fenomenos de la luz

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PRESENTADO POR: LILIANA VARGAS JAIRO MORA. MYRIAM MARTIN.

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PRESENTADO POR:

LILIANA VARGAS

JAIRO MORA.

MYRIAM MARTIN.

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También llamada hora mágica, tiene lugar en esa franja del día tan apreciada por los fotógrafos de paisaje: el atardecer y el amanecer. De duración e intensidad variable en función de las condiciones atmosféricas, la hora dorada se refiere a esos

momentos previos a la puesta de sol o posteriores a la salida: la luz, de dirección horizontal casi

paralela al suelo, adquiere un tono marcadamente cálido. El paisaje se tiñe de matices de colores

cálidos, confiriendo al paisaje un aspecto dramático muy diferente al que tiene el resto del día. Las

sombras se alargan, creando un interesante efecto de relieve y a su vez, de contraste de color entre las zonas iluminadas cálidas y las sombras frías.

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Proviene de la expresión francesa l’heure bleue y

hace referencia al período de penumbra que se

produce en los extremos del día: la aurora y el

crepúsculo, donde no hay luz diurna completa ni

oscuridad completa. En el caso de la tarde, se

presenta inmediatamente después de la hora

dorada, cuando el sol ya se ha ocultado. En el

caso de la mañana, entre la oscuridad nocturna y

el alba. Al igual que la hora dorada, tiene una

duración en torno a los 30-45 minutos. La inmensa

mayoría de fotografías de paisaje de los grandes

autores están realizadas en estos dos grandes

momentos: la hora dorada y su continuidad: la

hora azul.

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Proceso de la hora azul al atardecer (extremo del día más

cómodo para presenciar)

El sol, una vez se ha ocultado tras el horizonte, deja de iluminar

directamente la superficie de la Tierra. En ese período de

tiempo, no obstante, los rayos solares iluminan las capas altas

de la atmósfera sobre nosotros, en un proceso gradual de

atenuación hasta la oscuridad total de la noche. En ese lapso de

tiempo —la transición entre el ocaso y la noche cerrada— el

paisaje se baña de una luz difusa, tenue, envolvente y cálida así

como de los matices de color más sutiles, en constante cambio.

Esa porción de atmósfera iluminada por un sol ya oculto se

convierte en una fuente de luz de bajo contraste que ilumina

sugestivamente el paisaje ya sumido en las primeras

penumbras. El ambiente adquiere un tono marcadamente azul,

que contrasta con la calidez de los objetos suavemente

iluminados. Asimismo, en los últimos momentos de la hora azul,

minutos antes de la oscuridad, el crepúsculo puede venir

acompañado de espléndidos efectos de color y luz en el cielo,

sobre el horizonte donde el sol se ha ocultado. Obviamente el

proceso es a la inversa en el caso del amanecer.

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El cinturón de Venus

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Escasos minutos después de la puesta de sol, a medida

que el crepúsculo avanza —al inicio de la hora azul—, se

alza lentamente una banda oscura en el horizonte

opuesto al ocaso. Es la sombra de la Tierra proyectada en

la atmósfera. Inmediatamente encima de ella, allí donde

el sol aún ilumina el cielo, brilla una delgada banda

luminosa de un hermoso y vivo tono rosado. Se trata del

arco anti crepuscular, el cinturón de Venus —“Belt of

Venus” en el mundo anglosajón—. El color rosado es el

resultante de la mezcla de la luz y la sombra: la luz solar

rasante dispersa del extremo del día, intensamente

enrojecida (dispersión de Rayleigh), se mezcla con el

profundo azul de la penumbra que provoca la sombra de

la Tierra, resultando en un encendido color rosado. El

cinturón de Venus se observa siempre en el cielo de

poniente al amanecer y en el cielo de levante al

atardecer. El cinturón luminoso alcanza una altura

aproximada de 20 grados sobre el horizonte antes de

desvanecerse suavemente como consecuencia de la

penumbra completa en la atmósfera.

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El nombre de este fugaz efecto de luz hace alusión

al momento del día en que Venus brilla, solitaria en

el cielo, tanto al crepúsculo como en la aurora.

El cinturón de Venus suele aparecer en días de buena

visibilidad, siempre y cuando las nubes no

interrumpan su visión. Puede variar bastante de

intensidad, dependiendo de las condiciones

atmosféricas del momento. Por regla general, cuanta

menos humedad ambiental, más evidente será el

efecto. Este interesante fenómeno, entre otras

cosas, nos da la oportunidad de disfrutar de una de

las escasas escenas en la naturaleza en las que el

tono rosa o magenta destaca poderosamente. Debido

a la conocida ineficacia de los sensores digitales para

reproducir fielmente dicho color, éste aparece

siempre más apagado en las fotografías.

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La atmósfera —la capa más cercana a la superficie— además

del aire necesario para la vida, contiene una determinada

cantidad de partículas líquidas y sólidas en suspensión: vapor

de agua (humedad ambiental, nubes), así como tierra,

arena, polen, cenizas, aerosoles y cómo no, contaminación.

La luz, al atravesar la atmósfera, se encuentra con estos

diminutos elementos en suspensión, actuando éstos como un

gran difusor: la luz se dispersa. Algo así como el foco de una

linterna atravesando una nube de humo de tabaco en la

oscuridad nocturna. Los rayos crepusculares surgen cuando la

luz, a su paso por la atmósfera, se ve interrumpida o atenuada

por objetos de diversa densidad —típicamente nubes o

montañas— que actúan como filtros o “máscaras”. Las

máscaras bloquean el paso de la luz, creando sombras. Es

cuando se forman los característicos y llamativos haces de luz.

Debido a la complejidad de los factores implicados en el

fenómeno, pueden llegar a tener muy variados aspectos.

Algunas veces pueden formarse auténticos espectáculos

visuales que, como todo efecto de luz en la naturaleza, se

prolongará sólo por un breve espacio de tiempo.

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Uno de los ejemplos más corrientes podría ser la escena de una nube sobre

el horizonte poco antes del ocaso. El sol, oculto tras la nube, despliega un

vistoso abanico de haces de luz a través del cielo o las mismas nubes, que

parecen surgir mágicamente desde un punto situado justo detrás. En la

naturaleza se producen infinitas combinaciones, cada una de ellas dando

lugar a una situación original. Su vistosidad dependerá del contexto: la

posición del observador respecto al sol y los elementos, la naturaleza de

dichos elementos, las condiciones meteorológicas y el momento del día.

Pero ¿por qué razón percibimos los rayos crepusculares como si fueran

divergentes, si sabemos que los rayos de sol son paralelos entre sí?

Sencillamente, debido al efecto de la perspectiva. De la misma forma que

percibimos las vías del tren en un terreno llano: a medida que las vías se

alejan de nosotros, éstas van convergiendo hacia un punto.

Curiosamente, la acepción “rayos crepusculares” no hace mucho honor a su

nombre, ya que el principio que los origina puede manifestarse en

cualquier momento del día, mientras exista luz en el ambiente. Eso sí, con

mayor frecuencia en los extremos del día. El fenómeno recibe varios

nombres distintos: rayos de Dios, efecto Tyndall, dispersión de

Rayleigh, escalera de Jacob… En el ámbito de la fotografía de paisaje, fue

el fotógrafo norteamericano Galen Rowell quien se refirió a este fenómeno

como «rayos divinos». Un apelativo que a mí personalmente me parece el

más acertado.

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Uno de los fenómenos de luz más singulares que se pueden presenciar en

la naturaleza son los rayos anti-crepusculares. Este curioso efecto de luz

de aspecto sobrenatural, originado por los rayos del sol en los extremos

del día, se produce con muy poca frecuencia.

Los rayos anti-crepusculares son similares a los rayos crepusculares, pero

se ven en el extremo opuesto al sol en el cielo (punto anti-solar). Los

rayos anti-crepusculares son paralelos, aunque parecen converger en el

punto anti-solar, debido al efecto de la perspectiva (efecto vías del tren

rectas en terreno llano).

En la mayoría de ocasiones, los rayos anti-crepusculares se hacen

visibles en los momentos anteriores o posteriores al amanecer y

atardecer. En el caso del atardecer, al término de la hora dorada o bien

al inicio de la hora azul. Los rayos anti-crepusculares poseen menos

brillo que los rayos crepusculares, a pesar de estar generados por la

misma fuente. Esto es debido a que la luz de los rayos crepusculares,

vistos en la misma región del cielo donde se encuentra el sol, sufren una

dispersión atmosférica menor que los rayos anti-crepusculares,

extendidos en la región opuesta del cielo, respecto al observador (teoría

de Mie). Aunque los rayos anti-crepusculares parecen converger en un

punto opuesto al sol, la convergencia es en realidad una ilusión. Los

rayos de sol son, de hecho, paralelos y la aparente convergencia es el

punto de fuga en el infinito.

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Este fenómeno no es una excepción en Mallorca y puede

ser observado desde cualquier punto, mientras el

observador disponga de vistas abiertas y despejadas

hacia la región en el cielo opuesta al sol. Al igual que los

rayos crepusculares, los rayos anti-crepusculares pueden

tener un aspecto muy diferente en función de las

condiciones ambientales del momento: desde un

contrastado chorro de luz de vivos colores ocupando

gran parte del cielo hasta un débil juego de haces de luz

dispersos casi imperceptible.

Resultan imposibles de predecir, aunque podríamos

generalizar sobre las condiciones más propicias para su

aparición:

Observables momentos antes y después del amanecer y

del atardecer.

Atmósfera con un nivel muy bajo de humedad

ambiental.

Cielos completamente despejados.

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Entre la infinidad de hermosos y delicados efectos de luz que

encontramos en la naturaleza, hay uno que siempre me ha

llamado la atención por su especial belleza y por su vistosidad: las

nubes iluminadas por el sol cuando éste permanece oculto tras el

horizonte. Un motivo que suele plasmarse con gran efectismo en

la fotografía y que puede verse, por lo general, durante los 30

minutos posteriores a la puesta de sol y anteriores a la salida. Se

trata de un fenómeno relativamente común y visible desde

prácticamente cualquier lugar. Afortunadamente, en Mallorca

contamos con una amplia variedad de posibles escenarios: mar,

montaña, llano.

Dependiendo de las condiciones ambientales del momento, el

brillo de la luz solar en las nubes puede producir los más diversos

efectos: desde unas tenues filas o pinceladas rosadas en el cielo

hasta el espectáculo más dramático y colorista. La variedad es,

por supuesto, infinita, siempre constituyendo una sorpresa en

función de las condiciones del momento:

• El tipo de nubes presentes en el cielo, la cantidad y su posición

respecto al sol.

• El grado de limpieza del aire: cuanto más limpio, mayor

visibilidad y saturación de color

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Durante el otoño y la primavera abundan un tipo de nubes altas

llamadas Cirrus que suelen estar asociadas a los cambios de tiempo.

Formadas por capas de cristales de hielo, son conocidas por sus sinuosas

y caprichosas formas que recuerdan a una cabellera. Se caracterizan

por estar situadas a una gran altitud: entre los 8.000 y 12.000 metros.

Son las “nubes iluminadas” por excelencia. Cuando el sol se encuentra

aún muy por debajo del horizonte, con frecuencia, el observador puede

ver los Cirrus iluminados en el cielo cuando el paisaje se encuentra en

penumbra, creando un contraste de luz y color sumamente interesante.

Otro tipo de formaciones nubosas muy sugerentes son la llamadas nubes

lenticulares (Altocumulus Lenticularis). Mucho menos frecuentes y de

breve duración, tienen formas caprichosas de lente o platillo. Suelen

formarse en condiciones de fuertes vientos . Si se presentan en los

extremos del día y las condiciones ambientales son favorables, el

espectáculo está garantizado.

A la hora de fotografiar las nubes iluminadas, prácticamente todas las

escenas requerirán del uso de un filtro de densidad neutral graduado

para obtener resultados óptimos. De esta manera se consigue equilibrar

las altas luces de la mitad superior y las sombras de la mitad inferior.

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Este efecto óptico se produce cuando la luz solar

atraviesa gotas de agua en suspensión,

descomponiéndose en una gradación de siete

colores: rojo, naranja, amarillo, verde, azul, añil

y violeta. Como todos los fenómenos ópticos, su

observación depende exclusivamente de la

posición del observador respecto a la dirección

de la luz y las gotas de agua. El observador

visualizará el arcoíris frente a él cuando la

fuente de luz se encuentre a sus espaldas.

El arcoíris puede tener múltiples orígenes: una

cortina de lluvia, una nube de vapor de agua

generada por una cascada o un temporal

marítimo… Resumiendo, en un ambiente donde

se reúnan simultáneamente la luz solar directa y

gotas de agua en suspensión.

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Uno de los efectos de luz más hermosos que pueden presenciarse en la

naturaleza: la sombra de la montaña sobre la que se sitúa el

observador, proyectada sobre el paisaje.

En los extremos del día —y si las condiciones ambientales son

adecuadas— la sombra proyectada por una montaña puede extenderse

a lo largo de una distancia extremadamente larga. Lógicamente, para

observar este fenómeno, el observador ha de encontrarse situado en la

cima de una montaña durante el alba o el ocaso. Cuanto más

prominente sea el relieve, más destacada será la sombra. Las largas

sombras de montañas aparecen retratadas con frecuencia en fotografías

de alta montaña. Siempre que se presenten las condiciones favorables,

podemos disfrutar con igual esplendor de este sugerente espectáculo en

Mallorca. La Serra de Tramuntana, recorrida por numerosos relieves

suficientemente prominentes, resulta el lugar idóneo para su

observación.

Condiciones favorables para contemplar sombras de montañas:

• El efecto se produce durante los primeros instantes posteriores a la

salida de sol por el horizonte o bien los últimos momentos antes de la

puesta.

• Ausencia total de nubes entre el observador y el sol.

• Humedad relativa baja.

• Atmósfera limpia, pese a que invariablemente ésta contiene gran

cantidad de macropartículas en suspensión.

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