infante para una gibara difunta

2
Infantes de una Gibara difunta Como ese Martí que rinde tributo al tótem de la libertad latinoamericana frente a estatua de Bolívar, yo (salvando distancias), apenas pisé la tierra Gibara, en Holuín, (polvo de camino mediante) preunté por la casa de Guillermo Cabrera, !nfante para una Habana difunta, que nació sin embaro al oriente de Cuba" #o pensaba llorar como el $póstol ni estremecerme frente a la imaen de mi %éroe" (Guillermo, un verdadero Caín, rindió %onores de otro tipo a sus propios ídolos, a sus mismos amios, muertos ya, en Vidas para leerlas)" &uería m's bien conocer su casa, y completar si tenía muc%a suerte momentos de sus primeros a os* c%ismear un poco con al+n conocido suyo" ero después de preuntarle a los primeros ibare os que encontré, descubrí que no solo sería difícil trope-arme con al+n conocido, sino incluso con aluien que lo conociera, que tuviera nociones de que allí vivió un %ombre llamado Guillermo Cabrera !nfante, escritor cubano de prosa rumbera con cierto almidón periodístico y amante empedernido de .a Habana" Caín buscaba .a /ana en cada olpe de m'quina, el espa ol %abanero, las mu0eres y la literatura %abanera" 1in embaro, qui-'s por cercano, nunca %e buscado el solar de 2ulueta 345 donde él y su familia terminaron dando con sus %uesos durante los primeros tiempos en la capital" .a obsesión por ara ar sus recuerdos con .a /ana, terminan llev'ndolo a uno a esa puerta entreabierta apenas de su ni e- en Gibara" ero %e aquí que su pueblo natal, despreciado por él frente a su seundo nacimiento, también desde oso %a decidido olvidarlo" oco a poco, alunos de los que ba0aron la uaua conmio se fueron sumando a la b+squeda, y apareció un improvisado uía que nos %i-o des6lar por la Calle 7eal, donde mi memoria (a veces titilante) me decía que vivieron los abuelos de Caín" #os detuvimos en una desierta Casa de Cultura para tirarnos fotos y contemplar los re-aos de un lu0oso patio interior y sorber un poco del lamour pasado de lo que fue, en tiempos buenos, un club social" $luien invocó allí el recuerdo de un Humberto 1ol's que despertaba a ritos de vida, de puro cine pobre, el adormilamiento de pueblo" 8n alunas calles de Gibara su 6ura nos asalta en toscos retratos, testimonios de un profundo amor compartido solo entre él y un e9tra o :es+s que también se asoma en alunas puertas, un :es+s de relieve cóncavo, que donde quiera que uno se pare parece mirarlo" 1on varias las casas que rinden %omena0e al mesías 0udeocristiano, y al director de Miel para Oshún" #uestro uía, nativo abatido, terminó desembarc'ndonos frente a una anodina casa, ris para m's se a, que di0o pertenecer anta o a los Cabrera !nfante" ;odos, que éramos unos cuantos ya, nos desin<amos" #o %abía ni %ubo forma de que un color, un peda-o de pared de aquellos, el marco de la puerta, se nos quedara rabado en el recuerdo, de tan comunes" 8ran la insini6cancia ec%a %oar" #os cru-amos en silencio f+nebre con la mirada sorprendida de una mu0er con rolos" !maino su alarma al descubrir,

Upload: justo-planas

Post on 05-Nov-2015

215 views

Category:

Documents


0 download

DESCRIPTION

cronica

TRANSCRIPT

Infantes de una Gibara difuntaComo ese Mart que rinde tributo al ttem de la libertad latinoamericana frente a estatua de Bolvar, yo (salvando distancias), apenas pis la tierra de Gibara, en Holgun, (polvo de camino mediante) pregunt por la casa de Guillermo Cabrera, Infante para una Habana difunta, que naci sin embargo al oriente de Cuba. No pensaba llorar como el Apstol ni estremecerme frente a la imagen de mi hroe. (Guillermo, un verdadero Can, rindi honores de otro tipo a sus propios dolos, a sus mismos amigos, muertos ya, en Vidas para leerlas). Quera ms bien conocer su casa, y completar si tena mucha suerte momentos de sus primeros aos chismear un poco con algn conocido suyo.Pero despus de preguntarle a los primeros gibareos que encontr, descubr que no solo sera difcil tropezarme con algn conocido, sino incluso con alguien que lo conociera, que tuviera nociones de que all vivi un hombre llamado Guillermo Cabrera Infante, escritor cubano de prosa rumbera con cierto almidn periodstico y amante empedernido de La Habana. Can buscaba La Vana en cada golpe de mquina, el espaol habanero, las mujeres y la literatura habanera. Sin embargo, quizs por cercano, nunca he buscado el solar de Zulueta 408 donde l y su familia terminaron dando con sus huesos durante los primeros tiempos en la capital. La obsesin por araar sus recuerdos con La Vana, terminan llevndolo a uno a esa puerta entreabierta apenas de su niez en Gibara. Pero he aqu que su pueblo natal, despreciado por l frente a su segundo nacimiento, tambin desdeoso ha decidido olvidarlo.Poco a poco, algunos de los que bajaron la guagua conmigo se fueron sumando a la bsqueda, y apareci un improvisado gua que nos hizo desfilar por la Calle Real, donde mi memoria (a veces titilante) me deca que vivieron los abuelos de Can. Nos detuvimos en una desierta Casa de Cultura para tirarnos fotos y contemplar los rezagos de un lujoso patio interior y sorber un poco del glamour pasado de lo que fue, en tiempos buenos, un club social. Alguien invoc all el recuerdo de un Humberto Sols que despertaba a gritos de vida, de puro cine pobre, el adormilamiento de pueblo. En algunas calles de Gibara su figura nos asalta en toscos retratos, testimonios de un profundo amor compartido solo entre l y un extrao Jess que tambin se asoma en algunas puertas, un Jess de relieve cncavo, que donde quiera que uno se pare parece mirarlo. Son varias las casas que rinden homenaje al mesas judeocristiano, y al director de Miel para Oshn.Nuestro gua, nativo abatido, termin desembarcndonos frente a una anodina casa, gris para ms sea, que dijo pertenecer antao a los Cabrera Infante. Todos, que ramos unos cuantos ya, nos desinflamos. No haba ni hubo forma de que un color, un pedazo de pared de aquellos, el marco de la puerta, se nos quedara grabado en el recuerdo, de tan comunes. Eran la insignificancia echa hogar. Nos cruzamos en silencio fnebre con la mirada sorprendida de una mujer con rolos. Imagino su alarma al descubrir, mientras le daba a los pedales de su mquina de coser y conversaba con la vecina, una manada de ojos devorando solemnes el interior de su casa.Despus de unos minutos (literalmente ese tiempo), decid acercarme y preguntar. No haba viajado tan lejos para irme as. La seora no saba quin era el tal Guillermo, pero su abuela, que apareci oportunamente, s haba conocido a los Cabrera Infante y para sorpresa de todos aquella no era su casa natal. Ya s lo que se siente que a uno le den gato por liebre (a falta de liebre con qu enmaraar y en vista de la polisemia domstica que el gato ha tomado en las ltimas dcadas). El gua en su conversacin con la anciana prob ser lo suficiente capaz para llevarnos a la nebulosa morada de Can. Y all seguimos, loma arriba, mientras algunos comenzaban ya a preguntarse en qu cima de montaa haba nacido el escritor cumbre, premio Cervantes, y nico novelista del castellano bajo el reinado de Isabel II del Reino Unido, donde muri.Finalmente: la casa, ahora dividida en dos, continuaba siendo una insignificancia, significativa solo porque guardaba el primer recuerdo ertico de Can. Quizs continuaba all el excusado mismo en que mi abuela me sorprendi con mi prima de ojos verdes cinco aos atrs, precoz, casi obsceno, segn cuenta en su Habana para un infante difunto. Ese excusado donde se masturb por primera vez sin pudor, excusado con la excusa de baarse. La verdadera sorpresa lleg a paso lento y fue bajando la loma hacia nosotros. Aunque alguien sensato advirti que no podamos caerle en tropel, al final lo hicimos. Como lentos cocodrilos fuimos rodeando a Marina Cabrera, prima de Guillermo y hermana de esa otra prima, primeriza como l, inmortal ya gracias a esa circunstancia. Era una mujer con cara de muchos aos, pero incluso en el temblor de su voz, y en la mesura que uno ensaya siempre frente a los desconocidos, dej asomar ese vivo rencor que parece correr en la gentica de la familia, porque Guillermo no lo esconde tampoco. As entre indiferente y dolida nos hizo ver que no conoci bien a su primo, ido a destiempo para La Vana y que tampoco tena mucha noticia de su propia hermana, criada en la capital junto con l y demasiado engreda para su gusto gibareo, jbaro. Supe, por su mirada, que no saba, que todos all sabamos de esos amores mal pactados de Guillermo con su propia carne, que todos sabamos excepto ella. Habl poco, y antes de perderse en una nube de polvo, en alguna puerta gris de ese pueblo que Can nunca recordaba, Marina Cabrera confes que su hermana viva (o estaba enterrada) en algn lugar de Pensilvania, en Estados Unidos; pero ya no mantenan contacto. Algo habr pasado en aquella Gibara, que contina revolviendo la memoria de esos infantes, difuntos.