gaceta fondo economico

24
DEL FONDO DE CULTURA ECONÓMICAJUNIO2012 498 ISSN: 0185-3716 No soy como los otros hombres que he conocido y me atrevo a creer que soy distinto de todos los que existen. Si no valgo más, al menos soy distinto a todos JEAN -JACQUES ROUSSEAU TRES SIGLOS CON ROUSSEAU Además UN ADIÓS A MIGUEL DE LA MADRID

Upload: ali-rubio

Post on 10-Nov-2015

218 views

Category:

Documents


1 download

DESCRIPTION

Gaceta Fondo Economico

TRANSCRIPT

  • D E L F O N D O D E C U L T U R A E C O N M I C A J U N I O 2 0 1 2

    498

    ISS

    N: 0

    185

    -371

    6

    No soy como los otros hombres que he conocido y me atrevo a creer que soy distinto de todos los que existen. Si no valgo ms, al menos soy distinto a todos

    J E A N -JACQ U E S R O U S S E AU TRESSIGLOS CONROUSSEAU

    AdemsUN ADIS A

    MIGUEL DE LA MADRID

  • 2 J U N I O D E 2 0 1 2

    D E L F O N D O D E C U LT U R A E C O N M I C A

    498E D I TO R I A L

    ROUSSEAUFriedrich Hlderlin0 3 EL ROUSSEAU PROHIBIDOJos Abel Ramos Soriano0 7ROUSSEAU Y BOBBIOJos Fernndez Santilln0 9LA VIDA SOCIAL DE ROUSSEAURobert Darnton1 1ROUSSEAU, RADICALISMO Y REVOLUCINJonathan I. Israel1 6 SPINOZA Y LAS RACES HOLANDESAS DE LA ILUSTRACINAnthony Grafton1 8NOVEDADES DE JUNIO2 0CAPITEL2 0MIGUEL DE LA MADRID Y EL FONDO DE CULTURA ECONMICAAdolfo Castan2 2

    Solitario, beliger ante, autodidacta, contradictorio, exitoso a pesar de s mismo: Jean-Jacques Rousseau es uno de los escritores, literarios y polticos, ms sobresalientes de la historia. Sus obras le valieron la devocin de miles de lectores y la abominacin de los poderosos; de ellas se desprenden nuevos modos de entender la convivencia y la educacin de nios y jvenes, el origen del Estado y el yo como personaje de la literatura intimista. El da 28 de este mes se celebran los 300 aos de su nacimiento y en La Gaceta no hemos querido dejar pasar la oportunidad de mirar hacia este personaje descomunal, cuya presencia en el catlogo del Fondo es un ntido eco de la influencia que sigue ejerciendo. Si bien slo hemos publicado dos breves textos escritos por el ginebrino El origen de la desigualdad y Ensayo sobre el origen de las lenguas, que primero apareci en la coleccin emanadade esta publicacin, Cuadernos de La Gaceta, y hoy puede inclusoleerse como libro electrnico, Rousseau est presente en la obra de autores como Cassirer y Berlin, en volmenes sobre historia de la pedagoga y de las religiones, en antologas de textos literarios y un etctera de gran diversidad: tratados de filosofa, estudios histricos, disquisiciones polticas.

    Arrancamos esta conmemoracin recuperando el modo en que la censura eclesistica quiso frenar entre nosotros la circulacin de los libros con que Rousseau le cambi el rostro al mundo. El historiadorJos Abel Ramos Soriano ha sabido retratar a la Inquisicin novohispana como censora; as encontr las prohibiciones para importar, vender, leer libros como El contrato social, con lo que se muestra que mientras Mxico fue colonia espaola las autoridades se afanaron por contener la presencia del buen Juan Jacobo. Hoy sus ideas pueden contribuir a que ejerzamos nuestros derechos polticos, segn se desprende del ensayo de Jos Fernndez Santilln sobre la influencia del festejado en Norberto Bobbio. Con un par de fragmentos de libros, uno con ms de una dcada en circulacin, el otro con apenas unas semanas de esa novedad ofrecemos tambin una resea, del brillante Anthony Grafton, cerramos el captulo roussoniano.

    Algn texto sobre ese autor habramos podido pedir a Miguel de la Madrid, fallecido a comienzos del pasado abril: hace ms de medio siglo el ex director del Fondo escribi sobre los vnculos de Rousseau con el constitucionalismo mexicano. Con un responso sobre su labor editorial escrito por quien tuvo a su cargo la seleccin de obras en la dcada en que De la Madrid encabez al fce: Adolfo Castan, recordamos aqu al ex presidente. W

    S U M A R I O

    Joaqun Dez-Canedo FloresDI R EC TO R G EN ER AL D EL FCE

    Toms Granados SalinasDI R EC TO R D E L A GACE TA

    Alejandro Cruz AtienzaJ EFE D E R EDACCI N

    Ricardo Nudelman, Mart Soler, Gerardo Jaramillo, Alejandro Valles Santo Toms, Nina lvarez-Icaza, Juan Carlos Rodrguez, Alejandra VzquezCO N S E J O ED ITO RIAL

    Impresora y EncuadernadoraProgreso, sa de cvI M PR E S I N

    Len Muoz SantiniARTE Y D IS E O

    Juana Laura Condado Rosas, Mara AntoniaSegura Chvez, Ernesto Ramrez MoralesVERS I N PAR A I NTER N E T

    Suscrbase enwww.fondodeculturaeconomica.com/editorial/laGaceta/

    [email protected]/LaGacetadelFCE

    La Gaceta del Fondo de Cultura Econmica es una publicacin mensual editada por el Fondo de Cultura Econmica, con domicilioen Carretera Picacho-Ajusco 227, Bosques del Pedregal, 14738, Tlalpan, Distrito Federal, Mxico.

    Editor responsable: Toms Granados Salinas. Certi cado de Licitud de Ttulo 8635 y de Licitud de Contenido 6080, expedidos por la Comisin Cali cadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas el 15 de junio de 1995.La Gaceta del Fondo de Cultura Econmica es un nombre registrado en el Instituto Nacional del Derecho de Autor, con el nmero 04-2001-112210102100, el 22 de noviembre de 2001. Registro Postal, Publicacin Peridica: pp09-0206.

    Distribuida por el propio Fondo de Cultura Econmica.ISSN: 0185-3716

    P O RTADA

    Ilustracion de Emmanuel Pea

  • J U N I O D E 2 0 1 2 3

    Abruma la estrechez de la jornada humana.No bien vas, miras y te asombras ya es de noche;ahora duerme ah donde a una distanciainnumerable pasan los aos de los pueblos.

    Habr quien pueda ver ms all de su tiempo,si un dios le muestra el aire libre; t permanecesnostlgico a la orilla: indignando a los tuyos,por ser sombra que nunca les dar su amor.

    Y aquellos que nombraste y prometiste, dndeandarn esos nuevos amigos cuya manote conforte, por qu rumbos atendern,al menos una vez, tu verbo solitario?

    Pobre hombre! Ni el eco te responde en la sala.Como los insepultos caminas errabundoen busca de reposo, pero nadie sabrdecirte cul sera tu sendero seguro.

    Algrate! El rbol ha salidode la tierra nativa, pero sus amorososy juveniles brazos lo derraman,y acaba melanclico bajando la cabeza.

    La vida lo desborda, el in nitolo rodea, bien que nada comprenda,aunque en su carne moran y a su presente uyeclido y e caz todo su fruto.

    Has vivido! S, tambin a tu rostrode lejos el sol lo alumbra de jbilo,con rayos que provienen de superiores pocas.Los heraldos hallaron por n tu corazn.

    Los has odo, pues, has comprendidola voz del extranjero, descifrando su alma.A quien entiende basta la sea, y son las seasdesde lejanas eras el habla de los dioses.

    Maravilloso! Es como si hubiera siempreconocido la mente humana lo que nacey lo que traza el hondo estilo de la vida

    Al primer signo sabe cuanto haya de cumplirse,y osado espritu, imitando al guilaque se anticipa al tranco de la borrasca,vuela delante de sus prximos dioses, profetizndolos. W

    Versin de Jaime Garca Terrs

    P O E S A

    Jean-Jacques no pudo atestiguar la in uencia que su pensamiento tendra en la vida poltica de Francia. Menos an imagin que sus ideas in uiran en el romanticismo, en particular a travs de un escritor alemn que

    se identi cara plenamente con l. Convocamos aqu a Hlderlin a travs de la pluma en castellano de Garca Terrs, uno de nuestros grandes poetas traductores, director de esta publicacin hace tres dcadas

    RousseauF R I E D R I C H H L D E R L I N

  • 4 J U N I O D E 2 0 1 2

    Ilust

    raci

    n: E

    MM

    AN

    UEL

    PE

    A

  • J U N I O D E 2 0 1 2 5

    He aqu nuestros regalos para el ginebrino tres veces centenario: un recorrido por las opiniones de la

    Inquisicin novohispana sobre l y su obra, un ensayo sobre las incumplidas promesas de la democracia, un acta de bautismo como el primer antroplogo de la historia, un balance parcial de

    sus aportaciones a la Revolucin francesa. Feliz cumpleaos, Juan Jacobo

    D O S S I E R

    TRESSIGLOS CONROUSSEAU

  • 6 J U N I O D E 2 0 1 2

  • publicacin con serios tropiezos se llev ms de 20 aos, entre 1750 y 1772.

    En cuanto a Voltaire y Rousseau, podramos bus-car motivos diversos sobre el porqu de su constante mencin en pareja, pero, por ahora, nos limitaremos a una razn fundamental: los dos fueron autores de textos prohibidos por el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisicin de Espaa y, por ende, de la Nue-va Espaa. No fueron los nicos. Tambin Diderot y DAlembert cayeron en condenas, pero con una dife-rencia importante, como veremos poco ms adelan-te. La lista de escritores vetados es larga. Hubo de los considerados herejes o heresiarcas; es decir, autores de herejas, famosos como los aludidos o menos cle-bres, o que en su tiempo gozaron de fama y que ahora han sido olvidados. De autores de esta clase se vetaba todo lo que saliera de su pluma, salvo algunas excep-ciones precisas, como veremos a continuacin. Pero lo ms comn era que se condenaran obras concretas y no particularmente a sus creadores o, por lo menos, no a todo lo que stos produjeran.

    PRCTICAS DE CONTROL Y OTROS PERSONAJES DE CUIDADOEn Espaa, el Santo Oficio de la Inquisicin, que fue el tribunal que en se encarg principalmente de vigilar que se mantuviera la ortodoxia entre los fieles cristia-nos, public ndices de libros prohibidos, sin periodi-cidad fija cada determinado nmero de aos, al igual que edictos en los que inclua el veto de ciertas lectu-ras, entre otras prcticas que consideraba contrarias a la fe y las costumbres cristianas. En la Nueva Espa-

    a, aunque el tribunal deba acatar y tena como base tanto los ndices como los edictos peninsu-lares, publicaba sus propios edictos de tiempo en tiempo, a veces en ms de dos ocasiones por ao. El edicto tuvo especial relevancia porque contena todos los posibles comportamientos que los fie-les deban evitar y denunciar, por lo que reciba el nombre de Edicto general de la fe. A quien desobe-deciera sus disposiciones se le amenazaba con su-frir severas penas, como la excomunin y el pago de una fuerte sancin econmica. En consecuen-cia, su promulgacin se haca en medio de una ela-borada ceremonia. Los libros siempre estuvieron presentes en estos documentos, pero, sobre todo, entre mediados del siglo mencionado y principios del xix, periodo en el que puede considerarse que se sitan los ltimos tiempos del tribunal de la fe en el virreinato. Durante esta poca, la mayora de los edictos se dedicaron exclusivamente a consig-nar ttulos y otros datos de los textos que no de-ban leerse, bajo la misma amenaza de sufrir las penas eclesisticas y pecuniarias antedichas.1

    Pero, como dije, en los edictos hubo autores que s se mencionaron de manera especial: durante los siglos xvi y xvii, a Martn Lutero, Ulrico Zwinglio, Juan Calvino, Baltasar Pacimontano apellido castellanizado de Baltasar Hubmaier o Hubmeier, Gaspar Schuvencfeldio y otros se-

    1 Cfr. Jos Abel Ramos Soriano, Los delincuentes de papel. Inquisicin y libros en la Nueva Espaa, (1571-1820), Mxico, inah-fce, 2011.

    N o se puede hablar del gran movimiento que fue la Ilustracin en Francia sin que se nos vengan a la men-te nombres como los de Voltaire, Rousseau, Diderot, DAlembert, por mencionar slo al-gunos de los ms des-tacados, pues la lista podra ser bastante larga. En la redaccin de la clebre Encyclopdie, ou Diction-naire raisonn des sciences, des arts et des matires, obra cumbre del siglo xviii, participaron ms de 200 colaboradores. En un grupo tan grande y diver-so en ideas, fines, funciones, maneras de difundir sus pensamientos, etctera, cada uno sobresali en diferentes mbitos. Pero los citados sobresalieron en muchos de ellos. Sin embargo, en esta ocasin me voy a referir principalmente al campo de la cen-sura de libros, que tuvo gran relevancia durante la poca, y en particular a Rousseau, a quien La Ga-ceta dedica parte de este nmero por cumplirse en el presente ao el tricentenario del nacimiento del prolfico e influyente escritor.

    Pero antes de entrar de lleno al tema central de este artculo, quiero anotar el dato curioso de que, a menudo, a los cuatro autores citados se les men-ciona por pares: a Rousseau con Voltaire y a Dide-rot con DAlembert. En este ltimo caso, una razn importante para ello es que fueron los directores de la monumental Enciclopedia en 28 volmenes, cuya

    J U N I O D E 2 0 1 2 7

    TRES SIGLOS CON ROUSSEAU

    El Rousseau prohibido

    J O S A B E L R A M O S S O R I A N O

    A R T C U LO

    Cmo lleg Rousseau a la Nueva Espaa? No en persona, desde luego, pero s gracias a ejemplares de sus obras, que pronto merecieron la censura de la nefasta Inquisicin.

    En este artculo se pasa revista a los edictos en los que se combati al herege que postulaba un nuevo orden social y una educacin radicalmente distinta. Por fortuna,

    Rousseau sigue entre nosotros; no as el Tribunal del Santo O cio

  • mejantes; en el siglo xviii se agregaron los nom-bres de Voltaire y Rousseau y sus discpulos y secuaces.

    Lutero, quien fue excomulgado por el papa Len X desde 1521, haba publicado sus 95 tesis en contra de la venta de indulgencias y cuestionado la existen-cia de la Iglesia misma, del clero y de los sacramen-tos del bautismo y la eucarista. Haba dado a la luz tambin otros varios textos polmicos que marca-ron el inicio de movimientos protestantes que con diferentes denominaciones se extendieron rpida-mente en Europa y por diferentes partes del mundo occidental, fragmentando seriamente a la Iglesia ca-tlica. Entre su variada produccin escrita, el monje agustino tradujo por primera vez del griego al ale-mn el Nuevo Testamento, en tanto que la del Viejo la realiz con algunos colaboradores por su insufi-ciente conocimiento del hebreo.

    En el siglo xvi y hasta el xviii particularmente, se prohibi la lectura de los textos sagrados en len-guas vulgares, como el alemn, el francs, el in-gls, el italiano, el castellano, etctera, o sea los que hablaba el comn de la gente. En general, no se con-sideraba conveniente, y esto se reflej con claridad en Espaa y sus dominios, donde el Santo Oficio los vet expresamente en dichas versiones. Considera-ba que las Sagradas Escrituras slo deban ser ledas en lenguas cultas como el latn, el griego, el arameo o el hebreo. Es decir, lenguas que dominaban sobre todo telogos preparados, capaces de interpretar correctamente los textos bblicos.

    Colaboraron en los trascendentales movimientos rebeldes precisamente destacados personajes como los reformadores en Suiza Zwinglio y Calvino, este ltimo francs; el anabaptista Pacimontano, tambin alemn como Lutero, as como Schuvencfeldio, quien atacaba directamente al libro fundamental del cris-tianismo al predicar que se deba hacer ms caso de la inspiracin interna que de la Sagrada Escritura.

    Sobre todos ellos la Inquisicin dijo expresamen-te: Los libros de los Heresiarcas, assi de los que des-pus del dicho ao [1515] inventaron, o renovaron heregias, como de los que son, o fueron Cabeas, o Caudillos de hereges, como Martin Lutero [] de qualquier titulo argumento, se prohiben del todo: mas no se prohiben los libros de Catholicos, en que andan, y estan insertos Fragmentos, o Tratados de Heresiarcas contra quien escriben. Ni de los dichos libros, y tratados se ha de borrar el nombre de los di-chos Heresiarcas, pues para refutar sus errores se permite nombrarlos, como tambin en los libros de Historia, lo qual se declara para evitar escrupulos.2

    VOLTAIRE Y ROUSSEAUTan peligrosos o ms que ellos fueron considerados Voltaire y Rousseau, quienes pasaron a formar parte del selecto grupo de siete autores vetados por here-siarcas, entre varias decenas de escritores ms, cu-yas obras fueron condenadas por el Santo Oficio no-vohispano durante su ejercicio de dos siglos y medio. De Diderot y DAlembert, por ejemplo, as como de otros hombres de letras, ya fueran antiguos o con-temporneos de la poca colonial, famosos enton-ces y an ahora, como Ovidio, Erasmo, Maquiavelo o Raynal, fueron condenadas varias obras, pero no fueron vetados ellos como autores, como en el caso de los cinco heresiarcas del siglo xvi y los dos fil-sofos ilustrados del xviii. Voltaire y Rousseau fue-ron agregados de la siguiente manera: que si alguna o algunas personas [] hayan dicho hecho alguna cosa que sea contra nuestra Santa Fe Catlica, y con-tra lo que est ordenado y establecido por la sagrada

    2 Ramos Soriano, op. cit., p. 328.

    Escritura y adoptando las inepcias de los modernos libertinos Voltaire, Rousseau, y sus discpulos y se-cuaces, leyendo manteniendo en su poder los li-bros de estos, o cualquiera otro de los prohibidos en los Expurgatorios [o ndices de libros prohibidos es-paoles] y Edictos posteriores.3

    Adems, el que de estos modernos libertinos se proscribieran todas sus obras no impidi que se ci-taran de ellos tambin textos especficos. De Voltai-re, entre otros, sus Romans et contes philosophiques [Novelas y cuentos filosficos], publicados en Lon-dres en 17734 y La raison par alphabet [La razn por alfabeto], de 1769, un grueso volumen suplemento de la Enciclopedia de Diderot y DAlembert que discu-ta de manera poco ortodoxa, pona en tela de duda o contradeca principios establecidas por la Iglesia. Esta obra fue condenada por contener proposicio-nes herticas, errneas, blasfemas, injuriosas a la majestad de Dios, a sus soberanos atributos y a la Iglesia; eversivas de la revelacin, sediciosas, y con-trarias no solo a la Religin, sino tambin al bien y quietud de los Estados y Reynos, y a la paz interior de las familias, con desprecio de las Sagradas Escri-turas y de toda autoridad divina y humana.5

    ROUSSEAUY de Rousseau, tambin entre otros, su Disertation sur lorigine de linegalit des hommes [Disertacin sobre el origen de la desigualdad de los hombres], en cuya condena el tribunal detalla: Y recelando, que del mismo Autor se hayan introducido tal vez, o se introduzcan en adelante, algunas otras Obras, des-de ahora las declaramos todas prohibidas, como de autor herege, que esparce y siembra errores opues-tos la Religion, las buenas costumbres, al gobier-no civil, y justa obediencia debida los legtimos So-beranos, y Superiores.6

    Por supuesto, tambin conden de manera preci-sa sus tres mayores xitos e influyentes textos en la poltica, la educacin y la literatura, entre otros m-bitos, respectivamente: El contrato social,7 el Emilio8 y la Nueva Elosa,9 los tres publicados dentro de un corto periodo de dos aos, entre 1761 y 1762.

    El primero, slo por citar dos ideas radicales, pre-conizaba la soberana popular en contra de la vigente de la autoridad monrquica, as como la subordina-cin total de la Iglesia al Estado. Apareci por primera vez en Pars en 1762 y fue objeto de numerosas reedi-ciones y traducciones, lo que es muestra de su amplia difusin en diferentes lugares, incluida la Nueva Es-paa, a pesar de sus ideas revolucionarias y los esfuer-zos de autoridades civiles y religiosas por impedirlo.

    Fue proscrita en Madrid en 1764 y en la Nueva Espaa se vet en su traduccin castellana impre-sa en Londres en 1799. Aqu su lectura se consider tan daina que mereci la mitad del citado edicto de 1803, slo junto con otra publicacin abiertamente contraria al tribunal de la fe: Bororquia, o la vctima de la Inquisicin. Sobre este otro tambin pequeo y exitoso libro como El contrato social, el tribunal de Mxico orden tajantemente arrancar de la mano de los fieles la venenosa cizaa que el hombre ene-migo ha meditado sembrar en el campo del Seor

    3 Archivo General de la Nacin, ramo Edictos, edicto del 21 de enero de 1815.4 agn, r. Edictos, edicto del 15 de junio de 1776.5 agn, r. Edictos, edicto del 24 de noviembre de 1781.6 agn, r. Edictos, edicto del 18 de agosto de 1764.7 Contrato social, o principios del derecho pblico, Londres, 1799. agn, r. Edictos, edicto del 17 de diciembre de 1803.8 Emile, ou de leducation, agn, r. Edictos, edicto del 18 de julio de 1764.9 Julie, ou la nouvelle Hlose. Lettres de deux amants habitants dune petite ville au pied des Alpes [recueillies et publies par Jean-Jacques Rousseau] (Julia o la nueva Elosa, Cartas de dos amantes habitantes de una pequea villa al pie de los Alpes [reunidas y publicadas por Jean-Jacques Rousseau]. 3 t. o ms Ibidem.

    por medio de esta Novela que se puede llamar el compendio de cuantos vituperios, infames calum-nias y ridculas falsedades han vomitado los enemi-gos de la Religin contra el Santo Oficio.10

    El Emilio, cuya primera edicin data de 1762, fue ms popular y perseguido que el anterior, debido a que, entre muchas razones, propona una educacin moral sin la religin. Fue prohibido en Madrid en 1764, poco ms de un ao despus de que hiciera lo mismo el Parlamento francs, y condenado a la ho-guera en Pars y Ginebra como a cualquier hereje contumaz de pocas anteriores.

    En cuanto a su autor, la publicacin le vali el de-creto de su detencin, por lo que se refugi con amis-tades de diferentes lugares de Suiza, Inglaterra y Francia, adems de que marc el inicio de la tremenda persecucin que sufri durante varios aos. Por otra parte, sus crticas constantes a principios, institucio-nes y costumbres establecidos, as como sus creencias religiosas destas, ocasionaron que se incrementa-ran la enemistad, las desavenencias y los ataques ya no slo de autoridades, sino tambin de destacados miembros de distintos medios sociales y de antiguos aliados. Varios de ellos eran hombres de letras, como los enciclopedistas ateos, entre los que se encontraba Diderot y Voltaire, su compaero de condenas inquisi-toriales generalizadas para toda su obra escrita.

    Julia, o la nueva Elosa, o carta de dos amantes, por ltimo, prohibida por la Inquisicin de Mxico en 1803, fue el mayor xito literario de Rousseau y para muchos tambin el ms grande de su poca. Fue pu-blicada por primera vez en msterdam en 1761 y la historia de los dos enamorados enterneci, a veces hasta las lgrimas, a numerosos lectores. Su nombre recuerda a Helose, la alumna del clebre filsofo y telogo medieval Abelardo (Pierre Abaillard, 1079-1142), quien, al igual que la Julia de Rousseau, fue seducida por su preceptor.

    As pues, Rousseau mereca para muchos su con-dena total. Era un hombre que ya no slo o princi-palmente discuta cuestiones teolgicas o de fe, como los heresiarcas del siglo xvi, sino que pona sobre el tapete un sinnmero de temas y costum-bres; que lanzaba ideas revolucionarias sobre con-ceptos como naturaleza, hombre, sentimientos, vir-tud, individuo, sociedad, infancia, moral, etctera, antes considerados como perfectamente definidos y aceptados.

    SIN EMBARGORousseau tambin fue considerado, desde su propio tiempo y an ahora, como uno de los ms grandes pensadores de la lengua francesa, por lo que los in-tentos por impedir la lectura de sus escritos fueron en vano. Muestra palpable de ello son las numerosas ediciones de sus obras y su amplia circulacin en tie-rras lejanas a sus lugares de actuacin. En la Nueva Espaa, simplemente analizando los expedientes inquisitoriales, no slo aparecen consignadas en los edictos, sino, lo que es ms importante, en las de-nuncias que se presentaron sobre libros prohibidos que circulaban efectivamente en el virreinato.11 No poda ser de otra manera con alguien que domina-ba los ms diversos campos del saber. La filosofa, la poltica, la pedagoga, la literatura, el lenguaje, el teatro, la msica, la botnica y otras ramas del co-nocimiento ms le deben grandes aportaciones.W

    Jos Abel Ramos Soriano es investigador de la Direccin de Estudios Histricos, del INAH.

    10 agn, r. Edictos, edicto del 17 de diciembre de 1803.11 Ramos Soriano, op. cit., passim.

    8 J U N I O D E 2 0 1 2

    TRES SIGLOS CON ROUSSEAU

    ROUSSEAU MERECA PARA MUCHOS SU CONDENA TOTAL.ERA UN HOMBRE QUE YA NO SLO O PRINCIPALMENTE DISCUTA CUESTIONES

    TEOLGICAS O DE FE, COMO LOS HERESIARCAS DEL SIGLO XVI, SINO QUE PONASOBRE EL TAPETE UN SINNMERO DE TEMAS Y COSTUMBRES; QUE LANZABA IDEAS REVOLUCIONARIAS SOBRE CONCEPTOS COMO NATURALEZA, HOMBRE,

    SENTIMIENTOS, VIRTUD, INDIVIDUO, SOCIEDAD, INFANCIA, MORAL

  • H asta donde recuerdo, Norberto Bobbio no de-dic algn libro o cap-tulo especfico a Jean-Jacques Rousseau. Em-pero, su dilatada obra est salpicada de refe-rencias al gran pensa-dor ginebrino. Valga el presente ensayo como tributo a las conmemoraciones de los trescientos aos del natalicio del autor de El contrato social. Su-giero escudriar la presencia de Rousseau en el es-crito de Bobbio El futuro de la democracia, que abre plaza y da ttulo al libro que recopila ocho ensa-yos que Bobbio escribi, precisamente sobre esta forma de gobierno.1

    All Bobbio destaca que la democracia se contra-pone a todas las formas de gobierno autocrtico. Ella, dice este pensador turins, est caracteri-zada por un conjunto de reglas (primarias o fun-damentales) que establecen quin est autorizado

    1 Norberto Bobbio, Il futuro della democrazia, Turn, Einaudi, 1984, pp. 2-31 [hay edicin en espaol: El futuro de la democracia, Mxico, fce, 1986, pp. 13-31].

    para tomar las decisiones colectivas y bajo qu pro-cedimientos.2 Pero no basta que a los individuos se les reconozca el derecho de participar directa o in-directamente en la definicin de las decisiones co-lectivas ni que la regla fundamental de la democra-cia sea la regla de la mayora. Es preciso una tercera condicin: es necesario que a quienes deciden les sean garantizados los llamados derechos de liber-tad de opinin, de expresin de la propia opinin, de reunin, de asociacin, etctera, los derechos con base en los cuales naci el Estado liberal.3 Esos derechos de libertad son el requisito del funciona-miento del sistema democrtico. De hecho, el Esta-do liberal y el Estado democrtico son interdepen-dientes en una doble va: 1] en la lnea que va del li-beralismo a la democracia, en el sentido de que son necesarias ciertas libertades para el correcto ejer-cicio del poder democrtico; 2] en la lnea opuesta, la que va de la democracia al liberalismo, en el sen-tido de que es indispensable el poder democrtico para garantizar la existencia y la persistencia de las libertades fundamentales.4

    2 Ibidem, p. 4 [edicin en espaol, p. 14].3 Ibidem, p. 6 [edicin en espaol, p. 15].4 Ibidem, p. 7 [edicin en espaol, idem].

    Hecha esta aclaracin, Bobbio propone un meca-nismo para juzgar el estado actual de la democracia: marcar la diferencia entre los ideales de la democra-cia y lo que hoy tenemos frente a nuestros ojos, es decir la democracia real. Con el propsito de con-frontar esos ideales con la realidad poltica contem-pornea, Bobbio ubica seis falsas promesas de la democracia: el nacimiento de la sociedad pluralista, la reivindicacin de los intereses, la persistencia de las oligarquas, el espacio limitado, el poder invisi-ble y el ciudadano no educado. En todas ellas, a mi parecer, se contrastan los ideales roussonianos con la cruda realidad.

    Por lo que atae al nacimiento de la sociedad pluralista, debemos decir que, a diferencia de la plu-ralidad de poderes que hoy surcan a la sociedad, Rousseau pens que la democracia iba a ser regida por la voluntad general emanada de un solo centro de poder, esto es, la asamblea popular. A ese nico centro de poder Rousseau lo llam el yo comn.5 Veamos lo que dej escrito en El contrato social: el acto de asociacin produce un cuerpo moral y colec-

    5 Para un anlisis ms acucioso sobre el concepto yo comn, cfr. Jos Fernndez Santilln, Hobbes y Rousseau, presentacin de Norberto Bobbio, Mxico, fce, 2005, pp. 138-155.

    Al comenzar el mes prximo habremos de concurrir a las urnas. Para emitir nuestro sufragio puede ayudarnos esta exposicin sobre las falsas promesas de la democracia que expuso

    Norberto Bobbio en un ensayo sobre el futuro de este sistema poltico. Detrs de cada una de ellas es posible hallar el ideario de Rousseau; este texto es, as, un ejemplo de la vitalidad de sus

    audaces concepciones polticas

    Rousseau y BobbioJ O S F E R N N D E Z S A N T I L L N

    A R T C U LO

    J U N I O D E 2 0 1 2 9

    TRES SIGLOS CON ROUSSEAU

  • 1 0 J U N I O D E 2 0 1 2

    tivo compuesto por tantos hombres como votos tie-ne la asamblea, el que recibe de este mismo acto su unidad, su yo comn, su vida y su voluntad. Esta per-sona pblica que se forma de la unin de todas las otras, tom alguna vez el nombre de ciudad y ahora toma el nombre de repblica o de cuerpo poltico, el que es llamado por sus miembros Estado en cuanto es pasivo, soberano en cuanto es activo, potencia en comparacin con sus semejantes.6 A contrapelo de este modelo monocrtico, lo que hoy tenemos es la poliarqua, vale decir, una estructura de poder ex-tremadamente diversificada.

    Por lo que hace a la reivindicacin de los intere-ses, la democracia ideal prefigur que en ella pre-dominara la representacin poltica. Los intereses generales estaran por encima de los intereses par-ticulares. De manera correspondiente los repre-sentantes no deberan estar sometidos a un man-dato obligatorio, para que los representantes fuesen realmente de la nacin y no de este o aquel grupo o persona. En consecuencia, la sociedad que se forma debe ser gobernada con base en la voluntad general: La primera y ms importante consecuencia de los principios establecidos es que la voluntad general slo puede dirigir las fuerzas del Estado de acuerdo con el propsito para el cual fue instituido, que es el bien comn, porque si la oposicin de los intereses privados ha hecho necesaria la institucin de la so-ciedad, a su vez el acuerdo de estos mismos intereses la ha hecho posible. Precisamente lo que hay de co-mn entre estos intereses forma el vnculo social.7 El problema es que la evolucin de la democracia ca-min en sentido contrario: Jams una norma cons-titucional ha sido tan violada como la prohibicin de mandato imperativo; jams un principio ha sido tan menospreciado como el de la representacin poltica.8 Los llamados representantes populares no van a los congresos o a los parlamentos a velar por el inters general, sino por los de su partido. Es ms, a veces ni siquiera por los de su partido, sino por los de una faccin dentro de ese partido.

    En cuanto a la persistencia de las oligarquas, esta se liga a la tesis del elitismo de acuerdo con la cual las sociedades son gobernadas por grupos mi-noritarios. En El futuro de la democracia, Bobbio hace una referencia a Rousseau en los siguientes trminos: El principio fundamental del pensa-miento democrtico siempre ha sido la libertad en-tendida como autonoma, es decir, como capacidad de legislar para s mismo, de acuerdo con la famo-sa definicin de Rousseau, que debera tener como consecuencia la plena identificacin entre quienes ponen y quienes reciben una regla de conducta, y,

    6 J.-J. Rousseau, Du contrat social, Oeuvres compltes, vol. iii, Pars, Gallimard, Bibliothque de la Pliade, 1964, pp. 361-362.7 Ibidem, p. 368.8 Norberto Bobbio, Il futuro della democrazia, p. 12 [edicin en espaol, p. 19].

    por tanto, la eliminacin de la tradicional distin-cin, en la que se apoya todo el pensamiento polti-co, entre gobernantes y gobernados.9 Esa famosa definicin de la libertad como autonoma se encuen-tra en el ltimo prrafo del captulo viii, del pri-mer libro de El contrato social: el impulso del solo apetito es esclavitud, mientras que la obediencia a la ley que nosotros mismos nos hemos dado es la libertad.10 En la Repblica de Rousseau el indivi-duo desempea una doble funcin, como ciudadano y como sbdito. Respecto a los miembros, stos to-man el nombre de pueblo, colectivamente, y se lla-man separadamente ciudadanos como miembros de la ciudad o participantes de la autoridad soberana y sbditos como sometidos a la misma autoridad.11 El pueblo como cuerpo soberano contrata con los pri-vados como sbditos. Condicin que hace todo el ar-tificio y el diseo de la maquinaria poltica. En con-traste, lo que vemos es una estructura de poder en la que los grupos han tomado el mando. No el pueblo, sino, precisamente, las lites son las que tienen en sus manos las riendas del poder.

    El tema del espacio limitado est relacionado con la dificultad para extender la democracia pol-tica a la esfera social: Despus de la conquista del sufragio universal, si todava se puede hablar de una ampliacin del proceso de democratizacin, dicha ampliacin se debera manifestar, no tanto en el paso de la democracia representativa a la de-mocracia directa, como se suele considerar, cuanto en el paso de la democracia poltica a la democracia social, no tanto a la respuesta a la pregunta quin vota? como en la contestacin a la interrogante dnde vota?.12 El problema es que, hoy en da, en los dos grandes bloques institucionales que predo-minan en la sociedad, la empresa y el gobierno, el poder fluye de arriba hacia abajo y no a la inversa. El poder autocrtico, que Rousseau trat de resolver mediante la asuncin de la democracia como poder horizontal, prevalece como poder vertical.

    Vayamos ahora al poder invisible. Una de las ca-ractersticas de la democracia desde su fundacin en la antigua Grecia es que las decisiones deben to-marse a la luz del da, a la vista de todos, sin secretos de por medio. La democracia es conocida tambin como el ejercicio del poder sin mscaras. Este es-pritu que reivindica la visibilidad est presente en la obra de Rousseau cuando habla de la asamblea popular como la mxima autoridad de la Repblica. All los ciudadanos deliberan sin tapujos. Quienes son designados para desempear el gobierno que-dan siempre bajo la vigilancia de la asamblea sobe-rana: El Estado existe por s mismo, mientras que

    9 Ibidem, p. 14 [edicin en espaol, p. 20].10 J.-J. Rousseau, Du contrat social, p. 365.11 J.-J. Rousseau, Emile, libro v, Oeuvres completes, vol. iv, p. 840.12 Norberto Bobbio, Il futuro della democrazia [edicin en espaol, p. 21].

    el gobierno no existe ms que por va del soberano.13 Cun diferentes seran las cosas si realmente se res-petase este principio de subordinacin del poder a la ley y a la transparencia, pero la verdad es que el poder tiene una tendencia irresistible a ocultarse,14 a tomar las decisiones lejos de la mirada indiscreta de los ciudadanos.

    Tenemos, por ltimo, al ciudadano no educado. Para Rousseau el gran reto de la democracia consis-te en transformar sbditos en ciudadanos. El me-canismo fundamental para dar ese paso es la edu-cacin. Por eso el Emilio o de la educacin y El con-trato social fueron publicados casi al mismo tiempo (1762): uno es complemento del otro. A un modelo de hombre, corresponde un modelo de sociedad. Hom-bres degenerados no pueden producir ms que insti-tuciones corruptas, as como hombres perfecciona-dos producirn instituciones virtuosas. De esto se da cuenta Bobbio cuando escribe: No se entiende a Rousseau si no se comprende que, a diferencia de to-dos los otros iusnaturalistas para los cuales el Esta-do tiene la tarea de proteger al individuo, para Rous-seau el cuerpo poltico que nace del contrato social tiene la misin de transformarlo.15

    A todas luces hay una distancia entre los ideales roussonianos y la realidad que vivimos todos los das. Pero hay que diferenciar esas falsas prome-sas: asuntos como la sociedad pluralista, la presen-cia de elites en competencia entre s, son caracte-rsticas positivas como lo han reconocido diversos autores, entre ellos Schumpeter.16 Pero hay otros problemas que deben ser remediados, como el pre-dominio de los intereses particulares sobre el inte-rs colectivo, el espacio limitado, el poder invisible y la falta de educacin del ciudadano.

    Para encarar los retos de la democracia, Bobbio se remite a los valores que caracterizan a esa forma de gobierno: la tolerancia, la no violencia, la renovacin gradual de la sociedad y la fraternidad. Con todo y eso, tengo para m que el gran motor de la democra-cia es la educacin cvica. sa es la clave como bien lo visualiz Rousseau.W

    Jos Fernndez Santilln, acadmico del Tec de Monterrey, es autor, adems del libro mencionado en las notas al pie, de Locke y Kant: ensayos de filosofa poltica (Poltica y Derecho, 1992) y de la antologa Norberto Bobbio: el filsofo y la poltica (Poltica y Derecho, 2002).

    13 J.-J. Rousseau, Du contrat social, p. 399.14 Elias Canetti escribe lo siguiente: El secreto ocupa la misma mdula del poder. Esta frase por dems contundente se encuentra en Masa y poder, Barcelona, Muchnik Editores, 1994, p. 304.15 Norberto Bobbio, Il modelo giusnaturalistico, en Michelangelo Bovero, Societ e Stato nella loso a politica moderna, Miln, Il Saggiatore, 1979, p. 68.16 J. A. Schumpeter, Capitalism, Socialism and Democracy, Londres, Allen & Unwin, 1987 [hay edicin en espaol: Capitalismo, socialismo y democracia, Barcelona, Orbis, 1983].

    TRES SIGLOS CON ROUSSEAU

  • J U N I O D E 2 0 1 2 1 1

    C uando en 1938, Claude L-vi-Strauss localiz a los tu-pi-kawahib en las profun-didades de la selva amaz-nica, enfrent un problema que an ocupa el centro de eso que los franceses lla-man ciencias sociales: cmo darle sentido al Otro? Ningn otro euro-peo haba puesto los ojos en ese segmento de la hu-manidad, una de las ltimas tribus perdidas an no tocada por una tesis doctoral. Su idioma era impene-trable, su mundo mental estaba fuera del alcance de Lvi-Strauss. De modo que dobl su tienda de campa-a y empez a recorrer de regreso el camino hacia la civilizacin, aferrndose al nico tem en su bagaje cultural que pareca ofrecerle una salida de la jungla: los escritos de Rousseau.

    Pensar en Rousseau era una manera de hacer a un lado la vegetacin de la selva y sus reflexiones enca-jaron de maravilla en el recuento filosfico de la ex-periencia que Lvi-Strauss publicara en 1955 como Tristes trpicos. Sin embargo, Lvi-Strauss no invoc la trillada idea de Rousseau como filsofo del primi-tivismo. Dejando al lector en lo ms hondo del Ama-zonas, Lvi-Strauss interrumpi su relato con un anlisis del Discurso sobre las artes y las ciencias, el Discurso sobre el origen de la desigualdad y El contrato social de Rousseau. Por qu este largo rodeo por la literatura francesa?, uno se pregunta. Mi respuesta es que Lvi-Strauss reconoci en Rousseau a un an-cestro tribal.

    Cada poca crea a su propio Rousseau. Ha habido el Rousseau robespierrista, el romntico, el progre-sista, el totalitarista y el neurtico. Yo quisiera pro-poner a Rousseau el antroplogo. l invent la antro-pologa del mismo modo que Freud invent el psicoa-nlisis. Nada de lo que escribi correspondera a los

    patrones de la revista American Anthropologist. Pero si releemos sus escritos desde una perspectiva fresca, nos podremos enterar de lo que es vivir las contradic-ciones de un sistema cultural y superarlas al enten-der a la cultura misma.

    Desde luego que la antropologa tiene otros padres fundadores. Pero su genealoga luce diferente ahora que las disciplinas acadmicas se han agrupado en nuevas configuraciones. En lugar de la vieja divisin tripartita ciencias naturales, ciencias sociales, hu-manidades, comienza a emerger una nueva coali-cin de las ciencias humanas. Rene disciplinas re-lacionadas con la interpretacin de la cultura cier-tas variantes de la antropologa, de la sociologa, de la historia, de la crtica literaria y de la filosofa en contra de aqullas dedicadas a descubrir las leyes de la conducta. En lugar de indagar la causa de los he-chos, las nuevas humanidades tratan de comprender el funcionamiento de los sistemas simblicos. Tratan de pensarse a s mismas en formas de pensar ajenas y tratan de ver cmo es que las formas de pensar dan forma a los esquemas de conducta. Estudian la con-ducta ms como una actividad que como un cuerpo inerte de ideas: como algo ms cercano a la mate-ria de la poltica que a la bodega de los museos; y por tanto ya deben estar preparadas para reconocer a Rousseau.

    l se top por primera vez con el problema cen-tral de las ciencias humanas una tarde calurosa del verano de 1749. Caminaba de Pars hacia Vincennes, en donde tena la intencin de visitar a su amigo De-nis Diderot. Las cinco millas de camino pasaban por el Hpital des Enfants Trouvs, en donde Rousseau abandonara a su hijo natural, hasta llegar a la forta-leza medieval en la que entonces estaba encerrado Diderot por publicar sus herticas Cartas sobre los ciegos. Con el sol pegndole de lleno, Rousseau sac un ejemplar de la revista literaria que se haba trado para leer en el camino. Su vista se detuvo en el anun-

    cio del tema que propona la Academia de Dijon para un concurso de ensayo: El progreso de las ciencias y de las artes ha contribuido a corromper o a purificar las costumbres? Dice Rousseau: As que hube ledo esto se abrieron a mis ojos nuevos horizontes y me volv otro hombre [] Incapaz de respirar mientras caminaba, me dej caer bajo uno de los rboles que estaban junto a la avenida; y me pas ah una media hora en tal estado de agitacin que cuando me incor-por me di cuenta de que el frente de mi chaqueta es-taba empapado completamente de lgrimas aunque no me di cuenta de que estuviera llorando [] Si hu-biera podido escribir tan slo un fragmento de lo que vi y sent debajo de ese rbol, con qu claridad habra expuesto las contradicciones del sistema social.

    La historia est plagada de momentos de revela-cin. Pensemos en Arqumedes en su bao, en Pablo en el camino a Damasco, en Newton bajo el manzano; pero aun en el caso de que esas escenas hayan suce-dido realmente, llegan a nosotros rodeadas de tan-ta mitologa que tendemos a eliminarlas. Rousseau ciertamente hizo un mito con su propia vida. Sin em-bargo, no podemos meternos en sus Confesiones se-parando la retrica de la realidad, porque l arregl su propio yo con la ficcin. Ms vale tomarlo al pie de la letra y con sus propias palabras, y preguntar por qu el tema propuesto le pareci tan significativo en el camino hacia Vincennes. Porque Rousseau lo tra-dujo en trminos personales: Cul es el sentido de mi vida?, qu es lo que he hecho mal? Buscar una respuesta lo conducira de sus oscuros orgenes a las contradicciones del sistema social, esto es, a fin de cuentas, hacia la antropologa.

    El itinerario de Rousseau por la sociedad del siglo xviii es sorprendente, incluso concedindole algo al elemento mtico que est presente en su relato. Hijo de un relojero en la frgil repblica de Ginebra, Rous-seau vino al mundo en una posicin modesta dentro de la jerarqua social y al poco tiempo se sumi hasta

    La vida social de Rousseau

    La antropologa y la prdida de la inocencia

    R O B E R T D A R N T O N

    E N S AYO

    Con su habitual nura discursiva y argumental, Darnton presenta aqu algunas estampas de la vida de Rousseau; por su capacidad para salir de su cultura y observarla desde afuera, el historiador estadounidense lo considera el primer antroplogo de la historia. Hemos tomado

    este texto de El coloquio de los lectores (Espacios para la Lectura, 2003), una original antologa de textos darntonianos preparada por Antonio Saborit

    TRES SIGLOS CON ROUSSEAU

  • 1 2 J U N I O D E 2 0 1 2

  • J U N I O D E 2 0 1 2 1 3

    TRES SIGLOS CON ROUSSEAU

    CADA POCA CREA A SU PROPIO ROUSSEAU.HA HABIDO EL ROUSSEAU ROBESPIERRISTA, EL ROMNTICO, EL PROGRESISTA,

    EL TOTALITARISTA Y EL NEURTICO. YO QUISIERA PROPONER A ROUSSEAUEL ANTROPLOGO. L INVENT LA ANTROPOLOGA DEL MISMO MODO QUE

    FREUD INVENT EL PSICOANLISIS

    el fondo. Su madre muri; su padre desapareci; sus pa-rientes se encargaron de arreglar su ingreso como apren-diz con un abogado y con un grabador, pero el nio no se disciplin. Un domingo en la tarde, cuando jugaba con los amigos afuera de los muros de la ciudad, Rousseau escu-ch el toque de queda. Corrieron hacia la puerta. Dema-siado tarde: estaba cerrada. Tendran que pasar la noche fuera y a la maana siguiente recibir el castigo a su negli-gencia. Como era la segunda ocasin que a Rousseau le daban de varazos por la misma falta, Jean-Jacques, un adolescente de quince aos, le dio la espalda a Ginebra y cogi camino.

    Durante los trece aos siguientes vivi de un lado para otro. Como converso a sueldo del catolicismo, en Turn, conoci el precio de su alma: veinte francos el sueldo de una semana de un trabajador no calificado. Como laca-yo en una propiedad de nobles, midi la distancia entre los extremos de los gentiles y los villanos, y se dio cuenta de cul era su lugar. Vagando por los Alpes, urdi una es-tratagema para obtener comida de los campesinos exhi-biendo una fontaine de Hron que al parecer cambiaba el agua por vino. Al volver a Annecy, se fue a vivir con Ma-dame de Warens sin volverse empleado, ya que no haca nada para ganarse el sustento, o era un mantenido, pues a ella, entre las sbanas, la llamaba Mam.

    En una excursin por Suiza, Rousseau tom un cuar-to en una posada, comi hasta saciarse y a la maana si-guiente avis que no tena dinero para pagar la cuenta. Ms adelante logr mantenerse dando clases de msica, aunque a duras penas poda leer una partitura. De hecho, lleg a organizar un concierto en Lausana, usando un nombre supuesto, pero los msicos lo sacaron del podio carcajendose. En su momento, Rousseau hall un me-jor modo de hacerse de dinero en efectivo: un falso archi-mandrita de la iglesia ortodoxa griega que recababa fon-dos para restaurar el sagrado sepulcro en Jerusaln.

    Haciendo las veces de intrprete y presentador, Rous-seau condujo al griego a lo largo de un divertido viaje por Friburgo, Berna y Soloturn. En la ltima parada, el em-bajador francs, quien haba trabajado en Constantino-pla, vio a travs del disfraz del archimandrita y lo mand arrestar. Pero Rousseau se las arregl para convertir este tropiezo en una ventaja. Por medio de una confesin bien estructurada, se gan la proteccin del embajador y sali de Soloturn con cien francos y cartas de recomendacin para conseguir trabajo como tutor en Pars.

    Hasta este punto, el relato parece encajar en el molde de muchos relatos picarescos. Si Mark Twain lo hubiera contado, habra sonado como las aventuras del duque y el rey en Huckleberry Finn. Si hubiese salido de la pluma de Voltaire, se habra transformado en una retahla de in-sultos apstata, lacayo, ladrn, gigol, hombre de con-fianza en forma de coplas rimadas, como en El pobre diablo. Pero en la versin de Rousseau, el relato posee una extraa cualidad potica. Es un idilio sobre la inocencia perdida y tiene una dimensin social que ha logrado elu-dir la atencin de la mayora de los comentaristas.

    La primera mitad de las Confesiones nos lleva por to-dos los niveles de una sociedad altamente estratificada, del mundo de los trabajadores manuales y de los siervos al de los aristcratas y embajadores. Tambin nos lleva a las afueras de la jerarqua de los estados sociales bien definidos y nos mete en el interior de la poblacin flotan-te del Antiguo Rgimen. Artesanos itinerantes, trabaja-dores inmigrados, limosneros, desertores, actores, mon-taeses, ladrones: estos hombres sin rumbo fijo inunda-ban el paisaje social. Incluan una subespecie peculiar, la del intelectual estafador, quien viva de su ingenio, divir-tiendo, seduciendo, suplicando, instruyendo y ganndose la confianza donde quiera que hubiera un protector que estafar o unos centavos que ganar.

    Los intelectuales estafadores aparecen en los prime-ros captulos de las Confesiones, en especial en el rela-

    to que ofrece Rousseau de la propiedad de Madame de Warens, que l recordaba como un Jardn del Edn in-vadido constantemente por las serpientes: Bagueret, hombre de confianza que mermaba la bolsa de la dama despus de fracasar en su intento de hacer fortuna con Pedro el Grande; Wintzenried, peinador itinerante que aprendiera a hablar como bel-esprit parisino seduciendo marquesas; y, sobre todo, Venture de Villeneuve, msico errante cuya llamada en la puerta, una tarde del invierno de 1730, adquiri en la memoria de Rousseau el sonido de los citatorios fatales a Pars.

    Segn la reconstruccin que hiciera Rousseau, Ventu-re era un parisino puro: mal hablado pero bien vestido y con todo un anecdotario sobre actrices, peras y buleva-res. Perturb a Jean-Jacques: qu gloria podra ser ma-yor que la de hacerse de una figura en la Repblica de las Letras? El joven Rousseau trat de moldearse a s mismo bajo el arquetipo parisino. Con la ayuda de Mam, com-pr el traje apropiado, aprendi a usar el sable, tom cla-ses de baile y estudi msica. Durante un tiempo, Rous-seau comparti habitacin con Venture y hasta lleg a adoptar una parte del apellido de Venture como un alias Vaussore de Villeneuve cuando en Suiza emprendi su gira embaucadora como maestro de msica. Ese cami-no llevaba inevitablemente a Pars: no el Pars dorado de los salones, sino el Pars de los escritores a destajo.

    Armado con sus cartas de recomendacin, Rousseau intent colarse varias veces en los salones. Pero cuando se present ante Madame Bezenval, lo primero que ella pens fue en mandarlo a comer con la servidumbre. Ma-dame de Boze le hizo un sitio en su mesa. Pero al pasarle la comida, Rousseau tom un bocado con su tenedor en lugar de primero tomar el plato y luego servirse una por-cin una metida de pata que ella registr gracias a la in-tervencin de uno de sus entrometidos sirvientes que se encontraba a las espaldas de Rousseau. La conciencia de clase se crea a partir de pequeas heridas como stas. A pesar del tutelaje de Mam, Rousseau las experiment todos los das. Tena demasiado sucias las uas para do-minar el cdigo de la alta sociedad (le monde). As que se retir a un territorio neutral, como el del Caf Maugis, entre cuyos tableros de ajedrez se volvi cliente regular, y como el cabaret de Madame La Salle, en donde escuchaba a los jvenes acomodados ufanarse de sus aventuras con las bailarinas de la pera. Frecuentemente estas aventu-ras concluan con la entrega de un recin nacido al En-fants Trouvs. As que Rousseau se apropi del ejemplo a seguir cuando su propia amante qued embarazada.

    Threse la Vasseur no bailaba en la pera. Lavaba la ropa en la casa de Rousseau y no entendi cuando l le explic cmo era que las honntes gens se deshacan de sus cros. Finalmente su madre se lo explic. La anciana reconoca que Rousseau era un Monsieur que, en caso de que l quisiera unirse con su hija, podra sacar a toda la familia de la indigencia. No porque Jean-Jacques hubiera hecho dinero. Haba sido incapaz de colar su sistema de notacin musical, no haba encontrado patrocinador para una pera y no haba logrado que la Comdie Italienne montara su Narcissus. Pero despus de abandonar las es-peranzas de ingresar a le monde como una figura litera-ria, aterriz en un trabajo secretarial en la rica propiedad de Madame Dupin. Esto le produjo novecientos francos anuales, suficientes para mantener a Threse y para dar-le de comer a la mayor parte de la familia.

    sta era la situacin de Rousseau en octubre de 1749 cuando se diriga a visitar a Diderot en Vincennes. Las circunstancias de Diderot a duras penas eran mejores. Al igual que Rousseau, vena de una familia de artesanos. No haba podido ascender muy alto en la Repblica de las Letras y se haba comprometido con una mujer de muy pocos mritos en la escala social la hija de una lavan-dera a la que no slo amaba sino con la que se cas. Los dos hombres lucharon contra los mismos obstculos en el

    mismo medio. Mientras fatigaba el camino hacia Vincen-nes, Rousseau vio a su amigo como una vctima del des-potismo. Aos despus, cuando evoc la vida de ambos escritores a sueldo, Diderot vio a Rousseau como el sobri-no de Rameau.

    Ese ltimo punto puede ser imposible de probar, cuan-do menos a la satisfaccin del ejrcito de expertos de Di-derot. Pero yo veo algunas similitudes sorprendentes en-tre el antihroe de El sobrino de Rameau y el hroe de las Confesiones de Rousseau. Los dos eran msicos. Los dos eran adictos al ajedrez. Los dos eran unos genios medio locos y unos fabulosos excntricos. Los dos vivan en los mrgenes de la buena sociedad, subsistiendo de las miga-jas que les daban los ricos y los poderosos, y los dos sub-virtieron la moral convencional, exponiendo ms ade-lante la hipocresa del mismo cdigo que los condenaba. Que Rousseau sirviera o no en efecto como modelo para la obra maestra de Diderot es un problema acadmico. Pero al imaginar a Rousseau como el sobrino de Rameau, uno se puede hacer una idea de su manera de pensar en el camino a Vincennes. Vagaba en un salvajismo moral y lleg, como l dijo, presa de una agitacin que pa-reca delirio.

    Corrompi o purific a la moral el progreso de las artes y de las ciencias? El problema planteado por la Academia de Dijon lleg a la existencia de Rousseau. Pero l no respondi en trminos personales; no to-dava. Tampoco adopt la sencilla postura que a ve-ces se le atribuye: el hombre es naturalmente bueno, la sociedad es mala. El Discurso sobre las ciencias y las artes adelant un argumento ms sutil que atra-vesara todos los escritos posteriores de Rousseau: la cultura corrompe y la cultura absolutista corrompe absolutamente.

    En lugar de novelar sobre cierto estado primitivo de la naturaleza, Rousseau vio que la moral era un c-digo cultural, las reglas no escritas de la conducta, del conocimiento y del gusto que mantenan unida a la sociedad. El hombre no poda prescindir de eso, por-que el hombre desprovisto de la cultura era el bruto hobbesiano, privado de una existencia tica. Pero el hombre altamente civilizado, lhomme du monde que divida su tiempo entre la pera y el cabaret La Salle, era peor todava. Al civilizarse a s mismo, Rousseau lleg a reconocer a la civilizacin por lo que era: un proceso de corrupcin. Ese reconocimiento le dio de lleno en el camino a Vincennes. Al apartarse del ca-mino, se apart de la cultura dominante de su poca y se convirti en el primer antroplogo.

    Claro que Rousseau no expres su intuicin en el lenguaje de Lvi-Strausss. Aunque se respaldara en la cuerda antropolgica de la literatura francesa, en es-pecial en las ideas de Montaigne y Montesquieu, lo que Rousseau escribi fue una jeremiada, una obra de retrica pura y de tal poder potico que logr so-brecoger a sus lectores. A las imgenes convenciona-les de su tiempo sagas orientales y sofisticaciones romanas, Rousseau opuso las imgenes de un pue-blo vigoroso y simple: guerreros franceses, indios de Amrica, republicanos suizos y holandeses. Esparta derrotaba a Atenas y Rousseau se regocijaba: Oh, Es-parta, oprobio eterno de una doctrina vana! Oh, Virtud, ciencia sublime de las almas sencillas En la actualidad, las exclamaciones pueden sonar huecas, pero hace dos siglos y medio sonaron como un abier-to desafo al tono cultural prevaleciente: el bon ton de los salones. Rousseau los atac abiertamente; al de-sarrollar el gusto, la amabilidad, la urbanidad y los beaux esprits que sonren con desdn ante esas dos antiguas palabras, patria y religin. Las artes y las ciencias eran instituciones polticas hasta la m-dula. La sofisticacin de los salones reforzaba el des-potismo de Versalles. Y todos los hombres de letras

    TRES SIGLOS CON ROUSSEAU

  • 1 4 J U N I O D E 2 0 1 2

  • J U N I O D E 2 0 1 2 1 5

    que actuaban en los salones fueron condenados como agentes de corrupcin todos menos uno: Diderot.

    El estallido de Rousseau se puede leer como un jui-cio a la Encyclopdie de Diderot y dAlembert, la cual lleva el subttulo de Diccionario razonado de las ar-tes y las ciencias. Pero los enciclopedistas se man-tuvieron juntos e incluso lograron prosperar unos cuantos aos ms luego de la publicacin del Discur-so sobre las ciencias y las artes. Diderot, liberado de la crcel, vio la impresin de los primeros volmenes y se enfrasc en una borrasca de controversias cada vez mayores. Rousseau sigui colaborando con art-culos. Y en el Discurso preliminar de la Encyclop-die, dAlembert descart el ensayo de Rousseau como una paradoja elocuente, por lo que Rousseau renun-ci a colaborar con los enciclopedistas.

    La notoriedad literaria convirti a Rousseau en un colaborador de la sociedad de los salones. Los mece-nas abrieron sus bolsillos. La misma amante del rey intervino para que su pera Le Devin du village se re-presentara ante la corte. Al poco tiempo, Rousseau estuvo a punto de conocer al rey y de recibir una pen-sin real. El xito de su ataque al monde lo haba con-vertido en su prisionero, y as enfrent una segunda crisis que lo llev a su rompimiento final con el siste-ma cultural del Antiguo Rgimen.

    El xito de Rousseau slo confirm el diagnsti-co de su fracaso. Al volver de sus correras en los sa-lones se puso a reflexionar en lo que le pasaba a l y a Threse. Por tercera vez ella estaba embarazada, mientras l trabajaba en su segundo discurso, el Dis-curso sobre el origen de la desigualdad, el que meti a concursar por el premio que ofreca la Academia de Dijon en 1754. Este segundo ensayo lleg ms lejos y fue ms profundo que el primero. Empezaba con una dedicatoria apasionada a la repblica de Ginebra, a la que Rousseau imaginaba como una Esparta calvinis-ta, y pasaba a exponer la desigualdad social como un producto del mismo proceso civilizatorio que denun-ciara en el primero de sus discursos. Sin embargo, Rousseau lo escribi echado en la cama y dictndolo a la madre de Threse, quien le serva de secretaria, sirvienta y cmplice para la tarea de abandonar a los nios.

    En su Prefacio a Narciso (1753), Rousseau haba proclamado que abandonara sus primeras obras frvolas como si fueran muchos hijos naturales. Ahora produca ms panfletos y tena que aban-donar a ms nios. Su forma de moralizar se haba convertido en una moda. l mismo era una moda: una especie de animal salvaje sacado de las filas ms bajas de la sociedad y exhibido para la fascinacin de los que estaban en lo ms alto. Al mostrar su rustici-dad y representar el papel del oso, como se conoca a Rousseau, l se hizo cmplice del juego: Arrojado al monde sin tener el tono debido y sin tener la capa-cidad de adquirirlo [] finga despreciar la amabili-

    dad que yo era incapaz de practicar. La celebridad haba transformado al intelectual transa y al escri-tor a sueldo en un oso bailarn.

    Rousseau perdi algo en el proceso: su yo, el Jean-Jacques original de su mtica Ginebra. Al volverse insoportable el sentimiento de prdida, Rousseau rompi con le monde. Lo primero que hizo fue cam-biar su manera de vestir. Renunci a su peluca, a su sable, a sus medias blancas, a su reloj y con la ayu-da de un ladrn a sus cuarenta y dos camisas de fina tela. Se neg a ir a recoger su pensin real. Re-nunci a su cargo y empez a trabajar como copista de msica con un nfimo salario por pgina. Final-mente, en abril de 1756, se larg de Pars. Instalado en una cabaa que le facilitara Madame dEpinay en el parque de Montmorency, inici el intenso periodo de escritura que habra de concluir seis aos des-pus, luego de la publicacin de tres libros que alte-raron el rumbo de la historia cultural: La nueva Elosa, Emilio y El contrato social.

    Cada uno de estos libros desarroll un aspecto de la revelacin de Rousseau en el camino a Vincennes. Cada uno peg en el centro de la sabidura conven-cional sobre algn tpico relevante: la literatura, la educacin y la poltica. Pero el golpe ms duro de to-dos fue en el cuarto libro, el menos convencional y el ms doloroso, porque ste consum la ruptura de Rousseau con le monde al romper sus vnculos con sus amigos philosophes, sobre todo Diderot. Esta obra, Carta a dAlembert sobre el teatro (1759), era una apasionada protesta de ms de cien pginas en contra de la sugerencia de que en Ginebra se funda-ra un teatro. DAlembert filtr esta insinuacin en su artculo sobre Ginebra en la Encyclopdie y Rous-seau la atac como si se tratara de la idea ms ruin en el siglo ms ruin en la historia.

    Por qu? Por qu motivo se enfureca este crea-dor de obras de teatro y de peras ante la proposi-cin, al parecer inocente, de que se construyera un teatro en su tierra natal? Atrs de dAlembert, Rous-seau vio a Voltaire, quien entonces viva en las afue-ras de Ginebra; detrs de Voltaire vea a Diderot y a los dems enciclopedistas; atrs de ellos, al mundo de la sofisticada cultura parisina; y detrs de eso, al sistema poltico del Antiguo Rgimen. Todo pene-traba a todo lo dems y la cultura era la fuerza que mantena la cohesin del conjunto.

    Por lo tanto, Rousseau vea al teatro como una institucin profundamente poltica y conden a los grandes sacerdotes del escenario Voltaire, dAlembert y Diderot como agentes de la corrup-cin poltica. Conceda que el teatro pudiera tener cabida en la monarqua de Francia. Al refinar el gus-to y corromper la moral, el teatro reforzaba la mez-cla de aristocracia y autoritarismo de Luis XIV. Sin embargo, si se llegaba a implantar un teatro en Gi-nebra envenenara al cuerpo poltico. Porque las re-

    pblicas no fundaban su vida en las elecciones libres sino en la cultura poltica republicana: un asunto de fraternizar en clubes, competir en juegos al aire li-bre y cantar en el coro en los festivales cvicos que Rousseau habra de idealizar en La nueva Elosa (1761).

    Cuando abord directamente la teora poltica en El contrato social (1762), Rousseau desarroll el lado positivo de lo que present negativamente en la Carta a dAlembert. La cultura apareca ahora como el elemento crucial en la democracia. El argumento se enred cuando Rousseau trat de explicar cmo la voluntad general se expresara por s sola en un sistema de votos. Pero esta confusin desapareca en el ltimo captulo, en donde revel que aquello que a fin de cuentas una a los ciudadanos en una forma de gobierno era una religin civil: no una versin del otro mundo del cristianismo sino un patriotismo es-partano que abarcara todo. Los patriotas obedecan la voluntad general espontneamente. Queran el bien comn porque estaban vinculados por una cul-tura comn, fuente de toda la moral. Eran virtuosos por la virtud de su ciudadana y libres por su moral. En un sistema as, las sanciones importaban me-nos que la educacin y las elecciones menos que los festivales.

    Esa leccin no se perdi con los revolucionarios franceses, quienes siempre desfilaron por las calles celebrando la libertad y las virtudes cvicas. Cuan-do se la mira desde el presente, la religin civil de Rousseau puede parecer amenazadora premoni-cin de las manifestaciones de Nremberg o fami-liar una primera versin de los espectculos en el intermedio de un juego de futbol. Como sea, da la impresin de que Rousseau seal algo importan-te. Puede parecer extrao que mezclemos el ondear de las banderas y el futbol, o que nuestro presidente se tome el cuidado de ajustar su discurso inaugural con la patada inicial de la gran final del futbol. Me parece que Rousseau lo habra comprendido. Al re-correr la enorme distancia social que separaba a los talleres de Ginebra de los salones parisinos, Rous-seau aprendi a reconocer las formas simblicas del poder. Expres su intuicin en una anticuada ret-rica moral. Slo que la moraleja de su relato resul-t verdaderamente moderna, el tipo de cosa que fue capaz de abrirle los ojos a Lvi-Strauss en el corazn de las tinieblas amaznicas.W

    Traduccin de Antonio Saborit

    Robert Darnton, historiador, dirige la red de bibliote-cas de la Universidad de Harvard. El FCE planea poner en espaol su reciente The Devil in the Holy Water, un estudio sobre la difamacin en los siglos XVII a XIX.

    Te perdiste un nmero de La Gaceta?Quieres recibir un ejemplar cada mes?

    Suscrbete!Conctate a www.fondodeculturaeconomica.com/lagaceta

    cidad de adquirirlo [] finga despreciar la amabili- nebra env

    1 51 5

    TRES SIGLOS CON ROUSSEAU

    LA VIDA SOCIAL DE ROUSSEAU

  • 1 6 J U N I O D E 2 0 1 2

    E l funeral pblico de Mira-beau, escoltado por la Guar-dia Nacional y una gran multitud, que culmin con un entierro en medio de la austera arquitectura clsica de lo que sera llamado de ah en adelante el Panthon, marca el advenimiento de un sorprendente fenmeno cultural. En la cripta ya se encontraban los restos de Descartes, el gran pensador que en algn senti-do fue progenitor de la Ilustracin, algo que muchos consideraban bastante apropiado aunque slo fuera porque su legado filosfico haba sido parcialmen-te suprimido por Luis XIV. Unos pocos meses des-pus, en julio, los restos de Voltaire fueron transferi-dos all y una vez ms la ocasin estuvo marcada por festividades pblicas y evidente entusiasmo, siendo la visin generalizada que la Revolucin era en par-te fruto de sus escritos. Le siguieron otros philoso-phes y hombres de Estado revolucionarios, siendo por mucho el ms importante Rousseau, quien fue

    desenterrado de su tumba en su retiro rural y reubi-cado all en octubre de 1793 en medio de la aclama-cin general. Pero tambin hubo eliminaciones: los restos de Mirabeau fueron sacados de all ms tarde por iniciativa de Robespierre, cuando se supo que durante sus ltimos meses haba tenido vnculos se-cretos con la corte.

    La verdad es que el total de grands hommes glo-rificados en el Panten, hasta 1794, fueran philoso-phes o no, fueron muy pocos. No obstante, hubo nu-merosos contextos y sucesos revolucionarios en los cuales se honr a otros philosophes y se reconoci su importancia en la preparacin del terreno para la Revolucin, as como en darle forma a su sesgo con-ceptual. Mientras que ningn otro philosophe fue in-vocado con tanta frecuencia como lo fueron Voltaire y Rousseau, las contribuciones igualitarias y radicales de Fontenelle, Diderot, Helvtius, Morellet, Raynal y Mably este ltimo, una influencia importante en el subordinado jacobino de Robespierre, Saint Just fueron amplia y exageradamente reconocidas. En es-pecial entre el liderazgo artstico e intelectual de la Francia revolucionaria, la conviccin de que el igua-

    litarismo, el republicanismo y la moral sin la Revela-cin eran los frutos de un largo proceso llevado ade-lante por un ejrcito de pensadores y escritores que se remontaban a un siglo antes, se volvi profunda-mente arraigada. En una rplica a los alegatos con-servadores que argumentaban que los revoluciona-rios estaban atacando la religin y la moral, Sylvain Marchal admite lo primero pero niega firmemen-te lo ltimo, invocando Estudioso Bayle, virtuoso Spinoza, sabio Frret, modesto Du Marsais, hones-to Helvtius, sensible dHolbach! Todos ellos athes que abiertamente rechazan al Dios de los cristianos y, como los sabios escritores filosficos, les pregunta cmo alguien poda concebiblemente acusar a tales hombres de haber desmoralizado al mundo.

    Por el otro lado, si bien pocos pusieron un gran inters en los orgenes y las fuentes de la tradicin filosfica radical y mientras que se pensaba que muchos philosophes recientes haban influido en el curso de la Revolucin, entre ellos un puado de savants genuinamente conocedores que participa-ron activamente y a la larga se volvieron sus vcti-mas, tales como el girondino marqus de Condorcet,

    Reproducimos aqu parte del eplogo a La Ilustracin radical, en el que Israel hace una valoracin del pensamiento de Rousseau y hermana a Spinoza con el ginebrino, miembros

    ambos de esa familia de pensadores que destruyeron las concepciones medievales de autoridad y de donde surgi el germen de nuestras actuales ideas sobre la razn y la libertad

    Rousseau, radicalismo y revolucin

    J O N A T H A N I . I S R A E L

    F R AG M E N TO

    TRES SIGLOS CON ROUSSEAU

    lab01craResaltado

    lab01craResaltado

    lab01craResaltado

    lab01craResaltado

    lab01craResaltado

    lab01craResaltado

    lab01craResaltado

    lab01craResaltado

    lab01craResaltado

    lab01craResaltado

    lab01craResaltado

    lab01craResaltado

    lab01craResaltado

    lab01craResaltado

  • J U N I O D E 2 0 1 2 1 7

    el ltimo de los philosophes, ningn otro pensa-dor de la Ilustracin tuvo tantos discpulos como Rousseau. El concepto poltico primordial en la mente y la retrica de Robespierre era que los de-fectos y fallas de los hombres individuales (quienes, no obstante, eran todos polticamente iguales) de-ban contrarrestarse afirmando el bien comn, que l entenda como la voluntad del pueblo consi-derado en su conjunto, esto es, el inters general. Robespierre derivaba esta nocin, el hilo conductor de sus principios polticos, de la voluntad general de Rousseau. l y Saint Just, antes y durante el Te-rror, se consideraban a s mismos republicanos de principios profundamente igualitarios, encargados de eliminar lo que fuera corrupto y superfluo, y se inspiraban sobre todo en Rousseau. La dificultad primordial de Robespierre era la desconcertante brecha entre lo que el pueblo, o una parte incom-prensiblemente vasta del pueblo, de hecho quera y la austera voluntad general de Rousseau basada en el bien comn. El desafo esencial que enfren-taba la Revolucin, como lo expres en noviembre de 1792, era prcticamente idntico a aqul identi-ficado por los radicales Spinosistes de principios del siglo xviii: el secreto de la libertad radica en ilus-trar a los hombres mientras que el de la tirana radi-ca en mantenerlos en la ignorancia.

    Las ocasiones ceremoniales y simblicas de las fases ms radicales de la Revolucin invocaban a Rousseau y sus ideas centrales. As, la ce-remonia realizada en el sitio de la demo-lida Bastilla, organizada por un desta-cado director artstico de la Revolucin, Jacques-Louis David, en agosto de 1793 para marcar la inauguracin de la nue-va constitucin republicana un suceso que vendra poco despus de la abolicin final de todas las formas de privilegio feudal, consisti en una cantata basa-da en el desmo democrtico pantesta de Rousseau, como lo expuso en la cele-brada Profession de Foi dun vicaire savo-yard del libro 4 de Emilio. En mayo de 1794, cuando Robespierre oficialmente lanz el culto al Ser Supremo como par-te de su contraofensiva en contra de los descristianizados jacobinos que figu-raban entre sus oponentes a quienes vea bajo el pernicioso influjo de filsofos atestas tales como Diderot, Helvtius y dHolbach, enfatiz la necesidad de un culto pblico, insistiendo en sus funcio-nes republicanas y citando expresamente a Rousseau como el arquitecto de la nue-va religin cvica.

    No obstante, si bien la filosofa de Rousseau result por mucho ms atracti-va e influyente, y fue ms profunda y original que la de la mayor parte de los philosophes invocados por la Revolucin, sus ideas radicales centrales y las de sus derivados (y en alguno casos gacetilleros) utpi-cos, protosocialistas y materialistas atestas como Morellet, Mably, Mirabeau, dHolbach, Naigeon, Marchal, Saint Just y Babeuf, surgieron y tomaron forma principalmente a finales del siglo xviii. Tam-poco representa Rousseau, no ms que Voltaire o el resto, una serie bsicamente nueva de conceptos y planteamientos. Por el contrario, cualquier apre-ciacin apropiada del papel y la grandeza de Rous-seau tiene que conceder que su pensamiento surge de un largo, casi obsesivo, dilogo con las ideas ra-dicales del pasado (en muchos casos filtradas a tra-vs de la mente de su antiguo camarada Diderot). El periodo profundamente productivo de creatividad que disfrut Rousseau en su retiro rural fuera de Pars en los aos 1756-1762, durante el cual escri-bi sus tres obras maestras La nueva Elosa (1761), El contrato social (1762) y Emilio (1762), comenz poco despus de su rompimiento con su insepara-ble aliado, Diderot, y termin con el escndalo p-blico provocado por Emilio y su sonora profession de foi. sta fue una obra muy denunciada como irre-ligiosa y sediciosa y se prohibi formalmente, y se expidi una orden para arrestar a Rousseau, quien se vio obligado a huir cerca de Berna en un exilio temporal. Escrito al mismo tiempo que El contrato social, Emilio, junto con esa obra, constituye la de-claracin ms completa y madura del pensamiento de Rousseau, posicionndose como la piedra angu-lar de un nuevo radicalismo potente que es a la vez filosfico, poltico y moral.

    Como en el caso de Diderot y Spinoza, cuya obra indudablemente conoca, el punto de partida de Rousseau es que el hombre debe vivir de acuerdo con la naturaleza. La educacin y la formacin del indivi-duo reflejan una evolucin importante de la humani-dad, en la que las capacidades y facultades ms primi-tivas se desarrollan primero y el uso de la razn, que l vea como un compuesto de todas las otras faculta-des, emerge al final y con gran dificultad. Emilio cre-ce y se convierte en un joven que representa el ideal social del hombre de la naturaleza de Rousseau y cuya vida est basada en las necesidades y aspiracio-nes autnticas de los hombres, carece de frivolidad, vicios, cortesas vacas, adiccin a las modas y el de-seo de agradar usual en la sociedad. Es un modelo de honestidad, trato sencillo y confianza en s mismo. La fase culminante de la educacin de Emilio, esto es, su aprender a vivir de acuerdo con la Naturaleza, rechazando la cultura y las ideas convencionales y confiando en sus propias ideas, es su iniciacin en las ideas del vicaire saboyano.

    Los principales ingredientes del planteamiento de Rousseau, como lo expres en la profession de foi, son un rechazo radical a la tradicin, la Revelacin y toda autoridad institucionalizada, la negacin del es-cepticismo como algo puramente terico pero impo-sible en la realidad dado que la mente del hombre est tan organizada que tiene que creer en algo y el principio de que el universo est en movimiento, y

    en sus movimientos regulados, uniformes y sometidos a leyes constantes; no obstan-te, las primeras causas del movimiento no estn en la materia; pues la materia reci-be el movimiento y lo comunica pero no lo produce. De esto Rousseau deduce que una voluntad mueve el universo y anima a la naturaleza, rechazando rotundamen-te el atesmo sistemtico de dHolbach, Helvtius y, sobre todo, su antiguo aliado Diderot. La materia mvil segn deter-minadas leyes afirma Rousseau me presenta una inteligencia y tambin un fin comn que me es imposible percibir. Por lo tanto, creo que el mundo est go-bernado por una voluntad poderosa y sa-bia. En relacin con el lugar del hombre en el universo, Rousseau subraya la paradoja de que el cuadro de la Naturaleza no me ofrece sino armona y proporciones, el del gnero humano slo me ofrece confusin, desorden.

    Hay mucho en la sociedad, de acuerdo con Rousseau, que est extraviado o es su-perfluo y necesita eliminarse, pero el pun-to de partida tiene que ser una valoracin del hombre reflexionada filosficamen-te. La clave, argumenta, es reconocer que

    existe una dualidad bsica, dos principios divergen-tes en el hombre, uno que lo eleva a la persecucin de verdades eternas, el otro que lo arrastra hacia abajo, adentro de s mismo, hacindolo esclavo de sus pa-siones. Le concede a Diderot y otros predecesores ra-dicales que el ponerse a uno mismo en primer lugar, con la motivacin enraizada en el impulso de la auto-preservacin, es una inclinacin del hombre. Pero insiste en que el primer sentimiento de justicia es igualmente innato en el hombre y esencial para su sensibilidad; dejemos que aquellos que dicen que el hombre es una criatura simple en clara alusin a Spinoza y Diderot eliminen esas contradicciones y les aseguro que no habr ms que una sustancia. Continuando su dilogo con los viejos y los nuevos Spinosistes, concuerda en que debemos reconocer que slo hay una sustancia, si es que todas las cua-lidades elementales conocidas por nosotros, ya sea que estn dentro o fuera del hombre, pueden unirse en uno y el mismo ser. Pero si hay cualidades que son mutuamente excluyentes, entonces hay tantas sus-tancias diferentes como exclusiones haya.

    El dilogo con los Spinosistes contina en las l-timas etapas de la profession. Sin duda, no soy libre de no desear mi propio bienestar, admite Rousseau, atacando la doctrina de la necesidad establecida por Spinoza, Collins y su antiguo amigo, pero se des-prende de aqu que no soy mi propio amo porque no puedo ser otro ms que yo mismo? No es la pala-bra libertad lo que carece de sentido, concluye, sino la palabra necesidad. De aqu, Rousseau llega a uno de sus argumentos bsicos y punto de divergencia con la tradicin spinozista: que el hombre est anima-do por una sustancia inmaterial. Al proponer una

    doctrina de las dos sustancias en el hombre, Rousseau cree que ha encontrado la clave de la na-turaleza humana y, por tanto, tambin de la pol-tica. Al igual que Descartes, Rousseau argumenta que una de las sustancias en el hombre es indi-soluble e inmortal, llmese el alma. Partiendo de aqu tambin fue capaz de argumentar a favor de una forma de recompensa y castigo en el ms all y de la absoluta cualidad del bien y el mal.

    Su conviccin de que haba sorteado a Diderot y a Spinoza slo agudiz el sentimiento de agravio de Rousseau durante su exilio en Suiza. Cuando comenta, en julio de 1762, con qu horreur lo con-sideraban los pastores protestantes locales, afir-ma que Spinoza, Diderot, Voltaire, Helvtius son, en mi opinin, santos. Unos pocos meses des-pus, se quej en una carta al arzobispo de Pars que al ateo se le haba permitido vivir y propa-gar su doctrina en paz mientras que l, Rousseau, el defensor de la causa de Dios, haba sido ver-gonzosamente expulsado de Francia.

    A su metafsica desta y su doctrina de la sus-tancia y la moral, Rousseau agreg su filosofa po-ltica basada en la idea de la voluntad general. Aqu otra vez el gran pensador estuvo elaborando en cercano dilogo con sus predecesores, ms que introduciendo algo nuevo en trminos generales. La personalidad de Rousseau y su apasionado temperamento, el fervor con el cual posterior-mente rechaz elementos del nuevo Spinosisme de Diderot y Helvtius tienen su contraparte, eviden-te, en una fuerte propensin, anterior a la dcada de 1750, a aceptar y descansar excesivamente en las formulaciones de Diderot. En su origen, el trmino voluntad general era de Diderot y fue empleado en la Encyclopdie, por ejemplo, en el ar-tculo Droit naturel, de este ltimo, para deno-tar el bien comn, colectivo, en cualquier grupo o sociedad, un bien que, de acuerdo con Diderot, es el nico bien superior y absoluto que nos permite definir lo que es justo e injusto, bueno o malo, dado que el individuo siempre est llevado a buscar slo su propio bienestar, de modo que inevitablemente las voluntades particulares re-sultan sospechosas. Mientras que la voluntad in-dividual puede ser buena o mala, la voluntad ge-neral es siempre buena: nunca ha engaado y nunca engaar. A esto se refera Spinoza con el dictamen del bien comn y constituye la ms importante de todas las afinidades que vinculan a Spinoza, Diderot y Rousseau. Como se sabe, la voluntad general de Rousseau no es la misma que la de Diderot o el bien comn de Spinoza. Esta ltima es una concepcin mucho ms elabo-rada que, a diferencia de la primera, slo puede realizarse en el contexto de la sociedad civil, bajo un Estado y no en el estado de naturaleza. Pero esto no altera el hecho de que surge en oposicin consciente al sistema de Diderot y todava sigue siendo una variante de lo que, desde el inicio mis-mo de Spinoza y Van Enden, es el nico criterio posible para juzgar el bien y el mal una vez que se ha desechado la autoridad eclesistica y la Re-velacin, a saber, el bien comn definido como lo que mejor sirve a los intereses de la sociedad como un todo.

    Especialmente destacable en el pensamiento de Rousseau es su mezcla de elementos contradic-torios de la corriente moderada y radical de la Ilus-tracin. En su nfasis en la existencia de un Crea-dor y primer impulsor, en las dos sustancias, en la inmortalidad del alma y la cualidad absoluta del bien y el mal en la tica, se alinea con la Ilus-tracin moderada y rechaza la tradicin radical de Spinoza y Diderot. Pero en su rechazo radical a la autoridad y la tradicin, su deslegitimacin de las estructuras sociales y polticas de la poca, su igualitarismo, pantesmo subyacente y, sobre todo, la doctrina de la voluntad general, est indiscu-tiblemente alineado con una tradicin filosfica radical que se remonta a mediados del siglo xvii. Spinoza, Diderot, Rousseau: los tres basan su con-cepcin de la libertad individual en la obligacin del hombre a someterse a la soberana del bien comn.W

    Jonathan I. Israel es profesor de historia moderna de Europa en el Institute for Advanced Study, en Princeton.

    LA ILUSTRACIN RADICAL

    La losofay la construccin

    de la modernidad, 1650-1750

    J O N AT H A NI . I S R A E L

    filosofaTraduccin de Ana

    Tamarit 1 ed., 2012, 1 004 pp

    978 607 16 0881 9$650

    TRES SIGLOS CON ROUSSEAU

    ROUSSEAU, RADICALISMO Y REVOLUCIN

    lab01craResaltado

    lab01craResaltado

    lab01craResaltado

    lab01craResaltado

    lab01craResaltado

    lab01craResaltado

    lab01craResaltado636121545

    lab01craResaltado

    lab01craResaltado

    lab01craResaltado

    lab01craResaltado

    lab01craResaltado

    lab01craResaltado

    lab01craResaltado

    lab01craResaltado

    lab01craResaltado

    lab01craResaltado

    lab01craResaltado

    lab01craResaltado

    lab01craResaltado

    lab01craResaltado

    lab01craResaltado

    lab01craResaltado

    lab01craResaltado

    lab01craResaltado

    lab01craResaltado

    lab01craResaltado

    lab01craResaltado

    lab01craResaltado

    lab01craResaltado

    lab01craResaltado

    lab01craResaltado

    lab01craResaltado

    lab01craResaltado

    lab01craResaltado

    lab01craResaltado

    lab01craResaltado

    lab01craResaltado

    lab01craResaltado

    lab01craResaltado

    lab01craResaltado

    lab01craResaltado

    lab01craResaltado

  • 1 8 J U N I O D E 2 0 1 2

    Alguna vez fuimos moder-nos? O filosficos? O ilustrados? Hoy muchos empezamos a dudarlo, especialmentesi vivimos en el lugar que se vea a s mismo como el mejor fruto de la Ilustracin y la modernidad: los Estados Unidos de Amrica.Con presidentes que buscan una gua divina, cien-

    tficos que atacan la evolucin y gobiernos que desti-nan fondos pblicos a asociaciones de caridad sec-tarias, es cada vez ms difcil reconocer en nuestra vida pblica aquella repblica que crearon Franklin y Jefferson; al mismo tiempo, la cultura popular est transformando a algunos de los alegres filso-fos, padres de nuestra bella nacin, en inverosmiles caballeros, cristianos y muy devotos. Tambin en las universidades, aunque de forma distinta, la moder-nidad y la Ilustracin ahora son insultos tcnicos: constituyen un cdigo para referirse a las enormes prisiones estilo Piranesi que hoy habitamos o al Es-tado vigilante que registra nuestras conversaciones y conoce cada uno de nuestros movimientos (aun-que, tristemente, no lo suficiente como para preve-nir que algunos de nosotros ataquemos el orden cul-tural en el que estamos inmersos).

    Ninguno de estos acontecimientos parece al-terar a Jonathan Israel. La Ilustracin de la que l habla es buena y moderna. Democrtica, igualita-ria y secular, se opone al dominio de la monarqua sobre sus sbditos, del hombre sobre la mujer, del clero sobre los laicos y de los amos sobre los escla-vos. Su embestida cambi el mundo y termin con

    estructuras sociales, polticas e intelectuales que se haban mantenido casi sin cambios a pesar del Renacimiento y la Reforma. Es cierto que la Refor-ma haba derribado a la iglesia occidental europea nica, sagrada e indivisible de la Edad Media, pero Aristteles an reinaba en las universidades, fueran luteranas, calvinistas o catlicas, as como en las jerarquas sociales.

    Para derribar a Aristteles y a las jerarquas, al sacerdocio y a la opresin, fue necesario como pas con las colosales estatuas de Ramss un sis-mo como el que provoc la Ilustracin; y ms im-portante an, desde el restringido punto de vista del historiador, Israel sabe con precisin dnde acumu-l fuerza esta aplastante nueva ola: en los Pases Ba-jos durante la segunda mitad del siglo xvii.

    El movimiento filosfico fundado por Baruch de Spinoza fue la raz de la Ilustracin y se convirti en su ncleo; esta Ilustracin radical, como Israel la llama, comenz como la razonada discrepancia de un atento judo holands en contra de las estructu-ras de autoridad que todos a su alrededor aceptaban, y se convirti en un mensaje revolucionario que fue ganando adeptos y movilizndolos hasta formar c-lulas de activistas en todas partes, desde la Npoles de Vico hasta el Londres de Toland. Tradicional-mente los historiadores anglosajones han descrito la Ilustracin en trminos similares a los de Vol-taire: un movimiento francs que surgi, en su ma-yora, de races inglesas. Israel se propone demoler esta concepcin y remplazarla con algo completa-mente distinto: su Ilustracin se inici en los Pases Bajos y en ocasiones prosper con ms vehemencia en Alemania y Escandinavia que en la Francia abso-lutista dominada por sacerdotes.

    En una era en que prolifera el miniaturismo histrico, es estimulante encontrar un acadmico dispuesto a cubrir techos y paredes con un espln-dido fresco siempre en expansin. Israel propone una gran tesis histrica, de la misma clase que los historiadores solan apreciar con deleite y que aho-ra ya no est de moda. Adems lo hace con estilo y detalle, exhibiendo pleno dominio de los textos, los archivos, los ambientes locales y las corrientes in-ternacionales, todo lo cual suscita inmediata ad-miracin. Esta obra opera en distintos niveles; en primer lugar, ofrece una historia social del mundo intelectual en las postrimeras del siglo xvii y los comienzos del xviii.

    Segn Israel, la Ilustracin radical ech races y floreci dentro de una nueva matriz cultural, la cual pudo surgir slo a finales del siglo xvii. Duran-te esos aos, la Repblica de las Letras era un Esta-do imaginario que se extenda por toda Europa; sus ciudadanos trataban, de forma ms sistemtica que cualquiera de sus predecesores, de asimilar todo el conocimiento no slo a sus sistemas, sino tambin a sus bibliotecas, como en la magnfica rotonda de Wolfenbttel donde Leibniz desarroll una de sus numerosas y barrocas mquinas para procesar in-formacin. Concibieron nuevas formas para mante-nerse al tanto de la produccin de libros en un mo-mento de increble proliferacin de obras, as como de teoras y debates que provenan de todos los fren-tes. Por ejemplo, escritores, editores y sociedades de eruditos crearon peridicos que examinaban a detalle las nuevas publicaciones, mientras que en las universidades las ctedras de historia litera-ria ofrecan a los estudiantes una visin general del universo del conocimiento, una visin adereza-

    Aunque un tanto mellada por la posmodernidad, la Ilustracin sigue parecindonos esa metamorfosis esencial gracias a la cual el Occidente adquiri los rasgos con que hoy lo reconocemos. Jonathan I. Israel sostiene, en un libro que comienza a circular, que lo

    ms profundo de ese cambio tiene su origen sobre todo en el pensamiento de Spinoza, cuyo radicalismo y trascendencia no han sido su cientemente valorados

    Spinoza y las races holandesas de la Ilustracin

    A N T H O N Y G R A F T O N

    R E S E A

    TRES SIGLOS CON ROUSSEAU

  • J U N I O D E 2 0 1 2 1 9

    da con chismes sobre los mismos eruditos, al estilo de una lingua franca de la temprana edad moderna. Por encima de todas las cosas, debatan: lo hacan a travs de una correspondencia interminable, o en las academias, bibliotecas y en esas nuevas salas para el debate pblico, los cafs, donde los hombres lean y discutan los manuscritos o los boletines con noticias, ya impresos, que no haca mucho haban comenzado a circular de forma regular, una o dos veces por semana; y los salones, donde hombres y mujeres desarrollaron un nuevo estilo de conversa-cin y una nueva clase de vida intelectual.

    Los ciudadanos de esta repblica imaginaria discrepaban en numerosos e importantes aspectos, desde las bases de la metafsica hasta la identidad de la iglesia verdadera, pasando por la estructura del sistema planetario. Sin embargo, coincidan en un punto importante que minimizaba sus diferencias: slo la razn determinara el resultado de sus deba-tes (y no el apoyo de alguna autoridad poltica o eclesistica). En la Repblica de las Letras los lute-ranos se encontraran con los calvinistas, los fran-ceses con los alemanes, los hombres con las muje-res, no como amalecitas dignos de escarnio, ni como creaturas inferiores a las cuales dominaran, sino como seres racionales, iguales a ellos y con pleno de-recho a ser escuchados.

    Siguiendo a Jrgen Habermas aunque de forma menos crtica que la mayora de los historiadores lo hacen ahora, Israel trata las dcadas alrededor de 1700 como la poca en que surgi una esfera pbli-ca europea: un mundo en el que las cuestiones ms apremiantes, tanto pblicas como privadas, se con-virtieron en tema de debates sin restricciones que cruzaron fronteras lingsticas y polticas, un es-pacio libre en el que el ciudadano comn reclam el derecho a criticar las acciones de sus gobernantes.

    Segn Israel, las peligrosas ideas de Spinoza se expandieron como cultivos de penicilina en un me-dio rico en nutrientes. Si bien la censura formal con-tinuaba en su apogeo y no slo en tierras de cat-licos, apunta el autor con razn, sino tambin en la Holanda calvinista, los afanosos copistas repro-ducan a mano obras demasiado peligrosas, ya fuera temporal o permanentemente, como para ser lleva-das a la imprenta; la tica del mismo Spinoza es un ejemplo. Los editores hbiles encontraron formas ingeniosas de empaquetar libros condenados: usa-ban falsas identidades editoriales y portadas enga-osas para ocultar pero tambin para insinuar el verdadero contenido de las bombas literarias que lanzaran contra la realeza y el clero.

    El manual radical de hermenutica de Lodewijk Meyer, Philosophia S. Scripturae Interpres [Filoso-fa, intrprete de las sagradas escrituras] cuya por-tada se distingua por consignar a Eleutheropo