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10 Desarrollo territorial y agricultura familiar PROYECTO INSIGNIA Inclusión en la agricultura y los territorios rurales Cuaderno de Trabajo sobre Inclusión Humberto Oliveira, Renato S. Maluf y Mireya Valencia

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10 Desarrollo territorialy agricultura familiar

PROYECTO INSIGNIA Inclusión en la agricultura y los territorios rurales

Cuaderno de Trabajo sobre Inclusión

Humberto Oliveira,Renato S. Maluf y

Mireya Valencia

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Presentación ...................................................................................................v

I. Agricultura familiar, territorios y ruralidad: construyendo políticas públicas diferenciadas e innovadoras para el bienestar rural ..............1

1. La Agricultura Familiar es una fuerza política emergente en el medio rural ...............................................................12. La Agricultura Familiar invita a una relectura del mundo rural .........73. La Agricultura Familiar demanda un nuevo enfoque de desarrollo rural .................................................................94. La Agricultura Familiar apunta al desafío de la construcción de políticas públicas diferenciadas ...............................12

II. Aspectos conceptuales de las nociones de ruralidad, territorios y agricultura familiar y su integración en políticas públicas diferenciadas e innovadoras ..................................................................15

1. Significados de rural y ruralidades contemporáneas .........................162. Sobre el enfoque territorial ...............................................................213. El lugar central de la agricultura de base familiar y diversificada .....254. El requisito de políticas públicas diferenciadas y coordinadas ..........34Referencias bibliográficas ..........................................................................39

III. Territorios y sus agriculturas familiares: alternativas para un desarrollo inclusivo ...................................................................43

1. Una nueva mirada a la ruralidad latinoamericana ............................442. El enfoque territorial en América Latina ..........................................523. La importancia de la agricultura familiar para el desarrollo de los territorios rurales en América Latina y el Caribe ....................54Considerarciones finales ...........................................................................59Referencias bibliográficas ..........................................................................61

Índice

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vDesarrollo territorial y agricultura familiar

Presentación

El Cuaderno de Trabajo sobre Inclusión n° 10, elaborado como parte del Proyecto Insignia Inclusión en la Agricultura y los Territorios Rurales del IICA (2014-2018), tiene como inten-ción ofrecer elementos que contribuyan a mejorar la articulación conceptual y operativa ente la agricultura familiar y los territorios rurales. En este sentido, presenta tres insumos elaborados por profesionales con amplia experiencia en ambas temáticas.

En el primero, Humberto Oliveira, Representante del IICA en Colombia y ex Secretario de Desarrollo Territorial del Ministerio de Desarrollo Agrario de Brasil, hace referencia a la importancia de la agricultura familiar como fuerza política emergente en el continente, así como su importancia para la socie-dad latinoamericana, reconociendo su diversidad y múltiples funciones, pero especialmente su naturaleza territorial. Se refiere también al potencial del enfo-que territorial para facilitar la inclusión y el protagonismo de los habitantes, promover una actuación intersectorial e implementar políticas públicas dife-renciadas que reconozcan la heteroge-neidad de la agricultura familiar.

Seguidamente, Renato Maluf, de la Universidad Federal Rural de Rio de Janeiro, Brasil, ofrece una síntesis de aspectos conceptuales presentes en las nociones de ruralidad, territorio y agricultura familiar, apuntando a la necesidad de caracterizar y tipifi-car ese segmento social con base en criterios comunes que integren va-riables sociales, económicas, políticas y ambientales, y de esa forma contri-buir en el diseño de políticas públicas diferenciadas. Finalmente, Mireya Valencia, de la Universidad de Brasília, Brasil, realiza un repaso de la evolución de las con-cepciones de ruralidad, territorio y agricultura familiar en el entorno la-tinoamericano, remarcando la impor-tancia de la agricultura familiar para la región, y el que su fortalecimiento pasa por una adecuada comprensión de los territorios rurales, de los cuales es parte esencial.

João TorrensLíder del Proyecto Insignia Inclusión en la Agricultura y los Territorios RuralesInstituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura

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1Desarrollo territorial y agricultura familiar

El abordaje de la agricultura familiar debe trascender el análisis meramente sectorial, con el objetivo de ofrecer argumentos para una posición insti-tucional innovadora, tomando en con-sideración lo más actual en los debates sobre la formulación y gestión de polí-ticas públicas para el desarrollo rural, en los cuales han participado en los úl-timos diez años gobiernos, sociedad ci-vil, organismos de cooperación técnica y academia. Este capítulo se refiere en particular al abordaje integral de la agricultura familiar.2

1. La Agricultura Familiar es una fuerza política emergente en el medio rural

La declaración de las Naciones Unidas, que celebró el Año Internacional de la Agricultura Familiar en 2014, ha sido un momento histórico para el mundo rural del siglo XXI. Sin duda es un reconocimiento para cerca de 2 mil millones de personas que habi-tan el planeta dedicándose a una acti-vidad milenaria, la agricultura – y en su forma más original, la agricultura

I. Agricultura familiar, territorios y ruralidad: construyendo políticas

públicas diferenciadas e innovadoras para el bienestar rural

Humberto Oliveira1

1 Representante del IICA en Colombia y exSecretario de Desarrollo Territorial de Brasil.

2 Este texto se basa en una presentación realizada en el Encuentro Centroamericano y de la República Dominicana sobre Agricultura Familiar, en El Salvador, en octubre del 2014, con elaboración posterior por parte de su autor y revisiones subsiguientes por parte de Rafael Echeverri.

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familiar - responsable por la primera gran revolución tecnológica de la his-toria de la civilización humana.

Ese reconocimiento eleva a la agricul-tura familiar a una condición muy es-pecial en el escenario mundial, al traer visibilidad para esta población, que en 500 millones de unidades productivas familiares en los cinco continentes, cumple importantes papeles en la vida y en el desarrollo de las naciones. Esos múltiples papeles, que solamente la agricultura de base familiar es capaz de cumplir, por su naturaleza propia, ga-rantizó su preservación y su reproduc-ción en el medio rural, coexistiendo con una agricultura asentada en la ló-gica industrial de producción, favore-cida por la aplicación del conocimiento científico que la sociedad acumuló, es-pecialmente en los campos de la quí-mica y de la genética.

Esa revelación de una agricultura fa-miliar tan numerosa y tan estratégica para las actuales sociedades modernas y urbanizadas, que mantiene sus vín-culos con el pasado más remoto y re-cupera la importancia de la vida rural, demuestra la necesidad del apoyo de políticas públicas para que ella pase a ser tratada como parte de la solución del futuro de la humanidad y de la vida en el planeta y no como un estorbo, como algo no resuelto del pasado en el proceso civilizatorio.

Este es, por tanto, el momento crucial de aprovechar el potencial movilizador

de capacidades y energías políticas ge-nerado por el Año Internacional de la Agricultura Familiar, para avanzar en la búsqueda de soluciones para el de-sarrollo sostenible tan deseado y re-querido en las circunstancias actuales, teniendo la agricultura familiar como gran y potencial aliada.

El primer paso en esa dirección es el reconocimiento del uso reciente del concepto político de agricultura fami-liar que tornó visibles a agricultores anteriormente marginalizados, reve-lando una fuerza política emergente en el medio rural. La agricultura fami-liar, de una forma muy sorprendente, en corto espacio de tiempo, pasó a ser la principal referencia de organización de la pauta política de los movimien-tos sociales del campo y en apenas dos décadas, esos movimientos sociales consiguieron colocar a la agricultura familiar en el más alto nivel de visibili-dad de una idea-fuerza, con la declara-ción de la ONU del Año Internacional de la Agricultura Familiar, movilizando 360 entidades de 60 países en esta reivindicación.

En esta trayectoria ascendente gobier-nos, academia, organismos de coo-peración internacional, cooperativas, organizaciones de la economía solida-ria, partidos políticos y la sociedad en general pasaron a referirse a un con-cepto organizador con el cual todos identifican un tipo de agricultura en cuyo centro de decisiones y trabajo en la unidad de producción está la familia.

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El resultado práctico e inmediato es el reconocimiento de una categoría im-portante en el medio rural, que tiene una representación numérica signi-ficativa correspondiente a una parte considerable de población formada por hombres y mujeres que habitan los territorios rurales de cada país. En América Latina y el Caribe son más de 70 millones de personas en 17 millones de unidades de producción familiar, que en general representan la mayor parte de los establecimientos agrope-cuarios en cada uno de los países. La producción proveniente de esos estabe-lecimientos es muy alta. El valor agre-gado agrícola varía de 19 a 60% entre los países de las regiones sur y andina en la América del Sur y en la América Central. Lo más importante es que esta producción está directamente aso-ciada a la dieta básica consumida por los latinoamericanos, siendo ella fun-damental en el campo de la seguridad alimentaria. Pero, también se produce en la agricultura familiar fibras, cue-ros, cosméticos, medicamentos, plan-tas ornamentales, textiles y maderas en cantidades importantes y porcentajes elevados, variando de país a país.

Las sociedades de los países de América Latina comienzan a comprender de forma muy clara la existencia y la par-ticipación estratégica de la agricultura familiar en la formación del valor bruto de la producción, en la ocupación de mano de obra en el campo, en su aso-ciación con modos sostenibles de pro-ducción, como la producción orgánica,

biodinámica o agroecológica. También comienza a ser comprendida la relación entre la agricultura familiar y la con-servación de las tradiciones y del modo de vida en el medio rural, con estrecha relación entre la protección de varie-dades de productos sujetos a la desa-parición y extinción, y la diversidad de alimentos y de formas de procesarlos, que aseguran una riqueza gastronó-mica aún presente en el planeta.

Con el reconocimiento viene aumen-tando el número de políticas públicas destinadas a la agricultura familiar, como planes, programas y proyectos específicos en el sector agrícola dirigi-dos al financiamiento, a la asistencia técnica, a seguros agrícolas y a las com-pras públicas de productos de la agri-cultura familiar. Los gobiernos vienen demandando proyectos de cooperación técnica con organismos multilaterales para encontrar nuevas metodologías, enfoques y contenidos para la implan-tación y la gestión de políticas públicas para la agricultura familiar en América Latina y el Caribe. Por otro lado los sec-tores académicos aumentan su interés en el tema haciendo surgir nuevos es-tudios, investigaciones y cursos desti-nados a estudiar la agricultura familiar, los territorios y el desarrollo rural.

Están surgiendo cooperativas y orga-nizaciones económicas de agricultores familiares en todas partes, donde se buscan formas de representación más adecuadas al interés de esa categoría y especialmente sistemas de gobernanza

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en que sea posible actuar con la diversi-dad y el peso numérico de agricultores familiares, con ganancias de eficien-cia en la conducción de los negocios y mantenimiento o preservación de mé-todos democráticos y participativos en la gestión de los emprendimientos.

Esta fuerza política movilizada alre-dedor de la agricultura familiar, en la medida en que se disemina en cada país y región del continente, frente a las particularidades encontradas en el medio rural, va apuntando a la necesi-dad de ampliación del debate e inclu-sión de viejos y conocidos temas como la pobreza rural, el acceso a la tierra, las relaciones de género y generación, los modos de producción indígena y campesina, además de otros conside-rados actuales y no menos importan-tes, como aquellos relacionados con el cambio climático, la comprensión de una nueva ruralidad y el uso del enfo-que territorial. El hecho común es que tanto los nuevos como los viejos temas están siendo abordados a partir de ese concepto organizador que es la agricul-tura familiar. Están siendo colocados en la mesa de discusión a partir de un reconocimiento de la importancia es-tratégica de la agricultura familiar y de los resultados, en contraste con un de-bate conducido exclusivamente por un sesgo ideológico, muchas veces externo a los propios intereses de los actores políticos del medio rural. Se trata, por lo tanto de un momento sin igual en el continente en que se puede avanzar en la construcción de nuevas soluciones

en las que la agricultura familiar y lo rural consigan tener un protagonismo sobresaliente y se constituyan como una alternativa al desarrollo de las na-ciones latinoamericanas.

Para que este momento sea adecuada-mente aprovechado, hay que consoli-dar en las instituciones que actúan en representación de y apoyo a la agricul-tura familiar tres ideas centrales, to-madas como corolarios esenciales para la formulación y gestión de políticas públicas:

1) la diversidad de la agricultura fa-miliar no es un problema sino una ventaja, una riqueza sobre la cual se construyen soluciones;

2) la agricultura familiar desempeña múltiples funciones en el medio rural, siendo una particularidad ex-clusiva de ese tipo de agricultura;

3) la agricultura familiar por su natu-raleza es territorial.

La diversidad de la agricultura en el mundo, y en particular en América Latina, viene de su mimetismo, que es la capacidad de adaptarse a las diferen-tes situaciones ambientales, sociales, político institucionales y económicas de los territorios rurales. Así la agri-cultura familiar practicada en la región amazónica es diferente de la agricultura familiar realizada en la región andina, siendo ambas agriculturas familiares. También son agriculturas familiares aquellas que se dedican al autoconsumo y las que se destinan a los mercados,

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incluyendo el externo. Los que produ-cen alimentos a partir de sus explota-ciones agrícolas o pecuarias y los que producen materias primas, productos ornamentales o, aún, los que producen agrobioenergía son todos ellos agricul-tores familiares que se diferencian por el tipo de producción y su inserción económica en los mercados. Están en la agricultura familiar los sin tierra, los beneficiarios de la reforma agraria, los que poseen pequeñas áreas agrícolas y los que poseen áreas mayores, maneja-das siempre por el trabajo de la familia que tiene autonomía en la gestión de la unidad de producción. La agricul-tura familiar es campesina, indígena, quilombola, extractivista, ribereña, así como es comercial o empresarial. La agricultura familiar es practicada con técnicas rudimentarias de cultivo y con la incorporación de tecnologías moder-nas de producción, siendo agricultu-ras familiares de diferentes resultados en la productividad y en la generación de renta. Aunque la agricultura fami-liar sea necesariamente empleadora de mano de obra, también se diferen-cia por su intensidad de empleo de la fuerza de trabajo. Aunque sea deseable una agricultura agroecológica u orgá-nica, la gran mayoría de los agriculto-res familiares que producen para los mercados aún no adoptan ese modelo sostenible de producción pero, inde-pendiente de esto, mantienen su con-dición de agricultores familiares.

Esa diversidad reconocida y valori-zada es una ventaja excepcional de la

agricultura familiar que le permite una cobertura capaz de representar una fuerza política en el continente que justifica la necesidad de más y mejores políticas públicas que atiendan a todas las agriculturas familiares. En este caso, el esfuerzo necesita ser en el sentido de construir y ampliar alianzas entre las diferentes agriculturas familiares, en lugar de establecer filtros y excluir parte de los agricultores familiares, por normativas y condicionantes que re-ducen el contingente representado y llevan a maniqueísmos de toda espe-cie, creando los buenos y malos agri-cultores familiares, según los criterios de quien los utiliza, pudiendo ser bue-nos los modernos o los tradicionales, los comerciales o los del autoconsumo, los de bajo o de alto rendimiento eco-nómico, los que tienen poca tierra o aquellos que tienen tierras suficientes, los campesinos o los empresarios.

Esa diversidad de la agricultura fami-liar es lo que le permite realizar sus múltiples funciones en una sociedad, cumpliendo un papel en el desarrollo del territorio rural o del país. La agri-cultura familiar en su diversidad puede contribuir con la producción de bienes y servicios para una sociedad de ma-nera amplia, siendo capaz de atender a diferentes objetivos en la dimensión económica, ambiental o sociocultural. Es en esos términos que la agricultura familiar está cada vez más relacionada con objetivos estratégicos como la se-guridad alimentaria y nutricional por su capacidad de producir alimentos

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para un territorio, una región o un país, así como está relacionada con su capa-cidad de generación de renta y dina-mización económica de los territorios rurales, por su capacidad productiva y por la oportunidad de generar ocupa-ción y trabajo en el medio rural.

Del punto de vista socioeconómico la agricultura familiar, con el estímulo de nuevas políticas públicas de transferen-cias directas enfocadas en la inclusión productiva, viene respondiendo a la re-ducción de la pobreza rural, mejorando el acceso a la alimentación y ampliando los niveles de renta de las familias. Es cada vez mayor el número de unidades de producción de la agricultura familiar que van generando excedentes comer-cializables, así como crece el número de unidades agroindustriales familiares. Programas de compras públicas creados por los gobiernos están entre las prin-cipales formas de generación directa de renta para la agricultura familiar, que estimulan el aumento de la producción de excedentes, influenciando también la mejoría de la calidad de los productos y, a la vez, la incorporación de conoci-mientos y tecnologías en los procesos de producción ofertados por servicios de asistencia técnica y extensión rural.

Pero la agricultura familiar también cumple un papel fundamental en la ocupación del medio rural, mante-niendo el interés vivo de las perso-nas por su cultura, por las relaciones de proximidad y por la construcción de un tejido social donde se destacan

territorios de identidad que se reve-lan por su diferenciación en relación a otros territorios rurales y se integran a la identidad de un país o de una re-gión, preservando características pe-culiares a su modo de vida. Es en este sentido que se dice que la agricultura familiar es responsable por resguardar el patrimonio cultural de un territorio rural, donde están conocimientos y sa-beres relacionados con varias manifes-taciones populares en la danza, en la música, en la literatura, en la culina-ria. Conocimientos que, a su vez, es-tán vinculados al trabajo y a la propia biodiversidad local, como la relación entre las tradiciones de la culinaria con la existencia de especies y variedades locales, criollas, de semillas, razas, ori-ginarios de aquel territorio específico.

La protección del patrimonio natu-ral, incluyendo el agua, la vegetación y los suelos es función que realiza la agricultura familiar, muchas veces si-lenciosamente, sin un atributo de valor comercial, sin un precio determinado. Sin embargo, es un servicio ambiental de la más alta relevancia para un país, así como es la ocupación física de los territorios relacionada a los temas de la seguridad nacional, principalmente en regiones de frontera.

Esa multiplicidad de funciones que cumple la agricultura familiar sola-mente es posible dada su diversidad. En su conjunto diversificado de situa-ciones es posible ofrecer más de un producto, de un servicio o de un bien

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a una sociedad. Es por esa razón que la agricultura familiar necesita ser vista en su diversidad insertada en su terri-torio, ya que la tercera premisa aquí apuntada es que la agricultura familiar es por naturaleza territorial.

La agricultura familiar no es una unidad de producción individual y tampoco es la suma aritmética de las unidades de producción de un territorio. Como ya fue visto, la agricultura familiar tiene como una de sus características, su am-plia diversidad y los territorios rurales, en general, son conformados por esas agriculturas familiares, que lo modelan y son modeladas por él. La mayoría de veces prevalece una agricultura familiar en determinado territorio frente a otras situaciones de agricultura familiar que coexisten y a veces disputan concep-ciones y proyectos. Es necesario enten-der que entre las agriculturas familiares de un territorio es posible que existan tano complementariedades y coopera-ción como conflictos. Una de las capa-cidades que debe ser desarrollada para el avance de la agricultura familiar en América Latina y el Caribe es la de reali-zar una lectura adecuada de cuáles tipos de agriculturas familiares conforman un territorio. ¿Cuáles son sus intere-ses comunes y cuáles son los intereses específicos? ¿Cómo se relacionan, cuál el grado de cooperación y de conflicto? ¿Cómo pueden formar alianzas estraté-gicas cooperación y de conflicto, y cómo pueden formar alianzas estratégicas en torno de proyectos o de un sistema te-rritorial de agricultura familiar?

2. La Agricultura Familiar invita a una relectura del mundo rural

El surgimiento en los últimos años de esa idea-fuerza en que se transformó la agricultura familiar, capaz de atraer la atención de gobiernos, academia, cooperación internacional, coopera-tivismo y otros sectores de la socie-dad, resultó en la búsqueda de otras respuestas para la promoción del de-sarrollo rural. Un ejemplo contun-dente es la necesidad de una relectura sobre lo rural, pues al considerar que la agricultura familiar es por natura-leza territorial, se vuelve fundamen-tal comprender mejor la concepción de ruralidad en el mundo contem-poráneo, dado que es ahí que ella se inserta, siendo afectada por macro de-cisiones de políticas sobre lo rural.

En otras palabras, el apoyo de políticas públicas a la agricultura familiar está condicionado en parte por ell apoyo de políticas públicas para el medio rural. Poco o nada se va a adelantar con que se tengan políticas agrícolas para desa-rrollar la agricultura familiar, si el me-dio rural continua siendo visto como un lugar del atraso, un lugar que se quedó atrás en el proceso de modernización de las sociedades urbano-industriales, un residuo de lo urbano, que es colo-cado en segundo lugar en relación a las prioridades en las políticas públicas de educación, salud, seguridad, comuni-cación, transporte, cultura, recreación e infraestructura.

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El hecho es que en América Latina, el modelo de desarrollo transferido de los países desarrollados del continente europeo, al igual que de América del Norte, llevó a una concentración de inversiones públicas en las áreas me-tropolitanas. Hacia ellas se dirigió el capital y las empresas, atrayendo a la población hacia esos entornos de opor-tunidades de acceso a políticas públicas de mejor calidad, donde se puede dis-frutar mínimamente de alguna condi-ción de ciudadanía.

Como consecuencia de ese proceso to-dos los países de América Latina, sin excepción, presentan dos situaciones diametralmente opuestas en términos de acceso a políticas públicas y dis-frute de las condiciones de ciudadanía: la de las áreas esencialmente urbanas de las metrópolis y de las grandes y medianas ciudades de un lado; o las áreas esencialmente rurales de los te-rritorios formados por pequeños aglo-merados urbanos, remotos y con baja densidad poblacional, de otro. Y es en ese segundo ambiente donde está pre-sente la mayor parte de la agricultura familiar de los países. Se concluye en-tonces que todos los resultados antes anunciados como contribuciones de la agricultura familiar a sus países se realizan en las más precarias condicio-nes de ciudadanía en que vive tan im-portante segmento de la sociedad, que produce, genera renta y resguarda el patrimonio de la sociobiodiversidad de las naciones, sin recibir de forma ade-cuada el reconocimiento materializado

en políticas públicas que les aseguren condiciones mínimas de bienestar.

Para agravar las cosas, hay una visión casi predominante de que la oferta de políticas públicas para la atención de la población de esos territorios rurales es más eficiente cuando se atrae a esa población hacia las medianas y grandes ciudades y a las áreas metropolitanas, pues se torna más racional el gasto pú-blico con la oferta de bienes y servicios en áreas de concentración de población y no en lugares remotos con población dispersa. Hay una especie de naturaliza-ción al dirigir políticas públicas básicas para los territorios esencialmente rura-les y remotos que aseguren derechos mínimos, dado que son ambientes de pobreza donde el mínimo ya se vuelve suficiente para mejorar las condiciones de vida y bienestar de una población extremamente carente. La visión pre-dominante en la gestión pública pasa a ser la de mover la población, en oposi-ción a identificar mecanismos adecua-dos de descentralización de las políticas e inclusión de los territorios rurales en el proceso de desarrollo del país.

Lo más grave es que entre la población que se retira de los territorios rurales a través de esos mecanismos de gestión pública están los agricultores familia-res, especialmente los más vulnerables en términos de renta, que cumplen además funciones sociales, ambien-tales y culturales de la agricultura fa-miliar en el territorio. Entre los más vulnerables también están los jóvenes

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rurales con el agravante de comprome-ter la sucesión rural y la reproducción de la agricultura familiar, provocando el fenómeno del envejecimiento en el medio rural. Las mujeres también es-tán entre las más afectadas, de dos for-mas diferentes. De un lado, en algunos países y regiones ellas están entre las primeras personas que migran creando el fenómeno de la masculinización en el campo y, por el otro, en algunas re-giones y países permanecen como je-fes de familia en situación aun más precaria de pobreza y sin condiciones que les permitan viabilizar la unidad de producción.

Tomando cualquier indicador de desa-rrollo en todos los países de América Latina, esos dos mundos diametral-mente opuestos aparecen con nitidez, demandando una iniciativa diferente para revertir ese cuadro de abandono de los territorios rurales donde la agri-cultura familiar tendrá pocas oportuni-dades de reproducirse o de sobrevivir en el futuro.

Esa relectura empieza por entender lo rural como una forma territorial de vida social, un espacio simultánea-mente de producción, de vida y de re-laciones con el medio ambiente. Por esa razón la energía política de todos los que representan, defienden y apo-yan la agricultura familiar debe ser movilizada para esa relectura del papel de lo rural en las sociedades urbanas y modernas del siglo XXI. Es necesa-rio buscar alternativas para viabilizar

políticas públicas intersectoriales que creen atractivos para los territorios ru-rales de forma que los agricultores fa-miliares, especialmente los jóvenes, se interesen por vivir en el medio rural, como también se interesen por seguir siendo agricultores familiares.

3. La Agricultura Familiar demanda un nuevo enfoque de desarrollo rural

Esos nuevos actores políticos del me-dio rural, organizados a partir del con-cepto de agricultura familiar que fue conquistando espacio en el escenario político institucional de los países, esta-blecieron otra demanda en la formula-ción y gestión de políticas públicas – un enfoque territorial.

El enfoque territorial en el desarrollo rural viene a llenar una laguna de es-trategia para actuar en el medio rural. Pasa a ser considerado como una opor-tunidad de enfrentar los desafíos de la descentralización de políticas públicas para un espacio remoto y disperso, compuesto de pequeños aglomerados urbanos, de baja densidad poblacional, de escasos recursos, incluyendo recur-sos técnicos, y con baja capacidad re-lativa de responder a los estímulos de una política de promoción de desarro-llo local.

Es por esa razón que se toma al terri-torio como una unidad de planeación y gestión de políticas públicas para el

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desarrollo rural, considerando una es-cala intermedia capaz de promover mo-vilizaciones y generar protagonismo y al mismo tiempo reunir capacidades de pequeñas municipalidades de manera que aumente la fortaleza institucional para la realización de proyectos que generen impactos y contribuyan con el bienestar de la población de esas loca-lidades, teniendo a la agricultura fami-liar como uno de los actores políticos de ese proceso.

El enfoque territorial atiende a esa ex-pectativa de inclusión de personas y lugares en el proyecto de desarrollo de una nación. A diferencia del camino de enfrentamiento de la pobreza por la vía exclusiva de la protección social de las familias, se crea una alternativa de inclusión de los lugares pobres en la ruta del desarrollo, que sea capaz de ofrecer oportunidades para que las familias puedan salir de la red de pro-tección social, ingresando a proyectos de desarrollo por la vía de la inclusión productiva. Este camino fortalece a la agricultura familiar por su naturaleza territorial. La agricultura familiar pasa a tener ventajas comparativas muy fuertes en los territorios que necesitan de proyectos que aumenten la inclu-sión productiva por la vía de la produc-ción agrícola y no agrícola.

Es también con esa capacidad de in-clusión de personas y lugares que el enfoque territorial puede apuntar so-luciones para la instalación de infraes-tructura pública de calidad, la cual no

se justifica colocar en cada municipio individualmente, pero se torna viable en un territorio, reduciendo las distan-cias de acceso de la población rural a una universidad, a un hospital de me-dia o alta complejidad, a un servicio de comunicación con tecnología de punta y otros que exigen cierta concentración de población para que se viabilicen.

Otra característica del enfoque terri-torial es su capacidad y posibilidad de promover intersectorialidades que per-mitan la articulación y la integración de políticas públicas en el mismo terri-torio para crear las sinergias necesarias y producir los efectos deseados para la población rural y en especial para los agricultores familiares. Tomando el ejemplo de implementación de una universidad en el territorio, compo-nente sectorial de educación muy im-portante pero que tiene necesidad de conectarse con el proyecto de desarro-llo del territorio para que la inversión en la educación pueda ser aprovechada en los proyectos sociales, ambientales y económicos. Parece obvio que así sea, pero es más común la generación de oferta de cursos que no tienen relación, por ejemplo, con el sistema de produc-ción local, obteniendo resultados sec-toriales educativos menos relevantes para el territorio de lo que podrían ser.

El enfoque territorial por su capacidad de promover intersectorialidades requiere una acción del conjunto de las insti-tuciones gubernamentales. Este es un cambio substancial de paradigma, que

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necesita ser comprendido por todos los que están vinculados al desarrollo rural, y en particular con el fortalecimiento de la Agricultura Familiar. La oferta de políticas públicas en el medio rural es responsabilidad del gobierno en su con-junto y no del sector agrícola exclusiva-mente. Esto significa desplazar el eje de la responsabilidad del desarrollo rural hacia el centro coordinador de los go-biernos nacionales, generalmente el mi-nisterio responsable por la elaboración y la gestión de los planes nacionales de desarrollo. Ese cambio es un camino que necesita ser hecho a partir del sector ru-ral o agropecuario, pues es el que está promoviendo el debate sobre la nueva concepción de ruralidad y uso del enfo-que territorial, que implica acción inter-sectorial y coordinación de gobierno. Y, en este sentido, la fuerza política de la agricultura familiar es capaz de mover el tema en esa dirección de la responsabili-dad institucional de los gobiernos nacio-nales con el desarrollo rural.

A pesar de esto, el sector agropecua-rio de los países continúa siendo uno de los más importantes protagonistas institucionales, pues más allá de la res-ponsabilidad sectorial, que apunta a políticas agrícolas más eficientes y más adecuadas, debe estar preparado para la conexión intersectorial, de la cual debe ser permanentemente un arti-culador y movilizador del proceso de construcción de la articulación, en ra-zón a que los principales beneficiarios, no los únicos, serán los agricultores fa-miliares de los territorios rurales.

El enfoque territorial es fundamental para la agricultura familiar por su con-dición intrínseca de promover protago-nismo de los actores locales, toda vez que se reconoce en el enfoque territorial que no hay desarrollo sin una participa-ción activa de los actores políticos loca-les de la sociedad civil y de los gobiernos. Esa es una particularidad del enfoque territorial para el desarrollo que se di-ferencia de una territorialización de las políticas públicas, que es el uso del terri-torio como una plataforma de aterrizaje de acciones del gobierno central, como hacen las empresas cuando reconocen el potencial de los territorios para la rea-lización de sus proyectos económicos y usan el territorio para extraer las ven-tajas competitivas y comparativas que aumenten sus ganancias y resultados.

En el enfoque territorial para el desa-rrollo rural, la participación de los acto-res locales, es una condición inherente al proceso en si, donde se construyen los planes y proyectos estratégicos te-rritoriales y se establece su vinculación con el proyecto nacional, representado por el gobierno, que también es prota-gonista en el desarrollo del territorio. Los gobiernos nacionales y regionales también ejercen su participación a tra-vés de sus representantes en las ins-tancias colectivas de decisión en los territorios, pues ellos aportan recursos y también son portadores de las metas nacionales contenidas en el proyecto país, que es parte esencial del propio proyecto territorial, pues a él debe vin-cularse, como parte integrante.

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Y los agricultores familiares en su di-versidad presente en el territorio y mediante la proporcionalidad de su fuerza política, participación cívica y múltiples contribuciones al desarrollo del territorios deben estar necesaria-mente representados en las instancias colectivas creadas para la gestión terri-torial de políticas públicas. Deben ejer-cer ese protagonismo, sin embargo, compartiendo con las demás fuerzas y grupos de interés presentes y acti-vos en los territorios, inclusive los que le son contrarios, para que los acuer-dos y pactos territoriales sean reales y posibles de ejecutar. Aunque no con-templen integralmente los deseos y aspiraciones de los agricultores fami-liares, los planes y proyectos territo-riales que sean resultados de pactos en los territorios pueden significar avan-ces graduales, pues son generalmente pautados en la real evaluación de con-flictos de interés y en la formulación de acuerdos entre partes, dejando los contenciosos para otros ambientes de la disputa, que no a la instancia cole-giada de gestión territorial.

4. La Agricultura Familiar apunta al desafío de la construcción de políticas públicas diferenciadas

Todo ese proceso de crecimiento de la Agricultura Familiar como una fuerza política en el escenario rural de América Latina puede llevar a un ni-vel de elaboración de políticas públicas

diferenciadas para el medio rural, para los territorios rurales y para la agricul-tura familiar, extremamente necesario para tratar de manera diferente a los que son desiguales.

Si hay algo común en los países lati-noamericanos, que resultó del mo-delo de desarrollo urbano-industrial seguido por todos, es la desigualdad. El precepto universal del tratamiento igual para todos los ciudadanos lati-noamericanos genera políticas públi-cas homogéneas, que aunque llegaran igualmente a todos mantendrían casi inalterados los índices de las desigual-dades. En cierta medida es lo que viene ocurriendo con la reducción muy lenta del índice Gini de las desigualdades en el Brasil, país que promovió una inclu-sión social sin precedentes en la región, con 40 millones de personas que salie-ron de situación de pobreza.

Las desigualdades en las sociedades lati-noamericanas se presentan de diferentes formas y una de ellas, poco explorada como una desigualdad que genera otras desigualdades, es la desigualdad entre los lugares, especialmente entre lo ur-bano y lo rural. Esa diferencia es más abrupta cuando se trata de los espacios esencialmente urbanos como las regio-nes metropolitanas, medianas y grandes ciudades, y los espacios esencialmente rurales de los territorios más recóndi-tos de los países, donde el acceso a las políticas públicas más elementares es marcado por las enormes distancias y tiempos de desplazamiento a que se

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someten los más pobres y los que más precisan de ellas.

Pero no hay una cultura de elaboración de políticas diferenciadas en la gestión pública, que considere las compensa-ciones en los presupuestos, estrategias más adecuadas, ajustes específicos en los diseños, metodologías para facili-tación de accesos, flexibilidad legisla-tiva y otras providencias que tomen en consideración el uso de tipologías espe-cíficas y discriminación positiva en el medio rural, en los territorios y en la propia agricultura familiar, salvo raras excepciones.

Una de las excepciones es la propia di-ferenciación de políticas públicas para la Agricultura Familiar en la área del crédito rural, de la asistencia técnica, en las compras públicas y otras que mo-difican los normas y las condiciones de acceso. Aún así esas políticas públicas agrícolas diferenciadas poco conside-ran las diferencias internas dentro de la propia agricultura familiar, cayendo en un piso en que no desciende para los más pobres y para los que más necesi-tan del fomento público. Así, algunos accesos ya llegan a un límite muy bajo de alcance de esas políticas. Incluso en Brasil, donde las políticas públicas para la agricultura familiar son abundantes, se llega a límites muy bajos de acceso, como el caso del crédito rural y de la asistencia técnica. Límites que no tie-nen relación con la disponibilidad pre-supuestal, debido al diseño en sí de las políticas, que no ofrecen condiciones

de acceso a una parte considerable de agricultores familiares diferenciados.

Este tema es bastante retador, pues requiere más estudios y conocimien-tos de las características específicas de cada tipo en que se puede clasificar en cada país lo rural, los territorios rurales y los agricultores familiares, partiendo del principio del reconocimiento de la heterogeneidad y diversidad que le son inherentes. También es un desafío, por la exigencia de creatividad para en-contrar soluciones justas con base en diferenciaciones que estimulen la su-peración de ciertas condiciones y que no estimulen la permanencia en la si-tuación de dependencia de la política pública diferenciada.

una vez más, el enfoque territorial puede ser una estrategia que traiga con-tribuciones ricas en la construcción de políticas públicas diferenciadas para el medio rural, para los territorios rurales y para la agricultura familiar, tanto por la posibilidad de diferenciación entre los territorios, como por la diferencia-ción interna y la construcción de alian-zas para contemplar la diversidad en el interior de los territorios, creando opor-tunidades de participación en los pla-nes y proyectos territoriales, mediante condiciones específicas. Además, posi-bilita en el territorio el establecimiento de mecanismos de control social sobre los beneficiarios de políticas públicas diferenciadas, teniendo presente la re-lación de proximidad y mutuo conoci-miento entre los actores locales.

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De todo lo expuesto, se espera que los elementos traídos a esta reflexión so-bre la articulación de la Agricultura Familiar con el mundo rural, contribu-yan a que los territorios rurales puedan argumentar sobre la necesidad de cons-trucción de políticas públicas diferencia-das que creen condiciones para que la Agricultura Familiar pueda realizar sus múltiples funciones en los territorios y en la sociedad en que está insertada,

considerando su ventaja de ser una agricultura familiar diversificada y que, al mismo tiempo, está unificada en un concepto de naturaleza política. La Agricultura Familiar revela que nuevos actores sociales y productivos del medio rural están comprometidos con el futuro de la humanidad y con el planeta, el que puede ser explorado como el más im-portante legado del Año Internacional de la Agricultura Familiar – 2014.

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El presente texto presenta una siste-matización de los aspectos conceptua-les presentes en tres nociones centrales en las formulaciones del IICA, a sa-ber, ruralidad, territorio y agricultura familiar, con vistas a contribuir a su articulación en el diseño de políticas públicas diferenciadas e innovadoras que promuevan el bienestar rural. No por azar, ellas adquirieron la condición destacada de referencias conceptuales en el análisis e intervención sobre el medio rural, pues engloban la concep-ción de lo rural, la construcción social del espacio rural y la principal activi-dad desarrollada por las familias que en él habitan (agricultura). Como se verá, son nociones que no se disocian en el

plano teórico, debido a las conexiones engendradas en su propia génesis como categorías analíticas, pero se requiere la integración entre ellas, principalmente en el plano de las acciones y políticas públicas promotoras de transformacio-nes en las condiciones de vida de las poblaciones rurales que nos interesan especialmente, pero también de las po-blaciones urbanas.

En consecuencia, el enfoque integrado que aquí se desarrolla, tiene como bases:

a) una concepción de ruralidad y un abordaje de las nuevas ruralidades contemporáneas que asocian la

II. Aspectos conceptuales de las nociones de ruralidad, territorios y agricultura familiar

y su integración en políticas públicas diferenciadas e innovadoras

Renato S. Maluf3

3 CPDA, Universidad Federal Rural de Rio de Janeiro, Brasil.

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idea de lo rural a un lugar de vida y de ciudadanía;

b) el abordaje multisectorial y mul-tidimensional del desarrollo rural propio del enfoque territorial que valoriza el territorio en sus atribu-tos culturales, ambientales, socia-les, institucionales y económicos;

c) la reafirmación de la importancia estratégica de la agricultura familiar diversificada en los proyectos nacio-nales de desarrollo rural sostenible.

Caben dos observaciones preliminares:

Se adopta la perspectiva de aprehen-der los conceptos de un modo no para-digmático y abierto a las posibilidades y desafíos propios de las realidades en que ellos son aplicados, por lo tanto, implicando investigaciones específicas. Igualmente importante, el hecho de que cada una de las tres categorías de-manda un tratamiento analítico por se-parado, como se hará en las secciones que siguen, no significa fragmentar el abordaje del desarrollo rural sosteni-ble que, como se ha dicho antes y se reafirma a lo largo del texto, pues de-manda una visión de conjunto e ins-trumentos adecuados y coordinados para su plena promoción.

Es en las opciones de estrategias y en el diseño de políticas públicas que la con-junción de las referencias conceptuales se materializa. Para tanto, el desarro-llo rural sostenible, categoría central

orientadora de la actuación del IICA, debe convertirse en la expresión sínte-sis de la perspectiva integradora de la cual resulta, además, el requisito de la adopción de políticas diferenciadas tra-tadas en la última sección del texto.

Se aclara que el presente trabajo se limitó a sintetizar las contribuciones para el alineamiento conceptual pre-tendido por el IICA encontradas en ensayos académicos, documentos de organismos como el propio IICA y re-sultados de investigaciones patrocina-das por ellos.

1. Significados de lo rural y ruralidades contemporáneas

El alineamiento conceptual al cual el presente texto pretende contribuir, debe ser iniciado por el propio sig-nificado de lo rural que viene siendo repensado en intenso debate en prác-ticamente toda la región, colocando en evidencia las llamadas nuevas ruralida-des en las sociedades contemporáneas y extrayendo de esa reflexión implicacio-nes para las políticas públicas. Estudios recientes promovidos por el IICA, en conjunto con socios en varios países de la región, proponen considerar lo ru-ral como un modo territorial de vida social que combina las características de un espacio de vida, de producción y de relaciones estrechas con el medio ambiente. Ese enfoque permite valori-zar los varios papeles de lo rural en las sociedades modernas marcadamente

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urbanas y en el desarrollo de las na-ciones latinoamericanas en términos económicos, sociales, culturales, polí-tico-institucionales y ambientales. El enfoque pretende, también, dar mayor visibilidad a los ciudadanos y ciudada-nas que habitan en el medio rural, en especial los que actúan en la agricul-tura de base familiar, confirmando lo que se dice en la introducción sobre las conexiones presentes en la misma gé-nesis de las tres categorías – ruralidad, territorio y agricultura familiar.

Entendido como modo territorial de vida social, lo rural corresponde a los pequeños aglomerados humanos en los cuales los espacios no construidos predominan sobre el conjunto de las construcciones y la vida social se fun-damenta en relaciones de inter-co-nocimiento personal. Aunque en esa caracterización esté sobreentendida una delimitación de lo rural, se la puede asociar a una concepción de ru-ralidad que rompe con fronteras que segmentan la realidad. Este es el caso de la propuesta de Wanderley (2014) que entiende por ruralidad la relación que una sociedad, en su conjunto o en parte de ella, establece con su mundo rural. Como resalta la autora, esa com-prensión permite problematizar las re-presentaciones de lo rural presentes en las sociedades, como es el caso de la visión aún prevaleciente que toma el mundo rural como conjunto de espa-cios periféricos y residuales que tienden a desaparecer en nombre de la mo-dernidad del mundo contemporáneo.

Sin embargo, subraya que el carácter urbano e industrial predominante en nuestras sociedades y su integración a los procesos más amplios de la globali-zación no eliminaron el mundo rural de las pequeñas comunidades, sino que lo transformaron, incorporándolo, más directamente, y bajo formas distintas, al proceso general de su desarrollo.

Así, en contraposición a las represen-taciones prevalecientes, otras visiones se vienen desarrollando, en las cuales se afirma la identidad de los espacios y de las poblaciones rurales en constante y creciente proceso de integración y solidaridad con las dinámicas urbanas, constituyéndose como territorios, sin perder su propia naturaleza, a pesar de ello. En este sentido, las ruralidades son generadas y se reproducen en las so-ciedades contemporáneas, resultando de la historia social de cada país en la cual los procesos dominantes (moder-nización de la agricultura, urbaniza-ción, industrialización, globalización) coexisten con las formas como las po-blaciones rurales reaccionan (aceptan, rechazan o reelaboran) a esa influencia (WANDERLEY, 2014).

Varias iniciativas de revisión del signifi-cado de lo rural y del concepto de rura-lidad están en curso en América Latina, de ámbito regional y en diversos países, con importantes implicaciones meto-dológicas y de apoyo a la formulación de políticas. Antes de abordarlas, cabe aún un par de observaciones en línea con la argumentación anterior.

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Una concepción de lo rural que valo-riza las relaciones con la naturaleza y el modo de vida que él encarna estaría en la base de un proyecto de sociedad se-gún el cual la heterogeneidad de la vida social y sus discontinuidades espaciales no deben resultar en la reproducción de ciudadanos con desiguales oportu-nidades de ejercicio de su ciudadanía, como ocurre en razón de las precarie-dades actuales del medio rural. Así, visto lo rural como un espacio de vida, cuestiones de ciudadanía anteceden las tradicionales cuestiones de producción, inclusive porque la ausencia de ciuda-danía integra las propias condiciones sociales para realizar la producción.

Al evitar la mutilación promovida por los criterios oficiales de delimitación entre las zonas rurales y urbanas en que las primeras son un residuo de lo urbano o son definidas por exclusión al perímetro urbano, se llega a la adop-ción de una nueva concepción de ru-ralidad que resulta en un porcentaje bastante mayor de población que reside en espacios rurales y requieren mayor atención de políticas públicas con foco ampliado y dotación presupuestal ade-cuada. Habría, por lo tanto, que atribuir a los espacios rurales las innovaciones que fueran en él introducidas, de forma de añadir a su dinamismo interno, la diversidad económica y la complejidad de la vida social. Se trata de un pro-yecto que congrega nuevos actores so-ciales y construye nuevas alianzas en torno de políticas innovadoras y parti-cipativas de desarrollo rural sostenible

que incluyan lo rural, así concebido, en las sociedades contemporáneas.

La heterogeneidad del medio rural, resaltada por todos los estudiosos del tema, resulta en ruralidades bastante distintas, tornando imperiosa la cons-trucción de tipologías basadas en ca-racterísticas específicas de los espacios rurales en su diversidad social, cul-tural, económica y ambiental. Como consecuencia de este hecho, soluciones únicas y homogéneas no se aplican, así como el debate polarizado en seleccio-nes antitéticas debe ser sustituido por alternativas que estén en conformidad con los tipos de ruralidad presente en los países.

Un amplio y variado abanico de con-cepciones y tipologías provenientes de la revisión y actualización de las visio-nes sobre lo rural y del concepto de ruralidad puede ser encontrado en la li-teratura especializada y en documentos oficiales en América Latina y el Caribe y en otras partes del mundo, acompa-ñadas de sus implicaciones para las po-líticas públicas. El IICA promovió un reciente y amplio estudio que ofrece el estado del arte sobre las concepciones y tipologías de ruralidades en países de América Latina (Brasil, México, Costa Rica, Ecuador, Chile y Uruguay), de Europa (España, Francia y Holanda) y en organismos internacionales y mul-tilaterales (DELGADO et al., 2013a y 2013b). Después de un detallado aná-lisis de las concepciones de lo rural co-rrespondientes a los sucesivos períodos

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históricos, entre las constataciones del estudio resalta la emergencia reciente de una pluralidad de metanarrativas que dan base las interpretaciones so-bre la agricultura y el medio rural, orientando las intervenciones de go-biernos y organismos internacionales y configurando un escenario bastante fragmentado de políticas públicas. Ese escenario, sin embargo, se enmarcó en un ambiente político común con cam-bios estructurales que afectaron toda América Latina (modernización de la agricultura, liberalización de merca-dos, cuestionamiento de los subsidios y redefinición del papel de los Estados nacionales), mientras se observaba una creciente diversificación de las for-mas de uso de la tierra en los espacios rurales.

Igualmente relevante es la observación de las definiciones de lo rural y la rura-lidad utilizadas por los diferentes países en la delimitación de las áreas urbanas y rurales las cuales no consistieron en objetos centrales de disputa en los paí-ses analizados, dejando de asumir papel central capaz de orientar y articular las políticas para la agricultura y el mundo rural, con base en una visión compren-siva e integradora de ruralidad. Hay países en los cuales el tema de las ru-ralidades carece de sujetos sociales, o donde él es secundario frente a tradi-cionales demandas por territorio y a la cuestión agraria. En un buen número de países, los espacios rurales tienen sus dinámicas y significados alterados, constantemente, por influencia de las

relaciones con las áreas vecinas, con el territorio nacional y con los mercados internacionales.

La expansión del mercado internacio-nal de commodities, valorizando lo rural sectorial y productivista, acompa-ñada de la prioridad a la integración a los mercados de los agricultores fami-liares y campesinos más capitalizados, viene en refuerzo de las visiones pre-dominantes sobre los espacios rurales antes mencionadas. No obstante, el es-tudio promovido por el IICA constató también que la creciente adopción del enfoque territorial, a diferencia del con-vencional enfoque sectorial, ha dado mayor visibilidad a configuraciones ru-rales diferenciadas en relación a aque-llas tendencias. Esa posibilidad ofrecida por el enfoque territorial constituye un factor importante para el debate pú-blico de alternativas, haciendo contra-punto al significativo apoyo ofrecido al modo de ocupación de los espacios rurales y de realizar agricultura, que es liderado por el agronegocio.

El estudio concluye que parece haber una relativa inercia de las definiciones censales que, como es sabido, tienden a subestimar el tamaño y papeles desem-peñados por las áreas rurales, pero esto no significa que las tipologías no sean relevantes. En el amplio levantamiento de tipologías ofrecido por el mismo es-tudio, se destacan las tipologías adopta-das por la OCDE y UE que, con alguna diferencia entre sí, tienen la densidad demográfica como criterio principal y

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resultan en gradientes que incluyen áreas predominantemente urbanas, varias regiones intermediarias y áreas predominantemente rurales. Uno de los problemas en ellas detectados es no incorporar ningún tipo de referencia a la agricultura o a las relaciones de los seres humanos con sus ecosistemas. Ya la visión espacial urbano-rural de la FAO substituye las divisiones abrup-tas y el peso de la densidad demográ-fica por un concepto de continuum urbano-rural que clasifica las áreas te-niendo en cuenta aspectos espaciales y colocando énfasis en las actividades agrícolas, sin dejar de reconocer la cre-ciente diversidad representada por lo rural no agrícola.

En el ámbito de América Latina, se des-tacan los trabajos hace tiempo desarro-llados por el Centro Latinoamericano para el Desarrollo Rural (RIMISP) di-reccionados a la construcción de una tipología que capte las dinámicas exis-tentes en el interior de cada una de ellas y también los aspectos de las inno-vaciones y cambios institucionales. En dirección un poco distinta va el estudio promovido por la CEPAL (DIRVEN, M. et al., 2011) proponiendo una tipología que busca superar los criterios dicotó-micos y valoriza más la asociación de lo rural a la actividad agrícola. La opción adoptada en este caso es la medición de lo rural por una gradiente basada en variables que den cuenta de la multi-dimensionalidad de lo rural y capturen las interrelaciones entre las áreas urba-nas y rurales, resultando en “grados de

ruralidad”. Entre los países que siguie-ron un procedimiento análogo, se re-salta la iniciativa de revisar el concepto de ruralidad y la definición de territo-rios rurales en la Argentina (CASTRO y REBORATTI, 2008) que rompe con la idea dicotómica de diferenciar las poblaciones y los territorios de forma taxativa en favor de un método que también considera el continuum ru-ral-urbano en una escala de gradientes que, sin embargo, requiere algún tipo de fragmentación que dé cuenta de las peculiaridades.

Un paso metodológico importante fue dado en el reciente ejercicio de cons-trucción de una tipología regionali-zada de los espacios rurales promovido por el IICA en el ámbito del proyecto Repensando el Concepto de Ruralidad en el Brasil: implicaciones para las po-líticas públicas. La tipología adoptada para la concepción de ruralidad es la forma como se organiza la vida so-cial, dando atención especial al acceso a recursos naturales y a los bienes y servicios de la ciudadanía, a la com-posición de la sociedad rural en clases y categorías sociales, y a los valores culturales que sedimentan y particu-larizan los modos de vida. El recurso del análisis multivariado resultó en la identificación de 26 tipos regionaliza-dos de ruralidades en el Brasil a partir de la observación de los aspectos del hábitat, trabajo o inserción productiva, condiciones de vida y socioculturales, dinámicas demográficas y económicas y políticas en acción. Destaque especial

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debe ser dado al abordaje por biomas permitiendo constatar que el mismo espacio natural comporta patrones de vida rural distintos.

El caso brasileño es significativo por la intensidad de su urbanización que resultó en grandes metrópolis y nu-merosas ciudades de porte medio, pero con la permanencia de peque-ñas localidades que nada tienen de vida urbana; en 2010, cerca de 90% de los municipios tenían menos de 50 mil habitantes y 70% menos de 20 mil. En paralelo a la valorización de los espacios urbanos con la construc-ción de una de las mayores econo-mías industriales del mundo, el país se tornó también uno de los principa-les productores agrícolas mundiales con base en una agricultura de base patronal y un vasto contingente orga-nizado en bases familiares (BACELAR e BEZERRA, 2014). Sin embargo, el lugar secundario que aún se le atri-buye resulta en un vacío institucional en las formas de regulación territorial de lo rural brasileño (WANDERLEY y FAVARETTO, 2013).

La investigación académica e iniciati-vas no-gubernamentales han sido tam-bién prolíficas en el debate del tema en Brasil (GRISA et al., 2014). Hace tiempo ellas vienen demostrando que “ni todo lo urbano es urbano” -eso es, no todo lo que el criterio censal clasi-fica como urbano puede ser caracteri-zado como tal (VEIGA, 2005)- “ni todo lo rural es agrícola” como lo revela el

fenómeno de la pluriactividad de las fa-milias rurales.

Cabe resaltar una particularidad de la diversidad de la ruralidad brasileña contemporánea que encuentra eco en el debate latinoamericano. Ella se re-fiere a la presencia de un conjunto de actores sociales y experiencias produc-tivas y de otro orden, expresando dis-tintos proyectos de desarrollo rural, la creciente visibilidad social obtenida por los mismos y las tensiones derivadas de la convivencia de la agricultura patro-nal con la agricultura familiar. De este cuadro resulta la afirmación de una “ru-ralidad de la agricultura familiar”, que puebla el campo y anima su vida social, en oposición a la relación practicada por la agricultura latifundiaria y a la visión urbano-céntrica (WANDERLEY, 2014).

2. Sobre el enfoque territorial

Los enfoques sobre ruralidades con-temporáneas antes abordados se fun-damentan en la conceptualización de lo rural como forma territorial de vida social. Por tanto, nos obligan a abordar el concepto de territorio, para más ade-lante desarrollar las posibilidades ofre-cidas por el enfoque territorial cuando se trata de promover un desarrollo rural sostenible. De hecho, el recono-cimiento de “nuevas ruralidades” en América Latina fue acompañado por el fortalecimiento en los espacios acadé-micos y político-institucionales del en-foque territorial de desarrollo (GRISA

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et al., 2014). Contraponiéndose al “localismo” típico de las políticas neo-liberales y fruto de la acentuación del proceso de democratización, ese en-foque buscó definir un espacio más adecuado para la intervención gu-bernamental, siendo este el territorio (DELGADO et al., 2013b). La fuerza de esa concepción reside en fomentar la construcción de institucionalidades territoriales más democráticas para la articulación de actores sociales y de po-líticas públicas con miras al desarrollo rural de los territorios.

Algunas premisas están en el origen de ese abordaje:

a) lo rural no se reduce a lo agrícola, siendo definido a partir de carac-terísticas espaciales como el menor grado de artificialización del am-biente vis-à-vis las áreas urbanas, menor densidad poblacional y ma-yor peso de los factores naturales en la vida cotidiana;

b) la escala municipal es muy res-tringida para la planeación y orga-nización del esfuerzo que busca la promoción del desarrollo, y la es-cala regional es muy amplia;

c) la necesidad de descentralización de las políticas públicas;

d) el territorio es la unidad que mejor dimensiona los lazos de proxi-midad entre personas, grupos so-ciales e instituciones, estableciendo

iniciativas direccionadas al desarrollo. (DELGADO et al., 2013b; DELGADO e LEITE, 2011).

Deriva de lo anterior una concepción ampliada de territorio rural integra-dor de campo y ciudad en espacios rurales con identidades, como un tra-tamiento multisectorial en el ofreci-miento de políticas públicas que puede materializarse de forma articulada en el territorio, ampliando la cooperación horizontal entre municipalidades y empoderando a los actores sociales lo-cales en la gestión del desarrollo. Ese sería un camino para combinar la in-clusión social con la inclusión espacial, colocando personas y lugares juntos en la “ruta del desarrollo”. También en este punto el IICA, en conjunto con so-cios nacionales e internacionales, viene aportando contribuciones inéditas que resultaron en la implantación de polí-ticas, planes y programas de desarrollo rural con enfoque territorial.

La difusión actual del enfoque territo-rial se vale de un largo y prolífico de-sarrollo conceptual de las nociones de espacio y territorio y de la articulación entre ellos, teniendo como protago-nistas principales los geógrafos cuyos trabajos siguieron el camino abierto por la reconceptualización del territo-rio como área de dominio, hecha por F. Ratzel. Retrospectivas sobre autores clásicos revelan las miradas de los geó-grafos direccionados hacia el espacio, la territorialidad y el poder (CAZELLA et al., 2009), arrojando luz sobre la

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dimensión de poder estatal y más allá del Estado implicada en el uso del espa-cio y en hacer efectiva la territorialidad (SILVA, 2013). Sin desconocer las dife-rencias conceptuales y analíticas entre ellas, se consagraron interpretaciones sobre la construcción de territorios como fruto de la acción sobre unidades de espacio de los actores sociales que las ocupan y utilizan y de las relacio-nes de poder y de dominación entre ellos (Raffestin, Renard, Sack). Sobre las condiciones particulares presentes en la constitución de los territorios, ellas dicen respecto a las dinámicas po-líticas, socioeconómicas y naturalistas, así como los aspectos identitarios y la dimensión simbólica de los territorios (Méo, Gumuschian). Así, haciendo la salvedad que el espacio geográfico no es un mero receptor de las acciones hu-manas, pues posee un valor de uso y un valor de cambio, Milton Santos pri-vilegia la categoría “territorio usado” visto como un complejo de relaciones complementarias y conflictivas, en un campo de fuerzas en que se ejercitan dialécticas y contradicciones (CAZELLA et al., 2009).

Cabe adicionar una línea de interpre-tación que identifica la emergencia de la multiterritorialidad significando la posibilidad de experimentar múltiples territorios o territorialidades al mismo tiempo, fenómeno cualitativamente distinto de la mera existencia de múl-tiples territorios. La articulación de las multiterritorialidades contemporáneas se da, principalmente, en la forma de

territorios-red que son, por definición, territorios múltiples (HAESBAERT, 2004). Esa interpretación deshace la identidad entre territorio y espacio o impide una asociación directa y plena entre ambos. Una misma unidad espa-cial (por ejemplo, una municipalidad) puede contener varios territorios en su interior, así como “territorios reticula-res” pueden tener una espacialidad di-fusa. Así interpretado, el territorio es formado tanto por lugares contiguos (relaciones de vecindad), como por lu-gares en red (procesos sociales que unen lugares diferentes) (SILVA, 2013).

Se amplía, de este modo, la compleji-dad colocada por el enfoque territorial para articularse a la categoría más pro-piamente analítica de territorios cons-truidos, respecto al uso de la noción de territorio como instrumento de in-tervención que requiere determinada delimitación espacial o un espacio de intervención. Ese es un desafío impor-tante sobre todo para las políticas pú-blicas que adoptan la perspectiva del desarrollo territorial.

Aportes significativos provinieron de otros campos disciplinarios, como es el caso de las miradas de los economistas que pasaron de la economía territoriali-zada a la territorialización de la econo-mía, a los cuales se sumaron sociólogos u científicos políticos, además de la propia geografía económica (CAZELLA et. al., 2009). Desde el reconocimiento por los pioneros de la economía del desarrollo de que los procesos no son

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espacialmente homogéneos (Myrdal, Hirschman), pasaron a ganar atención, entre otros:

(a) la constelación de territorios más o menos articulados entre si (Storper e otros);

(b) factores organizacionales, institu-cionales y culturales y la formación de capital social que potencializan los resultados de procesos de aglo-meración como los llamados distri-tos industriales (Becattini, Piore e Sabel, Putnam);

(c) innovaciones tecnológicas y com-petencias colectivas asociadas con la proximidad. Uno de los desdo-blamientos de esos abordajes será el análisis de la industrialización difusa y la reestructuración por ella estimulada, que transformó los es-pacios rurales en espacios plurisec-toriales y no sólo en áreas agrícolas (Bagnasco, Garofoli, Marsden).

Se suma a lo anterior un componente implícito en el enfoque territorial que considera las dinámicas de los agentes económicos, sectores productivos y ac-tores sociales en general, como territo-rializadas (o localizadas). Es cierto que dinámicas económicas territorializadas comportan una resultante espacial o conforman el espacio en que están in-sertas. Sin embargo, además del resul-tante físico, esa perspectiva analítica se vale de la sociología económica de Karl Polanyi y Mark Granovetter. Esta sus-tenta que las actividades económicas están inmersas en contextos, espacios o

ambientes sociales marcados por fuer-tes relaciones de proximidad, lealtad e inter-conocimiento, que a su vez son relaciones e interacciones socialmente construidas y negociadas, formando estructuras, jerarquías sociales y luchas por poder. La elaboración de propues-tas de desarrollo se inscribe en los mar-cos de las disputas locales y demanda capacidad de gobernanza institucional (SCHNEIDER, 2009).

Como se desprende de lo expuesto, territorio se tornó una noción polisé-mica tanto en el aspecto disciplinar, como por los actores sociales y políti-cas públicas que de ella hacen uso. Se pasó de la antigua idea de región deli-mitada por su base física y económica, a la de espacio socialmente construido con carácter multi-escalar y multifacé-tico definido por criterios sociológicos, culturales, económicos y naturales. Este proceso trajo al primer plano la dimensión de identidad, pues el terri-torio como idea y objeto se expresa o construye cuando hay agentes o por-tavoces que hablan/actúan en nombre de él y expresan características que lo delimitan espacialmente. No obstante, como se mencionó anteriormente, son diversos los actores y los intereses que se manifiestan en los territorios.

Las formas de acción colectiva entre in-dividuos y actores dependen de la for-mación de una identidad de un grupo social que vive y utiliza un determinado espacio social (IDEM), identidad esta que sirve no sólo como trazo distintivo

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caracterizador de un territorio, sino también como elemento orientador de estrategias de desarrollo (ECHEVERRI, 2014). El territorio constituye, así, en esfera privilegiada para la creación de sentimientos de identificación, perte-nencia y compromiso necesarios para la movilización de los individuos y ac-tores en torno de proyectos colectivos que implican interacción, cooperación y mecanismos de control y cohesión social, como son los casos de los pro-yectos territoriales de desarrollo. Se presume, además, que el desarrollo territorial endógeno amplía, o incluso supera, la perspectiva sectorial que informan las políticas, y confiere un carácter ético y comprometido con la comunidad, ayudando a movilizar los recursos a nivel local y a retener sus resultados y beneficios en el territorio (RAY, 2006 apud SCHNEIDER, 2009). En esa misma dirección caminan los análisis y proposiciones que reúnen la identidad territorial con la forma-ción de capital social (Putnam), siendo ambos factores esenciales al desarrollo territorial.

Así, el concepto de territorio es utili-zado como espacio social de media-ción abarcando distintas dinámicas, una construcción histórica y social so-bre la cual actúan fuerzas endógenas y exógenas. Dicha construcción está continuamente sometida a relaciones de poder conflictivas o cooperativas, y convierte los elementos de identidad local en energía social en el proceso de desarrollo endógeno (SILVA, 2013).

Los territorios constituyen, así, espacios de mediación y articulación entre la di-versidad y heterogeneidad de la socie-dad local y el ambiente externo (REIS, 1988 apud SCHNEIDER, 2009). Las mediaciones dialécticas en las relacio-nes de los territorios, especialmente los rurales, con el ambiente externo asu-men distintas formas, desde la tradicio-nal oferta de alimentos y ejercicio del trabajo fuera del propio espacio rural (pluriactividad de las familias rurales), hasta la reciente revalorización urbana de lo rural y articulaciones exteriores asentadas sobre la dimensión sociocul-tural (SCHNEIDER, 2004)

3. El lugar central de la agricultura de base familiar y diversificada

Mientras el tratamiento de los concep-tos de ruralidades y territorios rurales involucra conexiones localizadas en la propia génesis de los mismos, la incor-poración de la categoría agricultura fa-miliar se debe a la premisa de que la agricultura de base familiar y diversi-ficada tiene importancia estratégica en los proyectos nacionales de desarrollo sostenible. Para desarrollar esa pre-misa se hace necesario un tratamiento igualmente conceptual de esta que es, simultáneamente, una categoría ana-lítica y referencia de políticas públi-cas, cuyo uso cada vez más ampliado contiene acepciones distintas y no es raro que abrigue un universo bastante heterogéneo de unidades familiares y

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tipos de agricultura. Para el referido tratamiento conceptual es indispensa-ble adoptar el enfoque territorial, pues las formas de agricultura familiar y la propia reproducción de las unidades familiares rurales guardan estrecha re-lación con los territorios en que están localizadas, así como cabe diferenciar y, especialmente, valorizar la ya refe-rida “ruralidad de la agricultura fami-liar” que puebla el campo y anima su vida social (WANDERLEY, 2009).

La producción de aportes conceptua-les en este tema es muy oportuna en el contexto en que la Organización de las Naciones Unidas declaró 2014 como Año Internacional de la Agricultura Familiar, y que el IICA lanzó su Plano de Medio Plazo 2014-2018 teniendo la agricultura familiar como uno de sus énfasis institucionales.

La emergencia y creciente visibilidad adquirida por la categoría agricultura familiar en América Latina, como en otras partes del mundo, se deben a va-rios factores. Hay un antiguo uso analí-tico en la caracterización de segmentos de la agricultura estadunidense y eu-ropea (al lado de la categoría campe-sinado), fuente de un buen número de trabajos aplicando enfoque aná-logo sobre la agricultura en nuestro continente. En particular, la actual discusión sobre la agricultura familiar en América Latina es heredera de las reflexiones sobre el campesinado du-rante la década de 1970 y sobre la “pe-queña producción” durante la década

de 1980, pero con aspectos nuevos y distintos en relación a los debates an-teriores. Nótese que la discusión actual sobre la agricultura familiar no retoma, con la misma intensidad, los aspectos políticos e ideológicos que marcaron los debates sobre el potencial revoluciona-rio de los campesinos en las décadas de 1960 y 1970. Igualmente distintos son los análisis actuales sobre la agri-cultura familiar que van más allá de las cuestiones de eficiencia de la pequeña producción y la persistencia de los mi-nifundios en la dinámica capitalista de las cadenas agroindustriales presentes en las décadas de 1980 y 1990 (FIDA/RIMISP, 2014).

El mismo trabajo desarrollado por el FIDA/RIMISP (IDEM) identifica tres posibilidades o formas de definir la agricultura familiar:

Una de ellas es hacer uso de algún marco de referencia teórico con la co-rrespondiente perspectiva epistemo-lógica y analítica a partir de la cual se construyen los conceptos para repre-sentar de forma heurística lo que se in-cluirá o no en la definición adoptada. La segunda posibilidad para definir la agricultura familiar sería mediante de-finiciones normativas elaboradas a par-tir de referencias que utilizan alguna clasificación o criterio empírico (dispo-nibilidad de tierra, niveles de renta o grado de especialización). No obstante, utilizar una norma o regla como defini-ción implica algún grado de arbitrarie-dad o discriminación, pues los criterios

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de selección, por definición, reducen la diversidad o heterogeneidad con vistas a crear la mayor homogeneidad posible.

La tercera forma de definir la agricultura familiar es política, al aceptar, importar y usar una definición proveniente de una construcción social. En este caso, una definición que surge a partir del sentido común pasa a ser utilizada por un grupo, movimiento u organización que le atribuye sentidos y significados que definen su acción política. De este modo, la definición política de agricul-tura familiar es una categoría construida por los que integran este grupo o colec-tivo y se sienten representados por sus propuestas e ideas, permitiéndoles dar sentido y significado a su identidad so-cial. Actualmente, varios grupos y mo-vimientos sociales, especialmente en el sindicalismo rural, reivindican la identi-dad de “agricultores familiares” (IDEM).

De hecho, ha sido muy importante la apropiación de la noción de agricultura familiar, al menos desde la década de 1990, por parte de las organizaciones y movimientos sociales, en particular, por las entidades de representación de agri-cultores. En este caso, ella adquiere la connotación de una categoría socio-po-lítica que establece un recorte social entre los agricultores y tipos de agri-cultura, con miras a acceder a recursos públicos en condiciones diferenciadas. Los dos antecedentes, como categoría analítica y como referencia de los movi-mientos sociales y de políticas públicas, contribuyeron a la atención dedicada a

la agricultura familiar cuando eclosionó la reciente crisis alimentaria mundial, a mediados de los años 2000, trayendo al centro de la agenda mundial los alimen-tos y, con ellos, la agricultura. Desde en-tonces se desarrolla un debate intenso sobre el lugar de la producción de ali-mentos en América Latina y los tipos de agricultura más adecuados para respon-der a las necesidades de la propia región y del mundo, dada la importancia de las exportaciones agroalimentarias realiza-das por países de la región. En el debate está presente la disputa por estrategias, modelos y actores, asociados a temas como uso de tecnologías, reducción de impactos ambientales, adaptación a los cambios climáticos y el bienestar de las familias rurales.

En el centro de esta disputa se encuen-tra la discusión, que no es solamente académica, en dirección a una redefini-ción etimológica, conceptual y política del término que denomina a los sujetos sociales y políticos responsables funda-mentalmente por garantizar la mayor parte de los alimentos consumidos por la humanidad, además de un porcen-taje significativo de la producción de fibras y de las materias primas para la producción de energías renovables, fa-voreciendo la dinamización de otros sectores de las economías nacionales. Al mismo tiempo contribuyen directa-mente con la preservación de los eco-sistemas y de sus recursos naturales, la reproducción de sus modos de vida y de expresión cultural y también el fortalecimiento de un tejido social con

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cohesión territorial. Es preciso avan-zar en la construcción de conceptos adecuados para explicar a los sujetos sociales de estas ruralidades contem-poráneas en sus dimensiones comuni-tarias, laborales, económicas, políticas, culturales y simbólicas, y retomar el debate acerca del lugar y del papel de estos segmentos sociales o clases so-ciales en la estrategia de desarrollo. (TORRENS, 2014).

En este escenario, el significado de la designación de “agricultura familiar” se necesita aclarar otras denominaciones corrientes en la literatura como son las de “campesinado”, “pequeña produc-ción” o “producción de pequeña es-cala”. Además, la agricultura familiar se caracteriza por su heterogeneidad en América Latina, lo que torna muy difícil homologar criterios o atributos con validez general. Lo que se percibe en los documentos institucionales y los estudios técnicos es que casi siempre los conceptos adoptados de agricultura familiar son de naturaleza normativa y no responden a una categoría concep-tual coherente, ni a un tipo sociológico determinado, ni a variables económi-cas claras. Generalmente el concepto es confrontado por un lado, con la agri-cultura empresarial o “agronegocio” y, por otro, con los productores de sub-sistencia pobres que, en algunos paí-ses, son reconocidos como campesinos (MIRANDA, 2013).

La necesidad de construir o adoptar categorías comunes como parte del

esfuerzo de coordinación de las acciones en la región y ahora también a nivel glo-bal llevó a que la categoría agricultura familiar sobresaliese entre las demás no solamente en la región. Es sabido que el universo denominado como de agricul-tura familiar es heterogéneo, abarcando modelos y perspectivas distintas en nuestros países; de ahí el riesgo de uni-formizar modelos y eliminar diferencias a ser más bien valorizadas. Este es el caso de la noción de campesinado, una referencia con fuerte enraizamiento en la historia social latino-americana que no puede ser desconocida, inclusive por hacer mención a características esencia-les del modo de reproducción de las fa-milias rurales. Igual consideración debe darse a las particularidades de la agricul-tura indígena.

Es decir, hay que tener cuidado en el uso de la categoría agricultura familiar en cuanto unificadora de un universo diverso en sus identidades, aspiracio-nes y posibilidades. Es cierto que la categoría agricultura familiar ha per-mitido sobrepasar la lógica estricta de productos y cadenas y el criterio limi-tado al tamaño de la unidad productiva (pequeños productores) a través de la introducción de un recorte social que diferencia los tipos de agricultores y de agricultura (agricultura familiar en contraste con la agricultura patronal). Ella sigue representando una referen-cia fuerte en la disputa entre modelos de agricultura, así como se imagina po-sible avanzar más allá del enfoque mer-cantil para considerar los demás roles

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de la agricultura familiar (social, ali-mentario, ambiental y cultural) en sus respectivos territorios. Asimismo, sigue planteada la discusión sobre qué mo-delos de agricultura familiar se piensa promover (MALUF et al., 2014).

Así que la agricultura familiar debe ser conceptualizada para visibilizar en forma más amplia y articulada tanto la multidimensionalidad como la hetero-geneidad de este segmento social que abarca una diversidad de situaciones socioeconómicas, desde los producto-res que presentan dificultades para ga-rantizar su reproducción social hasta aquellos agricultores de bases familia-res que poseen un grado más elevado de capitalización, generan exceden-tes económicos e, incluso, contratan en determinados períodos asalariados temporales para asegurar el desarrollo de las actividades. Rescatar la noción de diferenciación social es decisivo, pero articulándola con las demás di-mensiones de su organización social. Este concepto no es plenamente adop-tado por algunos de los organismos in-ternacionales de cooperación, al igual que por diversas instituciones guber-namentales u organizaciones sociales en los países de América Latina. En los documentos oficiales del propio IICA, incluso el mismo Plan de Mediano Plazo 2014-18, observase una variedad de denominaciones (TORRENS, 2014).

La caracterización de la agricultura fa-miliar en el mundo rural contempo-ráneo de América Latina necesita ser

analizada en su diversidad, de acuerdo con las múltiples funciones que desem-peña en cada territorio. O sea, al mismo tiempo en que el presente documento contribuye para unificar conceptos, apunta a la necesidad de caracterizar y tipificar la agricultura familiar con base en criterios comunes no restrictivos a la dimensión económica, que integren variables sociales, económicas, políti-cas y ambientales que la conforma en territorios rurales determinados.

La agricultura familiar por naturaleza es territorial y así debe ser considerada, evitando el enfoque restringido y equi-vocado en las unidades individuales. Esto nos lleva a enfrentar la relación entre el enfoque territorial y la agricul-tura familiar. Los enfoques territoriales han dado un paso adicional respecto a las antiguas visiones de desarrollo ru-ral integral al aportar una visión más sistémica y holística del desarrollo, in-corporando conceptos como la multidi-mensionalidad, que pone de manifiesto la importancia de considerar lo ambien-tal, económico, social, político y cultu-ral, la multifuncionalidad, entendida como las externalidades sociales de las actividades económicas privadas, y la multisectorialidad económica, como reconocimiento de la profunda diversi-ficación del empleo y los ingresos de las familias rurales (ECHEVERRI, 2014).

La multifuncionalidad de la agricul-tura familiar se manifiesta en cuatro papeles cumplidos por este segmento que van más allá de la función primera

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de producción de alimentos y fibras, a saber, (a) la reproducción socioeco-nómica de las familias rurales, (b) pro-moción de la seguridad alimentaria de las propias familias rurales y de la sociedad, (c) manutención del tejido social y cultural, y (d) preservación de los recursos naturales y del paisaje. El desempeño de estos papeles depende de las dinámicas territoriales y de los proyectos colectivos presentes en terri-torios determinados y de contemplar a la agricultura familiar en sus múltiples funciones y heterogeneidad social. Así, se plantean desafíos para la conjuga-ción de los enfoques territorial y de la multifuncionalidad de la agricultura en lo que se refiere a los modelos de agri-cultura y las perspectivas adoptadas para su modernización, las estrategias económicas territoriales y su capaci-dad de valorizar recursos territoriales específicos, y las políticas públicas en su papel inductor movilizando actores locales y polarizador frente a la coexis-tencia de diversas dinámicas territoria-les (CAZELLA et. al, 2009).

No obstante, persisten las visiones más sectorializadas de una política de desa-rrollo rural aferrada a la preocupación obsesiva por el productor individual y las estrategias sectoriales centradas en mecanismos de transferencias priva-das por medio de subsidios a la tierra, insumos, crédito, asistencia técnica o ingreso. Visiones atrapadas en las ur-gencias surgidas de las profundas des-igualdades, la pobreza y el hambre, que presionan por respuestas de corto

plazo, se contraponen a las soluciones estructurales de más largo plazo que requieren estrategias más integrales, complejas y exigentes. Habría que di-solver el falso dilema entre estrategias sectoriales agrícolas de corto plazo y estrategias integrales territoriales de largo plazo (ECHEVERRI, 2014).

La agricultura familiar es un modelo de sorprendente resiliencia que mantiene una enorme importancia social, siendo más que un conjunto numeroso de empresarios necesitados. La seguridad alimentaria, la ocupación del territo-rio, la gestión de los recursos naturales y buena parte de la gobernabilidad de la región, dependen de este particular sector de la economía. Pero su impor-tancia no emana de ser un amplio nú-mero de unidades productivas, sino de su constitución en sistemas producti-vos con especificidad, diferenciación y enraizamiento social y cultural. Es su sentido colectivo el que le otorga esa importancia y peso en la economía y el desarrollo. El agricultor familiar como unidad aislada, individual, en realidad no existe sino como abstrac-ción dentro de un proceso de disección de la realidad. Las pequeñas unidades productivas rurales, y su capacidad de subsistencia, se explican como aglome-raciones espacialmente definidas, sean por formas asociativas, cooperativas o integradoras, o como simples figuras de vecindad. La pequeña empresa o emprendimiento agrícola no puede ex-plicarse por sí misma, como puede ha-cerse en el caso dee una gran empresa,

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ya que sus dinámicas dependen en forma extraordinaria de las economías de proximidad, de localización y de aglomeración (IDEM).

Todo lo anterior significa que una estra-tegia de agricultura familiar no puede sustentarse razonablemente en inter-venciones que privilegian mecanismos individualizadores, basados en interpre-taciones simplistas y equívocas de com-petitividad. La búsqueda por alcanzar economías de escala y lograr un posicio-namiento competitivo en los exigentes mercados nacionales e internacionales, cuando se limita al tamaño de la unidad productiva, resulta en la superconcen-tración. A la inversa, la valoración de la naturaleza sistémica de la agricultura familiar y promoción de economías de aglomeración, con pequeñas y media-nas unidades de producción, genera enormes y competitivas economías de escala. La unidad productiva consti-tuida con base en la agricultura familiar es una pieza de un engranaje que fun-ciona dentro de un vecindario, inserto en diferentes formas de asociatividad, en economías de aglomeración, dentro de clústers productivos, al interior de entornos territoriales (IDEM).

Brasil fue el primer país latinoame-ricano en promulgar una ley que define al Agricultor Familiar (Ley 11.326/2006). En Argentina el Foro Nacional de Agricultura Familiar (Fonaf) la define en su documento base. También la Reunión Especializada so-bre Agricultura Familiar del Mercosur

(REAF) estableció una definición co-mún a los países que integran el bloque económico de Mercosur por medio de las “Directrices para el Reconocimiento e Identificación de la Agricultura Familiar en Mercosur” (MIRANDA, 2013). El reconocimiento oficial de la expresión “agricultura familiar” al in-terior de la REAF y en forma inédita para América Latina y el Caribe en los Estados parte del MERCOSUR propicia el reconocimiento mutuo de los agri-cultores familiares en cada uno de los países, para lo cual se establecieron criterios generales que permiten aco-tar al sector, y parámetros particulares de distinta magnitud para aplicarlos de acuerdo a la realidad de cada país e in-cluso al interior de cada uno. Se debe propender a la construcción de una definición operativa de agricultura fa-miliar en todos los países de América Latina y el Caribe debido a que el sec-tor conforma una proporción impor-tante de la población de los países de la región, siendo además una definición flexible a los requerimientos que sur-jan del entorno. Sin duda, ello deman-dará un mejoramiento de la calidad de la información existente en los censos de la región, que permita la elabora-ción de tipologías que sustenten una sólida definición de la agricultura fami-liar a nivel de cada país y faciliten la elaboración de políticas y programas de corte diferenciado para atender al sec-tor (SALCEDO et al., 2014).

En la Estrategia Centroamericana de Desarrollo Rural Territorial 2010-2030

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- ECADERT, el concepto de agricul-tura familiar se refiere a “unidades de producción y consumo basadas pri-mordialmente en trabajo familiar”, y la agricultura familiar campesina, en par-ticular, “prioriza la satisfacción de las necesidades de la familia pero partici-pando en los distintos mercados, tanto de productos como de insumos, tierra, trabajo, créditos y servicios. Además constituye un modo de vida con su pro-pia especificidad cultural.” (MIRANDA, 2013). Recientemente la FAO publicó su definición de agricultura familiar en el Marco Estratégico de Mediano Plazo de Cooperación de la FAO en Agricultura Familiar en América Latina y el Caribe (2012-2015): “La Agricultura Familiar (incluyendo todas las actividades agrí-colas basadas en la familia) es una forma de organizar la agricultura, ganadería, silvicultura, pesca, acuicultura y pasto-reo, que es administrada y operada por una familia y, sobre todo, que depende preponderantemente del trabajo fami-liar, tanto de mujeres como hombres. La familia y la granja están vinculados, co-evolucionan y combinan funciones económicas, ambientales, sociales y cul-turales.” (FAO, 2012).

Aunque no hay una definición consen-suada de la agricultura familiar y en al-gunos países ni siquiera se utiliza esta terminología, hay una cierta generaliza-ción en torno de la idea de que las per-sonas que integran el sector conocido como agriculturas familiares son aque-llas que viven en el medio rural y traba-jan la tierra predominantemente con su

familia. Así definido por el sentido co-mún, la agricultura familiar abarca una diversidad de formas productivas que se diferencian según tipos diferentes de fa-milias, el contexto social, la interacción con los diferentes ecosistemas, y su ori-gen histórico, entre otras. Los agriculto-res y agricultoras familiares constituyen un vasto contingente social con acceso precario, parcial o insuficiente a medios de producción, como tierra y capital productivo, así como a servicios de in-formación, canales de comercialización de su producción excedente y limitada asociatividad gremial, económica y so-cial. La fuerza de trabajo de la familia es su principal medio de producción, aunque la agricultura no es su única actividad económica. Con frecuencia combinan autoconsumo y producción para el mercado, en proporciones muy variables, agricultura y actividades no agrícolas, trabajo en la finca y fuera de ella. Sus estrategias económicas diversi-ficadas están asociadas a modos de vida pluriactivos en determinados territo-rios, redes sociales e identidades cultu-rales (MIRANDA, 2013).

Al revisar el concepto de agricultura familiar, es importante pasar de un abordaje meramente sectorial a otro multisectorial, comprender sus diferen-cias respecto de otros tipos de unidades productivas, y trascender las concepcio-nes que la reducen a una sumatoria de fincas individuales, aisladas y disper-sas como se ha mencionado anterior-mente. El posicionamiento institucional del IICA y su base conceptual sobre las

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agriculturas familiares integra los ele-mentos antedichos, identifica sus de-nominadores comunes y reconoce la heterogeneidad de las unidades pro-ductivas/económicas familiares en cada territorio así como la existencia de va-riaciones significativas entre territorios. Esto requiere, a su vez, de la construc-ción de una tipología de la pluralidad de modalidades de agricultura familiar en el continente (IDEM).

Un aspecto común y que ha permitido un relativo consenso entre estudiosos y formuladores de políticas que trabajan actualmente con la agricultura familiar, es la percepción de que estas unidades no son necesariamente ni pobres, ni pequeñas, ni mucho menos desconec-tadas de los mercados, de las ciudades y de la dinámica social más general. Esto conlleva conexiones con el estado na-cional (a través de las políticas públi-cas) y, de manera más general, con la globalización socio-cultural.

La generalización del uso de la catego-ría agricultura familiar viene presen-tándose en varios países de América Latina. Hay una serie de estudios e investigaciones que se realizaron en los últimos años con el fin de crear un marco de referencia para las organiza-ciones, los gobiernos y otras institucio-nes sobre la agricultura familiar en la región (FIDA/RIMISP, 2014).

Por un lado, el reconocimiento de la agricultura familiar se refiere a un mo-vimiento o esfuerzo cognitivo, y a veces

hasta retórico, para reexaminar y re-nombrar la forma en que los campesinos y los pequeños productores eran defini-dos y tratados hasta los últimos años. Pero, por otro lado, es también una forma de atribuirles un nuevo sentido analítico y político, ya que actualmente la agricultura familiar se entiende por los estudiosos y los científicos como una categoría social diversa y heterogénea y, además, los gestores y las organizacio-nes reconocen su papel estratégico en el proceso de desarrollo social y econó-mico de los países de la región. De este modo, la agricultura familiar adquiere una centralidad política tanto para las organizaciones internacionales como para los movimientos sociales, los sin-dicatos y las cooperativas, al igual que para los partidos políticos y para los programas y las políticas públicos. En este contexto, el interés que tienen los gobiernos nacionales y las organizacio-nes internacionales en desarrollar po-líticas, programas y acciones de apoyo a la agricultura familiar en América Latina crea un escenario favorable para la discusión de este tema. Por lo tanto, es el momento de aprovechar este con-texto favorable para ampliar el conoci-miento sobre la agricultura familiar en los diferentes países de América Latina, establecer parámetros de comparación que posibiliten estrategias de aprendi-zaje compartidas, y crear mecanismos de gobernanza e institucionalidades que puedan garantizar la estabilidad en el mediano y largo plazo y, como conse-cuencia, superar los caprichos de las co-rrientes de pensamiento (IDEM).

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4. El requisito de políticas públicas diferenciadas y coordinadas

En esta que es la última y conclusiva sección del texto, serán abordadas im-plicaciones de políticas públicas de-rivadas del análisis de las categorías ruralidad, territorio rural y agricultura familiar efectuado en las secciones pre-cedentes. Conforme lo anticipado en la introducción, el alineamiento con-ceptual entre esas categorías reque-ría, inicialmente, un tratamiento en el plano teórico explorando contenidos específicos y las conexiones entre ellas, como se buscó hacer. Sin embargo, es en el plano de las acciones y políticas públicas promotoras de transforma-ciones en las condiciones de vida de las poblaciones rurales que se mate-rializa la integración entre ellas. Esta perspectiva coloca un desafío de razo-nable complejidad para lograr la ne-cesaria conjugación de enfoques y su concretización en políticas públicas al mismo tiempo diferenciadas y coordi-nadas. Diferenciadas para ser capaces de reflexionar las peculiaridades del medio rural y la heterogeneidad social que lo caracteriza, y coordinadas en-tre sí debido a las múltiples dimensio-nes involucradas en la promoción del desarrollo rural sostenible. De hecho, vimos que la reconceptualización de lo rural y las llamadas nuevas ruralida-des trajeron consigo la emergencia de identidades y demandas diferenciadas, al paso que el enfoque territorial im-plicó abarcar las múltiples dimensiones

a ser contempladas en el desarrollo de los territorios rurales. Ya la atribución de componente estratégico a la promo-ción de una agricultura de base familiar y diversificada no puede prescindir de las dos referencias bajo pena de quedar reducida a los aspectos técnico-produc-tivos y mercantiles, aunque estos sean factores importantes para el éxito de la actividad agrícola.

La necesidad de formular políticas pú-blicas diferenciadas para el medio ru-ral se ve reforzada por el límite a que llegaron muchas políticas públicas que no consiguen ser universalizadas en función de su diseño único para espacios rurales heterogéneos, como son los casos de políticas de apoyo a la agricultura familiar y a la inclusión productiva. Son políticas diseñadas para un mismo público y una misma realidad, generalmente niveladas por encima, que no alcanzan a aquellos insertos en realidades diferentes, en condiciones más adversas para acce-der a ellas o para tener éxito en su utilización. Una de las más importan-tes implicaciones de las nuevas con-cepciones de ruralidad en las políticas públicas es enfrentar el desafío de di-ferenciar las condiciones de acceso y utilización de esas políticas de acuerdo con las realidades rurales, proporcio-nando efectividad y condiciones de universalización, necesarias la promo-ción de desarrollo rural sostenible.

Se llama la atención sobre al me-nos cuatro factores de diferenciación

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de políticas y programas públicos y de adecuación de los respectivos instrumentos:

El primero y tal vez más importante es la diferenciación entre los grupos so-ciales rurales, algunos con raíces en la propia conformación del medio rural de los países de la región (pueblos in-dígenas y campesinado), otros fruto de la emergencia de nuevas identidades construidas con base en criterios pro-ductivos (la propia categoría agricul-tura familiar, un conjunto diverso en sus formas de expresión), étnico-racia-les (pueblos tradicionales, comunida-des negras quilombolas, etc.) y otros.

El segundo criterio son los diferentes biomas en que están insertas las pobla-ciones rurales, casi siempre resultando en modos de vida y de producción dife-renciados. La creciente atención dada a la dimensión ambiental del desarrollo, acentuada recientemente por el fenó-meno del cambio climático, explica la perspectiva cada vez más presente de adecuar estrategias a los respectivos biomasa, como también a los ecosiste-mas que los componen.

Las diferenciaciones por género y grupo de edad constituyen otros dos criterios de diferenciación de políti-cas públicas direccionadas al medio rural, y de adecuación de los respec-tivos instrumentos, que vienen ga-nando importancia en consonancia con los avances en el tratamiento de los mismos en el ámbito de la sociedad

en general. El porcentaje de estableci-mientos agrícolas bajo responsabilidad de mujeres, ya significativo y cre-ciente, al lado del reconocimiento de la discriminación y de las dificultades decurrentes en su acceso a las políti-cas públicas, han llevado no sólo al ajuste de instrumentos, sino también a la creación de programas específicos para las mujeres rurales. Ya el criterio etario ha demandado la consideración simultanea de las demandas propias de la juventud rural (y también de los jóvenes que desean retornar al campo) y de las implicaciones en términos de servicios públicos y procesos suceso-rios en razón del envejecimiento de la población rural en prácticamente to-dos los países de la región.

Vimos que la agricultura familiar ocupa lugar central en el enfoque de desarrollo rural sostenible aquí pre-sentado, de modo que la promoción de la agricultura de base familiar diversi-ficada emerge como referencia agluti-nadora de acciones y políticas públicas direccionadas para el medio rural. Esa formulación se desdobla en al menos dos consideraciones de naturaleza es-tratégica con implicaciones para las políticas públicas. La primera resulta de la suposición de que la promoción de la agricultura constituye un instru-mento de mejoría de las condiciones de vida de las familias rurales que la practican, al mismo tiempo que tie-nen un relevante papel social por los alimentos y otros productos de origen rural por ellas disponibilizados. Otros

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componentes participan de la estra-tegia de reproducción de las familias rurales sabidamente pluriactivas, pero en este punto interesa dar atención específica a su componente agrícola y agroalimentario. Considerando el ele-vado índice de pobreza y desigualdad que caracteriza el medio rural latinoa-mericano, con un gran contingente de familias enfrentando serias limita-ciones de acceso a recursos en gene-ral, la estrategia productiva depende de la (re)creación de capacidades en varios ámbitos y de la promoción de derechos como el derecho a la tierra, al territorio y a los recursos de la bio-diversidad. Programas de inclusión socioeconómica que en su gran ma-yoría se asientan en la integración productiva de familias rurales deben combinar instrumentos además de la inserción mercantil y ser basados en prácticas emancipadoras de las fami-lias rurales.

Además de esto, las especificidades de la agricultura de base familiar, así como su heterogeneidad tornan aún más importante la definición de pro-gramas e instrumentos que respondan a las necesidades colectivas tanto in-mediatas como estratégicas. Es posible hablar de diferentes modelos de agri-cultura de base familiar o, más propia-mente, hay que resaltar la necesidad de promover los diversos modelos de agricultura familiar que se definen en sintonía con los respectivos territo-rios, características socio-culturales y base de recursos naturales. Esto por-que se coloca una cuestión general en

relación a crear condiciones de repro-ducción de una agricultura diversifi-cada en contraposición a la tendencia predominante de especialización pro-ductiva promovida por dichos proce-sos de modernización impulsados por concepciones estrictas de eficiencia económica privada. La concentración de la producción en menor número de establecimientos con mayor escala de producción siempre estuvo en el origen de la desigualdad y del éxodo rural, así como tiene repercusiones en el modelo de producción y consumo de alimentos que ha prevalecido entre nosotros.

La segunda observación de natura-leza estratégica resulta de la adopción plena del enfoque territorial, esto es, de la articulación entre la promoción de la agricultura de base familiar y di-versificada y el desarrollo territorial, en el caso, el desarrollo de los terri-torios rurales. Ya se mencionó que la agricultura familiar refleja las caracte-rísticas del territorio en que se ubica, al mismo tiempo en que las familias rurales deben ser consideradas como las gestoras por excelencia de los res-pectivos territorios. Desde otro ángulo complementario, el enfoque territorial amplía el foco más allá de las unida-des rurales consideradas en forma ais-lada y de la actividad agrícola en sí. De hecho, apunta hacia los determi-nantes externos a esas unidades que inciden sobre ellas, al mismo tiempo en que articula múltiples dimensiones involucradas en la reproducción de las familias rurales y en el desarrollo del

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territorio como un todo. Trae consigo también la importante perspectiva de movilización de los actores sociales presentes en el territorio, agregando el componente de la participación social, que se retoma más adelante. Se con-cluye, entonces, que hay relaciones de reciprocidad y sinergia que justifican conjugar la promoción de la agricul-tura familiar como instrumento bus-cando la mejoría de las condiciones de vida das familias rurales y el enfoque ampliado del desarrollo de los territo-rios rurales.

Entre las implicaciones para las políti-cas públicas que derivan de lo que se discutió a lo largo del texto y en esta sección final, una de las más decisivas es el requisito de coordinación de las acciones y políticas públicas para lo-grar una actuación multisectorial del Estado, al lado de los desafíos de inno-vación en la formulación y gestión de las políticas públicas, con la eventual constitución de nuevas instituciona-lidades. Claro está que esa coordina-ción debe sobrepasar los límites de los órganos sectoriales, pues ya no se puede restringir el campo de las po-líticas públicas para el medio rural a las convencionales políticas sectoriales (agrícolas y agrarias). La mejoría de las condiciones de vida de las familias rurales, pero también la promoción de las actividades productivas por ellas desarrolladas, engloba el conjunto de las políticas destinadas a la población en general como salud, educación, se-guridad, seguridad social, comunica-ción, transporte y energía.

A propósito de los órganos sectoriales, se recurre una vez más a la experiencia brasileña por tratarse de un caso, por ahora, único en que la diferenciación de políticas dirigidas a la agricultura y el medio rural fue al punto de crear un ministerio propio para la agricul-tura familiar (Ministerio del Desarrollo Agrario), institucionalizando de este modo un filtro social en la distinción entre tipos de agricultura y dando ori-gen a programas de acceso exclusivo de ese segmento.

Es necesario llamar la atención que la coordinación intersectorial requiere más que promover el encuentro entre sectores del gobierno para compartir enfoques, objetivos y recursos, proce-dimiento sin duda necesario, sino que ella debe necesariamente involucrar la participación de las organizaciones de la sociedad civil de las cuales emanan demandas de integración de acciones. El papel de la participación social en la formulación, implementación y se-guimiento de las políticas públicas fue muy resaltado en los documentos con-sultados, debiendo ser prevista desde la esfera nacional hasta el plano local en que se concretizan los programas. De ahí deriva la necesidad de instituir espacios públicos de participación, per-manentes, reconocidos y apoyados por los gobiernos, que pueden asumir di-ferentes formas, siendo la más común de ellas los consejos de participación en políticas públicas.

Para finalizar, se espera que este texto contribuya a que la visión

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institucional unificada del IICA agre-gue conocimientos conceptuales y metodológicos a ser utilizados por los países latinoamericanos como un insumo en la construcción propia de políticas públicas diferenciadas,

innovadoras y participativas que pro-muevan la agricultura de base fami-liar y diversificada, aprovechen el potencial productivo de los espacios rurales y proporcionen bienestar para a su población rural.

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III. Territorios y sus agriculturas familiares: alternativas para un desarrollo inclusivo

Mireya Eugenia Valencia Perafán4

4 Universidad de Brasilia

En los últimos 20 años las nociones territorio y agricultura familiar ganan especial destaque en la formulación de estrategias para el desarrollo, en espe-cial de espacios rurales. La relación de estos dos conceptos con los procesos de desarrollo surge, no necesariamente de manera relacionada, pero sí como dos alternativas para un desarrollo inclusivo con miras a la disminución de la pobreza, las desigualdades y los impactos negativos sobre los recursos naturales.

Parafraseando a Borges (1949) podría afirmarse que los hechos que llevan a retomar esta discusión, tanto por aca-démicos como por gestores de políticas públicas, se presentan “ocupando un mismo punto, sin sobre posición, sin transparencia”. Lo que es posible ob-servar es que hay una serie de eventos

simultáneos registrados como inducto-res de la emergencia de los conceptos territorio y agricultura familiar para enfrentar la realidad de los espacios rurales Latinoamericanos y caribeños que, al comienzo de los años noventa, alertaba por la precariedad en las con-diciones de vida de sus habitantes.

En América Latina y el Caribe los años noventa se caracterizan por un “am-biente político común” dominado por políticas de corte neoliberal donde pre-dominaban las reformas del Estado, la liberalización de mercados financie-ros y bancarios, la privatización de las empresas públicas, la adopción de una política de apertura con eliminación de subsidios y protecciones, y el estí-mulo a la producción agrícola y agroin-dustrial destinada al mercado externo (DELGADO et al, 2013).

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En la misma línea, Schneider (2009; 2014) señala que el interés por bus-car nuevas referencias y orientaciones para el desarrollo de los espacios ru-rales viene siendo una respuesta a los desafíos planteados por procesos más generales de transformación de las so-ciedades contemporáneas. Entre estos procesos pueden indicarse la globaliza-ción económica y comercial que define formas y función de la división social e internacional del trabajo; la biotecno-logía y las modernas tecnologías de la información con su forma de alterar las relaciones sociales y los límites de espa-cio-tiempo. Por último Schneider men-ciona la forma de interacción del Estado con la sociedad civil y con los individuos, a la cual puede agregarse los procesos de descentralización con su efecto incierto sobre la capacidad de las instituciones rurales de adecuarse a la misma.

Estas transformaciones de las últimas décadas provocan cambios en los dis-cursos sobre el desarrollo por parte de gobiernos, agencias multilaterales y academia que, además, no se cons-truyen a partir de un proceso lineal de transición, y están lejos de conformar un referencial unificado y articulado (DELGADO et al, 2013).

En 2009 Schneider afirmaba que “un cambio importante estaba en curso en la forma como estudiosos, formulado-res de políticas y actores sociales per-cibían e intervenían en los espacios rurales”. En este marco, el territorio como una “unidad activa de desarrollo” (CASELLA, BONNAL, MALUF, 2009)

y la agricultura familiar como catego-ría social legitimada y reconocida por su importancia en las transformaciones sociales, económicas y ambientales de los espacios rurales, son retomados en diversos países de América Latina y el Caribe como referencia para el diseño e implementación de políticas públicas para el desarrollo rural.

Este texto tiene el objetivo de indicar, en el contexto de lo que es denomi-nado “nueva ruralidad” en países de región, cómo estos dos conceptos son discutidos y cuáles líneas de acción es-tán siendo propuestas por diferentes organismos internacionales y la acade-mia para el fortalecimiento de la agri-cultura familiar que es, por principio, localizada.

1. Una nueva mirada a la ruralidad latinoamericana

En un artículo publicado recientemente por Sacco dos Anjos e Caldas (2014) los autores llaman la atención sobre la obviedad que puede significar “afir-mar que las áreas rurales y los espacios no densamente urbanizados, pasaron a ser objeto, desde final del siglo XX, de creciente revalorización” (p. 386). Indiscutiblemente, en los últimos 20 años, se construyó un nuevo discurso sobre la ruralidad fuertemente influen-ciado por un conjunto de transforma-ciones en la sociedad contemporánea.

Desde fines del siglo pasado se reflexiona en torno a esas transformaciones de los

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territorios rurales en la perspectiva de tener una nueva mirada de la rurali-dad latinoamericana que se desplace de la “monocromía de lo agrario, de lo tradicional”, lo que implica reconocer los cambios generados en marco glo-bal (SACCO DOS ANJOS e CALDAS, 2014).

Diferentes organismos internacionales y diferentes instancias de gobiernos de la región se apropiaron y difundieron ampliamente la premisa de que lo rural no se reduce a lo agrícola y que este va más allá de la producción de alimentos y fibras. A pesar de los ajustes institu-cionales generados para conjugar es-tas nuevas referencias con la práctica, este cambio de perspectiva necesita de un periodo mayor de experimen-tación que permita comprobar, según las particularidades de cada territorio, qué significan esas nuevas ruralidades. Como muy bien lo recuerda Schneider (2009) “cambiar de perspectiva es siempre difícil y exige una larga etapa de maduración”.

Un significativo aporte reciente al res-pecto es el estudio comparado sobre el concepto de ruralidad y los cambios en el mundo rural de Brasil y otros paí-ses latinoamericanos. En tal estudio se analizan los procesos, las políticas y las principales transformaciones ocurridas en el ambiente rural a lo largo de las últimas cuatro décadas en ocho países, siendo cinco de ellos de América Latina (Chile, Costa Rica, Ecuador, México y Uruguay) y tres de Europa (Francia, España y Holanda). Interesa, en este

texto, rescatar el análisis hecho para los cinco países latinoamericanos, sobre-todo, en el periodo más reciente. Sin embargo, se sugiere la lectura del vo-lumen 21 la Serie de Desenvolvimento Rural Sustentável (IICA, 2013) cuya riqueza y detalles al respecto de las concepciones de la ruralidad contem-poránea son altamente ilustrativos.

Para todos los casos vale la pena re-saltar que en materia de concepciones sobre lo rural y políticas para su desa-rrollo, estas están relacionadas con las transformaciones en los modelos de desarrollo adoptados por esos países, influenciados a su vez por las tenden-cias mundiales y, particularmente por los cambios en los sistemas políticos imperantes. Este es el caso, por ejem-plo, de Chile, donde la crisis de 1982 a 1983 llevó al gobierno militar a flexibi-lizar la política neoliberal y cambiar el modelo de desarrollo agrícola y rural, donde los exportadores agrícolas pasa-ron a ser centrales para el equilibrio de las cuentas externas del país y trayendo como resultado la consolidación del modelo exportador del sector agrícola, principalmente en rubros como la fru-ticultura, cultivos anuales, silvicultura, pecuaria y pesca, estos dos últimos en una menor proporción.

En la redemocratización de Chile, los gobiernos intentaron, bajo la profun-dización del modelo neoliberal, corre-gir los efectos sociales de este modelo económico con propuestas como la transformación productiva con equi-dad. En la década de los años noventa

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se prioriza en los textos oficiales la promoción de un desarrollo sosteni-ble, la disminución de la desigualdad en la distribución de la riqueza, frenar el carácter depredador de la actividad agrícola, como también, fortalecer la capacidad productiva de la pequeña producción agrícola. De otro lado, la política macroeconómica mantuvo el fortalecimiento de las exportaciones, con la definición de precios por el mer-cado, pero con algunas intervenciones por parte del Estado.

En los años 2000 fue diseñada una política específica para el sector rural, definiendo, entre otros aspectos, que los beneficios del desarrollo del sec-tor agropecuario fueran extensivos a la pequeña y mediana agricultura y a los trabajadores rurales y los efec-tos de esta política estuvieran en los marcos de la sostenibilidad ambiental, económica y social. A pesar de estas intenciones, en la actualidad las polí-ticas para el sector rural chileno con-tinúan orientadas hacia la producción y exportación, evidenciándose, en esa nueva ruralidad chilena, los conflictos por los recursos naturales entre secto-res productivos como el agropecuario y el sector minero.

Según los resultados del estudio Con-cepcões da Ruralidade Contemporâ-nea: as singularidades Brasileiras, en Chile la definición de lo rural y la ru-ralidad no tiene un lugar privilegiado en la agenda pública nacional. Para Barril, 2013 (apud, DELGADO et al, 2013), “el tema de la ruralidad carece,

en Chile, de sujetos sociales que lo con-sideren efectivamente relevante para respaldar, conceptual y prácticamen-te, sus demandas por políticas públicas que atiendan a sus intereses específicos o para fortalecer las propuestas de de-sarrollo rural con las cuales estén com-prometidos” (p 219).

En el periodo entre los años ochenta y 2000, lo sucedido en Costa Rica no difiere significativamente del caso Chileno. También bajo un contexto de crisis económica y por la influen-cia de los organismos internacionales, este país fue orientado a cambiar su modelo de desarrollo donde el Estado debía tener un bajo nivel de interven-ción conjuntamente con reducción de los gastos del gobierno, privatización, eliminación de barreras a la importa-ción, expansión de la iniciativa privada y promoción de la exportación de pro-ductos agrícolas no tradicionales. Estas medidas afectaron significativamente a las cadenas productivas nacionales y los grupos sociales rurales, principalmente los pequeños y medios productores.

En la década de los noventa se profun-dizan las políticas de corte neoliberal. El mercado externo, llamado de “agricul-tura de cambio”, perjudica, sobretodo, a la pequeña producción agropecuaria, principalmente, de granos básicos para el mercado interno (DELGADO et al, 2013, p 228). Los empresarios agrícolas y agroindustriales ganan importancia, concentrándose la tierra en manos de pocos y profundizándose el fenómeno de migración del campo y la pobreza rural.

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En Costa Rica, al final de la década de los noventa, de manera paralela a estas medidas de ajuste estructural y apertura económica, surgieron nuevas referen-cias de lo rural superando su visión ex-clusivamente agrícola e introduciendo actividades relacionadas con turismo y la valorización de otras dimensiones de la ruralidad como la identidad territo-rial y la cultura. También hubo cambios en las instituciones creándose espacios para la participación social.

Más próximos al cambio de siglo en el discurso del gobierno costarricense y de las organizaciones internaciona-les comenzó a tratarse del enfoque te-rritorial como alternativa al sectorial. Esto, debido a que los cambios produ-cidos en los espacios rurales durante la década de los noventa, sobre todo en relación a las dinámicas económi-cas, complejizó la comprensión de los mismos. Este discurso se refleja en la creación reciente (2012) del Instituto de Desarrollo Rural – INDER que con-tinua realizando las antiguas funciones del Instituto de Tierras e Colonización – IDA, pero inyectando la perspectiva territorial a sus acciones.

Concluye el estudio sobre las concep-ciones de la ruralidad en Costa Rica que, durante el periodo estudiado, es posible evidenciar un cambio en las es-tructuras de implementar las formas de desarrollo para esos territorios.

Ecuador es el tercer país de Latinoamé-rica incluido en el estudio de Delgado et al (2013). La deuda externa y los

consecuentes ajustes estructurales tam-bién hacen parte del contexto de la dé-cada de los ochenta y la mayoría de los años noventa de este país. El desmonte de las políticas de apoyo a la agricul-tura es característico de este periodo junto con el fortalecimiento del sector agrícola exportador, cambiando los pro-ductos tradicionales, generalmente de consumo interno, por la producción de grandes monocultivos como el banano y las flores. El interés por el equilibrio de la balanza comercial llevó a fortale-cer las políticas para este segmento de la agricultura y a marginalizar la agri-cultura campesina con su consecuente expulsión de las áreas rurales y la con-centración de la tierra en manos de los sectores agroexportadores.

En los primeros seis años del siglo XXI se mantienen los parámetros de la po-lítica neoliberal con las consecuencias que trae consigo la economía dolari-zada del país. En 2007, al asumir Rafael Correa con la elaboración de una nueva Constitución para la república, son pu-blicados conceptos emblemáticos para la concepción de la ruralidad, como el de “derechos de la naturaleza”.

La promulgación de la nueva Constitución legitimó y dio fuerza, en-tonces, a las reivindicaciones de que las políticas públicas para la agricultura y para lo rural sean formuladas desde una perspectiva multifuncional, que valorice tanto a la naturaleza como a los pueblos y las poblaciones que viven en los territorios rurales (DELGADO et al, 2013, p 239).

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Este nuevo contexto es el escenario para la definición de políticas como la Ley Orgánica del Régimen de Soberanía Alimentaria y la Estrategia Nacional para el Bien Vivir Rural, esta última co-locando a la agricultura familiar como tema central del desarrollo rural.

En México, la historia se repite. En la década de los ochenta hubo una pro-fundización de las políticas neoliberales con la correspondiente reducción del Estado, apertura y desregularización de los mercados, entre los otros precep-tos del Consenso de Washington. Los efectos de la crisis de los años ochenta y las medidas tomadas para superarlas afectaron, como en los otros países, al sector campesino y fortalecieron a los grupos empresariales con foco en la exportación, afianzando cadenas de valor globalizadas como principal fac-tor de desarrollo (frutas y hortalizas). Este hecho modifica las políticas pú-blicas enfocadas en el medio rural y la agricultura (LÉONARD; FOYER, 2012 apud DELGADO et al, 2013).

En los años noventa la apertura comer-cial continúa marcando la pauta con su estrategia política y económica para el aumento de la competitividad, como también la profundización de las des-igualdades sociales y territoriales. Frente a esto, en México hubo, de forma com-plementaria a la agenda para la compe-titividad, la reorientación de políticas so-ciales focalizadas y basadas en modelos de fondos sociales como alternativa a la reducción del Estado (ECHEVERRI, 2013 apud DELGADO et al, 2013, p 249).

Un punto importante a ser rescatado en el caso mexicano es cómo, en este periodo, se borra de la agenda políti-ca la posibilidad de una reforma agra-ria. A partir de un acto del ejecutivo se modifica la Carta Magna alterando el artículo 27 el cual aseguraba el acceso a la tierra por parte de los campesinos, expropiaba latifundios y garantizaba la asignación de tierras en los ejidos (ECHEVERRI, 2013 apud DELGADO et al, 2013, p 249).

En los años 2000 son creados dos mar-cos institucionales que son destacados por los autores del estudio como claves para las concepciones de la ruralidad en el sentido de pasar de una perspecti-va eminentemente agrícola a una más amplia que trasciende lo sectorial. Es-tos marcos fueron la reforma a la Ley Agraria y la elaboración de la Ley de Desarrollo Rural Sostenible (2001). En esta última se parte de una visión in-tegradora del medio rural cuyos ejes centrales están constituidos en estre-cha relación con los espacios urbanos (ECHEVERRI, 2013 apud DELGADO et al, 2013, p 252).

México ha definido una serie de po-líticas e instrumentos en los últimos 13 años que favorecen el medio rural, pero Echeverri -citado por Delgado et al, 2013- llama la atención sobre el carácter social y sectorial de estas po-líticas que no colocan en cuestión la definición de lo rural.

Por último el caso de Uruguay no es muy distante de los anteriores en

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relación al contexto que enmarca la década de los ochenta y la mayoría de los años noventa. Se suma a este pano-rama el golpe de Estado en 1970 que instauró un gobierno autoritario hasta 1985. En la fase de redemocratización se adoptan las políticas neoliberales con un amplio proceso de modernización de la agricultura para alcanzar la com-petitividad de la agricultura uruguaya en el mercado mundial (DELGADO et al, 2013, p 259).

El panorama actual de la ruralidad uruguaya, según Piñeiro (2013 apud DELGADO et al, 2013, p 249) es la desocupación del medio rural llegando a existir una situación de “rural sin gente”. Se inicia en el Uruguay de los años 2000 un aumento significativo del precio de la tierra acompañado de su concentración en manos de empre-sarios extranjeros. Como el mismo au-tor citado indica:

“En los últimos años, más del 32% de la superficie agropecuaria del país ya fue negociada. Además, siete empresas de capital extran-jero controlan cerca de 70% de las tierras con florestas del Uruguay y diez empresas, casi todas extranje-ras controlan más de la mitad de las tierras de agricultura de secano” (2013, p 262).

Lo anterior modificó la estructura agra-ria y social de las áreas rurales urugua-yas y dio origen a un profundo proceso de desocupación de los campos, redu-ciendo la concepción de lo rural a su

dimensión exclusivamente productiva.Para el caso brasileño, investigado por Wanderley y Favareto como parte del estudio sobre “Concepciones de la Ruralidad Contemporánea”, son identi-ficadas seis tendencias que diseñan los contornos de los espacios rurales de ese país. La primera de ellas es el cambio en el perfil demográfico el cual se ma-nifiesta, de un lado, por la constatación que lo rural brasileño es mayor que lo reportado por las estadísticas oficiales (30% de la población brasileña puede ser considerada como rural versus el 18% registrado por el IBGE, 2000). De otro lado, hay una inversión en el éxodo rural y municipios con fuertes ca-racterísticas rurales que están atrayendo población por varias razones. Entre las citadas por los investigadores referidos están: i) falta de oportunidades en las áreas urbanas; ii) mejores perspectivas en las áreas rurales por la ampliación de inversiones, vía políticas públicas; iii) desconcentración de las actividades económicas y iv) oferta de amenidades naturales de esos espacios rurales.

La segunda tendencia dice respecto a la importancia que gana la agricultura en el ámbito internacional, pero que pierde en la ocupación del trabajo y en la formación de rentas. Así las exporta-ciones del sector agrícola lleguen a 30% de total en la última década, Wanderley y Favareto bien explican las razones por las cuales las formación de rentas y ocupación no acompañan esta diná-mica. En primer lugar está la disponibi-lidad de factores de producción a costos bajos en las áreas de frontera agrícola.

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En segundo lugar la baja utilización de mano de obra por parte de las ac-tividades agrícolas empresariales y en tercer lugar el cambio en el perfil de-mográfico, mencionado en la primera tendencia, asociado a la desconcen-tración de la actividad económica y a la ampliación de las políticas sociales, lleva a la oferta de trabajo en áreas no agrícolas.

Enraizamiento y metamorfosis son los dos términos utilizados por los autores Wanderley y Favareto para describir la tercera tendencia. Enraizamiento so-cioambiental de la llamada “nueva ru-ralidad” y metamorfosis de la cuestión agraria. El primero está relacionado con la necesaria articulación de la cuestión agraria a las cuestiones regio-nales y ambientales y el segundo con las representaciones ideológicas otor-gadas al agronegocio como un sector que participaría de la construcción de una sociedad moderna. Los efec-tos del crecimiento económico, por la expansión del agronegocio, tienen múltiples facetas en los lugares donde este se instala: aumento de la pobreza y de la desigualdad o disminución de la pobreza con permanencia de las desigualdades.

En sintonía con la anterior, la cuarta tendencia dice respecto a la conviven-cia conflictiva de dos formas sociales de producción en la agricultura brasileña: la patronal y la familiar. De un lado, no ha habido un cambio en la estructura agraria brasileña, caracterizada por una alta concentración en la tenencia de la

tierra por la agricultura patronal, pero de otro no es acertado asumir que los pequeños, en términos de tamaño de la propiedad tierra, conforman el grupo de la agricultura tradicional y atrasada. Hay, en las dos agriculturas, segmentos vinculados a mercados dinámicos.

El territorio como unidad de planea-ción es la quinta tendencia indicada, pero con la salvedad que, a pesar de que este concepto invita a abandonar las perspectivas sectoriales, estas se mantienen presentes en la implemen-tación y resultados de las políticas con este enfoque territorial en Brasil. Los autores afirman que los territorios fue-ron convertidos en “repositorios” de inversión e invitan a avanzar en estra-tegias que superen la dicotomía entre reducción de pobreza y dinamización económica.

Finalmente, la sexta tendencia dice respecto al surgimiento de una econo-mía de la nueva ruralidad y para esto Wanderley y Favareto se preguntan: A pesar de las constataciones regis-tradas en las cinco tendencias ante-riores, ¿qué puede explicar el buen desempeño de las regiones rurales en los años recientes? A partir del estudio realizado por Favareto y Abramovay (2009) en áreas rurales brasileñas se identificó que dos de cada de cada diez municipios rurales consiguieron me-jorar la renta y disminuir la pobreza y la desigualdad. Los autores concluyen que la causa de los buenos indicadores obedece a la conjugación de una se-rie de factores como son: i) la fuerza

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de la economía doméstica con transfe-rencia de recursos privados y públicos; ii) ofrecimiento de servicios públicos básicos, y iii) políticas que motivan la inserción en mercados con actividades económicas a pequeña escala. Frente a esto, la cita que sigue abre un abanico de posibilidades para pensar y valorar los espacios rurales:

[…] es obvio que las grandes me-trópolis están en la delantera de la innovación tecnológica, del di-namismo económico y ahí se con-centran los esfuerzos para reunir atributos competitivos capaces de atraer capitales internacionales. Pero las regiones rurales tienen la gran virtud y el inmenso potencial de atraer las ganancias provenien-tes de las pensiones, de parte de las rentas públicas, de la vuelta de los procesos migratorios y, con base en esta fuerza de la economía re-sidencial, promover dinámicas que valoricen atributos locales no ex-puestos – contrariamente a lo que ocurre en las metrópolis – a la com-petencia globalizada (FAVARETO y ABRAMOVAY, 2009, p. 25)

A partir de estos estudios se confirman los cambios en los espacios rurales que reflejan nuevos paisajes y nuevas rela-ciones sociales y otorgan a la ruralidad latinoamericana una alta heterogenei-dad que, en las palabras de Delgado et al, se traducen en diferentes niveles:

“en la relación que los diferentes países establecen con los flujos internacionales

de comercio de commodities agrícolas y extractivas; en el modo como los di-ferentes Estados Naciones gestionan las políticas dirigidas a la agricultura y los espacios rurales; en la fisionomía eco-nómica, social y ambiental de los terri-torios y de las regiones caracterizadas como “no urbanas” (2013, p 332).

Con este panorama puede sintetizarse que, para los casos referenciados en este periodo (a partir de los años 2000), se evidencia la ampliación de las fron-teras del agronegocio en relación a su extensión de áreas cultivadas o de in-versiones agrícolas y agroindustriales. Consolídase de esta forma:

“la construcción/comprensión de un ‘modelo dual’ (agricultura em-presarial x agricultura familiar) que informa el conjunto de interpreta-ciones posibles sobre el proceso de desarrollo rural latinoamericano con una fuerte repercusión en el contexto institucional que le da so-porte al mismo” (DELGADO et al, 2013, p.202).

De otro lado, el enfoque territorial surge para dar soporte a la formulación de políticas públicas para el desarrollo rural y que, a pesar de la crítica hecha por Wanderley y Favareto (2013) para el caso brasileño, contribuye dando vi-sibilidad a espacios rurales diferencia-dos del agronegocio y, en este sentido, provoca nuevas reflexiones y pregun-tas sobre el significado de lo rural en América Latina y el Caribe (DELGADO et al, 2013).

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2. El enfoque territorial en América Latina

Conforme bien concluye Schneider en su ensayo sobre Ciencias Sociales, Ruralidad y Territorios (2009), “la pers-pectiva territorial de desarrollo repre-senta un encuentro o la confluencia de nuevas formas de reflexionar sobre la ruralidad, elaborar políticas, de imple-mentar y experimentar prácticas” (p 46).

Es así que en el cambio de siglo se pre-senta, en América Latina, el enfoque territorial como una alternativa a en-foques pasados cuyos resultados esta-ban siendo evidenciados en los datos sobre el fracaso de las políticas rurales y sus consecuentes bajos efectos en la disminución del número de pobres en las áreas rurales del continente. En esta época una de las definiciones de desa-rrollo territorial rural que tuvo amplia divulgación en América Latina por parte de gobiernos, agencias interna-cionales y la academia es la construida por Schejtman y Berdegué en 2004. Estos investigadores entienden que de-sarrollo territorial rural es un proceso simultáneo de cambio productivo e institucional que se lleva a cabo en de-terminadas localidades y que permite avanzar en la superación de la pobreza.

Para conducir las acciones orientadas por este enfoque se realizaron ajus-tes institucionales que se convirtieron en marcos de referencia para la ma-yoría de los países de la región. Estos son, por ejemplo, los casos de México y Brasil que hacen profundas reformas

institucionales como son la formulación de la Ley de Desarrollo Rural Sostenible sancionada por el Gobierno Mexicano en 2001 y la creación de la Secretaria de Desarrollo Territorial - SDT en el caso brasileño, la cual creó y ejecuta el Programa Territorios de Identidad que, a su vez, inspira la creación del Programa Territorios de la Ciudadanía.

Tales reformas surgen, principalmente, justificadas por la necesidad de fortale-cer la descentralización de las políticas públicas; trabajar a una escala espacial intermedia que permitiera superar los límites de lo municipal y los desafíos que trae consigo la amplitud de la es-cala estadual; permear las acciones para el desarrollo con una comprensión de lo rural que supere lo sectorial agrí-cola y, por último la posibilidad que la unidad territorio ofrece para dimensio-nar los lazos de proximidad entre per-sonas, grupos sociales e instituciones claves para las iniciativas de desarrollo (DELGADO et al, 2013).

En el caso brasileño, por ejemplo, se propone que la nueva Secretaria con-tribuya con el desarrollo regional donde “predominan agricultores familiares y beneficiarios de la reforma agraria y de ordenamiento agrario, colaborando para la ampliación de las capacidades huma-nas, institucionales y de autogestión de los territorios rurales” (BRASIL, MDA-SDT. 2006, s.p.). En este sentido, la SDT apoya la organización y fortalecimiento institucional de los actores locales en la gestión participativa del desarrollo soste-nible de los territorios rurales y promueve

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la implementación e integración de polí-ticas públicas (VALENCIA, 2007).

El Ministerio de Desarrollo Agrario del Brasil entiende el enfoque territorial como “una visión integradora de espa-cios, actores sociales, agentes, mercados y políticas públicas” (BRASIL, MDA-SDT, 2005). Se presenta el territorio como un espacio geográfico delimitado que per-mite, además de ordenar la intervención gubernamental, trabajar en escalas de planeación que superen el restringido espacio municipal y articulen actores di-versos para el desarrollo económico de ese territorio (VALENCIA, 2007).

Además de estos ejemplos de Brasil y México, entre los más destacados en América Latina y el Caribe están las estrategias y políticas impulsadas por la Estrategia Centroamericana de Desarrollo Rural Territorial - ECADERT y el Proyecto de Políticas Innovadoras para el Desarrollo de los Territorios Rurales en América Latina y el Caribe - PIDERAL. Estos programas reconocen una lógica de aglomeraciones localiza-das de núcleos o clúster de agricultura familiar y a la importancia del entorno territorial, en su doble relación de de-terminante de las potencialidades del desempeño de esta agricultura y de efectos de su grado de desarrollo sobre las condiciones de vida en el territorio.

Según lo expuesto por Echeverri (2014),

“El instrumental de política pú-blica basado en estrategias secto-riales de orientación individual, ha

demostrado preocupantes grados de ineficacia y pobres relaciones costo beneficio. En oposición, las estrate-gias basadas en modelos integrales de carácter territorial que orienten los instrumentos, dirigidos a la pro-visión de factores productivos y al fortalecimiento de los entornos de mercado, hacia el fortalecimiento de clúster y cadenas de valor agre-gado y el incremento de los bienes públicos, muestran mayor eficacia en el mediano y largo plazo.”

A pesar de la propuesta sistémica que sustenta el enfoque territorial para el desarrollo y su carácter multidimen-sional (social, económico, cultural y ambiental), los resultados de su im-plementación en los países de la re-gión mantienen un carácter sectorial (Wanderley y Favareto, 2013; Leite, 2012; Echeverri, 2014). Es importante resaltar que esta perspectiva territorial supera los límites administrativos, es intersectorial – lo que implica que no corresponde a un único sector de la economía – y supone la presencia y re-lación de múltiples actores. Conforme lo explican Cazella, Bonnal y Maluf (2009) el territorio es un “local apro-piado y ordenado por las sociedades, portador de relaciones que se extien-den en el tiempo y en el espacio, él es, en esas condiciones, el resultado de re-presentaciones pasadas, pero también de proyectos y de proyecciones que las sociedades asumen” (p 60).

Las dinámicas territoriales están defi-nidas por este proceso de evolución,

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relaciones y acción entre los grupos y segmentos diferentes de un territorio, que entre ellos conforman grupos re-lativamente homogéneos que compar-ten identidades, intereses y visiones del mundo convergentes (CAZELLA, BONNAL y MALUF, 2009).

Uno de estos segmentos es la agricul-tura familiar que, así sea una categoría que alberga una diversidad de formas sociales, comparte su condición de ser fuertemente localizada al asumir el tra-bajo en el establecimiento productivo. De otro lado, establece lazos interper-sonales para garantizar su reproduc-ción social y económica, como también para buscar su legitimidad y la efica-cia de las intervenciones del Estado (WANDERLEY y FAVARETO, 2013).

Estas relaciones interpersonales, me-diadas por principios de solidaridad y proximidad económica, facilitan la co-hesión territorial que, a su vez, puede generar eficientes procesos de desarro-llo donde el crecimiento económico sea convergente con la disminución de la pobreza y las desigualdades sociales.

3. La importancia de la agricultura familiar para el desarrollo de los territorios rurales en América Latina y el Caribe

Conforme a lo enunciado en la intro-ducción de este texto, el surgimiento de las discusiones sobre la Agricultura Familiar está vinculado a aquellas que,

de igual manera motivan nuevos enfo-ques de desarrollo y nuevas perspecti-vas sobre los espacios rurales. Según un estudio reciente realizado por el Centro Latinoamericano para el Desarrollo Rural - RIMISP y el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola -FIDA (2014), las actuales discusiones sobre agricultura familiar por investigadores y formula-dores de políticas surgen en un contexto de cambios en la agricultura y en los enfoques para el desarrollo rural. Para el primer caso pueden mencionarse los conflictos relacionados con el aumento de la demanda por alimentos, materias primas e insumos y la valorización de los activos tierra, agua y recursos mine-rales. De otro lado, los nuevos enfoques para el desarrollo rural traen consigo nuevas formas de entender la pobreza comprendiéndola como un problema multidimensional que no sólo está rela-cionado con la falta de eficiencia econó-mica, sino con restricciones ambientales e institucionales que determinan la di-námica productiva. La pobreza, en esta marco, “es una condición social que de-pende de, y está vinculada con, la fra-gilidad y vulnerabilidad de los medios de vida de los pequeños productores” (RIMISP; FIDA, 2014, p 5).

Tanto el estudio elaborado por RIMISP y FIDA, como Schneider (2014) coin-ciden al indicar que, dentro de este contexto, es posible identificar cuatro factores que explican el creciente inte-rés por la agricultura familiar:

i) el reconocimiento del papel del Estado y el diseño e implementación

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de diferentes políticas públicas para el desarrollo rural;

ii) enfoques de desarrollo rural que rescatan el tema de sostenibilidad y de los territorios, entendiendo estos últimos como espacios de interac-ción entre economía y sociedad y principalmente con la relación de la agricultura familiar en la diversifi-cación de las economías locales;

iii) garantía de seguridad alimenta-ria en el marco de las metas del milenio y, sobre todo, el papel de la pequeña producción frente a al cambio climático y transición de-mográfica y, por último,

iv) la influencia de programas como los implementados en Brasil que “combinan instrumentos tradicio-nales (crédito y asistencia técnica) con innovaciones como el apoyo a la comercialización, organización de los mercados y políticas socia-les compensatorias” (SCHNEIDER, 2014, p2).

v) Este último aspecto está fuerte-mente vinculado al papel de los movimientos sociales que, como lo menciona el documento de RIMISP y FIDA, fueron cruciales para co-locar nuevamente en discusión las formas familiares de trabajo y pro-ducción en la agenda de organis-mos Internacionales y gobiernos.

En particular el tema del papel de los movimientos sociales puede ser

ilustrado en casos como el brasileño donde su participación en la definición de nuevas institucionalidades para el fortalecimiento de la agricultura fami-liar es crucial, como el caso mexicano en el cual el debate sobre la agricultura familiar (entre 1990 y 1992), fue lide-rado por organizaciones campesinas en el Congreso Agrario Permanente que buscó construir propuestas alter-nativas a las políticas neoliberales. Este Congreso consiguió incluir algunos elementos críticos sobre la cuestión agraria, así los acuerdos básicos entre las organizaciones campesinas hayan estado fundamentados en reformas que privilegiaban el mercado como faro del desarrollo rural y agrícola (ECHEVERRI, 2013 apud DELGADO et al, 2013).

Por el contrario, y aún en relación a la participación de los movimientos sociales, vale la pena mencionar que, según el estudio realizado por Delgado et al (2013), en el Ecuador de los años noventa las políticas públicas para el desarrollo rural no fueron una res-puesta a la presión de los movimientos sociales y sí el resultado de la vincula-ción del país en el comercio internacio-nal y de la “reacción a la presión de los sectores empresariales vinculados a los principales productos para la exporta-ción” (p 237). Este aspecto es ilustrado por Martinez (2013, apud DELGADO et al 2013), cuando afirma que a pesar del crecimiento de los movimientos so-ciales críticos del gobierno, sobre todo grupos indígenas, la Ley de Desarrollo Agropecuario de 1994 no atendió

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campesinos ni movimientos indígenas y sí consolidó los intereses del empre-sariado agrícola.

Después de un largo periodo de mar-ginación y desconocimiento de su relevancia social y económica, esta ca-tegoría comienza a ganar legitimidad social y política a partir de la segunda mitad de los años noventa. Aunque el uso del término agricultura familiar se haya generalizado en el continente la-tinoamericano de forma gradual desde esa década, aún en la actualidad puede encontrarse en textos técnicos y repor-tes científicos términos como pequeña producción o campesinos, utilizados, en muchas ocasiones, como sinónimos del primero. Para el caso de la pequeña producción, la referencia es la dimen-sión económica o productiva del esta-blecimiento, limitándose a una unidad de medida que deja de lado los factores sociales. Por el contrario, la referencia a campesinado prioriza su característica de grupo social donde la cultura, los valores y la tradición se hacen presen-tes como elementos de cohesión y cuya actividad productiva es ejercida como un modo de vida, más por la subsisten-cia y menos por el lucro (SCHNEIDER, 2014). Esta perspectiva, la cual es re-gistrada por el autor citado como una de las vertientes de los estudios sobre campesinado en América Latina de la década de 1960, vuelve a ser discutida por los defensores de producciones limpias y sostenibles para los cuales la forma de producción campesina es más próxima de los principios socio-técni-cos de la agroecología.

En reportes técnicos, como el elabo-rado de manera conjunta entre la CEPAL, el IICA y la FAO (2014), agri-cultura familiar es definida como un modo de vida cuya comprensión no debe limitarse a los logros agroproduc-tivos sino incluir sus relaciones con la naturaleza, que implican el respeto al ambiente y el resguardo de la biodi-versidad como, también la protección de las tradiciones culturales y la pro-moción del desarrollo territorial. Estas características otorgan a este grupo social un papel preponderante en los procesos de desarrollo de los países latinoamericanos donde es necesario definir alternativas que contribuyan a disminuir los efectos causados por la inestabilidad de los precios de los pro-ductos agrícolas e insumos, la compe-tencia con otros sectores productivos por el uso de recursos naturales y la creciente demanda por alimentos (CEPAL; FAO; IICA, 2014).

De forma complementaria, es impor-tante retomar el trabajo hecho por el IICA en 2007 donde se hace un es-fuerzo por definir la agricultura familiar tomando en cuenta las particularidades propias de los países objeto del estudio (Cono Sur) a partir, principalmente, de sus “características productivas y las condiciones agroecológicas en que se encuentran” (IICA, 2007, p.4). Además del reconocimiento de la heterogenei-dad que caracteriza esta forma social, el IICA, en el estudio referido, plantea que hay factores comunes a la agricul-tura familiar, como son: i) la activi-dad agrícola y pecuaria es la principal

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fuente de ingresos; ii) el trabajo fami-liar es prioritario en la explotación del predio, y iii) la familia y la unidad pro-ductiva son vistas y operan integrada-mente en las decisiones económicas y sociales.

El estudio de RIMISP y FIDA coincide en afirmar que la heterogeneidad y diversidad de la agricultura familiar es una de sus “características genui-nas”. En ese sentido y en sintonía con las particularidades de la catego-ría agricultura familiar para cada uno de los países latinoamericanos, estas organizaciones afirman que las ca-racterísticas sociales y económicas de este grupo social “varían de acuerdo con la historia de cada región o país, así como con las relaciones con el ambiente físico y geográfico, dando como resultado la configuración de determinados sistemas de uso de la tierra, de organización de la actividad productiva y de las relaciones de tra-bajo” (2014, p 12).

Una de esas variaciones puede eviden-ciarse en el grupo de establecimientos familiares que, además de las activi-dades agropecuarias, también obtie-nen sus ingresos de actividades no agrícolas, incluyendo transferencias y remesas (p 6). De otro lado, tanto el estudio de los países del Cono Sur (IICA, 2007), como la reciente inves-tigación de RIMISP y FIDA en Brasil Colombia, Ecuador, Chile, México y Guatemala, identifican como punto común la importancia de la agricul-tura como actividad económica para

la reproducción de esas unidades (RIMISP; FIDA,2014, p 26).

Este contexto, asociado a una persis-tente pobreza y hambre en el mundo, permite reconocer a la agricultura fa-miliar, no sólo como una alternativa para reducir el hambre, sino por su importante papel en términos cuan-titativos, económicos, demográficos y culturales.

En relación a la seguridad alimenta-ria y nutricional es innegable la ca-pacidad de la agricultura familiar de producir alimentos y garantizar la so-beranía alimentaria de las poblacio-nes. Evidenciado por estudios como el realizado por el FIDA/UNEP (2013) los pequeños productores familia-res “producen el 70% de los alimen-tos en África y aproximadamente el 80% de los alimentos consumidos en Asia y en África Subsahariana, y en América Latina los pequeños agricul-tores ocupan casi el 35% del área total cultivada. En términos nutricionales, conforme a lo registrado por la CEPAL (2014), “muchos de los productos ri-cos en micronutrientes son producidos por la agricultura familiar, como los frijoles (67%), la yuca (84% ), el maíz (49%) y la leche (52%) en Brasil; el maíz y los frijoles (30%) en Colombia; las papas (64%), las cebollas (85%), el maíz (70%) y la carne de oveja (83%) en Ecuador.

Incrementos moderados en la produc-tividad de la agricultura familiar y la reducción de pérdidas post-cosecha, la

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mejoría del procesamiento y facilita-ción para acceso a mercados, permiten aumentos sustanciales en la produc-ción y disponibilidad de alimentos, fortalecer los ingresos de las familias campesinas y mejorar la seguridad alimentaria. Esta producción de ali-mentos, de igual forma, vincula a esta categoría a mercados dinámicos y con-tribuye, en consecuencia, con la dina-mización económica.

En términos cuantitativos la agricul-tura familiar es la categoría social más importante en regiones rurales y de varios países de la región. Según el Banco Mundial (2008), “de los 5,5 mil millones de habitantes del mundo en desarrollo 3 mil millones, casi la mitad de la humanidad, viven en las áreas rurales. Entre estos habitantes de las áreas rurales, cerca de 2,5 mil millo-nes viven en propiedades relacionadas con la agricultura y 1,5 mil millones en propiedades de pequeños agricul-tores” (p. 3). En América Latina y el Caribe se estima que hay cerca de 17 millones de establecimientos de agri-cultura familiar que agrupan un total de 60 millones de personas (CEPAL; IICA; FAO 2014). En Brasil, por ejem-plo, el número de establecimientos agropecuarios es de 5.175.636 de los cuales 4.366.267 corresponden a la agricultura familiar (IBGE, Censo Agropecuario 2006).

Con relación a la demografía, la agri-cultura familiar concentra una gran oferta de mano de obra familiar y es en América Latina y el Caribe la más

importante fuente de empleo. El 65% del total de la agricultura familiar en la región, contribuye con más de la mi-tad del empleo (CEPAL, 2009). El va-lor agregado agrícola va desde 19% a 38% en el área sur y entre el 40 y 60 % en países andinos y centroamericanos (CEPAL, 2014).

La dimensión cultural está en el campo de los recursos patrimoniales que la agricultura familiar le imprime a la ru-ralidad y que a su vez contribuye con la construcción de identidades a partir de, por ejemplo, las formas de preparar los alimentos, su música, sus cantos, sus fiestas.

A estos elementos relacionados con as-pectos económicos (generación de in-gresos y el uso intensivo de mano de obra), políticos (presencia de esta cate-goría en los espacios rurales), cultura-les (recursos patrimoniales) y sociales (seguridad alimentaria y disminución de pobreza y desigualdades) se suma que los “territorios con los indicadores económicos y humanos más dinámicos y equilibrados, también son aquellos en que la agricultura familiar realiza contribuciones importantes” (RIMISP e FIDA, 2014, p. 6).

En este sentido, el fortalecimiento de la agricultura familiar para potencializar estas características inherentes a sus sistemas sociales y productivos, pasa, en primer lugar, por el diseño de políti-cas públicas que engloben los espacios rurales, buscando mejorar sus dinámi-cas intersectoriales y territoriales. No

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se trata de hacer una política para cada tipo de agricultura familiar sino de ob-servar, entender y definir acciones en el marco de dinámicas territoriales en las cuales la agricultura familiar es un actor clave.

Consideraciones Finales

Nuevas formas de entender la rura-lidad, los territorios y la agricultura familiar están relacionadas con la trans-formación de las sociedades contempo-ráneas. A pesar de que las referencias y conceptos del pasado aún estén pre-sentes en los marcos analíticos y nor-mativos de grupos de académicos o gestores públicos (SCHNEIDER, 2009), se reconoce la necesidad de alterar y reformular viejos esquemas por nuevas propuestas que sean coherentes con las realidades actuales de las sociedades rurales.

Como ya se mencionó, cambiar de pers-pectiva siempre es difícil, pero después de más de una década de discutir estos conceptos a la luz de las transforma-ciones de carácter más general (papel del Estado, centralidad del mercado, globalización económica y comercial) y contando con estudios comparados como los referenciados en este texto, es posible afirmar que existen suficien-tes evidencias y elementos conceptua-les para orientar la construcción de políticas públicas que contribuyan con el desarrollo de los espacios rurales y en consecuencia de los grupos sociales que los habitan.

Es importante rescatar lo que muy bien concluye Favareto (2007, p 111) y es retomado por Wanderley y Favareto (2014, p 447) sobre el contorno de la “nueva ruralidad”. En primer lugar, lo rural ya no puede ser entendido desde una perspectiva sectorial sino territo-rial. En segundo lugar, “los contenidos sociales y la calidad de la articulación las tres dimensiones definidoras de la ruralidad cambian”. La proximidad con la naturaleza deja de ser exclusi-vamente para la producción de bie-nes primarios, “los cuales son objeto de nuevas formas de usos social”. En la segunda dimensión, la relación con las ciudades, “los espacios rurales de-jan de ser sólo exportadores de bienes primarios para dar lugar a una mayor diversificación e integración intersec-torial de sus economías” y, por último, las relaciones interpersonales “dejan de apoyarse en una relativa homogenei-dad y aislamiento para dar lugar a un proceso creciente de individualización y heterogeneización”.

Con este marco y pensando en el di-seño de políticas públicas se hace im-prescindible entender las dinámicas territoriales a partir de “las interaccio-nes entre los componentes económi-cos, sociales, ambientales y espaciales del territorio” lo que a su vez conforma los territorios reflejando sus caracterís-ticas (CASELLA, BONNAL, MALUF, 2009, p 61). Esto lleva a sugerir que no hay una única fórmula para el de-sarrollo de los territorios rurales. Cada uno de ellos es particular en su histo-ria, capacidades y limitaciones y son los

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actores los que, ganando capacidades y autonomía, llevan a la configuración de “territorios exitosos”. Como diría José Emilio Guerrero de la Universidad de Córdoba (España) son necesarias cada vez más políticas públicas como

procesos de movilización institucional y social y menos como rígidas norma-tividades para alcanzar ideales que, ge-neralmente, no son compartidos o no están en convergencia con esas diná-micas territoriales.

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CEPAL; FAO; IICA. Perspectivas de la agricultura y del desarrollo rural en las Américas: una mirada hacia América Latina y el Caribe. San José de Costa Rica: IICA, 2013.

CAZELLA, A.; BONNAL, P. e MALUF, R. Multifuncionalidade da agricultura fami-liar no Brasil e o enfoque da pesquisa. In: CAZELLA, A.; BONNAL, P. e MALUF, R. (orgs). Agricultura Familiar: multifuncionalidade e desenvolvimento territorial no Brasil. Rio de Janeiro: Mauad X, 2009.

DELGADO, N. et al. Concepções de Ruralidade e Políticas Públicas na América Latina e na Europa: análise comparativa de países selecionados. In: MIRANDA, C. e SILVA, H. (orgs). Concepções de ruralidade contemporânea: as singularidades brasileiras. Brasília: IICA, 2013.

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FAVARETO, A. Paradigmas de desenvolvimento rural em questão. São Paulo: Igu: FAPESP, 2007.

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FIDA; RIMISP. La agricultura familiar en América Latina, un análisis comparativo. Informe sínteses. FIDA, 2014.

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Referencias bibliográficas

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SACCO DOS ANJOS, F. e CALDAS, N. Da medida do rural ao rural sob medida: representações sociais em perspectiva. História, Ciências, Saúde –Manguinhos, Rio de Janeiro, v21, n12, abr – jun. 2014, p.385-402.

SCHNEIDER, S. Ciências Sociais, Ruralidade e Territórios: em busca de novas re-ferências para pensar o desenvolvimento. Campo –Território: revista de geografia agrária, v.4, n7, fev. 2009, p. 24 – 62.

______; ESCHER, F. El concepto de agricultura familiar en Amperica Latina. Texto inédito, 2014.

VALENCIA, M. “O território do desenvolvimento e o desenvolvimento dos terri-tórios: o novo rosto do desenvolvimento no Brasil e na Colômbia”. 2007. Tese de doutorado. Universidade de Brasília.

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Acerca de los Cuadernos de Trabajo sobre Inclusión

Los Cuadernos de Trabajo sobre Inclusión son una publicación seriada, en formato digital, de versiones iniciales de:

• documentos conceptuales y metodológicos;

• análisis de experiencias nacionaleso territoriales;

• sistematizacionesyaprendizajes;• discusionescomparadas.

Su propósito es compartir avances, productos intermedios y bienes públi-cos generados en procesos territoriales, nacionales, regionales o hemisféricos asociados al Proyecto Insignia Inclusión en la agricultura y los territorios ru-rales, del Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura – IICA. Son elaborados y publicados en el marco de ese proyecto.

El ámbito temático de estos Cuadernos de Trabajo sobre Inclusión está relacio-nado con los cuatro componentes de dicho proyecto:

1. Políticas públicas y marcos institu-cionales para el desarrollo inclu-yente y equitativo de la agricultura y de los territorios rurales.

2. Contribución a la dinamización in-cluyente y equitativa de la econo-mía territorial.

3. Empoderamiento de los grupos ex-cluidos del territorio.

4. Gestión de conocimiento y desarro-llo de capacidades para la inclusión

y equidad en procesos de desarro-llo agrícola y territorial rural.

Los textos presentados a la discusión pueden abordar los temas referentes a la inclusión en los procesos de de-sarrollo y gestión territorial y fortale-cimiento de las agriculturas familiares, desde diferentes perspectivas, inclu-yendo entre otras:

• Los marcos institucionales, las polí-ticas públicas y los procesos institu-cionales e interinstitucionales.

• La construcción de alianzas, pactos y proyectos nacionales y territoriales.

• Los procesos de empoderamiento y las acciones colectivas de los actores sociales.

• Las iniciativas de inclusión social, económica y política de las agricul-turas familiares para la dinamiza-ción de los territorios rurales.

• El fortalecimiento de las capacida-des institucionales y organizativas.

Pueden publicar todas las personas o grupos participantes en iniciativas re-lacionadas, incluyendo a entidades contrapartes en los países y territorios. Las personas que publican sus traba-jos en esta serie mantienen su autoría intelectual, y son responsables por sus contenidos. Pueden publicar versiones revisadas posteriores en revistas, libros u otras obras, haciendo referencia a la versión inicial. Los textos someti-dos a consideración para publicar en esta serie deberán ajustarse a las nor-mas de estilo indicadas al final de cada fascículo.

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64 Cuaderno de Trabajo 10

El comité editorial que aprueba la pu-blicación de los cuadernos está confor-mado por:

• João Torrens, Líder del Proyecto Insignia Inclusión en la Agricultura y los Territorios Rurales.

• Byron Miranda, Especialista Principal del IICA en Inclusión en la Agricultura y los Territorios Rurales.

• Mario Moreno, Coordinador del componente de Políticas públicas.

• François Boucher, Coordinador del componente Contribución a la di-namización incluyente y equitativa de la economía territorial.

• Johana Rodríguez, Coordinadora del componente Empoderamiento

de los grupos excluidos del territorio.

• José Carlos Arze, Coordinador del componente Gestión de conoci-miento y desarrollo de capacidades.

Los textos pueden someterse al co-mité editorial a través de los correos electrónicos de cualquiera de sus inte-grantes: [email protected], [email protected], [email protected], [email protected], [email protected], [email protected]. Las comunicaciones subsiguien-tes deben dirigirse al coordinador del componente de gestión del conoci-miento, responsable por la coordina-ción editorial de esta serie.

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65Desarrollo territorial y agricultura familiar

Proyecto Insignia Inclusión en la Agricultura y los Territorios Rurales

Este proyecto brinda servicios de cooperación técnica a las instituciones contra-parte del IICA, con el objetivo de contribuir al establecimiento de procesos po-lítico-institucionales que apoyen el diseño y la gestión participativa de políticas integradas de desarrollo incluyente en los territorios rurales. El fortalecimiento de marcos institucionales y políticas públicas de inclusión rural es un elemento clave para el éxito de este proyecto. Así, las poblaciones rurales que han vivido tradi-cionalmente en diferentes condiciones de exclusión de los procesos de desarrollo tendrán mejores oportunidades para integrarse de manera más justa y equitativa en las dinámicas del desarrollo de la agricultura y los territorios rurales.

Para alcanzar este objetivo, el rol del IICA es facilitar la articulación de las ins-tituciones gubernamentales, organizaciones económicas y sociales, academia y empresas del sector privado, con la finalidad de sensibilizar y estimular la cons-trucción participativa y la gestión social de un conjunto de estrategias, políticas, programas y acciones integradas de inclusión social, económica y ciudadana en los territorios rurales con predominio de la agricultura familiar. Las acciones del proyecto no se limitan a organizar y desarrollar proyectos que atiendan a las ne-cesidades inmediatas de grupos de mujeres, jóvenes o etnias que trabajan y viven en situaciones de exclusión en las áreas rurales. Se trata de generar y fortalecer condiciones institucionales para que las políticas públicas de inclusión alcancen a un número más amplio de grupos excluidos y, con esto, puedan producir impac-tos más profundos en la sociedad.

De forma complementaria, en los territorios es importante fortalecer el empode-ramiento de los grupos excluidos y sus capacidades de protagonismo social para que participen de instancias de articulación territorial, se articulen con sectores organizados, elaboren proyectos y construyan iniciativas económicas de interés común que contribuyan a la dinamización del territorio.

El proyecto se desarrolla en 12 países del continente (México, Guatemala, Honduras, Costa Rica, Haití, República Dominicana, Surinam, Guyana, Colombia, Ecuador , Uruguay y Brasil), en la mayoría de los cuales la cooperación técnica del IICA se ejerce simultáneamente en los ámbitos nacional y territorial. Acorde con la concepción sistémica del proyecto, las acciones se ejecutan en las dimensiones de las políticas públicas, de la dinamización económica incluyente y del empode-ramiento de los actores. Además, integrando las experiencias desarrolladas y las lecciones aprendidas, al final del proceso se pretende producir bienes públicos que puedan servir de referencia para otros países de América Latina y Caribe.

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