desde el corazón femenino de los pueblos indios de perijá

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1 Mujeres Barí Mujeres Yukpa COLECCIÓN Los pueblos indígenas de Perijá decimos nuestra palabra N° 4 Desde el corazón femenino de los pueblos indios de la Sierra de Perijá Historias desconocidas de vida y de lucha de mujeres indias Publicaciones Asociación Civil Perijá Machiques, agosto 2014

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COLECCIÓN Los pueblos indígenas de Perijá

decimos nuestra palabra

N° 4

Desde el corazón femenino de los pueblos indios de la Sierra de Perijá

Historias desconocidas de vida y de lucha de mujeres indias

Publicaciones Asociación Civil PerijáMachiques, agosto 2014

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Coordinación: Linmay BasabeSistematización: Lianny Basabe

Diseño y Diagramación:Lianny Basabe

Patrocinado por:

Asociación Civil PerijáCalle Belgrano con Esquina Avenida Libertad

Centro Comercial Jhoyner, local N° 5 planta altaMunicipio Machiques de Perijá del Estado Zulia / Venezuela

Teléfono (0263) 887 54 84Email [email protected] [email protected]

http://yukpaybari.blogspot.com

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Este libro está dedicado a todas las mujeres del mundo, incluyendo a las que desgraciadamente, todavía,

viven en lugares en el que la igualdad de género ni se ha acercado.

Muy especialmente a las mujeres indígenas Yukpa y Barí de la Sierra de Perijá, que con su fuerza e impulso cada día

luchan por avanzar en la reconstitución de sus pueblos y ayudan con su sabiduría y corazón a recrear su cultura

y a establecer las condiciones de una mejor vida para todos.

Han sido muchas las mujeres Yukpa y Barí que nos contaron su historia de vida

y nos dieron las razones y esperanzas de sus luchas.

No todas las hemos podido transcribir. Y entre todas las que hemos podido transcribir, no todas las podemos publicar en esta ocasión.

Esperamos que un día todas las historia de vida y de lucha se conozcan y se reconozcan y encuentren

para que la lucha por la vida de los pueblos indios de Perijá, y de las mujeres de manera especial,

sea una realidad cercana.

Muchas historias, una sola voz, una sola lucha y, todas juntas, esperanza de un nuevo amanecer.

Dedicatoria y Agradecimiento

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Índice Presentación 05

I.- Mujeres Barí 07

Alicia Codacey 08

Bernardita Akironda 10

Ingrid Bachatiba 12

Yobaira Semeka 14

II.- Mujeres Yukpa 17

Eleida Romero 18

Elsida Romero 20

Elsy Chávez 22

Enelixa Romero 24

Esmerita Romero 26

Zoraida Vargas 29

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Cada vez más las mujeres Yukpa y Barí están tomando la iniciativa de animación de procesos de reconstitución de sus pueblos dentro de las comunidades y pueblos indígenas a los que pertenecen.

Las preocupaciones que las mujeres indígenas animadoras destacan como razones y fines de su acción señalan las siguientes: La supervivencia de sus pueblos y comunidades, el sostenimiento y recreación de su identidad cultural y étnica, la reconstitución de sus pueblos como sujetos con derechos intrínsecos de pueblo y con fortaleza para hacer valer y respetar, de hecho, el derecho al territorio, a la educación, salud y saberes propios, a mantener su organización y normativa ancestral, a desarrollar sus sistemas productivos y económicos, sus creencias, costumbres y tradiciones.

Algunas mujeres indígenas del mundo son conocidas por el papel estelar que han jugado.

Rigoberta Menchu Tum, india del pueblo Maya, fue internacionalmente honrada por su labor de promoción de los derechos humanos de los pueblos indígenas. Esta valiente mujer vivió, en México exiliada de su país natal Guatemala, que sufrió más de 10 años de guerra civil. Usó su experiencia personal de tortura e injusticia para apoyar su campaña por los derechos humanos de los pueblos indígenas de todo el mundo. En 1992 le fue otorgado el Premio Nobel de la Paz, por sus actividades de promoción de la paz.

Mary Simón, esquimal de Ottawa de Canadá, fue designada la primera embajadora de Canadá, los Estados Unidos, la Federación de Rusia, Finlandia, Noruega, Suecia, Islandia y Dinamarca, bajo la autoridad del gobierno de autonomía de Groenlandia. Administró el territorio de 42.000 esquimales; ocupándose de las cuestiones ambientales y de los efectos del desarrollo sobre las poblaciones indígenas.

Sin embargo, hay muchas mujeres indígenas que no son conocidas internacionalmente, ni tampoco dentro de sus países, ni siquiera son reconocidas como valiosas dentro de sus propios pueblos ni, incluso, a veces, en sus propias comunidades. Aparentemente no cuentan y, sin embargo, están impulsando cambios significativos en sus comunidades y en sus pueblos.

Dentro de esta mayoría de mujeres indígenas, desconocidas e incluso no reconocidas, se encuentran las mujeres indígenas de los centros de referencia Yukpa1 y comunidades Barí2 de

1Se entiende por centros de referencia agrupaciones de comunidades alrededor de una más importante, más poblada, con mayores servicios (electricidad, transporte público, escuelas, ambulatorios entre otros) y que sirve de referencia a todas las demás que le son adyacentes. Como centro de unidad hay un cacique principal al que pueden recurrir los caciques de menor jerarquía ante situaciones de conflicto. Los Yukpa de Perijá, de acuerdo a datos recopilados por ACP (2010) están distribuidos en 108 comunidades en las que viven, de acuerdo a últimos censos, 6.169 indígenas pertenecientes a 1.463 grupos familiares. Estas comunidades se agrupan alrededor de seis centros de referencia (Tokuko, Kasmera, Toromo, Shirapta, Aroy y Tinakoa), distribuidos de la siguiente manera: El centro de referencia Tokuko, conformado por la comunidad de Tokuko, que es la de mayor número de familias y 53 comunidades adyacentes más pequeñas; con 628 grupos familiares y una población total aproximada de 2.646 indígenas. El centro de referencia Kasmera, conformado por Kasmera, la comunidad más poblada y 5 comunidades adyacentes; con 241 grupos familiares para una población total aproximada de 732 indígenas. El centro de referencia Toromo, conformado por Toromo, la comunidad más poblada y 19 comunidades adyacentes; con 228 grupos familiares para una población total aproximada de 1.035 indígenas. El centro de referencia Shirapta, conformado por la comunidad de Shirapta, que es la de mayor número de familias y 13 comunidades adyacentes más pequeñas; con 245 grupos familiares y una población aproximada de 1.200 indígenas. El centro de referencia Aroy, conformado por la comunidad de Aroy, que es la de mayor número de familias y 7 comunidades adyacentes más pequeñas, con 95 grupos familiares y una población total aproximada de 442 indígenas. El centro de referencia Tinakoa, conformado sólo por la comunidad de Tinakoa, con 26 grupos familiares con un total de 114 indígenas yukpa. Los datos del último censo del año 2011 se aproximan a estos números.2Los Barí de Perijá, también de acuerdo a datos recopilados

Presentación

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la Sierra de Perijá. Ellas están organizándose y creando sus propias redes y grupos para expresar sus preocupaciones, pero también sus esperanzas de una vida mejor para ellas y sus pueblos y han comenzado a decir su propia palabra. Hoy, aunque todavía no se escuche la voz, muchas mujeres han roto el silencio y han comenzado a decir su propia palabra, hacerse visibles dentro de sus pueblos y fuera de ellos. La palaba ya es firme, la voz todavía es casi un murmullo.

Hoy te invitamos a conocer algunas de las historias de vida y de lucha de estas mujeres.

Cada historia parece un imposible. ¿Cómo explicar que desde la mala suerte en que muchas mujeres han vivido surjan mujeres con ganas de dedicar algo de su tiempo y de su vida para que acabar con la mala suerte de sus pueblos y haya una buena vida para todos?

Presentamos esta publicación con el propósito de difundir las hazañas y los méritos de algunas de las mujeres, para que salgan de las infinitas

por ACP (2010) los Barí de Perijá, conforman alrededor de 805 grupos familiares distribuidos en trece (13) comunidades ubicadas en la Sierra de Perijá, con una población aproximada de alrededor de 3749 indígenas. Su distribución es la siguiente: Cuatro (4) comunidades (Bokshi, Karañakae; Saimadoyi y Bachichida), en las que viven alrededor de 265 grupos familiares con una población aproximada a 990 indígenas barí, ubicadas entre los municipios Machiques de Perijá y los municipios Jesús María Semprún (donde nace la Sierra de Perijá, sector Río de Oro), aisladas, de difícil acceso tanto por caminos de tierra como por agua; y Nueve (9) comunidades (Arutatakaee; Girogdoubari; Bakugbarí; Kumandá; Lugdudari; Asogbayi; Senkai; Audoubari; La Campiña), en las que viven 540 grupos familiares con una población aproximada a 2759 indígenas Barí, ubicadas en la parte baja de la Sierra de Perijá, entre las parroquias Río Negro del municipio Machiques de Perijá y la parroquia Barí del municipio Jesús María Semprún, más accesibles por tierra, si bien no todas cercanas de la ciudad de Machiques.

páginas de la historia no escrita de sus pueblos y se conviertan en memoria escrita y testimonio vivo para el futuro.Con esta publicación esperamos que las mujeres indígenas se sientan protagonistas, conciencien que son importantes, que juegan un papel importante en sus comunidades y pueblos, que

ellas son una vez más hacedoras de vida nueva.

Es importante mencionar que para hacer posible esta publicación, por un largo tiempo se realizó entrevistas de forma abierta a través de conversaciones con las mujeres que quisieron

contar su historia. También se entrevistaron a personas

cercanas (como familiares, amigos, vecinos, entre otros, que conocían muy

de cerca a las mujeres) para completar alguna información. Posteriormente, transcribimos (a veces nos tradujeron) sus historias de vida y de lucha. A las mujeres las volvimos a contar su historia para corregir errores y completar datos o recuerdos. Fueron 19 mujeres las que contaron su historia. Hoy publicamos sólo diez3. Las otras quedarán para una próxima publicación.

3Los Barí de Perijá, también de acuerdo a datos recopilados por ACP (2010) los Barí de Perijá, conforman alrededor de 805 grupos familiares distribuidos en trece (13) comunidades ubicadas en la Sierra de Perijá, con una población aproximada de alrededor de 3749 indígenas. Su distribución es la siguiente: Cuatro (4) comunidades (Bokshi, Karañakae; Saimadoyi y Bachichida), en las que viven alrededor de 265 grupos familiares con una población aproximada a 990 indígenas barí, ubicadas entre los municipios Machiques de Perijá y los municipios Jesús María Semprún (donde nace la Sierra de Perijá, sector Río de Oro), aisladas, de difícil acceso tanto por caminos de tierra como por agua; y Nueve (9) comunidades (Arutatakaee; Girogdoubari; Bakugbarí; Kumandá; Lugdudari; Asogbayi; Senkai; Audoubari; La Campiña), en las que viven 540 grupos familiares con una población aproximada a 2759 indígenas Barí, ubicadas en la parte baja de la Sierra de Perijá, entre las parroquias Río Negro del municipio Machiques de Perijá y la parroquia Barí del municipio Jesús María Semprún, más accesibles por tierra, si bien no todas cercanas de la ciudad de Machiques.

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Mi nombre es Alicia Codacey. Nací en 1971, en la comunidad Arutatakaee (Campo Rosario), situada al sur del Estado Zulia, en el municipio Jesús María Semprún. Me declaro “Barí de corazón”.

Mi madre era Elvira Asagbobo y proviene del pueblo Barí venezolano, como también mi padre Eliazar Codacey.

Soy la tercera de cuatro hermanos; dos de ellos murieron. Pero la muerte de mi hermana menor fue muy lamentable pues murió cuando solo tenía un año, al caerse de una hamaca; el golpe que recibió la mató. Mis padres ya fallecieron ambos, en 2005, en la comunidad Barí Arutatakaee.

Anteriormente mi comunidad era más pequeña que ahora. La conformaban sólo siete familias. Eran los tiempos en los que numerosas compañías petroleras penetraron en el territorio Barí para desarrollar en él actividades de exploración y

explotación de petróleo. Junto con la invasión de las compañías, también, a partir de los años 40-50, los hacendados comenzaron a penetrar el territorio Barí para aprovecharlo en beneficio propio.

Todas estas invasiones redujeron, para los años 60, el territorio Barí. Por eso, sólo en los últimos 20 años, los Barí logramos recuperarnos poblacionalmente y estabilizarnos en los territorios que quedaron. Actualmente la población ha tenido un incremento: hoy somos aproximadamente 547 familias en esta comunidad.

Inicié mis estudios en la comunidad y los culminé lejos de ella. Ancestralmente los Barí se negaban al desarrollo educativo implementado por las culturas no indígenas. A pesar de esto, y gracias a las Religiosas de la Hermana Laura conocidas comos “Las Lauritas” (quienes me apoyaron en esa etapa de mi vida), viví en Casigua, Tokuko y

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también en Guarenas. Pero no fue sino en Mérida donde logré culminar el bachillerato.Más adelante regresé a mi comunidad siendo ya una mujer. Inmediatamente me enamoré y contraje unión conyugal con un Barí llamado Saúl Ayou. Hoy tenemos siete hijos: seis mujeres y un varón. Más tarde, cuando vi a mi familia grande, en una conversación con mi esposo, llegamos a la conclusión de que era necesario que yo culminara mis estudios y así poder tener una posibilidad de conseguir un trabajo formal donde pudiera ayudar al ingreso del hogar, ya que hasta entonces me dedicaba a los quehaceres del hogar.

Por esta razón me inscribí en la Misión Sucre, en el Cruce, para continuar mis estudios superiores. Actualmente soy técnico superior en Gestión Ambiental pero continúo estudiando para culminar la licenciatura.

Como mencioné antes, cuento con el apoyo de mi esposo y también de mis hijos de los cuales me siento muy orgullosa porque gracias a su ayuda y mi esfuerzo estoy pudiendo completar una meta más en mi vida.

Tengo mucha preocupación porque poco a poco nosotros los indígenas Barí estamos perdiendo nuestra cultura. Sin embargo, tenemos esperanzas porque seguimos contando con la ayuda que nos brinda la Asociación Civil Perijá (ACP) que, con su amistad y colaboración, nos ayuda a seguir trabajando por la reconstitución de nuestro pueblo.

Esta relación entre los Barí y una asociación extraña (ACP) parecía imposible a nuestros antepasados, ya que la relación de los Barí con la gente extraña a nuestra cultura era poco amistosa. Es decir, la relación de los Barí con los no indígenas o labagdo desentonaba mucho con nuestra cultura pues nos acostumbraron a ser amistosos sólo con nosotros mismos; los extraños nos consideraban como guerreros. A lo largo de los años estos encuentros desagradables

entre Barí y extraños han cesado, aprendimos a reconocer, entre la gente que nos rodea, a los que verdaderamente nos quieren ayudar a que no sigamos perdiendo lo más preciado que tenemos, nuestra identidad cultural. Por eso invito a todos mis hermanos Barí a seguir en la lucha del rescate de nuestra cultura. Vamos a incluir a nuestros hijos quienes son la generación de relevo y son los que profundamente podrán continuar con este proceso sin problema alguno dándole el valor necesario para que se mantenga en el tiempo.

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Mi nombre es Bernardita Akironda. Nací en 1965 y actualmente vivo en la comunidad Arutatakaee (Campo Rosario), situada al sur del Estado Zulia en el municipio Jesús María Semprún. Tuve una infancia muy triste porque fui una niña huérfana, sentía que nadie me quería y que no era importante para nadie. Lamentablemente no conocí a mis padres; me contaron que ellos fueron asesinados.

Históricamente los Barí demostraron un profundo espíritu guerrero en sus luchas. Antes de 1960 se les recuerda por los fuertes enfrentamientos por la resistencia y disputa de tierras contra terratenientes, en las que murieron muchos indígenas, acosados y asesinados de formas muy extremas, como por fuego y alta tensión eléctrica. También se dice que, para ese entonces, una epidemia de hepatitis provocó la muerte de innumerables Barí. No sé qué pasó con mis familiares, no tengo ni idea de lo que ocurrió con mis hermanos, ni siquiera sé si los tuve, nunca más supe nada.

Fui rescatada del monte a los ocho meses de edad por las misioneras y misioneros capuchinos en la comunidad indígena Yukpa Misión del Tokuko… Ellos se encargaban de ayudar a los marginados de la sociedad, primordialmente enfermos, pobres y a las personas que no teníamos hogar.

Ahí viví y estudié hasta el sexto grado; después de haber terminado mis estudios de primaria fui llevada a la comunidad Barí Saimadoyi, donde viví por un largo tiempo. Pero no me sentía lo suficientemente a gusto, por lo que decidí más adelante mudarme a la comunidad de Arutatakaee, donde actualmente vivo.

Me casé con un Barí, Jesús Toyo. En el año 1979 conocí, aquí en la comunidad, a una misionera llamada María, a quien le debo mucho de mi vida, porque ella fue una gran guía en mi camino. Gracias a estas misioneras descubrí mi vocación desde temprana edad y ya en 1980 había decidido que estaba destinada a ayudar a mi comunidad.

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Fue entonces cuando opté en convertirme en enfermera. Dediqué los siguientes años, preparándome profesionalmente, a preocuparme por los enfermos y los pobres hermanos Barí.

Más tarde el talento que sentía para sanar me llevo a fundar el ambulatorio con el objetivo de ayudar a mi comunidad, primordialmente a enfermos y moribundos.

En octubre de 1999 las misioneras se fueron de la comunidad, dejando un gran vacío en nuestros corazones, ya que para mí incondicionalmente ellas fueron mi familia, fueron como mi madre. Sin embargo, las misioneras expresaron que se iban contentas porque nos dejaban todo lo que nos enseñaron. Ya hace muchos años que no veo a las religiosas.

Años después mi marido me dejó y quedé sola con toda la carga económica de mi familia ya tenía tres de mis hijos: Nerio, María, y Maví Virginia Toyo. Entonces tuve que innovar y trabajar en otras áreas para sacar adelante a mis hijos. Más tarde conocí a Vicente Romero; con él decido rehacer mi vida nuevamente. Con el he tenido cinco hijos más: Laura, Ronald, Leandro, Lisandro, Ronaldo. Por si fueran pocos hijos me dediqué a la crianza de unos niños a los que lamentablemente su madre los abandonó Denis, Rafael, Daniela y Daniel Vayanki. La madre de esos niños me dijo un día que se los cuidara y más nunca regresó a buscarlos.

Por mis enseñanzas soy católica y creo en nuestro Dios Sabaseba el creador de todo lo que nos rodea. Nosotros los Barí tenemos un gran respeto a nuestro Dios ya que él se encargó de ordenar y moldear a nuestro pueblo. De la misma manera sentimos respeto a la naturaleza. Por eso protegemos nuestro hábitat, por ser ese el regalo preciado que nos dejó.

Confieso que yo no sé casi nada de la cultura de los Barí porque, como les dije, no me crié con ellos. Lo poco que sé lo he ido aprendiendo

ya cuando era grande. Por lo tanto, mis hijos tampoco saben casi nada de la cultura Barí. Pero de lo que he aprendido, algo recuerdo: según las creencias Barí, la descendencia de nuestra cultura surgió cuando Sabaseba sintió hambre y cortó unas piñas; de la primera piña que partió salió un Barí hombre, de la segunda una mujer Barí y de la tercera salió un niño. De este modo constituyeron la primera familia y fueron extendiéndose. Aprendieron la construcción del bohío y ocuparon distintos sitios según el territorio que les fue asignado.

Mi aporte a la comunidad de Arutatakaee, aparte de servir a mi comunidad como enfermera reconocida desde hace mucho tiempo, es el apoyo que como mujer doy a la reconstitución de mí pueblo Barí. Me reúno con las mujeres para conversar cosas de mujeres sobre todo relacionadas con los problemas de nuestros hijos y nos ponemos de acuerdo en que enseñemos a nuestros hijos todo lo relacionado con nuestras costumbres y tradiciones ancestrales. También queremos tener nuestra educación propia, ya que es la única manera de seguir ayudando a que nuestra cultura se mantenga en el tiempo y no sigamos extinguiéndonos.

Si no lo hacemos nosotras mismas nadie lo va hacer. Aprovechemos las oportunidades que nos brinda Asociación Civil Perijá (ACP), porque todo lo que podamos aprender es para el bien de nosotras mismas.

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Me llamo Ingrid Johana Bachatiba Codacey, nací en 1991, en la comunidad Barí de Arutatakaee, también conocida como Campo Rosario. Mi padre es el segundo cacique de la comunidad, Saúl Ayou, y mi madre Alicia Codacey. Soy la mayor de seis hermanos. Casada con Yair Vuelvas, no indígena, es decir, labagdo, tengo un hijo llamado Jesús Rafael Vuelva Bachatiba, a quien le dedicó mis cuidados. Me dedicó a los quehaceres del hogar.

Actualmente sigo el ejemplo de mi madre. Inicié, al igual que ella estudios superiores en la Universidad Bolivariana, en el Cruce. En mi infancia tuve la oportunidad de convivir con mis abuelos, quienes me enseñaron nuestras tradiciones. Además de mis padres, ellos me contaban cómo eran las costumbres de nosotros, los Barí: cómo vestíamos y qué comíamos.

En estos momentos, comparando cómo éramos

antes y cómo somos ahora, me doy cuenta que hemos cambiado mucho. Por ejemplo, hoy ya no nos importa casarnos con labagdo, “no indígenas”. Para un verdadero Barí esta actuación se consideraba antes una de las faltas más graves entre los indígenas. Pero esto ha cambiado a lo largo del tiempo y hoy es mi caso y, aunque pareciera un absurdo, nos hemos compaginado para tener una convivencia respetuosa con respecto a nuestras costumbres, hemos logrado que nuestro hijo aprenda el idioma Barí al igual que él. Gracias a nuestra respetuosa convivencia ambas familias hemos logrado buenas relaciones.

Se dice que en muy poco tiempo corremos peligro de desaparecer como pueblo y nosotras, las mujeres Barí, estamos conscientes de eso. A tal punto que en algunas de nuestras comunidades somos pocas las personas que conocemos nuestra cultura e historia, ya que muchas se interesan por las culturas distintas lo que genera que muchos ya no conozcan nuestra cultura ni

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nuestro propio idioma, como ocurre en el caso de las nuevas generaciones. Por fortuna se está produciendo un cambio de pensamiento porque la mayoría de los Barí luchamos con valentía por conservar y dar a conocer nuestra forma de vida.

No quiero dejar de mencionar que esto ha sido, entre otras razones, gracias a la ayuda y acompañamiento de la Asociación Civil Perijá (ACP), que por muchos años se ha mantenido junto a nosotros animando el proceso de reconstitución de nuestro pueblo Barí, para favorecer el surgimiento de conciencia y consolidación de nuestro pueblo indígena, para que desde nuestras propias culturas tengamos una vida digna. Pero también somos muchas las mujeres que hemos trabajado en fortalecer los procesos de identidad de los adolescentes y jóvenes indígenas así como los procesos de equidad de género.

Me considero una animadora activa en mi comunidad y reafirmo mi compromiso, a través de este medio, para seguir trabajando por la reconstitución de mi pueblo, como lo he venido haciendo, animando a mi comunidad, a nosotras las mujeres y, de manera muy especial, a mi familia, esposo e hijo, para que se integren en esta lucha.

Agradezco al equipo de la Asociación Civil Perijá por su extraordinaria labor y paciencia, además por sus enseñanzas, orientaciones y, asimismo, quiero manifestar que ellas para nosotras han sido unas grandes y verdaderas amigas.

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Mi nombre es Yobaira Semeka. Nací en 1971 y vivo en la comunidad Barí Arutatakaee (Campo Rosario) en el Municipio Jesús María Semprún del Estado Zulia. Mis padres fueron Gerardo Semeka, Dorota y Mercedes. Dorota fue mi madre biológica; Mercedes es una madrina pero para mí es considerada como otra madre más. Salí de mi comunidad desde muy niña a estudiar y tuve la oportunidad de vivir al lado de las religiosas de la congregación Madre Laura, “Lauritas”, en Casigua, Municipio Jesús María Semprún del Estado Zulia y sólo venía a la comunidad en las temporadas de vacaciones.

En 1980 continúe mis estudios en el internado de la Misión del Tokuko. Ahí conviví con las monjas de Santa Ana; más tarde me fui a la ciudad de Maracaibo capital del Estado Zulia a seguir estudiando, permanecí al lado de las religiosas.

Fue entonces cuando conocí a mi madrina y con ella viví hasta que me hice adulta.

A los 25 años regresé a mi comunidad de origen, después de culminar mis estudios superiores en la Universidad Pedagógica Experimental Libertador (UPEL) en Educación Bilingüe. Sentí la necesidad de ayudar a mis hermanos Barí y regresé a mi comunidad a trabajar como maestra.

Me desempeñé como maestra en la escuela bolivariana de la comunidad de Arutatakaee asumiendo distintas áreas y responsabilidades por una larga trayectoria en mi vida, jugando un papel importante en la educación autónoma de los niños Barí de mi comunidad. Esta etapa fue un reto para mí y aprendí mucho. A pesar que tuve otra educación distinta a la de los Barí nunca renuncie a la mía propia, a mis verdaderas raíces ancestrales.

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La vida me sonreía cada vez más, no podía pedir más, fui dando pasos firmes y concretos. Me casé también con un Barí, Pedro Enrique Sagostace, y sin duda fui muy feliz al inicio de la relación. Seguidamente comienzo a dar mis primeros intentos para establecer una familia, al lado de mi esposo y en mi papel de madre de mis cuatro hijos: Joel Enrique, Alber Enrique, Pedro Enrique y Miroslaba Sagostace Semeka. Pero desgraciadamente a mis 33 años, cuando mi hija menor tenía dos años enfrenté a la muerte, casi muero por una mala práctica médica; fui intervenida en la clínica Las Margaritas ubicada en Colón, Estado Táchira, para ser operada de histerectomía. Lo que parecía algo sencillo pasó a ser una desdicha; me pasaron de anestesia y este exceso me perjudicó gravemente.

Tuve que ser trasladada rápidamente a la Ciudad de Maracaibo, más muerta que viva, con la esperanza de vencer el cuadro tan delicado que atravesaba. Los pronósticos de los médicos se referían a que no iba a sobrevivir, no me daban ninguna esperanza y, en caso de salir de esa situación, decían que iba a quedar parapléjica todo el resto de mi vida. Mis días se definían en los tres meses y 15 días que estuve en coma, me encontraba entre la vida y la muerte mientras mi familia vivía momentos muy angustiantes esperando de los médicos buenas noticias.

Sin embargo, resistí a todo lo mencionado, la vida y nuestro Dios Sabaseba se encargaron de darme la oportunidad de volver a nacer. Las consecuencias las he ido asumiendo con total serenidad, pues no puedo dejar de mencionar que fueron días difíciles para mí y todos los míos. Ya han transcurrido más de 10 años y mi estado se ha normalizado, pero las secuelas que me dejó ese terrible accidente han sido para mí muy difíciles de sobrellevar. No es fácil para mí, después de tener una vida normal, verme en una silla de ruedas sin poder valerme por mi misma. Conté con la ayuda de muchas personas queridas y cercanas, entre ellas mi madrina. De no ser por ella mi familia no hubiese resistido

tantos gastos También mi comunidad me tendió la mano pidiendo ayuda económica a las diversas compañías petroleras que en ese entonces se llamaban Corpoven y Maraven.

Por otra parte, por si fuera poco todo lo que viví, mi esposo me abandona en el momento más difícil y cuando más lo necesitábamos. Mis hijos sufrieron mucho pues ellos estaban muy pequeños y en mis condiciones yo no podía cuidar de ellos; al contrario, yo necesitaba cuidados especiales. A pesar de todo logré estar fuerte y tranquila a lo largo de mi recuperación al lado de mis hijos y familia que son mi apoyo principal y evidentemente no hizo falta alguna la presencia de mi ex – esposo para superar la adversidad. Con lágrimas en mis ojos hoy les digo que me siento agradecida por estar viva y compartir cada segundo de mi vida con mis seres queridos.

Desde hace un largo tiempo he estado reuniéndome con la Asociación Civil Perijá (ACP) quien acompaña a los pueblos indígenas Yukpa y Barí de Perijá en el rescate de nuestras culturas ancestrales. Formo parte del Equipo Intercultural de Reflexión Estratégica (EIRE). Este equipo permite hacer una experiencia intercultural pues en el mismo convergemos gente de tres culturas distintas (Yukpa, Barí y blancos) para dialogar. Allí nos reconocemos como culturas distintas desde la sabiduría y los conocimientos propios de cada cultura. Además promuevo una red de mujeres indígenas Barí donde realizamos intercambios interculturales entre la red de mujeres indígenas Yukpa y Barí.

Mi deseo es que quiero dejar a todos los jóvenes de la comunidad, especialmente a mis hijos, un testimonio y ejemplo de lucha para que el pueblo Barí sea cada vez más Pueblo y más Barí y no sigamos perdiendo nuestra identidad. Esto es posible si enseñamos a nuestros hijos todo lo referente a nuestra cultura tradicional, nuestra educación, la medicina tradicional… Y también a amar nuestra madre tierra; sin ella no somos nada.

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Aprovecho la oportunidad para dejar en estas líneas un consejo que siempre les digo a mis hijos que primero escuchen su corazón y lo que el corazón indique, seguidamente analicen lo escuchado para luego actuar. Doy este consejo porque fue el ejemplo y consejo que mis padres me dieron, a quienes amo; ellos nunca me dejaron sola.

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Mi nombre es Eleida Gabriela Romero4 Atencio, soy indígena Yukpa, nací en 1977 en el centro de referencia Shirapta de la Sierra de Perijá.

Mis padres son Rafael Romero y Marcelina Atencio. Soy la quinta de nueve hermanos: Ronaldo; José Manuel; Rafael Segundo; Aide; Leonides; Arelis; José Andrés; Brigida del Carmen Romero Atencio.

4El apellido Romero se repite a lo largo de estas historias. Es importante mencionar que es un apellido muy común entre los Yukpa casi todos se apellidan de esta manera sin ser familia. Lo que ocurrió es que cuando comienza a materializarse el derecho a la identidad en el registro civil para este pueblo indígena por desconocimiento de las autoridades son utilizados los apellidos de las familias más reconocidas del municipio sin tener en cuenta los modos de identificación propios del pueblo Yukpa. Situación distinta con el pueblo Barí que si logro esa reivindicación de mantener sus apellidos originarios.

Viví parte de mi niñez en Shirapta, Aroy, Sinamaica (pueblo Añu, ubicado al norte del Estado Zulia) y en la ciudad de Machiques. Emigrábamos hacia donde mi papá consiguiera trabajo, ya que se ganaba la vida en las haciendas cercanas.

Cuando viví en la ciudad de Machiques fue por razones de salud de mi papá. Sin embargo, más tarde, decidimos establecernos definitivamente en la comunidad de Shitakay, del centro de referencia Shirapta, cuando mi padre consiguió trabajo fijo como obrero en la hacienda el Capitán. Aquí me desarrollé y me hice mujer. Inmediatamente mi madre me orientó para cumplir el ritual del desarrollo, tiempo en que estuve encerrada por un mes. En ese tiempo mi madre se dedicó a enseñarme a tejer y a realizar la artesanía Yukpa.

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Durante el ciclo escolar viví en Sinamaica con las monjas, internada. Sólo venía a la comunidad de visita en las vacaciones. Regresé a Shirapta al culminar el sexto grado y a la edad de 16 años conocí a Francisco Maiquishi, indígena Yukpa de la Misión del Tokuko. Al poco tiempo nos casamos, tuve a mi primera hija, Jhojanis Yanina Maiquishi Romero. Sin embargo, esa relación duró poco y terminamos separados y me dediqué a criar a mi hija sola. Por un tiempo intenté rehacer mi vida pero fue un fracaso, por lo que decidí estar soltera por una época.

Finalmente rehago mi vida casándome nuevamente con mi primer amor Jaime Romero. Desde entonces vivimos juntos, hoy ya son 17 años al lado de nuestros hijos: Aracelis y Rafael Enrique.

Mi vida ahora tiene sentido y después de un largo período retomé los estudios. Actualmente curso el décimo semestre de educación intercultural bilingüe en la Universidad Pedagógica Experimental Libertador UPEL (El Macaro). Trabajo como docente bilingüe en la etapa inicial en la Escuela Básica Estadal de la comunidad de Mapurky, gracias al apoyo incondicional de mi esposo. Hoy mis hijos siguen mi ejemplo, ambos estudian para lograr ser unos profesionales.

Yo tengo muchos años participando como animadora. Mis inicios fueron desde cuando el Vicariato de Machiques comenzó a formar a las comunidades indias en sus derechos. Después la oficina de Derechos Humanos del Vicariato Apostólico de Machiques se convirtió en Asociación Civil Perijá (ACP). Entonces yo todavía vivía en la comunidad de Mapurky. Recuerdo que venían las responsables de ACP, los días viernes, de visita para la comunidad de Shirapta. Fue Rubí Romero la que me invitó a formar parte del equipo de la reconstitución de mi pueblo. La Asociación Civil Perijá ha sido transcendental para nosotros los indígenas, porque tenemos la oportunidad de intercambiar respetuosamente tres culturas distintas: Yukpa,

Barí y Watía, expresando nuestra propia voz como pueblo, con respeto a cada una de las culturas distintas.

Mi anhelo es que algún día el pueblo Yukpa pueda valorar el trabajo que hacemos hoy los animadores y animadoras impulsando la reconstitución de nuestro pueblo, recuperando en nuestra memoria y en páginas escritas por nostras nuestra historia: cómo somos, de dónde venimos, hacia dónde vamos, cómo trabajamos, cómo es y vive una mujer Yukpa y el papel que tiene dentro de nuestro pueblo, entre otras cosas… Pero no sólo es importante recuperar nuestra memoria. Queremos construir una historia nueva enraizada en nuestra historia.

Esta oportunidad la tenemos hoy. Aprovecharla o no depende de nosotras. Por eso yo hago un llamado a todos mis hermanos Yukpa para que se integren en los procesos que impulsamos y sigamos juntos para garantizar la vida a las generaciones futuras. Mi llamado es para que trabajemos todas motivando a nuestras familias a que se integren en el proceso de la reconstitución de nuestro pueblo.

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Me llamo Elsida Romero y nací en 1972, en la comunidad de Shirapta. Actualmente vivo en el centro de referencia Yukpa de Tinakoa. Me considero una mujer trabajadora y honrada.

Mis padres fueron David Romero y Mérida Romero. No conocí a mi madre porque ella falleció cuando yo sólo tenía un año. A partir de ese momento fui educada por mi padre con la ayuda de mi hermana mayor, Mérida Romero. Esa fue la última voluntad de mi madre. Soy la menor de cuatro hermanos: Mérida, Luzmila, Marisol y Eduardo Romero.

A falta de una madre mi padre tuvo el valor de cuidar de todos nosotros. Recuerdo a mi padre como un hombre trabajador, serio, conservador, celoso con sus hijos, de voz fuerte. Estas características le ayudaron a corregir a sus

cuatro hijos, a darnos buenos principios éticos y valores culturales. Mi padre tenía una manera de vivir la vida, él tomaba muy en serio cada acto que realizaba.

Cuando me desarrollé, cumplí el ritual que nosotros los Yukpa hacemos: me cortaron el pelo, me llevaron para el monte, en ese momento no podía ver a los hombres porque eso es malo (si una ve a un hombre en ese momento de la vida, una puede morir antes de tiempo). Fue mi padre quien me enseñó todas esas cosas. Lo único que él no me enseñó fue a tejer la cesta, la estera, el sombrero… Nuestra artesanía la aprendí con las mujeres de la comunidad.

Fui educada con nuestros valores culturales. A las mujeres se nos da una educación muy especial, somos preparadas para ser las guías de la familia,

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transmisoras de la cultura y educadoras de los hijos de nuestro pueblo Yukpa.

Mi esposo, Gregorio Finol Romero, ha estado conmigo durante 30 años y siempre ha visto de mí y de nuestros once hijos. Actualmente vivo muy feliz, no me hace falta nada, mi esposo ha sido buen padre, no les hace falta nada a nuestros hijos… Todavía los ayuda económicamente y ahora también a los nietos.

Yo participo en un grupo de mujeres animadoras por la reconstitución de mi pueblo Yukpa. Nos reunimos en la comunidad para conversar cosas de nosotras. Ya tengo tiempo participando en los encuentros de mujeres en Machiques y me gusta mucho. Esto nos ha ayudado a nosotras, estamos animadas para seguir y ojalá ustedes, las amigas watía de la Asociación Civil Perijá, puedan seguir acompañándonos.

Yo estoy comprometida a animar a las demás mujeres.

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Mi nombre es Elsy María Chávez5, nací el 24 de julio de 1981, en el centro de referencia de Aroy de la Sierra de Perijá. Soy hija de Lina Romero y Joaquín Chávez ambos indígenas Yukpa. Soy la menor de tres hermanos. Actualmente vivo en la comunidad de Jurukunaka del centro de referencia Aroy.

Mi niñez fue junto a mis padres, ayudaba a mi madre a lavar la ropa, cocinar, cuidaba a mis hermanos y también; colaboraba con los quehaceres del hogar. Mis padres se dedicaban a mantener vivas nuestras costumbres ancestrales: la caza, la pesca y la agricultura.

5La historia fue contada en Yukpa y traducida por Hermenegilda Romero, quien dio esta referencia de Elsy: “Yo conozco a Elsy desde hace mucho tiempo cuando estudiaba cuarto grado en la escuela de Aroy, Elsy es una buena mujer, buena hija y buena madre”.

A la edad de 13 años me casé con Curucito García y me mudé para otra comunidad y tuve tres hijos: Elsy del Carmen, Jonfri José y Emiro Fernández. Sólo viven dos pues uno murió. La relación con Curucito duró poco. Más tarde conocí a Numa Romero y fue entonces cuando decidí casarme por segunda vez.

Me desempeño como obrera aspirante al cargo en la escuela bolivariana de la comunidad de Jurukunaka. Los fines de semana dedico mi tiempo a la agricultura: siembro yuca, maíz topocho, todo para el sustento familiar y económico.

Hoy en día estamos viviendo la pérdida de nuestra autoridad ancestral, empezando por el cacique principal quien de acuerdo a nuestra cultura es el responsable de dar orden a la comunidad y

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participar en las grandes decisiones… El cacique antes ocupaba un papel importante que hoy ha perdido. Y también estamos perdiendo las tradiciones ancestrales como la fiesta del Kuje6.Por estas razones, hoy, más que nunca debemos trabajar unidos todos por la reconstitución de nuestro pueblo Yukpa, seguir reuniéndonos y de esta manera dar nuestro aporte.

6La fiesta del Kuje, es una celebración especial, que se realiza todos los años en cada comunidad Yukpa. En cada comunidad es organizada en fechas distintas. El Kuje es una adoración al Dios de los bollitos. Esta celebración es preparada con diez u ocho días antelación. Los hombres se van de caza a buscar la carne ya sea de mono, venado, pava, picure o lapa y se llevan algunas mujeres para que estas vayan preparando la carne y evitar que se dañe. La carne no puede ser probada hasta la fecha de la celebración del Kuje. Mientras los hombres de la comunidad cazan, las mujeres recogen la cosecha del Maíz Cariaco (maíz morado), y preparan los bollitos. El cacique del Kuje prepara una tarjeta para cada una de las familias que habitan en la comunidad dirigida al jefe de la familia, dónde también se indica que el hombre debe llevar dos menuri (cestas) y las mujeres deben llevar dos wanep (tiras o ganchos de las cestas), los cuales deben ser entregado al cacique el día de la celebración quién a su vez se las obsequiará a los invitados especiales. Estas tarjetas van acompañadas de una pequeña menuri (cesta) elaborada por el cacique del Kuje y le quedarán a cada familia como recordatorio de la celebración y algunas la llevan en la próxima celebración como constancia de haber asistido a la anterior. Durante la celebración se desarrollan actividades deportivas propias, según la cultura y también otras que han sido introducidas por los No Indígenas como el futbolito. También se realizan bailes típicos y cantos. Durante esta celebración, no se permite el consumo de bebidas alcohólicas, excepto las bebidas propias del pueblo Yukpa como la chicha fuerte, prepara a base de maíz, malanga entre otros.

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Me llamo Enelixa Romero. Yo me crié en la comunidad de Samamo, ubicada en el centro de referencia Shirapta de la Sierra de Perijá. Mi madre se llamaba Delia Romero y mi padre Isaías Romero. Soy huérfana de madre desde que tenía 10 años. Tengo tres hermanos: Félix, Alfonso, y Regulo Romero. En una visita a la comunidad de Aroy conocí a Armando Montecristo, más tarde nos casamos y tuvimos 10 hijos: Mileidy, Armando, Zulay, Carlos Luis, Neisy, Enilda, Filiberto, Hermechely, Naidy y Enelixa Montecristo Romero.

Mi familia era conservadora de nuestras propias costumbres ancestrales. Cuando yo me desarrollé, cumplí con mi ritual y en ese momento me ensañaron todo lo de la artesanía y fui alejada al monte como era nuestra costumbre. También me prepararon para que cuando me casara tener un

buen desenvolvimiento en el hogar, con los trabajos que nosotras las mujeres indígenas realizamos.

Cuando me casé, mi padre hizo una fiesta para anunciar a nuestra familia mi compromiso. De igual manera afirmó con sus palabras que teníamos que vivir a partir de ese momento en otra casa, buscar empleo para poder sostener la casa y nuestra alimentación.

Actualmente trabajamos la siembra, tenemos un conuco familiar con toda clase de siembra: plátano, topocho, yuca para el sostenimiento de nuestra familia, todos juntos trabajando fuertemente la familia entera, mi esposo y mis hijos.

Estoy convencida de que todavía tenemos en nuestras manos la salvación de nuestras

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costumbres y artesanías tradicionales. Por esta razón mi aporte es seguir trabajando en el proceso de reconstitución de nuestro pueblo Yukpa y estoy dispuesta en colaborar participando y animando a las mujeres de mi comunidad. Nosotros los pueblos indígenas seguimos dando pasos cortos, pero seguros, por nuestra reconstitución, seguiremos caminando hasta lograrlo.

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Mi nombre es Esmerita Romero. Nací en 1967 en la comunidad Kanecio del centro de referencia Shirapta, en la Sierra de Perijá. Mi madre se llama Carmen Romero, mi padre de crianza y afecto Elías López y mi padre biológico Onésimo García. Mis abuelos fueron unos de los primeros fundadores de la comunidad de Shirapta que anteriormente se llamaba Juniroina.

Somos nueve hermanos, cinco varones y cuatro mujeres; una ya murió. Viví de pequeña junto con mis padres hasta la edad de siete años cuando, por diversas circunstancias, optaron por la separación. A partir de ese momento mi padre nos llevó a vivir con él a la comunidad de Aroy.

Después de que mi padre, Elías López, se separa de mi madre, él se va con otra mujer y todo cambia en mi vida y la de mis hermanos: su

trato era distinto. Pasamos necesidad porque el sustento de la casa lo tenía mi padre, el cazaba lapa, sembraba… No sufríamos de hambre pero, a su salida, muchas veces no teníamos qué comer…. La comida era nuestra mayor preocupación, nosotros no nos preocupábamos por la ropa porque anteriormente nosotros los Yukpa vivíamos felices descalzos y con media ropa. No era necesaria la ropa, pero la comida sí.

Nos tocó refugiarnos con nuestra familia cercana para que nos dieran comida, desayuno, almuerzo o cena, al menos una de las tres comidas y, dependiendo de lo que fuera, íbamos para otra parte en busca de la comida siguiente… También íbamos para las haciendas donde mi papá trabajaba a buscar la cosecha y la guardábamos en un pozo grande, como se hacía ancestralmente para conservar los alimentos por largo tiempo.

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Mi padre Elías, por ser profesor, me enseñó a temprana edad a leer y escribir; además asistía a la escuelita de la comunidad. Cuando yo tenía nueve años, mi hermana Elsa Vargas se hace cargo de mí y de mis otros tres hermanitos, ya que éramos los más pequeños, porque mi papá trabajaba en una escuela fuera de la comunidad y no podía ver de nosotros. Fue entonces cuando nos mudamos a la comunidad de Shirapta. Ahí cursé hasta el sexto grado.

Cuando cumplí los nueve años fui invitada por mi hermana a la comunidad de Aroy a una fiesta de Kuje… Fue entonces cuando ella se comprometió a darnos estudios… Ella no era rica pero tenía su trabajo estable, obrera de la escuela.

Más tarde a la edad de 12 años me enviaron al internado de Guana, pero sólo estuve un año por falta de recursos. Además las niñas teníamos dificultad para quedarnos porque era frontera con Colombia. Por estas razones dejé los estudios y además en aquel momento mi situación empeora pues mi madre se enferma y tuve la enorme necesidad de salir de mi comunidad y vivir por un año en casa de una familia para trabajar y poder comprar el medicamento a mi madre.

En ese momento contábamos en la comunidad con la presencia de las misioneras de la Madre Laura, conocidas también como “Las Lauritas”, que trabajaban con el propósito de ayudar a los indígenas a organizarse como una verdadera comunidad. Ellas insistían mucho en que aprendiéramos cosas buenas y dejáramos de hacer cosas malas. Posteriormente, gracias a las misioneras, yo logré continuar mis estudios y seguidamente gracias a ese esfuerzo comienzo a dar clases de preescolar a los niños, con el consentimiento y apoyo de mi comunidad… Es así como me doy cuenta de cuál era mi vocación y lucho porque así sea.

A la edad de 17 años me casé con Clemente Romero, tuvimos ocho hijos: cuatro mujeres y

cuatro varones, quienes llevan por nombre: Diana Patricia, Sergio Luis, Clemente, María Esmerita, José Andrés, Angie Carolina, Moisés y Carmen Lucia Romero. Después de haber dedicado gran parte de mi vida a mis hijos y verlos crecer, comienzo nuevamente a estudiar hasta obtener la licenciatura en Educación Inicial.

A la edad de 20 años me enteré que yo no era la hija del hombre que siempre vi como a mi padre, Elías López, sino la hija de Onésimo García. Para mí, esta noticia fue muy amarga y dura. Pasó mucho tiempo para que yo pudiera curar el dolor tan grande que sentía y aceptar a mi verdadero padre. Hace sólo ocho años que perdoné a mi padre, yo siempre sentí que mi único padre era el que vi de niña. La familia de mi padre es wayuu y estoy dándome la oportunidad de aceptarlos y conocerlos a todos.

Desde muy joven, me he dedicado al trabajo del cultivo en la parte alta de la Sierra de Perijá para seguir con las costumbres ancestrales. Gracias al trabajo de mis abuelos, quienes fueron fundadores de la comunidad, heredamos considerables bienes en tierras y propiedades en la comunidad de Tewa, ubicada en el centro de Referencia Shirapta. Actualmente, disfrutamos de grandes extensiones de cultivos entre cafetales y rubros ancestrales. Día a día estamos trabajando la familia entera por mantenerlas.

Siempre me ha gustado trabajar por mi comunidad, por la justicia y sobre todo por la madre tierra. Todo este tiempo en mi comunidad he trabajado en función de que eso que me gusta se cumpla.

Salí para Europa a defender mi madre tierra. Esta profunda lucha la heredé de mis ancestros quienes me enseñaron a querer y valorar mi madre tierra como ellos lo hacían, respetándola por sobre todas las cosas, me enseñaron a comunicarme con el sol, con la luna, con toda la naturaleza. Mi abuela fue una mujer muy sabia, artesana, y yo aprendí mucho de ella. Hoy soy

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quien soy, gracias a mis abuelos a quienes les debo mis conocimientos. Para nosotros los Yukpa la naturaleza es sagrada.

Actualmente sigo en el proceso de la reconstitución del pueblo Yukpa, como voluntaria animadora. Ya tenemos muchos años en la lucha por el futuro de nuestra Sierra de Perijá, rescatando los valores que como mujeres hemos perdido. Para mí este proceso ha sido un cambio en mi vida. Considero que mi vida está basada en pertenecer y formar parte de esta lucha.

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Me llamo Zoraida Vargas; nací en el centro de referencia Shirapta, en 1971. Mis padres fueron Romilio Romero y Erixa Vargas y soy la mayor de seis hermanos: Diraima Mendiola, Fulgencio Mendiola, Reinerio Vargas, Néstor Vargas, Adel Vagas. De muy pequeña me di cuenta que yo vivía con mi padrastro, sin embargo, para mí él era mi padre.

Cuando tenía 10 años mi mamá me confesó que ella había dejado a mi papá. Un día recibimos su visita y él mismo me dijo “yo soy tu padre”, yo no creí y le pregunté a ella y me dijo que era verdad. Después de ese día no lo vi más nunca.

Me casé de 13 años, cuando todavía existía la ley Yukpa, con Cristóbal Romero. Entonces me vine a vivir a Tinakoa donde vivo actualmente. Junto con mi abuelo fuimos los fundadores de esta

comunidad Yukpa. Mi esposo y yo trabajamos juntos en la hacienda El Mango, yo cómo cocinera y el cómo obrero. Ya a los 16 años era madre, tuve mi primera hija María Cristina que, lamentablemente, murió cuando sólo tenía un año, de neumonía. Su pérdida fue muy triste para nosotros. Sin embargo, más tarde quedo nuevamente embarazada de mi segundo hijo Adrián Romero.

Por cosas de la vida, mi esposo me deja con apenas cuatro años de relación, con un niño pequeño y embarazada de uno más. En ese tiempo mi madre enferma me llamó para que la cuidara porque yo era su única hija grande; mi otra hermana estaba muy pequeña.

Mi vida siguió, mi mamá enferma, mi marido me había dejado con un hijo y por si fuera poco yo

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estaba embarazada. Con el único que contábamos era con unos hermanos de mi mamá, es decir, con mis tíos: Toribio Vargas y Esmerita Romero. Cuando mi madre muere yo estuve sola por dos años criando a mis hijos con mi esfuerzo, sin ganas de tener marido porque tenía un hijo muy pequeño.

Mis esperanzas estaban puestas en mi hijo, por eso le decía mucho a mi hijo que estudiara y saliera adelante, que yo iba a trabajar para él. Más tarde conocí a Ángel Romero pero él era muy muchacho para mí, mi padre todavía estaba vivo y él me decía que no me fuera a casar. Pero después de tres años me casé con Ángel; ya mi hijo Adrián tenía diez años.

Nuestra ley Yukpa era muy estricta cuando todavía se cumplía. Un joven Yukpa no podía casarse con una mujer con hijos, eso no era bien visto. Él, consciente de que yo tenía hijos, quiso pasarlo por alto, sin embargo, se ofreció en mantenerlos, trabajando duro para eso y quererlos como si fueran suyos. Actualmente seguimos juntos y tenemos cuatro hijos más: Carmen Julia, Yelitza, Yoelitza, Ángel David y Victoria Carolina Romero.

Poco a poco el pueblo se fue poblando, ya había diez casas, yo me consideraba una líder porque, cuando había que resolver algún problema yo lo hacía hablando con la gente. Éramos un pueblo caminante. Estuvimos en Tinakoa vieja, después en Media Luna, también en los Andes. Con el tiempo dijimos: ¿por qué estamos caminando?; tenemos que hacer un pueblo para que nos quedemos ahí.

En 1997 nos vinimos para acá y dijimos que éste iba a ser el pueblo de nosotros para siempre. El señor de la hacienda se fue y nos dejó esto. Estuvimos varios días de conflicto por las tierras hasta que se cansó. En 2001 recibimos las primeras visitas de la oficina de derechos humano del Vicariato Apostólico de Machiques, para darnos a los pueblos indios de Perijá enseñanzas sobre derechos humanos y derechos

de los pueblos indígenas. Ahora la Asociación Civil Perijá nos sigue acompañando para seguir en el proceso de la reconstitución de los pueblos indígenas Yukpa.

Muchas veces no hacemos caso, no sabemos apreciar lo bueno, todo lo que ellos nos dicen es verdad, nuestra cultura todavía existe pero muy débil y no queremos perderla, nuestros hijos pequeños son los que van a ver las consecuencias. Son pocas las ancianas que saben hacer la artesanía y en estos tiempos ya eso no es prioridad para nosotros los indígenas.

El saber las cosas correctamente y el aprender, para mí, es muy importante en mi vida. Mi abuela, que es una gran artista, cantante, bailarina y que además teje la artesanía, me ha ayudado a que mi mente se nutra de muchos conocimientos ancestrales los cuales comparto con mis hijos para que entiendan el mundo en el que vivimos y también que conozcan más de sí mismos.

Hoy doy gracias a nuestro Dios porque mi abuela Carmen Romero todavía vive y me da consejos.

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Linmay BasabeCoordinadora Institucional

[email protected] y [email protected] http://yukpaybari.blogspot.com

Asociación Civil Perijá es una asociación civil sin fines de lucro, fundada en el año 2008, que no se identifica con partido o grupo político alguno, ni trabaja en forma dependiente de ellos.

Son fines de la Asociación, coadyuvar a que los pobres de Perijá, primordialmente los indígenas, avancen en el proceso de reconstitución de sus pueblos; favorecer el surgimiento de conciencia y consolidación de los pueblos indígenas como sujetos de derechos intrínsecos, para que desde su identidad étnica y cultural vivan con mayor dignidad como pueblos; fortalecer los procesos de identidad de los adolescentes y jóvenes indígenas así como los procesos de equidad de género.

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