las aventuras del chico fleitas (el tarro de dorchester)

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Una audaz novela de detectives narrada en tono de comedia. El protagonista, Guido Fleitas, es un detective privado novato que se inicia en el negocio de las investigaciones con mucho entusiasmo. Sin embargo, su inocencia le jugará malas pasadas y pronto se ganará el apodo de Chico, el Chico Fleitas.

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Page 1: Las Aventuras Del Chico Fleitas (El Tarro de Dorchester)
Page 2: Las Aventuras Del Chico Fleitas (El Tarro de Dorchester)

Primera edición, noviembre de 2012

Las aventuras del Chico Fleitas

© Josué Aguirre Alvarado

Diseño de cubierta: Angel Hoyos Calderón

Derechos reservados.

© Caramanduca Editores

De Josué Aguirre Alvarado

Av. Los Cocos 421

Piura -Perú

Ruc:10425249971

facebook.com/caramanduca

Cel: (51) 993 830486

E-Mail: [email protected]

Hecho el Depósito Legal

Biblioteca Nacional Del Perú N° 2012-14221

ISBN N° 978-612-46267-3-9

Page 3: Las Aventuras Del Chico Fleitas (El Tarro de Dorchester)

El tarro de Dorchester

Me atraen los misterios sin resolver; y

más si llevan décadas o siglos

inconclusos. Un día en la universidad me

obsesioné con un libro que trataba sobre

objetos fuera de lugar, dígase, hallazgos

que no pueden clasificarse en ninguna era

conocida. Uno de los que consideré más

interesantes fue el mecanismo de

Anticitera, que puede describirse como un

tipo de reloj de engranajes epicicloidales

que calculaba la posición del sol, la luna

y los planetas. Según los descubridores,

esta máquina fue construida un siglo

antes de Cristo, en la antigua Grecia; lo

que resulta extraño, pues la tecnología

que emplea aquel mecanismo recién

apareció en el siglo XIX de nuestra era;

es decir, dos mil años después.

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Pero ni el mecanismo de Anticitera ni el

resto de la lista detallada de artefactos

fuera de lugar, me llamó tanto la atención

como el tarro de Dorchester; no sólo por

lo que pudo representar, sino por su

posterior y misteriosa desaparición.

Hoy ha llegado a mi oficina una mujer

llamada Nora. Tiene unos 65 años,

calculo. Viene acompañada de su hijo

Antonio, un hombre como de mi edad, de

gestos verticales y sonrisa difícil. Ella está

afligida. Él está incómodo.

–…A ver, déjeme ver si entendí, su

marido está desaparecido y quiere que yo

lo busque.

–No, señor Fleitas, no queremos que lo

busque, queremos que lo encuentre –

solloza la mujer.

–Mira, Fleitas… –interrumpe Antonio de

muy mala gana– A mí no me interesa si lo

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encuentras vivo o muerto con tal de que lo

encuentres…

Nora empieza a llorar de forma

descontrolada.

–¡Disculpa, mamá, pero hay que ser

realistas! Si el viejo ha estado

desaparecido todo un mes, lo más sensato

es que esperemos recuperar su cuerpo para

cobrar el seguro de vida.

–¡Cómo dices eso, hijo!

–A ver… ¡Tranquilos, tranquilos! –intento

calmar–. Voy a poner mi grabadora y

quiero que me cuenten todo lo que debo

saber sobre el señor… ¿Cómo me dijo

que se llamaba el señor?

–¡De Cárdenas! ¡Ernesto de Cárdenas! –

interrumpe Nora– Es conocidísimo. ¿No

habrá oído hablar de él? Es arquitecto.

–No, temo que no.

–¡Cómo que no! –me ataca Antonio–

¡Pero si él construyó este edificio!

Page 6: Las Aventuras Del Chico Fleitas (El Tarro de Dorchester)

–¿La Riviera? –pregunto yo.

–¡Así es!… Tú tienes una oficina aquí y

no sabes ni si quiera quién la construyó.

¿Qué clase de detective eres? –Entonces

Antonio vuelve sobre Nora– ¡Vámonos,

mamá! Mejor busquemos a otro detective

más despierto.

–No, hijo… El señor Fleitas parece de

confianza. Seguro que puede ser tan audaz

como simpático.

–¿Eres audaz, Fleitas? –me reta Antonio.

–¡Lo soy!

–¿Muy audaz, señor Fleitas? –replica

Nora.

–¡Audacísimo!

Nora y Antonio se miran a los ojos y

hacen una aprobación que me resulta

telepática.

–Mira, Fleitas. Recurrimos a ti porque

necesitamos efectividad. Ya sabes cómo

trabaja la policía. Uno piensa que

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despliegan toda una red de inteligencia

para buscar personas. Pero nada de eso.

Sólo se contentan con visitar la morgue y,

cuando encuentran algún cadáver que se

ajuste a las descripciones, nos llaman para

verlo. Desde que reportamos la

desaparición ya hemos visto a una docena

de muertos. Mira a mi mamá, Fleitas. ¿Tú

crees que a ella le gusta ver cadáveres?

–Pues, no.

–Entonces, te ruego que hagas un buen

trabajo. Somos de buena familia y te

aseguro que pagaremos bien.

De pronto se me escapa una sonrisa boba

que se me hace muy evidente. Lo veo en

los ojos de Nora, mientras se seca las

lágrimas. Intento cambiar de expresión.

Pienso que mi actitud es poco profesional.

Saco la grabadora, presiono rec y le pido

que me cuente todo acerca de su marido.

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–Mi marido se llama Ernesto de Cárdenas

y es arquitecto de profesión. Cumplió 66

años la semana pasada. Ya estaba

pensando en el retiro, pobre. Ha trabajado

en un sinfín de proyectos en esta ciudad y

en otros países. Se le consideraba

vanguardista…

–¡Eso es! ¡Vanguardista! –interrumpe

Antonio–. ¿Conoces La casa oval? ¿El

rascacielos Gaigax? ¿El Museo de

Ciencias Naturales?

–Mismamente.

–¡Pues los construyó el viejo! –reniega.

–Señor Fleitas, a lo mejor ha leído la

noticia de su desaparición en los diarios.

Aquí le traje uno. Mire, desapareció justo

el 5 de este mes. La policía encontró su

auto carbonizado en el bosque, pero no

había rastro de él.

–¿El señor de Cárdenas tiene algún

enemigo conocido? –Pregunto.

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–Ninguno –me responde Nora–. Él

siempre se ha llevado bien con todos, es

un hombre de sociedad.

Entonces miro mi grabadora y me

inquieto. Antonio busca algo en su

maletín. Es un CD. Me dice que es una

recopilación de fotos y videos del

arquitecto que me van a servir para la

búsqueda.

–…Ernesto estudió en Las praderas, un

buen colegio. Fue promoción del año

63… –continúa la mujer sin detenerse.

–Bien, pero… –interrumpo.

–…Luego ingresó a la Universidad

Científica. Fue primero en su clase por

cinco años consecutivos; excepto el

último, que se distrajo por estar trabajando

en obras públicas. ¿Se imagina? Aún no se

graduaba y ya estaba trabajando en

proyectos de envergadura.

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–Sí, me imagino… pero, señora, tengo

que decirle…

–…Entonces estaba mejorando la red de

alcantarillados de una pequeña provincia –

continúa Nora–. Ahí fue cuando lo conocí.

Yo estaba trabajando como asistente de un

ingeniero civil y siempre conversábamos

con Ernesto. Nos impresionaban sus ideas

innovadoras…

En ese momento le pongo stop a la

grabadora ante el asombro de Nora y

Antonio. Yo sonrío tontamente. Nota

mental: Antes de usar la grabadora,

verificar que haya un casete adentro.

***

El tarro de Dorchester es (o fue) un vaso

de zinc tallado con motivos florales. Fue

hallado en 1851 en Massachusetts,

Estados Unidos, petrificado en una roca

sedimentaria que se encontraba a 5

Page 11: Las Aventuras Del Chico Fleitas (El Tarro de Dorchester)

metros bajo tierra. En la zona se estaba

realizando una excavación para sentar los

cimientos de un edificio. Mientras se

detonaban las rocas en el subsuelo, una

gran piedra se partió en dos. Dentro de

ella se encontró el artefacto.

Inmediatamente éste fue objeto de estudio.

Sin embargo, nunca se supo a qué

civilización perteneció. Su fabricación se

dató en 100 mil años de antigüedad. Y,

como es bien sabido, en ese periodo no se

puede hablar siquiera de la existencia del

hombre como un ser pensante.

Puesto que este caso no luce tan

complicado (o, por lo menos, no tan

peligroso), he concluido que no le pediré

ayuda a nadie. Ha llegado la hora de hacer

las cosas por mi cuenta, con orgullo,

capacidad y decisión.

Reviso las imágenes de Ernesto de

Cárdenas. Es un sujeto de mirada molesta.

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Sin embargo, en sus ojos se ve una pizca

de manía. Tiene unos bigotes gruesos y

duros como los de Stalin. Una cosa rara:

en ninguna de las fotos, incluyendo las de

los eventos de gala, al arquitecto se le ve

usando corbata; lo cual me deja ver que

hay algo de espontaneidad dentro en su

naturaleza.

He pasado un día entero recopilando toda

la información disponible sobre de

Cárdenas. Y ahora mismo, tengo que

decir, me ha llamado la atención un

artículo publicado en internet que trata

sobre signos extraños encontrados dentro

de los acabados de las edificaciones del

arquitecto, detalles a los que la mayor

parte de sus clientes no le encuentran

significado. Por ejemplo, me parece

interesante lo que se dice de La casa oval.

Construida en los 60, la residencia es una

estructura circular que cuenta con un

poderoso motor en el sótano que hace que

ésta gire de acuerdo a la posición del sol.

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Según el artículo, en el jardín central se

hallaba una fuente adornada por un ángel

mirando hacia el cielo con un gesto de

desamparo. El cliente, que era el

embajador de la República de Turquía, le

preguntó a de Cárdenas en repetidas

ocasiones por el significado de la

estatuilla. Pero como el arquitecto se negó

a dar explicaciones y la figura no encajaba

con el credo del diplomático, el ángel fue

retirado tiempo después.

El edificio Gaigax, una estructura futurista

de fines de los 70, llamó la atención

porque en el techo de Cárdenas había

dispuesto la colocación de una serie de

luces láser que dibujaba sobre las nubes la

antigua constelación de Antínoo. Se dice

que en el piso 30, el arquitecto diseñó un

extraño mosaico de un submarino, en

cuyo interior residía un hombre en actitud

de plegaria. Tal como ocurrió con La casa

oval, de Cárdenas nunca explicó el

significado de la obra.

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Ya me distraje. En lugar de plantear la

estrategia para la investigación, me

entretengo revisando todos los rincones

accesibles del edificio La Riviera en busca

del signo misterioso de de Cárdenas. En el

artículo no se mencionaba esta

edificación. Y creo saber por qué. La

Riviera es una de las obras menores del

arquitecto. El edificio es más bien

funcional y utilitario; lo cual, no obstante,

redobla mi curiosidad. Si de Cárdenas se

ha tomado el tiempo de poner su marca

aún en esta obra, los signos no son

causales y, por tanto, deben tener una

correlación.

Recorro cada uno de los quince pisos del

edificio. Y, así, rendido, aterrizo en el

zaguán sin éxito, con sudor en la frente y

la camisa zafada. Ahora, el viejo portero

me mira con curiosidad. Yo aprovecho la

ocasión. Le pregunto si sabe de alguna

figura o pintura simbolista que haya

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servido como ornamento cuando se

inauguró el edificio. Sin embrago, él no

sabe nada. A pesar de su edad, no lleva

mucho trabajando en La Riviera. Por lo

tanto me ofrece llamar al dueño del

edificio; cosa a la que rehúyo, pues tengo

pendiente ya un mes de renta.

De pronto, adosado a la pared del

recibidor, diviso un panel de vidrio

esmerilado que llama mi atención. Como

sé que esta tendencia decorativa es más o

menos actual, deduzco que no ha sido

obra de de Cárdenas e intuyo que el cristal

ha sido colocado posteriormente para

cubrir algo. Reviso el espacio entre el

vidrio y la pared. Apenas entra una mano.

Pero se puede ver algo. Es un trazo en

altorrelieve. Le pregunto al portero por

aquello y entonces él recuerda: “Ah, sí,

sí… era un garabato horrible. Como al

dueño no le gustaba, lo mandó a cubrir”.

De inmediato, traigo mi cámara infrarroja

y saco unas fotografías a través del vidrio.

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Cuando las veo en mi computadora se me

hacen conocidas. Es un gráfico

precolombino de estilo Maya.

***

Aunque no tiene mayor lógica, creo que

los signos misteriosos en las obras de de

Cárdenas pueden dar luz sobre la

desaparición del arquitecto. Es verdad que

de repente me estoy distrayendo, puesto

que sólo me baso en un presentimiento.

Pero también es cierto que no puedo trazar

un plan de ataque si es que antes no

descarto el mayor número de incógnitas,

por más improbables e irracionales que

parezcan.

A la mañana siguiente voy a la residencia

de los de Cárdenas, que es un palacete

afrancesado estilo siglo XVIII. En la

puerta me presento como el detective

Fleitas y pido hablar con el hijo del

Page 17: Las Aventuras Del Chico Fleitas (El Tarro de Dorchester)

arquitecto. En su lugar, se asoma a la

puerta una muchacha de sonrisa coqueta,

que me saca la lengua: “¡Perdón, pensé

que era para mí!”, se disculpa mientras sus

mejillas se ponen coloradas. “No te

preocupes… yo estoy buscando al señor

Antonio o a la señora Nora”, le contesto.

Ella me mira con sus ojos gatunos

maquillados por una línea negra que se

riza hacia los lados. “Mi hermano no

tarda. Pasa”. De ese modo, en un

momento me hallo siguiéndola a través de

un salón espléndido, con pinturas barrocas

y ventanales gigantes; todo un lujo que,

sin embargo, no me atrae más que la

sensualidad de los pasos de mi anfitriona.

Está casi descubierta por la espalda y se le

ve un tatuaje tribal. “Acompáñame”, me

repite, como si se hubiera percatado de mi

impresión.

Me lleva hasta la mesa del comedor, la

cual es larguísima y tiene más sillas que

cualquier restaurante que frecuento. En el

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centro, hay una pila de libros antiguos y

varias hojas arrugadas. Ella me conduce

hasta allí, donde veo que ha estado

ocupada dibujando laberintos

complejísimos. Me muestra uno y me reta

a que lo resuelva antes de que regrese su

hermano. Sin embargo, me veo obligado a

declinar, puesto que considero poco

oportuno que alguien contratado por la

familia se preste para aquellas

interacciones.

–¡Ah, vamos! –insiste con desagrado–

¿No eres detective?

–¡Lo soy! –respondo avergonzado.

–¡Entonces resuelve el laberinto! Quiero

ver qué tan rápido lo puede hacer un

profesional.

–¿Es una orden?

Tomo el papel y le doy unas cuantas

vueltas. Trazo unas líneas tímidas. Ella me

mira con impaciencia. Yo intento

Page 19: Las Aventuras Del Chico Fleitas (El Tarro de Dorchester)

distraerla. Intuyo que me va a llevar

mucho tiempo terminar el laberinto.

Mientras tanto, no se me ocurre nada más

ingenioso que preguntarle sobre los

símbolos misteriosos en las obras de su

padre. Se los empiezo a nombrar. Sin

embargo, ella me detiene. “Nosotros

siempre le preguntamos por eso y él

siempre se hace el loco. Pero, yo tengo

una teoría”, me dice con una voz traviesa.

“Él estaba obsesionado con eso de los

visitantes de otros mundos”, se echa a reír.

Y me contagia. “¡Extraterrestres!”, le

repito mientras sigo con mi laberinto.

“¿Te causa gracia lo que dije?”, me reta.

“¡No, nada de eso!, es sólo que me

pregunto, qué tendría que ver, por

ejemplo, el ángel de La casa oval con

extraterrestres”. “Ah, esa es fácil”, me

desdeña. “Es una persona mirando al

cielo, buscando a sus creadores en las

estrellas”. Me detengo en el laberinto.

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–¿Es en serio? –le pregunto con asombro.

–Supongo.

–¿Y el hombre dentro del submarino en el

edificio Gaigax?

–Bueno, eso lo relaciono con algo que vi

en la televisión, en un programa llamado

Alienígenas ancestrales. Ahí hablaban de

Jonás, el de la Biblia.

–Pero a Jonás se lo tragó una ballena, no

un submarino –repongo.

–Es que no es un submarino. Es una nave

extraterrestre sumergible. En el programa

decían que lo de la ballena era algo

simbólico.

Nuevamente me quedo detenido sobre el

papel. No logro entender si es que lo que

me dice la muchacha es muy inteligente o

muy descabellado.

–¿En verdad crees en eso?

–Sí, soy fanática de las teorías de

conspiración. ¿Ves? –Me señala sus

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libros–. Me gusta leer sobre cosas

misteriosas y buscarles respuesta.

–¡En eso nos parecemos! –le digo con

caché–. He terminado con el laberinto.

Ella se queda analizando mi solución del

laberinto con cierta desazón. Pasan

algunos segundos. Y como el momento se

hace vacío, se me ocurre mostrarle las

imágenes infrarrojas que tomé en La

Riviera y, sin hacer mayor advertencia, le

pregunto si sabe de qué se trata. Entonces

ella se sorprende y deja el papel de lado.

“Yo sé”, me dice y se pone a revisar uno

de sus libros. Asoma su lengua entre los

labios y pasa una a una las páginas hasta

que da con una enorme ilustración. Como

lo supuse al principio, se trata de un

dibujo Maya. Es el Sarcófago de Pacal, el

cual lleva tallada una imagen que, se

especula, representa a un hombre dentro

de una nave espacial. “¿Sabes qué es lo

que creo?”, me comenta con alarma.

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“¿Qué cosa?”, le pregunto con inquietud.

“Que a mi papá lo raptaron los

extraterrestres”. Ahora ninguno de los dos

nos reímos.

Más bien, permanecemos en silencio.

–¡Karen! –grita Antonio. La muchacha,

sintiéndose descubierta, recoge con

rapidez sus libros y se despide diciéndome

que pronto nos veremos otra vez– ¡Deja

de estar atormentando al señor Fleitas con

tus estupideces!

El hijo de de Cárdenas se acerca a la

mesa, disgustado. Me saluda de mala gana

y me invita a pasar a la sala. No me deja

hablar.

–¿Y tú? ¿Qué cosas conversas con mi

hermana? –Me riñe.

–Disculpe si he cometido una

impertinencia. Sólo estaba recabando

datos –me defiendo.

Page 23: Las Aventuras Del Chico Fleitas (El Tarro de Dorchester)

–Te gusta mi hermana. ¿No es cierto,

Fleitas?

–No, por favor. No me obligue a

responder –contesto con una vergüenza

infinita.

–¡Pues sí te obligo! Si tú estás trabajando

para mí, yo no espero que vengas a

coquetear con mi hermana.

–Bueno… –hago una pausa larguísima–.

Es una muchacha muy… amable.

–¿Es todo?

–Lo juro.

–¡Qué bueno, porque sólo tiene 15 años!

Cuando escucho eso, siento que en mi

rostro se exprimen todos los nervios.

Felizmente me alivia el sonido de unos

zapatos de tacón que golpean a lo lejos.

La esposa de de Cárdenas ha entrado a la

sala. Antonio me deja en paz y ayuda a su

madre a sentarse en uno los sillones. La

mujer se hunde en la espesura del

acolchado.

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–Señor Fleitas ¿Qué lo trae por aquí? ¿Ya

tiene alguna pista sobre Ernesto? –me

pregunta con inquietud.

–Lo siento, aún no –le respondo con

timidez.

–El señor Fleitas ha venido por otros

asuntos –interrumpe Antonio, con malicia.

–¿Y de qué se trata? –continúa Nora.

–Bueno, yo… en realidad… tenía que

consultar… –vacilo, pensando que ya

estaba de más preguntar por las figuras

extrañas en las obras el arquitecto. Sin

embargo, se me ocurre una gran salida

digna de un detective–. Quería saber si es

que tienen algún contacto con la policía

que me pueda facilitar alguna pista hallada

en el lugar donde fue encontrado el auto

del señor de Cárdenas.

–¡Faltaba más! –Exclama la mujer con

agrado, como si entendiera que mi

pregunta refleja un gran progreso en la

investigación–. Vaya a la división de

Page 25: Las Aventuras Del Chico Fleitas (El Tarro de Dorchester)

investigaciones de la policía en el centro

de la ciudad. Pregunte por el teniente

Gavilano. Él le ayudará.

***

Salgo de la casa de los de Cárdenas con

cierta satisfacción. Pienso que puedo ir

inmediatamente a la división de

investigaciones de la policía. Sin

embargo, cuando busco mi motocicleta en

el estacionamiento, me encuentro con

Karen. Me espera con el dibujo del

laberinto que le resolví.

–¡Ése no era el camino! –me reclama.

–Pero lo solucioné –le contesto.

–Sí, pero no era el camino que había

planeado. Te aprovechaste de un error en

mi diseño y lo resolviste como se te dio la

gana.

–Bueno… no me di cuenta. Disculpa.

Page 26: Las Aventuras Del Chico Fleitas (El Tarro de Dorchester)

–¡No te disculpes, tonto! Has cogido un

camino más difícil que el mío e igual

llegaste al final –se ríe.

–A veces los problemas no sólo tienen una

solución. Es mi filosofía de vida.

–Esto dice mucho de ti. Hay personas que

ni si quiera encuentran la solución más

simple. En cambio tú, que no encontraste

el camino correcto, buscaste uno diferente

que dio el mismo resultado. ¡Es increíble!

Karen me sonríe con admiración. Yo la

veo y pienso que es terriblemente hermosa

y madura para su edad. Maldita sea,

pienso, ya he leído a Navokov y sé en qué

acaban estas cosas. Así que le sonrío de

vuelta e intento despedirme.

–¿A dónde vas? –Me pregunta con

desesperación.

–A la policía. Tengo trabajo que avanzar.

–¡Llévame contigo!

Page 27: Las Aventuras Del Chico Fleitas (El Tarro de Dorchester)

–No, no se puede. ¡Adiós! –arranco la

moto y la dejo atrás. Ella me persigue

unos pasos y me grita.

–¡Esto no se va a quedar así, Fleitas!

Me reúno con Gavilano, en la división de

investigaciones. Gavilano es un policía de

esos que visten de civil con una placa

brillante en el pecho. En principio es un

sujeto muy amable y colaborador.

Conversamos un rato. Me pone al tanto de

las limitaciones de la policía para buscar

personas y felicita la idea de mi

contratación para resolver el caso.

Gavilano me comenta, además, que en el

lugar de la desaparición, lo único que se

encontró fue un porta planos con los

trazos de una antigua construcción del

arquitecto. Me conduce a un depósito y

me muestra el auto de de Cárdenas, que

está calcinado. Según el informe de los

forenses, no hay sangre ni restos

orgánicos. Tampoco han hallado pistas

Page 28: Las Aventuras Del Chico Fleitas (El Tarro de Dorchester)

que prueben que viajaba acompañado por

alguien. Luego Gavilano me ofrece

llevarme al lugar del incidente.

Dice que lo hace de favor, porque le tiene

en estima a la familia, aunque yo sospecho

que de por medio hay algún tipo de

incentivo. Conducimos casi una hora

afuera de la ciudad. Entonces, el teniente

se orilla y me invita a bajar. Caminamos

unos metros adentro del bosque. Mientras,

él me narra lo que cree que ha sucedido.

–El auto volteó repentinamente por acá.

Luego, se descarriló y avanzó todo este

tramo hasta chocar con aquel árbol.

Entonces se incendió.

Yo reviso el tronco rápidamente y no

encuentro huellas de choque.

–¿Se estrelló? –cuestiono con

incredulidad.

Page 29: Las Aventuras Del Chico Fleitas (El Tarro de Dorchester)

–Es lo que deducimos. El auto lo

encontramos al pie de este árbol.

Intento recrear el suceso en mi mente,

pero me resulta difícil; más aún cuando

veo que hay un arbusto intacto que corta

la trayectoria que me indicó Gavilano.

–¿Y por qué tendría que desviarse? –

Pregunto.

–A lo mejor se le atravesó algún animal o

se quedó dormido… qué se yo.

Conozco este bosque. Sé que en él no hay

animales lo suficientemente grandes para

atravesarse por la carretera y causar

accidentes. Por otro lado, pienso en la

hora de lo ocurrido. De Cárdenas

manejaba a medio día e iba a supervisar la

construcción de un puente. Me resulta

difícil creer que se haya quedado dormido

en ese momento. Pero lo marco como algo

posible, aunque poco probable.

Page 30: Las Aventuras Del Chico Fleitas (El Tarro de Dorchester)

Entonces regreso con Gavilano al auto.

Me fijo bien en la carretera. No veo

rastros de los neumáticos en el asfalto.

–Le voy a decir lo que pienso, teniente.

Aquí no ha habido un accidente.

–Entonces, señor detective, ¿qué ocurrió?

–Me pregunta él en son de burla.

***

Gavilano me entrega una copia de los

planos hallados en el auto del arquitecto.

Y como de momento es la única pista que

tengo, paso toda la tarde tratando de

averiguar a qué obra pertenecen.

De momento puedo ver que los dibujos

son de los años 60 y que corresponden a

los primeros trabajos de de Cárdenas. Para

saber más al respecto llamo a la oficina de

registros públicos y les doy el número de

predio. Con eso me responden que se

trata de una vieja casa de dos pisos que

Page 31: Las Aventuras Del Chico Fleitas (El Tarro de Dorchester)

pertenece a un barrio residencial. Como

aún queda luz de día, me pongo en marcha

hacia allá.

No he podido llegar más a tiempo. La

vivienda está siendo demolida. Con ello

queda explicado, en primera instancia, por

qué de Cárdenas portaba los planos: es

posible que los propietarios se los hayan

pedido para poder estudiar las conexiones

con el alcantarillado o los cimientos. Nada

fuera de lo común.

Sin embargo, cuando me voy retirando del

lugar, una vieja curiosidad aviva mi

propósito en aquel barrio: los extraños

símbolos en los acabados de las

construcciones de de Cárdenas.

–¡Un momento, por favor! –me acerco

gritando al que parece ser el capataz de la

tropa de demolición.

–¿Qué quiere usted? –me grita él de muy

mal humor.

Page 32: Las Aventuras Del Chico Fleitas (El Tarro de Dorchester)

–Necesito revisar unos detalles dentro de

la casa –le explico.

–¡No se puede!

–¿Por qué no? Me demoraré sólo un

momento.

–Los revisará cuando hayamos terminado

–concluye y me da la espalda.

De pronto, se escucha taladros neumáticos

a todo motor; poderosos golpes de

martillo sobre cinceles y rugidos de júbilo

de los obreros. Es una orgía de polvo y

piedras que vuelan por el aire. Una pared

cae violentamente a pocos metros de

donde estoy y se levanta una espesa

polvareda. Es mi oportunidad. Enciendo

mi cámara de fotos e ingreso

violentamente a la casa sin que el jefe de

la demolición lo note.

Disparo a discreción. La luz del flash

sobre la atmósfera caótica me hace sentir

como protagonista de una mala película de

acción. Imagino que tengo una

Page 33: Las Aventuras Del Chico Fleitas (El Tarro de Dorchester)

ametralladora grandota en mis manos y

que he entrado a exterminar a todo un

pelotón. Sin embargo, la idea me dura

poco. He divisado a dos obreros atrás de

mí, levantando sus inmensos martillos.

“¡Un intruso!”, alertan. Desesperado, subo

por la escalera y me refugio en el segundo

nivel. No alcanzo a tomar ni dos fotos del

lugar hasta que uno de los trabajadores,

quizá el más fuerte de todos, me encuentra

y me pone a correr. Atravieso todas las

habitaciones de la casa, hasta que por fin

me encuentro en un callejón sin salida. El

demoledor me lanza al suelo, me despoja

de la cámara y, por fin, me arrastra de los

pelos hasta afuera. He sido derrotado.

Bajo la venia del capataz, los dos obreros

del martillo destruyen mi costosa cámara

de fotos. Luego, el jefe, partiéndose de

risa, recoge los pedazos, los mete en una

bolsita negra y me la entrega.

***

Page 34: Las Aventuras Del Chico Fleitas (El Tarro de Dorchester)

Tras su descubrimiento, el tarro de

Dorchester fue fotografiado por varias

revistas científicas y dio la vuelta al

mundo en innumerables exposiciones y

museos. Su aparición causó un sinnúmero

de contradicciones y dudas por parte de

quienes creían que se trataba de un

fraude, puesto que se asemejaba mucho a

un tipo de jarrón hindú de la época. Sin

embargo, las interrogantes no podían ser

ignoradas. De ser un timo ¿Quién tenía la

capacidad de colocar el artefacto dentro

de una roca sedentaria sin partirla? Y si

esto fuese remotamente posible ¿Con qué

finalidad se hizo?

Cuando se pretendió realizar una

investigación profunda para despejar las

dudas, el tarro de Dorchester desapareció

misteriosamente. Sin rastros, el reporte

policial de la época se archivó señalando

que no había ninguna prueba que pudiera

Page 35: Las Aventuras Del Chico Fleitas (El Tarro de Dorchester)

si quiera sugerir que se había perpetrado

un robo.

He regresado a la oficina. Abro la bolsa

negra que contiene los restos de mi

cámara de fotos. Desparramo los

fragmentos sobre la mesa. Guardo una

leve esperanza que se hace realidad: la

memoria SD está intacta, con lo cual aún

puedo cargar las imágenes en mi

computadora.

Está visto que nunca seré un buen

fotógrafo y eso me preocupa porque en mi

trabajo necesito disparar bien aún en las

circunstancias más apremiantes. Más de la

mitad de las fotos son inservibles. Apenas

se ve la luz del flash rebotando sobre el

polvo. Otras imágenes están movidas. Por

último, las pocas fotos buenas son trozos

de paredes que no tienen nada de especial.

Está bien. Tomaré esto como una lección.

Debo ponerme a pensar más bien en las

pistas claves de la desaparición de de

Page 36: Las Aventuras Del Chico Fleitas (El Tarro de Dorchester)

Cárdenas. Vamos a ver: ya he visto que es

poco probable que el arquitecto haya

tenido un accidente. Y, como el cuerpo

aún no aparece, podría deducir que ha sido

secuestrado. ¿Pero qué sentido tiene? Ha

pasado casi un mes desde su desaparición

y nunca se pidió un rescate.

El timbre suena. Como estoy ocupado,

prefiero hablar por el intercomunicador.

–¿Qué desea?

–Guido, soy yo, Karen

¡La pucha…!

–Karen, estoy ocupado, por favor… –le

explico de mala gana, para que me deje en

paz.

–Guido, no me molestes. Déjame entrar.

Necesito hablar contigo.

–No, Karen, mejor no. Tengo que analizar

unas cosas.

Page 37: Las Aventuras Del Chico Fleitas (El Tarro de Dorchester)

–No me importa. Quiéralo o no, estás

trabajando también para mí.

La hago pasar. Karen está bebiendo algo

con un sorbete en un vaso de cartón. No

puedo decir nada más de ella. Sólo

confirmo que le gusta andar ligera de

ropa, lo que está a las antípodas de mí,

que siempre visto camisa y corbata.

Karen se sienta en uno de mis sillones y

cruza las piernas. “No me puedo demorar.

Le he dicho a mi chofer que se estacione

en el centro comercial y piensa que estoy

comprando ropa”, me comenta. A mí se

me ocurre, muy por el contrario, que si esa

es su excusa, el conductor ya se ha hecho

la idea de esperar ahí toda la noche.

“¿Qué has averiguado?”, me pregunta

Karen y le da un sorbo a su bebida.

Entonces, le hago un breve resumen de lo

que he analizado y finalizo diciendo que

creo que el señor de Cárdenas está vivo en

algún sitio.

Page 38: Las Aventuras Del Chico Fleitas (El Tarro de Dorchester)

–¡Ay, Guido! Eres tan lento que deberías

trabajar cuidando tortugas. ¡No, por Dios!

Mejor no. Seguro que se te escapan –

exclama con disgusto.

–Bueno, en la investigación hay que ir

paso a paso para no cometer errores.

–¡Eres irrecuperable! –entonces busca

algo en su bolso y me muestra un recorte

de periódico. Yo lo leo detenidamente

mientras ella me dice “te lo dije” con la

mirada. Se trata de una noticia de un

avistamiento de ovnis el día de la

desaparición del arquitecto.

–¿Y de qué forma me sirve esto?

–¿Me tienes vacilada, no? Ya te dije qué

pasó… ¡A mi padre se lo llevaron los

extraterrestres!

–Extraterrestres… –repito con cansancio.

Suena el timbre nuevamente. Y lo que me

temía: es Antonio y la señora Nora. ¿Qué

hago contigo, Karen? Me vas a meter en

Page 39: Las Aventuras Del Chico Fleitas (El Tarro de Dorchester)

un problema mayúsculo. “Guido,

escóndeme, si se dan cuenta de que me

vine sola me matarán”, me suplica.

“¡Pronto!, métete al baño”, le ordeno.

Ella, por supuesto se queja: “¡Ay…! ¿No

tienes un mejor lugar?” “No, y hazlo

pronto, porque no quiero que esto se

preste para malas interpretaciones”. Ella

se ríe desvergonzadamente. Sin embrago

obedece. Yo abro la puerta.

–Señor Fleitas, ¿cómo está? –Me saluda la

señora Nora con un rostro de

incertidumbre que no cambia.

–Bien, progresando de a pocos –le

contesto.

–Espero que tengas buenas noticias,

Fleitas. Mi madre está tan impaciente que

me rogó que viniéramos a ver los avances

–me comenta Antonio.

–Lamentablemente –y miro

involuntariamente a la puerta del baño–,

no he podido avanzar mucho. Yo hubiera

Page 40: Las Aventuras Del Chico Fleitas (El Tarro de Dorchester)

preferido tener algo en concreto antes de

comunicarme con ustedes –aclaro.

–No importa, señor Fleitas, dígame lo que

tenga, cualquier cosa sirve –me consuela

la mujer.

–Vamos a ver… –me dejo caer sobre el

sillón–. He revisado la escena en la que se

encontró el auto del señor de Cárdenas y

casi he llegado a la conclusión de que no

se trata de ningún accidente. De hecho,

hasta me animaría a decir que el

arquitecto se encuentra vivo en algún

lugar.

Entonces veo que a la señora Nora le

brillan los ojos con ilusión. Esa es una de

las recompensas que gratifican mi trabajo

como detective privado. La otra cara de la

moneda es el rostro de Antonio; un gesto

de eterno fastidio.

–Entonces… ¿Dónde diablos está? –me

pregunta él.

Page 41: Las Aventuras Del Chico Fleitas (El Tarro de Dorchester)

–Bueno… la verdad… no sé… recién

estoy empezando a unir las piezas. He

estado investigando acerca de las obras

del señor de Cárdenas y hay un

paralelismo que me intriga –me animo a

decir entusiasmado por la mirada de la

mujer.

–¿Cuál? –me pregunta Antonio,

abruptamente.

–Sí… bueno… todavía no puedo

comentar nada… son cosas que aún tengo

que investigar más…

–¿Ves? Te lo dije, mamá –interrumpe

Antonio–. Éste no sabe nada aún. Mejor

regresemos a casa y hablemos con

Gavilano.

–Está bien, señor Fleitas. Lo dejaremos

trabajar –se despide la señora Nora–. Pero

antes… ¿Me permite usar el baño?

Entonces miro nuevamente la puerta del

baño e imagino a Karen adentro. Debe

tener las manos cubriendo una risa

Page 42: Las Aventuras Del Chico Fleitas (El Tarro de Dorchester)

delatora. Me apresuro en decir “no, no se

puede” y me pongo a pensar en alguna

excusa contundente. El tiempo se vuelve

muy relativo. Si tuviese un reloj de pared

escucharía un tic tac. Nota mental:

necesito un reloj de pared, uno de esos

grandes que tienen péndulo. Le haría bien

al look de mi oficina…

–¿Por qué no se puede, Fleitas? –me

insiste Antonio.

–Es que el wáter está atorado. Lo siento –

atino a decir accidentadamente.

–¿Atorado? –Me pregunta la mujer como

si no comprendiera el significado de la

palabra.

–¿Qué pasa, Fleitas? ¿Has cagado mucho

y atoraste el wáter? –me reta Antonio,

mientras da unos pasos hacia la puerta del

baño.

–¡Muchísimo! –Contesto con miedo–

¿Conocen la marisquería que queda en la

plaza del malecón? ¡Nunca coman ahí!

Page 43: Las Aventuras Del Chico Fleitas (El Tarro de Dorchester)

Asustados, Antonio y Nora retroceden y

se despiden incómodos. Cierro la puerta y

espero unos minutos. Cuando creo que es

conveniente, abro el baño y Karen salta

encima de mí. “¡Gracias, gracias,

gracias!”, celebra prendida de mi cuello.

Luego me da un beso en la mejilla y se va.

Cierro lentamente la puerta. En el

ambiente, ha quedado un fuerte olor de

perfume de albaricoque.

***

Vuelvo sobre las fotografías de las

paredes; es decir, sólo grietas y pintura

descascarada. Las voy borrando una tras

otra hasta que llego a la última, que es una

jardinera decorada con un mosaico de

mayólicas pequeñitas en forma de tablero

de ajedrez desordenado. Observo un

momento la imagen. No le encuentro

sentido. La borro también. En esta

Page 44: Las Aventuras Del Chico Fleitas (El Tarro de Dorchester)

residencia no hay, pues, un ángel mirando

al cielo, un hombre en un submarino o un

grabado Maya que simbolice algo

sobrenatural. “¡He aquí un camino sin

salida en este laberinto!”, exclamo como

respuesta a las tontas teorías de Karen.

Ahora vamos por lo objetivo.

Se me ocurre hacer una lista de las

ciudades que de Cárdenas suele visitar por

trabajo o placer. Luego, enumero los

hoteles más importantes de cada localidad

y busco sus números de teléfono. Llamaré

a cada uno de ellos, confiando en que

alguno me dé una pista sobre el arquitecto.

Son muchas llamadas. Pero a mal tiempo

buena cara. Por lo menos no tengo que

telefonear al extranjero. Un contacto en

migraciones me ha informado que de

Cárdenas nunca salió del país.

Tres horas después acabo con las llamadas

sin ninguna respuesta positiva. Me siento

como un vendedor de seguros. Y lo que es

Page 45: Las Aventuras Del Chico Fleitas (El Tarro de Dorchester)

peor de todo: aún no puedo concluir nada,

sólo que tendré que hacer otra lista, aún

más extensa que la primera, con las

ciudades que de Cárdenas no frecuenta y

sus hoteles. Calculo que el número de

llamadas fácilmente superará las mil.

Me he despertado de madrugada. Mi lista

de las mil llamadas está a medias y yo

estoy tendido en el sillón del recibidor. La

luz se ha quedado encendida y mis ojos

poco a poco se van adaptando a la

claridad. Frente a mí aparece el vaso de la

bebida que Karen dejó a medio terminar.

Bajo la marca del refresco veo un código

QR que me recuerda a la jardinera de la

casa demolida de de Cárdenas. Me parece

curioso. Pienso que no podría ser posible,

a pesar de la notable semejanza. La casa

fue terminada en la década de los 60 y

entonces apenas estaban disponibles los

escáner de códigos de barra. Por las

Page 46: Las Aventuras Del Chico Fleitas (El Tarro de Dorchester)

dudas, lo he revisado en mi diccionario

enciclopédico.

De todas formas, vuelvo a descargar de mi

cámara la imagen de la jardinera. Sin

mucha fe cargo la fotografía en un

software que reconoce códigos QR. Y,

para sorpresa mía, en el primer intento,

éste me deriva a una dirección en internet

que contiene una serie de números y letras

que no puedo entender a priori.

Entre los edificios veo salir el sol. A la

par, mi cafetera ha empezado a escurrir las

gotas del primer café caliente de la

mañana. Sobre la mesa de mi escritorio las

ideas empiezan a fluir como si hubieran

estado dormidas en mi cabeza mientras yo

funcionaba en modo automático. Tenía

hace un buen tiempo separadas las letras

de los números, pero no es hasta que veo

todo con la luz del día que se me ocurre

que “EWNS” es la abreviatura de Este,

Oeste, Norte y Sur en inglés; con lo que

Page 47: Las Aventuras Del Chico Fleitas (El Tarro de Dorchester)

deduzco que toda la serie refiere a una

posición geográfica.

Busco las coordenadas en un mapa y éstas

me llevan hasta un pequeño pueblo

llamado “Tierra encantada”, un paraje

desértico cerca de la frontera. En internet

busco más información al respecto y

descubro que, supuestamente, en aquel

lugar un ovni chocó con la tierra a

mediados de los años 60. Desde entonces

se han registrado un sinnúmero de

avistamientos en la zona.

¿Cómo relaciono esto con la desaparición

de de Cárdenas? Pues bien, el último

avistamiento importante en aquel pueblo

se produjo el mismo día de la desaparición

del arquitecto. Ya me lo había dicho

Karen.

***

¿Qué es el tarro de Dorchester,

finalmente? Es decir, ¿Para qué pudo

Page 48: Las Aventuras Del Chico Fleitas (El Tarro de Dorchester)

servir este artefacto en una antigüedad

tan remota de 100 mil años? ¿Existía

entonces alguna civilización que lo

emplee como vaso ceremonial, artículo de

decoración o como un simple depósito?

Eso es lo que más me intriga. Si fuese un

fraude, al menos el embaucador se

hubiera tomado la molestia de decir cuál

era su utilidad. Así hubiera hecho su

historia más contundente. Pero nada. Yo

le he dado mil vueltas a la figura del tarro

y, a pesar de los años que llevo

estudiándolo, no veo que sirva para nada

en concreto. Juro que no le encuentro

razón de ser.

Empaco y, sin ningún contratiempo, me

embarco en el primer bus que sale hacia la

frontera, pasando por Tierra encantada. Es

un viaje de unas 14 horas y el tiempo me

sobra para pensar; pensar qué estoy

haciendo, por ejemplo. No puedo evitar

relacionar el caso del arquitecto de

Page 49: Las Aventuras Del Chico Fleitas (El Tarro de Dorchester)

Cárdenas con el tarro de Dorchester; un

objeto enigmático, imposible, en torno al

cual surgen opiniones encontradas. ¿Pero

de qué valen las opiniones si éstas se

opacan con la pregunta cómo y a dónde

fueron a parar?

Bajo del bus en Tierra encantada y

contemplo el pueblo por primera vez. Es

uno de esos lugares que empiezan con una

estación de gasolina y terminan con un

restaurante de carretera. Entre los cactus

se agrupa una docena de casas en la arena

anaranjada. Es como el escenario de una

película de vaqueros; con un almacén, un

bar y un hospedaje; pero también con una

plataforma deportiva, una tienda de

suvenires y un gran cartel que dice:

“Tierra encantada, ciudad estelar”.

En la gasolinera converso con el chico que

atiende. Su nombre es Camino. Yo intento

ser simpático. En broma le pregunto si es

Page 50: Las Aventuras Del Chico Fleitas (El Tarro de Dorchester)

que le pusieron así por nacer al lado de la

carretera. Él se enoja un poco. Me

responde que sus padres son católicos

fervientes y que su nombre refiere a las

enseñanzas de Cristo, las cuales son el

camino a la salvación. Avergonzado,

procedo con lo que vine. Le muestro una

foto que imprimí de de Cárdenas y le

pregunto si lo ha visto por ahí. Camino ve

la foto y cree reconocer a alguien, pero no

está completamente seguro. Entonces me

sugiere que pregunte en el hospedaje, que

ahí me pueden dar más razón. Yo me

despido. Sin embargo, él se apura a sacar

algo entre sus cosas y me muestra un

objeto que se asemeja a un platillo volador

con un grillo barnizado. “¿No quiere

comprar un recuerdo de Tierra

encantada?”. “No, no. Yo sólo vengo por

trabajo”, le aclaro. Él me mira con

desilusión. “Pero este recuerdo es

especial”, insiste. “¡Es el grillo sideral!”.

Page 51: Las Aventuras Del Chico Fleitas (El Tarro de Dorchester)

Cargando mi nuevo “Grillo sideral” entro

al hospedaje y vuelvo a preguntar si es

que han visto a de Cárdenas en el pueblo.

La recepcionista, una mujer anciana y

cansada, no le presta atención a mi

pregunta. “¿Va a rentar una habitación?”.

“No, no, soy detective y vengo por

trabajo”, le contesto. “¡Tenemos un cuarto

disponible con agua caliente!”, persiste.

Yo me pongo de mal humor y saco una

foto del arquitecto. “Sólo quiero saber si

has visto a este sujeto. Está desaparecido

desde hace un mes”. La recepcionista se

queda pensativa. Dice que no puede

decirme con certeza si ha visto a de

Cárdenas, porque en todo ese tiempo ha

atendido a muchas personas. Sin embargo,

me propone que hable con su jefe, a quien

llama a gritos.

El gerente está en el baño y, tras los

alaridos, se asoma con temor, como si

hubiera llegado un puñado de asaltantes.

Entonces me mira. No le parezco gran

Page 52: Las Aventuras Del Chico Fleitas (El Tarro de Dorchester)

cosa. Ahora intenta reponer su autoridad a

la fuerza: “¡Qué quiere usted, que estoy

ocupado!”. La recepcionista no me da

tiempo para contestar: “Este chico viene

preguntando si es que se ha hospedado

aquí un tal de Cárdenas”. El hombre me

mira ahora con maldad. “Perfecto,

Francisca, revisa los archivos mientras yo

le hago un tour por el pueblo”, propone.

Yo le reclamo: “Oiga, pero yo no vengo

de turista, vengo a trabajar”. “Usted va a

tomar su tour y le costará 50 billetes”,

remata.

El gerente me hace montar en su

cuatrimoto. Luego, me da una vuelta por

el pueblo y, cuando parece que ya no hay

nada más que ver, me lleva unos

kilómetros hacia las dunas, al lugar donde

habría impactado el ovni en la década de

los 60. “La nave era Etnoniana y vino de

la galaxia X, que queda a 300 años luz de

nuestro sistema solar. En el planeta Etnión

habitan seres de luz que tienen una

Page 53: Las Aventuras Del Chico Fleitas (El Tarro de Dorchester)

inteligencia 12 veces mayor que la de los

seres humanos”, me advierte y después

me lleva a un cerro y me indica que en

aquel lugar se producen los avistamientos.

“Mire el cielo. Ésta es una carretera de

ovnis. Por aquí los viajeros cósmicos

transitan todas las noches en sus viajes

intergalácticos. Por un módico precio lo

puedo traer otra vez por la noche para que

vea el espectáculo y pueda captar la

energía estelar que desprenden las naves”.

Dada mi incómoda situación, yo decido

permanecer en silencio. Entonces, él me

muestra una piedra que guardaba en su

bolsillo. “Mire usted, éste es un trozo de la

nave espacial que se estrelló en el desierto

hace cincuenta años, ¿no es maravilloso?”

“Maravilloso”, repito con ironía. “...Y va

a ser suyo sólo por 30 billetes”, me

propone (es decir, me compromete). Yo

me disculpo: “Le agradezco, pero no creo

ser la persona indicada para poseer esa

pieza”. “Nada de eso. Si a usted le interesa

Page 54: Las Aventuras Del Chico Fleitas (El Tarro de Dorchester)

la información que solicitó en el

hospedaje, entonces le interesa esta

pieza”, concluye.

De regreso al hospedaje, cansado y con

una insolación del demonio, me

reencuentro con la recepcionista, quien me

da la noticia que estaba esperando: “Sí se

ha registrado un señor de Cárdenas aquí

entre las fechas que me preguntó. Pero

sólo estaba de paso. De repente en la

tienda de recuerdos le pueden decir más.

Parece que allá hizo un amigo”.

Voy por fin a la tienda de suvenires con la

idea de estar enfrascado en toda una

gestión burocrática. Ahí me atiende un

chico de overol rojo. “Buenas tardes,

señor, ¿viene por un recuerdo?”, me

saluda. “No, sólo vengo a hacer unas

preguntas”, le respondo secamente.

Entonces, el muchacho saca un artefacto

extraño de abajo del exhibidor. “¡Mire lo

Page 55: Las Aventuras Del Chico Fleitas (El Tarro de Dorchester)

que tengo aquí!”, me señala con emoción

a donde yo sólo veo un plato roto. “Es una

réplica a escala del ovni que se estrelló en

los 60 y está baratísimo”, continúa. “¡No

vengo a comprar nada, carajo! ¡Sólo

quiero saber si has visto al sujeto de esta

foto!”, le grito con el resentimiento

contenido por todos los habitantes del

pueblo. El chico del overol rojo, entonces,

se queda en silencio y baja la cabeza.

Luce abatido. Me apena. “Está bien, está

bien, ¿Cuánto es?”, repongo. De pronto, él

cambia de ánimo súbitamente, mete el

plato en una bolsa y me comenta que sí

conversó con de Cárdenas: “Él es un gran

aficionado a los ovnis, tuvimos una

agradable charla el día que vino, después

se fue a la frontera. Es todo lo que sé”, me

comenta mientras me cobra el importe.

Así, con mi insolación, mi platillo roto, mi

pedazo de ovni y mi grillo sideral me paro

al costado de la carretera y me dispongo a

tomar el próximo bus hacia la frontera.

Page 56: Las Aventuras Del Chico Fleitas (El Tarro de Dorchester)

***

Nunca había estado antes en la frontera.

Pero trato de reunir el valor para no

dejarme intimidar con sus movimientos.

Lo primero que hago es llamar a los de

Cárdenas para reportar mi avance. Que

vean que estoy trabajando. Antonio no

responde mis llamadas. Entonces, decido

telefonear al número de la casa. Grave

error. Me contesta Karen.

–¡Fleitas! ¿Dónde estás?

–Estoy en la frontera, Karen. Necesito que

le dejes un recado a tu mamá…

–¿Y qué haces allá?

–Bueno… yo… –y pienso en que lo más

sensato es decir la verdad–. Estoy

siguiendo una pista para dar con tu padre.

–¿Pero cómo? ¿Qué has descubierto?

–Nada, Karen, sólo dile a tu mamá que

estoy…

Page 57: Las Aventuras Del Chico Fleitas (El Tarro de Dorchester)

–Espera, no me puedes vacilar de esa

forma. ¡Exijo que me digas qué has

descubierto! –me ordena.

–Está bien. He llegado hasta aquí porque

descubrí una extraña conexión entre los

mensajes ocultos de las obras de tu papá,

las que te comenté y los avistamientos de

ovnis…

–¡Lo sabía! ¡Sabía que yo tenía razón! –

festeja la muchacha.

–Espera Karen, no le comentes nada de

esto ni a tu mamá ni a tu hermano ¡Por

favor! Ellos sólo deben saber que estoy

siguiendo una pista en la frontera y que

mañana los llamaré a esta misma hora.

–Está bien, renegón –me dice entre risas y

cuelga de golpe, lo cual me deja

preocupado.

Mis temores, se materializan en menos de

una hora. Para ese entonces, me había

detenido en un café para analizar una guía

de sitios de interés que podría haber

Page 58: Las Aventuras Del Chico Fleitas (El Tarro de Dorchester)

visitado el arquitecto. Antonio me está

llamando.

–¿Qué demonios haces en la frontera,

Fleitas? ¿Es verdad lo que me dice Karen?

¿Estás persiguiendo marcianos?

–No, Antonio, lo que estoy haciendo…

–¿Y por qué llamas a mi hermana? –Me

interrumpe–. ¿Por qué evitas hablar

conmigo? Me tienes miedo, ¿no es cierto?

–¡No, Antonio! yo quería comunicarme

con usted… lo llamé…

–¡No quiero escuchar tus explicaciones!

Se ve que no tienes ni la más puta idea de

qué va este caso.

–Antonio, escúcheme…

–¡No me interrumpas! ¡Se acabó, Fleitas!

Estás despedido. Eres el detective más

ineficaz del mundo. Piérdete ¡Adiós!

Mi café se enfría. Ha pasado media hora

desde que hablé con Antonio. Junto a mi

lista de sitios de interés, mi mano empieza

Page 59: Las Aventuras Del Chico Fleitas (El Tarro de Dorchester)

a temblar de coraje. Un momento. Cada

persona tiene un límite de paciencia. Y

creo que el hijo de de Cárdenas acaba de

sobrepasar ese límite. Es hora de poner

orden aquí. Busco un teléfono público y

llamo a Antonio, esperando que no

reconozca el número y no me evite.

–¿Aló?

–¡Escúchame, putito malcriado! Puedo ser

joven, puedo equivocarme y puedo decir

cosas que no suenan coherentes; pero

nunca he dejado de lado un problema y no

voy a empezar a hacerlo por un

engreimiento tuyo. Así que, te guste o no,

voy a encontrar a tu papá. Y, aunque no

me pagues la otra mitad de lo pactado, me

encargaré de hacerme presente con mis

conclusiones sólo por el placer de verte

tragar tus pequeñas y basurientas palabras.

Y cuelgo sin esperar que me responda. Me

siento liberado. Ha nacido un nuevo

Page 60: Las Aventuras Del Chico Fleitas (El Tarro de Dorchester)

Guido Fleitas, un detective privado

valeroso, con el temple necesario para

poner en su lugar a cualquier

aprovechado. ¡Soy el jefe de la situación!

Sin embargo, mi súper yo se va

desinflando cuando pienso en la señora

Nora y lo mal que le debe caer la noticia

de mi arrebato. A lo mejor no debí decirle

nada a Antonio; después de todo, quien

estaba contando conmigo era ella y no su

hijo. Pienso en esto un rato y casi me dan

ganas de llamar y pedir disculpas. Sin

embargo, me detiene otro pensamiento:

quizá deba esperar a tener noticias sobre

de Cárdenas. Esa será la mejor manera de

reconciliarme con Nora.

***

Karen me ha estado llamando toda la

mañana. Yo no he querido responderle

para evitar problemas. He preferido

dedicar el día a visitar todos los sitios de

Page 61: Las Aventuras Del Chico Fleitas (El Tarro de Dorchester)

interés que estaban en mi lista. Pero no he

tenido éxito. En ninguno de esos lugares

han visto al arquitecto.

Estoy casi convencido de que de Cárdenas

está en la ciudad. Todas las pistas apuntan

a eso, aunque no encuentro ni una pizca

de lógica en el caso. Es como si en un

viaje decidiera tomar tantos atajos como

me fuese posible; de modo que, llegando a

mi destino, no podría explicar cómo

llegué hasta ahí, pues del camino principal

quedarían muchos tramos vacíos, espacios

misteriosos que, de momento, sólo puedo

cubrir con hipótesis.

Primera hipótesis: de Cárdenas ha

decidido desaparecer por voluntad propia.

¿Y con qué motivo? Supongamos que de

Cárdenas ha querido escapar de algo. Si es

así ¿lo vendría planeando durante tantas

décadas como para dejar pistas en sus

obras?

Page 62: Las Aventuras Del Chico Fleitas (El Tarro de Dorchester)

Segunda hipótesis: hagámosle caso al

buen Gavilano. De cárdenas tuvo un

accidente en su auto. Pero de ser así ¿por

qué su cuerpo no se encontró en el auto?

Supongamos que el arquitecto hubiese

sobrevivido al accidente y que esté vivo.

De ser así ¿por qué no se quedó al costado

de la carretera para pedir ayuda? Y si

hubiera muerto afuera del auto a causa del

accidente ¿por qué tengo el testimonio de

las personas que lo vieron en Tierra

encantada?

Veo las llamadas perdidas de Karen en mi

celular y recuerdo su juego del laberinto,

cuando llegué a la meta por un camino

distinto al que ella había trazado. Pienso

que algo parecido ha ocurrido aquí. Si no

hubiera tomado una dirección alternativa,

creyendo que hay una relación

sobrenatural entre los mensajes de las

obras y el actual paradero del arquitecto,

no tendría una salida frente a mí. Esa es la

Page 63: Las Aventuras Del Chico Fleitas (El Tarro de Dorchester)

clave. En realidad, en un laberinto no

importa qué camino tomes, importa que

llegues a la meta.

Animado por esta idea, desarrollo un

nuevo plan. Me paro en un punto

estratégico de cada vía principal de la

ciudad y vigilo a la gente durante horas.

Entre avenida y avenida contemplo las

faenas completas que realiza cada tipo de

persona. Así, desde un punto muerto en

una calle veo gente que entra en el banco,

va de compras y toma un taxi con un

destino desconocido. Frente a la iglesia de

la Plaza Mayor las cosas son distintas. Las

personas salen de misa, compran un

periódico o algún confite y se sientan en

las bancas a leer o a conversar durante

varios minutos. Con el tiempo, empiezo a

ver más de una vez a las mismas personas

pero en diferentes avenidas. Yo les pongo

nombres para diferenciarlos; Teresa,

Manuel, Mariana, Carlos… Después,

Page 64: Las Aventuras Del Chico Fleitas (El Tarro de Dorchester)

imagino sus vidas y empiezo a inventarles

historias; como la de una tal Irene, una

mujer de cincuenta años que necesita ir al

salón de belleza porque esta noche va a

encontrarse con su joven amante; como la

de Ricardo, que compra un puro y lo fuma

desconsolado, pensando que el negocio

familiar que él maneja se está yendo a la

quiebra.

Poco a poco voy conociendo la ciudad por

los movimientos de su gente. Y, en unos

cuantos días, ya tengo más o menos

agrupados a sus habitantes. Sé quiénes son

los oficinistas, las amas de casa, los

ancianos de los cafés, los jóvenes artistas,

los intelectuales, los obreros, los

estudiantes y otros. Sé, también, qué sitios

frecuentan. De esa forma, si consigo

encajar el perfil de de Cárdenas en uno de

esos grupos, tendré una lista corta de

lugares en los que lo puedo encontrar.

Así, pues, una noche llego a la puerta del

bar Bohemia. Y ahí, por fin lo veo con

Page 65: Las Aventuras Del Chico Fleitas (El Tarro de Dorchester)

mis propios ojos. Resulta inconfundible su

porte de intelectual antiguo y sus bigotes

de Stalin. Cruzamos miradas. Entonces sé

que no hay error. Yo lo reconozco y él

también parece reconocerme de una forma

que no puede explicar. Lo sigo a la barra.

Me pregunta: “¿No eres de por acá,

verdad?” “No, igual que usted”, le

respondo. De Cárdenas se pone pálido.

Miro al cantinero y le hago una señal. Dos

cervezas, por favor.

***

–Me llamo Guido Fleitas. Soy el detective

privado que su familia contrató para

buscarlo –me presento.

De Cárdenas se siente fastidiado,

descubierto. Me mira con desconfianza.

Tiene un tic que no podía imaginar. Es

como un giño en el ojo izquierdo, como si

se le hubiera metido una basurita.

Page 66: Las Aventuras Del Chico Fleitas (El Tarro de Dorchester)

–¿Y qué sabes de mí? –me dice mientras

le da un sorbo a su cerveza. La espuma

burbujea en sus bigotes.

–Sé que está aquí.

–¿Pero cómo? ¿Cómo has llegado hasta

aquí? Es imposible que alguien sepa de

este lugar en esta ciudad… –se irrita.

–Seguí las pistas que usted dejó en sus

obras.

–No te entiendo, chico. ¡Háblame claro!

–Sus obras tienen mensajes ocultos. Junté

todas esas referencias, incluyendo el

código QR de la jardinera de la casa que

se demolió la semana pasada. Eso me dio

una coordenada y di con Tierra encantada.

¡Ahí todos me hablaron de usted!

–¿Qué código QR? ¿De qué me hablas?

–Ay, no se haga el tonto, ¡el código que

estaba oculto en la jardinera! Usted lo

dejó adrede.

–Fleitas, te juro que no sé de puta me

hablas.

Page 67: Las Aventuras Del Chico Fleitas (El Tarro de Dorchester)

Nos quedamos callados un momento. Me

termino mi primer vaso de cerveza y pido

otro.

–Para ser sincero, yo tampoco sé muy bien

de qué hablo –me disculpo–. Pero sea

como sea, ya di con su paradero. Ahora

me va a acompañar a la capital. Su familia

lo espera.

–No, no… no puedo regresar.

–Salvo que me dé una buena excusa, sólo

me basta hacer una llamada para que su

familia tome el primer avión a esta ciudad.

De Cárdenas respira profundamente.

Puedo adivinar que se siente acorralado.

Su ojo izquierdo empieza a parpadear y

apura otro trago.

–Estoy en la quiebra, ¡En la maldita

quiebra!

–¿Y cómo es posible?

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–¡Coño, no sabes nada! ¿Cómo has

llegado hasta acá sin saberlo?

–No sé, la verdad. Creo que tomé otro

camino.

De Cárdenas se echa a reír.

–¡Igual que yo! Mira, te lo voy a contar

todo. Pero tendrás que hacer uso de tu

secreto profesional.

–Adelante –respondo pensando en que ha

llegado el momento de poner luz a toda la

oscuridad por donde caminé.

–Hace algunos años conocí a una bailarina

con la cual mantuve una relación. No me

preguntes por qué ni cosas sin sentido.

Los matrimonios se oxidan. Es algo

normal. En fin… la bailarina me prometió

muchas cosas; que escape con ella a otro

país, que empecemos una nueva vida en el

anonimato. Así que empezamos a tramar

nuestra huida. El plan era muy simple. Un

día, camino al trabajo, iba a descarrilar mi

Page 69: Las Aventuras Del Chico Fleitas (El Tarro de Dorchester)

auto a propósito. Le prendería fuego para

despistar a la policía y así hacerles creer

que morí en un accidente.

–Ése fue el día del avistamiento de los

ovnis.

–Así es. Y como soy ufólogo, no pude

evitar pasar por Tierra encantada, que es

uno de esos sitios que me gusta visitar

secretamente. Ahí pasé una noche antes de

venir para acá, a la frontera. La bailarina

me estaba esperando para cruzar al otro

lado.

–¿Y qué ocurrió luego? ¿Le robaron?

–Sí, pero no. Es decir, me robaron, pero

antes de lo que creí. Como sabía que me

iban a buscar, temía que me encuentren

tan pronto hiciera un retiro del banco. Así

que antes de mi desaparición, le hice una

transferencia bancaria a la bailarina. Y ahí

es donde se fastidió todo. Llegué aquí y

no la encontré. La busqué, la llamé y

nunca más supe de ella. Desapareció con

mi dinero.

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–Entiendo.

–¡Y, coño, fue perfecto! Porque en mi

situación no puedo ponerle ninguna

denuncia sin obligarme a descubrir mi

infidelidad. Me jodió, Fleitas, me jodió…

–¿Y por qué dejó el rastro en sus obras?

–¡Ah! Yo no sé por qué insistes tanto con

eso. Desde joven he creído que existe vida

en otros mundos. Y de ahí no es muy

difícil entusiasmarse con la evidencia que

nos dejaron los extraterrestres en la

antigüedad. Eso lo quise plasmar en mis

obras, como algo lúdico. Pero nada más.

Nunca se me ocurrió que eso podría

acabar siendo una pista para dar con mi

paradero.

–Entonces se puede decir que lo encontré

de casualidad.

–Por pura casualidad. Porque no se me

ocurrió que se tomaría la molestia de

investigar el código de la jardinera.

Porque pensé que esa casa la demolerían

antes. Porque pasé por Tierra encantada

Page 71: Las Aventuras Del Chico Fleitas (El Tarro de Dorchester)

sin haberlo planeado. Usted se aprovecho

de todas esas incidencias y tomó un atajo.

Eso es raro porque otro detective quizá se

hubiera puesto a investigar mis cuentas

bancarias y de repente por ahí hubiera

intentado deducir algo. Pero ese era el

camino más obvio y, por tanto, en el que

más pensé. Lo felicito.

–¿Por qué? ¿Por aprovecharme de una

casualidad?

–Por encontrarme. Sinceramente, en lo

que va de este mes pensé que ya nadie

nunca me ubicaría y que debía resignarme

a empezar una nueva vida acá. Pero usted

ha cambiado todo el panorama.

–¿Ah sí? –Digo sin entender.

–Sí porque, ahora que lo pienso, el modo

en el que usted ha resuelto este caso me

resulta muy conveniente para ocultar mi

infidelidad.

–¿Ah, sí? –Repito.

–Sí. Usted va a ser mi cómplice y validará

mi versión. Entonces, yo podré regresar a

Page 72: Las Aventuras Del Chico Fleitas (El Tarro de Dorchester)

casa, mi familia estará contenta, usted

cobrará lo que le deben y caso cerrado.

–¿Ah, sí? –Repito.

–Diremos que he sido abducido. ¡Así todo

tendrá lógica! –me dice de Cárdenas con

emoción.

–¡Oiga, no me tome el pelo! –protesto.

–No se lo estoy tomando Fleitas. Piénselo,

toda su investigación apunta a eso, aunque

no sea verdad. Pero a nadie le importará

porque, a pesar de todo, ha conseguido

encontrarme. Además, así podríamos

justificar todos esos mensajes que puse en

mis obras y éstas se revalorarán. ¡Usted es

un genio, Fleitas!

Por mi bien decido permanecer callado.

De Cárdenas, al contrario, ensaya una risa

malévola que combina a la perfección con

sus gruesos bigotes. Entre trago y trago, se

va poniendo cada vez más colorado. Al

verlo risueño y feliz, concluyo que

colaboraré. De todas formas mi honor ya

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está lo suficientemente manchado como

para preocuparme por pequeñeces.

–Quién sabe, chico. Quizá más adelante lo

contrate para que busque a la bailarina y

me devuelva mi dinero –me propone con

astucia.

***

Y así es cómo un objeto fuera de lugar se

hace un espacio.

El tarro de Dorchester ahora sólo es una

idea. Si acaso alguien puede dar fe de él,

es como mito o leyenda; algo tan cierto y

probable como el Arca de la Alianza o el

Santo Grial. No es objeto de estudio

científico. No más. Desaparecido el

cuerpo del delito, no hay verdades; sólo

misterio y especulaciones.

Lo mismo ocurrió con el caso De

Cárdenas. En su ausencia teníamos las

conjeturas, las especulaciones, las

Page 74: Las Aventuras Del Chico Fleitas (El Tarro de Dorchester)

hipótesis; en su presencia, sólo la

realidad pura y dura. Pero si este caso

hubiera sido un laberinto que empezamos

al revés, desde la meta hacia la partida,

¿No tendría el que lo resuelve el derecho

de reescribir las leyes que le dan solución

al problema?

De Cárdenas y yo hemos regresado a la

capital. Él ha preferido llegar de sorpresa

y explicarle a su familia lo que según él

ocurrió. “Iba conduciendo al trabajo

cuando una fuerte luz me cegó y perdí la

conciencia. Cuando desperté estaba en un

laboratorio donde me examinaban seres de

otro mundo”, cuenta. Para mi fortuna, me

deja como un héroe. Supuestamente, yo lo

encontré semanas después, desnudo en el

desierto. Me muerdo la lengua mientras

escucho aquella distorsionada versión de

los hechos. Contemplo a la señora Nora.

Estoy seguro de que le importa un comino

que su marido le hable de extraterrestres.

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Sin embargo, le sonríe. Se ve que no cabe

en su alegría. Por otro lado, Karen mastica

un chicle y me coquetea con la mirada.

Antonio me observa con disgusto e

incomodidad.

De Cárdenas le pide a su mujer la

chequera y con gusto me firma un cheque

por una suma que me dará la tranquilidad

de no trabajar por todo un año. Antonio se

queja. Dice que es demasiado. Entonces

les recuerda a todos que me he portado

mal con él y que me había despedido.

–¡Con mayor razón! –exclama De

Cárdenas–. Si no ha trabajado por dinero y

lo ha hecho sólo por vocación, merece

doble pago.

–¡Recuerda que ese dinero es de mamá! –

insiste Antonio.

Yo recibo el cheque y estrecho las manos

de todos los presentes. No me detengo a

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pensar en lo absurdo del caso. Quiero

creer que todo está bien, que al final la

familia lo merece. A lo mejor un error del

arquitecto no amerita ni los reclamos ni el

sufrimiento. A lo mejor él ya aprendió su

lección. Qué se yo. Como detective no

debo meterme en los asuntos personales

de mis clientes. Como Robert me decía:

“Un mecánico no se pregunta por qué

debe arreglar un auto, sólo lo repara”.

Mi trabajo ha terminado. Salgo de la casa

de los de Cárdenas y veo que el sol brilla

radiante entre las enredaderas del jardín.

Afuera me espera un auto. La familia ha

dispuesto de un chofer para que me lleve

de regreso a mi oficina. Entro por la

puerta de atrás. El conductor enciende el

motor. En ese mismo momento, la puerta

del otro lado se abre y entra Karen. Sin

decir nada, cierra la ventana que comunica

el habitáculo con el asiento del chofer y,

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en esa confusión, me da un tierno y

apasionado beso.

Esta es una de las 4 historias que componen

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