lubicz milosz antologia y otros poemas

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Una rosa... Una rosa para la dulce, un soneto para el amigo, El latido de mi corazón para guiar el ritmo de las rondas; El hastío para mí, el vino de los reyes para mi hastío, Mi orgullo para la vanidad de todo el mundo, ¡Oh, noble noche de fiesta en el palacio de mi vida! Y la dolora, para mi secreto, en la lejanía Del toronjil, y de la ruda, y del romero... El rubí de una risa en el oro de los cabellos, para ella. El ópalo de un suspiro, en el claro de la luna, para él; Un nido de armiño para el cuervo del blasón; Para la mueca de mis antepasados mi forma que titubea De ilusiones y de vinos en los espejos color de lluvia, De las ruecas que tejen el traje de los moribundos. Una sonrisa y una daga para el más discreto; Para la cruz del blasón, una palabra piadosa. El cántaro más ancho para la sed de las añoranzas, Una puerta de vidrio para los ojos de las curiosas. Y para mi secreto, la lejanía desolada De las viejas que tiritan en el umbral de los mausoleos.

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De: Fabril Editora y otros poemas recopilados

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  • Una rosa...

    Una rosa para la dulce, un soneto para el amigo,

    El latido de mi corazn para guiar el ritmo de las rondas;

    El hasto para m, el vino de los reyes para mi hasto,

    Mi orgullo para la vanidad de todo el mundo,

    Oh, noble noche de fiesta en el palacio de mi vida!

    Y la dolora, para mi secreto, en la lejana

    Del toronjil, y de la ruda, y del romero...

    El rub de una risa en el oro de los cabellos, para ella.

    El palo de un suspiro, en el claro de la luna, para l;

    Un nido de armio para el cuervo del blasn;

    Para la mueca de mis antepasados mi forma que titubea

    De ilusiones y de vinos en los espejos color de lluvia,

    De las ruecas que tejen el traje de los moribundos.

    Una sonrisa y una daga para el ms discreto;

    Para la cruz del blasn, una palabra piadosa.

    El cntaro ms ancho para la sed de las aoranzas,

    Una puerta de vidrio para los ojos de las curiosas.

    Y para mi secreto, la lejana desolada

    De las viejas que tiritan en el umbral de los mausoleos.

  • Mi saludo para la reverencia de la extranjera,

    Mi mano dada a besar para la confidente,

    Un tonel de ginebra para la alegre miseria

    De los sepultureros; para el obispo reluciente

    Diez monedas de oro por cada palabra de la plegaria

    Y para el fin de mi secreto

    Un gran sueo de pobre en un fretro dorado.

    (Traduccin: Augusto DHalmar)

    El viejo da

    El viejo da sin meta quiere que vivamos

    Y que lloremos y nos empapemos con su lluvia y su viento.

    Por qu no quiere dormir siempre en el albergue de las

    noches

    El da que amenaza las horas con su palo de mendigo?

    Tibia es la luz en los dormitorios del hospital de la vida;

    Queridos pensamientos forman el paciente blancor de los

    muros.

    Y la piedad que ve que la dicha se aburre

  • Hace nevar el cielo vaco sobre los pobres pjaros heridos.

    No despiertes la lmpara, el crepsculo es nuestro amigo,

    Nunca viene sin traernos un poco de buen viejo tiempo.

    Si lo echases de nuestra habitacin, la lluvia y el viento

    Se burlaran de su triste manto gris.

    Por cierto, ah, si existe dulzura aqu abajo

    Slo puede estar en los viejos cementerios graves y buenos

    Donde ya no dice s la debilidad, donde el orgullo ya no dice no,

    Donde la esperanza no atormenta ms a los hombres cansados.

    Por cierto, ah, all, bajo las cruces, cerca del mar indiferente

    Que slo piensa en el tiempo pasado, los que buscan

    Hallarn por fin sus almas de sonrisas ansiosas por la espera

    Y los seguros consuelos de las noches mejores.

    Echa al fuego este alcohol, cierra bien la puerta,

    Hay en m pecho seres abandonados que tiritan de fro.

    Se dira realmente que toda la msica est muerta

    Y las horas son tan largas.

    No, no quiero verte ms como mi amiga:

    Slo debes ser algo, creme, sumamente grato,

    Humo en el techo de una choza, en el ocaso:

  • Tienes el rostro de la buena jornada de tu vida.

    Posa tu dulce cabeza otoal en mis rodillas, cuntame

    Que hay un gran navo, muy solo, muy solo, mar adentro;

    No olvides decirme que sus luces tienen fro

    Y que sus ropajes de tela le dan risa al invierno.

    Hblame de los amigos muertos desde hace largo tiempo.

    Duermen en tumbas que no veremos nunca jams,

    All muy lejos, en un pas color de silencio y de tiempo.

    Si volviesen, cmo sabramos amarlos!

    En la taberna junto al ro hay viejos hurfanos

    Que cantan porque el silencio de sus almas les da miedo.

    De pie en el umbral de oro de la casa de las horas

    La sombra hace el signo de la cruz sobre el vino y el pan.

    En un pas de infancia...

    En un pas de infancia vuelta a encontrar, llorando,

    En una ciudad de latidos de corazones muertos,

    (Arrullador estrpito de vuelos que comienzan

    De aleteos de los pjaros de la muerte,

  • Chapotear de alas negras en el agua de muerte).

    En un pasado fuera del tiempo, enfermo de encanto,

    Los queridos ojos de luto del amor arden an

    Con suave fuego de mineral rojizo, con triste encanto;

    En un pas de infancia vuelta a encontrar, llorando...

    -Pero sobre el vaco de todo llueve el da.

    Por qu, por qu me sonreste en la luz vieja

    Y por qu y cmo me reconociste,

    Extraa joven de arcanglicos prpados,

    De risueos, azulados, suspirantes prpados,

    Hiedra de noche de esto en la luna de las piedras;

    Y por qu y cmo, sin haber conocido nunca

    Ni mi cara, ni mi duelo, ni la miseria

    De los das, me reconociste tan repentinamente

    Tibia, musical, brumosa, plida, querible,

    Por quien morir en la noche grande de tus prpados?

    -Pero sobre el vaco de todo llueve el da.

    Qu palabras, qu msicas terriblemente viejas

    Con tu presencia irreal tiemblan en m,

    Paloma obscura de los das lejos, tibia, bella,

  • Qu ecos de msicas en el sueo?

    Debajo de qu frondas de soledad muy vieja,

    En qu silencio, en qu meloda, en qu

    Voz de nio enfermo volver a hallarte, oh bella,

    Oh casta, oh msica oda en sueos?

    -Pero sobre el vaco de todo llueve el da.

    Los terrenos baldos

    Cmo llegaste a m, t, tan humilde, tan doliente? Ya no lo s.

    Sin duda como el pensamiento de la muerte, con la vida misma.

    Pero, de mi cenicienta Lituania a las gargantas infernales del

    Rummel,

    De Bow-Street al Marais y de la infancia a la vejez,

    Amo (como amo a los hombres, con un viejo amor

    Gastado por la compasin, el enojo y la soledad) esos

    terrenos olvidados

    Donde crece, muy despacio aqu y all muy rpido,

    Como los nios blancos en las calles sin sol, una hierba

    De ciudad, fra y sucia, sin sueo, como la idea fija,

  • Trada por el viento del cementerio, quizs

    En uno de esos bultos de tela negra, lisa y lustrosa, almohadas

    De las viejas durmientes de los muelles, en los terribles ocasos.

    De toda mi juventud consumida en el sur

    Y en el norte, retuve esto sobre todo: mi alma

    Est enferma, de paso, como la hierba sedienta de los muros,

    Y la olvidaron, y la dejaron aqu.

    S de uno al que da sombra un cedro del Lbano. Vestigio

    De algn hermoso jardn del amor virginal. Y yo s que el

    arbol santo

    Fue plantado all, antao, en su tiempo justo, a fin

    De dar testimonio; y el juramento cay en la muda eternidad,

    Y el hombre y la mujer sin nombre estn muertos, y su amor

    Est muerto, y quin se acuerda acaso? Quin? T, quizs,

    T, triste, triste ruido de la lluvia sobre la lluvia,

    O t, alma ma. Pero pronto olvidars eso y el resto.

    Y ese otro donde el fuerte viento, la lluvia y la niebla tienen su

    iglesia.

    Cuando llegaba el invierno de los suburbios; cuando la barcaza

    Viajaba en la bruma de Francia, qu grato me era,

  • San Julin el Pobre, pasearme

    Por tu jardn! Yo viva en la disipacin

    Ms amarga; pero ya el corazn de la tierra

    Me atraa; y yo saba que late no debajo del rosal

    Mimado, sino all donde crece mi hermana la ortiga,

    obscura, abandonada.

    As pues, si quieres serme agradable despus! lejos de aqu! T

    Susurrante, desbordante de flores resucitadas, t, jardn

    En el que toda soledad tendr un rostro y un nombre

    Y ser una esposa,

    Reserva al pie del muro cubierto de musgo cuyas rajaduras

    Dejan ver la ciudad Ariel en los castos vapores,

    Para mi amor amargo un rincn amigo del fro y del moho

    Y del silencio; y cuando la virgen de pechos de Tumm y de Urm

    Me tome de la mano y me lleve all, que los tristes terrestres

    Recuerden otra vez, me reconozcan, me saluden: el cardo y la alta

    Ortiga, y la enemiga de infancia belladona.

    Ellos saben, saben.

  • El puente

    Las hojas secas caen en el aire dormido.

    Mira, corazn mo, lo que el otoo le ha hecho a tu isla querida:

    Qu plida est! Qu hurfana de corazn tranquilo!

    Suenan las campanas, suenan en San Luis de la Isla

    Para la fucsia muerta del ama de la barcaza.

    Con la cabeza gacha dos viejos caballos muy humildes,

    soolientos toman su ltimo bao.

    Un perrazo negro ladra y amenaza de lejos.

    En el puente slo estamos yo y mi nia:

    Vestido desteido, hombros endebles, rostro blanco,

    Un ramo de flores en las manos

    Oh mi nia! Ese tiempo que viene!

    Para ellos! Para nosotros! Oh mi nia!

    Ese tiempo que viene!

  • Medioda

    Tindete, hazme caso, bajo algn

    [alegre rbol

    Bien nutrido, con barbas de musgo

    [y vestido de verano.

    Tu doloroso sueo,

    No ha huido con tu sueo

    [de belleza?

    Tindete, hazme caso, cantor por

    [la salud vencido,

    Bajo cualquier rbol sin msica

    [ni pensamiento,

    Suea en el vaco de la

    [malgastada nostalgia

    Y sonre sin rencor a lo que

    [te ha abandonado. [...]

    Y sobre todo que

    Y sobre todo que Maana no sepa dnde estoy

    Los bosques, oh los bosques llenos de ballas negras

  • Tu voz es un sonido de luna en el aljibe

    Donde el eco de junio ha venido a beber.

    Y que nadie pronuncie all mi nombre en sueos,

    Los tiempos, oh los tiempos sin error se han cumplido.

    Como un rbol que, joven, sufre la savia nueva

    Es tu blancura en una veste sin uso.

    Y que las zarzas se cierren tras de nosotros,

    Porque yo temo, temo regresar.

    Las grandes flores blancas te rozan las rodillas

    Y la sombra, oh la sombra, plida est de amor.

    Y no digas al agua del bosque quin soy yo;

    El nombre mo, oh el nombre mo, ha muerto.

    Tus ojos tienen el color de las jvenes lluvias,

    De las jvenes lluvias en el lago dormido.

    Nada cuentes al viento del viejo cementerio.

    Bien pudiera ordenarme que lo siga.

    Y tus cabellos huelen a esto, a tierra, a luna.

    Es preciso vivir, vivir, slo vivir...

    (Les sept solitudes,1906.)

  • LA EXTRANJERA

    Yo nada s de tu pasado. Has debido soarlo.

    S, has debido soarlo, de seguro.

    Solo vislumbro tu rostro en la irisacin griscea de la lluvia.

    Noviembre sepulta el paisaje. Y mi vida.

    Nada s y nada quiero saber de tu pasado.

    Tus ojos me hablan de brumosas ciudades ltimas

    que no he de ver jams

    y cuyos nombres jams oir en tu voz.

    Noviembre cae sobre mi alma. Y tambin sobre

    la llanura.

    Yo te veo, oh desconocida, a travs de un tiempo

    Otro.

    Son cosas, desde hace mucho muertas

    irremediablemente muertas!

    msicas sofocadas, ajadas lujurias.

    Podra asegurar que noviembre aguarda tras la puerta.

    Veo adems vivir en tu pecho aquello que tu corazn olvida.

    Lejos, muy lejos de aqu est tu alma. Tu alma extranjera

  • es una noche de bruma,

    de bruma y de llovizna sucia sobre los arrabales,

    donde la vida tiene el color fro de la tierra,

    donde hay hombres que morirn sin haber conocido el amor.

    T ya me has encontrado en otro tiempo,

    recuerdas?

    S, en un tiempo Otro, tristemente Otro,

    en el pas de los viejos libros y de las msicas antiguas,

    en el azul crepsculo de una mansin tranquila

    con ventanas letrgicas.

    El fantasma de los vocablos que ya no recuerdas

    o que quiz no pronunciaste

    da a tu distante presencia un sentido demasiado singular.

    Yo descifro en el libro de tu silencio

    tu historia muerta para siempre, an para ti.

    Mi desvada razn es slo un anhelo de lucidez,

    un da de sol antiguo

    sobre el sendero donde tu dicha se encontr con

    tu dolor.

    Quiz todo esto no ha ocurrido jams,

  • pero si yo te lo afirmase, t te moriras de espanto.

    Es cosa triste como da de invierno en los suburbios

    donde transita la muerte de la ciudad,

    como enfermedad y desconsuelo en una casa de prostitucin,

    como un ruido de pasos en una morada extraa,

    como el vocablo antao cuando cae la sombra sobre el mar.

    Nada quiero saber de tu pasado. Veo extinguirse el da,

    el ltimo da sobre tu rostro, sobre tus manos.

    Djame ignorar dulcemente los senderos

    donde supo el azar conducirte hasta m.

    Encuentro otra vez en tus ojos realidades de sueos,

    de sueos soados en un ya viejo tiempo

    y visiones abiertas al sol de la vida.

    En la penumbra envenenada de la lluvia

    dirase que una eternidad concluye.

    Yo reconozco en ti a seres misteriosos,

    a viajeros con rumbo secreto

    encontrados otrora en la bruma de las estaciones

    donde todos los ruidos adquieren inflexiones de adioses.

    Te vuelves otras veces para m una atmsfera de feria

  • con sus luces lloronas y sus relentes

    de enmohecimiento y vicio;

    con su miseria y con el gozo enfermizo de sus msicas.

    Recuerdos de nostlgicos garitos

    mezclnse entonces al caos de mi enervamiento.

    Si yo intentase salir, si solamente cerrase tras de

    m la puerta,

    d, qu haras?

    Seria tal vez como si tus ojos no me hubiesen

    conocido jams.

    El ruido de mis pasos morira sin eco en la calle

    y nicamente podra advertir la noche en tus ventanas.

    Es como si debieses abandonarme hoy,

    en un de pronto y para siempre,

    sin soar en decirme de dnde vienes ni adnde vas.

    Llueve sobre los grandes jardines desnudos;

    mi alma est aterida;

    noviembre sepulta el paisaje. Y mi vida.

  • LOFOTEN

    Los muertos estn ebrios de lluvia antigua y sucia

    all en el cementerio extrao de Lofoten.

    El reloj del deshielo tabletea lejano

    entre los atades srdidos de Lofoten.

    Y gracias a las fosas que el entretiempo ahueca,

    con fra carne humana los cuervos se han cebado,

    y gracias al delgado viento con voz de nio,

    dulce para los muertos es el sueo de Lofoten.

    Ya no ver jams, jams sin duda,

    ni la mar ni las tumbas de Lofoten,

    y sin embargo hay algo en m que me hace amar

    ese rincn extremo y toda su congoja.

    Suicidas, alejados y desaparecidos

    del cementerio extrao de Lofoten

    -qu raro y dulce suena su nombre en mi odo!-decidme si es

    verdad que all, que all dorms.

    Bien podras contarme cosas ms ocurrentes,

    clarete que rebasas en mi copa de plata;

  • historias ms amables o menos alocadas

    y dejarme tranquilo con tu eterno Lofoten.

    Que est haciendo buen tiempo y suave se desliza

    en el hogar la voz del mes ms melanclico.

    Ah, los muertos, los muertos, aun los de Lofoten,

    los muertos, en el fondo, lo estn menos que yo!

    CUANDO ELLA LLEGUE...

    Cuando ella llegue, habr gris o verde en sus

    ojos,

    verde o gris en el ro?

    La hora ser nueva en este porvenir tan viejo,

    nueva pero tan poco novedosa...

    Antiguas horas en las que se ha dicho todo, visto

    todo, soado todo:

    no os imaginis como os compadezco...!

    Habr entonces otro hoy y ruidos de ciudad

    tal como los de hoy y siempre - duras

  • experiencias! -,

    y olores - segn la estacin - de septiembre o

    de abril.

    Y un falso cielo, y nubes sobre el ro.

    Y palabras - segn la ocasin- alegres o

    sollozantes

    bajo cielos que se regocijan o que llueven,

    porque nosotros habremos vivido y simulado

    - ay! - tanto y tanto

    cuando ella llegue con sus ojos de lluvia sobre el ro!

    Y habr tambin (voz del hasto, risa de la impotencia)

    el viejo, el estril, el seco momento presente,

    pulsacin de una eternidad hermana del silencio;

    el momento presente, tal como este momento.

    Ayer, hace diez aos, hoy, dentro de un mes,

    horribles expresiones, pensamientos muertos, pero,

    que importa!

    Bebe, duerme, muere, es preciso librarse de s mismo

    de una u otra manera ...

  • INSOMNIO

    Digo: mi madre, y es en ti en quien pienso, oh Casa!

    Casa de los bellos estos, obscuros de ni niez, en ti,

    Que jams censuraste mi melancola, en ti.

    Que sabias tan bien ocultarme a las miradas crueles, oh

    Cmplice, dulce cmplice! Que no haya vuelto a encontrar

    Antao, en mi joven estacin rumorosa, una muchacha

    De alma rara, umbrosa y fresca como la tuya.

    De ojos transparentes, enamorados de lejanas de cristal;

    Bellos, que d consuelos verlos en el medioda de verano!

    Ay, respir muchas almas, pero ninguna tena

    Aquel buen olor de fro mantel, de pan dorado

    Y de vieja ventana abierta a las abejas de junio

    Ni aquella santa voz de medioda sonante en las flores!

    Ay estos rostros locamente besados!

    No eran Como el tuyo, oh mujer de otro tiempo sobre la colina!

    Sus ojos no eran el bello roco ardiente y sombro

    Que suea en tus jardines y me mira hasta el corazn

    All, en el paraso perdido de mi lluviosa alameda

  • Donde con voz velada el pjaro de la infancia me llama,

    Donde el obscurecimiento de la maana de esto anuncia la nieve.

    Madre, por qu me pusiste en el alma este terrible.

    Este insaciable amor del hombre? oh di, por qu

    No me envolviste en tierno polvo

    Como esos viejsimos libros ruidosos que sienten el viento

    Y el sol de los recuerdos y por qu no he

    Vivido solitario y sin deseo al abrigo de tus techos bajos,

    Con los ojos haca la ventana irisada donde el tbano, el amigo

    De los das infantiles, zumba en el azid de la vejez?

    Bellos das, lmpidos das! cuando la colina estaba en flor, .

    Cuando, en el ocano de oro del calor, los grandes rganos

    De las colmenas trabajadoras cantaban para los dioses del sueo.

    Cuando la nube de hermoso rostro tenebroso verta

    La fresca piedad de su corazn sobre los trigos anhelantes

    Y la piedra sedienta y mi hermana, la rosa de las ruinas.

    Dnde estis, hermosos das? Dnde ests, hermosa plaidera.

    Tranquila alameda? Hoy tus troncos huecos me daran

    miedo , porque el joven Amor que saba tan bellas historias

    Se ha ocultado all y el Recuerdo ha esperado treinta aos,

  • Y nadie ha llamado: Amor se adormeci.

    Oh Casa, Casa! por qu me dejaste partir?

    Por qu no has querido guardarme? por qu, Madre,

    Permitiste antao, en el viento mentiroso del otoo,

    En el fuego de la larga velada, que aquellos magos

    Oh t que conocas mi corazn! me tentasen asi,

    Con sus cuentos locos, llenos de un olor de viejas islas

    Y de veleros perdidos en el gran azul silencioso

    Del tiempo, y de orillas del Sur donde vrgenes esperan?

    EL CNTICO DEL CONOCIMIENTO

    La enseanza de la hora soleada de las noches del Divino.

    Para aquellos que, habiendo pedido, recibieron y saben ya.

    Para aquellos a quienes la plegaria condujo a la meditacin

    sobre el origen del lenguaje.

    Los otros, los ladrones de dolor y de dicha, de ciencia y de

    amor, nada comprendern de

    estas cosas.

    Para entenderlas, es preciso conocer los objetos designados

  • por ciertos vocablos esenciales

    tales como pan, sal, sangre, sol, tierra, agua, luz, tinieblas,

    as como por todos los nombres de los metales.

    Por cuanto estos nombres no son ni los hermanos, ni los

    hijos, sino los padres de los objetos sensibles.

    Con estos objetos y el principio de su substancia, ellos

    fueron precipitados desde el mundo

    inmvil de los arquetipos al abismo tormentoso del tiempo.

    Solamente el espritu de las cosas tiene un nombre. La

    substancia de los mismos no ha

    recibido nombre todava.

    El poder de nombrar objetos sensibles y absolutamente

    impenetrables al ser espiritual

    nos viene del conocimiento de los arquetipos que, siendo de

    la naturaleza de nuestro

    espritu, estn como l situados en la conciencia del huevo

    solar.

    Todo cuanto se describe por medio de las antiguas

    metforas existe en un lugar situado; el

    nico lugar situado de todos los lugares del infinito.

  • Esas metforas que todava hoy el lenguaje nos impone

    desde el momento en que

    interrogamos el misterio de nuestro espritu,

    constituyen vestigios del lenguaje puro de los tiempos de

    fidelidad y de conocimiento.

    Los poetas de Dios vean el mundo de los arquetipos y lo

    describan piadosamente por

    medio de trminos precisos y luminosos del lenguaje del

    conocimiento.

    La decadencia de la fe se manifiesta en el mundo de la

    ciencia y el arte por un

    oscurecimiento del lenguaje.

    Los poetas de la naturaleza cantan la belleza imperfecta del

    mundo sensible conforme a una

    antigua modulacin sagrada.

    Heridos sin embargo por la discordancia secreta que

    guardan el modo de expresin y el

    sujeto, e impotentes para elevarse hasta el nico lugar

    situado, -entindase por ello Patmos,

    tierra de la visin de los arquetipos-,

  • imaginaron, en la noche de su ignorancia, un mundo

    intermedio, flotador y estril: el mundo de los smbolos.

    Todos los vocablos cuyo conjunto mgico ha for mado este

    canto, son nombres de substancias visibles,

    que el autor, por la gracia del Amor, ha contemplado en los

    dos mundos de la beatitud y de la desolacin.

    Yo no me dirijo sino a los espritus que reconocieron la

    plegaria como el primero entre

    todos los deberes del hombre.

    Las ms altas virtudes, la caridad, la castidad, el sacrificio, la

    ciencia y el amor mismo del Padre,

    nicamente contarn para aquellos que, por su propio

    impulso, reconocieron la necesidad absoluta de la

    humillacin en la plegaria.

    Yo no dir, sin embargo, del arcano del lenguaje, sino lo que

    la infamia y la demencia de este tiempo me permite revelar.

    Puedo cantar ahora libremente el cntico de la hora soleada

    de las noches de Dios

    y, proclamando la sabidura de los dos mundos que fueron

    abiertos a mi vista,

  • hablar, conforme a la medida impuesta por el compaero de

    servicio,

    del conocimiento perdido del oro y de la sangre.

    Yo he visto. Y quien ha visto, cesa de pensar y de sentir. Slo

    sabe describir aquello que ha visto.

    He ah la clave del mundo de la luz. De la magia de los

    vocablos que aqu yo reno,

    el oro del mundo perceptible extrae su secreto valor.

    Porque no son sus virtudes fsicas las que lo hicieron rey de

    los espritus.

    La verdad es aquello en relacin a lo cual lo Ilimitado est situado.

    Mas la verdad no se opone al lenguaje sagrado: por cuanto

    ella tambin constituye el sol visible del mundo substancial,

    del universo inmvil.

    De este sol, el oro terrestre extrae su substancia y su color; el

    hombre, la luz de su conocimiento.

    El lenguaje reencontrado de la verdad, nada nuevo tiene que

    ofrecer. Solamente despierta el recuerdo en la memoria del

    hombre que ora.

    Sientes t acaso despertarse en ti el ms antiguo de tus

  • recuerdos?

    Yo aqu te revelo los orgenes sagrados de tu amor por el oro.

    La locura sopl siete veces sobre el candelabro de oro del

    conocimiento.

    Los vocablos del lenguaje de los Aaronitas son profanados

    por los nios mentirosos y los poetas ignorantes.

    Y el oro del candelabro, asido por las tinieblas de la

    ignorancia se ha tornado el padre de la

    negacin, del robo, del adulterio y de la destruccin.

    Esta es la clave de los dos mundos de la luz y de las tinieblas.

    Oh, compaero de servicio!

    Por el amor de esta hora soleada de nuestras noches,

    por la seguridad de este secreto entre t y yo,

    splame la palabra envuelta en sol, la palabra grvida de

    clera de este peligroso tiempo.

    Te he nombrado! Hete ah en el rayo precursor, en el seno

    de la nube cuajada, mudo como el plomo,

    en el brinco y el soplo de la masa de fuego,

    en la aparicin del espritu virginal del oro,

    en el trnsito del valo a la esfera,

  • en la pausa maravillosa y en el santo descendimiento,

    cuando miras al hombre de hito en hito,

    en la inmovilidad del nublado infinito, en la inmovilidad de

    una sola plegaria, obra de los orfebres del Reino,

    en el retorno a la desolacin vinculada con el Tiempo,

    en el cuchicheo de compasin que la acompaa

    Pero la clave de oro de la santa ciencia ha permanecido en

    mi corazn.

    Ella me abrir todava el mundo de luz. Trepar

    gradualmente hasta sentirse penetrado por la materia

    misma del espacio puro,

    no es ya conocer sino registrar todava fenmenos de manifestacin.

    El camino que conduce de lo poco a lo mucho no es el de la

    santa ciencia.

    Acabo de describir la ascensin hacia el conocimiento. Es

    preciso elevarse ahora hasta ese lugar solar

    en donde uno se vuelve, por la omnipotencia de la

    afirmacin, -qu?- eso mismo que uno afirma.

    Es as como los mil cuerpos del espritu se revelan a los

    virtuosos sentidos.

  • Ascender primero -sacrlegamente!- hasta la ms demente

    de las afirmaciones!

    Y luego descender, de escaln en escaln, sin lamento, sin

    lgrimas, con una confianza dichosa, con una real paciencia,

    hasta ese lodo donde todo est ya contenido con una

    evidencia tan terrible y por una necesidad tan santa! Por

    una necesidad santa, santa, verdaderamente santa! Aleluya!

    Y quin habla aqu de sorpresa? Hay una sorpresa todava

    en la inesperada aparicin a travs de las sombras de una

    puerta de antigua ciudadde una lejana de mar con su santa luz y sus

    vecinas dichosas.

    Pero en el nacimiento de un nuevo sentido, de un sentido

    que servir al espritu de la ciencia verdadera, de la ciencia

    amorosa, ya no existen sorpresas.

    Es costumbre, en nuestras alturas, acoger a toda novedad

    como a una esposa reencontrada despus del tiempo y para

    siempre.

    As me fue revelada la relacin del huevo solar con el alma

    del oro terrestre.

    Y esta es la plegaria eficaz en la que debe abismarse el operador:

  • Sustenta en m el amor por ese metal que colora tu mirada,

    el conocimiento de ese oro que es un espejo del mundo de

    los arquetipos,

    a fin de que emplee sin medida todo mi corazn en ese juego

    solar de la afirmacin y del sacrificio.

    Recbeme en esta luz arcanglica que dormita miles de aos

    en el trigo funerario y en l sustenta el fuego escondido de la vida.

    Porque el trigo de las antiguas tumbas, volcado en el surco,

    ilumina con su propia caridad, como un corazn.

    Y no es el sol mortal el que da a la cosecha su color

    invariable de sabidura.

    Tal es la clave del mundo de la luz. Para aquel que la maneja

    con mano piadosa y firme, ella abre tambin la otra regin.

    He visitado los dos mundos. El amor me condujo hasta lo

    ms profundo del ser.

    Llev sobre mi pecho el peso de la noche; mi frente destil

    un sudor de muro.

    Gir en torno a la rueda de pavor de los que parten y

    regresan. Slo queda ahora de m, en muchas partes, un aro

    de oro cado sobre un puado de polvo.

  • Explor a tientas los laberintos horrendos del mundo del

    furor y, bajo las grandes aguas, dormitan mis patrias

    extraas.

    Permaneca mudo. Aguardaba a que la locura de mi rey me

    apresara en la garganta. Tu mano -oh mi rey!- est sobre mi

    garganta. Esta es la seal. Y ste el instante. Yo hablar.

    T me has hecho nacer en un mundo que ya no te reconoce;

    sobre un planeta de hierro y de arcilla, desnudo y fro.

    En medio de un hervidero de ladrones abismados en la

    contemplacin de su propio sexo.

    De ah que la hediondez de la matanza suceda la incensacin

    imbcil de los engaadores de pueblos.

    Y sin embargo, hijo del lodo y de la ceguera, yo no tengo

    vocablos para describir

    los precipicios de iniquidad de este otro Todo, de este otro

    Ilimitado

    creado por tu propia omnipotencia de negacin.

    Este lugar apartado, diferente, horroroso, este inmenso

    cerebro delirante de Lucifer

    donde he sufrido durante la eternidad la prueba de la

  • multiplicacin de los grandes fulgurantes y la de los

    sistemas desiertos.

    El ms atroz de ellos estaba en el cenit y yo lo vea como

    desde un precipicio de sol negro.

    Ah sacrlego infinito cerca del cual el santo cosmos

    desenvuelto ante nuestro mundo nfimo

    es como un cuadrado de escarcha iluminado para la

    Natividad y pronto a derretirse al menor soplo del Nio!

    Porque t eres Aquel que es. Y sin embargo, t ests por

    encima de ti mismo y de esa necesidad absoluta en virtud de

    la cual eres.

    He ah por qu, Afirmador, la total negacin es en ti:

    libertad de orar o de no orar. He ah tambin por qu haces

    pasar a los afirmadores por las grandes pruebas de la negacin.

    Porque me has arrojado al calor ms negro de esta eternidad

    de espanto donde uno se siente asido

    de la mandbula por el arpn de fuego, y suspendido en la

    locura del vaco perfecto,

    en esa eternidad donde las tinieblas son la ausencia del otro

    sol, la extincin de la jovial elipse de oro;

  • donde las luces son furor. Donde toda cosa es mdula de

    iniquidad.

    Donde la operacin del pensamiento es nica y sin fin,

    partiendo de la duda para concluir en la nada.

    Donde uno no es solitario sino soledad, ni abandonado sino

    abandono, ni condenado sino condenacin.

    Yo fu viajero en estas tierras de nocturno movimiento,

    donde, solos en medio de las cosas fsicas,

    el amor furioso y la lepra del rostro baan sus malditas races.

    Y he medido en ellas, gusano ciego, las sinuosidades de una

    lnea de tu mano. Este pas de la noche, denso como la

    piedra,

    este mundo de la otra estrella del amanecer, del otro hijo,

    del otro prncipe, era tu mano cerrada. Y esta mano se abri

    y heme aqu en la luz.

    Es precioso haberlo visto a l, al Otro, para comprender por

    qu est escrito que viene como el ladrn. Est ms lejos que

    el grito del nacimiento; apenas si es, no es ya. Como en el

    espacio de un grano de arena, as est cabalmente en ti, l, el

    otro, el prncipe sentado en silencio, en la ceguera eterna.

  • T, en el huevo solar, t, inmenso, inocente, te conoces.

    Pero los dos infinitos de tu afirmacin y de tu negacin no se

    conocen, no se conocern jams, por cuanto la eternidad no

    es ms que la huida del uno delante del otro.

    Y toda la horrible, la mortal melancola del espacio y del

    tiempo, no es ms que la distancia que media entre un s y

    un no, y la medida de su separacin irremediable.

    Esta es la clave del mundo de las tinieblas.

    El hombre en quien este canto ha despertado, no ya un

    pensamiento, no ya una emocin, sino un recuerdo, y un

    recuerdo muy antiguo, buscar, de ahora en adelante, el

    amor con el amor.

    Porque amar es esto, porque amor es esto: cuando con amor

    se busca el amor.

    Yo he buscado como la mujer estril, con angustia, con

    furor. Y he encontrado. Pero qu? Pero a quin? Al

    dominador, al poseedor, al dispensador de las dos lepras.

    Y he regresado, a fin de comunicar mi conocimiento. Mas,

    desdichado de aquel que parte y no regresa.

    Y no me compadezcas por haber estado all y por haber

  • visto. No llores sobre m:

    anegado en la beatitud de la ascensin, deslumbrado por el

    huevo solar, precipitado en la demencia de la negra

    eternidad vecina, con los miembros ligado por el alga de las

    tinieblas, estoy siempre en el mismo lugar, encontrndome

    en el propio lugar, el nico situado.

    Aprende de m que toda enfermedad es una confesin por el

    cuerpo.

    El verdadero mal es un mal escondido, mas cuando el

    cuerpo se ha confesado, poco es lo que se precisa para

    inducir a sumisin al espritu mismo, al preparador de los

    venenos secretos.

    Como todas las enfermedades del cuerpo, la lepra presagia,

    pues, el fin de un cautiverio del espritu.

    El espritu y el cuerpo luchan cuarenta aos; sta es la

    famosa edad crtica de la cual habla su desdichada ciencia la

    mujer estril.

    Que el mal abri una puerta en tu semblante? El mensajero

    de paz, Melquisedec, entrar por esa puerta y ella volver a

    cerrase sobre l y sobre su bello manto de lgrimas. Pero

  • repite conmigo: Pater Noster.

    Ve cmo el Padre de los Ancianos, de aquellos que hablaban

    el lenguaje puro, ha jugado conmigo como un padre con su

    hijo. Nosotros, solamente nosotros, que somos sus nietos,

    conocemos ese juego sagrado, esa danza sagrada, ese flotar

    dichoso entre la peor oscuridad y la mejor luz.

    Es preciso prosternarse lleno de dudas, y orar. Yo me

    condola de no conocerlo; una piedra donde l caba

    ntegramente me ha cado en la mano, y he recibido al

    propio instante la corona de luz.

    Y mrame cmo, rodeado de emboscadas,

    no temo ya a nada.

    Desde las tinieblas de la concepcin a las de la muerte, una

    sarta de catacumbas corre entre mis dedos en la vida oscura.

    Y sin embargo, qu era yo? Un gusano de cloaca, ciego y

    craso, con una aguda cola. Eso era yo. Un hombre creado

    por Dios y rebelado contra su creador.

    Cualesquiera que sean la excelencia y la belleza, no habr

    porvenir que iguale en perfeccin al no-ser. Tal era mi

    certidumbre nica, tal mi pensamiento secreto: pobre,

  • pobrsimo pensamiento de mujer estril.

    Como todos los poetas de la naturaleza, yo estaba sumido en

    una profunda ignorancia. Porque crea amar las bellas

    flores, las hermosas lejanas y aun los bello rostros, por su

    belleza solamente.

    Interrogaba los ojos y el rostro de los ciegos: como todos los

    cortesanos de la sensualidad, yo estaba amenazado de

    ceguera fsica. Esto es tambin una enseanza de la hora

    soleada de las noches del Divino.

    Hasta el da en que, advirtindome detenido frente a un

    espejo, mir detrs de m. La fuente de las luces y de las

    formas estaba all, el mundo de los profundos, sabios, castos

    arquetipos.

    Entonces esa mujer que haba en m muri. Le di por

    sepulcro todo su reino, la naturaleza. La amortaj en lo ms

    secreto del jardn engaoso, all donde la mirada de la luna,

    de la prometedora eterna, se divisa entre el follaje y

    desciende sobre los durmientes por las mil graduaciones de

    la suavidad.

    As es como aprend que el cuerpo del hombre encierra en

  • sus profundidades un remedio para todos los males, y que el

    conocimiento del oro es tambin el de la luz y el de la sangre.

    Oh, nico! No me quites el recuerdo de estos sufrimientos

    el da en que me laves de mi mal, el da en que me laves de

    mi bien, el da en que me hagas arropar de sol por los tuyos,

    por los sonrientes. Amn.

    SINFONA DE NOVIEMBRE

    Ser enteramente como en esta vida.

    La misma habitacin. S, nia mia, la misma.

    Al amanecer, el pjaro de los tiempos en la enramada

    Plida como una muerta.

    Entonces las sirvientas se levantan Y se oye el ruido helado y

    hueco de los cubos

    En la fuente. Oh, terrible, terrible juventud!

    Corazn vacio!

    Ser enteramente como en esta vida.

    Habr

  • Las voces pobres, las voces de invierno en los viejos

    arrabales,

    El vidriero con su cancin alterna.

    La vieja pescadera encorvada, que bajo la toca sucia 10

    Vocea los nombres de los pescados,

    el hombre del mandil azid

    Qu escupe en su mano gastada por las varas de las

    parihuelas

    Y aulla no se sabe qu, como el ngel del juicio.

    Ser enteramamente como en esta vida.

    La misma mesa.

    La Biblia, Goethe, la tinta y su olor de tiempo,

    El papel, mujer blanca que lee en el pensamiento.

    La pluma, el retrato. Nia mia, nia ma!

    Ser enteramente como en esta vida!

    El mismo jardn,

    Profundo, profundo, enmaraado, oscuro.

    Y hacia el medioda.

    Las gentes se alegrarn de estar reunidas all,

    Gentes que no se han conocido nunca y que no saben

  • Las unas de las otras ms que esto: que ser preciso vestirse

    Como para una fiesta e ir en la noche de los desaparecidos,

    completamente solo, sin amor y sin lmpara.

    Ser enteramente como en esta vida.

    La misma alameda

    Y en el medioda de otoo, a la vuelta de la alameda.

    All donde el hermoso camino desciende temerosamente,

    como la mujer

    Que va a recoger las flores de la convalecenciaescucha,

    nia ma

    Nos encontramos, como antao, aqu;

    Y has olvidado, t, el color de entonces de tu vestido;

    Pero yo, yo no he conocido ms que pocos instantes felices.

    Estars vestida de violeta plido, hermoso pesar!

    Y las flores de tu sombrero sern tristes y pequeas .

    Y no sabr su nombre; porque no conoc en la vida

    Ms que el nombre de una nica flor pequea y triste, el nome-

    olvides,

    Viejo habitador sooliento de los barrancos del pas del

    escondite, flor Hurfana.

  • S, s, corazn profundo, como en esta vida!

    Y el sendero obscuro estar all, enteramente hmedo con

    un eco de cascadas.

    Y te hablar De la ciudad sobre el agua y del Rab de

    Bacharach

    Y de las noches de Florencia.

    Habr tambin

    El muro ruinoso y bajo donde dormitaba el olor De las

    viejas, viejas lluvias y una hierba leprosa.

    Fra y jugosa/grasienta, sacudir all sus flores huecas

    En el arroyo mudo.

    SINFONA DE SEPTIEMBRE

    S bienvenida, t que vienes a mi encuentro

    En el eco de mis propios pasos,

    desde el fondo del corredor obscuro y fro del tiempo.

    S bienvenida, soledad, madre ma.

    Cuando la alegra caminaba en mi sombra,

  • cuando los pjaros

    De la risa chocaban contra los espejos de la noche,

    cuando las flores.

    Cuando las terribles flores de la joven piedad apagaban mi

    amor

    Y cuando la envidia bajaba, la cabeza y se miraba en el vino,

    Pensaba en ti, soledad, pensaba en ti, abandonada.

    Me nutriste de humilde pan negro

    y de leche y de miel campestre;

    Era dulce comer en tu mano, como el gorrin,

    Pues nunca tuve, oh Nodriza, ni padre ni madre

    Y la locura y la frialdad erraban sin rumbo en la casa.

    Algunas veces te me aparecas bajo los rasgos de una mujer

    En la bella claridad mentirosa del sueo.

    Tu vestido tena el color de la siembra

    y en mi corazn perdido,

    Mudo, hostil y fro como el guijarro del camino,

    Una bella ternura se despierta hoy todava

    A la vista de una mujer vestida de ese pobre hbito pardo.

    Triste y que perdona: la primera golondrina

  • Vuela, vuela sobre los sembrados,

    en el sol claro de la infancia

    Saba que no amabas el lugar donde estabas

    Y que, tan lejos de m, ya no eras mi bella soledad.

    La roca vestida de tiempo, la isla loca en medio del mar

    Son tiernas moradas, y s de muchas tumbas

    cuya puerta es de herrumbre y de flores.

    Pero tu casa no puede estar all donde el cielo y elrnar

    Duermen sobre las violetas de la lejana, como los amantes.

    No, tu verdadera casa no est detrs de las colinas.

    As has pensado en mi corazn,

    porque fu en l donde naciste.

    Fu en l donde escribiste tu nombre de nia sobre los muros.

    Y, como una mujer que vio morir al esposo terrestre.

    Vuelves con un gusto de sal y de viento en tus mejillas blancas

    Y ese viejo, viejo olor de escarcha de Navidad en tus cabellos.

    Como desde un carbn balanceado alrededor de un fretro,

    s de mi corazn, donde crepita ese ritmo misterioso,

    Siento subir el olor de los mediodas de la infancia.

    No he olvidado

  • El hermoso jardn cmplice donde me llamaba Eco, tu

    segundo hijo, soledad.

    Y reconocera el lugar donde yo dorma en otro tiempo, a tus pies.

    No es verdad que la seda irisada del viento corre all todava

    Sobre la hierba triste y bella de las ruinas y que del

    moscardn aterciopelado

    El sonido de miel ya no se prolongara en los hermosos calores?

    Y si del sauce trmulo y orgulloso separases

    La cabellera de hurfano, el rostro del agua Se me aparecera tan

    claro, tan puro!

    Tan puro, tan claro Como la Lejana vuelta a veren el hermoso

    sueo de la. maana!

    Y el invernadero, incrustado del arco iris del viejo tiempo.

    An abriga, sin duda, al cactus enano

    y la dbil higuera Venidos antao,

    de qu pas de felicidad?

    Y del heliotropo moribundo

    El olor delira todava en las fiebres de la tarde!

    Oh pas de la infancia! Oh seoro umbroso de los antepasados!

  • Hermoso tilo sooliento, amado de las graves abejas,

    Eres dichoso como entonces?

    Y t, carilln de las flores de oro,

    Encantas la sombra de las colinas para los esponsales

    De la Blanca Durmiente en el libro enmohecido,

    Tan dulce de hojear cuando el rayo de luz del ocaso

    Desciende sobre el polvo del granero

    y alrededor de nosotros el silencio

    De los parados tornos de la araa hiladora?

    Corazn! Triste corazn!, el pastor vestido de buriel

    Sopla en el largo cuerno de corteza.

    En el vergel El dulce picoverde clava el fretro de su amor

    Y la rana reza en los caaverales mudos.

    Oh triste corazn!

    Tierno escaramujo enfermo al pie de la colina,

    te volver a ver Algn da? y sabes que la flor donde rea el

    roco Era el corazn tan cargado de lgrimas de mi infancia?

    Oh amigo. Otras espinas que la tuyas me hirieron!

    Y t, tranquila fuente de mirada tan serena y tan hermosa

  • Donde se refugiaba, durante los grandes calores,

    Todo lo que quedaba de sombra y de silencio en la tierra!

    Un agua menos pura corre hoy por mi rostro.

    Pero al anochecer,

    desde mi cama de nio que huele las flores,

    La luna locamente adornada de fines de esto.

    Ella mira a travs de la via amarga,

    y en la perfumada noche

    La jaura de la Melancola ladra en sueos!

    Despus el otoo vena con sus ruidos de ejes de ruedas, de

    hachas y de pozos.

    Como la huida de la liebre de vientre blanco sobre la primera nieve,

    el da rpido, mudo de asombro,

    golpeaba nuestros tristes corazones.

    Todo eso, todo eso

    Cuando el amor que ya no existe no haba an nacido.

  • LA BERLINA DETENIDA EN LA NOCHE

    En espera de las llaves

    -El las busca, sin duda

    Entre los vestidos

    de tecla muerta hace treinta aosEscuchad, Seora, escuchad el

    viejo, el sordo murmurio

    Nocturno de la alameda

    Tan pequea y tan dbil, dos veces envuelta en mi capa

    Yo te llevar a travs de las zarzas y la ortiga de ruinas

    hasta la ms alta y negra puerta del castillo

    As el abuelo, antao volvi

    De Vercelli con la muerta

    Qu casa tan muda y desconfiada y negra para mi nia!

    Vos lo sabis ya, Seora, es una triste historia

    Ellos duermen dispersos en loa pases lejanos

    Hace cien aos

    Su lugar los espera

    En el corazn de la colina

    Conmigo su raza se extingue

  • Oh, Dama de estas ruinas!

    Vamos a ver a la bella pieza de la infancia: all,

    La profundidad de lo sobrenatural del silencio

    Es la voz de los retratos oscura,

    Encogido en mi cama, la noche

    Yo oa como desde el hueco de una armadura

    En el ruido del deshielo detrs del muro

    Latir su corazn

    Para mi nia miedosa, qu patria tan salvaje!

    La linterna se apaga, la luna se ha velado

    El susto llama a sus hijas en el bosque

    En espera de las llaves

    Dormid un poco, Seora

    Duerme, mi pobre nia, duerme.

    Tan plida, la cabeza sobre mi hombro

    Tu vers como la ansiosa selva

    Embellece en sus insomnios de junio, ataviada

    De flores, oh, nia ma, como la hija preferid

    De la reina loca

    Envolvos en mi capa de viaje;

  • La espesa nieve de otoo funde sobre vuestro rostro

    Y tenis sueo

    (En el rayo de la linterna, ella gira, gira con el viento

    Como en mis sueos de nio

    La vieja sabis quin digo-, la vieja!)

    No, Seora, no oigo ms

    Es archi-viejo,

    Su cabeza est trastornada,

    Apostara que se ha ido a beber.

    Para mi nia temerosa una casa tan negra!

    Perdida en el fondo insondable del pas lituano

    No, Seora, no oigo nada.

    Casa negra, negra,

    Cerraduras enmohecidas,

    Sarmiento muerto,

    Puertas aherrojadas,

    Persianas entornadas,

    Hojas sobre hojas hace cien aos en las alamedas

    Todos los servidores han muerto

    Yo, yo he perdido la memoria

  • Para una confiada la casa tan negra!

    Yo no me recuerdo sino del naranja

    Del tatarabuelo y del teatro

    Los pollitos del mochuelo coman all en mi mano,

    La luna miraba a travs del jazmn.

    Era antao.

    Oigo un paso al fondo de la alameda.

    Sombra. He aqu Witoldo con las llaves.

    LA LTIMA CANCIN DE CUNA

    La Vida y el Dolor, en la sombra, arrodillados

    Imploran dulcemente el perdn

    Y pronto las manos del sueo, oh, mimosa!

    oh, mimada!, tocaran

    vuestra blancura, pensamiento

    De la tarde enferma, de las soledades deshojadas

    El latido gastado de vuestro corazn

    Es el ruido de los pasos de la muerte

  • hermana mayor celosa y severa

    que marcha gravemente sobre vuestra bella sombra fatigada!

    Los estribillos descoloridos

    De vuestros labios, avecillas agotadas

    Que cantan tan dulcemente en falso

    Caen en copos de silencio y ya no despiertan

    Dormid, dormid con mi alma por sudario

    Tranquila, amiga, cuya palidez es para m una extranjera

    Una misteriosa y desconfiada extranjera

    El rostro del Sueo se balancea en los jardines cerrados

    De las lgrimas de antao, entre las tranquilas luces de agua

    Dormid, dormid!

    Vuestra forma ya no es sino el reflejo de vuestra forma

    Reflejo arrebatado por una brisa al recuerdo de los lagos

    Que vuestra soledad amaba

    Vuestras manos son la palidez sedosa y difana

    De las flores tronchadas que suelan entre las hojas

    de los viejos libros

    De las flores del tiempo que hablan de cosas olvidadas

    Con el perfume mohoso de los libros muy viejos

  • Cuando marchis, dndole la mano a la lasitud de vivir

    La muerte extiende sobre vuestros caminos

    El invisible tapiz del silencio

    Sobre vuestro vestido

    La claridad fra de los matices anticuados

    Serpentea y vacila como el veneno irisado

    Que espejea en los vidrios de las viejas casas

    Y en la sombra hmeda de vuestras sienes

    Arde un perfume tranquilo de heliotropo

    Dadme vuestra mano ms suave que las lunas de agua

    Vuestra mano donde el pulso late como un corazn de pjaro

    Donde el pulso jadeante late como un corazn de pjaro

    Y despus, cerrad vuestros dbiles ojos, vuestros tristes ojos

    Mi vida es un vrtigo al borde de un abismo

    Miro vuestros ojos de antao y tengo sueo

    -He aqu el momento en que las montaas son incienso en la lejana

    Los paisajes mueren en las ventanas extinguidas

    Dormid, dormid!

  • TALITA CUMI

    Te conozco desde hace ya diez aos sobre la tierra

    suspendida en el silencio,

    Hija del destino; y es tu pobre imagen la que se me aparece

    siempre la primera

    En la lucidez de mis despertares del declinar de la noche,

    Cuando siguiendo en espritu al Cosmos en su vuelo mudo

    De repente siento abismarse en m el universo como

    aspirado por el vaco de todos estos das.

    Yo soy entonces como una cosa ardiendo sobre el ro en la

    noche de esto

    Y la llave del sol est bajo mi mano, que abre las Realidades

    espejeantes de una niebla de espritus

    Y por cierto, una sola palabra, y, en este pas de la vida

    donde tengo ms de un servidor deslumbrante

    Me apareceran formas harto distintas a la tuya, guijarro

    recogido aqu para el recuerdo.

    Pero, no te he amado con humildad en esta pequesima

    sucesin de das?

  • Yo partir muy pronto oh mitad de corazn, mitad de corazn

    tirada

    Al lodo y al fro y la lluvia y la noche de la ciudad!

    Oh mi pajarillo domesticado amenazado por el invierno!

    Escchame. Abre de par en par ese algo en ti que t no conoces

    Y trata, suceda lo que suceda, trata de retener en tu minscula

    memoria

    Este consejo de uno que ha madurado con la ortiga en el

    largo y trrido verano de la amargura:

    Trabaja!

    No tientes al rey terrible de la vida, al dios en movimiento.

    Implacable de los caminos del mundo, al dolo en el carro de

    ruedas trituradoras.

    Trabaja, nia! Porque ests condenada, dbil, a vivir largo tiempo

    Y yo no quisiera evadirme de estas ensordecedoras galeras

    Con la pobre imagen de lo que t sers un da:

    Una muchachita convertida en una viejecita

    Con amargos cabellos blancos bajo el chal, no s en que

    agrio y negro arrabal

    Y sola en la ribera con el ro, un fardo de terror

  • En las espaldas, hermana de las hmedas piedras y de los

    grandes, grandes rboles desnudos.

    Ahrrame esto. Porque yo estar pavorosamente ausente,

    despertado para siempre

    En uno de los dos Reinos, no s en cul, el tenebroso

    Me temo, pues hay en m algo que arde con un fuego bajo y juzgado.

    Y yo te lo repito, gorrin de miseria, t estars sola en esta vida

    atroz

    Como hacia el amanecer avaro y lvido del Sena

    Abandonado de todos el farol rojo y verde.

    Yo no s a quien ha matado mi corazn; pero al morir, el malvado,

    No le ha legado toda su fnebre realeza de compasin a mis

    huesos? Nia!

    Es un dolor que no puede expresarse. El hombre atacado de

    ese nocturno mal

    Sufre omnisciente y mudo, como las piedras de los cimientos

    en el moho de las tinieblas.

    Yo bien s que es l, l, cuyo nombre secreto es: el

    Separado-de-S-Mismo,

    Que sufre en nosotros; y que cuando haya pasado al fin

  • La noche sin flores y sin espejos y sin arpas de esta vida, un canto

    Vengador, un canto de todas las auroras de la infancia,

    Se romper en nosotros como el cristal inmenso de la maana

    Al grito de los alados, en el valle de roco,

    Yo, ya lo s. Pero esta pobre imagen de tu vida en el porvenir

    solitario, eso

    No puedo soportarlo, es un verdadero terror de insecto en m,

    Un grito de insecto en el fondo de m

    Bajo las cenizas del corazn.

    CANCIN DE OTOO

    Escucha la voz del viento en la noche,

    La antigua voz del viento, la melanclica voz del viento,

    Maldicin de los muertos, cancin de cuna de los vivos...

    Escucha la voz del viento.

    No hay ms hojas, no hay ms frutas

    En los huertos destruidos.

    Los recuerdos son menos que nada, las esperanzas estn

    muy lejos.

  • Escucha la voz del viento.

    Todos tus tristezas, oh mi Dolente son vanos.

    El olvido implacable neva siniestramente

    En las tumbas de amigos y amantes...

    Escucha la voz del viento.

    Las aletas del verano siguen al viento de la llanura;

    Todos tus recuerdos, todos tus problemas

    Se dispersarn en la tormenta silenciosa del tiempo.

    Escucha la voz del viento.

    Te pertenece, por un momento, la Sonatina

    Das muertos, noches de antao...

    Olvdala, ella ha vivido, ella est muy lejos.

    Escucha la voz del viento.

    Vamos a soar, maana, sobre las ruinas

    Hoy, preparemos las tristes palabras

    Del lamento que se encuentra todos los das.

    Escucha la voz del viento.

  • BRUMAS

    Yo soy un gran jardn de Noviembre

    un jardn desconsolado

    Donde el color miserable de las brumas dice:Siempre!

    Donde la palpitacin de las fuentes es la palabra: jams

    Alrededor de un meditabundo busto que mueve a risa

    (Mara, t duermes, tu molino va demasiado a prisa)

    Gira la ronda de la desesperanza del viejo arrabal

    Os la ronda que llora en el jardn anegado de bruma ciega

    al fondo del viejo arrabal?

    Pobres amistades muertas, burlescos amores olvidados

    Oh, vosotros , mentiras de una noche,

    oh, vosotros, ilusiones de un da!

    Alrededor del busto meditabundo que mueve a risa

    (Mara, t duermes, tu molino va demasiado a prisa)

    Venid a danzar la ronda negra del viejo arrabal

    La bruma lo ha comido todo, nada es alegre, nada irrita,

    El ensueo es tan hueco como la realidad

    Pero en el parque, donde habis conocido el esto

  • La ronda, la ronda inmensa gira, gira siempre,

    Amigos que uno reemplaza, amantes que uno siente

    (Mara, t duermes , tu molino va velozmente)

    Yo soy un gran jardn de Noviembre,

    al fondo de un viejo suburbio.

    CANCIN

    Heme aqu, heme aqu, querida de otro tiempo!

    La tristeza de tu jardn me ha reconocido

    Heme aqu, aqu tan bella de otro tiempo

    Tan dulce que no me reconoces

    A la claridad de las lmparas de hace mucho tiempo

    Pensabas sin duda en mi gran viaje

    Tu rostro, Ani, oh!Cun extrao es

    a la claridad de las lmparas de hace mucho tiempo!

    Las ruedas y las ruecas han volteado treinta aos

    He aqu mi regreso, oh, mi grande amiga!

    Al viejo ruido de las ruedas, al viejo ruido de las ruecas

    Sois vos, verdaderamente sois vos oh, tan amado!

  • Presto el bello espejo donde slo la tarde es vieja

    Presto el bello traje con colores de adis,

    Para festejar el regreso de mi bien amado!

    El traje es gris,oh, querida de otro tiempo!

    Dnde estn los colores del adis?

    El espejo es blanco, oh, querida de hace tanto tiempo!

    Tu imagen parece vieja

    Lo que lloramos no volver

    Adios! Adios! Mi pensativa de antao!

    Qu hara yo aqu, Ani, ms largo tiempo?

    Las ruedas y las ruecas han volteado treinta aos

    SINFONIA INCONCLUSA

    Muy poco me has conocido all bajo el sol del castigo

    Que funde las sombras de los hombres, nunca

    sus almas,

    sobre la tierra en la que el corazn de los

    hombres adormilados

  • viaja solo, entre las tinieblas y el terror, sin saber

    hacia dnde.

    En hace mucho tiempo -yelo bien, amargo

    amor del otro mundo,

    Era muy lejos, muy lejos yelo bien, hermana

    de este mund0,

    en el Septentrin natal donde de los

    nenfares de los lagos

    Sube un olor de los primeros tiempos, un vapor

    de abismados manzanares de leyenda.

    Lejos de nuestros archipilagos de ruinas, de

    bejucos y de arpas,

    Ms all de nuestras montaas felices

    Haba all una lmpara y un ruido de hachas

    en la bruma,

    lo recuerdo bien.

    Y yo estaba solo en la casa que t no conociste.

    La casa de la infancia, la muda, la sombra

    all en el fondo de los espesos parques donde el

    pjaro transido del amanecer

  • cantaba bajito por el amor de los muertos

    muy antiguos, sobre el oscuro roco

    Era all, en esas habitaciones profundas con

    ventanales entornados,

    donde el antepasado de nuestra raza haba vivido

    Y es all donde mi padre, despus de sus largos

    viajes, fue a morir.

    Yo estaba solo y, lo recuerdo,

    era la estacin en que el viento de nuestros pases

    sopla un tufo de lobo, de pasto de cinaga y de lino

    pudrindose

    y entona viejos aires de ladrona de nios

    entre las ruinas de la noche.

    II

    La ltima noche haba cado, y con ella la fiebre

    el insomnio y el miedo. Y yo no poda recordar tu nombre.

    La guardia debi haberse ido sin duda al presbiterio

    porque la lmpara no descansaba ya sobre el escabel.

  • Todos nuestros antiguos servidores haban muerto;

    sus hijos haban emigrado y yo era un extranjero

    en la inclinada casa de mi infancia.

    El olor de ese silencio era el olor del trigo

    encontrado en una tumba, y t quizs conozcas

    esa grama de los sitios mudos, hermana de los amortajados,

    color derluna madura y baja sobre Menfis.

    Yo haba andado mucho tiempo por el mundo con mi hermano,

    sin reposo haba andado; haba velado junto a la angustia

    en todos los albergues de este mundo. Y

    entonces me encontraba all,

    la blanca la cabeza como la hermana nube.

    Y ya no haba nadie all.

    El eco de un paso o el trote de la vieja rata me hubieran sido gratos,

    porque aquello que roa el corazn no haca ruido alguno.

    Yo era como la lmpara de la buhardilla en el amanecer;

    como el retrato en el lbum de la prostituta.

    Amigos y parientes haban muerto.

    Y t, hermana ma, t estabas ms lejos

    que el Halo con que se corona en el claro enero

  • La madre de la nieve. Y apenas si me conocas.

    Cuando hablabas, me estremeca al reconocer en

    tu voz la de mi corazn.

    Pero no me habas encontrado sino una vez, una solamente,

    bajo la luz extraa de las lmparas de gala,

    entre las flores nocturnas. Y haba all cortesanos dorados.

    Y esa vez slo dije adis a tu resplandor en el espejo.

    La soledad me esperaba con su eco en la oscura galera.

    Una criatura haba all con una linterna

    y una llave de cementerio.

    El invierno de las calles

    me sopl su aliento miserable a la cara.

    Yo me cre seguido por mi juventud en llanto,

    Pero bajo la lmpara y con mi Hiperin sobre

    las rodillas

    vi a la vejez sentada. Y no levant la cabeza.

    III

    Oyelo bien, hermana de este mundo. Aqul era

    el antiguo cuarto azul

  • de la casa de mi infancia.

    Yo haba nacido all,

    All fue tambin donde se me apareci una vez, en el

    recogimiento de la vigilia,

    mi primer rbol de Navidad,

    ese rbol muerto convertido en ngel,

    que surge de la profunda y amarga selva,

    que surge todo encendido desde las antiguas

    profundidades de la selva helada, y camina solo

    Rey de las lagunas nevadas- con sus fuegos fatuos

    arrepentidos y santificados en la apacible

    campia silenciosa y blanca:

    y he ah los ventanales ureos de la casa delnio bueno

    Viejos, tan viejos das!tan bellos, tan puros!

    El cuarto era el mismo,

    pero ya estaba fro para siempre, mudo y grispara Siempre.

    Pareca haberse olvidado para siempre

    del fuego y del brillo de las antiguas veladas.

    No haba all parientes, ni amigos, ni servidumbre.

    Slo la vejez , el silencio y la lmpara.

  • La vejez meca mi corazn como una loca a un nio muerto.

    El silencio no me amaba ya. Y la lmpara se apag.

    Mas, bajo el peso de la Montaa de las tinieblas,

    yo sent que el Amor, como un sol interior,

    se levantaba sobre los viejos pases de la memoria

    y que yo alzaba vuelo,

    lejos, muy lejos, como entonces, en mis viajes

    de durmiente.

    IV

    Es el tercer da

    Y yo me estremec, porque

    Me vena de mi corazn. Era la voz de mi vida

    Es el tercer da

    y yo ya no dorma

    Saba que la de la plegaria de la maana haba llegado

    Pero estaba rendido y pensaba en las cosas

    que deba volver a ver

    El archipilago seductor y la isla del Centro

    La vaporosa, la pura que desapareci entonces

  • Con la tumba de coral de mi juventud

    Y se adormeci a los pies del cclope de lava

    Y ante m sobre la colina haba el castillo de agua

    con las lianas del Edn y los terciopelos vetustos

    Sobre las gradas gastadas por los pies de la luna;

    y all a la derecha

    En el bello claro medio, a mitad del bosque

    Las ruinas color de sol Y all ningn paisaje secreto!

    porque yo he errado en esa Tebaida

    Con el amor mudo, bajo la nube de la medianoche

    Yo s dnde estn las moras ms maduras; la alta yerba

    Donde la estatua rota ha escondido su rostro,

    Es amiga ma y los lagartos, saben hace largo tiempo

    Que soy mensajero de paz, que no truena nunca

    En la nube de mi sombra. Aqu todo me ama

    porque todo me ha visto sufrir

    Es el tercer da. Levntate, soy tu durmiente de Menfis

    Tu muerte en el pas de la muerte,

    tu vida en el pas de la vida

    La muy-sabia, la bien-ganada.

  • ADIOS EN LA NOCHE

    Dormid; no, partid! Dejadme solo. He ah la sombra

    Nuestras voces son desmoronamientos de

    guijarros en las tumbas.

    Un incienso de sueo cubre los lodazales

    y yo estoy envejecido en el juego de las horas,

    sobre vuestros semblantes.

    Dormid, partid, morid, vosotros que fuisteis los

    efmeros nombres

    de un mismo dolor que an perdura!

    Yo he vivido vuestro da y estoy harto de vuestros gestos.

    Ya no hay eco en mi corazn para vuestras

    afirmaciones, para vuestras negaciones.

    Os digo a todos: no lloris. Dejadme vivir. Adis.

    Al salir del jardn doblaris por la derecha. Luego

    el campanario os guiar.

    Tenis las manos hmedas; lloris.

    Por qu? El cielo ser azul maana.

    EL RETORNO

  • T, que con tu amor supiste, como en noble tierra,

    hacer germinar ]a ternura de la flor y la bondad

    la mies es aquel roquedal solitario donde,

    agobiados por la Tristeza, durmironse mis ojos;

    t que dando un son de humana voz a los lades

    hiciste que yo amara a la raza del engaoso rostro

    y que, sobre los ridos jardines de mi odio,

    volcase el roco ardiente de tu corazn

    Con un vibrante llamado de amarga gratitud,

    con un grito como el lanza el fin de toda jornada,

    es Con lo que ahora, entre lgrimas, saludo,

    despus de tanto desconsuelo y tanta soledad

    el inesperado retorno de aquella que, antes, en

    la mansin helada el alma del nio mora de desamparo,

    me levanto hasta su regazo de muchacha abandonada

    y sopl sobre mi llanto el suspiro de su nombre.

    Aquella que, siguiendo los progresos de mi edad,

    supo al fin colocar, bajo un nombre entre todos

    los nombres respetado,

    previamente a una madre de sublime semblante

    y luego a la amiga de cabal corazn, cmulo de esto y noche.

  • Con solamente pronunciar tu nombre, en sueos

    vuelve a m la infancia!

    Todos lo recuerdo haban maldecido el cielo

    bajo el cual nac;

    t, en cambio, meciste en silencio y diste amparo

    con tu sombra

    al todava mudo corazn de tu predestinado.

    Ms tarde te segu a lo largo de las abatidas playas

    hacia los abismos del lodo y de la sangre de las

    grandes ciudades.

    Tenan mis pasiones el gusto de los frutos silvestres;

    mis llantos provocaban el pavor de los hombres colricos.

    Mas cuando yo me hunda en los tembladerales

    de la belleza falaz y de la abyeccin ms honda,

    entonces t te erguas y, colmada de asombro,

    me mostrabas el camino que conduce a Sin;

    el camino que conduce a la ciudad de Amor,

    la santa ciudadela

    que jams sucumbi al asalto del impuro,

    la Jerusaln de lo Bello, la nueva Jerusaln,

    la granja con puertas de cedro abiertas a las

    amargas mieses.

  • All el cenagoso ro de los sollozos nunca mancilla

    las encrucijadas que entrama la tierna humildad,

    V el corazn al que la vida mordi con su

    herrumbre

    jams es visitado por el azote del Recuerdo.

    Djame contemplar tu grave y puro rostro!

    porque a pesar de haberse inclinado tantas veces

    sobre las tumbas

    el dolor dej en l nada ms que una frgil estela,

    semejante a la que un cisne negro traza en la serenidad del agua.

    Tu alma es el vallado de ondulantes lneas

    donde suean la serenidad y ternura

    de los soles vaporosos, de as tenebrosas vides

    y de los quietos jardines donde el esto zumba.

    Con odio solamente y con gran desazn ya en

    las aguas nocturnas,

    como en las fuentes del da ella sacifa su sed total.

    Pero hela ah, ahora, perpetuamente levantndose

    hacia la esfera donde el amor, slo el Amor, reclama.

  • CORO DE LA PROCESIN

    El sudor de la muerte corre sobre sus ojos.

    Camina bajo la Cruz sin ver su ltimo da,

    Y, qu hay aqu de bello digno de verse?,

    dinos, Hijo del Hombre.

    El agua de este pas es como el ojo del ciego.

    La piedra de este pas es como el corazn del Rey.

    El rbol de este pas es una estaca de tortura

    para ti, Amor, hijo del Cielo,

    Parti el pan y derram el vino.

    He aqu la carne, he aqu la sangre.

    Aquel que tenga odos

    que oiga!

    Or y se levant:

    Acostados bajo el olivo estaban sus bienamados.

    "Duermes, Simn?'\

    Grit, Y se levant,

    Sus hijuelos soaban bajo el olivo

    Desde ahora dormid, dijo el Hijo del Hombre. Vino con

    espadas y linternas

    ''Maestro, yo te saludo".

    Bes el hermano al hermano en la mejilla.

    La oreja derecha fue cercenada

  • y hela aqu curada para que el hombre oiga.

    El gallo cant dos veces:

    ya no hay amor, todo ha sido olvidado,

    Cant el gallo en la soledad

    de tu corazn. Hijo del Hombre.

    La corona est sobre la cabeza,

    la caa est en la mano,

    el rostro est ciego de escupitajos y de sangre.

    Salud, Rey de los Judos!

    Las vestiduras han sido repartidas,

    los ladrones han muerto.

    "Tengo sed'\ grita el corazn de la vida.

    Mas la esponja ha vuelto a caer

    y el costado ha sido herido,

    V todo se ha consumado.

    Ahora sabemos que El es el Hijo de Dios vivo y

    que est con nosotros hasta el fin

    del mundo. Amn.

  • (ANTE EL AUGUSTO ROSTRO)

    He aqu la luna, he aqu la tierra,

    he aqu el hombre endeble y su gran dolor.

    No obstante, a pesar de todas estas cosas que son,

    no me atrevo a decir que T eres.

    Quin soy yo para atreverme a decir que T eres?

    No estoy seguro, no tengo siquiera derecho

    a estar seguro ms que de una sola cosa:

    de mi amor, de mi amor, de mi ciego amor de Ti.

    Nada es puro, salvo mi amor de Ti i

    nada es grande, salvo mi amor de Ti;

    nada es hermoso, salvo mi amor de Ti.

    El sueo se ha desvanecido,

    la pasin ha huido,

    el recuerdo ya no existe.

    Slo ha quedado el amor.

    Nada es sincero, salvo mi amor de Ti;

    nada es real, salvo mi amor de Ti;

    nada es inmortal, salvo mi amor en Ti.

    porque yo no soy sino un muerto entre los muertos que am;

    porque yo no soy sino un nombre que llena de

  • arena la boca de los vivos.

    Pero ha quedado el Amor.

    Ah, la Belleza,

    la triste, la pobre Belleza!

    Yo quiero alabar a la Belleza

    porque de ella nace la Amargura

    la amada del Amado,

    Tu inmenso amor me quema el corazn,

    tu inmenso amor mi certidumbre nica.

    Oh lgrimas! Oh hambre de eternidad! Oh

    jbilo!

    (HABLA EL ESPIRITU DE LA TIERRA)

    Yo soy el que es. Yo soy el corazn de la Tierra.

    Todo lo dems es tontera.

    As como el apuesto ladrn abraza a la ramera apasionada,

    as estrecho yo a la clida Tierra contra mi pecho.

    Escucha cmo la tierra, la muchacha de ancho

    vientre, se burla de nosotros,

    cazadores de fantasmas, juguetes

    vacos de la justicia.

    Escucha, escucha lo que sopla la muy amante en

  • la afelpada oreja:

    "Qu saben de mi estos castrados? Caro les

    hago pagar el goce de mi perfume.

    T, t s que eres mi amante y mi amo! La

    injuria sazona tu boca,

    tu mano velluda arde sobre mi cabeza.

    Yo te dar nobles hijos reales que amarn el oro

    misterioso y el vapor de la sangre.

    Les dar una frente estrecha como la tuya, oh amor mo!

    y manos enormes, v grandes bocas golosas, amor mo!

    y sus rostros sern calientes y plidos como el rayo.

    y desde el primer da buscarn su placer en el

    dolor de los pequeos."

    As habla la Tierra a su Seor, a su amante-,

    "Daremos a nuestra hija un lecho de escarlata y

    sus senos llamarn al caminante

    como las fuentes del pueblo, como los

    manantiales perennes.

    Y nuestra hija ser hermosa como la granada

    reventada por el peso de su cada.

    Y ella dir con un tierno ceceo:

    El amor no podra ser pecado."

    Y he aqu que tu sello real se transparentar

    sobre su rostro largamente besado

    por el fuego que pasa y que olvida,

  • Ser su lengua entonces como cabeza de reptil danzante

    y la sombra de las horas de alegra se incrustar

    en el cuadrante de su rostro.

    Y un da ese rostro ser como un vientre.

    Entonces la cubrirs con tu mano y le hars hijos."

    As habla la Tierra a su Seor, a su amante.

    "Los hijos estarn vestidos de hierro, las hijas

    brillarn de afeites.

    Y resonar el oro sobre las mesas, Y los vientres

    se ofrecern al mejor postor.

    El que tenga corazn tierno y se cruce con mi mirada

    ser como el insecto amedrentado en la grieta de la piedra.

    Mirar a su madre y dir: "Huelo la traicin",

    porque, no es ste acaso un rostro de vieja que

    alla a la luna?

    Y tendr sueo y no se atrever a confiar su

    cabeza al pecho de la esposa:

    porque el adulterio habr pasado por all.

    E intil ser que se regocijen. El adulterio crea

    sueos de venenos!

    Y el hombre llamar a su hija, la virgen, y viendo

    su boca, bajar la cabeza."

    As habla la Tierra a su Seor, a su amante,

    "Y el hombre confiar su heredad a las

  • cochinillas de las ruinas, a la raz de la ortiga,

    en un lugar que su hermano de ardientes ojos no visita.

    Y la mentira estar en todas las bocas, y el deseo

    secreto de la muerte en todos los corazones.

    El ms fuerte y ms voraz de nuestros hijos ser rey,

    y e! ms dbil y trapacero ser sacerdote,

    V se darn la mano v reirn solapadamente.

    Y sobre la Montaa de la Tentacin, una vez por

    ao, t soplars el fuego secreto

    sobre el rugido del crter,

    y lo (|ue debe nadar andar como la bestia de los bosques,

    V lo que debe reptar volar como el fuego.

    Y la mugre de los muros nos revelar el

    pensamiento secreto del hombre."

    As habla la Tierra al Prncipe de los Reinos de la Tierra.

    Por aqu, seguidme. Qu vieja est la noche!

    Cuando hayis partido yo cerrare la puerca.

    Quedar solo... Partid, partid, mis hojas muertas.

    Partid en el vendaval de olvido silencioso...

    Maana?, os preguntis. No! Ali vida es la antigua leyenda

    dolorosa, cautiva en la torre que da al Norte

    y al mar sooliento

    donde no flamearn jams las velas del Retorno!

    En el bastin del sueo, en el bastin de los Aos,

  • habis debido verme alguna vez, a m que soy para

    m mismo un extranjero.

    No os lamentis por un da que jams existi,

    No grabis vuestros nombres en tas gastadas piedras.

    Llevaos con vosotros mi amor o mi indiferencia.

    Porque nos moriremos como !a sombra, como

    las flores, como los dioses.

    Odiad mi frialdad o compadeced mi sufrimiento.

    Oh vosotros todos, adelante! Hacia nuevos adioses!

    Tened piedad de m, oh Noche, oh Recuerdo,

    Oh Silencio!

    NIHUMIN

    Cuarenta aos.

    Conozco poco mi vida. Nunca la he visto

    iluminarse en los ojos de una criatura engendrada por m.

    He penetrado sin embargo en el secreto de mi

    cuerpo, Oh, mi cuerpo!

    Todo el alborozo, toda la angustia de las bestias de la soledad

    estn en ti, espritu de la tierra, Ol hermano de

  • la roca y de la ortiga!

    Como las mieses y las nubes en el viento,

    como la lluvia y las abejas en Ja luz,

    durante cuarenta aos (cuarenta aos!) cuerpo

    mo, has nutrido

    con tu secreto ser el fuego del Movimiento:

    y no sobrepujars jams el movimiento del universo.

    Aunque el sonido de tu nombre, intil y oscuro.

    se pierda con el grito del durmiente en la noche

    nada podra separarte de su madre la tierra,

    de tu amigo el viento, de tu esposa la luz.

    Cuerpo mo! Mientras dos corazones separados, extraviados,

    Se busquen en el vaho de las cascadas del alba;

    mientras un duodcimo llamado de medioda

    vibre para regocijar

    a la bestia sedienta v al hombre hambriento;

    mientras la oropndola

    husped del hontanar recndito, trastorne su pobre cabeza

    para cantar las loas del Padre de las selvas;

  • mientras una mata

    de arndano negro levante sus bayas para hacerles respirar

    el aire de este mundo, cuando el agua del sol ya ha cado,

    oh polvo errante, cuerpo mo, vivirs paraamar y sufrir!

    Cuarenta aos.

    Para aprender a amar la nobleza de la Accin.

    iOh Accin!

    Cuarenta aos, cuarenta aos la vanidad de los solitarios

    me ha atormentado. Yo peda sn muerte en mis plegarias.

    Ella ha huido de mi corazn, Oh triunfo! ;Oh tristeza. . .

    llevndose mi juventud,

    mi cruel juventud, la nica mujer amada.

    Pero qu importa si ya, manos mas, la piedra os atrae!

    Si el afn de construir, oh manos de venas henchidas,

    ya os cautiva, ya os posee!

    Cuando el medioda de los fuertes suene sobre el mar

    iremos a saludar a los constructores de muelles.

    De pie, al sol y frente al mar,

  • lentamente mastican su pobre y noble pan,

    Sus sagaces miradas van ms lejos que las mas.

    Honor a ti, honor a ti que has nacido en el llanto

    como el Amn y que sucumbirs en el

    abandono, al pie del templo del amor,

    del palacio del orgullo, obra de tus manos!

    Muy pronto, quiz maana mismo, hermano mo,

    podr hablarte

    cara a cara, sin rubor, como hablan los hombres,

    porque yo tambin construir la casa

    amplia, vigorosa y tranquila como una mujer sentada

    en un corro de nios bajo el manzano en flor.

    De par en par abrir las ventanas de la gozosa iglesia

    a los ngeles del sol y del viento.

    Bendecir all el pan de la Afirmacin

    con ese S eterno que tiene un sabor

    de fuego, de trigo y de agua en la boca de los puros

    y cuando la fealdad diga; No!,

    y cuando la mujer y la muerte griten; No!,

    saludaremos, hermano mo, el espacio ebrio de vida

  • y el vocablo aprendido de los Hroes,

    el S universal, ascender a nuestros labios.

    Cuarenta aos

    para aprender a hablar sin desprecio de la mujer.

    Oh Amor!

    Cuarenta aos os he buscado entre las mujeres,

    mas no es entre ellas que os he encontrado.

    Oh Mujer! jLa piedad de las piedras me sobrecoge!

    Madre! Madre! T has olvidado ya, e ignoras

    todava quin eres.

    T, blanca yacente entre las flores!, tanto tiempo

    has dormido en lo ms oscuro, en lo ms callado

    del bello jardn abandonado.

    y hete ah de pie en este tiempo de fealdad, sonriente,

    en medio de esos lujos que han perdido a su dios

    y no han hallado a Ja naturaleza,

    Oh Madre! Madre! Y esa bella espalda inclinada

    de portadora de agua fresca,

  • y ese aire retrado de sirvienta despertada antes de la hora.

    ;Qu cordura y qu conocimiento, oh mujer!,

    en la palma de ms manos!

    Que no pueda yo contemplarlas sin que se

    escape de ollas una paloma!

    Y sin que tu santa blancura cautive al cisne!

    Cuando el esposo muera, t lo seguirs, morirs:

    no de la tristeza de la carne, sino del jbilo

    profundo del espritu.

    Para hablarte y ser comprendido, oh Madre!, es

    preciso volverse nio.

    Porque, qu puedes t comprender de este

    mundo del Movimiento?,

    ;oh bella, grave y pura columna del hogar!'

    Madre! Las fuentes veladas dci Movimiento

    estn en un sitio oscuro y vedado

    cuyo nombre es Valle de la Separacin.

    All los mundos y los corazones suspiran en vano

    los unos hacia los otros.

  • Y todo cuanto alcanzamos es la distancia y la duracin

    de la Separacin.

    Quien busca mal nada encuentra en parte alguna.

    Quien busca bien no encuentra nada aqu.

    Quien halla aqu tropieza en otras partes con las

    puertas cerradas.

    Porque hay un pas donde el ser nico est solo

    frente a s mismo.

    All l se ama,

    y se desposa,

    V se crea.

    All se glorifica.

    Y el sitio es denominado por tus semejantes;

    Lugar de la Conjuncin,

    de la Femineidad Eterna Y de la

    Vida.

    Cuarenta aos.

    Para aprender a buscar la Ciudad. Oh Jerusaln

    T no eres un desierto de piedras ligadas con cal,

    arena y agua,

  • como las ciudades de los hombres,

    sino, en el seno de lo Rea), en el silencio de Ja cabeza,

    el mudo planeo del oro interior.

    Vida ma, mi vida!, yo se que ios seis das del mundo

    estn aqu para revelarnos lo que se debe conocer

    del sptimo, enemigo de todo asombro.

    Porque en el desgarramiento de la nube guardiana

    suspendida sobre Patmos (el sitio universal

    contemplado por los ojos turbados del Amor)

    yo he visto, en un gran viento de influjo, la

    elipse del Sabat

    incendiarse y dorar mi nacimiento sin grito.

    ;0h hermano mo!, oh mi cuerpo!, no temas. Yo

    conozco la senda,

    Penetremos en los profundos vapores do la

    iMontaa que alza vuelo v se eleva

    con el confiado que la repecha,

    hasta la nube larga hasta el color madre,

    el blancor azulado, la anunciacin de! oro.

    El alba apunta tras de nosotros!

  • Sobre mi frente se levanta

    y huye hacia las comarcas que estn detrs de

    nosotros

    el Sol.

    Lejos, ante nosotros, est el poniente.

    Es ahora cuando el profundo, terrible y bello murmullo

    de las laboriosas abejas del pas

    te ensea la lengua olvidada (de grvidas y

    vacilantes slabas de miel sombra)

    de los ahogados libros de Yaser

    H

    El jardn desciende hacia el mar. Jardn pobre,

    jardn sin flores, jardn

    ciego. Una anciana vestida

    de luto lustroso, descolorido, junto con e! recuerdo

    y el retrato,

    mira esfumarse desde su banco a los navos del

    tiempo. La ortiga, velluda y negra la sed,

  • vigila en un vaco inmenso de dos horas.

    Como desde lo hondo del corazn del ms

    perdido de los das, el pjaro

    de la comarca sorda pa en el matorral ceniciento.

    Es la terrible paz de los hombres sin amor. Y yo,

    tambin yo me encuentro all; porque todo esto

    es mi sombra, Y en tanto que ella,

    bajo el triste y pesado calor, ha dejado caer otra vez su cabeza

    vaca sobre el seno de la luz, yo,

    en cuerpo y en espritu, estoy como la amarra

    pronta a romperse. Qu es lo que vibra de este modo en m?

    Pero, qu es lo que vibra de este modo en m v

    se queja, no s dnde, en m,

    como la maroma de los veleros, aparejados para zarpar,

    en romo del cabrestante? Madre

    harto prudente, eternidad ~ay~, djame vivir mi da

    no vuelvas a llamarme Lemuel; porque all, en

  • una noche de sol,

    las perezosas, las islas de la juventud, cantantes v veladas,

    llaman desde lejos. El dulce,

    grvido murmullo de dolor de las avispas del medioda

    vuela a escasa altura sobre el vino, y hay locura

    en la mirada del roco sobre las colinas, mis queridas,

    umbras. En la oscuridad religiosa las zarzas

    cogieron el sueo por sus cabellos de nia. El

    agua, amarilla en la sombra.

    respira mal bajo el cielo pesado v bajo los nomeolvides.

    Otro sufre tambin, herido en el costado como el rev

    del mundo, y de su herida de rbol

    mana el ms puro aplacador del corazn.

    Y hay tambin el pjaro de cristal que con suave

    gorjeo dice: mli

    en el viejo jazminero sonmbulo de la infancia.

    Yo entrar all levantando dulcemente el arco iris

  • e ir directamente al rbol donde la esposa eterna

    espera en los vapores de la patria. Y en los fuegos

    del tiempo aparecern

    los archipilagos repentinos, las galeras sonoras.

    ;Paz, paz! Todo esto ya no existe todo esto

    ya no es de aqu, Lemuel, hijo mo!

    Las voces que t oyes no vienen va de las cosas.

    Aquella que hace mucho tiempo vivi en ti, oscura,

    te llama ahora desde el jardn, sobre la montaa.

    Desde e! reino del otro sol! Y aqu no es ms que el sensato

    cuadragsimo ao, Lemuel!

    El tiempo precario y largo.

    Un agua clida y gris.

    Un jardn ardido.

  • ARS MAGNA

    LUMEN

    1. Cmo, hijo mo dichoso, has amado loca y

    compasivamente a ima mujer nacida como t del

    barro ansioso y me dices ahora que no entiendes,

    en absoluto, mi lenguaje?

    2. Ven, el sacrificio de la noche se enciende por

    sobre nuestras cabezas. De m a ti el antiguo su

    frimiento se har comprender por el antiguo sufrimiento.

    3. Por detrs de la Nada, objeto del supremo

    deseo, este que es menos que nada, siendo a la vez

    anterior a la anterioridad del Movimiento; este

    que es el ms extrao, el ms desconocido entre

    los objetos exteriores, pero que es tambin

    terriblemente interior;

    4. Este golpea la piedra espacio-tiempo cada del

  • Lugar y arranca de ella grandes llamaradas a fin

    de iluminar el rostro de virgen v de madre de

    su amor,

    5. Uno de esos hachones, inflamado por el incendio

    del universo, el sol juguete de nuestros das,

    acaba de alzar vuelo tan lejos en la nada del cielo

    que t ya no lo adviertes. l bosque y sus pjaros

    constituyen una misma nube de sueo.

    6. Que sabemos acaso de aquel que es menos

    que la Nada de tu ms alto deseo? Esto, hijo mo;

    que ha soplado tambin en el origen de las cosas

    entiende por l tu verdadero nacimiento,

    7. Una luminaria amante de tu pensamiento, que

    es Sangre, ardiente maridaje del fuego y del

    agua V sus fluencias, y, por Jo tanto, espacio y

    duracin.

  • 8. Y una afirmacin, que es el fondo de tu vrtigo,

    clama en ti, desde la eternidad de tu Memoria,

    que el sol diurno, (que es no obstante tu pan,

    no constituye sino una precaria alegora.

    9. Y que la ltima verdad solar est en nosotros,

    cargada, como Rafael, de luz inmvil, esto es,

    solamente situada.

    10. Cuando desde la planta de los pies hasta la

    ondulacin de! bozo tu ser entero se estremece

    por el sonido: S, entonces el lugar fijo del cosmos

    emerge de las aguas corrientes del pensamiento

    11. Qu lugar de magnificencia es ste, hijo

    mo! El fuego y el agua se ayuntan all y se

    funden en una urea inmovilidad: entonces todo

    se vuelve instantaneidad, total Memoria de los grandes

    12. Y alguien grita en nosotros pero como para

  • desgarrar el espacio: Yo! Y ese Yo no es ya

    nuestro andrajoso orgullo, sino el Ser primero y

    uno, corazn inmvil de Lumen. Y ese Yo no

    sabemos ya si se sumerge en nosotros o si nos

    aspira.

    13. Entonces las negras glndulas venenosas de

    la vida yacanse en nuestras manos y el bostezo

    de la tumba concluye en hilaridad.

    14. Echa una ojeada a tu alrededor hijo mo.

    Vers cmo todo es bueno y simple. Pero todo

    esto, toda esta materia, no es sino tu propia sangre,

    y esa sangre es movimiento; luego, es tiempo

    y espacio.

    15. Tu corazn es un sol anatmico propulsor

    de tu microcosmos sanguneo, as como los gran

    Soles son los padres y pastores de los sistemas!

  • 16. Esta es !a razn por la cual mis amados

    .\maestros han desposado el fuego con el agua en

    el calor orgnico, ligndolos con el dulce anillo

    centrado del oro.

    17. Y si el cerebro en su tierna charladura se

    ha vuelto Luna hermtica, no es solamente por

    analoga de color.

    i 8. El pensamiento no es sino la hoja desprendida

    del rbol de la sensitividad; el cerebro no es

    lino el satlite del corazn. No hace sino recibir,

    filtrar y restituir la luz afirmativa que le enva

    d corazn en su espiritual radiacin.

    19. Luna y cerebro son receptores y ordenado

    res de luz. Humanizan lo sobrehumano, volviendo

    al dios cegador accesible a nuestros frgiles

    20. Los silencios de los antiguos Maestros se ha

    cen palabra en mi boca. Porque ha sonado la

  • hora de la Relatividad. Y los instrumentos hurgadores

    estn en nuestras manos. El da de los

    smbolos ya no existe. Todo est cumplido.

    21. Las venas de la crucifixin estn exhaustas,

    la gran obra de expiacin est cumplida. En

    tramos en la segunda inocencia, en el gozo me

    recido, reconquistado, consciente. La Matemtica

    es santificada.

    22. A la trinidad Materia-Espacio-Tiempo, matriz

    de la multiplicidad no situada, la hemos atrapado

    por la garganta en la unidad viva del Movimiento.

    23. Todo esto, aun lo que escribe en este instante

    mi alocada pluma, es todava reflejo, cerebro,

    luna. Pero el momento eterno del Sol de la

    Memoria lavado en el Jordn de humildad nos

    va a asir, y esa instantaneidad divina nos conducir

    a la celeste Canan, la nica tierra situada*

  • 24. El inmvil Empreo de mi padre Dante, la

    esfera pura cada otra vez en la unidad original

    por la consagracin del nmero Diez.

    25. jOh, mi esposa, Renacimiento del gran rostro

    de Francia y de Egipto!, toda esta ciencia me

    viene de ti, por cuanto me has ejercitado en la

    caridad ensendome la confianza.

    26. Imponindome la confianza, a m, despreciador

    en un mundo amargo, Oh, amargo Amargo

    a tal extremo que la nica ofrenda de dinero

    de macho a hembra y de hembra a macho atesta

    all la sinceridad del medio amor y sella con

    voluptuosidad y rencor el acto de la terrestre

    unin.

    27. Liber Par