiento es precisamente el conocimiento de la poltica,

    pero cabe sealar una vez ms que, adems de objeto de conocimiento, la poltica supone un

    exceso que escapa a estos dilemas epistemolgicos, y que pertenece en realidad a la cuota de

    imprevisibilidad implcita en la lucha de clases (es decir: la justeza del conocimiento de la

    poltica no tiene por consecuencia necesaria la justeza de la prctica poltica la victoria-).

    Podramos pensar estos planteos como intervenciones en el campo del marxismo, dirigidas a

    subrayar los distintos y antagnicos- modos de comprender el vnculo entre conocimiento y

    poltica. Una filosofa de la historia (cuya mayor ventaja reside precisamente en el hecho de ser

    una teora suprahistrica) aparece como efecto de una construccin terica sin fisuras y regida

    por un principio ordenador unvoco esto es, que no hace lugar a lo que excede a sus conceptos-,

    que permite colocar a cada una de sus instancias en el nivel de expresiones de aqul, y, por tanto,

    perfectamente reductibles y deducibles. De esa manera, en lo que constituye un ejercicio

    idealista arquetpico, del conocimiento de esa filosofa se derivar tanto el orden de lo poltico

    como las distintas dimensiones de lo que sera una prctica poltica revolucionaria. A la manera

    de una evidencia, se tratar simplemente de pasar el rasero de esa filosofa por la coyuntura

    particular que se analiza, caracterizar el estadio en que la misma se encuentra en todos sus

    planos, siempre gobernados por formas perfectas de correspondencia- y buscar (o producir) los

    sujetos sociales y las organizaciones polticas trminos a los que tambin les cabra una

    evidente correspondencia- que expresen el desarrollo del principio ordenador y, por ende,

    realicen la garanta emancipatoria que ste esquema contiene (pues esa es, en ltima instancia, la

  • 14

    gran ventaja de este planteo: provee una certeza que el marxismo como teora finita apenas

    sugiere).

    Por otra parte, aparece una relacin entre conocimiento y poltica que emerge de concebir a la

    sociedad como una articulacin compleja y cuyo principio, en todo caso, es la dislocacin entre

    las partes. Esto implica una forma de estructuracin que no puede ser develada de antemano, por

    lo cual el anlisis especfico se antepone a la deduccin de una teora general. Esto no implica

    que no pueda operarse con conceptos generales, sino simplemente que ellos no anteceden a la

    singularidad del proceso social, siempre constituido de un modo histricamente determinado. En

    ese marco, cobra valor la categora de coyuntura, pues es a partir de ella que se puede dar cuenta

    de las fisuras que presenta una articulacin social (contradicciones especficas, fuerzas sociales

    activas, etc.). No otra cosa planteaba Aric cuando subrayaba el suelo nacional como el lugar

    desde donde desplegar la potencialidad crtica del marxismo, o Althusser cuando reivindica al

    Lenin que encuentra en Rusia el eslabn dbil de la cadena imperialista. De este modo, la

    anulacin de un principio ordenador que gobierna la totalidad social significa tambin la prdida

    de garantas, tanto en trminos de sujetos sociales que encarnen la posibilidad de transformacin

    como de prcticas polticas a llevar adelante en tal sentido. Ahora bien, esa prdida sera

    merecedora de lamentos slo si la persistencia de aquellas garantas preservara algn sentido

    para la accin poltica, o para los modos de conocer. Por el contrario, si en realidad es slo un

    revestimiento para embellecer las diversas formas en que una cerrada filosofa de la historia

    intenta reaparecer en el marxismo, cobra valor la apuesta por hallar trazos de intentos por

    enfrentar el desafo que supone entender el conocimiento de la realidad social como un problema

    con el que debe lidiarse una y otra vez. La poltica, entonces, no es sino un aspecto de ese

    problema, en tanto constituye tambin una forma de conocimiento que resulta igual de

    problemtica cuando no existen principios exteriores que le provean pleno sentido. De este

    modo, no hay respuestas afirmativas para la relacin entre conocimiento y poltica; o tan solo

    podemos afirmar que la imposibilidad de la transparencia entre ambos funda la complejidad de la

    relacin. En todo caso, la perspectiva de la emancipacin ser la que gobierne los esfuerzos

    puestos en develar incesantemente las formas en que esta cuestin se presenta. En este sentido, el

    marxismo no deja de caracterizarse por ser un saber que encuentra su verdad en la prctica, lo

    cual torna dramticamente urgente la necesidad de formular una y otra vez el problema del

    conocimiento y la poltica.

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    Bibliografa

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